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0á Alberto Savaruz Honoré de Balzac (1799-1850) 1 http://bibliotecadigital.ilce.edu.mx Alberto Savaruz Honoré de Balzac A la señora Emilia de Girardin Uno de los salones en los que se dejaba ver el arzobispo de Besanzón y el que gozaba de sus preferencias, en tiempos de la Restauración, era el de la señora baronesa de Watteville. Diremos unas palabras acerca de esta señora, el personaje femenino tal vez más importante de Besanzón. El señor de Watteville, sobrino del famoso Watteville, el feliz y el más ilustre de los asesinos y renegados cuyas extraordinarias aventuras son demasiado conocidas para que aquí las relatemos, era tranquilo como turbulento había sido su tío. Después de haber vivido en el Franco Condado como una cucaracha en una grieta, casó con la heredera de la célebre familia de Rupt. La señorita de Rupt unió 20 000 francos de renta en tierras a los 10 000 francos de renta en bienes raíces del barón de Watteville. El escudo de armas del gentilhombre suizo, porque los Watteville son de Suiza, desapareció bajo el viejo escudo de los Rupt. Este casamiento, decidido desde el año 1802, efectuóse en 1815, después de la segunda Restauración. Transcurridos tres años del nacimiento de una hija, todos los abuelos de la señora de Watteville habían muerto y sus herencias liquidadas. Vendieron entonces la casa del señor de Watteville para establecerse en la calle de la http://bibliotecadigital.ilce.edu.mx/ 2 http://bibliotecadigital.ilce.edu.mx Prefectura, en el hermoso hotel de Rupt, cuyo vasto jardín se extiende hacia la calle del Perron. La señora de Watteville, joven devota, fue más devota después de su boda. Es una de las reinas de la santa cofradía que confiere a la alta sociedad de Besanzón un aire sombrío y unas maneras gazmoñas en consonancia con el carácter de esta ciudad. El señor barón de Watteville, hombre flaco y sin inteligencia, parecía gastado, sin que pudiera averiguarse en qué, puesto que gozaba de una crasa ignorancia; pero como su mujer era de un rubio de fuego y de una naturaleza seca que se hizo proverbial (se dice aún "puntiaguda como la señora de Watteville"), algunos bromistas de la magistratura pretendían que el barón se había gastado contra aquella roca. (Rupt es una palabra que evidentemente viene de rupes, roca). Los sabios observadores de la naturaleza social no dejarán de comentar que Rosalía fue el único fruto del matrimonio de los Watteville con los Rupt. El señor de Watteville se pasaba la vida en un hermoso taller de tornero. Le gustaba tornear. Como complemento a esta existencia, habíase entregado al capricho de las colecciones. Para los médicos filósofos, dados al estudio de la locura, esta tendencia a coleccionar constituye un primer grado de enajenación mental, cuando se refiere a cosas pequeñas. El barón de WatteviIle recogía conchas, insectos y fragmentos geológicos del territorio de Besanzón. Algunos contradictores, sobre todo mujeres, decían del señor de Watteville: http://bibliotecadigital.ilce.edu.mx/ 3 http://bibliotecadigital.ilce.edu.mx ¡Tiene un alma hermosa! Desde el principio comprendió que no podría dominar a su mujer y entonces se entregó a una ocupación mecánica y a darse la gran vida. El hotel de Rupt no carecía de cierto esplendor digno del de Luis XIV, y se resentía de la nobleza de las dos familias, unidas en 1815. Brillaba en él un viejo lujo que nada sabía de la moda. Las arañas de cristal tallado en forma de hojas, los damascos, los tapices, los muebles dorados, todo estaba en consonancia con las viejas libreas y los viejos criados. Aunque servida en plata ennegrecida, la comida era exquisita. Los vinos escogidos por el señor de Watteville, que para ocupar sus horas e introducir en ellas la variedad habíase constituido en su propio bodeguero, gozaban de cierta celebridad provinciana. La fortuna de la señora de Watteville era considerable, ya que la de su marido, que consistía en las tierras de Rouxey y que valían unas 10 000 libras de renta, no fue incrementada con ninguna herencia. No hace falta comentar que las relaciones muy íntimas de la señora de Watteville con el arzobispo habían establecido en su casa a los tres o cuatro abates notables e inteligentes del arzobispo, quienes no odiaban en modo alguno los placeres de la buena mesa. En una comida suntuosa, dada yo no sé en ocasión de qué boda a comienzos del mes de septiembre del año 1834, en el momento en que las mujeres se hallaban colocadas en círculo ante la chimenea del salón y los hombres formando grupos junto a las ventanas, prodújose una aclaración a la vista del señor de Grancey, el cual fue anunciado entonces. http://bibliotecadigital.ilce.edu.mx/ 4 http://bibliotecadigital.ilce.edu.mx —Bien, ¿y el proceso? —le preguntaron. —¡Ganado! —Respondió el vicario general—. La sentencia de la corte, de la que ya desesperábamos, ya sabéis por qué... Era una alusión a la composición de la corte real desde el año 1830. Casi todos los legitimistas habían presentado la dimisión. —...La sentencia acaba de hacernos ganar la causa en todos los puntos, y viene a reformar el juicio de primera instancia. —Todo el mundo os creía perdidos. —Y lo estábamos sin mí. He conseguido que nuestro abogado se fuera a París, y he podido tomar, en el momento de la batalla, otro abogado, al que debemos el haber ganado el proceso, un hombre extraordinario... —¿En Besanzón? —preguntó ingenuamente el señor de Watteville. —En Besanzón —respondió el abate de Grancey. —¡Ah, sí, Savaron! —dijo un apuesto joven que se hallaba sentado cerca de la baronesa y se llamaba de Soulas. —Ha pasado cinco o seis noches estudiando el caso, ha devorado los documentos, ha tenido siete u ocho conferencias de varias horas conmigo —repuso el señor de Grancey que había llegado al hotel de Rupt por primera vez hacía veinte http://bibliotecadigital.ilce.edu.mx/ 5 http://bibliotecadigital.ilce.edu.mx días—. En fin, que el señor Savaron acaba de derrotar completamente al famoso abogado que nuestros adversarios habían ido a buscar a París. Este joven es maravilloso, según dicen ciertos consejeros. Así, el cabildo ha salido dos veces vencedor: ha vencido en derecho; luego, en política ha vencido al liberalismo en la persona del defensor de nuestro Ayuntamiento. "Nuestros adversarios, ha dicho nuestro abogado, no deben esperar encontrar en todas partes complacencia para arruinar los arzobispos..." El presidente se ha visto obligado a imponer silencio. Toda la gente de Besanzón ha aplaudido. Así, la propiedad de los edificios del antiguo convento sigue siendo del cabildo de la catedral de Besanzón. Por otra parte, el señor Savaron ha invitado a su colega de París a comer con él cuando salieron del Palacio de Justicia. Al aceptar, éste ha dicho: "A todo vencedor, todo honor", y le ha felicitado sin rencor por su triunfo. —¿De dónde habéis, pues, sacado ese abogado? —Dijo la señora de Watteville—. Nunca había oído pronunciar ese nombre. —Pues podéis distinguir desde aquí sus ventanas —respondió el vicario general—. El señor Savaron vive en la calle del Perron y el jardín de su casa es contiguo al vuestro. —¿No será del Franco Condado? —Preguntó el señor de Watteville. —No se sabe de dónde es —dijo la señora de Chavoncourt. http://bibliotecadigital.ilce.edu.mx/ 6 http://bibliotecadigital.ilce.edu.mx —Pero, ¿qué es ese hombre? —Preguntó la señora de Watteville tomando el brazo al señor de Soulas para encaminarse al comedor—. Si es forastero, ¿por que ha venido a establecerse en Besanzón? Es una idea bien singular para un abogado. —¡Bien singular! —repitió el joven Amadeo de Soulas, cuya biografía debe trazarse paramejor comprender esta historia. En todas las épocas, Francia e Inglaterra han efectuado un intercambio de futilidades, tanto más continuo cuanto que escapa a la tiranía de las aduanas. La moda que llamamos inglesa en París, se llama francesa en Londres, y viceversa. La enemistad de los dos pueblos cesa en dos puntos, en la cuestión de las palabras y en el del vestir. God save the king, el himno nacional de Inglaterra, es una música compuesta por Lulli para los coros de Ester o de Atalia. Los miriñaques llevados por una inglesa en París fueron inventados en Londres, ya se sabe por quién, por una francesa, la famosa duquesa de Portsmouth; comenzaron a producir tanta risa, que la primera inglesa que apareció en las Tullerías estuvo a punto de ser aplastada por la multitud; pero fueron adoptados. Esta moda ha tiranizado a las mujeres de Europa durante medio siglo. En la paz de 1815, se bromeó durante un año sobre las cinturas largas de las inglesas, y todo París fue a ver a Poitier y Brunet en Les anglaises pour rire; pero en 1816 y 1817, los cinturones de las francesas, que les cortaban el seno en 1814, descendieron gradualmente hasta hacer resaltar sus caderas. Desde hace diez años, Inglaterra nos ha obsequiado con dos pequeños regalos lingüísticos. Al incroyable, al merveilleux al élégant, esos tres herederos de los http://bibliotecadigital.ilce.edu.mx/ 7 http://bibliotecadigital.ilce.edu.mx petits maitres, cuya etimología es bastante indecente, han sucedido el dandy, luego el lion. El lion no ha engendrado la lionne. “La leona” se debe a la famosa canción de Alfredo de Musset: Avez-vous vu dans Barcelone... C'est ma maîtresse, ma lionne: ha habido fusión o, si queréis, confusión entre los dos términos y las dos ideas dominantes. Cuando una tontería divierte a París, que devora tantas obras maestras como tonterías, es difícil que la provincia se prive de ello. Así, después de que el león paseó por París su melena, su barba y su bigote, su chaleco y su impertinente sostenido sin la ayuda de las manos, por la contracción de la mejilla y del arco