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Eficacia ejecutiva PETER F. DRUCKER Traducción de Efrén del Valle Peñamil 2 SÍGUENOS EN @megustaleerebooks @megustaleer @megustaleer 3 https://www.facebook.com/megustaleerebooks https://twitter.com/megustaleer https://instagram.com/megustaleer/ La serie Imprescindibles, en colaboración con Harvard Business Review, brinda la oportunidad de incorporar a tu biblioteca las ideas innovadoras en la práctica de la gestión empresarial. Cada volumen contiene dos textos capitales que han generado las mejores prácticas e inspirado a innumerables directivos y profesionales de todo el planeta y que cambiarán tu manera de ver el mundo de los negocios actual. 4 Teoría del negocio 5 Hacía mucho tiempo (tal vez desde finales de los años cuarenta o principios de los cincuenta) que no existían tantas técnicas nuevas de dirección empresarial como hoy: recortes de plantilla, subcontrataciones, gestión total de la calidad, análisis del valor económico, comparativas de mercado o reestructuraciones. Todas ellas son herramientas poderosas, pero, con la salvedad de las subcontrataciones y reestructuraciones, están concebidas en esencia para realizar de manera distinta lo que ya se ha llevado a cabo. Son herramientas para saber cómo hacer las cosas. Sin embargo, qué hacer es, cada vez más, el principal desafío al que se enfrentan los directivos, sobre todo los de las grandes empresas que han cosechado éxitos durante mucho tiempo. Es una vieja historia: una compañía que ayer mismo era una superestrella se encuentra estancada y frustrada, con problemas y, a menudo, sumida en una crisis aparentemente irresoluble. Este fenómeno no se limita en modo alguno a Estados Unidos; es habitual en Japón, Alemania, Holanda, Francia, Italia y Suecia. Y ocurre con igual frecuencia fuera de las empresas: en sindicatos, organismos gubernamentales, hospitales, museos e iglesias. De hecho, en esos ámbitos resulta aún más difícil de abordar. El origen de casi todas esas crisis no es que las cosas se estén haciendo mal. Ni siquiera es que se esté actuando de manera equivocada. De hecho, en la mayoría de los casos se está actuando de manera correcta pero infructuosa. ¿Qué explica esta aparente paradoja? Las suposiciones sobre las cuales se ha erigido la organización y que rigen su gestión ya no se ajustan a la realidad, y esas suposiciones son las que modelan la conducta de cualquier estructura, dictan sus decisiones sobre qué hacer y qué no y definen lo que esta considera que son unos resultados sustanciales. Son suposiciones sobre los mercados; sobre la identificación de clientes y competidores, de sus valores y su comportamiento; sobre la tecnología y su dinámica; sobre las virtudes y defectos de una organización; sobre por qué se les paga a estas. Son lo que yo denomino la «teoría 6 del negocio» de una empresa. Toda organización, ya sea una empresa o no, tiene una teoría del negocio. De hecho, una teoría válida que sea clara, consistente y definida es extraordinariamente poderosa. Por ejemplo, en 1809, el hombre de Estado y erudito alemán Wilhelm von Humboldt fundó la Universidad de Berlín basándose en una teoría académica radicalmente nueva. Y durante más de cien años, hasta el ascenso de Hitler, su teoría definió la universidad alemana, sobre todo en lo tocante a erudición e investigación científica. En 1870, Georg Siemens, artífice y primer consejero delegado del Deutsche Bank, el primer banco universal, tenía una teoría del negocio igual de clara: utilizar la economía empresarial para unificar, por medio del desarrollo de la industria, a una Alemania todavía rural y escindida. A los veinte años de su fundación, el Deutsche Bank se había convertido en la primera institución financiera de Europa, y sigue siéndolo hoy en día pese a dos guerras mundiales, la inflación y Hitler. Y, en la década de 1870, nació Mitsubishi, regida por una teoría del negocio clara y nueva por completo que en diez años la convirtió en líder de un Japón emergente y, transcurridos otros veinte, en una de las primeras empresas verdaderamente multinacionales. Asimismo, la teoría del negocio explica tanto el éxito de empresas como General Motors e IBM, que han dominado la economía de Estados Unidos durante la segunda mitad del siglo XX, como los desafíos a los que se han enfrentado. De hecho, los actuales contratiempos que sufren tantas organizaciones grandes y prósperas de todo el mundo obedecen a que su teoría del negocio ya no funciona. Siempre que una gran organización tiene problemas (y sobre todo si ha sido próspera durante muchos años), se suele achacar a la apatía, la complacencia, la arrogancia o una burocracia descomunal. ¿Son explicaciones plausibles? Sí, pero rara vez relevantes o correctas. Pongamos por caso a las dos «burocracias arrogantes» más visibles y denostadas de entre todas las grandes empresas estadounidenses que recientemente se han visto en apuros. Desde los primeros días de la informática, IBM tenía como dogma de fe que el ordenador seguiría el mismo camino que la electricidad. El futuro, según sabían y podían demostrar con rigor científico, radicaba en la estación central, un servidor cada vez más potente al cual podrían conectarse un ingente número de usuarios. Todo (la economía, la 7 lógica de la información, la