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LA CRUZADA PERIÓDICO DE POLÍTICA, ADMINISTRACIÓN, MILICIA Y LETRAS Oficinas: Ccrrito 230 Redactor CU Jefe: M ANUEL BERN ÁRDEZ Suscripción.... S 0.60 Salo loa dina 2, 13 y 23 En campaña.. . .0 .6 0 A ño I ' • M ontevideo , 12 de Julio de 1896 N tím. 8 LA ERA DE LAS ESTATUAS Al Jefe del Estado, ciudadano 'don Juan iiliarte Borda, que inició como Senador la glorificación de Joaquín Suárex - y será el primer Presidente que entregue al pueblo la estatua de un prócer. » Dentro de seis días la estatua de Joaquín Suárez será entregada al* pueblo de Montevideo. Y con el anhelo más sinpero de no equivocarnos, presagiamos que esta solemnidad va á iniciar en nuestro país la era de las estatuas, tan lamentablemente retardada. N o podemos quejarnos de que no se haya hecho hasta ahora algo por 'la estatuaria en el país. Se lian decretado varias estatuas. Pero la facilidad para decre tarlas parece haber estado en relación directa con la dificultad para erigirlas. Hay un poco de anarquismo, algo del alma de Erós- trato, en nuestro espíritu de pueblo. Todo lo que sea voltear, destruir, nos halla pron tos; poro si se trata de levantar y honrar, nos da una pereza contagiosa. Con razón dice Eugenio Garzón que Montevideo es tal vez la única ciudad donde se dice; vamos liasta la estatua; lo que prueba que no hay más que una------ Las repúblicas americanas más señaladas por su desarrollo intelectual, Estados-Unidos, la Argentina, Chile, 'tienen sus paseos presididos por las. estatuas de los libertadores, de los hombres que honraron á ‘su patria ó rindieron su vida en holocausto á un deber huma nitario,— cenáculos magníficos son esas plazas donde el salvavidas de Luis .Víale ha sido tan honrado como el sable de San Martín ! Bueno y honroso será que reaccionemos, para nues tra democracia y para el espíritu de nuestro pueblo, que tan largos eclipses de civismo ha sufrido, más que por falta de virtudes propias, por influjo de las pre ponderancias subversivas que lo han avasallado, por estrecheces de criterio que lo. han enceguecido, ha ciéndolo alguna vez cómplice de dolorosos olvidos ó de más dolorosas negaciones. Bueno y honroso será esto para el pueblo que se forma, si como los pueblos errantes del «Asia antigua que dieron origen á la civilización del mundo, empieza por levantar sus altares cívicos y sus dioses penates sobre la tierra elegida para cuna de los hijos y tumba de los abuelos. Es un deber de todos honrar á nuestros hombres le gendarios, y aun á aquellos que sin ser de torso extra ordinario, puedan aparecer puros antela Historia, ó ilu minados por alguno de aquellos arranques patricios que levantan y salvan del olvido al afortunado qiie los con suma. Nos faltan hombres para venerar á los ciuda danos de este pueblo donde ha habido tantos hombres. Y es que los cultos cívicos se dividen irrazonablemente, y parece que tendieran á subdividirse todavía, amena zando dejarnos en aquella desolación del derviche pri vado de sus ídolos, que en medro del desierto pedía á gritos una piedra, una bestia ó una flor para adorar, en su ansia de postrarse y ser creyente. Contradicción curiosa ! Las doctrinas positivistas avan zan, predominan en nuestro medio,; y los hombres del pasado se empequeñecen por la acción corrosiva de una crítica dura y despiadada, que parece querer llegar al esqueleto, sin dejar al pueblo las figuras solemnes, ves tidas con ropas de virtud, con que el positivismo reem plaza á los dioses del templo desierto. Perdemos la fe, y no ganamos la certidumbre del ejemplo. Parece qué nos llevan la esperanza y no nos dejan la suges tión hermosa del deber, encarnado en la efigie de aque llos que para cumplirlo siguieron la amarga senda de la adversidad, del destierro y de la muerte! Hay que volver sobre esto. Y, para ello, es preciso que con el Monumento de la Defensa se inicie* en la República la era de la estatua. Surjan nuestros próceros en la reposada serenidad de la vida plástica, para que en torno de sus estatuas el pueblo acuda, en sus horas de flaqueza, á recoger alien tos, y en sus días de regocijo, á rendir parias de reco^ nacimiento. Ilay que honrar, edificar, dignificar! y sobre todo, no morder! Hace algunos años, se celebraba en Suiza una fiesta en honor de Guillermo Tejí. Un. sabio extranjero, de paso en aquel país, aprovechando la oportunidad, pu blicó un erudito trabajo probando acabadamente que Guillermo Tell y su heroísmo eran sól.o una ficción del atormentado pueblo helvético, que había buscado acaso un héroe' como consuelo, para oponerlo, en sus ansias de libertad, á la tiránica y sangrienta figura de Gessler. El escritor probaba sus dichos y ejercía un derecho que en Suiza más que en ningún otro país del mundo es grande y venerado.-Sin embargo, el pueblo todo, con sus autoridades á la cabeza, se reunió en la plaza pú blica, numeroso y solemne, y en medio de la más impo nente y tranquila indignación, quedó decretada la expul sión del sabio que había osado atentar contra el héroe nacional. Entre* tanto, nosotros discutimos si Artigas montó á los españoles con espuelas ó si fué un héroe magnánimo, recordando apenas para esto, que devolvió al Directorio de Buenos Aires los miembros en desgracia que habían puesto á precio su cabeza... . Y no faltan exegetas que escarban en la vida personal de Rivera para demostrar con j-úbilo verdaderamente caribe, que era jugador y mujeriego, sin fijarse en la otra vida del héroe, en su vida inmortal, constelada por las fechas de Guayabos, del Rincón, de Misiones, dé Cagancha—sin cegar, in sensatos ! ante la estela de patriotismo que dejó aque lla alta figura en bu dilatadá carrera de libertador. De una vez por todas, enterremos esas miserias y respetemos las grandes figuras del pasado, sin las cua les nuestra historia sería sólo un charco infecto de san gre y lágrimas. Por sobre las* desgracias y los desalien tos, por encima de las' pasiones y las divisas, dejemos que se yergan alturas hacia las cuales puedan volverse los ojos, con orgullo en los días de satisfacción cívica ó con esperanza en las horas de riesgo. Acaso tienen razón los que sostienen que la cabeza del vencedor de las Piedras era la que primero debía alzarse sobre el granito de la gratitud nacional. En rigor, le correspondía. Es el primero, pour droit de naissance et pour droit de conquete. Pero la ley pre existente, que el Gobierno ha cumplido y en virtud de la cual se lia levantado primero el hombre de la D e fensa, no puede de ningún modo ser llamada razón de partido, — porque Suárez, como todos los grandes de nuestro credo, fué un partidario que consagró á la patria los esfuerzos y los sacrificios de los suyos, y los propios. El Partido Colorado levanta hoy el bronce de su prócer, y es lógico; pero ningún oriental, aunque sea adversario, puede ver esa justicia sin sentir que algo en su corazón, á su pesar, la sanciona. Y nosotros afirmamos esto, porque si mañana el Partido Blanco reuniese sus fuerzas para levantar una estatua á Lean dro Gómez, 'siendo tan grandes como son las dife rencias entre la talla de ambos defensores, tendríamos7 el coraje, no sólo de pensar, sinó de decir en voz alta que el Defensor de Paysandú, y Píriz como él ó más que él, merecía la estatua, porque fueron leales á su fe política, porque fueron intrépidos y honraron á la raza. Esto diríamos y esto decimos desde ya, importándo nos poco para opinar, que los adversarios no saluden al prócer de la Defensa. Si tal hicieran*.. . . seguiríamos pensando como pensamos, y no nos extrañaría, porque sabemos las profundas diferencias .filosóficas que sepa ran al partido de Paysandú del partido de Montevideo, — las mismas que hay entre una autocracia y una agru pación liberal, — allá, en el campo contrario, intransi gencias iracundas, puentes levadizos, pretensiones de casta,— y aquí, propósitos de trabajar por el honor co mún, pan y sal, sol y patria para todos,tolerancia, amor para el hermano, piedad para el vencido, res peto para el enemigo que. supo caer en su ley. Que el sano impulso no se detenga en la primer jornada. La Plaza Independencia debe poblarse de pro ceres en lo que falta de siglo, para que el país entre á la nueva edad aliviado de deudas. Artigas, el padre, en el centro, más altó que nadie, dominando el liori? zonte como un Numen. Rivera, el heredero de su sueño heroico, Lavalleja, el jefe de los Treinta y Tres, y Garibaldi, — en los tres ángulos libres. Y habrá entonces para el pueblo lecciones vivas de patriotismo, de fe, de constancia, de invencible denuedo, de desinteresada abnegación — de todas las virtudes que ennoblecen al hombre y lo subliman, elevándolo á la dignidad sobe rana del arquetipo. Colón, á la entrada del Puerto de Montevideo, debe levantarse sobre base gigantesca, como el genio de la navegación, Adamastor bondadoso de la leyenda cristiana, enseñando la ruta de América á todas las proas del mundo. Y habremos concluido ? N o ! Faltarán muchos grandes de los nuestros : faltarán Manuel Herrera y Obes, San tiago Vázquez, Melchor Pacheco, Andrés Lamas, los gran des corazones, los potentes cerebros, — faltará el viejo Ansina, que siguió á Artigas al destierro, cuidó su vida de anciano y veló su último sueño, y que tiene el derecho de ser puesto al pie del grande, acompañándolo toda vía en la inmortalidad, donde también se admite á los humildes. Faltará Lucas José Obes, el eminente hijo adoptivo de la República,, que á nadie cedió en pa triotismo y desinterés; faltará Luis Eduardo Pérez, el servidor probo y leal de los principios republicanos,— Garzón, el soldado de la campaña del Perú, el estra tégico de Ituzaingó, el patricio de 1851; faltará Ma- ciel, el padre de los pobres que vivió como un apóstol y murió como un patriota; faltará Larrañaga, el gran evangélico que confundía en un santo