Dalmacio Negro UNA INTRODUCCIÓN PRÓLOGO PRIMERA PARTE. EL ORDEN POLÍTICO Y EL ESTADO Capítulo I. Cuestiones previas 1. El orden político 2. La historicidad de la política 3. El Estado, problema político Capítulo II. Lo Político Capítulo III. Las formas de la vida política 1. Formas histórico-políticas 2. Formas políticas 3. Formas de gobierno a. Formas puras b. Formas impuras c. Algunas observaciones d. Forma mixta 4. Formas de régimen 5. La República 6. La Monarquía 7. La decisión política Capítulo IV. El Estado Capítulo V. Origen histórico del Estado Capítulo VI. Antecedentes italianos de la estatalidad 1. El Papado 2. Otros precedentes. La Señoría Capítulo VII. Elementos estructuradores del Estado Capítulo VIII. La Iglesia Capítulo IX. Fases de la estatalidad SEGUNDA PARTE. LA ÉPOCA DE LAS MONARQUÍAS ESTATALES Introducción Capítulo X. Las Monarquías y el Estado Capítulo XI. El Estado de Poder Capítulo XII. El Estado Soberano Capítulo XIII. El Estado Absoluto Capítulo XIV. El Estado Despótico Capítulo XV. Formas no estatales de lo Político 1. La Monarquía Hispánica 2. Otras formas no estatales 3. El Gobierno bajo el Imperio de la Ley 4. La República Federal Norteamericana TERCERA PARTE. LA ÉPOCA DEL ESTADO MODERNO Introducción Capítulo XVI. La Gran Revolución Capítulo XVII. El giro ateiológico político 1. Del mito contractualista al laicismo 2. La moralización de lo Político o el Estado Moral 3. La emancipación 4. El modo de pensamiento secular inmanentista y la ideología 5. El mito de la Ciudad Perfecta Capítulo XVIII. El Estado-Nación Introducción 1. Patria, Pueblo y Nación 2. La Nación Política 3. La Nación como sujeto político 4. Nacionalismo 5. La ideocracia 6. Reificación de la estatalidad Capítulo XIX. Primeras formas concretas del Estado-Nación Introducción 1. El Estado Napoleónico 2. El Estado Romántico Capítulo XX. El Estado de Derecho Capítulo XXI. El Gobierno Representativo Capítulo XXII. El Estado Liberal Burgués de Derecho Capítulo XXIII. El Estado Social Capítulo XXIV. Del Imperialismo a la Gran Guerra A. Durante la guerra B. Después de la guerra CUARTE PARTE. LA ÉPOCA DEL ESTADO TOTALITARIO Introducción Capítulo XXV. Sobre el espíritu totalitario Capítulo XXVI. El Estado Soviético Capítulo XXVII. El Estado Social y Democrático de Derecho Capítulo XXVIII. El Estado Corporativo Capítulo XXIX. El Estado Fascista Capítulo XXX. El Estado Total Capítulo XXXI. El Estado Totalitario NacionalSocialista Capítulo XXXII. El Estado de Bienestar Capítulo XXXIII. El Estado Minotauro EPÍLOGO 1. El Estado no es lo Político sino una de las formas de lo Político. Lo Político, una esencia, está detrás del Estado. Originariamente, lo Político estaba integrado en lo Sagrado -localización de lo Divino, el poder por el que existe todo- y custodiaba la verdad eterna del orden divino inscrito en la Naturaleza, cuyas reglas eran el Derecho. Lo Político era la forma en que lo Sagrado cuidaba la unidad y seguridad de la comunidad haciendo prevalecer el Derecho. Su finalidad era administrar el ius vitae ac necis. Con la distinción griega entre lo Sagrado y lo Profano, lo Político se diferenció de lo Sagrado como una comunidad profana, la Polis, no obstante sagrada, pues no se rompió el cordón umbilical, el Derecho, que la religa con aquél. En Roma, lo Político era ya una asociación o persona jurídica, también religada, empero, a lo Sagrado, que inspiraba al Derecho: la maiestas populus significaba que el pueblo no muere. De ahí el ius vitae ac necis para protegerlo con imperium. En la Edad Media, lo Político se distinguió de lo Sagrado como lo temporal diferenciado de lo eterno, institucionalizándose en el Gobierno. Entonces, la política, el tipo de acción propio del orden político, era una actividad libre, sin más cortapisas que las del éthos y el Derecho Natural custodiados por la Iglesia. A la Iglesia, custodia de la verdad del orden natural por creación divina, le correspondía la directio de las almas y al Gobierno la correctio de los cuerpos.' 