Logo Studenta

La iluminación creadora - Rose Marquez

¡Estudia con miles de materiales!

Vista previa del material en texto

UNIDAD 1
	La Creatividad
	Lectura 3
	ROMO, MANUELA
Psicología de la creatividad
Piados, España
(pp. 31-46)
	«EL iAJÁ!
La iluminación creadora »
	 
Hierón de Siracusa, habiendo triunfado felizmente en todas sus empresas, decidió ofrecer una corona de oro a los dioses inmortales en cierto templo. Se puso de acuerdo con un artesano acerca de una gran suma de dinero para su elaboración y le entregó el oro bruto. Este artesano entregó la corona en el día convenido al rey, quien la encontró perfectamente ejecutada; después de pesarla se comprobó que su peso coincidía con el oro que se había entregado, pero luego se supo que el artesano había sustituido una parte del oro por plata. El rey se sintió muy ofendido por este engaño y al no poder encontrar la forma de probar al artesano el robo cometido, encargó a Arquímedes que se encargara de ello. Un día, éste, al introducirse en el baño preocupado por este encargo comprobó que a medida que se hundía en el agua ésta sobresalía por los bordes de la bañera. Esta observación le hizo descubrir la razón de lo que buscaba y fue tal su alegría que sin esperar más salió corriendo desnudo hacia su casa, gritando que había encontrado lo que buscaba y exclamando: iEurêka!, iEurêka!
Este choque, esta iluminación súbita, esta posesión inmediata de uno por el hecho nuevo, son cosas de las que puedo hablar. Las he experimentado, vivido. Fue precisamente de esta forma como me fue revelado el mecanismo de transmisión del tifus exantemático.
Al igual que todos aquellos que frecuentaban el hospital musulmán de Túnez desde hacía años, yo veía cada día en sus salas a enfermos de tifus acostados junto a enfermos aquejados de las infecciones más diversas; al igual que todos mis predecesores era testigo cotidiano y despreocupado de esta extraña circunstancia de que tal promiscuidad, tan condenable en el caso de una enfermedad eminentemente contagiosa, no provocase contaminaciones. Los vecinos del lecho de un enfermo de tifus no se contagiaban. y casi diariamente, en los momentos de epidemia, podía comprobar por otra parte el contagio en los aduares, en los barrios de la ciudad e incluso entre los empleados del hospital encargados de la recepción de los enfermos que ingresaban en él. Los médicos y los enfermeros se contaminaban en el campo, en Túnez, pero no en las salas del hospital.
Un día, un día como cualquier otro por la mañana, penetrado sin duda por el enigma del modo de contagio del tifus, aunque sin pensar en ello conscientemente (de esto estoy absolutamente seguro), me disponía a franquear la puerta del hospital cuando me detuvo un cuerpo humano acostado al pie de las escaleras.
Era un espectáculo corriente el ver a estos pobres indígenas, enfermos del tifus, delirantes y febriles, llegar con paso demente hasta las proximidades del refugio y caer, extenuados, en los últimos metros. Como de costumbre, pasé por encima del cuerpo. Fue en este preciso momento cuando recibí la luz. Al penetrar un instante después en el hospital poseía ya la solución del problema. Yo sabía, sin posibilidad de duda, que la solución era aquella, que no existía otra. Este cuerpo, y la puerta ante la cual yacía, me habían mostrado bruscamente la barrera ante la que se detenía el tifus!
Choque, iluminación, comprensión repentina, sentirse poseído por un hecho nuevo: los dos relatos históricos con que empiezo este capítulo ponen claramente de manifiesto todas estas impresiones subjetivas que acompañan a muchos y grandes descubrimientos científicos.
El caso de Arquímedes, según la narración de Vitrubio, leyenda o realidad, es el paradigma histórico de este fenómeno psicológico rebautizado con el sonido de la interjección ¡ajá!, más comprensible obviamente que el término griego ¡Eureka! Podría haber añadido el ejemplo de Poincaré y su descubrimiento al subir a un autobús, el de Newton y su manzana, el de Kekulé y el anillo del benceno, pero el relato literal de Charles Nicolle en su Biología de la invención de su descubrimiento sobre el mecanismo de trasmisión del tifus me parece más interesante por su detenimiento en sus propios mecanismos psicológicos e incluso la precisión sobre los elementos relevantes que desembocan en la solución del problema convirtiéndolo así en un informe verbal.
