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03 LIBRO POR QUÉ FRACASAN LOS PAISES ACEMOGLU ROBINSON

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Índice 
 
 
 
 
PORTADA 
ELOGIOS PARA POR QUÉ FRACASAN LOS PAÍSES DEDICATORIA 
PREFACIO 
1. TAN CERCA Y, SIN EMBARGO, TAN DIFERENTES 
2. TEORÍAS QUE NO FUNCIONAN 
3. LA CREACIÓN DE LA PROSPERIDAD Y LA POBREZA 
4. PEQUEÑAS DIFERENCIAS Y COYUNTURAS CRÍTICAS: EL PESO DE LA 
HISTORIA 
5. «HE VISTO EL FUTURO, Y FUNCIONA»: EL CRECIMIENTO BAJO 
INSTITUCIONES EXTRACTIVAS 
6. EL DISTANCIAMIENTO 
7. EL PUNTO DE INFLEXIÓN 
8. NO EN NUESTRO TERRITORIO: OBSTÁCULOS PARA EL DESARROLLO 
9. CÓMO REVERTIR EL DESARROLLO 
10. LA DIFUSIÓN DE LA PROSPERIDAD 
11. EL CÍRCULO VIRTUOSO 
12. EL CÍRCULO VICIOSO 
13. POR QUÉ FRACASAN LOS PAÍSES HOY EN DÍA 
14. CÓMO ROMPER EL MOLDE 
15. CLAVES PARA COMPRENDER LA PROSPERIDAD Y LA POBREZA 
AGRADECIMIENTOS 
ENSAYO Y FUENTES BIBLIOGRÁFICAS REFERENCIAS 
FOTOGRAFÍAS CRÉDITOS 
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ELOGIOS PARA Por qué fracasan los países 
 
 
 
«Acemoglu y Robinson han contribuido a dilucidar por qué algunos países, en apariencia 
similares, difieren tanto en su desarrollo económico y político. A través de múltiples ejemplos 
históricos muestran de qué forma el desarrollo de las instituciones, en ocasiones debido a 
circunstancias accidentales, ha tenido consecuencias enormes. De acuerdo con su análisis, una 
sociedad abierta, dispuesta a favorecer el concepto de Schumpeter de ―destrucción creativa‖ y que 
cuente con un auténtico Estado de derecho son factores clave para el desarrollo económico.» 
 
KENNETH J. ARROW, premio Nobel de Economía, 1972 
 
«Los autores muestran de forma convincente que los países escapan a la pobreza solamente cuando 
tienen instituciones económicas apropiadas, especialmente en lo referente a competencia y 
propiedad privada. Además, defienden una idea muy original: existe una mayor probabilidad de 
que los países desarrollen las instituciones adecuadas cuando tienen un sistema político plural y 
abierto, con competencia entre los candidatos a ocupar cargos políticos y un amplio electorado 
con capacidad de apostar por nuevos líderes políticos. Esta conexión íntima entre las 
instituciones políticas y económicas es el núcleo principal de su análisis, y ha dado como 
resultado un estudio de gran vitalidad sobre una de las cuestiones cruciales en la economía y la 
economía política.» 
 
GARY S. BECKER, premio Nobel de Economía, 1992 
 
«En este libro, repleto de ejemplos históricos reveladores, se defiende que unas instituciones 
políticas con voluntad integradora que apoyan a instituciones económicas con carácter inclusivo 
resultan clave para una prosperidad sostenida. Los autores demuestran cómo el impulso de 
ciertos regímenes nuevos da lugar a una espiral virtuosa, del mismo modo que los regímenes 
nefastos caen en una espiral viciosa. En pocas palabras: es un análisis tan importante como 
imprescindible.» 
 
PETER DIAMOND, premio Nobel de Economía, 2010 
 
«Para quienes piensan que el destino económico de un país está predeterminado por la 
situación geográfica o el legado cultural, Daron Acemoglu y Jim Robinson tienen malas 
noticias. Son las instituciones artificiales, y no la naturaleza del terreno ni la fe de nuestros 
antepasados, lo que determina que un país sea rico o pobre. Con una síntesis brillante del trabajo 
de teóricos de todos los tiempos, desde Adam Smith a Douglass North, además de una 
investigación empírica de la actualidad más reciente por parte de historiadores económicos, 
Acemoglu y Robinson han escrito un libro convincente e interesante a partes iguales.» 
 
NIALL FERGUSON, autor de El triunfo del dinero 
 
 
 
 
 
 
 
 
«Acemoglu y Robinson, dos de los máximos expertos mundiales en desarrollo, revelan que 
ni la situación geográfica, ni las enfermedades, ni la cultura explican por qué algunos países 
son ricos y otros pobres. La riqueza o la pobreza depende de las instituciones y la política. 
Esta obra aporta una visión esclarecedora tanto para los especialistas como para el público en 
general.» 
 
 FRANCIS FUKUYAMA, autor de El fin de la historia y el último hombre y The Origins of Political 
Order 
 
«Un libro fenomenal y edificante, pero también un toque de atención que resulta profundamente 
turbador. Acemoglu y Robinson elaboran una teoría convincente de prácticamente todo lo 
relacionado con el desarrollo económico. Los países mejoran cuando ponen en marcha 
instituciones políticas adecuadas que favorecen el crecimiento, pero que fracasan (a menudo, 
estrepitosamente) cuando dichas instituciones se anquilosan o no logran adaptarse a los tiempos 
cambiantes. En todo momento y lugar, las personas poderosas siempre procuran hacerse con el 
control total del gobierno, menoscabando el progreso social en favor de su propia codicia. 
Ejerza un férreo control sobre estas personas mediante una democracia efectiva o vea cómo fracasa 
su país.» 
 
SIMON JOHNSON, coautor de 13 Bankers y profesor en la MIT Sloan 
 
«Dos de los mejores y más eruditos economistas analizan una cuestión clave en nuestros días: 
¿por qué algunos países son pobres y otros ricos? Éste es probablemente el estudio más revelador 
escrito hasta la fecha en torno a la importancia de las instituciones; un estudio, por cierto, 
elaborado con un profundo conocimiento de la economía y la historia política. Se trata de una obra 
provocativa e instructiva, y, a la vez, totalmente fascinante.» 
 
JOEL MOKYR, profesor de artes y ciencias del departamento de Económicas e Historia de la 
Universidad de Northwestern 
 
«En esta obra, de lectura gratamente amena y que aborda cuatrocientos años de historia, dos 
gigantes de las ciencias sociales 
contemporáneas nos transmiten un mensaje esperanzador y de suma importancia: la riqueza del 
mundo radica en la libertad. ¡Que tiemblen los tiranos del mundo!» 
 
IAN MORRIS, Universidad de Stanford, autor de Why the West Rules-for Now 
 
«Imagine que se ha sentado para escuchar a Jared Diamond, Joseph Schumpeter y James Madison 
reflexionar sobre cientos de años de historia política y económica. Imagine que entrelazan sus 
ideas en un marco teórico coherente que apuesta por limitar la explotación de personas y 
recursos, promover la destrucción creativa y crear instituciones políticas sólidas que compartan el 
poder, y empezará a ver lo que aporta este libro brillante y cautivador.» 
 
SCOTT E. PAGE, Universidad de Michigan e Instituto de Santa Fe 
 
 
 
 
 
 
«En este libro de vasto alcance, Acemoglu y Robinson se plantean una pregunta sencilla pero 
vital: ¿por qué algunos países se enriquecen y otros continúan siendo pobres? Su respuesta también 
es simple: porque algunos desarrollan instituciones políticas más inclusivas. Lo más destacable del 
libro es la concisión y claridad de su escritura, la elegancia del argumento y la admirable riqueza de 
los datos históricos que aporta. Este libro es de lectura obligada en un momento en el que los 
gobiernos de todo el mundo occidental deben alcanzar la voluntad política de abordar una crisis de 
deuda de proporciones extraordinarias.» 
 
 STEVEN PINCUS, profesor de historia y estudios internacionales y regionales Bradford Durfee, 
Universidad de Yale 
 
«Es la política, ¡tontos! Así explican Acemoglu y Robinson, de forma sencilla pero convincente, la 
razón por la que tantos países no consiguen desarrollarse. Desde el absolutismo de los Estuardo al 
período prebélico del Sur, de Sierra Leona a Colombia, este trabajo magistral muestra cómo las élites 
poderosas manipulan las reglas para beneficiarse en detrimento de la mayoría. Trazando un camino 
cuidadoso entre los pesimistas y los optimistas, los autores demuestran que la historia y la 
geografía no tienen por qué marcar el destino de ningún país. Sin embargo, también documentan 
de qué forma las ideasy las políticas económicas inteligentes a menudo logran pocos resultados 
cuando no existe un cambio político fundamental.» 
 
DANI RODRIK, Escuela de Gobierno Kennedy, Universidad de Harvard 
 
«Este libro no es sólo fascinante e interesante, sino también imprescindible. La innovadora 
investigación que han realizado, y continúan realizando, los profesores Acemoglu y Robinson 
sobre cómo las fuerzas económicas, la política y los programas políticos han evolucionado juntos y 
juntos se equilibran entre sí, y cómo las instituciones tienen un gran peso en dicha evolución, es 
esencial para comprender los éxitos y los fracasos de las sociedades y los países. Por lo demás, 
estas ideas incisivas se muestran de la forma más accesible que cabe imaginar. Quienes empiecen a 
leer este libro no podrán soltarlo hasta llegar a la última página.» 
 
MICHAEL SPENCE, premio Nobel de Economía, 2001 
 
«Este libro, fascinante y ameno, se centra en la evolución conjunta de las instituciones políticas 
y económicas, así como en sus dirigentes buenos y malos. El ensayo ofrece un delicado 
equilibrio entre la lógica del comportamiento político y económico y los cambios de rumbo 
provocados por los acontecimientos históricos en momentos críticos como los que vivimos. 
Acemoglu y Robinson proporcionan un amplio abanico de ejemplos históricos para demostrar 
cómo el cambio puede tender a instituciones favorables, innovación progresiva y éxito 
económico, o, igualmente, hacia instituciones represivas que desembocan en la decadencia o el 
estancamiento. Los autores logran generar entusiasmo y reflexión al mismo tiempo.» 
 
