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Ninos_Maltratados_Diagnostico_y_Terapia_Familiar_Escrito_Por_Stefano_Cirillo - MARLON ROBERTO BANEGAS ANDRADE

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Título original: La famiglia maltrattante. Diagnosi e terapia 
Publicado en italiano por Raffaello Cortina Editore, Milán 
Traducción de Nélida Bellani y Claudia I. Torquati 
1.ª edición, 1991 
1.a reimpresión, 1994 
Qukedan rigurosamente prohibidas, sin la autorización escrita de los propietarios del 
"Copyright", bajo las sanciones establecidas por las leyes, la reproducción total o parcial 
de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprograffa y el 
tratamiento informático, y la distribución de ejemplares de ella mediante alquiler o 
préstamo públicos. 
© 1989 by Raffaello Cortina Editore, Milán 
© de todas las ediciones en castellano, 
Ediciones Paidós Ibérica, S.A., 
Mariano Cubí, 92 - 08021 Barcelona 
y Editorial Paidós, SAICF, 
Defensa, 599 - Buenos Aires 
ISBN: 84-7509-662-X 
Depósito legal: B-33.378/1994 
Impreso en Novagráfík, S.L. 
Puigcerdá, 127 - 08019 Barcelona 
Impreso en España - Printed in Spain 
http://psicoalterno.blogspot.com/
ÍNDICE 
Presentación, Mara Selvini Palazzoli 9 
Introducción 15 
El contexto de la experiencia: la fundación del Centro di aiuto al 
bambino maltrattato e alla famiglia in crisi (Centro de ayuda al niño 
maltratado y a la familia en crisis) (CAF), 15. La respuesta de la ciudad 
de Milán y la casuística del maltrato, 16. La duplicación de los servicios 
para casos de maltrato: el nacimiento del CBM, 18. Fisonomía del 
CBM: la comunidad de acogida, 20. El equipo psicosocial, 22. El 
acercamiento teórico al maltrato y nuestro modelo de referencia, 23. La 
adopción de la metáfora del juego, 27. 
1. ¿Se puede "curar" en ausencia de demanda voluntaria de ayuda? 31 
La terapia coactiva: un desafío 31 
Por qué la familia que maltrata no pide ayuda, 32. Factores sociofami-
liares de la ausencia de pedido, 34. Algunas excepciones: cuando la 
familia se presenta espontáneamente, 37 
Las asechanzas del contexto espontáneo 40 
Los falsos "casos espontáneos": cuando el problema surge con el 
cambio de conducción, 43. La denuncia, único instrumento para el en-
ganche, 44. 
2. La terapia en situaciones de coacción. Los prerrequisitos 
contextuales 47 
Relato e informe de los denunciantes, 47. El decreto del Tribunal de 
Menores y las disposiciones provisorias, 50. Definiciones de los 
deberes e integración de los servicios, 52. 
El primer contacto con la familia 54 
El expediente familiar, 54. A quién citar en la primera reunión, 57. 
Planeamiento de la primera entrevista y definición del 
contecto coercitivo 60 
Relación entre coerción y motivación 64 
3. El diagnóstico de la familia que maltrata 68 
Qué entendemos por diagnóstico 68 
El psicólogo frente a l a familia obligada a someterse a la terapia. 
La pretensión de espontaneidad en un contexto coercitivo, 71 . Por -
qué es imposible un diagnóstico fotográfico, 72. El diagnóstico como 
"diálogo experimental", 75. 
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Un caso ejemplificador del proceso diagnóstico 77 
Primera fase: prerrequisitos contextuales y constitución del equipo 
interinstitucional, 77. Sesión previa, 79. Segunda fase: primera y 
segunda entrevista, 79. Tercera fase: últimas entrevistas diagnósticas, 
82. El éxito diagnóstico, 84. 
Cuando el pronóstico es positivo 85 
¿Qué hacer si el pronóstico es negativo? 87 
4. Juegos familiares típicos de las familias que maltratan 90 
Peculiaridades de los juegos que comprenden el maltrato 90 
La incapacidad de los padres como mensaje 92 
Golpear a un niño por ira contra el compañero, 93. Cuando el repro-
che está dirigido a la abuela, 94. Un hijo predilecto y los otros descui-
dados, 97. 
El maltrato del chivo expiatorio 100 
El patito feo, 100. La profecía del incesto, 103. Los riesgos del oficio 
de "abogado defensor", 105. El defensor del ausente, 107. 
El niño en el proceso del maltrato 109 
Primera etapa: el conflicto de pareja, 111. Segunda etapa: la inclinación 
de los hijos, 112. Tercera etapa: la coalición activa del hijo, 114. 
Cuarta etapa: la instrumentalización de las respuestas del niño, 115. 
Desarrollo cognoscitivo del niño y percepción del conflicto 
conyugal 116 
Los sentimientos de abandono del progenitor que maltrata 117 
Cronicidad del proceso 119 
5. La terapia en el contexto coercitivo 120 
La relación entre terapia y control: el mantenimiento de 
la terapia 120 
Técnicas de intervención: la imposibilidad de recurrir a paradojas 124 
Las disposiciones en las primeras sesiones 126 
El descubrimiento del juego 130 
Una intervención determinante: definir el formato de la terapia 133 
Sesiones alternadas con las familias de origen, 134. Cuando la familia 
de origen es una sola: la coalición cruzada, 139. Los abuelos como 
coterapeutas, 141. Las reuniones conjuntas con padres e hijos, 144. 
La intervención sobre el niño después de su despedida de las sesiones 
familiares, 146. El tratamiento de la última generación, 149. Las 
sesiones de pareja, 155. Sesiones individuales alternadas, 158. 
El trabajo de rehabilitación 163 
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PRESENTACIÓN 
Si pienso en la gran conmoción que me provocó el pasado verano 
el manuscrito de este libro, que los autores me habían entregado al 
inicio de las vacaciones estivales, preveo que lo mismo le sucederá 
a un buen número de colegas. Lo que hizo que reaccionara de esta 
forma fue el tomar conciencia de dos hechos que me concernían. El 
primero era el de haber hablado tanto, desde que comencé a dedicarme 
a la terapia de familia, de contexto y de "deslizamientos" de contexto, 
sin comprender y experimentar plenamente una consecuencia esencial. 
¿Qué consecuencia? Precisamente que es posible inducir efectos 
terapéuticos en cualquier contexto. Hasta en el más opuesto a la 
espontánea solicitud de ayuda, comúnmente aceptada, como es el 
contexto coercitivo debido a un decreto judicial, siempre y cuando 
conscientemente nos sintamos inmersos en él, plasmando nuestro obrar 
conforme con los signos y reglas que lo definen y de las cuales 
extraemos su significado al actuar. Tal es así, que esto se muestra 
claramente en este libro, al considerarlo, los autores, como el primer 
paso que los ayudó a salir de un cúmulo de errores que no vacilan 
en reconocer; lo que me lleva a percatarme del segundo hecho que, 
al leer el libro, comprendí que también yo, en las mismas circuns-
tancias, habría hecho lo mismo. Condicionada como estaba, ya sea 
por la formación como por el trabajo, primero como psicoanalista y 
después como terapeuta de familia, en un contexto privado donde la 
petición de ayuda es ley, también yo me sentiría incómoda en la misma 
situación; también yo trataría a los padres de manera ambigua, casi 
avergonzándome de estar de parte del magistrado; también a mí me 
costaría un esfuerzo entender que el contexto coactivo tiene su razón 
de ser en el fin ineludible de la protección inmediata del niño de 
posteriores maltratos: pero que tal contexto no excluye, justamente 
por su carácter temporal, que el juez recurra a expertos para un 
diagnóstico acerca de la posible recuperación del papel de los padres, 
y la eventual realización de una terapia. 
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10 NIÑOS MALTRATADOS 
Este fenómeno del rechazo a adaptarse constructivamente a un 
contexto coactivo instituido con el f in de proporcionar protección a 
los miembros débiles del cuerpo social, que de ningún modo podrían 
por sí mismos defenderse de la violencia, nos hace pensar. De hecho, 
tal rechazo se expresa con actitudes muy similares tanto en los padres 
que maltratan directa e indirectamente como en los hijos víctimas de 
la violencia y en los asistentes sociales que deberían ocuparse de ello. 
Stefano Cir i l lo y Paola Di Blasio nos muestran cómo estos padres, 
enfrentados a pruebas inequívocas que testimonian su violencia sobre 
el niño, casi sin excepción, se oponen tercamente a aceptarlas, por 
medio de justificaciones y pretextos, sin vacilar en recurrir a espec-
taculares autodefensas de trasfondo ideológico. Además, salvo raras 
excepciones,se asiste a comportamientos de verdadera complicidad 
entre el progenitor que no maltrata directamente y su cónyuge. Y hasta 
los niños maltratados, de edad menor a los siete u ocho años, mantienen 
el silencio acerca de los maltratos sufridos, como si quisieran proteger 
a sus padres y su relación con ellos, a costa de enfrentarse reitera-
damente a graves riesgos. Y, finalmente, no muy distinto y menos 
fáci l de explicar, es el comportamiento del asistente social que, al 
cerrarse en su papel de personaje comprensivo y enemigo del castigo, 
con la pretensión de cautivar a los padres, resta importancia a la 
gravedad de los hechos, se demora, sustrayéndose del sacrosanto y 
urgente deber de liberar al niño del riesgo de tan tremendas expe-
riencias. 
La constatación de la repetición de comportamientos similares en 
tres categorías de personajes que ocupan en el drama del maltrato 
infant i l posiciones tan distintas, padres-niños-asistentes sociales, nos 
aterroriza. No nos satisface del todo la explicación diversificada de 
sus posibles móviles. De cualquier modo, el trabajo del C B M inaugura 
la esperada ruptura de los viejos condicionamientos socioculturales. 
