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Morir de alcohol L Menéndez

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Morir de alcohol
saber y hegemonía 
médica
Eduardo L. Menéndez
Colección Cuadernos del ISCo
Serie Salud Colectiva
Director: Hugo Spinelli
Editores ejecutivos: Jorge Arakaki, Viviana Martinovich, Jescy Montoya
Coordinación editorial de esta obra: Jorge Arakaki, Anahi Sy
Fotografía de tapa: Štěpán Karásek
Corrección de estilo: Jorge Arakaki
Diagramación: Viviana Martinovich
© 1990, Alianza Editorial Mexicana
© 2020, Eduardo L. Menéndez
© 2020, EDUNLa Cooperativa
ISBN 978-987-4937-49-0 (PDF)
DOI 10.18294/9789874937490
EDUNLa Cooperativa 
Edificio “José Hernández”
29 de Septiembre 3901, B1826GLC Remedios de Escalada, Buenos Aires, Argentina 
Teléfono: (54-11) 5533-5600 int. 5727 
edunla@unla.edu.ar 
Instituto de Salud Colectiva 
Edificio “Leonardo Werthein”, 29 de Septiembre 3901, B1826GLC Remedios de Escalada, 
Buenos Aires, Argentina 
Teléfono: (54-11) 5533-5600 int. 5958 
http://cuadernosdelisco.unla.edu.ar
Esta obra está bajo licencia internacional Creative Commons 
Reconocimiento-NoComercial-CompartirIgual 4.0.
Las y los autores conservan sus derechos autorales y les permiten a otras personas copiar y distribuir 
su obra siempre y cuando reconozcan la correspondiente autoría y no se utilice la obra con fines 
comerciales.
Menéndez, Eduardo L.
 Morir de alcohol : saber y hegemonía médica / Eduardo L. Menéndez. - 1a ed ampliada. - 
Remedios de Escalada : De la UNLa - Universidad Nacional de Lanús, 2020.
 Libro digital, PDF - (Cuadernos del ISCo. Salud colectiva / Spinelli, Hugo ; 7)
 Archivo Digital: descarga y online
 ISBN 978-987-4937-49-0
 1. Antropología Médica. 2. Alcoholismo. 3. Mortalidad. I. Título.
 CDD 613
Índice
Presentación 
Alcoholismo, negaciones y biopoderes imaginarios y más o menos 
líquidos
Introducción 
Alcoholismo, alcoholización y varios presupuestos
Capítulo 1 
El problema del alcoholismo en México: tendencias, procesos y 
situación actual
Capítulo 2 
Antropología del alcoholismo: una larga y discontinuada historia
Capítulo 3 
El modelo médico hegemónico: estructura, funciones y crisis
Capítulo 4 
La crisis del modelo médico hegemónico: el caso del alcoholismo y 
los saberes médicos
Capítulo 5 
Modelo médico hegemónico y alcoholismo en México: las estrategias 
del sector salud
Capítulo 6 
Las limitaciones técnicas e ideológicas de un saber profesional
Capítulo 7 
Salud colectiva, industria alcoholera y subjetividad
Capítulo 8 
Pero sigo siendo el rey o la paradoja de las enfermedades que no lo son
Bibliografía
Ín
 
VII 
 
1 
15 
 
35 
87 
129 
 
177 
 
229 
251 
283 
 
313
Para Renée y Renata
Por todos los ayeres no buscados y 
por algunas pocas cosas que sabemos
Alcoholismo, negaciones y biopoderes imaginarios y más o menos líquidos VII
Presentación
Alcoholismo, negaciones y 
biopoderes imaginarios y más o 
menos líquidos
“La vida es una herida absurda” 
Cátulo Castillo, La última curda, Buenos Aires, 1956
Cuando tenía cuatro años, mi padre, a la hora del almuerzo, puso en un vaso 
media porción de agua y media porción de vino tinto, y me dijo: “ahora 
puedes comer con vino en el almuerzo”. Con mi hermana hizo lo mismo, 
pero cuando cumplió seis años. Mi madre y mi padre tomaban alrededor 
de una botella de vino todos los mediodías al almorzar, aunque la mayoría 
la bebía mi padre. Lo mismo ocurría en la familia de otros amigos, pero no 
en todas. Yo lo vivía como algo normal o, mejor dicho, como parte de lo que 
tenía que ser/hacer. No me acuerdo si el vino me gustó o no, pero desde 
entonces seguí bebiendo, la mayoría de las veces, en forma moderada.
Pero no solo el vino tinto formó parte de mi niñez, ya que de tanto 
en tanto nos daban vinos fortificantes, y algunos que tenían propiedades 
curativas. Yo tomaba con cierta frecuencia candeales a base de oporto y 
huevo que eran para contrarrestar la anemia incipiente que tenía. Pero, 
además, lo que supe mucho más tarde, gran parte de los jarabes medici-
nales que tomábamos también tenían alcohol, por lo que el vino y otros 
alcoholes formaban parte normalizada de nuestra vida cotidiana, ya que 
estaba presente en nuestras comidas, en nuestras enfermedades, en toda 
fiesta familiar, incluso en los velorios, así como era parte de los días de 
“descanso”. Y así los domingos al mediodía mi padre solía ir al almacén 
y despacho de bebidas que había en la esquina de casa, donde se encon-
traba con varios amigos a tomar vermut con maníes y mortadela, donde lo 
importante era lo que hablaban. Y casi siempre hablaban de política y de 
fútbol.
Morir de alcohol: saber y hegemonía médicaVIII
A dos cuadras de casa había un bar con cancha de bochas, que también 
eran un lugar para jugar a las cartas y para tomar vino. Y el vino, tomándolo o 
no tomándolo, iba formando parte de mi vida sin saberlo y sin preocuparme 
demasiado, hasta que ocurrió una tragedia en el barrio. En la casa en que 
vivía residía una pareja joven de origen entrerriano, formada por Hilda y por 
Osvaldo. Ella era ama de casa y él, marinero, y se ausentaba de tanto en tanto. 
Pero Osvaldo fue tomando fama de ebrio, no de borracho, porque en muchas 
fiestas vi personas borrachas, incluso en velorios, sin que nadie quedara cata-
logado como alcohólico. Pero Osvaldo, los días francos, comenzó a estar per-
manentemente ebrio, a ponerse celoso con Hilda y a pegarle, y el hermano de 
Hilda, llamado el Chino, que era gendarme, una noche vino con una pistola y 
lo amenazó de muerte delante de todos nosotros. Al poco tiempo encontraron 
a Osvaldo muerto en alguno de los pajonales que todavía había por el barrio.
 Esa fue la primera vez que relacioné alcohol con muerte, pero en forma 
difusa y sin complejidades. A los seis años entré a la escuela primaria, que 
quedaba a tres cuadras de casa y, después de hacer los deberes, todas las tardes 
jugábamos al futbol entre chicos de diferentes edades, siendo en esa época el 
Titi y el Negro mis dos mejores amigos, aunque eran mayores que yo, y no les 
iba bien en la escuela, sobre todo al Negro.
El Negro era hijo de don Nicolás, una de las primeras personas que he 
admirado en mi vida. Don Nicolás era dirigente del gremio de la cons-
trucción, y lo recuerdo los domingos hablando con mi padre y otras personas 
proponiendo: “nos organizamos y luchamos, o nuestros hijos estarán peor 
que nosotros”. En su boca escuché por primera vez la palabra proletariado, 
y nunca hablaba de revolución, sino de cambios, pero cambios conseguidos 
por la propia gente; y de eso no me olvidé nunca. Bueno, cuando tenía seis 
años murió Don Nicolás, y fue la primera vez que asistí a un velorio, y que 
besé la frente del muerto, pues esa era la costumbre en mi barrio. Doña Inés, 
su esposa, quedó sola con el Negro, y se ganó la vida trabajando como cos-
turera para “Casa Vos” pero, al poco tiempo, el Negro comenzó a tomar, le 
entró a algunas delincuencias por las que fue preso y se convirtió en borracho 
tranquilo. A los ocho años de edad, me mudé de barrio y no lo vi más, aunque 
supe por mi mamá que el Negro andaba mal y que murió por el alcohol.
El resto de mi infancia transcurrió tranquila, aunque con penurias eco-
nómicas, y fue en la adolescencia cuando fui modificando mi forma de 
tomar, mezclando la manera normalizada con esporádicas borracheras más 
o menos fuertes, lo cual se fue acentuando en los encuentros con amigos 
como “Freddy” Martínez Howard, uno de los mejores dibujantes argen-
tinos, o con las idas a La Fantasma, un boliche que se había abierto en el 
bajo y que era como una sede de pintores y sobre todo escritores surrealistas 
Alcoholismo, negaciones y biopoderes imaginarios y más o menos líquidos IX
o parasurrealistas, y que era frecuentado por gente como Enrique Molina y 
Olga Orozco. Y muchas noches salí de ese lugar en un estado semiconsciente, 
que me duraba en el regreso a casa en el último tren que salía de la estación 
Retiro, donde semidormitaba una suerte de sueño sin límites.
Desde los quince años yo escribía poesía, dentro de un grupo de amigosy amigas que también lo hacían, pero en ningún momento relacioné el 
alcohol con la capacidad creativa, ni como motor de posibles experiencias 
oníricas individuales o colectivas, sino como un medio para estar juntos y 
hablar hasta callarnos. Lo que el alcohol me generaba, o mejor dicho, lo que 
yo hacía cuando estaba alcoholizado era desarrollar conductas que creo no 
me atrevía a desarrollar sobrio, no porque eran difíciles, sino porque eran 
utópicas. Recuerdo que una noche con otro querido amigo, el escultor Fer-
nando Venero, llegamos como a la una de la madrugada a un boliche que 
quedaba en Avellaneda, y al rato se me acercó una no muy joven prostituta, y 
yo traté de convertirla, pero no en términos morales, sino en cómo podía ser 
otra mujer no sometida al cafisho que la regenteaba, y ella se quedó hablando 
conmigo durante horas hasta que la besé y me fui. Y el alcohol, también 
estuvo ahí, pero como parte de la normalidad de estar juntos, y de ridículas 
utopías caseras no realizadas.
