Logo Studenta

Contrainsurgencia-en-America-del-Norte--influjo-de-Estados-Unidos-en-la-guerra-contra-el-EZLN-y-el-EPR-1994-2012

¡Este material tiene más páginas!

Vista previa del material en texto

UNIVERSIDAD NACIONAL AUTÓNOMA DE MÉXICO 
FACULTAD DE CIENCIAS POLÍTICAS Y SOCIALES 
 
CONTRAINSURGENCIA EN AMÉRICA DEL NORTE. 
INFLUJO DE ESTADOS UNIDOS EN LA GUERRA CONTRA EL EZLN Y EL 
EPR, 1994-2012 
 
T E S I S 
QUE PARA OBTENER EL GRADO DE: 
LICENCIADO EN RELACIONES INTERNACIONALES 
P R E S E N T A : 
RAMSÉS LAGOS VELASCO 
DIRECTOR DE TESIS 
MTRO. JESÚS GALLEGOS OLVERA 
 CIUDAD UNIVERSITARIA, MÉXICO D.F., OCTUBRE DE 2012 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
UNAM – Dirección General de Bibliotecas 
Tesis Digitales 
Restricciones de uso 
 
DERECHOS RESERVADOS © 
PROHIBIDA SU REPRODUCCIÓN TOTAL O PARCIAL 
 
Todo el material contenido en esta tesis esta protegido por la Ley Federal 
del Derecho de Autor (LFDA) de los Estados Unidos Mexicanos (México). 
El uso de imágenes, fragmentos de videos, y demás material que sea 
objeto de protección de los derechos de autor, será exclusivamente para 
fines educativos e informativos y deberá citar la fuente donde la obtuvo 
mencionando el autor o autores. Cualquier uso distinto como el lucro, 
reproducción, edición o modificación, será perseguido y sancionado por el 
respectivo titular de los Derechos de Autor. 
 
 
 
ÍNDICE 
 
 
 
 
 
Agradecimientos y dedicatoria 
 
1 
Introducción 3 
 
 
 
 
PRIMERA PARTE 
 
LA AMENAZA Y SUS CONTORNOS. 
EL RETORNO DEL FANTASMA DE LA REVOLUCIÓN 
 
 
1. El retorno de la insurgencia. Aproximaciones interpretativas y conceptuales 10 
1.1. Una mirada al punto de partida 10 
1.1.1. EZLN y EPR: el retorno del fantasma de la revolución 10 
1.1.2. Estados Unidos y el «tercer vínculo». Por vía de interpretación 20 
1.2. Horizonte conceptual 26 
1.2.1. Nociones básicas 26 
1.2.2. Seguridad nacional 28 
1.2.3. El partisano y la enemistad absoluta 33 
 
2. Los contornos de la amenaza 
 
38 
2.1. La insurgencia como amenaza. Criterios de caracterización 38 
2.2. La amenaza zapatista 40 
2.2.1. Desarrollo histórico 40 
2.2.2. Ubicación geográfica, organización y forma de operar 42 
2.2.3. Estado actual 50 
2.3. La amenaza eperrista 52 
2.3.1. Desarrollo histórico 52 
2.3.2. Ubicación geográfica, organización y forma de operar 62 
2.3.3. Estado actual 69 
 
 
 
 
 
 
 
SEGUNDA PARTE 
 
CONJURANDO LA AMENAZA. 
EL INFLUJO DE ESTADOS UNIDOS 
 
 
3. Conjurando la amenaza I. La dimensión teórica y organizativa 74 
3.1. Doctrinas y preceptos de guerra 74 
3.2. Una cruzada por el «progreso». Estados Unidos y la doctrina de la 
contrainsurgencia 
 
75 
3.2.1. De Vietnam al Golfo Pérsico. Origen y florecimiento de la contrainsurgencia 75 
3.2.2. De la entropía a la guerra contra el terrorismo. Una nueva era 81 
3.3. La «maquinaria» contrainsurgente mexicana: tras la estela de Estados Unidos 84 
3.3.1. El plan DN-II 86 
3.3.2. Las fuerzas especiales 87 
3.3.3. Los elementos «no combatientes» 91 
 
4. Conjurando la amenaza II. La guerra contra el «enemigo interno» y la asistencia 
bélica estadounidense 
 
 
95 
4.1. Preceptos y pertrechos en el campo de batalla 95 
4.2. La guerra contra el «enemigo interno» 96 
4.2.1. EZLN: la guerra en todos los frentes 96 
4.2.2. EPR: los derroteros de la inteligencia y la guerra psicológica 108 
4.3. Contrainsurgencia en América del Norte: el apoyo de Estados Unidos 120 
4.3.1. Prolegómenos e historia 120 
4.3.2. DCS, FMS, IMET y sección 1004: las claves de la asistencia 123 
4.3.3. Armamento, instrucción y alianzas. Características de la asistencia 127 
4.3.4. Contrainsurgencia y operaciones antinarcóticos. Las facetas de una 
imbricación 
138 
 
 
Consideraciones finales 
 
 
144 
 
Anexo 
 
149 
 
Fuentes consultadas 
 
152 
 
 
[1] 
 
AGRADECIMIENTOS Y DEDICATORIA 
 
 
 
 
 
 
En cierto modo, una tesis de licenciatura es el desembarco final de una odisea en la 
que el viajero encuentra su tesoro no en Ítaca, sino en el prolongado camino que lo 
condujo a ella. Y ese tesoro, más que la nobleza del conocimiento, son la generosidad y 
la amistad. Quiero agradecer precisamente a quienes a lo largo de estos años me han 
brindado con creces su liberalidad y compañerismo: a Marco A. Ruelas y a Alejandro 
Cortés, mis mejores y más fieles amigos; a la señora Patty Neri, por su ayuda en 
momentos cruciales; a todos los editores y amigos de la revista Cuadrivio, pero 
especialmente a Camila Paz Paredes, Cristina Urrutia, Joaquín Guillén y Raúl Bravo, 
quienes han marchado codo a codo conmigo y han dejado mucho de su corazón en el 
proyecto; a Jesús Gallegos, diligente asesor de esta investigación y, más aún, amigo y, 
en muchos sentidos, maestro; y, por supuesto, a José Luis Orozco, un verdadero 
ejemplo de generosidad, rigor científico y profundidad de pensamiento. Expreso 
asimismo mi gratitud a la Dirección General de Asuntos del Personal Académico de la 
UNAM, con cuyo apoyo se llevó a cabo esta investigación. 
Fuera del círculo de amistades, mentores y colegas (y, naturalmente, incluso 
por encima de él), debo mi principal agradecimiento a Sara, mi mamá, y a Francisco, 
mi hermano. Ellos son mi familia y lo más valioso y entrañable que hay en mi vida. Mi 
padre no pudo asistir a la preparación y redacción de este trabajo y me temo que 
jamás podrá leerlo, pero su contribución palpita en cada página y cada párrafo. Él fue 
mi preceptor; él descubrió y dio cauce a mis inclinaciones y rasgos cardinales. A mi 
padre, a su memoria, y a mi mamá y a mi hermano, está dedicada esta tesis. 
 
México, octubre de 2012 
Ramsés L. 
 
 
 
[2] 
 
 
 
Al hombre se le dio una naturaleza levantisca; 
¿acaso los levantiscos pueden ser felices? 
F.M. Dostoyevski 
 
Paz y seguridad no son conceptos equivalentes ni 
quieren decir lo mismo. La paz brota del orden 
internacional, es una consecuencia y no una causa. 
La seguridad, en cambio, no requiere sino el acuerdo 
entre los poderes. La seguridad es un concepto 
policíaco; la paz, una noción civilizada. La paz surge, 
natural, orgánicamente, cuando existe un orden 
universal, como el de la antigüedad romana o el de la 
Edad Media. La seguridad no surge del seno de la 
sociedad; es una imposición o un compromiso. No 
tiende a destruir las causas de la guerra, sino a 
impedirla por medio del poder, del mismo modo que 
la policía castiga a los malhechores pero no suprime 
la delincuencia. 
Octavio Paz 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
[3] 
 
Introducción 
 
 
 
 
 
 
Los porqués y la hipótesis 
La irrupción del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) y del Ejército 
Popular Revolucionario (EPR) constituye uno de los acontecimientos políticos clave 
en la historia reciente de México. Por primera vez en mucho tiempo, dos 
organizaciones armadas desafiaban al estado y tomaban las armas para derrocar al 
gobierno y erigir un nuevo orden social. Esta violenta y súbita reaparición de lo 
subversivo (esto es, de lo «políticamente indeseable», como diría J.M. Coetzee) 
confirmó cuán agotado estaba el régimen autoritario y corporativista emanado de la 
revolución mexicana y desencadenó un alud de libros, ensayos y debates acerca de las 
profundas transformaciones sociales sufridas por México en las últimas décadas del 
siglo XX y del rumbo que debían tomar las reformas encaminadas a consolidar la 
democracia en nuestro país. Lo que se echó –y se sigue echando– de menos, sin 
embargo, fue una tendencia equivalente a esclarecer la dimensión internacional de esa 
reaparición y, sobre todo, el papel que Estados Unidos desempeñó en la guerra (entre 
estado y guerrilla) por ella desatada. Esta investigación nace de la necesidad de 
subsanar, aunque sea un poco, esa carencia, que afecta más a los estudios 
internacionales (y, dentro de ellos, a los de América del Norte) que al bien nutrido 
acervo de historia de México. 
Hay, al mismo tiempo, un par de inquietudesadicionales que justifican esta 
investigación. La primera de ellas es académica, y tiene que ver con lo poco que se 
acostumbra analizar las ideas y los efectos prácticos de las mismas en las relaciones 
internacionales. La segunda es personal, y responde a una peculiar paradoja: aunque 
mi renuencia a tomar partido por el radicalismo político es grande (una renuencia 
temperamental pero también de principios), mi fascinación por las implicaciones 
éticas del homicidio político es mayor. ¿Qué es lo que lleva a un hombre a arrebatarle 
la vida a sus semejantes en nombre de una utopía revolucionaria? ¿Es posible abonar 
una sociedad justa y democrática con sangre y con violencia? Si bien esta 
investigación no resuelve en absoluto estas preguntas, sí las tiene presentes: al 
combatir a las insurgencias revolucionarias, los dirigentes de México y Estados Unidos 
niegan esa posibilidad y condenan el homicidio político, pero simultáneamente, y sin 
darse cuenta, hacen lo mismo que pretenden evitar: defender con sangre y con 
[4] 
 
violencia un orden social que, si no consideran justo, cuando menos sí estiman 
preferible y cualitativamente superior a cualquier otro. En este aparente 
contrasentido, como veremos, las ideas y las relaciones internacionales juegan un 
papel fundamental. 
Volviendo al planteamiento y la justificación iniciales: ¿Estados Unidos influyó 
en la guerra contra el EZLN y el EPR? Y si lo hizo, ¿qué formas adquirió ese influjo? 
Esta investigación se propone demostrar que, efectivamente, Estados Unidos incidió 
en ese conflicto, y que lo hizo por partida doble: por un lado, con sus doctrinas y 
preceptos de batalla contrainsurgentes, los cuales influyeron decisivamente en la 
configuración del sistema antiguerrilla mexicano y en las estrategias y tácticas 
empleadas por las fuerzas armadas para contener al EZLN y al EPR; y por otro, con la 
venta y transferencia de armamento, equipo e instrucción militares a México. No se 
trata, desde luego, de afirmar que únicamente Estados Unidos influyó en esa guerra ni 
que fue el único que le vendió pertrechos a nuestro país; se trata, por el contrario, de 
esclarecer ese solo influjo, el estadounidense, que es, en todo caso, el más importante 
de todos.1 
 
