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213 11 Eros ad machinam: amor y ciencia ficción en La invención de Morel IrIs IrImIa Núñez Universidad Autónoma de Madrid So long as men can breathe or eyes can see, So long lives this, and this gives life to thee. WIllIam shakespeare, «Sonnet 18». 1. Introducción En el año 1940, el escritor bonaerense Adolfo Bioy Casa- res publica La invención de Morel, novela que amalgama dos subgéneros narrativos, la ciencia ficción y lo fantástico. Detengámonos un instante en los rasgos que admiten su cla- sificación en ambas categorías. Por un lado, La invención cons- truye un relato de ciencia ficción, puesto que uno de los ejes que vertebran su temática y desarrollo argumental es el de la tecnología, fruto de una reflexión por parte del autor en torno a los avances científicos y tecnológicos de su tiempo, en los que se inspira y que, a la vez, problematiza, como veremos en su momento. Por otro, la novela reúne varias de las caracterís- ticas de la literatura fantástica enumeradas por Bioy Casares en el prólogo a la Antología de la literatura fantástica que él mis- mo confeccionó junto a Silvina Ocampo y Jorge Luis Borges, a saber, la presencia de una atmósfera extraña e inquietante, de un «ambiente propicio al miedo» (Bioy Casares, 2018: 12), 214 como el de la isla en que va a parar el protagonista de La in- vención; la introducción de uno o varios elementos que causen sorpresa en el lector –el descubrimiento de la máquina de Mo- rel, de su funcionamiento y consecuencias–, y la combinación de lo creíble y lo increíble, de tal manera que «en un mun- do plenamente creíble sucediera un solo hecho increíble; que en vidas consuetudinarias y domésticas, como las del lector, sucediera el fantasma», dando lugar a lo que Bioy llamó la «tendencia realista en la literatura fantástica» (Bioy Casares, 2018: 12-13). El maridaje de estos dos subgéneros engendraría una suerte de «fantasía científica» (2020: 17), según Trinidad Barrera: «La fantasía de Bioy se enraíza en el mundo físico, matemático o filosófico y no en el de fantasmas u horrores. Fantasía pero también realidad, temas científicos más proble- mas de la condición humana [...]» (2020: 17). Sin embargo, más allá de la fantasía y de la ciencia ficción, esta «obra de imaginación razonada» (Borges, 2020: 87), tal y como la calificó Borges, se erige sobre los cimientos de una historia de amor. En este trabajo, nos proponemos analizar el tema del amor, ingrediente fundamental de toda la creación literaria de Bioy Casares (Barrera, 2020: 20-21), en la que es tal vez la más célebre de sus novelas, La invención de Morel, centrándonos en la evolución del proceso amoroso desde la perspectiva de sus dos personajes principales (el protagonista y Morel) y, sobre todo, en la exploración de las intersecciones entre eros y la ciencia ficción, que penetra en la historia amo- rosa a través de la máquina de Morel y el concepto de simula- cro. Por último, estudiaremos cómo el imaginario técnico de Bioy Casares se relaciona con la aparición de las nuevas tecno- logías de reproducción y consumo de imágenes en la sociedad argentina de las primeras décadas del siglo xx. IrIs IrImIa Núñez 215 2. El amor del fugitivo Las historias de amor exhiben, en general, tres componen- tes esenciales que conforman el conocido como «triángulo amoroso», integrado por el amante, el ser amado y la distancia que media entre ellos, tercer elemento en discordia que actúa como un impedimento para los enamorados (Aguirrezábal, 1992: 310). Escribe Anne Carson al respecto: [...] pero la treta del triángulo no es una maniobra men- tal trivial. Vemos en ella la constitución radical del deseo porque, donde Eros es carencia, su activación precisa tres componentes estructurales: amante, amado y lo que me- dia entre ellos. Son tres puntos de transformación en un circuito de relación posible, electrificado por el deseo de manera que se tocan sin tocarse. Conjugados, están separa- dos. El tercer componente desempeña un papel paradó- jico ya que conecta y separa, remarcando que dos no son uno, irradiando la ausencia cuya presencia demanda Eros (2020: 46, la