superciliar, las capitales de algunos departamentos han visto varios subleones que protestaron con su elegancia contra la incuria de sus compatriotas. Así, pues, Besanzón gozaba, en 1834, de uno de tales leones en la persona de aquel señor Amadeo Silvano Jaime de Soulas, escrito Souleyas en tiempos de la ocupación española. Amadeo de Soulas es quizá en Besanzón el único que desciende de una familia española. España enviaba gente a realizar sus negocios en el Franco Condado, pero se establecían pocos españoles. Los Soulas se quedaron a causa de su alianza con el cardenal Granvela. El joven de Soulas hablaba siempre de irse de Besanzón, ciudad triste, devota, poco literaria, ciudad de guerra y de guarnición, cuyas costumbres y fisonomía valen la pena de que se describan. Esta opinión le permitía alojarse, en calidad de hombre que no está seguro en cuanto a su porvenir, en tres aposentos muy poco amueblados al extremo de la calle de Navarra, en el lugar donde ésta se encuentra con la calle de la Prefectura. http://bibliotecadigital.ilce.edu.mx/ 8 http://bibliotecadigital.ilce.edu.mx El joven señor de Soulas no podía privarse de tener un tigre. Este tigre era el hijo de uno de sus granjeros, un criado de catorce años de edad, regordete, llamado Babylas. El león había vestido muy bien a su tigre: levita corta de tela gris, con un cinturón de cuero barnizado, pantalón de pana azul, chaleco rojo, botas acharoladas, sombrero redondo con cintillo negro, botones amarillos con las armas de los Soulas. Amadeo daba a este muchacho guantes de algodón blanco, el lavado de la ropa y 36 francos al mes, para comer, lo cual parecía monstruoso a las grisetas de Besanzón: ¡420 francos a un niño de quince años, sin contar los regalos! Los regalos consistían en la venta de los trajes reformados, en una propina cuando de Soulas cambiaba alguno de sus caballos, y en la venta del estiércol. Los dos caballos, administrados con sórdida economía, costaban 800 francos al año. La cuenta de París en lo que respecta a perfumes, corbatas, joyas, botes de betún, trajes, ascendía a 1 200 francos. Si sumáis a ello el botones o el tigre, los caballos, un gran tren de vida y un alquiler de 600 francos, encontraréis un total de 3 000 francos. Ahora bien, el padre del joven señor de Soulas no le había dejado más de 4 000 francos de renta, producidos por algunas granjas bastante malas que requerían ser conservadas y cuya conservación imprimía una desdichada incertidumbre en los ingresos. Apenas si le quedaban al león tres francos diarios para la vida, el bolsillo y el juego. Así, comía a menudo fuera de casa y desayunaba con notable frugalidad. Cuando era imprescindible comer a sus expensas, mandaba a su tigre a buscar dos platos a un restaurante sin darle más de 25 sueldos. El joven señor de Soulas era considerado como un derrochador, un hombre que cometía locuras, mientras que el http://bibliotecadigital.ilce.edu.mx/ 9 http://bibliotecadigital.ilce.edu.mx desgraciado anudaba los dos extremos del año con una astucia, con un talento que habría constituido la gloria de una buena ama de casa. Todavía se ignoraba, sobre todo en Besanzón, hasta qué punto seis francos de betún extendido sobre las botas o los zapatos, unos guantes amarillos de 50 sueldos, limpiados en el más profundo secreto para que pudieran servir tres veces, corbatas de diez francos que duran tres meses, cuatro chalecos de 25 francos y pantalones que encajan con la bota, llegan a impresionar en una capital. ¿Cómo podría suceder de otro modo, puesto que vemos en París a mujeres que conceden una atención especial a los tontos que van a ellas y triunfan de los hombres más notables, a causa de las frívolas ventajas que pueden procurarse por quince luises, incluidos el peinado y una camisa de tela de Holanda? Si ese desgraciado joven os parece que se convirtió en un león por muy poco precio, debéis saber que Amadeo de Soulas había ido tres veces a Suiza, en carro y a pequeñas jornadas; dos veces a París, y una vez de París a Inglaterra. Pasaba por ser un viajero instruido y podía decir: "A Inglaterra, adonde he ido", etcétera. Las viejas le decían: "Vos que habéis estado en Inglaterra", etcétera. Había llegado hasta la Lombardía, había bordeado los lagos de Italia. Leía obras nuevas. En fin, mientras él estaba limpiando sus guantes, el tigre Babylas respondía a los visitantes: "El señor está trabajando". Así, habían tratado de calificar al joven de Soulas con esta frase: "Es un hombre muy avanzado". Amadeo poseía el talento de soltar en la conversación con gravedad provinciana, los lugares comunes que estaban de moda, lo cual le confería el mérito de ser uno de http://bibliotecadigital.ilce.edu.mx/ 10 http://bibliotecadigital.ilce.edu.mx los hombres más instruidos de la nobleza. Llevaba sobre su traje las joyas de moda y en su cabeza los pensamientos controlados por la prensa. En 1834, Amadeo era un joven de veinticinco años, de estatura mediana, moreno, con el tórax muy abultado, hombros caídos, los muslos algo redondos, el pie regordete, la mano blanca y torneada, un bigote que rivalizaba con los de la guarnición, una cara grande y rojiza, la nariz chata, los ojos pardos y sin expresión; por otra parte, nada español. Acercábase a grandes pasos a una obesidad fatal para su presunción. Sus uñas estaban cuidadas, iba bien rasurado, los menores detalles de su indumentaria estaban cuidados con exactitud inglesa. Así, pues, consideraba la gente a Amadeo de Soulas como el hombre más guapo de Besanzón. Un peluquero, que iba a peinarle a una hora convenida (¡otro lujo de 60 francos al año!) lo preconizaba como el árbitro soberano en lo que se refiere a modas y elegancia. Amadeo se levantaba tarde, se arreglaba y salía a caballo hacia el mediodía para ir a una desus granjas a ejercitarse en el tiro de pistola. Daba a esta ocupación la misma importancia que lord Byron en sus últimos días. Luego regresaba a las tres, admirado sobre su caballo por las coquetas y por las personas que se hallaban asomadas a la ventana. Después de ciertos pretendidos trabajos que parecían tenerle ocupado hasta las cuatro, se vestía para ir a comer fuera de casa y pasaba las veladas en los salones de la aristocracia de Besanzón, jugando al whist, y regresaba para acostarse a las once. Ninguna existencia podía ser más clara, más prudente e http://bibliotecadigital.ilce.edu.mx/ 11 http://bibliotecadigital.ilce.edu.mx irreprochable, ya que puntualmente asistía a la misa el domingo y los días de fiesta. Para que podáis comprender cuán exorbitante era esta vida, es preciso explicar cómo era la ciudad de Besanzón en pocas palabras. Ninguna ciudad como ésta ofrece una resistencia más sorda y muda al progreso. En Besanzón, los administradores, los empleados, los militares, en fin, todos aquellos a quienes el gobierno, a quienes París envía para ocupar un cargo cualquiera, son designados en bloque con el expresivo nombre de la colonia. La colonia es el terreno neutro, el único en el que, como en la iglesia, pueden encontrarse la sociedad noble y la sociedad burguesa de la ciudad. En este terreno comienzan, motivados por una palabra, una mirada o un gesto, unos odios entre casa y casa, entre mujeres burguesas y mujeres nobles, odios que duran hasta la muerte y cavan aún más hondos los fosos insalvables por los cuales las dos sociedades se hallan ya separadas. Con la excepción de los Clermont-Saint-Jean, los Beauffremont, los de Scey, los Gramont y algunos otros que en el Franco Condado sólo habitan en sus tierras, la nobleza de Besanzón no se remonta más allá de dos siglos, a la época de la conquista por Luis XIV. Este mundo es esencialmente parlamentario y de una gravedad y altivez que no puede compararse con la corte de Viena, porque los habitantes de Besanzón harían que en esto se avergonzasen los salones vieneses. De Victor Hugo, de Nodier, de Fourier, las glorias de la ciudad, nadie habla de ellos. Los matrimonios entre nobles se arreglan desde la cuna de los hijos, hasta tal punto se hallan determinadas todas las cosas, desde las más graves a las más http://bibliotecadigital.ilce.edu.mx/ 12 http://bibliotecadigital.ilce.edu.mx simples. Jamás un forastero, un intruso, pudo deslizarse al interior de aquellas casas. Para lograr que fueran admitidos en ellas unos coroneles o unos oficiales con título, pertenecientes a las mejores familias de Francia, cuando los había en la guarnición, fueron necesarios unos esfuerzos de diplomacia que el príncipe de Talleyrand habríase considerado feliz de poder conocer, para servirse de ellos en un congreso. En 1834, Amadeo era el único que en Besanzón llevaba trabillas. Esto os explicará ya la leonería del joven señor de Soulas. En fin, una pequeña anécdota os dará una buena idea de Besanzón. Algún tiempo antes del día en que da comienzo esta historia, la prefectura sintió la necesidad de hacer venir de París un redactor para su periódico, con objeto de defenderse contra la pequeña Gazette que la gran Gazette había dado a luz en Besanzón, y contra Le Patriote, que la República hacía bullir y menearse en la ciudad. París envió un joven que ignoraba lo que era el Franco Condado y el cual debutó con un primer Besanzón de la escuela del Charivari. El jefe del partido del centro, un hombre del Ayuntamiento, mandó llamar al periodista y le dijo: —Sabed, caballero, que nosotros somos graves, más que graves, aburridos, no queremos que nos diviertan y estamos furiosos por haber reído. Sed tan duro de digerir como las más espesas amplificaciones de la Revue des Deux Mondes, y aun con ello apenas estaréis a tono con los habitantes de Besanzón. Así lo hizo el redactor, y habló en una jerga filosófica, la más difícil de entender, con lo que tuvo un éxito