 
La delimitación y sus criterios 
El presente estudio se desenvuelve en el terreno de la seguridad, pero cuando en estas 
páginas se habla de seguridad no se hace desde esa perspectiva «amplia» («humana») 
tan en boga en nuestros días, sino desde el restringido ámbito del estado. Y cuando 
hablamos de «México» y «Estados Unidos» nos referimos generalmente a los estados 
mexicano y estadounidense, no a las colectividades nacionales enteras. El lector 
encontrará las razones teóricas de estas «limitantes» en 1.2.2; aquí cabe hacer sólo 
algunas aclaraciones: toda investigación debe fijar sus confines; nuestro confín es el 
del estado. Lo que nos interesa es entender la contrainsurgencia como política de 
estado, no como un conjunto de métodos represivos que afectan a una comunidad 
 
1 Guatemala también influyó en la contrainsurgencia mexicana, pues, desde 1996, más de una docena 
militares mexicanos se entrenaron en el Centro de Adiestramiento y Operaciones Kaibil, una de las 
academias de contrainsurgencia más célebres del continente. Los mexicanos se adiestraron asimismo 
(aunque no necesariamente en contrainsurgencia) en países como Francia, España, Brasil, Argentina, 
Colombia, Venezuela, China, Alemania, Canadá, Uruguay, Italia, Irlanda, Inglaterra, El Salvador, Suiza, 
Suecia e Israel, pero la gran mayoría lo hizo en Estados Unidos y pocos han destacado tanto como los 
egresados de academias estadounidenses y guatemaltecas. Véase Isaín Mandujano, «Militares 
mexicanos se entrenan en escuela Kaibil», Proceso, 11 de junio de 2006. Disponible en línea en 
http://www.proceso.com.mx/noticia.html?nid=34060&cat=0. Sobre las compras de equipo militar a 
otros países, véase Raúl Benítez Manaut, Abelardo Rodríguez Sumano y Armando Rodríguez Luna 
(eds.), Atlas de la seguridad y la defensa de México 2009, México, CASEDE, 2009, p. 293. 
http://www.proceso.com.mx/noticia.html?nid=34060&cat=0
[5] 
 
humana específica. Sobre esa vertiente social, humana, de la contrainsurgencia 
(especialmente la que atañe al EZLN) se ha escrito mucho; sobre la vertiente estatal 
(y, sobre todo, internacional) se ha escrito aún muy poco. De cualquier manera, el 
lector descubrirá que circunscribirse al ámbito del estado no es tan restrictivo como 
parece, y que, por lo demás, esa limitación autoimpuesta queda parcialmente 
contrarrestada cuando concebimos al estado como una relación de dominación de 
hombres sobre hombres y no como la encarnación infalible (digna de veneración y de 
lealtades a ultranza) de una «nación». En otras palabras, nuestra concepción del 
estado es crítica, y en los pasajes pertinentes se hace énfasis en la falibilidad de la 
contrainsurgencia como política de estado. 
Es necesario precisar, además, que aunque nuestro terreno es el de la 
seguridad, ésta no es una tesis de seguridad nacional. Los aspectos teóricos e 
históricos de dicho concepto se abordan, desde luego, pero sólo en la medida en que 
clarifican los temas centrales de la investigación. Del mismo modo, pese a que a 
menudo recurrimos al análisis histórico, ésta no es una historia del EZLN ni del EPR y 
mucho menos de la contrainsurgencia mexicana y estadounidense. No se esperen, por 
tanto, revisiones exhaustivas de los contextos nacionales e internacionales de cada 
uno de los sexenios abarcados, ni narraciones pormenorizadas de, por ejemplo, la 
guerra de Vietnam o las negociaciones entre los gobiernos de Salinas y Zedillo y la 
guerrilla zapatista; lo que aquí se hace es, más bien, caracterizar a la insurgencia de 
acuerdo con los criterios que una política de contrainsurgencia tomaría –y, de hecho, 
toma– en cuenta (entre ellos la historia), y analizar la guerra contra el EZLN y el EPR 
en función del influjo que Estados Unidos ejerció en ella, lo cual implica revisar 
históricamente la doctrina de la contrainsurgencia estadounidense así como la 
evolución de sus principios tácticos y estratégicos. 
Ahora bien, ¿por qué incluir al EZLN y al EPR en este estudio y excluir al resto 
de las agrupaciones subversivas que hay en México? El EZLN es, quizá, la insurgencia 
revolucionaria (de raíces marxista-leninistas) más importante de nuestra historia. En 
su momento alteró significativamente el panorama político mexicano e incluso atrajo 
la atención de los activistas e intelectuales de izquierda de otras partes del mundo; al 
día de hoy, el zapatismo aún se mantiene como un movimiento político de cierta 
envergadura y nadie le rebatiría sus aportes a la transición democrática en México. El 
EPR, por su cuenta, es la organización subversiva cuyas operaciones comprenden más 
estados de la república (véase 2.3.2), la que posee la mayor capacidad de fuego y la 
única cuyas acciones armadas han puesto en verdaderos aprietos a las autoridades 
mexicanas. Ninguno de los restantes grupos revolucionarios (entre ellos las 
numerosas escisiones del EPR) reúne estas características. 
En esta delimitación también se consideraron otros factores. Si bien el EPR 
comenzó a desgajarse en 1998 y de su seno salieron muchas escisiones 
[6] 
 
autoproclamadas autónomas, todavía resulta difícil determinar cuáles son auténticas 
y cuáles simples fachadas;2 y aun si hubiéramos querido abarcar al resto de las 
guerrillas mexicanas y a todos los presuntos desgajamientos del EPR (lo cual habría 
sido un craso error metodológico), la virtual inexistencia de información acerca de la 
mayoría de ellos nos habría impedido dedicarles más de dos o tres renglones. 
El periodo de tiempo al que nos ceñimos, finalmente, obedece a la duración 
del conflicto: la guerra entre estado e insurgenciacomenzó en 1994 con la aparición 
del EZLN en Chiapas y continúa hasta nuestros días (2012), pese a que después de su 
apogeo (1994-1998) disminuyó notoriamente en importancia. 
 
 
Acerca de las fuentes y los alcances de esta investigación 
Este trabajo debe mucho a El enemigo interno. Contrainsurgencia y fuerzas armadas en 
México, de Jorge Luis Sierra Guzmán.3 Y le debe mucho porque es el único libro que 
dedica una extensa sección de su corpus a explorar el influjo de Estados Unidos en la 
contrainsurgencia mexicana. Dicho de otro modo, no existe una bibliografía exclusiva 
sobre el tema que nos proponemos abordar. Hay, sí, artículos periodísticos, ensayos 
académicos y pasajes de libros que de manera tangencial o directa tocan el tema,4 
pero no monografías dedicadas específicamente a él. Lo que en esta investigación se 
hace es, precisamente, reunir, cotejar, analizar y sistematizar, bajo una sola línea 
temática y metodológica, una buena cantidad de materiales parcialmente relacionados 
con el problema en cuestión; o, lo que es lo mismo, elaborar por vez primera un 
estudio que trate exclusivamente de él.5 
Así, en estas páginas me he servido de reportajes, notas y artículos 
periodísticos; del todavía inédito «Informe General» de la Fiscalía Especial para 
Movimientos Sociales y Políticos del Pasado (FEMOSPP); de documentales fílmicos; de 
boletines y reportes de organizaciones de derechos humanos; de documentos 
militares oficiales (filtrados a la prensa y públicos); de colecciones de leyes 
digitalizadas por el congreso de Estados Unidos; del archivo estadístico y las síntesis 
de los programas de asistencia estadounidense elaborados por el proyecto Just the 
Facts; de los ya mencionados textos académicos; de revistas militares editadas en 
México y Estados Unidos; de comunicados y «opúsculos» escritos por el EPR y algunas 
 
2 Léase lo que a propósito de las Fuerzas Armadas Revolucionarias del Pueblo se dice en 4.2.2. 
3 Jorge Luis Sierra Guzmán, El enemigo interno. Contrainsurgencia y fuerzas armadas en México, México, 
Plaza y Valdés, 2003. 
4 Esos documentos se citan a lo largo de esta tesis. 
5 Hay una tesis que trata de la asistencia contrainsurgente de Estados Unidos a México, pero para el 
periodo 1965-1975. Véase José Luis Piñeyro, El profesional ejército mexicano y la asistencia militar de 
Estados Unidos, 1965-1975, tesis de licenciatura, México, El Colegio de México, 1976. 
[7] 
 
de sus escisiones (para lo cual recurrí al invaluable acervo del Centro de 
Documentación de los Movimientos Armados) y hasta de una entrevista con un 
funcionario de la Procuraduría General de la República (PGR) que realicé a propósito 
de esta investigación. 
Este intento de articulación de fuentes, sin embargo, debe ser tomado con 
cautela. Una investigación que arrojara luz de manera definitiva sobre la influencia de 
Estados Unidos en la guerra contra el EZLN y el EPR, que descifrara (o cuando menos 
pusiera de relieve) todas sus claves, no podría contentarse con los materiales aquí 
reunidos. Antes bien, requeriría del acceso a bibliotecas y archivos militares 
especiales en México y Estados Unidos; de la consulta de documentos desclasificados 
disponibles en ciertas universidades estadounidenses, y, sobre todo, de entrevistas 
con los actores centrales de este complejo fenómeno histórico. Un trabajo de esa 
magnitud, naturalmente, sólo podría llevarse a cabo con sólidos apoyos 
institucionales, con las amistades políticas adecuadas (pues el problema de la 
contrainsurgencia y de las relaciones de seguridad bilaterales es sumamente delicado 
y muy pocos estarían dispuestos a hablar de él) y, por supuesto, con muchos años de 
lecturas y de investigación a cuestas. Apenas hace falta decir que eso está 
completamente fuera de mi alcance. Mi intención, por ende, es mucho más modesta: 
es la de ofrecer, dentro de los límites propios de una tesis de licenciatura, una 
aproximación coherente al tema, un primer acercamiento que sirva como punto de 
partida de futuras investigaciones. 
 