cursiva es nuestra). A priori, parece sencillo identificar estos tres pilares del mo- numento erótico en la novela de Bioy Casares: lo que separa al yo-amante, el narrador-protagonista, del tú-amado, Fausti- ne, es la presencia de Morel, que aparenta cortejar a la joven. Sin embargo, a medida que vamos leyendo y descubrimos la realidad junto con el protagonista, averiguamos que el tercer actante negativo no es Morel mismo, sino la máquina inven- tada por él, que irrumpe en el circuito amoroso y lo electrifi- ca. Analicemos los pormenores de cada uno de los lados del triángulo. En primer lugar, es preciso notar que el lector úni- camente puede aprehender una visión sesgada y unilateral del proceso amoroso, ya que el protagonista masculino del relato, prófugo anónimo de la justicia, es, asimismo, su na- rrador: el conjunto de la narración constituye el diario que redacta para dejar constancia de los extraños acontecimientos que vienen teniendo lugar desde su llegada a la isla donde se esconde de sus perseguidores. Así pues, el texto se despliega Eros ad machinam: amor y ciencia ficción en La invención de Morel 216 desde una perspectiva o focalización interna, en la que el na- rrador autodiegético sabe lo mismo que el protagonista, dado que constituyen una misma instancia narrativa. Se trata, en- tonces, de un narrador no fiable, no sólo por el hecho de que la información que nos suministra sobre hechos y personajes es parcial, sino también porque duda continuamente sobre la naturaleza real o irreal de sus experiencias e, incluso, sobre su propia cordura: «Al depender de este narrador, el lector mismo percibe lo que será un tema central de la novela: lo inestable de la noción de la realidad y, más específicamente, la rivalidad entre realidad y simulacro; la dificultad para distin- guir entre lo uno y lo otro» (Von Werder, 2016: 119). Y es que el fugitivo, instalado en una isla asolada por una extraña enfermedad y que él creía deshabitada, advierte de súbito la presencia de otros moradores, cuyo comportamiento es de lo más peculiar: tienen frío en días de calor, salen a bailar en medio de una tormenta, se bañan en las aguas putrefactas de la pileta de natación y, lo que es más insólito, parecen ser incapaces de verle. Entre estos turistas se halla Faustine, una joven que gusta de contemplar cada tarde las puestas de sol junto a las rocas, lugar donde la sorprende por primera vez P1. A partir de este encuentro, sus sentimientos hacia la mucha- cha van aumentando gradualmente en una escala que va des- de el rechazo hasta la obsesión: primero, el protagonista con- sidera que Faustine se asemeja, por su físico, «a una de esas bohemias o españolas de los cuadros más detestables» (Bioy Casares, 2020: 100); a continuación, Faustine se metamorfosea en faro de esperanza («Ahora, invadido por suciedad y pelos que no puedo extirpar, un poco viejo, crío la esperanza de la cercanía benigna de esta mujer indudablemente hermosa» [Bioy Casares, 2020: 101]) que llega a robarle el sueño («cuan- do hay tanto que hacer, la mujer de las tardes no me desve- la» [Bioy Casares, 2020: 103]); finalmente, el amor que siente hacia Faustine la convierte en requisito indispensable para 1 A continuación, también nos referiremos al protagonista como P. IrIs IrImIa Núñez 217 continuar viviendo («Ahora, la mujer del pañuelo me resul- ta imprescindible. Tal vez toda esa higiene de no esperar sea un poco ridícula. No esperar de la vida, para no arriesgarla; darse por muerto, para no morir» [Bioy Casares, 2020: 105]). Incapaz de esconder durante más tiempo su pasión, el na- rrador se decide a hablar a la joven, pero ella no responde: «No fue como si no me hubiera oído, como si no me hubiera visto; fue como si los oídos que tenía no sirvieran para oír, como si los ojos no sirvieran paraver» (Bioy Casares, 2020: 109). La misma suerte corre el jardincito que con tanto esme- ro le regala como prueba de su amor, pisoteado insensible- mente por Faustine y Morel, el tenista barbudo que a menu- do la acompaña, del que P siente celos por la familiaridad y confianza que revelan las conversaciones que sostiene con su amada, posible