Vayamos al relato que los autores hacen de la secuencia cronológica 
de sus conquistas, que sintetizo en forma esquemática: 
1. darse cuenta de que el f in primario del decreto del Tribunal de 
Menores es sustraer urgentemente al niño de la convivencia famil iar 
y, por lo tanto, del riesgo de sufrir posteriores violencias; 
2. que tal decreto es el único instrumento eficaz para lograr llegar 
a este tipo de familias que, por sus características, no piden ayuda; 
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PRESENTACIÓN 11 
3. que, a partir del acercamiento, puede surgir una motivación y 
una colaboración auténtica de los padres, no sólo por su deseo de 
tener otra vez a sus hijos, sino también por efecto de los siguientes 
requisitos indispensables en los terapeutas: a) alianza explícita con 
el decreto del juez de menores, sin ninguna reserva interior, con el 
pleno convencimiento de la indiscutible primacía de la protección del 
menor; b) tener la suficiente competencia para motivar a los padres 
al cambio de las relaciones, al reconstruir y mostrarles, desde el 
principio, las trágicas modalidades del complejo juego interactivo en 
el cual se encuentran involucrados (juego que habitualmente incluye 
a tres generaciones y desemboca en comportamientos de maltrato). 
Es indispensable subrayar aquí de qué manera el trabajo terapéutico 
de los autores con las familias que maltratan ha extraído del uso de 
la metáfora del juego una indudable ventaja. La organización de la 
relación de la familia no es una estructura estática, pero sí un proceso 
vivo, dinámico, que reacciona a los acontecimientos, que evoluciona 
en el tiempo. La rebelión de un comportamiento inaceptable está por 
eso conectada con la específica evolución de las relaciones familiares: 
es el resultado de un juego o proceso interactivo, al que nosotros, 
los terapeutas, debemos abocarnos para encontrar el camino, paso a 
paso, que reconstruya la historia de la organización de la relación de 
la familia donde tal comportamiento surge. Para lograr, con la 
indispensable rapidez, "fascinar" y comprometer a la familia al 
presentarle la reconstrucción "histórica" del juego que la condiciona, 
es necesario un gran entrenamiento. Los autores de este libro lo han 
logrado al participar, directamente, en la búsqueda que desde hace 
años está en marcha en el Nuovo Centro per lo studio della famiglia, 
donde Cirillo es terapeuta desde 1982, y Di Blasio lo fue desde 1981 
hasta 1985, colaborando con G. Prata. De ello, ciertamente, no faltan 
en el libro testimonios concretos, que se muestran en las numerosas 
exposiciones de los tratamientos efectuados. 
Muchos de estos infortunados padres enfrentados a un relativamente 
breve período de investigación de sus propias historias dolorosas, 
sentían un auténtico interés por los terapeutas y se prestaban a colaborar 
con ellos. Esto permitía, como se verá en la lectura del libro, incluir 
siempre en la investigación a sus respectivas familias de origen, los 
vínculos intensos y frustrantes que ellos mantenían con uno u otro 
progenitor, la competencia y los celos todavía vivos hacia algún 
hermano o hermana considerado como favorito. También aquí, como 
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12 NIÑOS MALTRATADOS 
ya afirmó Murray Bowen a propósito de las familias con hijos 
esquizofrénicos, parece que son necesarias tres generaciones para llegar 
a ejercer violencia contra el propio niño. 
Pero tampoco, como veremos, se deberá excluir de la reconstrucción 
del proceso familiar una posible contribución activa de la misma 
víctima, a veces más precoz de lo que los adultos pueden suponer. 
Es difícil permanecer fuera del juego. Es difícil, por ejemplo, asistir 
cotidianamente a un conflicto entre los padres sin mostrarse partidario 
o defensor de alguno de ellos. Desde la cabecera de su camita, el 
niño no tan pequeño observa todo aquello que sucede a su alrededor. 
Escucha los lamentos de las abuelas, espía las interminables charlas 
telefónicas de la mamá, se percata de los comentarios agrios de los 
tíos... Poco a poco el niño se siente atraído por el juego, se forma 
una idea propia del mismo, y quizá sienta que en aquella situación 
hay una víctima, alguien a quien defender. Gradualmente, comienza 
él también a hacer sus movimientos en el juego. Si los terapeutas 
no tienen presente también tal posibilidad, pueden caer en el error 
de perder de vista un actor, y no sólo un receptor pasivo de las acciones 
ajenas, obstaculizando importantes posibilidades terapéuticas.1 
El trabajo hasta aquí realizado por Cirillo y Di Blasio (que tendrá 
una continuación, ya que este libro expone sólo su primera etapa) 
posee numerosos e importantes méritos. Pero me siento obligada a 
señalar, al terminar mi presentación, el mérito que considero más 
relevante: el haber entendido, y el haber hecho entender, la necesidad 
de permanecer coherentes con el contexto en el cual se debe trabajar. 
De esta manera cualquier contexto definible como no terapéutico puede 
ofrecer al asistente social insustituibles ocasiones para actuar 
terapéuticamente, con tal de que se realicen intervenciones con el fin 
de provocar los tan deseados cambios en la relación, no sólo per-
maneciendo coherentes con el contexto, sino aprovechando hasta sus 
señales y sus reglas (para no confundirse con las costumbres torpes, 
rígidas y obsoletas) como válidos propulsores. Experimentaciones de 
este tipo, consistentes en la tentativa de probar a fondo los recursos 
encontrados en contextos distintos del terapéutico, han surgido —como 
no podía ser de otro modo— en ámbitos institucionales. Nombro aquí 
1. Véase, con este fin, el libro de Diana Sullivan y Louis Everstine, People in crisis, Brunner/ 
Mazel, Nueva York, 1984. donde la posibilidad de que el niño tome partido activamente en el 
conflicto de pareja de sus padres no está nunca contemplada. 
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PRESENTACIÓN 13 
algunas de ellas con el único fin de dar una idea del amplísimo espectro 
de posibilidades. Pensemos en el campo de la asistencia social de los 
ancianos. Frente a la demanda de asilo, una recopilación de infor-
maciones con respecto al ámbito relacional, oportunamente conducida, 
puede a veces inspirar al asistente social que no se quiere ajustar a 
las rígidas costumbres burocráticas, alguna mejora de la relación de 
otro modo impensable. Pensemos en un contexto diagnóstico-evalua-
tivo cuyo deber es la entrega de certificados. También aquí la demanda 
del certificado puede ser utilizada por el asistente social para indagar, 
con tacto, los móviles subyacentes de la relación, al utilizarla como 
una ocasión de empezar un cambio en ciertas relaciones familiares. 
Pensemos en la acostumbrada demanda de subsidio. Esta puede 
significar, para el asistente social atento, la muestrade otras nece-
sidades bastante más importantes y graves que no pueden ser expre-
sadas por personas que nada saben acerca de psicoterapeutas y psi-
coterapias.2 
De tal manera, al gran trabajo y esfuerzo relatados en este libro 
podemos considerarlos como precursores de una dirección nueva, en 
gran parte todavía por inventar. 
En tal dirección parece que se deben encaminar no sólo los 
terapeutas, sino también los asistentes sociales en general, y en especial 
los institucionales. Al desvanecerse la pretensión de que la gente nos 
presente peticiones de ayuda espontáneas originadas en motivaciones 
auténticas, ha llegado el momento de prepararse para lograr ser 
expertos, ante todo, en motivar cambios relaciónales en la gente que 
lo necesita realmente. Lo que significa provocar la necesidad del 
cambio, además de ser capaces de inducirlo. 
Milán, marzo de 1989. Mara Selvini Palazzoli 
2. En este filón de experimentos y tentativas, Stefano Cirillo ha trabajado desde 1982 con 
grupos de asistentes que pertenecen a contextos institucionales heterogéneos. Tales experiencias 
han sido recientemente elaboradas por los mismos asistentes sociales y recogidas en un manuscrito 
titulado Come avviare il cambiamento in contesti non terapeutici. 
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AGRADECIMIENTOS 
Este libro es fruto de la experiencia que hemos adquirido en un 
extenso trabajo colectivo con un amplio grupo de amigos y colegas, 
algunos de los cuales forman parte todavía de nuestro equipo. 
A todos ellos, cuyos nombres y papeles que desempeñaron se citan 
en el texto, vaya nuestro primer agradecimiento. Entre ellos, con 
especia] afecto, agradecemos a Teresa Bertotti, Marinella Malacrea 
y Alessandro Vassalli, quienes desde hace ya tiempo comparten con 
nosotros las cotidianas fatigas del trabajo con las familias, y a quienes 
debemos agradecer también la atenta lectura de nuestro manuscrito 
y sus útiles sugerencias. Gracias también a Tito Rossi, presidente y 
antiguo amigo de nuestro C B M , quien afectuosamente nos ha dado 
coraje para persistir en nuestra empresa. 
Nuestro segundo agradecimiento va dirigido a la profesora Mara 
Selvini Palazzoli, nuestra maestra, quien ha revisado pacientemente 
y paso a paso todo nuestro escrito, guiándonos con sus insustituibles 
indicaciones. También sus colaboradores y nuestros amigos, Matteo 
Selvini y Anna María Sorrentino, nos han ayudado a leer el manus-
crito y darnos varios consejos que también agradecemos. Nuestro 
reconocimiento igualmente a Francesca Ichino Pellizzi, abogada, y a 
Giovanna Picinali Ichino, magistrado, quienes con su competencia en 
la materia han controlado las referencias jurídicas contenidas en el 
texto. 
Recordamos finalmente con gratitud a Giuliana Mauro Paramithiot-
ti por su apreciada contribución en la redacción del escrito dactilo-
grafiado. 
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INTRODUCCIÓN 
El contexto de la experiencia: La fundación del Centro di aiuto al 
bambino maltrattato e alla famiglia in crisi (Centro de ayuda al 
niño maltratado y a la familia en crisis) (CAF) 
En 1979, en Mi lán , se constituyó una asociación privada denominada 
Centro di aiuto al bambino maltrattato e alla famiglia in crisi, que 
tenía como f in institucional la prevención de todo tipo de abuso a 
la infancia, y el socorro y la asistencia a los menores víctimas de 
violencias, de maltratos o de abandono, así como también a las familias. 