fervor el amor á la patria y el amor á la ciencia, — y faltarán tantos otros! tantos pensadores! tantos soldados! Pero de nuestro tiempo faltarán dos elevadas cervices: la de Flores, el libertador, y la de José Pedro Varela, tam bién libertador,— libertador de almas. Levantemos estatuas, hagamos historia con hechos, con grandes ejemplos perennes! No incurramos, por indiferencia, en aquella exage ración que la probidad personal inspiraba á los gran des argentinos de 1810 ( 1 ) . Necesitamos hombres para imitar sus hechos, para educar al pueblo con el ejem plo. u En las sociedades nuevas como las nuestras, há dicho el austero Félix Frías, las reputaciones per sonales hieren más vivamente los ojos que los grandes principios. Nosotros no podemos prescindir de las re putaciones, sinó que nos importa realzarlas, á fin de que los grandes nombres populares sean el escudo y la garantía de los bienes sociales que apetecemos. ” Combatamos la indiferencia, que á la. larga se con vierte en ignorancia.. . . Hace pocos días tenía lugar un acto cívico en el Club Santiago Vázquez. Con tal motivo se habló de esa agrupación entre varias personas. Y un ciudadano dé ilustración análoga á la de muchos, preguntó intri gado, después de pensarlo *un p o co : — Pero h om b re .... ¿quién fué Santiago Vázquez? Evitemos la ignorancia del pueblo con respecto á los hombres que lo han servido. Hagamos estatuas, hagamos historia, hagamos patria! No dejemos á nuestros hombres buenos, á nuestros héroes, á nues tros grandes desinteresados, á merced de la crítica extraña, en medio de la indiferencia propia, sin re cuerdos, sin monumentos, sin leyendas, sin respetos públicos; levantémoslos en hombros, rodeémoslos todos, amémoslos como á salvadores, invoquémoslos como á divinidades propicias, — enseñemos á nuestros hijos que es por la senda de esos grandes ejemplos que se llega al honor, á la gloria póstuma, á la inmortalidad! LA ESPADA Y LA TIJERA E L EJÉRCITO POR DENTRO UNA REFORM A QUE SE IM PON E Mensaje al soñor Ministro de, la Querrá. Con motivo de la discusión del presupuesto se ha to cado estos días en la Cámara de Diputados un punto de verdadera importancia, digno de ser considerado con detenimiento para ser luego resuelto con juicio y equi dad. Nos referimos á la desproporción entre los suel dos de que gozan los oficiales del ejército y los gas- (1 ) Un Decreto do la Junta Revolucionaria de aquel tiempo, contenta estos dos artículos: Artículo l.° 'Ñ o so podrá brindar sinó por la patria, pór sus derechos, por la gloria do nuestras armas, y por objetos generales concernientes á la felioidad pública. Art. 10. Toda persona que brindase por algún individuo de la Junta será desterrado por sois años. tos que forzosamente tienen que atender para cumplir el actual Reglamento de uniformes é insignias. Este asunto, tan simpático por su justicia, nos. es fa miliar, por razón de haberlo estudiado detenidamente en otras épocas, redactando una publicación militar. Va mos, pues, á abordarlo de nuevo, siquiera someramente,— que bien vale la pena para desvanecer falsos conceptos y propender á que se aminore en algo la parte vistosa y reluciente del ejército en beneficio de su economía y aun de su moralidad, comprometida con las ingentes deudas que los oficiales se ven implacablemente forzados á contraer. *** Generalmente se cree que el militar anda podrido en plata — se le juzga un potentado desde que lleva espada — de alférez para arriba. Y ésta es tan común idea, que hasta se da el peregrino caso de que á un oficial en viaje le aprieten la mano en posadas y gastos co rrientes, por el hecho de que es militar uy gana mu cho con poco trabajo Esto acaece hasta aquí mismo, con el almacenero, en ej hotel, en la tienda, en todas partes donde lleva uniforme el que paga. Desde este punto de vista el galón es un inconve niente, y la franja una calamidad. Vamos á demostrar con números, teniendo presentes, por un lado el Reglamento de uniformes vigente y por otro la escala de las cuentas de las sastrerías militares, el hecho curioso, aseverado el otro día en plena Cá mara y rigurosamente exacto, de que el militar, desde alférez á general, vive en una eterna deuda con la sas trería. Los hombres de la espada son prisioneros de los hombres de la tijera. Empecemos por un alférez, y después veremos como se averigua un mayor y como sale del paso un general: así examinaremos el caso en las transiciones que irro gan más gastos: al pasar de cadete á oficial, al pasar de capitán á jefe, y al ceñirse las palmas. Un alférez en servicio activo viene á cobrar hoy, lí quido, la suma de $ 48.60. Y desde el día que recibe el grado, aun antes de co brar un solo sueldo, ya tiene que proveerse de la si guiente Ropa de gala Levita.......................................... Pantalón* negro ó azu l. . . . . . Hombreras de cordón de oro. Charreteras................................. Shakó y pompón...................... Espada niquelada..................... Tiros de seda y oro......... .. Dragona...................................... Y de la siguiente Ropa de diario Guerrera................................. ......... s 28.00 Pantalón................................. u 10.00 Capote.................................... u 55.00 Tiros de charol.................... 6 .00 Dragona de charol............... u 1.20 Capote de lluvia................... 30.00 Kepis...................................... 4 .50 $ 285.70 Y por fin, de una blusa y otro pantalón gris ó azul, para cuartel y campaña. La blusa 20 pesos y 10 el pan talón, suman otros 30 pesos, que agregados á las dos sumas anteriores de 151 y 134.70, redondean 315 pe sos, pues les. suprimimos los siete reales que no quitan ni ponen al caso. Estos 315 pesos, que casi son una suma mitológica para muchos hoy en día y para un alférez siempre, se presentan como pavorosa incógnita á loó ojos, medio entre complacidos y espantados del novel oficial. ¿Con qué diablo paga aquello? Y si no tiene, ¿cómo se viste,cómo espera, cómo prolonga el gozo y el deber de verse vis tosamente uniformado y de espada al cinto, hasta que sus 48 pesos y seis léales logren alcanzar la altura ver tiginosa de aquella formidable cantidad?- Afortunadamente, el sastre fía. La condición dé ofi cial abre crédito en su casa á todo buen muchacho que se encuentra frente á tamaña perplejidad. El sastre fía por mensualidades, para cuando salga el prest. “ ¡El oficial está salvado!” podría exclamarse ante tal solución. Poco á poco! La mensualidad no está librada al buen humor del cliente, sinó que la regula el sastre por lo que alcanza la deuda, con arreglo á una norma fija : 5 pesos mensuales de amortización hasta 50 pesos, 10 hasta 100¿ 15 hasta 1 5 0 .. . . . et sic de cce- teris. De manera que los 315 pesos de nuestro ejemplo imponen, según esta regla proporcional, la amortiza- zación de 31 pesos y medio. Con lo cual le queda al alférez, que soñaba con serlo para salir de las nobles estrecheces de cadete, la cantidad de 17 pesos y un real, — y hasta este real es ilusorio, pues aquellos siete reales que dejamos por abreviar, le rabonan otros tan tos centésimos! Esos 17 pesos son para pagar lavan dera y planchadora, algo de escote en la comida cuando no alcanza la asignación de la mesa de oficiales, lo cual es muy corriente; para comprarse ropa blanca, cal zado, vicios si los tiene, que los ha de tener, aunque sean pocos, y sobre todo, para lo más grave, para r e - ' poner el guardarropa; pues ocurre el fenómeno sen sible de que el pantalón de diario no sufre más de tres meses, y los tiros de charol se quiebran mientras los de hilo de oro se desflecan, y el kepis se achaparra, y la levita y el pantalón de gala se van rozando y se ponen lustrosos, en las frecuentes paradas y en las guardias del Palacio de Gobierno. Para reponer ese lento* pero continuo desperfecto general, tiene que des contar de su precioso remanente por lo menos tres pe sos al mes. Pongamos el gasto de guantes, obli gado . . . . ah, y pongamos la espada de diario que no habíamos puesto aún, que vale veinte pesos á lo me nos y que se lleva por tanto otro dos pesos de amor tización durante diez m e se s .... cuando ya va siendo preciso comprar otra. Después de todo esto y algo más que se queda por poner, ¿cuánto le irá quedando al novel oficial para gozar de la vida? Y cuenta que, no queriendo parecer pesimistas, ele gimos para ejemplo un oficial de artillería, que anda por ahí en el gasto con el de infantería. Pero ¿ y los po bres alféreces de caballería, que tienen que comprarse montura, ó mejor dicho, monturas, pues necesitan te ner una de diario y otra de gala? Aquélla vale 85 pe sos, y ésta, nada más que 150, con lo cual tenemos 235 pesos más, ó sean 23 y medio mensuales que agre gar á la amortización de 31 y m edio.. . . ¡Bonitos vie nen á quedar los 17 pesos que le sobraban! Brevemente expondremos el como se encuentra al ser promovido del grado inmediato un sargento mayor. El jefe de esta clase debe tener: 3 45.00 “ 10.00 “ 6.00 “ 22.00 u 20.00 u 25 00 u 17.00 w 6.00 3 151.00 Ropa de gala F ra c ......................... .............. 55.00 Levita cruzada ................... u 45.00 Pantalón con franja............. u 22.00 Chaleco.................................. 5 .00 Charreteras............................ u 70.00 Hom breras.........i ................ u 12.00 Elástico.................................. u 50.00 Shakó ..................................... u 23.00 F aja................... ............ u 50.00 Cinturón y t iro s .......... . . . . J u 30.00 Dragona de oro . . . . . . . . . u 8 .0 0 Espadín dorado................... 40.00 Y además Ropa de diario Levita derecha............. ................... $ 45.00 Guerrera................................ “ 33 .00 C a p ote ............... .. “ 60.00 Pantalón con fr a n ja ............. ........ u 22.00 íd . con cordón de oro . . . . “ 15.00 Kepis............................... “ 7 .50 Capote de lluvia w 45 .00 Tiros y cinturón............. ............... w 28.00 D ragon a .......................... “ 8 .0 0 . E sp ad a ............................................. “ 22.00 $ 285 50 Y por fin: Cuartel y campaña Blusa con presillas . . . . . . . >. . . $ 27.00 Pantalón con franja de paño. . . . “ 10.00 Impermeable ( c a p o t e ) ................. “ 30.00 $ 67.00 T ota l........................................................ $ 762.50 Renunciamos á volver á poner en pormenor la ope ración aquella de la amortización. Bastará consignar después de ésos datos, que un mayor no percibe hoy arriba de 84 pesos.— Es v e r d a d , y lo consignamos porque queremos' hacer ver que hablamos con conoci miento, — es verdad que el mayor, al ser hecho tal, no tiene que improvisar toda esa guardarropía, pues cier tas prendas de capitán le sirven con alguna modifi cación. Pero muchas, y las más caras, como el 'elás tico, las charreteras, el frac, la faja, el espadín, el cinturón, todo eso que cuesta un sentido, le caen en cima con el nuevo grado. Y además, si está en ser vicio activo como suponemos á nuestro ejemplar, es probable que' sea segundo jefe de cuerpo, lo cual, si bien le aumenta un poco el sueldo, lo obliga á mu ñirse de su par de monturas, de gala y diario, que agregan á la crecida lista^de dispendios, dos buenas cantidades, — 400 y 250 pesos, que es lo que valen los arreos en cuestión. L o que cuesta el uniforme de genéral es una exor bitancia de subido: el frac 200 pesos; la levita 150, las charreteras 90, 90 el elástico, 100 el cinturón con tiros de tahalí, 100 la faja, 60 el espadín, y así si-, gue: un simple kepis de campaña, 50 pesos, la mon tura de diario 350 pesos, la de gala 1000! una levita de.diario 1 0 0 . . . . cifras todas á cuyo lado los 310 pesos que vienen á cobrar líquidos los militares de esa categoría, son granitos de anís. En igual proporción, ó mejor dicho, en igual des proporción, están los gastos y los sueldos de todas las clases de oficiales y jefes. Merced á eso su vida es una eterna hipoteca. Muchas extrañezas ha habido en más de una ocasión porque los oficiales de. los cuerpos no se presentan con frecuencia en los salones sociales, motejándolos tal vez de huraños, cuando no de otra cosa menos cari tativa. Pues bueno: una de las principales causas de ese retraimiento queda aquí señalada. Ni humor ni recur sos para presentarse como deseara, tiene el oficial, casi por regla corriente. Las excepciones hacen más resal tante la verdad del hecho. Después de estas demostraciones, no decimos que se impone aumentar los sueldos, pero sí, se impone aba ratar los uniformes. Menos oro, meqos complicación de trajes y de objetos caros, y más seriedad y economía. El progresista Ministro de la Guerra, que conoce de visu los uniformes europeos, sabe mejor que nosotros que el nuestro es uno de los más caros. Si á su ini ciativa se debiera la reforma del Reglamento de uni formes, el ejército tendría que agradecérselo como un verdadero é importante .servicio. Í N D I C E D E J U L I O GENESIS Y A PO C A LIPSIS Se agrupan de Abril á Agosto — los meses incle mentes,— nuestras más grandes fechas. El pasaje délos Treinta y Tres, la Jura de la Constitución, la declara toria de la Florida, constelan nuestro solsticio de In vierno. Artigas, que murió el primer día de Primavera, nació en Junio, dos días antes del Invierno, como si quisiera indicar el sino que aquella vida había de trans currir entre rudezas y había de terminar en la placidez del justo. E l mes de Julio es para nosotros un desfile de me morias, [ya dulces, ya trágicas, ya gloriosas,— ya claras como un albor, ya oscuras como una afrenta. El l .° de Julio de 1843 ocurre una catástrofe en Montevideo: las gentes de Oribe habían minado un sitio dé las avan zadas, diabólicamente elegido, y la explosión costó la vida á 23 valientes. En Julio de 1806 toma Popliam áBuenos Aires, y Montevideo, que formaba con la capi tal del antiguo Virreinato un organismo bélico, se aprestó á la .reconquista. En Julio de 1832 se empaña una noble espada con un motín de cuartel, que había de ser el primero de una dolorosa serie, no hace mu chos años cerrada, para siempre. En Julio de 1818, Cu rado sorprende á Artigas tomándole el armamento y nu merosos prisioneros; pero en la noche del mismo día Rivera toma una briosa revancha y les quita hasta los caballos á los imperiales, corriéndolos hasta el monte. En Julio de 1826 Lavalléja delega en Joaquín Suárez el Poder Ejecutivo, é inicia este patricio que ahora vamos á honrar, su noble foja de servidor: empieza por declarar que adopta para gobernar á la Provincia “ el sistema dé la publicidad” ; dicta medidas eficaces para asegurar la libertad individual comprometida por los abusos de ciertos jefes militares; organiza la justicia ordinaria desde los Juzgados de Paz hasta el Tribunal Superior; crea una Contaduría y hace el primer Pre supuesto de Gastos que rigió en el país, estreme cido por el estrépito de las cargas de la caballería patriota; dicta una ley de libertad de imprenta; y co rona sus iniciativas, asombrosas por la confianza y la valentía con que eran tomadas y dictadas, como si fue sen á regir en un país antiguo y floreciente, creando una Dirección General de Escuelas. En Julio de 1843, Urquiza pasa el Uruguay é invade . el país con cuatro mil soldados para auxiliar á Oribe contra Montevideo. Y también en Julio, pero ocho años más tarde, vuelve á vadear Urquiza el Uruguay al frente de otro e jército .. . .pero esta vez el caudillo entrerriano cuya historia es una sucesión violenta de luces y som bras, mandaba el ejército pacificador que había de po ner término á la epopeya de la Defensa. En Julio de 1839, la redención de los esclavos que había empezado la Asamblea Constituyente con la ley relativa á la libertad de vientres, se amplía con un tra tado aboliendo el infame tráfico negrero. El 17 de Julio de 1820 cae una sombra de tristeza sobre la épica leyenda artiguista : el jefe de los orien tales se bate con sombría desesperación en el Sauce de * Lema contra el doloso Ramírez y la derrota acaba de agobiar su noble espíritu, ya herido amargamente por el desencanto y la traición. Y, contraste: 50 años más tarde, día por día, también en Julio, tuvo lugar el combate de Manantiales, triunfo de la legalidad sobre la revuelta liberticida del Partido Blanco. Los intereses rurales- tienen, en este mes fecundo, aniversarios de significación: en él se promulgó el Có digo Rural y se establecieron premios para fomentar la agricultura y sus industrias derivadas. Se fundó la floreciente Colonia Cosmopolita y se promulgó la ley de colonización. En el 18 de Julio, el día clásico, hay de todo para el recuerdo patriota. La Jura de la Constitución abre la marcha, sonora como una diana, radiante como una aurora; luego, en el mismo día patrio, salteando los añps, hojas del libro del tiempo, vemos en 1838 reabrirse la Biblioteca Na cional que inauguró Larrañaga en tiempo de Artigas y saquearon después los portugueses; en 1849, faro que se enciende, se inaugura la Universidad de la República; en lo más recio del sitio (1844), el gobierno de la Defensa decreta solemnes fiestas para celebrar el 18 de Julio, y aquella población asediada, cautjva, en lu cha titánica de todas las horas, se entrega á patrióti cos regocijos, — se levantan arcos triunfales, se orga nizan grandes bailes, y se efectúa una solemne parada militar, revistando las tropas su alma férrea, Melchor Pacheco y Obes, el brazo armado de la resistencia, y volviendo luego el pueblo con nuevos bríos en el alma, á pelear por la libertad política del Plata. Dos grandes novedades urbanas tienen en el 18 su aniversario, — el gas del alumbrado, 1853,— y las aguas corrientes, 1871. — Les llamamos novedades, porque como progresos son aún imperfectos y casi se les enno blece hablando de ellos entre estos recuerdos grandes, i- ■ Y qué grande es el recuerdo del *18 de Julio de 18661 Ese día la bandera blanca y celeste vió animarse su sol con mil destellos de gloria, y se cubrió de luto, abatida sobre el cuerpo de uno de sus más bravos pa ladines. Ese día fué aquel día del Boquerón, cuando gana mos una batalla y perdimos á Pal leja. Y después de este recuerdo fortalecedor y solemne, viene, en la sucesión del tiempo, una memoria humi llante: una manifestación celebrada en Montevideo para pedir á Latorre que prorrogase su oprobiosa dicta dura. . . . No hubiéramos traído esta tristeza aquí, si no fuera porque acaso es saludable poner, frente á las glorias que entusiasman, las dolorosas caídas que escarmien tan, No queremos detallar numerosos sucesos que aún registra Julio en nuestra crónica histórica. Recordare mos, sí, la victoria de Cañas-Vera, que siguió á la de Coquimbo y abrió el camino del éxito á la Cruzada Li bertadora. Y para los veteranos del Paraguay tendre mos también la cita de otras dos fechas inolvidables: la batálla de-la Laguna de Merá y la toma del for midable fuerte de Humaitá. También en Julio, el Congreso de 1821, bajo la pre sión de la fuerza, acordó la incorporación de la Banda Oriental á la corona portuguesa . , . Pero no hablemos de tristezas pasadas en días tan grandes y claros. No queremos que de este mes, donde la Jura de la Cons titución vibra con resonancias inmortales, pueda decirse lo que dijo Donoso Cortés de la Biblia: que empieza con un idilio y termina con un canto fúnebre. Aun que es cierto que la historia de este mes patrio, tiene, como el libro santo, auroras de Génesis y noches de Apocalipsis. LOS SOLDADOS DEL SITIO PÁG IN AS D E NUESTRA ILÍAD A El ejército de la capital, cuyo personal se había más que duplicado, y que había adquirido una instrucción sólida al frente del enemigo, consolidada por la prác tica diaria de la guerra, se componía de los siguientes cuerpos: Caballería — Regimiento de Nacionales, 2 escuadro nes: regimiento Sosa, escuadrón Escolta, escuadrón Lanceros Orientales. Artillería — Escuadrón de Artillería Ligera, batallón Artillería de Plaza, dotación de 19 baterías. Infantería— De línea, 5 batallones, números l.