En 1975 Sydney Parnes escribe un capítulo para el libro Perspectives in Creativity de Taylor y Getzels, titulado Aha! con el cual acuña definitivamente el término que tanto él como otros autores habían utilizado esporádicamente para definir el fenómeno. Pero, ¿qué fenómeno? Cierto atisbo de entendimiento de lo que pasa se nos sugiere ya en el grito de Arquímedes, y Nicolle, de forma más intelectual, nos acerca a una mejor comprensión. Por su parte Parnes dice en el libro mencionado:
La nueva y relevante asociación de pensamientos, hechos e ideas en una nueva configuración que agrada, que tiene significado más allá de la suma de las partes, que proporciona un efecto sinérgico!
Puesto que hablo de Parnes, he considerado preceptivo copiar sus palabras relativas al significado de la noción de iajá! y, aunque no voy a entrar ahora en el análisis del concepto, sí quiero resaltar las dos funciones psíquicas que implica la definición: cognición y afecto. Por una parte se habla de una nueva configuración con un significado distinto que va más allá de la suma de las partes. Los psicólogos de la forma hablaron de las características de este tipo de gestalten en la solución de problemas y lo que Kohler o Wertheimer han definido mejor que nadie se sigue denominando insight en la psicología occidental. Pero el iajá! no es solo insight; como su nombre indica es también satisfacción, euforia, sentirse poseído por el hecho nuevo -nos dice Nicolle- tan poseído como para salir corriendo desnudo a contarlo -nos dicen de Arquímedes-. Que agrada, dice la definición anterior de Parnes. En definitiva, el jajá! es insight más afecto positivo.
La persona se siente satisfecha, pero excitada. Hay la convicción íntima de que aquello es lo que se andaba buscando, a veces desde largo tiempo atrás, de que es la mejor solución de todas las posibles o la única, de que todas las piezas encajan en una nueva composición que es maravillosamente simple. Hay otra expresión más castiza para definir el fenómeno: i ya lo tengo!
(...)
El misterio del genio
Weisberg dedica (...) un capítulo de su libro a analizar todas las obras pictóricas inspiradoras del Guernica, incluyendo algunas anteriores del propio autor como la «Minotauromaquia». Los artistas beben todos de las mismas fuentes y toman prestadas sus propias obras o las de otros. Es más, muchas veces la genialidad consiste en saber «robar». En los estudios de casos presentados por Gardner ( 1993) se constata en autores como Picasso, Stravinsky, Thomas Eliot o Martha Graham una fijación por lo primitivo y lo clásico en el marco de su revolucionario avance y ruptura con el arte de su época. Parafraseando a Eliot, Gardner dice que «los poetas inmaduros imitan, pero los maduros roban, convirtiendo durante el proceso el contenido plagiado en algo personal y, no raramente, mejorándolo».
¿Dónde queda pues la intuición, la inspiración, la iluminación creadora? La creatividad humana nos otorga cierta trascendencia pero está claro que nada surge de la nada -valga la redundancia-. En todos los productos creativos se encuentra indiscutiblemente la aportación personal del sujeto sobre lo que otros han hecho previamente. El pensamiento creador trabaja con tareas donde uno debe aportar su propio conocimiento y valores, lo cual lleva necesariamente a desembocar en soluciones, originales, decía John Hayes en su libro The complete problem solver. Otra cosa es cómo el sujeto vive personalmente la experiencia de alcanzar tales soluciones, lo cual, fenomenológicamente hablando, comporta esa experiencia de ¡ajá! que he descrito.