Para tal f in ésta se propone, como está escrito en su acta cons-
titucional, crear y dirigir un centro donde se puedan recoger los menores 
que sean víctimas de maltratos físicos y psicológicos, de violencias 
o de abandono, para un primer y rápido auxil io de emergencia, por 
medio de la sugerencia o autorización de la magistratura u otra 
autoridad, de los servicios sociales o por denuncia de los ciudadanos; 
y, además, desarrollar una actividad terapéutica de apoyo a los padres 
en crisis y en graves dif icultades psíquicas o socioambientales, 
referentes a sus hijos. 
La asociación, de la que ha sido promotora la señora Ida Crane 
Borlett i , es una iniciativa de un grupo de personas particulares quienes 
desde hace algún tiempo actúan en el panorama de la asistencia 
sociosanitaria de la ciudad de Mi lán con realizaciones significativas: 
atestigua tal labor el hecho de que, entre los socios del CAF, Francesca 
Ichino Pellizzi, la segunda signataria del acta constitutiva, es abogada, 
fundadora, junto con otros, del preexistente C A M (Centro ausiliario 
per i problemi minorili presso il Tribunale per i minorenni), que ha 
desarrollado, entre otras, una obra de promoción y difusión de la 
custodia de los menores, y se ha ocupado de numerosísimas de ellas 
cuando tal institución todavía era escasamente utilizada por parte de 
los servicios públicos. 
Si bien los doce fundadores del C A F constituyen una asociación 
de particulares, entre ellos encontramos personas que cubren puestos 
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16 NIÑOS MALTRATADOS 
oficiales, lo que hace que el Centro adquiera relevancia en la realidad 
de Milán. Figuran, de hecho, Adol fo Beria d'Argentine y Gilberto 
Barbarito, en aquel entonces presidente y vicepresidente respectiva-
mente del Tr ibunal de Menores de M i lán , además de docentes 
universitarios como el pediatra Biagio Carletti, el psicólogo Fulvio 
Scaparro y el jurista Pietro Schlesinger. Otro importante vínculo entre 
el naciente C A F y la colectividad es la presencia —entre los fun-
dadores— del secretario de la Associazione italiana per la prevenzione 
dell' abuso all' infanzia (A IPAI , Asociación italiana para la prevención 
del abuso a la infancia), Ernesto Caffo. Con tales garantías se 
comprende la manera en que el Ayuntamiento de Mi lán ha tomado 
con agrado el nacimiento de esta iniciativa, primera en su género en 
Italia. Dando pruebas de sensibilidad frente al fenómeno —en gran 
parte todavía subestimado— del maltrato de la infancia, el Ayunta-
miento de Mi lán ha asignado al Centro un establecimiento, sede de 
una escuela infanti l de 3 a 6 años, y ha estipulado un convenio con 
el CAF que en enero de 1981 pudo iniciar su propia actividad 
operativa. 
La respuesta de la ciudad de Milán y la casuística del maltrato 
En los meses precedentes a la apertura, los futuros trabajadores del 
Centro —dos parejas tutelares que se encargarían de la administración 
de la comunidad de admisión de menores, dos asistentes sociales y 
tres terapeutas de famil ia, que constituirían la unidad psicosocial 1— 
se beneficiaron de un cursillo formativo, impartido por Fulvio Sca-
parro, acerca del maltrato de la infancia y de sus intervenciones. 
Durante este cursillo se precisó cada vez más uno de los puntos clave 
del programa del CAF: su intento de ponerse a disposición de los 
servicios sociosanitaribs, sin ninguna pretensión de sustituirlos. 
En consecuencia, así que los trabajadores sociales del CAF pre-
sentaron su programa a la red de servicios públicos para plantear una 
colaboración, debieron enfrentarse, en primer lugar, al problema de 
precisar el propio ámbito de intervención. Era de hecho necesario 
1. Las parejas que habían obtenido la custodia estaban constituidas por Maurizio y Nadia 
Agape, Domenico y Floriana Sala. Las asistentes sociales eran Fausta Fano y Edmea Pincelli; los 
terapeutas Bruna Bianchi, Stefano Cirillo y Marinella Malacrea. 
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INTRODUCCIÓN 17 
prever el riesgo de que un nuevo recurso fuera indiscriminadamente 
requerido por los servicios sociales para todos los casos asistenciales 
complejos, agudos o crónicos, al considerar especialmente el hecho 
de que el Centro disponía de algunas camas para acogidas de 
emergencia, mientras que los organismos de acogida urgente, en aquel 
entonces más que hoy, tenían en Mi lán una capacidad dramáticamente 
inferior a las necesidades de la ciudad. 
Es por eso que el C A F se preocupó de delimitar con la máxima 
claridad la casuística del abuso de la infanciaen la famil ia, objeto 
de su intervención. La definición de "maltrato" a la cual se suscribe 
es la formulada algunos años antes de convocarse el Consejo de Europa, 
en el IV Coloquio de Criminología, llevado a cabo en Estrasburgo, 
en 1978 (Council of Europe, 1981), según la cual por "maltrato" se 
entienden "los actos y las carencias que turban gravemente al niño, 
atentan contra su integridad corporal, su desarrollo físico, afectivo, 
intelectual y moral, y cuyas manifestaciones son el descuido y/o 
lesiones de orden físico y/o psíquico y/o sexual por parte de un famil iar 
u otras personas que cuidan del n iño". 
Por lo tanto, esquemáticamente, los casos de maltrato de los niños 
en la famil ia pueden clasificarse en: maltrato físico, por el que el menor 
es objeto de agresiones por parte de los familiares, con consecuencias 
físicas (como lesiones cutáneas, oculares o viscerales, fracturas, 
quemaduras, lesiones permanentes, muerte); abuso sexual, por el que 
el menor se ve envuelto, por parte de los familiares, en actos sexuales 
que presuponen violencia o a los cuales no es capaz de consentir 
conscientemente; grave descuido, por el que el menor sufre los efectos 
de las omisiones o carencias de los familiares con respecto a las 
necesidades físicas y/o psíquicas (vestimenta inadecuada con referencia 
a las condiciones climáticas, negligencia higiénico-sanitaria o alimen-
taria, incumplimiento escolar, desnutrición, etcétera); maltrato psico-
lógico, por el que el menor es víctima de una reiterada violencia verbal 
o de una presión psicológica tal que lo perjudica. Entran en esta últ ima 
categoría todas aquellas situaciones de separación confl ict iva donde 
los menores son abiertamente utilizados por los padres en su recíproca 
disputa, con evidentes y graves efectos en el equil ibrio emotivo del 
niño. 
Conforme a tal definición, en los primeros once meses de actividad 
(enero-noviembre de 1981), el CAF recibió 39 "verdaderas" denuncias, 
filtradas, por supuesto, de la gran cantidad de denuncias generales 
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NIÑOS MALTRATADOS 
que llegaban al inicio. En los primeros diez meses del año siguiente 
(enero-octubre de 1982) las "verdaderas" denuncias habían ya alcan-
zado la cifra de 109, hasta el punto de que el Centro sólo pudo hacerse 
cargo de 46 de ellas, mientras que se vio obligado a rechazar las otras. 
El rechazo de estas últimas frecuentemente se debió a la distancia: 
de hecho, muchas denuncias comenzaron a afluir también de la 
provincia, de otras ciudades y hasta de las afueras de la región, como 
prueba de la insuficiencia de recursos disponibles. ¡Al año siguiente 
(1983), las denuncias de menores maltratados de las que el C A F logró 
ocuparse alcanzaron la cifra de 56, ya en los primeros cinco meses 
del año! Un crecimiento tan vertiginoso de la demanda no se debía, 
por supuesto, a la propagación, como si fuera una mancha de aceite, 
del drama del abuso. Tenía su explicación en la naturaleza del 
fenómeno, cuidadosamente encubierto por los protagonistas y bajo la 
indiferencia y la negación de los testigos, lo que contribuye a 
mantenerlo en las sombras. Finalmente, la parte sumergida del iceberg 
comenzaba a emerger. 
La duplicación de los servicios para casos de maltrato: 
el nacimiento del CBM 
En este momento, la creciente toma de conciencia de la magnitud 
del fenómeno del maltrato indujo al Ayuntamiento de Mi lán, en la 
persona del entonces Asesor de la Asistencia y Seguridad Social, At t i l io 
Schemmari, a instituir un servicio municipal dirigido a ese problema. 
Este nuevo servicio debería trabajar como lugar de investigación para 
coordinar la documentación de los casos de abuso de los menores 
en la familia, y como laboratorio para perfeccionar y experimentar 
técnicas apropiadas de intervención en tales casos. 
En junio de 1984, algunos trabajadores sociales 2 —psicólogos, 
asistentes sociales, educadores—, que hasta ese entonces habían 
trabajado para el CAF, constituyeron una cooperativa denominada 
2. Maurizia Azzoni (asistente social), Floriana Battevi (secretaria), Stefano Cirillo (psicotera-
peuta), Teresa Di Bari (educadora), Paola Di Blasio (psicoterapeuta), Anna Frigerio (asistente 
social), Laura Gabbana (psicopedagoga), Graziano Gatta (educador), Alessandro Vassalli (psico-
terapeuta y director). A ellos se suman Tito Rossi (actual presidente) y, más tarde, Teresa Bertotti 
(asistente social), Marinella Malacrea (psicoterapeuta), Virginio Marchesi (psicólogo). Hace un 
año que Elena Fontana (asistente social) sustituyó a Maurizia Azzoni. 
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INTRODUCCIÓN 19 
Centro per il bambino maltrattato e la cura della crisi familiare 
( C B M ) , a la cual, en abri l de 1985, el Ayuntamiento conf ió la 
administración de su propio servicio. El C B M , por lo tanto, fue el 
primer servicio público en Italia que se ocupó del maltrato, acercándose 
al C A F (que continuó trabajando en un régimen de convención para 
Mi lán y ayuntamientos l imítrofes), de modo que la metrópoli lombarda 
podía contar con dos buenos centros especializados. 
