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CARTA A UN NI O QUE NUNCA NACI Oriana Fallaci Titulo Original: LETTERA A UN BAMBINO MAI NATO A quien no teme la duda A quien se pregunta los porqu Sin descanso y a costa De sufrir de morir A quien se plantea el dilema De dar la vida o negarla Est dedicado este libro de una mujer para todas las mujeres Anoche supe que exist as: una gota de vida que se escap de la nada. Yo estaba con los ojos abiertos de par en pa r en la oscuridad y, de pronto, en esa oscuridad, se encendi un rel mpago de certeza: s , ah estabas. Exist a s. Fue como sentir en el pecho un disparo de fusil. Se me detuvo el coraz n. Y cuando reanud su latido con sordo s retumbos, ca onazos de asombro, me di cuenta de que estaba cayendo en un pozo donde todo era inseguro y terro r fico. Ahora me hallo aqu , encerrada bajo llave en un miedo que me empapa el rostro, los cabellos y los pensam ientos. Y en este miedo me pierdo. Trata de comprender: no es miedo a los dem s, que no me preocupan. No es mi edo a Dios, en quien no creo, ni al dolor, que no temo. Es miedo de ti, del azar que te ha arrancado de la nada para ad herirte a mi vientre. Nunca he estado preparada para recibirte, aunque te he deseado mucho. Siempre me he plantead o esta atroz pregunta: y si no te gustara nacer? Y si un d a t me lo reprocharas gritando: Qui n te ha ped ido que me trajeras al mundo, por qu me has tra do, por qu ? La vida es tan ardua, ni o! Es una guerra q ue se repite cada d a, y sus momentos de alegr a son breves par ntesis que se pagan a elevado precio. C mo sabr que no ser a m s justo eliminarte; c mo sabr que no prefieres ser devuelto al silencio? T no puedes hablarme. Tu gota de vida es tan s lo un nudo de c lulas apenas comenzadas. Tal vez ni siquiera es vida, sino posi bilidad de vida. Y, sin embargo, no s qu dar a para que pudieras ayudarme con un gesto, un indicio. Mi madre sostiene que yo se lo di, y por eso me trajo al mundo. Mi madre no me quer a, sabes? Yo empec por error, por un instante de distracci n ajena. Y, a fin de que no naciera, todas las noches mi madre dilu a en el agua una medicina. Luego la beb a, llorando. La bebi hasta la n oche en que me mov , dentro de su vientre, y le solt un puntapi para decirle que no me arrojase. Se estaba llev ando la copa a los labios. En seguida la apart y derram su contenido en el suelo. Algunos meses despu s, yo m e revolcaba al sol, victoriosa. Ignoro si eso ha sido un bien o un mal. Cuando me siento feliz pienso que ha sido un bi en; cuando me siento infeliz creo que ha sido un mal. No obstante, incluso cuando soy desdichada, pienso que me di sgustar a no haber nacido, porque nada es peor que la nada. Yo, te lo repito, no tengo miedo al dolor. El dolor nace y crece con nosotros, y uno se acostumbra a l como al hecho de tener dos brazos y dos piernas. En el fondo, tamp oco tengo miedo de morir, porque si uno muere significa que ha nacido, que ha salido de la nada. Yo temo la nada, e l no estar aqu , el tener que admitir no haber existido, aunque s lo sea por casualidad, por error, por una distracci n ajena. Muchas mujeres se preguntan: por qu traer un hijo al mundo? Para que tenga hambre, para que pas e fr o, para que sufra traiciones y ofensas, para que muera avasallado por la guerra o por una enfermedad? Y niega n la esperanza de que su hambre sea aplacada, de que su fr o se desvanezca al calor, de que no carezca de fidelidad y respeto, de que viva largos a os para tratar de borrar las enfermedades y la guerra. Quiz s esas mujeres tengan r az n. Pero hay que preferir la nada al sufrimiento? Yo, hasta en las pausas en que lloro sobre mis fracasos, mis d esilusiones y mis dolores, llego a la conclusi n de que sufrir es preferible siempre a la nada. Y si ampl o esta conc lusi n a la vida toda, al dilema de nacer o no nacer, termino por exclamar que nacer es mejor que no nacer. Sin emb argo, resulta l cito imponerte a ti ese razonamiento? No equivale a traerte al mundo bas ndome tan s lo en mi convicci n? Eso no me interesa, tanto m s cuanto que no te necesito para nada. * * * No me has dado puntapi s; no me has enviado respuestas. Pero c mo hubieras podido hacerlo? Eres tan poca cosa! Si yo le pidiera al doctor que confirmara tu presencia, sonreir a burl n. Sin embargo, he tomado una decisi n por ti: nacer s. Lo decid tras haberte visto fotografiado. No era precisamente tu retrato, claro est ; se tratab a del grabado de un embri n cualquiera de tres semanas, publicado en un peri dico para ilustrar un reportaje acerc a de c mo se forma la vida. Y, mientras lo miraba, se me pas el miedo con la misma rapidez con que me hab a invadido. Parec as una flor misteriosa, una orqu dea transparente. En la parte superior se notaba una especie de c abeza con dos protuberancias que se convertir n en cerebro. M s abajo, como una cavidad que se transformar e n boca. El texto correspondiente explica que a las tres semanas eres casi invisible: mides dos mil metros y medio. Y, sin embargo, crece en ti un atisbo de ojos, y algo que se asemeja a una columna vertebral, a un sistema nervioso, a un est mago, a un h gado, a unos intestinos, a unos pulmones Tu coraz n ya est formado, y es grande: comp arado con el m o, proporcionalmente, nueve veces mayor. Bombea sangre y late con regularidad desde el decimoct avo d a: c mo podr a yo suprimirte? Qu me importa si has comenzado por casualidad o por error? Ac aso el mundo en que estamos no comenz tambi n por casualidad y tal vez por error? Algunos sostienen que en u n principio no hab a nada excepto una gran calma, un absoluto silencio inm vil. Despu s, se produjo una chispa, un desgarr n, y lo que no era fue. A ese desgarr n pronto le siguieron otro y otro: cada vez m s inesperados, m s insensatos, de m s imprevisibles consecuencias. Y una de tales consecuencias fue que brot una c lula, tamb i n por azar, tal vez por error, que en seguida se multiplic por millones, por miles de millones, hasta que naciero n los rboles, los peces y los hombres. T crees que alguien se plante un dilema antes del estallido o de la c lula? Crees que se pregunt si aquello gustar a o no? Crees que se preocup por el hambre, el fr o o la i nfelicidad? Yo no lo creo. Incluso si ese alguien hubiese existido -por ejemplo, un Dios que podamos considerar pri mer principio, m s all del tiempo y del espacio-, me temo que no se habr a ocupado del bien y del mal. Todo o curri porque pod a ocurrir; por tanto, ten a que ocurrir, seg n una prepotencia que era la nica leg tima. Y el argumento vale en lo que a ti se refiere. Asumo yo la responsabilidad de la elecci n. Y la asumo sin ego smo, ni o; traerte al mundo, te lo juro, no me divierte. No me veo caminando por la calle con el vientre hinchado; no me imagino amamant ndote, lav ndote y ense ndote a hablar. Soy una mujer que trab aja, y tengo muchos otros compromisos y curiosidades; ya te dije que no te necesito. Pero, de todos modos, llevar adelante tu gestaci n, te guste o no. Te impondr esa prepotencia que nos impusieron tambi n a m , a mis padr es, a mis abuelos, a los abuelos de mis abuelos, y as hasta el primer ser humano parido por otro, le gustara o no. Si a aqu l o aqu lla se le hubiese permitido elegir, probablemente habr a respondido, asustado: no, no quiero nace r. Pero nadie le pregunt su opini n, y as naci , vivi y muri tras haber parido otro ser humano al que no p idi tampoco su parecer, y el ciclo prosigui durante millones de a os, hasta nosotros. Cada vez se trat de una prepotencia sin la cual no existir amos. Crees que la semilla de un rbol no necesita coraje cuando perfora la tie rra y germina? Bastan una r faga de viento para desprender a, y la patita de un rat n para aplastarla. Sin embarg o, germina, resiste y crece, derramando otras semillas, hasta convertirse en bosque. Si t gritas un d a: Por q u me has tra do al mundo, por qu ? ; yo te habr de responder: Hice lo que han hecho y siguen haciendo l os rboles durantemillones y millones de a os, y cre obrar bien . Lo importante consiste en no cambiar de idea al recordar que los hombres no son rboles; que el sufrimiento de un ser humano supera mil veces el de un rbol porque es consciente; que a ninguno de nosotros le beneficia el converti rse en bosque; que no todas las semillas de los rboles generan nuevos rboles: en su inmensa mayor a se pierde n. Semejante cambio de idea es muy posible, ni o: nuestra l gica est llena de contradicciones. Apenas afirmas u na cosa ya ves su contraria. Y hasta puede ocurrir que te des cuenta de que lo contrario es tan v lido como lo que a ntes afirmabas. El razonamiento que acabo de hacer podr a invertirse con un simple casta eteo de los dedos. En e fecto, as es; ya me siento confundida, desorientada. Tal vez porque no puedo confiarle todo esto a nadie, salvo a ti . Soy una mujer que ha elegido vivir sola. Tu padre no vive conmigo. Y no lo lamento, aunque, de vez en cuando, mi mirada busca la puerta por la cual sali , con su paso firme, sin que yo lo detuviera, como si ya no tuvi ramos nad a que decirnos. * * * Te he llevado al m dico. M s que una confirmaci n, yo quer a alg n consejo. Como respuesta, ha meneado la cabeza y me ha llamado impaciente. Ha dicho que a n no puede asegurar nada, que vuelva a pasar dentro de quinc e d as y que me haga a la idea de que se trata de un mero producto de mi fantas a. Volver tan s lo para demos trarle que es un ignorante. Toda su ciencia no vale lo que mi intuici n, y c mo podr a un hombre comprender a una mujer que sostiene, antes de tiempo, que est esperando un ni o? Un hombre no queda embarazado. A prop sito, dime: eso es una ventaja o una limitaci n? Hasta ayer me parec a una ventaja; m s a n: un privilegio. Hoy me parece una limitaci n; a n m s: una pobreza. Hay algo glorioso en el hecho de encerrar en el propio cu erpo otra vida, en el hecho de saberse dos y no uno. En ciertos momentos, te invade hasta una sensaci n de triunfo, y, en la serenidad