indicio de la existencia de un enamoramien- to velado entre los dos. Varias pistas diseminadas a lo largo del texto, como la inexplicable repetición de los actos de los «turistas» o las alusiones a fantasmas y a la invisibilidad del protagonista, anticipan y anuncian el clímax de la novela: lo que verdaderamente se interpone entre Faustine y el fugitivo no es la persona de Morel, sino su experimento, una máquina provista de receptores visuales, auditivos, táctiles y olfativos capaz de crear una reproducción virtual y holográfica de las personas a las que registra. Esta máquina funciona gracias a la corriente eléctrica generada por las mareas de la isla y provoca la muerte de todo aquello que graba: es así como averiguamos que los habitantes con los que ha estado conviviendo P no son sino hologramas proyectados por la máquina de Morel, que repite in aeternum una semana de sus vidas, en una suerte de eterno retorno nietzscheano. Faustine es, por tanto, una imagen tridimensional cuyo re- ferente ha dejado de existir, un simulacro, concepto estudia- do por el teórico de la imagen Jean Baudrillard que se define como una creación que no tiene origen ni referencia en lo real, que es hiperreal (Baudrillard, 1978: 7): Eros ad machinam: amor y ciencia ficción en La invención de Morel 218 [...] la era de la simulación se abre, pues, con la liquidación de todos los referentes [...]. No se trata ya de imitación ni de reiteración, incluso ni de parodia, sino de una suplan- tación de lo real por los signos de lo real, es decir, de una operación de disuasión de todo proceso real por su doble operativo, máquina de índole reproductiva, programática, impecable, que ofrece todos los signos de lo real y, en cor- tocircuito, todas sus peripecias. Lo real no tendrá nunca más ocasión de producirse […] (Baudrillard, 1978: 7). La «era de la simulación» a que se refiere el filósofo francés es la época de la explosión de la cultura de masas, de los me- dios de producción y reproducción de imágenes, las cuales amenazan con invadir y suplantar la realidad. En este sen- tido, la novela de Bioy Casares se adelanta treinta años a la crítica de Baudrillard, quien escribe en la década de los 70 del pasado siglo. Faustine, la auténtica Faustine, la Faustine real ha muerto y jamás volverá a producirse, pero, paradójicamente, su simu- lacro, su no-yo, goza del don de la inmortalidad. Esta circuns- tancia acarrea varias consecuencias narrativas. La primera y más evidente es que el amor de Faustine y el protagonista está condenado inexorablemente a la unilateralidad: Faustine, cer- ca y, a la vez, lejos, muerta y, al mismo tiempo, viva, desem- peña en el triángulo amoroso el rol de objeto del deseo, nunca de sujeto, puesto que no puede amar a un ser, el fugitivo, cuya existencia desconoce precisamente porque es posterior a su muerte. Por su parte, P alimenta las ilusiones de un amor que jamás podrá consumarse, cuyo único motor es la contempla- ción subjetiva de Faustine, que da pie a su idealización o «cris- talización», en términos de Stendhal: Si se deja a la cabeza de un amante trabajar durante veinti- cuatro horas, resultará lo siguiente: en las minas de sal de Salzburgo, se arroja a las profundidades abandonadas de la mina una rama de árbol despojada de sus hojas por el invierno; si se saca al cabo de dos o tres meses, está cubier- IrIs IrImIa Núñez 219 ta de cristales brillantes; las ramillas más diminutas, no más gruesas que la pata de un pajarillo, aparecen guarne- cidas de infinitos diamantes, trémulos y deslumbradores; imposible reconocer la rama primitiva. Lo que yo llamo cristalización es la operación del espíritu que en todo suceso y en toda circunstancia descubre nue- vas perfecciones del objeto amado. (Stendhal, 2003: 98-99) Faustine experimenta a ojos del protagonista un proceso de cristalización: su amor por la joven es perfecto porque ella es limitada. Dentro de esos límites, P la idealiza o cristaliza, la moldea a su gusto, le atribuye cualidades o sentimientos, sin que la imagen inventada, fruto de la phantasia (la imagi- nación), pueda ser confrontada con la persona real, que ha dejado de existir. De hecho, todo