En la red de los servicios sociosanitarios del territorio milanés, el 
C B M no tiene la obligación de hacerse cargo de todos los casos de 
maltrato, obligación no sólo cuantitativamente imposible, sino sobre 
todo programáticamente incorrecta. Desde hace ya tiempo, los servicios 
territoriales han desarrollado las competencias necesarias para ocuparse 
de las familias que, atravesando una situación de crisis, producen 
síntomas de malestar parecidos a los que sufren las familias que 
maltratan. La particular complejidad de este últ imo caso ha demostrado 
la necesidad de un servicio especial que se sitúe como punto de re-
ferencia, en condición de recoger las experiencias de los servicios 
de base y de los servicios de segundo nivel, o como centro de búsqueda, 
capaz de elaborar una experiencia propia acerca de situaciones 
particularmente complejas —porque son dramáticamente agudas o 
porque, al contrario, son crónicas desde hace ya t iempo— enviadas 
por los servicios zonales. 
A partir de tales experiencias, propias y ajenas, el C B M perfecciona 
modalidades de intervención específicas apropiadas para el tratamiento 
de los casos de abuso, transmitiéndolas a los servicios para que puedan 
a su vez utilizarlas. Esta transmisión se da tanto en cada una de las 
intervenciones de consulta, que cada servicio puede recibir del C B M 
cuando debe afrontar una situación de maltrato, como en los seminarios 
o convenciones ciudadanas, donde el equipo expone a las diversas 
instituciones milanesas las líneas de intervención ejecutadas y los 
resultados obtenidos. 3 
Como garantía del empeño asumido por el C B M de llevar adelante 
la propia profundización técnica y teórica, el equipo está avalado por 
un Comité Científico. Este ahora está integrado por el actual presiden-
3. Hasta hoy se han organizado dos convenciones, una en abril de 1985, que inauguraba la 
actividad del Centro, acerca del "Maltrato de los niños en familia y la custodia operativa de los 
menores", y la otra en noviembre de 1987, acerca de "La intervención en los casos de incesto". 
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20 NIÑOS MALTRATADOS 
te del Tribunal de Menores, Gilberto Barbante, por algunos docen-
tes universitarios que representan las disciplinas relativas al campo 
—una socióloga, Bianca Barbero Avanzini , un pediatra, Giuseppe 
Masera, un psicólogo, Assunto Quadrio y un pedagogo, Giuseppe 
V i c o — además de una neuropsiquiatra infanti l, Odette Masson, pre-
sidente de la "Asociación suiza contra el abuso a la infancia". Su 
modelo de intervención sobre los casos de maltrato (Masson, 1981) 
constituyó una apreciada guía para nuestro equipo en los comienzos 
de nuestro trabajo. 
Fisonomía del CBM: la comunidad de acogida 
Para hacer frente a las propias obligaciones, el Centro cuenta con 
una secretaría y con dos distintas unidades: una comunidad de acogida 
urgentey un equipo psicosocial, coordinados por un psicólogo clínico 
con funciones de director. La comunidad de acogida es una estructura 
que está preparada para dar hospedaje a los menores maltratados (o 
en riesgo de ser maltratados) cuando el Tribunal de Menores dispone 
un inmediato y provisional alejamiento de sus padres y el servicio 
social municipal (que obtiene la custodia de los menores) considera 
oportuno mandarlos a nuestro Centro. La comunidad puede dar asilo 
a diez menores, de una edad que oscila entre cero y doce años (se 
ha evitado incluir sujetos en edad adolescente para no superponer 
exigencias demasiado diversas). Es posible hospedar también a un 
padre, en el caso de que esto sea aconsejable: como sucede en casos 
de niños muy pequeños, para los cuales no sólo se considera nocivo 
el alejamiento de la madre —con frecuencia a su vez maltratada por 
el cónyuge— sino también aconsejable la observación de la recíproca 
relación. La comunidad dispone de cuatro educadores residentes 
coordinados por una psicopedagoga y auxiliados por una colaboradora 
famil iar y por dos objetores de conciencia. 
El personal administra la comunidad como un "ambiente terapéu-
t ico", que se enfrenta a múltiples exigencias. 
El primer objetivo de los educadores, en orden cronológico, es el 
de ayudar al niño —ya traumatizado por el maltrato sufrido— a superar 
el estrés del alejamiento de los padres y de la inserción en un ambiente 
desconocido. Para este f in, se tiene presente que algunos casos se 
pueden dar también en situaciones de emergencia, de forma que un 
menor es alejado de urgencia, por ejemplo por la policía, y acompañado 
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INTRODUCCIÓN 21 
quizá por la noche, aterrorizado, trastornado y frecuentemente dolorido, 
a nuestro Centro, en espera de que el Tribunal efectúe una primera 
disposición provisional. Durante la acogida, con el fin de que el niño 
pueda mantener un vínculo con su realidad habitual, se le garantiza 
la asistencia a la misma escuela en la que estaba inscrito, propor-
cionándole el transporte. 
El segundo objetivo del personal de la comunidad, que ocupa más 
tiempo, consiste en respaldar al niño en el proceso de elaboración 
de lo que le ha sucedido. E l , de hecho, se orienta con dif icultad en 
el acontecimiento del que ha sido protagonista: ser maltratado por 
las personas de las que depende tanto material como emotivamente 
—sus padres— a quienes ama y teme a la vez. El niño es además 
ayudado por los educadores a comprender todo lo que le sucede a 
él y a su entorno: la tutela ejercida por otras personas, la entrada en 
su vida de personajes desconocidos y de contornos muy vagos (el 
juez del Tribunal de Menores, el asistente social), que cuentan siempre 
con tanto poder para determinar su vida presente y su futuro próximo. 
El tercer objetivo que la comunidad persigue durante todo el período 
de la acogida del niño es la observación. Son objeto de observación, 
ante todo, las condiciones psicofísicas del niño, a quien siempre se 
le somete a una cuidadosa visita médica, a la cual se añade, dado 
el caso, una visita ginecológica para las niñas, además de todos los 
aspectos de sus comportamientos. Son además atentamente observadas 
sus relaciones con los padres durante sus visitas (que pueden efectuarse 
cada dos días, en horario f i jo) y durante los contactos telefónicos. 
Es por eso que un educador está presente siempre en las visitas y 
en las llamadas telefónicas. De tal manera él puede al mismo tiempo 
evitar que los padres —a su vez frecuentemente confusos y asustados— 
ejerzan intervenciones inadecuadas en el niño, como, sobre todo, 
recoger informaciones acerca de la interacción padre-hijo. Todos los 
elementos recogidos quedan señalados en un informe diagnóstico que, 
como se verá más adelante, se envía al juez, integrando la evaluación 
del equipo psicosocial sobre la recuperabilidad de la famil ia. 
Naturalmente, el personal de la comunidad no se l imita a registrar 
la calidad de la actitud de los padres frente al niño. Sobre todo, trata 
de guiarlos para asumir la actitud cada vez más apropiada. El cuarto 
objetivo de la comunidad es justamente esto. Como es de prever, a 
pesar de tratarse de una comunidad de acogida urgente, la permanencia 
de los pequeños huéspedes pocas veces puede ser breve: con frecuencia 
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NIÑOS MALTRATADOS 
se prolonga más de tres meses y en algunos casos hasta un año, en 
conformidad con el largo tiempo requerido para el diagnóstico familiar, 
que siempre es muy complejo. El niño sale de la comunidad, en 
principio, cuando el diagnóstico y el pronóstico acerca de la recu-
perabilidad de su familia han sido formulados. El juez, teniendo en 
cuenta el diagnóstico y el pronóstico, además del informe del servicio 
social encargado de la custodia, puede de este modo decretar o el 
regreso del niño a la familia (en caso de pronóstico positivo), o un 
alejamiento definitivo de la misma (en caso de pronóstico negativo), 
o bien un posterior período de alejamiento provisional —siempre en 
el caso de un pronóstico positivo— en el caso de que los padres 
necesiten un tratamiento, en ausencia del hijo, para volver a encontrarse 
en condiciones de acogerle nuevamente. En este caso, es necesario 
que el servicio social responsable, junto con el equipo del Centro, 
considere el lugar de custodia provisional más apropiado a las 
necesidades individuales del niño, que normalmente consiste en una 
familia de tutela provisional o a veces una institución. 
No es frecuente, sin embargo, que los menores hospedados en la 
comunidad del CBM se tengan que enfrentar a cambios de lugar (por 
ejemplo un instituto o una custodia provisional) cuando todavía el 
diagnóstico y el pronóstico acerca de la familia no se han completado 
(Grillo, 1988). Intentar que coincidan el tiempo del diagnóstico con 
eí de la acogida tiene como fin el evitar a los menores el triste peregrinar 
de una solución provisional, a otra también provisional, a la espera 
de que el éxito de la evaluación indique la posibilidad de su regreso 
a la familia o el hallazgo de un lugar idóneo para ellos (custodia a 
plazo, instiiución, familia adoptiva). Ello implica, negativamente, 
tiempos de acogida prolongados y, por consiguiente, un escaso 
movimiento de huéspedes, lo que obliga al rechazo frecuente de las 
nuevas demandas. 
El equipo psicosocial 
La segunda unidad del CBM es el equipo psicosocial. Este está 
integrado por dos asistentes sociales y tres terapeutas familiares (dos 
psicólogos, que son los autores del presente trabajo y un neuropsi-
quiatra infantil). 
El equipo está en condiciones de asumir simultáneamente los casos 
de una treintena de familias, mucho más, por lo tanto, de aquellas 
22 
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INTRODUCCION 23 
cuyos hijos ocupan las diez camas de la comunidad del Centro. Por 
consiguiente, en algunos casos los menores se hospedan en otras 
organizaciones con las cuales nuestro equipo establece un convenio 
de colaboración. En algunas situaciones menos graves, el Tribunal 
no ha decretado el alejamiento de los menores de la familia, pero 
los ha confiado al Ayuntamiento de Milán prescribiendo que el servicio 
social ejerza un papel de vigilancia, y que el núcleo familiar —como 
en los otros casos— se presente al CBM para una evaluación y un 
eventual tratamiento. 
De cada familia se hace cargo un pequeño equipo compuesto por 
dos terapeutas y por una asistente social. Este pequeño equipo se forma 
con el personal de nuestra comunidad de acogida, o con el de las 
otras organizaciones que hospedan menores, además del asistente 
social de la jurisdicción responsable del caso. 
