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Cruzada_n08_12_07_1896

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LA CRUZADA
PERIÓDICO DE POLÍTICA, ADMINISTRACIÓN, MILICIA Y LETRAS
Oficinas: Ccrrito 230 Redactor CU Jefe: M ANUEL BERN ÁRDEZ Suscripción.... S 0.60
Salo loa dina 2, 13 y 23 En campaña.. . .0 .6 0
A ño I ' • M ontevideo , 12 de Julio de 1896 N tím. 8
LA ERA DE LAS ESTATUAS
Al Jefe del Estado, ciudadano 'don 
Juan iiliarte Borda, que inició como 
Senador la glorificación de Joaquín 
Suárex - y será el primer Presidente 
que entregue al pueblo la estatua de 
un prócer. »
Dentro de seis días la estatua de Joaquín Suárez 
será entregada al* pueblo de Montevideo. Y con el 
anhelo más sinpero de no equivocarnos, presagiamos 
que esta solemnidad va á iniciar en nuestro país la era 
de las estatuas, tan lamentablemente retardada.
N o podemos quejarnos de que no se haya hecho 
hasta ahora algo por 'la estatuaria en el país. Se lian 
decretado varias estatuas. Pero la facilidad para decre­
tarlas parece haber estado en relación directa con la 
dificultad para erigirlas.
Hay un poco de anarquismo, algo del alma de Erós- 
trato, en nuestro espíritu de pueblo.
Todo lo que sea voltear, destruir, nos halla pron­
tos; poro si se trata de levantar y honrar, nos da una 
pereza contagiosa. Con razón dice Eugenio Garzón que 
Montevideo es tal vez la única ciudad donde se dice; 
vamos liasta la estatua; lo que prueba que no hay más 
que una------
Las repúblicas americanas más señaladas por su 
desarrollo intelectual, Estados-Unidos, la Argentina, 
Chile, 'tienen sus paseos presididos por las. estatuas de 
los libertadores, de los hombres que honraron á ‘su patria 
ó rindieron su vida en holocausto á un deber huma­
nitario,— cenáculos magníficos son esas plazas donde 
el salvavidas de Luis .Víale ha sido tan honrado como 
el sable de San Martín !
Bueno y honroso será que reaccionemos, para nues­
tra democracia y para el espíritu de nuestro pueblo, 
que tan largos eclipses de civismo ha sufrido, más que 
por falta de virtudes propias, por influjo de las pre­
ponderancias subversivas que lo han avasallado, por 
estrecheces de criterio que lo. han enceguecido, ha­
ciéndolo alguna vez cómplice de dolorosos olvidos ó 
de más dolorosas negaciones.
Bueno y honroso será esto para el pueblo que se 
forma, si como los pueblos errantes del «Asia antigua 
que dieron origen á la civilización del mundo, empieza 
por levantar sus altares cívicos y sus dioses penates 
sobre la tierra elegida para cuna de los hijos y tumba 
de los abuelos.
Es un deber de todos honrar á nuestros hombres le­
gendarios, y aun á aquellos que sin ser de torso extra­
ordinario, puedan aparecer puros antela Historia, ó ilu­
minados por alguno de aquellos arranques patricios que 
levantan y salvan del olvido al afortunado qiie los con­
suma. Nos faltan hombres para venerar á los ciuda­
danos de este pueblo donde ha habido tantos hombres. 
Y es que los cultos cívicos se dividen irrazonablemente, 
y parece que tendieran á subdividirse todavía, amena­
zando dejarnos en aquella desolación del derviche pri­
vado de sus ídolos, que en medro del desierto pedía á 
gritos una piedra, una bestia ó una flor para adorar, 
en su ansia de postrarse y ser creyente.
Contradicción curiosa ! Las doctrinas positivistas avan­
zan, predominan en nuestro medio,; y los hombres del 
pasado se empequeñecen por la acción corrosiva de una 
crítica dura y despiadada, que parece querer llegar al 
esqueleto, sin dejar al pueblo las figuras solemnes, ves­
tidas con ropas de virtud, con que el positivismo reem­
plaza á los dioses del templo desierto. Perdemos la 
fe, y no ganamos la certidumbre del ejemplo. Parece 
qué nos llevan la esperanza y no nos dejan la suges­
tión hermosa del deber, encarnado en la efigie de aque­
llos que para cumplirlo siguieron la amarga senda de 
la adversidad, del destierro y de la muerte!
Hay que volver sobre esto.
Y, para ello, es preciso que con el Monumento de la 
Defensa se inicie* en la República la era de la estatua. 
Surjan nuestros próceros en la reposada serenidad de 
la vida plástica, para que en torno de sus estatuas el 
pueblo acuda, en sus horas de flaqueza, á recoger alien­
tos, y en sus días de regocijo, á rendir parias de reco^ 
nacimiento.
Ilay que honrar, edificar, dignificar! y sobre todo, no 
morder!
Hace algunos años, se celebraba en Suiza una fiesta 
en honor de Guillermo Tejí. Un. sabio extranjero, de 
paso en aquel país, aprovechando la oportunidad, pu­
blicó un erudito trabajo probando acabadamente que 
Guillermo Tell y su heroísmo eran sól.o una ficción del 
atormentado pueblo helvético, que había buscado acaso 
un héroe' como consuelo, para oponerlo, en sus ansias 
de libertad, á la tiránica y sangrienta figura de Gessler.
El escritor probaba sus dichos y ejercía un derecho 
que en Suiza más que en ningún otro país del mundo 
es grande y venerado.-Sin embargo, el pueblo todo, con 
sus autoridades á la cabeza, se reunió en la plaza pú­
blica, numeroso y solemne, y en medio de la más impo­
nente y tranquila indignación, quedó decretada la expul­
sión del sabio que había osado atentar contra el héroe 
nacional.
Entre* tanto, nosotros discutimos si Artigas montó á 
los españoles con espuelas ó si fué un héroe magnánimo, 
recordando apenas para esto, que devolvió al Directorio 
de Buenos Aires los miembros en desgracia que habían 
puesto á precio su cabeza... . Y no faltan exegetas que 
escarban en la vida personal de Rivera para demostrar 
con j-úbilo verdaderamente caribe, que era jugador y 
mujeriego, sin fijarse en la otra vida del héroe, en su 
vida inmortal, constelada por las fechas de Guayabos, 
del Rincón, de Misiones, dé Cagancha—sin cegar, in­
sensatos ! ante la estela de patriotismo que dejó aque­
lla alta figura en bu dilatadá carrera de libertador.
De una vez por todas, enterremos esas miserias y 
respetemos las grandes figuras del pasado, sin las cua­
les nuestra historia sería sólo un charco infecto de san­
gre y lágrimas. Por sobre las* desgracias y los desalien­
tos, por encima de las' pasiones y las divisas, dejemos 
que se yergan alturas hacia las cuales puedan volverse 
los ojos, con orgullo en los días de satisfacción cívica 
ó con esperanza en las horas de riesgo.
Acaso tienen razón los que sostienen que la cabeza 
del vencedor de las Piedras era la que primero debía 
alzarse sobre el granito de la gratitud nacional. En 
rigor, le correspondía. Es el primero, pour droit de 
naissance et pour droit de conquete. Pero la ley pre­
existente, que el Gobierno ha cumplido y en virtud de 
la cual se lia levantado primero el hombre de la D e­
fensa, no puede de ningún modo ser llamada razón de 
partido, — porque Suárez, como todos los grandes de 
nuestro credo, fué un partidario que consagró á la 
patria los esfuerzos y los sacrificios de los suyos, y los 
propios. El Partido Colorado levanta hoy el bronce de su 
prócer, y es lógico; pero ningún oriental, aunque sea 
adversario, puede ver esa justicia sin sentir que algo 
en su corazón, á su pesar, la sanciona. Y nosotros 
afirmamos esto, porque si mañana el Partido Blanco 
reuniese sus fuerzas para levantar una estatua á Lean­
dro Gómez, 'siendo tan grandes como son las dife­
rencias entre la talla de ambos defensores, tendríamos7 
el coraje, no sólo de pensar, sinó de decir en voz alta 
que el Defensor de Paysandú, y Píriz como él ó más 
que él, merecía la estatua, porque fueron leales á su fe 
política, porque fueron intrépidos y honraron á la raza.
Esto diríamos y esto decimos desde ya, importándo­
nos poco para opinar, que los adversarios no saluden 
al prócer de la Defensa. Si tal hicieran*.. . . seguiríamos 
pensando como pensamos, y no nos extrañaría, porque 
sabemos las profundas diferencias .filosóficas que sepa­
ran al partido de Paysandú del partido de Montevideo, 
— las mismas que hay entre una autocracia y una agru­
pación liberal, — allá, en el campo contrario, intransi­
gencias iracundas, puentes levadizos, pretensiones de 
casta,— y aquí, propósitos de trabajar por el honor co­
mún, pan y sal, sol y patria para todos,tolerancia, 
amor para el hermano, piedad para el vencido, res­
peto para el enemigo que. supo caer en su ley.
Que el sano impulso no se detenga en la primer 
jornada. La Plaza Independencia debe poblarse de pro­
ceres en lo que falta de siglo, para que el país entre 
á la nueva edad aliviado de deudas. Artigas, el padre, 
en el centro, más altó que nadie, dominando el liori? 
zonte como un Numen. Rivera, el heredero de su sueño 
heroico, Lavalleja, el jefe de los Treinta y Tres, y 
Garibaldi, — en los tres ángulos libres. Y habrá entonces 
para el pueblo lecciones vivas de patriotismo, de fe, de 
constancia, de invencible denuedo, de desinteresada 
abnegación — de todas las virtudes que ennoblecen al 
hombre y lo subliman, elevándolo á la dignidad sobe­
rana del arquetipo.
Colón, á la entrada del Puerto de Montevideo, debe 
levantarse sobre base gigantesca, como el genio de la 
navegación, Adamastor bondadoso de la leyenda cristiana, 
enseñando la ruta de América á todas las proas del mundo. 
Y habremos concluido ? N o ! Faltarán muchos grandes 
de los nuestros : faltarán Manuel Herrera y Obes, San­
tiago Vázquez, Melchor Pacheco, Andrés Lamas, los gran­
des corazones, los potentes cerebros, — faltará el viejo 
Ansina, que siguió á Artigas al destierro, cuidó su vida de 
anciano y veló su último sueño, y que tiene el derecho 
de ser puesto al pie del grande, acompañándolo toda­
vía en la inmortalidad, donde también se admite á los 
humildes. Faltará Lucas José Obes, el eminente hijo 
adoptivo de la República,, que á nadie cedió en pa­
triotismo y desinterés; faltará Luis Eduardo Pérez, el 
servidor probo y leal de los principios republicanos,—
Garzón, el soldado de la campaña del Perú, el estra­
tégico de Ituzaingó, el patricio de 1851; faltará Ma- 
ciel, el padre de los pobres que vivió como un apóstol 
y murió como un patriota; faltará Larrañaga, el gran 
evangélico que confundía en un santo fervor el amor 
á la patria y el amor á la ciencia, — y faltarán tantos 
otros! tantos pensadores! tantos soldados! Pero de 
nuestro tiempo faltarán dos elevadas cervices: la de 
Flores, el libertador, y la de José Pedro Varela, tam­
bién libertador,— libertador de almas.