Por supuesto, el componente emocional acompaña a la solución de cualquier problema largamente buscada, sea original o no. Sin embargo, antes he hablado del factor sorpresa; es cierto queen la producción creadora siempre está presente tanto para el autor como para el destinatario de la obra. «Sorpresa eficiente», dice la definición de Jerome Bruner. Pero, aun así -y sigo con la desmitificación- tampoco la sorpresa es exclusiva de los procesos creadores del pensamiento. cuando llega el insight, la comprensión súbita, el sujeto se ve sorprendido, pero el insight no es privilegio de los genios; está presente cuando comprendemos un chiste, cuando resolvemos adivinanzas, «comecocos», exactamente lo que los psicólogos llamamos problemas de insight. (...)
En resumidas cuentas, la solución se presenta repentinamente, sin saber de dónde viene. Está claro que, si no ha precedido actividad mental consciente, ha sido inconsciente. Hasta aquí, de acuerdo. El problema surge cuando explicamos qué clase de actividad mental es ésa.
Los periodos de incubación
Llámesele intuición, iluminación, inspiración, lo cierto es que para el propio creador es un enigma. No resulta, por tanto, extraño que algunos (Einstein, Poe, Rilke, Valéry, Picasso, Hadamard...) se hayan sentido tentados a especular sobre su naturaleza y nos hayan obsequiado con sus particulares versiones epistemológicas del proceso creador, sin otra herramienta o metodología que la introspección, en el mejor de los casos, y si analizamos ésta, en realidad lo que hacen muchos es retrospección (Poincaré, Kekulé, Nicolle...) y, en los casos peores, engaños o autoengaños en forma de versiones fantásticas como la de Coleridge.
En general, científicos y artistas han estado de acuerdo en la necesidad de una actividad mental inconsciente para llegar a la creación, en la necesidad de un periodo de incubación mental previo al producto. Y eso es lo que vamos a discutir ahora.
En 1926 Graham Wallas escribía The art of thought y con este libro se consagraba la famosa versión de las cuatro fases en el proceso creador: preparación, incubación, iluminación y verificación. (...)
La inspiración no surge de la nada, el problema sigue estando presente. Ese alejamiento del problema del que nos hablan los creadores es ficticio: uno tiene que alejarse físicamente del problema porque el sueño le vence, porque otras actividades más urgentes le reclaman o porque, simplemente, está exhausto y necesita tomarse un respiro. Pero el problema sigue presente de manera implícita. Es indiscutible que existe una actividad inconsciente; lo que hay que discutir es la naturaleza de esa actividad.
Si hacemos caso a los relatos introspectivos, lo que sucede durante la incubación son misteriosos procesos de naturaleza ignota, para algunos divina -recordemos las teorías implícitas expuestas en el capítulo anterior- y que desembocan de forma natural en ese «bello frenesí», «éxtasis intuitivo» que llamaba con sorna Edgar Allan Poe -no precisamente un autor inspiracionista- para referirse a lo que los escritores desean aparentar ante el público.
David Perkins nos habla de la teoría de las aguas tranquilas. Cuando las aguas van remansadas es que corren profundas: aparentemente la mente está tranquila, ajena al problema, pero en algún recóndito lugar se produce ese frenesí mental cuya turbulencia brotará finalmente a la superficie. El inconsciente en el que creen los «teóricos» de las aguas profundas es el inconsciente freudiano. Ese lugar donde ocurren cosas misteriosas, dice Perkins, donde rigen otras operaciones mentales: los procesos primarios, vagamente definidos en términos asociativos. (...)
En los periodos de descanso, de tiempo-fuera no abandonamos el problema; ¿cómo vamos a abandonar algo que es importante para nosotros ya lo que hemos dedicado tanto tiempo? El albañil que me reforma la casa se encuentra con un problema de desnivel en el suelo; al día siguiente viene con la solución diciendo que, en estos casos, se lleva la preocupación a casa y al día siguiente, al levantarse, suele tener la respuesta: incubación. (...)