completo. http://bibliotecadigital.ilce.edu.mx/ 13 http://bibliotecadigital.ilce.edu.mx Si el joven señor de Soulas no perdió consideración en los salones de Besanzón, fue pura vanidad de su parte: a la aristocracia le gustaba aparentar que se estaba modernizando y poder ofrecer a los nobles parisienses que pasaban de viaje por el Franco Condado un joven que se les parecía bastante. Todo este trabajo oculto, esta locura aparente, esta prudencia latente, tenían un fin; sin ello, el león de Besanzón no habría pertenecido a aquel lugar. Amadeo quería llegar a un matrimonio ventajoso, demostrando un día que sus granjas no estaban hipotecadas y que había hecho economías. Quería ocupar la ciudad, quería ser el hombre más guapo de ella, el más elegante, para alcanzar primero la atención y luego la mano de la señorita Rosalía de Watteville. ¡Ah! En 1830, en el momento en que el joven señor de Soulas dio comienzo a su oficio de dandy, Rosalía contaba catorce años de edad. En 1834, la señorita de Watteville llegaba, pues, a aquella edad en la que las jóvenes son fácilmente impresionadas por todas las singularidades que significaban para Amadeo la atención de la ciudad. Hay muchos leones que se convierten en leones por cálculo y especulación. Los Watteville, ricos desde hacía doce años, de 50 000 francos de renta, no gastaban más de 24 000 francos al año, a pesar de que recibían a la alta sociedad de Besanzón los lunes y los viernes. Los lunes comían en su casa, los viernes se pasaba allí la velada. Así, al cabo de doce años, ¡qué suma no representarían 26 000 francos economizados anualmente e invertidos con la discreción que caracteriza a estas familias! En general se creía que, considerándose bastante rica en tierras, la señora de Watteville había puesto al 3 por http://bibliotecadigital.ilce.edu.mx/ 14 http://bibliotecadigital.ilce.edu.mx ciento sus economías en 1830. La dote de Rosalía debía ser por aquel entonces de unos 40 000 francos de renta. Desde hacía cinco años, el león había trabajado, pues, como un topo, para colocarse en lo más alto de la estima de la severa baronesa, procurando al propio tiempo halagar el amor propio de la señorita de Watteville. La baronesa estaba en el secreto de las invenciones por medio de las cuales Amadeo llegaba a sostener su rango en Besanzón y se lo apreciaba muchísimo. Soulas se había colocado bajo el ala de la baronesa cuando ella contaba treinta años, tuvo entonces la audacia de admirarla y hacer de ella un ídolo, llegó al extremo de poderle contar, sólo él en el mundo, las murmuraciones que casi todas las devotas gustan de oír, ya que sus virtudes les autorizan a contemplar abismos sin caer en ellos y a ver las emboscadas del demonio sin que éstas puedan atraparlas. ¿Comprendéis ahora por qué este león no se permitía la más ligera intriga? Clarificaba su vida, vivía en cierto modo en la calle con objeto de poder desempeñar el papel de amante sacrificado al lado de la baronesa y regalarle los oídos con pecados que ella prohibía a su propia carne. El hombre que posee el privilegio de deslizar cosas atrevidas al oído de una beata, es a los ojos de ésta un hombre encantador. Si aquel león ejemplar hubiera conocido mejor el corazón humano, habría podido permitirse sin peligro algunos amoríos con las coquetas de Besanzón, las cuales lo miraban como a un rey, y sus asuntos habrían prosperado cerca de la severa y mojigata baronesa. Con Rosalía, aquel Catón parecía un derrochador: hacía profesión de vida elegante, le mostraba en perspectiva el brillante papel de una mujer de moda en París, adonde él iría en calidad de diputado. Estas sabias maniobras http://bibliotecadigital.ilce.edu.mx/ 15 http://bibliotecadigital.ilce.edu.mx viéronse coronadas por un éxito total. En 1834, las madres de las cuarenta familias nobles que componen la alta sociedad de Besanzón citaban al joven Amadeo de Soulascomo el hombre más simpático de la ciudad, nadie se atrevía a disputarle el sitio al gallo del hotel de Rupt, y todo Besanzón lo consideraba como futuro esposo de Rosalía de Watteville. Incluso sobre este tema habíanse cambiado ya algunas palabras entre la baronesa y Amadeo, a las cuales la pretendida nulidad del barón confería algo de certidumbre. La señorita de Watteville, a quien su fortuna, enorme un día, confería entonces proporciones considerables, educada en el recinto del hotel que su madre raras veces abandonaba, tanto era el afecto que profesaba a su querido arzobispo, habíase visto fuertemente reprimida por una educación exclusivamente religiosa y por el despotismo de su madre. Rosalía no sabía absolutamente nada. ¿Es saber algo el haber estudiado la geografía en Guthrie, la historia sagrada, la historia antigua, la historia de Francia y las cuatro reglas, todo ello pasado por el tamiz de un viejo jesuita? El dibujo, la música y la danza fueron prohibidos, como mas adecuados para corromper que para embellecer la vida. La baronesa enseñó a su hija todos los puntos posibles de la tapicería y las pequeñas labores: la costura, el bordado, la calceta. A la edad de diecisiete años, Rosalía no había leído más que las Cartas edificantes y algunas obras de ciencia heráldica. Jamás un periódico había mancillado sus miradas. Todas las mañanas oía misa en la catedral adonde la llevaba su madre, regresaba para desayunar, trabajaba después de dar un pequeño paseo por el jardín y recibía visitas http://bibliotecadigital.ilce.edu.mx/ 16 http://bibliotecadigital.ilce.edu.mx sentada al lado de la baronesa hasta la hora de comer; luego, salvo los lunes y los viernes, acompañaba a la señora de Watteville a las veladas, sin poder hablar de lo que querían las ordenanzas maternas. A los dieciocho años, la señorita de Watteville era una joven frágil, delgada, rubia, blanca, insignificante. Sus ojos, de un azul pálido, embellecíanse mediante el juego de los párpados, que, al bajarse, producían una sombra en sus mejillas. Algunas pecas perjudicaban la belleza de su frente, por otra parte bien perfilada. Su rostro parecíase completamente al de las santas de Alberto Durero y de los pintores anteriores al Perugino: la misma delicadeza entristecida por el éxtasis, la misma severa inocencia. Todo en ella, hasta su actitud, recordaba aquellas vírgenes cuya belleza sólo aparece en su místico esplendor a los ojos de un conocedor atento. Tenía hermosas manos, pero rojas, y un pie sumamente lindo, pie de castellana. Generalmente llevaba vestidos de simple algodón, pero el domingo y los días de fiesta su madre le permitía llevarlos de seda. Sus modas, hechas en Besanzón, casi la hacían fea, mientras que su madre trataba de obtener gracia, belleza, elegancia, de las modas de París, merced a la solicitud del joven señor de Soulas. Rosalía no había llevado nunca medias de seda ni borceguíes, sino medias de algodón y zapatos de piel. Los días de gala, llevaba un vestido de muselina y calzaba zapatos de piel bronceada. La educación y la actitud modesta de Rosalía ocultaban un carácter de hierro. Los fisiólogos y los profundos observadores de la naturaleza humana os dirán, con gran sorpresa vuestra quizá, que en las familias, los humores, los caracteres, la inteligencia, el genio, reaparecen a grandes intervalos de un modo absolutamente http://bibliotecadigital.ilce.edu.mx/ 17 http://bibliotecadigital.ilce.edu.mx igual a lo que llaman las enfermedades hereditarias. Así, el talento, lo mismo que la gota, hace a veces un salto de dos generaciones. De este fenómeno tenemos un ilustre ejemplo en George Sand, en quien reviven la fuerza, el poder y la inteligencia del mariscal de Sajonia, su abuelo natural. El carácter decidido, la audacia aventurera del famoso Watteville habían reaparecido en el alma de su sobrina, aun agravados por la tenacidad, el orgullo de la sangre de los Rupt. Pero estas cualidades o estos defectos, si queréis, estaban tan profundamente ocultos en el alma de aquella joven en apariencia blanda y débil, como las hirvientes lavas están ocultas bajo una colina antes de que ésta se convierta en un volcán. Solamente la señora de Watteville sospechaba quizás aquel legado de las dos sangres. Mostrábase tan severa con Rosalía, que un día contestó al arzobispo, el cual le reprochaba el que la tratase tan duramente: —¡Dejadme que la eduque así, monseñor; la conozco! ¡Tiene más de un demonio en la piel! La baronesa observaba tanto más a su hija cuanto que creía que en ello le iba su honor de madre. Además, era su único trabajo. Clotilde de Rupt, que a la sazón contaba treinta y cinco años de edad y estaba casi viuda de un marido que seguía trabajando en su taller de tornero, que fabricaba cajas de rapé para sus amigos, coqueteaba discreta y honradamente con Amadeo de Soulas. Cuando este joven se hallaba en la casa, ella mandaba llamar y despedía sucesivamente a su hija y trataba de sorprender en aquella alma joven movimientos de celos, con objeto de tener ocasión para demorarlos. Imitaba a la policía en http://bibliotecadigital.ilce.edu.mx/ 18 http://bibliotecadigital.ilce.edu.mx sus relaciones con los republicanos; pero por más que hacía, Rosalía no se entregaba a ninguna especie de insurrección. La seca beata reprochaba entonces a su hija su completa falta de sensibilidad. Rosalía conocía bastante a su madre para saber que si le hubiera parecido bien el joven de Soulas se habría atraído una buena reprimenda. Así, a todas las pullas que le dirigía su madre respondía ella con aquellas frases tan impropiamente llamadas jesuíticas, porque los jesuitas eran fuertes, y tales reticencias son los baluartes tras los cuales se abriga la debilidad. Entonces la madre trataba de hipócrita a su hija. Si, por desgracia, aparecía un destello del verdadero carácter de los Watteville y de los de