El equipo psicosocial del CBM desarrolla, como veremos, dos 
funciones: diagnóstico (y pronóstico) sobre la recuperabilidad de la 
familia que maltrata y la consiguiente terapia en caso de pronóstico 
positivo. 
El acercamiento teórico al maltrato 
y nuestro modelo de referenciaEn el acercamiento a los casos de maltrato, el modelo de intervención 
que hemos adoptado pone su atención, tanto en la fase de diagnóstico 
como de terapia, sobre todo en las estructuradas y complejas dinámicas 
familiares que se vinculan a la violencia, más que en las problemáticas 
particulares de los individuos. El equipo del Centro ha llegado a la 
convicción de que las manifestaciones de desatención, de violencia 
física o de abuso sexual son la señal de una patología que afecta al 
funcionamiento global de la familia (Di Blasio. 1988a). De confor-
midad con tal presupuesto, el objetivo que perseguimos no es sólo 
comprender las razones del abuso, sino también modificar las pautas 
disfuncionales que dan origen a la violencia, a fin de situar a la familia 
en condiciones de recuperar sus propias funciones de educación de 
los hijos. 
La elección de centrar la atención en la familia o, mejor, en el 
juego familiar (Selvini Palazzoli y otros, 1985. 1988), nos parece, por 
el momento, la más adecuada para afrontar la complejidad de un 
fenómeno que siempre responde a una multiplicidad de factores 
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24 NIÑOS MALTRATADOS 
individuales, culturales y sociales. Si analizamos brevemente los logros 
alcanzados hasta ahora en este campo vemos que, desde que en 1962 
Kempe y otros identificaron el "at tered child syndromé", se ha 
realizado gran cantidad de estudios al respecto. El vivo interés suscitado 
por este tema se comprueba no sólo por el gran número de inves-
tigaciones, sino también por la presencia de revistas especializadas, 
entre las cuales la más notoria es Child Abuse and Neglect International 
Journal (órgano de la ISPCC - International Society for Prevention 
of Cruelty to Children). 
No obstante, no se ha llegado todavía a un total acuerdo acerca 
de los mecanismos psicológicos que se encuentran en la base de tal 
fenómeno. La violencia familiar se continúa considerando, frecuen-
temente, bajo el inamovible estereotipo que la configura como un 
suceso casi exclusivamente ligado a un determinado tipo de ambiente 
social y culturalmente bajo, cuyas consecuencias psicopatológicas se 
pueden quizás intuir, pero escasamente definir. Ciertamente, la escasez 
de estudios de seguimiento capaces de documentar el efecto a largo 
plazo del abuso, juntamente con la dificultad de hacer comparacio-
nes entre violencias de diferente tipo, frecuencia y duración, pueden 
explicar, en parte, la cautela que se tiene en reconocer más explí-
citamente todo el potencial patógeno que poseen dichos sucesos 
(Bandini, Gatti, 1987). Además de esta razón, Bowlby (1984) menciona 
otra: la tendencia de ciertos sectores del psicoanálisis clásico a rechazar 
o infravalorar la importancia que tienen las experiencias reales de la 
infancia —y por lo tanto también las de violencia intrafamiliar— como 
factores etiológicos en psiquiatría. 
Estas dos razones explican la insatisfacción que siente el psicólogo 
clínico cuando se enfrenta con situaciones de maltrato sin contar con 
elementos que le permitan comprenderlas en su complejidad actual, 
así como tampoco en el proceso de evolución en el tiempo. 
Esto no significa, como decíamos, que falten estudios acerca de 
particulares o múltiples factores que concurren para desencadenar la 
violencia familiar, o acerca de los efectos a corto o a largo plazo que 
la misma provoca sobre las víctimas. Al respecto podemos citar el 
amplio y complejo modelo ecológico propuesto en 1980 por J. 
Garbarino y relatado por Browne (1988). En este trabajo no se ha 
olvidado ni los factores de predisposición de tipo individual, familiar, 
social y cultural, ni los factores de mediación representados por las 
redes de apoyo y de ayuda social, como tampoco los factores 
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Individuales 
percepción de 
las propias experien-
cias infantiles 
prácticas edu-
cativas 
salud física y 
mental 
tolerancia a las 
frustraciones 
acercamiento a 
la solución del pro-
blema 
capac idad de 
hacer frente a las di-
ficultades 
imagen de sí 
mismo 
lugar del con-
trol 
interacción en-
tre los miembros de 
la familia 
n e c e s i d a d e s 
particulares de cada 
uno de los miembros 
e s t ruc tu ra fa-
miliar 
redes de rela-
ciones familiares 
violencia fami-
liar 
redes sociales 
formales e informa-
les 
bienestar gene-
ral de la comuni -
dad 
condiciones de 
habitabilidad 
integración so-
cial 
agencias de co-
munidad de acogida 
recursos econó-
micos 
desocupación 
actitud frente a 
la violencia 
actitud frente a 
los castigos 
actitud frente a 
la educación 
concepción de 
la familia 
concepción de 
la sociedad 
concepción de 
las instituciones de 
apoyo a la familia 
significado atri-
buido a los concep-
tos de mérito, indivi-
dualismo, progreso y 
tecnología 
Sistema social de apoyo/Red social 
Grado de conexión y calidad de las relaciones interpersonales de la familia 
Afiliaciones a instituciones y a organizaciones 
Sucesos de las 
diferentes etapas de 
la vida 
Interpretación de los 
hechos 
Estrés subjetiva-
mente percibido Maltrato del niño 
INTRODUCCIÓN 25 
Culturales Sociales Familiares 
estabilidad de la 
pareja 
Cuadro 1: El modelo ecológico del maltrato infantil: 1) factores que predisponen; 2) factores de 
mediación; 3) factores que precipitan (modificado por J. Garbarino, relatado por Browne, 1988, p. 
46). 
3 
2 
1 
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26 NIÑOS MALTRATADOS 
desencadenantes tales como las diferentes etapas de la vida, las 
interpretaciones y las percepciones que los sujetos tienen de los hechos 
que se dan y de su potencial estresante. 
Tampoco faltan trabajos profundos sobre aspectos más específicos, 
tales como las consecuencias tolerables, emotivas y cognoscitivas de 
la violencia en los niños que son objeto de ella. 
Brown (1984), por ejemplo, demuestra hasta qué punto las tenden-
cias criminales están conectadas con experiencias de desatención 
sufridas en la infancia, más que de maltrato físico; Oates, Forrest y 
Peacock (1985) revelan en los niños víctimas de violencia un cuadro 
de personalidad caracterizado por subestimación de sí mismos, 
inseguridad e incapacidad de relacionarse con sus compañeros. Las 
observaciones sobre estos niños coinciden en subrayar la presencia 
de tendencias depresivas, pasividad, inhibición, ansiedad, dependencia, 
rabia y agresividad (Gaensbauer, Sands, 1979; Mart in, Rodeheffer, 
1980). Investigaciones más sistemáticas han puesto el acento en los 
aspectos específicos del comportamiento de los niños maltratados, que 
se expresan en secuencias sucesivas o combinadas de "acercamiento" 
y "alejamiento" en los contactos sociales (George, Main, 1979). O 
bien han subrayado la tendencia a agredir o a amenazar al adulto con 
comportamientos agresivos típicos denominados "molestia" (Bowlby, 
1984). 
Otra corriente de investigación ha enfocado la atención en las 
características de los padres que maltratan, y en particular en la relación 
madre-niño. De vez en cuando, se han descrito las tendencias 
depresivas, las necesidades de dependencia, el aislamiento social, la 
ansiedad por la separación de la madre como factores explicativos 
o que predisponen a las manifestaciones de violencia en contra de 
los hijos (Seel, Pollack, 1968; Morr is, Gould, 1963). 
No se puede dejar de notar la manera en que ambos filones de 
investigación —ya sea el de los niños o el de los padres— experimentan 
los límites propios de un planteamiento que tiende a privilegiar las 
características de cada uno, en menoscabo de una comprensión global 
de la familia que maltrata. A pesar de ello, algunas intuiciones surgidas, 
por ejemplo, de la investigación de De Lozier (1982), revisten a 
nuestros ojos cierto interés, si son releídas e interpretadas a la luz 
de las normas familiares. La autora evidencia, de hecho, la presencia, 
en las madres que maltratan, de una "preocupación ansiosa" por el 
bienestar de sus propios padres, subrayando cómo ellas,en su propia 
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INTRODUCCIÓN 27 
infancia, experimentaron una típica inversión de los papeles, en el 
sentido de sentirse responsables del cuidado y la protección del adulto. 
Se trata de observaciones que merecen ser posteriormente desa-
rrolladas y profundizadas. ¿De qué manera y por qué tales experiencias 
pasadas continuarían actuando en el presente? ¿En qué condiciones 
y con qué modalidades las relaciones con la famil ia de origen estarían 
conectadas con la específica dinámica del maltrato? 
El campo de estudios acerca de la fami l ia (M inuch in , 1967; 
Boszormenyi-Nagy, Spark, 1973; Masson, 1981) se mueve en esta 
dirección. En particular, Masson ha puesto en evidencia el hecho de 
que la desatención y el maltrato tengan origen en sistemas familiares 
en los cuales la parentification de los hijos por parte de las familias 
de origen (primera generación, abuelos) no se agota con el matrimonio 
de los hijos, sino que continúa actuando activamente, estimulando en 
la segunda generación comportamientos inadecuados por parte de los 
padres. Esta comprobación confirmaría, por otro lado, la opinión 
consolidada (Cicchetti, Rizley, 1981; Ma in , Goldwyn, 1984) que ve 
en el maltrato un fenómeno reiterativo que se desarrolla de generación 
en generación (abused-abusing intergenerational cycle) y que justa-
mente por esto es necesario tratar de interrumpir (Cir i l lo, Di Blasio, 
1988). 
La adopción de la metáfora del juego 
Como se verá, del breve cuadro hasta aquí trazado surge una 
diferencia sustancial entre dos distintas perspectivas de investigación: 
la que pone su atención en las características de comportamiento y 
de personalidad tanto de los padres que maltratan como de los niños 
víctimas de violencia, y la de los estudiosos de la famil ia, preocupados 
sobre todo en recoger las reglas y las modalidades interactivas del 
grupo en su conjunto. La dif icultad de tener en cuenta a un mismo 
tiempo tanto los aspectos individuales como aquellos más globales 
concernientes a la dinámica famil iar es un úl t imo motivo, en este caso 
de carácter conceptual, que puede mostrar el inmovi l ismo de las 
explicaciones acerca de la dinámica del maltrato. 