Levantemos estatuas, hagamos historia con hechos, 
con grandes ejemplos perennes!
No incurramos, por indiferencia, en aquella exage­
ración que la probidad personal inspiraba á los gran­
des argentinos de 1810 ( 1 ) . Necesitamos hombres para 
imitar sus hechos, para educar al pueblo con el ejem­
plo. u En las sociedades nuevas como las nuestras, 
há dicho el austero Félix Frías, las reputaciones per­
sonales hieren más vivamente los ojos que los grandes 
principios. Nosotros no podemos prescindir de las re­
putaciones, sinó que nos importa realzarlas, á fin de 
que los grandes nombres populares sean el escudo y 
la garantía de los bienes sociales que apetecemos. ”
Combatamos la indiferencia, que á la. larga se con­
vierte en ignorancia.. . .
Hace pocos días tenía lugar un acto cívico en el 
Club Santiago Vázquez. Con tal motivo se habló de 
esa agrupación entre varias personas. Y un ciudadano 
dé ilustración análoga á la de muchos, preguntó intri­
gado, después de pensarlo *un p o co :
— Pero h om b re .... ¿quién fué Santiago Vázquez?
Evitemos la ignorancia del pueblo con respecto á 
los hombres que lo han servido. Hagamos estatuas, 
hagamos historia, hagamos patria! No dejemos á 
nuestros hombres buenos, á nuestros héroes, á nues­
tros grandes desinteresados, á merced de la crítica 
extraña, en medio de la indiferencia propia, sin re­
cuerdos, sin monumentos, sin leyendas, sin respetos 
públicos; levantémoslos en hombros, rodeémoslos todos, 
amémoslos como á salvadores, invoquémoslos como á 
divinidades propicias, — enseñemos á nuestros hijos que 
es por la senda de esos grandes ejemplos que se llega 
al honor, á la gloria póstuma, á la inmortalidad!
LA ESPADA Y LA TIJERA
E L EJÉRCITO POR DENTRO
UNA REFORM A QUE SE IM PON E
Mensaje al soñor Ministro de, la Querrá.
Con motivo de la discusión del presupuesto se ha to­
cado estos días en la Cámara de Diputados un punto 
de verdadera importancia, digno de ser considerado con 
detenimiento para ser luego resuelto con juicio y equi­
dad. Nos referimos á la desproporción entre los suel­
dos de que gozan los oficiales del ejército y los gas-
(1 ) Un Decreto do la Junta Revolucionaria de aquel tiempo, contenta 
estos dos artículos:
Artículo l.° 'Ñ o so podrá brindar sinó por la patria, pór sus derechos, 
por la gloria do nuestras armas, y por objetos generales concernientes á 
la felioidad pública.
Art. 10. Toda persona que brindase por algún individuo de la Junta 
será desterrado por sois años.
tos que forzosamente tienen que atender para cumplir el 
actual Reglamento de uniformes é insignias.
Este asunto, tan simpático por su justicia, nos. es fa­
miliar, por razón de haberlo estudiado detenidamente 
en otras épocas, redactando una publicación militar. Va­
mos, pues, á abordarlo de nuevo, siquiera someramente,— 
que bien vale la pena para desvanecer falsos conceptos 
y propender á que se aminore en algo la parte vistosa 
y reluciente del ejército en beneficio de su economía y 
aun de su moralidad, comprometida con las ingentes 
deudas que los oficiales se ven implacablemente forzados 
á contraer.
***
Generalmente se cree que el militar anda podrido en 
plata — se le juzga un potentado desde que lleva espada 
— de alférez para arriba. Y ésta es tan común idea, 
que hasta se da el peregrino caso de que á un oficial 
en viaje le aprieten la mano en posadas y gastos co­
rrientes, por el hecho de que es militar uy gana mu­
cho con poco trabajo Esto acaece hasta aquí mismo, 
con el almacenero, en ej hotel, en la tienda, en todas 
partes donde lleva uniforme el que paga.
Desde este punto de vista el galón es un inconve­
niente, y la franja una calamidad.
Vamos á demostrar con números, teniendo presentes, 
por un lado el Reglamento de uniformes vigente y por 
otro la escala de las cuentas de las sastrerías militares, 
el hecho curioso, aseverado el otro día en plena Cá­
mara y rigurosamente exacto, de que el militar, desde 
alférez á general, vive en una eterna deuda con la sas­
trería. Los hombres de la espada son prisioneros de los 
hombres de la tijera.
Empecemos por un alférez, y después veremos como 
se averigua un mayor y como sale del paso un general: 
así examinaremos el caso en las transiciones que irro­
gan más gastos: al pasar de cadete á oficial, al pasar 
de capitán á jefe, y al ceñirse las palmas.
Un alférez en servicio activo viene á cobrar hoy, lí­
quido, la suma de $ 48.60.
Y desde el día que recibe el grado, aun antes de co­
brar un solo sueldo, ya tiene que proveerse de la si­
guiente
Ropa de gala
Levita..........................................
Pantalón* negro ó azu l. . . . . .
Hombreras de cordón de oro.
Charreteras.................................
Shakó y pompón......................
Espada niquelada.....................
Tiros de seda y oro......... ..
Dragona......................................
Y de la siguiente
Ropa de diario
Guerrera................................. ......... s 28.00
Pantalón................................. u 10.00
Capote.................................... u 55.00
Tiros de charol.................... 6 .00
Dragona de charol............... u 1.20
Capote de lluvia................... 30.00
Kepis...................................... 4 .50
$ 285.70
Y por fin, de una blusa y otro pantalón gris ó azul, 
para cuartel y campaña. La blusa 20 pesos y 10 el pan­
talón, suman otros 30 pesos, que agregados á las dos 
sumas anteriores de 151 y 134.70, redondean 315 pe­
sos, pues les. suprimimos los siete reales que no quitan 
ni ponen al caso.
Estos 315 pesos, que casi son una suma mitológica 
para muchos hoy en día y para un alférez siempre, se 
presentan como pavorosa incógnita á loó ojos, medio 
entre complacidos y espantados del novel oficial. ¿Con 
qué diablo paga aquello? Y si no tiene, ¿cómo se viste,cómo 
espera, cómo prolonga el gozo y el deber de verse vis­
tosamente uniformado y de espada al cinto, hasta que 
sus 48 pesos y seis léales logren alcanzar la altura ver­
tiginosa de aquella formidable cantidad?-
Afortunadamente, el sastre fía. La condición dé ofi­
cial abre crédito en su casa á todo buen muchacho que 
se encuentra frente á tamaña perplejidad. El sastre fía 
por mensualidades, para cuando salga el prest.
“ ¡El oficial está salvado!” podría exclamarse ante 
tal solución.
Poco á poco! La mensualidad no está librada al 
buen humor del cliente, sinó que la regula el sastre 
por lo que alcanza la deuda, con arreglo á una norma 
fija : 5 pesos mensuales de amortización hasta 50 
pesos, 10 hasta 100¿ 15 hasta 1 5 0 .. . . . et sic de cce- 
teris.
De manera que los 315 pesos de nuestro ejemplo 
imponen, según esta regla proporcional, la amortiza- 
zación de 31 pesos y medio. Con lo cual le queda al 
alférez, que soñaba con serlo para salir de las nobles 
estrecheces de cadete, la cantidad de 17 pesos y un 
real, — y hasta este real es ilusorio, pues aquellos siete 
reales que dejamos por abreviar, le rabonan otros tan­
tos centésimos! Esos 17 pesos son para pagar lavan­
dera y planchadora, algo de escote en la comida cuando 
no alcanza la asignación de la mesa de oficiales, lo 
cual es muy corriente; para comprarse ropa blanca, cal­
zado, vicios si los tiene, que los ha de tener, aunque 
sean pocos, y sobre todo, para lo más grave, para r e - ' 
poner el guardarropa; pues ocurre el fenómeno sen­
sible de que el pantalón de diario no sufre más de 
tres meses, y los tiros de charol se quiebran mientras 
los de hilo de oro se desflecan, y el kepis se achaparra, 
y la levita y el pantalón de gala se van rozando y se 
ponen lustrosos, en las frecuentes paradas y en las 
guardias del Palacio de Gobierno. Para reponer ese 
lento* pero continuo desperfecto general, tiene que des­
contar de su precioso remanente por lo menos tres pe­
sos al mes. Pongamos el gasto de guantes, obli­
gado . . . . ah, y pongamos la espada de diario que no 
habíamos puesto aún, que vale veinte pesos á lo me­
nos y que se lleva por tanto otro dos pesos de amor­
tización durante diez m e se s .... cuando ya va siendo 
preciso comprar otra.
Después de todo esto y algo más que se queda por 
poner, ¿cuánto le irá quedando al novel oficial para 
gozar de la vida?
Y cuenta que, no queriendo parecer pesimistas, ele­
gimos para ejemplo un oficial de artillería, que anda por 
ahí en el gasto con el de infantería. Pero ¿ y los po­
bres alféreces de caballería, que tienen que comprarse 
montura, ó mejor dicho, monturas, pues necesitan te­
ner una de diario y otra de gala? Aquélla vale 85 pe­
sos, y ésta, nada más que 150, con lo cual tenemos 
235 pesos más, ó sean 23 y medio mensuales que agre­
gar á la amortización de 31 y m edio.. . . ¡Bonitos vie­
nen á quedar los 17 pesos que le sobraban!
Brevemente expondremos el como se encuentra al 
ser promovido del grado inmediato un sargento mayor.
El jefe de esta clase debe tener:
3 45.00 
“ 10.00 
“ 6.00 
“ 22.00 
u 20.00 
u 25 00 
u 17.00
w 6.00 3 151.00
Ropa de gala
F ra c ......................... .............. 55.00
Levita cruzada ................... u 45.00
Pantalón con franja............. u 22.00
Chaleco.................................. 5 .00
Charreteras............................ u 70.00
Hom breras.........i ................ u 12.00
Elástico.................................. u 50.00
Shakó ..................................... u 23.00
F aja................... ............ u 50.00
Cinturón y t iro s .......... . . . . J u 30.00
Dragona de oro . . . . . . . . . u 8 .0 0
Espadín dorado................... 40.00
Y además
Ropa de diario
Levita derecha............. ................... $ 45.00
Guerrera................................ “ 33 .00
C a p ote ............... .. “ 60.00
Pantalón con fr a n ja ............. ........ u 22.00
íd . con cordón de oro . . . . “ 15.00
Kepis............................... “ 7 .50
Capote de lluvia w 45 .00
Tiros y cinturón............. ............... w 28.00
D ragon a .......................... “ 8 .0 0 .