Rupt, la madre se armaba del respeto que los padres deben inspirar a sus hijos para reducir a Rosalía a la obediencia pasiva. Este combate librábase en el recinto más sagrado de la vida doméstica, a puerta cerrada. El vicario general, el abate de Grancey, amigo del difunto arzobispo, por muy poderoso que fuese en su calidad de gran penitenciario de la diócesis, no podía adivinar si aquella lucha había promovido cierto odio entre la madre y la hija, si la madre estaba celosa de antemano, o si la corte que Amadeo hacía a la hija en la persona de la madre no había rebasado los límites. En su calidad de amigo de la familia no confesaba ni a la madre ni a la hija. Rosalía, algo derrotada, moralmente hablando, a propósito del joven señor de Soulas, no podía aguantarlo, usando un término del lenguaje familiar. Así, cuando el joven le dirigía la palabra con objeto de sondear su corazón, ella lo recibía con bastante frialdad. Esta aversión, visible tan sólo a los ojos de su madre, era un tema continuo de reconvenciones. http://bibliotecadigital.ilce.edu.mx/ 19 http://bibliotecadigital.ilce.edu.mx —Rosalía, no comprendo por qué mostráis tanta frialdad para con Amadeo. ¿Acaso es porque es amigo de la casa, y que nos agrada a vuestro padre y a mí?... —¡Oh mamá! —Respondió un día la pobre criatura—. Si lo acogiera bien, ¿no me regañaríais aún más por ello? —¿Qué significa eso? —Exclamó la señora de Watteville—. ¿Qué entendéis por esas palabras? ¿Es que vuestra madre es injusta, y según vos, lo sería en todos los casos? ¡Que jamás vuelva a salir tal respuesta de vuestra boca, a vuestra madre!... Esta disputa duró tres horas y tres cuartos y Rosalía así lo comentó. La madre se puso pálida de ira y mandó a su hija que se retirase a su aposento, donde Rosalía estudió el sentido de esta escena, sin comprender nada de ella, ¡tan inocente era! Así, el joven señor de Soulas, a quien toda la ciudad de Besanzón creía tan cerca de su objetivo, con sus corbatas, sus botes debetún, y que tan gran cantidad de tinte gastaba para su bigote, tantos lindos chalecos, herraduras y corsés, puesto que llevaba un chaleco de piel, que es el corsé de los leones, Amadeo estaba tan lejos de este objetivo como el primero que acabara de llegar, aunque tuviera a su favor el digno y noble abate de Grancey. Por otra parte, Rosalía no sabía entonces, en el momento en que comienza esta historia, que el joven conde Amadeo de Souleyas le estuviera destinado como marido. —Señora —dijo el señor de Soulas dirigiéndose a la baronesa, mientras esperaba que se enfriase un poco la sopa y afectando dar un tono novelesco a lo que estaba diciendo—, un buen día http://bibliotecadigital.ilce.edu.mx/ 20 http://bibliotecadigital.ilce.edu.mx llegó al Hotel Nacional un parisiense, que, después de haber buscado unos apartamentos, se decidió por el primer piso de la casa de la señorita Galard, en la calle del Perron. Luego, el forastero ha ido directamente a la alcaldía, a hacer una declaración de domicilio real y político. Finalmente se ha hecho inscribir en el cuadro de abogados de la corte, presentando títulos en regla, y ha dejado una tarjeta en casa de todos sus nuevos colegas, en la de los oficiales ministeriales, en la de los consejeros de la corte y en la de todos los miembros del tribunal, una tarjeta en la que se leía: ALBERTO SAVARON. —El nombre de Savaron es célebre —dijo Rosalía, que estaba muy fuerte en heráldica—. Los Savaron de Savarus son una de las familias más antiguas, más nobles y más ricas de Bélgica. —Es francés, y trovador —repuso Amadeo de Soulas—. Si quiere tomar las armas de los Savaron de Savarus pondrá una barra, ya que no hay en Brabante más que una señorita Savarus, una rica heredera casadera. —La barra es, en verdad, un signo de bastardía; pero el bastardo de un conde de Savarus es noble —dijo la señorita de Watteville. —¡Basta, Rosalía! —dijo la baronesa. —¡Habéis querido que ella supiera heráldica, pues la sabe muy bien! —dijo el barón. —Continuad, Amadeo. http://bibliotecadigital.ilce.edu.mx/ 21 http://bibliotecadigital.ilce.edu.mx —Comprenderéis que, en una ciudad en la que todo está clasificado, definido, conocido, cifrado, numerado como en Besanzón, Alberto Savarus ha sido recibido por nuestros abogados sin ninguna dificultad. Todos se han contentado con decir: "He aquí un pobre diablo que no conoce su Besanzón. ¿Qué demonio ha podido aconsejarle que viniera aquí? ¿Qué pretende hacer? Enviar su tarjeta a los magistrados en lugar de presentarse personalmente a ellos... ¡qué error!" Así, tres días después, ya no se ha vuelto a saber de Savaron. Tomó como criado al antiguo ayuda de cámara del señor Galard, que en paz descanse, Jerónimo, que sabe cocinar un poco. Ha sido fácil olvidar a Alberto Savaron, porque nadie ha vuelto a verlo o encontrarlo. —¿Es que no va a misa? —preguntó la señora de Chavoncourt. —El domingo, en San Pedro, pero a la primera misa, a las ocho. Se levanta todas las noches entre la una y las dos de la mañana, trabaja hasta las ocho, desayuna y luego vuelve a trabajar. Se pasea por el jardín, da cincuenta, sesenta vueltas en él; vuelve a entrar en la casa, come y se acuesta entre las siete y las ocho. —¿Cómo sabéis todo eso? —dijo la señora de Chavoncourt al señor de Soulas. —Ante todo, señora, yo vivo en la calle Nueva, en la esquina con la calle del Perron. Desde mi ventana veo la casa en que se http://bibliotecadigital.ilce.edu.mx/ 22 http://bibliotecadigital.ilce.edu.mx aloja ese misterioso personaje; además, existen relaciones entre mi tigre y Jerónimo. —¿Vos habláis, entonces, con Babylas? —¿Qué queréis que haga durante mis paseos? —Bien, ¿cómo habéis tomado a un forastero como abogado? —dijo la baronesa cediendo así la palabra al vicario general. —El primer presidente nombró a ese abogado para que defendiese a un labrador algo imbécil, acusado de fraude. El señor Savaron ha hecho que pusieran en libertad a ese pobre hombre demostrando su inocencia y probando que fue sólo un instrumento de los verdaderos culpables. No sólo ha triunfado su sistema, sino que ha exigido la detención de dos de los testigos, los cuales, reconocidos como culpables, han sido condenados. Sus defensas han sorprendido al tribunal y a los jurados. Uno de ellos, un negociante, ha confiado al día siguiente un proceso delicado al señor Savaron y lo ha ganado. En la situación en que nos encontrábamos, el señor de Garcenault nos aconsejó que tomásemos a ese señor Alberto Savaron, prediciéndonos el éxito. Tan pronto como lo vi, tan pronto como le oí hablar, tuve fe en él y no me he equivocado. —¿Tiene, entonces, algo de extraordinario? —inquirió la señora de Chavoncourt. —Sí —respondió el vicario general. http://bibliotecadigital.ilce.edu.mx/ 23 http://bibliotecadigital.ilce.edu.mx —Bien, explicadnos eso —dijo la señora de Watteville. —La primera vez que lo vi —dijo el abate de Grancey—, me recibió en la primera pieza que viene después del recibidor (el antiguo salón del señor Galard), que ha hecho pintar de color de roble y que he encontrado completamente tapizado con libros de derecho. Esta pintura y los libros constituyen todo el lujo, ya que el mobiliario consiste en un escritorio de vieja madera tallada, seis viejos sofás tapizados, en las ventanas hay cortinas de color carmelita bordadas de verde y en el suelo una alfombra. La estufa del recibidor calienta también esta biblioteca. Mientras lo esperaba, no me imaginaba ver a mi abogado con rasgos de hombre joven. Este cuadro singular está realmente en consonancia con la figura, porque el señor Savaron se presentó con bata negra, sujeta por un cinturón de cuerda roja, zapatillas rojas, un chaleco de franela roja, un pantalón rojo. —¡La librea del diablo! —exclamó la señora Watteville. —Sí —dijo el abate—, pero una cabeza magnífica: cabellos negros, con algunas canas mezcladas ya entre ellos; unos cabellos como los de San Pedro y San Pablo de nuestros cuadros, con rizos espesos y brillantes, cabellos duros como crin, un cuello blanco y redondo como el de una mujer, una magnífica frente surcada por aquella gran arruga que los grandes proyectos, los grandes pensamientos, las intensas meditaciones inscriben en la frente de los grandes hombres; un color de piel aceitunado, adornado con manchas rojas, una nariz cuadrada, ojos de fuego; además, las mejillas hundidas, http://bibliotecadigital.ilce.edu.mx/ 24 http://bibliotecadigital.ilce.edu.mx marcadas con dos largas arrugas llenas de sufrimientos, una boca de sonrisa triste y una barbilla delgada y demasiado corta; los ojos sumidos, brillantes como globos ardientes; pero, a pesar de todos estos indicios de pasiones violentas, un aspecto sereno, profundamente resignado, la voz de una dulzura penetrante, y que me ha sorprendido en el Palacio de Justicia por su facilidad, la verdadera voz del orador, tan pronto pura y astuta, tan pronto insinuante y tonante cuando es preciso, plegándose luego al sarcasmo y haciéndose entonces más incisiva. El señor Savaron es de mediana estatura, ni gordo ni flaco. En fin, tiene manos de prelado. La segunda vez que fui a su casa me recibió en su habitación, contigua a su biblioteca, y se sonrió al observar mi asombro, cuando yo vi una mala cómoda, una mala alfombra, un lecho de colegial y en las ventanas cortinas de calicó. Salía de su gabinete, en el que no entra nadie, según me ha dicho Jerónimo, el cual tampoco entra, y se contenta con llamar a la puerta. El señor Savaron ha cerrado él mismo esa puerta delante de mí. La tercera vez, se hallaba desayunando en su biblioteca del modo más frugal; pero, esta vez, como él había pasado la noche examinando nuestras piezas, yo estaba con mi abogado, habíamos de pasar un buen rato juntos y el bueno del señor Girardet es muy