 
La estructura y los capítulos 
Esta tesis se divide en dos partes. En la primera se plantea con detalle (capítulo 1) el 
problema de la contrainsurgencia en América del Norte, se da cuenta de las diferentes 
interpretaciones que al respecto se han ofrecido y se establece el horizonte conceptual 
que habrá de guiar esta investigación; se delinean, asimismo (capítulo 2), los 
contornos de la amenaza (es decir, del «fantasma» que los gobiernos de México y 
Estados Unidos se propusieron conjurar) en función de los criterios básicos que, 
desde un punto de vista estratégico, cualquier política de contrainsurgencia tendría 
que ponderar: la historia, los objetivos, la ideología, la ubicación geográfica, los 
recursos y la forma de operar de cada una de las insurgencias implicadas. 
En la segunda parte (capítulo 3) se pasa revista a la evolución histórica de la 
doctrina y los principios de guerra contrainsurgentes de Estados Unidos para detectar 
cuáles de ellos fueron aplicados en la configuración de los medios (que, en su 
conjunto, denominamos «maquinaria contrainsurgente») con que México dispone 
para combatir a la insurgencia; en otros términos, se analiza esa «maquinaria» a la luz 
[8] 
 
de la influencia que Estados Unidos ejerció en su constitución; por último (capítulo 4), 
partiendo de la revisión y el análisis precedentes, se examina la guerra contra el EZLN 
y el EPR de acuerdo con el influjo ejercido por Estados Unidos en ella, esto es, se 
identifican los preceptos de batalla aplicados por las fuerzas armadas mexicanas para 
contener a la insurgencia, y se analizan las características de la asistencia bélica 
brindada por Estados Unidos con el mismo fin. 
El lector habrá de constatar, además, que la contrainsurgencia y las 
operaciones antinarcóticos se superponen en varios planos, y que la guerra contra el 
EZLN y el EPR ha incidido de distintas formas tanto en las relaciones cívico-militares 
mexicanas como en las relaciones de seguridad bilaterales. Por esa razón, en las 
consideraciones finales, amén del indispensable recuento general, se dedican algunas 
líneas a comentar esos insospechados corolarios. 
La estructura de esta tesis es, pues, «binaria»: se describe y explica a la 
amenaza y se analiza la manera en que se combatió a la misma; hay, en otras palabras, 
un deliberado propósito de secuenciar la insurgencia y la contrainsurgencia. 
No es ésta –me permito asegurarlo– una tesis común de relaciones 
internacionales: de principio a fin he querido encontrar el «factor internacional» de un 
fenómeno que, a juzgar por las fuentes disponibles, la inmensa mayoría considera 
estrictamente doméstico, y no sin motivos: la guerra contra el EZLN y el EPR apenas 
deja ver lo mucho que Estados Unidos influyó en ella. Uno supondría que, de querer 
intervenir en el conflicto, Washington habría optado por la vía abierta, vistosa y 
agresiva –como de hecho suele hacerlo–; más aún: cualquiera pensaría que si Estados 
Unidos incidió en un conflicto interno de esta envergadura fue porque México no tuvo 
otra alternativa, es decir, porque medió alguna clase de coacción –como, sin duda, 
suele suceder: tal ha sido la tónica de las relaciones bilaterales. Lo «novedoso» está en 
que no sucedió ni lo uno ni lo otro –no, al menos, cabalmente–: la intervención de 
Estados Unidos fue mucho más sutil y moderada que de costumbre, y las fuerzas 
armadas mexicanas asumieron buena parte de la influencia estadounidense de forma 
voluntaria cuando hicieron suyas, en el ámbito de la conciencia, las ideas y 
experiencias que Estados Unidos había acumulado durante décadas en su cruzada 
global anticomunista. Es normal que un fenómeno de este tipo pase inadvertido, pero 
es precisamente esa indiferencia la que queremos disipar. 
 
 
 
 
 
 
[9]PRIMERA PARTE 
 
LA AMENAZA Y SUS CONTORNOS 
EL RETORNO DEL FANTASMA DE LA REVOLUCIÓN 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
[10] 
 
1 
El retorno de la insurgencia. 
Aproximaciones interpretativas y conceptuales 
 
 
 
 
 
 
1.1. Una mirada al punto de partida 
1.1.1. EZLN y EPR: el retorno del fantasma de la revolución 
Los sucesos que nos proponemos narrar y analizar en este estudio tienen un punto de 
partida histórico muy concreto: la irrupción, en México, de dos organizaciones 
guerrilleras en las postrimerías del siglo XX. La primera de dichas agrupaciones, el 
EZLN, apareció en 1994, y su irrupción alteró «de inmediato todas las coordenadas 
políticas vigentes hasta el momento»;6 la segunda, el EPR, hizo lo propio en 1996, y su 
aparición agudizó una crisis política y de seguridad que ya de por sí era muy 
acentuada. Dado que el conocimiento de los proyectos originales de ambas 
organizaciones es indispensable para abordar el problema de la contrainsurgencia en 
América del Norte, dedicaré los siguientes párrafos a examinar sucintamente las 
características de este turbio –y bifronte– episodio finisecular. 
A finales de 1993, las relaciones entre México y Estados Unidos se encontraban 
en uno de sus momentos cumbre: los gobiernos de Bill Clinton, Carlos Salinas de 
Gortari y Jean Chrétien estaban a punto de fusionar los mercados de sus respectivos 
países a través del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN), un 
acuerdo que permitiría a las tres naciones «insertarse» de lleno en los procesos de 
globalización de la economía y de formación de «bloques» económicos regionales. 
Aunque el proceso de negociación y aprobación del tratado no había sido fácil (el 
TLCAN había sido ratificado por una mayoría de apenas 14 votos en el congreso de 
Estados Unidos), y los negociadores mexicanos habían tenido que bregar largo tiempo 
para convencer a sus contrapartes estadounidenses, el panorama de la relación 
bilateral era inmejorable: por primera vez en la historia México y Estados Unidos 
sancionarían de iure una alianza comercial, dejando atrás su dilatado historial de 
 
6 Luis Medina Peña, Hacia el nuevo Estado. México, 1920-1994, México, FCE, 2004, pp. 285-286. 
[11] 
 
conflictos, desavenencias y recelos mutuos.7 Las relaciones militares y de seguridad, 
ciertamente, se hallaban rezagadas en comparación con las de índole económica y 
política, pero se esperaba que con el tiempo y la progresiva disolución de las antiguas 
suspicacias, las fuerzas armadas de ambos países se acercaran y cooperaran a partir 
de una agenda común.8 
El entorno global, por otro lado, era igualmente promisorio: la Unión Soviética 
se había desplomado estrepitosamente y el socialismo había sido arrojado al 
«basurero de la historia». Estados Unidos y la civilización occidental, se decía, no 
tenían ya nada serio que temer ni antagonista alguno que combatir, pues el fin de la 
guerra fría había inaugurado una era de libertad y democracia donde el progreso 
humano estaría afincado en las providenciales fuerzas del libre mercado.9 Y como 
para rematar el cuadro, la situación en México deslumbraba a propios y extraños: a 
pesar de las sospechas de fraude que habían enlodado su arribo al poder, Carlos 
Salinas de Gortari había emprendido un programa de reformas sin parangón desde las 
épocas de Plutarco Elías Calles y Miguel Alemán, y su impulso «modernizador» le 
había valido el reconocimiento e incluso la adulación de las élites económicas 
internacionales así como un desmedido culto a la personalidad entre sus allegados. El 
TLCAN sería la corona de su reinado: gracias a él (al tratado pero también al 
presidente) México se convertiría en una nación moderna e ingresaría al club de los 
países desarrollados. Nada entonces parecía detener al residente de Los Pinos, y las 
tímidas voces que clamaban por la apertura política del régimen eran rápidamente 
opacadas (o silenciadas) por el autoritarismo de un flamante presidente que en los 
últimos meses de 1993 preparaba ya a su sucesor y maquinaba su candidatura a la 
dirigencia de la Organización Mundial de Comercio.10 
Estas «coordenadas políticas» serían, precisamente, las que el EZLN alteraría. 
El 1 de enero de 1994, justo cuando el TLCAN entraba en vigor, los zapatistas 
emergieron de Las Cañadas y la Selva Lacandona y se apoderaron de varias cabeceras 
municipales y poblados chiapanecos (San Cristóbal de las Casas, Chanal, Altamirano, 
Las Margaritas, Oxchuc, Huixtán, Simojovel, Abasolo y San Andrés Larráinzar).11 
Luego, por medio de la «Declaración de la Selva Lacandona», se revelaron ante México 
 