A los veinte años hice el servicio militar en Campo de Mayo, y ahí tuve 
varias experiencias, pero sobre todo dos que aún recuerdo. Una tarde, nos 
vinieron a buscar de la Escuela de Suboficiales del Ejército, porque uno de 
los estudiantes se había suicidado. Como el Dr. Etchegoyen y yo estábamos 
de guardia nos fuimos para allá y, cuando llegamos, sobre una mesa de 
cemento había un joven de unos quince años con un balazo en el corazón. El 
muchacho era santiagueño, y supimos por qué se mató y que antes de hacerlo 
se había tomado una botella de alcohol. Él y su familia eran católicos, y lo 
más cruel fue que el sacerdote decidió que el chico no podía ser enterrado en 
campo santo pues era un suicida, lo que pareció afectar más a la familia, que 
el propio suicidio. El Dr. Etchegoyen y yo tratamos de convencer al cura: yo 
apelé a que el joven se había emborrachado y no estaba consciente de lo que 
había hecho, y que la sangre de cristo simbólicamente era vino, y que vino es 
lo que había tomado el joven como parte de su catolicismo. Pero semejantes 
ideaciones no convencieron a un sacerdote que, además, era un hijo de puta, 
por lo que supimos más tarde, ya que tuvo que ver con el “proceso”.
La segunda experiencia fue más bien ridícula. La noche del golpe militar 
contra Perón estábamos acuartelados, ya que se sabía que iba a darse un 
golpe. Pero en el casino y en la guardia, los oficiales y suboficiales tomaban 
alcohol, varios, hasta emborracharse, lo cual condujo a que en plena guardia 
dos suboficiales, uno peronista y otro antiperonista, sacaran sus machetes y se 
Morir de alcohol: saber y hegemonía médicaX
empeñaron en una especie de pelea a cuchillo más o menos martinfierresca, 
que no concluyó en nada, dado el nivel de borrachera que tenían los dos.
Por el servicio militar perdí un año de mi carrera universitaria, la cual 
retomé junto con un trabajo de medio tiempo, continuando con mis reuniones 
hasta la madrugada en, por lo menos, dos lugares: uno, en un café situado en 
una de las esquinas de Entre Ríos y Alsina y, otro, en la vieja confitería Berna 
que quedaba sobre Avenida de Mayo. El alcohol, era parte secundaria en estas 
reuniones, pero no en reuniones de fin de semana, lo que generó un estilo de 
vida en el que dormía no más de cuatro horas diarias, y que concluyó con una 
tuberculosis broncopulmonar que me tuvo apartado del mundanal ruido por 
más de nueve meses, y en la cual tuve una profunda experiencia de muerte 
que nunca supe transmitir, pero que ha sido parte de mi vida. Creo que mi 
tuberculosis fue parte de la herida absurda dentro de la que vivimos cons-
ciente o rutinariamente. Pienso, influido por Sartre, que la vida como rutina y 
repetición “elimina” la absurdidez de la vida pero no porque la gente quiera, 
sino porque está preocupada/ocupada en vivir/sobrevivir/aguantar y donde 
el alcohol tiene un papel de “no rutina” rutinaria y, sobre todo, de aguante, 
que puede terminar de muy diversas maneras, pero básicamente de una: con-
tinuar en una rutina y repetición que niegan la absurdidez.
La vida como búsqueda de experiencias utópicas o no, en la que el alcohol 
se usa como parte de la experiencia normalizada de beber, puede darle 
sentido a la absurdidez de la vida, lo que solo puede mantenerse durante un 
tiempo, tanto en términos individuales como colectivos, retomando luego la 
vida como rutina y repetición. Y es en algunas de estas dos posibilidades que el 
alcohol puede transitar por la locura, aunque siendo cada vez menos locura1. 
Continuidades y discontinuidades
En 1990 se publicó mi libro Morir de alcohol: saber y hegemonía médica, cuya 
idea central partía de la normalidad de los usos del alcohol en los diferentes 
momentos de nuestras pequeñas vidas cotidianas; siendo en gran medida 
respecto de esta normalidad casi inconsciente que pensé las relaciones apa-
rentemente contradictorias entre biomedicina y alcoholismo, lo que cons-
tituye el núcleo de dicho libro.
En 1990 se editaron diez mil ejemplares de ese texto, lo que lo con-
virtió en mi libro más difundido pero no leído, pese a que en él traté de 
1Entrevista a Eduardo “Lalo” Prieto el 20 de octubre de 1993.
Alcoholismo, negaciones y biopoderes imaginarios y más o menos líquidos XI
desarrollar en la forma más precisa y crítica posible dos de los conceptos 
que venía desarrollando desde finales de la década de 1960, y que pude 
acuñar durante la década de 1970, y me refiero a los conceptos modelo médico 
hegemónico y modelo de autoatención, que en gran medida se han convertido 
en conceptos anónimos, lo cual por una parte lesiona mi narcisismo, pero 
por otra verifica varias de las ideas gramscianas que he hecho mías, y que 
remiten a la disolución/resignificación de toda idea (supuestamente) indi-
vidual en el amplio mundo de los saberes colectivos, hasta convertir en 
anónimo todo producto humano.
Este libro surgió de un proyecto de investigación iniciado en 1981 y 1982 
sobre proceso de alcoholización en México que finalizó a finales de 1990, y 
que incluyó varios subproyectos que en su totalidad se concluyeron. Allí traté 
de explicar, a través de materiales secundarios y de información obtenida 
mediante un largo trabajo de campo, las razones teóricas y prácticas del 
fracaso, desinterés, exclusión, reconocimiento/olvido que la biomedicina ha 
evidenciado históricamente respecto del “alcoholismo”. Y traté de explicarlo 
a través de marcos teórico-ideológicos generados especialmente desde la 
antropología social y, en particular, a través de mis propuestas de modelos 
de atención, dado que el principal objetivo era analizar las características, 
funciones y crisis del modelo médico hegemónico respecto de un proceso de 
salud/enfermedad/atención-prevención específico, y en una situación histó-
ricamente determinada. 
Por varias razones, en los últimos meses, decidí realizar una revisión de 
mi libro; revisión que dividí en dos partes, de tal manera que en la primera 
reflexiono sobre algunos de los aspectos centrales del libro para confirmar o 
no lo planteado, mientras que, en la segunda, trato de profundizar procesos 
que desarrollé escasamente en el texto original.
En 1990, luego de publicado el libro, seguí realizando varios subproyectos 
sobre alcoholismo, en los que fui confirmando gran parte de lo que presenté 
en ese texto. Pero además, mi revisión bibliográfica actual de la proble-
mática del alcoholismo para México y para América Latina, me indica que la 
situación sigue más o menos igual, ya que la biomedicina continúa teniendo 
los mismos problemas para detectar, diagnosticar, tratar y prevenir el alcoho-
lismo, lo que evidencia un reiterado fracaso respecto de reducir el consumo 
de alcohol, de “curar” a los diferentes tipos de alcohólicos, y de prevenir la 
mayoría de las consecuencias físicas y mentales de dicho consumo; salvo, tal 
vez, en el caso de los accidentes automotores, aunque mucho menos en el 
caso de la cirrosis hepática. Y, sobre todo, parece ser queha conseguido fár-
macos eficaces para las crudas resacas y para las recaídas, aunque tendremos 
que esperar un poco más para no desencantarnos, como ya ocurrió con los 
Morir de alcohol: saber y hegemonía médicaXII
vomitivos utilizados a finales del siglo XIX y con el disulfiram (principio 
activo de Antabus) utilizado desde principios de 19402.
Si bien el sector salud mexicano y la Organización Mundial de la Salud 
(OMS) reconocen que el alcohol es la sustancia considerada adictiva que más 
problemas de salud y muertes genera, sin embargo, a nivel de los hechos, 
el aparato médico-sanitario, por lo menos en México, hace muy poco. 
Los datos y estudios siguen señalando la carencia de recursos específicos 
por parte del sector salud para enfrentar el alcoholismo, así como el des-
interés a nivel oficial y privado del personal de salud y, especialmente, de 
los médicos, respecto de este problema. El nuevo gobierno que accedió al 
poder en México en diciembre de 2018, al igual que los gobiernos anteriores, 
tiene una visión negativa de lo que se hace en salud mental y adicciones. El 
subsecretario de prevención y promoción de la salud considera que, en el 
campo de la salud mental, “...en 20 años no han hecho nada. No hay una 
política pública, ni tampoco un impacto a favor de la salud de las personas” 
(La Jornada, 14/06/2019).
Estas afirmaciones se reiteran en cada cambio de gobierno, pese a que el 
análisis de los programas y/o actividades actuales indican que las medidas 
recomendadas para enfrentar el alcoholismo son las mismas que se vienen 
aplicando desde, por lo menos, la década de 1980, y pese a su reiterada inefi-
cacia. Necesitamos reconocer que, por lo menos en México, la aplicación del 
programa para detectar aliento alcohólico ha tenido éxito comparativo en 
conductores de automotores, así como la disminución notable de la publi-
cidad sobre bebidas alcohólicas en los medios televisivos, en las calles y 
las carreteras, no han generado —como era previsible— un descenso en el 
consumo de dichas bebidas.
Ahora bien, existen dos procesos —de los cuales uno es comparativa-
mente nuevo— que han afectado a las políticas de salud en general y del alco-
holismo en particular. El primero tiene que ver con los intereses y objetivos 
de los diferentes sectores del Estado, de tal manera que mientras el sector 
salud propone y trabaja para reducir el consumo de bebidas alcohólicas, el 
sector económico, así como los sectores agrícola e industrial impulsan la pro-
ducción y el consumo de estas bebidas. Además, desde la década de 1980 se 
ha impulsado en México una política de descentralización, tanto en términos 
políticos generales como del sector salud en particular, que ha favorecido el 
desarrollo de la producción, comercialización y consumo de dichas bebidas, 
2Justamente una de las limitaciones médicas se observa en el campo farmacológico. Si bien 
desde 1952 se generan psicofármacos comparativamente eficaces, ninguno ha tenido éxito res-
pecto del alcoholismo.