hablador,pude permitirme el lujo de estudiar cómodamente a ese forastero. Ciertamente, no se trata de un sujeto corriente. Hay más de un secreto detrás de esa máscara a la vez terrible y dulce, paciente e impaciente, llena y hueca. Lo hallé levemente encorvado, como todos los hombres sobre los cuales gravita alguna pesada carga. http://bibliotecadigital.ilce.edu.mx/ 25 http://bibliotecadigital.ilce.edu.mx —¿Por qué ese hombre tan elocuente ha abandonado París? ¿Con qué intención ha venido a Besanzón? ¿Acaso no le han dicho las pocas probabilidades que los forasteros tienen de triunfar aquí? Se servirán de él, pero la gente de Besanzón no le permitirá que se sirva de ellos. ¿Por qué, si ha venido, se ha movido tan poco, y ha hecho falta el capricho del primer presidente para que fuera descubierto? —dijo la hermosa señora de Chavoncourt. —Después de haber estudiado bien aquella magnífica cabeza —repuso el abate de Grancey, que miró con insistencia a su interruptora, dando a pensar que ocultaba algo—, y sobre todo, después de haber escuchado cómo replicaba esta mañana a una de las águilas del foro de París, creo que ese hombre, que debe contar unos treinta y cinco años de edad, causará más tarde una gran sensación... —¿Por qué ocuparnos de él? Habéis ganado vuestro proceso, lo habéis pagado —dijo la señora de Watteville observando a su hija, que desde que el vicario general había comenzado a hablar estaba pendiente de sus labios. La conversación tomó otro giro y ya no se volvió a hablar de Alberto Savaron. El retrato bosquejado por el más inteligente de los vicarios generales de la diócesis tuvo tanto aliciente como una novela para Rosalía, y es que en realidad contenía una novela. Por primera vez en su vida encontraba aquel elemento extraordinario, maravilloso, que acarician todas las jóvenes http://bibliotecadigital.ilce.edu.mx/ 26 http://bibliotecadigital.ilce.edu.mx imaginaciones, y ante el cual se precipita la curiosidad, tan viva en la edad de Rosalía. ¡Qué ser tan ideal aquel Alberto, sombrío, doliente, elocuente, comparado por la señorita de Watteville con aquel conde mofletudo, rebosante de salud, decidor de frases halagadoras, hablando de elegancia ante el esplendor de los antiguos condes de Rupt! Amadeo sólo le ocasionaba disputas y reprensiones; por otra parte, lo conocía demasiado, y aquel Alberto Savaron ofrecía muchos enigmas que descifrar. —Alberto Savaron de Savarus —repetíase a sí misma. Luego, poder verlo..., tal fue el deseo de una joven que hasta entonces no había tenido deseo alguno. Repasaba en su corazón, en su imaginación, en su mente, las menores frases dichas por el abate de Grancey, ya que todas las palabras habían producido su impresión. —Una hermosa frente —decíase mirando la frente de cada uno de los hombres que se hallaban sentados a la mesa—, no veo ni una sola que sea hermosa... La del señor de Soulas está demasiado abombada, la del señor de Grancey es bella, pero tiene setenta años y ya no tiene cabellos, ya no se sabe dónde empieza y dónde termina la frente. —¿Qué tenéis, Rosalía? Veo que no coméis... —No tengo apetito, mamá —respondió la joven—. Manos de prelado... —prosiguió diciendo para sí—, ya no recuerdo las de nuestro guapo arzobispo, el cual, sin embargo, me confirmó. http://bibliotecadigital.ilce.edu.mx/ 27 http://bibliotecadigital.ilce.edu.mx En fin, en medio de las idas y venidas que hacía en el laberinto de su imaginación, recordó, brillando a través de los árboles de los dos jardines contiguos, una ventana iluminada que ella había visto desde la cama cuando por casualidad se despertó durante la noche. —Entonces, ¡era su luz! —se dijo—. ¡Podré verlo, y lo veré! —Señor de Grancey, ¿está ya todo terminado lo relativo al proceso del cabildo? —dijo a quemarropa Rosalía al vicario general durante un momento de silencio. La señora de Watteville cambió una rápida mirada con el vicario general. —¿Y qué tenéis vos que ver en todo ello, querida hija? —dijo a Rosalía poniendo en sus palabras una fingida dulzura que hizo a su hija circunspecta por el resto de sus días. —Pueden recurrir a casación; pero nuestros adversarios lo pensarán dos veces —respondió el abate. —Nunca habría creído que Rosalía pudiera pensar en un proceso durante toda una comida —repuso la señora de Watteville. —Y yo tampoco —dijo Rosalía con un aire soñador que provocó sonrisas—, pero el señor de Grancey se ocupaba tanto de ello, que me he sentido interesada. ¡Eso es todo! http://bibliotecadigital.ilce.edu.mx/ 28 http://bibliotecadigital.ilce.edu.mx Se levantaron de la mesa y se dirigieron de nuevo al salón. Durante toda la velada, Rosalía estuvo con el oído atento por si volvía a hablarse de Alberto Savaron; pero, aparte las felicitaciones que cada recién llegado dirigía al abate con respecto al proceso ganado, y en las que nadie habló del abogado, ya no volvió a tocarse este tema. La señorita de Watteville aguardó que llegara la noche con impaciencia. Habíase prometido levantarse entre las dos y las tres de la madrugada para ver las ventanas del gabinete de Alberto. Cuando llegó esta hora, experimentó casi placer al contemplar la luz que proyectaban, a través de los árboles despojados casi de hojas, las bujías del abogado. Con ayuda de la excelente vista que poseía la joven y que la curiosidad parecía aumentar, vio a Alberto mientras se hallaba escribiendo, creyó distinguir el color de los muebles, que le parecieron rojos. La chimenea levantaba encima del tejado una densa columna de humo. —Cuando todo el mundo duerme, él está velando... ¡como Dios! —se dijo. La educación de las jóvenes entraña problemas tan graves, puesto que el porvenir de una nación se halla en manos de la madre, que desde hace tiempo la Universidad de Francia se ha propuesto no pensar en tal educación. He aquí uno de estos problemas. ¿Hay que ilustrar a las jóvenes? ¿Hay que reprimir su inteligencia? Ni que decir tiene que el sistema religioso es represor: si las ilustráis, las convertís en demonios prematuramente; si les impedís que piensen, llegáis a la súbita explosión tan bien descrita en el personaje de Inés, de Molière, y ponéis en esa inteligencia comprimida, tan nueva, tan http://bibliotecadigital.ilce.edu.mx/ 29 http://bibliotecadigital.ilce.edu.mx perspicaz, rápida y consecuente como la de un salvaje, a merced de un acontecimiento, crisis fatal acarreada en el caso de la señorita de Watteville por el imprudente bosquejo que se permitió hacer en la mesa de uno de los más prudentes abates del prudente cabildo de Besanzón. A la mañana siguiente, la señorita de Watteville, mientras se vestía, miró necesariamente a Alberto Savaron, que se estaba paseando por el jardín contiguo al del hotel de Rupt. —¿Qué habría sido de mí —se dijo la joven—, si él se hubiera ido a vivir a otra parte? Ahora puedo verlo. ¿Qué estará pensando? Después de haber visto, aunque a distancia, a aquel hombre extraordinario, el único cuya fisonomía se destacaba vigorosamente de la masa de los rostros de Besanzón vistos hasta entonces, Rosalía pasó ágilmente a la idea de penetrar en su interior, de saber las razones de tantos misterios, de escuchar aquella voz elocuente, de obtener una mirada de aquellos hermosos ojos. Quiso todo esto, pero ¿cómo conseguirlo? Durante todo el día, bordaba con aquella atención obtusa de la joven que, como Inés, no parece pensar en nada y que reflexiona con tanta atención sobre todas las cosas, que sus ardides resultan infalibles. De esta profunda meditación resultó en Rosalía un intenso deseo de confesarse. A la mañana siguiente, después de la misa, tuvo una pequeña conversación, en Nuestra Señora, con el abate Giroud, y supo tan bien arreglárselas, que la confesión quedó convenida para el http://bibliotecadigital.ilce.edu.mx/30 http://bibliotecadigital.ilce.edu.mx domingo por la mañana, a las siete y media, antes de la misa de ocho. Dijo una docena de mentiras para poder encontrarse en la iglesia, una sola vez, en la hora en que el abogado iba a misa. Finalmente, sintió un excesivo movimiento de ternura hacia su padre y fue a ver a éste en su taller, y le hizo mil preguntas acerca del arte del tornero, hasta llegar a aconsejar a su padre que tornease grandes piezas, columnas. Después de haber embarcado a su padre en la idea de las columnas salomónicas, una de las dificultades del arte del torno, le aconsejó que aprovechase un gran montón de piedras que había en medio del jardín para hacer con ellas una gruta, sobre la cual pondría un templete en forma de mirador, en el que se utilizarían las columnas salomónicas, las cuales suscitarían la admiración de toda la gente. En medio de la alegría que esta tarea producía en aquel hombre desocupado, Rosalía le dijo abrazándolo: —Sobre todo, no le digas a mamá quién te ha inspirado tal idea, porque me regañaría. —Descuida —respondió el señor de Watteville, que, al igual que su hija, gemía bajo la opresión de aquella terrible mujer de la familia de los Rupt. De este modo tuvo Rosalía la seguridad de ver construir pronto un lindo observatorio desde donde su vista se sumergiría en el gabinete del abogado. Y hay hombres para los cuales las jóvenes realizan tales obras maestras de diplomacia que, la mayoría de las veces, como en el caso de Alberto Savaron, éstos ni se enteran. http://bibliotecadigital.ilce.edu.mx/ 31 http://bibliotecadigital.ilce.edu.mx Aquel domingo, tan impacientemente esperado, llegó, y Rosalía se arregló con tanto esmero que hizo sonreír a Marieta, la doncella de la señora y de la señorita de Watteville. —¡Es la primera vez que veo a la señorita tan presumida! —dijo Marieta. —Hacéis que me acuerde —dijo Rosalía lanzando a Marieta una mirada que hizo sonrojarse vivamente a la doncella— de que hay días en que vos también