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Resumen Texto El Sentido Histórico de la Alienación Mental, M Foucault - F Toledo

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El sentido Histórico de la alienación mental.
Michel Foucault
Francisca Toledo C.
El autor del texto desde una perspectiva socio-histórica realiza un análisis respecto a la conformación de la categoría de alienación. Desde esta perspectiva Foucault se refiere a alienación como una discriminación histórica entre lo normal y lo patológico, relación que construye las formas de alienación. 
El autor define alienación como la transformación del hombre en “otro distinto”, y es visto desde la antigüedad como el signo de mayor locura. En los griegos encontramos el Energoumenos y en los latinos el mente captus como testimonio. Es el cristianismo quien recoge estos conceptos, y los utiliza para denunciar al demonio que habita dentro del hombre. El “poseído” se trasforma en testigo del verbo y la luz, siendo la presencia encarnada del demonio y al mismo tiempo el instrumento de la gloria de Dios. El endemoniado ilustra un combate eterno, y el pensamiento cristiano reconoce en él el drama del hombre aprisionado entre lo divino y lo satánico. Para Santo Tomás la libertad es anterior a su alienación por el demonio posesor, y ella permanece irreducible e impenetrable para siempre. De este modo es sólo el cuerpo el que está condenado, por lo que el fuego liberará al espíritu de su cuerpo poseído, se quemará al insano por su salvación, justificando prácticas como la inquisición y la quema en la hoguera de los insanos. Después del renacimiento, la posesión adquiere un nuevo significado en la tradición cristiana: la posesión no deja intacta al espíritu, por lo que hay abolición de libertad. Esta visión es representada por el Padre Surin quien escribe en el siglo XVII que la posesión consiste en una unión del diablo con el alma, lo que trae como consecuencia nuevas prácticas hospitalarias que intentan evitar que sea el instrumento sin fuerza de un espíritu insano. Lo importante destacar es que el cristianismo despoja a la enfermedad mental de su sentido humano y la ubica en el interior del universo; la posesión arranca al hombre de la humanidad para liberarlo a lo demoníaco, en el que cada hombre puede reconocer su destino. 
En el siglo XVIII y XIX se restituye el sentido humano del que se había despojado la enfermedad mental con la tradición cristiana, pero se aleja al enfermo del mundo de los hombres. La idea fundamental que aporta el siglo XVIII es que la locura no es una superposición de un mundo natural, un añadido demoníaco a la obra de Dios, sino sólo la desaparición de las facultades más altas, conceptualizándola como “privación”, como incapacidad para reconocer lo verdadero. Es así, como la ceguera se convierte en el rasgo principal de la locura, el insano pasa de ser un poseído a ser un desposeído. Desde entonces, la locura forma parte de todas las debilidades humanas y la demencia es sólo una variación sobre el tema de los errores de los hombres. Visiones como las Pinel que libera a los encadenados o Cabanis que propone el estudio de las enfermedades mentales en la facultad o Esquirol quien pide justicia para aquellos enfermos mentales. Pero a la mirada de Foucault es de esta concepción humanista de donde surgirá la práctica que excluye al enfermo de la sociedad de hombres, abandonando la concepción demoníaca de la posesión, pero para llegar a una práctica inhumana de alienación. 
Al hablar de desposeído hacemos referencia a la pérdida de algo, ¿Cuál es esta facultad que perdió?. Es el siglo XIX el que responde a la pregunta diciendo que es una de las más altas facultades del hombre, la facultad por la cual se define la humanidad del hombre: la libertad, cuyas formas civiles y jurídicas son reconocida a los hombres por la declaración de los derechos: el enfermo mental del siglo XIX es el que ha perdido el uso de las libertades que le ha conferido la libertad burguesa.
Durante este siglo, se le priva al enfermo de sus derechos y del ejercicio de los derechos de su naturaleza humana, ejemplos de esto son las figuras legales de interdicción e internación voluntaria. En el siglo XIX se comienza a dar cuenta de otro puesto en el lugar del sujeto que puede ejercer de sus derechos, gozar de sus bienes, usar su privilegios, puesto, que el otro lo ha sustituido como sujeto de derecho. En la interdicción la capacidad jurídica se trasmite a otros, consejo de familia y ecónomo. En la internación voluntaria también se sustituye la voluntad del sujeto por la voluntad, considerada como su equivalente, de su familia: se transfiere a otros los estrictos derechos de la libertad individual. Así la locura se resignifica dentro de otro ámbito: el público
Si bien, vemos que en el siglo XVIII se restituyó al enfermo mental su naturaleza humana, el siglo XIX lo priva de los derechos y del ejercicio de los derechos derivados de ésta naturaleza, haciendo de él un “enajenado”, pues trasmite a otros el conjunto de capacidades que la sociedad reconoce y confiere a todo ciudadano; lo ha cercenado de la comunidad de los hombres en el momento mismo en que en teoría le reconocía la plenitud de su naturaleza humana. A partir de lo anterior Foucault señala que el destino del enfermo mental está enajenado y que esta alienación señala todas sus relaciones sociales, todas sus experiencias, todas las condiciones de su existencia; ya no puede reconocerse en su propia voluntad puesto que se le supone una que él no conocer: no encuentra en otros más que extranjeros puesto que el mismo es extranjero para ellos. Es por esto, que la alienación es para el enfermo más que un estatus jurídico, es una experiencia real. Existen toda una serie de fenómenos patológicos que tienen su origen en la alienación mental. En la esquizofrenia, por ejemplo, se observa una ruptura del contacto afectivo con la realidad, indiferencia afectiva de las reacciones, ruptura de lazos vivos con el mundo y retirada en un autismo que absorbe toda la vida patológica. Es al dejarlo entre paréntesis la sociedad signa al enfermo con estigmas en los que leerá el psiquiatra los signos de la esquizofrenia, siendo en el fondo una alienación que marca al enfermo con todos los tabúes sociales. 