E sp ad a ............................................. “ 22.00 $ 285 50
Y por fin:
Cuartel y campaña
Blusa con presillas . . . . . . . >. . . $ 27.00
Pantalón con franja de paño. . . . “ 10.00
Impermeable ( c a p o t e ) ................. “ 30.00 $ 67.00
T ota l........................................................ $ 762.50
Renunciamos á volver á poner en pormenor la ope­
ración aquella de la amortización. Bastará consignar 
después de ésos datos, que un mayor no percibe hoy 
arriba de 84 pesos.— Es v e r d a d , y lo consignamos 
porque queremos' hacer ver que hablamos con conoci­
miento, — es verdad que el mayor, al ser hecho tal, no 
tiene que improvisar toda esa guardarropía, pues cier­
tas prendas de capitán le sirven con alguna modifi­
cación. Pero muchas, y las más caras, como el 'elás­
tico, las charreteras, el frac, la faja, el espadín, el 
cinturón, todo eso que cuesta un sentido, le caen en­
cima con el nuevo grado. Y además, si está en ser­
vicio activo como suponemos á nuestro ejemplar, es 
probable que' sea segundo jefe de cuerpo, lo cual, si 
bien le aumenta un poco el sueldo, lo obliga á mu­
ñirse de su par de monturas, de gala y diario, que 
agregan á la crecida lista^de dispendios, dos buenas 
cantidades, — 400 y 250 pesos, que es lo que valen 
los arreos en cuestión.
L o que cuesta el uniforme de genéral es una exor­
bitancia de subido: el frac 200 pesos; la levita 150, 
las charreteras 90, 90 el elástico, 100 el cinturón con 
tiros de tahalí, 100 la faja, 60 el espadín, y así si-, 
gue: un simple kepis de campaña, 50 pesos, la mon­
tura de diario 350 pesos, la de gala 1000! una levita 
de.diario 1 0 0 . . . . cifras todas á cuyo lado los 310 
pesos que vienen á cobrar líquidos los militares de esa 
categoría, son granitos de anís.
En igual proporción, ó mejor dicho, en igual des­
proporción, están los gastos y los sueldos de todas 
las clases de oficiales y jefes. Merced á eso su vida 
es una eterna hipoteca.
Muchas extrañezas ha habido en más de una ocasión 
porque los oficiales de. los cuerpos no se presentan 
con frecuencia en los salones sociales, motejándolos tal 
vez de huraños, cuando no de otra cosa menos cari­
tativa.
Pues bueno: una de las principales causas de ese 
retraimiento queda aquí señalada. Ni humor ni recur­
sos para presentarse como deseara, tiene el oficial, casi 
por regla corriente. Las excepciones hacen más resal­
tante la verdad del hecho.
Después de estas demostraciones, no decimos que se 
impone aumentar los sueldos, pero sí, se impone aba­
ratar los uniformes. Menos oro, meqos complicación de 
trajes y de objetos caros, y más seriedad y economía. 
El progresista Ministro de la Guerra, que conoce de 
visu los uniformes europeos, sabe mejor que nosotros 
que el nuestro es uno de los más caros. Si á su ini­
ciativa se debiera la reforma del Reglamento de uni­
formes, el ejército tendría que agradecérselo como un 
verdadero é importante .servicio.
Í N D I C E D E J U L I O
GENESIS Y A PO C A LIPSIS
Se agrupan de Abril á Agosto — los meses incle­
mentes,— nuestras más grandes fechas. El pasaje délos 
Treinta y Tres, la Jura de la Constitución, la declara­
toria de la Florida, constelan nuestro solsticio de In­
vierno. Artigas, que murió el primer día de Primavera, 
nació en Junio, dos días antes del Invierno, como si 
quisiera indicar el sino que aquella vida había de trans­
currir entre rudezas y había de terminar en la placidez 
del justo.
E l mes de Julio es para nosotros un desfile de me­
morias, [ya dulces, ya trágicas, ya gloriosas,— ya claras 
como un albor, ya oscuras como una afrenta. El l .° de 
Julio de 1843 ocurre una catástrofe en Montevideo: las 
gentes de Oribe habían minado un sitio dé las avan­
zadas, diabólicamente elegido, y la explosión costó la 
vida á 23 valientes. En Julio de 1806 toma Popliam áBuenos Aires, y Montevideo, que formaba con la capi­
tal del antiguo Virreinato un organismo bélico, se 
aprestó á la .reconquista. En Julio de 1832 se empaña 
una noble espada con un motín de cuartel, que había 
de ser el primero de una dolorosa serie, no hace mu­
chos años cerrada, para siempre. En Julio de 1818, Cu­
rado sorprende á Artigas tomándole el armamento y nu­
merosos prisioneros; pero en la noche del mismo día 
Rivera toma una briosa revancha y les quita hasta los 
caballos á los imperiales, corriéndolos hasta el monte. 
En Julio de 1826 Lavalléja delega en Joaquín Suárez 
el Poder Ejecutivo, é inicia este patricio que ahora 
vamos á honrar, su noble foja de servidor: empieza por 
declarar que adopta para gobernar á la Provincia “ el 
sistema dé la publicidad” ; dicta medidas eficaces para 
asegurar la libertad individual comprometida por los 
abusos de ciertos jefes militares; organiza la justicia 
ordinaria desde los Juzgados de Paz hasta el Tribunal 
Superior; crea una Contaduría y hace el primer Pre­
supuesto de Gastos que rigió en el país, estreme­
cido por el estrépito de las cargas de la caballería 
patriota; dicta una ley de libertad de imprenta; y co­
rona sus iniciativas, asombrosas por la confianza y la 
valentía con que eran tomadas y dictadas, como si fue­
sen á regir en un país antiguo y floreciente, creando 
una Dirección General de Escuelas.
En Julio de 1843, Urquiza pasa el Uruguay é invade . 
el país con cuatro mil soldados para auxiliar á Oribe 
contra Montevideo. Y también en Julio, pero ocho años 
más tarde, vuelve á vadear Urquiza el Uruguay al frente 
de otro e jército .. . .pero esta vez el caudillo entrerriano 
cuya historia es una sucesión violenta de luces y som­
bras, mandaba el ejército pacificador que había de po­
ner término á la epopeya de la Defensa.
En Julio de 1839, la redención de los esclavos que 
había empezado la Asamblea Constituyente con la ley 
relativa á la libertad de vientres, se amplía con un tra­
tado aboliendo el infame tráfico negrero.
El 17 de Julio de 1820 cae una sombra de tristeza 
sobre la épica leyenda artiguista : el jefe de los orien­
tales se bate con sombría desesperación en el Sauce de * 
Lema contra el doloso Ramírez y la derrota acaba de 
agobiar su noble espíritu, ya herido amargamente por el 
desencanto y la traición. Y, contraste: 50 años más tarde, 
día por día, también en Julio, tuvo lugar el combate de 
Manantiales, triunfo de la legalidad sobre la revuelta 
liberticida del Partido Blanco.
Los intereses rurales- tienen, en este mes fecundo, 
aniversarios de significación: en él se promulgó el Có­
digo Rural y se establecieron premios para fomentar 
la agricultura y sus industrias derivadas. Se fundó la 
floreciente Colonia Cosmopolita y se promulgó la ley 
de colonización.
En el 18 de Julio, el día clásico, hay de todo para 
el recuerdo patriota.
La Jura de la Constitución abre la marcha, sonora 
como una diana, radiante como una aurora; luego, en 
el mismo día patrio, salteando los añps, hojas del libro 
del tiempo, vemos en 1838 reabrirse la Biblioteca Na­
cional que inauguró Larrañaga en tiempo de Artigas y 
saquearon después los portugueses; en 1849, faro que se 
enciende, se inaugura la Universidad de la República; 
en lo más recio del sitio (1844), el gobierno de la 
Defensa decreta solemnes fiestas para celebrar el 18 
de Julio, y aquella población asediada, cautjva, en lu­
cha titánica de todas las horas, se entrega á patrióti­
cos regocijos, — se levantan arcos triunfales, se orga­
nizan grandes bailes, y se efectúa una solemne parada 
militar, revistando las tropas su alma férrea, Melchor 
Pacheco y Obes, el brazo armado de la resistencia, y 
volviendo luego el pueblo con nuevos bríos en el alma, 
á pelear por la libertad política del Plata.
Dos grandes novedades urbanas tienen en el 18 su 
aniversario, — el gas del alumbrado, 1853,— y las aguas 
corrientes, 1871. — Les llamamos novedades, porque 
como progresos son aún imperfectos y casi se les enno­
blece hablando de ellos entre estos recuerdos grandes, 
i- ■ Y qué grande es el recuerdo del *18 de Julio de 18661 
Ese día la bandera blanca y celeste vió animarse su 
sol con mil destellos de gloria, y se cubrió de luto, 
abatida sobre el cuerpo de uno de sus más bravos pa­
ladines.
Ese día fué aquel día del Boquerón, cuando gana­
mos una batalla y perdimos á Pal leja.
Y después de este recuerdo fortalecedor y solemne, 
viene, en la sucesión del tiempo, una memoria humi­
llante: una manifestación celebrada en Montevideo para 
pedir á Latorre que prorrogase su oprobiosa dicta­
dura. . . .
No hubiéramos traído esta tristeza aquí, si no fuera 
porque acaso es saludable poner, frente á las glorias 
que entusiasman, las dolorosas caídas que escarmien­
tan,
No queremos detallar numerosos sucesos que aún 
registra Julio en nuestra crónica histórica. Recordare­
mos, sí, la victoria de Cañas-Vera, que siguió á la de 
Coquimbo y abrió el camino del éxito á la Cruzada Li­
bertadora. Y para los veteranos del Paraguay tendre­
mos también la cita de otras dos fechas inolvidables: 
la batálla de-la Laguna de Merá y la toma del for­
midable fuerte de Humaitá.
También en Julio, el Congreso de 1821, bajo la pre­
sión de la fuerza, acordó la incorporación de la Banda 
Oriental á la corona portuguesa . , . Pero no hablemos 
de tristezas pasadas en días tan grandes y claros. No 
queremos que de este mes, donde la Jura de la Cons­
titución vibra con resonancias inmortales, pueda decirse 
lo que dijo Donoso Cortés de la Biblia: que empieza 
con un idilio y termina con un canto fúnebre. Aun­
que es cierto que la historia de este mes patrio, tiene, 
como el libro santo, auroras de Génesis y noches de 
Apocalipsis.