ROBERT SOLOW, premio Nobel de Economía, 1987 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
«Hace tiempo, un filósofo escocés poco conocido escribió un libro sobre qué hace que los 
países tengan éxito y qué hace que fracasen. La riqueza de las naciones todavía se lee hoy en 
día. Con la misma perspicacia y la misma perspectiva histórica amplia, Daron Acemoglu y James 
Robinson han vuelto a abordar esta misma cuestión para nuestra época. Dentro de dos siglos, 
nuestros tataranietos también leerán Por qué fracasan los países.» 
 
GEORGE AKERLOF, premio Nobel de economía, 2001 
 
«Hay tres razones para que te guste este libro. Trata de las diferencias de renta nacionales del 
mundo moderno, quizá el mayor problema al que nos enfrentamos hoy día. El libro está salpicado 
de historias fascinantes que te convertirán en un orador espléndido en cualquier fiesta, como por 
qué Botsuana es un país próspero y Sierra Leona, no. Y es un libro fantástico. Como yo, 
quizá sucumbas y lo leas de un tirón, y después, vuelvas a releerlo sin parar.» 
 
JARED DIAMOND, ganador del premio Pulitzer, 
autor de bestsellers como Armas, gérmenes y acero y Colapso 
 
«Por qué fracasan los países es tan bueno en tantas cosas que no sé ni por dónde empezar. 
Explica largos periodos de la historia humana. Se mueve con la misma soltura por Asia, África y 
el continente americano. Es justo con la izquierda y la derecha y con todos los matices 
intermedios. No golpea injustamente ni insulta para llamar la atención. Arroja luz sobre el pasado 
mientras nos ofrece una forma nueva de reflexionar sobre los momentos que vivimos. Es uno de 
los escasos libros de economía que convence al lector de que los autores desean lo mejor para toda 
la gente corriente. Dará a los expertos años de argumentación y a los lectores años de conversación 
de sobremesa del tipo ―sabías que…‖. Además, está salpicado de ocurrencias divertidas, lo que 
siempre se agradece. Es un libro excelente y debería comprarse de inmediato para animar a los 
autores a seguir trabajando.» 
 
CHARLES C. MANN, autor de 1491 y 1493 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
Para Arda y Asu 
D. A. 
 
Para María Angélica, mi vida y mi alma 
J. R. 
Prefacio 
 
 
 
 
Este libro trata de las enormes diferencias en ingresos y nivel de vida que 
separan a los países ricos del mundo, como Estados Unidos, Gran Bretaña 
y Alemania, de los pobres, como los del África subsahariana, América 
Central y el sur de Asia. 
Mientras escribimos este prefacio, el Norte de África y Oriente Próximo 
han sido sacudidos por la Primavera Árabe originada por la denominada 
revolución de los Jazmines, que comenzó debido a la indignación pública 
provocada por la autoinmolación de un vendedor ambulante, Mohamed 
Bouazizi, el 17 de diciembre de 2010. El 14 de enero de 2011, el 
presidente Zine el Abidine Ben Ali, que gobernaba Túnez desde 1987, 
dimitió, pero, lejos de disminuir, el fervor revolucionario contra el 
dominio de las élites privilegiadas tunecinas se hacía cada vez más fuerte y 
ya se había extendido al resto de Oriente Próximo. Hosni Mubarak, que 
había gobernado Egipto con un férreo control durante casi treinta años, fue 
derrocado el 11 de febrero de 2011. El destino de los regímenes de Baréin, 
Libia, Siria y Yemen se desconoce en el momento de acabar este prefacio. 
Las raíces del descontento de estos países se encuentran en su pobreza. 
El egipcio medio tiene un nivel de ingresos de alrededor del 12 por 
ciento del ciudadano medio de Estados Unidos y su esperanza de vida es 
diez años menor. Además, el 20 por ciento de la población vive en una 
pobreza extrema. A pesar de que estas diferencias sean significativas, en 
realidad, son bastante pequeñas en comparación con las que existen entre 
Estados Unidos y los países más pobres del mundo, como Corea del Norte, 
Sierra Leona y Zimbabue, donde más de la mitad de la población vive en la 
pobreza. 
¿Por qué Egipto es mucho más pobre que Estados Unidos? ¿Qué 
limitaciones existen para que los egipcios lleguen a ser más prósperos? ¿La 
pobreza de Egipto es inmutable o puede ser erradicada? Una forma 
natural de empezar a pensar en ello es ver qué dicen los propios 
egipcios sobre los problemas a los que se enfrentan y por qué se alzaron 
contra el régimen de Mubarak. Noha Hamed, de veinticuatro años, trabajadora 
de una agencia de publicidad de El Cairo, dejó clara su opinión mientras se 
manifestaba en la plaza de Tahrir: «Sufrimos debido a la corrupción, la 
opresión y la educación deficiente. Vivimos en un sistema corrupto que 
debe cambiar». Otra persona de la plaza, Mosaab el Shami, de veinte años, 
estudiante de Farmacia, estaba de acuerdo con ella: «Espero que, para 
finales de este año, tengamos un gobierno electo, que se apliquen las 
libertades universales y que pongamos fin a la corrupción que se ha 
apoderado de este país». Los manifestantes de la plaza de Tahrir hablaron 
con una sola voz sobre la corrupción del gobierno, su incapacidad para 
ofrecer servicios públicos y la falta de igualdad de oportunidades de su país. 
Se quejaban sobre todo de la represión y la falta de derechos políticos. Tal y 
como Mohamed el Baradei, ex director del Organismo Internacional de 
Energía Atómica, escribió en Twitter el 13 de enero de 2011: «Túnez: 
represión + ausencia de justicia social + negación de canales para el cambio 
pacífico = bomba de relojería». Tanto los egipcios como los tunecinos 
vieron que sus problemas económicos se debían fundamentalmente a 
su falta de derechos políticos. Cuando los manifestantes empezaron a 
formular sus demandas de una forma más sistemática, se hizo evidente que 
las primeras doce demandas inmediatas planteadas por Wael Jalil, el 
ingeniero de software y blogger que emergió como uno de los líderes del 
movimiento de protesta egipcio, se centraban en el cambio político. 
Cuestiones como el aumento del sueldo mínimo aparecían solamente entre 
las demandas transitorias que se implantarían posteriormente. 
Para los egipcios, las cosas que los han retrasado incluyen un Estado 
ineficaz y corrupto y una sociedad en la que nopueden utilizar su talento, 
su ambición, su ingenio ni la formación académica que puedan conseguir. 
Sin embargo, también reconocen que las raíces de estos problemas 
son políticas. Todos los impedimentos económicos a los que se enfrentan 
proceden de cómo se ejerce el poder político en Egipto y del monopolio de 
dicho poder por parte de una élite reducida. Y creen que éste es el primer 
elemento que debe cambiar. 
No obstante, por creer esto, los manifestantes de la plaza de 
Tahrir se han desmarcado notablemente de la sabiduría convencional 
sobre el tema. La mayoría de los teóricos y comentaristas que analizan por 
qué un país como Egipto es pobre lo atribuyen a factores completamente 
distintos. Algunos subrayan que la pobreza del país viene determinada 
principalmente por su situación geográfica, por el hecho de que es casi 
todo desierto, carece de una pluviosidad adecuada y su suelo y su clima no 
permiten que exista una agricultura productiva. Sin embargo, otros apuntan a 
los atributos culturales de los egipcios, que supuestamente son hostiles a la 
prosperidad y al desarrollo económico. Defienden la idea de que los egipcios 
carecen del tipo de rasgos culturales y de ética del trabajo que han 
permitido que otros pueblos prosperen y que han aceptado creencias 
islámicas que no concuerdan con el éxito económico. Un tercer enfoque, el 
dominante entre los economistas y expertos políticos, se basa en la idea de 
que los gobernantes de Egipto sencillamente no saben qué es necesario para 
que su país prospere y han seguido políticas y estrategias incorrectas en 
el pasado. Creen que, si estos gobernantes consiguieran el asesoramiento 
apropiado de los asesores adecuados, se lograría la prosperidad. De acuerdo 
con estos académicos y expertos, el hecho de que Egipto haya sido 
gobernado por reducidas élites que buscan su beneficio personal a costa de 
la sociedad parece irrelevante a la hora de comprender los problemas 
económicos del país. 
En este libro, defenderemos que los que están en lo cierto son los 
egipcios de la plaza de Tahrir, y no la mayoría de los teóricos y 
comentaristas. De hecho, Egipto es pobre precisamente porque ha sido 
gobernado por una reducida élite que ha organizado la sociedad en 
beneficio propio a costa de la mayor parte de la población. El poder político 
se ha concentrado en pocas manos y se ha utilizado para crear una gran 
riqueza para quienes lo ostentan, como la fortuna valorada, según parece, en 
setenta mil millones de dólares acumulada por el ex presidente Mubarak. 
Los perdedores han sido los egipcios, como ellos mismos saben de sobra. 
Mostraremos que esta interpretación de la pobreza egipcia, la 
interpretación del pueblo, aparece para dar una explicación general de por 
qué los países pobres son pobres. Mostraremos que países como Corea del 
Norte, Sierra Leona o Zimbabue son pobres por la misma razón que lo es 
Egipto. Otros, como Gran Bretaña y Estados Unidos, se hicieron ricos porque 
sus ciudadanos derrocaron a las élites que controlaban el poder y crearon una 
sociedad en la que los derechos políticos estaban mucho más repartidos, en 
la que el gobierno debía rendir cuentas y responder a los ciudadanos y en la 
que la gran mayoría de la población podía aprovechar las oportunidades 
económicas. Mostraremos que, para comprender por qué existe esta 
desigualdad en el mundo actual, tenemos que hurgar en el pasado y estudiar 
las dinámicas históricas de las sociedades. Veremos que la razón de que 
Gran Bretaña sea más rica que Egipto es que, en 1688, se produjo una 
revolución en Gran Bretaña (o Inglaterra, para ser exactos) que transformó 
la política y, por tanto, también la economía del país. El pueblo luchó por 
alcanzar más derechos políticos, los ganó y los utilizó para ampliar sus 
oportunidades económicas. El resultado fue una trayectoria política y 
económica fundamentalmente distinta que culminó en la revolución 
industrial. 
La revolución industrial y las tecnologías que impulsó no llegaron a Egipto, 
ya que este país estaba 
bajo el control del Imperio otomano, que trataba a Egipto de una forma 
parecida a como lo trataría posteriormente la familia Mubarak. El 
dominio otomano en Egipto fue derrocado por Napoleón Bonaparte en 
1798, pero después el país cayó en manos del colonialismo británico, que 
tenía tan poco interés como los otomanos en promover la prosperidad 
egipcia. A pesar de que los egipcios se deshicieron de los imperios 
otomano y británico y de que, en 1952, derrocaron a su monarquía, no 
fueron revoluciones como la de 1688 en Inglaterra. En lugar de 
transformar fundamentalmente la política de Egipto, condujeron al poder 
a otra élite tan poco interesada como los otomanos y los británicos en 
lograr la prosperidad para los egipcios de a pie. En consecuencia, la 
estructura básica de la sociedad no cambió y Egipto continuó siendo pobre. 
En este libro, estudiaremos cómo se reproducen estos patrones con el 
tiempo y por qué a veces se alteran, como en el caso de Inglaterra en 1688 
y de Francia con la revolución de 1789. Esto nos ayudará a comprender 
si la situación de Egipto ha cambiado actualmente y si la revolución 
que derrocó a Mubarak conducirá a un conjunto nuevo de instituciones 
capaces de llevar la prosperidad al egipcio medio. Egipto ha tenido 
revoluciones en el pasado que no cambiaron las cosas porque quienes 
organizaron las revoluciones se limitaron a arrebatar las riendas a los que las 
tenían antes que ellos y a recrear un sistema parecido. De hecho, es realmente 
difícil que los ciudadanos corrientes logren un verdadero poder político y 
cambien la forma de funcionar de la sociedad. Sin embargo, es posible, y 
veremos cómo sucedió en Inglaterra, Francia y Estados Unidos, y 
también en Japón, Botsuana y Brasil. Fundamentalmente, es una 
transformación política de este tipo lo que se necesita para que una sociedad 
pobre pase a ser rica. Existen pruebas de que esto podría estar sucediendo en 
Egipto. Reda Metwaly, manifestante de la plaza de Tahrir, defendió: «Ahora 
ves a musulmanes y cristianos juntos, y a viejos y jóvenes juntos, todos 
quieren lo mismo». Veremos que un movimiento así de amplio de la sociedad 
fue fundamental para que ocurriera lo que sucedió en estas otras 
transformaciones políticas. Si entendemos cuándo y por qué ocurren estas 
transiciones, estaremos en mejor posición para evaluar cuándo esperamos 
que fracasen dichos movimientos de acuerdo con lo que ha ocurrido 
normalmente en el pasado y cuándo podemos esperar que tengan éxito y 
mejoren la vida de millones de personas. 
1 
 