2. En la época renacentista, al aparecer y consolidarse el Estado, el orden político empezó a independizarse del orden natural como un orden artificial con su propia verdad, y lo Sagrado empezó a dejar de legitimar lo Político y la política. La estatalidad atrajo hacia sí toda la actividad propiamente política, que tendió a concentrarse en torno suyo. Siguiendo su propio camino influyó sobre el éthos social y el Derecho natural tradicionales. Y a medida que crecía, también sobre la actividad social. En su etapa final, todas las actividades se concentran prácticamente en torno al orden artificial del Estado, autolegitimado por su Poder. Esto plantea en toda su crudeza el tema de la legitimidad, pues la legitimidad, el reconocimiento o aceptación social, se fundamenta siempre, en último análisis, en una instancia distinta a la de lo legitimado, en que se cree y Y lo Político y la Política, que proceden de lo Sagrado, la localización de lo Divino, sólo pueden legitimarse a partir de una instancia religiosa, pues la religión se refiere a lo Divino, que como la última realidad, la realidad de realidades, es por tanto la fuente decisiva de las legitimaciones. Por eso la legitimidad, que justifica la exigencia de obediencia por parte del que manda en nombre del poder, va de abajo hacia arriba, del éthos del pueblo, como depositario del poder, hasta llegar al Gobierno o Estado. Si se rompe la conexión, los actos del poder político son o pueden ser ilegítimos. Esto sucede cuando se considera el poder, todo el poder, propiedad del pueblo. En este caso se atribuye a la democracia, sacralizándola, la capacidad de ser la fuente de las legitimaciones. Pero atribuirle semejante capacidad no significa que la tenga. En rigor, se pervierte la democracia. 3. En la realidad histórica, cada Estado es distinto de los demás. Su forma o idea -la forma es una idea de ideas- depende de las ideas creencia vigentes que configuran el éthos de los pueblos y de las nuevas ideas ocurrencia. Cabe tipificar las principales formas históricas estatales atendiendo a las ideas esenciales que las configuran. Odo Marquard pensaba, con cierta razón, que las tipificaciones históricas son filosofías de la historia encubiertas? Las filosofías de la historia son secularizaciones o politizaciones cientificistas de la teología de la historia en las que el Estado, como depositario y propietario del poder, es el actor principal. Puesto que creen firmemente en el triunfo final del bien sobre el mal, prevalece en ellas el continuismo sobre la discontinuidad, las variaciones o rupturas en que sin embargo es pródiga la historia. El continuismo, que omite o doblega la diversidad de lo histórico, hace de la historia el gran truchi mán, diría Ortega, una esencia, decía Zubiri. Tal es el meollo del historicismo, cuya regla operativa fundamental consiste en considerar idénticos lo incondicionado moral y lo necesario material. Impone así la interpretación histórica continuista o determinista que permite profetizar el futuro como un proceso de progresiva perfección moral. Sin embargo, aunque puede haber cambios en las formas de la moralidad, jede Epoche ist unmitelbar zu Gott, cada época se relaciona directamente con Dios, decía expresivamente Ranke contra el historicismo.' La filosofía de la historia sólo puede aspirar a cierta legitimidad si, diferenciando los hechos ocurridos en un espacio que configuran la Historie, de los acontecimientos que modifican el tiempo al introducir nuevas posibilidades configurando la Geschichte (lo acontecido), asienta las continuidades en el espacio mediante claras conexiones temporales de sentido entre los acontecimientos. La diferencia entre la interpretación propiamente histórica y la filosofía de la historia consiste en que aquélla no es esencialista. Ve la historia como un repertorio de posibilidades abiertas por el tiempo pasado y, distinguiendo entre los hechos y los