que acompa a al triunfo, nada te preocupa: ni el dolor f sico con el que habr s de enfrentarte, ni el trabajo que deber s sacrificar, ni la libertad que habr s de perder. Ser s un hombre o una mujer? Quisiera que fueses mujer. Quisiera que t experimentaras alg n d a lo mismo que experimento yo: no estoy en absoluto de acuerdo con mi madre, que considera una desgracia el nacer mujer. Mi madre, cuando se siente muy desdichada, se lamenta: Ah, si hubiese nacido var n! . Ya s : nuestro mundo es un mundo fabricado por los hombres pa ra los hombres; la dictadura de ellos es tan antigua que hasta se extiende al lenguaje. Se dice hombres para decir hom bres y mujeres; se dice ni o para decir ni o y ni a; se dice hijos para decir hijo e hija; se dice homicidio para des ignar el asesinato de un hombre o de una mujer. En las leyendas que los hombres han inventado para explicar la vida , la primera criatura no es una mujer, sino un hombre llamado Ad n. Eva llega despu s, para divertirlo y armar l os. En las pinturas con que adornan sus iglesias, Dios es un viejo con barba, nunca una anciana de blanca melena. Y todos sus h roes son varones, desde aquel Prometeo que descubri el fuego hasta ese Icaro que intent volar, e incluso aquel Jes s que declaran hijo del Padre y del Esp ritu Santo, como si la madre que lo dio a luz fuera una i ncubadora o una nodriza. Y, sin embargo, o tal vez justamente por esto, ser mujer es fascinante. Constituye una aven tura que requiere considerable valent a; un desaf o que nunca llega a aburrir. Podr s emprender muchos camino s si naces mujer. Para empezar, tendr s que batirte para sostener que si Dios existiera bien podr a ser una anciana de blanca cabellera o una chica guapa. Luego, tendr s que esforzarte en explicar que el pecado no naci el d a e n que Eva cogi una manzana: ese d a naci una espl ndida virtud llamada desobediencia. Por ltimo, tendr s que batirte para demostrar que dentro de tu cuerpo liso y redondeado hay una inteligencia pidiendo a gritos que l a escuchen. La maternidad no es un oficio y tampoco un deber, sino un simple derecho entre tantos otros. Te cansara s de gritarlo. Y, a menudo, casi siempre, perder s. Pero no debes desanimarte. Batirse es mucho m s hermoso que vencer; viajar, mucho m s divertido que llegar: cuando has llegado o has vencido, adviertes un gran vac o. Y par a superar ese vac o debes emprender viaje nuevamente, debes crearte otras metas. S , espero que seas mujer; no me hagas caso si te llamo ni o. Y espero que t no digas jam s lo que dice mi madre. Yo Jam s lo he dicho. * * * Pero si naces var n, me sentir igualmente contenta. Y tal vez m s, porque te ver s libre de muchas humillacio nes, de muchas servidumbres, de muchos abusos. Si naces hombre, por ejemplo, no deber s temer que te violenten en la oscuridad de una calle. No deber s valerte de un bonito rostro para que te acepten al primer vistazo, ni de un b ello cuerpo para esconder tu inteligencia. No ser s objeto de juicios mal volos cuando duermas con quien te guste , ni oir s decir que el pecado naci el d a en que cogiste una manzana. Te cansar s mucho menos. Podr s des obedecer sin ser escarnecido, amar sin despertarte por la noche, con la sensaci n de estar cayendo por un pozo; pod r s defenderte sin terminar insultado. Naturalmente, te corresponder n otras esclavitudes, otras injusticias; tampoc o para un hombre es f cil la vida, Sabes? Dado que tendr s m sculos m s duros, te pedir n que lleves peso s m s gravosos, y te impondr n responsabilidades arbitrarias. Puesto que tendr s barba, se reir n si lloras y has ta si necesitas ternura. Como tendr s una cola delante, te ordenar n que mates o te dejes matar en la guerra, y exig ir n tu complicidad para perpetuar la tiran a que instauraron en las cavernas. Y, sin embargo -o precisamente por eso-, ser hombre constituir una aventura maravillosa, una empresa que no te decepcionar jam s. Por lo menos, as lo espero, porque si naces var n conf o en que seas un hombre como siempre lo he so ado: dulce con los d biles, feroz con los prepotentes, generoso con quien te quiere, despiadado con quien te manda. Por ltimo, enemi go de quienquiera ande contando que los Jes s son hijos del Padre y del Esp ritu Santo, y no de la madre que los dio a luz. Ni o, estoy tratando de explicarte que ser un hombre no significa tener una cola delante; significa ser una persona. Y a m , ante todo, me interesa que t seas una persona. La palabra persona es una palabra estupenda porque no po ne l mites a un hombre o a una mujer, no traza fronteras entre quien tiene cola y quien no la tiene. Por otra parte, la frontera que separa a quien tiene cola de quien no la tiene es tan sutil...! En la pr ctica, se reduce a la capacidad de madurar o no una criatura en el vientre. El coraz n y el cerebro no tienen sexo, y tampoco la conducta. Si eres u na persona de coraz n y cerebro, ten presente que yo, desde luego, no estar entre quienes te animen a que te compo rtes de un modo o de otro en cuanto var n o mujer. Te pedir tan s lo que explotes bien el milagro de haber naci do, y que no cedas nunca a la cobard a, que es una bestia que est siempre al acecho. Nos muerde a todos, cada d a, y son pocos los que no se dejan despedazar por ella en nombre de la prudencia, de la conveniencia y a veces en nombre de la sensatez. Cobardes hasta que los amenaza un peligro, los humanos se vuelven arrogantes apenas el ries go ha pasado. Jam s debes evitar el riesgo, aunque el miedo te frene. Venir al mundo implica ya un riesgo: el de arr epentirse de haber venido. Quiz sea prematuro hablarte as . Tal vez yo debiera ocultarte, por ahora, las fealdades y las tristezas, y relatarte un mundo de inocencias y j bilos. Pero ser a como empujarte al enga o, como inducirte a creer que la vida es un a blanda alfombra sobre la cual se puede caminar descalzo, y no un camino pedregoso, ni o. Con las piedras de ese camino uno tropieza, y al caer se hiere. De esas piedras hemos de protegernoscon zapatos de hierro. Y ni siquiera es o es suficiente, porque mientras te proteges los pies, alguien recoge siempre una piedra para tir rtela a la cabeza. Y por hoy he concluido, hijo m o, hija m a. Te agrad la lecci n? Qui n sabe qu dir an algunos si me esc uchasen. Me acusar an de loca o, simplemente, de cruel? He mirado tu ltima fotograf a: a las cinco semanas, mides menos de un cent metro de longitud. Est s cambiando mucho. M s que una flor misteriosa, pareces ahor a una larva muy agraciada; mejor dicho, un pececillo al que le est n brotando velozmente las aletas. Cuatro aletas q ue se volver n brazos y piernas. Los ojos ya son dos min sculos granitos negros, con un c rculo alrededor, y t u cuerpo se prolonga en una colita! El texto dice que durante este per odo es casi imposible distinguirte de cualquie r otro embri n de mam fero; si fueras un gato tendr as m s o menos el mismo aspecto que ahora presentas. En efecto, la cara no est , ni tampoco el cerebro. Yo te hablo, ni o, y t no lo sabes. En la tiniebla que te envuelve i gnoras hasta que existes. Yo podr a deshacerme de ti, y t nunca lo sabr as. No tendr as la posibilidad de llega r a la conclusi n de si te he hecho un da o o un regalo. * * * Ayer ced al malhumor. Debes disculparme por aquel discurso acerca de que podr a eliminarte y t no sabr as siquiera si te hice un da o o un regalo. Eran palabras y nada m s. Mi elecci n no ha cambiado en absoluto, inclu so si suscita sorpresa a mi alrededor. Anoche habl con tu padre. Le dije que aqu estabas. Se lo anunci por tel fono porque est lejos; y, a juzgar por lo que he o do, no le di una buena noticia. Me lleg , ante todo, un profu ndo silencio, como si se hubiera cortado la comunicaci n. Y despu s o una voz que balbuceaba, ronca: Cu nto har falta? . Le contest , sin comprender: Nueve meses, supongo. Mejor dicho, menos de ocho, a estas alturas . Y entonces la voz dej de ser ronca para volverse estridente: Hablo de dinero . Qu dinero? , pregunt . El dinero para deshacerse de l, no? S , lo dijo exactamente as , deshacerse . Ni que f ueras un paquete! Y cuando, lo m s serenamente posible, le expliqu que yo ten a muy distintas intenciones, se perdi en un largo razonamiento en el cual se alternaban ruegos y consejos, consejos y amenazas, amenazas y lisonj as. Piensa en tu carrera, considera las responsabilidades; alg n d a podr as arrepentirte. Qu dir n los de m s! Debe de haber gastado un dineral en esa llamada telef nica. De vez en cuando, la operadora interven a c on voz sorprendida y preguntaba: Contin a? . Yo sonre a, casi divertida. Pero me divert mucho menos c uando, envalentonado por el hecho de que yo escuchaba en silencio, concluy que el gasto lo pod amos compartir ambos a partes iguales: al fin y al cabo, ramos culpables ambos . Sent n useas. Me avergonc por l. Y colgu el auricular pensando que en otro tiempo lo am . Lo am ? Un d a, t y yo tendremos que discutir un poco acerca de este asunto llamado amor. Porque, honrada mente, todav a no he comprendido de qu se trata. Tengo la sospecha de que consiste en un gigantesco embrollo i nventado para que la gente se quede tranquilita y se distraiga. De amor hablan los curas, los carteles publicitarios, los literatos, los pol ticos y los que hacen el amor, y en nombre de ese mismo amor hieren, traicionan y matan el alma y el cuerpo. Yo odio esa palabra que aparece por todas partes y en todos los idiomas. Amo-caminar, amo-beber, amo -fumar, amo-la-libertad, amo-a-mi-amante, amo-a-mi-hijo. Trato de no usarla nunca, de no preguntarme siquiera si a quello que perturba mi mente y mi coraz n es lo que llaman amor. Pienso en ti en t rminos de vida. Y en cuanto a tu padre, mira, cuanto m s lo pienso m s creo que no lo he amado jam s. Lo he admirado, lo he deseado, pero n o lo he amado. Y lo mismo ocurri con los que le precedieron, fantasmas decepcionantes de una b squeda siempr e frustrada. Frustrada? Para algo sirvi , despu s de todo: para comprender que