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Apuntes, las reglas del metodo sociológico - E Durkheim

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A) Descartar sistemáticamente las pre-nociones
Los hombres nos han esperado a los científicos sociales para tener alguna idea sobre los fenómenos sociales que viven. Pero si el sociólogo se deja llevar de estas nociones vulgares o pre-nociones corre el peligro de hacer sociología espontánea. La ciencia comienza allí donde se establece la actitud de sospecha sobre los datos inmediatos de la realidad Sin reflexión crítica, metódica y permanente, no hay ciencia. 
 Cuando un nuevo orden de fenómenos se convierte en objeto científico, aparece ya representado en el espíritu, no solo por imágenes sensibles, sino por tipos de conceptos formados groseramente. Antes de conocer los primeros rudimentos de la física y de la química, los hombres tenían acerca de los fenómenos físico-químicos ideas que sobrepasaban la percepción pura; tales son, por ejemplo, los que hallamos mezclados con todas las religiones. Ocurre que, en efecto, la reflexión es anterior a la ciencia, que a lo sumo se sirve de ella con más método. El hombre no puede vivir en medio de las cosas sin forjarse ideas acerca de las mismas, regulando su conducta con arreglo a estas últimas. Solo que, como estas ideas están más próximas a nosotros y más a nuestro alcance que las realidades a las cuales corresponden, tendemos naturalmente a ponerlas en lugar de estas últimas, y a convertirlas en la sustancia misma de nuestras especulaciones. En lugar de observar las cosas, de describirlas, de compararlas, nos contentamos con cobrar conciencia de nuestras ideas, analizándolas y combinándolas. En lugar de una ciencia de las realidades, no practicamos más que un análisis ideológico. Sin duda, este análisis no excluye todo tipo de observación. Podemos apelar a los hechos para confirmar estas ideas o las conclusiones que extraemos de ellas. Pero en ese caso los hechos solo intervienen secundariamente, con el carácter de ejemplos o de pruebas confirmatorias; no son el objeto de la ciencia Esta va de las ideas a las cosas, no de las cosas a las ideas.
Es evidente que este método no podría aportar resultados objetivos. En efecto, estas ideas o conceptos —sea cual fuere el nombre que se quiera asignarles— no son los sustitutos legítimos de las cosas. En su carácter de productos de la experiencia vulgar, su objeto es ante todo armonizar nuestros actos con el mundo que nos rodea; están elaborados mediante la práctica y para ella. Ahora bien, una representación puede desempeñar útilmente este papel al mismo tiempo que es teóricamente falsa. Desde hace varios siglos, Copérnico ha disipado las ilusiones de nuestros sentidos acerca de los movimientos de los astros, y sin embargo aún continuamos regulando la distribución de nuestro tiempo sobre la base de estas ilusiones. Para que una idea provoque eficazmente los movimientos reclamados por la naturaleza de una cosa, no es necesario que exprese fielmente esta última; por el contrario, basta que nos induzca a sentir lo que la cosa tiene de útil o de desventajoso, en qué puede servirnos, o en qué ha de contrariarnos. Aun las ideas elaboradas de este modo exhiben dicha validez práctica solo de un modo aproximativo, y úni-camente en la generalidad de los casos. ¡Cuántas veces son tan peligrosas como inadecuadas! Por consiguiente, no será elaborándolas, sea cual fuere el método que se aplique, que se logrará jamás descubrir las leyes de la realidad Por el contrario, son como un velo que se interpone entre las cosas y nosotros, y que las enmascara con tanta mayor eficacia cuanto más acentuada la transparencia que se la atribuye.
Ocurre no solo que una ciencia de esté carácter inevitable¬mente exhibe formas desfiguradas, sino que carece de una sustancia de la cual pueda alimentarse. Apenas cobra existencia cuando desaparece, por así decirlo, y se transforma en arte. En efecto, afírmase que esas ideas contienen todo lo que hay de esencial en lo real, pues se las confunde con lo propiamente real. Desde luego, aparentemente poseen todo lo que es necesario para que podamos no solo comprender lo que es, sino describir lo que debe ser y los medios de realizarlo. Pues lo que es bueno, es lo que se ajusta a la naturaleza de las cosas; lo que la contradice es malo, y los medios para alcanzar una condición y evitar la otra derivan de esta misma naturaleza. Por consiguiente, si la aprehendemos en un solo movimiento el estudio de la realidad presente carece de interés práctico, y como este interés es precisamente la razón de ser de nuestro estudio, en adelante este ya no tiene objeto. Así, la reflexión se ve movida a apartarse de lo que es el objeto mismo de la ciencia —a saber, el presente y el pasado— para orientarse de un salto hacia el futuro. En lugar de tratar de comprender los hechos adquiridos y realizados, se propone inmediatamente realizar otros nuevos, más adecuados a los fines perseguidos por los hombres. Cuando se cree saber en qué consiste la esencia de la materia, se está iniciando por eso mismo la búsqueda de la piedra filosofal. Esta invasión del arte sobre la ciencia, que impide el desarrollo de esta última, se ve facilitada por otra parte por las circunstancias mismas que determinan el despertar de la reflexión científica. Pues como esta última nace únicamente para satisfacer necesidades vitales, es absolutamente natural que se oriente hacia la práctica. Las necesidades que ella está destinada a aliviar son siempre apremiantes, y por consiguiente la mueven a obtener resultados; reclaman no explicaciones, sino remedios.
