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81_El_tratamiento_del_duelo_asesoramiento - Paula Viñas

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J. William Worden 
El tratamiento del duelo: Asesoramiento psicológico y terapia. 
Ed. Paidós, Barcelona, 1997 
 
[pp. 23-39] 
 
CAPÍTULO 1 
EL APEGO, LA PÉRDIDA Y LAS TAREAS DEL DUELO 
LA TEORÍA DEL APEGO 
Antes de poder entender plenamente el impacto de una pérdida y el comportamiento 
humano al que va asociada, se debe entender un poco el significado del apego. Existe una 
cantidad considerable de escritos en la bibliografía psicológica y psiquiátrica sobre la 
naturaleza del apego —qué es y cómo se desarrolla—. Una de las figuras clave y uno de los 
principales pensadores dentro de esta área es el psiquiatra británico John Bowlby, que ha 
dedicado gran parte de su carrera profesional al área del apego y de la pérdida, y ha escrito 
varios libros importantes y algunos artículos sobre el tema. 
La teoría del apego de Bowlby nos ofrece una manera de conceptualizar la tendencia 
de los seres humanos a establecer fuertes lazos emocionales con otras personas y una 
manera de entender las fuertes reacciones emocionales que se producen cuando dichos lazos 
se ven amenazados o se rompen. Para desarrollar su teoría, Bowlby ha ampliado sus redes y 
ha incluido datos de la etología, de la teoría de control, de la psicología cognitiva, de la 
neuropsicología y de la biología evolutiva. Está en contra de aquellos que creen que los 
vínculos de apego entre las personas se desarrollan sólo para cubrir ciertos impulsos 
biológicos, como el impulso hacia la comida o el sexo. Hace referencia al trabajo de Lorenz 
con animales y al de Harlow con monos jóvenes, para explicar que el apego se produce en 
ausencia de refuerzo de dichas necesidades biológicas (Bowlby, 1977). 
La tesis de Bowlby es que estos apegos provienen de la necesidad que tenemos de 
protección y seguridad; se desarrollan a una edad temprana, se dirigen hacia unas pocas 
personas específicas y tienden a perdurar a lo largo de gran parte del ciclo vital. Establecer 
apegos con otros seres significativos se considera una conducta normal no sólo en los niños 
sino también en los adultos. Bowlby argumenta que la conducta de apego tiene un valor de 
supervivencia, citando que aparece en las crías de casi todas las especies de mamíferos. Pero 
ve la conducta de apego distinta de la de nutrición y de la sexual (Bowlby, 1977). 
La conducta de apego la ilustran muy bien las crías de animales y los niños pequeños que, 
a medida que crecen, se alejan de la figura de apego durante períodos de tiempo cada vez más 
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largos, para buscar en un radio cada vez más amplio de su ambiente. Pero siempre vuelven a la 
figura de apego en busca de protección y seguridad. Cuando dicha figura desaparece o se ve 
amenazada, la respuesta es de intensa ansiedad y fuerte protesta emocional. Bowlby sugiere que 
los padres proporcionan al niño la base de operaciones segura a partir de la cual explorar. Esta 
relación determina la capacidad del niño para establecer lazos afectivos más tarde en la vida 
adulta. Esto es similar al concepto de Erik Erikson de confianza básica: a través de un buen 
cuidado paterno, la persona se siente capaz de ayudarse a sí misma y se cree merecedora de 
ayuda si surgen dificultades (Erikson, 1950). En este patrón se pueden producir aberraciones 
patológicas obvias. Un cuidado paterno inadecuado puede llevar a las personas a establecer 
apegos ansiosos o muy tenues, si es que se llegan a establecer. 
Si la meta de la conducta de apego es mantener un lazo afectivo, las situaciones que 
ponen en peligro este lazo suscitan ciertas reacciones muy específicas. Cuanto mayor es el 
potencial de pérdida más intensas son estas reacciones y más variadas. «En dichas circunstancias, 
se activan las conductas de apego más poderosas: aferrarse, llorar y quizás coaccionar mediante 
el enfado... Cuando estas acciones son exitosas, se restablece el lazo, las actividades cesan y se 
alivian los estados de estrés y malestar» (Bowlby, 1977, pág. 42). Si el peligro no desaparece 
sobrevendrá el rechazo, la apatía y el desespero. 
Los animales muestran esta conducta al igual que los humanos. En su libro La expresión 
de las emociones en el hombre y en los animales, escrito durante la última parte del siglo xix, 
Charles Darwin describió cómo expresaban los animales la tristeza igual que los seres humanos 
niños y adultos (Darwin, 1872). Konrad Lorenz ha descrito esta conducta, similar al duelo, en la 
separación de una oca gris de su pareja: 
La primera respuesta a la separación del compañero consiste en un intento ansioso de 
encontrarlo de nuevo. La oca se traslada de sitio, inquieta de día y de noche, volando grandes 
distancias y visitando luga res donde podría encontrar a la pareja, profiriendo todo el tiempo la 
penetrante llamada trisilábica a larga distancia. [...] Las expediciones de búsqueda se extienden 
cada vez más lejos y a veces hasta la oca que busca se pierde o sucumbe a un accidente. [...] 
Todas las características objetivas, observables en la conducta de la oca al perder a su compa-
ñero, son más o menos idénticas a las del duelo humano (Lorenz, 1963, citado en Parkes, 1972, 
pág. 40). 
Existen muchos otros ejemplos de duelo en el mundo animal. Hace varios años se 
contaba un relato interesante sobre los delfines del zoo de Montreal. Después de la muerte de 
uno de ellos, su compañero se negó a comer, y los cuidadores del zoo tenían la difícil, si no 
imposible tarea, de mantener al delfín superviviente vivo. No comiendo, el delfín estaba 
exhibiendo manifestaciones de duelo y depresión semejantes a la conducta de pérdida humana. 
El psiquiatra George Engel, en una conferencia en el Psychiatric Grand Rounds en el Hospital 
General de Massachusetts, describió un caso de duelo con mucho detalle. Este caso mostraba las 
reacciones normales que se pueden encontrar en un superviviente que ha perdido a su pareja. 
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En un momento posterior de su conferencia, después de haber leído un largo informe extraído de 
un diario que escribió sobre esta pérdida, el doctor Engel reveló que estaba describiendo el 
comportamiento de una ostra que había perdido a su compañero. 
Debido a la gran cantidad de ejemplos que hay en el mundo animal, Bowlby concluye que 
existen buenas razones biológicas para responder a cualquier separación de una manera 
automática e instintiva, con una conducta agresiva. También sugiere que la pérdida irrecuperable 
no se tiene en cuenta; que en el curso de la evolución, se desarrollaron aptitudes instintivas en 
torno al hecho de que las pérdidas son reversibles y las respuestas conductuales que forman 
parte del proceso de duelo se dirigen a restablecer la relación con el objeto perdido (Bowlby, 1980). 
Esta «teoría biológica del duelo» ha influido en el pensamiento de muchas personas, incluyendo el 
del psiquiatra británico Colín Murray Parkes (Parkes, 1972). Las respuestas de duelo en los 
animales muestran que en los humanos funcionan procesos biológicos primitivos. Sin embargo, 
existen características del duelo específicas sólo de los seres humanos, y estas reacciones normales 
en dicho proceso se describirán en el próximo capítulo. 
Es evidente que todos los humanos sufren en mayor o menor medida el duelo por 
una pérdida. Los antropólogos que han estudiado otras sociedades, sus culturas y sus 
reacciones ante la pérdida de seres amados, dicen que en cualquier sociedad estudiada de 
cualquier parte del mundo se produce un intento casi universal por recuperar el objeto 
perdido, y/o existe la creencia en una vida después de la muerte donde uno se puede volver 
a reunir con el ser querido. Sin embargo, en las sociedades anteriores a la escritura, la 
patología a causa del duelo parece ser menos frecuente que en las sociedades más civilizadas 
(Krupp y Kligfeld, 1962). 
¿ES EL DUELO UNA ENFERMEDAD? 
El psiquiatra George Engel planteó esta interesante pregunta, que nos obliga a reflexionar, 
en un ensayo publicado en PsychosomaticMedicine. Su tesis es que la pérdida de un ser amado 
es psicológicamente tan traumática como herirse o quemarse gravemente lo es en el plano fisioló-
gico. Argumenta que el duelo representa una desviación del estado de salud y bienestar, e igual 
que es necesario curarse en la esfera de lo fisiológico para devolver al cuerpo su equilibrio 
homeostático, asimismo se necesita un período de tiempo para que la persona en duelo vuelva a 
un estado de equilibrio similar. Por esta razón, Engel ve el proceso de duelo similar al proceso de 
curación. Al igual que en la curación física, se puede restaurar el funcionamiento total o casi total, 
pero también hay casos de funcionamiento y de curación inadecuados. De la misma manera que 
los términos sano y patológico se aplican a los distintos cursos en el proceso de curación 
fisiológica, también se pueden aplicar al curso que toma el proceso del duelo. Él lo ve como un 
proceso que lleva tiempo, hasta que tiene lugar la restauración del funcionamiento. Hay distintos 
grados en el nivel de funcionalidad de la evolución (Engel, 1961). 
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¿ES NECESARIO ELABORAR EL DUELO? 
El enfoque de Engel tiene sentido y lleva lógicamente a otra pregunta: «¿Es necesario 
elaborar un duelo?». Yo respondería a esta pregunta con un claro «¡Sí!». Después de sufrir una 
pérdida, hay ciertas tareas que se deben realizar para restablecer el equilibrio y para completar 
el proceso de duelo. 
Todo el crecimiento y desarrollo humano se puede ver influido por diversas tareas. 
Éstas son más obvias cuando se observa el crecimiento y desarrollo de los niños. De acuerdo con 
el famoso psicólogo evolutivo Robert Havinghurst, existen ciertas tareas evolutivas que se 
presentan a medida que el niño crece. Si el niño no completa una tarea a un cierto nivel, su 
adaptación se verá perjudicada cuando intente completar tareas a niveles más altos 
(Havinghurst, 1953). 
De igual manera, el duelo (la adaptación a la pérdida) se puede ver como un proceso 
que implica las cuatro tareas básicas explicadas a grandes rasgos más adelante. Es esencial que 
la persona las complete antes de poder acabar el duelo. Aunque dichas tareas no siguen ne-
cesariamente un orden específico, en las definiciones se sugiere un cierto ordenamiento. Por 
ejemplo, no se puede controlar el impacto emocional de la pérdida hasta que no se asume el 
hecho de que la pérdida se ha producido. Puesto que el duelo es un proceso y no un estado, 
estas tareas requieren esfuerzo y, siguiendo el ejemplo de Freud, hablamos de que la persona 
realiza el «trabajo de duelo». Usando la analogía de Engel de la curación, es posible que alguien 
realice algunas de estas tareas pero no otras y, por lo tanto, tenga un duelo incompleto, tal 
como podría tener una curación incompleta de una herida. 
LAS CUATRO TAREAS DEL DUELO 
Tarea I: aceptar la realidad de la pérdida 
Cuando alguien muere, incluso si la muerte es esperada, siempre hay cierta sensación de 
que no es verdad. La primera tarea del duelo es afrontar plenamente la realidad de que la 
persona está muerta, que se ha marchado y no volverá. Parte de la aceptación de la realidad es 
asumir que el reencuentro es imposible, al menos en esta vida. La conducta de búsqueda, sobre la 
que Bowlby y Parkes han escrito extensamente, se relaciona directamente con el cumplimiento de 
esta tarea. Mucha gente que ha sufrido una pérdida se encuentra a sí misma llamando en voz alta 
a la persona perdida y, a veces, la confunde con otras personas de su entorno. Puede caminar 
por la calle y vislumbrar a alguien que le recuerda al fallecido y entonces tiene que recordarse a 
sí misma: «No, no es mi amigo. Mi amigo está realmente muerto». 
Lo opuesto de aceptar la realidad de la pérdida es no creer mediante algún tipo de 
negación. Algunas personas no aceptan que la muerte es real y se quedan bloqueados en la 
primera tarea. La negación se puede practicar a varios niveles y tomar varias formas, pero la 
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mayoría de las veces implica negar la realidad, el significado o la irre-versibilidad de la pérdida 
(Dorpat, 1973). 
Negar la realidad de la pérdida puede variar en el grado, desde una ligera distorsión a un 
engaño total. Los casos bizarros de negación mediante el engaño son poco frecuentes, por 
ejemplo aquellos en los que la persona en duelo guarda el cuerpo del fallecido en casa durante 
varios días antes de notificar a nadie la muerte. Gardiner y Pritchard describen seis casos de esta 
conducta nada común, y yo he visto dos casos. Las personas implicadas eran, evidentemente, 
psicóticos o excéntricos y solitarios (Gardiner y Pritchard, 1977). 
Lo más probable que puede ocurrir es que la persona sufra lo que el psiquiatra Geoffrey 
Gorer llama «momificación.., es decir, que guarda posesiones del fallecido en un estado 
momificado, preparadas para usar cuando él o ella vuelva (Gorer, 1965). Un ejemplo clásico de 
esto se refiere a la reina Victoria, que después de la muerte de su consorte el príncipe Alberto, 
extendía cada día sus ropas y bártulos para el afeitado y daba vueltas por el palacio hablándole. 
Los padres que pierden un hijo conservan la habitación tal como estaba antes de la muerte. Esto 
no es extraño a corto plazo pero se convierte en negación si continúa durante años. Un ejemplo 
de distorsión en vez de engaño sería la persona que ve al fallecido personificado en uno de sus 
hijos. Este pensamiento distorsionado puede amortiguar la intensidad de la pérdida pero 
raramente es satisfactorio y, además, dificulta la aceptación de la realidad de la pérdida. 
Otra manera que tiene la gente de protegerse de la realidad es negar el significado de la 
pérdida. De esta manera, la pérdida se puede ver como menos significativa de lo que realmente 
es. Es normal oír afirmaciones como: «No era un buen padre», «No estábamos tan unidos» o «No le 
echo de menos». Algunas personas se deshacen de las ropas y otros artículos personales que les 
recuerdan al fallecido. Acabar con todos los recuerdos del fallecido es lo opuesto a la 
«momificación» y minimiza la pérdida. Es como si los supervivientes se protegieran a sí mismos 
mediante la ausencia de objetos que les hagan afrontar cara a cara la realidad de la pérdida. 
Otra manera de negar el significado pleno de la pérdida es practicar un «olvido selectivo». 
Por ejemplo, Gary perdió a su padre a los 12 años. A lo largo del tiempo había borrado de su 
mente todo lo relacionado con su padre, incluida su imagen visual. Cuando vino por primera vez a 
psicoterapia siendo estudiante universitario, ni siquiera podía recordar la cara de su padre. 
Después de realizar un proceso de terapia, fue capaz de recordar no sólo cómo era su padre sino 
que también pudo sentir su presencia cuando recibió la condecoración en su ceremonia de 
graduación. 
Algunas personas hacen difícil la realización de la tarea I negando que la muerte sea 
irreversible. Un buen ejemplo de esto lo ilustraba un fragmento de una película transmitida por la 
serie de TV 60 minutos hace varios años. Hablaba de un ama de casa que había perdido a su 
madre y a su hija de 12 años en un incendio. Durante los primeros dos años pasó los días 
diciéndose a sí misma en voz alta: «No quiero que estéis muertas, no quiero que estéis muertas, 
no moriréis». Parte de su terapia consistió en la necesidad de afrontar el hecho de que estaban 
muertas y nunca volverían. 
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Otra estrategia usada para negar la finitud de la muerte es el espiritismo. La esperanza 