nada amenaza tanto tu libertad c omo el misterioso impulso que una criatura siente hacia otra. Por ejemplo, un hombre hacia una mujer o una mujer h acia un hombre. No hay ligaduras, cadenas ni barreras que te obliguen a una esclavitud m s ciega, a una impotencia mas desesperada. Pobre de ti si te obsequias a alguien en nombre de ese impulso! No sirve m s que para olvidar te de ti mismo, de tus derechos, de tu dignidad; es decir, de tu libertad. Como un perro que se afana en el agua, tratas en vano de alcanzar una orilla que no existe, la orilla que se llama Amar y ser Amado, y terminas anulado, burlado, desilusionado. En el mejor de los casos, acabas pregunt ndote qu te impuls a tirarte al agua: la disconformid ad contigo mismo, la esperanza de hallar en otro algo que no ve as en ti? El miedo a la soledad, el tedio, el silenc io? La necesidad de poseer y ser pose do? seg n dicen algunos, en esto consiste el amor. Pero temo que sea mu cho menos: un hambre que, una vez saciada, deja una especie de indigesti n. Un v mito. Y, sin embargo, ni o, d ebe de haber algo capaz de revelarme el significado de esa maldita palabra. Tiene que haber algo que me permita des cubrir qu es; y eso, sin duda, existe. Lo necesito tanto, tengo tanta hambre! Y pienso en esa necesidad, en esa ha mbre; tal vez sea cierto lo que siempre sostuvo mi madre: que amor es lo que experimenta una mujer hacia su hijo cu ando lo toma en brazos y lo siente solo, inerme, indefenso. Por lo menos mientras es inerme e indefenso no te insulta , no te decepciona. Y si te correspondiera a ti descubrirme el sentido de esas cuatro letras absurdas? Precisamen te a ti, que me robas a m misma, me chupas la sangre y me respiras el aliento? Hay un indicio. Los enamorados que est n lejos uno de otro, se consuelan con las fotograf as. Y yo ando siempre con tus fotograf as entre las manos. Ya se me ha convertido en una obsesi n. Apenas regreso a casa cojo ese peri dico, calculo tus d as, tu edad, y te busco. Aqu est s, a las seis semanas, tomado de espaldas! Qu bon ito te has vuelto! Ya no eres pececillo ni larva, ya no cosa informe; pareces ahora una criatura, con esa cabezota calv a y rosada. La columna vertebral est bien definida: es una franja blanca y firme situada en medio. Tus brazos ya n o son protuberancias confusas ni aletas, sino alas. Te han brotado alas! Dan ganas de acariciarlas, de acariciarte. Qu tal lo pasa uno all , en el huevo? Seg n las fotograf as, est s suspendido en el interior de un huevo tra nsparente que recuerda esos de cristal en los cuales se pone una rosa. T en el lugar de la rosa. Del huevo sale un co rd n que termina en un bal n blanco, lejano, veteado de rojo y manchas azules. Visto as parece la Tierra, obser vada desde miles y miles de kil metros. S , es exactamente como si de la Tierra partiera un hilo interminable, tan largo como la idea de la vida, y desde aquella distancia remota llegara hasta ti. Todo de una manera l gica y sensat a. Pero c mo se atreven a decir que el ser humano es un incidente de la naturaleza? El m dico me dijo que volviera a visitarlo transcurridas seis semanas. Ir ma ana. En el alma me escuecen, alter n ndose, agujas de inquietud y llamaradas de alegr a. * * * En un tono que oscilaba entre solemne y alegre, ha observado una hojita de papel y ha dicho: La felicito, se ora . Autom ticamente, le he corregido: Se orita . Ha sido como si le hubiera dado una bofetada. Solemnidad y alegr a desaparecieron, y, clav ndome la mirada con voluntaria indiferencia, repuso: , Ah! . Luego tom l a pluma, tacho se ora y escribi se orita . As , en una habitaci n g lida y blanca, por medio de un hombre g lidamente vestido de blanco, la Ciencia me ha dado el aviso oficial de que existes. No me impresion e n absoluto, dado que ya lo sab a yo mucho antes que ella. Pero me sorprendi que se hiciera hincapi en mi esta do civil y se efectuara esa correcci n en el papel. Ten a todo el aire de una advertencia, de una futura complicaci n.Result escasamente cordial incluso el modo en que la Ciencia me orden acto seguido que me desvistiera y me tendiera sobre la camilla. Tanto el m dico como la enfermera se portaban conmigo como si les resultara antip tica. No me miraban cara a cara. Para compensar, se entrecruzaban miradas como para decirse qui n sabe qu . Cu ando me hube tendido sobre la camilla, la enfermera se enfad porque no hab a abierto las piernas y no las hab a apoyado en los estribos met licos. Lo hizo ella, molesta, diciendo: Aqu , aqu ! . Yo me sent a rid cu la y vagamente obscena. Experiment gratitud hacia ella cuando me cubri el vientre con una toalla. Pero entonce s ocurri lo peor, porque el m dico se puso un guante de goma y me introdujo un dedo, con rabia. Apret por de ntro, hurg y apret de nuevo, haci ndome da o. Tuve miedo de que te quisiera aplastar porque yo no estaba ca sada. Por fin sac el dedo y sentenci : Todo bien, todo normal . Me dio algunos consejos: me dijo que el emb arazo no es una enfermedad sino un estado natural, y que, por tanto, es oportuno que yo siga haciendo las mismas co sas que antes. Lo importante es que no fume demasiado, que no lleve a cabo esfuerzos excesivos, que no me lave co n agua demasiado caliente y que no albergue prop sitos criminales. Criminales? , pregunt , estupefacta. Y l: La ley lo prohibe. Recu rdelo! . Para reforzar la amenaza me recet algunas p ldoras de lute na y m e orden que volviera a verlo cada quince d as. Me lo orden sin la m nima sonrisa, antes de informarme que e l pago se efectuaba en caja. En cuanto a la enfermera, ni siquiera me salud . Y hasta me pareci que, mientras cerr aba la puerta, meneaba la cabeza en se al de reprobaci n. Me temo que debas acostumbrarte a cosas como estas. En el mundo en que est s a punto de entrar, y pese a los disc ursos acerca de los tiempos que cambian, una mujer que espera un hijo sin estar casada es vista, la mayor parte de las veces, como una irresponsable. En el mejor de los casos, como una extravagante o una provocadora. O como una he ro na. Nunca como una madre igual a todas las dem s. El farmac utico que me vendi las p ldoras de lute na me conoce, y sabe que no tengo marido. Cuando le di la receta arque las cejas y me mir asustado. Despu s fui al modista para encargarle un abrigo. Se acerca el invierno y quiero que est s protegido. Con la boca llena de alf ileres para ir marcando la tela, el modista empez a tomarme las medidas. Cuando le expliqu que deb a tomarla s muy amplias porque estaba embarazada y durante el invierno engordar a, enrojeci violentamente. Abri la bo ca y tem que se tragara los alfileres. No se los trag , a Dios gracias, pero se le cayeron al suelo. Se le cay tamb i n el metro, y yo sent una especie de pena por estarle imponiendo tanta consternaci n. Lo mismo ocurri con el jefe. Nos guste o no, l es la persona que compra mi trabajo y nos da el dinero para vivir: hubiera sido poco hone sto no informarle de que, dentro de alg n tiempo, no podr trabajar. Por tanto, entr en su despacho y le puse al corriente. Se qued sin aliento. Despu s se recobr y balbuce que respetaba mi decisi n; es m s, que me ad miraba much simo por haberla asumido, que me consideraba sumamente valerosa, pero que ser a oportuno no an dar cont ndoselo a todos. Una cosa es hablar entre nosotros, gente de mundo, y otra cosa tratar de esto con quien no puede comprender. Tanto m s cuanto que usted podr a cambiar de idea, no? Insisti mucho sobre este a sunto del cambio de idea. Por lo menos hasta el tercer mes ten a todo el tiempo para reflexionar, dijo, y reflexionar ser a prueba de buen sentido: mi carrera estaba muy bien encauzada; por qu interrumpirla a causa de un senti mentalismo? Que lo pensara bien: no se trataba de interrumpirla durante pocos meses o un a o, sino de cambiar ntegramente el curso de mi vida. Ya no podr a disponer de m misma, y no olvidemos que la empresa me hab a apoyado bas ndose justamente en la disponibilidad que yo ofrec a. l me reservaba muy buenos proyectos. Si ca mbiaba de parecer no ten a m s que dec rselo, me ayudar a. Tu padre telefone por segunda vez. Le temblaba la voz. Quer a saber si yo hab a tenido la confirmaci n. Le c ontest que s . Me pregunt por segunda vez cu ndo habr a arreglado el asunto . Por segunda vez colgu el auricular sin escucharlo. Lo que no entiendo es por qu , cuando una mujer anuncia que est legalmente emb arazada, todos se ponen a festejar a, a quitarle de las manos los paquetes y a suplicarle que no se fatigue y que se q uede tranquila. Qu lindo! Felicitaciones, pase, p ngase c moda, descanse . Conmigo se quedan quietos, callados, o sueltan consideraciones acerca del aborto. Dir as que se trata de una conjura, de una conspiraci n para separarnos. Y hay momentos en que me siento inquieta, en que me pregunto qui n ganar : nosotros o ellos? Ta l vez sea por culpa de esa llamada telef nica, que ha renovado amarguras que yo cre a olvidadas y ofensas que co nsideraba superadas. Unas y otras me fueron infligidas por fantasmas gracias a los cuales comprend que el amor e s un enredo, una estafa. Las heridas se han cerrado y las cicatrices son apenas visibles, pero basta una llamada telef nica as para que vuelvan a doler, como las viejas fracturas de huesos cuando cambia el tiempo. * * * Tu universo es el huevo dentro del cual flotas, acurrucado y casi desprovisto de peso, desde hace seis semanas y med ia. Lo llaman bolsa amni tica, y el l quido que lo llena es una soluci n salina que sirve para eximirte de luchar c ontra la fuerza de gravedad y para protegerte de los golpes provocados por mis movimientos, y tambi n para alime ntarte. Hasta hace cuatro d as, era, incluso, tu nica fuente de nutrici n. Mediante un proceso complicad simo y casi incomprensible, t tragabas una parte, absorb as otra, expel as otra m s e incluso produc as nuevo l quido. Desde hace cuatro d as, en cambio, tu fuente de nutrici n soy yo, a trav s del cord n umbilical. Muchas cosas han ocurrido