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1 J. William Worden El tratamiento del duelo: Asesoramiento psicológico y terapia. Ed. Paidós, Barcelona, 1997 [pp. 23-39] CAPÍTULO 1 EL APEGO, LA PÉRDIDA Y LAS TAREAS DEL DUELO LA TEORÍA DEL APEGO Antes de poder entender plenamente el impacto de una pérdida y el comportamiento humano al que va asociada, se debe entender un poco el significado del apego. Existe una cantidad considerable de escritos en la bibliografía psicológica y psiquiátrica sobre la naturaleza del apego —qué es y cómo se desarrolla—. Una de las figuras clave y uno de los principales pensadores dentro de esta área es el psiquiatra británico John Bowlby, que ha dedicado gran parte de su carrera profesional al área del apego y de la pérdida, y ha escrito varios libros importantes y algunos artículos sobre el tema. La teoría del apego de Bowlby nos ofrece una manera de conceptualizar la tendencia de los seres humanos a establecer fuertes lazos emocionales con otras personas y una manera de entender las fuertes reacciones emocionales que se producen cuando dichos lazos se ven amenazados o se rompen. Para desarrollar su teoría, Bowlby ha ampliado sus redes y ha incluido datos de la etología, de la teoría de control, de la psicología cognitiva, de la neuropsicología y de la biología evolutiva. Está en contra de aquellos que creen que los vínculos de apego entre las personas se desarrollan sólo para cubrir ciertos impulsos biológicos, como el impulso hacia la comida o el sexo. Hace referencia al trabajo de Lorenz con animales y al de Harlow con monos jóvenes, para explicar que el apego se produce en ausencia de refuerzo de dichas necesidades biológicas (Bowlby, 1977). La tesis de Bowlby es que estos apegos provienen de la necesidad que tenemos de protección y seguridad; se desarrollan a una edad temprana, se dirigen hacia unas pocas personas específicas y tienden a perdurar a lo largo de gran parte del ciclo vital. Establecer apegos con otros seres significativos se considera una conducta normal no sólo en los niños sino también en los adultos. Bowlby argumenta que la conducta de apego tiene un valor de supervivencia, citando que aparece en las crías de casi todas las especies de mamíferos. Pero ve la conducta de apego distinta de la de nutrición y de la sexual (Bowlby, 1977). La conducta de apego la ilustran muy bien las crías de animales y los niños pequeños que, a medida que crecen, se alejan de la figura de apego durante períodos de tiempo cada vez más 2 largos, para buscar en un radio cada vez más amplio de su ambiente. Pero siempre vuelven a la figura de apego en busca de protección y seguridad. Cuando dicha figura desaparece o se ve amenazada, la respuesta es de intensa ansiedad y fuerte protesta emocional. Bowlby sugiere que los padres proporcionan al niño la base de operaciones segura a partir de la cual explorar. Esta relación determina la capacidad del niño para establecer lazos afectivos más tarde en la vida adulta. Esto es similar al concepto de Erik Erikson de confianza básica: a través de un buen cuidado paterno, la persona se siente capaz de ayudarse a sí misma y se cree merecedora de ayuda si surgen dificultades (Erikson, 1950). En este patrón se pueden producir aberraciones patológicas obvias. Un cuidado paterno inadecuado puede llevar a las personas a establecer apegos ansiosos o muy tenues, si es que se llegan a establecer. Si la meta de la conducta de apego es mantener un lazo afectivo, las situaciones que ponen en peligro este lazo suscitan ciertas reacciones muy específicas. Cuanto mayor es el potencial de pérdida más intensas son estas reacciones y más variadas. «En dichas circunstancias, se activan las conductas de apego más poderosas: aferrarse, llorar y quizás coaccionar mediante el enfado... Cuando estas acciones son exitosas, se restablece el lazo, las actividades cesan y se alivian los estados de estrés y malestar» (Bowlby, 1977, pág. 42). Si el peligro no desaparece sobrevendrá el rechazo, la apatía y el desespero. Los animales muestran esta conducta al igual que los humanos. En su libro La expresión de las emociones en el hombre y en los animales, escrito durante la última parte del siglo xix, Charles Darwin describió cómo expresaban los animales la tristeza igual que los seres humanos niños y adultos (Darwin, 1872). Konrad Lorenz ha descrito esta conducta, similar al duelo, en la separación de una oca gris de su pareja: La primera respuesta a la separación del compañero consiste en un intento ansioso de encontrarlo de nuevo. La oca se traslada de sitio, inquieta de día y de noche, volando grandes distancias y visitando luga res donde podría encontrar a la pareja, profiriendo todo el tiempo la penetrante llamada trisilábica a larga distancia. [...] Las expediciones de búsqueda se extienden cada vez más lejos y a veces hasta la oca que busca se pierde o sucumbe a un accidente. [...] Todas las características objetivas, observables en la conducta de la oca al perder a su compa- ñero, son más o menos idénticas a las del duelo humano (Lorenz, 1963, citado en Parkes, 1972, pág. 40). Existen muchos otros ejemplos de duelo en el mundo animal. Hace varios años se contaba un relato interesante sobre los delfines del zoo de Montreal. Después de la muerte de uno de ellos, su compañero se negó a comer, y los cuidadores del zoo tenían la difícil, si no imposible tarea, de mantener al delfín superviviente vivo. No comiendo, el delfín estaba exhibiendo manifestaciones de duelo y depresión semejantes a la conducta de pérdida humana. El psiquiatra George Engel, en una conferencia en el Psychiatric Grand Rounds en el Hospital General de Massachusetts, describió un caso de duelo con mucho detalle. Este caso mostraba las reacciones normales que se pueden encontrar en un superviviente que ha perdido a su pareja. 3 En un momento posterior de su conferencia, después de haber leído un largo informe extraído de un diario que escribió sobre esta pérdida, el doctor Engel reveló que estaba describiendo el comportamiento de una ostra que había perdido a su compañero. Debido a la gran cantidad de ejemplos que hay en el mundo animal, Bowlby concluye que existen buenas razones biológicas para responder a cualquier separación de una manera automática e instintiva, con una conducta agresiva. También sugiere que la pérdida irrecuperable no se tiene en cuenta; que en el curso de la evolución, se desarrollaron aptitudes instintivas en torno al hecho de que las pérdidas son reversibles y las respuestas conductuales que forman parte del proceso de duelo se dirigen a restablecer la relación con el objeto perdido (Bowlby, 1980). Esta «teoría biológica del duelo» ha influido en el pensamiento de muchas personas, incluyendo el del psiquiatra británico Colín Murray Parkes (Parkes, 1972). Las respuestas de duelo en los animales muestran que en los humanos funcionan procesos biológicos primitivos. Sin embargo, existen características del duelo específicas sólo de los seres humanos, y estas reacciones normales en dicho proceso se describirán en el próximo capítulo. Es evidente que todos los humanos sufren en mayor o menor medida el duelo por una pérdida. Los antropólogos que han estudiado otras sociedades, sus culturas y sus reacciones ante la pérdida de seres amados, dicen que en cualquier sociedad estudiada de cualquier parte del mundo se produce un intento casi universal por recuperar el objeto perdido, y/o existe la creencia en una vida después de la muerte donde uno se puede volver a reunir con el ser querido. Sin embargo, en las sociedades anteriores a la escritura, la patología a causa del duelo parece ser menos frecuente que en las sociedades más civilizadas (Krupp y Kligfeld, 1962). ¿ES EL DUELO UNA ENFERMEDAD? El psiquiatra George Engel planteó esta interesante pregunta, que nos obliga a reflexionar, en un ensayo publicado en PsychosomaticMedicine. Su tesis es que la pérdida de un ser amado es psicológicamente tan traumática como herirse o quemarse gravemente lo es en el plano fisioló- gico. Argumenta que el duelo representa una desviación del estado de salud y bienestar, e igual que es necesario curarse en la esfera de lo fisiológico para devolver al cuerpo su equilibrio homeostático, asimismo se necesita un período de tiempo para que la persona en duelo vuelva a un estado de equilibrio similar. Por esta razón, Engel ve el proceso de duelo similar al proceso de curación. Al igual que en la curación física, se puede restaurar el funcionamiento total o casi total, pero también hay casos de funcionamiento y de curación inadecuados. De la misma manera que los términos sano y patológico se aplican a los distintos cursos en el proceso de curación fisiológica, también se pueden aplicar al curso que toma el proceso del duelo. Él lo ve como un proceso que lleva tiempo, hasta que tiene lugar la restauración del funcionamiento. Hay distintos grados en el nivel de funcionalidad de la evolución (Engel, 1961). 