su contacto es ficticio, puesto que pertenecen a dos niveles de realidad, el de la vida y el si- mulacro, que no se pueden conjugar: podrán tocarse, pero ella nunca sentirá el roce. A pesar de esta brecha infranqueable, el protagonista aceptaría de buen grado «el destino seráfico de contemplarla [a Faustine]», que lo convertiría en «el más feliz mortal» (Bioy Casares, 2020: 172) mientras viviera; empero, dicho porvenir beatífico se enfrenta a varias amenazas: La contemplación de Faustine podría –aunque no pueda tolerarlo, ni aun como pensamiento– interrumpirse: Por alguna descompostura de las máquinas (no sé arre- glarlas). Por alguna duda que podría sobrevenir y arruinarme este paraíso (debo reconocer que hay, entre Morel y Faustine, conversaciones y ademanes capaces de inducir a error a personas menos firmes). Por mi propia muerte. (Bioy Casares, 2020: 172) Es así como el fugitivo llega a la determinación de inmolar- se, es decir, de grabarse con la máquina de Morel para perma- Eros ad machinam: amor y ciencia ficción en La invención de Morel 220 necer eternamente junto a Faustine: «La verdadera ventaja de mi solución es que hace de la muerte el requisito y la garantía de la eterna contemplación de Faustine» (Bioy Casares, 2020: 173). El protagonista, pues, estudia durante quince días los movimientos de Faustine para luego insertarse como un actor en la eterna semana de su vida, de tal forma que sus imágenes parezcan igualmente enamoradas la una de la otra para un espectador no prevenido. Haciendo uso del tópico literario del amor más allá de la muerte y del sacrificio por amor, que abunda en la literatura amorosa de todos los tiempos2, desde Tristán e Isolda hasta Romeo y Julieta, el narrador renuncia a la consumación real de su pasión y se suicida para lograr un amor contemplativo, platónico, que no puede ser destruido ni deteriorado porque no sufre los estragos del tiempo, sino que vive para siempre, en perpetua repetición del idilio fabricado. Se trata de un plan de acción que relega a un segundo plano la reciprocidad del sentimiento amoroso en aras de la aparien- cia, un plan que [...] tiene la capacidad de sufrir esa expiación, de morir por amor y no vivirlo en realidad; se quiere alcanzar de mane- ra idílica en apariencia solamente, la virtud del invento es contundente: mantiene a los amantes juntos como en una cinta eterna, la fuga del tiempo se convierte en aliada y no en enemiga [...]. (Rodríguez González, 2003: 90) No obstante, el teatro de los amores entre P y Faustine exige una condición: requiere la mirada de un tercero que contem- ple el poderoso drama, una instancia narrativa externa que evalúe su relación (Von Werder, 2016: 122), sin la cual pasa- rá inadvertida. ¿Acaso se puede afirmar que existe un amor hecho de imágenes, fundado en apariencias, si no hay un es- pectador que lo perciba? Hasta donde sabemos, este puesto indispensable es ocupado por el editor del texto, cuya figura implica necesariamente que alguien más fue a la isla, encontró 2 El suicidio por amor, que en la narrativa amorosa antigua se lograba por medio de venenos, armas u otras formas de autolesión, se consigue en la novela gracias a la máquina de la inmortalidad. IrIs IrImIa Núñez 221 el manuscrito y vio la segunda grabación, en la que figura P. El mismo requisito reclama la propia creación de Morel, que encuentra su público en el protagonista narrador, elcual no sólo desempeña el papel de espectador, sino que, además, da cuenta de la invención en su diario. Como señala acertada- mente Vásquez Rocca: La isla de Morel es un espacio sagrado donde se ha cons- truido la utopía de la eternidad. La eternidad que Morel sugiere ha encontrado su espacio y su proyección, pero le faltaba la mirada. La mirada recrea la utopía y confirma su existencia en las palabras del manuscrito que la revela. Sin la narración, la isla sería una utopía sin memoria, un espa- cio mutilado, un espacio sin ritual, un espacio invisible. El narrador es el testigo de la creación, es el espectador ante quien se proyectan las imágenes (2006: s.p.). Pese al resultado satisfactorio del «noviazgo» holográfico, el narrador sabe que