(incluso, aunque no le guste reconocerlo a la ideología managerial, en las empresas privadas “altamente eficaces y competitivas”…), espacios en los cuales resbalan ciertos actores y que les permiten sobrevivir sin hacer gran cosa… Ciertos trabajos especializados afirman asi, por ejemplo, que en toda organización puede calcularse hasta casi un 15% el efectivo de personas que “no hacen nada” (y algunos estudios llegan incluso a afirmar que, por masivos que sean las restructuraciones o los despidos, siempre habrá un umbral incompresible de 15% de personas que “no harán nada”…). Por supuesto, esto jamás puede decirse. Por lo tanto los individuos, estratégicamente, se desempeñan como actores goffmanianos y pasan el día haciendo alardes del exceso de trabajo al cual están sometidos… Pero el mundo del trabajo no es el único ejemplo. Estos nichos también existen en el ámbito urbano. Una ciudad es casi por definición una multiplicación de nichos altamente desiguales en medio de barrios en apariencia fuertemente homogéneos. En las barriadas o los pueblos jóvenes de muchas partes del mundo, por ejemplo, la literatura especializada toma cada vez más conciencia del importante número de personas que viven en alojamientos alquilados –una desigualdad que traza una verdadera frontera entre individuos en apariencia homogéneamente pobres. Creo que descuidar la realidad y la importancia de los nichos impide simplemente comprender los procesos reales de individuación de muchos actores. En un momento daré un ejemplo más detallado, pero los nichos son lo que nos permiten comprender cómo individuos precarios que poseen menores derechos, menores recursos económicos, menores capacidades culturales, pueden sin embargo gozar de un estado social más protector que otros individuos que tienen una posición estructural más aventajada. Una realidad que el empoderamiento individual y el espesor de la vida social acentúan de manera decisiva. El dique. El tercer gran tipo de estado social son los diques. La principal diferencia con el punto precedente es que el estado de protección obtenido es mucho más anxiógeno, que el individuo sólo tiene un sentimiento de control parcial. En verdad, en medio de un dique, el actor no puede nunca descansar o despreocuparse. Debe permanentemente estar en alerta; a tal punto vive su estado social bajo amenaza constante. En el caso francés, hay muchos ejemplos de esto en el ámbito urbano. A la diferencia de la burbuja en donde, como lo hemos visto, la protección (en términos de seguridad, de vecindario, de valor inmobiliario…) está dada “naturalmente”, aquí el actor debe obtener, a través de estrategias altamente conscientes, el nivel de protección al cual aspira. Y a la diferencia del nicho que una vez obtenido transmite una cierta serenidad, en el caso del dique el individuo tiene el sentimiento que debe, una y otra vez, y siempre de nuevo, estar en alerta para preservar el nivel de protección que ha logrado. Experiencias de este tipo son hoy muy frecuentes en los países europeos, sobre todo entre los precarios (pero ciertos competitivos o protegidos pueden ser afectados por este proceso), cuando en ciertos barrios periféricos, en ciertas viviendas individuales de la peri- urbanización o en ciertos barrios populares, se produce de manera real o fantasmática la llegada de inmigrantes. Insisto, incluso el fantasma del “desembarque” de los inmigrantes es una fuente de ansiedad constante: por la xenofobia, por supuesto, pero también por la erosión inmobiliaria que los inmigrantes acarrean con su instalación (los inmigrantes en efecto son un agente de inflación inmobiliaria…), por la “mala reputación” que impregna un barrio tras su llegada, por el temor a una degradación de la seguridad urbana o del nivel de las escuelas… En los últimos casi veinte años, si me apoyo en mis propias investigaciones, la situación urbana de estos diques no ha hecho sino deteriorarse y sobre todo la ansiedad no ha cesado de aumentar. En todo caso, aqui también, sin que una modificación se observe del lado de las posiciones estructurales es fácil advertir la diversidad de estados sociales que se esconden detrás de esta similitud de fachada. El escudo. El cuarto estado social son los escudos. Es lo propio de los más precarios, e incluso de ciertos excluidos. Frente a la masa de problemas que los asaltan, sólo disponen, cuando lo disponen, de un conjunto muy débil de protecciones, lo que metafóricamente puede denominarse como un escudo, un paraguas, que permite protegerse del mal tiempo ordinario pero que, por supuesto, no resiste a las fuertes intemperies. A todo momento, la situación de vida de estas personas puede desequilibrarse definitivamente. La fragilidad y la vulnerabilidad son consubstanciales a este estado social. En este grupo, la exiguidad de los amortiguadores, y la prueba repetida de su insuficiencia, conduce a un sentimiento de afirmación personal extremo: sólo pueden contar sobre ellos mismos, y su escudo, para enfrentar las pruebas de la vida. Pero aqui también, el escudo, a pesar de sus limitaciones, diferencia dentro del mundo de la precarización entre aquéllos que logran dotarse de este estado social de aquellos que, arrastrados por la precarización, ven toda su vida sometida a una vulnerabilidad estructural. Espero haber sido claro en la presentación. Los individuos tienen, de manera ordinaria, la capacidad de fabricarse estados sociales, pero éstos no modifican sus posiciones estructurales. Para mostrar mejor este último punto les presentaré un ejemplo real. Se trata de una mujer de unos 35 años, que no trabaja, de origen popular, con estudios secundarios, madre soltera con un hijo, y que vive del ingreso mínimo de inserción (alrededor de 400 euros por mes). Objetivamente es lo que la literatura especializada designa como una excluída. Y lo es efectivamente. Pero si uno centra la mirada en su estado social efectivo, en la ecología social personalizada desde la cual vive sus pruebas de individuación, la imagen se corrije. Hace unos 15 años, esta mujer obtuvo un medio (mezcla de derecho y de ayuda) que transformó su vida. En efecto, teniendo escasos recursos solicitó que se le atribuya una vivienda en el sector público. (En Francia, el Estado dispone de un conjunto de viviendas con alquileres bajos o subvencionados, los llamados H.L.M., que son destinados a las personas de menores recursos). La primera propuesta se la hicieron en un barrio periférico, en uno de los barrios, retomo su expresión, de “peor reputación” de la ciudad, es decir; con personas de escasos recursos, precarias o excluídos, que viven esencialmente de las ayudas públicas, y con una presencia importante de familias inmigrantes. En el fondo, ustedes lo comprenden, un entorno social próximo en términos estructurales a su propia posición…Como tantos otros en su situación, la perspectiva no le entusiasmó en absoluto. Pero, y esta vez, a la diferencia de tantos otros, su tenacidad fue mucho mayor. Su filosofía es simple: por múltiples razones, cree que vivir en ese entorno social es una toma de riesgo demasiado alta tanto para ella como para su hijo (que en la época debía tener 2 ó 3 años). Pero esta representación que muchos pueden compartir, se cristaliza en ella de una certidumbre: la absoluta certeza que la embarga que en el parque de viviendas públicas existen residencias ubicadas en los barrios residenciales, vacíos, y que se reservan para el juego del clientelismo político. Poco importa, es difícil saberlo a ciencia cierta, si esto es verdad o no. Lo importante es que se trata de una certeza absoluta para ella. Y por ende, y al amparo de esta representación, empieza a efectuar lo que no puede sino ser descrito como un acoso de los responsables administrativos. Presencia contínua en los locales, cartas, llamadas telefónicas, encuentros exabruptos… El acoso termina