 
Tan cerca y, sin embargo, tan diferentes 
 
 
 
 
La economía de Río Grande 
 
 
La ciudad de Nogales está dividida en dos por una alambrada. Si uno se 
queda de pie al lado de la valla y mira al norte, ve Nogales (Arizona), 
perteneciente al condado de Santa Cruz. La renta media de un hogar es de 
unos 30.000 dólares estadounidenses al año. La mayoría de los 
adolescentes van al instituto y la mayoría de los adultos tienen estudios 
secundarios. A pesar de toda la controversia que generan las deficiencias del 
sistema sanitario de Estados Unidos, la población está relativamente sana, y 
tiene una esperanza de vida elevada de acuerdo con criterios mundiales. 
Muchos de los residentes son mayores de sesenta y cinco años y tienen 
acceso al programa de asistencia sanitaria Medicare. Éste es uno de los 
muchos servicios que proporciona el gobierno que la mayoría de las personas 
da por sentado, igual que ocurre con la electricidad, el teléfono, el 
alcantarillado, la sanidad pública, una red de carreteras que las une a otras 
ciudades de la zona y al resto de Estados Unidos y, por último pero no menos 
importante, la ley y el orden. Los habitantes deNogales (Arizona) 
pueden realizar sus actividades diarias sin temer por su vida ni su seguridad 
y no tienen un miedo constante al robo, la expropiación u otras cosas que 
podrían poner en peligro las inversiones en sus negocios y sus casas. 
Igualmente importante es que los residentes de Nogales (Arizona) dan por 
sentado que, a pesar de su ineficiencia y corrupción esporádica, el gobierno 
es su agente. Pueden votar para sustituir a su alcalde, y a congresistas y 
senadores; votan en las elecciones presidenciales que determinan quién 
dirigirá el país. La democracia es algo natural para ellos. 
La vida al sur de la alambrada, a solamente unos metros de allí, es 
bastante distinta. A pesar de que los habitantes de Nogales (Sonora) viven en 
una parte relativamente próspera de México, la renta media de cualquier 
hogar es de alrededor de una tercera parte de la que tienen en Nogales 
(Arizona). La mayor parte de los adultos de Nogales (Sonora) no poseen 
el título de secundaria y muchos adolescentes no van al instituto. Las 
madres se preocupan por los altos índices de mortalidad infantil. Las 
condiciones de la sanidad pública son deficientes, lo que significa que no es 
de extrañar que los habitantes de Nogales (Sonora) no sean tan longevos como 
sus vecinos del norte. Además, no tienen acceso a muchos servicios públicos. 
Las carreteras están en mal estado al sur de la valla. La ley y el orden están 
en peor estado aún. Hay mucha delincuencia y abrir un negocio es una 
actividad peligrosa. Además de correr el riesgo de que le roben a uno, el 
hecho de conseguir todos los permisos y sobornos solamente para abrir no 
resulta nada fácil. Los habitantes de Nogales (Sonora) viven a diario con la 
corrupción y la ineptitud de los políticos. 
A diferencia de lo que ocurre con sus vecinos del norte, la democracia 
es una experiencia muy reciente para ellos. Hasta las reformas políticas del 
año 2000, Nogales (Sonora), igual que el resto de México, estaba bajo el 
control corrupto del Partido Revolucionario Institucional (PRI). 
¿Cómo pueden ser tan distintas las dos mitades de lo que es, 
esencialmente, la misma ciudad? No hay diferencias en el clima, la 
situación geográfica ni los tipos de enfermedades presentes en la zona, ya 
que los gérmenes no se enfrentan a ninguna restricción al cruzar la frontera 
entre ambos países. Evidentemente, las condiciones sanitarias son muy 
distintas, pero esto no tiene nada que ver con el entorno de las 
enfermedades, sino que se debe a que la población al sur de la frontera vive en 
peores condiciones sanitarias y carece de una atención médica digna. 
Pero quizá los habitantes sean muy distintos. ¿Podría deberse a que los de 
Nogales (Arizona) son nietos de inmigrantes de Europa, mientras que los del 
sur son descendientes de los aztecas? No. Los orígenes de las personas de 
ambos lados de la frontera son bastante similares. Después de que México se 
independizara de España en 1821, la zona de alrededor de «las dos 
Nogales» formaba parte del estado mexicano de Vieja California y 
continuó así después de la guerra entre México y Estados Unidos que 
tuvo lugar entre 1846 y 1848. De hecho, fue después de la compra de 
Gadsden de 1853 cuando la frontera estadounidense se amplió a esta zona. 
Fue el teniente N. Michler quien, mientras vigilaba la frontera, advirtió la 
presencia del «pequeño y bonito valle de los Nogales». Aquí, en ambos lados 
de la frontera, crecieron las dos ciudades. Los habitantes de Nogales 
(Arizona) y Nogales (Sonora) comparten antepasados, disfrutan de la 
misma comida y música e incluso nos aventuraríamos a decir que 
tienen la misma «cultura». 
Evidentemente, hay una explicación muy sencilla y obvia de las 
diferencias entre las dos mitades de Nogales que el lector ya habrá adivinado: 
la propia frontera que define a las dos mitades. Nogales (Arizona) está en 
Estados Unidos. Sus habitantes tienen acceso a las instituciones económicas 
estadounidenses, lo que les permite elegir su trabajo libremente, adquirir 
formación académica y profesional y animar a sus empleadores a que 
inviertan en la mejor tecnología, lo que, a su vez, hace que ganen sueldos 
más elevados. También tienen acceso a instituciones políticas que les 
permiten participar en el proceso democrático, elegir a sus 
representantes y sustituirlos si tienen un comportamiento inadecuado. 
Por tanto, los políticos proporcionan los servicios básicos (desde sanidad 
pública hasta carreteras y ley y orden) que demandan los ciudadanos. Los 
de Nogales (Sonora) no tienen tanta suerte. Viven en un mundo distinto 
moldeado por diferentes instituciones. Éstas crean incentivos muy dispares 
para los habitantes de las dos Nogales y para los emprendedores y las 
empresas que desean invertir allí. Los incentivos creados por las distintas 
instituciones de las dos Nogales y los países en los que están situadas son 
la razón principal que explica las diferencias en prosperidad económica a 
ambos lados de la frontera. 
¿Por qué las instituciones de Estados Unidos conducen mucho más al éxito 
económico que las de México o, de hecho, que las del resto de América 
Latina? La respuesta a esta pregunta se encuentra en cómo se formaron las 
distintas sociedades en el inicio del período colonial. En aquel momento, 
se produjo una divergencia institucional cuyas implicaciones todavía 
perduran. Para comprender esta divergencia, debemos empezar a observar 
la fundación de las colonias de Norteamérica y América Latina. 
 