7 Josefina Zoraida Vázquez y Lorenzo Meyer, México frente a Estados Unidos. Un ensayo histórico, 1776-
2000, México, FCE, 2003, pp. 236-238. 
8 Michael J. Dziedzic, «México y la gran estrategia de Estados Unidos: eje geoestratégico para la 
seguridad y la prosperidad», en Sergio Aguayo Quezada y John Bailey (coord.), Las seguridades de 
México y Estados Unidos en un momento de transición, México, Siglo XXI, 1997, pp. 92-95. 
9 Ibíd., p. 85, y Francis Fukuyama, El fin de la historia y el último hombre, México, Planeta, 1992, passim. 
10 Enrique Krauze, La presidencia imperial. Ascenso y caída del sistema político mexicano (1940-1996), 
México, Tusquets, 1998, pp. 419-434. 
11 Carlos Tello Díaz, La rebelión de las Cañadas. Origen y ascenso del EZLN, México, Booket, 2005, pp. 15-
35. 
[12] 
 
y el mundo como un grupo armado que clamaba por igualdad y justicia, que 
enarbolaba el estandarte de los «herederos de los verdaderos forjadores de nuestra 
nacionalidad» (es decir, de los indígenas) y que para terminar con la miseria y la 
marginación de los menesterosos se proponía derrocar al «dictador» (Salinas) y al 
régimen de «traidores conservadores y vendepatrias» que él encabezaba. La estocada 
inicial del EZLN fue declararle la guerra al ejército federal, y su primer acto de guerra 
(la toma de las cabeceras) vino acompañado de la promesa de avanzar hacia la capital 
de la república y de no retroceder hasta lograr la satisfacción de sus demandas 
principales («trabajo, tierra, techo, alimentación, salud, educación, independencia, 
libertad, democracia, justicia y paz» para el «pueblo mexicano») y la realización de 
elecciones donde los «pueblos liberados» pudieran elegir «libre y democráticamente» 
a sus «autoridades administrativas».12 No había en la Declaración ni rastro de la 
retórica marxista-leninista de las guerrillas de antaño, pero tampoco hacía falta ser un 
especialista en historia de las ideas políticas para darse cuenta de que esto era una 
revolución. 
Así, en tan sólo unas horas, la comedia de oropeles y progreso protagonizada 
por Carlos Salinas en las cortes del poder mundial quedó de improviso derruida. Del 
pandemónium de marginación, injusticia, represión y discriminación racial que era la 
mayor parte de Chiapas (un territorio históricamente olvidado por el estado 
mexicano) había brotado un copioso grupo de hombres armados (nueve mil, según 
algunos cálculos13) para plantarle cara al régimen priista y demostrar cuán falsas eran 
las viñetas pintadas por Salinas de un país que avanzaba a pasos agigantados y que 
era bendecido por la impersonal inercia de la «mano invisible» del mercado. El temor 
a que esto sucediera antes de la ratificación del TLCAN era tan real (como real era la 
indigencia denunciada por la guerrilla) que, a pesar de haber sido previamente 
advertido sobre la existencia de un grupo armado y de poseer pruebas irrefutables al 
respecto,14 Salinas decidió ocultar y soslayar los hechos y esperar, quizá, a que la 
masiva inversión de fondos públicos en Chiapas desactivara cualquier clase de 
conflicto.15 
La portentosa aparición del EZLN, sin embargo, sería sólo el principio.Una vez 
asimilada la gravedad del asunto, Carlos Salinas ordenó la movilización de más de 12 
mil tropas del ejército y la fuerza aérea a Chiapas para contener el avance de los 
insurgentes. La contraofensiva no tardaría en rendir frutos. Mal armados (algunos 
 
12 Todos los entrecomillados pertenecen a EZLN, «Declaración de la Selva Lacandona», Chiapas, 1 de 
enero de 1994. Disponible en línea en http://palabra.ezln.org.mx/comunicados/1994/1993.htm 
13 Enrique Krauze, op. cit., p. 434. 
14 Jorge Luis Sierra Guzmán, El enemigo interno. Contrainsurgencia y fuerzas armadas en México, op. cit., 
pp. 122-123. 
15 Enrique Krauze, ídem. 
http://palabra.ezln.org.mx/comunicados/1994/1993.htm
[13] 
 
poseían únicamente rifles de madera) y abatidos por el poder de fuego de los 
militares, los zapatistas fueron incapaces de arrostrar a sus enemigos y las posiciones 
conquistadas el 1 de enero cayeron una a una hasta dejar a la guerrilla arrinconada y a 
punto de ser aniquilada.16 Fue entonces cuando el tercer actor de esta contienda entró 
en escena: los medios de comunicación. La prensa viajó a la «zona de conflicto» y 
reportó con tal detalle las atrocidades cometidas por el ejército durante los combates 
(las imágenes de jóvenes zapatistas ultimados con el tiro de gracia en las 
inmediaciones del mercado de Ocosingo le darían la vuelta al mundo) que la sociedad 
civil, pese a haber repudiado en un primer momento la violencia del EZLN, se lanzó a 
las calles a exigir el cese al fuego y el inicio de negociaciones entre los beligerantes.17 
Apremiado por las circunstancias, el presidente Salinas decretó una tregua unilateral 
el 12 de enero,18 sin saber que todavía habría de sortear otro frente de batalla: el de 
las palabras y de las ideas. 
A poco de iniciado el conflicto, la prensa dio a conocer otro hallazgo 
importante: prácticamente todos los integrantes del EZLN eran indígenas (hombres y 
mujeres) tzotziles, tzeltales, choles y tojolabales, algunos de ellos tan jóvenes que 
apenas rebasaban el umbral de la adolescencia.19 A todos los unía un mismo 
denominador: sus antepasados habían salido de las fincas y emigrado a Los Altos y la 
Selva, regiones en las que ellos (los sublevados) habían crecido en medio de la miseria, 
las vejaciones de las autoridades y la falta de oportunidades.20 El corazón de buena 
parte de la sociedad se volvió de golpe hacia los zapatistas: ¿cómo no simpatizar con 
las demandas de aquellos que, desde tiempos inmemoriales, habían sido tratados 
como parias y despreciados por una nación entera (la de los mestizos)? ¿Cómo no 
escuchar a los «herederos de los verdaderos forjadores de nuestra nacionalidad»? Con 
todo, no sería un indígena quien capitalizaría estas simpatías, sino el personaje más 
destacado de este drama: el subcomandante insurgente Marcos, líder y vocero mestizo 
del EZLN. 
Tan pronto como los zapatistas fueron derrotados por las armas y se impuso la 
necesidad de darle un nuevo giro al conflicto, Marcos cambió el fusil por la pluma y la 
táctica de guerra por la teatralidad. Con sus relatos, epístolas, diatribas y entrevistas, 
el subcomandante sedujo a una pléyade de intelectuales mexicanos y extranjeros, 
 
16 Carlos Tello Díaz, op. cit., pp. 246-255. 
17 Patricia Miranda González, El reportaje de fondo ante sucesos de guerrilla: los casos de Chiapas (EZLN) 
y Guerrero, tesis de licenciatura, México, ENEP Aragón: UNAM, 2000, pp. 54-70 y Marco Antonio Pérez 
Carvajal, Los editoriales de los diarios La Jornada y El Universal de enero a junio de 1994 sobre la 
irrupción pública del EZLN, tesis de licenciatura, México, FCPyS: UNAM, 2007, pp. 41-70. 
18 Carlos Tello Díaz, op. cit., pp. 259-260. 
19 Ibíd., p. 18. 
20 Véase más adelante 2.2.1. 
[14] 
 
atrajo la atención de miles de activistas y «cibernautas» alrededor del mundo y se 
convirtió rápidamente en un «hombre de leyenda».21 Chiapas, de la mano del talento 
literario de Marcos, pasó de ser un páramo olvidado del sureste mexicano al santuario 
donde renacía el milenarismo revolucionario. El hombre enmascarado que fumaba 
pipa entre los sotobosques de la selva y sus huestes de indígenas henchidos de 
leyendas y sabidurías ancestrales fueron vistos por la vieja guardia de izquierda, 
aquella que había perdido las esperanzas luego del desplome de la Unión Soviética 
(Pablo González Casanova, José Saramago, Alain Touraine, Regis Debray e Yvon Le 
Bot, por mencionar sólo algunos nombres), como el retorno de la historia, el resucitar 
de la utopía de la sociedad sin clases, el final inminente del capitalismo. Y no se trataba 
únicamente de una percepción: Chiapas se convirtió también en La Meca de activistas 
de izquierda y periodistas de diferentes latitudes, y una sólida red de organizaciones 
de derechos humanos enfocó su atención en las vicisitudes del conflicto para alzar la 
voz cada vez que el gobierno o el ejército incurrieran en alguna arbitrariedad.22 
Carlos Salinas nunca lo habría sospechado. Los zapatistas habían estropeado su 
momento de gloria y ni siquiera habían tenido que derrotar al ejército para ello. El 
salinismo, comandando por una auténtica Ivy League de tecnócratas especializados en 
economía y administración pública, era incapaz de jugar el juego literario y 
melodramático del subcomandante Marcos y sus aliados en México y el mundo. Por si 
fuera poco, el barco comenzó a hacer agua por todos lados: en mayo fue asesinado 
Luis Donaldo Colosio, delfín de Salinas y candidato del Partido Revolucionario 
Institucional (PRI) a la presidencia, y en septiembre le seguiría José Francisco Ruiz 
Massieu, ex cuñado del presidente y prohombre inexpugnable del priismo.23 La 
espada de Damocles, además, pendía sobre México en forma de capital especulativo: 
30 mil millones de dólares extranjeros habían sido atraídos irresponsablemente por 
las altas tasas de interés y amagaban con irse si el gobierno quebrantaba su 
confianza.24 En los años venideros, los estudios sobre el zapatismo y la conversión del 
EZLN al indigenismo difuminarían o matizarían el potencial incendiario de la guerrilla, 
pero en ese momento, en ese fatídico 1994, el estado mexicano sólo podía ver al EZLN 
de una manera: como una amenaza al orden establecido y a la estabilidad económica y 
social del país. 
 