de reunirse con la persona muerta es un sentimiento normal, sobre todo en los primeros días o 
semanas después de la pérdida. Sin embargo, la esperanza crónica de dicha reunión no es 
normal. A partir de su investigación Parkes afirma: 
El espiritismo pretende ayudar a la gente en su búsqueda de la persona muerta, y siete de las 
personas que participaron en mis estudios describieron visitas a sesiones de espiritismo o a 
iglesias espiritistas. Susreacciones eran variadas: algunos sintieron que habían obtenido algún 
tipo de contacto con el muerto y a unos pocos les asustó. En general no se sentían 
satisfechos con la experiencia y ninguno se convirtió en un asistente asiduo a encuentros 
espiritistas (Parkes, 1972, pág. 52). 
Llegar a aceptar la realidad de la pérdida lleva tiempo porque implica no sólo una 
aceptación intelectual sino también emocional. La persona en duelo puede ser intelectualmente 
consciente de la finalidad de la pérdida mucho antes de que las emociones le permitan aceptar 
plenamente la información como verdadera. Es fácil creer que la persona amada está todavía de 
viaje o que se ha ido otra vez al hospital. La realidad golpea duro cuando se quiere coger el 
teléfono para compartir alguna experiencia con la persona amada y se recuerda que él/ella no está 
en el otro extremo. A muchos padres les costará meses decir: «Mi hijo está muerto y nunca le 
volveré a tener». Pueden ver a los niños jugar en la calle o pasar en el autobús de la escuela y 
decirse a sí mismos: «Cómo puedo haber olvidado que mi hijo está muerto». 
La creencia y la incredulidad son intermitentes mientras se intenta resolver esta tarea. 
Krupp lo explicó muy bien cuando dijo: 
A veces las personas en duelo parecen estar bajo la influencia de la realidad o se comportan 
como si aceptaran plenamente que el fallecido se ha ido; otras veces se comportan de 
manera irracional, bajo el dominio de la fantasía de un reencuentro final. El enfado se dirige 
al objeto perdido, al sí mismo, a otras personas que se cree que han causado la pérdida, e 
incluso a los benévolos que con buena intención le recuerdan que la realidad de la pérdida es 
una característica omnipresente (Krupp y otros, 1986, pág. 345). 
Aunque completar esta tarea plenamente lleva tiempo, los rituales tradicionales como 
el funeral ayudan a muchas personas a encaminarse hacia la aceptación. Los que no están 
presentes en el entierro pueden necesitar otras formas externas de validar la realidad de la 
muerte. La irrealidad es particularmente difícil en el caso de la muerte súbita, 
especialmente si el superviviente no ve el cuerpo del fallecido. En nuestro Boston Child 
Bereavement Study, encontramos una fuerte relación entre la pérdida súbita y los sueños del 
cónyuge superviviente en los meses posteriores a la pérdida. Parece ser que soñar que el 
fallecido está vivo es, no sólo un deseo de que se haga realidad, sino una manera que tiene 
la mente de validar la realidad de la muerte mediante el contraste intenso que se produce al 
despertar de dicho sueño. 
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Tarea II: trabajar las emociones y el dolor de la pérdida 
Es apropiado usar la palabra alemana Schmerz cuando se habla del dolor porque su 
definición más amplia incluye el dolor físico literal que mucha gente experimenta y el dolor 
emocional y conductual asociado con la pérdida. Es necesario reconocer y trabajar este 
dolor o éste se manifestará mediante algunos síntomas u otras formas de conducta 
disfuncional. Parkes afirma esto cuando dice: «Sí, es necesario que la persona elabore el dolor 
emocional para realizar el trabajo del duelo, y cualquier cosa que permita evitar o suprimir de 
forma continua este dolor es probable que prolongue el curso del duelo» (Parkes, 1972, pág. 
173). No todo el mundo experimenta el dolor con la misma intensidad ni lo siente de la misma 
manera, pero es imposible perder a alguien a quien se ha estado profundamente vinculado 
sin experimentar cierto nivel de dolor. 
Puede haber una sutil interacción entre la sociedad y la persona en duelo que hace más 
difícil completar la tarea II. La sociedad puede estar incómoda con los sentimientos de estas 
personas y, por lo tanto, da el mensaje sutil: «No necesitas elaborarlo, sólo sientes pena por ti 
mismo». Esto interfiere con las propias defensas de la persona, llevándole a negar la necesidad 
de elaborar los aspectos emocionales, expresándolo como: «No necesito elaborar el duelo» 
(Pincus, 1974). Geoffrey Gorer lo reconoce y dice: «Abandonarse al dolor está estigmatizado 
como algo mórbido, insano y desmoralizador. Lo que se considera apropiado en un amigo 
que quiere bien a la persona en proceso de duelo es que la distraiga de su dolor» (Gorer, 
1965, pág. 130). 
La negación de esta segunda tarea, de trabajar el dolor, es no sentir. La persona 
puede hacer un cortocircuito a la tarea II de muchas maneras, la más obvia es bloquear sus 
sentimientos y negar el dolor que está presente. A veces entorpecen el proceso evitando 
pensamientos dolorosos. Utilizan procedimientos de detención de pensamientos para evitar 
sentir la disforia asociada con la pérdida. Algunas personas lo controlan estimulando sólo 
pensamientos agradables del fallecido, que les protegen de la incomodidad de los 
pensamientos desagradables. Idealizar al muerto, evitar las cosas que le recuerdan a él y 
usar alcohol o drogas son otras maneras en que la gente se abstiene de cumplir esta tarea 
II. 
Algunas personas que no entienden la necesidad de experimentar el dolor de la 
pérdida intentan encontrar una cura geográfica. Viajan de un lugar a otro buscando cierto 
alivio a sus emociones, esto es lo opuesto a permitirse a sí mismos dar rienda suelta al dolor: 
sentirlo y saber que un día se pasará. 
Una joven minimizó su pérdida creyendo que su hermano estaba fuera del oscuro 
lugar en el que había estado y en uno mejor después de su suicidio. Esto podía ser verdad 
pero le impidió experimentar el intenso enfado que sentía por haberla abandonado. En el 
tratamiento, cuando se permitió a sí misma por primera vez sentir enfado dijo: «Estoy 
enfadada con su comportamiento y no con él». Finalmente fue capaz de reconocer este enfado 
directamente. 
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Hay unos pocos casos en los que la persona superviviente tiene una respuesta eufórica 
ante la muerte, pero no suele estar asociado con un rechazo empático a creer que la muerte ha 
ocurrido. Puede ir acompañado de una sensación vivida de la presencia continua del fallecido. 
Generalmente, estas respuestas eufóricas son extremadamente frágiles y efímeras (Parkes, 1972). 
John Bowlby dice: «Antes o después, aquellos que evitan todo duelo consciente, sufren un colapso, 
habitualmente con alguna forma de depresión» (Bowlby, 1980, pág. 158). Uno de los propósitos del 
asesoramiento psicológico en procesos de duelo es ayudar a facilitar esta segunda tarea para que 
la gente no arrastre el dolor a lo largo de su vida. Si la tarea II no se completa adecuadamente, 
puede que sea necesaria una terapia más adelante, en un momento en que puede ser más 
difícil retroceder y trabajar el dolor que ha estado evitando. Ésta es una experiencia más compleja 
y difícil de tratar que en el momento de la pérdida. Además, se puede complicar al tener un 
sistema social de menos apoyo que el que hubieran tenido en el momento de la pérdida original. 
Tarea III: adaptarse a un medio en el que el fallecido está ausente 
Adaptarse a un nuevo medio significa cosas diferentes para personas diferentes, 
dependiendo de cómo era la relación con el fallecido y de los distintos roles que desempeñaba. 
Para muchas viudas cuesta un período de tiempo considerable darse cuenta de cómo se vive sin 
sus maridos. Este darse cuenta muchas veces empieza alrededor de tres meses después de la 
pérdida e implica asumir vivir sola, educar a los hijos sola, enfrentarse a una casa vacía y 
manejar la economía sola. 
Parkes insistió en esto cuando dijo: 
En cualquier duelo, casi nunca está claro lo que se ha perdido. La pérdida de un esposo, por 
ejemplo, puede significar o no la pérdida de la pareja sexual, del compañero, del contable, del 
jardinero, del niñero, de audiencia, del calentador de la cama, etc., dependiendo de los roles 
específicos que desempeñaba normalmente este marido (Parkes, 1972, pág. 7). 
El superviviente no es consciente de todos los roles que desempeñaba el fallecidohasta 
algún tiempo después de la pérdida. 
Muchos supervivientes se resienten por tener que desarrollar nuevas habilidades y asumir 
roles que antes desempeñaban sus parejas. Un ejemplo de esto es el de Margot, una madre 
joven cuyo marido murió. Él era el tipo de persona eficaz, que se encargaba de las situaciones y 
que resolvía los problemas que se les presentaban. Después de su muerte, uno de los hijos se 
metió en un lío en la escuela, y necesitaba citas con el asesor. Antes, el marido se habría puesto 
en contacto con el colegio y lo habría solucionado todo, pero después de su muerte Margot se vio 
forzada a desarrollar esta habilidad. Aunque lo hizo de mala gana y con resentimiento, fue 
consciente de que le gustaba tener la capacidad para controlar dicha situación de manera com-
petente y que nunca lo hubiera realizado si su marido estuviera vivo aún. La estrategia de 
afrontamiento de redefinir la pérdida de manera que pueda redundar en beneficio del 
superviviente tiene que ver, muchas veces, con que se complete la tarea III de manera exitosa. 
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Las personas en duelo no sólo se han de adaptar a la pérdida de los roles que desempeñaba 
antes el fallecido, sino que la muerte les confronta también con el cuestionamiento que supone 
adaptarse a su propio sentido de sí mismos. Los estudios recientes postulan que, para las mujeres 
que definen su identidad a través de sus relaciones y del cuidado a los otros, el duelo significa no 
sólo la pérdida de otra persona significativa sino también la sensación de pérdida del sí mismo 
(Zaiger, 1985). 
El duelo puede suponer una regresión intensa en la que las personas se perciben a sí 
mismas como inútiles, inadecuadas, incapaces, infantiles o personalmente en quiebra (Horowitz y 
otros, 1980). Los intentos de cumplir con los roles del fallecido pueden fracasar y esto, a su vez, 
puede llevar a una mayor sensación de baja autoestima. Cuando ocurre se cuestiona la eficacia 
personal y la gente puede atribuir cualquier cambio al azar o al destino y no a su propia fuerza y 
habilidad (Goalder, 1985). Sin embargo, con el tiempo estas imágenes negativas dan paso a otras 
más positivas y los supervivientes son capaces de continuar con sus tareas y aprender nuevas 
formas de enfrentarse al mundo (Shuchter y Zisook, 1986). 
Una tercera área puede ser el ajuste al propio sentido del mundo. La pérdida a causa de 
una muerte puede cuestionar los valores fundamentales de la vida de cada uno y sus creencias 
filosóficas, creencias influidas por nuestras familias, nuestros pares, la educación y la religión así 
como por las experiencias vitales. No es extraño sentir que se ha perdido la dirección en la vida. 
La persona busca significado, y su vida cambia para darle sentido a esta pérdida y para 
recuperar cierto control. Esto ocurre cuando se trata de muertes súbitas y prematuras. Para 
mucha gente no hay una respuesta clara. Una madre, cuyo joven hijo murió en 1988 en un 
accidente de aviación de la Pan Am, vuelo 103, dijo: «A lo largo del tiempo se adoptan nuevas 
creencias, o viejas reafirmadas o modificadas, para reflejar la fragilidad de la vida y los límites 
del control» (Shuchter y Zisook, 1986). 
Detener la tarea III es no adaptarse a la pérdida. La persona lucha contra sí misma 
fomentando su propia impotencia, no desarrollando las habilidades de afrontamiento 
necesarias o aislándose del mundo y no asumiendo las exigencias del medio. Sin embargo, la 
mayoría de la gente no sigue este curso negativo sino que decide que debe asumir los roles 
a los que no está acostumbrada, desarrollar habilidades que nunca había tenido y seguir 
adelante con un nuevo sentido del mundo. Bowlby lo resume cuando dice: 
Los resultados de un duelo giran en torno a cómo se logre resolver esta tarea (la III): o el 
progreso hacia el reconocimiento del cambio de circunstancias, una revisión de sus modelos 
representacionales, y una redefinición de sus metas en la vida, o un estado de detención del 
crecimiento, en el que se encuentra aprisionado por un dilema que no puede resolver 
(Bowlby, 1980, pág. 139). 
Tarea IV: recolocar emocionalmente al fallecido y continuar viviendo 
Cuando escribí la primera edición de este libro, catalogué la cuarta tarea del duelo 
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como «retirar la energía emocional del fallecido y reinvertirla en otra relación». Este concepto 
lo postuló Freud cuando dijo: «El duelo supone una tarea psíquica bastante precisa que hay 
que realizar: su función es desvincular las esperanzas y los recuerdos del muerto» (Freud, 
1913, pág. 65). Aunque creo que esto es verdad, la manera en que denominaba la tarea IV 
llevaba a confusiones. Sonaba demasiado mecánico, como si uno pudiera estirar de un 
enchufe y volverlo a enchufar en algún otro lugar. Uno nunca pierde los recuerdos de una 
relación significativa. 
Volkan ha sugerido: 
Una persona en duelo nunca olvida del todo al fallecido al que tanto valoraba en vida y nunca 
rechaza, totalmente su rememoración. Nunca podemos eliminar a aquellos que han estado 
cerca de nosotros, de nuestra propia historia, excepto mediante actos psíquicos que hieren 
nuestra propia identidad (Volkan, 1985, pág. 326). 
Volkan continúa diciendo que el duelo acaba cuando la persona ya no necesita 
reactivar el recuerdo del fallecido con una intensidad exagerada en el curso de la vida diaria. 
Shuchter y Zisook escriben: 
La disponibilidad de un superviviente para empezar nuevas relaciones depende no de «renunciar» al 
cónyuge muerto sino de encontrarle un lugar apropiado en su vida psicológica, un lugar que es 
importante pero que deja un espacio para los demás (Shuchter y Zisook, 1986, pág. 117). 
La tarea del asesor se convierte entonces, no en ayudar a la persona en duelo a 
«renunciar» al cónyuge fallecido, sino en ayudarle a encontrar un lugar adecuado para él 
en su vida emocional, un lugar que le permita continuar viviendo de manera eficaz en el 
mundo. Marris capta esta idea cuando dice: 
Al principio una viuda no puede separar sus propósitos y su entendimiento del marido, que 
figuraba en ellos de una manera tan central: tiene que revivir la relación, continuarla mediante 
símbolos y ensueños, para sentirse viva. Pero conforme pasa el tiempo, empieza a reformular la 
vida en términos que asimilan el hecho de su muerte. Hace una transformación gradual de hablar 
de él «como si estuviera sentado en la silla, a mi lado» a pensar lo que él habría dicho y hecho, y de 
ahí a planear su propio futuro y el de sus hijos en términos de lo que él habría deseado. Hasta que, 
finalmente, desea ser ella misma y no vuelve a aludirlo conscientemente (Marris, 1974, pág. 37-38). 
Los padres muchas veces tienen dificultades para entender la noción de rechazo 
emocional. Si pensamos en la recolocación, la tarea del padre en duelo implica cierta relación 
continuada con los pensamientos y recuerdos que asocia con su hijo, pero se trata de hacerlo 
de una manera que le permita continuar con su vida después de dicha pérdida. 
Uno de dichos padres finalmente encontró un lugar eficaz para los pensamientos y 
recuerdos de su hijo muerto y pudo empezar a vivir otra vez. Escribió: 
 