No se abandona el problema. Se está alerta «con las antenas puestas»; cualquier cosa puede ser válida para nuestros propósitos. Esto es más claro en el caso del escritor o el artista. Como dice Marina:
El artista está receptivo, fértil y puede ser fecundado por cualquier bobada convertida en poderoso espermatozoide. Dicho en términos no mitológicos: el proyecto cambia el significado de las cosas que se convierten en significativas, sugerentes, ...y pone el ejemplo de Henry James, que encontraba en conversaciones intrascendentes gran parte de los temas de sus novelas.
Pero el científico también está alerta y preparado para advertir que las cosas más insospechadas (manzanas que caen, serpientes que giran, agua que se derrama...) le pueden ser útiles en su trabajo.
Olton habla de «preocupación creadora» en la incubación. Sin poder evitarlo volvemos al problema una y otra vez aunque nos hayamos «alejado». Pero volvemos de otra forma, el periodo tiempo-fuera nos ha permitido recuperarnos de la fatiga y centrar mejor la atención en los elementos del problema. Corolario de esto es que bloqueos previos desaparecen y permiten nuevos enfoques que desemboquen en el insight. Se favorece la aproximación novedosa que demanda la solución de estos problemas.
Se niegan los procesos extraordinarios y el misterio, pero no la actividad inconsciente. Lo que acabo de decir se produce en ocasiones de tal manera que en el sujeto no existe una conciencia refleja de ello. En términos cognitivistas, estamos hablando de un procesamiento automático.
Lo sorprendente de la creación no es el proceso sino el resultado y de tal manera que nos hace olvidar lo anterior, es decir, el proceso: no sabemos -o mejor, no recordamos- cómo hemos llegado a ese punto. Cuando llega el insight, con la carga emocional que lleva implícita, se produce un bloqueo repentino de lo anterior. Es natural postular que se pierdan los contenidos mentales previos que se encontraban en la memoria de trabajo, ante la rotundidad del hallazgo que reclama totalmente la conciencia. También es fácil postular, para quienes no han hecho el análisis que aquí recojo, que en ese aparente vacío que precedió al insight aconteciera una incubación inconsciente. Pero, como vamos viendo, y espero que quede definitivamente claro después de completar la lectura del libro, al explicar la creatividad no hay razones para mantener un tipo de pensamiento incubatorio inconsciente de naturaleza ignota.
AZAR Y CREATIVIDAD
La «serendipia»
Dans les champs de l'observation, le hasard ne favorise que les esprits préparés.
LOUIS PASTEUR
Me pregunto si hoy tendríamos la admiración que tenemos por Fleming como científico si la suerte no le hubiera visitado aquel día del verano de 1928 en forma de cultivo enmohecido de estafilococos.
Durante la primera guerra mundial Alexander Fleming había sido enviado como médico al frente francés. Allí tuvo ocasión de comprobar los devastadores efectos que los antisépticos -único fármaco conocido hasta entonces para combatir las infecciones- tenían contra las defensas del organismo pues acababan antes con los leucocitos que con las bacterias.
Entonces nació su motivación investigadora hacia este campo. El resultado final sería un premio Nobel en 1945 y el ser considerado el padre de los antibióticos; pero, entre tanto, sucedieron algunos afortunados accidentes.
En el mes de septiembre de 1928 Fleming investigaba sobre la gripe, las mutaciones de ciertas colonias de estafilococos. En un examen rutinario de los cultivos observó una zona anormal en una de las placas: en un descuido el cultivo se había enmohecido. Tales accidentes, por otra parte, eran comunes en los laboratorios con insuficiencia de medios técnicos para evitar las contaminaciones.
El resultado fue que las colonias de estafilococos se habían afectado y aparecían transparentes en la zona atacada por el hongo. Pero Fleming no tiró aquella placa aparentemente inservible.
Si no fuera por la experiencia anterior, yo habría tirado la placa, como muchos bacteriólogos debieron hacer antes... También es probable que muchos bacteriólogos hayan apreciadocambios similares a los detectados por mí, pero en ausencia de algún interés por la a parición natural de unas sustancias antibacterianas los cultivos simplemente se descartaron.
Fleming interpretó el fenómeno como el efecto de una poderosa sustancia antibacteriana segregada por el hongo perturbador. Aisló el moho y lo identificó como perteneciente al género PeniciIlium. A la sustancia la llamó penicilina.