21 Enrique Krauze, op. cit., p. 437. 
22 Véase Christopher Domínguez Michael, «El prosista armado», Letras Libres, número 1, enero de 1999, 
pp. 63-69 y Jean Meyer, «El buen salvaje otra vez», Letras Libres, número 3, marzo de 1999, pp. 70-72. 
Quizás el mejor recuento y análisis de la «guerra intelectual» librada en 1994 y de la relación del 
subcomandante Marcos con la intelligentsia nacional y extranjera se encuentra en Jorge Volpi, La guerra 
y las palabras. Una historia intelectual de 1994, México, Era, 2004, passim. 
23 Enrique Krauze, op. cit., pp. 441-442 y 445. 
24 Josefina Zoraida Vázquez y Lorenzo Meyer, op. cit., p. 237. 
[15] 
 
 
Una historia diferente, aunque profundamente emparentada, sería la del EPR. Al 
promediar 1996, México padecía una de las crisis más severas de su historia reciente. 
Tras los asesinatos de Colosio y Ruiz Massieu, el PRI, en la figura de Ernesto Zedillo, 
había logrado alzarse nuevamente con la victoria, pero no evitar la desbandada: miles 
de millones de dólares abandonaron México cuando los especuladores (nacionales y 
extranjeros) consideraron que la sobrevaluación del peso era excesiva y que el nuevo 
gobierno sería incapaz de manejar adecuadamente la economía. En unos cuantos 
meses, el peso perdió el 100 por ciento de su valor y para 1995 el producto interno 
bruto había caído ya un siete por ciento. Como si temieran una catástrofe parecida, los 
especuladores que operaban en otros puntos de AméricaLatina –como Brasil y 
Argentina– huyeron con sus capitales y se refugiaron en mercados más seguros, 
donde recibían mejores garantías para su dinero. Conscientes de la crisis 
internacional que se avecinaba, Bill Clinton y su equipo gestionaron un generoso 
paquete de ayuda para México con el Fondo Monetario Internacional y el Banco de 
Pagos de Basilea, evitando de esa manera que la economía de nuestro país colapsara. 
A cambio de ello, México tendría que cargar con la afrenta de avalar el apoyo con sus 
exportaciones de petróleo, hacer públicas las cifras de sus reservas (hasta entonces un 
secreto de estado) y pagar por el préstamo intereses relativamente altos a plazos muy 
cortos.25 
Los hábitos de la clase política, pese a todo, no parecían haber cambiado. En 
junio de 1995, un grupo de policías asesinó a 17 campesinos desarmados de la 
Organización Campesina de la Sierra del Sur (OCSS) en Aguas Blancas, Guerrero, y no 
bien se pusieron en marcha las indagatorias para esclarecer el caso, las autoridades 
judiciales inventaron pruebas y escamotearon hechos en aras de proteger al presunto 
autor intelectual de la matanza: Rubén Figueroa Alcocer, gobernador del estado de 
Guerrero.26 Crimen, impunidad y corrupción volverían a fundirse aún en otro caso, el 
más escandaloso del sexenio: Raúl Salinas de Gortari, hermano del ex presidente, 
ingresó al penal de máxima seguridad de Almoloya de Juárez acusado de haber 
tramado el asesinato de José Francisco Ruiz Massieu, y no pasaría mucho tiempo antes 
de que se descubrieran los móviles del homicidio: Raúl Salinas, según indicios, quería 
evitar que Ruiz Massieu, desde un alto puesto dentro del gabinete de Zedillo, 
«destapara la cloaca» de corrupción acumulada durante la administración de Carlos 
Salinas, cloaca en la que él, Raúl, había descollado por encima del resto. La prensa, de 
cualquier manera, se encargó de revelar los secretos: nepotismo, malversación de 
fondos, apertura de cuentas millonarias en Suiza y tratos con el narcotráfico fueron 
 
25 Ibíd., pp. 240-241. 
26 Blanca Estela Martínez Torres, Contrainsurgencia ante movimientos armados en México: EPR-PDPR, 
tesis de licenciatura, México, UAM-Iztapalapa, 2006, pp. 108-117. 
[16] 
 
tan sólo algunos de los delitos cometidos por Raúl al amparo del gobierno de su 
hermano, y nadie creyó que el otrora omnipotente Carlos Salinas ignorara lo que su 
familia hacía desde el poder.27 
La promesa de prosperidad y modernidad se desmoronaba dramáticamente: 
ante los ojos de la población, el TLCAN sólo había traído crisis, devaluación y 
desempleo, y pese a la retórica modernista de Carlos Salinas y las reformas electorales 
pactadas en 1994,28 lo único que despuntaba en el horizonte era la consabida mezcla 
de violencia política y corrupción. La crispación social llegó a tal grado que el ex 
presidente Salinas, vituperado por doquier, abandonó el país y se «exilió» en 
Irlanda;29 y un nuevo grupo armado, mucho más radical que el EZLN, apareció en la 
sierra guerrerense para desafiar al tambaleante régimen priista. 
El grupo (que no era otro que el EPR) eligió el 28 de junio de 1996 y el 
municipio de Coyuca de Benítez, Guerrero, para hacer su primera aparición pública. El 
lugar y la fecha no podían ser más emblemáticos: ese día habría de conmemorarse el 
primer aniversario de la masacre de Aguas Blancas, evento convocado por la OCSS y 
diferentes agrupaciones políticas y sociales de izquierda (entre ellas el Partido de la 
Revolución Democrática, PRD). Por eso, consciente de la oportunidad que se le ofrecía, 
la guerrilla irrumpió en el evento, se apoderó de los micrófonos y, en voz de uno de 
sus militantes, dio lectura al «Manifiesto de Aguas Blancas», un pequeño documento 
donde se exponían los motivos y propósitos de la organización.30 
De acuerdo con el Manifiesto, el EPR era «un instrumento más de lucha» para 
acabar con la opresión ejercida por el «gobierno antipopular» contra los 
menesterosos, y estaba integrado por «hombres y mujeres de los diferentes sectores 
explotados y oprimidos del pueblo». Los eperristas no le declaraban la guerra al 
ejército ni anunciaban avances hacia el Distrito Federal, pero sí llamaban a las 
víctimas de la represión gubernamental (como los familiares de aquellos que habían 
muerto en Aguas Blancas) a trocar su «indignación» y «profundo dolor» por un 
espíritu combativo, y convocaban asimismo a los sectores progresistas a «unificar 
todas las formas de lucha» en un solo frente revolucionario. Los objetivos del EPR 
eran cinco: el derrocamiento del gobierno (a través de la «vía armada de la 
revolución»); la edificación de una «república democrática popular»; la solución de 
«las demandas y necesidades inmediatas del pueblo»; la justa redefinición de las 
relaciones de México con la «comunidad internacional» y el castigo a los corruptos, 
represores y responsables de la desigualdad y la miseria. Al finalizar la lectura, y sin 
dar más detalles acerca de cómo pretendían llevar a cabo sus planes, los guerrilleros 
 
27 Enrique Krauze, op. cit., pp. 444-446. 
28 Luis Medina Peña, op. cit., pp. 286-288. 
29 Enrique Krauze, op. cit., p. 444. 
30 Blanca Estela Martínez Torres, op. cit., p. 76. 
[17] 
 
salieron del evento vitoreados por el grueso de la concurrencia y escoltados por una 
columna del Frente Amplio para la Construcción del Movimiento de Liberación 
Nacional (FAC-MLN), una de las muchas agrupaciones que se habían dado cita en la 
conmemoración.31 
Los frutos de esa inopinada aparición, sin embargo, serían pírricos. En los días 
posteriores y a lo largo de todo el mes de julio, la prensa y la clase política denostarían 
en más de una ocasión al EPR. Cuauhtémoc Cárdenas, líder del PRD, diría de los 
rebeldes que escenificaban una «grotesca pantomima», y Emilio Chuayffet, secretario 
de Gobernación, aseguraría que las dimensiones del EPR eran tan insignificantes que 
no alcanzaban para conferirle el estatus de insurgencia. En diarios y revistas se habló 
de los posibles nexos del EPR con Sendero Luminoso, Euskadi Ta Askatasuna y el 
crimen organizado, y no faltó quien viera en él un ridículo montaje del PRI para 
desviar la atención de la gente y criminalizar la protesta social.32 El clima de rechazo y 
desconfianza llegó a tal punto que la Comandancia General del EPR se vio impelida a 
convocar a una «conferencia de prensa» en uno de sus campamentos de la Sierra 
Madre Oriental, adonde, con ánimos de congraciarse, trasladó a reporteros y 
corresponsales de varios medios el 7 de agosto de 1996.33 
La conferencia, ciertamente, no sería un espectáculo atractivo ni conmovedor, 
como los que solía representar el EZLN en las montañas chiapanecas. En realidad, lo 
que los cuatro comandantes del EPR que encabezaban la reunión querían («José 
Arturo», «Victoria», «Francisco» y «Antonio») era revelar la verdadera identidad de la 
guerrilla y detallar su programa político de acción. Para ello, lanzaron y leyeron, 
nuevamente, un «Manifiesto», el de «la Sierra Madre Oriental». El EPR, según este 
documento, era resultado de la unión de «diversas organizaciones armadas 
revolucionarias surgidas en los últimos 30 años», las cuales, luego de «un proceso de 
reflexión teórica, de análisis y discusión política» de las circunstancias nacionales e 
internacionales, habían pactado una sola «línea política» y una «estrategia única», y 
decantado, también, en otra agrupación, el Partido Democrático Popular 
Revolucionario (PDPR), cuya existencia hacían pública ese día.34 
 
31 Todos los entrecomillados pertenecen a Comandancia General del EPR, «Manifiesto de Aguas 
Blancas», Aguas Blancas, Guerrero, 28 de junio de 1996. Disponible en línea en 
http://www.cedema.org/ver.php?id=1117.Véase también Maribel Gutiérrez, «Irrumpe grupo armado 
en Aguas Blancas», La Jornada, 29 de junio de 1996. 
32 Anasella Acosta Nieto, El papel que la prensa capitalina desempeñó durante el surgimiento del Ejército 
Popular Revolucionario a partir del análisis del discurso, tesis de licenciatura, México, ENEP Aragón: 
UNAM, 2001, p. 42. 
33 Maribel Gutiérrez, «Lleva el EPR a periodistas a un campamento», La Jornada, 9 de agosto de 1996. 
34 PDPR-EPR, «Manifiesto de la Sierra Madre Oriental. Programa político», México, 7 de agosto de 1996. 
Disponible en línea en http://www.cedema.org/ver.php?id=1116 
http://www.cedema.org/ver.php?id=1117
[18] 
 