LOS SOLDADOS DEL SITIO
PÁG IN AS D E NUESTRA ILÍAD A
El ejército de la capital, cuyo personal se había más 
que duplicado, y que había adquirido una instrucción 
sólida al frente del enemigo, consolidada por la prác­
tica diaria de la guerra, se componía de los siguientes 
cuerpos:
Caballería — Regimiento de Nacionales, 2 escuadro­
nes: regimiento Sosa, escuadrón Escolta, escuadrón 
Lanceros Orientales.
Artillería — Escuadrón de Artillería Ligera, batallón 
Artillería de Plaza, dotación de 19 baterías.
Infantería— De línea, 5 batallones, números l.°, 3.°,
4.°, 5.°, 6 .° ; Guardia Nacional, 3 batallones, números
l.°, 2.°, 3.° — Batallón Unión, batallón Extram uros, ba­
tallón Libertad, batallón Matrícula, batallón Policía, L e­
gión Argentina* Legión Italiana, Legión de Voluntarios 
Franceses, 4 batallones, números l.°, 2.°, 3.°, 4.°, con 
una compañía de artillería y otra de zapadores: Mili­
cia Pasiva, etc.
Escuadrilla — Dotación de dos chalupas y cuatro 
cañoneras.
Todos esos cuerpos, armados y equipados, eran ali­
mentados sin escasez.
— Las fortificaciones se habían completado en pre­
sencia y bajo el fuego del enemigo.
Teníamos en la línea exterior 19 baterías, 4 en el 
recinto de la ciudad,' 1 en la Isla Libertad y la For­
taleza del Cerro; y montados en esas baterías y en la 
escuadrilla, 165 cañones del calibre de 2 á 36.
Las reparticiones militares fueron mejoradas ó crea­
das de nuevo.
La Capitanía del Puerto, la Comisaría General de 
Guerra, el Parque de Artillería, la Maestranza y la 
Fundición de Artillería ( en la qué por primera vez se 
fundieron en Montevideo cañones de bronce), estaban 
bien dotados personal y materialmente y prestaban 
con provecho los servicios que respectivamente les 
correspondían.
Los Hospitales militares de la Defensa podrían pre­
sentarse hoy mismo como modelos.
Hospital de Caridad, 1.a y 2.a secciones; Hospital 
de Damas Orientales; Casa de Convalecencia; Hospital 
de la Legión Francesa.
— Asilo de Inválidos. (S e abrió al servicio el l.° 
de Noviembre de 1843 .) Sobre su puerta principal se 
esculpieron estas palabras: Patria y Oloria.
Conexos con esos establecimientos existían varias 
comisiones civiles la de Subsistencia é inspección de 
víveres, la de SocorrosWé y lade las escuelas para los 
niños de las familias emigradas de la campaña y de 
soldados.
— Las familias pobres de los que servían en la 
línea, como las de los empleados; civiles que estaban 
en igual caso; eran racionadas.
— El ejército en campaña á las órdenes del Gene­
ral Rivera era numeroso á fines de 1843.
Se componía de las siguientes D ivisiones: Medina, 
Luna, Blanco, Báez, Silva, Flores, Estivao, Cuadra, 
Viñas, Olavarría, Camacho.
A este ejército se le proveyó desde Montevideo de 
monturas, equipos y armamento. Las armas, sobre 
todo las que se adquirieron con el producto de una 
suscripción colectada por el Ministro de lár Guerra y 
el Jefe Político, fué el mejor armamento que hasta), 
entonces había tenido la caballería oriental.
Los dos ejércitos así preparados, colocaron al ene­
migo, que se había dirigido á Montevideo con, la 
confianza de que apenas lo avistasen le llevarían las 
llaves de la ciudad, en muy serias dificultades, á pesar 
de que en el mes de Junio tenía 14,000 hombres 
dentro de nuestro país. En el mes de Julio siguiente 
Rosas le mandó de refuerzo otro ejército de 4,000 
hombres de las tres armas.
Estos fueron los resultados tangibles, materiales de 
los recursos que adquirimos, como fué posible, para la 
más sagrada de las defensas; y bien pudimos invitar á 
los censores á que nos acompañasen á dar gracias al 
que nos permitió adquirirlos.
: pÍÍ|
Pero arriba, muy arriba de los resultados materiales, 
están los resultados morales alcanzados por los medios 
empleados para la defensa y por la defensa misma.
Las tropas, como la administración que presidía nues­
tro venerable patriota, adquirieron altísimo temple cí­
vico.
El ejército de la capital, educado en la escuela del 
General Paz, ejército recular y aguerrido, conciliaba 
con la disciplina militar el conocimiento y el amor de 
los principios liberales.
Cada uno de los nuestros, nacional ó extranjero, sa­
bía por qué tenía las armas en la mano, por qué pe­
leaba, por qué daba ó recibía la muerte. El oriental, 
por la independencia y la libertad de su patria: el ar­
gentino por la libertad de la-suya: el negro por su tí­
tulo y derecho de hombre, que acábaba de serle de­
vuelto : el europeo, por el derecho humano y social, 
por el derecho de entrar y salir en esta tierra ameri­
cana, de navegar y comerciar por estas.aguas, de ejer­
cer libremente sus industrias lícitas, de adquirir bienes 
con su trabajo y de conservar y trasmitir lo que ad­
quiriese.
A estos soldados se les podía tratar como á hom­
bres: no había necesidad de vendarles los ojos para 
llevarlos ó mantenerlos en el peligro. Podía decírse­
les la verdad y se les decía.
Veamos cómo se procedía.
El hecho de no haber jfido reconocido el bloqueo 
por los agentes de Inglaterra y el Brasil, además 
de darnos la provisión por mar, había generalizado la 
esperanza, sobre todo en los extranjeros, de que era 
precursor de algún apoyo externo.
A fines de Septiembre (1843 ) recibió el Gobierno la 
noticia de que la Inglaterra y el Brasil, desaprobando 
á sus agentes, mandaban reconocer el bloqueo, y no 
quedaba esperanza de ningún socorro extraño.
Alguien creyó, que divulgada esa noticia, se produ­
ciría el pánico, y que podría sobrevenir una desorga­
nización; y en el acuerdo del Gobierno se propuso 
que, reservando la noticia, se librase nuestra suerte á 
una batalla decisiva.
Se mandó llamar al General Paz, y se le impuso 
de lo que ocurría y de lo que se proponía.
. El General d ijo: — “ Si se mé ordena dar una bata- 
“ 11a, la daré, pero será una batalla perdida 
expuso las razones en que fundaba su opinión, y se. 
retiró agregando: “ Dejo salvada mi responsabilidad, y 
,“ voy á prepararlo todo para poder cumplir sin tar- 
“ danza y del mejor modo posible las órdenes del 
“ Gobierno, cualesquiera que sean.”
El Presidente manifestó que creía que no debía 
aventurarse una batalla contra la opinión del General 
Paz.
En consecuencia, se resolvió proceder con la lealtad 
de costumbre, hacer pública, desde luego, la verdad 
de la nueva situación, darles puerta franca á los volun­
tarios extranjeros que, á consecuencia de ella, desea­
sen dejar las armas, y aprestar los puños para resistir 
bloqueados y solos.
Se publicó una proclama en la que, haciendo saber 
Ja verdad, decía el Gobierno:; — “ Cada uno de los 
“ hombres de libertad que están en armas, cumpla con 
“ las inspiraciones de su deber y de su honor, que el 
“ Gobierno promete hacerse digno de los que derra- 
“ man su sangre por esta tierra.”
El Jefe Político - principiaba un edicto con estas 
palabras: “ La bandera Oriental se ha clavado de firme 
“ en el camino de la victoria, porque debemos pelear 
“ y vencer solos.”
El día l.° de Octubre formó en la plaza la Legión 
Italiana á las órdenes de Garibaldi, y e¿ Ministro de 
la Guerra, después de imponerla dei bloqueo que iba 
á dificultarla subsistencia, y de manifestarle que la 
República no coutaba para su salvación sino consigo. 
misma, la invitó á deponer las armas. Los italianos 
contestaron: que morirían antes de abandonar la causa 
que habían abrazado.
A l día inmediato se mandó formar la Legión Fran­
cesa y el Ministro de la Guerra la informó del bloqueo 
y de que la República estaba sola en la arena para 
conjbatir á sus enemigos.
En seguida agregó el Ministro: “ Sólo queden con 
“ las armas en la mano aquellos que estén firmemente 
“ decididos á vencer ó morir en esta lucha, aquellos 
“ que no tengan avenimiento posible con el degollador 
“ argentino. Podéis dejar las arm as!” La Legión 
contestó con entusiasmo: ¡N ó !
El Gobierno expidió un decreto en que declaraba que 
mientras el enemigo pisase el territorio oriental, sería 
traidor á la patria todo el que propusiera, sirviera de 
instrumento ó mantuviese cualquier especie de comuni­
cación en que* se tratase de.un avenimiento con el ene­
migo, que no reposase sobre la base de su sumisión al 
Gobierno Nacional.
El día 7, el enemigó hizo degollar en frente á nues­
tras avanzadas á dos capitanes y sus asistentes, toma­
dos á bordo de un buque neutral en que se alejaban, 
por enfermos, del teatro de la guerra.
Se supuso que se habían propuesto aterrorizar ó in* 
timidar con aquel horrendo espectáculo; pero bien Ie< 
jos de ocultar Jos cadáveres, se les puso á la expecta^
ción pública en las puertas de la casa de Policía, 
sobre banderas nacionales, y bien descubiertas las gar­
gantas, rasgadas caprichosamente por los cuchillos. El 
pueblo acudió horrorizado á contemplar aquellas víctimas, 
que en la tarde fueron conducidas al cementerio con ho­
nores extraordinarios ( 1 ) , y el Ministro de la Guerra y 
el Jefe Político pronunciaron dos discursos, y aceptando 
el reto sangriento de Rosas, pronunciaron la palabra 
tremenda — Rejrresalia.— Cinco mil personas reunidas en 
el cementerio contestaron: sí! s il (2 )
Días después, el 13, pasaron los franceses por la más 
dura prueba. Fueron intimados á nombre del R ey á 
deponer las armas ó á despojarse de sus colores nacio­
nales, perdiendo la protección de su país. El Gobierno 
les invitó al desarme, pero ellos prefirieron • conservar 
sus armas para seguir combatiendo por la libertad: y 
formada la Legión para separarse dé los colores franceses, 
dijeron : — u Imitemos á la vieja guardia, que al arran- 
u carse su escarapela la colocó sobre el corazón. ” 
Hiciéronlo materialmente así, y tomaron los colores 
orientales.
Así resistió Montevideo al abandono más absoluto, y 
se pudo acariciar la esperanza de un triunfo militar.
A ndrés L amas.