°, 3.°, 4.°, 5.°, 6 .° ; Guardia Nacional, 3 batallones, números l.°, 2.°, 3.° — Batallón Unión, batallón Extram uros, ba tallón Libertad, batallón Matrícula, batallón Policía, L e gión Argentina* Legión Italiana, Legión de Voluntarios Franceses, 4 batallones, números l.°, 2.°, 3.°, 4.°, con una compañía de artillería y otra de zapadores: Mili cia Pasiva, etc. Escuadrilla — Dotación de dos chalupas y cuatro cañoneras. Todos esos cuerpos, armados y equipados, eran ali mentados sin escasez. — Las fortificaciones se habían completado en pre sencia y bajo el fuego del enemigo. Teníamos en la línea exterior 19 baterías, 4 en el recinto de la ciudad,' 1 en la Isla Libertad y la For taleza del Cerro; y montados en esas baterías y en la escuadrilla, 165 cañones del calibre de 2 á 36. Las reparticiones militares fueron mejoradas ó crea das de nuevo. La Capitanía del Puerto, la Comisaría General de Guerra, el Parque de Artillería, la Maestranza y la Fundición de Artillería ( en la qué por primera vez se fundieron en Montevideo cañones de bronce), estaban bien dotados personal y materialmente y prestaban con provecho los servicios que respectivamente les correspondían. Los Hospitales militares de la Defensa podrían pre sentarse hoy mismo como modelos. Hospital de Caridad, 1.a y 2.a secciones; Hospital de Damas Orientales; Casa de Convalecencia; Hospital de la Legión Francesa. — Asilo de Inválidos. (S e abrió al servicio el l.° de Noviembre de 1843 .) Sobre su puerta principal se esculpieron estas palabras: Patria y Oloria. Conexos con esos establecimientos existían varias comisiones civiles la de Subsistencia é inspección de víveres, la de SocorrosWé y lade las escuelas para los niños de las familias emigradas de la campaña y de soldados. — Las familias pobres de los que servían en la línea, como las de los empleados; civiles que estaban en igual caso; eran racionadas. — El ejército en campaña á las órdenes del Gene ral Rivera era numeroso á fines de 1843. Se componía de las siguientes D ivisiones: Medina, Luna, Blanco, Báez, Silva, Flores, Estivao, Cuadra, Viñas, Olavarría, Camacho. A este ejército se le proveyó desde Montevideo de monturas, equipos y armamento. Las armas, sobre todo las que se adquirieron con el producto de una suscripción colectada por el Ministro de lár Guerra y el Jefe Político, fué el mejor armamento que hasta), entonces había tenido la caballería oriental. Los dos ejércitos así preparados, colocaron al ene migo, que se había dirigido á Montevideo con, la confianza de que apenas lo avistasen le llevarían las llaves de la ciudad, en muy serias dificultades, á pesar de que en el mes de Junio tenía 14,000 hombres dentro de nuestro país. En el mes de Julio siguiente Rosas le mandó de refuerzo otro ejército de 4,000 hombres de las tres armas. Estos fueron los resultados tangibles, materiales de los recursos que adquirimos, como fué posible, para la más sagrada de las defensas; y bien pudimos invitar á los censores á que nos acompañasen á dar gracias al que nos permitió adquirirlos. : pÍÍ| Pero arriba, muy arriba de los resultados materiales, están los resultados morales alcanzados por los medios empleados para la defensa y por la defensa misma. Las tropas, como la administración que presidía nues tro venerable patriota, adquirieron altísimo temple cí vico. El ejército de la capital, educado en la escuela del General Paz, ejército recular y aguerrido, conciliaba con la disciplina militar el conocimiento y el amor de los principios liberales. Cada uno de los nuestros, nacional ó extranjero, sa bía por qué tenía las armas en la mano, por qué pe leaba, por qué daba ó recibía la muerte. El oriental, por la independencia y la libertad de su patria: el ar gentino por la libertad de la-suya: el negro por su tí tulo y derecho de hombre, que acábaba de serle de vuelto : el europeo, por el derecho humano y social, por el derecho de entrar y salir en esta tierra ameri cana, de navegar y comerciar por estas.aguas, de ejer cer libremente sus industrias lícitas, de adquirir bienes con su trabajo y de conservar y trasmitir lo que ad quiriese. A estos soldados se les podía tratar como á hom bres: no había necesidad de vendarles los ojos para llevarlos ó mantenerlos en el peligro. Podía decírse les la verdad y se les decía. Veamos cómo se procedía. El hecho de no haber jfido reconocido el bloqueo por los agentes de Inglaterra y el Brasil, además de darnos la provisión por mar, había generalizado la esperanza, sobre todo en los extranjeros, de que era precursor de algún apoyo externo. A fines de Septiembre (1843 ) recibió el Gobierno la noticia de que la Inglaterra y el Brasil, desaprobando á sus agentes, mandaban reconocer el bloqueo, y no quedaba esperanza de ningún socorro extraño. Alguien creyó, que divulgada esa noticia, se produ ciría el pánico, y que podría sobrevenir una desorga nización; y en el acuerdo del Gobierno se propuso que, reservando la noticia, se librase nuestra suerte á una batalla decisiva. Se mandó llamar al General Paz, y se le impuso de lo que ocurría y de lo que se proponía. . El General d ijo: — “ Si se mé ordena dar una bata- “ 11a, la daré, pero será una batalla perdida expuso las razones en que fundaba su opinión, y se. retiró agregando: “ Dejo salvada mi responsabilidad, y ,“ voy á prepararlo todo para poder cumplir sin tar- “ danza y del mejor modo posible las órdenes del “ Gobierno, cualesquiera que sean.” El Presidente manifestó que creía que no debía aventurarse una batalla contra la opinión del General Paz. En consecuencia, se resolvió proceder con la lealtad de costumbre, hacer pública, desde luego, la verdad de la nueva situación, darles puerta franca á los volun tarios extranjeros que, á consecuencia de ella, desea sen dejar las armas, y aprestar los puños para resistir bloqueados y solos. Se publicó una proclama en la que, haciendo saber Ja verdad, decía el Gobierno:; — “ Cada uno de los “ hombres de libertad que están en armas, cumpla con “ las inspiraciones de su deber y de su honor, que el “ Gobierno promete hacerse digno de los que derra- “ man su sangre por esta tierra.” El Jefe Político - principiaba un edicto con estas palabras: “ La bandera Oriental se ha clavado de firme “ en el camino de la victoria, porque debemos pelear “ y vencer solos.” El día l.° de Octubre formó en la plaza la Legión Italiana á las órdenes de Garibaldi, y e¿ Ministro de la Guerra, después de imponerla dei bloqueo que iba á dificultarla subsistencia, y de manifestarle que la República no coutaba para su salvación sino consigo. misma, la invitó á deponer las armas. Los italianos contestaron: que morirían antes de abandonar la causa que habían abrazado. A l día inmediato se mandó formar la Legión Fran cesa y el Ministro de la Guerra la informó del bloqueo y de que la República estaba sola en la arena para conjbatir á sus enemigos. En seguida agregó el Ministro: “ Sólo queden con “ las armas en la mano aquellos que estén firmemente “ decididos á vencer ó morir en esta lucha, aquellos “ que no tengan avenimiento posible con el degollador “ argentino. Podéis dejar las arm as!” La Legión contestó con entusiasmo: ¡N ó ! El Gobierno expidió un decreto en que declaraba que mientras el enemigo pisase el territorio oriental, sería traidor á la patria todo el que propusiera, sirviera de instrumento ó mantuviese cualquier especie de comuni cación en que* se tratase de.un avenimiento con el ene migo, que no reposase sobre la base de su sumisión al Gobierno Nacional. El día 7, el enemigó hizo degollar en frente á nues tras avanzadas á dos capitanes y sus asistentes, toma dos á bordo de un buque neutral en que se alejaban, por enfermos, del teatro de la guerra. Se supuso que se habían propuesto aterrorizar ó in* timidar con aquel horrendo espectáculo; pero bien Ie< jos de ocultar Jos cadáveres, se les puso á la expecta^ ción pública en las puertas de la casa de Policía, sobre banderas nacionales, y bien descubiertas las gar gantas, rasgadas caprichosamente por los cuchillos. El pueblo acudió horrorizado á contemplar aquellas víctimas, que en la tarde fueron conducidas al cementerio con ho nores extraordinarios ( 1 ) , y el Ministro de la Guerra y el Jefe Político pronunciaron dos discursos, y aceptando el reto sangriento de Rosas, pronunciaron la palabra tremenda — Rejrresalia.