Por otro lado, durante muchos años la adhesión de los terapeutas 
de familia a un concepto de sistema, entendido desde una perspectiva 
esencialmente holística (Bertalanffy, L. von, 1968), ha impedido un 
análisis del significado peculiar de las respuestas de cada uno. Del 
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28 NIÑOS MALTRATADOS 
mismo modo, éstas solas no son suficientes para hacernos comprender 
totalmente un fenómeno tan complejo como el maltrato que afecta 
al funcionamiento global de la familia. 
Para salir de la rígida dicotomía familia/individuo y, por consiguien-
te, de la rigidez de los estudios que se acercan a esta problemática, 
se nos ha abierto una nueva posibilidad, en los últimos años, para 
la adopción de un modelo fundado sobre la "metáfora del juego" 
(Selvini Palazzoli y otros, 1985, 1988). Este modelo permite integrar 
el nivel de funcionamiento individual con el de los determinantes so-
cioambientales, a través del nivel intermedio relativo a los modelos 
relacionales del grupo familiar. 
El concepto de "juego famil iar" (que el grupo de Selvini Palazzoli 
ha asumido con el significado que le han dado Crozier y Friedberg, 
1977) se util iza para describir el mundo donde las relaciones entre 
todos los miembros de la familia están organizadas y se desenvuelven 
en el tiempo. La metáfora del juego, más allá del concepto de sistema, 
permite integrar el nivel individual con el supraindividual, representado 
tanto por el funcionamiento familiar como social. De este modo, a 
las emociones, a los comportamientos y a las estrategias de cada uno 
de los miembros de una familia se les reconoce una autonomía relativa, 
aunque todos están estrechamente integrados en la organización 
interactiva que los engloba. Según este punto de vista, está claro que 
un individuo realiza un cierto juego porque posee unas particulares 
emociones, motivaciones y fines, pero también es cierto que tiene 
ciertas emociones, motivaciones y fines porque es parte de un juego 
colectivo que lo influye y que l imita las jugadas a su disposición 
(Selvini Palazzoli y otros, 1988). 
Justamente la adopción de tal modo de pensar multidimensional 
representa el anclaje teórico al que hemos llegado, después de pasar 
por nuestra experiencia de intervención. Sobre tales presupuestos no 
sólo orientamos el acercamiento diagnóstico y el tratamiento de las 
familias, sino también las modalidades técnicas más generales de 
recopilación de informaciones, del momento de la denuncia, del primer 
contacto con la familia, de la aceptación del caso, de la organización 
de las relaciones con los servicios externos. La observación del juego 
familiar (que comienza desde el momento trágico en que se descubre 
el problema del maltrato y continúa en los contactos con los diversos 
asistentes sociales, hasta el momento de la acogida del niño, en la 
etapa diagnóstica y terapéutica), ofrece una vía que se nos presenta 
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INTRODUCCIÓN 29 
prometedora y út i l , tanto para comprender la complejidad del fenómeno 
como para elaborar intervenciones idóneas en las diversas fases del 
proceso. 
Los capítulos que siguen están dedicados por completo a mostrar 
la manera en que de estos presupuestos nace una propuesta concreta 
de trabajo diagnóstico y terapéutico. 
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1. ¿SE PUEDE "CURAR" EN AUSENC IA 
DE D E M A N D A VOLUNTAR IA DE A Y U D A ? 
LA TERAPIA COACTIVA: UN DESAFIO 
Cuando, en 1980, uno de nosotros fue llamado para formar parte 
del grupo de trabajadores que conformarían el equipo del Centro di 
aiuto al bambino maltrattato e alla famiglia in crisi (CAF) , todavía 
en formación, no tenía el mínimo conocimiento del problema del 
maltrato a los niños. Esto era así, aunque había trabajado durante 
muchos años como psicólogo, tanto en instituciones para la infancia 
como en consultorios, y aunque había hecho un curso de terapia 
familiar. Esta absoluta ignorancia en la materia era general, creemos, 
en muchos terapeutas en esa época, y lo era también para los futuros 
colegas del equipo del CAF. Nuestra aproximación al problema se 
produce casi exclusivamente a través de material norteamericano, en 
forma de manuales y filmaciones didácticas, radicalmente pragmáticas, 
que intentan suministrar una serie de conocimientos acerca del 
fenómeno y dar instrucciones a los terapeutas que se ven obligados 
a afrontarlo. Después de todos estos años, al pensar de nuevo en el lo, 
no recordamos que en toda aquella abundante documentación estuviese 
explícitamente afrontada la temática de la contradicción, tan l lamativa 
para nosotros, entre terapia y coacción. Incluso en el pequeño volumen 
de Kempe (1978), que da por descontada la necesidad de tratar a la 
famil ia que comete abusos contra los hijos, se nombran simplemente 
algunos recursos útiles para vencer la desconfianza de los padres que 
maltratan y así lograr incluirlos en un programa de intervención. 
Sin embargo, tenemos bien presente la objeción de fondo que el 
Comité Científico y la Asamblea de los Socios del C A F hizo a nuestro 
primer proyecto de trabajo (elaborado y escrito después del cursil lo 
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32 NIÑOS MALTRATADOS 
formativo y de nuestras sucesivas reflexiones) 1: "¿Cómo pretenden 
curar a quien no les pide ninguna ayuda y que llega enviado sim-
plemente por el Tribunal de Menores? ¡El requisito fundamental para 
una terapia —o sea la motivación espontánea— se viene completa-
mente abajo!" 
Entonces, al no tener ninguna experiencia sobre famil ias que 
maltratan, nos faltaban absolutamente todos los argumentos para poder 
rebatir esta objeción, que, incluso sin admitirlo, de alguna manera 
compartíamos; por esta razón, nuestra decisión de aventurarnos en 
elcamino de la terapia impuesta recibió, por unanimidad, la definición 
de "un desafío". 
Ahora, después de ocho años de trabajo duro pero estimulante, 
creemos poder aclarar, de modo más concreto, los términos de aquel 
desafío y mostrar sus primeros resultados. 
Por qué la familia que maltrata no pide ayuda 
Al comienzo de nuestro trabajo, el desafío de la terapia coactiva 
se nos presentaba como el "tercer camino" entre la consideración de 
criminalidad de los padres que maltratan y la indiferencia frente a 
los niños maltratados. 
Como hemos dicho, éramos conscientes de que, a pesar de la 
presunta ignorancia de los colegas norteamericanos, la expresión 
"terapia coactiva" se interpreta en nuestra cultura psicológica como 
una contradicción de términos. Desde siempre se ha subrayado que 
la terapia presupone una demanda de ayuda y una subyacente 
motivación, que constituye, por así decirlo, el motor que puede 
impulsar al paciente hacia el cambio, ayudándolo a superar inercias 
y resistencias de todo tipo. 
La coacción, por el contrario, puede a lo sumo inducir a un sujeto 
recalcitrante a tolerar servilmente una medida que no ha elegido, y 
que puede parecerle odiosa, desagradable o incomprensible. Y, todo 
esto, con el solo f in de evitar un mal peor, pero sin ninguna motivación 
auténtica hacia el cambio. Creemos que es posible superar esta 
1. El proyecto de organización del Centro fue realizado por Stefano Cirillo juntamente con 
Bruna Bianchi y Marinella Malacrea, quienes luego habrían de integrar con él el equipo terapéutico 
del Centro y con Ernesto Caffo, miembro del primer Consinglio Direttivo (Consejo Directivo) del 
CAF y secretario de la "Asociación italiana para la prevención del abuso a la infancia", surgida poco 
antes. 
¿SE PUEDE "CURAR" SIN DEMANDA DE AYUDA? 33 
contradicción tan radical poniendo en cuestión la afirmación según 
la cual la ausencia de una demanda de ayuda indica siempre y de 
todos modos la ausencia de cualquier motivación para cambiar. 
En el caso del adulto que maltrata a su propio hi jo, es la naturaleza 
misma del problema la que hace que sea tan di f íc i l —s i no imposible— 
la formulación de una demanda de ayuda externa a la famil ia, aunque 
exista la voluntad de salir de esa situación. De hecho, el progenitor 
que maltrata sabe muy bien que declarar su propio comportamiento 
equivale a autodenunciarse por haber violado no sólo un tabú social 
profundamente arraigado, sino también una norma de conducta 
sancionada por la ley. Mucho más que el individuo que confiesa poseer 
un síntoma que la sociedad considera culpable o vergonzoso (como 
el alcoholismo o, hasta hace poco tiempo, la homosexualidad), quien 
confiesa el maltrato hacia sus propios hijos sabe que va a enfrentarse 
con el reproche y la desaprobación y que corre el riesgo de incurrir 
en un juic io penal: todo esto hace muy di f íc i l la exteriorización de 
una petición de ayuda. 
De hecho, sería absurdo esperar, por parte de los padres que 
maltratan, tal sinceridad y una confianza total, tanto en la magistratura 
como en los servicios sociosanitarios, para elegir afrontar un daño 
seguro hoy (la autoacusación del comportamiento del maltrato, con 
la consiguiente sanción), para procurar una ayuda incierta mañana. 
Tanto es así, que nuestro ordenamiento jurídico no reconoce incentivos 
concretos para el reo confeso que quiera colaborar en su propia re-
habilitación, más allá de la llamada ley acerca de los arrepentidos, 
que es una medida excepcional concebida para otro tipo de situación 
criminal. Sin embargo, algo ha cambiado, en este sentido, en el campo 
de las toxicodependencias: la ley nº 663 de 1986 permite, como 
alternativa de la cárcel, la custodia del toxicodependiente en una 
comunidad que garantice un programa terapéutico y de rehabilitación, 
también para aquellos sujetos que están acusados de delitos (como 
por ejemplo el robo) a quienes, antes, no se les permitía disfrutar del 
beneficio de la custodia a prueba del servicio social. En nuestro campo 
específico, una radical innovación podría ser introducida por el 
proyecto de ley Russo Jervolino-Vassalli acerca de la tutela penal de 
la personalidad del menor (4 de febrero de 1988). Ella, en su artículo 
12, configura una hipótesis —notable, vista en la perspectiva del nuevo 
código de procedimiento penal— de suspensión del proceso donde 
al progenitor se le imputan delitos cometidos contra el hi jo menor, 
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34 NIÑOS MALTRATADOS 
que tiene como f in la posibilidad de restablecer la relación familiar. 