 
 
La fundación de Buenos Aires 
 
 
A principios de 1516, el navegante español Juan Díaz de Solís llegó a un 
estuario amplio de la costa oriental de Sudamérica. Díaz de Solís vadeó 
hacia la orilla, reclamó ese territorio para España y dio nombre al Río de la 
Plata porque los lugareños tenían aquel metal precioso. Los pueblos 
indígenas de ambos lados del estuario (los charrúas en lo que actualmente 
es Uruguay y los querandíes en las llanuras que se conocerían como la 
pampa en la Argentina moderna) vieron a los recién llegados con hostilidad. 
Eran cazadores-recolectores que vivían en pequeños grupos sin 
autoridades políticas centralizadas fuertes. De hecho, fue una banda de 
charrúas la que mató a palos a Juan Díaz de Solís cuando éste exploraba los 
nuevos dominios que intentaba ocupar para España. 
En 1534, los españoles, todavía optimistas, enviaron una primera misión 
de colonos desde España bajo el liderazgo de Pedro de Mendoza. Fundaron 
una ciudad en el emplazamiento de Buenos Aires ese mismo año que debía 
de haber sido un lugar ideal para los europeos. Buenos Aires tenía un clima 
templado y hospitalario. Sin embargo, la primera estancia de los españoles 
allí duró poco tiempo. No estaban allí para conseguir buenos aires, sino para 
obtener recursos que extraerían los nativos bajo coacción. Sin embargo, los 
charrúas y los querandíes no cooperaron. Se negaron a proporcionar 
comida a los españoles y a trabajar cuando eran apresados. Atacaron el 
nuevo asentamiento con sus arcos y flechas. Los españoles estaban 
hambrientos, ya que no habían previsto tener que buscar su propio 
sustento. Buenos Aires no era lo que habían soñado. No podían coaccionar a 
los lugareños para que trabajaran para ellos. Y allí no había plata ni oro que 
explotar; la plata que Juan Díaz de Solís encontró, de hecho, procedía del 
Estado inca en los Andes, muy lejos hacia el oeste. 
Mientras intentaban sobrevivir, los españoles empezaron a enviar 
expediciones para encontrar un nuevo lugar que ofreciera mayores riquezas y 
poblaciones más fáciles de someter. En 1537, una de aquellas expediciones, 
bajo el liderazgo de Juan de Ayolas, siguió aguas arriba el río Paraná, en 
busca de una ruta hacia los incas. En el camino, estableciócontacto con los 
guaraníes, pueblo sedentario de economía agrícola basada en el maíz y la 
mandioca. Juan de Ayolas en seguida se dio cuenta de que los guaraníes 
eran completamente distintos de los charrúas y los querandíes. Tras un 
breve conflicto, los españoles vencieron la resistencia guaraní y fundaron 
una ciudad, Nuestra Señora de Santa María de la Asunción, que sigue 
siendo la capital de Paraguay. Los conquistadores se casaron con las 
princesas guaraníes y se establecieron rápidamente como una nueva 
aristocracia. Adaptaron los sistemas ya existentes de trabajos forzados y 
tributos de los guaraníes, pero con ellos al mando. Aquél era el tipo de 
colonia que deseaban establecer y, al cabo de cuatro años, habían 
abandonado Buenos Aires y todos los españoles establecidos allí se 
trasladaron a la nueva ciudad. 
Buenos Aires, el «París de Sudamérica», una ciudad de avenidas anchas 
de estilo europeo basada en la gran riqueza agrícola de la pampa, no fue 
colonizada de nuevo hasta 1580. El abandono de Buenos Aires y la 
conquista de los guaraníes reflejan la lógica de la colonización europea de 
América. Los primeros españoles y, como veremos, también los colonos 
ingleses, no estaban interesados en cultivar la tierra ellos mismos, querían 
que lo hicieran otros por ellos y saquear sus riquezas, oro y plata. 
 
 
 
De Cajamarca... 
 
 
Las expediciones de Juan Díaz de Solís, Pedro de Mendoza y Juan de 
Ayolas llegaron tras las más famosas que siguieron al avistamiento de 
Cristóbal Colón de una de las islas Bahamas el 12 de octubre de 1492. La 
expansión y la colonización española de América empezaron en serio con la 
invasión de México por parte de Hernán Cortés en 1519, con la expedición 
de Francisco Pizarro a Perú una década y media después y con la de Pedro 
de Mendoza al Río de la Plata solamente dos años más tarde. Durante el 
siglo siguiente, España conquistó y colonizó la mayor parte de la América 
Central, y el oeste y el sur de Sudamérica, mientras que Portugal reclamó el 
este, Brasil. 
La estrategia de colonización española fue muy efectiva. La inició 
Hernán Cortés en México, basándose en la observación de que la mejor 
forma de dominar al adversario era capturar al líder indígena. Esta 
estrategia le permitió reclamar la riqueza acumulada de los líderes y 
coaccionar a los pueblos indígenas para que le entregaran tributos y comida. 
El paso siguiente consistía en establecerse como la nueva élite de la sociedad 
indígena y hacerse con el control de los impuestos y tributos ya existentes y, 
sobre todo, de los trabajos forzados. 
Cuando Cortés y sus hombres llegaron a la gran capital azteca de 
Tenochtitlán el 8 de noviembre de 1519, fueron recibidos por Moctezuma, 
el emperador azteca, que había decidido, aconsejado por sus asesores, dar 
la bienvenida a los españoles de forma pacífica. Lo que ocurrió después fue 
descrito en la obra compilada después de 1545 por el religioso 
franciscano Bernardino de Sahagún en su famoso Códice florentino. 
 
 
Los españoles se apoderaron enseguida de Moctezuma... entonces, se dispararon cada 
una de las armas... Reinaba el miedo. Era como si todo el mundo se hubiera tragado 
el corazón. Incluso antes de que hubiera oscurecido, había terror, estupefacción, 
aprensión, la gente estaba aturdida. 
Y, con la puesta de sol, se proclamaron todas las cosas que los españoles necesitaban: 
tortillas blancas, pavas asadas, huevos, agua dulce, madera, leña, carbón... Moctezuma 
recibía órdenes. 
Y, cuando los españoles se hubieron asentado bien, preguntaron a Moctezuma sobre 
todo el tesoro de la ciudad... buscaban oro con gran celo. Y Moctezuma fue allí para 
dirigir a los españoles. Ellos fueron rodeándole... le abrazaban, le agarraban. 
Y, cuando llegaron al almacén, a un lugar llamado Teocalco, llevaron todas las cosas 
brillantes; el abanico de cabeza de plumas quetzal, los artefactos, los escudos, los discos 
dorados... las narigueras de oro con forma de luna creciente, las bandas de oro para las 
piernas, los brazos y la frente. 
Acto seguido, se separó el oro... enseguida prendieron fuego a todas las cosas 
preciosas. Lo quemaron todo. Y los españoles hicieron barras a partir de aquel oro... Y 
los españoles fueron caminando a todas partes... Lo tomaron todo, todo lo que veían que 
fuera bueno. 
Más tarde, fueron al propio almacén de Moctezuma, al lugar llamado Totocalcoy 
se llevaron las posesiones del propio Moctezuma... todo objetos preciosos; collares con 
colgantes, bandas de brazo con penachos de plumas de quetzal, bandas de oro para los 
brazos, brazaletes, bandas de oro con conchas... y la diadema de turquesas, característica 
del gobernante. Se lo llevaron todo. 
 
 
La conquista militar de los aztecas se completó en 1521. Cortés, como 
gobernador de la provincia de Nueva España, empezó a dividir el recurso 
más valioso, la población indígena, a través de la institución de la 
encomienda. La encomienda había aparecido por primera vez durante el 
siglo XV en España como parte de la reconquista del sur del país a los árabes 
que se habían establecido allí a partir del siglo VIII. En el Nuevo Mundo, la 
encomienda adoptó una forma mucho más perniciosa: se trataba de una 
cesión de indígenas a un español que recibía el nombre de encomendero. 
Los indígenas tenían que dar al encomendero tributos y mano de obra y, a 
cambio, él debía convertirlos al cristianismo. 
El funcionamiento de la encomienda ha llegado hasta nosotros a 
través de la crónica vívida y pronta escrita por Bartolomé de las Casas, 
fraile dominico que formuló una de las primeras críticas más devastadoras 
al colonialismo español. De Las Casas llegó a la isla La Española en 1502 
con una flota de barcos dirigida por el nuevo gobernador, Nicolás de 
Ovando. Con el paso del tiempo, Bartolomé de las Casas quedó muy 
desilusionado y afectado por el trato cruel y explotador que recibían los 
pueblos indígenas, y que él presenciaba día tras día. En 1513, de Las Casas 
participó como capellán en la conquista española de Cuba, e incluso se le 
concedió una encomienda por sus servicios. Sin embargo, renunció a ella y 
empezó una larga campaña para reformar las instituciones coloniales 
españolas. Sus esfuerzos culminaron en su obra Brevísima relación de la 
destrucición de las Indias, escrita en 1542, un ataque fulminante a la 
barbarie del dominio español. Respecto a la encomienda, dice lo siguiente 
en el caso de Nicaragua: 
 
Como los pueblos que tenían eran todos una muy graciosa huerta cada uno, como se 
dijo, aposentáronse en ellos los cristianos, cada uno en el pueblo que le repartían (o, como 
dicen ellos, le encomendaban y hacía en él sus labranzas, manteniéndose de las comidas 
pobres de los indios, y así les tomaron sus particulares tierras y heredades de que se 
mantenían. Por manera que tenían los españoles dentro de sus mesmas casas todos los 
indios, señores, viejos, mujeres y niños, y a todos hacen que les sirvan noches y días, sin 
holganza. 
 