toda interacción entre él y Faustine es, a fin de cuentas, una ficción concertada por su mente, que tal vez pueda convencer a un público desprevenido, pero que, sin duda, no lo engaña a él, razón por la cual realiza una úl- tima petición antes de perecer, una petición proyectada hacia un futuro en el que el desarrollo tecnológico produzca una máquina capaz de recuperar las conciencias de los que han fallecido: «Al hombre que, basándose en este informe, invente una máquina capaz de reunir las presencias disgregadas, haré una súplica. Búsquenos a Faustine y a mí, hágame entrar en el cielo de la conciencia de Faustine. Será un acto piadoso» (Bioy Casares, 2020: 176). Si, por increíble que resulte, es posible la invención de una máquina que genera réplicas exactas y tri- dimensionales de las personas, no parece demasiado desca- bellado albergar la esperanza de la creación de un dispositivo susceptible de hacer lo mismo con las conciencias. Eros ad machinam: amor y ciencia ficción en La invención de Morel 222 3. El amor de Morel Aunque cabe la posibilidad de que se trate de otra mujer, todo apunta a que Morel también estaba enamorado de Faus- tine y que, no pudiendo sufrir su rechazo («Las esperanzas de enamorarla han quedado lejos; ya no tengo su confiada amistad; ya no tengo el sostén, el ánimo para encarar la vida» [Bioy Casares, 2020: 145]), inventó la máquina de la inmortali- dad como último recurso para vivir eternamente junto a ella. Durante la conferencia en que revela a sus amigos las terribles secuelas de su creación, el lector puede captar entre líneas el oculto padecer de Morel: «Mi cerebro ha tenido, desde hace mucho tiempo, dos ocupaciones primordiales: pensar en mis inventos y pensar en...», «Por ejemplo, corto las páginas de un libro, paseo, cargo mi pipa, y estoy imaginando una vida feliz con...», «Cuando completé el invento se me ocurrió, primero como un simple tema para la imaginación, después como un increíble proyecto, dar perpetua realidad a mi fantasía sen- timental...» (Bioy Casares, 2020: 145). Dado que el amor no es recíproco, el único modo de retener a Faustine a su lado es capturar su imagen. En la realidad, Morel tenía la certeza de que Faustine no le amaba; en la eternidad virtual, cuenta al menos con el beneficio de la duda a ojos de un tercero (de hecho, el narrador-protagonista se pregunta constantemente si están juntos o no): ese resquicio de posibilidad es suficiente para poner en marcha el delirio. Al principio, Morel se plantea convencer a Faustine para que viaje junto a él a la isla e incluso baraja la opción de rap- tarla, estrategias descartadas por sus nefastas implicaciones (si la joven hubiera sido llevada a la isla en contra de su volun- tad, la máquina habría registrado una semana de perpetuos desdenes y peleas); por ello, lleva su experimento hasta las últimas consecuencias y orquestra una estancia grupal junto a sus mejores amigos, entre los que se encuentra Faustine, a los que fotografía sin su permiso, dando pie a una masacre colectiva. Morel, pues, se transfigura en una suerte de inven- IrIs IrImIa Núñez 223 tor loco, cegado por el despecho, el egoísmo y, sobre todo, la soberbia o hýbris, el creerse superior a los dioses al crear un paraíso privado y utópico habitado por imágenes inmor- tales, hologramas que reclaman el sacrificio de aquellos a los que suplantan. A criterio de cualquiera, excepto Morel (y más tarde el protagonista), este paraíso no es sino un infierno, un Hades donde vagan interminablemente los muertos, encerra- dos en la prisión de una repetición semanal de la que nunca podrán escapar. Entre Morel y el fugitivo se establecen numerosos parale- lismos. En primera instancia, ambos se suicidan por amor, ya que el inventor, además de matar a Faustine y a sus amigos, también se graba a sí mismo, lo que implica sacrificar su pro- pia vida (Rodríguez González, 2003: 75). En segundo lugar, el amor de Morel, al igual que el del protagonista, es un amor no consumado, unilateral; no obstante, se puede argüir que Morel tiene una ventaja con respecto a P, y esa consiste en que él sí que existe para Faustine, él sí ha logrado penetrar en