El PDPR y el EPR tenían prácticamente los mismos objetivos enunciados en el 
Manifiesto de Aguas Blancas, pero ahora los aderezaban con un «marco teórico» que 
apenas disimulaba la vieja jerigonza maoísta: el neoliberalismo a escala mundial y la 
corrupción y el autoritarismo a escala nacional, aseguraba el Manifiesto, habían 
exacerbado el «enfrentamiento de clases» en México y creado dos bloques 
antagónicos: de un lado, la burguesía, encarnada en el gobierno y en las cúpulas 
financieras, empresariales, políticas y religiosas a las que éste servía; del otro, «el 
movimiento político de resistencia y liberación popular», integrado por los 
desempleados y desposeídos, los movimientos estudiantiles, los indígenas, el 
proletariado, el campesinado y, en general, todas aquellas organizaciones legales y 
clandestinas que clamaban por un cambio. Como al gobierno no le había quedado más 
remedio que militarizar, cooptar y reprimir para evitar el «estallido social», la 
guerrilla volvía a llamar a todos a unirse en un solo frente y a bregar por reformas 
típicamente liberales (elecciones libres, respeto a los derechos humanos, efectiva 
división de poderes, etc.) antes de acopiar fuerzas y desencadenar una insurrección 
generalizada.35 
Con todo, lo que a la prensa más le perturbaría serían las confesiones hechas 
por José Arturo después del encuentro. Según el comandante, el EPR luchaba 
abiertamente por el poder y el cambio de gobierno, y no era «de ninguna manera» una 
«pantomima». Las mejores prendas de su radicalidad y verosimilitud residían en sus 
métodos: dispuesto a combinar la «vía armada» con la «vía civil» y a distanciarse –
cuando menos programáticamente– de movimientos como el zapatista, el EPR no 
tenía reparos en admitir que adquiría su poderoso armamento (fusiles R-15, AK-47, 
M-1 y MP-5) en el mercado negro y que financiaba sus actividades con 
«expropiaciones bancarias y secuestros de miembros de la oligarquía financiera del 
país». «Hay una guerra no declarada», diría José Arturo, «una guerra de baja 
intensidad, instrumentada por el gobierno… y por medio de la propaganda armada 
revolucionaria estamos tratando de advertir, de hacer notar este hecho ante el pueblo 
de México y ante los ojos del mundo».36 
Pero el «pueblo de México» volvería a mostrarse reticente. Salvo unos cuantos 
periodistas e intelectuales que trataron de interpretar al EPR como fruto de la 
violencia y la marginación que persistían en las «zonas de influencia» del eperrismo 
(la Costa Grande de Guerrero, la región de los Loxicha en Oaxaca y una porción de las 
 
35 Ídem. 
36 Guillermo Correa y Julio César López, «Ni el EZLN ni nosotros somos los únicos grupos armados en 
México», Proceso, 10 de agosto de 1996. Disponible en línea en 
http://www.tmcrew.org/chiapas/epr.htm 
[19] 
 
Huastecas, según la información recabada hasta ese momento),37 al grueso de la 
opinión pública y la sociedad mexicanas no le conmovieron las demandas ni los 
propósitos de la guerrilla. La reserva con que inicialmente fue recibido el EPR se 
mantendría más o menos intacta, pese a la conferencia de prensa y la reivindicación 
de las víctimas de Aguas Blancas. 
Quien no cruzaría los brazos ni volvería el rostro con indiferencia sería, desde 
luego, el gobierno de Zedillo. Tan pronto como el EPR se presentó en Coyuca de 
Benítez, los servicios de inteligencia, el ejército y la policía se zambulleron en el 
mundo clandestino de las organizaciones revolucionarias para extraer pistas acerca 
del nuevo grupo armado. Muy pronto la PGR conjeturó que el EPR podría tener 
vínculos con el Partido Revolucionario Obrero Clandestino Unión del Pueblo-Partido 
de los Pobres (PROCUP-PDLP), una de las agrupaciones subversivas más antiguas y 
peligrosas de México; y aunque frente a la prensa y la televisión las autoridades 
seguían descalificando al EPR como una insignificante célula de trasnochados, lo 
cierto era que las detenciones de presuntos militantes y simpatizantes de la guerrilla 
aumentaban día a día con vistas a descubrir su verdadera peligrosidad.38 
Zedillo y México conocerían la letalidad del EPR, sin embargo, hasta la 
madrugada del 28-29 de agosto. Esa noche, sin que las autoridades lo sospecharan 
siquiera, una columna de 100 hombres atacó, primero, el destacamento de la Policía 
Preventiva apostado en el centro de la ciudad de Tlaxiaco, Oaxaca, arrebatándole la 
vida a dos oficiales e hiriendo a un civil; más tarde, en la medianoche del 29 de agosto, 
otra columna embistió simultáneamente las instalaciones de la Policía Preventiva, la 
Secretaría de Marina (Semar), la Secretaría de la Defensa Nacional (Sedena) y la PGR 
en La Crucecita, Huatulco. Tres miembros de la Armada, tres policías y dos civiles 
fallecieron durante los combates. No lejos de ahí, en la capital de Oaxaca, un tercer 
comando arremetió contra el cuartel de la 28ª zona militar y la base militar aérea 
ubicada en el aeropuerto Benito Juárez, sin que los soldados atinaran a hacer otra cosa 
que resguardarse del fuego enemigo. En tan sólo unas horas, el EPR había conseguido 
lo que el EZLN nunca pudo lograr en el terreno militar: encarar directamente, y de 
manera exitosa, a los «aparatos represivos» del estado; más aún: lo había hecho sin 
apenas sufrir bajas, golpeando con grupos relativamente pequeños y replegándose, 
dispersándose y desapareciendo inmediatamente después de ejecutar el ataque.39 
La irritación de Ernesto Zedillo fue grande, y no era para menos: con una crisis 
asolando la economía, con una sociedad empobrecida y descontenta, lo que menos le 
 
37 Véase Luis Hernández Navarro, «EPR: el eterno retorno», La Jornada, 20 de agosto de 1996, y Carlos 
Montemayor, «La guerrilla en México hoy», Fractal, número 11, octubre-diciembre de 1998, pp. 11-44. 
38 José Gil Olmos, «Estrategia y objetivos del EPR. Guerra popular prolongada y nuevo gobierno», La 
Jornada, 28 de junio de 1997. El programa de contención del EPR se analiza a detalle en 4.2.2. 
39 Jorge Luis Sierra Guzmán, op. cit., pp. 184-185. 
[20] 
 
hacía falta al gobierno era un grupo revolucionario que reviviera los viejos anhelos de 
socialismo y repúblicas democráticas populares y que, encima, evidenciara cuán 
inoperantes podían llegar a ser las agencias del orden si se las atacaba con grupos 
reducidos de hombres capaces de arremeter y desvanecerse en tan sólo unos 
instantes. Si en 1994 el EZLN había sido considerado una amenaza, en 1996 las cosas 
no podían ser diferentes:40 el EPR, ciertamente, no era tan simpático como el 
subcomandante Marcos y los indígenas zapatistas, pero en cambio poseía una logística 
y un poderío militar muy superiores a los del EZLN, y, además de ampararse en una 
férrea clandestinidad –lo cual dificultaba la identificación y captura de sus militantes–, 
su discurso era susceptible de ser escuchado por quienes en ese momento vivían bajo 
los estropicios de la crisis. «Perseguiremos cada acto terrorista con toda nuestra 
capacidad y aplicando todo el rigor de la ley», diría un colérico Zedillo en su segundo 
informe de gobierno. «Invariablemente apegados al Derecho, respetando las garantías 
individualesy los derechos humanos, actuaremos con toda la fuerza del Estado».41 
Efectivamente, toda la fuerza del Estado sería lo que Zedillo habría de blandir 
contra el potencial subversivo del EZLN y el EPR. El fantasma de la revolución había 
vuelto y frente a él no se podían adoptar «posturas ambiguas».42 
 
 
1.1.2. Estados Unidos y el «tercer vínculo». Por vía de interpretación 
Esta firmeza, esta voluntad de acabar con quienes desafiaban el orden establecido, 
eran comprensibles e incluso necesarias para los gobiernos de Salinas y Zedillo; pues, 
si como dijo Weber, el estado «es una relación de dominación de hombres sobre 
hombres que se sostiene por medio de la violencia legítima»,43 ¿qué estado, en 
cualquier rincón del planeta, habría de permitir que una asociación antagónica le 
arrebatara su «medio específico», esto es, el «monopolio de la violencia física 
legítima»? Ahora bien, si ante el retorno de la insurgencia el estado mexicano tenía 
 
40 Que el EPR fue percibido como una amenaza a la seguridad nacional lo confirma el ex gobernador de 
Chiapas, Diódoro Carrasco, en Jaime Guerrero, «El EPR en Oaxaca fue asunto de seguridad nacional: 
DCA», e-oaxaca, 10 de enero de 2012. Disponible en línea en http://www.e-
oaxaca.mx/noticias/procesos-electorales/7853-el-epr-en-oaxaca-fue-asunto-de-seguridad-nacional-
dca.html. También lo confirmaremos nosotros en el capítulo 4. 
41 Ernesto Zedillo Ponce de León, Mensaje del Presidente de la República al Honorable Congreso de la 
Unión, los Honorables miembros del Poder Judicial Federal y los Señores Gobernadores de los Estados de la 
República con motivo del II Informe de Gobierno, México, Presidencia de la República, 1 de septiembre de 
1996. Disponible en línea en http://zedillo.presidencia.gob.mx/pages/disc/sep96/01sep96.html. El 
subrayado es nuestro. 
42 Ídem. 
43 Max Weber, El político y el científico, trad. de Francisco Rubio Llorente, Madrid, Alianza Editorial, 
1998, p. 84. Subrayados en el original. 
http://www.e-oaxaca.mx/noticias/procesos-electorales/7853-el-epr-en-oaxaca-fue-asunto-de-seguridad-nacional-dca.html
http://www.e-oaxaca.mx/noticias/procesos-electorales/7853-el-epr-en-oaxaca-fue-asunto-de-seguridad-nacional-dca.html
http://www.e-oaxaca.mx/noticias/procesos-electorales/7853-el-epr-en-oaxaca-fue-asunto-de-seguridad-nacional-dca.html
http://zedillo.presidencia.gob.mx/pages/disc/sep96/01sep96.html
[21] 
 
que responder forzosamente en aras de su propia supervivencia, ¿Estados Unidos 
había de reaccionar de una manera similar o, más aún, tener siquiera una reacción? 
¿Por qué motivos un estado extranjero habría de preocuparse y aun incidir –o tratar 
de incidir– en un suceso que parecía ser estrictamente doméstico? 
Los estadounidenses, en efecto, tenían razones de peso para preocuparse por lo 
que sucedía en nuestro país. El monto del capital estadounidense invertido en México, 
así como el volumen de los intercambios económicos bilaterales, requerían de cierta 
estabilidad sociopolítica para prosperar en el presente y en los años venideros, 
estabilidad que el EZLN y el EPR ponían en riesgo. A esto se añadían, también, las 
ponderaciones de orden geopolítico. Como anota el coronel Michael D. Dziedzic, el fin 
de la guerra fría y de las pugnas entre superpotencias no supuso la cancelación de las 
pretensiones hegemónicas de Estados Unidos ni la reducción de la importancia 
geopolítica de México. Si nuestro país se convertía nuevamente en un territorio 
«ingobernable» justo cuando el orden mundial se redefinía, «el efecto multiplicador en 
[los] intereses vitales de Estados Unidos sería inevitable. La frontera es muy larga y 
permeable, demasiados estadounidenses tienen negocios en México y un alto número 
de mexicanos querrían [sic] buscar refugio en Estados Unidos».44 
 