Alcoholismo, negaciones y biopoderes imaginarios y más o menos líquidos XIII
dado que son básicas para la recaudación económica a nivel de cada estado, 
pero también de los municipios. Descentralización que ha favorecido la 
expansión del alcohol y de la mayoría de las drogas consideradas adictivas 
que se producen a nivel local, las que no solo se generan a través del narco-
tráfico, sino también de la corrupción de las autoridades políticas, incluidas 
las sanitarias, jurídicas y policiales.
Pero además, hay un proceso del cual no hablé en mi libro, y me refiero a 
las luchas de poder entre científicos, funcionarios y profesionales entre sí, des-
conociendo, excluyendo, oponiéndose al “otro” en lugar de colaborar para la 
realización de programas y actividades conjuntas, lo cual algunas veces tiene 
que ver con orientaciones ideológico-políticas diferenciales, pero la gran 
mayoría de las veces tiene que ver con objetivos de poder y especialmente de 
micropoder, frecuentemente relacionados con objetivos económicos. Y esto 
lo pude constatar desde 1977 hasta la actualidad, y tanto a nivel federal, pro-
vincial, institucional y de programas específicos, y obviamente no solo res-
pecto del alcoholismo. Durante 2004 y 2005, un funcionario muy motivado 
de la OMS, trató de impulsar en México actividades e incluso políticas de 
salud mental y respecto del alcoholismo en particular, para lo cual convocó a 
cuatro importantes especialistas de diferentes orientaciones, aunque comple-
mentarias. Pero luego de meses y meses de reuniones y “papers” todo terminó 
en casi nada, dada la imposibilidad de llegar a mínimos acuerdos reales y 
no simulados, debido a que al menos dos de los especialistas defendían los 
objetivos de las instituciones que representaban, pese a que sus propuestas 
evidenciaban el fracaso de las políticas que venían aplicando sus instituciones 
desde hacía más de quince años. 
Un caso que no considero totalmente de corrupción es el de los resul-
tados de las encuestas epidemiológicas que, si bien ahora reconocen más 
alcoholizados que en las primeras encuestas, siguen caracterizándose por 
su notable subregistro del consumo y su arbitraria correlación de este con 
posibles cuadros patológicos, y continúan excluyendo el papel del alcohol 
ilegal, pese a que constituye la mitad o más del alcohol consumido en México. 
Pero, además, los datos de mortalidad contrastan con la información que 
maneja el sector salud, y se aviene mucho más con los datos existentes para 
la región, con las tendencias dominantes a nivel mundial, ya que la OMS en 
2018 consideró que hay más de tres millones de muertes por alcohol por año, 
y que una de cada veinte muertes que ocurren a nivel mundial están relacio-
nadas con consecuencias del consumo de alcohol (OPS, 2015; OMS, 2014; 
2018, PAHO, 2018; Taylor et al., 2007).
El alcohol, por lo tanto, sigue teniendo una particular relación con la 
muerte, se constituye en la sustancia considerada adictiva que más muertes 
Morir de alcohol: saber y hegemonía médicaXIV
genera, y es la sustancia que más se consume en determinadas reuniones y 
fiestas, en las que se generan agresiones incluidos homicidios en forma nor-
malizada. Y este es un aspecto que describo en el texto, pero sin avanzar 
demasiado en mis interpretaciones, aunque es uno de los procesos que más 
debería profundizar, ya que considero que, al menos en algunos contextos, el 
alcohol tiende a normalizar social, cultural y subjetivamente las muertes y las 
agresiones, por supuesto generadas no por el alcohol en sí, sino por sus usos 
sociales. Es decir, el alcohol en sí no es el generador de homicidios, de vio-
laciones sexuales ni de suicidios, pero los “acompaña” frecuentemente, y la 
cuestión está en tratar de entender por qué los sujetos y colectivos necesitan 
de esa “compañía”, ya que considero que cumple un papel simbólico que 
va más allá de las funciones desinhibidoras, narcotizantes o depresoras del 
alcohol, por lo menos en algunos países de eso que se conoce como mundo 
“occidental”.
El reconocimiento por parte de la biomedicina de la relación alcohol-al-
coholismo-muerte, que era muy notoria entre mediados del siglo XIX y 
mediados del siglo XX en México, se ha ido diluyendo en la medida que 
el alcoholismo ha sido tratado como enfermedad mental, siendo clínica y 
epidemiológicamente separado cada vez más de la cirrosis hepática, de los 
homicidios o de los cuadros nutricionales. Como he señalado en varios tra-
bajos, la medicina de finales del siglo XIX, por lo menos en países como 
Francia, veía en forma estructurada la relación alcoholismo-violencias-des-
nutrición-cirrosis hepática vinculadas a la pobreza, la prostitución y las clases 
peligrosas, y si bien las veía desde una perspectiva ideológica cuestionable, 
no por ello deja de ser necesaria la recuperación de un enfoque epidemio-
lógico que vaya más allá de los análisis individuales de los padecimientos; lo 
que entendieron varios epidemiólogos, y especialmenteCassell (1964) —ver 
también Cassell y Troyler (1988)— pero sin que dichas propuestas hayan sido 
asumidas por los epidemiólogos positivistas y no positivistas, por lo menos, 
a nivel latinoamericano.
América Latina es simultáneamente una de las regiones del mundo con 
mayor consumo de alcohol y con mayores tasas de mortalidad relacionadas 
con dicho consumo, pero además es la región con mayores tasas de homi-
cidio, distanciándose cada vez más de las otras regiones caracterizadas por 
violencias homicidas. Nuestra región, a través de sus grupos y clases sociales, 
ha construido relaciones y rituales de interacción social que incluyen vio-
lencias frecuentemente asociadas con el alcohol; y varios de los rituales 
y relaciones son parte fundamental de la identidad y pertenencia de los 
grupos étnicos y de las clases sociales. Dichas relaciones y rituales sociales 
son básicos para la integración social colectiva desde una perspectiva emic; 
Alcoholismo, negaciones y biopoderes imaginarios y más o menos líquidos XV
aunque, desde una perspectiva etic, las relaciones violentas aparecen como 
un factor de disolución social. Se trata de procesos sobre los que tendríamos 
que reflexionar más, dado que, por ejemplo, durante la etapa medieval y 
parte del Renacimiento, las sociedades europeas generaron altísimas tasas de 
homicidio, que hoy no podríamos ni pensar (Muchembled, 2010) y que, sin 
embargo, ocurrían en sociedades que se caracterizaban por lo que Bauman y 
sus seguidores denominarían como relaciones no “líquidas”.
Lo cierto es que más allá de las perspectivas emic o etic, el alcohol opera 
tanto para generar relaciones afectivas colectivas, celebrar la identidad social, 
contribuir a la reproducción sociocultural a nivel micro y macrogrupal, 
participar de ciertas felicidades o goces colectivos y, por supuesto, también 
individuales, como también para —simultáneamente o en otros espacios y 
momentos— generar violencias y enfermedades a nivel colectivo e individual. 
Si bien esto daría lugar a pensar en una relación ambivalente por parte de los 
conjuntos sociales respecto del alcoholismo, nuestra revisión del proceso de 
alcoholización, por lo menos para México, indica que en la práctica domina 
la valoración positiva del alcohol, pese a su relación con las muertes, con las 
violencias, con la brujería.
Lo señalado no significa que todo grupo exija violencias para vivir con el 
alcohol ya que, por ejemplo, en el caso del estado de Yucatán, caracterizado 
por uno de los más altos consumos de alcohol a nivel nacional, se diferencia 
radicalmente del resto del país por los bajísimos niveles de violencia que 
ocurren en dicho estado. No obstante, en Yucatán, como en el resto del 
país, a nivel de pauta ideal, domina una visión negativa del alcohol pero, a 
nivel de pauta real y de pauta construida, domina ampliamente una visión 
positiva.
Y al respecto, necesitamos asumir que las relaciones sociedad-alcoholismo 
constituyen procesos complejos que debemos registrar para entender no solo los 
problemas individuales, sino las propias sociedades. En algunas comunidades 
mexicanas, durante ciertas fiestas religiosas, algunos sujetos deben desempeñar 
el rol de diablos por lo que deben estar todo el tiempo embriagados, lo cual 
puede suponer una visión negativa o estigmatizante del alcohol. Pero, además, 
ocurre que en estas fiestas todos los participantes no solo deben tomar alcohol, 
sino que —por lo menos los hombres— necesitan embriagarse, lo cual constituye 
una expresión del papel negativo/positivo otorgado al alcohol, y que en la 
práctica exige que la población participante esté alcoholizada. En mi libro trato 
muy poco estos aspectos, que son otros de los que más me interesan entender, 
posiblemente, por mis limitaciones para encararlos, o por mis inseguridades 
para afirmar interpretaciones con poco sostén etnográfico.
Morir de alcohol: saber y hegemonía médicaXVI
Este es un aspecto a reflexionar en forma radical, porque implica le nece-
sidad de incluir los procesos culturales para explicar e intervenir y que, si bien 
los especialistas lo reconocen permanentemente, a la hora de los hechos, los 
aspectos culturales no aparecen incluidos sino solo mencionados dado que, 
por lo menos, el sector salud mexicano no ha sabido qué hacer con dichos 
procesos. Más aún, el sector salud está saturado de estereotipos culturales 
que se imponen a la realidad, hasta que esta demuestra lo contrario. Y así, por 
ejemplo, cuando en la década de 1950 en México comenzaron a crearse los 
grupos de Alcohólicos Anónimos, la mayoría de los especialistas y el sector 
salud señalaban que estos grupos no se difundirían, dado que expresaban 
orientaciones religiosas protestantes en un país donde dominaba el catoli-
cismo y, por lo tanto, serían rechazados o su desarrollo sería mínimo. Pero 
ocurrió que México se convirtió en el segundo país con mayor número de 
grupos de Alcohólicos Anónimos a nivel mundial, que en gran parte fueron 
impulsados por la Iglesia católica, como pudimos observar en varios trabajos 
de campo. Considero que esto es producto de que no solo la medicina, sino 
los antropólogos solemos tener estereotipos culturales que congelan la rea-
lidad, en lugar de observarla dinámicamente.