tecnología) llevaba a esa conclusión. Pero de repente, cuando parecía que definitivamente el sistema basado en una computadora central se estaba extendiendo, dos jóvenes idearon el ordenador personal. Todos los fabricantes de ordenadores sabían que el PC era algo absurdo. No contaba con la memoria, la base de datos, la velocidad o la capacidad de computación necesarias para triunfar. Es más, todos los fabricantes sabían que el PC fracasaría. Esa era la conclusión a la que había llegado Xerox solo unos años antes, cuando su equipo de investigación ya fabricó el primer PC. Pero, cuando salió al mercado esa monstruosidad sin pies ni cabeza (primero como Apple, y luego como Macintosh), a la gente no solo le encantó, sino que la compraba. A lo largo de la historia, todas las empresas grandes y prósperas se han negado a aceptar sorpresas de esa índole cuando se han topado con ellas. «Es una moda tonta que pasará en tres años», dijo el consejero delegado de Zeiss al ver la nueva Kodak Brownie en 1888, cuando la empresa alemana dominaba el mercado fotográfico mundial, al igual que ocurriría con IBM en el informático un siglo después. La mayoría de los fabricantes de computadoras centrales respondieron de igual modo. La lista era larga: Control Data, Univac, Burroughs y NCR en Estados Unidos; Siemens, Nixdorf, Machines Bull e ICL en Europa; Hitachi y Fujitsu en Japón. IBM, el líder supremo de este tipo de computadoras, que acumulaba tantas ventas como todos los demás fabricantes juntos y sumaba unos beneficios récord, podría haber reaccionado de la misma manera. Es más, debería haberlo hecho. Sin embargo, IBM aceptó de inmediato el PC como la nueva realidad. Casi de la noche a la mañana, desechó todas sus políticas, normas y regulaciones de eficacia probada y creó no uno, sino dos equipos que compitieran para diseñar un PC aún más simple. Un par de años después, IBM se había convertido en el mayor fabricante de PC del mundo y en el líder del sector. No existe ningún precedente para este logro en toda la historia de los negocios; difícilmente podríamos hablar de burocracia, apatía o arrogancia. Sin embargo, pese a su flexibilidad, agilidad y humildad sin parangón, IBM naufragó años después tanto en el negocio de las computadoras centrales como en el de los PC. De repente, era incapaz de moverse, tomar medidas decisivas y cambiar. El caso de General Motors (GM) resulta igual de desconcertante. A principios de la década de 1980 (los mismos años en que el principal negocio de GM, los turismos, parecía casi paralizado), adquirió dos grandes empresas, Hughes Electronics y Electronic Data Systems (EDS), de Ross Perot. En general, los analistas considerabanque ambas 8 eran ya maduras y reprendieron a GM por pagar demasiado por ellas. Sin embargo, en unos pocos años, GM triplicó con creces los ingresos y beneficios de la supuestamente madura EDS. Y diez años después, en 1994, EDS tenía un valor de mercado que sextuplicaba la cantidad que había pagado GM por ella y obtenía unos ingresos y beneficios diez veces mayores que los originales. De igual modo, GM compró Hughes Electronics, una empresa enorme pero sin beneficios que solo trabajaba en el sector de la defensa, justo antes de que este se desmoronara. Bajo la gestión de GM, Hughes ha incrementado sus beneficios y se ha convertido en el único gran contratista del sector de la defensa que ha desarrollado trabajos a gran escala en otros ámbitos. Curiosamente, los mismos administradores cicateros que fueron tan ineficaces en el negocio del automóvil (empleados que llevaban treinta años en GM y nunca habían trabajado para otras empresas o tan siquiera fuera de los departamentos de finanzas y contabilidad) fueron los que consiguieron esos asombrosos resultados. Y en ambas adquisiciones tan solo aplicaron políticas, prácticas y procedimientos que ya habían sido utilizados por GM. Esta historia es una vieja conocida en dicha empresa. Desde su fundación de resultas de una avalancha de adquisiciones hace ochenta años, una de sus competencias esenciales ha sido la de «pagar en exceso» por empresas con un buen rendimiento pero maduras (como sucedió con Buick, AC Spark Plug y Fisher Body en esos primeros años) y luego convertirlas en triunfadoras de talla mundial. Muy pocas empresas han podido igualar su capacidad para llevar a cabo compras de éxito, y sin duda GM no lo consiguió siendo burocrática, apática o arrogante. No obstante, lo que tan bien funcionó en esos sectores que GM desconocía por completo fracasó con estrépito en la propia GM. ¿Cómo se explica el hecho de que, en IBM y GM, las políticas, prácticas y conductas que funcionaron durante décadas (y en el caso de GM siguen funcionando bien cuando se aplican a algo nuevo y diferente) ya no resulten eficaces para la organización en la cual y para la cual fueron desarrolladas? Las realidades con las que ambas empresas se enfrentan se han alejado de manera bastante drástica de aquellas con las que creen seguir conviviendo. Dicho de otro modo, la realidad ha cambiado, pero la teoría del negocio no ha cambiado con ella. Antes de su ágil respuesta a la nueva realidad del PC, IBM ya había modificado en 9 una ocasión su estrategia básica de forma inmediata. En 1950, Univac, por aquel entonces la empresa de informática más importante del