— Cinco mil personas reunidas en el cementerio contestaron: sí! s il (2 ) Días después, el 13, pasaron los franceses por la más dura prueba. Fueron intimados á nombre del R ey á deponer las armas ó á despojarse de sus colores nacio nales, perdiendo la protección de su país. El Gobierno les invitó al desarme, pero ellos prefirieron • conservar sus armas para seguir combatiendo por la libertad: y formada la Legión para separarse dé los colores franceses, dijeron : — u Imitemos á la vieja guardia, que al arran- u carse su escarapela la colocó sobre el corazón. ” Hiciéronlo materialmente así, y tomaron los colores orientales. Así resistió Montevideo al abandono más absoluto, y se pudo acariciar la esperanza de un triunfo militar. A ndrés L amas. LA PRIMERA PROCLAMA CÓM O H A B L A B A N L O S H O M B R E S D E L A D E F E N S A Leyendo la historia del Sitio Grande, ascendiendo á los detalles de su preparación, se explica el pensador, con creciente asombro, aquella acerada y fiera resisten cia, por el temple de los hombres que la movían, tras mitiendo su soberbia bravura á las masas de libertos, héroes instintivos, y al pueblo, subyugado por aquel sereno y previsor heroísmo.La resolución de resistir hasta el fin, de que sólo pudiera apoderarse Rosas de las ruinas de Montevideo, no fué nunca un misterio. Don Joaquín Suárez, an ciano ya, propietario acaudalado, fué el primero en aceptar de antemano el sacrificio. H e aquí la primera proclama del Gobierno de la D e fensa, que lleva al pie la firma de Joaquín Suárez: “ Compatriotas: E l Gobierno ha pensado tranquilamente sus medios, meditado bien sus resoluciones, y salvará la independencia y la gloria de su patria. Su acción, para la defensa de objetos tan sagrados, no reconoce limite ni bairera. Todo hará. Todo lo considerará licito para al canzar ese fin, y ju ra que lo alcanzará. ” Y después de ese altivo y vigoroso laconismo del gran anciano, léase este otro documento que llevaba al pie la firma de dos hombres jóvenes — Melchor Pacheco y Obes y Andrés Lamas: u La conquista de nuestra patria es imposible. Ella está representada, en su administración y en sus ejérci- ( 1) El muro d<<l cementerio se unta con el do nuestra línea exterior y ya había guardado y estaba destinado. & guardar, desgraciadamente, en su recinto, como una protesta contra la bárbara tiranía que combatíamos, las conizas de muchas ilustraciones argentinas — de Rondeau, Martín Rodri gue», Yiamont, Vedia, representantes de la revolución de Mayo; Suárez, Ó lftvjvrríri, OluzAbal, guerreros de Ja Independencia; de Agüero, estadista y car A c to r eminente, ornamento de la tribuna parlamentaria; do Florencio Varóla, el publicista y el mártir de la libertad; do Juan Cruz Varóla y Esteban Echeverría, glorian de la literatura del Río de la Plata. (2 ) Redactamos todo esto reproduciendo las palabras oficiales. tos, por ciudadanos que, aun oprimidos por el p ie de los degolladores, no la confesarían vencida y morirían copio mueren los ciudadanos de un pueblo destinado á vivir independiente. Nosotros comprendemos que nuestra bella, nuestra querida, nuestra noble Montevideo■, desapa rezca del mapa de las naciones; pero no que caiga, asi como existe, bajo el poder de Rosas, que sus hombres de sangre descansen bajo sus techos, y la llamen la ciudad esclava, que se repartan sus despojos y la reduzcan á lo que consideran su estado norm al: al atraso, á la m ise ria, á la humillación. Si cae Montevideo, no caerá a sí; bien lo sabe D ios! " A través de ese ardiente lirismo, ¡cómo se siente palpitar la resolución estoica del holocausto! ¡Y qué salud traen al espíritu esos conceptos! ¡ Cómo se ve pequeña y miseranda, .desde esas altas cumbres del pa triotismo, la degenerada y ñaca desconfianza de los que, á esta altura del tiempo y con semejantes tradiciones, no creen en el porvenir, y desesperan de la patria! UN MENSAJE DE SUÁREZ DESPUÉS D E LA GUERRA GRANDE LA ENTREGA DEL PODER Entregamos al estudio respetuoso del país y á la meditación de los hombres políticos, algunos documen tos que llevan al pie la firma de Joaquín Suárez. Los que los conocen ya, no perderán el tiempo releyéndolos. Después de hecha la paz, Joaquín Suárez reconstruye celosamente el reinado de las instituciones, derribado por la fuerza de las cosas durante el tiempo duro de la guerra. Constituida la Asamblea bajo la presidencia de don Bernardo P. Berro, Joaquín Suárez se presenta en el recinto con el Mensaje espartano que va á leerse. La Asamblea por toda contestación dispone que se le den las gracias y que entregue el mando. El, Joaquín Suárez, y Manuel Herrera^ Obes, su eminente Ministro, creen que no es constitucional la entrega del mando al Presidente del Senado. Pero no lo retiene, el patriota salva el principio, que considera vulnerado, con su Men saje del 16 de Febrero que también* publicamos, lleno de serena firmeza, como de hombre que dice lo que piensa sin rodeos y sin jactancia, sólo por interés de la verdad. Deja á salvo el principio y entrega el mando á un adversario político. El, que había defendido la República contra los blancos durante nueve años, la entrega á un blanco cuando así lo dispone la Asam blea. . . . Sin propósito deliberado hemos hecho ester número de L a C r u z a d a casi especial para el nombre de la De fensa. Y nos place, porqué nunca podríamos agrupar en estas hojas más altivas y puras enseñanzas. Mensaje del Presidente Joaquín Suárez Señores Senadores y Representantes: La Divina Providencia se ha dignado escuchar mis constantes votos y acordádome el placer que experi mento al veros reunidos en este augusto recinto, des pués de haber obtenido el libre sufragio de los pue blos. La 6.a Legislatura á que pertenecéis, tiene hoy, para la República, una importancia de actualidad. Ella es, por los sucesos que la han precedido, un símbolo de glorias perdurables, y un centro de vastas y. legí- • limas esperanzas. Recibid, pues, señores, mis sinceras y vivas felicitaciones y las congratulaciones con que me complazco en manifestaros mi júbilo por. el resta blecimiento del orden constitucional y el imperio de .as libertades públicas. La guerra, que la República soportó por más de quince años, terminó al fin, dejando sólidas garantías de que la paz tan costosamente adquirida, no volverá á ser alterada.. El General Rosas, que durante el largo período de su sangrienta dictadura fué el azote de su pueblo y el enemigo sistemado del. Sosiego y de la prosperidad de sus vecinos, dejó de existir en el poder; y la Re pública que por tanto tiempo fué presa de las discor dias intestinas, hoy ve á todos sus hijos, reunidos en torno de los solos intereses de la Patria y decididos á curar sus profundas heridas por el olvido sincero de un pasado desgraciado y el ejercicio de una abnega ción generosa. A ese resultado han contribuido poderosamente los gobiernos del Brasil,. Entre-Ríos y Corrientes, con quien la República se alió para esos objetos ; pero an tes de obtener tan inapreciable beneficio, la República ha tenido que luchar con todo género de contrarieda des y hacer los más cruentos} sacrificios. Decidido el Gobernador de Buenos Aires á consu mar sus sombríos y atentatorios designios: dominado por esa política personal'y egoísta que no le permitía hacer una concesión donde veía un derecho ajeno, ó creía comprometer sus bastardos intereses, ninguna de las varias tentativas que se hicieron, para traerle á un arregl.o que restableciese las antiguas relaciones de amistad y buena armonía que tanto.con venía conservar entre dos Estados, dieron el resultado que se buscaba. La República no pedía sino justicia : el respeto de su nacionalidad y de sus inalienables derechos. El general Rosas exigía el sometimiento pasivo y abso luto. Forzoso fué, pues, arrostrar todos los peligros y todas las calamidades de una guerra que se. impo nía á la República como único medio de salvación. A la caída*del Gobernador de Buenos Aires, prece dió una gran batalla que tuvo lugar el día 3 del co rriente á las puertas de Buenos Aires. - En eila el General don Justo José de Urqniza, Go bernador de la Provincia de Entre-Ríos, obtuvo Ta más espléndida- victoria, y las armas de la República jús- t iearon una vez más su merecido renombre. Puesto el General Urqniza á la cabeza de la reac ción que debía terminar por la libertad de sil Patria, C''^ prendí ó, desde 1 liego, la necesidad de empezar por at '*ar á su enemigo en nuestra República. El 20 de Julio vadeó, pues, el Unfguay. al frente de un ejér- c .io entrerriano y correntino, en combinación con el de S. M. el Emperador del Brasil, situado sobre nuestras fronteras ; y el 8 de Octubre, la dominación del Ge neral Rosas en la República, había pasado va á 1os dominios de la historia. Ya sabéis cuánto pudo para ese prodigioso desen lace,. el pronunciamiento uniforme y general) de todo el país. El Gobierno, que jamas vió en la República otros enemigos que los que-acaudillaba pl . genera! Rosas, í roclamó en el instante mismo, el olvido v la unión ; y con sus palabras y sus actos, trató de llevar lacon fianza y el amor á todos los corazones. Para quo* eso se consiguiese de un modo completo, se ocupó luego de poner en ejercicio las instituciones de la República, y á todos sus habitantes en posesión de la garantía de sus leyes; ordenó los comicios pú blicos para la época designada por la Constitución, y compartió el poder indistintarrfente, con todo el que te nía méritos personales para ello. El entendió entonces, como entiende hoy, que los partidos políticos no se fun dan y depuran sino en el crisol de una política alta y generosa. Restablecida la paz interna y externa de la República, asegurada sil independencia, y en posesión de sus li bertadas, están conseguidos los únicos fines de la gran lucha que acaba de terminarse. Ahora toca á vuestra ilustrada y patriótica solicitud, cumplir con los sagra dos deberes que dejan siempre tras de sí épocas tan aciagas» Entre los males de la situación actual, señalo muy especialmente á vuestra atención, la ruina de la riqueza pública y la perturbación que ella ha llevado al bien estar de todas las clases.. El remedio á ese mal, no puede abandonarse á sólo el tiem po: á él es indispen sable acudir con buenas instituciones de crédito, que facilitando el movimiento y circulación de los capitales, y poniéndolos al alcance de todas las necesidades, sean á la vez, un medio de fomento, y un elemento de or- -deiv y poder para la Nación. , Por los respectivos Ministerios, seréis intruídos* del estado de la Administración General y de sus más ur gentes necesidades. Teniendo que sostener la guerra en la desventajosa posición en que la República se conservó por tan largo tiempo, el Gobierno no ha podido atender á sus cuan tiosas erogaciones, sin ó imperfectamente y acudiendo á expedientes financieros. Por consiguiente, encontraréis una deuda, cuyo arreglo y pago pesa sobre el honor y la fe de la Nación. Ocupado exclusivamente de la guerra, sin