Hasta hace poco no me había dado cuenta de la cantidad de cosas en la vida que todavía 
puedo hacer. Sabes, cosas que me pueden proporcionar placer. Sé que continuaré en duelo 
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por Robbie durante el resto de mi vida y que mantendré su amado recuerdo vivo. Pero la vida 
continúa, y me guste o no, yo soy una parte de ella. Últimamente hay momentos en los que 
me doy cuenta de lo bien que estoy haciendo algún proyecto en casa, o incluso participando 
en alguna actividad con amigos (Alexy, 1982, pág. 503). 
Para mí esto representa un movimiento para realizar la tarea IV. 
Es difícil encontrar una frase que defina adecuadamente que no se ha terminado la 
tarea IV, pero creo que la mejor descripción sería quizá no amar. La cuarta tarea se 
entorpece manteniendo el apegodel pasado en vez de continuar formando otros nuevos. 
Algunas personas encuentran la pérdida tan dolorosa que hacen un pacto consigo mismos 
de no volver a querer nunca más. El popular mercado de las canciones está repleto de este 
tema, que le da una validez que no merece. 
Para muchas personas, la tarea IV es la más difícil de completar. Se quedan bloqueados 
en este punto y más tarde se dan cuenta de que su vida, en cierta manera, se detuvo 
cuando se produjo la pérdida. Pero esta tarea se puede cumplir. A una adolescente le resultó 
extremadamente difícil adaptarse a la muerte de su padre. Dos años más tarde, cuando 
empezó la tarea IV, escribió una nota a su madre desde la universidad en la que expresaba lo 
que muchas personas descubren cuando están luchando con el abandono emocional y el 
volver a empezar: «Existen otras personas a las que amar», escribió, «y eso no significa que 
quiero menos a papá». 
¿CUÁNDO HA ACABADO EL DUELO? 
Preguntar cuándo ha acabado un duelo es un poco como preguntar cómo de alto es 
arriba. No hay una respuesta disponible. Bowlby y Parkes dicen que el duelo ha acabado 
cuando una persona acaba la última fase del duelo, la restitución (Bowlby, 1980; Parkes, 
1972). Desde mi punto de vista, acaba cuando se han completado las cuatro tareas. Es 
imposible establecer una fecha definitiva, aunque en la bibliografía existen todo tipo de 
intentos de establecer fechas: cuatro meses, un año, dos años, nunca. Cuando se pierde una 
relación íntima, yo desconfío de que se resuelva plenamente antes de un año; incluso dos 
años no es demasiado para mucha gente. 
Un punto de referencia de un duelo acabado es cuando la persona es capaz de 
pensar en él fallecido sin dolor. Siempre hay una sensación de tristeza cuando piensas en 
alguien que has querido y has perdido, pero es un tipo de tristeza diferente —no tiene la 
cualidad de sacudida que tenía previamente—. Se puede pensar en el fallecido sin 
manifestaciones físicas como llanto intenso o sensación de opresión en el pecho. Además, el 
duelo acaba cuando una persona puede volver a invertir sus emociones en la vida y en los 
vivos. 
Sin embargo, hay quien parece no acabar nunca el duelo. Bowlby cita a una viuda de 
unos sesenta y cinco años que decía: «El duelo nunca acaba. Sólo que a medida que pasa el 
 12
tiempo irrumpe con menos frecuencia» (Bowlby, 1980, pág. 101). La mayoría de los estudios 
muestran que, de las mujeres que pierden a su marido, menos de la mitad vuelven a ser 
ellas mismas de nuevo al final del primer año. Shuchter descubrió que el período alrededor de 
los dos años es el momento en que la gran mayoría de viudas y viudos han encontrado un 
«poquito de estabilidad... estableciendo una nueva identidad y encontrando una dirección en 
sus vidas» (Shuchter y Zisook, 1986, pág. 248). Los estudios de Parkes muestran que las 
viudas pueden necesitar tres o cuatro años para alcanzar la estabilidad (Parkes, 1972). 
Una de las cosas básicas que puede hacer la educación, a través del asesoramiento 
psicológico, es alertar a la gente del hecho de que el duelo es un proceso a largo plazo, y su 
culminación no será un estado como el que tenían antes del mismo. El asesor puede, 
además, hacerles saber que aunque el duelo progrese habrá malos días, pues no se trata de 
un proceso lineal. Puede reaparecer y se tendrá que volver a trabajar. Una viuda que perdió a 
un hijo adulto me dijo después de un período de duelo prolongado y doloroso: «¡Las 
expectativas te destrozan! Ahora me doy cuenta de que el dolor nunca se va del todo. Vuelve, 
pero puedo recordar momentos de mejoría entre medio». 
Tengo un amigo que perdió a alguien importante y sentía un intenso dolor. No tiene 
una gran tolerancia al dolor, especialmente al emocional, y poco después de la pérdida me 
dijo: «Estaré contento cuando hayan pasado cuatro semanas y todo esto esté superado». Par-
te de mi trabajo era ayudarle a ver que el dolor no desaparecería en cuatro semanas ni 
probablemente tampoco en cuatro meses. Algunas personas creen que son necesarias las 
cuatro estaciones del año antes de que empiece a disminuir. Geoffrey Gorer cree que la 
manera en que las personas responden a las condolencias verbales da cierta indicación del 
punto del proceso del duelo en el que están. La aceptación agradecida de las mismas es uno 
de los signos más destacados de que la persona lo está resolviendo satisfactoriamente (Gorer, 
1965). 
El duelo se puede acabar, en cierto sentido, cuando la persona recupera el interés por 
la vida, cuando se siente más esperanzada, cuando experimenta gratificación de nuevo y se 
adapta a nuevos roles. También hay un sentido en el que nunca acaba. Quizá la siguiente cita 
de Freud os resulte útil. Escribió a su amigo Binswanger, cuyo hijo había muerto: 
Encontramos un lugar para lo que perdemos. Aunque sabemos que después de dicha 
pérdida la fase aguda de duelo se calmará, también sabemos que permaneceremos 
inconsolables y que nunca encontraremos un sustituto. No importa qué es lo que llena el 
vacío, incluso si lo llena completamente, siempre hay algo más (E. L. Freud, 1961, pág. 386). 
 