mundo, presentó el prototipo de la primera máquina concebida para ser un ordenador multifunciones. Todos los diseños previos poseían una sola función. Los dos ordenadores anteriores de IBM, fabricados a finales de los años treinta y en 1946, solo realizaban cálculos astronómicos. Y la máquina que IBM tenía sobre la mesa de diseño en 1950, destinada al sistema de defensa aérea SAGE en el Ártico canadiense, solo tenía una función: la detección precoz de aviones enemigos. IBM descartó de inmediato su estrategia de desarrollo de máquinas avanzadas con una función definida y encargó a sus mejores ingenieros que perfeccionaran la arquitectura del Univac y que, a partir de ella, diseñaran el primer ordenador multifunciones que pudiera ser fabricado (en lugar de hecho a mano) y que incluyera servicio técnico. Tres años después, IBM se había convertido en el principal productor de ordenadores y en su máximo abanderado. IBM no creó el ordenador; pero, en 1950, su flexibilidad, rapidez y humildad crearon el sector de los ordenadores. Sin embargo, las mismas suposiciones que habían ayudado a IBM a imponerse en 1950 fueron su ruina treinta años después. En la década de 1970, IBM daba por sentado que existía el «ordenador», igual que ocurrió en los años cincuenta. Pero la aparición del PC invalidó esa suposición. Las computadoras centrales y los PC en realidad son una entidad en el mismo sentido que lo son las centrales generadoras y las tostadoras eléctricas. Estas últimas, aunque distintas, son interdependientes y complementarias. Por el contrario, las computadoras centrales y los PC son en esencia competidores, pues se contradicen en su definición básica de «información»: para las primeras, información significa memoria; para los segundos, que no tienen cerebro, significa programas informáticos. Construir centrales generadoras y fabricar tostadoras deben ser dos negocios distintos, pero pueden ser propiedad de la misma entidad corporativa, como en el caso de General Electric durante décadas. En cambio, las computadoras centrales y los PC quizá no puedan coexistir en una misma corporación. IBM intentó combinar ambas cosas. Pero, puesto que el PC era el elemento que más rápido estaba creciendo, no pudo subordinarlo al negocio de las computadoras centrales. A consecuencia de ello, la empresa no fue capaz de optimizar el negocio de estas últimas y, como seguían siendo la gallina de los huevos de oro, tampoco pudo optimizar el negocio de los PC. Al final, suponer que un ordenador es un ordenador (o, de manera más prosaica, que el sector estaba dominado por el hardware) paralizó a IBM. 10 GM tenía una teoría del negocio aún más potente y exitosa que la de IBM, que la convirtió en el fabricante más grande y rentable del mundo. La empresa no sufrió un solo revés en setenta años, un récord que no ha sido igualado en toda la historia comercial. La teoría de GM combinaba en una red integrada suposiciones sobre los mercados y los clientes y sobre competencias esenciales y estructura organizativa. Desde principios de los años veinte, GM dio por hecho que el mercado automovilístico estadounidense era homogéneo en sus valores y que estaba segmentado por grupos extremadamente estables de ingresos. El valor de reventa del coche usado «bueno» era la única variable independiente con la que tenía que lidiar la directiva. El valor elevado de un vehículo entregado como pago parcial de un coche nuevo permitía a los clientes acceder a una mejor categoría; en otras palabras, a vehículos con mayores márgenes de beneficio. Según esto, los cambios frecuentes o radicales de los modelos solo podían reducir el valor del vehículo entregado como parte de un pago. Internamente, esas suposiciones sobre el mercado iban de la mano de otras ideas sobre cómo debía organizarse la producción para conseguir la mayor cuota de mercado posible y los beneficios más elevados. En el caso de GM, la respuesta fueron largas tiradas de coches producidos en masa con cambios mínimos cada año, lo cual dio lugar al mayor número de modelos anuales uniformes en el mercado con el coste fijo más bajo por coche. Más tarde, la directiva de GM tradujo esas suposiciones sobre el mercado y la producción en una estructura de divisiones semiautónomas, cada una de las cuales se centraba en un segmento de ingresos y estaba organizada de manera que su modelo más caro se solapara con el modelo más barato de la siguiente división, lo cual empujaba a la gente a cambiar de vehículo siempre que el valor de los coches usados fuera alto. Durante setenta años, esa teoría funcionó a la perfección. GM no sufrió pérdidas y ganó cuota de mercado incluso en plena Depresión. Pero, a finales de los años setenta, sus suposiciones sobre el mercado y la producción perdieron validez. El mercado estaba fragmentándose en segmentos de «estilo de vida» sumamente volátiles. Los ingresos se convirtieron en solo un factor más entre muchos, y no en el único, a la hora de decidirse por qué coche comprar. Al mismo tiempo, la producción ajustada creó un modelo económico a pequeña escala, por el que las tiradas cortas y las variaciones en los modelos eran menos costosas y más rentables que las grandes tiradas de productos uniformes. 