En lo que se refiere a la conquista de Nueva Granada, la moderna 
Colombia, Bartolomé de Las Casas señala el funcionamiento de toda la 
estrategia española: 
 
Repartidos los pueblos y señores y gentes dellos por los españoles (que es todo lo que 
pretenden por medio para alcanzar su fin último, que es el oro), y puestos todos en la 
tiranía y servidumbre acostumbrada, el tirano capitán principal que aquella tierra 
mandaba prendió al señor y rey de todo aquel reino, y túvolo preso seis o siete meses, 
pidiéndole oro y esmeraldas sin otra causa ni razón alguna. El dicho rey, que se llamaba 
Bogotá, por el miedo que le pusieron, dijo que él daría una casa de oro que le pedían, 
esperando de soltarse de las manos de quien así lo afligía, y envió indios a que le trajesen 
oro; y por vecestrajeron mucha cantidad de oro y piedras, pero porque no daba la casa de 
oro, decían los españoles que lo matase, pues no cumplía lo que había prometido. El tirano 
dijo que se lo pidiesen por justicia ante él mesmo. Pidiéronlo así por demanda, acusando 
al dicho rey de la tierra; él dio sentencia condenándolo a tormentos si no diese la casa 
de oro. Danle el tormento del tracto de cuerda, echábanle sebo ardiendo en la barriga, 
pónenle a cada pie una herradura hincada en un palo, y el pescuezo atado a otro palo, y 
dos hombres que le tenían las manos; y así le pegaban fuego a los pies; y entraba el tirano 
de rato en rato, y le decía que así lo había de matar poco a poco a tormentos si no le daba 
el oro. Y así lo cumplió y mató al dicho señor con los tormentos. 
 
 
La estrategia y las instituciones de la conquista perfeccionadas en 
México fueron ávidamente adoptadas en el resto del imperio español. En 
ningún lugar se hizo de una forma más efectiva que en la conquista de Perú 
efectuada por Pizarro. Como relata De Las Casas: 
 
En el año de mil y quinientos y treinta y uno fue otro tirano grande con cierta gente a los 
reinos del Perú, donde entrando con el título e intención y con los principios que los 
otros todos pasados (porque era uno de los que se habían más ejercitado y más tiempo 
en todas las crueldades y estragos que en la tierra firme desde el año de mil y quinientos y 
diez, se habían hecho). 
 
 
Pizarro empezó en la costa cerca de la ciudad peruana de Tumbes y fue 
hacia el sur. El 15 de noviembre de 1532, llegó a la ciudad montañosa de 
Cajamarca, donde el emperador inca Atahualpa había acampado con su 
ejército. Al día siguiente, Atahualpa, que acababa de vencer a su hermano 
Huáscar en una competición para determinar quién sucedería a su difunto 
padre, Huayna Capac, llegó con su séquito al lugar en el que habían acampado 
los españoles. Atahualpa estaba irritado porque le habían llegado noticias de 
las atrocidades que ya habían cometido los españoles, como violar un 
templo del dios sol Inti. Lo que ocurrió después es muy conocido. Los 
españoles les tendieron una trampa. Mataron a los guardias y criados de 
Atahualpa, posiblemente unas dos mil personas, y capturaron al rey. Para 
lograr su libertad, Atahualpa tuvo que prometer que llenaría una sala con oro 
y dos más del mismo tamaño con plata. Así lo hizo, pero los españoles 
incumplieron sus promesas y lo estrangularon en julio de 1533. Aquel 
noviembre, los españoles capturaron la capital inca de Cuzco, donde los 
aristócratas incas recibieron el mismo tratamiento que Atahualpa: fueron 
encarcelados hasta haber entregado oro y plata. Cuando los capturados 
no satisfacían las demandas españolas, eran quemados vivos. Los grandes 
tesoros artísticos de Cuzco, como el templo del Sol, fueron despojados de 
su oro para ser fundido en lingotes. 
En este punto, los españoles se concentraron en la población del Imperio 
inca. Igual que en el caso de México, los nativos fueron divididos en 
encomiendas, y una de éstas fue concedida a los conquistadores que habían 
acompañado a Pizarro. La encomienda era la institución principal que se 
utilizaba para el control y la organización del trabajo en el período colonial 
inicial, sin embargo, pronto se enfrentó a un fuerte competidor. En 
1545, un lugareño llamado Diego Gualpa estaba buscando un santuario 
indígena en lo alto de los Andes en lo que actualmente es Bolivia. De 
repente, fue lanzado al suelo por una ráfaga de viento y ante él apareció un 
alijo de mineral de plata que formaba parte de una vasta montaña de plata 
que los españoles bautizaron como el Cerro Rico. Alrededor del cerro creció 
la ciudad de Potosí que, en su punto álgido en 1650, llegó a tener una 
población de 160.000 personas, mayor que la de Lisboa o Venecia en aquel 
período. 
Para explotar la plata, los españoles necesitaban muchísimos mineros. 
Enviaron a un nuevo virrey, el oficial jefe colonial Francisco de Toledo, cuya 
misión principal era resolver el problema de la mano de obra. Toledo, que 
llegó a Perú en 1569, pasó cinco años viajando e investigando cuáles serían 
sus nuevas responsabilidades. También encargó un gran estudio censal de 
toda la población adulta. Para conseguir la mano de obra necesaria, primero 
trasladó a prácticamente toda la población indígena y la concentró en nuevas 
ciudades, llamadas reducciones. Éstas facilitarían la explotación de dicha 
mano de obra por parte de la Corona española. A continuación, revivió y 
adaptó una institución del trabajo inca conocida como mita que, en el idioma 
de los incas, el quechua, significa «turno». Bajo el sistema de la mita, los 
incas utilizaban el trabajo forzado para dirigir plantaciones destinadas a 
proporcionar comida para los templos, la aristocracia y el ejército. A 
cambio, la élite inca proporcionaba seguridad y ayuda en caso de hambruna. 
Pero en manos de Francisco de Toledo, la mita, sobre todo la de Potosí, se 
convertiría en el esquema de explotación de mano de obra más grande y 
oneroso del período colonial español. Toledo definió una zona de influencia 
enorme, desde el centro del Perú actual hasta la mayor parte de la Bolivia 
moderna, que cubría más de quinientos mil kilómetros cuadrados. En esta 
zona, una séptima parte de los hombres, recién llegados a sus reducciones, 
tuvieron que trabajar en las minas de Potosí. La mita de Potosí se mantuvo 
durante todo el período colonial y fue abolida en 1825. En el mapa 1, se 
muestra la zona de influencia de la mita superpuesta a la extensión del 
Imperio inca en el momento de la conquista española. Ilustra hasta qué punto 
la mita se solapaba con el corazón del Imperio, incluyendo la capital, Cuzco. 
Cabe señalar que hoy en día todavía se puede ver el legado de la 
mita en Perú. Veamos las diferencias entre las provincias de Calca y la 
cercana Acomayo, que aparentemente son pocas. Ambas se encuentran en lo 
alto de las montañas y están habitadas por descendientes de los incas que 
hablan quechua. Sin embargo, Acomayo es mucho más pobre y sus 
habitantes consumen alrededor de un tercio menos que los de Calca. La 
gente lo sabe. En Acomayo preguntan a los extranjeros intrépidos: 
«¿No sabe que la gente aquí es mucho más pobre que la de Calca? ¿Por qué 
querría venir aquí?». Son intrépidos porque es mucho más difícil ir a 
Acomayo desde la capital regional de Cuzco, antiguo centro del Imperio 
inca, que ir a Calca. La carretera que lleva a Calca está pavimentada, 
mientras que la que va hasta Acomayo se encuentra en muy mal estado. Para 
ir más allá de Acomayo, se necesita un caballo o un mulo. En Calca y en 
Acomayo se cultivan las mismas cosas, pero en Calca las venden en el 
mercado por dinero, mientras que en Acomayo las cultivan para su 
propia subsistencia. Estas desigualdades, que saltan a la vista y son evidentes 
para la gente que vive allí, se pueden entender en términos de las diferencias 
institucionales entre estos departamentos: las diferencias institucionales, de 
raíces históricas, se remontan a Francisco de Toledo y su plan para la 
explotación efectiva de la mano de obra indígena. La principal diferencia 
histórica entre Acomayo y Calca es que Acomayo estaba en la zona de 
influencia de la mita de Potosí. Calca, no. 
Además de la concentración de la mano de obra y la mita, Francisco 
de Toledo consolidó la encomienda en un impuesto per cápita, una 
cantidad fija de plata que debía pagar anualmente cada hombre adulto. Se 
trataba de otro plan para obligar a que la gente trabajara y reducir los sueldos 
que debían pagar los terratenientes españoles. Otra institución, el 
repartimiento de mercancías, también se extendió mientras Toledo ocupó su 
cargo. El repartimiento, derivado del verbo «repartir», implicaba la venta 
forzosa de mercancías a lugareños aprecios determinados por los 
españoles. Finalmente, Toledo introdujo el trajín (literalmente, «la carga») 
que empleaba a los indígenas como sustitutos de animales de carga para llevar 
pesadas mercancías, como vino, artículos textiles u hojas de coca, en las 
aventuras empresariales de la élite española. 
A lo largo y ancho del mundo colonial español en América, aparecieron 
instituciones y estructuras sociales parecidas. Tras una fase inicial de 
codicia y saqueo de oro y plata, los españoles crearon una red de 
instituciones destinadas a explotar a los pueblos indígenas. El 
conjunto formado por encomienda, mita, repartimiento y trajín tenía como 
objetivo obligar a los pueblos indígenas a tener un nivel de vida de 
subsistencia y extraer así toda la renta restante para los españoles. Esto se 
logró expropiando su tierra, obligándolos a trabajar, ofreciendo sueldos 
bajos por el trabajo, imponiendo impuestos elevados y cobrando 
precios altos por productos que ni siquiera se compraban 
voluntariamente. A pesar de que estas instituciones generaban mucha 
riqueza para la Corona española e hicieron muy ricos a los conquistadores y 
a sus descendientes, también convirtieron América Latina en uno de los 
continentes más desiguales del mundo y socavaron gran parte de su 
potencial económico. 
 