Además de las continuidades/discontinuidades referidas al reconocimiento 
del alcoholismo como enfermedad, existen otras como las corrientes psicote-
rapéuticas que consideran que el “alcoholismo” es solo un síntoma, negándole 
categoría de cuadro específico. Mientras los tratamientos médicos ejercidos en 
urgencias y en servicios de atención primaria siguen ejercitando institucional-
mente la exclusión de los alcohólicos y los servicios especializados en términos 
de salud mental oficiales siguen caracterizándose por una bajísima demanda 
que, cuando existe —según los datos obtenidos en dichos servicios— llega en 
muy pocos casos a una segunda consulta.
El fracaso o las limitaciones curativas de los tratamientos médicos son lo 
que en gran medida han relegado al alcoholismo del campo clínico y lo han 
remitido cada vez más al campo salubrista, desde el cual se sostiene que “dar 
tratamiento es una iniciativa digna y humanista en una sociedad moderna, 
pero su justificación fundamental está en la ayuda que se ofrece a los bebe-
dores y a su familia en sí y por sí mismos; no es probable que el tratamiento 
conduzca a una reducción de los índices sociales de problemas relacionados 
con el alcohol” (Room et al., 2013, p. 333); proponiendo actuar sobre el medio 
social, ya que “puede ser más eficaz influir sobre el ambiente comunitario que 
rodea al bebedor, que persuadir directamente al bebedor mismo” (Room et 
al., 2013, p. 259).
De tal manera, se propone impulsar actividades preventivas y conver-
sionistas de muy diferente tipo, pero de la revisión que de estas hacen los 
Alcoholismo, negaciones y biopoderes imaginarios y más o menos líquidos XVII
salubristas mencionados, surge un panorama dudoso y escéptico respecto 
de las medidas preventivas aplicadas; salvo para las que se vienen utilizando 
desde el siglo XIX, que refieren a las restricciones de tiempo, espacio y edad 
para consumir alcohol, así como a la aplicación de medidas fiscales que, sin 
embargo, no han logrado reducir el consumo de alcohol en la mayoría de los 
contextos en los que han sido aplicadas. Lo que nos lleva a preguntarnos una 
vez más ¿qué es el alcoholismo?
Considero que el problema nuclear para establecer médicamente qué es 
alcoholismo y convertirlo en “enfermedad” sigue vigente, dado que los usos 
del alcohol, incluyendo ebriedades, violencias, euforias y tristezas son parte 
de la normalidad sociocultural dentro de la que viven la mayoría de los mexi-
canos, incluido el personal de salud y los curadores tradicionales. Y la cuestión 
sigue siendo —como plantea George Devereux (1973)—, ¿cómo pasamos de 
lo “normal” a lo patológico? Según la información que manejamos, desde 
finales del siglo XVIII y principios del siglo XIX,el saber médico ha tratado 
de convertir el consumo individual y colectivo de alcohol en enfermedad, 
estableciendo una serie de síntomas y de signos, de proponer diagnósticos 
y tipos de cuadros y diseñando tratamientos y mecanismos de prevención. 
Pero pese a que la biomedicina ha seguido “descubriendo” nuevos cuadros de 
alcoholismo, como cuando inventó el “alcohólico problema” en las décadas 
de 1960 y 1970, sin embargo, no parece convencer ni a la población ni a los 
propios médicos de que el alcoholismo es una enfermedad, por lo menos en 
términos de salud mental.
Desde hace años, médicos y científicos sociales críticos y, especialmente, 
las corrientes antipsiquiátricas han considerado que una parte de las enfer-
medades actuales han sido producto total o parcial de la construcción médica 
y, en gran parte de los casos —por ejemplo, los llamados trastornos de 
atención— han logrado convertirlos en enfermedad, tanto para el personal 
de salud como para los pacientes. 
El alcoholismo, por lo menos para mí, es el primer intento de la medicina 
moderna de convertir un comportamiento social y colectivo en una enfer-
medad física y mental; sin embargo, mientras la medicina y la psiquiatría 
sostienen el alcoholismo como enfermedad a nivel de discurso, no han con-
seguido que en términos prácticos lo reconozca o lo acepte la población, ni la 
mayoría de los alcoholizados, pero tampoco una parte de la práctica médica. 
Aclaro que, cuando señalo que el alcoholismo u otro proceso puede ser una 
construcción social, no quiero decir que necesariamente el alcoholismo sea un 
“invento” o que no genere problemas de salud, sino que para que algo sea pro-
blema a nivel colectivo —como diría Gramsci, y Gusfield (1981) reconoce que 
diría Gramsci— debe ser reconocido y difundido por alguna fuerza social que 
Morir de alcohol: saber y hegemonía médicaXVIII
tenga capacidad de proponer e imponer la existencia de ese problema. Y, por lo 
tanto, necesitamos explicar por qué el alcoholismo se “construye” a mediados 
del siglo XIX, y se lo irá caracterizando y complejizando durante dicho siglo y 
parte del siglo XX, así como qué fuerzas sociales, incluidas las profesionales lo 
generaron y/o lo impulsaron. Esto es lo que, en forma tal vez escueta, traté de 
explicar en mi libro y retomaré en la segunda parte de este texto.
En el texto no desarrollé, dada mi concentración en el modelo médico 
hegemónico, las funciones que cumple el alcohol en términos de autoatención, 
y no solo pensándolo en sus usos como “desinfectante” hogareño, como 
bebida “energizante” o incluso como alimento y vitamínico infantil, así 
como evasor de la realidad y mecanismo contra la ansiedad, o como medio 
de estar con los otros, e incluso para “mejorar” real o imaginariamente el 
funcionamiento como sujeto. Si bien el análisis de la alcoholización, en 
términos de automedicación, ha sido desarrollado por investigadores incluso 
como “drogadicción” (Romani & Comelles, 1990; Morgan, 2008), me interesa 
señalar que la mayoría de los padecimientos mentales en términos de tristeza 
o de envidia, de soledad o de ira, de sufrimiento o de fobia son tratados por 
los sujetos y microgrupos —no solo inicialmente, sino en forma reiterada— a 
través de actividades de autoatención, que en el caso del alcoholismo adquiere 
un papel dual y complementario, porque el alcohol puede ser utilizado 
como automedicación, pero además el alcoholismo suele ser tratado como 
“enfermedad” a través de formas de autoatención individual o colectivas.
En todo el libro y en diferentes espacios se señala una variedad de 
perspectivas generadas por la antropología del alcoholismo que permiten no 
solo observar aspectos y procesos que la biomedicina no toma en cuenta, sino 
que propone otras formas de estudiar y explicar el alcoholismo, señalando que 
los aparatos médico-sanitarios y sobre todo los especialistas reconocen estos 
aportes, al menos parcialmente, pero salvo excepción no los utilizan a nivel 
clínico ni preventivo, y cuando lo utilizan son los médicos los que los llevan a 
cabo, pero frecuentemente medicalizando las propuestas antropológicas. Y esto 
también constituye una continuidad, por lo menos desde la década de 1960.
Como sabemos, Horton (1943) planteó tempranamente la necesidad de 
estudiar el alcoholismo no solo a través de los actores sociales que manejan 
patológicamente el alcohol, sino también de los que lo usan en forma 
“normal”, cuestionando el enfoque biomédico que solo toma en cuenta a los 
bebedores patológicos. Según Horton, en los EEUU de principios de la década 
de 1940, la medicina reconoce la existencia de 600.000 alcohólicos, pero 
desde el punto de vista del antropólogo social, los hábitos de consumo de 
39.400.000 bebedores normales, es decir, los no problemáticos, constituyen 
el punto lógico de partida para la explicación básica de los problemas 
Alcoholismo, negaciones y biopoderes imaginarios y más o menos líquidos XIX
vinculados a la ingestión de alcohol. El antropólogo llega incluso a proponer, 
que la comprensión total de las condiciones que producen la ebriedad y el 
alcoholismo crónico solo puede obtenerse mediante tales estudios (Horton, 
1943; Menéndez, 1991, p. 46).
En función de este tipo de propuestas y del desarrollo de un enfoque 
relacional, considero que según sea el problema a estudiar, necesitamos 
incluir todos los actores sociales involucrados protagónicamente y no solo 
reducirnos al punto de vista de un actor para transmitir sus narrativas, sus 
dolores o sus aflicciones. De tal manera que, respecto de algunos problemas 
que tienen que ver con el alcoholismo, uno de los principales actores sociales 
puede ser un tipo de curador tradicional dado que, en México y también en 
EEUU, una parte del alcoholismo es producto de “daños” generados por un 
brujo, que solo puede “curar” la brujería. Sin embargo, respecto de otros pro-
blemas, uno de los actores significativos puede ser la industria químico-far-
macéutica, dada la carencia de fármacos específicos eficaces. Y por supuesto 
que en los dos casos se deben incluir los otros actores sociales significativos 
que operan en cada proceso de alcoholización.
El enfoque relacional es decisivo para estudiar los procesos de salud/
enfermedad/atención-prevención y, en particular, el alcoholismo, dado que a 
través de él he podido —por supuesto parcialmente— ir sistematizando ciertos 
aspectos. Ha sido a través de fenómenos como las recaídas del alcohólico 
supuestamente “rehabilitado”, que puede verificarse que una de las principales 
causas —para varios analistas, la principal— de dicha recaída, es el sistema de 
relaciones sociales dentro del cual vive el “alcoholizado”. Y frente a lo cual el 
médico no tiene otra que enviarlo a un grupo de Alcohólicos Anónimos o, 
en México, puede enviarlo además a “jurar a la virgen”3, dado que si el sujeto 
regresa a su universo relacional casi inevitablemente volverá a alcoholizarse.
El enfoque relacional es también decisivo para pensar ciertos procesos 
que se han identificado en el pasado con el alcoholismo, y me refiero a las 
violencias que se observaban a finales del siglo XIX, sobre todo, en los alco-
hólicos “furiosos” y delirantes, sobre los cuales no solo se aplicaban terapias 
agresivas de tipo físico sino que, en países como Francia y EEUU, los médicos 
propusieron crear asilos/cárceles especiales para este tipo de alcohólicos. Y, 
necesitamos recordarlo, estos alcohólicos ejercían sus violencias furiosas, 
3En México, no se sabe quién, creo el juramento a la virgen, que consiste en que una persona va 
a la Iglesia católica y frente al sacerdote jura ante la imagen de la virgen de Guadalupe no beber 
durante dos meses o dos años. Este juramento, lo transmite a sus familiares y amigos, los cuales 
no esperan que el sujeto beba alcohol dado que está “jurado”, y por lo tanto no le exigen que 
beba con ellos, y recaiga en el alcoholismo.