11 GM lo sabía, pero no podía creérselo (el sindicato de la empresa sigue sin hacerlo hoy en día). Por el contrario, intentó poner remiendos. Mantuvo las divisiones existentesbasadas en la segmentación de ingresos, pero cada una de ellas ofrecía ahora un «coche para cada bolsillo». Intentó competir con el modelo de la producción ajustada automatizando la producción de tiradas enormes (y perdió unos 30.000 millones de dólares en el proceso). Al contrario de lo que cree la gente, GM remendó la situación con una energía prodigiosa, mucho trabajo y generosas inversiones de tiempo y dinero. Pero los remiendos no hicieron sino confundir a los clientes, a los concesionarios y a los empleados y directivos de la propia empresa. Entretanto, GM descuidó su verdadero mercado de crecimiento, donde era el líder y habría sido casi imbatible: las camionetas y las furgonetas. Una teoría del negocio consta de tres partes. En primer lugar, hay que considerar las suposiciones sobre el entorno de la organización: la sociedad y su estructura, el mercado, el cliente y la tecnología. En segundo lugar, hay que considerar las suposiciones sobre el objetivo concreto de la organización. Durante y después de la Primera Guerra Mundial, el objetivo de Sears, Roebuck and Company era convertirse en el vendedor de confianza para la familia estadounidense. Una década después, Marks and Spencer definía su misión: ser un agente de cambio en la sociedad británica convirtiéndose en el primer minorista para todas las clases sociales. Durante e inmediatamente después de la Primera Guerra Mundial, el papel de AT&T, según su propia definición, era garantizar que todas las familias y empresas estadounidenses tuvieran acceso a un teléfono. El objetivo de una organización no tiene por qué ser tan ambicioso. GM concibió un papel mucho más modesto como líder de los «equipos de transporte motorizado terrestres», en palabras de Alfred P. Sloan, Jr. En tercer lugar, se deben tener en cuenta las suposiciones sobre las competencias esenciales necesarias para conseguir el objetivo de la organización. Por ejemplo, West Point, fundada en 1802, definió su competencia básica como la capacidad para generar líderes dignos de confianza. Hacia 1930, Marks and Spencer definía la suya como la aptitud para identificar, diseñar y desarrollar los productos que vendía, en lugar de la capacidad para comprar. Hacia 1920, AT&T definía la suya como el liderazgo técnico 12 1. 2. que permitiría a la empresa mejorar en todo momento el servicio a la vez que reducía las tarifas de manera constante. Las suposiciones sobre el entorno definen para qué se le paga a una organización. Las suposiciones sobre el objetivo definen qué considera una organización que son unos resultados sustanciales; en otras palabras, denotan cómo cree que está dejando huella en la economía y en la sociedad en general. Por último, las suposiciones sobre las competencias esenciales definen en qué debe destacar una organización para mantener el liderazgo. Por supuesto, todo ello suena engañosamente simple. En general supone años de trabajo concienzudo, reflexión y experimentación para conseguir una teoría del negocio clara, sólida y válida. Sin embargo, para cosechar éxitos toda organización debe idear una. ¿Cuáles son los requisitos de una teoría del negocio válida? Hay cuatro. Las suposiciones sobre el entorno, el objetivo y las competencias esenciales deben ajustarse a la realidad. Cuando, a principios de los años veinte, Simon Marks y sus tres cuñados, unos jóvenes sin blanca procedentes de Manchester, Inglaterra, llegaron a la conclusión de que un aburrido bazar de baratijas debía convertirse en un agente del cambio social, la Primera Guerra Mundial había sacudido profundamente la estructura de clases de su país. También había generado masas de nuevos compradores que buscaban productos de calidad, elegantes pero baratos, tales como lencería, blusas y medias, las primeras categorías en las que Marks and Spencer triunfó. Después, la empresa trabajó sistemáticamente en el desarrollo de competencias esenciales que fueran nuevas e insólitas. Hasta entonces, la competencia distintiva de un comerciante era la capacidad para comprar bien. Marks and Spencer llegó a la conclusión de que era el comerciante, y no el fabricante, quien conocía al cliente. Por tanto, el primero, y no el segundo, debía diseñar los artículos, desarrollarlos y encontrar a quienes los produjeran según su diseño, especificaciones y costes. Esta nueva definición del comerciante tardó entre cinco y ocho años en evolucionar y resultar aceptable para los proveedores tradicionales, que siempre se habían considerado «fabricantes» y no «subcontratistas». Las suposiciones sobre los tres ámbitos deben encajar entre sí. Esta fue quizá la 13 3. 