LA PRIMERA PROCLAMA
CÓM O H A B L A B A N L O S H O M B R E S D E L A D E F E N S A
Leyendo la historia del Sitio Grande, ascendiendo á 
los detalles de su preparación, se explica el pensador, 
con creciente asombro, aquella acerada y fiera resisten­
cia, por el temple de los hombres que la movían, tras­
mitiendo su soberbia bravura á las masas de libertos, 
héroes instintivos, y al pueblo, subyugado por aquel 
sereno y previsor heroísmo.La resolución de resistir hasta el fin, de que sólo 
pudiera apoderarse Rosas de las ruinas de Montevideo, 
no fué nunca un misterio. Don Joaquín Suárez, an­
ciano ya, propietario acaudalado, fué el primero en 
aceptar de antemano el sacrificio.
H e aquí la primera proclama del Gobierno de la D e­
fensa, que lleva al pie la firma de Joaquín Suárez:
“ Compatriotas: E l Gobierno ha pensado tranquilamente 
sus medios, meditado bien sus resoluciones, y salvará la 
independencia y la gloria de su patria. Su acción, para 
la defensa de objetos tan sagrados, no reconoce limite ni 
bairera. Todo hará. Todo lo considerará licito para al­
canzar ese fin, y ju ra que lo alcanzará. ”
Y después de ese altivo y vigoroso laconismo del gran 
anciano, léase este otro documento que llevaba al pie 
la firma de dos hombres jóvenes — Melchor Pacheco y 
Obes y Andrés Lamas:
u La conquista de nuestra patria es imposible. Ella 
está representada, en su administración y en sus ejérci-
( 1) El muro d<<l cementerio se unta con el do nuestra línea exterior y 
ya había guardado y estaba destinado. & guardar, desgraciadamente, en su 
recinto, como una protesta contra la bárbara tiranía que combatíamos, las 
conizas de muchas ilustraciones argentinas — de Rondeau, Martín Rodri­
gue», Yiamont, Vedia, representantes de la revolución de Mayo; Suárez, 
Ó lftvjvrríri, OluzAbal, guerreros de Ja Independencia; de Agüero, estadista y 
car A c to r eminente, ornamento de la tribuna parlamentaria; do Florencio 
Varóla, el publicista y el mártir de la libertad; do Juan Cruz Varóla y 
Esteban Echeverría, glorian de la literatura del Río de la Plata.
(2 ) Redactamos todo esto reproduciendo las palabras oficiales.
tos, por ciudadanos que, aun oprimidos por el p ie de 
los degolladores, no la confesarían vencida y morirían 
copio mueren los ciudadanos de un pueblo destinado á 
vivir independiente. Nosotros comprendemos que nuestra 
bella, nuestra querida, nuestra noble Montevideo■, desapa­
rezca del mapa de las naciones; pero no que caiga, asi 
como existe, bajo el poder de Rosas, que sus hombres de 
sangre descansen bajo sus techos, y la llamen la ciudad 
esclava, que se repartan sus despojos y la reduzcan á lo 
que consideran su estado norm al: al atraso, á la m ise­
ria, á la humillación. Si cae Montevideo, no caerá a sí; 
bien lo sabe D ios! "
A través de ese ardiente lirismo, ¡cómo se siente 
palpitar la resolución estoica del holocausto! ¡Y qué 
salud traen al espíritu esos conceptos! ¡ Cómo se ve 
pequeña y miseranda, .desde esas altas cumbres del pa­
triotismo, la degenerada y ñaca desconfianza de los que, 
á esta altura del tiempo y con semejantes tradiciones, 
no creen en el porvenir, y desesperan de la patria!
UN MENSAJE DE SUÁREZ
DESPUÉS D E LA GUERRA GRANDE
LA ENTREGA DEL PODER
Entregamos al estudio respetuoso del país y á la 
meditación de los hombres políticos, algunos documen­
tos que llevan al pie la firma de Joaquín Suárez. Los 
que los conocen ya, no perderán el tiempo releyéndolos.
Después de hecha la paz, Joaquín Suárez reconstruye 
celosamente el reinado de las instituciones, derribado 
por la fuerza de las cosas durante el tiempo duro de 
la guerra. Constituida la Asamblea bajo la presidencia 
de don Bernardo P. Berro, Joaquín Suárez se presenta 
en el recinto con el Mensaje espartano que va á leerse. 
La Asamblea por toda contestación dispone que se le 
den las gracias y que entregue el mando. El, Joaquín 
Suárez, y Manuel Herrera^ Obes, su eminente Ministro, 
creen que no es constitucional la entrega del mando al 
Presidente del Senado. Pero no lo retiene, el patriota 
salva el principio, que considera vulnerado, con su Men­
saje del 16 de Febrero que también* publicamos, lleno 
de serena firmeza, como de hombre que dice lo que 
piensa sin rodeos y sin jactancia, sólo por interés de 
la verdad. Deja á salvo el principio y entrega el mando 
á un adversario político. El, que había defendido la 
República contra los blancos durante nueve años, la 
entrega á un blanco cuando así lo dispone la Asam­
blea. . . .
Sin propósito deliberado hemos hecho ester número 
de L a C r u z a d a casi especial para el nombre de la De­
fensa. Y nos place, porqué nunca podríamos agrupar 
en estas hojas más altivas y puras enseñanzas.
Mensaje del Presidente Joaquín Suárez
Señores Senadores y Representantes:
La Divina Providencia se ha dignado escuchar mis 
constantes votos y acordádome el placer que experi­
mento al veros reunidos en este augusto recinto, des­
pués de haber obtenido el libre sufragio de los pue­
blos. La 6.a Legislatura á que pertenecéis, tiene hoy,
para la República, una importancia de actualidad. Ella 
es, por los sucesos que la han precedido, un símbolo 
de glorias perdurables, y un centro de vastas y. legí- • 
limas esperanzas. Recibid, pues, señores, mis sinceras 
y vivas felicitaciones y las congratulaciones con que 
me complazco en manifestaros mi júbilo por. el resta­
blecimiento del orden constitucional y el imperio de 
.as libertades públicas.
La guerra, que la República soportó por más de 
quince años, terminó al fin, dejando sólidas garantías 
de que la paz tan costosamente adquirida, no volverá 
á ser alterada..
El General Rosas, que durante el largo período de 
su sangrienta dictadura fué el azote de su pueblo y 
el enemigo sistemado del. Sosiego y de la prosperidad 
de sus vecinos, dejó de existir en el poder; y la Re­
pública que por tanto tiempo fué presa de las discor­
dias intestinas, hoy ve á todos sus hijos, reunidos en 
torno de los solos intereses de la Patria y decididos á 
curar sus profundas heridas por el olvido sincero de 
un pasado desgraciado y el ejercicio de una abnega­
ción generosa.
A ese resultado han contribuido poderosamente los 
gobiernos del Brasil,. Entre-Ríos y Corrientes, con 
quien la República se alió para esos objetos ; pero an­
tes de obtener tan inapreciable beneficio, la República 
ha tenido que luchar con todo género de contrarieda­
des y hacer los más cruentos} sacrificios.
Decidido el Gobernador de Buenos Aires á consu­
mar sus sombríos y atentatorios designios: dominado 
por esa política personal'y egoísta que no le permitía 
hacer una concesión donde veía un derecho ajeno, ó 
creía comprometer sus bastardos intereses, ninguna de 
las varias tentativas que se hicieron, para traerle á un 
arregl.o que restableciese las antiguas relaciones de 
amistad y buena armonía que tanto.con venía conservar 
entre dos Estados, dieron el resultado que se buscaba. 
La República no pedía sino justicia : el respeto de 
su nacionalidad y de sus inalienables derechos. El 
general Rosas exigía el sometimiento pasivo y abso­
luto. Forzoso fué, pues, arrostrar todos los peligros 
y todas las calamidades de una guerra que se. impo­
nía á la República como único medio de salvación.
A la caída*del Gobernador de Buenos Aires, prece­
dió una gran batalla que tuvo lugar el día 3 del co­
rriente á las puertas de Buenos Aires. -
En eila el General don Justo José de Urqniza, Go­
bernador de la Provincia de Entre-Ríos, obtuvo Ta más 
espléndida- victoria, y las armas de la República jús- 
t iearon una vez más su merecido renombre.
Puesto el General Urqniza á la cabeza de la reac­
ción que debía terminar por la libertad de sil Patria, 
C''^ prendí ó, desde 1 liego, la necesidad de empezar por 
at '*ar á su enemigo en nuestra República. El 20 de 
Julio vadeó, pues, el Unfguay. al frente de un ejér- 
c .io entrerriano y correntino, en combinación con el de
S. M. el Emperador del Brasil, situado sobre nuestras 
fronteras ; y el 8 de Octubre, la dominación del Ge­
neral Rosas en la República, había pasado va á 1os 
dominios de la historia.
Ya sabéis cuánto pudo para ese prodigioso desen­
lace,. el pronunciamiento uniforme y general) de todo 
el país.
El Gobierno, que jamas vió en la República otros 
enemigos que los que-acaudillaba pl . genera! Rosas, 
í roclamó en el instante mismo, el olvido v la unión ; 
y con sus palabras y sus actos, trató de llevar lacon­
fianza y el amor á todos los corazones.
Para quo* eso se consiguiese de un modo completo,
se ocupó luego de poner en ejercicio las instituciones 
de la República, y á todos sus habitantes en posesión 
de la garantía de sus leyes; ordenó los comicios pú­
blicos para la época designada por la Constitución, y 
compartió el poder indistintarrfente, con todo el que te­
nía méritos personales para ello. El entendió entonces, 
como entiende hoy, que los partidos políticos no se fun­
dan y depuran sino en el crisol de una política alta 
y generosa.
Restablecida la paz interna y externa de la República, 
asegurada sil independencia, y en posesión de sus li­
bertadas, están conseguidos los únicos fines de la gran 
lucha que acaba de terminarse. Ahora toca á vuestra 
ilustrada y patriótica solicitud, cumplir con los sagra­
dos deberes que dejan siempre tras de sí épocas tan 
aciagas»
Entre los males de la situación actual, señalo muy 
especialmente á vuestra atención, la ruina de la riqueza 
pública y la perturbación que ella ha llevado al bien­
estar de todas las clases.. El remedio á ese mal, no 
puede abandonarse á sólo el tiem po: á él es indispen­
sable acudir con buenas instituciones de crédito, que 
facilitando el movimiento y circulación de los capitales, 
y poniéndolos al alcance de todas las necesidades, sean 
á la vez, un medio de fomento, y un elemento de or- 
-deiv y poder para la Nación. ,
Por los respectivos Ministerios, seréis intruídos* del 
estado de la Administración General y de sus más ur­
gentes necesidades.
Teniendo que sostener la guerra en la desventajosa 
posición en que la República se conservó por tan largo 
tiempo, el Gobierno no ha podido atender á sus cuan­
tiosas erogaciones, sin ó imperfectamente y acudiendo 
á expedientes financieros. Por consiguiente, encontraréis 
una deuda, cuyo arreglo y pago pesa sobre el honor 
y la fe de la Nación.