Morir de alcohol: saber y hegemonía médicaXX
sobre todo, contra sus familiares,amigos y vecinos, lo que anticipa el reco-
nocimiento de que la mayoría de las violencias no se ejercen respecto de 
extraños, sino de personas cercanas. Y si bien han sido las corrientes feministas 
las que más lo han subrayado en los últimos años, refiriéndose a la constante 
violencia ejercida por el varón respecto de su pareja femenina, necesitamos 
reconocer que más allá de su particularidad, esta relación violenta es parte 
de las violencias cercanas que se ejercen al interior de las familias, especial-
mente respecto de los hijos, pero también entre amigos y entre vecinos, o 
entre personas “cercanas” que tienen una significación especial, como ocurre 
con los sacerdotes católicos en los cuales se “descubre” una pedofilia hasta 
ahora negada, pero sabida.
Lo que tenemos que aceptar es que no solo los femicidios ocurren entre 
personas cercanas, sino que la mayoría de los homicidios, de las violaciones 
sexuales, de los suicidios, de las brujerías, de las pedofilias o de las envidias 
también, y que frecuentemente muchas de estas relaciones están alcoho-
lizadas. Más aún, necesitamos asumir que gran parte de las agresiones, 
incluidos los homicidios, los sujetos las realizan respecto de sus pares en 
términos sociales; es decir, la mayoría de los “pobres” no agreden o incluso 
matan a quienes los explotan, estigmatizan o excluyen en términos sociales y 
económicos, sino que matan a otros pobres. Y el alcohol suele tener también 
algún tipo de presencia en ello.
Durante el trabajo de campo realizado en colonias populares del sur de 
la ciudad de México fui invitado a una fiesta de una joven de quince años, y 
obviamente en la reunión se bebió en forma abundante. A cierta hora de la 
noche, se me acercó una persona, que no conocía y que ya estaba alcoho-
lizada, y comenzó a hablarme de una persona, a la que señaló, que lo había 
estado mirando mal y que no le gustaba eso. Traté de tranquilizarlo al res-
pecto, pero siguió hablando de lo mismo, hasta que no lo vi más; pero a eso 
de las dos horas este sujeto mató a cuchilladas a la persona que lo miraba 
mal. Ambos eran del barrio y amigos de la familia de la joven, y el homicida 
no tenía antecedentes, aunque cuando bebía se volvía agresivo. La mirada, el 
alcohol, la cercanía pueden llegar a tener que ver con muertes que aparente-
mente resultan absurdas, pero que necesitamos resignificar para entenderlas, 
ya que lo que observé es que la mayoría de los presentes aparecían dolidos, 
pero sin que dicha muerte les pareciera absurda.
Un segundo aspecto metodológico básico, tanto para la investigación 
como para la intervención, es tratar de establecer cuáles son los presupuestos 
de todo tipo que manejan los diversos actores sociales respecto del alcoho-
lismo, incluidos los médicos de atención primaria y los especialistas, dado 
que en el libro hemos documentado la existencia de representaciones sociales 
Alcoholismo, negaciones y biopoderes imaginarios y más o menos líquidos XXI
negativas respecto de los alcohólicos por parte de un personal de salud, que 
tiende a rechazarlos y/o a negarlos como pacientes. 
Además, respecto de los diferentes actores sociales con los que trabajemos, 
necesitamos obtener no solo sus representaciones sociales sino también sus 
prácticas respecto del alcoholismo, los alcoholizados y los que los “atienden”, 
porque generalmente existen diferencias entre las representaciones y las 
prácticas, de tal manera que, si solo trabajamos con las representaciones de 
un médico o de un paciente, tendremos una visión sesgada de la realidad a 
estudiar. El alcohólico y el psiquiatra no solo nos debieran hablar de lo que 
piensan (discurso), sino de lo que hacen (práctica) respecto del alcohol, el 
alcoholismo y la relación médico-paciente. Más aún, dada la distancia que 
puede haber entre las representaciones y las prácticas de los actores sociales, 
es básico tratar de observarlas; lo cual obviamente no niega el papel del dis-
curso hablado y de su análisis en términos terapéuticos y no terapéuticos.
Los imaginarios teóricos son siempre a-históricos
Los estudios socioantropológicos han descripto y analizado varios aspectos 
respecto de la alcoholización, el alcoholismo y los alcohólicos, de los cuales 
solo nombraré algunos, dado que no solo han mostrado las limitaciones del 
saber médico para tratar el alcoholismo, sino que han evidenciado que fre-
cuentemente la biomedicina, en lugar de contribuir a desestigmatizar ciertos 
problemas, por el contrario, ha sido uno de los principales agentes funcio-
nales de la estigmatización, caracterizándose por su resistencia a desarrollar 
ciertas tareas desestigmatizantes. Señalo esto sin ignorar que la transfor-
mación del “vicio” alcohólico en alcoholismo como enfermedad, en la última 
parte del siglo XIX, contribuyó inicialmente a reducir la estigmatización de 
ciertos tipos de alcoholizados, pero el énfasis del saber médico en las conse-
cuencias y funciones negativas cumplidas por los usos del alcohol y la alco-
holización, dejando de lado las consecuencias y funciones positivas o por 
lo menos ambivalentes de dichos usos, redujo dicha posibilidad. Máxime, 
cuando la transformación del alcoholismo en enfermedad, se ligó temprana-
mente a la propuesta del alcoholismo como degeneración, subrayando aún 
más su carácter negativo. Pero, además, colocando la degeneración heredoal-
cohólica casi exclusivamente en las clases bajas urbanas. 
Una tendencia rescatable de las acciones biomédicas mexicanas ha sido 
la de no aplicar políticas prohibicionistas a la producción y/o al consumo 
de bebidas alcohólicas, ya que el aparato médico-sanitario, y otros sectores 
del gobierno, solo se han limitado a recomendar restricciones generalmente 
Morir de alcohol: saber y hegemonía médicaXXII
basadas en la edad y, en algún momento, en el género, así como restricciones 
de horarios y de espacios de consumo, lo cual contrasta con lo ejercido res-
pecto de la mayoría de las sustancias consideradas adictivas, salvo el tabaco, 
ya que todas las demás están prohibidas y son consideradas ilegales. Y esta 
relación legalidad-prohibición constituye una contradicción del ejercicio 
biomédico, dado que uno de los objetivos centrales de la biomedicina es 
enfrentar y reducir las consecuencias de las enfermedades y, especialmente, 
la mortalidad, y todos los indicadores señalan que el alcohol es la sustancia 
considerada adictiva, pero legal, que más mortalidad genera.
Si los objetivos centrales de los aparatos médico-sanitarios fueran real-
mente reducir y, de ser posible, eliminar las consecuencias en la morbimor-
talidad, todas las sustancias supuestamente adictivas deberían integrarse en 
perfiles epidemiológicos que posibilitaran observar lo que señalo. Pero ello 
no ocurre, dado que las instituciones implicadas directamente en el estudio 
y en la vigilancia epidemiológica del consumo de drogas consideradas adic-
tivas, tratan de aislarlas intencional y/o funcionalmente del resto de los pade-
cimientos considerados adictivos, pero también no adictivos, lo cual opaca o 
elimina observar la relación de cada una de estas sustancias con la mortalidad 
en términos comparativos.
Si no es la enfermedad y, sobre todo, la mortalidad generadas por drogas 
presuntamente adictivas lo que decide técnica y científicamente qué drogas 
son legales y cuáles no, necesitamos encontrar qué procesos y criterios inter-
vienen en esta decisión. Subrayo que la biomedicina y los aparatos médico 
sanitarios fundamentan y aplican criterios para establecer qué drogas son 
legales y cuáles son prohibidas, y todos los datos indican que dos de las 
drogas consideradas adictivas más letales, como son el alcohol y el tabaco 
son, sin embargo —como ya lo señalamos— legales y libres para el consumo, 
mientras otras cuyas consecuencias son mínimas son ilegales y prohibidas, a 
menos que las recete un médico4.
Estas formas de proceder resultan más contrastantes dado que, en todos 
los casos, los especialistas hablan de “dependencia”,de tal manera que la far-
macodependencia opera tanto respecto de la cocaína y la mariguana como 
4Si bien existen varios trabajos que, en términos individuales, evalúan los daños a la salud ge-
nerados por las distintas sustancias adictivas, en 2010, un grupo de investigadores británicos 
publicó un texto en el que evalúan comparativamente 20 sustancias consideradas adictivas 
según los daños que producen, siendo 100 el nivel máximo de daños. Los resultados fueron los 
siguientes: alcohol 72, heroína 55, crack 54, metanfetamina en cristal 33, cocaína 27, tabaco 26, 
anfetaminas 23, cannabis 20, ácido gammahidroxibutírico 18, benzodiacepinas 15, ketamina 
15, metadona 14, mefedrona 13, butano 10, khat 9, éxtasis 9, esteroides anabolizantes 9, LSD 7, 
buprenorfina 6 y hongos alucinógenos 5 (Nutt, King & Philips, 2010).
Alcoholismo, negaciones y biopoderes imaginarios y más o menos líquidos XXIII
del alcohol y del tabaco, y algunos ya lo están proponiendo para el azúcar y 
la sal, y algún experto ha propuesto también la carne vacuna, dado que estas 
“sustancias” no solo tienen un alto impacto en la mortalidad, sino que también 
serían adictivas. Ahora bien, lo que señalamos es conocido por los especialistas 
en adicciones, por los epidemiólogos y por el sector salud pero, sin embargo, 
estas comparaciones no suelen hacerlas en términos generales ni en términos 
de salud mental, y menos aún al reflexionar sobre esta aparente contradicción.
Por lo tanto, necesitamos interrogarnos sobre qué es lo que conduce a 
considerar ilegales a unas sustancias y a otras no, dado que las consecuencias 
en la morbimortalidad no lo posibilitan, ni tampoco puede referirse al cri-
terio de “dependencia” o de “adicción”, dado que esos criterios no pueden 
sostenerse en términos científicos (McAndrew & Edgerton, 1969). Pero si la 
biomedicina y el sector salud no pueden legitimar la separación legal-ilegal 
a través de criterios científicos o, por lo menos, a través de tasas de mor-
talidad y morbilidad ¿qué es lo que legitima dicha clasificación biomédica? 