4. mayor virtud de GM en sus largas décadas de supremacía. Sus suposiciones sobre el mercado y el proceso de fabricación óptimo encajaban a la perfección. A mediados de la década de 1920, GM llegó a la conclusión de que también necesitaba una serie de competencias esenciales nuevas e insólitas: el control económico del proceso de fabricación y una teoría de las asignaciones de capital. A consecuencia de ello, inventó la contabilidad de costes moderna y el primer proceso racional de asignación de capital. Toda la organización debe conocer y entender la teoría del negocio. Eso es fácil en los primeros tiempos de una organización. Pero, cuando cosecha éxitos, tiende a dar por sentada su teoría y a ser cada vez menos consciente de ella. Entonces se vuelve descuidada y empieza a recortar presupuestos y a dedicarse a lo que resulta oportuno y no a lo correcto. Deja de pensar. Deja de cuestionar. Recuerda las respuestas, pero ha olvidado las preguntas. La teoría del negocio se convierte en una «cultura». Pero la cultura no es un sustituto de la disciplina, y la teoría del negocio es una disciplina. La teoría del negocio debe ser evaluada constantemente. No es un ídolo esculpido en una losa de piedra. Es una hipótesis, una sobre cuestiones que se hallan en un estado de cambio constante: la sociedad, los mercados, los clientes y la tecnología. Y, por tanto, la teoría del negocio debe llevar incorporada la capacidad de transformarse. Algunas teorías del negocio son tan poderosas que perviven mucho tiempo. Pero, al tratarse de creaciones humanas, no duran para siempre; de hecho, hoy en día rara vez duran demasiado. Al final, todas quedan obsoletas e invalidadas. Eso es precisamente lo que les ocurrió a las que hicieron surgir las grandes empresas estadounidenses de los años veinte. Les sucedió a GM y AT&T. Le sucedió a IBM. Sin duda, en la actualidad les está ocurriendo al Deutsche Bank y su teoría del banco universal y también al keiretsu japonés, que está desapareciendo con rapidez. La primera reacción de una organización cuya teoría está quedando obsoleta es casi siempre defensiva. Tiende a esconder la cabeza debajo del ala y a fingir que no pasa nada. La siguiente reacción es intentar poner remiendos, como hizo GM a principios de los años ochenta o como está haciendo hoy el Deutsche Bank. De hecho, la crisis repentina y por completo inesperada de una sucesión de grandes empresas alemanas para 14 las cuales el Deutsche Bank es la «entidad de la casa» indica que su teoría ya no funciona. Es decir, el Deutsche Bank ya no hace aquello para lo que fue creado: ofrecer una gestión eficaz de la empresa moderna. Pero los remiendos nunca funcionan. Por el contrario, cuando una teoría muestra los primeros signos de estar quedando obsoleta, es hora de empezar a pensar de nuevo, de preguntar una vez más qué suposiciones sobre el entorno, el objetivo y las competencias esenciales reflejan la realidad de manera más exacta, con la clara premisa de que nuestras suposiciones transmitidas a lo largo del tiempo, aquellas con las que crecimos todos, ya no bastan. Entonces ¿qué hay que hacer? En cualquier organización es necesario adoptar medidas preventivas para instaurar un control sistemático y un análisis de su teoría del negocio. Es necesario un diagnóstico precoz. Por último, hay que replantearse una teoría que se ha quedado estancada y emprender accionesefectivas para cambiar políticas y prácticas a fin de adaptar el comportamiento de la organización a las nuevas realidades de su entorno, con una nueva definición de su objetivo y nuevas competencias esenciales que desarrollar y adquirir. CUIDADOS PREVENTIVOS Solo existen dos medidas preventivas. Pero, si se aplican de manera sistemática, deberían conseguir que toda una organización se mantuviera alerta y fuera capaz de transformarse y modificar su teoría con rapidez. La primera medida es lo que yo denomino «abandono». Cada tres años, una organización debería cuestionar cada producto, servicio, política y canal de distribución con la pregunta: si no nos dedicáramos a esto, ¿lo haríamos ahora? Al cuestionar políticas y rutinas aceptadas, la organización se obliga a reflexionar sobre su teoría. Se obliga a evaluar suposiciones y preguntarse: ¿por qué no ha funcionado pese a que parecía tan prometedor cuando empezamos hace cinco años?; ¿hemos cometido un error?; ¿hemos dado los pasos equivocados?; ¿o acaso los pasos correctos no funcionaron? Sin un abandono sistemático y decidido, una organización se verá superada por los 15 acontecimientos. Malgastará sus mejores recursos en cosas que nunca debería haber hecho o que ya no debería hacer. A consecuencia de ello, carecerá de los recursos, en especial de gente capacitada, que serán necesarios para aprovechar las oportunidades que surjan cuando los mercados, tecnologías y competencias esenciales cambien. Dicho de otro modo, será incapaz de responder de forma constructiva a las oportunidades que surjan cuando su teoría del negocio quede obsoleta. La segunda medida preventiva es analizar lo que sucede fuera del negocio y, sobre todo, estudiar a los no clientes. Hace unos años se puso de moda la supervisión presencial por parte de los directivos. Es importante, como también lo es conocer al máximo a nuestros clientes, el ámbito donde la tecnología de la información tal vez esté avanzando con mayor rapidez. Pero los primeros indicios de cambio fundamental rara vez aparecen en nuestra propia organización o entre nuestros clientes. Casi siempre afloran primero entre nuestros no clientes. Y estos últimos siempre superan a los clientes. Wal-Mart, el gigante minorista, cuenta con el 14 por ciento del mercado de productos de consumo en Estados Unidos. Eso significa que el 86 por ciento restante del mercado son no clientes. De hecho, el mejor ejemplo reciente de la importancia de los no clientes son los grandes almacenes de Estados Unidos. En su momento álgido, hace unos veinte