4 ¿ES NECESARIO ELABORAR EL DUELO? El enfoque de Engel tiene sentido y lleva lógicamente a otra pregunta: «¿Es necesario elaborar un duelo?». Yo respondería a esta pregunta con un claro «¡Sí!». Después de sufrir una pérdida, hay ciertas tareas que se deben realizar para restablecer el equilibrio y para completar el proceso de duelo. Todo el crecimiento y desarrollo humano se puede ver influido por diversas tareas. Éstas son más obvias cuando se observa el crecimiento y desarrollo de los niños. De acuerdo con el famoso psicólogo evolutivo Robert Havinghurst, existen ciertas tareas evolutivas que se presentan a medida que el niño crece. Si el niño no completa una tarea a un cierto nivel, su adaptación se verá perjudicada cuando intente completar tareas a niveles más altos (Havinghurst, 1953). De igual manera, el duelo (la adaptación a la pérdida) se puede ver como un proceso que implica las cuatro tareas básicas explicadas a grandes rasgos más adelante. Es esencial que la persona las complete antes de poder acabar el duelo. Aunque dichas tareas no siguen ne- cesariamente un orden específico, en las definiciones se sugiere un cierto ordenamiento. Por ejemplo, no se puede controlar el impacto emocional de la pérdida hasta que no se asume el hecho de que la pérdida se ha producido. Puesto que el duelo es un proceso y no un estado, estas tareas requieren esfuerzo y, siguiendo el ejemplo de Freud, hablamos de que la persona realiza el «trabajo de duelo». Usando la analogía de Engel de la curación, es posible que alguien realice algunas de estas tareas pero no otras y, por lo tanto, tenga un duelo incompleto, tal como podría tener una curación incompleta de una herida. LAS CUATRO TAREAS DEL DUELO Tarea I: aceptar la realidad de la pérdida Cuando alguien muere, incluso si la muerte es esperada, siempre hay cierta sensación de que no es verdad. La primera tarea del duelo es afrontar plenamente la realidad de que la persona está muerta, que se ha marchado y no volverá. Parte de la aceptación de la realidad es asumir que el reencuentro es imposible, al menos en esta vida. La conducta de búsqueda, sobre la que Bowlby y Parkes han escrito extensamente, se relaciona directamente con el cumplimiento de esta tarea. Mucha gente que ha sufrido una pérdida se encuentra a sí misma llamando en voz alta a la persona perdida y, a veces, la confunde con otras personas de su entorno. Puede caminar por la calle y vislumbrar a alguien que le recuerda al fallecido y entonces tiene que recordarse a sí misma: «No, no es mi amigo. Mi amigo está realmente muerto». Lo opuesto de aceptar la realidad de la pérdida es no creer mediante algún tipo de negación. Algunas personas no aceptan que la muerte es real y se quedan bloqueados en la primera tarea. La negación se puede practicar a varios niveles y tomar varias formas, pero la 5 mayoría de las veces implica negar la realidad, el significado o la irre-versibilidad de la pérdida (Dorpat, 1973). Negar la realidad de la pérdida puede variar en el grado, desde una ligera distorsión a un engaño total. Los casos bizarros de negación mediante el engaño son poco frecuentes, por ejemplo aquellos en los que la persona en duelo guarda el cuerpo del fallecido en casa durante varios días antes de notificar a nadie la muerte. Gardiner y Pritchard describen seis casos de esta conducta nada común, y yo he visto dos casos. Las personas implicadas eran, evidentemente, psicóticos o excéntricos y solitarios (Gardiner y Pritchard, 1977). Lo más probable que puede ocurrir es que la persona sufra lo que el psiquiatra Geoffrey Gorer llama «momificación.., es decir, que guarda posesiones del fallecido en un estado momificado, preparadas para usar cuando él o ella vuelva (Gorer, 1965). Un ejemplo clásico de esto se refiere a la reina Victoria, que después de la muerte de su consorte el príncipe Alberto, extendía cada día sus ropas y bártulos para el afeitado y daba vueltas por el palacio hablándole. Los padres que pierden un hijo conservan la habitación tal como estaba antes de la muerte. Esto no es extraño a corto plazo pero se convierte en negación si continúa durante años. Un ejemplo de distorsión en vez de engaño sería la persona que ve al fallecido personificado en uno de sus hijos. Este pensamiento distorsionado puede amortiguar la intensidad de la pérdida pero raramente es satisfactorio y, además, dificulta la aceptación de la realidad de la pérdida. Otra manera que tiene la gente de protegerse de la realidad es negar el significado de la pérdida. De esta manera, la pérdida se puede ver como menos significativa de lo que realmente es. Es normal oír afirmaciones como: «No era un buen padre», «No estábamos tan unidos» o «No le echo de menos». Algunas personas se deshacen de las ropas y otros artículos personales que les recuerdan al fallecido. Acabar con todos los recuerdos del fallecido es lo opuesto a la «momificación» y minimiza la pérdida. Es como si los supervivientes se protegieran a sí mismos mediante la ausencia de objetos que les hagan afrontar cara a cara la realidad de la pérdida. Otra manera de negar el significado pleno de la pérdida es practicar un «olvido selectivo». Por ejemplo, Gary perdió a su padre a los 12 años. A lo largo del tiempo había borrado de su mente todo lo relacionado con su padre, incluida su imagen visual. Cuando vino por primera vez a psicoterapia siendo estudiante universitario, ni siquiera podía recordar la cara de su padre. Después de realizar un proceso de terapia, fue capaz de recordar no sólo cómo era su padre sino que también pudo sentir su presencia cuando recibió la condecoración en su ceremonia de graduación. Algunas personas hacen difícil la realización de la tarea I negando que la muerte sea irreversible. Un buen ejemplo de esto lo ilustraba un fragmento de una película transmitida por la serie de TV 60 minutos hace varios años. Hablaba de un ama de casa que había perdido a su madre y a su hija de 12 años en un incendio. Durante los primeros dos años pasó los días diciéndose a sí misma en voz alta: «No quiero que estéis muertas, no quiero que estéis muertas, no moriréis». Parte de su terapia consistió en la necesidad de afrontar el hecho de que estaban muertas y nunca volverían. 6 Otra estrategia usada para negar la finitud de la muerte es el espiritismo. La esperanza de reunirse con la persona muerta es un sentimiento normal, sobre todo en los primeros días o semanas después de la pérdida. Sin embargo, la esperanza crónica de dicha reunión no es normal. A partir de su investigación Parkes afirma: El espiritismo pretende ayudar a la gente en su búsqueda de la persona muerta, y siete de las personas que participaron en mis estudios describieron visitas a sesiones de espiritismo o a iglesias espiritistas. Susreacciones eran variadas: algunos sintieron que habían obtenido algún tipo de contacto con el muerto y a unos pocos les asustó. En general no se sentían satisfechos con la experiencia y ninguno se convirtió en un asistente asiduo a encuentros espiritistas (Parkes, 1972, pág. 52). Llegar a aceptar la realidad de la pérdida lleva tiempo porque implica no sólo una aceptación intelectual sino también emocional. La persona en duelo puede ser intelectualmente consciente de la finalidad de la pérdida mucho antes de que las emociones le permitan aceptar plenamente la información como verdadera. Es fácil creer que la persona amada está todavía de viaje o que se ha ido otra vez al hospital. La realidad golpea duro cuando se quiere coger el teléfono para compartir alguna experiencia con la persona amada y se recuerda que él/ella no está en el otro extremo. A muchos padres les costará meses decir: «Mi hijo está muerto y nunca le volveré a tener». Pueden ver a los niños jugar en la calle o pasar en el autobús de la escuela y decirse a sí mismos: «Cómo puedo haber olvidado que mi hijo está muerto». La creencia y la incredulidad son intermitentes mientras se intenta resolver esta tarea. Krupp lo explicó muy bien cuando dijo: A veces las personas en duelo parecen estar bajo la influencia de la realidad o se comportan como si aceptaran plenamente que el fallecido se ha ido; otras veces se comportan de manera irracional, bajo el dominio de la fantasía de un reencuentro final. El enfado se dirige al objeto perdido, al sí mismo, a otras personas que se cree que han causado la pérdida, e incluso a los benévolos que con buena intención le recuerdan que la realidad de la pérdida es una característica omnipresente (Krupp y otros, 1986, pág. 345). Aunque completar esta tarea plenamente lleva tiempo, los rituales tradicionales como el funeral ayudan a muchas personas a encaminarse hacia la aceptación. Los que no están presentes en el entierro pueden necesitar otras formas externas de validar la realidad de la muerte. La irrealidad es particularmente difícil en el caso de la muerte súbita, especialmente si el superviviente no ve el cuerpo del fallecido. En nuestro Boston Child Bereavement Study, encontramos una fuerte relación entre la pérdida súbita y los sueños del cónyuge superviviente en los meses posteriores a la pérdida. Parece ser que soñar que el fallecido está vivo es, no sólo un deseo de que se haga realidad, sino una manera que tiene la mente de validar la realidad de la muerte mediante el contraste intenso que se produce al despertar de dicho sueño. 