recursos, y reconcentrado en el solo recinto de esta Plaza, el Gobierno no lia podido contraerse como hubiera querido á ninguna especie de mejoras sin embargo ha fundado un Colegio Nacional, creado un Instituto Histórico Geo gráfico, otro de Instrucción P íblica, y erigido y dotado la Universidad mayor dé la República. La necesidad de salvar el país y de asegurarle, con la conservación de la paz pública, abundantes y sóli dos medios de reparar sus inapreciables pérdidas, me décidió á buscar el auxilio y concurso de los Gobiernos del Brasil, Entre-Ríos y Corrientes, interesados inme diata y directamente en él restablecimiento de la paz. Esas gestiones dieron por resultado una alianzá perpetua entre todos esos Estados, cuyo objeto único y expreso es, mantener sus independencias respectivas, contra toda dominación extranjera, garantirse la inte gridad de siis territorios, y asegurarse recíprocamente s,u" tranquilidad interna. v Ese primer *paso, trajo luego otros que eran su con secuencia natural. Para que la alianza hiciese efectivos sus objetos, dando á estos países seguridad, orden y libertad, que es la primera y más urgente necesidad de su desarrollo material y moral, era indispensable unifor mar los intereses/'epeontrados de los aliados, eliminando toda cuestión futura que fuese capaz de interrumpir la buena armonía de sus relaciones. Preciso fué, pues, arreglar la navegación de siis ríos interiores sobre basés- anchas y liberales, combinar sus relaciones comerciales y de buen vecinaje, sobre el pie de la mayor equidad ó igualdad posible,* y deslindar los límites de sus dominios territoriales con despren dimiento y justicia. Todos estos actos se ejercieron, y todos ellos han sido las bases y las condiciones de la alianza que ha traído á la República la situación en que se encuentra. Es éste el momento de reconocer y recomendar á vues tra consideración y á la de todo el país, el noble y generoso proceder de aquellos gobiernos. En ellos ha encontrado la República, cooperación franca y leal, y el más elevado desinterés. Antes.de ahora ya tuve el honor de informaros, que dolido de las calamidades de la guerra, é inutilizados todos mis esfuerzos por que ellas terminasen lo más antes, sin mengua del honor y de los intereses nacio nales, había solicitado y obtenido de los gobiernos de Francia é Inglaterra la interposición de su respetable mediación. Cábeme ahora el pesar de comunicaros que esa me diación, empleada conjuntamente, terminó, sin que aque llos gobiernos hubiesen podido obtener el objeto único de su noble empeño. Separado el de Inglaterra de los compromisos con traídos cuando menos podía ni debía esperarse, conti nuó solo el de Francia, quien no ha cesado de traba jar por llegar' á un resultado satisfactorio. Si la Francia no ha podido conseguirlo, la República, le debe al menos la modificación de aquellos males y aun apoyo y auxilios que han contribuido poderosa-, mente á los felices días en que hoy se goza. Permitidme, señores, que vuelva á congratularos. Li bre la República de las asechanzas de un vecino in quieto é inmoral, en posesión pacífica de todos sus de rechos, respetada en el exterior, tranquila en el interior, y con fuertes apoyos para hacer prevalecer vuestros mandatos, é imponer el orden en donde quiera que la anarquía ó la demagogia lo amenace, empezáis vuestras laboriosas tarcas bajo los más felices auspicios. Que el Todo Poderoso os preste el auxilio omnipotente de sus bondades y que la Patria glorifique vuestros nombres. Están abiertas las sesiones. Disponiendo la entrega del mando El Senado y Cámara de Representantes de la Repú blica Oriental del Uruguay, reunidos en Asamblea General, etc., etc., DECRETAN Artículo l.° En cumplimiento del artículo setenta y siete* de la Constitución, el Presidente del Senado pro cederá á encargarse del Poder Ejecutivo de la Repú blica. 2.°. Dense las gracias á nombre de la Nación al ciu dadano don Joaquín Suárez, que ha desempeñado las funciones de Poder Ejecutivo. Salón do Sesiones del Senado, en Montevideo ó 15 de Febrero de 1852. BERNARDO P. BERRO. — J oan A. la B andera, Secretario del Senado. — Juan M. Je la Sota, Secretario. Replica de Joaquín Niiárcz El Presidente de la República. Montevideo, Febrero 1G do 1852¡ Honorable Asamblea General : Ayer me ha sido comunicado que V. H.; de confor midad con lo dispuesto en el art. 77 de la Constitu- cióri, ha resuelto que el Presidente del Senado proceda á encargarse de) Poder Ejecutivo, cuyas funciones desempe ño en mi calidad de Presidente provisorio de la República. Consecuente con los principios de orden y desinte rés que jamás lian dejado de ser los únicos regulado res de mis acciones en mi larga carrera pública, acato y obedezco el mandato de V . H. Es ese un deber que me impone el amor que pro feso al país que me vió nacer y á las conveniencias de la delicada situación actual. Sin embargo, no menos celoso de las prerrogativas y derechos del alto puesto que me cupo la honra de desempeñar, durante esa época tan desgraciada como gloriosa que acaba de terminar, juzgo de mi deber manifestar á V. E. que no considero aplicable al caso que nos ocupa el artículo constitucional que sirve de base á la resolución adoptada. Jefe de un gobierno provisorio, ejerciendo como tal las funciones del P. E. de la República, no estoy en ninguno de los casos que previene el art. 77 de la Constitución. En esa posición, el poder que . invisto sólo puede pasar al Presidente efectivo de la Nación; porque sólo en él reside el P. E. originaria y realmente; y por que no siendo divisible la persona moral de un go bierno, que es el conjunto de todos los poderes del Estado, no puede decirse que ha llegado el momento de la subrogación, sinó cuando todos esos poderes se hallan legalmente constituidos. Hechas estas observaciones, que sólo tienen por objeto salvar los principios, la práctica observada hasta éste, momento y las conveniencias de la Repú blica, tan interesada enevitar los sacudimientos y agi taciones que son inherentes á toda transición guber nativa, concluyo reiterando á la II. A . G. las protes tas de mi obediencia y las seguridades de la alta consideración que le profeso. JOAQUÍN SUÁREZ. M a n u e l H e r r e r a y © b e s . A la H. Asamblea General. Be Suárez á Berro El Presidente de la República. Montevideo, Febrero 16 de 1852. Pronto á cumplir con lo resuelto por la Honorable Asamblea General en sesión de-ayer, quiera el señor Presidente del Senado, fijar él día y hora en que deba tener lugar el acto de la recepción á que aquella resolución se refiere, para dar las órdenes consiguientes. Dios guarde al señor Presidente' muchos años. JOAQUÍN SUÁREZ. M anuel H errera y Obes. Señor Presidente de la H. C. de Senadores. Be Berro á Suárez El que suscribe acaba de recibir la comunicación que Y. E. le. hace el honor de dirigirle; y en contestación le participa que mañana á las 12 del día se presen tará en la casa de Gobierno á recibirse de la Presi dencia de la República, según lo dispuesto por la Honorable Asamblea General el día de ayer. Dios guarde á Y. E. muchos años. Mootovidco, Febrero lü de 1652. Bernardo P. Berro. Excmo. señor Presidente de la República, ciudadano don Joaquín Suárez. EL CULTO DE LA VERDAD El prócerde la Defensa, como con toda propiedad se le llama á don Joaquín Suárez, fité todo un carác ter ó, mejor aún, un gran carácter, cualquiera que sea el punto de vista desde el cual se • observen sus pro cederes ó se estudien sus acciones. Impulsado por la noción de la libertad secundó al general Artigas en su ardua empresa de emancipar el país; dispuesto al sacrificio de su vida militó con Ron- deau cuando éste sitiaba la ciudad de Montevideo desde la cumbre del Cerrito; pero herido en su dignidad de ciudadano -renunció á toda participación en los asuntos públicos durante el dominio ¿de. Jos portugueses^ y se retiró á su domicilio, como si con su abstención y su silencio quisiese protestar contra el ultraje inferido al suelo de la patria. Su alejamiento duró, hasta que se produjo la teme raria empresa de Jos Treinta y Tres, á cuyo éxito coo peró con dinero é influencia, ayudando, además, á Lavalleja,— lo que no fué un obstáculo para que éste, ol vidándose del poderoso y abnegado concurso que. Suárez le prestara, se indispusiese con él, obligándolo á apar tarse de su trato y comunidad, hasta que la voluntad popular, espontáneamente manifestada por medio del sufragio, lo condujo', en 1830, con gran contentamiento de los elementos más sanos, más cultos y más distin guidos de la sociedad de entonces, á ocupar una banca en la Legislatura Constitucional. Desde entonces desempeñó funciones públicas, bien formando parte del Gabinete como Ministro de Estado, ya como Representante, Senador ó Vicepresidente- de la República, en cuyo último puesto lo encontró Ja invasión de las hordas rosistas el año 1842. El largo período de la heroica defensa de Montevi deo lo tuvo á su frente, y no pocas veces, valiéndose de su energía, de su prudencia, de su influjo, ó. de su tino,-según los casos, evitó conflictos, salvó dificultades y ahorró al país lágrimas y sangre, tan preciosa en aquellos momentos en que los leales defensores de la plaza caían diezmados por el plomo homicida de los sicarios del tirano argentino. Terminada Ja epopeya tan gloriosa como sangrienta que aumentó con brillantes páginas la historia nacio nal, Suárez volvió á su retraimiento bendecido por sus correligionarios, respetado por sus contrincantes y en salzado por todofc los ciudadanos, que reconocían en él tanto patriotismo como abnegación, tanta firmeza, como consecuencia y tanta generosidad como modestia. A l retirarse á su hogar paterno, que más que casa solariega era montón de ruinas, en busca del reposo qué necesitaba su espíritu trabajado y su cuerpo ren dido, el velo del olvido no