Una lectura de la trayectoria histórica del alcoholismo o de la mariguana, nos 
indica que en ello intervinieron causales económico-políticas e ideológicas 
que adquieren un reiterado tono moral a nivel público, y que se legitiman a 
través de la biomedicina y del orden jurídico.
Toda sociedad, incluidas las capitalistas y las denominadas socialistas de 
Estado, parece que necesitan construir sujetos “desviados” socialmente, y 
una parte de esa construcción se realiza actualmente a través de la biome-
dicina. Desde por lo menos la década de 1930, los antropólogos relativistas 
que discutieron la relación normal-anormal llegaron a este tipo de conclu-
siones, sosteniendo que no solo las sociedades capitalistas, sino toda cultura 
construye sus propias enfermedades mentales (Bastide, 1967; Benedict, 1934; 
Devereux, 1937, 1973). Pero en el caso de las sociedades capitalistas, obser-
vamos una continua generación o invención de adicciones, de tal manera 
que casi todo puede convertirse en objeto de adicción ya sea al juego, al sexo, 
a la salud, a la pornografía o a las redes sociales. Así, el manual de psiquiatría 
conocido como Diagnostic and statistical manual of mental disorders (DSM V), no 
solo reconoce toda una serie de nuevos comportamientos adictivos, sino que 
establece indicadores cada vez más bajos de dependencia para las antiguas 
adicciones, con una fuerte tendencia no solo a biologizar las causas y los tra-
tamientos, sino también la prevención5.
5El doctor Miguel Ángel Carreón Sánchez, director del Instituto Mexicano de la Juventud, plan-
tea elevar la edad mínima para tomar alcohol a los 21 años, dado que a dicha edad es cuando 
el lóbulo central del cerebro termina de desarrollarse, lo que posibilita un mayor autocontrol 
(La Jornada, 17/11/2011) 
Morir de alcohol: saber y hegemonía médicaXXIV
El alcoholismo surgió y se desarrolló como enfermedad física y como 
padecimiento mental en los principales países europeos entre mediados y 
finales del siglo XIX, y aparece estrechamente relacionado con procesos eco-
nómicos y políticos y, especialmente, con el desarrollo de grandes aglome-
rados urbanos caracterizados por una población migrante y pobre, sometida 
al ciclo ocupación-desocupación y observada por las clases dominantes como 
clases peligrosas y sumamente violentas, que había que controlar. El alcohol 
emergerá como la sustancia que reúne personas en bares y cantinas, que son 
además percibidos como lugares de peleas, riñas y también de “conspiración” 
social. El alcohol será considerado una sustancia que genera violencias, que 
potencia la violencia “natural” y “degenerada” de las clases peligrosas, ya que 
será durante ese lapso que la biomedicina construya la idea de degeneración 
y proponga el concepto de heredoalcoholismo para plantear la locura alco-
hólica como la más peligrosas y más difundida de las locuras. Así, el alco-
holismo pasó a ser, en la mayoría de estos países, la primera causa de inter-
nación en cárceles y manicomios.
Es decir, la biomedicina a partir de usos y costumbres previos, —el 
consumo individual y colectivo de alcohol—, “construye” una enfermedad 
para lo cual propone indicadores diagnósticos y tipos de tratamientos que 
“medicalizan” procesos sociales, considerados peligrosos por los sectores 
sociales dominantes. Este etiquetamiento operó en los países capitalistas cen-
trales y en varios países latinoamericanos a finales del siglo XIX, continuando 
hasta la actualidad, pero con significativas modificaciones.
Toda “nueva” enfermedad y, en nuestro caso, toda nueva “adicción”, 
necesita ser analizada en términos históricos y antropológicos para decidir 
cuáles son las causales de su reconocimiento y construcción, quiénes son los 
que las proponen y construyen, si dicha enfermedad es asumida o no por los 
sujetos y conjuntos sociales medicalizados o si solo permanece como instru-
mento potencial de control biomédico y legal. 
Aclaro que no niego la existencia de adicciones y, menos aún, de sus 
consecuencias negativas, como está ocurriendo en estos momentos con la 
creciente mortalidad por sobredosis de drogas opioides, especialmente en 
EEUU, que solo en 2017 causó la muerte de 70.000 personas en dicho país. 
Pero considero que estos procesos expresan características básicas en tér-
minos estructurales o coyunturales de la sociedad y de los grupos sociales 
en los que ocurren, por lo que necesitamos preguntarnos a qué se debe el 
incremento en los últimos años de este tipo de muertes articuladas, por 
lo menos, con otros dos procesos, y me refiero al notable aumento de los 
cuadros depresivos y de los suicidios sobre todo en veteranos de guerra en 
dicho país. Más aún, si bien las muertes por sobredosis aumentaron en todos 
Alcoholismo, negaciones y biopoderes imaginarios y más o menos líquidos XXV
los grupos de edad en ambos géneros y en los diferentes grupos socioraciales, 
sin embargo, la mayor concentración de muertes se da en varones de 45 a 54 
años de “raza” blanca, franja etaria en la que ha descendido notablemente 
la esperanza de vida. ¿Qué expresa esta mortalidad respecto de la sociedad 
estadounidense y de algunos de sus sectores sociales? ¿Qué tiene que ver con 
el incremento de las desigualdades socioeconómicas, con el desarrollo de 
formas laborales que convierten en pocos años en obsoletas a toda una gene-
ración perteneciente a ciertos estratos sociales, y que amenaza con generar 
una permanente inestabilidad ocupacional? ¿Qué expresa respecto de una 
reducción de la “sociedad de bienestar”, y con la situación de un país constan-
temente en guerra contra alguien, y cuya implementación genera trastornos 
postraumáticos en millares de sujetos? ¿Qué expresa de una sociedad “blanca” 
que sabe que ya no es mayoritaria sino la primera minoría étnica, y que en 
términos de pocas décadas pasará a ser la segunda minoría hasta tal vez des-
aparecer? ¿Qué expresa respecto de un país que estádejando de ser en forma 
acelerada el “centro” del mundo, pese a los intentos de su actual presidente de 
considerar “América Primero”?
Sin pretender compararlo con el caso estadounidense, recordemos que, 
entre las décadas de 1970 y 1990 se generó en la antigua Unión de Repúblicas 
Socialistas Soviéticas (URSS), posiblemente la catástrofe demográfica más 
grave del mundo contemporáneo, dado que en pocos años se redujo en once 
años la esperanza vida en dicha sociedad y, especialmente, en los varones 
en “edad productiva”; reducción que fue —y sigue siendo— atribuida por el 
sector salud principalmente al alcoholismo, pero también al derrumbe psi-
cosocial de una sociedad que no solo estaba dejando de ser “socialista”, sino 
que dejaba de ser una potencia política y cultural, lo cual era parte no solo del 
Estado ruso, sino de la identidad y de la subjetividad de su población.
Por lo cual, otra de las preguntas a hacernos es ¿por qué las “drogas adic-
tivas” aparecen como parte central de situaciones sociales, respecto de las 
cuales los analistas vienen planteando, desde el último cuarto del siglo XIX 
hasta la actualidad, que las causales de estos “derrumbes” y disoluciones se 
deben a la caída o ruptura de los lazos, las relaciones y los rituales sociales? 
Recordemos que “drogas” como el alcohol y la mariguana se caracterizan por 
un tipo de consumo social y frecuentemente colectivo, más allá de los des-
tinos individuales de los sujetos.
Desde hace años, he tratado de aplicar las propuestas de Giovanni Ber-
linguer, quien sostenía que los procesos de salud/enfermedad constituían 
posibles espías de las contradicciones de los sistemas. Pero Berlinguer refería 
estas “contradicciones” a los sistemas y, personalmente, considero que el aná-
lisis de los procesos de s/e/a-p pueden evidenciar también las orientaciones, 
Morir de alcohol: saber y hegemonía médicaXXVI
imaginarios y omisiones de los operadores de una parte de los sistemas, así 
como de los analistas de dichos sistemas, en nuestro caso, los médicos y los 
analistas de los procesos de s/e/a-p. Y así, por ejemplo, el actual desarrollo 
masivo de nuevas “adicciones” y la persistencia de las antiguas toxicomanías 
han conducido a que no solo los científicos sociales o los salubristas se planteen 
en términos sociales a qué se debe el surgimiento de estas adicciones, sino 
que escuelas psicoterapéuticas también han tratado de explicarse en términos 
sociales y no solo psicológicos este surgimiento y esta expansión adictiva.
Y así observamos que, por ejemplo, las tendencias psicoanalíticas laca-
nianas que se plantean las toxicomanías, sin nombrar sino excepcionalmente 
el alcoholismo, adhieren a las propuestas de Zygmunt Bauman (2016, 2017) 
respecto del dominio, en las sociedades desarrolladas actuales, de relaciones 
líquidas, es decir, débiles y efímeras. El desarrollo de las adicciones tendría 
que ver con la caída, disolución y transformación de los lazos sociales, con 
el dominio de un individualismo desamparado y de un consumismo desen-
frenado, que autoconsume a los propios sujetos, así como con otras caracte-
rísticas de este tipo, focalizadas en el individuo.
Y estos psicoterapeutas manejan estas características sin tomar en cuenta 
lo que sí necesita plantearse Bauman como sociólogo historicista, y es 
que remiten a un “antes” comparativo en el que dominaban relaciones no 
líquidas. Pero ocurre que Bauman nunca localiza ese “antes”, pues ese “antes”, 
en el caso de las sociedades europeas, nos puede llevar a las décadas de 1920 
y 1930 con la creación de sociedades nazifascistas y el desarrollo del stali-
nismo, que no solo construyeron los campos de exterminios y los gulags, sino 
que buscaban el desarrollo de lazos sociales fuertemente integrados, de los 
que excluían a los “otros” por razones racistas o ideológicas, frecuentemente 
hasta la muerte6. Los intelectuales de aquellas décadas también “sentían” y 
analizaban como Bauman, y me refiero a Oswald Spengler y compañía, que 
se estaban debilitando los lazos sociales y que había que impulsar ideologías 
que los reconstituyeran (Menéndez, 2002).