7 Tarea II: trabajar las emociones y el dolor de la pérdida Es apropiado usar la palabra alemana Schmerz cuando se habla del dolor porque su definición más amplia incluye el dolor físico literal que mucha gente experimenta y el dolor emocional y conductual asociado con la pérdida. Es necesario reconocer y trabajar este dolor o éste se manifestará mediante algunos síntomas u otras formas de conducta disfuncional. Parkes afirma esto cuando dice: «Sí, es necesario que la persona elabore el dolor emocional para realizar el trabajo del duelo, y cualquier cosa que permita evitar o suprimir de forma continua este dolor es probable que prolongue el curso del duelo» (Parkes, 1972, pág. 173). No todo el mundo experimenta el dolor con la misma intensidad ni lo siente de la misma manera, pero es imposible perder a alguien a quien se ha estado profundamente vinculado sin experimentar cierto nivel de dolor. Puede haber una sutil interacción entre la sociedad y la persona en duelo que hace más difícil completar la tarea II. La sociedad puede estar incómoda con los sentimientos de estas personas y, por lo tanto, da el mensaje sutil: «No necesitas elaborarlo, sólo sientes pena por ti mismo». Esto interfiere con las propias defensas de la persona, llevándole a negar la necesidad de elaborar los aspectos emocionales, expresándolo como: «No necesito elaborar el duelo» (Pincus, 1974). Geoffrey Gorer lo reconoce y dice: «Abandonarse al dolor está estigmatizado como algo mórbido, insano y desmoralizador. Lo que se considera apropiado en un amigo que quiere bien a la persona en proceso de duelo es que la distraiga de su dolor» (Gorer, 1965, pág. 130). La negación de esta segunda tarea, de trabajar el dolor, es no sentir. La persona puede hacer un cortocircuito a la tarea II de muchas maneras, la más obvia es bloquear sus sentimientos y negar el dolor que está presente. A veces entorpecen el proceso evitando pensamientos dolorosos. Utilizan procedimientos de detención de pensamientos para evitar sentir la disforia asociada con la pérdida. Algunas personas lo controlan estimulando sólo pensamientos agradables del fallecido, que les protegen de la incomodidad de los pensamientos desagradables. Idealizar al muerto, evitar las cosas que le recuerdan a él y usar alcohol o drogas son otras maneras en que la gente se abstiene de cumplir esta tarea II. Algunas personas que no entienden la necesidad de experimentar el dolor de la pérdida intentan encontrar una cura geográfica. Viajan de un lugar a otro buscando cierto alivio a sus emociones, esto es lo opuesto a permitirse a sí mismos dar rienda suelta al dolor: sentirlo y saber que un día se pasará. Una joven minimizó su pérdida creyendo que su hermano estaba fuera del oscuro lugar en el que había estado y en uno mejor después de su suicidio. Esto podía ser verdad pero le impidió experimentar el intenso enfado que sentía por haberla abandonado. En el tratamiento, cuando se permitió a sí misma por primera vez sentir enfado dijo: «Estoy enfadada con su comportamiento y no con él». Finalmente fue capaz de reconocer este enfado directamente. 8 Hay unos pocos casos en los que la persona superviviente tiene una respuesta eufórica ante la muerte, pero no suele estar asociado con un rechazo empático a creer que la muerte ha ocurrido. Puede ir acompañado de una sensación vivida de la presencia continua del fallecido. Generalmente, estas respuestas eufóricas son extremadamente frágiles y efímeras (Parkes, 1972). John Bowlby dice: «Antes o después, aquellos que evitan todo duelo consciente, sufren un colapso, habitualmente con alguna forma de depresión» (Bowlby, 1980, pág. 158). Uno de los propósitos del asesoramiento psicológico en procesos de duelo es ayudar a facilitar esta segunda tarea para que la gente no arrastre el dolor a lo largo de su vida. Si la tarea II no se completa adecuadamente, puede que sea necesaria una terapia más adelante, en un momento en que puede ser más difícil retroceder y trabajar el dolor que ha estado evitando. Ésta es una experiencia más compleja y difícil de tratar que en el momento de la pérdida. Además, se puede complicar al tener un sistema social de menos apoyo que el que hubieran tenido en el momento de la pérdida original. Tarea III: adaptarse a un medio en el que el fallecido está ausente Adaptarse a un nuevo medio significa cosas diferentes para personas diferentes, dependiendo de cómo era la relación con el fallecido y de los distintos roles que desempeñaba. Para muchas viudas cuesta un período de tiempo considerable darse cuenta de cómo se vive sin sus maridos. Este darse cuenta muchas veces empieza alrededor de tres meses después de la pérdida e implica asumir vivir sola, educar a los hijos sola, enfrentarse a una casa vacía y manejar la economía sola. Parkes insistió en esto cuando dijo: En cualquier duelo, casi nunca está claro lo que se ha perdido. La pérdida de un esposo, por ejemplo, puede significar o no la pérdida de la pareja sexual, del compañero, del contable, del jardinero, del niñero, de audiencia, del calentador de la cama, etc., dependiendo de los roles específicos que desempeñaba normalmente este marido (Parkes, 1972, pág. 7). El superviviente no es consciente de todos los roles que desempeñaba el fallecidohasta algún tiempo después de la pérdida. Muchos supervivientes se resienten por tener que desarrollar nuevas habilidades y asumir roles que antes desempeñaban sus parejas. Un ejemplo de esto es el de Margot, una madre joven cuyo marido murió. Él era el tipo de persona eficaz, que se encargaba de las situaciones y que resolvía los problemas que se les presentaban. Después de su muerte, uno de los hijos se metió en un lío en la escuela, y necesitaba citas con el asesor. Antes, el marido se habría puesto en contacto con el colegio y lo habría solucionado todo, pero después de su muerte Margot se vio forzada a desarrollar esta habilidad. Aunque lo hizo de mala gana y con resentimiento, fue consciente de que le gustaba tener la capacidad para controlar dicha situación de manera com- petente y que nunca lo hubiera realizado si su marido estuviera vivo aún. La estrategia de afrontamiento de redefinir la pérdida de manera que pueda redundar en beneficio del superviviente tiene que ver, muchas veces, con que se complete la tarea III de manera exitosa. 9 Las personas en duelo no sólo se han de adaptar a la pérdida de los roles que desempeñaba antes el fallecido, sino que la muerte les confronta también con el cuestionamiento que supone adaptarse a su propio sentido de sí mismos. Los estudios recientes postulan que, para las mujeres que definen su identidad a través de sus relaciones y del cuidado a los otros, el duelo significa no sólo la pérdida de otra persona significativa sino también la sensación de pérdida del sí mismo (Zaiger, 1985). El duelo puede suponer una regresión intensa en la que las personas se perciben a sí mismas como inútiles, inadecuadas, incapaces, infantiles o personalmente en quiebra (Horowitz y otros, 1980). Los intentos de cumplir con los roles del fallecido pueden fracasar y esto, a su vez, puede llevar a una mayor sensación de baja autoestima. Cuando ocurre se cuestiona la eficacia personal y la gente puede atribuir cualquier cambio al azar o al destino y no a su propia fuerza y habilidad (Goalder, 1985). Sin embargo, con el tiempo estas imágenes negativas dan paso a otras más positivas y los supervivientes son capaces de continuar con sus tareas y aprender nuevas formas de enfrentarse al mundo (Shuchter y Zisook, 1986). Una tercera área puede ser el ajuste al propio sentido del mundo. La pérdida a causa de una muerte puede cuestionar los valores fundamentales de la vida de cada uno y sus creencias filosóficas, creencias influidas por nuestras familias, nuestros pares, la educación y la religión así como por las experiencias vitales. No es extraño sentir que se ha perdido la dirección en la vida. La persona busca significado, y su vida cambia para darle sentido a esta pérdida y para recuperar cierto control. Esto ocurre cuando se trata de muertes súbitas y prematuras. Para mucha gente no hay una respuesta clara. Una madre, cuyo joven hijo murió en 1988 en un accidente de aviación de la Pan Am, vuelo 103, dijo: «A lo largo del tiempo se adoptan nuevas creencias, o viejas reafirmadas o modificadas, para reflejar la fragilidad de la vida y los límites del control» (Shuchter y Zisook, 1986). Detener la tarea III es no adaptarse a la pérdida. La persona lucha contra sí misma fomentando su propia impotencia, no desarrollando las habilidades de afrontamiento necesarias o aislándose del mundo y no asumiendo las exigencias del medio. Sin embargo, la mayoría de la gente no sigue este curso negativo sino que decide que debe asumir los roles a los que no está acostumbrada, desarrollar habilidades que nunca había tenido y seguir adelante con un nuevo sentido del mundo. Bowlby lo resume cuando dice: Los resultados de un duelo giran en torno a cómo se logre resolver esta tarea (la III): o el progreso hacia el reconocimiento del cambio de circunstancias, una revisión de sus modelos representacionales, y una redefinición de sus metas en la vida, o un estado de detención del crecimiento, en el que se encuentra aprisionado por un dilema que no puede resolver (Bowlby, 1980, pág. 139). Tarea IV: recolocar emocionalmente al fallecido y continuar viviendo Cuando escribí la primera edición de este libro, catalogué la cuarta tarea del duelo 10 como «retirar la energía emocional del fallecido y reinvertirla en otra relación». Este concepto lo postuló Freud cuando dijo: «El duelo supone una tarea psíquica bastante precisa que hay que realizar: su función es desvincular las esperanzas y los recuerdos del muerto» (Freud, 1913, pág. 65). Aunque creo que esto es verdad, la manera en que denominaba la tarea IV llevaba a confusiones. Sonaba demasiado mecánico, como si uno pudiera estirar de un enchufe y volverlo a enchufar en algún otro lugar. Uno nunca pierde los recuerdos de una relación significativa. Volkan