durante estos d as: me exalto y te admiro s lo pens ndolo. La placenta que envuelve tu huev o como un c lido abrigo de pieles se ha reforzado; el n mero de tus c lulas sangu neas ha aumentado, y todo a vanza a una velocidad loca: la trama de tus venas ya es visible. Son perfectamente visibles tambi n las dos arterias, y la vena del cord n umbilical que te lleva mi ox geno y las sustancias qu micas que precisas. Adem s, se ha d esarrollado tu h gado y tienes en boceto todos los rganos internos; hasta tu sexo y tus rganos de reproducci n han empezado a brotar! T ya sabes si ser s hombre o mujer. Pero lo que m s me exalta, ni o m o, es qu e hasta te has construido las manitas. Ahora se te ven bien los dedos. Y ya tienes una peque a boca con labios!, u n atisbo de lengua, los alv olos para veinte dientecillos, y un par de ojos. Tan min sculo -ni siquiera un cent metro y medio- y tan liviano -menos de tres gramos-, y tienes ojos! A m me parece literalmente imposible que tod o esto haya ocurrido en el lapso de pocas semanas. Me parece irreal. Sin embargo, en el comienzo del mundo, cuand o se form aquella c lula y todo lo que nace, respira y muere para volver a nacer, debi de ocurrir lo mismo que sucede en ti: un hormiguear, un hincharse, un multiplicarse la vida cada vez m s complicada, dif cil, veloz, orden ada y perfectamente. Cu nto trabajas, ni o! Qui n ha dicho que duermes tranquilo, acunado por tus aguas? T no duermes nunca, no reposas nunca. Qui n ha dicho que permaneces en santa paz, en una armon a de son idos que llegan dulcemente embotados hasta tu membrana? Estoy segura que hay un constante chapoteo junto a ti, u n constante bombear, soplar y crujir; un estallido de rumores brutales. Qui n ha dicho que eres materia inerte, ca si un vegetal que se puede extirpar con una cuchara? Sostienen que, si quiero librarme de ti, este es el momento. Mej or a n: el momento empieza ahora. En otras palabras: yo hubiera debido aguardar hasta que te volvieras unser hum ano con ojos, dedos y boca, para matarte. Antes, no. Antes eras demasiado peque ito para ser localizado y arrancad o. Est n locos. * * * Mi amiga dice que la loca soy yo. Ella, que est casada, ha abortado cuatro veces en tres a os. Ya ten a dos hijos , y un tercero hubiera sido inadmisible. Su marido gana poco, ella tiene un empleo que le interesa y del cual, por otra parte, no puede prescindir. De los ni os se ocupa su suegra, que - pobrecita!- no podr a hacerse cargo de un par vulario. Los romanticismos son hermosos, pero la realidad es distinta, dice mi amiga. Las gallinas tampoco traen al mundo todos los hijos que podr an tener: si de cada huevo fecundado tuviese que nacer un pollito, el mundo ser a un gallinero. Acaso no sabes que muchas gallinas se comen sus propios huevos? No sabes que los incuban s l o una o dos veces al a o? Y los conejos? No sabes que algunas conejas se comen las cr as m s d biles par a poder amamantar a las otras? No ser a mejor eliminar as desde el principio, en lugar de traerlas al mundo par a comerlas y hac rselas comer a otros? En mi opini n, lo mejor ser a no concebir, directamente. Pero apenas arri esgo esa opini n, mi amiga se enoja. Contesta que ella tomaba la p ldora, claro que la tomaba! Le hac a da o y, sin embargo, la tomaba. Pero una noche se olvid , y de all el primer aborto. Con sonda, me dice. No he com prendido bien qu puede ser dicha sonda. Una aguja que mata, supongo. En compensaci n, me he enterado de que muchas la usan, aun sabiendo que provoca sufrimientos infinitos y que, a veces, significa la c rcel. Te preguntas, acaso, por qu , desde hace algunos d as, no hago m s que hablarte de esto. No lo s . Tal vez por que los dem s me hablan del tema de una manera obsesionante, y esperan que yo tome la iniciativa. Tal vez porque , en determinado momento, yo tambi n lo he pensado sin dec rmelo. Tal vez porque no quiero confiarle a nadie o tra duda que me envenena el alma. La sola idea de matarte, hoy, me mata; y, sin embargo, llego a tomarla en conside raci n. Me confunde aquel argumento de las gallinas. Me confunde el enfado de mi amiga cuando le muestro tu fot ograf a y se alo tus ojos y tus manos. Ella contesta que para ver tus ojos y tus manos de veras no bastar a ni un microscopio. Grita que vivo de fantas as y que pretendo racionalizar mis sentimientos y mis sue os. Hasta llega a exclamar: Y entonces, por qu sacas de la fuente de tu jard n los renacuajos, a fin que no lleguen a ser ranas y te molesten croando por la noche? . Ya s : sigo inform ndote sin piedad sobre las infamias de este mundo en el que te preparas a entrar, acerca de los horrores cotidianos que nosotros cometemos, y te expongo conceptos demas iado complicados. Pero, poco a poco, va madurando en m la certeza de que igualmente los comprendes porque ya lo sabes todo. Empez el d a en el que yo misma me torturaba el cerebro para tratar de explicarte que la Tierra es redonda como tu huevo, y que el mar est compuesto de agua igual a esa en que flotas, y no lograba expresar lo que me propon a. De repente, me paraliz la intuici n de que mi esfuerzo era in til, de que t ya lo sab as todo y mucho m s que yo, y desde entonces la sospecha de haber intuido con acierto ya no me abandona. Si en tu huevo hay un universo, por qu no deber a haber tambi n un pensamiento? No insin an acaso algunos que el su bconsciente es el recuerdo de la existencia que hemos vivido antes de nacer? Lo es? En tal caso, t , que lo sabes t odo, dime: cu ndo empieza la vida? Dime, te lo suplico: ha comenzado realmente la tuya? Desde cu ndo? Desde que la gota de luz que llaman espermatozoide perfor y escindi la c lula? Desde que germin en ti un coraz n y empez a bombear sangre? Desde que florecieron en ti un cerebro y una m dula espinal, y empr endiste el camino hacia la forma humana? O bien ese momento a n no ha llegado, y s lo eres un motor en proc eso de fabricaci n? No sabes qu dar a, ni o, por romper tu mutismo, por penetrar en la prisi n que te envu elve y que yo envuelvo; qu dar a por verte, por escuchar tu respuesta! Ciertamente, t y yo formamos una extra a pareja. Todo en ti depende de m , y todo en m depende de ti: si en fermas, yo enfermo y si muero, t mueres. Pero no puedo comunicarme contigo, ni t conmigo. En medio de la qu e, tal vez, es tu sabidur a infinita, no conoces siquiera mi cara, mi edad ni el idioma en que hablo. Ignoras de d nd e vengo, d nde estoy, qu hago en la vida. Si t quisieras imaginarme no tendr as siquiera un solo elemento pa ra adivinar si soy blanca o negra, joven o vieja, alta o baja. Y yo sigo pregunt ndome si eres o no una persona. Nun ca dos seres extra os ligados al mismo destino fueron m s extra os entre s que nosotros. Nunca dos desconoci dos que compartieran el mismo cuerpo fueron rec procamente tan desconocidos ni estuvieron tan lejos el uno del o tro. * * * He dormido mal y me ha dolido el bajo vientre. Eras t ? Me revolv a angustiada en la cama, y el sue o era un a obsesi n de pesadillas absurdas. En una aparec a tu padre llorando. Nunca lo he visto llorar, y no le cre a capa z de hacerlo. Sus l grimas ca an con retumbos de plomo en la fuente de mi jard n, que estaba llena de cintas int erminables y gelatinosas. Dentro de las cintas hab a huevecillos negros que se estiraban en una especie de cola: los renacuajos. Yo no hac a caso de tu padre; me preocupaba tan s lo por los renacuajos, y los mataba para que no se convirtieran en ranas y me quitaran el sue o croando de noche. El sistema era sencillo: bastaba levantar las cintas c on una rama y dejarlas sobre la hierba del jard n, donde el sol sofocar a a los renacuajos y los secar a. Pero las c intas se escurr an, resbaladizas, en r pidas volutas que volv an a caer en el agua y se hund an en el limo, y yo no lograba extenderlas sobre la hierba. Luego, tu padre no llor m s, se puso a ayudarme y consegu mi prop s ito sin dificultad. Con una rama sacaba del agua aquellas cintas que a l no le resbalaban, y las amontonaba sobre la hierba, met dico y sereno. A mi todo eso me hac a sufrir, porque era como ver a decenas, a centenares de ni os sofoc ndose y sec ndose al sol. Alterada, le quit la rama de las manos y grit : Dejados en paz! T has n acido, no? . En la otra pesadilla aparec a un canguro. Era una hembra de cuyo tero hab a brotado una cosa tierna y viva, una especie de delicad simo gusano. ste mir a su alrededor, estupefacto, corno si tratara de enten der d nde estaba, y empez a trepar por el cuerpo peludo de la madre. Avanzaba lenta y fatigosamente, tropezand o, resbalando y equivoc ndose, pero al fin lleg hasta el marsupio y, con un esfuerzo final tremendo, se arroj de ntro de cabeza. Yo me daba cuenta de que no eras t , de que era el embri n del canguro, el cual nace as porque sale prematuramente de la prisi n del huevo y completa su formaci n en el exterior. Pero le hablaba como si de ti se tratara. Le daba las gracias por haber venido a demostrarme que no era una cosa sino una persona. Le dec a que ya no ramos dos extra os, dos desconocidos, y me re a, feliz. Re a... Pero lleg la abuela. Era muy vieja y es taba muy triste. Parec a que sobre sus hombros encorvados se asentara todo el peso del mundo. Entre sus manos es tropeadas sosten a un mu equito con los ojos cerrados y la cabeza desproporcionada. Estoy tan cansada! -de c a- Siempre pagando los abortos! He tenido ocho hijos y ocho abortos. Si hubiese sido rica habr a tenido dieci s is hijos y ni un solo aborto. No es verdad que una se acostumbre; cada vez es como si fuese la primera. Pero el cu ra no lo entend a. El mu equito era del tama o de un crucifijo de bolsillo. Levant ndolo precisamente como un crucifijo, la abuela entr en una iglesia, se arrodill ante un confesionario y empez a musitar algo ante la cel os a. Desde el interior del confesionario brot una voz cruel, la voz del cura: Usted ha matado a una criatura, ha matado a una criatura! . La abuela temblaba del miedo deque otros lo