Este modo de proceder se ajusta tanto a la inclinación natural de nuestro espíritu que volvemos a hallarlo aun en el origen de las ciencias físicas. Es lo que distingue a la alquimia de la química, como a la astrología de la astronomía. Es lo que permite a Bacon caracterizar el método que seguían los sabios de su tiempo y que él combatía Las ideas que acabamos de enunciar son esas nociones vulgares o praenotiones que el propio Bacon señala en la base de todas las ciencias, donde ocupan el lugar de los hechos. Estos idola son una suerte de fantasmas que desfiguran el verdadero aspecto de las cosas, y que sin embargo confundimos con las cosas mismas. Y como este medio imaginario no ofrece al espíritu ninguna resistencia, este último, como no se siente contenido por nada, se abandona a ambiciones sin límites y cree posible construir, o más bien reconstruir el mundo con sus solas fuerzas y a la medida de sus deseos.
Si tal ha sido el caso de las ciencias naturales, con mayor razón debe ocurrir lo mismo en la sociología Los hombres no han esperado el advenimiento de la ciencia social para forjarse ideas acerca del derecho, la moral, la familia, el Estado y la sociedad misma; pues no podían prescindir de ellas para vivir. Ahora bien, sobre todo en sociología estas prenociones, para repetir la expresión de Bacon, pueden dominar a los espíritus y reemplazar a las cosas. En efecto, las cosas sociales cobran realidad solo a través de los hombres; son un producto de la actividad humana. Por lo tanto, no parecen ser otra cosa que la realización de ideas, innatas o no, que llevamos en nosotros mismos, no parecen ser más que su aplicación a las diversas circunstancias que acompañan las relaciones de los hombres entre sí. La organización de la familia, del contrato, de la represión, del Estado y de la sociedad aparece así como un mero desarrollo de las ideas que tenemos acerca de la sociedad, el Estado, la justicia, etc. Por consiguiente, estos hechos y sus análogos parecen tener realidad solo en y por las ideas que son el germen de aquellos y que desde este momento se convierten en la materia propia de la sociología.
Lo que acaba de acreditar este modo de ver es que, como el detalle de la vida social desborda por todos lados a la conciencia, no tiene aquella una percepción suficientemente perfilada para sentir su realidad. Cómo no hay en nosotros vínculos bastante sólidos ni suficientemente próximos, todo esto suscita con bastante facilidad el efecto de que no estamos afirmados en nada y que flotamos en el vacío,sustancia a medias irreal e indefinidamente plástica. De ahí que tantos pensadores no hayan visto en las disposiciones sociales otra cosa que combinaciones artificiales y más o menos arbitrarias. Pero si se nos escapa el detalle y las formas concretas y particulares, por lo menos nos representamos los aspectos más generales de la existencia colectiva de manera aproximada, y precisamente estas representaciones esquemáticas y sumarias constituyen las prenociones que empleamos para los usos corrientes de la vida. Por consiguiente, no podemos dudar de su existencia, pues la percibimos al mismo tiempo que la nuestra. No solo están en nosotros, sino que son un producto de esta última, una suerte de ascendiente y de autoridad Sentimos en nosotros mismos su resistencia cuando intentamos liberarnos de ellas. Ahora bien, no podemos dejar de considerar como cosa real lo que se opone a nosotros. Por lo tanto, solo contribuye a que veamos en ella la auténtica realidad social. [...]
 Es necesario desechar sistemáticamente todas las prenociones. No es necesaria una demostración especial de esta regla; se deduce de todo lo que hemos dicho anteriormente. Por otra parte la base de todo el método científico. La duda metódica de Descartes en el fondo no es más que una aplicación de esta regla. Si en el momento de fundar la ciencia, Descartes afirma como ley la necesidad de dudar de todas las ideas recibidas anteriormente, actúa así porque desea utilizar únicamente conceptos elaborados con criterio científico —es decir construidos de acuerdo con el método que él formula—; por lo tanto, es necesario rechazar, por lo menos provisoriamente, todos los que tienen otro origen. Ya hemos visto que la teoría de los ídolos, en Bacon, no tiene otro sentido. Las dos grandes doctrinas, de las que tan a menudo se ha afirmado que se oponen mutuamente, concuerdan en este punto esencial. Por lo tanto, es necesario que el sociólogo, sea en el momento en que determina el objeto de sus investigaciones, sea en el curso de sus demostraciones, se abstenga resueltamente de utilizar los conceptos elaborados fuera de la ciencia y en relación con necesidades que nada tienen de científicas. Es necesario que se libere de estas falsas pruebas que dominan el espíritu del vulgo; que deseche, de una vez para siempre, el yugo de estas categorías empíricas que a menudo ejercen un poder tiránico por obra de un prolongado acostumbramiento. A lo sumo, si a veces la necesidad lo obliga a recurrir a ellas, que lo haga teniendo conciencia de su escaso valor, para que no las llame a representar en la doctrina un papel que no merecen. Esta liberación es particularmente difícil en sociología a causa del papel que el sentimiento representa a menudo. En efecto, nos apasionamos por nuestras creencias políticas y religiosas, o por nuestras prácticas morales, y lo hacemos de modo muy distinto que cuando tratamos de las cosas del mundo físico; por consiguiente, este carácter pasional se comunica al modo en que nos concebimos y nos explicamos. Las ideas que nos forjamos de estos asuntos tienen para nosotros valor muy especial, lo mismo que sus objetos, y cobran así una autoridad tal que no toleran ninguna contradicción. La opinión que se les oponga recibe el tratamiento que se dispensa al enemigo.
[E. DURKHEIM: Las regías del método sociológico, ' Buenos Aires, La Pléyade, 1976, pp. 40-44, 54-55 (sin notas)]

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