os mostráis particularmente presumida. Al bajar la escalinata, al cruzar el patio, al pasar por la puerta, al salir a la calle, el corazón de Rosalía palpitaba como cuando presentimos un gran acontecimiento. Hasta entonces ignoraba lo que era ir por las calles: había creído que su madre leería sus proyectos en su frente y que le prohibiría ir a confesar; sintió una sangre nueva en los pies y los levantó como si estuviera caminando sobre ascuas. Naturalmente, se había citado con su confesor a las ocho y cuarto, diciendo las ocho a su madre, con objeto de estar aguardando un cuarto de hora junto a Alberto. Llegó a la iglesia antes de la misa y, después de rezar una breve oración, fue a ver si el abate Giroud estaba en su confesionario, únicamente para poder darse una vuelta por la iglesia. Así, se encontró colocada de tal suerte que pudo mirar a Alberto en el momento en que éste entró. Habría hecho falta que un hombre fuera horriblemente feo para que Rosalía no lo encontrara guapo, dado su estado de ánimo. Ahora bien, Alberto Savaron, ya bastante digno de http://bibliotecadigital.ilce.edu.mx/ 32 http://bibliotecadigital.ilce.edu.mx interés, causó una impresión tanto mayor en el ánimo de Rosalía, cuanto que su modo de ser, sus andares, su actitud, todo, hasta su modo de vestir, poseía aquella cosa vaga que sólo se explica con la palabra ¡misterio! Entró. La iglesia, hasta entonces oscura, parecióle a Rosalía como iluminada. La joven quedó fascinada por aquel modo de andar lento y casi solemne de las personas que llevan un mundo sobre sus espaldas, y cuya mirada profunda y cuyo gesto concuerdan en expresar un pensamiento o devastador o dominador. Rosalía comprendió entonces en toda su extensión las palabras del vicario general: sí, aquellos ojos de color pardo encerraban un ardor que se traicionaba por medio de rápidas miradas. Rosalía, con una imprudencia que no pasó inadvertida a Marieta, colocóse en el lugar por donde había de pasar el abogado, de suerte que pudo cambiar con éste una mirada; y esta mirada hizo que su sangre hirviera a borbotones, como si la temperatura hubiese aumentado. Tan pronto como Alberto se hubo sentado, la señorita de Watteville escogió pronto un sitio de forma que pudiera verlo perfectamente todo el rato que el abate Giroud lo permitiese. Cuando dijo Marieta: "Ya está ahí el padre Giroud", parecióle a Rosalía como si sólo hubieran transcurrido breves minutos. Después salió del confesionario, pero la misa había terminado, y Alberto ya no se hallaba en la iglesia. "El vicario general tiene razón —pensaba— ¡ese hombre sufre! ¿Por qué esa águila, puesto que tiene ojos de águila, ha venido a abatirse sobre Besanzón? ¡Oh! Voy a averiguarlo todo... Pero ¿cómo?" http://bibliotecadigital.ilce.edu.mx/ 33 http://bibliotecadigital.ilce.edu.mx Bajo el fuego de este nuevo deseo, Rosalía iba bordando con admirable exactitud su tapicería, y ocultaba sus meditaciones bajo un aire cándido con el que quería engañar a la señora de Watteville. Desde el domingo en que la señorita de Watteville había recibido aquella mirada, o si queréis, aquel bautismo de fuego, magnífica expresión de Napoleón que puede servir para el amor, activó vivamente el asunto del mirador. —Mamá —dijo cuando vio que ya estaban terminadas dos columnas—, a mi padre se le ha metido en la cabeza una singular idea: está torneando unas columnas para un mirador que proyecta mandar construir valiéndose de aquel montón de piedras que se encuentra en medio del jardín; ¿vos aprobáis esa idea? A mí me parece que... —Yo apruebo todo lo que hace vuestro padre —replicó secamente la señora de Watteville, y es deber de las mujeres el someterse a su marido, aun cuando no aprueben las ideas de él... ¿Por qué habría de oponerme a una cosa que en sí es indiferente, desde el momento en que divierte al señor de Watteville? —Pero es que desde allí veremos la casa del señor de Soulas, y el señor de Soulas nos verá cuando estemos en el mirador. Quizá la gente diría... —¿Acaso, Rosalía, tenéis la pretensión de guiar a vuestros padres y de saber más que ellos sobre la vida y las conveniencias sociales? http://bibliotecadigital.ilce.edu.mx/ 34 http://bibliotecadigital.ilce.edu.mx —Ya me callo, mamá. Además, mi padre dice que la gruta formará una sala en la que se estará fresco y a la que podrá irse a tomar café. —Vuestro padre ha tenido con ello una excelente idea —respondió la señora de Watteville, la cual quiso ir a ver las columnas. Dio su aprobación al proyecto del barón de Watteville indicando para la erección del monumento un sitio al fondo del jardín desde el cual no podía uno ser visto de la casa del señor de Soulas, pero desde donde se podía ver perfectamente la casa del señor Alberto Savaron. Un maestro de obras fue encargado de construir una gruta a lo alto de la cual se llegaría por un sendero de tres pies de ancho, en cuyas rocallas se plantaría hierba doncella, iris, viburnos, hiedras, madreselvas, vides silvestres. La baronesa tuvo la idea de mandar tapizar el interior de la gruta con madera rústica, entonces de moda, colocar al fondo un espejo, un diván y una mesa de marquetería. El señor de Soulas propuso que el suelo fuese de asfalto. Rosalía dijo que no estaría mal suspender del techo una lámpara de madera tosca. —Los Watteville van a hacer algo muy bonito en su jardín —decía la gente de Besanzón. —Son ricos, y bien pueden gastarse 1 000 escudos en un capricho. —¿1 000 escudos...? —dijo la señora de Chavoncourt. http://bibliotecadigital.ilce.edu.mx/ 35 http://bibliotecadigital.ilce.edu.mx —Sí, 1 000 escudos —exclamó el joven señor de Soulas—. Hacen venir de París a un hombre para arreglar de un modo rústico el interior, pero quedará muy bonito. El señor de Watteville hace él mismola lámpara, comienza a tallar la madera... —Dicen que Berquet va a hacer una cueva —dijo un abate. —No —repuso el joven señor de Soulas—, construye el mirador encima de un macizo de hormigón para que no haya humedad. —Conocéis los menores detalles que se realizan en la casa —dijo secamente la señora de Chavoncourt mirando a una de sus hijas, casaderas desde hacía un año. La señorita de Watteville, que experimentaba cierto sentimiento de orgullo al pensar en el éxito de su mirador, reconoció en sí una eminente superioridad con respecto a cuanto la rodeaba. Nadie adivinaba que una niña, a la que tenían por tonta, había querido sencillamente ver más de cerca el gabinete del abogado Savaron. La resonante defensa que Alberto Savaron había hecho del cabildo de la catedral fue olvidada tan de prisa como se despertó la envidia de los otros abogados. Por otra parte, fiel a su retiro, Savaron no se dejaba ver. Al no ver a nadie, aumentó las posibilidades de ser olvidado, que en una ciudad como Besanzón abundan para un forastero. Sin embargo, actuó en tres ocasiones ante el tribunal de comercio, en tres asuntos http://bibliotecadigital.ilce.edu.mx/ 36 http://bibliotecadigital.ilce.edu.mx espinosos que tuvieron que ser llevados a la corte. Tuvo de este modo como clientes a cuatro de los comerciantes más importantes de la ciudad, que reconocieron en él tanta inteligencia, que le confiaron sus casos. El día en que la casa Watteville inauguraba su mirador, Savaron levantaba su monumento. Gracias a las relaciones que había trabado con el alto comercio de Besanzón, fundaba allí una revista quincenal, llamada la Revue de l'Est, por medio de cuarenta acciones de 500 francos cada una puestas en manos de sus diez primeros clientes, a quienes hizo sentir la necesidad de ayudar al destino de Besanzón, la ciudad en la que debía fijarse el tránsito entre Mulhouse y Lyón, punto capital entre el Rin y el Ródano. Para rivalizar con Estrasburgo, ¿no debía ser también Besanzón un centro de intelectuales, como lo era de comerciantes? Sólo en una revista podían tratarse las altas cuestiones relativas a los intereses del Este. ¡Qué gloria, la de arrebatar a Estrasburgo y a Dijon su influencia literaria, de ilustrar el este de Francia, y de luchar contra la centralización parisiense! Estas consideraciones, ideadas por Alberto, las repetían los diez negociantes, quienes se las atribuyeron. El abogado Savaron no cometió el error de poner su nombre al frente de la revista, dejó la dirección financiera a su primer cliente, el señor Boucher, aliado por medio de su mujer con uno de los más importantes editores de obras eclesiásticas; pero se reservó la redacción, con una parte de los beneficios en calidad de fundador. El comercio hizo un llamamiento a Dôle, a Dijon, a Salins, a Neufchâtel, en el Jura, Bourg, Nantua, Lons-le- Saulnier. Reclamóse el concurso de los cerebros y de los http://bibliotecadigital.ilce.edu.mx/ 37 http://bibliotecadigital.ilce.edu.mx esfuerzos de todos los hombres estudiosos de las tres provincias del Bugey, de Bresse y del Franco Condado. Gracias a las relaciones de comercio y de confraternidad, hiciéronse ciento cincuenta suscripciones, teniendo en cuenta el bajo precio de la revista, que costaba ocho francos trimestrales. Para no herir el amor propio de los provincianos rehusando la publicación de algunos artículos, el abogado tuvo la buena idea de hacer desear la dirección literaria de esta Revue al hijo mayor del señor Boucher, joven de veintidós años, muy ávido de gloria, para quien las trampas y las preocupaciones de la república de las letras le eran completamente desconocidas. Alberto conservó secretamente la verdadera dirección de la revista y convirtió a Alfredo Boucher en su instrumento. Alfredo fue la única persona de Besanzón con la que se familiarizó el rey del foro. Alfredo acababa de hablar aquella mañana con Alberto en el jardín sobre los asuntos de la entrega. Ni que decir tiene que el número de prueba contenía una