años, los grandes almacenes representaban un 30 por ciento del mercado minorista estadounidense no relacionado con la alimentación. Preguntaban sin cesar a sus clientes, los estudiaban y hacían encuestas. Pero no prestaron atención al 70 por ciento del mercado que no formaba parte de su clientela; no veían ninguna razón para hacerlo. Su teoría del negocio daba por sentado que la mayoría de la gente que podía permitirse comprar en unos grandes almacenes lo hacía. Cincuenta años atrás, esa suposición se ajustaba a la realidad. Pero, cuando los nacidos después de la Segunda Guerra Mundial alcanzaron la mayoría de edad, dejó de ser válida. Para el grupo dominante de esa generación (las mujeres pertenecientes a familias con estudios y dos salarios), lo que determinaba dónde comprar no era el dinero. El factor primordial era el tiempo, y las mujeres de esa generación no podían destinarlo todo a comprar en grandes almacenes. Dado que estos solo prestaban atención a sus clientes, no se percataron de este cambio hasta hace unos pocos años. Para entonces, el negocio estaba agotándose y era demasiado tarde para recuperar a la generación de posguerra. Los grandes almacenes aprendieron por las malas que, aunque centrarse en los clientes es vital, no es suficiente; una organización 16 debe centrarse también en el mercado. DIAGNÓSTICO PRECOZ Para diagnosticar los problemas de forma precoz, los directivos deben prestar atención a las señales de advertencia. Una teoría del negocio siempre queda obsoleta cuando una organización logra sus objetivos originales. Por tanto, lograr los objetivos no es motivo de celebración, sino un incentivo para pensar de otra manera. AT&T alcanzó su objetivo de ofrecer acceso telefónico a todas las familias y empresas estadounidenses a mediados de los años cincuenta. Algunos directivos aseguraron entonces que había llegado el momento de reevaluar la teoría de su negocio y, por ejemplo, separar el servicio local (donde se habían logrado los objetivos) de otros en expansión e incluso futuros, empezando por el servicio de larga distancia y ampliándolo a las telecomunicaciones globales. Sus argumentos fueron desoídos y, años después, AT&T empezó a zozobrar y fue rescatada por la ley antimonopolio, que obligó por decreto a lo que la directiva de la empresa se había negado a hacer voluntariamente. Un crecimiento rápido es otro indicio manifiesto de crisis en la teoría del negocio. Cualquier organización que duplique o triplique su tamaño en un corto espacio de tiempo ha superado necesariamente su teoría. Incluso Silicon Valley ha aprendido que las fiestas de la cerveza ya no son adecuadas para comunicarse una vez que una empresa ha crecido tanto que la gente tiene que llevar una insignia con su nombre. Ese crecimiento cuestiona suposiciones, políticas y hábitos muy arraigados. Para seguir gozando de buena salud, por no hablar de seguir creciendo, la organización debe formularse de nuevo las preguntas sobre su entorno, sus objetivos y sus competencias esenciales. Existen otros dos indicios claros de que la teoría del negocio de una organización ya no es válida. Uno es el éxito inesperado, ya sea propio o de un competidor, y el otro es un fracaso inesperado, de nuevo, ya sea propio o de un competidor. Al mismo tiempo que las importaciones de automóviles japoneses tenían contra las cuerdas a las tres grandes compañías de Detroit, Chrysler cosechó un éxito totalmente imprevisto. Sus turismos tradicionales estaban perdiendo cuota de mercado aún más rápido que los de GM y Ford, pero las ventas de su Jeep y sus nuevas furgonetas (una 17 creación casi accidental) se dispararon. En aquel momento, GM era el líder del mercado estadounidense de camionetas y no tenía rival en cuanto al diseño y la calidad de sus productos, pero no estaba prestando suficiente atención a la capacidad de esta clase de vehículos. Al fin y al cabo, las furgonetas y camionetas siempre habían sido catalogadas en las estadísticas tradicionales como vehículos comerciales y no de pasajeros, aunque la mayoría de ellas cumplen hoy en día esta última función. Sin embargo, si GM hubiera prestado atención al éxito de su competidor más débil, Chrysler, tal vez se habría dado cuenta mucho antes de que sus suposiciones sobre el mercado y sus competencias esenciales ya no eran válidas. Desde el principio, el mercado de furgonetas y camionetas no estuvo segmentado por ingresos o clases, y apenas se vio influido por el valor de un vehículo entregado como pago parcial. Y, paradójicamente, las camionetas eran un ámbito en el que, quince años antes, GM ya había avanzado bastante hacia el sistema actual de fabricación ajustada. Igual que un éxito inesperado, un fracaso inesperado es una advertencia, y deberíamos tomárnoslo con tanta seriedad como el primer infarto «leve» de un sexagenario. Hace sesenta años, en plena Depresión, Sears llegó a la conclusión de que el seguro de coche se había convertido en un «accesorio» y no en un producto financiero, y de que, por tanto, ofrecerlo encajaría en su objetivo de ser el vendedor de confianza para la familia estadounidense. Todo el mundo tomó a Sears por loca, pero los seguros de coche se convirtieron en su negocio más rentable casi al instante. Veinte años después, en la década de 1950, Sears llegó a la conclusión de que los