Por tanto, desde un punto de vista geopolítico, el orden político en México es 
un interés fundamental de Estados Unidos. La carga que representaría proteger 
nuestra frontera debilitaría, y hasta paralizaría, nuestra capacidad global de 
combate. Suponer que sería necesario proteger la frontera es una perspectiva 
«desfavorable» extrema y, tal vez, improbable. No obstante, la realidad ineludible 
es que la estabilidad política en México es esencial para el éxito de nuestras 
pretensiones estratégicas.45 
 
Ese «interés fundamental», por lo demás, había sido corroborado varias veces a 
lo largo de la historia. Abraham Lincoln había apoyado a Benito Juárez y sus 
partisanos contra la intervención francesa y el imperialismo de Napoleón III;46 
William H. Taft y Woodrow Wilson habían hecho hasta lo imposible por evitar que el 
anarquismo de los Flores Magón desestabilizara al régimen de Porfirio Díaz y más 
adelante a los gobiernos de Francisco I. Madero y Venustiano Carranza,47 y el mismo 
Wilson se había encargado de poner en vilo las relaciones entre ambos países con dos 
intervenciones armadas en 1914 y 1916, represalias por el caos que imperaba en 
 
44 Michael J. Dziedzic, op. cit., p. 90. 
45 Ibíd., p. 91. 
46 Josefina Zoraida Vázquez y Lorenzo Meyer, op. cit., pp. 85-89. 
47 Salvador Hernández Padilla, El magonismo: historia de una pasión libertaria, 1900-1922, México, Era, 
pp. 80-202. 
[22] 
 
México desde la revuelta antiporfiriana de 1910.48 Al agonizar el siglo XX, el libreto 
podía variar un poco, pero no dejarse de lado. 
Así, tras la aparición del EZLN, la prensa estadounidense reaccionó con 
inusitado recato, señalando los posibles efectos que el levantamiento armado podría 
tener en la economía norteamericana, o bien, subrayando las condiciones de atraso 
que habían hecho posible la revuelta;49 el gobierno estadounidense, por su parte, no 
se alejó demasiado de esta línea de cautela, y tanto James Jones, embajador de Estados 
Unidos en México, como Arturo Valenzuela, encargado de la Oficina de Asuntos sobre 
México del Departamento de Estado, recomendaron a Carlos Salinas no aplastar 
militarmente a la guerrilla si lo que deseaba era evitar problemas mayores.50 Las 
palabras subirían de tono luego de la irrupción del EPR, pero tampoco degenerarían 
en conatos de injerencia. «El terrorismo es un mal que se da en México, en Estados 
Unidos, así como en todas partes del mundo», diría el embajador Jones durante la III 
Cumbre Latinoamericana de Telecomunicaciones. Y aunque «los inversionistas 
estadounidenses» confiaban en que el gobierno mexicano era capaz de mantener el 
orden y la administración de Ernesto Zedillo «aún» no había solicitado el apoyo de 
Washington, Jones reiteró que su país colaboraría en la lucha contra el EPR si México 
así se lo pedía.51 
¿Se mantendría el papel de Estados Unidos en este «bajo perfil»? ¿Era posible 
que una superpotencia acostumbrada a interferir en los asuntos ajenos se limitara a 
expresar tácitamente su preocupación por los hechos y a presionar tibia e 
indirectamente al gobierno mexicano? En otras palabras: ¿de qué manera influyó 
Estados Unidos en la guerra contra el EZLN y el EPR? 
Antes de dar respuesta a estas preguntas (que constituyen el meollo de esta 
investigación), habrá que aclarar a qué nos hemos referido hasta ahora con el 
«retorno» –y no simplemente el surgimiento– del fantasma de la revolución en 
México. El EZLN y el EPR, como el lector habrá de constatar en el siguiente capítulo, 
fueron hasta cierto punto remanentes de otra época, de un momento de la historia en 
que el estado mexicano enfrentó una impetuosa ola de movimientos subversivos 
 
48 Alicia Mayer, «Woodrow Wilson y la diplomacia norteamericana en México, 1918-1915», UNAM: 
Instituto de Investigaciones Históricas, 2006. Disponible en línea en 
http://www.historicas.unam.mx/moderna/ehmc/ehmc12/155.html 
49 Tim Golden, «Rebels Determined “to BuildSocialism” in Mexico», The New York Times, 4 de enero de 
1994, y José Antonio Arteaga Conde, El levantamiento armado del Ejército Zapatista de Liberación 
Nacional en la prensa extranjera: política e información a finales del siglo XX, tesis de licenciatura, 
México, FFyL: UNAM, 2005, pp. 75-78 y 88-94. 
50 Jesús Esquivel, «El factor Washington», Proceso, edición especial número 13, enero de 2004, pp. 42-
45. 
51 David Sosa Flores, «Ayudaría EU a combatir al EPR si México lo pidiera: Jones», La Jornada, 10 de 
septiembre de 1996, y Anasella Acosta Nieto, op. cit., p. 49. 
http://www.historicas.unam.mx/moderna/ehmc/ehmc12/155.html
[23] 
 
motivada por la represión estudiantil de 1968 y los extremos del autoritarismo priista 
en estados como Oaxaca y Guerrero. Esa época, que aquí denominaremos «primera 
etapa» de la contrainsurgencia en México, comenzó en 1966 con el asalto al cuartel del 
ejército en Ciudad Madera, Chihuahua, por parte del Grupo Popular Guerrillero, y 
concluyó alrededor de 1983, cuando las últimas células de la Liga Comunista 23 de 
Septiembre fueron aniquiladas.52 
Durante esos años, cerca de una treintena de grupos guerrilleros proliferó por 
todo México, lo mismo en las grandes ciudades que en los poblados rurales más 
apartados, pero ninguno logró sobrevivir al implacable contragolpe del estado. 
Valiéndose de la impunidad y de sanguinarios métodos represivos, los gobiernos de 
Gustavo Díaz Ordaz, Luis Echeverría, José López Portillo y –en menor medida– Miguel 
de la Madrid, liquidaron prácticamente a todas las organizaciones subversivas, y los 
pocos rebeldes que conservaron el deseo de participar activamente en la vida política 
nacional fueron rápidamente acogidos y amnistiados por la reforma que Jesús Reyes 
Heroles promovió desde la Secretaría de Gobernación (Segob).53 Dos grupos (o, mejor 
dicho, lo que quedaba de ellos), se resistieron, sin embargo, a aceptar la derrota, y bajo 
los nombres de Fuerzas de Liberación Nacional y PROCUP-PDLP se refugiaron en 
Chiapas y Guerrero, respectivamente, en espera de que las condiciones les fueran 
favorables y la gente pobre escuchara sus propuestas. Un par de décadas más tarde, 
cuando muchos creían sepultada la utopía revolucionaria y exterminada la guerrilla 
mexicana, esas mismas agrupaciones resurgirían bajo las siglas EZLN y PDPR-EPR, 
suscitando con sus acciones armadas la segunda etapa de la contrainsurgencia en 
México (de 1994 a la fecha), que es de la que habremos de ocuparnos en este estudio. 
Estas «etapas», además, pueden ser vistas desde una perspectiva regional, esto 
es, como etapas de la contrainsurgencia en América del Norte, toda vez que Estados 
Unidos nunca se mantuvo al margen de los conflictos que se libraron en nuestro país. 
En la primera etapa, el gobierno estadounidense contribuyó decididamente a la lucha 
antiguerrilla con armas y entrenamiento, si bien, pese a la paranoia anticomunista que 
prevalecía en Washington y el Pentágono, dicho apoyo nunca se hizo público y se 
mantuvo en niveles relativamente modestos. ¿Cuál fue –para retomar las preguntas 
arriba formuladas– el papel de Estados Unidos en la segunda etapa de la 
contrainsurgencia en América del Norte? ¿Cómo incidió en este suceso? 
 
52 El mejor análisis de esta «etapa» se encuentra, quizá, en Sergio Aguayo Quezada, La charola. Una 
historia de los servicios de inteligencia en México, México, Grijalbo, 2001, passim. Véase también Jorge 
Torres, Nazar, la historia secreta. El hombre detrás de la guerra sucia, México, Debate, 2008, passim, y 
Jorge Luis Sierra Guzmán, op. cit., pp. 31-107. En el siguiente capítulo también se abunda en esta etapa. 
53 Sobre este particular y el apoyo de Estados Unidos en la primera etapa de la contrainsurgencia en 
América del Norte, véase más adelante 4.3.1. 
[24] 
 
Exploremos las respuestas que algunos académicos han ofrecido. Para Sergio 
Aguayo y John Bailey, el nuevo entorno global (fin de la guerra fría) y nacional (mayor 
apertura de México al mundo y vigilancia permanente de la sociedad civil organizada 
sobre las acciones del gobierno) provocaron que tanto la reacción del gobierno 
mexicano como la del estadounidense difirieran significativamente de las reacciones 
del pasado. Salinas y Zedillo, ciertamente, habían empleado la fuerza contra las 
guerrillas, pero, presionados por los medios y las organizaciones civiles nacionales e 
internacionales, habían tenido que ceder y negociar con los grupos armados. Por su 
parte, Washington, «aunque preocupado», en «1994 y 1996 […] mantuvo la calma y 
optó por no involucrarse en un problema interno de México». El EZLN y el EPR, de 
acuerdo con estos autores, aparecieron a los ojos de los estadounidenses «como una 
forma radical de protesta que surgió por la “década perdida” de los ochenta, y como 
consecuencia del ajuste estructural y la política de estabilización económica de los 
años noventa»; de ahí que, en concordancia con esta objetiva forma de percibir los 
hechos, «la respuesta del gobierno estadounidense a la insurrección fue de apoyo a 
[la] política oficial mexicana».54 
Sin negar las novedades de la contrainsurgencia en su segunda etapa (el 
proceso de negociación con el EZLN) ni desestimar el hecho de que Estados Unidos no 
hubiera reaccionado con alarma ni intervenido directamente, José Luis Piñeyro y 
Jorge Luis Sierra detectan, no obstante, líneas de continuidad y ruptura con el pasado. 
La más evidente de ellas, a su parecer, es la creciente militarización de las zonas de 
conflicto (Chiapas, Oaxaca, Guerrero y varios estados más del sur del país), fruto de un 
despliegue militar que, por la cantidad de efectivos movilizados y de zonas y regiones 
militares instituidas, habría superado con creces cualquier maniobra precedente. En 
este contexto, lejos de limitarse a respaldar la «política oficial mexicana» o de 
contentarse con ser un espectador más del conflicto, Estados Unidos habría apoyado 
nuevamente a México con armas y entrenamiento, pero esta vez en una escala 
 