envolvió su preclaro nom bre, pues el pueblo, como colectividad política, lo eligió Senador, distinción que decjinó en atención á sus acha ques; los gobiernos le asignaron dádivas y honores, aceptando éstos y rechazando aquéllas, y los ciudada nos, individualmente, lo visitaban con respeto, lo salu daban con afecto y pronunciaban su nombre como se pronuncia el del padre idolatrado ó el del amigo pre dilecto. No son de extrañar estas demostraciones de cariño, estas evidentes muestras de veneración, porque los epi sodios de que está llena la larga vida política de don Joa quín Suárez los conocían todos los habitantes dél país, quienes repetíanlos para admirar ó enaltecer al héroe» Además, su carácter bondadoso lo hacía simpático á nacionales y extranjeros, su ejemplo servía para forta lecer á los débiles, su modo de ser era envidiado por los atrabiliarios inconscientes, y .sus virtudes cívicas re templaban el ánimo de sus conciudadanos. Nadie ignoraba que aquel hombre singular había sa crificado su colosal fortuna en aras de la libertad del suelo nativo, y que cuando la Asamblea de 1850 Je acordaba cincuenta mil pesos como parte ínfima de las gruesas sumas facilitadas por él al Estado, se. negó á recibirlos, pues siendo muchos los ciudadanos que ha bían sufrido quebrantos en sus fortunas, no era lícito, según manifestó en documento público que pe conserva, que él solo fuese el agraciado, pues si común fué el infortunio, común tenía que ser también la recompensa. Su genio no deslumbraba por su acción fascinadora, pero sabía imponerse plácidamente, cual se imponen los caracteres grandes; no fué estadista de genio como tantos otros cuyos nombres son llevados en alas de la fama, pero sinceró y persuasivo conseguía lo que deseaba merepd á estas dos innatas cualidades. Ardía en su alma el fuego sagrado del patriotismo, y todo lo posponía al interés de la colectividad, al bienestar de sus conciudadanos y á la honra y glo ria de la República. Los rasgos enumerados y las cualidades expuestas, sony en suma, no sólo la historia, sino el carácter de don Joaquín Suárez, quien reunía, además, otras muchas condiciones no menos dignas de especial mención, como, por ejemplo, la de decir, usar y profesar la -verdad, hacia la cual tenía un culto rayano en el fana tismo. En efecto, entre otras virtudes poseía la de no men tir, la de no emplear doblez, la de ser franco,, noble é ingenuo, aunque esta lealtad y este culto á la verdad redundase'en su propio perjuicio. Siempre que una cosa se ajustase á la verdad, Suárez convencía y per suadía de un modo tan concluyente, que lo que él ase guraba se tenía cotilo indiscutible. He aquí por qué su palabra no fué jamás puesta en duda ni en ninguna ocasión ni por nadie absolutamente, siendo prueba evi dente de ello el siguiente episodio: Cuando este hombre ejemplar, tres veces proclamado benemérito de la patriá, residía en su casa conocida por el Mirador de Suárex, retirado de los asuntos pú blicos y entregado á sus recuerdos de gloria inmarce sible y fugitivas grandezas, pero sin haber perdido nunca el alto aprecio de sus compatriotas, se presentó un anciano militar que solicitó una conferencia con el estoico adalid de todas las buenas causas. Introducido á su presencia, expuso el recién llegado que tenía tramitando en .las Cámaras uh asunto sobre reconocimiento de su jerarquía militar, pero que, á consecuencia de faltar en el expediente algunos,requi sitos, aquella elevada corporación se encontraba en la imposibilidad de acceder á su solicitud,, circunstancia que lo tenía Cometido á la más cruel estrechez, de la cual era víctima inocente su numerosa familia; y que se permitía rogarle que atestiguara con su firma la jus tísima razón que le asistía, confirmando con su veraz palabra sus ingenuas declaraciones» Inmediatamente el veterano oriental pasó á relatar las "acciones de guerra en que se había encontrado, sus hazañas más salientes, los sucesos políticos en que había intervenido; yfinalmente, expuso el caso concretoque le faltaba justificar para obtener lo que pedía. Don Joaquín Suárez lo escuchaba con religioso re cogimiento, pues el viejo soldado evocaba recuerdos de hechos que él también había presenciado,.y su relato era una especie de caleidoscopio que reconstituía fechas, hombres y sucesos de una manera tan prolijamente exacta, que no pudo menos de interrumpirle, diciéndole: — Amigo, todo lo que Vd. dic& es cierto, y, por consiguiente, no tengo ningún inconveniente en confir marlo por escrito y en testificarlo con mi nombre, no dudando que Vd. obtenga lo que con sobrada justicia pretende, pues en cuanto las Cámaras vean m i firma lo creerán sin dificultad, porque todos saben que yo nunca he mentido. Y así fué, en razón de que la veracidad de don Joaquín Suárez era tan proverbial que, si alguna vez se equivocó durante su vida, á través de la tradición pasa como cierto lo que fué de su parte involuntario error. O r e s t e s A r a ú j o . Montevideo, Julio l . ° de 1890. HIMNO Á SUÁREZ C El profesor Miraglia, cuyas distinguidas dotes de compositor han levantado en nuestro público • más de una salva de aplausos, nos comprometió á escribirle unos versos para un himno á Joa quín Suárez. Lo hicimos con gusto, pero sin suerte, y se lo dimos anónimo. Pero 61 le plantó el nombre al imprimir la música; y ya que la cosa se sabe, publicamos los versos, esperando que los salve ¡a intención que los inspira). Orientales: alzad la cabeza! Ciudadanos: alzad la mirada! Saludad una santa m em oria! Venerad una gloria ¡fin mancha! Joaquín Suárez le llama la Historia; Gran patricio le nombra la Fam a; La luz pierde su brillo á lo lejos : Él se aleja, y su brillo se agranda! El peligro probó su energía, La Defensa probó su constancia, Su templada virtud de patriota Que no tuvo otro amor que la patria! Hoy el pueblo Oriental lo recuerda Y rodeando su efigie lo aclama. Oh Justicia! bendita tú eres Porque llegas al fin, aunque tardas! Y bendito de Dios es el pueblo Que. conoce su deuda y la paga, Venerando al austero patriota Que no tuvo otro amor que la patria! Levantad, levantad la cabeza! Levantad, levantad la mirada! Venerad esa sania memoria! Saludad esa gloria sin mancha! ENTRE GRANDES S U Á R E Z Y G Á R I B A L D I EL URUGUAY É ITALIA Debemos las dos cartas que siguen, así como otros importantes documentos con que damos relieve á este número de L a. C r u z a d a ,* á la buena amistad del dipu tado señor Teófilo Díaz, que se honró con d afecto de Joaquín Suárez. El recogió con patrióticas exigencias, de manos del prócer, esas hermosas cartas en que dos grandes corazones fraternizan, y á través del Atlán tico, cambian sus mensajes de cariño y sus votos co munes por la libertad y la ventura de dos países ge nerosos. que ambos amaban. ¡ Qué originales grandezas las de esos dos hombres excepcionales, cambiando con fidencias! La plácida, la apostólica verba de nuestro prócer resalta por el contraste con la sincera y elo cuente rudeza del caballero cruzado de la libertad. El Comité de Honores á Joaquín Suárez ha resuelto invitar á las sociedades extranjeras para que formen en la columna cívica que en el día solemne* de la inau guración de la estatua irá á saludar al prócer. Para las sociedades italianas, estas cartas que publicamos como un bello regalo á los lectores de L a C r u z a d a , serían una razón más, si por ventura necesitasen otra que la de las glorias comunes en aquella inolvidable época histórica. Señor General don José Garibaldi. — Italia. Montevideo (Arroyo Seco), Febrero 25 do 1860. . Mi querido General y amigo: No sería consecuente con mis sentimientos si guar dase silencio cuando |a Europa entera prorrumpe en vítores al héroe de la Libertad Italiana. Y sería tanto más notable este silencio de mi parte, desde que usted conoce bien lo que le he distinguido haciendo la debida justicia á su patriotismo, intrepidez y altura. La causa que usted defiende es la causa de todos los hombres que han peleado por la independencia de su patria, es la causa que he defendido por el espacio de 40 años, sacrificándole mi reposo, mi fortuna, y todo lo más caro que tenía; y por lo tanto no puede serme indiferente. Sus hechos gloriosos y heroicos, sus rasgos magná nimos al frente de la Legión Italiana, por mar y tierra, en defensa de las instituciones y de la Inde pendencia de la República Oriental del Uruguay, ya rae daban la medida de lo que es usted hoy en la Italia, su patria; lo que será usted mañana. Todas las naciones tienen su época de redención, y la de Italia está muy cercana; y usted, mi querido gene ral, parece estar destinado por ̂la mano de Dios para redimirla. Usted ha comprendido con recomendable altura la época de su bello país: l a u n i d a d i t a l i a n a y l a l i b e r t a d , y ha sabido* ante esos dos grandes principios inclinar su frente y prestar su brazo, en que sus hermanos no han trepidado en apoyarse. El resultado de la empresa no puede ser dudoso, la decisión de la Providencia tampoco. Una santa causa triunfa siempre cuando, como usted, general, la sostie nen hombres de corazón. General Garibaldi, adelante! el mundo ya le contempla con admiración, la historia, le reserva hermosas páginas. Quiera el cielo, mi querido general, que no vea usted, después de una vida llena de sacrificios, con cluir sus días en medio de amargos desengaños; pero el apostolado del patriota es el sacrificio, y su recom pensa está en el sacrificio mismo, y en la tranquili dad imperturbable de su conciencia. Me hago un deber en no cerrar la presente Bin rei terar mis más afectuosas protestas de amistad y mi profunda gratitud como oriental por lo que le debe la Independencia de mi patria. Adiós mi querido general: un viejo hermano de causa no puede concluir sus días sin dirigirle un abrazo lleno de entusiasmo desde este extremo del