ha sugerido: Una persona en duelo nunca olvida del todo al fallecido al que tanto valoraba en vida y nunca rechaza, totalmente su rememoración. Nunca podemos eliminar a aquellos que han estado cerca de nosotros, de nuestra propia historia, excepto mediante actos psíquicos que hieren nuestra propia identidad (Volkan, 1985, pág. 326). Volkan continúa diciendo que el duelo acaba cuando la persona ya no necesita reactivar el recuerdo del fallecido con una intensidad exagerada en el curso de la vida diaria. Shuchter y Zisook escriben: La disponibilidad de un superviviente para empezar nuevas relaciones depende no de «renunciar» al cónyuge muerto sino de encontrarle un lugar apropiado en su vida psicológica, un lugar que es importante pero que deja un espacio para los demás (Shuchter y Zisook, 1986, pág. 117). La tarea del asesor se convierte entonces, no en ayudar a la persona en duelo a «renunciar» al cónyuge fallecido, sino en ayudarle a encontrar un lugar adecuado para él en su vida emocional, un lugar que le permita continuar viviendo de manera eficaz en el mundo. Marris capta esta idea cuando dice: Al principio una viuda no puede separar sus propósitos y su entendimiento del marido, que figuraba en ellos de una manera tan central: tiene que revivir la relación, continuarla mediante símbolos y ensueños, para sentirse viva. Pero conforme pasa el tiempo, empieza a reformular la vida en términos que asimilan el hecho de su muerte. Hace una transformación gradual de hablar de él «como si estuviera sentado en la silla, a mi lado» a pensar lo que él habría dicho y hecho, y de ahí a planear su propio futuro y el de sus hijos en términos de lo que él habría deseado. Hasta que, finalmente, desea ser ella misma y no vuelve a aludirlo conscientemente (Marris, 1974, pág. 37-38). Los padres muchas veces tienen dificultades para entender la noción de rechazo emocional. Si pensamos en la recolocación, la tarea del padre en duelo implica cierta relación continuada con los pensamientos y recuerdos que asocia con su hijo, pero se trata de hacerlo de una manera que le permita continuar con su vida después de dicha pérdida. Uno de dichos padres finalmente encontró un lugar eficaz para los pensamientos y recuerdos de su hijo muerto y pudo empezar a vivir otra vez. Escribió: Hasta hace poco no me había dado cuenta de la cantidad de cosas en la vida que todavía puedo hacer. Sabes, cosas que me pueden proporcionar placer. Sé que continuaré en duelo 11 por Robbie durante el resto de mi vida y que mantendré su amado recuerdo vivo. Pero la vida continúa, y me guste o no, yo soy una parte de ella. Últimamente hay momentos en los que me doy cuenta de lo bien que estoy haciendo algún proyecto en casa, o incluso participando en alguna actividad con amigos (Alexy, 1982, pág. 503). Para mí esto representa un movimiento para realizar la tarea IV. Es difícil encontrar una frase que defina adecuadamente que no se ha terminado la tarea IV, pero creo que la mejor descripción sería quizá no amar. La cuarta tarea se entorpece manteniendo el apegodel pasado en vez de continuar formando otros nuevos. Algunas personas encuentran la pérdida tan dolorosa que hacen un pacto consigo mismos de no volver a querer nunca más. El popular mercado de las canciones está repleto de este tema, que le da una validez que no merece. Para muchas personas, la tarea IV es la más difícil de completar. Se quedan bloqueados en este punto y más tarde se dan cuenta de que su vida, en cierta manera, se detuvo cuando se produjo la pérdida. Pero esta tarea se puede cumplir. A una adolescente le resultó extremadamente difícil adaptarse a la muerte de su padre. Dos años más tarde, cuando empezó la tarea IV, escribió una nota a su madre desde la universidad en la que expresaba lo que muchas personas descubren cuando están luchando con el abandono emocional y el volver a empezar: «Existen otras personas a las que amar», escribió, «y eso no significa que quiero menos a papá». ¿CUÁNDO HA ACABADO EL DUELO? Preguntar cuándo ha acabado un duelo es un poco como preguntar cómo de alto es arriba. No hay una respuesta disponible. Bowlby y Parkes dicen que el duelo ha acabado cuando una persona acaba la última fase del duelo, la restitución (Bowlby, 1980; Parkes, 1972). Desde mi punto de vista, acaba cuando se han completado las cuatro tareas. Es imposible establecer una fecha definitiva, aunque en la bibliografía existen todo tipo de intentos de establecer fechas: cuatro meses, un año, dos años, nunca. Cuando se pierde una relación íntima, yo desconfío de que se resuelva plenamente antes de un año; incluso dos años no es demasiado para mucha gente. Un punto de referencia de un duelo acabado es cuando la persona es capaz de pensar en él fallecido sin dolor. Siempre hay una sensación de tristeza cuando piensas en alguien que has querido y has perdido, pero es un tipo de tristeza diferente —no tiene la cualidad de sacudida que tenía previamente—. Se puede pensar en el fallecido sin manifestaciones físicas como llanto intenso o sensación de opresión en el pecho. Además, el duelo acaba cuando una persona puede volver a invertir sus emociones en la vida y en los vivos. Sin embargo, hay quien parece no acabar nunca el duelo. Bowlby cita a una viuda de unos sesenta y cinco años que decía: «El duelo nunca acaba. Sólo que a medida que pasa el 12 tiempo irrumpe con menos frecuencia» (Bowlby, 1980, pág. 101). La mayoría de los estudios muestran que, de las mujeres que pierden a su marido, menos de la mitad vuelven a ser ellas mismas de nuevo al final del primer año. Shuchter descubrió que el período alrededor de los dos años es el momento en que la gran mayoría de viudas y viudos han encontrado un «poquito de estabilidad... estableciendo una nueva identidad y encontrando una dirección en sus vidas» (Shuchter y Zisook, 1986, pág. 248). Los estudios de Parkes muestran que las viudas pueden necesitar tres o cuatro años para alcanzar la estabilidad (Parkes, 1972). Una de las cosas básicas que puede hacer la educación, a través del asesoramiento psicológico, es alertar a la gente del hecho de que el duelo es un proceso a largo plazo, y su culminación no será un estado como el que tenían antes del mismo. El asesor puede, además, hacerles saber que aunque el duelo progrese habrá malos días, pues no se trata de un proceso lineal. Puede reaparecer y se tendrá que volver a trabajar. Una viuda que perdió a un hijo adulto me dijo después de un período de duelo prolongado y doloroso: «¡Las expectativas te destrozan! Ahora me doy cuenta de que el dolor nunca se va del todo. Vuelve, pero puedo recordar momentos de mejoría entre medio». Tengo un amigo que perdió a alguien importante y sentía un intenso dolor. No tiene una gran tolerancia al dolor, especialmente al emocional, y poco después de la pérdida me dijo: «Estaré contento cuando hayan pasado cuatro semanas y todo esto esté superado». Par- te de mi trabajo era ayudarle a ver que el dolor no desaparecería en cuatro semanas ni probablemente tampoco en cuatro meses. Algunas personas creen que son necesarias las cuatro estaciones del año antes de que empiece a disminuir. Geoffrey Gorer cree que la manera en que las personas responden a las condolencias verbales da cierta indicación del punto del proceso del duelo en el que están. La aceptación agradecida de las mismas es uno de los signos más destacados de que la persona lo está resolviendo satisfactoriamente (Gorer, 1965). El duelo se puede acabar, en cierto sentido, cuando la persona recupera el interés por la vida, cuando se siente más esperanzada, cuando experimenta gratificación de nuevo y se adapta a nuevos roles. También hay un sentido en el que nunca acaba. Quizá la siguiente cita de Freud os resulte útil. Escribió a su amigo Binswanger, cuyo hijo había muerto: Encontramos un lugar para lo que perdemos. Aunque sabemos que después de dicha pérdida la fase aguda de duelo se calmará, también sabemos que permaneceremos inconsolables y que nunca encontraremos un sustituto. No importa qué es lo que llena el vacío, incluso si lo llena completamente, siempre hay algo más (E. L. Freud, 1961, pág. 386). REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS Alexy, W. D. 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Uno de los primeros intentos de estudiar las reacciones normales del duelo de manera sistemática lo realizó Erich Lindemann cuando era jefe de psiquiatría en el Hospital general de Massachusetts. En el área de Boston hay dos universidades católicas bien conocidas por su rivalidad en el fútbol. Retrocedemos al otoño de 1942, en que se reunieron para uno de sus tradicionales encuentros de los sábados. Holy Cross ganó al Boston College, y después del partido muchas personas fueron a un club nocturno llamado Coconut Grove a celebrarlo. Durante la juerga, un ayudante de camarero encendió una cerilla mientras intentaba cambiar una bombilla y, accidentalmente, prendió fuego a una palmera decorativa. Casi inmediatamente todo el club nocturno, que estaba más lleno de lo que permitía su capacidad legal, fue devorado por las llamas. Casi 500 personas perdieron la vida en aquella tragedia. Luego Lindemann y sus colaboradores trabajaron con los miembros de las familias que habían perdido seres queridos en dicho holocausto, y a partir de estos datos y otros escribió su artículo clásico «Sintomatología y control del duelo agudo» (Lindemann, 1944). A partir de sus observaciones en 101 pacientes con un duelo reciente descubrió patrones similares que identificó como las características pato-nómicas del duelo normal o agudo. Las describió como: 1. Algún tipo de malestar somático o corporal. 