Esta “teorización” no solo correspondía a elaboraciones intelectuales 
pesimistas generadas por el desencadenamiento de la denominada Primera 
Guerra Mundial, sino que durante el período de 1930 a 1940 eran legiti-
madas por estudios sociológicos y antropológicos sobre diversos aspectos de 
las sociedades europeas y estadounidense que indicaban la caída o reducción 
6Por supuesto que no pretendo identificar al stalinismo con el nazismo o el fascismo desde un 
punto de vista político, lo que no niega las criminalidades generadas por el primero a partir 
del lema de que “el fin justifica los medios”, y subrayo que estoy hablando de stalinismo y no 
de comunismo.
Alcoholismo, negaciones y biopoderes imaginarios y más o menos líquidos XXVII
tanto de relaciones, como de los rituales sociales, por ejemplo, referidos a la 
muerte, que expresarían según los analistas de la época —y no los de 1980-
2010— la caída, la debilidad, la desaparición de las relaciones sociales, frente a 
lo cual, en lugar de “tóxicos” durante dichas décadas, consumimos ideologías.
Pero si el “antes” lo referimos a etapas aún más anteriores, es decir, a fines 
del siglo XIX y principios del siglo XX, ¿con qué nos encontramos? Conque 
los sociólogos durkheimianos y no durkheimianos nos hablan del paso a 
primer plano del individuo, de la caída de los lazos sociales, de la debilidad 
de las estructuras sociales de “sostén”, y de la necesidad de desarrollar grupos 
intermedios que mantengan e impulsen las relaciones y rituales sociales.
Considero que, para Bauman, el “antes” refiere a un imaginario que no 
puede concretar, porque él sabe mucho mejor que nosotros que respecto de 
estos dos “antes” se acuñaron términos como alienación, deshumanización, 
burocratismo, holocausto, genocidio, racismo, autodestrucción, así como 
otros que evitamos nombrar. Es decir, por lo menos desde finales del siglo XIX 
hasta la actualidad, una parte del pensamiento “occidental” ha venido propo-
niendo, en diferentes momentos, las mismas conclusiones: somos sociedades 
cada vez más individualistas, desintegradas o en vías de desintegración social, 
dominados por el consumismo, por la reducción constante de relaciones y 
rituales sociales, etc., lo cual explicaría nuestra necesidad de construir “depen-
dencias” y, una parte de esas dependencias, remite a las “drogas”.
Ahora bien, en el caso de una parte de las corrientes lacanianas y de otras 
corrientes psicoterapéuticas y sociológicas, sus ideas respecto de las causas 
sociales del incremento actual de las toxicomanías basadas, por lo menos en 
parte, en Bauman, solo remiten a un tiempo presente, por lo que se verifican a 
sí mismas. Pero, además, como ya señalé, estas corrientes, cuando se refieren a 
toxicomanías casi no hacen referencias al alcoholismo, pese a que tanto entre 
1980 y 2010, como entre 1920 y 1940 o entre 1870 y 1910 el alcohol es la droga 
“adictiva” más consumida en países como México, Argentina, Chile o Francia.
Esta negación del alcoholismo7 la encontramos también en Michel 
Foucault respecto de los tratamientos “psiquiátricos” utilizados durante un 
7La negación del papel del alcohol y del alcoholismo lo encontramos en toda una serie de 
corrientes y de tendencias médicas y no médicas sumamente importantes: a) los estudios de 
género feminista y el feminismo, en general, no analizan el papel del alcohol, pese al incre-
mento del síndrome de alcoholismo fetal y de la mortalidad por cirrosis hepática en la mujer 
en algunos contextos; b) los estudios sobre los grupos gay y no gay casi no hacen referencias 
al papel del alcohol en las relaciones hetero y homosexuales vinculadas al VIH-sida; c) existen 
muy escasos trabajos en los que específicamente se estudian masculinidad y alcohol, e incluso 
violencia y alcohol desde la perspectiva de los estudios de género sobre masculinidad; d) los 
estudiosactuales sobre clase obrera y sobre relaciones de clase ya no hacen referencias al papel 
del alcohol, como ocurría a fines del siglo XIX y principios del XX; e) los estudios sobre salud 
Morir de alcohol: saber y hegemonía médicaXXVIII
siglo que él estudió intensamente, recordando que este analista construye su 
noción de biopoder centrado en la medicina y, especialmente, en la “locura”, 
en la enfermedad mental y en los manicomios, donde a través de diferentes 
tratamientos, en especial, del tratamiento moral, se ejerce y se fortalece un 
biopoder que tiene la legalidad y facticidad de encerrar a todo aquel que 
considera “loco”. Pero ocurre que Foucault (2008), en todo su análisis del 
poder psiquiátrico durante el siglo XIX, prácticamente nunca hace referencias 
al alcoholismo, que no solo era la primera causa de enfermedad mental en 
Francia, sino que generaba la mayoría de los sujetos internados por su locura 
en países como Francia o México. Según Postel y Quetel (1987) en 1887, 1897, 
1907, 1927 y 1937 el alcoholismo fue la primera causa de internación de varones 
en hospicios franceses.
Más aún, en las clases magistrales de Michel Foucault sobre el tratamiento 
moral o sobre los anormales, observamos que el alcoholismo nunca aparece, 
pese a que los principales teóricos del tratamiento moral entre 1870 y 1910 
eran especialistas en alcoholismo, y que gran parte de los internados por 
anormales o monstruosidades eran ciertos tipos de alcohólicos caracterizados 
por su degeneración. Como sabemos, Foucault propone una suerte de poder 
omnímodo del médico y, sobre todo, del psiquiatra, respecto del cual no solo 
los locos sino la población, en general, acepta que ejerzan el biopoder sobre 
ellos. Pero la información generada por los propios médicos y psiquiatras en 
Francia y en México indican que la mayoría de los internados en los hospicios 
son los que padecen alcoholismo, y que el alcohólico resulta un sujeto 
“molesto” para los psiquiatras, dado que gran parte de su comportamiento 
es “normal”, y es tan normal que pese al biopoder, la mayoría de los 
alcohólicos solo residen unos pocos días en los asilos porque los echan, 
dada su “normalidad”, o porque se escapan de dichos manicomios, pese al 
biopoder. Más aún, como ya señalamos, tanto en Francia, EEUU y México 
los especialistas proponen crear hospicios especiales para alcohólicos, y así 
separarlos del resto de los alienados. 
laboral, especialmente los generados por las instituciones de seguridad social, prácticamente 
no tratan sobre alcoholismo, pese a que los especialistas reconocen que es la primera causa 
de ausentismo; f) mientras la cirrosis hepática siempre se identificó con el alcohol, desde la 
década de 1990 dicha asociación fue disminuyendo cada vez más, pasando la identificación 
actual a la relación cirrosis-hepatitis C; g) los estudios sobre violencias cercanas, especialmente 
violaciones, estupros, relaciones incestuosas, casi no mencionan el papel del alcohol; h) no solo 
corrientes terapéuticas individuales, sino corrientes terapéuticas familiares también ignoran 
el papel del alcohol. Y estas y otras negaciones se potencian para ir “negando” un problema 
que, sin embargo, sigue siendo reconocido como grave por los organismos nacionales e inter-
nacionales de salud. Y uno de los procesos a explicar es la múltiple negación del alcohol por 
corrientes sumamente diversas, que lo que posibilitan es la legitimación unilateral del consu-
mo de alcohol.
Alcoholismo, negaciones y biopoderes imaginarios y más o menos líquidos XXIX
Pero, además, ese biopoder que construye locuras y hospicios, y que 
operaría en el imaginario social controlándolo en términos simbólicos, solo 
puede internar a un escaso número de “locos” que, como ya señalé, se escapan 
cuando quieren o pueden de los hospicios o, lo que es más interesante, pueden 
llegar a simular su locura alcohólica para poder evadir castigos mayores. Una 
parte de los agresores, incluidos homicidas que deberían ser encarcelados, 
simulan ser alcohólicos y sobre todo alcohólicos epileptoides para así ser 
“encerrados” en hospicios y no solo evadir la cárcel, sino fugarse del hospicio, 
según surge de los textos generados por médicos mexicanos entre finales del 
siglo XIX y principios del siglo XX.
Y esta simulación pueden realizarla los alcohólicos y no alcohólicos, 
porque como señala el propio Foucault, el artículo 64 del código penal francés 
formulado en 1810 sostiene que “no hay crimen ni delito si el involucrado se 
encuentra en estado de demencia en el momento de cometerlo” (Foucault, 
2000, p. 39). Y justamente el alcohol es lo que posibilitaba a homicidas y otros 
agresores evidenciar una “locura” que justificaba sus acciones, lo que aparece 
demostrado tanto para Francia como para México. Es decir, el biopoder no 
solo no puede ejercerse sobre una parte sustantiva de los locos, sino que los 
locos utilizan el biopoder en beneficio propio, y esto se ha mantenido hasta 
fechas recientes, dado que el alcoholismo disminuía en muchas sociedades 
“occidentales” la pena de quien realizaba un delito estando alcoholizado.
Pero, además, el biopoder es construido por Foucault a través de una de las 
disciplinas menos reconocida por la propia medicina, es decir, la psiquiatría, 
y no a partir de las especialidades que darán su identidad a la biomedicina 
y a partir de las cuales se ejercerá el biopoder. Una biomedicina que, por lo 
menos, entre la década de 1940 y la de 1980, trata de excluir al alcohólico de la 
consulta, dado que el alcohólico le devuelve al médico la imagen de su impe-
ricia y de su ineficacia para curarlo8. Más aún, el alcoholismo ha dado lugar 
al primer grupo de autoayuda, que además plantea en los hechos que solo el 
grupo de alcohólicos puede ser eficaz para “tratar” su alcoholismo. Al igual 
que los médicos, los grupos de Alcohólicos Anónimos consideran que el alco-
holismo es una enfermedad, pero que nunca dejará de ser “enfermedad”; más 
aún, una enfermedad que debe ser tratada por los propios alcohólicos y no 
por los médicos. Lo cual se articula con la idea gestada en el último tercio del 
8Históricamente, las enfermedades mentales, incluido el alcoholismo, aparecen como incura-
bles o difíciles de curar, y así Postel y Quetel (1987) presentan datos según los cuales en Francia 
en 1874 y 1886 solo el 7,04% y el 3,33% respectivamente de los internados en hospicios recibía el 
alta como curados, mientras que en Inglaterra en 1870 y 1890 solo el 8,54% y 7,68% respectiva-
mente eran considerados curados.