 
 
... a Jamestown 
 
 
Mientras los españoles empezaban su conquista de América a partir de 
1492, Inglaterra era una potencia europea menor que se recuperaba de los 
devastadores efectos de una guerra civil, la guerra de las Dos Rosas. 
Inglaterra no estaba en condiciones de aprovechar la lucha por el saqueo y 
el oro y la oportunidad de explotar a los pueblos indígenas de América. Sin 
embargo, casi cien años después, en 1588, Europa quedó conmocionada por 
la derrota de la armada española, que fue un intento del rey español Felipe 
II de invadir Inglaterra. La victoria de Inglaterra fue fruto de la suerte, pero 
también se convirtió en una señal de la confianza creciente de los 
ingleses en el mar, lo que les permitiría participar finalmente en la 
búsqueda del imperio colonial. 
Por lo tanto, no es ninguna coincidencia que los ingleses 
empezaran su colonización de Norteamérica exactamente en aquel 
momento. De todas formas, llegaban tarde. No eligieron Norteamérica porque 
fuera una zona atractiva, sino porque era lo único que estaba disponible. 
Las partes «deseables» de América, con abundancia de población indígena 
y minas de oro y plata que explotar, ya habían sido ocupadas. Los 
ingleses consiguieron las sobras. Cuando el escritor y agrónomo inglés 
Arthur Young comentaba dónde se producían alimentos básicos rentables, 
en referencia a productos agrícolas exportables, observó: 
 
 
En general, parece que las producciones básicas de nuestras colonias reducen su valor en 
proporción a su distancia del sol. En las Antillas, que son las más calurosas de todas, llegan 
a ser de 8 libras 12 chelines y 1 penique por cabeza. En las continentales del sur, suman 5 
libras y 10 chelines. En las centrales, son de 9 chelines con 6 peniques y medio. En los 
asentamientos del norte, son de 2 chelines con 6 peniques. Esta escala sin duda sugiere una 
lección crucial: evitar colonizar las latitudes más al norte. 
 
 
El primer intento inglés de establecer una colonia en Roanoke (Carolina 
del Norte), entre 1585 y 1587, fue un rotundo fracaso. En 1607, lo 
intentaron de nuevo. Poco antes del final de 1606, tres barcos, Susan 
Constant, Godspeed y Discovery, bajo el mando del capitán Christopher 
Newport, zarparon hacia Virginia. Los colonos, bajo los auspicios de la 
Virginia Company, navegaron hasta la bahía de Chesapeake y remontaron el 
río que llamaron James en honor al monarca inglés reinante. El 14 de mayo 
de 1607 fundaron el asentamiento de Jamestown. 
A pesar de que los colonos que iban a bordo de los barcos propiedad 
de la Virginia Company fueran ingleses, su modelo de colonización estaba 
fuertemente influido por el patrón fijado por Cortés, Pizarro y Toledo. Su 
plan inicial era capturar al jefe local y utilizarlo para conseguir 
provisiones y obligar a la población a cultivar alimentos y crear riqueza para 
ellos. 
La primera vez que desembarcaron en Jamestown, los ingleses no 
sabían que estaban dentro del territorio reclamado por la Confederación 
Powhatan, coalición de unos treinta grupos políticos que debían lealtad a 
un rey llamado Wahunsunacock. La capital de Wahunsunacock estaba en la 
ciudad de Werowocomoco, a poco más de 30 kilómetros de Jamestown. El 
plan de los colonos era obtener más datos sobre la situación. Si no se podía 
obligar a los lugareños a que les proporcionaran comida y a que trabajaran 
para ellos, como mínimo podrían comerciar con ellos. Al parecer, la idea de 
que fueran los propios colonos quienes trabajaran y cultivaran sus propios 
alimentos no se les pasó por la cabeza. Eso no era lo que hacían los 
conquistadores del Nuevo Mundo. 
Wahunsunacock en seguida se percató de la presencia de los colonos y 
observó sus intenciones con una gran sospecha. Dominaba lo que, para 
Norteamérica, era un imperio bastante grande. Sin embargo, tenía 
muchos enemigos y carecía del control político aplastante y centralizado de 
los incas. Wahunsunacock decidió esperar a ver cuáles eran las intenciones 
de los ingleses, así que, al principio, envió mensajeros que afirmaban que 
deseaba entablar relaciones amistosas con ellos. 
A medida que el invierno de 1607 avanzaba, los colonos de Jamestown 
empezaron a quedarse sin víveres, y el líder designado por el consejo al 
mando de la colonia, Edward Marie Wingfield, perdía tiempo con su 
indecisión. Quien salvó la situación fue el capitán John Smith, cuyos textos 
proporcionan una de nuestras principales fuentes de información sobre el 
desarrollo inicial de la colonia. Smith era un personaje fuera de lo común. 
Nacido en Inglaterra, en el Lincolnshire rural, ignoró el deseo de su padre de 
dedicarse al comercio y se convirtió en un soldado de fortuna. Primero luchó 
con el ejército inglés en los Países Bajos, posteriormente se unió a las 
fuerzas austriacas que servían en Hungría luchando contra los ejércitos del 
Imperio otomano, y fue capturado en Rumanía y vendido como esclavo para 
trabajar en el campo. Un día consiguió superar a su amo y, tras robarle la 
ropa y el caballo, escapó de vuelta a territorio austriaco. Pero Smith se había 
metido en problemas en el viaje a Virginia y fue encarcelado en el Susan 
Constant por motín tras desafiar las órdenes de Wingfield. Cuando los 
barcos alcanzaron el Nuevo Mundo tenían previsto llevarlo a juicio. Sin 
embargo, para inmenso horror de Wingfield, Newport y otros colonos de la 
élite, tras abrir sus órdenes selladas, descubrieron que la Virginia Company 
había designado a Smith como uno de los miembros del consejo que iba a 
gobernar Jamestown. 
Mientras Newport navegaba de vuelta a Inglaterra en busca de 
provisiones y más colonos, y Wingfield no estaba seguro de qué hacer, 
fue Smith quien salvó la colonia. Inició una serie de misiones 
comerciales que garantizaban las provisiones de víveres. En una de ellas, fue 
capturado por Opechancanough, uno de los hermanos pequeños de 
Wahunsunacock, y fue llevado ante el rey en Werowocomoco. Fue el 
primer inglés que conoció a Wahunsunacock y en esa reunión inicial, según se 
cuenta, Smith se salvó de la muerte gracias a la intervención de la hija 
menor de Wahunsunacock, Pocahontas. El 2 de enero de 1608, Smith fue 
liberado y volvió a Jamestown, que aún carecía peligrosamente de comida, 
hasta el oportuno regreso de Newport desde Inglaterra más tarde el mismo 
día. 
No obstante, los colonos de Jamestown aprendieron poco de esta 
experienciainicial. A medida que avanzaba el año 1608, continuaban su 
búsqueda de oro y metales preciosos. Todavía no parecían haber entendido 
que, para sobrevivir, no podían confiar en que los lugareños los alimentaran a 
través de la coacción ni del comercio. Fue Smith el primero que se dio 
cuenta de que el modelo de colonización que había funcionado tan bien 
para Cortés y Pizarro no funcionaría en Norteamérica. Las 
circunstancias subyacentes eran demasiado distintas. Smith observó que, a 
diferencia de aztecas e incas, los pueblos de Virginia no tenían oro. Así lo 
anotó en su diario: «Debéis saber que los víveres son toda su riqueza». Anas 
Todkill, uno de los primeros colonos que dejó un amplio diario, expresaba 
bien las frustraciones de Smith y de los otros que cayeron en la cuenta de este 
hecho: 
 
 
«No había conversación, esperanza, ni trabajo, sino busca oro, refina oro, carga oro». 
 
 
Cuando Newport partió hacia Inglaterra en abril de 1608, llevaba un 
cargamento de pirita, conocida como «el oro de los tontos». Volvió a 
finales de setiembre con órdenes de la Virginia Company de controlar con 
más firmeza a los lugareños. El plan que habían elaborado era coronar a 
Wahunsunacock con la esperanza de que así quedara sometido al rey inglés 
Jacobo I. Lo invitaron a Jamestown, pero Wahunsunacock, que todavía 
desconfiaba profundamente de los colonos, no tenía intención de arriesgarse 
a que lo capturaran. John Smith anotó la respuesta de Wahunsunacock: «Si 
tu rey me ha enviado regalos, yo también soy rey, y ésta es mi tierra... Tu 
padre debe venir a mí, no yo a él, ni a tu fuerte, no morderé ese anzuelo». 
Si Wahunsunacock no iba a «morder ese anzuelo», Newport y 
Smith tendrían que ir a Werowocomoco a representar la coronación. 
Aparentemente, todo el asunto fue un fiasco absoluto, y lo único que 
consiguieron fue que Wahunsunacock decidiera que había llegado el 
momento de quitarse de encima la colonia. Impuso un embargo que impedía 
que Jamestown pudiera comerciar con víveres. Wahunsunacock haría que se 
murieran de hambre. 
Newport, que partió de nuevo hacia Inglaterra en diciembre de 1608, 
esta vez llevaba consigo una carta escrita por Smith en la que insistía a los 
directores de la Virginia Company para que cambiaran su forma de pensar 
en la colonia. No había ninguna posibilidad de establecer una explotación 
para «hacerse rico rápidamente» en Virginia del estilo de las de México y 
Perú. No había oro ni metales preciosos y no se podía obligar a los indígenas 
a que trabajaran para ellos ni a que les proporcionaran comida. Smith se dio 
cuenta de que, para que la colonia fuera viable, serían los propios 
colonos quienes tendrían que trabajar. Por eso, instó a los directores para que 
enviaran el tipo adecuado de personas: «Cuando vuelvan a enviar personas, 
les rogaría que enviaran a unos treinta carpinteros, labradores, jardineros, 
pescadores, herreros y albañiles, así como excavadores de árboles y raíces, 
bien provistos, y, después, mil personas como las que ya tenemos». 
John Smith no quería más orfebres inútiles. Una vez más, Jamestown 
sobrevivió solamente gracias a su capacidad de improvisación. Smith 
consiguió persuadir e intimidar a varios grupos indígenas del lugar para que 
comerciaran con él, y cuando se negaban, él cogía lo que podía. De 
vuelta al asentamiento, Smith tomó el mando absoluto e impuso la 
siguiente regla: «Quien no trabaja no come». Jamestown sobrevivió un 
segundo invierno. 
La Virginia Company era una empresa con ánimo de lucro pero, tras 
dos años desastrosos, no había el mínimo atisbo de beneficios. Los 
directores de la empresa decidieron que necesitaban un nuevo modelo de 
gobierno que sustituyera el consejo gobernante por un gobernador único. El 
primer hombre que ocupó este cargo fue sir Thomas Gates. Teniendo en 
consideración algunos aspectos del aviso de John Smith, los responsables 
de la Virginia Company se dieron cuenta de que tenían que intentar algo 
nuevo. Esta toma de conciencia se hizo más evidente durante los 
acontecimientos del invierno de 1609-1610, en el «período de la 
hambruna». El nuevo modelo de gobierno no dejaba espacio para Smith, 
quien, disgustado, volvió a Inglaterra en el otoño de 1609. Sin su capacidad de 
improvisación, y con Wahunsunacock estrangulando el suministro de 
alimentos, los colonos de Jamestown perecían. De los quinientos que 
empezaron el invierno, solamente quedaban sesenta vivos en marzo. La 
situación era tan desesperada que recurrieron al canibalismo. 
La «novedad» impuesta en la colonia por Gates y su ayudante, sir Thomas 
Dale, fue un régimen de trabajo de una severidad draconiana para los colonos 
ingleses (aunque, evidentemente, no para la élite que dirigía la colonia). Fue 
Dale quien difundió las «leyes divinas, morales y marciales», que incluían 
las cláusulas: 
 