el «cielo» de su conciencia. Por su parte, el protagonista narra- dor ostenta un mérito frente a su antagonista: el hecho de que Faustine desconozca su existencia implica que él no tiene una negativa definitiva –tal es la situación de Morel–, que, tal vez, en una realidad paralela en la que su amada no fuera un simu- lacro, él y ella podrían haber llegado a quererse. Por último, tanto Morel como P son creadores que necesitan de un tercero que juzgue su creación. Sabemos que el fugitivo es escritor, puesto que, en su país de origen, Venezuela, pertenecía a una «fervorosa escuela literaria» (Bioy Casares, 2020: 175); habla, además, de la confección de dos obras, tituladas Defensa ante sobrevivientes y Elogio de Malthus; le dedica versos y un jardín a Faustine y, por su puesto, redacta las memorias que consti- tuyen el conjunto de la novela. Frente a la producción literaria de P, que emplea un medio clásico y finito de representación –la escritura–, Morel hace uso de los medios tecnológicos de la modernidad para su gran invención: una máquina que, mientras funcione, generará hologramas que se repiten sema- Eros ad machinam: amor y ciencia ficción en La invención de Morel 224 nalmente hasta el infinito. Como ya hemos mencionado más arriba, tanto el diario de P como la proyección de Morel preci- san de un lector / espectador: el editor y, luego, nosotros, los lectores, en el caso de P, y el propio P con respecto a la obra de Morel. El fugitivo considera que la creación de Morel es de calibre superior, una locura cuya magnitud se ajusta a las exigencias del amor hacia una mujer como Faustine: Quería a la inaccesible Faustine. ¡Por eso la mató, se mató junto a todos sus amigos, inventó la inmortalidad! La hermosura de Faustine merece estas locuras, estos ho- menajes, estos crímenes. Yo la he negado, por celos o de- fendiéndome, para no admitir la pasión. Ahora veo el acto de Morel como un justo ditirambo. (Bioy Casares, 2020: 172) Así, el narrador-protagonista se introduce en la creación de su rival, una máquina que reproducirá por los siglos de los siglos el amor de dos hombres hacia una mujer que nunca los amó en vida, aunque pueda parecerlo en la muerte. 4. El imaginario técnico de Bioy Casares En los apartados anteriores hemos visto cómo la historia de amor que plantea La invención de Morel se ve mediatizada por la tecnología. La elección de este tema por parte de Bioy Casares no es fortuita, sino que es consecuencia directa del contexto cultural en que se gesta la novela, esto es, la década de los años 30 en Argentina. Y es que, desde finales del siglo xIx hasta la época de la redacción de La invención, se produce en el país un asombroso desarrollo tecnológico que da lugar al surgimiento de los medios de reproducción y consumo de sonido e imágenes, cuya novedad es aclamada y difundida gracias a la consolidación de una prensa de masas. Nos referi- mos a instrumentos y técnicas como la fotografía, la radio y el IrIs IrImIa Núñez 225 cine, que hacen posiblelo que hasta hace pocos años parecía una fantasía: capturar una imagen, comunicarse a distancia, supliendo las ausencias espacio-temporales, registrar y re- producir el movimiento y el sonido. Estos milagros técnicos se filtran en el imaginario colectivo de la Argentina de estos años, invadiendo terrenos tan aparentemente dispares como el de la narrativa amorosa, prueba de lo cual son ficciones tecnológicas como la que ahora nos ocupa, que juegan con las posibilidades de la técnica, pues esta «tiene una función que no se circunscribe solo a sus aplicaciones utilitarias, sino que proporciona inspiración estética al mismo tiempo que escenarios donde se despliegan nuevos sistemas de objetos» (Sarlo, 1992: 16). La máquina de La invención de Morel acusa la influencia de la radiofonía, ya que permite suprimir las distancias en el plano fónico, y, sobre todo, del cine, técnica productora de imágenes que replican a su referente en el plano fónico y también en el visual. La invención que imagina Bioy Casares surge por ana- logía como el siguiente eslabón que podría seguir a la cinema- tografía: si la fotografía logró captar una realidad tridimen- sional