anillos de diamantes eran una necesidad y no un lujo, y la empresa se convirtió en el minorista de diamantes más grande del mundo (y talvez en el más rentable). Era lógico que Sears concluyera en 1981 que los productos de inversión se habían convertido en bienes de consumo para la familia estadounidense. Compró Dean Witter y trasladó sus oficinas a las tiendas Sears. La iniciativa resultó un desastre absoluto. En efecto, la ciudadanía estadounidense no consideraba que sus necesidades financieras fuesen «productos de consumo». Cuando la empresa tiró la toalla y decidió plantear Dean Witter como un negocio aparte, desligado de las tiendas, empezó a crecer. En 1992, Sears obtuvo unos beneficios considerables por la venta de Dean Witter. Si Sears hubiera interpretado su fracaso a la hora de convertirse en el proveedor de inversiones para la familia estadounidense como un fiasco de su teoría y no como un incidente aislado, quizá habría empezado a reestructurarse y reposicionarse diez años 18 antes de lo que lo hizo, cuando todavía gozaba de un notable liderazgo en el mercado. Es posible que Sears hubiera visto, como hicieron de inmediato algunos de sus competidores, entre ellos J. C. Penney, que el fracaso de Dean Witter ponía en duda todo el concepto de la homogeneidad del mercado, esto es, el concepto en el cual Sears y otros grandes minoristas habían basado su estrategia durante años. CURA Desde siempre se ha buscado a un trabajador milagroso con una varita mágica para que dé un vuelco a una organización renqueante. Sin embargo, instaurar, mantener y restablecer una teoría no requiere un Gengis Kan o un Leonardo da Vinci vestido de traje. No es cuestión de genialidad, sino de mucho trabajo. No es cuestión de ser inteligente, sino concienzudo. Para eso se les paga a los directivos. De hecho, bastantes han conseguido cambiar su teoría del negocio. El consejero delegado que convirtió Merck en el negocio farmacéutico más próspero del mundo centrándose solo en la investigación y el desarrollo de medicamentos novedosos, patentados y con grandes márgenes de beneficio, cambió radicalmente la teoría de la empresa adquiriendo un gran distribuidor de fármacos genéricos y sin receta. Lo hizo sin haber sufrido una «crisis», ya que a Merck le iba muy bien. Hace unos años, el nuevo consejero delegado de Sony, el fabricante de productos electrónicos de consumo más famoso del mundo, cambió la teoría del negocio de la empresa. Compró una productora cinematográfica de Hollywood y, con esa adquisición, desplazó el centro de gravedad de la organización, que pasó de ser un fabricante de equipos en busca de software a ser un productor de software que genera una demanda de equipos. Pero por cada uno de esos trabajadores aparentemente milagrosos hay docenas de directivos igual de capaces cuyas organizaciones tropiezan una y otra vez. No podemos recurrir a aquellos para rejuvenecer una teoría del negocio obsoleta, igual que no podemos pedirles que curen otro tipo de enfermedad grave. Y cuando hablamos con esos supuestos trabajadores milagrosos, niegan con vehemencia que actúen por carisma, visión o imposición de manos. Empiezan con diagnósticos y análisis. Admiten que alcanzar objetivos y un crecimiento rápido exige un replanteamiento serio de la teoría del negocio. No achacan un fracaso inesperado a la incompetencia de un subordinado o a 19 un accidente, sino que lo tratan como un síntoma de un «fracaso del sistema». No se atribuyen un éxito inesperado, sino que lo consideran un reto para sus suposiciones. Admiten que la obsolescencia de una teoría es una enfermedad degenerativa y, por tanto, peligrosa para la vida, y conocen y aprueban el principio demostrado del cirujano, el principio más antiguo para una toma de decisiones eficaz: una enfermedad degenerativa no se cura dejando las cosas para más tarde. Requiere una acción decidida. 20 ¿Qué te convierte en un líder eficaz? 21 • • • • • • • • Un directivo eficaz no tiene por qué ser un líder en el sentido en que ahora se utiliza ese término de manera más habitual. Por ejemplo, Harry Truman no poseía un ápice de carisma, pero fue uno de los jefes más eficaces de la historia de Estados Unidos. Asimismo, algunos de los mejores consejeros delegados de empresas y organizaciones sin ánimo de lucro con los que he trabajado durante mis 65 años en el mundo de la consultoría eran líderes atípicos. Sus personalidades, actitudes, valores, virtudes y flaquezas eran de lo más variopintos. Los había extravertidos y solitarios, despreocupados y controladores, generosos y parcos. Lo que los hacía eficaces era que seguían las mismas ocho prácticas: Preguntaban: «¿Qué hay que hacer?». Preguntaban: «¿Qué es bueno para la empresa?». Desarrollaban planes de acción. Se responsabilizaban de las decisiones. Se responsabilizaban de la comunicación. Se centraban en las oportunidades y no en los problemas. Organizaban reuniones productivas. Pensaban y decían «nosotros» en lugar de «yo». Las dos primeras prácticas les proporcionaban el conocimiento que necesitaban; las cuatro siguientes los ayudaban a convertir ese conocimiento en acciones efectivas, y las dos últimas garantizaban que toda la organización se sintiera responsable. OBTÉN EL CONOCIMIENTO QUE NECESITAS 22 La primera práctica es preguntar qué hay que hacer. Nótese