continente Americano, y hacer votos al cielo por que el éxito corone sus sacrificios. Que la Italia sea libre!! JOAQUÍN SUÁREZ. Torino, 20 de Abril de 1860. Señor don Joaquín Suárez. Mi muy querido amigo: Su carta del 25 de Febrero, ha sido para mí muy preciosa. Usted ha despertado en mi alma mil recuer dos que me han conmovido sumamente. ¡ Usted, venera ble y virtuoso Presidente de la República del Uruguay en una época de peligros y d e . calamidades nunca vistas en otra parte de la tierra, usted, impávido y destemido en ese período de guerra de gigantes, corro borando con su noble conciencia, la resolución de los patriotas decididos á defender, á todo.trance, la causa de la libertad é independencia de mi segunda patria!. Entre sus valerosos conciudadanos, yo he aprendido cómo se pelea al enemigo, como se sufren los padeci mientos, y sobre todo, cómo se resiste con constancia, en la defensa de la causa sagrada de los pueblos, á la prepotencia liberticida de los déspotas. Nada rae debe su bella patria; yo hice débilmente mi deber de soldado de la libertad, y estoy ufano de mi título de Ciudadano de la República. Déme sus caras noticias, mi noble amigo; mande en toda circunstancia á su apasionado por la vida. GL G A R IB A L D I. ARTIGAS N os com place gratam ente el carácter p a trió tico que, sin p ropósito deliberado nu estro, ha tom ado este núm ero de L a Cr u za d a , derivando á tan sim p áticos cauces p or una in clin ación n gtu ra l de nuesr tro esp íritu . A las colum nas dedicadas á Joaquín Suárex, s i gue este recuerdo á A rtigas. E s u n brioso discurso pronunciado en una velada cívica celebrada en T ri nidad, p or un jo v en y fervoroso correligion ario. P or su m érito p rop io lo publicam os, y. p o r q u e de A rti gas se trata. N uestra vieja devoción artigu ista no', puede escuchar u n hom enaje entusiasta sin sen tir p atriótica com placencia, A fu erza de entusiasm o, que la ju ven tu d debe ir encendiendo y alim entando constantem ente en su coraxón, ha de im ponerseen la historia de A m érica, con su alta estatura de liberta dor, esa pu jante figu ra de nuestra tierra , m ás cre cida y gallarda cuanto m ás la p u la el tiem po, se cando la zizañ a que ha pretendido ahogar la poderosa figu ra del héroe de L as P iedras. Irá cayendo la m a leza, irá desapareciendo la yerba víala de envidia y ren cor, para dejar, lim pia y gigante, altiva en tre las m ás grandes, venerada y heroica, la figu ra de aquel que conservó., nuestro p a trim on io y m arcó la línea ideal de nuestras fron teras sobre la tierra estrem ecida p or la gran revolu ción ; -de aquel que fu é m agná nim o y noble, devolviendo a l D irectorio de B uenos A ires los p rision eros que entregaban á su ju sticia , diciendo que A rtiga s n o se ven gaba ; de aquel que acaudilló' p o r p rim era vez las huestes gauchas y les dió Ih idea de su p rop io va lor y de su hom bría en tre las dianas del tr iu n fo ; de aquel que fu é am paro de los débiles' y pro t e c to r d e los p u e blos l ib r e s ; de aquel que, sem ejante á M oisés, llevó detrás de s í á todo un pu eblo perseguido y estoico, en un É xod o digno de constar en las páginas eternas de la B ib lia ; de aquel que, vencido, fu é á ocu ltar su derrota en é l destierro, dejando sobre esta m argen del P lata el germ en de u n pueblo libre ; de aquel que, llam ado á nom bre de un partid o, del fon do de la selva paraguaya, se negó á volver á la tierra nativa, á la tierra suya , h ija de su esforzad o sacrificio , p a ra que s u nom bre n o fu ese d ivisa en su pueblo, y pudiese pasar en los labios y en el cora zón de todos los orientales, "á la rem ota posteridad. La leyenda de A rtigas debe ser relig ión de todos los h ijos de esta tierna que él en trevió libre y fu erte en su s audacias de guerrero y en sus sueños de p a triota . L a ciudad dé San J osé va á in icia r p ron to la glorifica ción del P rotector. ¿ P or qu é no aprovecham os su ejem plo, ahora que la in au guración de la estatua de S uárez va á reinover la capa de p olvo que pesa so bre las santas m em orias? A rriba la ju v en tu d ! H on rem os á los nu estros, venerem os á los grandes, sea m os dignos de los sacrificios que llenan nuestra historia . Que, cuando n u estros próceres, con ayuda del p atriotism o y del tiem po, hayan véncido á la crí tica pcqueñuela y árida que in ten ta corroer sus p e destales de p ied ra ; cuando nuestras fechas tengan consagracionés solem nes y recuerdos entusiastas ; cuando hayam os hecho nuestro E vangelio p a triótico con ejem plos y palabras de nuestros p rofeta s y nues tros m ártires, entonces, podrem os decir que nuestra nacionalidad está sa lva d a ; entonces podrem os abrir nuestra h istoria ante los ojos del extran jero, y a fron tar los reveses con esperhnzada entereza , pensando que de m ás duros torm entos han sacado á la patria victoriosa y entera, en su altiva integridad, los hom bres que, com o A rtigas, R ivera , S uárex, H errera y Obes, L avatteja, adivinaron la hegem onía de un pueblo que había de ser, que ha de ser fe liz y p rom i nen te en el fu tu ro , tan to Como es trabajador y sen sato en e l presente. D ejem os y a la palabra, que tratando éstos tem as se nos pega en los labios, y pasém osla á n u estro in teligente com patriota el señ or O rtix, que va á decir nos su bello 'd iscu rso en honor del solita rio de las selvas paraguayas. Los actos que tienden á honrar la metíioria de nues tros -próceres, son actos verdaderamente grandes y que por 16 mismo encuentran entusiasta acogida en nuestro pueblo. La fiesta que nos ofrece hoy el Centro Democrático conmemorando el natalicio de José Gervasio Artigas, nos brinda la ocasión de reunirnos, impulsados por una misma aspiración: la de patentizar nuestra veneración al que fué primer jefe de los orientales; á aquel que en la alborada del 9 de Abril-de 1811 pisaba el suelo oriental con la doble misión de levantar la provincia contra el poder del virreinato y de sembrar la prodigiosa semilla que había de dar al mundo como fruto, una na ción: la nuestra. Al evocar los recuerdos de aquel pasado heroico, de aquellos tiempos de constante y titánica lucha, el co razón del .patriota se ensancha y el alma se estremece al soplo mágico del entusiasmo. V ed agruparse en torno del caudillo esa hueste de bravos y marchar con él á la lucha y á la g loria! Allá van los bisónos, soldados de la Independencia á medir sus armas con los veteranos realistas, que ceden impotentes á su empuje en San José, en el Colla, en el Paso del R e y ; y los últimos rayos del Sol del 18 de Mayo de 1811 iluminaron con dorados reflejos un nuevo laurel en la frente de A rtigas: el triunfo de las Piedras. Y esta victoria que forma, no sólo una de las más hermosas páginas de nuestra historia, sinó también de la Independencia Americana, fué, puede decirse, el golpe de gracia dado al realismo en nues tro suelo. No pretendo, señores, haceros aquí la historia de nuestro legendario caudillo; hay en ella tanta gloria, que me siento impotente para intentarlo siquiera. Hay en sus últimas páginas tanto infortunio, que el ánimo se contrista á su recuerdo. Aquel batallador incansable que en las horas del primer sitio á Montevideo, concebía la idea de convo car el primer Congreso Oriental; que la llevaba á efecto; que daba instrucciones preciosas á los Repre sentantes que debían ir á la Asamblea General de Buenos A ires; que se revolvió heroico pero desgra ciado, durante cuatro años, contra la invasión portu guesa, protegiendo con su espada á todos los habitantes de la Banda Oriental que le siguieron en masa á sus campamentos, el que un día,, con altivez soberbia, dijo: u no venderé el rico patrimonio de los orientales al precio de la necesidad ” ; aquel gigante de nuestras tra diciones gloriosas, desapareció para siempre del suelo natal vencido por la adversidad, ávida siempre de herir á los grandes hombres. El 23 de Septiembre de 1820, cruzaba el Paraná y entraba á la tierra del ostracismo. Desapareció Ar tigas de la tierra oriental i pero la simiente que él había plantado no fué estéril: di ó espléndido fruto. ¿ Sabéis cuál fué ? Os lo dicen las arenas de la Agra ciada, estremecidas bajo las plantas de los Treinta y Tres; lo dicen las dianas triunfales de Sarandí é Itu- zaingó; lo dice el 25 de Agosto del año 25; lo dice el Pueblo Oriental, discerniendo á Artigas el glo rioso título de Fundador de nuestra Nacionalidad! Sobrevino otra época-de lucha y heroísmo: nuevos triunfos coronaron las armas de nuestros bravos y nues tra autonomía nacional fué la realización feliz de su empresa. Entre tanto, ¿ qué era del proscripto del Paraguay V A llá estaba encerrado entre sus selvas, en el pueblo de Curuguaty, labrando la tierra y repartiendo sus cosechas entre los pobres del lugár. Allá estaba, alejado del mundo, viviendo en la po breza, ignorado e ignorante de los acontecimientos de su patria. Acá había esgrimido la espada en defensa de los Pue b los: allá empuñaba el arado para proporcionarse el sustento 1 Fué aquí el rayo de la guerra que sembró el terror y la muerte en las Alas enemigas: allá el patriarca de la caridad que llevaba auxilios y consuelos á los enfermos. Aquí se enorgulleció con el título de Jefe de los Orientales; la provincia de Córdoba le aclamó un día su protector; allá mereció el título de Padre de los P obres! Si fué grande y noble en la próspera fortuna, grande y noble se conservó en la adversidad.- Y así vivió treinta años en extranjero suelo, hasta que llegó la hora del sueño eterno para aquel cuya ca beza cana ceñía la doble aureola de los héroes y de los mártires. Cayó para siempre el viejo luchador de nuestra emancipación, y las brisas paraguayas trajeron hasta la tierra Oriental, envuelto en los perfumes de
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