 
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 13
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 14
[pp. 41-61] 
 
CAPITULO 2 
REACCIONES NORMALES EN EL DUELO: EL DUELO NO COMPLICADOEl término duelo normal,1 a veces llamado duelo no complicado, abarca un amplio 
rango de sentimientos y conductas que son normales después de una pérdida. Uno de los 
primeros intentos de estudiar las reacciones normales del duelo de manera sistemática lo 
realizó Erich Lindemann cuando era jefe de psiquiatría en el Hospital general de Massachusetts. 
En el área de Boston hay dos universidades católicas bien conocidas por su rivalidad en 
el fútbol. Retrocedemos al otoño de 1942, en que se reunieron para uno de sus tradicionales 
encuentros de los sábados. Holy Cross ganó al Boston College, y después del partido muchas 
personas fueron a un club nocturno llamado Coconut Grove a celebrarlo. Durante la juerga, 
un ayudante de camarero encendió una cerilla mientras intentaba cambiar una bombilla y, 
accidentalmente, prendió fuego a una palmera decorativa. Casi inmediatamente todo el club 
nocturno, que estaba más lleno de lo que permitía su capacidad legal, fue devorado por las 
llamas. Casi 500 personas perdieron la vida en aquella tragedia. 
Luego Lindemann y sus colaboradores trabajaron con los miembros de las familias que 
habían perdido seres queridos en dicho holocausto, y a partir de estos datos y otros escribió 
su artículo clásico «Sintomatología y control del duelo agudo» (Lindemann, 1944). A partir de 
sus observaciones en 101 pacientes con un duelo reciente descubrió patrones similares que 
identificó como las características pato-nómicas del duelo normal o agudo. Las describió 
como: 
1. Algún tipo de malestar somático o corporal. 
2. Preocupación por la imagen del fallecido. 
3. Culpa relacionada con el fallecido o con las circunstancias de 
la muerte. 
4. Reacciones hostiles. 
5. Incapacidad para funcionar como lo hacía antes de la pérdida. 
 