en una imagen plana y el cine liberó a esta imagen de su inmovilidad, la hipótesis ficcional de una máquina genera- dora de hologramas tridimensionales, como la de Morel, o de un dispositivo capaz de «reunir las presencias disgregadas», como el que anhela el protagonista moribundo de la novela, se presentan a la imaginación como consecuencias lógicas. Es- cribe Beatriz Sarlo: [...] si es posible capturar para siempre un momento y convocarlo cuando se lo desee; si es posible que la ima- gen bidimensional e inmóvil de la fotografía se convierta en una imagen todavía plana pero temporalizada por el movimiento; si es posible que un puro presente de la ima- gen sea, en realidad, la captación de un pasado que puede actualizarse indefinidamente, por lo menos en términos teóricos no hay que descartar un desarrollo técnico que Eros ad machinam: amor y ciencia ficción en La invención de Morel 226 permita el pasaje entre la bidimensionalidad de la imagen y la tridimensionalidad del mundo [...] (1992: 27). Tal y como anunciábamos antes, Bioy Casares no sólo hi- potetiza sobre el potencial futuro de la tecnología novedosa, sino que, además, problematiza la repercusión que esta puede tener en una sociedad seducida por la imagen, que compite con la realidad, la imita e incluso la suplanta. El autor bonae- rense reflexiona, pues, sobre la imposibilidad de distinguir entre la realidad y el simulacro, plantándose preguntas como ¿llegaremos a renunciar a la vida por amor a una imagen, como el protagonista de La invención?, o ¿Si Faustine, que parecía tan real como su amante, es un holograma, seremos acaso nosotros la proyección de una gran máquina dirigida por un dios? En palabras de Bioy: ¿Insistiré en que todas las vidas, como los mandarines chinos, dependen de botones que seres desconocidos pueden apretar? Y ustedes mismos, cuántas veces habrán interrogado el destino de los hombres, habrán movido las viejas preguntas: ¿Adónde vamos? ¿En dónde yace- mos, como un disco músicas inauditas, hasta que Dios nos manda nacer? ¿No perciben un paralelismo entre los destinos de los hombres y de las imágenes? (Bioy Casares, 2020: 149). 5. Conclusión A lo largo de este trabajo hemos estudiado la confluencia e interrelación de los dos componentes temáticos más relevan- tes de La invención de Morel: el amor y la tecnología. Particu- larmente, hemos dedicado toda nuestra atención a la forma en que los actores, estrategias narrativas y tópicos de la literatura amorosa, tales como la treta del triángulo y la cristalización o el lugar común del suicidio por amor, ejecutan su funciona- miento al desplegarse sobre un eros ad machinam, esto es, un «amor hacia la máquina», en este caso, la máquina de Morel, IrIs IrImIa Núñez 227 productora del simulacro de Faustine, objeto del deseo del protagonista y de su némesis especular, Morel. Por último, hemos trazado el origen del imaginario tecnológico de Bioy Casares hasta el contexto cultural argentino que vio nacer a su obra: la época del milagro de la técnica, cuyos ecos resuenan, ampliados, en la novela, fundiéndose con los motivos idiosin- crásicos de las historias de amor. Esta constelación de elemen- tos da lugar a una suerte de ficción tecnológico-amorosa cuya lectura, por la perfecta artesanía de su estructura y la potencia imaginativa de su argumento, pervive en la memoria y se- duce a la fantasía, tanto como el holograma inmortal de una joven contemplando el atardecer. Referencias bibliográficas Barrera, Trinidad (2020), «Introducción» a Adolfo Bioy Ca- sares, La invención de Morel, edición de Trinidad Barrera, Madrid, Cátedra, págs. 9-77. BaudrIllard, Jean (1978), Cultura y simulacro, Barcelona, Kairós. BIoy Casares, Adolfo (2018), «Prólogo», en Jorge Luis Borges, Adolfo Bioy Casares y Silvina Ocampo, Antología de la lite- ratura fantástica, Barcelona, Edhasa, págs. 11-19. BIoy Casares, Adolfo (2020), La invención de Morel, edición de Trinidad Barrera, Madrid, Cátedra. Borges, Jorge Luis (2020), «Prólogo» a Adolfo Bioy Casares, La invención de Morel, edición de Trinidad Barrera, Madrid, Cátedra, 2020, págs. 85-87. 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