Meditación de Alfredo, que gozó de la aprobación de Savaron. En su conversación con Alfredo, Alberto dejaba escapar grandes ideas, temas de artículos de los que se aprovechaba el joven Boucher. ¡Así, el hijo del negociante creía estar explotando a aquel gran hombre! Alberto era para Alfredo un hombre genial, un profundo político. Los negociantes, encantados con el éxito, sólo tuvieron que invertir tres décimas partes de sus acciones. Todavía otras doscientas acciones, y la revista daría el 5 por ciento de dividendos a sus accionistas, no estando pagada la redacción. Esta redacción era impagable. http://bibliotecadigital.ilce.edu.mx/ 38 http://bibliotecadigital.ilce.edu.mx Al tercer número, la revista había obtenido el intercambio con todos los periódicos de Francia que Alberto leyó entonces en su casa. Aquel tercer número contenía una novela firmada por A.S., y atribuida al famoso letrado. A pesar de la escasa atención que la alta sociedad de Besanzón prestaba a esta revista, acusada de liberalismo, en casa de la señora de Chavoncourt, durante el invierno, hablóse de aquella primera novela nacida en el Franco Condado. —Papá —dijo Rosalía—, en Besanzón se hace una revista, tendrías que suscribirte a ella y guardarla, porque mamá no me la dejaría leer, pero tú me la prestarás. Apresurándose a obedecer a su querida Rosalía, que desde hacía cinco meses le daba pruebas de cariño, el señor de Watteville fue personalmente a suscribirse por un año a la Revue de l'Est y prestó a su hija los cuatro números que habían aparecido. Durante la noche, Rosalía pudo devorar aquella novela, la primera que leía en su vida; ¡pero sólo se sentía vivir desde hacía dos meses! Así, no hay que juzgar del efecto que esta obra había de producir en ella a base de los datos corrientes. Sin querer prejuzgar nada en pro o en contra del mérito de aquella composición debida a un parisiense que traía a la provincia el estilo, el brillo, si queréis, de la nueva escuela literaria, no podía dejar de ser una obra maestra para una joven que entregaba su inteligencia virgen, su corazón puro a una primera obra de esta clase. Por otra parte, por lo que había oído decir, Rosalía se había formado, por intuición, una idea que realzaba singularmente el valor de aquella novela. Esperaba encontrar en ella los sentimientos y tal vez algo de la vida de http://bibliotecadigital.ilce.edu.mx/ 39 http://bibliotecadigital.ilce.edu.mx Alberto. Desde las primeras páginas, esta opinión asumió en ella una consistencia tan grande, que después de haber acabado de leer aquel fragmento tuvo la certeza de no equivocarse. He aquí, pues, esta confidencia, en la que, según los críticos del salón Chavoncourt, Alberto habría imitado a algunos escritores modernos que, por falta de inventiva, cuentan sus propias alegrías, sus propios dolores o los sucesos misteriosos de su existencia: EL AMBICIOSO POR AMOR En 1823, dos jóvenes que se habían propuesto recorrer Suiza, partían de Lucerna, una hermosa mañana de julio, en una barca conducida por tres remeros, y dirigíanse a Fluelen, con la idea de detenerse en el lago tan famoso de los Cuatro Cantones. Los paisajes que de Lucerna a Fluelen rodean las aguas presentan todas las combinaciones que la imaginación más exigente puede pedir a las montañas y a los ríos, a los lagos y a las rocas, a los arroyos y al verdor, a los árboles y a los torrentes. Tan pronto se trata de austeras soledades y graciosos promontorios, valles, verdes y frescos, bosques colocados como un penacho sobre el granito cortado a pico, bahías solitarias y frescas que se abren, valles cuyos tesoros aparecen embellecidos por la lejanía de los sueños. Al pasar por delante del encantador pueblo de Gersau, uno de los dos amigos contempló largamente una casa de madera, que parecía construida desde hacía poco tiempo,rodeada de una http://bibliotecadigital.ilce.edu.mx/ 40 http://bibliotecadigital.ilce.edu.mx estacada, asentada sobre un promontorio y casi bañada por las aguas. Cuando la barca pasó por delante de la casa, una cabeza femenina se levantó desde el fondo de la habitación que se encontraba en el último piso del edificio, para gozar del efecto de la barca sobre el lago. Uno de los dos jóvenes recibió la mirada que con gran indiferencia le dirigió la desconocida. —Detengámonos aquí —dijo a su amigo—, aunque queríamos hacer de Lucerna nuestro cuartel general para visitar Suiza, espero que no tendrás inconveniente, Leopoldo, en que cambie de idea y me quede aquí. Tú puedes hacer lo que quieras; por mi parte, mi viaje ha terminado. Marineros, desembarcadnos en este pueblo, donde vamos a desayunar. Yo iré a buscar a Lucerna todo nuestro equipaje, y sabrás, antes de partir de aquí, en qué casa me alojaré, para encontrarme en ella a tu regreso. —Aquí o en Lucerna —dijo Leopoldo—, no hay razón alguna para que yo no te impida obedecer a un capricho. Estos dos jóvenes eran amigos en la verdadera acepción de la palabra. Tenían la misma edad, habían hecho sus estudios en el mismo colegio, y después de haber terminado su carrera de leyes, dedicaban sus vacaciones al clásico viaje a Suiza. Por efecto de la voluntad paterna, Leopoldo estaba ya destinado a trabajar al lado de un notario de París. Su espíritu de rectitud, su dulzura, la serenidad de sus sentidos y de su inteligencia garantizaban su docilidad; Leopoldo veíase ya notario en París: http://bibliotecadigital.ilce.edu.mx/ 41 http://bibliotecadigital.ilce.edu.mx su vida aparecía ante él como una de esas grandes carreteras que atraviesan una llanura de Francia, la abarcaba con toda su extensión con una resignación llena de filosofía. El carácter de su compañero, al que llamaremos Rodolfo, ofrecía con el suyo un contraste cuyo antagonismo había sin duda tenido como resultado el de estrechar aún más los lazos que los unían. Rodolfo era hijo natural de un gran señor que fue sorprendido por una muerte prematura, sin haber podido efectuar disposiciones con las que asegurar medios de subsistencia a una mujer tiernamente amada y a Rodolfo. Engañada de tal modo por un golpe del destino, la madre de Rodolfo recurrió entonces a un medio heroico. Vendió todo lo que había recibido de la munificencia del padre de su hijo, formó una suma de más de 100 000 francos, la colocó a su propio nombre como vitalicio, a un interés considerable, y de este modo se constituyó una renta de unos 15 000 francos, adoptando la resolución de consagrarlo todo a la educación de su hijo, con el fin de dotarlo de las ventajas personales más adecuadas para hacer fortuna, y de reservarle, a fuerza de economías, un capital para cuando llegase a su mayoría de edad. Era algo atrevido, era contar con su propia vida; pero sin esta audacia, sin duda le habría sido imposible a aquella madre vivir, educar convenientemente a su hijo, su única esperanza, su futuro y el único manantial de sus satisfacciones. Nacido de una de las más lindas parisienses y de un hombre notable de la aristocracia brabanzona, fruto de una pasión compartida, Rodolfo viose afligido de una excesiva sensibilidad. Desde su http://bibliotecadigital.ilce.edu.mx/ 42 http://bibliotecadigital.ilce.edu.mx infancia había manifestado el más vivo ardor en todas las cosas. En él, el deseo convirtióse en una fuerza superior y en el móvil de todo el ser, el estimulante de su imaginación, la razón de sus acciones. A pesar de los esfuerzos de una madre inteligente, que se asustó desde el instante en que advirtió tal predisposición, Rodolfo deseaba de la misma manera que un poeta imagina, un sabio calcula, un pintor pinta, un músico compone sus melodías. Tierno como su madre, lanzábase con violencia inaudita y por medio del pensamiento hacia la cosa deseada, devorando el tiempo. Al soñar en la realización de sus proyectos, suprimía siempre los medios para ejecutarlos. —Cuando mi hijo tenga hijos a su vez —decía la madre—, querrá verlos grandes en seguida. Este hermoso ardor, convenientemente dirigido, sirvió a Rodolfo para realizar brillantes estudios, para convertirse en lo que los ingleses llaman un perfecto gentilhombre. Su madre estaba entonces orgullosa de él, aunque temiendo siempre cualquier catástrofe, si alguna vez una pasión se adueñaba de aquel corazón a la vez tan tierno y tan sensible, tan violento y tan bueno. Así, aquella mujer prudente había alentado la amistad que unía a Leopoldo con Rodolfo y a Rodolfo con Leopoldo, viendo en el frío y abnegado notario un tutor, un confidente que podría, hasta cierto punto, sustituirle al lado de Rodolfo, si por desgracia llegaba ella a faltar. Bella aún a su edad de cuarenta y tres años, la madre de Rodolfo había http://bibliotecadigital.ilce.edu.mx/ 43 http://bibliotecadigital.ilce.edu.mx inspirado la más viva pasión en Leopoldo. Esta circunstancia hacía que los dos amigos fueran aún más íntimos. Leopoldo, que conocía bien a Rodolfo, no se sorprendió, pues, al ver, a causa de una mirada dirigida hacia una casa, cómo su amigo se detenía en un pueblo y renunciaba a la proyectada excursión al San Gotardo. Mientras les preparaban el desayuno en la fonda de El cisne, los dos amigos dieron una vuelta por el pueblo y llegaron a la parte cercana a la linda casa nueva, donde, caminando y charlando con los habitantes, Rodolfo descubrió una casa de burgueses dispuestos a aceptarlo a pensión, según la costumbre bastante generalizada en Suiza. Se le ofreció una habitación con vista sobre el lago, sobre las montañas, y desde la cual se descubría el magnífico panorama de uno de aquellos prodigiosos recodos que recomiendan el lago de los Cuatro Cantones a la admiración de los turistas. Esta casa se hallaba cerca de aquella en la que Rodolfo había entrevisto el rostro de su bella desconocida. Por 100 francos al mes, Rodolfo