oyeran. Imploraba: No grite, padre, se lo ruego! Va usted a conseguir que me detengan! Se lo ruego! . Pero como la voz del cura no bajaba de volu men, la abuela huy . Corr a por la calle, perseguida por los polic as, y era desgarrador ver a una vieja correr de ese modo. Yo me sent a desfallecer por ella, y pensaba: le estallar el coraz n, se morir . Los polic as la alca nzaron junto a la puerta de casa. Le arrebataron el mu equito y le ataron los brazos. Ella dijo, altiva: Estoy arrep entida; sin embargo, reincidir . Nunca lo hago de buena gana, pero no puedo mantener a tantos hijos, no puedo . Me despertaron esos dolores en el bajo vientre. No debo ver otra vez a mi amiga. Sus argumentos son la causa de mis pesadillas. Anoche me invit a cenar: su mari do no estaba, y a ella le pareci que se trataba de una buena ocasi n para hablarme de ti. Fue una tortura. Parece q ue un f sico, el doctor H. B. Munson, est de acuerdo con las opiniones de ella. Incluso el feto, seg n sus declara ciones, es materia casi inerte, casi un vegetal que puede extirparse con una cuchara. Todo lo m s, puede ser conside rado como un sistema coherente de potencialidades no realizadas . Seg n algunos bi logos, en cambio, el ser humano empieza en el momento mismo de la concepci n, porque el huevo fecundado contiene ADN, el cido des oxirribonucleico, constituido por las prote nas que forman un individuo. El doctor Munson rechaza esta tesis argu mentando que tambi n el espermatozoide y el huevo no fecundado contienen ADN: se pretende acaso considerar que el espermatozoide o el huevo son seres humanos? Por otra parte, algunos m dicos consideran el feto como ser humano s lo a partir de la semana vig simo octava, es decir, desde que puede sobrevivir fuera del tero aunque l a gestaci n no haya llegado a su t rmino. Y hay antrop logos para quienes ni siquiera el reci n nacido es un ser humano hasta tanto no ha sido modelado por influencias culturales y sociales. Casi tuvimos una pelea. Mi amiga se i nclinaba hacia la opini n de los antrop logos, y yo hacia la de los bi logos. Irritada, me acus de estar del lado de los curas: Eres cat lica, cat lica, cat lica! . Me sent ofendida. No soy cat lica, y ella lo sabe. Adem s, no acepto que los curas tengan derecho a entremeterse en este asunto, y ella tambi n lo sabe. Pero no puedo, d e ning n modo, aceptar los principios arbitrarios del doctor Munson. Me resisto a comprender a las mujeres que se dejan introducir una sonda como quien toma una purga para eliminar un alimento indigesto. A menos que... A menos que... qu ? Estoy traicionando mi decisi n? Cre a sentirme ya tan segura, cre a haber superado t an gloriosamente todas las incertidumbres, todas las dudas... Por qu vuelven, ahora, camufladas bajo mil pretext os? Acaso por este malestar que me produce mareos, por estos dolores que me acuchillan el vientre? Debo ser fuer te, ni o. Debo tener fe en m misma y en ti. He de llevarte hasta el final para que, cuando seas mayor, no te parez cas al cura que gritaba en mi sue o, ni a mi amiga, ni a su doctor Munson, ni a los polic as que ataban los brazos de la abuela. El primero considera que eres propiedad de Dios, la segunda que perteneces a la madre, y los ltimos que tu due o es el Estado. Pero t no perteneces a Dios, ni al Estado, ni me perteneces a m . Te perteneces a ti m ismo, y basta. Despu s de todo, fuiste t quien tom la iniciativa, y yo me equivocaba al creer que te impon a u na elecci n. Teni ndote, no hago otra cosa que plegarme a tu imposici n cuando se encendi tu gota de vida. N o eleg nada; s lo obedec . Entre t y yo, la posible v ctima no eres t , ni o; soy yo. Acaso no es esto lo que quieres decirme cuando te abalanzas como un vampiro contra mi cuerpo? No es esto lo que quieres confirmar cuando me regalas una n usea? Me siento mal. Desde hace una semana el trabajo me fatiga. Se me ha hinchado un a pierna. Seria terrible tener que renunciar al viaje que ya he proyectado, y as parece haberlo entendido el jefe. En tono casi amenazador me ha preguntado hoy si podr , y a adi que espera que s . Se trata de un proyecto im portante, hecho a la medida para m . Al jefe le importa sobremanera, y a m tambi n. Si no pudiera viajar... . Pe ro claro que ir . Acaso no dijo el doctor que el embarazo no es una enfermedad sino un estado normal, y que deb o seguir haciendo la vida de siempre? T no me traicionaras. * * * Ha ocurrido una cosa que no preve a: el doctor me orden guardar cama. Y aqu estoy, inm vil. Debo quedar me acostada y quieta. No es f cil, ya me entiendes, dado que vivo sola. Si alguien pulsa el timbre, tengo que levant arme para abrir la puerta. Y adem s he de comer, he de lavarme. Para cocinar una sopa o ir al cuarto de ba o me v eo obligada a levantarme, s o no? De la Comida, por ahora, se ocupa mi amiga. Le di las llaves y viene dos vece s al d a para tra rmela, la pobre. Exclam : No quisiste el tercer hijo y ahora te toca adoptar a una adulta! . Repuso que una adulta es mejor que una reci n nacida, pues no hay que amamantar a. Me crees si te digo que mi amiga es buena? Lo es, y no s lo porque viene aqu , sino porque ya no habla de aquel Munson ni de sus antro p logos. Parece, repentinamente, muy preocupada por el temor de que te pierda. No te alarmes: ese peligro no exist e. El m dico ha vuelto a examinarme y ha llegado a la conclusi n de que progresas. La inmovilidad es una precau ci n por aquellos dolores, que atribuye a diversas causas. Has cumplido dos meses y, seg n parece, ste es un m omento muy delicado, porque el embri n se convierte en feto. Est s formando tus primeras c lulas seas, que r eemplazan a los cart lagos. Est s estirando las piernas, exactamente como un rbol que extiende sus ramas, y ta mbi n en tus piececillos florecen ya los dedos. Debemos ser cautelosos hasta el tercer mes, despu s del cual podre mos reanudar nuestras costumbres: este asunto de quedarme quieta y acostada no durar m s que un par de seman as. Por eso al jefe le hice creer que padezco una fuerte bronquitis. Lo acept y me asegur que, despu s de todo, el viaje puede retrasarse: todav a hay que planear muchos detalles. Menos mal; si supiera la verdad podr a sustitu irme, e incluso despedirme, lo cual ser a un buen quebradero de cabeza para m y para ti: de que vivir amos? Por otra parte, tu padre no ha vuelto a dar se ales de vida. Supongo que no desea verse implicado en todo esto. L o lamentas? Yo no. Lo poco que sent a hacia l se ha extinguido en dos conversaciones telef nicas. M s a n: en el hecho mismo de que me haya hablado por tel fono en vez de hacerlo cara a cara. Al regresar pod a haber ve nido a verme, no te parece? Sabe muy bien que no le pedir a que nos cas ramos, que nunca se lo he pedido, qu e no quiero casarme ni lo querr a jam s. Qu lo detiene, entonces? Se siente acaso culpable de haberme am ado en una cama? Un d a, la abuela fue a confesarse de verdad y el cura le dio este consejo: No vaya a la cam a con su marido, no lo haga! . En el fondo, para cierta clase de gente, la verdadera culpa de un hombre y una mujer consiste en amarse en una cama. Para no tener ni os, dicen ellos, bastar a, sencillamente, volverse castos. De acu erdo. Visto que es un poco dif cil establecer a qui n le corresponde ser casto y a qui n no, volv monos castos t odos y transform monos en un planeta de viejos. Millones y millones de viejos incapaces de generar, mientras la ra za humana se extingue, como en los cuentos de anticipaci n ambientados en Marte, sobre el fondo de maravillosas ciudades que se resquebrajan; ciudades habitadas tan s lo por fantasmas, los fantasmas de todos aquellos que hubie ran podido ser y no han sido, los fantasmas de los ni os que no han llegado a nacer. O bien volv monos todos ho mosexuales. Total, el resultado ser a el mismo: un planeta de viejos incapaces de generar, sobre el fondo de maravi llosas ciudades que se resquebrajan, habitadas tan s lo por los fantasmas de los ni os que no han llegado anacer... Y si, en cambio, utiliz ramos a los viejos? En alguna parte he le do que se puede realizar el trasplante de embri ones. Una conquista de la biolog a tecnol gica. Se extirpa el huevo fecundado del vientre de la madre y se transfi ere al vientre de otra mujer que est dispuesta a darle albergue. Se lo hace crecer all . Ves? Si otra mujer te dier a albergue -por ejemplo, una vieja para la cual quedarse inm vil no fuera una tortura-, nacer as igualmente y no e star as aqu afligi ndome. En el fondo, hacer ni os es empresa de viejos. Tienen tanta paciencia los viejos... Te ofender a ser trasplantado a un vientre que no fuera el m o? Un buen vientre viejo que nunca te reprochar a nada? Y por qu habr as de ofenderte? Yo no te negar a la vida; tan s lo te dar a otro alojamiento. Perd name; estoy desvariando. Lo malo es que esta inmovilidad me pone nerviosa, me vuelve malvada. * * * Hoy tuve una dulce sorpresa. Son el timbre, me levant rezongando, y era el cartero con un paquete enviado por v a a rea. Lo remit a mi madre, junto a una carta firmada por ella y por mi padre. Hace algunos d as les infor m acerca de ti. Me pareci que era mi deber. Y cada ma ana esperaba su respuesta, estremeci ndome ante la i dea de las cosas duras o doloridas que tal vez me escribir an. Son dos personas chapadas a la antigua, sabes? En cambio, esta carta dice que, aunque se sienten desorientados y sorprendidos, se alegran y te dan la bienvenida. No somos ya m s que dos rboles secos; no tenemos nada que ense arte. Eres t , ahora, quien tiene algo que ense arnos. Y si esa es tu decisi n, quiere decir que as debe ser. Te escribimos para decirte que aceptamos tu lecci n. Tras haber le do la carta, abr el paquete. Conten a una cajita de pl stico, y dentro hab a un par de za patitos blancos. Peque itos, livianos y blancos. Tus primeros zapatitos. Caben en la palma de mi mano; ni siquiera l legan a cubrirla del todo. Se me hace un nudo en la garganta cuando los toco; se me derrite el coraz n. Mi