Foucault supone que del mismo modo la alienación produce la enfermedad, la desalienación podría producir la cura, el día en que el enfermo no sufre más el sino de alienación, será más posible encarar la dialéctica de la enfermedad en una personalidad que sigue siendo humana.
A partir de la revisión anterior Foucault concluye que de esa manera se llegó, más o menos, en nuestra sociedad a dar al enfermo el estatus de exclusión. Luego de esto tratará de responder una segunda pregunta ¿cómo se expresa esta sociedad, a pesar de todo, en el enfermo que ella denuncia como extranjero?. Foucault reconoce una paradoja en este punto: la sociedad no se reconoce en la enfermedad; el enfermo se siente así mismo como un extraño, y sin embargo no es posible darse cuenta de la experiencia patológica sin referirla a estructuras sociales, ni explicar las dimensiones psicológicas de la enfermedad, sin ver en el medio humano del enfermo su condición real. 
Por otro lado, se nos plantea que la enfermedad se sitúa en la evolución como una perturbación en curso, que por su aspecto regresivo hace aparecer conductas infantiles o formas primitivas de la personalidad, encontrando un error en el evolucionismo cuando ve en esas regresiones la esencia misma de lo patológico y su origen real. Así, en las neurosis se manifiesta una regresión a la infancia que no es más que un efecto. De esta manera, para que la conducta sea considerada patológica es necesario que la sociedad instaure entre el pasado y presente del individuo un hecho umbral que no se puede ni debe atravesar, por lo que es necesario una cultura como la nuestra, que sólo integre el pasado obligándolo a desaparecer. Si consideramos que una sociedad no proyecta directamente su realidad, con sus conflictos y sus contradicciones, en sus instituciones pedagógicas, sino que la refleja indirectamente a través de los mitos que la excusan, la justifican y laidealizan en una quimérica coherencia, comprenderemos que las fijaciones o las regresiones patológicas sólo son posibles en ciertas culturas. Es así como en las instituciones pedagógicas para ahorrarle conflictos al niño, lo expone a un conflicto mayor, la contradicción entre su vida de niño y su vida real. Lo que da cuenta de que el fundamento es el conflicto en el seno de una sociedad, un conflicto de las estructuras sociales, entre las formas de educación del niño en las que ella oculta sus sueños, y las condiciones que brinda a los adultos, donde se encuentran, por el contrario, su presente real, sus miserias. En este sentido las regresiones patológicas no se darían sin una cultura y son producto de ellas, ya que en este tipo de sociedades el hombre hace una experiencia contradictoria del hombre, que se manifiestan en las relaciones sociales que determina la economía actual bajo las formas de competencia y explotación, que lo aliena en un objeto económico y que lo liga a otro pero mediante lazos negativos de dependencia. Las leyes sociales que lo unen a sus semejantes en un mismo destino, lo oponen a ellos en una lucha. Así se nos manifiesta una contradicción dentro del sistema, la universalidad de las estructuras económicas le permiten reconocer en el mundo una patria, y captar una significación común se la mirada de todo hombre, pero esta significación puede ser la de hostilidad, y esta patria puede denunciarlo como extranjero. Finalmente, la esencia de la enfermedad, estaría- de manera secundaria en relación a la contradicción real que suscita- en la proyección contradictoria entre el mundo privado en el que el enfermo se retira para una existencia arbitraria de fantasía y delirio y el universo de sujeción al que se consagra en forma de abandono. Por otro lado, el determinismo que sustenta la patología es causalidad efectiva de un universo que no puede por sí mismo ofrecer una solución a las contradicciones que ha hecho nacer. SI el mundo proyectado en la fantasía de un delirio aprisiona la conciencia que lo proyecta, no es que ella se englute a sí misma, no es que se despoje de sus posibilidades de ser; es sólo que el mundo, al alienarle su libertad, la había consagrado a la locura. 
Foucault afirma que cuando el hombre permanece extraño, a su propia técnica, cuando no puede reconocer significación humana, cuando las determinaciones económicas y sociales lo oprimen si que pueda encontrar su patria en ese mundo, entonces vive un conflicto que hace posible el síndrome esquizofrénico, pues al ser extranjero en el mundo real y relegado a un “mundo privado”, ya no se puede garantizar ninguna objetividad, sometido a la opresión de ese mundo real, experimenta ese universo del cual escapa como un destino. Es así que el hombre contemporáneo hace posible la esquizofrenia porque ya no se puede reconocer, lo que está determinado por las estructuras sociales imperantes.
En resumen, sólo en la historia podemos descubrir las condiciones de posibilidades de las estructuras psicológicas. Admitimos también, que la enfermedad implica en las condiciones actuales, aspectos regresivos, porque nuestra sociedad ya no sabe reconocerse en su propio pasado, aspectos de ambivalencia conflictual, porque no se puede reconocer en su presente, lo que finalmente implica la eclosión de los mundos patológicos, porque aún no puede reconocer el sentido de su actividad y de su porvenir.
Para terminar acotaré que el discurso sobre la locura, según focault, está inserto en una totalidad social, que determina su peculiaridad y en el cual se expresan las contradicciones y conflictividad propia de la realidad social.

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