¿Dónde está, pues, el factor «suerte»? ¿Qué contribución le tocó al azar y qué parte a la determinación de nuestro científico en el descubrimiento de los anti- bióticos?
Con modestia, Fleming se quitaría después protagonismo al decir: Hay miles de mohos diferentes y miles de bacterias diferentes, y el que el azar haya puesto el moho en el sitio correcto, en el momento correcto ha sido como ganar a los irlandeses arrasando.
Es cierto, fue obra del azar juntar al Penicillium con el estafilococo... pero que Alexander Fleming se parara a observarlo ya extraer consecuencias, no. Verdaderamente Pasteur tenía razón: la suerte favorece a las mentes preparadas.
Vamos a llamarle con el neologismo «serendipia», como la traducción del libro de Royston M. Roberts (1989), al fenómeno tan recurrente en historia de la ciencia llamado en inglés «serendipity»! Es el descubrimiento fortuito: encontrar cosas cuando no se buscan.
El ejemplo paradigmático es el de Fleming pero podríamos recordar muchos otros casos bien conocidos. La psicología del aprendizaje, sin ir más lejos, le debe mucho a la casualidad que hizo a Pavlov percatarse del curioso fenómeno de la salivación en sus perros de laboratorio cuando anticipaban la comida. Pavlov no sólo se percató sino que consideró que merecía la pena estudiar el fenómeno y abandonó los estudios sobre la digestión para abrir el amplio campo del condicionamiento cuyo valor heurístico para el desarrollo de la psicología ha sido indiscutible.
Un colega de Semmelweis murió en el hospital de Viena al infectarse con un escalpelo en una autopsia y, curiosamente, presentó los mismos síntomas que las madres que contraían la fiebre puerperal, aquellas a quienes Semmelweis trataba en la Maternidad y cuya dolencia estaba investigando. Aquello le pondría en el camino para descubrir el origen de tan terrible enfermedad. La casualidad quiso que la muerte de este médico sirviera para salvar las vidas de muchas mujeres.
En la física la suerte ha jugado también un importante papel al ayudar a Becquerel a descubrir la radiactividad natural. ¿Cuál no sería su sorpresa al descubrir que las sales de uranio que guardaba en un cajón habían impresionado sobre una placa fotográfica la imagen de una llave que se encontraba en medio? La lista es interminable pero resulta apasionante repasar algunos ejemplos famosos como hace el libro de Roberts: Descubrimientos accidentales en la ciencia.
Además de Pasteur, otros científicos han hecho también interpretaciones psicológicas del fenómeno. Así, Paul Flory, Nobel de Química, decía en un discurso: ...La casualidad normalmente juega una parte, eso es seguro, pero hay mucho más en la invención que la noción popular de venir caído del cielo. El conocimiento en profundidad y extensión son prerrequisitos indispensables. A menos que la mente esté concienzudamente cargada de antemano, la proverbial chispa del genio, si se llegara a manifestar, probablemente no encontraría nada que prender.
Los propios científicos creadores, favorecidos o no por esa otra musa del azar, enfatizan lo que es fundamental en el descubrimiento: «mente preparada», «concienzudamente cargada». La curiosidad y el conocimiento previo, una buena base de datos que sólo la da el contacto prolongado y profundo con una temática durante unos cuantos años. Hay quien habla incluso de números mágicos:
La feliz casualidad de la «serendipia» -estamos de acuerdo con H. A. Simon- suele acontecerle a una mente preparada para ello y no precisamente a cualquiera que haya pensado un cuarto de hora sobre determinado problema. Pero hay que estar en el lugar apropiado y en el momento oportuno porque la suerte no llama dos veces como el cartero. Por eso comenzaba yo el capítulo con esa duda acerca de Fleming. Si un ayudante, o él mismo, hubieran tirado aquel cultivo, ¿hubiese llegado a conseguir el Nobel? Y... ¿cuánto tiempo más habríamos seguido sin penicilina?