madre te gustar . Con ella tendr s dos madres, y ser para ti una aut ntica riqueza. Te gustar porque opina que sin ni os se acabar a el mundo. Te gustar porque es grande y tierna, con una panza grande y tierna para que tu te sien tes encima, dos brazos grandes y tiernos para protegerte y una carcajada que es un concierto de campanillas. Nunca he llegado a entender c mo consigue re rse de ese modo, pero pienso que es porque ha llorado mucho. S lo quie n ha llorado mucho puede apreciar los aspectos bellos de la vida y re r a gusto. Llorar es f cil; re r, dif cil. Apr ender s r pidamente esta verdad. Tu encuentro con el mundo ser un llanto desesperado. En los primeros tiempo s s lo conseguir s llorar. Todo te har llorar: la luz, el hambre y la rabia. Pasar n semanas y meses antes de que tu boca se abra en una sonrisa, antes de que tu garganta borbotee en una carcajada. Pero no debes desanimarte. Y cu ando llegue la sonrisa, cuando llegue la carcajada, tendr s que regal rmelas a m para demostrarme que hice bie n en no valerme de la biolog a tecnol gica, que hice bien en no regalarte al vientre de una madre mejor y m s pa ciente que yo. * * * He recortado la fotograf a que te retrata a los dos meses exactos: un primer plano de tu rostro agrandado cuarenta v eces. La clav en la pared y la admiro desde aqu , desde la cama. Estoy obsesionada por tus ojos, tan grandes resp ecto al resto del cuerpo, tan abiertos. Qu ven? Agua y nada m s? Tan s lo las paredes de la prisi n? O bien las cosas que veo yo tambi n? Una sospecha deliciosa me perturba: la sospecha de que vean a trav s de m . Lamento que pronto los cierres. En el borde de tus p rpados se est formando una sustancia pegajosa que dent ro de algunos d as adherir los dos bordes para proteger las pupilas durante la fase final de su formaci n. No lev antar s ya los p rpados hasta el s ptimo mes. Durante veinte semanas vivir s en la m s completa oscuridad. L stima! O tal vez no... Sin tener nada para mirar, me escuchar s mejor. Tengo todav a muchas cosas para de cirte, y estos d as de inmovilidad me proporcionan el tiempo adecuado, ya que mi nica actividad consiste en leer o mirar la televisi n. Sobre todo, tengo que prepararte para que te enfrentes a algunas novedades sumamente inc modas. La esperanza de que t lo sepas ya todo, y mucho m s que yo, no me convence demasiado, pero es dif ci l explicarte ciertas cosas porque tu pensamiento, si es que existe, act a sobre hechos demasiado diferentes de los qu e encontrar s despu s. T est s solo, magn ficamente solo all dentro. La nica experiencia que tienes es l a de ti mismo. Nosotros, en cambio, somos millones y miles de millones. Cada experiencia nuestra depende de los d em s, y tambi n cada alegr a, cada dolor y Mira, empiezo por aqu . Empiezo anunci ndote que ya no estar s solo, y que si quieres librarte de los dem s, d e su forzosa compa a, no lo conseguir s. Aqu una persona no puede bastarse a s misma en soledad, como l o haces t . Si lo intenta, enloquece. En el mejor de los casos, fracasa. De vez en cuando, alguien prueba y huye al b osque o al mar jurando que no necesita de los dem s, que los dem s no volver n a encontrarlo nunca. Pero lo en cuentran. O incluso es l quien regresa. Y as , derrotado, vuelve a formar parte del hormiguero, del engranaje, par a buscar en l desesperadamente su libertad. Oir s hablar mucho de libertad. En nuestro mundo es una palabra casi tan explotada como el t rmino amor, que, y a te lo dije, es el m s explotado de todos. Encontrar s hombres que se dejan despedazar en aras de la libertad, sufr iendo torturas e incluso aceptando la muerte. Y conf o en que seas uno de esos hombres. Empero, en el momento mismo en que te hagas destrozar en aras de la libertad, descubrir s que sta no existe, que, todo lo m s, exist a mientras la buscabas: ser a como un sue o, como una idea nacida del recuerdo de tu vida prenatal, cuando eras lib re porque estabas solo. Yo repito siempre que est s aprisionado ah dentro; sigo pensando que tienes poco espaci o y que desde ahora incluso estar s a oscuras, pero en esa oscuridad, en ese reducido espacio, eres libre como no lo ser s jam s en este mundo inmenso y despiadado. A nadie has de pedir permiso, ah dentro, ni ayuda, porque na die est a tu lado e ignoras qu es la esclavitud. Aqu afuera, en cambio, tendr s mil amos. Y el primer amo ser yo, que, sin quererlo -tal vez sin siquiera darme cuenta-, te someter a imposiciones que son justas para m per o no para ti. Esos lindos zapatitos, por ejemplo, son lindos para m , mas para ti? Gritar s, chillar s cuando te l os ponga. Te molestar n, estoy segura, pero yo te los pondr igualmente, argumentando quiz que tienes fr o. Poco a poco, te acostumbrar s a ellos. Te plegar s, domado, hasta el punto de sufrir si te faltan tus zapatitos. Y as comenzar una larga cadena de esclavitudes cuyo primer eslab n estar siempre representado por m , de qui en no podr s prescindir. Ser yo quien te alimente, quien te cubra, quien te lave, quien te lleve en brazos. Luego e mpezar s a caminar por tus propios medios, a comer solo, a elegir d nde ir y cu ndo lavarte. Aparecer n enton ces otras esclavitudes: mis consejos, mis ense anzas, mis exhortaciones y tu propio miedo de causarme dolor al obr ar de manera distinta a como yo te habr ense ado. Pasar mucho tiempo, a tus ojos, hasta que yo te deje partir c omo los p jaros arrojados del nido por sus progenitores cuando ya saben volar solos. Por fin ese momento llegar , y yo te dejar partir, te permitir atravesar la calle solo, con sem foro verde o rojo. Te empujar a ello. Pero es to no aumentar tu libertad, porque quedar s encadenado a m por la esclavitud de los afectos y las a oranzas. Algunos la llaman esclavitud de la familia. Yo no creo en la familia. La familia es una mentira construida por quien organiz este mundo para poder controlar mejor a la gente y explotar mejor la obediencia a las normas y a las leyen das. Unose rebela m s f cilmente si est solo, y se resigna mejor si vive en compa a de otros. La familia no es m s que el portavoz de un sistema que no puede permitirte desobedecer, y su santidad no es tal. S lo existen gr upos de hombres, mujeres y ni os obligados a llevar el mismo nombre y a vivir bajo el mismo techo, a menudo det est ndose, odi ndose. Y tambi n existen la a oranza y las ataduras, arraigadas en nosotros como rboles que no ceden ni siquiera ante un hurac n, inevitables como la sed y el hambre. Nunca puedes librarte de ellas, incluso si lo intentas con toda la fuerza de tu voluntad y de tu l gica. Acaso crees haber logrado superarlas cuando, un d a, v uelven a aflorar irremediablemente, y m s despiadadas que cualquier verdugo, te anudan al cuello una soga y te est rangulan. Junto con esas esclavitudes conocer s las que te ser n impuestas por los otros, es decir, por los miles y miles de h abitantes del hormiguero: sus costumbres y sus leyes. No imaginas hasta qu punto son asfixiantes sus costumbres, que has de imitar, y sus leyes, que has de respetar: no hagas esto, no hagas lo otro, haz esto y haz lo otro... Y todo ell o, tolerable cuando vives entre buenas gentes que tienen cierta idea de la libertad, se vuelve infernal cuando vives en tre prepotentes que te niegan hasta el lujo de so ar esa libertad, de realizarla en tu fantas a. Las leyes de los prepo tentes s lo ofrecen una ventaja: puedes reaccionar contra ellas luchando y muriendo. Las leyes de las buenas gentes , en cambio, no te dejan escapatoria porque te inducen a convencerte de que es noble aceptar as. Cualquiera que se a el sistema en que vivas, no puedes rebelarte contra una ley que otorga siempre la victoria al m s fuerte, al m s p repotente, al menos generoso. Menos a n puedes contravenir la ley de que hace falta dinero para comer, para dormi r, para caminar dentro de un par de zapatos y para calentarte en invierno, y que para tener dinero hace falta trabajar. Te explicar n un mont n de cuentos acerca de la necesidad, la alegr a y la dignidad del trabajo. No les creas jam s. Se trata de otra mentira inventada para conveniencia de quien organiz este mundo. El trabajo es un chantaje q ue sigue siendo tal incluso si te gusta. Trabajas siempre para alguien, nunca para ti mismo. Trabajas siempre con fati ga, nunca con alegr a. Y jam s en el momento que te apetece. Aunque no dependas de nadie y cultives tu trozo de tierra, debes trabajar cuando lo quieran el sol, la lluvia y las estaciones. Aunque no obedezcas a nadie y te dediques al arte, es decir, te liberes, debes plegarte a las exigencias o los avasallamientos de otros. Quiz s en un pasado muy lejano, tan lejano que toda memoria de l se ha perdido, las cosas no funcionaban as , y trabajar era una fiesta, un a alegr a. Pero exist an pocas personas, en aquel tiempo, y pod an aislarse y estar solas. T vienes al mundo m il novecientos setenta y cinco a os despu s del nacimiento de un hombre que llaman Cristo, quien vino al mundo centenares de miles de a os despu s de otro hombre cuyo nombre se ignora; y en estos tiempos las cosas est n c omo te he dicho. Una estad stica reciente afirma que ya somos cuatro mil millones. Y c mo a orar s tu solit ario chapotear en el agua, ni o! * * * He escrito para ti tres f bulas. Mejor dicho, no las he escrito realmente porque, estando tendida en la cama, no pued o: sencillamente, las he pensado. Te cuento una. Hab a una vez una ni a enamorada de una magnolia. La magnoli a estaba en medio de un jard n, y la ni a se pasaba d as enteros mir ndola. Desde arriba, porque viv a en el ltimo piso de una casa que daba a ese jard n, y desde una ventanita que era la nica abertura sobre aquel lugar. La ni a era muy peque ita, y para ver la magnolia ten a que trepar a una silla donde la sorprend a su madre, qu e se pon a a gritar: Dios m o, se cae, se cae abajo! . La magnolia era grande, y grandes eran sus ramas, sus hojas y las flores que se abr an como pa uelos limpios y que nadie cog a porque