1 Estoy usando la palabra normal tanto en sentido clínico como en sentido estadístico. "Clínico» define lo 
que el clínico llama conducta normal en un duelo mientras «estadístico» se refiere a la frecuencia con que se 
encuentra dicha conducta entre una Población de personas en duelo elegida al azar. Cuanto más frecuente 
es la conducta más se define como normal. 
 
 15
Además de estas cinco, describió una sexta característica que exhibían muchos pacientes: 
parecían desarrollar rasgos del fallecido en su propia conducta. 
Hay muchas limitaciones en el estudio de Lindemann. Algunas de ellas las ha destacado 
Parkes, que cita el hecho de que Lindemann no presenta cifras que muestren la frecuencia relativa 
del síndrome descrito. Además se olvida de mencionar cuántas entrevistas tuvo con los pacientes y 
cuánto tiempo había pasado entre las entrevistas y la fecha de la pérdida (Parkes, 1972). Con 
todo, éste sigue siendo un estudio importante y muy citado. 
Lo que es de particular interés para mí es que las personas en duelo que vemos hoy en 
día en el Hospital general de Massachusetts tienen una conducta muy similar a la de aquellos que 
describió Lindemann hace unos cuarenta años. Entre una gran cantidad de personas que sufren 
una reacción aguda de duelo, encontramos algunos o todos los fenómenos siguientes. Debido a 
que la lista de comportamientos normales en un duelo es tan extensa y variada, estas conductas 
se pueden describir divididas en cuatro categorías generales: a) sentimientos, b) sensaciones 
físicas, c) cogniciones, y d) conductas. Cualquiera que asesore a una persona en duelo necesita 
estar familiarizado con el amplio rango de comportamientos que entran dentro de la descripción 
de duelo normal. 
 
MANIFESTACIONES DEL DUELO NORMAL 
Sentimientos 
Tristeza. La tristeza es el sentimiento más común que se ha encontrado en las 
personas en duelo y realmente necesita pocos comentarios. Este sentimiento no se manifiesta 
necesariamente a través de la conducta de llorar, pero sí lo hace así a menudo. Parkes y 
Weiss conjeturan que llorar es una señal que evoca una reacción de comprensión y protección 
por parte de los demás y establece una situación social en la que las leyes normales de conducta 
competitiva se suspenden (Parkes y Weiss, 1983). 
Enfado. El enfado se experimenta con mucha frecuencia después de una pérdida. Puede 
ser uno de los sentimientos más desconcertantes para el superviviente y, como tal, está en la base 
de muchos de los problemas del proceso del duelo. Una mujer cuyo marido murió de cáncer me 
dijo: «¿Cómo puedo estar enfadada? Él no quería morir». La verdad es que estaba enfadada con él 
por haber muerto y por haberla dejado. Si el enfado no se reconoce adecuadamente, puede dar 
lugar a un duelo complicado. 
El enfado proviene de dos fuentes: 1) de una sensación de frustración ante el hecho de 
que no había nada que se pudiera hacer para evitar la muerte, y 2) de una especie de 
experiencia regresiva que se produce después de la pérdida de alguien cercano. Uno puede 
haber tenido este tipo de experiencia regresiva cuando era un niño pequeño y yendo de 
compras con su madre. Estando en unos grandes almacenes de repente levanta los ojos y 
descubre que ella ha desaparecido. Uno siente pánico y ansiedad hasta que ella vuelve, después 
 16
de lo cual, en vez de expresar una reacción cariñosa, la empuja y le da patadas en las 
espinillas. Esta conducta, que Bowlby ve como parte de nuestra herencia genética, simboliza el 
mensaje: «¡No me dejes de nuevo!». 
En la pérdida de cualquier persona importante hay una tendencia a, la regresión, a 
sentirse desamparado, incapaz de existir, sin esa persona, y luego a experimentar enfado y 
ansiedad. El enfado que experimenta la persona en duelo se ha de identificar y dirigir apropiada-
mente hacia el fallecido para que lleve a una conclusión sana. Muchas veces se controla de formas 
menos eficaces, una de las cuales es el desplazamiento, o sea dirigirlo hacia otra persona y 
culparla de la muerte. La línea de razonamiento es que si se puede culpar a alguien ese alguien 
es responsable y, por lo tanto, la pérdida se podría haber evitado. La gente culpa al médico, al 
director de la funeraria, a los miembros de la familia, a un amigo insensible y a Dios. 
Una de las desadaptaciones más peligrosas del enfado es la postura de dirigirlo hacia 
adentro, hacia el sí mismo. En un caso grave de retroflexión, una persona enfadada que además se 
tiene manía a sí misma podría desarrollar una conducta suicida. Una interpretación más 
psicoanalítica de esta respuesta de enfado reflejada retrospectivamente la dio Melanie Klein, quien 
sugiere que el «triunfo» sobre el fallecido es la causa de que la persona en duelo dirija su enfado 
contra sí misma o que lo dirija hacia otras personas que están a mano (Klein, 1940). 
Culpa y autorreproche. La culpa y el autorreproche son experiencias comunes entre los 
supervivientes: culpa por no haber sido suficientemente amable, por no haber llevado a la 
persona al hospital antes, y cosas por el estilo. Normalmente la culpa se manifiesta respecto a 
algo que ocurrió o algo que se descuidó alrededor del momento de la muerte. La mayoría de las 
veces la culpa es irracional y se mitigará a través de la confrontación con la realidad. 
Ansiedad. La ansiedad en el superviviente puede oscilar desde una ligera sensación de 
inseguridad a fuertes ataques de pánico y cuanto más intensa y persistente sea la ansiedad más 
sugiere una reacción de duelo patológica. La ansiedad proviene normalmente de dos fuentes. La 
primera es que los supervivientes temen que no podrán cuidar de sí mismos solos y con 
frecuencia hacen comentarios como «No podré sobrevivir sin él». La segunda es que la ansiedad se 
relaciona con una conciencia más intensa de la sensación de muerte personal: la conciencia de la 
propia mortalidad aumentada por la muerte de un ser querido (Worden, 1976). Llevada al extremo, 
esta ansiedad puede transformarse en una verdadera fobia. El conocido autor C. S. Le-wis 
reconoció esta ansiedad y dijodespués de perder a su esposa: «Nadie me dijo nunca que el duelo 
se pareciera tanto al miedo. No tengo miedo pero la sensación es como de tener miedo. La misma 
agitación en el estómago, la misma intranquilidad, los bostezos. Continúo tragando saliva» (Lewis, 
1961). 
Soledad. La soledad es un sentimiento del que hablan con mucha frecuencia los 
supervivientes, particularmente los que han perdido al cónyuge y que solían tener una estrecha 
relación en el día a día. Aunque están muy solas, muchas viudas no salen porque se sienten más 
 17
seguras en su casa. «Me siento tan sola ahora», dijo una viuda que había estado casada durante 52 
años. «Ha sido como si el mundo se hubiera acabado», me dijo 10 meses después de la muerte 
de su marido. 
 
Fatiga. Los pacientes de Lindemann presentaban fatiga y nosotros vemos que es 
algo que se da con frecuencia en los supervivientes. A veces se puede experimentar como 
apatía o indiferencia. Este nivel tan alto de fatiga puede ser sorprendente y molesto para la 
persona que normalmente es muy activa. 
Impotencia. Un factor que hace el acontecimiento de la muerte tan estresante es la 
sensación de impotencia que puede suscitar. Este correlato cercano a la ansiedad se 
presenta a menudo en las primeras fases de la pérdida. Las viudas en particular se sienten 
muchas veces extremadamente impotentes. Una viuda joven con un hijo de siete semanas 
dijo: «Mi familia vino a vivir conmigo durante cinco meses. Yo tenía miedo de abandonarme y 
de no poder cuidar de mi hijo». 
Shock. El shock se produce muy a menudo en el caso de las muertes repentinas. 
Por ejemplo, alguien coge el teléfono y se da cuenta de que el ser querido o el amigo está 
muerto. Pero a veces, incluso cuando la muerte es esperada, cuando se produce a 
consecuencia de una enfermedad progresiva y deteriorante, al recibir la llamada telefónica, el 
superviviente experimenta el shock. 
Anhelo. Parkes ha observado que el anhelo es una experiencia normal entre los 
supervivientes, particularmente entre las viudas que estudió (Parkes, 1972). Es una respuesta 
normal a la pérdida. Cuando disminuye puede ser señal de que el duelo se está acabando. 
Emancipación. La emancipación puede ser un sentimiento positivo. Yo trabajé con una 
mujer joven cuyo padre fue un verdadero potentado y un dictador de mano dura e inflexible 
durante toda su existencia. Después de su muerte súbita, a causa de un ataque al corazón, ella 
sufrió los sentimientos normales de un duelo, pero además expresó la sensación de 
emancipación porque ya no tenía que vivir bajo su tiranía. Al principio estaba incómoda con ese 
sentimiento pero más tarde fue capaz de aceptarlo como una respuesta normal a su cambio de 
estatus. 
Alivio. Muchas personas sienten alivio después de la muerte de un ser querido, 
sobre todo si ese ser sufrió una enfermedad larga o particularmente dolorosa. Sin embargo, 
normalmente a esta sensación de alivio le acompaña una sensación de culpa. 
 