Ciertamente, el diverso marco jurídico nos da el motivo, al menos 
en parte, de la indiferencia con la cual los autores norteamericanos 
han abordado siempre el problema de la terapia coactiva, por lo que 
en su contexto se acepta, con moderación, que un incentivo externo 
pueda inducir a un cambio activo, de la misma forma que una 
motivación espontánea (¡que no obstante podemos siempre esperar!) 2. 
Parece legítimo suponer que al menos algunos de estos sujetos que 
maltratan desearían vivamente modif icar su propia condición de 
sufrimiento, que es causa y efecto del maltrato, ni más ni menos que 
las otras personas quienes, dentro de la propia famil ia, viven problemas 
y penurias de diverso género (síntomas psiquiátricos, toxicodependen-
cia, conflictos graves y demás), pero que están prácticamente impo-
sibilitados para expresar una petición de ayuda. 
Sería entonces extremadamente injusto, frente a familias prisioneras 
en un trágico enredo de relaciones equivocadas, no ofrecer una ayuda 
que les dé la oportunidad de encaminarse hacia una mejor unión y 
l imitar el castigo a la pura y simple consideración de comportamiento 
socialmente aberrante (Cir i l lo, 1986a). 
Factores sociofamiliares de la ausencia de pedido 
La dif icultad en pedir ayuda por temor a autodenunciarse, elemento 
casi común a todas las familias en las cuales los padres maltratan 
o descuidan a los hijos, determina en los padres, frente a la impugnación 
del maltrato verificado, una serie de comportamientos característicos. 
Casi sin excepciones se asiste a tercas negaciones de hechos inequí-
vocos, a justif icaciones pretextadas que rayan en lo absurdo, a 
impenetrables silencios y obstinadas reticencias, a tentativas de 
descargar la responsabilidad del maltrato sobre terceros: ¡un niño 
pequeño, el maestro o hasta el gato de la casa! 
La desconfianza en los servicios sociosanitarios y en sus posibilida-
des de dar una auténtica ayuda puede estar originada, también, por 
la pertenencia a particulares contextos socioculturales. Por ejemplo, 
en el caso de familias subproletarias, quizás inmigrantes o pertene-
2. También la experiencia de la Unidad dirigida por Odette Masson saca provecho de la 
existencia en Suiza del Service de protection de la jeunesse, en un marco institucional significati-
vamente diferente al nuestro. 
¿SE PUEDE "CURAR" SIN DEMANDA DE AYUDA? 35 
cientes a minorías étnicas, que han tenido una historia de relación 
con la asistencia basada, por parte del usuario, en la hipocresía y la 
explotación de los recursos económicos del organismo de la admi-
nistración (Malagol i Togl iatt i , Rocchetta Tofani , 1987). En tal situa-
ción, los trabajadores sociales, por su parte, frecuentemente se resig-
naban a suministrar ayudas financieras escasamente util izadas, en vez 
de tratar de intervenir con la mirada puesta en un proyecto global. 
En estratos culturales bajos, además, falta el conocimiento de la 
psicoterapia como recurso (mientras actualmente en el ambiente 
burgués recurrir al psicólogo se ha convertido en una moda o en un 
símbolo de la posición social) y la idea de que se pueda afrontar y 
resolver un problema a través de la comunicación verbal es cultu-
ralmente extraña. 
Además de tales consideraciones generales, en algún caso particular 
pueden existir específicas dinámicas familiares que se oponen a la 
petición de ayuda. 
Véase el caso de un niño de nueve años,Alex. La denuncia ha sido elevada a 
los servicios sociales por el médico escolar ya que le han encontrado repetidamente 
equimosis por golpes. El niño es el primogénito de una pareja que administra una 
pequeña empresa familiar juntamente con los padres del jefe de la familia. Alex, desde 
el primer grado de la escuela elemental, había sido señalado por el maestro por 
inestabilidad psicomotriz e incapacidad de atenerse a las reglas escolares. En esa época 
los padres, convocados por el médico escolar, manifestaron que estaban dispuestos 
a una consulta psicológica en el servicio materno-infantil. A pesar de que el com-
portamiento del niño se fue agravando, ellos no siguieron la indicación. Pese a la 
insistencia del maestro, los padres no habían tomado ninguna iniciativa a favor de 
su hijo, que suspendió en el tercer grado elemental. 
¿Cómo explicar esta actitud por parte de personas de cultura media, económicamente 
en condiciones de afrontar también los gastos de una consulta privada, pero que 
alimentan desconfianza ante el servicio público? 
Los padres de Alex, Franco y María, se habían casado muy jóvenes (veintidós 
y veinte años), adelantando el matrimonio por causa del embarazo ya iniciado. La 
joven pareja se alojó en un apartamento muy reducido que se encontraba en la gran 
vivienda de la familia de Franco, sobre el laboratorio donde se encontraba la pequeña 
empresa. Maria asumió de muy mala gana esta situación, descontenta por el hecho 
de que sus padres no la habían ayudado, obligándola a aceptar la ayuda de los suegros, 
de los cuales, a su juicio, Franco era un ciego seguidor. Inexperta y mal predispuesta, 
muy pronto se mostró irritable con el pequeño Alex, a quien enseguida prefirió confiar 
a la suegra, con el objeto de encontrar algunas horas para evadirse gracias a su propia 
actividad laboral. Cuando Alex cumplió cuatro años, Maria decidió tener un segundo 
hijo, esperando que, al crecer la familia, Franco se sentiría obligado a tratar con los 
padres la conveniencia de la adquisición de un apartamento autónomo. Así fue, y 
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36 NIÑOS MALTRATADOS 
María dejó definitivamente su trabajo para dedicarse a cuidar de la segunda hija, 
Simonetta. Alex, después de estar durante algunos meses al cuidado de los abuelos, 
volvió a la familia y a los cuidados de la madre. Como era previsible, se mostró 
caprichoso y exigente, celoso de la hermanita, añorando los cuidados que la abuela 
le prodigaba, rebelde frente a las pretensiones impacientes de la madre. 
Sin embargo, la pareja madre-hijo probablemente habría podido llegar a un 
entendimiento, superando las dificultades iniciales, si no se hubiera sumado el 
comportamiento de Franco, propenso a valerse del descontento del niño para desahogar 
su propio rencor hacia María. El, de hecho, estaba cansado de las recriminaciones 
de ella, quien le reprochaba estar dependiendo de los padres. De noche, al volver 
del trabajo, encontraba a su mujer que, a través de largas llamadas telefónicas, volcaba 
en su madre (que vivía a algunos kilómetros de distancia) las amarguras de la relación 
conyugal. Por eso, cada vez que María reprendía a Alex y le pedía a su padre que 
interviniera, Franco le daba la razón al niño, acusando a la mujer de ser fría con 
él, de no saberlo tratar (como lo hacía la abuela... ) y de preferir a la niña. De esa 
manera Franco, sin darse cuenta, reavivaba el rencor de Alex hacia la madre, lo 
impulsaba en contra de ella, volviéndolo todavía más rebelde e intolerante a toda 
disciplina.3 
Es en esta fase de la vida familiar que tiene lugar la inserción de Alex en la escuela 
y la sugerencia de enviarlo a una consulta psicológica. Que Franco fuese reacio a 
aceptar la propuesta es comprensible. El estaba convencido de que el niño "no tenía 
nada que modificar". Era su mujer quien debería cambiar el comportamiento con el 
niño (y sobre todo con él, aunque este deseo no se expresaba explícitamente). Más 
difícil de explicar es la resistencia de María en acompañar al niño al Servicio de 
Higiene Mental. Por otra parte, son notorios los casos de familias donde la madre 
está dispuesta a calificar al hijo como "anormal" con la esperanza de eludir la acusación 
por parte del cónyuge de lo inadecuado de su educación. ¿Por qué María no aprovecha 
esta ocasión? Probablemente porque, al igual que su marido, se siente desilusionada 
y frustrada por la vida conyugal, y al igual que él, busca consuelo en su familia de 
origen. Naturalmente ésta es sólo una parte del círculo vicioso, la otra está constituida 
por el hecho de que un equívoco vínculo con la familia de origen determina una 
insuficiente iniciación en la vida de pareja y por ello una escasa adaptación a ella. 
A diferencia de Franco, que puede contar con el apoyo indiscutible de sus padres, 
al ser hijo único, María, profundamente celosa del vínculo seguro que Franco tiene 
en su familia, se siente escasamente apoyada por su madre, quien hace poco enviudó 
y se ha trasladado a casa del hijo varón para cuidar de sus niños. María, por lo tanto, 
sigue la estrategia de comunicarle continuamente a su madre los disgustos que le 
dan Franco y Alex, con la secreta esperanza de hacerla sentir culpable y de inducirla 
a pensar más en ella, a preocuparse, a compadecerla. Tampoco Maria, por lo tanto, 
está realmente motivada para resolver el problema del niño, ya que también ella, como 
Franco, espera sacar provecho de ello. 
Eso no significa que el comportamiento de Alex no sea, para ella, cada vez más 
3. Para un exhaustivo tratamiento del fenómeno de la instigación véase Selvini Palazzoli y 
otros (1988, páginas 95-132). 