2. Preocupación por la imagen del fallecido. 3. Culpa relacionada con el fallecido o con las circunstancias de la muerte. 4. Reacciones hostiles. 5. Incapacidad para funcionar como lo hacía antes de la pérdida. 1 Estoy usando la palabra normal tanto en sentido clínico como en sentido estadístico. "Clínico» define lo que el clínico llama conducta normal en un duelo mientras «estadístico» se refiere a la frecuencia con que se encuentra dicha conducta entre una Población de personas en duelo elegida al azar. Cuanto más frecuente es la conducta más se define como normal. 15 Además de estas cinco, describió una sexta característica que exhibían muchos pacientes: parecían desarrollar rasgos del fallecido en su propia conducta. Hay muchas limitaciones en el estudio de Lindemann. Algunas de ellas las ha destacado Parkes, que cita el hecho de que Lindemann no presenta cifras que muestren la frecuencia relativa del síndrome descrito. Además se olvida de mencionar cuántas entrevistas tuvo con los pacientes y cuánto tiempo había pasado entre las entrevistas y la fecha de la pérdida (Parkes, 1972). Con todo, éste sigue siendo un estudio importante y muy citado. Lo que es de particular interés para mí es que las personas en duelo que vemos hoy en día en el Hospital general de Massachusetts tienen una conducta muy similar a la de aquellos que describió Lindemann hace unos cuarenta años. Entre una gran cantidad de personas que sufren una reacción aguda de duelo, encontramos algunos o todos los fenómenos siguientes. Debido a que la lista de comportamientos normales en un duelo es tan extensa y variada, estas conductas se pueden describir divididas en cuatro categorías generales: a) sentimientos, b) sensaciones físicas, c) cogniciones, y d) conductas. Cualquiera que asesore a una persona en duelo necesita estar familiarizado con el amplio rango de comportamientos que entran dentro de la descripción de duelo normal. MANIFESTACIONES DEL DUELO NORMAL Sentimientos Tristeza. La tristeza es el sentimiento más común que se ha encontrado en las personas en duelo y realmente necesita pocos comentarios. Este sentimiento no se manifiesta necesariamente a través de la conducta de llorar, pero sí lo hace así a menudo. Parkes y Weiss conjeturan que llorar es una señal que evoca una reacción de comprensión y protección por parte de los demás y establece una situación social en la que las leyes normales de conducta competitiva se suspenden (Parkes y Weiss, 1983). Enfado. El enfado se experimenta con mucha frecuencia después de una pérdida. Puede ser uno de los sentimientos más desconcertantes para el superviviente y, como tal, está en la base de muchos de los problemas del proceso del duelo. Una mujer cuyo marido murió de cáncer me dijo: «¿Cómo puedo estar enfadada? Él no quería morir». La verdad es que estaba enfadada con él por haber muerto y por haberla dejado. Si el enfado no se reconoce adecuadamente, puede dar lugar a un duelo complicado. El enfado proviene de dos fuentes: 1) de una sensación de frustración ante el hecho de que no había nada que se pudiera hacer para evitar la muerte, y 2) de una especie de experiencia regresiva que se produce después de la pérdida de alguien cercano. Uno puede haber tenido este tipo de experiencia regresiva cuando era un niño pequeño y yendo de compras con su madre. Estando en unos grandes almacenes de repente levanta los ojos y descubre que ella ha desaparecido. Uno siente pánico y ansiedad hasta que ella vuelve, después 16 de lo cual, en vez de expresar una reacción cariñosa, la empuja y le da patadas en las espinillas. Esta conducta, que Bowlby ve como parte de nuestra herencia genética, simboliza el mensaje: «¡No me dejes de nuevo!». En la pérdida de cualquier persona importante hay una tendencia a, la regresión, a sentirse desamparado, incapaz de existir, sin esa persona, y luego a experimentar enfado y ansiedad. El enfado que experimenta la persona en duelo se ha de identificar y dirigir apropiada- mente hacia el fallecido para que lleve a una conclusión sana. Muchas veces se controla de formas menos eficaces, una de las cuales es el desplazamiento, o sea dirigirlo hacia otra persona y culparla de la muerte. La línea de razonamiento es que si se puede culpar a alguien ese alguien es responsable y, por lo tanto, la pérdida se podría haber evitado. La gente culpa al médico, al director de la funeraria, a los miembros de la familia, a un amigo insensible y a Dios. Una de las desadaptaciones más peligrosas del enfado es la postura de dirigirlo hacia adentro, hacia el sí mismo. En un caso grave de retroflexión, una persona enfadada que además se tiene manía a sí misma podría desarrollar una conducta suicida. Una interpretación más psicoanalítica de esta respuesta de enfado reflejada retrospectivamente la dio Melanie Klein, quien sugiere que el «triunfo» sobre el fallecido es la causa de que la persona en duelo dirija su enfado contra sí misma o que lo dirija hacia otras personas que están a mano (Klein, 1940). Culpa y autorreproche. La culpa y el autorreproche son experiencias comunes entre los supervivientes: culpa por no haber sido suficientemente amable, por no haber llevado a la persona al hospital antes, y cosas por el estilo. Normalmente la culpa se manifiesta respecto a algo que ocurrió o algo que se descuidó alrededor del momento de la muerte. La mayoría de las veces la culpa es irracional y se mitigará a través de la confrontación con la realidad. Ansiedad. La ansiedad en el superviviente puede oscilar desde una ligera sensación de inseguridad a fuertes ataques de pánico y cuanto más intensa y persistente sea la ansiedad más sugiere una reacción de duelo patológica. La ansiedad proviene normalmente de dos fuentes. La primera es que los supervivientes temen que no podrán cuidar de sí mismos solos y con frecuencia hacen comentarios como «No podré sobrevivir sin él». La segunda es que la ansiedad se relaciona con una conciencia más intensa de la sensación de muerte personal: la conciencia de la propia mortalidad aumentada por la muerte de un ser querido (Worden, 1976). Llevada al extremo, esta ansiedad puede transformarse en una verdadera fobia. El conocido autor C. S. Le-wis reconoció esta ansiedad y dijodespués de perder a su esposa: «Nadie me dijo nunca que el duelo se pareciera tanto al miedo. No tengo miedo pero la sensación es como de tener miedo. La misma agitación en el estómago, la misma intranquilidad, los bostezos. Continúo tragando saliva» (Lewis, 1961). Soledad. La soledad es un sentimiento del que hablan con mucha frecuencia los supervivientes, particularmente los que han perdido al cónyuge y que solían tener una estrecha relación en el día a día. Aunque están muy solas, muchas viudas no salen porque se sienten más 17 seguras en su casa. «Me siento tan sola ahora», dijo una viuda que había estado casada durante 52 años. «Ha sido como si el mundo se hubiera acabado», me dijo 10 meses después de la muerte de su marido. Fatiga. Los pacientes de Lindemann presentaban fatiga y nosotros vemos que es algo que se da con frecuencia en los supervivientes. A veces se puede experimentar como apatía o indiferencia. Este nivel tan alto de fatiga puede ser sorprendente y molesto para la persona que normalmente es muy activa. Impotencia. Un factor que hace el acontecimiento de la muerte tan estresante es la sensación de impotencia que puede suscitar. Este correlato cercano a la ansiedad se presenta a menudo en las primeras fases de la pérdida. Las viudas en particular se sienten muchas veces extremadamente impotentes. Una viuda joven con un hijo de siete semanas dijo: «Mi familia vino a vivir conmigo durante cinco meses. Yo tenía miedo de abandonarme y de no poder cuidar de mi hijo». Shock. El shock se produce muy a menudo en el caso de las muertes repentinas. Por ejemplo, alguien coge el teléfono y se da cuenta de que el ser querido o el amigo está muerto. Pero a veces, incluso cuando la muerte es esperada, cuando se produce a consecuencia de una enfermedad progresiva y deteriorante, al recibir la llamada telefónica, el superviviente experimenta el shock. Anhelo. Parkes ha observado que el anhelo es una experiencia normal entre los supervivientes, particularmente entre las viudas que estudió (Parkes, 1972). Es una respuesta normal a la pérdida. Cuando disminuye puede ser señal de que el duelo se está acabando. Emancipación. La emancipación puede ser un sentimiento positivo. Yo trabajé con una mujer joven cuyo padre fue un verdadero potentado y un dictador de mano dura e inflexible durante toda su existencia. Después de su muerte súbita, a causa de un ataque al corazón, ella sufrió los sentimientos normales de un duelo, pero además expresó la sensación de emancipación porque ya no tenía que vivir bajo su tiranía. Al principio estaba incómoda con ese sentimiento pero más tarde fue capaz de aceptarlo como una respuesta normal a su cambio de estatus. Alivio. Muchas personas sienten alivio después de la muerte de un ser querido, sobre todo si ese ser sufrió una enfermedad larga o particularmente dolorosa. Sin embargo, normalmente a esta sensación de alivio le acompaña una sensación de culpa. Insensibilidad. También es importante mencionar que algunas personas