Ocupado exclusivamente de la guerra, sin recursos, 
y reconcentrado en el solo recinto de esta Plaza, el 
Gobierno no lia podido contraerse como hubiera querido 
á ninguna especie de mejoras sin embargo ha fundado 
un Colegio Nacional, creado un Instituto Histórico Geo­
gráfico, otro de Instrucción P íblica, y erigido y dotado 
la Universidad mayor dé la República.
La necesidad de salvar el país y de asegurarle, con 
la conservación de la paz pública, abundantes y sóli­
dos medios de reparar sus inapreciables pérdidas, me 
décidió á buscar el auxilio y concurso de los Gobiernos 
del Brasil, Entre-Ríos y Corrientes, interesados inme­
diata y directamente en él restablecimiento de la paz.
Esas gestiones dieron por resultado una alianzá 
perpetua entre todos esos Estados, cuyo objeto único 
y expreso es, mantener sus independencias respectivas, 
contra toda dominación extranjera, garantirse la inte­
gridad de siis territorios, y asegurarse recíprocamente 
s,u" tranquilidad interna. v
Ese primer *paso, trajo luego otros que eran su con­
secuencia natural. Para que la alianza hiciese efectivos 
sus objetos, dando á estos países seguridad, orden y 
libertad, que es la primera y más urgente necesidad de 
su desarrollo material y moral, era indispensable unifor­
mar los intereses/'epeontrados de los aliados, eliminando 
toda cuestión futura que fuese capaz de interrumpir la 
buena armonía de sus relaciones.
Preciso fué, pues, arreglar la navegación de siis ríos 
interiores sobre basés- anchas y liberales, combinar sus 
relaciones comerciales y de buen vecinaje, sobre el pie 
de la mayor equidad ó igualdad posible,* y deslindar 
los límites de sus dominios territoriales con despren­
dimiento y justicia.
Todos estos actos se ejercieron, y todos ellos han 
sido las bases y las condiciones de la alianza que ha 
traído á la República la situación en que se encuentra. 
Es éste el momento de reconocer y recomendar á vues­
tra consideración y á la de todo el país, el noble y 
generoso proceder de aquellos gobiernos. En ellos ha 
encontrado la República, cooperación franca y leal, y 
el más elevado desinterés.
Antes.de ahora ya tuve el honor de informaros, que 
dolido de las calamidades de la guerra, é inutilizados 
todos mis esfuerzos por que ellas terminasen lo más 
antes, sin mengua del honor y de los intereses nacio­
nales, había solicitado y obtenido de los gobiernos de 
Francia é Inglaterra la interposición de su respetable 
mediación.
Cábeme ahora el pesar de comunicaros que esa me­
diación, empleada conjuntamente, terminó, sin que aque­
llos gobiernos hubiesen podido obtener el objeto único 
de su noble empeño.
Separado el de Inglaterra de los compromisos con­
traídos cuando menos podía ni debía esperarse, conti­
nuó solo el de Francia, quien no ha cesado de traba­
jar por llegar' á un resultado satisfactorio.
Si la Francia no ha podido conseguirlo, la República, 
le debe al menos la modificación de aquellos males y 
aun apoyo y auxilios que han contribuido poderosa-, 
mente á los felices días en que hoy se goza.
Permitidme, señores, que vuelva á congratularos. Li­
bre la República de las asechanzas de un vecino in­
quieto é inmoral, en posesión pacífica de todos sus de­
rechos, respetada en el exterior, tranquila en el interior, 
y con fuertes apoyos para hacer prevalecer vuestros 
mandatos, é imponer el orden en donde quiera que la 
anarquía ó la demagogia lo amenace, empezáis vuestras 
laboriosas tarcas bajo los más felices auspicios. Que 
el Todo Poderoso os preste el auxilio omnipotente de 
sus bondades y que la Patria glorifique vuestros nombres.
Están abiertas las sesiones.
Disponiendo la entrega del mando
El Senado y Cámara de Representantes de la Repú­
blica Oriental del Uruguay, reunidos en Asamblea
General, etc., etc.,
DECRETAN
Artículo l.° En cumplimiento del artículo setenta y 
siete* de la Constitución, el Presidente del Senado pro­
cederá á encargarse del Poder Ejecutivo de la Repú­
blica.
2.°. Dense las gracias á nombre de la Nación al ciu­
dadano don Joaquín Suárez, que ha desempeñado las 
funciones de Poder Ejecutivo.
Salón do Sesiones del Senado, en Montevideo ó 15 de Febrero de 1852.
BERNARDO P. BERRO. — J oan 
A. la B andera, Secretario del 
Senado. — Juan M. Je la Sota, 
Secretario.
Replica de Joaquín Niiárcz 
El Presidente de la República.
Montevideo, Febrero 1G do 1852¡
Honorable Asamblea General :
Ayer me ha sido comunicado que V. H.; de confor­
midad con lo dispuesto en el art. 77 de la Constitu- 
cióri, ha resuelto que el Presidente del Senado proceda á 
encargarse de) Poder Ejecutivo, cuyas funciones desempe­
ño en mi calidad de Presidente provisorio de la República.
Consecuente con los principios de orden y desinte­
rés que jamás lian dejado de ser los únicos regulado­
res de mis acciones en mi larga carrera pública, acato 
y obedezco el mandato de V . H.
Es ese un deber que me impone el amor que pro­
feso al país que me vió nacer y á las conveniencias 
de la delicada situación actual.
Sin embargo, no menos celoso de las prerrogativas y 
derechos del alto puesto que me cupo la honra de 
desempeñar, durante esa época tan desgraciada como 
gloriosa que acaba de terminar, juzgo de mi deber 
manifestar á V. E. que no considero aplicable al caso 
que nos ocupa el artículo constitucional que sirve de 
base á la resolución adoptada.
Jefe de un gobierno provisorio, ejerciendo como tal 
las funciones del P. E. de la República, no estoy en 
ninguno de los casos que previene el art. 77 de la 
Constitución.
En esa posición, el poder que . invisto sólo puede 
pasar al Presidente efectivo de la Nación; porque sólo 
en él reside el P. E. originaria y realmente; y por­
que no siendo divisible la persona moral de un go­
bierno, que es el conjunto de todos los poderes del 
Estado, no puede decirse que ha llegado el momento 
de la subrogación, sinó cuando todos esos poderes se 
hallan legalmente constituidos.
Hechas estas observaciones, que sólo tienen por 
objeto salvar los principios, la práctica observada 
hasta éste, momento y las conveniencias de la Repú­
blica, tan interesada enevitar los sacudimientos y agi­
taciones que son inherentes á toda transición guber­
nativa, concluyo reiterando á la II. A . G. las protes­
tas de mi obediencia y las seguridades de la alta 
consideración que le profeso.
JOAQUÍN SUÁREZ.
M a n u e l H e r r e r a y © b e s .
A la H. Asamblea General.
Be Suárez á Berro 
El Presidente de la República.
Montevideo, Febrero 16 de 1852.
Pronto á cumplir con lo resuelto por la Honorable 
Asamblea General en sesión de-ayer, quiera el señor 
Presidente del Senado, fijar él día y hora en que 
deba tener lugar el acto de la recepción á que aquella 
resolución se refiere, para dar las órdenes consiguientes.
Dios guarde al señor Presidente' muchos años.
JOAQUÍN SUÁREZ.
M anuel H errera y Obes.
Señor Presidente de la H. C. de Senadores.
Be Berro á Suárez
El que suscribe acaba de recibir la comunicación que 
Y. E. le. hace el honor de dirigirle; y en contestación 
le participa que mañana á las 12 del día se presen­
tará en la casa de Gobierno á recibirse de la Presi­
dencia de la República, según lo dispuesto por la 
Honorable Asamblea General el día de ayer.
Dios guarde á Y. E. muchos años.
Mootovidco, Febrero lü de 1652.
Bernardo P. Berro.
Excmo. señor Presidente de la República, ciudadano don
Joaquín Suárez.
EL CULTO DE LA VERDAD
El prócerde la Defensa, como con toda propiedad 
se le llama á don Joaquín Suárez, fité todo un carác­
ter ó, mejor aún, un gran carácter, cualquiera que sea 
el punto de vista desde el cual se • observen sus pro­
cederes ó se estudien sus acciones.
Impulsado por la noción de la libertad secundó al 
general Artigas en su ardua empresa de emancipar el 
país; dispuesto al sacrificio de su vida militó con Ron- 
deau cuando éste sitiaba la ciudad de Montevideo desde 
la cumbre del Cerrito; pero herido en su dignidad de 
ciudadano -renunció á toda participación en los asuntos 
públicos durante el dominio ¿de. Jos portugueses^ y se 
retiró á su domicilio, como si con su abstención y su 
silencio quisiese protestar contra el ultraje inferido al 
suelo de la patria.
Su alejamiento duró, hasta que se produjo la teme­
raria empresa de Jos Treinta y Tres, á cuyo éxito coo­
peró con dinero é influencia, ayudando, además, á 
Lavalleja,— lo que no fué un obstáculo para que éste, ol­
vidándose del poderoso y abnegado concurso que. Suárez 
le prestara, se indispusiese con él, obligándolo á apar­
tarse de su trato y comunidad, hasta que la voluntad 
popular, espontáneamente manifestada por medio del 
sufragio, lo condujo', en 1830, con gran contentamiento 
de los elementos más sanos, más cultos y más distin­
guidos de la sociedad de entonces, á ocupar una banca 
en la Legislatura Constitucional.
Desde entonces desempeñó funciones públicas, bien 
formando parte del Gabinete como Ministro de Estado, 
ya como Representante, Senador ó Vicepresidente- de 
la República, en cuyo último puesto lo encontró Ja 
invasión de las hordas rosistas el año 1842.
El largo período de la heroica defensa de Montevi­
deo lo tuvo á su frente, y no pocas veces, valiéndose 
de su energía, de su prudencia, de su influjo, ó. de su 
tino,-según los casos, evitó conflictos, salvó dificultades 
y ahorró al país lágrimas y sangre, tan preciosa en 
aquellos momentos en que los leales defensores de la 
plaza caían diezmados por el plomo homicida de los 
sicarios del tirano argentino.
Terminada Ja epopeya tan gloriosa como sangrienta 
que aumentó con brillantes páginas la historia nacio­
nal, Suárez volvió á su retraimiento bendecido por sus 
correligionarios, respetado por sus contrincantes y en­
salzado por todofc los ciudadanos, que reconocían en él 
tanto patriotismo como abnegación, tanta firmeza, como 
consecuencia y tanta generosidad como modestia.
A l retirarse á su hogar paterno, que más que casa 
solariega era montón de ruinas, en busca del reposo 
qué necesitaba su espíritu trabajado y su cuerpo ren­
dido, el velo del olvido no envolvió su preclaro nom­
bre, pues el pueblo, como colectividad política, lo eligió 
Senador, distinción que decjinó en atención á sus acha­
ques; los gobiernos le asignaron dádivas y honores, 
aceptando éstos y rechazando aquéllas, y los ciudada­
nos, individualmente, lo visitaban con respeto, lo salu­
daban con afecto y pronunciaban su nombre como se 
pronuncia el del padre idolatrado ó el del amigo pre­
dilecto.