Insensibilidad. También es importante mencionar que algunas personas presentan 
 18
ausencia de sentimientos. Después de una pérdida se sienten insensibles. De nuevo, esta 
insensibilidad se suele experimentar al principio del proceso de duelo, al tener conocimiento de 
la pérdida. Probablemente ocurre porque hay demasiados sentimientos que afrontar y 
permitir que se hagan todos conscientes sería muy desbordante; así la persona experimenta la 
insensibilidad como una protección de su flujo de sentimientos. Al comentar la insensibilidad, 
Parkes y Weiss dicen: «No encontramos ninguna evidencia de que no sea una reacción sana. El 
bloqueo de las sensaciones como defensa frente a lo que de otra manera sería un dolor 
desbordante parece ser extremadamente normal» (Parkes y Weiss, 1983, pág. 55). 
Al revisar esta lista recuerda que todos los sentimientos que aparecen son normales en 
un duelo y que no hay nada patológico en ninguno de ellos. Sin embargo, los sentimientos 
que duran períodos de tiempo anormalmente largos y con una intensidad excesiva pueden 
presagiar un duelo complicado. Esto se comentará en el capítulo 4. 
Sensaciones físicas 
Una de las cosas interesantes del artículo pionero de Lindemann es que describió no 
sólo los sentimientos que la gente experimentaba sino también las sensaciones físicas 
asociadas con sus reacciones agudas de duelo. Estas sensaciones muchas veces se pasan por 
alto, pero juegan un papel importante en el proceso del duelo. La siguiente es una lista de 
las sensaciones que se presentan con más frecuencia de las experimentadas por las 
personas en procesos de duelo que vemos en asesoramiento psicológico: 
1. Vacío en el estómago. 
2. Opresión en el pecho. 
3. Opresión en la garganta. 
4. Hipersensibilidad al ruido. 
5. Sensación de despersonalización: «Camino calle abajo y nada parece real, ni 
siquiera yo». 
6. Falta de aire. 
7. Debilidad muscular. 
8. Falta de energía. 
9. Sequedad de boca. 
 
A veces estas sensaciones físicas preocupan a los supervivientes y van al médico a que 
les haga un chequeo. 
Cogniciones 
Existen muchos patrones de pensamiento diferentes que marcan la experiencia del duelo. 
Ciertos pensamientos son normales en las primeras fases del duelo y generalmente desaparecen 
 19
después de un breve espacio de tiempo. Pero a veces los pensamientos persisten y desencadenan 
sentimientos que pueden producir una depresión o problemas de ansiedad. 
Incredulidad. Éste suele ser el primer pensamiento que se tiene cuando se conoce una 
muerte, especialmente si la muerte es súbita. La persona se dirá a sí misma: «No ha ocurrido, 
debe ser un error. No puedo creer que ha ocurrido, no quiero creer que ha ocurrido». Una joven 
viuda me dijo: «Sigo esperando que alguien me despierte y me diga que estoy soñando». 
Confusión. Muchas personas que sufren un duelo reciente dicen que su pensamiento es 
muy confuso, que parece que no pueden ordenar sus pensamientos, que tienen dificultad para 
concentrarse o que olvidan las cosas. Yo una vez fui a una velada social y cogí un taxi para 
volver a casa. Le dije al taxista dónde quería ir y me senté detrás mientras él seguía por la calle. 
Un poco más tarde me volvió a preguntar dónde quería ir. Pensé que quizás era un taxista novato 
y no conocía la ciudad, pero me dijo que tenía muchas cosas en la cabeza. Un poco más tarde me 
preguntó otra vez y entonces se disculpó y dijo que se sentía muy confuso. Esto ocurrió varias 
veces más y finalmente decidí que no le iba a hacer daño que le preguntara qué es lo que tenía 
en la cabeza. Me dijo que su hijo había muerto hacía una semana en un accidente de tráfico. 
Preocupación. Se trata de una obsesión con pensamientos sobre el fallecido. A menudo 
incluyen pensamientos obsesivos sobre cómo recuperar a la persona perdida. A veces la 
preocupación toma la forma de pensamientos intrusivos o imágenes del fallecido sufriendo o 
muriendo. En el Boston Child Bereavement Study, los padres supervivientes con los niveles más 
altos de pensamientos intrusivos eran aquellos que habían perdido de manera inesperada al 
cónyuge con quien habían tenido una relación muy conflictiva. 
Sentido de presencia. Éste es el equivalente cognitivo de la experiencia de anhelo. La 
persona en duelo puede pensar que el fallecido aún está de alguna manera en la dimensión de 
espacio y tiempo de los vivos. Esto puede ocurrir durante los momentos posteriores a la 
muerte. 
Alucinaciones. Tanto las alucinaciones visuales como las auditivas se incluyen en esta 
lista de conductas normales porque son una experiencia normal de las personas en duelo. 
Suelen ser experiencias ilusorias pasajeras, muchas veces se producen en las semanas 
siguientes a la pérdida, y generalmente no presagian una experiencia de duelo más difícil o 
complicada. Aunque desconciertan a algunos, muchos otros las consideran útiles. Con todo el 
interés que despierta últimamente el misticismo y laespiritualidad, es interesante especular si 
son realmente alucinaciones o posiblemente algún otro tipo de fenómeno metafísico. 
Existe una conexión obvia entre los pensamientos y los sentimientos, y la psicología y 
la terapia cognitivas que están teniendo últimamente mucho auge enfatizan esta conexión. 
Aaron Beck y sus colaboradores en la Universidad de Pennsylvania piensan que la experiencia 
de depresión la desencadenan patrones depresivos de pensamiento (Beck y otros, 1979). Por 
 20
la mente de las personas en duelo pasan ciertos pensamientos como: «No puedo vivir sin ella», 
«Nunca volveré a encontrar amor». Estos pensamientos pueden desencadenar sentimientos de 
tristeza y/o ansiedad muy intensos pero normales. 
Conductas 
Existen unas cuantas conductas específicas que se asocian a los duelos normales. 
Pueden variar desde trastornos del sueño y del apetito a distracciones y aislamiento social. Las 
siguientes conductas se presentan normalmente después de una pérdida y generalmente se 
corrigen solas con el tiempo. 
 