presentan 18 ausencia de sentimientos. Después de una pérdida se sienten insensibles. De nuevo, esta insensibilidad se suele experimentar al principio del proceso de duelo, al tener conocimiento de la pérdida. Probablemente ocurre porque hay demasiados sentimientos que afrontar y permitir que se hagan todos conscientes sería muy desbordante; así la persona experimenta la insensibilidad como una protección de su flujo de sentimientos. Al comentar la insensibilidad, Parkes y Weiss dicen: «No encontramos ninguna evidencia de que no sea una reacción sana. El bloqueo de las sensaciones como defensa frente a lo que de otra manera sería un dolor desbordante parece ser extremadamente normal» (Parkes y Weiss, 1983, pág. 55). Al revisar esta lista recuerda que todos los sentimientos que aparecen son normales en un duelo y que no hay nada patológico en ninguno de ellos. Sin embargo, los sentimientos que duran períodos de tiempo anormalmente largos y con una intensidad excesiva pueden presagiar un duelo complicado. Esto se comentará en el capítulo 4. Sensaciones físicas Una de las cosas interesantes del artículo pionero de Lindemann es que describió no sólo los sentimientos que la gente experimentaba sino también las sensaciones físicas asociadas con sus reacciones agudas de duelo. Estas sensaciones muchas veces se pasan por alto, pero juegan un papel importante en el proceso del duelo. La siguiente es una lista de las sensaciones que se presentan con más frecuencia de las experimentadas por las personas en procesos de duelo que vemos en asesoramiento psicológico: 1. Vacío en el estómago. 2. Opresión en el pecho. 3. Opresión en la garganta. 4. Hipersensibilidad al ruido. 5. Sensación de despersonalización: «Camino calle abajo y nada parece real, ni siquiera yo». 6. Falta de aire. 7. Debilidad muscular. 8. Falta de energía. 9. Sequedad de boca. A veces estas sensaciones físicas preocupan a los supervivientes y van al médico a que les haga un chequeo. Cogniciones Existen muchos patrones de pensamiento diferentes que marcan la experiencia del duelo. Ciertos pensamientos son normales en las primeras fases del duelo y generalmente desaparecen 19 después de un breve espacio de tiempo. Pero a veces los pensamientos persisten y desencadenan sentimientos que pueden producir una depresión o problemas de ansiedad. Incredulidad. Éste suele ser el primer pensamiento que se tiene cuando se conoce una muerte, especialmente si la muerte es súbita. La persona se dirá a sí misma: «No ha ocurrido, debe ser un error. No puedo creer que ha ocurrido, no quiero creer que ha ocurrido». Una joven viuda me dijo: «Sigo esperando que alguien me despierte y me diga que estoy soñando». Confusión. Muchas personas que sufren un duelo reciente dicen que su pensamiento es muy confuso, que parece que no pueden ordenar sus pensamientos, que tienen dificultad para concentrarse o que olvidan las cosas. Yo una vez fui a una velada social y cogí un taxi para volver a casa. Le dije al taxista dónde quería ir y me senté detrás mientras él seguía por la calle. Un poco más tarde me volvió a preguntar dónde quería ir. Pensé que quizás era un taxista novato y no conocía la ciudad, pero me dijo que tenía muchas cosas en la cabeza. Un poco más tarde me preguntó otra vez y entonces se disculpó y dijo que se sentía muy confuso. Esto ocurrió varias veces más y finalmente decidí que no le iba a hacer daño que le preguntara qué es lo que tenía en la cabeza. Me dijo que su hijo había muerto hacía una semana en un accidente de tráfico. Preocupación. Se trata de una obsesión con pensamientos sobre el fallecido. A menudo incluyen pensamientos obsesivos sobre cómo recuperar a la persona perdida. A veces la preocupación toma la forma de pensamientos intrusivos o imágenes del fallecido sufriendo o muriendo. En el Boston Child Bereavement Study, los padres supervivientes con los niveles más altos de pensamientos intrusivos eran aquellos que habían perdido de manera inesperada al cónyuge con quien habían tenido una relación muy conflictiva. Sentido de presencia. Éste es el equivalente cognitivo de la experiencia de anhelo. La persona en duelo puede pensar que el fallecido aún está de alguna manera en la dimensión de espacio y tiempo de los vivos. Esto puede ocurrir durante los momentos posteriores a la muerte. Alucinaciones. Tanto las alucinaciones visuales como las auditivas se incluyen en esta lista de conductas normales porque son una experiencia normal de las personas en duelo. Suelen ser experiencias ilusorias pasajeras, muchas veces se producen en las semanas siguientes a la pérdida, y generalmente no presagian una experiencia de duelo más difícil o complicada. Aunque desconciertan a algunos, muchos otros las consideran útiles. Con todo el interés que despierta últimamente el misticismo y laespiritualidad, es interesante especular si son realmente alucinaciones o posiblemente algún otro tipo de fenómeno metafísico. Existe una conexión obvia entre los pensamientos y los sentimientos, y la psicología y la terapia cognitivas que están teniendo últimamente mucho auge enfatizan esta conexión. Aaron Beck y sus colaboradores en la Universidad de Pennsylvania piensan que la experiencia de depresión la desencadenan patrones depresivos de pensamiento (Beck y otros, 1979). Por 20 la mente de las personas en duelo pasan ciertos pensamientos como: «No puedo vivir sin ella», «Nunca volveré a encontrar amor». Estos pensamientos pueden desencadenar sentimientos de tristeza y/o ansiedad muy intensos pero normales. Conductas Existen unas cuantas conductas específicas que se asocian a los duelos normales. Pueden variar desde trastornos del sueño y del apetito a distracciones y aislamiento social. Las siguientes conductas se presentan normalmente después de una pérdida y generalmente se corrigen solas con el tiempo. Trastornos del sueño. No es extraño que las personas que están en las primeras fases de la pérdida experimenten trastornos del sueño. Éstos pueden incluir dificultad para dormir y despertar temprano por las mañanas. Los trastornos del sueño a veces requieren intervención médica pero en los duelos normales se corrigen solos. Después de que Bill perdiera a su mujer empezó a despertarse cada mañana a las 5.00 lleno de una intensa tristeza, y revisaba una y otra vez las circunstancias que rodearon la muerte y cómo se podría haber evitado, incluyendo lo que él podría haber hecho de forma diferente. Esto ocurría una mañana tras otra y pronto le causó problemas porque no rendía bien en el trabajo. Tras unas seis semanas el trastorno empezó a corregirse solo y finalmente desapareció. Ésta no es una experiencia inusual. Sin embargo, si el trastorno del sueño persiste, puede indicar un trastorno depresivo más serio, que se debería explorar. Los trastornos del sueño pueden simbolizar algunas veces miedos, incluso miedo a soñar, miedo a estar en la cama solo/a y miedo a no despertarse. Después de morir su marido, una mujer solucionó el miedo a estar sola en la cama llevándose al perro a la cama con ella. El sonido de la respiración del perro la reconfortaba, y continuó haciéndolo durante casi un año, hasta que fue capaz de dormir sola. Trastornos alimentarios. Los animales en duelo muestran trastornos de la alimentación que son también muy comunes en las situaciones de duelos en humanos. Aunque se pueden manifestar comiendo demasiado o demasiado poco, comer poco es una conducta que se describe con más frecuencia. Los cambios significativos en el peso pueden provenir de cambios en los patrones alimentarios. Conducta distraída. Las personas que han tenido una pérdida reciente se pueden encontrar a sí mismas actuando de manera distraída y haciendo cosas que al final les producen incomodidad o les hacen daño. Una paciente estaba preocupada porque en tres ocasiones distintas había conducido por la ciudad en su coche y, después de acabar sus asuntos, había olvidado que había llegado conduciendo y había vuelto a casa con transporte 21 público. Esta conducta se produjo después de una pérdida importante y finalmente se corrigió sola. Aislamiento social. No es extraño que las personas que han sufrido una pérdida quieran aislarse del resto de la gente. De nuevo, esto es normalmente un fenómeno efímero y se corrige solo. Vi a una mujer poco después de la muerte de su madre. Esta mujer era soltera y una persona muy sociable a la que le encantaba ir a fiestas. Durante varios meses después de la muerte de su madre rechazó todas las invitaciones porque parecían disonantes con su estado de ánimo en las primeras fases de su duelo. Esto puede parecer obvio y apropiado para el lector, pero esta mujer veía su aislamiento como anormal. Algunas personas se aislan de los amigos a los que perciben como demasiado solícitos. «Mis amigos insistían tanto que yo quería evitarlos. ¿Cuántas veces puedes decir "lo siento"?». El aislamiento social también puede incluir una pérdida de interés por el mundo externo, como no leer los periódicos o no mirar la televisión. Soñar con el fallecido. Es muy normal tener sueños con la persona muerta, tanto sueños normales como sueños angustiosos o pesadillas. Muchas veces dichos sueños sirven a diversos propósitos, como dar alguna clave diagnóstica sobre la situación de la persona en el curso de su duelo. Por ejemplo, durante varios años después de la muerte de su madre, Esther se sentía muy culpable respecto a las circunstancias relacionadas con la muerte. Esta