estaban demasiado altas. En ef ecto, ten an todo el tiempo necesario para envejecer, marchitarse y caer al suelo produciendo un leve ruido. La ni a so aba igualmente que alguien lograba coger una flor mientras era blanca, y en esa espera se quedaba mirando desde la ventana, con los brazos apoyados en el antepecho y el ment n apoyado sobre los brazos. Enfrente y alrede dor no hab a casas; s lo un muro que se ergu a abrupto junto al jard n y terminaba en una terraza con ropas pu estas a secar. Se notaba cuando estaban secas por c mo restallaban al viento, y entonces llegaba una mujer que las r ecog a, las colocaba dentro de una cesta y se las llevaba. Pero un d a la mujer lleg y, en vez de recoger las ropa s, se puso tambi n a mirar la magnolia, como si estuviera calculando la manera de coger una flor. Se qued all l argo rato, pensando, mientras las ropas se agitaban al viento. Despu s lleg un hombre y la abraz . Tambi n ell a lo abraz , y pronto cayeron a tierra, donde, juntos, se estremecieron largamente; por fin, se quedaron dormidos. L a ni a estaba asombrada, pues no comprend a por qu se quedaban durmiendo en la terraza en vez de ocuparse d e la magnolia, de tratar de coger alguna flor, y esperaba pacientemente que despertasen, cuando apareci otro homb re muy enfadado. No dijo nada, pero era evidente que estaba furioso, porque de inmediato se arroj sobre los otros dos. Primero sobre el hombre, quien, empero, dio un salto y huy ; despu s sobre la mujer, que ech a correr entr e las ropas. l tambi n corr a, para atraparla, y por fin lo consigui . La levant como si no pesara y la arroj al vac o, sobre la magnolia. La mujer emple mucho tiempo en alcanzar el rbol, pero al fin lleg y se poso en las ramas con un rumor m s sordo que el de las flores marchitas que ca an al suelo. Una rama se rompi y, en el instante mismo en que se quebraba, la mujer se aferr a una flor, la arranc y se qued all , quieta, con su flor e n la mano. Entonces la ni a llam a su madre y le dijo: Mam , han tirado a una mujer sobre la magnolia y ha cogido una flor . La madre acudi y grit que la mujer estaba muerta, y desde aquel d a la ni a creci convencida de que para coger una flor, una mujer ten a que mo rirse. Aquella ni a era yo, y quiera Dios que t no tengas que aprender, como tuve que hacerlo yo, que gana siempre el m s fuerte, el m s prepotente, el menos generoso. Dios quiera que no lo aprendas tan pronto como yo y no te con venzas, adem s, de que una mujer es quien primero paga por esa realidad. Pero me equivoco al esperar lo contrario. Tengo que desearte, en cambio, que pierdas pronto esa virginidad que se llama infancia o ilusi n. Debo prepararte desde ahora para que te defiendas, para que seas m s r pido y m s fuerte, y arrojes t al otro de la terraza. Espe cialmente si eres una mujer. Esa tambi n es una ley no escrita, pero obligatoria. O t o yo; o me salvo yo o te salv as t . Tales son los t rminos de esta ley. Ay de quien la olvida! Aqu , en este mundo, todos causan da o a al guien, ni o. Si no lo hace, sucumbe. Y no hagas caso a quien te dice que sucumbe el mejor. Sucumbe el m s d b il, que no es necesariamente el mejor. Yo nunca he pretendido que las mujeres fuesen mejores que los hombres, y qu e por su bondad merezcan no morir. Ser buenos o malos no viene a cuento; aqu la vida no depende de eso sino de una relaci n de fuerzas basada en la violencia. La supervivencia es violencia. Calzar s zapatos de cuero porque al guien ha matado una vaca y la ha desollado para utilizar su piel. Te proteger s con un abrigo de pieles porque algui en ha matado a una bestia, a cien bestias, para utilizar sus pieles. Comer s higadillos de pollo porque alguien ha ma tado pollos que no hac an el menor da o a nadie. Y esto tampoco es cierto, porque tambi n los pollos hacen da o a alguien: devoran los gusanitos que mordisqueaban en paz su ensalada. Hay siempre alguien que se come a otro para sobrevivir, desde los hombres hasta lospeces. Tambi n estos ltimos se comen entre ellos: los m s grandes se tragan a los m s peque os. Y as las aves, los insectos y todos los dem s. Que yo sepa, s lo plantas y rb oles no devoran a nadie; se alimentan de agua, de sol y de nada m s. Pero, a veces, se roban entre ellos el sol y el a gua, ahog ndose y extermin ndose unos a otros. Es oportuno que t te enteres de semejantes horrores, t que vives, te alimentas y te calientas sin matar a nadie? * * * Esta es tambi n una f bula. Hab a una vez una ni a a la que gustaba mucho el chocolate. No obstante, cuanto m s le gustaba menos com a Y sabes por qu ? En otros tiempos le hab an dado todo el chocolate que desea ba; eran los tiempos en que viv a en una casa llena de cielo que entraba por las ventanas. Pero un d a se despert en una casa sin cielo y sin chocolate. Desde sus ventanas, situadas casi junto al cielorraso y protegidas por una rej a, como en las c rceles, se ve an tan s lo pies que iban y ven an. Tambi n se ve an perros, y de momento p roduc a satisfacci n ver los perros enteros, incluida la cabeza. Pero luego levantaban la pata y hac an pis sobre l a reja mientras la mam de la ni a se lamentaba: Eso no, eso no! . La mam , por otra parte, lloraba siempr e, incluso cuando se dirig a a la gran panza que le levantaba el delantal; le hablaba a alguien que estaba encerrado a ll dentro, y le dec a: No hubieras podido elegir un momento peor! . Tras lo cual pap empezaba a toser, en la cama, con una tos que lo dejaba como muerto. Pap se quedaba en la cama incluso de d a, con el rostro ama rillo y los ojos brillantes y tristes. Seg n los c lculos de la ni a, el fin del chocolate coincidi con la enfermeda d del pap y la mudanza a aquella casa sin cielo y sin alegr a. En otras palabras, con la falta de dinero. Para conseguir dinero, la mam de la ni a iba a limpiar la casa de una hermosa se ora a la que tuteaba y que la t uteaba. Se trataba de una t a suya, rica, que siempre cambiaba de vestido. Hasta se murmuraba que ten a un bolso para cada vestido y un par de zapatos por cada bolso. Su casa estaba junto al r o, y por las ventanas entraba todo el cielo de la ciudad. Pero aun as la bella se ora estaba disconforme. Siempre se quejaba: porque un sombrero no l e quedaba bien, porque su gato estornudaba o porque su criada se hab a ido un mes al campo y no daba se ales de regreso. La mam de la ni a, por tanto, sustitu a a aquella sirvienta desconsiderada: todos los d as, de nueve a una. Dejaba a su marido solo, y se llevaba a la ni a porque -dec a- tomar el aire le ir a mejor que quedarse junto a un hombre con los pulmones agujereados. La llevaba a pie, en un largo viaje, recorriendo calles que nunca se acab aban. Caminando, se preguntaba siempre qu nueva desdicha expondr a aquella vez la hermosa se ora. Antes de pulsar el timbre, murmuraba: nimo! . Al sonido del timbre respond a una voz arrastrada, luego un paso mas arrastrado todav a, y la p uerta se abr a ante una bata larga hasta los pies: unas veces blanca y otras rosa o azul. Entraban pisando alfombras, y la mam depositaba a la ni a en una banqueta, como si fuera un paquete. Le dec a que se quedara quieta y call ada y que no molestase. Luego, desaparec a en la cocina para lavar los platos. La bella se ora, en cambio, se reco staba en un div n, leyendo el peri dico y fumando con boquilla. Evidentemente, no ten a otra cosa que hacer. Y la ni a no entend a por qu motivo no se lavaba ella misma los platos, en vez de hac rselos lavar a mam , qu e ten a la panza tan hinchada. Aquella ma ana, la bella se ora se quejaba por un asunto de dinero. Hab a empezado mientras mam lavaba lo s platos y segu a mientras limpiaba la sala. Te das cuenta? -repet a-. S lo quiere darme esa cifra. Y cuan do la mam de la ni a repuso que con esa cifra yo me sentir a una princesa , la otra se enfad . A m ap enas si me alcanza para el taxi -dijo- No querr s compararte conmigo, supongo! La mam de la ni a se rub oriz , y con la excusa de quitar el polvo de la alfombra se arrodill en el suelo e inclin la cara sobre la alfombra . La ni a sinti como un picor en la garganta. Y estaba por soltar las l grimas que le ard an en los ojos cuando su atenci n fue captada por unos objetos de oro que brillaban al sol: una bombonera de cristal llena de bombones. P ero no se trataba de bombones normales, sino de bombones dos o tres veces mayores que los que acostumbraba com er en los remotos d as de la casa con cielo. De pronto, el picor de la garganta desapareci y, en su lugar, se form un l quido que ten a el sabor del chocolate. Su mam se dio cuenta. Le clav una mirada para advertirle: si pides algo, te arrepentir s! La ni a comprendi y se puso a mirar el cielorraso fijamente, con dignidad. Estaba observando el techo cuando la bella se ora se levant y, con aire aburrido, se dirigi al balc n, donde se qued acarici ndose una mu eca. El balc n se asomaba sobre otro balc n, m s grande. Y en el segundo balc n hab a dos ni os ricos. A la ni a as le constaba porque los vio una vez, y comprendi que eran ricos porque er an hermosos. Pose an la misma belleza que la se ora. Siempre acarici ndose la mu eca, sta los divis . Son ri , extasiada, y se asom para llamarlos: Bonjour, mes petits pigeons! Ca va, aujourd'hui? . Y luego: Atten dez, attendez! Il y a quelque chose pour vous! . Entr en la sala, tom la bombonera de cristal, la destap , la lle v hasta el balc n sosteni ndola con delicadeza, y empez a arrojar bombones hacia abajo. Los arrojaba y dec a: Bombones para mis pichoncitos! Bombones para mis pichoncitos! . Arroj m s de la mitad, entre u n restallar de risas; por fin dej nuevamente la bombonera sobre la mesa y sac otro bomb n. Lo despoj lenta mente de su papel de oro, lo levant un instante pensando qui n sabe qu , y se lo comi . Mientras, la ni a mir aba. Desde aquel d a no puedo comer chocolate. Si lo como, vomito. Pero espero que el chocolate te guste, hijo, porque quiero comprarte mucho, mucho. Quiero cubrirte de chocolate para que t lo