Ningún hombre o mujer escapará de la colonia para ir con los indios, bajo pena de muerte. 
Todo aquel que robe en un huerto, público o privado, o en un viñedo, o que robe 
mazorcas de maíz será castigado con la muerte. 
Ningún miembro de la colonia venderá ni dará ningún producto de este país a ningún 
capitán, patrón o marinero para que lo transporte fuera de la colonia, para su uso privado, 
bajo pena de muerte. 
 
 
Si los pueblos indígenas no podían ser explotados, razonó la Virginia 
Company, quizá los colonos sí. El nuevo modelo de desarrollo colonial 
implicaba que la Virginia Company era propietaria de la tierra. Los 
hombres fueron albergados en barracones y recibían raciones 
determinadas por la compañía. Se eligieron grupos de trabajo, cada uno 
supervisado por un agente de la compañía. Era muy parecido a la ley 
marcial, y la ejecución era el castigo al que se recurría primero. Como parte 
de las nuevas instituciones para la colonia, la primera cláusula que se acaba 
de dar es significativa. La compañía amenazaba con la muerte a los que 
huyeran. Teniendo en cuenta el nuevo régimen de trabajo, escaparse y 
vivir con los lugareños se convirtió en una opción cada vez más atractiva 
para los colonos que debían someterse al trabajo. Asimismo, la baja 
densidad de las poblaciones indígenas de Virginia en aquel momento 
también abría la posibilidad de escapar uno solo a la frontera que quedaba 
fuera del control de la Virginia Company. El poder de la compañía frente a 
aquellas opciones era limitado. No podía coaccionar a los colonos para que 
hicieran un trabajo muy duro con raciones de comida de mera subsistencia. 
En el mapa 2 se muestra una estimación de la densidad de población 
de distintas regiones del continente americano en el momento de la 
conquista española. La densidad de población de Estados Unidos, excepto en 
un número limitado de núcleos, era, como máximo, de tres cuartas 
partes de persona por cada 2,59 kilómetros cuadrados. En el centro de 
México o en el Perú andino, la densidad de población era muy elevada, 
cuatrocientas personas por 2,59 kilómetros cuadrados, más de 
quinientas veces superior. Lo que era posible en México o Perú no era 
factible en Virginia. 
 
La Virginia Company tardó tiempo en reconocer que aquel modelo 
inicial de colonización no funcionaba en Virginia, y también pasó tiempo 
hasta que comprendió el fracaso de las «leyes divinas, morales y marciales». 
A partir de 1618, se adoptó una estrategia radicalmente nueva. Como no 
era posible coaccionar ni a los lugareños ni a los colonos, la única 
alternativa que quedaba era dar incentivos a los colonos. En 1618 empezó 
el «sistema de reparto de tierras por cabeza», que daba a cada colono 
adulto hombre cincuenta acres de tierra y cincuenta acres más por cada 
miembro de su familia y por casa sirviente que pudierallevar a Virginia. Los 
colonos recibieron sus casas y fueron liberados de sus contratos y, en 1619, 
se introdujo una Asamblea General que daba voz efectiva a todos los 
hombres adultos en las leyes y las instituciones que gobernaban la colonia. 
Era el inicio de la democracia en Estados Unidos. 
La Virginia Company tardó doce años en aprender su primera lección, es 
decir, que lo que había funcionado para los españoles en México, 
Centroamérica y Sudamérica no funcionaría en el norte del continente 
americano. El resto del siglo XVII fue testigo de una larga serie de luchas 
por la segunda lección: la única opción para lograr una colonia viable 
económicamente era crear instituciones que dieran incentivos a los colonos 
para invertir y trabajar duro. 
A medida que Norteamérica se desarrollaba, las élites inglesas intentaban 
una y otra vez establecer instituciones que restringieran fuertemente los 
derechos económicos y políticos para todos los habitantes de la colonia, 
excepto para una minoría privilegiada, igual que habían hecho los españoles. 
Sin embargo, una y otra vez fracasó el modelo, como había sucedido en 
Virginia. 
Uno de los intentos más ambiciosos empezó poco después del cambio de 
estrategia de la Virginia Company. En 1632, diez millones de acres de tierra 
de la parte alta de la bahía de Chesapeake fueron concedidos por el rey inglés 
Carlos I a Cecilius Calvert, lord Baltimore. La Carta de Maryland daba a 
lord Baltimore libertad absoluta para crear un gobierno siguiendo sus 
deseos, y la cláusula VII establecía que Baltimore tenía «por el buen y 
feliz gobierno de dicha provincia, la libre, total y absoluta potestad, de 
acuerdo con las presentes cláusulas, para ordenar, hacer y decretar leyes 
de cualquier tipo». 
Lord Baltimore elaboró un plan detallado para crear una 
sociedad señorial, la variante norteamericana de una versión idealizada de 
la Inglaterra rural del siglo XVII. Esto implicaba dividir la tierra en parcelas 
de miles de acres que serían dirigidas por lores, quienes contratarían a 
arrendatarios que trabajarían la tierra y pagarían alquileres a la élite 
privilegiada que controlaba la tierra. Otro intento similar se hizo 
posteriormente, en 1663, con la fundación de Carolina por ocho 
propietarios, entre los que se incluía sir Anthony Ashley-Cooper, quien, 
junto con su secretario, el gran filósofo inglés John Locke, redactó las 
Constituciones Fundamentales de Carolina. Este documento, al igual que la 
Carta de Maryland elaborada anteriormente, proporcionaba un esquema 
para una sociedad elitista y jerárquica basada en el control por parte de una 
élite terrateniente. En el preámbulo, se observaba que «el gobierno de esta 
provincia puede ser de lo más agradable para la monarquía en la que 
vivimos y de la que esta provincia forma parte y podemos evitar establecer 
una democracia numerosa». 
Los artículos de las Constituciones Fundamentales fijaban una rígida 
estructura social. En la parte inferior estaban los leet-men. El artículo 23 
apuntaba: «Todos los hijos de leet-men serán leet-men y así todas las 
generaciones». Por encima de los leet-men, que no tenían poder político, 
estaban los landgraves y los caciques, que formarían la aristocracia. Se 
asignaría 48.000 acres de tierra a cada landgrave y 24.000 acres a cada 
cacique. Habría un parlamento, en el que estarían representados 
landgraves y caciques, pero sólo se permitiría debatir las medidas que 
hubieran aprobado los ocho propietarios previamente. 
Igual que el intento de imponer un gobierno draconiano en Virginia, 
también fracasaron los planes para establecer el mismo tipo de instituciones 
en Maryland y Carolina. Y por razones similares. En todos los casos, fue 
imposible imponer a los colonos una rígida sociedad jerárquica porque 
sencillamente tenían demasiadas opciones en el Nuevo Mundo. Lo que 
se debía hacer era darles incentivos para que quisieran trabajar. Y pronto 
exigieron mayor libertad económica y más derechos políticos. En 
Maryland, los colonos también insistieron en conseguir más libertad y 
derechos, y obligaron a lord Baltimore a crear una asamblea. En 1691, la 
asamblea hizo que el rey declarara a Maryland colonia de la Corona, por lo 
que se eliminaban los privilegios políticos de lord Baltimore y sus grandes 
lores. En las dos Carolinas se produjo una larga lucha en la que volvieron a 
perder los propietarios. Carolina del Sur se convirtió en colonia real en 1729. 
A partir de 1720, las trece colonias de lo que llegaría a ser Estados 
Unidos tendrían estructuras de gobierno similares. En todos los casos había 
un gobernador y una asamblea basada en el derecho a voto de los 
propietarios masculinos. No eran democracias, puesto que las mujeres, los 
esclavos y las personas sin propiedad no podían votar. Sin embargo, los 
derechos políticos eran muy amplios comparados con los de las sociedades 
contemporáneas de otros lugares. Fueron aquellas asambleas y sus líderes 
los que se unieron para formar el Primer Congreso Continental en 1774, el 
preludio de la independencia de Estados Unidos. Las asambleas creían que 
tenían el derecho de determinar quiénes serían sus miembros y el derecho a 
cobrar impuestos. Como sabemos, esto creó problemas para el gobierno 
colonial inglés. 
 