Trastornos del sueño. No es extraño que las personas que están en las primeras 
fases de la pérdida experimenten trastornos del sueño. Éstos pueden incluir dificultad para 
dormir y despertar temprano por las mañanas. Los trastornos del sueño a veces requieren 
intervención médica pero en los duelos normales se corrigen solos. 
Después de que Bill perdiera a su mujer empezó a despertarse cada mañana a las 
5.00 lleno de una intensa tristeza, y revisaba una y otra vez las circunstancias que rodearon la 
muerte y cómo se podría haber evitado, incluyendo lo que él podría haber hecho de forma 
diferente. Esto ocurría una mañana tras otra y pronto le causó problemas porque no rendía 
bien en el trabajo. Tras unas seis semanas el trastorno empezó a corregirse solo y finalmente 
desapareció. Ésta no es una experiencia inusual. Sin embargo, si el trastorno del sueño 
persiste, puede indicar un trastorno depresivo más serio, que se debería explorar. Los 
trastornos del sueño pueden simbolizar algunas veces miedos, incluso miedo a soñar, miedo a 
estar en la cama solo/a y miedo a no despertarse. Después de morir su marido, una mujer 
solucionó el miedo a estar sola en la cama llevándose al perro a la cama con ella. El sonido de 
la respiración del perro la reconfortaba, y continuó haciéndolo durante casi un año, hasta que 
fue capaz de dormir sola. 
Trastornos alimentarios. Los animales en duelo muestran trastornos de la alimentación 
que son también muy comunes en las situaciones de duelos en humanos. Aunque se pueden 
manifestar comiendo demasiado o demasiado poco, comer poco es una conducta que se 
describe con más frecuencia. Los cambios significativos en el peso pueden provenir de 
cambios en los patrones alimentarios. 
Conducta distraída. Las personas que han tenido una pérdida reciente se pueden 
encontrar a sí mismas actuando de manera distraída y haciendo cosas que al final les 
producen incomodidad o les hacen daño. Una paciente estaba preocupada porque en tres 
ocasiones distintas había conducido por la ciudad en su coche y, después de acabar sus 
asuntos, había olvidado que había llegado conduciendo y había vuelto a casa con transporte 
 21
público. Esta conducta se produjo después de una pérdida importante y finalmente se 
corrigió sola. 
Aislamiento social. No es extraño que las personas que han sufrido una pérdida 
quieran aislarse del resto de la gente. De nuevo, esto es normalmente un fenómeno efímero y 
se corrige solo. Vi a una mujer poco después de la muerte de su madre. Esta mujer era 
soltera y una persona muy sociable a la que le encantaba ir a fiestas. Durante varios meses 
después de la muerte de su madre rechazó todas las invitaciones porque parecían disonantes 
con su estado de ánimo en las primeras fases de su duelo. Esto puede parecer obvio y 
apropiado para el lector, pero esta mujer veía su aislamiento como anormal. Algunas 
personas se aislan de los amigos a los que perciben como demasiado solícitos. «Mis amigos 
insistían tanto que yo quería evitarlos. ¿Cuántas veces puedes decir "lo siento"?». El aislamiento 
social también puede incluir una pérdida de interés por el mundo externo, como no leer los 
periódicos o no mirar la televisión. 
Soñar con el fallecido. Es muy normal tener sueños con la persona muerta, tanto 
sueños normales como sueños angustiosos o pesadillas. Muchas veces dichos sueños sirven a 
diversos propósitos, como dar alguna clave diagnóstica sobre la situación de la persona en el 
curso de su duelo. 
Por ejemplo, durante varios años después de la muerte de su madre, Esther se sentía 
muy culpable respecto a las circunstancias relacionadas con la muerte. Esta culpa se manifestaba 
en baja autoestima y recriminación personal y se asociaba con una ansiedad considerable. 
Aunque había visitado a su madre fielmente cada día, Esther se marchó a por café y un poco de 
comida. Cuando estaba fuera, su madre murió. 
Esther estaba llena de remordimiento, y aunque usamos las técnicas de confrontación 
con la realidad en terapia, la culpa todavía persistía. Mientras estaba en terapia soñó con su 
madre. En este sueño se vio a sí misma ayudando a su madre a bajar por un camino 
resbaladizo para que no cayera. Era imposible. Este sueño fue un punto decisivo en su terapia 
porque le permitió ver que nada de lo que hubiera podido hacer habría evitado que su madre 
muriera. Este importante insight le dio permiso para desprenderse de la culpa que había 
arrastrado durante años. 
Evitar recordatorios del fallecido. Algunas personas evitarán los lugares o cosas que les 
provocan sentimientos dolorosos. Pueden evitar el lugar donde murió el fallecido, el 
cementerio, o pueden evitar objetos que les recuerdan a la persona querida que han perdido. 
Una mujer de mediana edad vino pidiendo asesoramiento psicológico cuando murió su marido 
después de una serie de ataques al corazón, dejándola con dos hijos. Durante un período de 
tiempo guardó todas las fotos de su marido en un armario ropero así como otras cosas que le 
recordaban a él. Esto obviamente fue sólo una solución a corto plazo y a medida que avanzó 
en su duelo fue capaz de sacar las cosas con las que quería vivir. 
 22
Cuando la persona en duelo se libra rápidamente de todas las cosas asociadas con el 
fallecido, deshaciéndose de ellas o haciéndolas desaparecer de cualquier manera posible, 
puede derivar en un duelo complicado. Normalmente no es una conducta sana y muchas 
veces indica una relación muy ambivalente con el fallecido. 
Buscar y llamar en voz alta. Tanto Bowlby como Parkes han escrito extensamente en 
sus trabajos sobre la conducta de búsqueda. «Llamar en voz alta» está relacionado con esta 
conducta de búsqueda. No es extraño que alguien pueda llamar en voz alta a la persona 
querida con un comentario asociado: «Larry, Larry. Por favor vuelve conmigo». Cuando no se 
hace verbalmente se puede hacer de forma subvocal. 
Suspirar. Suspirar es una conducta que se observa con frecuencia entre las 
personas en duelo. Es un correlato cercano a la sensación física de falta de respiración. Unos 
colaboradores del Hospital General de Massachusetts pusieron a prueba la respiración en un 
pequeño grupo de padres en duelo y descubrieron que sus niveles de oxígeno y dióxido de 
carbono eran similares a los encontrados en pacientes deprimidos Qallinek y otros, 1985). 
Hiperactividad desasosegada. Unas cuantas viudas del Harvard Bereavement Study y 
del Harvard Omega Project Study iniciaron una hiperactividad desasosegada después de la 
muerte de sus maridos. La mujer mencionada antes, cuyo marido la dejó con dos hijos 
adolescentes, no podía soportar estar en casa. Se subía en el coche y se ponía a conducir por 
la ciudad intentando encontrar algún alivio para su desasosiego. Otra viuda podía estar en 
casa durante el día porque estaba ocupada pero por la noche desaparecía. 
Llorar. Ha habidointeresantes especulaciones sobre el potencial valor curativo de las 
lágrimas. El estrés produce un desequilibrio químico en el cuerpo, y algunos investigadores 
creen que las lágrimas se llevan las sustancias tóxicas y ayudan a restablecer la homeostasis. 
Hi-potetizan que el contenido químico de las lágrimas producido por el estrés emocional es 
diferente del de las lágrimas secretadas como causa de la irritación de los ojos. Se están 
realizando pruebas para ver qué tipo de catecolaminas (sustancias químicas que alteran el 
estado de ánimo producidas por el cerebro) están presentes en las lágrimas emocionales (Frey, 
1980). Las lágrimas alivian el estrés emocional, pero cómo lo hacen es todavía una incógnita. 
Es necesaria más investigación sobre los efectos nocivos, si existe alguno, de contener el 
llanto. 
Visitar lugares o llevar consigo objetos que recuerdan al fallecido. Esto es lo opuesto a la 
conducta de evitar los recuerdos de la persona. Muchas veces destacar esta conducta refleja 
el miedo a olvidar al fallecido. «Durante dos semanas llevé conmigo su foto constantemente 
por miedo a olvidar su cara», me dijo una viuda. 
Atesorar objetos que pertenecían al fallecido. Una mujer joven se puso a registrar el 
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armario de su madre poco después de su muerte y se llevó la mayoría de su ropa a casa. 
Aunque usaban la misma talla y esto podría parecer un ejemplo de alguien ahorrativo, el 
hecho fue que la hija no se sentía cómoda si no llevaba puesto algo que había pertenecido a 
su madre. Llevó su ropa durante varios meses. Conforme avanzó el duelo encontró cada vez 
menos necesario vestirse con ropa que había pertenecido a su madre. Finalmente, dio la 
mayoría de las cosas a centros de caridad. 
La razón por la que explicamos estas características del duelo normal con tanto detalle 
es para mostrar la amplia variedad de conductas y experiencias asociadas con la pérdida. 
Obviamente una misma persona no experimentará todas estas reacciones. Sin embargo, es 
importante que los asesores que trabajan el duelo entiendan el amplio rango de conductas 
que abarca el duelo normal y no patologicen aquello que debería ser reconocido como normal. 
Entender esto además permitirá a los asesores tranquilizar a las personas que experimentan 
dicha conducta como angustiosa, especialmente en el caso de una primera pérdida 
significativa. Sin embargo, si estas experiencias persisten durante mucho tiempo en el proceso 
del duelo pueden ser indicadoras de un duelo más complicado (Demi y Miles, 1987). 
 
DUELO Y DEPRESIÓN 
 
Muchas de las conductas normales en un duelo pueden parecer iguales a las 
manifestaciones de la depresión. Para arrojar cierta luz sobre esto, estudiemos el debate sobre 
las similitudes y las diferencias entre duelo y depresión. 
Freud, en su artículo inicial de Duelo y melancolía, trató esta cuestión. Intentó 
señalar que la depresión, o «melancolía» como él la llamaba, era una forma patológica de 
duelo y era muy parecida al duelo normal pero tenía ciertos rasgos característicos propios 
—es decir, los impulsos de enfado hacia la persona querida «de manera ambivalente» se 
dirigían hacia dentro de uno mismo (Freud, 1917). Es cierto que el duelo se parece mucho a la 
depresión y también es cierto que el duelo puede transformarse en una depresión real. 
Gerald Klerman, un destacado investigador sobre la depresión, cree que «muchas 
depresiones las producen las pérdidas, ya sea inmediatamente después de las mismas o 
algún tiempo después cuando el paciente las recuerda» (Klerman, 1981). La depresión 
puede servir también como defensa frente al duelo. Si el enfado se dirige hacia sí mismo, se 
desvía del fallecido y esto evita que el superviviente se tenga que enfrentar a los 
sentimientos ambivalentes hacia el fallecido (Dorpat, 1973). 
Las principales distinciones entre el duelo y la depresión son éstas: en ambos se 
pueden encontrar los síntomas clásicos de trastorno del sueño, trastorno del apetito e intensa 
tristeza. Sin embargo, en el duelo no hay la pérdida de autoestima que se encuentra en la 
mayoría de las depresiones clínicas. Es decir, las personas que han perdido a alguien no se 
consideran menos a causa de la pérdida o si lo hacen, tiende a ser sólo durante un breve 
período de tiempo. Y si los supervivientes del fallecido experimentan culpa, es una culpa 
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asociada a algún aspecto específico de la pérdida más que un sentimiento dé culpabilidad 
general. 
Una sección en el Manual Diagnóstico y Estadístico III-R de la Asociación Psiquiátrica 
Americana sugiere: 
... un síndrome depresivo pleno con frecuencia es una reacción normal a la pérdida con 
sentimientos de depresión y síntomas asociados tales como poco apetito, pérdida de peso e 
insomnio. Sin embargo, la preocupación mórbida con sensación de inutilidad, deterioro 
funcional prolongado y marcado, y un retraso psicomotor marcado no son normales (APA, DSM 
III-R, pág. 361). 
En este caso, la persona en duelo generalmente ve sus sentimientos de depresión 
como normales, aunque puede buscar ayuda profesional para aliviar algún síntoma. 
Aunque el duelo y la depresión comparten rasgos objetivos y subjetivos similares, 
parecen ser estados diferentes. Freud creía que en el duelo el mundo parece pobre y vacío 
mientras que, en la depresión, la persona se siente pobre y vacía. Sin embargo, existen 
algunas personas que desarrollan episodios depresivos mayores después de una pérdida. El 
Manual Diagnóstico y Estadístico de la APA tiene en cuenta esto: «La preocupación mórbida por 
la inutilidad, la ideación suicida, el deterioro funcional mórbido o el retraso psicomotor, y la 
duración prolongada sugieren que el duelo se ha complicado a causa de una depresión 
mayor» (pág. 223). Si se desarrolla un episodio depresivo mayor durante el duelo, yo lo 
consideraría como un duelo exagerado (véase capítulo 4). 
Jacobs y sus colaboradores en Yale se han interesado por la depresión en el contexto 
del duelo y han dicho: «Aunque la mayoría de depresiones en el duelo son transitorias y no 
requieren atención profesional, existe un reconocimiento creciente de que algunas depresio-
nes, especialmente aquellas que persisten durante el primer año de duelo, son clínicamente 
«significativas» (Jacobs, 1987, pág. 501). Él ha usado medicación antidepresiva para tratar 
pacientes graves cuya depresión persistía mucho en el curso del duelo y no se solucionaba es-
pontáneamente o no respondía a intervenciones interpersonales. Éstas eran normalmente 
personas que tenían una historia de depresión o algún otro tipo de trastorno mental. Encontró 
mejoras en los trastornos del sueño y de la alimentación, así como una mejoría en el estado 
de ánimo y en la cognición. Esta respuesta sugiere una dimensión biológica de la depresión. 
Una de las funciones del asesor que está en contacto con personas durante los 
momentos de duelo agudo es evaluar qué pacientes pueden sufrir el desarrollo de una 
depresión mayor. Estos pacientes pueden recibir ayuda adicional, como evaluación médica y 
posiblemente sería correcto usar medicación antidepresiva. 
 