comas por m , hasta la n usea, has ta el olvido de aquella injusticia que todav a llevo a cuestas con rencor. Conocer s la injusticia tan bien como la v iolencia: he de prepararte tambi n para eso. Y no me refiero a la injusticia de matar un pollo para comerlo, una vac a para desollarla o a una mujer para castigarla; aludo a la injusticia que separa al que tiene del que no tiene. Es la inj usticia que deja este veneno en la boca, mientras la madre embarazada limpia la alfombra ajena. C mo se puede res olver este problema, no lo s . Todos aquellos que lo han intentado s lo consiguieron sustituir la persona que limpi a la alfombra. En cualquier sistema que nazcas, bajo cualquier ideolog a, siempre hay un fulano que limpia la alfo mbra de otro, hay siempre una ni a humillada por un deseo de bombones. Nunca encontrar s un sistema, una ideo log a, que pueda cambiar el coraz n de los hombres y borrar de l la maldad. Cuando te digan con-nosotros-es-d istinto, contesta: mentiroso! Luego desaf alo a que te demuestre que en su sistema no existen comidas para ricos y comidas para pobres, casas para ricos y casas para pobres, temporadas para ricos y temporadas para pobres. El invi erno es una temporada para ricos. Si eres rico, el fr o se vuelve un juego porque te compras un abrigo de pieles, te i nstalas calefacci n y vas a esquiar. Si eres pobre, en cambio, el fr o se convierte en una maldici n y aprendes a o diar hasta la belleza de un blanco paisaje bajo la nieve. La igualdad, hijo, existe s lo donde t est s ahora, lo mis mo que la libertad. En el huevo somos todos iguales. Pero es oportuno que t hayas de conocer ahora semejantes injusticias, t que vives all sin ser siervo de nadie? * * * Esta no s si es una f bula, pero te la cuento igual. Hab a una vez una chiquilla que cre a en el ma ana. Por ci erto que todos le ense aban a creer en el ma ana, asegur ndole que ese ma ana es siempre mejor. Se lo asegura ba el cura cuando haca retumbar en la iglesia sus promesas y anunciaba el Reino de los Cielos. Se lo aseguraba la escuela cuando le demostraba que la humanidad progresa y que en otros tiempos los hombres viv an en las caverna s, despu s en casas sin calefacci n y m s tarde en casas con calefacci n. Se lo aseguraba su padre cuando le mo straba los ejemplos de la historia y sosten a que los prepotentes sucumben siempre. La chiquilla retir muy pronto su confianza al cura. El ma ana de l era la muerte, y a la chiquilla no le interesaba en lo m s m nimo vivir de spu s de muerta en un lujoso hotel llamado Reino de los Cielos. A la escuela le retir su confianza un poco m s t arde, durante un invierno en que sus pies y manos se cubrieron de saba ones y de llagas. S , era una gran cosa qu e los hombres hubieran pasado de las cavernas a la calefacci n, pero ella no ten a calefacci n. En cambio, perse ver en la ciega confianza hacia su padre, un hombre muy valiente y obstinado. Desde hac a veinte a os luchaba contra unos poderosos personajes vestidos de negro, y cada vez que ellos le romp an la cabeza dec a, valiente y obstinado: Llegar el ma ana . En aquella poca hab a guerra. Los poderosos personajes vestidos de negro parec an estar gan ndola, pero l negaba con el gesto y dec a, valiente y obstinado: Llegar el ma ana . La chiquilla le cre a porque fue testigo de lo ocurrido una noche de julio. Esa noche expulsaron a los poderosos per sonajes, y pareci que aquella guerra -la suya- terminaba para dar paso al ma ana. Pero en septiembre los poderos os personajes volvieron con otros que hablaban alem n. La guerra arreci . La chiquilla se sinti traicionada. Inte rrog a su padre, que repuso: Llegar el ma ana . Y la convenci demostr ndole que el ma ana no pod a tardar, dado que ya no eran ellos los nicos que esperaban: estaban llegando amigos, todo un ej rcito de amig os, los aliados. Al d a siguiente la ciudad de la chiquilla fue bombardeada por los amigos, los aliados, y una bomba cay justamente delante de su casa. La chiquilla se qued desconcertada. Si eran amigos, por qu hac an aq uello? Su padre contest que, lamentablemente, ten an que hacerlo y que todo eso no disminu a en nada su amis tad. Para convencerla mejor, llev a su casa a dos de los que arrojaban las bombas. Hasta poco antes prisioneros de los poderosos personajes, hab an huido. Era necesario ayudarlos -explic su padre-, dado que el ma ana era una causa com n. La chiquilla asinti . Junto con el padre, que por ellos arriesgaba verse ante un pelot n de fusilamie nto, los escondi , los aliment y los acompa hasta una aldea segura. Luego, se puso a esperar pacientemente el ej rcito que traer a el ma ana. Dicho ej rcito no llegaba nunca. Pasaban las semanas y los meses, y mientras tanto la gente mor a bajo las bombas, las torturas y los fusilamientos: el famoso ma ana parec a ya un sue o h echo de sue o y nada m s. Tambi n el padre de la chiquilla fue detenido, golpeado y torturado. La chiquilla fue a la c rcel a verlo y no lo reconoci , de tanto que lo hab an apaleado. Pero aun en la c rcel, incluso apaleado, d ijo: Llegar el ma ana. Un ma ana sin humillaciones . Y el ma ana lleg , por fin. Era una madrugada de agosto, y durante la noche la ciudad se vio sacudida por tremen das explosiones. Hab an volado los puentes y las carreteras, y hab an muerto m s inocentes. Pero despu s surg i esa alborada, espl ndida como las campanas de Pascua, y esa alborada trajo a los amigos. Avanzaban bellos, so nrientes y alegres, como ngeles de uniforme, y la gente les sal a al paso arroj ndoles flores, grit ndoles palabr as de gratitud. El padre de la chiquilla, liberado, recib a de todos un saludo deferente, y en sus ojos brillaba la luz d e quien ha conocido la fe. Despu s se acerco alguien y le dijo que fuera de prisa al comando aliado: algo muy grave suced a. El padre de la chiquilla corri , pregunt ndose qu pod a ser ese algo tan grave. Y el algo tan grave era un hombre que sollozaba en un prado con la cara hundida en la hierba. Tendr a unos treinta a os. Vest a un t raje azul, evidentemente elegido para recibir a los amigos, y en el ojal de su chaqueta florec a una gran rosa roja de papel. Delante de l -mejor dicho, sobre l- un ngel de uniforme le apuntaba con su metralleta. El padre de la c hiquilla se inclin sobre el hombre: Qu ha hecho? . El otro redobl los sollozos y se limit a maullar: Madre m a, madre m a, madre m a! . El padre de la chiquilla pidi hablar con el comandante aliado. Es te lo recibi levantando una cara afilada, adornada de bigotitos color zanahoria y agitando una fusta: Usted es uno de los llamados representantes del pueblo? . El padre de la chiquilla contest que s . Entonces, sepa que s u pueblo nos ha dado la bienvenida robando. Aquel hombre ha robado. El padre de la chiquilla pregunt qu hab a robado. Un bolso lleno de comida y documentos , silb la fusta . El padre de la chiquilla pregunt qu documentos. La libreta de baja del sargento propietario del bolso , volv i a silbar la fusta. El padre de la chiquilla pregunt si se hab a hallado la libreta. S , pero rota! , silb un a vez m s la fusta. El padre de la chiquilla observ que tal vez se pudiera pegar. Y la comida? Tambi n la c omida hab a sido encontrada? La comida se la comi se! Toda la raci n de un d a! , grit la fusta, enloquecida. El padre de la chiquilla contuvo una sonrisa. Repuso que, sin duda, todo eso era muy lamentable. Com o representante del pueblo se har a cargo del ladr n para su custodia y tramitar a el reembolso al perjudicado, m s la indemnizaci n correspondiente. Entonces, la fusta dibuj una gran voluta en el aire y replic que en el Ej rcito ingl s a los ladrones se les fusila. En cuanto al representante del pueblo, que se largara! Afuera, el ladr n segu a llorando con la cara hundida en la hierba: Madre m a, madre m a, madre m a! . El ngel de u niforme segu a sobre l con las piernas abiertas y la metralleta. Las piernas eran toscas y peludas, y la metralleta a puntaba a la nuca. Al pasar, la chiquilla oy un chasquido met lico. El chasquido que produce el seguro cuando lo quitan. La chiquilla nunca supo si el ladr n fue ajusticiado, pero desde entonces desconfi para siempre de la palabra ma ana. Y dado que su mente hab a asociado las palabras ma ana y amigos, en lo sucesivo desconfi tambi n d e los amigos. Tras el Ej rcito ingl s lleg el norteamericano. Todos dec an que los norteamericanos serian mej ores y m s cordiales, y la chiquilla confi en que fuera verdad, puesto que muchos de ellos re an a grandes carca jadas llenas de humanidad. Pronto, empero, se dio cuenta de que con sus grandes carcajadas llenas de humanidad ell os tambi n violentaban, corromp an y se comportaban como amos: el ma ana era un miedo nuevo. El hambre, e n cambio, segu a siendo la misma. Para aplacarla, algunas mujeres se prostitu an y otras lavaban la ropa de los nu evos amos. Cada terraza, cada patio era todo un balancearse de uniformes, calcetines y camisetas; un desaf o a qui n lavaba m s. Seis pares de calcetines, un pan. Tres camisetas, una latita de carne y jud as. Un uniforme, dos la titas de carne. El padre de la chiquilla no permit a que su mujer y su hija tocasen aquella ropa sucia. Dec a que, b ien o mal, el ma ana hab a empezado y era menester defenderlo con dignidad. Para demostrarlo, invitaba a comer a los amigos y les daba su propia raci n de comida fresca. Una noche les dio hasta su reloj de oro, tras pronun ciar un hermoso discurso en el que record a los prisioneros a quienes hab a ayudado por el ma ana, que era una causa com n y segu a si ndolo. Los amigos cogieron el reloj de oro y, como respuesta, ofrecieron ropa que lava r. La chiquilla se ofendi , pero el hambre es una bestia llena de tentaciones: pocos d as despu s, a escondidas de su padre, lo pens mejor y pidi ropa sucia para lavar. Llegaron dos sacos: uno conten a la ropa y el otro, comid a. El de la comida fue abierto inmediatamente y vaciado de su contenido:
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