No son de extrañar estas demostraciones de cariño, 
estas evidentes muestras de veneración, porque los epi­
sodios de que está llena la larga vida política de don Joa­
quín Suárez los conocían todos los habitantes dél país, 
quienes repetíanlos para admirar ó enaltecer al héroe»
Además, su carácter bondadoso lo hacía simpático á
nacionales y extranjeros, su ejemplo servía para forta­
lecer á los débiles, su modo de ser era envidiado por 
los atrabiliarios inconscientes, y .sus virtudes cívicas re­
templaban el ánimo de sus conciudadanos.
Nadie ignoraba que aquel hombre singular había sa­
crificado su colosal fortuna en aras de la libertad del 
suelo nativo, y que cuando la Asamblea de 1850 Je 
acordaba cincuenta mil pesos como parte ínfima de las 
gruesas sumas facilitadas por él al Estado, se. negó á 
recibirlos, pues siendo muchos los ciudadanos que ha­
bían sufrido quebrantos en sus fortunas, no era lícito, 
según manifestó en documento público que pe conserva, 
que él solo fuese el agraciado, pues si común fué el 
infortunio, común tenía que ser también la recompensa.
Su genio no deslumbraba por su acción fascinadora, 
pero sabía imponerse plácidamente, cual se imponen los 
caracteres grandes; no fué estadista de genio como 
tantos otros cuyos nombres son llevados en alas de la 
fama, pero sinceró y persuasivo conseguía lo que deseaba 
merepd á estas dos innatas cualidades.
Ardía en su alma el fuego sagrado del patriotismo, 
y todo lo posponía al interés de la colectividad, al 
bienestar de sus conciudadanos y á la honra y glo­
ria de la República.
Los rasgos enumerados y las cualidades expuestas, 
sony en suma, no sólo la historia, sino el carácter de don 
Joaquín Suárez, quien reunía, además, otras muchas 
condiciones no menos dignas de especial mención, 
como, por ejemplo, la de decir, usar y profesar la 
-verdad, hacia la cual tenía un culto rayano en el fana­
tismo.
En efecto, entre otras virtudes poseía la de no men­
tir, la de no emplear doblez, la de ser franco,, noble é 
ingenuo, aunque esta lealtad y este culto á la verdad 
redundase'en su propio perjuicio. Siempre que una 
cosa se ajustase á la verdad, Suárez convencía y per­
suadía de un modo tan concluyente, que lo que él ase­
guraba se tenía cotilo indiscutible. He aquí por qué su 
palabra no fué jamás puesta en duda ni en ninguna 
ocasión ni por nadie absolutamente, siendo prueba evi­
dente de ello el siguiente episodio:
Cuando este hombre ejemplar, tres veces proclamado 
benemérito de la patriá, residía en su casa conocida 
por el Mirador de Suárex, retirado de los asuntos pú­
blicos y entregado á sus recuerdos de gloria inmarce­
sible y fugitivas grandezas, pero sin haber perdido 
nunca el alto aprecio de sus compatriotas, se presentó 
un anciano militar que solicitó una conferencia con el 
estoico adalid de todas las buenas causas.
Introducido á su presencia, expuso el recién llegado 
que tenía tramitando en .las Cámaras uh asunto sobre 
reconocimiento de su jerarquía militar, pero que, á 
consecuencia de faltar en el expediente algunos,requi­
sitos, aquella elevada corporación se encontraba en la 
imposibilidad de acceder á su solicitud,, circunstancia 
que lo tenía Cometido á la más cruel estrechez, de la 
cual era víctima inocente su numerosa familia; y que 
se permitía rogarle que atestiguara con su firma la jus­
tísima razón que le asistía, confirmando con su veraz 
palabra sus ingenuas declaraciones»
Inmediatamente el veterano oriental pasó á relatar 
las "acciones de guerra en que se había encontrado, 
sus hazañas más salientes, los sucesos políticos en que 
había intervenido; yfinalmente, expuso el caso concretoque le faltaba justificar para obtener lo que pedía.
Don Joaquín Suárez lo escuchaba con religioso re­
cogimiento, pues el viejo soldado evocaba recuerdos de 
hechos que él también había presenciado,.y su relato 
era una especie de caleidoscopio que reconstituía fechas,
hombres y sucesos de una manera tan prolijamente 
exacta, que no pudo menos de interrumpirle, diciéndole: 
— Amigo, todo lo que Vd. dic& es cierto, y, por 
consiguiente, no tengo ningún inconveniente en confir­
marlo por escrito y en testificarlo con mi nombre, no 
dudando que Vd. obtenga lo que con sobrada justicia 
pretende, pues en cuanto las Cámaras vean m i firma 
lo creerán sin dificultad, porque todos saben que yo nunca 
he mentido.
Y así fué, en razón de que la veracidad de don 
Joaquín Suárez era tan proverbial que, si alguna vez 
se equivocó durante su vida, á través de la tradición 
pasa como cierto lo que fué de su parte involuntario 
error.
O r e s t e s A r a ú j o .
Montevideo, Julio l . ° de 1890.
HIMNO Á SUÁREZ
C El profesor Miraglia, cuyas distinguidas dotes 
de compositor han levantado en nuestro público 
• más de una salva de aplausos, nos comprometió 
á escribirle unos versos para un himno á Joa­
quín Suárez. Lo hicimos con gusto, pero sin 
suerte, y se lo dimos anónimo. Pero 61 le plantó 
el nombre al imprimir la música; y ya que la 
cosa se sabe, publicamos los versos, esperando 
que los salve ¡a intención que los inspira).
Orientales: alzad la cabeza!
Ciudadanos: alzad la mirada!
Saludad una santa m em oria!
Venerad una gloria ¡fin mancha!
Joaquín Suárez le llama la Historia;
Gran patricio le nombra la Fam a;
La luz pierde su brillo á lo lejos :
Él se aleja, y su brillo se agranda!
El peligro probó su energía,
La Defensa probó su constancia,
Su templada virtud de patriota 
Que no tuvo otro amor que la patria!
Hoy el pueblo Oriental lo recuerda
Y rodeando su efigie lo aclama.
Oh Justicia! bendita tú eres 
Porque llegas al fin, aunque tardas!
Y bendito de Dios es el pueblo 
Que. conoce su deuda y la paga,
Venerando al austero patriota
Que no tuvo otro amor que la patria!
Levantad, levantad la cabeza!
Levantad, levantad la mirada!
Venerad esa sania memoria!
Saludad esa gloria sin mancha!
ENTRE GRANDES
S U Á R E Z Y G Á R I B A L D I
EL URUGUAY É ITALIA
Debemos las dos cartas que siguen, así como otros 
importantes documentos con que damos relieve á este 
número de L a. C r u z a d a ,* á la buena amistad del dipu­
tado señor Teófilo Díaz, que se honró con d afecto de
Joaquín Suárez. El recogió con patrióticas exigencias, 
de manos del prócer, esas hermosas cartas en que dos 
grandes corazones fraternizan, y á través del Atlán­
tico, cambian sus mensajes de cariño y sus votos co­
munes por la libertad y la ventura de dos países ge­
nerosos. que ambos amaban. ¡ Qué originales grandezas 
las de esos dos hombres excepcionales, cambiando con­
fidencias! La plácida, la apostólica verba de nuestro 
prócer resalta por el contraste con la sincera y elo­
cuente rudeza del caballero cruzado de la libertad.
El Comité de Honores á Joaquín Suárez ha resuelto 
invitar á las sociedades extranjeras para que formen 
en la columna cívica que en el día solemne* de la inau­
guración de la estatua irá á saludar al prócer. Para 
las sociedades italianas, estas cartas que publicamos 
como un bello regalo á los lectores de L a C r u z a d a , 
serían una razón más, si por ventura necesitasen otra 
que la de las glorias comunes en aquella inolvidable 
época histórica.
Señor General don José Garibaldi. — Italia.
Montevideo (Arroyo Seco), Febrero 25 do 1860. .
Mi querido General y amigo:
No sería consecuente con mis sentimientos si guar­
dase silencio cuando |a Europa entera prorrumpe en 
vítores al héroe de la Libertad Italiana. Y sería 
tanto más notable este silencio de mi parte, desde que 
usted conoce bien lo que le he distinguido haciendo la 
debida justicia á su patriotismo, intrepidez y altura.
La causa que usted defiende es la causa de todos 
los hombres que han peleado por la independencia de 
su patria, es la causa que he defendido por el espacio 
de 40 años, sacrificándole mi reposo, mi fortuna, y 
todo lo más caro que tenía; y por lo tanto no puede 
serme indiferente.
Sus hechos gloriosos y heroicos, sus rasgos magná­
nimos al frente de la Legión Italiana, por mar y 
tierra, en defensa de las instituciones y de la Inde­
pendencia de la República Oriental del Uruguay, ya 
rae daban la medida de lo que es usted hoy en la 
Italia, su patria; lo que será usted mañana.
Todas las naciones tienen su época de redención, y 
la de Italia está muy cercana; y usted, mi querido gene­
ral, parece estar destinado por ̂la mano de Dios para 
redimirla. Usted ha comprendido con recomendable 
altura la época de su bello país: l a u n i d a d i t a l i a n a 
y l a l i b e r t a d , y ha sabido* ante esos dos grandes 
principios inclinar su frente y prestar su brazo, en 
que sus hermanos no han trepidado en apoyarse.
El resultado de la empresa no puede ser dudoso, la 
decisión de la Providencia tampoco. Una santa causa 
triunfa siempre cuando, como usted, general, la sostie­
nen hombres de corazón. General Garibaldi, adelante! 
el mundo ya le contempla con admiración, la historia, 
le reserva hermosas páginas.
Quiera el cielo, mi querido general, que no vea 
usted, después de una vida llena de sacrificios, con­
cluir sus días en medio de amargos desengaños; pero 
el apostolado del patriota es el sacrificio, y su recom­
pensa está en el sacrificio mismo, y en la tranquili­
dad imperturbable de su conciencia.
Me hago un deber en no cerrar la presente Bin rei­
terar mis más afectuosas protestas de amistad y mi 
profunda gratitud como oriental por lo que le debe la 
Independencia de mi patria.
Adiós mi querido general: un viejo hermano de 
causa no puede concluir sus días sin dirigirle un abrazo
lleno de entusiasmo desde este extremo del continente 
Americano, y hacer votos al cielo por que el éxito 
corone sus sacrificios.
Que la Italia sea libre!!
JOAQUÍN SUÁREZ.
Torino, 20 de Abril de 1860.
Señor don Joaquín Suárez.