Estoy convencida de que en muchas personas el azar ha jugado un papel fundamental para alcanzar las altas cotas de lo que llamamos genio porque tuvieron la suerte de estar en el lugar apropiado y en el momento oportuno.
Azar vs ciencia
Pero el enunciado de este capítulo tiene otro punto de análisis no menos importante que el de la «serendipia» para la psicología de la creatividad. Me refiero al siguiente planteamiento epistemológico: ¿cómo se puede hacer ciencia con una cosa que es impredecible y dónde interviene el azar?
Me apresuro a afirmar que estamos ante un falso problema. El azar no es ninguna amenaza para la comprensión científica de la creatividad, como no lo ha sido para comprender el mecanismo de la evolución de las especies. Los dos elementos determinantes: azar y necesidad -como el título del libro de Monod- se combinan para explicar perfectamente en una teoría científica, la de la selección natural, la evolución de la vida en el planeta. Es más, algunos psicólogos han comparado la evolución de las formas de vida con la evolución de las ideas y han desarrollado teorías «evolucionistas» de la creatividad. Ahí tenemos las teorías de Campbell y Simonton. Campbell se inspira en la creatividad de la naturaleza para dar un toque darwiniano a la creatividad humana y habla de un doble proceso de generación de ideas al azar o «variación ciega» y retención selectiva de las mismas. Estos enfoques abundan más en criterios culturales que psicológicos para definir la creatividad y últimamente están adquiriendo gran importancia. Sobre esto volveremos, pero ahora se trata de aclarar que la impredictibilidad en un campo de fenómenos no impide que su estudio sea considerado científico. «Dios sí juega a los dados», a pesar de Einstein, y el principio de la incertidumbre en la física cuántica nos lo demuestra. El paradigma de las ciencias, la física, se ha visto compelida a manejar conceptos probabilisticos para tratar con las formas más elementales de la materia y, por cierto, sin ningún complejo. Es evidente, no obstante, que el fracaso en la predicción muchas veces se debe a la complejidad del fenómeno y/o a la ignorancia y tal sucede, es indiscutible, con la creatividad. Es tanta la cantidad de procesos y materias primas involucradas en un acto creador que parece imposible llegar a descifrarlas. Es más, «aun si supiésemos el contenido completo de la mente de alguien -nos dice Margaret Boden- la complicación producida por sus poderes asociativos impediría una predicción detallada de sus pensamientos»! Pero la resistencia a considerarla como algo sometible a estudio científico está, más que en la realidad de la impredictibilidad, en la amenaza de que pueda llegar a ser predecible, añade Boden. La posibilidad de que alguien pueda algún día predecir -probablemente sólo un programa potentísimo de ordenador- cuál sería la próxima sinfonía de un compositor nos repugna, pues nos sentimos glorificados en el hecho de que las creaciones de la mente humana no son predecibles. Es más, veríamos amenazado incluso nuestro orgullo de ser capaces de disfrutar y comprender los logros de los más creadores. Pero en sus justos términos el asunto de azar, creatividad y estudio científico tiene un planteamiento menos emotivo. Se puede hacer ciencia de la creatividad, aunque en ella intervenga el azar, porque la ciencia actual está plagada de incertidumbres -que se lo pregunten si no a los matemáticos de la teoría del caos-. Por otra parte, predecir no es el verdadero objetivo de la ciencia. Explicar la creatividad es lo que debe hacer la ciencia psicológica y en ello va claramente incluido acabar con el mito del genio, cosa a la que espero haber contribuido, con esta primeraparte de mi libro.
Llegaremos a una mejor comprensión de la creatividad y ello no impedirá, más bien todo lo contrario, que sigamos abriendo la boca de admiración ante las obras de la creación humana.
Nota: El término «serendipity» procede de un cuento titulado «Los tres príncipes de Serendip» (al parecer el antiguo nombre de Sri Lanka) quienes estaban siempre haciendo descubrimientos, por accidente y sagacidad, de cosas que no se habían planteado. Horace Walpole fue quien acuñó el término en 1754 para referirse a sus propios descubrimientos accidentales.

Continuar navegando