Morir de alcohol: saber y hegemonía médicaXXX
siglo XIX y principios del XX por una parte de los especialistas franceses, de 
que gran parte o la mayoría de las enfermedades mentales, incluido el alco-
holismo, son incurables (Campos Marín, 2001). Y es esta noción fatal de incu-
rabilidad la que conducirá —no solo a los grupos de Alcohólicos Anónimos, 
sino a una parte de los médicos— a impulsar la necesidad de la abstinencia.
Por lo cual, a través del libro presentamos información que contradice 
las propuestas de Foucault del biopoder, sobre todo a través del alcoholismo, 
recordando que durante los siglos XIX y XX, el país donde nació, se formó y 
trabajó Foucault es el que tiene el consumo per cápita de bebidas alcohólicas 
más alto del mundo en todas sus clases sociales, así como una de las más 
fuertes consecuencias en términos de mortalidad y ausentismo laboral, de 
baja productividad, de caída de la moral social y hasta de reducción de la nata-
lidad. Y que es en ese país, junto con Gran Bretaña, EEUU, Alemania, Austria 
y otras naciones, donde las diferentes disciplinas e instituciones constituirán 
sendos discursos sobre el alcoholismo para construirlo y legitimarlo no solo 
médicamente, sino legalmente, policialmente y hasta literariamente, articu-
lados con los intereses y necesidades de sectores económicos y políticos, en 
parte organizados en torno a la producción y comercialización del alcohol, 
sin que pudieran —ylo subrayo— imponer sus discursos a la mayoría de la 
sociedad que siguió consumiendo alcohol y alcoholizándose.
Una sociedad que logró que la alcoholización disminuyera la responsa-
bilidad de los sujetos ante los delitos cometidos, y que negó en la práctica 
carácter de enfermedad al alcoholismo. Una población que prefirió ser 
“dependiente” del alcohol y no del médico, y que se caracterizó por su escasa 
demanda del tratamiento médico para el “alcoholismo”. Unos bebedores que, 
frente a las alternativas para abandonar el alcohol que la medicina ha pro-
puesto desde el siglo XIX hasta la actualidad como, por ejemplo, reemplazar 
el alcohol con refrescos o desarrollar acciones deportivas y de otro tipo que 
los “distraigan” del consumo de alcohol, no solo no los ha “distraído” sino 
que observamos que una parte de los sujetos y grupos utilizan los refrescos 
y los espacios deportivos para consumir alcohol. Lo que era y sigue siendo 
esperable, dado que no solo los sujetos y grupos impulsan dicho consumo, 
sino que los objetivos económicos de ciertas empresas se montan sobre los 
usos individuales y colectivos de la gente. Por lo que necesitamos asumir que 
los procesos no son unilaterales y mecánicos, sobre todo los referidos a la 
alcoholización, dada la diversidad de estrategias que los diferentes sectores 
sociales, en forma complementaria o contradictoria, construyen en torno al 
alcohol, incluso reorientando las estrategias médicas que tratan de reducir su 
consumo o directamente eliminarlo.
Alcoholismo, negaciones y biopoderes imaginarios y más o menos líquidos XXXI
Esto no niega que, como ocurre actualmente en el caso de la “guerra 
contra las drogas”, los sectores sociales dominantes utilizaran el alcoholismo 
para estigmatizar y encerrar en cárceles y manicomios a miembros de las 
clases bajas. Necesitamos asumir que la inmensa mayoría de los internados en 
hospicios públicos no se caracterizaban solo por ser anormales o monstruos, 
sino —como también reconoce Foucault— por ser pobres y marginales, pero 
sin que este analista reflexione acerca de que la mayoría de esos pobres no 
están internados por ser anormales o monstruos, sino por ser alcohólicos de 
clase baja (Foucault, 1990, 2000, 2008).
El alcohol produce un sujeto —y no solo un cuerpo— que se constituye 
en casi la antítesis del sujeto que necesita el capitalismo, caracterizado por su 
productividad, por su cumplimiento de normas laborales, por ser un sujeto 
disciplinado que no falta a su trabajo, lo que el alcoholizado cuestiona a través 
del “San Lunes” y de otras estrategias sociales. Esto se expresa claramente 
en el hecho de que el alcohólico es el prototipo del “degenerado” tanto para 
Morel como para Magnan, que no solo estudian la degeneración a través del 
heredoalcoholismo, sino que, según Morel, “el alcoholismo puede producir 
el grado más extremo de degradación al que el hombre puede llegar; en la 
medida que lleva a la abolición completa de todos los sentimientos morales” 
(Caponi, 2014, p. 87). Y este “San Lunes” más o menos “degenerado” se man-
tendrá, en un país como México, por lo menos hasta las décadas de 1960 y 
1970, según lo registran algunos estudios (Fromm & Maccoby, 1970; De Walt, 
1977) y nuestras propias investigaciones de la década de 1980.
Pero, además, la estrecha vinculación que tanto las clases dirigentes, el 
orden jurídico como la biomedicina impulsaron entre alcoholismo y homi-
cidio tenía que ver, por lo menos parcialmente, con una tendencia socioepi-
demiológica fuerte que se estaba dando en los países europeos más desa-
rrollados, y me refiero a la tendencia constante de la reducción de las tasas 
de homicidio durante los siglos XVIII y XIX (Muchembled, 2010). Y esta 
expresión del desarrollo civilizatorio, como diría Elías, sería cuestionada 
especialmente por los usos homicidas del alcohol.
Necesitamos asumir que, a partir de 1838, uno de los principales criterios, 
sino el principal, para que los sujetos en Francia debieran recibir tratamiento, 
o simplemente reclusión por su padecimiento mental, era la peligrosidad del 
sujeto para la sociedad y para sí mismo. Lo que fue discutido intensamente 
por la psiquiatría francesa durante el siglo XIX y primeras décadas del siglo 
XX, manteniendo la clasificación de enfermo peligroso caracterizado “por 
la inconciencia de su estado, por protestar de manera habitual y coherente 
contra el aislamiento que prescriben, y por haber cometido o estar expuestos 
a cometer, como consecuencia de su desorden mental, delitos y crímenes” 
Morir de alcohol: saber y hegemonía médicaXXXII
(Campos Marín, 2001, p. 49). Y este tipo de sujeto es generalmente un sujeto 
que padece alcoholismo, un alcoholismo que hasta antes del siglo XIX no se 
consideraba causal de crímenes (Levine, 1978), un alcohólico caracterizado 
por su “furor maníaco”, lo que también es ignorado por Foucault.
Si nos detenemos un tanto en este autor, es porque sus maneras de 
encarar ciertos aspectos de la enfermedad mental han seducido a diferentes 
tendencias intelectuales que asumen sus discursos como ciertos, pese a que 
frecuentemente se distancia de la realidad histórica estudiada, como ocurre 
con su negación incomprensible del alcoholismo en los siglos XIX y XX, así 
como con el supuesto biopoder construido a través de una disciplina secun-
daria9. Lo cual, y lo aclaro para evitar malas interpretaciones, no niega que 
existen poderes médicos.
Pero, además, si algo caracteriza a Foucault —como a todo neodurkhei-
miano— es su exclusión del sujeto, y por eso me resulta aún más difícil 
entender los usos de Foucault por varias corrientes psicoterapéuticas actuales. 
Ahora bien, lo que más me preocupa son los usos, no solo de Foucault sino de 
otros autores en nuestros países latinoamericanos; usos que calificaría como 
neocoloniales, y que se caracterizan por “apropiarse” acríticamente de sus 
propuestas posibilitando el desarrollo de “teoricismos” que poco tienen que 
ver con nuestras realidades, por lo menos en lo referente a los procesos de 
salud/enfermedad/atención-prevención, incluido centralmente el alcoho-
lismo. “Teoricistas” que suelen repetir la frase de Foucault “donde hay poder, 
hay resistencia”, pero sin presentar los análisis sobre dichas resistencias, rea-
lizados por Foucault. Y no los pueden presentar, simplemente porque no 
existen, dado que Foucault era un enamorado del poder-poder que, salvo en 
el caso de las histéricas y similares, nunca estudió en tanto sujetos y conjuntos 
sociales subalternos, y cuya obra —junto con la de otros intelectuales—ha 
conducido a construir una visión pesimista, cerrada y obturante de las posi-
bilidades de enfrentar, reducir, cambiar o eliminar los “poderes” en nuestras 
sociedades actuales.
9Esta tendencia imaginativa y negadora de Foucault podemos observarla desde su libro sobre la 
Historia de la locura en la época clásica (1967), de la que excluye justamente a las dos sociedades 
en que más se habían desarrollado los manicomios, y me refiero a Italia y España, sin ningu-
na fundamentación metodológica y/o histórica de dichas exclusiones. Más aún, instituciones 
como el hospicio de Zaragoza cuya orientación tomó Pinel para el Hospital de la Pitié-Salpê-
trière, o el Hospital de Valencia, del cual Lope de Vega escribió una obra de teatro referida a un 
manicomio (Tropé, 1994), son ignoradas por Foucault en su Historia de la locura en la época 
clásica.
Alcoholismo, alcoholización y varios presupuestos 1
Introducción 
Alcoholismo, alcoholización y 
varios presupuestos
Alcoholismo: causa de todas las enfermedades modernas 
Gustave Flaubert, Dictionnaire des idées reçues, 1913.
El “alcoholismo”, en forma directa (cirrosis hepática, psicosis alcohólica, sín-
drome de alcoholismo fetal) e indirecta (accidentes, homicidios), constituye 
una de las primeras causas de muerte en países latinoamericanos como México, 
Chile y Argentina. Estas consecuencias se registran, sobre todo, en varones de 
entre 20 y 64 años de

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