culpa se manifestaba en baja autoestima y recriminación personal y se asociaba con una ansiedad considerable. Aunque había visitado a su madre fielmente cada día, Esther se marchó a por café y un poco de comida. Cuando estaba fuera, su madre murió. Esther estaba llena de remordimiento, y aunque usamos las técnicas de confrontación con la realidad en terapia, la culpa todavía persistía. Mientras estaba en terapia soñó con su madre. En este sueño se vio a sí misma ayudando a su madre a bajar por un camino resbaladizo para que no cayera. Era imposible. Este sueño fue un punto decisivo en su terapia porque le permitió ver que nada de lo que hubiera podido hacer habría evitado que su madre muriera. Este importante insight le dio permiso para desprenderse de la culpa que había arrastrado durante años. Evitar recordatorios del fallecido. Algunas personas evitarán los lugares o cosas que les provocan sentimientos dolorosos. Pueden evitar el lugar donde murió el fallecido, el cementerio, o pueden evitar objetos que les recuerdan a la persona querida que han perdido. Una mujer de mediana edad vino pidiendo asesoramiento psicológico cuando murió su marido después de una serie de ataques al corazón, dejándola con dos hijos. Durante un período de tiempo guardó todas las fotos de su marido en un armario ropero así como otras cosas que le recordaban a él. Esto obviamente fue sólo una solución a corto plazo y a medida que avanzó en su duelo fue capaz de sacar las cosas con las que quería vivir. 22 Cuando la persona en duelo se libra rápidamente de todas las cosas asociadas con el fallecido, deshaciéndose de ellas o haciéndolas desaparecer de cualquier manera posible, puede derivar en un duelo complicado. Normalmente no es una conducta sana y muchas veces indica una relación muy ambivalente con el fallecido. Buscar y llamar en voz alta. Tanto Bowlby como Parkes han escrito extensamente en sus trabajos sobre la conducta de búsqueda. «Llamar en voz alta» está relacionado con esta conducta de búsqueda. No es extraño que alguien pueda llamar en voz alta a la persona querida con un comentario asociado: «Larry, Larry. Por favor vuelve conmigo». Cuando no se hace verbalmente se puede hacer de forma subvocal. Suspirar. Suspirar es una conducta que se observa con frecuencia entre las personas en duelo. Es un correlato cercano a la sensación física de falta de respiración. Unos colaboradores del Hospital General de Massachusetts pusieron a prueba la respiración en un pequeño grupo de padres en duelo y descubrieron que sus niveles de oxígeno y dióxido de carbono eran similares a los encontrados en pacientes deprimidos Qallinek y otros, 1985). Hiperactividad desasosegada. Unas cuantas viudas del Harvard Bereavement Study y del Harvard Omega Project Study iniciaron una hiperactividad desasosegada después de la muerte de sus maridos. La mujer mencionada antes, cuyo marido la dejó con dos hijos adolescentes, no podía soportar estar en casa. Se subía en el coche y se ponía a conducir por la ciudad intentando encontrar algún alivio para su desasosiego. Otra viuda podía estar en casa durante el día porque estaba ocupada pero por la noche desaparecía. Llorar. Ha habidointeresantes especulaciones sobre el potencial valor curativo de las lágrimas. El estrés produce un desequilibrio químico en el cuerpo, y algunos investigadores creen que las lágrimas se llevan las sustancias tóxicas y ayudan a restablecer la homeostasis. Hi-potetizan que el contenido químico de las lágrimas producido por el estrés emocional es diferente del de las lágrimas secretadas como causa de la irritación de los ojos. Se están realizando pruebas para ver qué tipo de catecolaminas (sustancias químicas que alteran el estado de ánimo producidas por el cerebro) están presentes en las lágrimas emocionales (Frey, 1980). Las lágrimas alivian el estrés emocional, pero cómo lo hacen es todavía una incógnita. Es necesaria más investigación sobre los efectos nocivos, si existe alguno, de contener el llanto. Visitar lugares o llevar consigo objetos que recuerdan al fallecido. Esto es lo opuesto a la conducta de evitar los recuerdos de la persona. Muchas veces destacar esta conducta refleja el miedo a olvidar al fallecido. «Durante dos semanas llevé conmigo su foto constantemente por miedo a olvidar su cara», me dijo una viuda. Atesorar objetos que pertenecían al fallecido. Una mujer joven se puso a registrar el 23 armario de su madre poco después de su muerte y se llevó la mayoría de su ropa a casa. Aunque usaban la misma talla y esto podría parecer un ejemplo de alguien ahorrativo, el hecho fue que la hija no se sentía cómoda si no llevaba puesto algo que había pertenecido a su madre. Llevó su ropa durante varios meses. Conforme avanzó el duelo encontró cada vez menos necesario vestirse con ropa que había pertenecido a su madre. Finalmente, dio la mayoría de las cosas a centros de caridad. La razón por la que explicamos estas características del duelo normal con tanto detalle es para mostrar la amplia variedad de conductas y experiencias asociadas con la pérdida. Obviamente una misma persona no experimentará todas estas reacciones. Sin embargo, es importante que los asesores que trabajan el duelo entiendan el amplio rango de conductas que abarca el duelo normal y no patologicen aquello que debería ser reconocido como normal. Entender esto además permitirá a los asesores tranquilizar a las personas que experimentan dicha conducta como angustiosa, especialmente en el caso de una primera pérdida significativa. Sin embargo, si estas experiencias persisten durante mucho tiempo en el proceso del duelo pueden ser indicadoras de un duelo más complicado (Demi y Miles, 1987). DUELO Y DEPRESIÓN Muchas de las conductas normales en un duelo pueden parecer iguales a las manifestaciones de la depresión. Para arrojar cierta luz sobre esto, estudiemos el debate sobre las similitudes y las diferencias entre duelo y depresión. Freud, en su artículo inicial de Duelo y melancolía, trató esta cuestión. Intentó señalar que la depresión, o «melancolía» como él la llamaba, era una forma patológica de duelo y era muy parecida al duelo normal pero tenía ciertos rasgos característicos propios —es decir, los impulsos de enfado hacia la persona querida «de manera ambivalente» se dirigían hacia dentro de uno mismo (Freud, 1917). Es cierto que el duelo se parece mucho a la depresión y también es cierto que el duelo puede transformarse en una depresión real. Gerald Klerman, un destacado investigador sobre la depresión, cree que «muchas depresiones las producen las pérdidas, ya sea inmediatamente después de las mismas o algún tiempo después cuando el paciente las recuerda» (Klerman, 1981). La depresión puede servir también como defensa frente al duelo. Si el enfado se dirige hacia sí mismo, se desvía del fallecido y esto evita que el superviviente se tenga que enfrentar a los sentimientos ambivalentes hacia el fallecido (Dorpat, 1973). Las principales distinciones entre el duelo y la depresión son éstas: en ambos se pueden encontrar los síntomas clásicos de trastorno del sueño, trastorno del apetito e intensa tristeza. Sin embargo, en el duelo no hay la pérdida de autoestima que se encuentra en la mayoría de las depresiones clínicas. Es decir, las personas que han perdido a alguien no se consideran menos a causa de la pérdida o si lo hacen, tiende a ser sólo durante un breve período de tiempo. Y si los supervivientes del fallecido experimentan culpa, es una culpa 24 asociada a algún aspecto específico de la pérdida más que un sentimiento dé culpabilidad general. Una sección en el Manual Diagnóstico y Estadístico III-R de la Asociación Psiquiátrica Americana sugiere: ... un síndrome depresivo pleno con frecuencia es una reacción normal a la pérdida con sentimientos de depresión y síntomas asociados tales como poco apetito, pérdida de peso e insomnio. Sin embargo, la preocupación mórbida con sensación de inutilidad, deterioro funcional prolongado y marcado, y un retraso psicomotor marcado no son normales (APA, DSM III-R, pág. 361). En este caso, la persona en duelo generalmente ve sus sentimientos de depresión como normales, aunque puede buscar ayuda profesional para aliviar algún síntoma. Aunque el duelo y la depresión comparten rasgos objetivos y subjetivos similares, parecen ser estados diferentes. Freud creía que en el duelo el mundo parece pobre y vacío mientras que, en la depresión, la persona se siente pobre y vacía. Sin embargo, existen algunas personas que desarrollan episodios depresivos mayores después de una pérdida. El Manual Diagnóstico y Estadístico de la APA tiene en cuenta esto: «La preocupación mórbida por la inutilidad, la ideación suicida, el deterioro funcional mórbido o el retraso psicomotor, y la duración prolongada sugieren que el duelo se ha complicado a causa de una depresión mayor» (pág. 223). Si se desarrolla un episodio depresivo mayor durante el duelo, yo lo consideraría como un duelo exagerado (véase capítulo 4). Jacobs y sus colaboradores en Yale se han interesado por la depresión en el contexto del duelo y han dicho: «Aunque la mayoría de depresiones en el duelo son transitorias y no requieren atención profesional, existe un reconocimiento creciente de que algunas depresio- nes, especialmente aquellas que persisten durante el primer año de duelo, son clínicamente «significativas» (Jacobs, 1987, pág. 501). Él ha usado medicación antidepresiva para tratar