 
 
Historia de dos constituciones 
 
 
Llegados a este punto, debería ser evidente que no es casualidad que fuera en 
Estados Unidos, y no en México, donde se adoptó y entró en vigor una 
constitución que incluía principios democráticos, creaba límites al uso del 
poder político y repartía dicho poder ampliamente entre la sociedad. El 
documento que los delegados se sentaron a redactar en Filadelfia en mayo de 
1787 fue el resultado de un largo proceso iniciado por la formación de la 
Asamblea General de Jamestown en 1619. 
El contraste entre el proceso constitucional que tuvo lugar en la época 
de la independencia de Estados Unidos y el que sucedió poco después en 
México es evidente. En febrero de 1808, el ejército francés de Napoleón 
Bonaparte invadió España. En mayo tomó la capital, Madrid, y en 
setiembre, el rey español, Fernando VII, fue capturado y abdicó. Una junta 
nacional, la Junta Central, ocupó su lugar, tomando el testigo en la lucha 
contra los franceses. La Junta se reunió por primera vez en Aranjuez, pero 
se retiró al sur para hacer frente al ejército francés. Finalmente, llegó al 
puerto de Cádiz, que, a pesar de estar sitiado por fuerzas napoleónicas, 
resistía. Allí, la Junta formó un parlamento, denominado las Cortes. En 
1812, las Cortes elaboraron lo que se llegó a conocer como la Constitución 
de Cádiz, que exigía la introducción de una monarquía constitucional basada 
en ideas de soberanía popular, así como el fin de los privilegios especiales y 
la introducción de la igualdad de las personas ante la ley. Todas estas 
demandas resultaban abominables para las élites de Sudamérica, que todavía 
gobernaban en un entorno institucional formado por la encomienda, el 
trabajo forzoso, el Estado colonial y el poder absoluto que se les otorgaba. 
 
El hundimiento del Estado español con la invasión napoleónica creó 
una crisis constitucional en toda la América Latina colonial. Había mucha 
controversia sobre si reconocer la autoridad de la Junta Central y, en 
respuesta, muchos latinoamericanos empezaron a formar sus propias 
juntas. Era solamente cuestión de tiempo que empezaran a considerar la 
posibilidad de llegar a ser realmente independientes de España. La primera 
declaración de independencia tuvo lugar en La Paz (Bolivia), en 
1809, aunque fue rápidamente aplastada por las tropas españolas enviadas 
desde Perú. En México, las actitudes políticas de la élite habían sido perfiladas 
por la Revuelta deHidalgo de 1810, dirigida por el sacerdote fray Miguel 
Hidalgo. Cuando el ejército de Hidalgo saqueó Guanajuato el 23 de setiembre, 
mataron al intendente, el oficial colonial superior y, después, asesinaron a 
gente blanca indiscriminadamente. Era más una guerra étnica o de clases 
que un movimiento de independencia y unía a todas las élites de la 
oposición. Si la independencia permitía la participación popular en 
política, las élites locales, no solamente los españoles, estaban en contra de 
ésta. En consecuencia, las élites mexicanas vieron la Constitución de Cádiz, 
que abría la puerta a la participación popular, con un gran escepticismo; nunca 
reconocerían su legitimidad. 
En 1815, mientras se hundía el Imperio europeo de Napoleón, el rey 
Fernando VII volvió al poder y la Constitución de Cádiz fue derogada. 
Cuando la Corona española empezó a intentar reclamar sus colonias 
americanas, no tuvo problemas con el leal México. Sin embargo, en 1820, el 
ejército español que se había reunido en Cádiz para zarpar hacia América 
para ayudar a restaurar la autoridad española se amotinó contra Fernando 
VII. Pronto se les unieron unidades del ejército de todo el país, y 
Fernando VII fue obligado a restaurar la Constitución de Cádiz y 
convocar a las Cortes. Aquellas Cortes eran mucho más radicales que las 
que habían redactado la Constitución de Cádiz y propusieron abolir todas las 
formas de coacción al trabajo. También atacaban los privilegios 
especiales, por ejemplo, el derecho de los militares a ser juzgados por 
delitos en sus propios tribunales. Finalmente, las élites de México, ante la 
imposición de este documento en el país, decidieron que era mejor ir por su 
cuenta y declarar la independencia. 
Este movimiento independentista fue dirigido por Agustín de Iturbide, 
que había sido oficial del ejército español. El 24 de febrero de 1821 publicó 
el Plan de Iguala, su visión de un México independiente, que presentaba una 
monarquía constitucional con un emperador mexicano y eliminaba las 
disposiciones de la Constitución de Cádiz que las élites mexicanas 
consideraban tan amenazadoras para su estatus y privilegios. Recibió un 
apoyo instantáneo y España rápidamente se dio cuenta de que no podía 
detener lo inevitable. No obstante, Iturbide no organizó solamente la 
secesión mexicana. Reconoció el vacío de poder, y rápidamente se 
aprovechó de su respaldo militar para ser declarado emperador, el puesto 
que el gran líder de la independencia sudamericana, Simón Bolívar, 
describió como «emperador por la gracia de Dios y de las bayonetas». 
Iturbide no estaba limitado por las mismas instituciones políticas que 
limitaban a los presidentes de Estados Unidos; se convirtió 
rápidamente en dictador y, en octubre de 1822, había anulado el congreso 
aprobado constitucionalmente y lo había sustituido con una junta de su 
elección. Iturbide no duró mucho tiempo, pero este modelo que se 
desarrollaba siguiendo unas mismas pautas se repetiría una y otra vez en el 
México del siglo XIX. 
La Constitución de Estados Unidos no creó una democracia de acuerdo 
con criterios modernos. Cada estado determinaba quién podía votar en las 
elecciones. Mientras los estados del norte rápidamente concedieron el voto 
a todos los hombres blancos independientemente de sus ingresos o sus 
propiedades, los estados del Sur lo concedieron solamente de forma 
gradual. Ningún estado concedió el derecho de voto a las mujeres ni a los 
esclavos y, como se eliminaron las restricciones de propiedad y riqueza para 
los hombres blancos, se introdujeron sufragios raciales que privaron de voto 
explícitamente a los hombres negros. Evidentemente, la esclavitud se 
consideraba constitucional cuando se redactó la Constitución de Estados 
Unidos en Filadelfia y la negociación más sórdida era la división de los 
escaños en la Cámara de Representantes entre los estados. Éstos fueron 
asignados en función de la población de un estado, sin embargo, los 
representantes en el Congreso de los estados del Sur exigieron que se 
contara a los esclavos. Los representantes del norte objetaron. El acuerdo fue 
que, al asignar escaños a la Cámara de Representantes, un esclavo contara 
como tres quintas partes de una persona libre. Los conflictos entre el norte y 
el sur de Estados Unidos fueron reprimidos durante el proceso 
constitucional mientras se elaboraba la regla de las tres quintas partes y 
otros acuerdos. Con el tiempo, se añadieron nuevos pactos, por ejemplo, el 
Acuerdo de Misuri, por el que un estado proesclavista y uno antiesclavista 
siempre se añadían a la unión juntos, para mantener el equilibrio en el 
Senado entre los que estaban a favor y en contra de la esclavitud. 
Como se eludieron ciertas cuestiones, lograron mantener las instituciones 
políticas de Estados Unidos en un funcionamiento pacífico hasta que la 
guerra civil finalmente resolvió los conflictos a favor del norte. 
La guerra civil fue sangrienta y destructiva. Sin embargo, antes y después 
de ésta, hubo muchas oportunidades económicas para gran parte de la 
población, sobre todo en Estados Unidos del norte y el oeste. En México, la 
situación era muy distinta. Si Estados Unidos experimentó cinco años de 
inestabilidad política entre 1860 y 1865, México experimentó una 
inestabilidad prácticamente constante durante sus primeros cincuenta años 
de independencia. El mejor ejemplo de esta situación fue la carrera 
profesional de Antonio López de Santa Ana. 
Antonio López de Santa Ana, hijo de un oficial colonial de 
Veracruz, destacó como soldado luchando para los españoles en las guerras 
de independencia. En 1821, cambió de bando con Iturbide y nunca miró atrás. 
Se convirtió en presidente de México por primera vez en mayo de 1833, 
aunque ejerció el poder durante menos de un mes, y prefirió dejar que 
Valentín Gómez Farías hiciera de presidente. La presidencia de Gómez 
Farías duró quince días y, después, Santa Ana retomó el poder. Sin 
embargo, fue tan breve como su primer período y a principios de julio 
lo sustituyó de nuevo Gómez Farías. Santa Ana y Gómez Farías 
continuaron este baile hasta mediados de 1835, cuando Santa Ana fue 
reemplazado por Miguel Barragán. Pero Santa Ana no se rendía fácilmente. 
Volvió a ser presidente en 1839, 1841, 1844, 1847 y, por último, entre 
1853 y 1855. En total, fue presidente once veces, durante las cuales presidió 
la pérdida de El Álamo y Texas, y la desastrosa guerra méxico- 
estadounidense, que condujo a la pérdida de lo que se llegaría a conocer 
como Nuevo México y Arizona. Entre 1824 y 1867, hubo 52 presidentes en 
México, pocos de los cuales asumieron el poder de acuerdo con algún 
procedimiento aprobado constitucionalmente. 
Las consecuencias de esta inestabilidad política sin precedentes 
para los incentivos y las instituciones económicas deberían ser 
evidentes. Aquella inestabilidad condujo a derechos de propiedad muy 
inseguros. Asimismo, produjo un debilitamiento grave del Estado mexicano, 
que pasó a tener poca autoridad y capacidad para aumentar los impuestos o 
proporcionar servicios públicos. De hecho, aunque Santa Ana fue presidente 
de México, grandes zonas del país no estaban bajo su control, lo que 
permitió la anexión de Texas por parte de Estados Unidos. Además, como 
acabamos de ver, la motivación para la declaración de independencia de 
México fue proteger el conjunto de instituciones económicas desarrolladas 
durante el período colonial, que había hecho de México, en palabras del 
gran explorador y geógrafo alemán de Latinoamérica, Alexander von 
Humbolt, «el país de la desigualdad». Aquellas instituciones, que 
basaban la sociedad en la explotación de los pueblos indígenas y la 
creación de

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