DETERMINANTES DEL DUELO 
Si se evalúa a un gran número de personas en duelo se encontrará un amplio rango 
de conductas, y aunque éstas puedan reflejar las de la lista de reacciones normales del duelo, 
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existen importantes diferencias individuales. Para algunos el duelo es una experiencia muy in-
tensa, mientras que para otros es bastante leve. Para algunos el duelo empieza en el 
momento en que conocen la pérdida, mientras que para otros es una experiencia retardada. 
En algunos casos el duelo dura un período de tiempo relativamente breve, mientras que en 
otros parece durar siempre. En el Estudio del Duelo de Harvard había un interés muy grande 
por identificar los parámetros o determinantes significativos del duelo (Parkes y Weiss, 1983). 
Si se quisiera predecir cómo responderá una persona a unapérdida, ¿qué necesitarías saber? 
Aunque la experiencia del duelo está relacionada con el nivel evolutivo y las cuestiones 
conflictivas de la persona que están implicadas, los determinantes más importantes parecen 
entrar dentro de las seis categorías siguientes. 
 1. Quién era la persona. Para empezar con lo más obvio, si se quiere predecir 
cómo responderá alguien a una pérdida, se tiene que saber algo del fallecido. Por un abuelo 
que muere por causas natura les probablemente se elaborará un duelo diferente que por un 
herma no que muere en un accidente de coche. Por la pérdida de un primo lejano se sufrirá 
un duelo diferente que por la pérdida de un hijo. La pérdida del cónyuge se elaborará de 
manera diferente que la de uno de los padres. 
 2. La naturaleza del apego. No sólo se necesita saber quién era la persona, sino 
también cuál era la naturaleza del apego. Esto incluiría saber algo de: 
a. La fuerza del apego. Es casi axiomático que la ansiedad del duelo está 
determinada por la intensidad del amor. La reacción emocional aumentará su 
gravedad proporcionalmente a la intensidad de la relación afectiva. 
b. La seguridad del apego. ¿Cómo era de necesario el falleci 
do para la sensación de bienestar del superviviente? Si el superviviente 
necesitaba a la persona perdida para su sentido de autoestima, por ejemplo, 
sentirse bien consigo mismo, esto anunciará una reacción emocional más difícil. 
Para muchos, su seguridad y sus necesidades de estima las cubre la pareja y 
cuando ésta muere, las necesidades siguen siendo las mismas pero los 
recursos han desaparecido. 
c. La ambivalencia en la relación. En cualquier relación íntima siempre hay cierto 
grado de ambivalencia. Básicamente se ama a la persona pero también 
coexisten sentimientos negativos. Normalmente los sentimientos positivos 
sobrepasan con diferencia a los negativos, pero en el caso de una relación 
muy ambivalente en la que los sentimientos negativos coexisten en una 
proporción casi igual, habrá una reacción emocional más difícil en el duelo. 
Normalmente en una relación altamente ambivalente, existe una cantidad 
tremenda de culpa, expresada muchas veces como «¿Hice lo suficiente?», 
unida a una rabia intensa por el hecho de que el fallecido le haya dejado 
solo/a. 
 26
d. Los conflictos con el fallecido son también determinantes importantes de la 
respuesta ante un duelo. Esto se refiere no sólo a los conflictos cercanos al 
momento de la muerte sino a una historia de conflictos. Merecen mención es-
pecial los conflictos que provienen de abuso sexual y/o físico a una edad 
temprana (Krupp, 1986). 
3. Tipo de muerte. Cómo murió la persona nos dirá algo sobre cómo elabora el duelo 
el superviviente. Tradicionalmente, las muertes se han catalogado bajo las categorías NASH: 
natural, accidental, suicidio y homicidio. La muerte accidental de un hijo todavía joven se 
elaborará de manera diferente que la muerte natural de una persona anciana, que muere a 
una edad más apropiada. La muerte por suicidio de un padre se elaborará de manera diferente 
que la muerte esperada de una madre joven que deja hijos pequeños. Existe evidencia (véase 
capítulo 6) de que los supervivientes de muertes por suicidio atraviesan momentos únicos y 
muy difíciles a la hora de afrontar el duelo. 
Otras dimensiones asociadas con el tipo de muerte incluyen dónde se produjo la 
muerte a nivel geográfico, si ocurrió cerca o lejos, y si había algún aviso previo o se trata de 
una muerte inesperada. Unos cuantos estudios sugieren que los supervivientes de muertes 
repentinas, especialmente los supervivientes jóvenes, tienen momentos más difíciles un año o 
dos más tarde que las personas con aviso previo (Parkes y Weiss, 1983). A veces las 
circunstancias que rodean a la muerte facilitan a los supervivientes la expresión del enfado y 
la culpa. Esto es particularmente cierto en el caso de muertes accidentales aunque aumentan 
sus sentimientos de impotencia (Bowlby, 1980). En circunstancias en las que el superviviente 
mata a la persona en un accidente o en un homicidio, la culpa obviamente será un factor 
clave del afrontamiento de la pérdida. 
 4. Antecedentes históricos. Para predecir cómo va a elaborar el duelo cada 
persona hay que saber si ha tenido pérdidas anteriores y cómo se elaboraron dichos duelos. 
¿Se elaboraron adecuadamente o añaden a la nueva pérdida la irresolución de la primera? Es 
importante conocer la historia de salud mental previa de la persona (es frecuente que 
aquellas personas que han padecido depresiones anteriormente sufran más elaborando el 
duelo). 
Un área que ha explorado nuestro grupo de investigación es la de los acontecimientos 
que cambian la vida. La «Lista de experiencias recientes» creada por los doctores Holmes y 
Rahe permite recopilar un listado y una valoración de los acontecimientos cambiantes que se 
produjeron seis meses y/o un año antes de la muerte (Holmes y Rahe, 1967). Hemos 
hipotetizado que las personas con un número grande de cambios antes del duelo tendrán 
más dificultades con el mismo. Sin embargo, esto no parece mantenerlo la evidencia, 
probablemente porque el mero listado de las crisis vitales es insuficiente. No sólo es im-
portante saber qué crisis vitales se produjeron sino que también es necesario evaluar una 
importante variable cognitiva: cómo creen las personas que les afectan esas crisis vitales. 
5. Variables de personalidad. Bowlby defendió con fuerza que se tuviera en cuenta la 
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estructura de personalidad de la persona en duelo cuando se intentara entender su 
respuesta ante la pérdida (Bowlby, 1980). Las variables incluyen la edad y el sexo, la 
inhibición de sentimientos que tiene, cómo maneja la ansiedad y cómo afronta las 
situaciones estresantes. Si son personas muy dependientes o han tenido relaciones 
tempranas complicadas. Las personas diagnosticadas de ciertos trastornos de personalidad 
pueden pasar momentos difíciles al manejar la pérdida. Esto es especialmente cierto con las 
personas clasificadas con trastornos de personalidad borderline o narcisista (véase APA, 1987). 
 6. Variables sociales. Todos nosotros pertenecemos a varias subculturas sociales. La 
subcultura étnica y social son sólo dos entre muchas. Nos proporcionan pautas generales y 
rituales de comportamiento. Los irlandeses, por ejemplo, elaboran el duelo de manera diferente 
que los italianos, y la gente de Nueva Inglaterra aún lo hace de manera más diferente. En la fe 
judía, se respeta el shiva, un período de siete días en que la familia está en casa y los amigos y 
familiares vienen a ayudarles para que puedan elaborar el duelo en las mejores circunstancias. 
A esto le siguen otros rituales como ir al templo y descubrir la lápida en el primer aniversario de 
la pérdida. Los católicos tienen sus propios rituales al igual que los protestantes. Para predecir 
adecuadamente cómo va a elaborar el duelo alguien, se han de conocer los antecedentes 
sociales, étnicos y religiosos del superviviente. Todavía no se sabe hasta qué punto afecta la 
participación a un buen ajuste en la elaboración del duelo. Éste es un terreno en el que se han 
de realizar más investigaciones. 
El grado de apoyo emocional y social percibido que se recibe de los demás, tanto dentro 
como fuera de la familia, es significativo en el proceso del duelo. Varios estudios han mostrado 
que el apoyo social percibido alivia los efectos adversos del estrés, incluido el estrés del duelo 
(Blazer, 1982, Pennebaker, O'Heeron, 1984; Levav y otros, 1988; Bowling, 1988). Incluso las 
personas que tenían un animal mostraron menos síntomas que las personas que no tenían su 
compañía (Akiyama, 1986). La mayoría de los estudios encuentran que aquellos que progresan 
menos en el duelo tienen un apoyo social inadecuado o conflictivo. 
Una última dimensión que se debería mencionar bajo variables sociales es la ganancia 
secundaria que puede

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