pacientes graves cuya depresión persistía mucho en el curso del duelo y no se solucionaba es- pontáneamente o no respondía a intervenciones interpersonales. Éstas eran normalmente personas que tenían una historia de depresión o algún otro tipo de trastorno mental. Encontró mejoras en los trastornos del sueño y de la alimentación, así como una mejoría en el estado de ánimo y en la cognición. Esta respuesta sugiere una dimensión biológica de la depresión. Una de las funciones del asesor que está en contacto con personas durante los momentos de duelo agudo es evaluar qué pacientes pueden sufrir el desarrollo de una depresión mayor. Estos pacientes pueden recibir ayuda adicional, como evaluación médica y posiblemente sería correcto usar medicación antidepresiva. DETERMINANTES DEL DUELO Si se evalúa a un gran número de personas en duelo se encontrará un amplio rango de conductas, y aunque éstas puedan reflejar las de la lista de reacciones normales del duelo, 25 existen importantes diferencias individuales. Para algunos el duelo es una experiencia muy in- tensa, mientras que para otros es bastante leve. Para algunos el duelo empieza en el momento en que conocen la pérdida, mientras que para otros es una experiencia retardada. En algunos casos el duelo dura un período de tiempo relativamente breve, mientras que en otros parece durar siempre. En el Estudio del Duelo de Harvard había un interés muy grande por identificar los parámetros o determinantes significativos del duelo (Parkes y Weiss, 1983). Si se quisiera predecir cómo responderá una persona a unapérdida, ¿qué necesitarías saber? Aunque la experiencia del duelo está relacionada con el nivel evolutivo y las cuestiones conflictivas de la persona que están implicadas, los determinantes más importantes parecen entrar dentro de las seis categorías siguientes. 1. Quién era la persona. Para empezar con lo más obvio, si se quiere predecir cómo responderá alguien a una pérdida, se tiene que saber algo del fallecido. Por un abuelo que muere por causas natura les probablemente se elaborará un duelo diferente que por un herma no que muere en un accidente de coche. Por la pérdida de un primo lejano se sufrirá un duelo diferente que por la pérdida de un hijo. La pérdida del cónyuge se elaborará de manera diferente que la de uno de los padres. 2. La naturaleza del apego. No sólo se necesita saber quién era la persona, sino también cuál era la naturaleza del apego. Esto incluiría saber algo de: a. La fuerza del apego. Es casi axiomático que la ansiedad del duelo está determinada por la intensidad del amor. La reacción emocional aumentará su gravedad proporcionalmente a la intensidad de la relación afectiva. b. La seguridad del apego. ¿Cómo era de necesario el falleci do para la sensación de bienestar del superviviente? Si el superviviente necesitaba a la persona perdida para su sentido de autoestima, por ejemplo, sentirse bien consigo mismo, esto anunciará una reacción emocional más difícil. Para muchos, su seguridad y sus necesidades de estima las cubre la pareja y cuando ésta muere, las necesidades siguen siendo las mismas pero los recursos han desaparecido. c. La ambivalencia en la relación. En cualquier relación íntima siempre hay cierto grado de ambivalencia. Básicamente se ama a la persona pero también coexisten sentimientos negativos. Normalmente los sentimientos positivos sobrepasan con diferencia a los negativos, pero en el caso de una relación muy ambivalente en la que los sentimientos negativos coexisten en una proporción casi igual, habrá una reacción emocional más difícil en el duelo. Normalmente en una relación altamente ambivalente, existe una cantidad tremenda de culpa, expresada muchas veces como «¿Hice lo suficiente?», unida a una rabia intensa por el hecho de que el fallecido le haya dejado solo/a. 26 d. Los conflictos con el fallecido son también determinantes importantes de la respuesta ante un duelo. Esto se refiere no sólo a los conflictos cercanos al momento de la muerte sino a una historia de conflictos. Merecen mención es- pecial los conflictos que provienen de abuso sexual y/o físico a una edad temprana (Krupp, 1986). 3. Tipo de muerte. Cómo murió la persona nos dirá algo sobre cómo elabora el duelo el superviviente. Tradicionalmente, las muertes se han catalogado bajo las categorías NASH: natural, accidental, suicidio y homicidio. La muerte accidental de un hijo todavía joven se elaborará de manera diferente que la muerte natural de una persona anciana, que muere a una edad más apropiada. La muerte por suicidio de un padre se elaborará de manera diferente que la muerte esperada de una madre joven que deja hijos pequeños. Existe evidencia (véase capítulo 6) de que los supervivientes de muertes por suicidio atraviesan momentos únicos y muy difíciles a la hora de afrontar el duelo. Otras dimensiones asociadas con el tipo de muerte incluyen dónde se produjo la muerte a nivel geográfico, si ocurrió cerca o lejos, y si había algún aviso previo o se trata de una muerte inesperada. Unos cuantos estudios sugieren que los supervivientes de muertes repentinas, especialmente los supervivientes jóvenes, tienen momentos más difíciles un año o dos más tarde que las personas con aviso previo (Parkes y Weiss, 1983). A veces las circunstancias que rodean a la muerte facilitan a los supervivientes la expresión del enfado y la culpa. Esto es particularmente cierto en el caso de muertes accidentales aunque aumentan sus sentimientos de impotencia (Bowlby, 1980). En circunstancias en las que el superviviente mata a la persona en un accidente o en un homicidio, la culpa obviamente será un factor clave del afrontamiento de la pérdida. 4. Antecedentes históricos. Para predecir cómo va a elaborar el duelo cada persona hay que saber si ha tenido pérdidas anteriores y cómo se elaboraron dichos duelos. ¿Se elaboraron adecuadamente o añaden a la nueva pérdida la irresolución de la primera? Es importante conocer la historia de salud mental previa de la persona (es frecuente que aquellas personas que han padecido depresiones anteriormente sufran más elaborando el duelo). Un área que ha explorado nuestro grupo de investigación es la de los acontecimientos que cambian la vida. La «Lista de experiencias recientes» creada por los doctores Holmes y Rahe permite recopilar un listado y una valoración de los acontecimientos cambiantes que se produjeron seis meses y/o un año antes de la muerte (Holmes y Rahe, 1967). Hemos hipotetizado que las personas con un número grande de cambios antes del duelo tendrán más dificultades con el mismo. Sin embargo, esto no parece mantenerlo la evidencia, probablemente porque el mero listado de las crisis vitales es insuficiente. No sólo es im- portante saber qué crisis vitales se produjeron sino que también es necesario evaluar una importante variable cognitiva: cómo creen las personas que les afectan esas crisis vitales. 5. Variables de personalidad. Bowlby defendió con fuerza que se tuviera en cuenta la 27 estructura de personalidad de la persona en duelo cuando se intentara entender su respuesta ante la pérdida (Bowlby, 1980). Las variables incluyen la edad y el sexo, la inhibición de sentimientos que tiene, cómo maneja la ansiedad y cómo afronta las situaciones estresantes. Si son personas muy dependientes o han tenido relaciones tempranas complicadas. Las personas diagnosticadas de ciertos trastornos de personalidad pueden pasar momentos difíciles al manejar la pérdida. Esto es especialmente cierto con las personas clasificadas con trastornos de personalidad borderline o narcisista (véase APA, 1987). 6. Variables sociales. Todos nosotros pertenecemos a varias subculturas sociales. La subcultura étnica y social son sólo dos entre muchas. Nos proporcionan pautas generales y rituales de comportamiento. Los irlandeses, por ejemplo, elaboran el duelo de manera diferente que los italianos, y la gente de Nueva Inglaterra aún lo hace de manera más diferente. En la fe judía, se respeta el shiva, un período de siete días en que la familia está en casa y los amigos y familiares vienen a ayudarles para que puedan elaborar el duelo en las mejores circunstancias. A esto le siguen otros rituales como ir al templo y descubrir la lápida en el primer aniversario de la pérdida. Los católicos tienen sus propios rituales al igual que los protestantes. Para predecir adecuadamente cómo va a elaborar el duelo alguien, se han de conocer los antecedentes sociales, étnicos y religiosos del superviviente. Todavía no se sabe hasta qué punto afecta la participación a un buen ajuste en la elaboración del duelo. Éste es un terreno en el que se han de realizar más investigaciones. El grado de apoyo emocional y social percibido que se recibe de los demás, tanto dentro como fuera de la familia, es significativo en el proceso del duelo. Varios estudios han mostrado que el apoyo social percibido alivia los efectos adversos del estrés, incluido el estrés del duelo (Blazer, 1982, Pennebaker, O'Heeron, 1984; Levav y otros, 1988; Bowling, 1988). Incluso las personas que tenían un animal mostraron menos síntomas que las personas que no tenían su compañía (Akiyama, 1986). La mayoría de los estudios encuentran que aquellos que progresan menos en el duelo tienen un apoyo social inadecuado o conflictivo. Una última dimensión que se debería mencionar bajo variables sociales es la ganancia secundaria que puede
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