Mi muy querido amigo:
Su carta del 25 de Febrero, ha sido para mí muy 
preciosa. Usted ha despertado en mi alma mil recuer­
dos que me han conmovido sumamente. ¡ Usted, venera­
ble y virtuoso Presidente de la República del Uruguay 
en una época de peligros y d e . calamidades nunca 
vistas en otra parte de la tierra, usted, impávido y 
destemido en ese período de guerra de gigantes, corro­
borando con su noble conciencia, la resolución de los 
patriotas decididos á defender, á todo.trance, la causa 
de la libertad é independencia de mi segunda patria!.
Entre sus valerosos conciudadanos, yo he aprendido 
cómo se pelea al enemigo, como se sufren los padeci­
mientos, y sobre todo, cómo se resiste con constancia, 
en la defensa de la causa sagrada de los pueblos, á 
la prepotencia liberticida de los déspotas.
Nada rae debe su bella patria; yo hice débilmente 
mi deber de soldado de la libertad, y estoy ufano de 
mi título de Ciudadano de la República.
Déme sus caras noticias, mi noble amigo; mande en 
toda circunstancia á su apasionado por la vida.
GL G A R IB A L D I.
ARTIGAS
N os com place gratam ente el carácter p a trió tico 
que, sin p ropósito deliberado nu estro, ha tom ado 
este núm ero de L a Cr u za d a , derivando á tan sim ­
p áticos cauces p or una in clin ación n gtu ra l de nuesr 
tro esp íritu .
A las colum nas dedicadas á Joaquín Suárex, s i ­
gue este recuerdo á A rtigas. E s u n brioso discurso 
pronunciado en una velada cívica celebrada en T ri­
nidad, p or un jo v en y fervoroso correligion ario. P or 
su m érito p rop io lo publicam os, y. p o r q u e de A rti­
gas se trata. N uestra vieja devoción artigu ista no', 
puede escuchar u n hom enaje entusiasta sin sen tir 
p atriótica com placencia, A fu erza de entusiasm o, 
que la ju ven tu d debe ir encendiendo y alim entando 
constantem ente en su coraxón, ha de im ponerseen la 
historia de A m érica, con su alta estatura de liberta­
dor, esa pu jante figu ra de nuestra tierra , m ás cre­
cida y gallarda cuanto m ás la p u la el tiem po, se­
cando la zizañ a que ha pretendido ahogar la poderosa 
figu ra del héroe de L as P iedras. Irá cayendo la m a­
leza, irá desapareciendo la yerba víala de envidia y 
ren cor, para dejar, lim pia y gigante, altiva en tre las 
m ás grandes, venerada y heroica, la figu ra de aquel 
que conservó., nuestro p a trim on io y m arcó la línea 
ideal de nuestras fron teras sobre la tierra estrem ecida 
p or la gran revolu ción ; -de aquel que fu é m agná­
nim o y noble, devolviendo a l D irectorio de B uenos
A ires los p rision eros que entregaban á su ju sticia , 
diciendo que A rtiga s n o se ven gaba ; de aquel que 
acaudilló' p o r p rim era vez las huestes gauchas y les 
dió Ih idea de su p rop io va lor y de su hom bría 
en tre las dianas del tr iu n fo ; de aquel que fu é 
am paro de los débiles' y pro t e c to r d e los p u e ­
blos l ib r e s ; de aquel que, sem ejante á M oisés, 
llevó detrás de s í á todo un pu eblo perseguido 
y estoico, en un É xod o digno de constar en las 
páginas eternas de la B ib lia ; de aquel que, vencido, 
fu é á ocu ltar su derrota en é l destierro, dejando sobre 
esta m argen del P lata el germ en de u n pueblo libre ; 
de aquel que, llam ado á nom bre de un partid o, del 
fon do de la selva paraguaya, se negó á volver á la 
tierra nativa, á la tierra suya , h ija de su esforzad o 
sacrificio , p a ra que s u nom bre n o fu ese d ivisa en 
su pueblo, y pudiese pasar en los labios y en el cora­
zón de todos los orientales, "á la rem ota posteridad.
La leyenda de A rtigas debe ser relig ión de todos 
los h ijos de esta tierna que él en trevió libre y fu erte 
en su s audacias de guerrero y en sus sueños de p a ­
triota . L a ciudad dé San J osé va á in icia r p ron to la 
glorifica ción del P rotector. ¿ P or qu é no aprovecham os 
su ejem plo, ahora que la in au guración de la estatua 
de S uárez va á reinover la capa de p olvo que pesa so­
bre las santas m em orias? A rriba la ju v en tu d ! H on­
rem os á los nu estros, venerem os á los grandes, sea­
m os dignos de los sacrificios que llenan nuestra 
historia . Que, cuando n u estros próceres, con ayuda 
del p atriotism o y del tiem po, hayan véncido á la crí­
tica pcqueñuela y árida que in ten ta corroer sus p e­
destales de p ied ra ; cuando nuestras fechas tengan 
consagracionés solem nes y recuerdos entusiastas ; 
cuando hayam os hecho nuestro E vangelio p a triótico 
con ejem plos y palabras de nuestros p rofeta s y nues­
tros m ártires, entonces, podrem os decir que nuestra 
nacionalidad está sa lva d a ; entonces podrem os abrir 
nuestra h istoria ante los ojos del extran jero, y a fron ­
tar los reveses con esperhnzada entereza , pensando 
que de m ás duros torm entos han sacado á la patria 
victoriosa y entera, en su altiva integridad, los hom ­
bres que, com o A rtigas, R ivera , S uárex, H errera y 
Obes, L avatteja, adivinaron la hegem onía de un 
pueblo que había de ser, que ha de ser fe liz y p rom i­
nen te en el fu tu ro , tan to Como es trabajador y sen ­
sato en e l presente.
D ejem os y a la palabra, que tratando éstos tem as 
se nos pega en los labios, y pasém osla á n u estro in ­
teligente com patriota el señ or O rtix, que va á decir­
nos su bello 'd iscu rso en honor del solita rio de las 
selvas paraguayas.
Los actos que tienden á honrar la metíioria de nues­
tros -próceres, son actos verdaderamente grandes y que 
por 16 mismo encuentran entusiasta acogida en nuestro 
pueblo.
La fiesta que nos ofrece hoy el Centro Democrático 
conmemorando el natalicio de José Gervasio Artigas, 
nos brinda la ocasión de reunirnos, impulsados por una 
misma aspiración: la de patentizar nuestra veneración 
al que fué primer jefe de los orientales; á aquel que 
en la alborada del 9 de Abril-de 1811 pisaba el suelo 
oriental con la doble misión de levantar la provincia
contra el poder del virreinato y de sembrar la prodigiosa 
semilla que había de dar al mundo como fruto, una na­
ción: la nuestra.
Al evocar los recuerdos de aquel pasado heroico, de 
aquellos tiempos de constante y titánica lucha, el co­
razón del .patriota se ensancha y el alma se estremece 
al soplo mágico del entusiasmo.
V ed agruparse en torno del caudillo esa hueste de 
bravos y marchar con él á la lucha y á la g loria!
Allá van los bisónos, soldados de la Independencia á 
medir sus armas con los veteranos realistas, que ceden 
impotentes á su empuje en San José, en el Colla, en 
el Paso del R e y ; y los últimos rayos del Sol del 18 
de Mayo de 1811 iluminaron con dorados reflejos un 
nuevo laurel en la frente de A rtigas: el triunfo de 
las Piedras. Y esta victoria que forma, no sólo una 
de las más hermosas páginas de nuestra historia, sinó 
también de la Independencia Americana, fué, puede 
decirse, el golpe de gracia dado al realismo en nues­
tro suelo.
No pretendo, señores, haceros aquí la historia de 
nuestro legendario caudillo; hay en ella tanta gloria, 
que me siento impotente para intentarlo siquiera. Hay 
en sus últimas páginas tanto infortunio, que el ánimo 
se contrista á su recuerdo.
Aquel batallador incansable que en las horas del 
primer sitio á Montevideo, concebía la idea de convo­
car el primer Congreso Oriental; que la llevaba á 
efecto; que daba instrucciones preciosas á los Repre­
sentantes que debían ir á la Asamblea General de 
Buenos A ires; que se revolvió heroico pero desgra­
ciado, durante cuatro años, contra la invasión portu­
guesa, protegiendo con su espada á todos los habitantes 
de la Banda Oriental que le siguieron en masa á sus 
campamentos, el que un día,, con altivez soberbia, dijo: 
u no venderé el rico patrimonio de los orientales al 
precio de la necesidad ” ; aquel gigante de nuestras tra­
diciones gloriosas, desapareció para siempre del suelo 
natal vencido por la adversidad, ávida siempre de herir 
á los grandes hombres.
El 23 de Septiembre de 1820, cruzaba el Paraná y 
entraba á la tierra del ostracismo. Desapareció Ar­
tigas de la tierra oriental i pero la simiente que él 
había plantado no fué estéril: di ó espléndido fruto. 
¿ Sabéis cuál fué ? Os lo dicen las arenas de la Agra­
ciada, estremecidas bajo las plantas de los Treinta y 
Tres; lo dicen las dianas triunfales de Sarandí é Itu- 
zaingó; lo dice el 25 de Agosto del año 25; lo 
dice el Pueblo Oriental, discerniendo á Artigas el glo­
rioso título de Fundador de nuestra Nacionalidad!
Sobrevino otra época-de lucha y heroísmo: nuevos 
triunfos coronaron las armas de nuestros bravos y nues­
tra autonomía nacional fué la realización feliz de su 
empresa.
Entre tanto, ¿ qué era del proscripto del Paraguay V
A llá estaba encerrado entre sus selvas, en el pueblo 
de Curuguaty, labrando la tierra y repartiendo sus 
cosechas entre los pobres del lugár.
Allá estaba, alejado del mundo, viviendo en la po­
breza, ignorado e ignorante de los acontecimientos de 
su patria.
Acá había esgrimido la espada en defensa de los Pue­
b los: allá empuñaba el arado para proporcionarse el 
sustento 1
Fué aquí el rayo de la guerra que sembró el terror 
y la muerte en las Alas enemigas: allá el patriarca de la 
caridad que llevaba auxilios y consuelos á los enfermos.
Aquí se enorgulleció con el título de Jefe de los 
Orientales; la provincia de Córdoba le aclamó un día
su protector; allá mereció el título de Padre de los 
P obres!
Si fué grande y noble en la próspera fortuna, grande 
y noble se conservó en la adversidad.-
Y así vivió treinta años en extranjero suelo, hasta 
que llegó la hora del sueño eterno para aquel cuya ca­
beza cana ceñía la doble aureola de los héroes y de 
los mártires. Cayó para siempre el viejo luchador de 
nuestra emancipación, y las brisas paraguayas trajeron 
hasta la tierra Oriental, envuelto en los perfumes de

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