¿SE PUEDE "CURAR" SIN DEMANDA DE AYUDA? 37 
insoportable, ya que éste, al sentirse fuerte gracias al apoyo paterno, aumenta sus 
provocaciones. El apoyo del padre, si se piensa, es puramente instrumental: no es 
que Franco dedique de veras su tiempo y su afecto al hijo para compensar la dureza 
de la madre. Simplemente se limita a mostrarse permisivo con él —en oposición a 
la línea educativa de la mujer— en los pocos momentos que pasa en familia, enfrascado 
como está por su trabajo en la empresa. Cuando Maria, exasperada, pierde el control 
y pega duramente a su hijo, no tiene ningún interés en admitir que lo ha hecho por 
causa de la exasperación a la que Alex la induce. Está segura de que obtendría sólo 
la desaprobación del marido. Este, aunque sospecha lo que ocurre, es cómplice por 
callarlo, ya que no sabe cómo podrían reaccionar sus padres (también con respecto 
a él), y porque teme la reprobación social y las repercusiones judiciales. Además, 
Maria sabe que, si admitiese el maltrato, perdería toda esperanza de ser perdonada 
por su madre, porque la anciana mujer se mostraría horrorizada por el comportamien-
to de la hija e intransigente en condenarla. Así como tres años atrás los padres de 
Alex se habían opuesto a que lo ayudase un psicólogo, ahora se resistirán enérgicamente 
a admitir que el niño es maltratado, y que tanto él como ellos tienen una urgente 
necesidad de ayuda. 
Como veremos más adelante, sólo una denuncia a la autoridad judicial puede 
permitir una intervención que tutele, en primer lugar, la integridad física y psíquica 
del niño, poniendo las bases para intentar una recuperación del núcleo familiar en 
su conjunto. 
Algunas excepciones: cuando la familia 
se presenta espontáneamente 
En estos años nos hemos encontrado, a veces, con casos que parecen 
una excepción a la regla, ya que es un integrante de la fami l ia quien 
denuncia espontáneamente el maltrato. 
Contrariamente a lo que se puede pensar (o a lo que tiempo atrás 
pensábamos), se trata de casos mucho más complejos que los otros, 
los de las familias que no son enviadas por una orden del Tribunal 
de Menores. 
En un primer grupo de estos casos, es un pariente (un miembro 
de la famil ia de origen o el cónyuge) quien denuncia al progenitor 
que maltrata. En este caso, los asistentes sociales tienen que tratar 
con unafamil ia que ya ha identificado en su seno al " m a l o " que debe 
ser castigado (más que curado). Quien denuncia se presenta, por el 
contrario, como el "bueno", sin tomar en cuenta el hecho de que, como 
miembro de la fami l ia , él también ha contr ibuido a ese t ipo de 
interacción famil iar que desembocó en el maltrato, del cual el "ma lo " 
es el responsable. 
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38 NIÑOS MALTRATADOS 
El asistente social debe desplegar una habilidad casi de acróbata 
para aceptar la demanda de intervención formulada por un miembro 
de la famil ia y poner en marcha las disposiciones necesarias para 
custodiar a los menores, evitando al mismo tiempo favorecer la división 
de la famil ia en "buenos" y "malos". Este favorecimiento imposibi-
litaría el posterior trabajo terapéutico. De hecho, el denunciante trata 
implíci tamente de mostrarse como un "co lega" exclusivamente 
preocupado por el bien de los niños y del todo ajeno a las dinámicas 
relacionadas con maltrato. Si el asistente aceptase en los hechos tal 
definición, terminaría reforzando la modalidad disfuncional de la 
famil ia que a la larga ha determinado la asunción del papel de 
castigador por parte de uno de sus integrantes: esto constituye un error 
d i f íc i l de reparar. 4 Veamos un ejemplo. 
El señor D'Andrea —así lo llamaremos— se presenta, sin haber convenido 
previamente una cita, ante nuestra asistente social. Pide ayuda para su hija Inés, de 
nueve años, a quien la madre, desde hace ya tiempo en tratamiento por depresión, 
pega violentamente porque es lenta para comer y para hacer los deberes. El padre, 
que trabaja como representante, trata de regresar a casa en el momento en que llega 
su hija del lugar al que asiste después de la escuela, en donde se la inscribió para 
que haga una comida, al menos, lejos de la madre. Alguna que otra vez, el hombre 
se ve obligado a llegar más tarde y en esas ocasiones teme por la integridad de la 
hija. 
La asistente social telefonea de inmediato a la señora D'Andrea en presencia del 
marido. Le refiere con lujo de detalles lo que éste le ha contado, cuidándose de no 
inclinarse ni a favor ni en contra de esa versión de los hechos. Propone a ambos 
un primer encuentro, a realizarse algunos días después, y despide al marido. Si hubiera 
omitido comunicar a la señora D'Andrea lo que había sabido por el marido, de hecho 
habría establecido una alianza con éste y en contra de ella. De haber callado, indicaría 
que creía incondicionalmente en su relato y estaría empleando con la madre la cautela 
que se reserva para las personas a las que se considera desequilibradas o no dignas 
de fe. 
El trabajo posterior con la familia mostró que el señor D'Andrea se había casado 
con una muchacha que estimulaba su instinto de protección porque había roto con 
sus familiares. Pero él había desviado rápidamente sus atenciones y las había volcado 
en su hija, nacida poco después del matrimonio. Cuanto más se mostraba la celosa 
mujer intolerante frente a esta estrecha relación padre-hija, más se mostraba el marido 
solícito con la niña. Creía así compensarla de la frialdad de la mamá, frialdad que 
interpretaba como una consecuencia de la mala relación que ésta había tenido en la 
infancia con su propia madre. De tal manera el círculo vicioso se autoalimentaba 
hasta el maltrato: y es obvio que la demanda de ayuda a nuestro Centro constituía 
4. Con respecto del error irreparable véase Selvini Palazzoli (1984). 
¿SE PUEDE "CURAR" SIN DEMANDA DE AYUDA? 39 
una jugada que, en vez de terminar con el juego, lo reforzaba. Sólo el riguroso cuidado 
que puso el asistente social en mantener una absoluta neutralidad en la fase de recepción 
de la denuncia evitó que también nuestra intervención se convirtiese más tarde en 
patógena. Gracias a este cuidado, la terapia familiar fue correctamente planteada, 
permitiendo una resolución simultánea del maltrato y de la depresión de la señora. 
Debemos decir, sin embargo, que en este grupo de casos (en los 
cuales el que denuncia es un pariente del que maltrata) el asistente 
experto advierte rápidamente la trampa que se le tiende, aunque no 
siempre sabe cómo evitarla. 5 Más di f íc i l es en cambio desenvolverse 
en un segundo grupo de casos, por otro lado mucho más infrecuentes 
en nuestra experiencia. 
Se trata de aquellos en los cuales el que maltrata se denuncia a 
sí mismo. Los primeros casos de este género en que intervinimos se 
resolvieron de un modo sustancialmente decepcionante, a pesar de 
que nos enfrentamos a ellos con un cierto optimismo, convencidos 
como estábamos de que se trataba de situaciones comparables con 
una terapia espontánea. Más tarde comprendimos que la autodenuncia 
representaba un mensaje di r ig ido a otro miembro de la fam i l i a , 
habitualmente el cónyuge, del t ipo: "He hecho por nuestro h i jo mu -
cho más de lo que hiciste tú. Si tú, en cambio, no te decides también 
a hacer algo por mí, acabaré pegándole fuerte al niño, porque no pue-
do más". 6 
Entre estos casos, donde quien hacía la denuncia era el mismo que 
maltrataba, dos núcleos famil iares, en particular, presentaban un 
progenitor centrado en el hogar y la famil ia (el que maltrataba y pedía 
ayuda) y otro que eludía las obligaciones cotidianas: en un caso el 
marido había abandonado a su mujer y a sus dos pequeños hijos y, 
en el otro, la mujer se sustraía, amparándose en sus obligaciones 
laborales, a los requerimientos afectivos del cónyuge, que consideraba 
sofocantes. 
En ambos casos, la terapia posterior al maltrato obtuvo una cierta 
aproximación del cónyuge desapegado, pero en medida insuficiente 
5. No entraremos aquí en la esencia de la frecuente petición por parte del denunciante de 
mantener el secreto acerca de su propia denuncia, remitiéndonos al más genérico problema del 
secreto en la terapia familiar (Selvini Palazzoli, Prata, 1981). 
6. Acerca de la petición de ayuda como la última baza del juego, véase Selvini (1985, páginas 
210-211). 
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40 NIÑOS MALTRATADOS 
con respecto a los deseos del otro, y por lo tanto con resultados parciales 
en lo que se refiere a la actitud de este últ imo hacia los hijos. 
En ambos casos, el maltrato terminó, pero fue sustituido por una 
actitud de desatención hacia los hijos y de delegación a una institución. 
Hoy interpretamos la institucionalización de los hijos como un mensaje 
de rencor y venganza dirigido al cónyuge: "S i tú no haces nada por 
mí, entonces no creas que estoy dispuesto/a a sacrificarme tanto por 
tus hi jos". No descifrar a tiempo el verdadero significado relacional 
del maltrato impidió a la terapia llegar a los resultados que hubiera 
podido obtener. 
Observamos que en estos casos el progenitor que maltrataba a sus 
hijos sólo veía en ellos el medio de que se valía su cónyuge para 
mantenerlo/la prisionero/a (es decir, si no fuera por los hijos, también 
él/ella sería libre y podría marcharse). No los ve, entonces, como 
personas con quienes establecer relaciones, sino como grilletes de los 
cuales el otro hace uso hábilmente para encadenarlo a la "rut ina" y 
evadirse. Quien maltrata está entonces concentrado en su pareja y en 
cómo librarse de ella —ése es el juego—, en forma tan excluyeme 
que ve a sus hijos sólo como emisarios de los abusos de él/ella, y 
por eso no dignos de respeto, sicarios que merecen solamente golpes. 
Una lógica elemental, frecuente y trágica, de la cual la instituciona-
lización final es el natural epílogo. 
LAS ASECHANZAS DEL CONTEXTO ESPONTANEO 
Aparte de este error al descifrar el comportamiento de maltrato, 
se observa en todos los casos descritos en el párrafo anterior un error 
acerca del contexto más grave, en el cual hemos incurrido durante 
mucho tiempo frente a las demandas espontáneas. 
Cuando un progenitor pide una consulta psicológica debido a las 
dificultades de un hijo, o formula una petición de consulta en pareja 
para resolver conflictos que causan sufrimientos al niño, pone en

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