no tuvo que preocuparse por ninguna de las cosas necesarias a la vida. Pero en consideración a los gastos que el matrimonio Stopfer se proponía hacer, pidieron el pago anticipado de los tres primeros meses. "Por poco que frotéis a un suizo, reaparecerá un usurero." Después de desayunar, Rodolfo se instaló inmediatamente, depositando en su habitación los efectos que había traído para su excursión al San Gotardo, y miró pasar a Leopoldo, el cual, por espíritu de orden, iba a continuar la excursión por cuenta propia y de http://bibliotecadigital.ilce.edu.mx/ 44 http://bibliotecadigital.ilce.edu.mx Rodolfo. Cuando Rodolfo, sentado sobre una roca, ya no vio la barca de Leopoldo, examinó la casa nueva, esperando ver a la desconocida. Pero, ¡ay!, volvió a entrar sin que la casa hubiera dado señales de vida. A la hora de la comida que le ofrecieron el señor y la señora Stopfer, antiguos toneleros de Neufchâtel, los interrogó acerca de los alrededores, y terminó por enterarse de todo cuanto quería saber sobre la desconocida, gracias a las ganas de hablar que tenían sus anfitriones, quienes, sin hacerse rogar, vaciaron el saco de los chismes. La desconocida se llamaba Fanny Lovelace. Este apellido, que se pronuncia lovles, pertenece a viejas familias inglesas; pero Richardson hizo de él una creación cuya celebridad edipsa a cualquier otra. Miss Lovelace había venido a establecerse a orillas del lago a causa de la salud de su padre, a quien los médicos habían recomendado los aires del cantón de Lucerna. Estos dos ingleses, que tenían por único sirviente una niña de catorce años, muy adicta a miss Fanny, una pequeña muda que la servía con gran inteligencia, habíanse arreglado, antes del pasado invierno, con el señor y la señora Bergmann, antiguos jardineros mayores de Su Excelencia el conde Borromeo en la isola Bella y la isola Madre, en el lago Mayor. Estos suizos, ricos de alrededor de 1000 escudos de renta, tenían alquilada a los Lovelace la parte superior de su casa a razón de 200 francos anuales y por tres años. El viejo Lovelace, anciano nonagenario, muy quebrantado de salud, demasiado pobre para permitirse ciertos gastos, raras veces salía; su hija trabajaba para hacerlo vivir, traduciendo, según se decía, libros ingleses y escribiendo http://bibliotecadigital.ilce.edu.mx/ 45 http://bibliotecadigital.ilce.edu.mx también libros ella misma. Así, los Lovelace no se atrevían ni a alquilar barcas para pasear por el lago, ni caballos, ni guías para visitar los alrededores. Una indigencia que exige tales privaciones excita en el caso de los suizos una compasión tanto más viva cuanto que para ellos representa una pérdida de ganancias. La cocinera de la casa alimentaba a aquellos tres ingleses a razón de 100 francos al mes, todo incluido. Pero creíase en todo Gersau que los antiguos jardineros, a pesar de su pretensión a la burguesía, se escudaban bajo el nombre de su cocinera para efectuar las ganancias de aquel negocio. Los Bergmann habían creado admirables jardines y un magnífico invernadero alrededor de su casa. Las flores, los frutos, las rarezas botánicas de aquella casa habían decidido a miss Fanny a escogerla, cuando pasó por Gersau. Creíase que contaba diecinueve años de edad miss Fanny, la cual, último vástago de aquel anciano, debía de estar muy mimada por él. Hacia dos meses que se había procurado un piano de alquiler, llegado de Lucerna, porque parecía loca por la música. —Le gustan las flores y la música —pensó Rodolfo—, ¿y aún no está casada? ¡Qué suerte! Al día siguiente, Rodolfo mandó pedir permiso para visitar los invernaderos y los jardines, que empezaban a gozar de cierta fama. Este permiso no le fue concedido inmediatamente. Aquellos antiguos jardineros pidieron, ¡cosa extraña!, que se les mostrara el pasaporte de Rodolfo, quien se lo mandó seguidamente. El pasaporte no le fue devuelto hasta el día http://bibliotecadigital.ilce.edu.mx/ 46 http://bibliotecadigital.ilce.edu.mx siguiente por mano de la cocinera, quien le comunicó que sus señores tendrían un gran placer en enseñarle su establecimiento. Rodolfo no fue a la casa de los Bergmann sin cierto temblor que sólo conocen las personas de emociones vivas, y que despliegan en un instante tanta pasión como la que despliegan ciertos hombres durante toda su vida. Vestido con elegancia, con objeto de agradar a los antiguos jardineros de las islas Borromeas, ya que vio en ellos los guardianes de su tesoro, recorrió los jardines, mirando de vez en cuando hacia la casa, pero con prudencia: los dos viejos propietarios le atestiguaban una desconfianza harto visible. Pero su atención viose pronto excitada por la inglesita muda, en la cual su sagacidad, joven aún, le hizo reconocer a una hija del África, o por lo menos, a una siciliana. Aquella niña poseía el color dorado de un cigarro de La Habana, ojos de fuego, párpados armenios con pestañas de una longitud antibritánica, cabellos más que negros, y bajo aquella piel casi aceitunada unos nervios de una fuerza singular, de una vivacidad febril. Lanzaba sobre Rodolfo unas miradas inquisitivas de un increíble descaro, y seguía los más mínimos movimientos del joven. —¿De quién es esa morita? —preguntó a la respetable señora Bergmann. —De los ingleses —contestó el señor Bergmann. —¡Pero seguramente no habrá nacido en Inglaterra! http://bibliotecadigital.ilce.edu.mx/ 47 http://bibliotecadigital.ilce.edu.mx —Quizá la trajeron de las Indias —respondió la señora Bergmann. —Me han dicho que la señorita Lovelace era amante de la música: yo estaría encantado si, durante mi estancia a orillas de este lago, a la cual me condena una prescripción facultativa, me permitiera cultivar la música con ella... —No reciben ni quieren ver a nadie —dijo el viejo jardinero. Rodolfo se mordió los labios y salió sin haber sido invitado a entrar en la casa, ni ser conducido a la parte del jardín que se encontraba entre la fachada y el borde del promontorio. Por aquel lado, la casa tenía encima del primer piso una galería de madera, cubierta por el tejado, cuyo alero era excesivamente grande y que sobresalía de los cuatro costados del edificio, según la moda suiza. Rodolfo había alabado mucho aquella elegante disposición y elogiado la vista de aquella galería, pero todo fue en vano. Cuando se hubo despedido de los Bergmann, encontróse consigo mismo, como todo hombre de inteligencia y de imaginación que se ha visto burlado por el fracaso de un plan de cuyo éxito estaba convencido. Por la tarde, fue a pasear en barca por el lago, alrededor de aquel promontorio, fue hasta Brünnen, en el cantón de Schwitz, y regresó al caer la noche. Desde lejos distinguió la ventana abierta y muy iluminada, pudo oír los sones del piano y los acentos de una voz deliciosa. Así, pues, mandó parar la barca, http://bibliotecadigital.ilce.edu.mx/ 48 http://bibliotecadigital.ilce.edu.mx para entregarse a la fascinación de escuchar un aria italiana divinamente cantada. Cuando el canto hubo cesado, Rodolfo desembarcó y despidió la barca y los dos remeros. Exponiéndose a mojarse los pies, fue a sentarse bajo la peña de granito roída por las aguas, que estaba coronada por un compacto seto de acacias espinosas, y a lo largo del cual se extendía, en el jardín de los Bergmann, una avenida de tilos jóvenes. Al cabo de una hora, oyó hablar y caminar por encima de su cabeza; pero las palabras que llegaron a su oído eran todas italianas y pronunciadas por dos voces femeninas, dos mujeres jóvenes. Aprovechó un instante en que las dos interlocutoras se hallaban en un extremo, para deslizarse hacia el otro sin hacer ruido. Después de media hora de esfuerzos, llegó al extremo de la avenida y pudo, sin ser visto ni oído, colocarse en un sitio desde donde vería a las dos mujeres sin que lo vieran a él cuando se acercasen. ¡Cuál no fue el asombro de Rodolfo al reconocer a la pequeña muda en una de las dos mujeres! Hablaba italiano con miss Lovelace. Eran las once de la noche. La calma era tan grande en la superficie del lago y alrededor de la casa, que aquellas dos mujeres debían creerse seguras: en todo Gersau sólo sus ojos podían estar abiertos a aquellas horas. Rodolfo pensó que el mutismo de la niña era un ardid necesario. Por el modo como hablaban italiano, adivinó Rodolfo que se trataba de la lengua madre de aquellas dos mujeres; dedujo de ello que también era un ardid lo de hacerse pasar por inglesas. http://bibliotecadigital.ilce.edu.mx/ 49 http://bibliotecadigital.ilce.edu.mx —Se trata de italianos refugiados —pensó—, proscritos que sin duda deben temer a la policía de Austria o de Cerdeña. La joven aguarda a que llegue la noche para poder pasear y conversar con toda seguridad. En seguida se tumbó en el suelo, a lo largo del seto y se arrastró como una serpiente para encontrar un paso entre dos raíces de acacia. Exponiéndose a producirse profundas heridas en la espalda, atravesó el seto cuando la pretendida miss Fanny y su pretendida muda estuvieron en el otro extremo de la avenida; luego, cuando llegaron a veinte pasos de él sin verlo, que se encontraba en la sombra del seto, entonces intensamente iluminado por la luz de la luna, se puso en pie rápidamente. —No temáis —dijo en francés a la italiana—, no soy ningún espía. Sois unos refugiados, lo he adivinado. Yo soy un francés a quien una sola de vuestras miradas ha clavado en Gersau. Rodolfo, no pudiendo soportar el dolor que le causó un instrumento de acero que le desgarró el costado, cayó desplomado. —¡Nel lago con pietra! —dijo la terrible muda. —¡Ah! Gina —exclamó la italiana. http://bibliotecadigital.ilce.edu.mx/ 50 http://bibliotecadigital.ilce.edu.mx —Ha fallado el golpe —dijo Rodolfo sacando de la herida un estilete
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