54 Sergio Aguayo Quezada y John Bailey, «Estrategia y seguridad en las relaciones México-Estados 
Unidos», en Sergio Aguayo Quezada y John Bailey (coord.), op. cit., pp. 13-14. Estas reacciones fueron 
más que verídicas, pero aparecieron principalmente entre académicos. Véase Stephen J. Wager y 
Donald E. Schulz, The Awakening: The Zapatista Revolt and its Implications for Civil-Military Relations 
and the Future of Mexico, Instituto de Estudios Estratégicos: Colegio de Guerra de Estados Unidos, 30 de 
diciembre de 1994. Disponible en línea en 
http://www.strategicstudiesinstitute.army.mil/pdffiles/PUB44.pdf, y Stephen Fidler, «Mexico: What 
Kind of Transition?», International Affairs, vol. 72, número 4, octubre de 1996, pp. 713-725. Disponible 
en línea en http://www.jstor.org/stable/2624117 
http://www.strategicstudiesinstitute.army.mil/pdffiles/PUB44.pdf
[25] 
 
equivalente a la del despliegue de las fuerzas armadas, es decir, en una escala sin 
parangón en la historia de las relaciones bilaterales.55 
Para Carlos Fazio, este incremento de la asistencia estadounidense implicó 
también una transformación cualitativa de los nexos de seguridad entre México y 
Estados Unidos. La mejor prueba de ello, según Fazio, estaba no en las estadísticas 
reunidas por algún académico sino en las palabras de uno de los secretarios de 
Defensa de Estados Unidos: William Perry. El 23 de octubre de 1995, Perry visitó el 
campo militar número 1 en la ciudad de México, y ante 200 jefes de alto rango y 10 mil 
soldados mexicanos, vaticinó que, en el futuro próximo, la confluencia –motivada por 
la lucha contra el narcotráfico– de «experiencias, entrenamientos y objetivos» de las 
nuevas generaciones de militares mexicanos y estadounidenses haría de la 
cooperación militarel «tercer vínculo» entre ambos países, superando de esa manera 
una alianza hasta entonces afincada únicamente en los vínculos políticos y 
económicos.56 
 
Desde entonces –anota Fazio–, la sana distancia que había prevalecido entre 
los ejércitos de Estados Unidos y México comenzó a acortarse, y los últimos 
residuos de nacionalismo castrense cedieron paso a una remozada doctrina 
contrainsurgente de cuño estadounidense, que tomó como el enemigo interno al 
Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) y al Ejército Popular 
Revolucionario (EPR), y en años recientes a los ejidatarios de Atenco, La Parota y 
los pueblos de Oaxaca. 
Con la coartada de la soberanía limitada y de la seguridad democrática, 
valiéndose de eufemismos tales como la cooperación militar y las acciones 
mancomunadas de las fuerzas armadas de ambos países contra los cárteles de la 
droga, el intervencionismo bueno del Pentágono no será ahora con bombas, misiles 
y proyectiles, sino con asesores, agentes encubiertos y mercenarios […].57 
 
Como veremos en los próximos capítulos, la contrainsurgencia en América del 
Norte, en el periodo que nos hemos propuesto analizar, presentó una gran variedad de 
matices, y aunque el influjo ejercido por Estados Unidos en la guerra contra el EZLN y 
el EPR fue considerable, no se redujo a la asistencia bélica ni comenzó con la visita de 
William Perry a México. En todo caso, el paso del tiempo demostraría que las palabras 
 
55 José Luis Piñeyro, «Las Fuerzas Armadas y la contraguerrilla rural en México: pasado y presente», 
Revista Nueva Antropología, vol. XX, número 65, mayo-agosto de 2005, pp. 83-86 y 88 y Jorge Luis 
Sierra Guzmán, op. cit., pp. 265-274. 
56 Juan Manuel Sandoval Palacios, «La “Nueva Gran Estrategia” estadounidense para el continente 
americano», en Juan Manuel Sandoval Palacios y Alberto Betancourt Posada (coord.), La hegemonía 
estadounidense después de la guerra de Irak, México, Plaza y Valdés, 2005, p. 108. 
57 Carlos Fazio, «Los marines llegaron ya», La Jornada, 9 de marzo de 2009. Cursivas en el original. 
[26] 
 
pronunciadas por Perry en el campo militar fueron casi como un presagio, y que, 
efectivamente, la sutil imbricación de contrainsurgencia y operaciones antinarcóticos 
sería el punto de partida de la construcción del «tercer vínculo» en las relaciones 
bilaterales. El primer paso para esclarecer estos elementos, sin embargo, será la 
determinación de algunos conceptos. 
 
 
 
1.2. Horizonte conceptual 
1.2.1. Nociones preliminares 
Comencemos delimitando, de una forma estrictamente pragmática y operativa (las 
teorizaciones y revisiones históricas, en la mayoría de los casos, se expondrán más 
adelante) cuatro conceptos básicos que han aparecido hasta ahora y que continuarán 
haciéndolo a lo largo de esta investigación: América del Norte, guerrilla, insurgencia y 
contrainsurgencia. 
Por «América del Norte» entenderemos el espacio geográfico, político, 
económico y social que, en sus múltiples interacciones, conforman México y Estados 
Unidos. Canadá queda excluido de esta definición no sólo por razones prácticas, sino 
porque, aun históricamente, lo que ha distinguido a América del Norte como «bloque» 
ha sido la bilateralidad: pese a los intercambios comerciales y los compromisos 
adquiridos por vía del TLCAN y de acuerdos complementarios como la Alianza para la 
Seguridad y la Prosperidad de América del Norte (ASPAN), Canadá y México siguen 
negociando la mayor parte de sus asuntos con Estados Unidos de manera bilateral (y 
viceversa).58 En el terreno de la seguridad, este rasgo es particularmente acentuado, al 
grado de que algunos de los académicos canadienses más instruidos en los asuntos 
militares de México han presentado sus investigaciones como el primer paso para 
terminar con el desconocimiento que existe en Canadá acerca de las fuerzas armadas 
mexicanas y como una especie de preámbulo para una futura cooperación militar 
entre los dos países.59 
«Guerrilla» e «insurgencia», por su parte, son a menudo utilizadas como 
conceptos equivalentes, pero conviene distinguir claramente a una de otra. Guerrilla 
es el conjunto de tropas irregulares que posee una organización política y militar 
 
58 Robert A. Pastor, «A North American Community», Norteamérica, año 1, número 1, enero-junio de 
2006, pp. 209-219 y «The Future of North America. Replacing a Bad Neighbor Policy», Foreign Affairs, 
vol. 87, número 4, julio-agosto de 2008, pp. 84-98. 
59 Jordi Díez y Ian Nicholls, The Mexican Armed Forces in Transition, Instituto de Estudios Estratégicos, 
2006, pp. 43-46. Disponible en línea en 
http://www.strategicstudiesinstitute.army.mil/pdffiles/pub638.pdf 
http://www.strategicstudiesinstitute.army.mil/pdffiles/pub638.pdf
[27] 
 
orientada racionalmente hacia un fin específico: la toma del poder y la transformación 
revolucionaria de la sociedad. Una guerrilla puede oponerse a la autoridad nacional 
(el gobierno) o a un invasor extranjero; puede incluso oponerse a ambos al mismo 
tiempo, pero sus actividades, medios y fines siempre estarán regidos por una 
ideología más o menos bien definida: en nuestros tiempos, el marxismo-leninismo y 
doctrinas políticas emparentadas.60 
En este tenor, la insurgencia es la fusión de levantamiento popular y guerrilla, 
o, dicho de otro modo, el momento en que la guerrilla cuenta con un amplio respaldo 
social (esto es, cuando el proyecto guerrillero es también el proyecto de un sector 
significativo de la sociedad) y el descontento popular dispone de una organización, un 
programa político y una ideología que lo encausa y racionaliza (es decir, cuando el 
levantamiento deja de ser un estallido de ira e indignación pasajero y se convierte en 
un movimiento político con objetivos concretos). La insurgencia, al igual que la 
guerrilla, puede oponerse a la autoridad nacional o al invasor extranjero, o puede 
desafiar simultáneamente a ambos, como sucedió en China durante la guerra entre las 
tropas comunistas comandadas por Mao Zedong, el Koumintang de Chiang Kai-shek y 
los invasores japoneses. 
Una guerrilla, desde luego, no necesariamente decanta en una insurgencia –
puede ser un grupúsculo de radicalizados sin ninguna clase de apoyo popular; y un 
levantamiento rara vez se transforma en una insurgencia. Las condiciones que hacen 
posible la fusión de ambos elementos (guerrilla y descontento popular) son complejas 
y requieren para su realización de una ardua labor de concientización y articulación 
política por parte de los guerrilleros, labor descrita con gran detalle en los manuales 
de guerra revolucionaria escritos por Ernesto Che Guevara y Mao Zedong.61 
Finalmente, por «contrainsurgencia» entenderemos el «conjunto de acciones 
militares, paramilitares, psicológicas y cívicas que un gobierno lleva a cabo para 
derrotar a una insurgencia».62 Dado que la contrainsurgencia es el eje medular de este 
 
60 Estas conceptualizaciones son válidas únicamente para las insurgencias «clásicas», es decir, las 
insurgencias marxista-leninistas del siglo XX y sus remanentes o herederas del siglo XXI. El fenómeno 
de la insurgencia islamista y del integrismo islámico contiene algunos elementos de la lucha guerrillera 
«clásica» pero en esencia en un suceso histórico nuevo cuyos rasgos particulares apenas comienzan a 
ser estudiados y discutidos con seriedad. Véase a este respecto David Kilcullen, «Counter-insurgency 
Redux», Survival, volumen 48, número 4, invierno 2006-2007, pp. 111-130. 
61 Véase Ernesto Guevara, La guerra de guerrillas, La Habana, Cuba, Editorial de Ciencias Sociales, 1985, 
y Mao Zedong, Sobre la guerra prolongada, 1938. Versión digital de Feedbooks. Disponible en línea en 
http://www.feedbooks.com/book/4434/sobre-la-guerra-prolongada

Continuar navegando