que la pregunta no es «¿Qué quiero hacer?». Tomarse en serio la cuestión «¿Qué hay que hacer?» es crucial para cosechar éxitos como directivo. No formular esa pregunta hará que incluso el directivo más capacitado resulte ineficaz. Cuando Truman fue elegido presidente en 1945, sabía exactamente qué quería hacer: completar las reformas económicas y sociales del New Deal de Roosevelt, que habían quedado postergadas por la Segunda Guerra Mundial. Sin embargo, en cuanto preguntó qué había que hacer, se dio cuenta de que los asuntos exteriores tenían una prioridad absoluta. Organizó su jornada laboral de modo que comenzara con sesiones informativas sobre política exterior impartidas por los secretarios de Estado y Defensa. A consecuencia de ello, se convirtió en el presidente más eficaz que haya conocido Estados Unidos en materia de relaciones exteriores. Mantuvo a raya al comunismo en Europa y Asia y, con el plan Marshall, dio pie a cincuenta años de crecimiento económico internacional. De igual modo, cuando Jack Welch fue nombrado consejero delegado de General Electric se dio cuenta de que la medida que había que tomar no era la expansión internacional que él pretendía, sino deshacerse de las líneas de negocio que, por más rentables que fueran, no podían alcanzar el número uno o dos de sus sectores. La respuesta a la pregunta «¿Qué hay que hacer?» casi siempre contiene más de una tarea urgente. Sin embargo, los directivos eficaces no se desdoblan, sino que, en la medida de lo posible, se concentran en una sola tarea. Si son de los que trabajan mejor con un cambio de ritmo en su jornada, una minoría considerable, eligen dos tareas. Nunca he conocido a un directivo que sea eficaz abordando más de dos tareas a la vez. De ahí que, tras preguntar qué hay que hacer, establezca prioridades y se ciña a ellas. Para un consejero delegado, la prioridad puede ser modificar la misión de la empresa. Para un jefe de departamento, puede ser redefinir la relación de dicho departamento con la oficina central. Otras tareas, por importantes o atractivas que sean, quedan postergadas. Sin embargo, después de finalizar la tarea más importante, el directivo reajusta las prioridades en lugar de saltar a la número dos de la lista original y pregunta: «¿Qué hay que hacer ahora?». A menudo, esto genera prioridades nuevas y diferentes. Por citar de nuevo al consejero delegado más famoso de Estados Unidos, cada cinco años, según su autobiografía, Jack Welch se preguntaba: «¿Qué hay que hacer ahora?». 23 Y siempre se le ocurría algo nuevo y distinto. Pero Welch también analizaba con todo detalle otra cuestión antes de decidir hacia dónde canalizaría sus esfuerzos los siguientes cinco años. Se preguntaba a sí mismo para cuál de las dos o tres tareas primordiales de la lista estabamás preparado. Entonces se concentraba en dicha tarea y delegaba las demás. Los directivos eficaces intentan consagrarse a trabajos que desempeñarán especialmente bien. Saben que las empresas rinden si los altos directivos también lo hacen, y viceversa. La segunda práctica de los directivos eficaces (igual de importante que la primera) es preguntar: «¿Es esto lo adecuado para la empresa?». No preguntan si es lo adecuado para los propietarios, para la cotización de las acciones, para los empleados o para los directivos. Por supuesto, saben que los accionistas, los empleados y los directivos son elementos importantes que deben respaldar una decisión, o al menos aceptarla, si pretendemos que sea eficaz. Son conscientes de que la cotización de las acciones es importante no solo para los accionistas, sino también para la empresa, ya que la relación cotización/ganancias determina el coste de capital. Pero también saben que una decisión que en última instancia no sea adecuada para la empresa tampoco lo será para los accionistas. Esta segunda práctica es especialmente importante para los directivos de una compañía propiedad de una familia o dirigida por ella (la mayoría de los negocios en todo el mundo), sobre todo cuando están tomando decisiones sobre personas. En una empresa familiar próspera, un pariente solo recibirá un ascenso si es considerablemente superior a todos los no parientes de su mismo nivel. Por ejemplo, en DuPont, todos los altos directivos (con la salvedad del interventor y el abogado) eran parientes durante los primeros años, cuando la empresa era gestionada como un negocio familiar. Todos los descendientes varones de los fundadores tenían derecho a un puesto de nivel básico. A partir de ahí, solo conseguían un ascenso si una junta compuesta sobre todo por directivos no pertenecientes a la familia consideraba que las aptitudes y el rendimiento de dicha persona eran superiores a los de todos los empleados de su mismo nivel. Esa norma se respetó durante un siglo en la próspera empresa familiar británica J. Lyons & Company (que hoy en día forma parte de un importante conglomerado), cuando dominó los sectores alimentario y hotelero de Reino Unido. Preguntar «¿Qué es adecuado para la empresa?» no garantiza que vaya a tomarse la decisión correcta. Incluso el directivo más brillante es humano y, por tanto, proclive a 24 cometer errores y a guiarse por prejuicios. Pero no formular esa pregunta prácticamente garantiza que se tome la decisión errónea. REDACTAR UN PLAN DE ACCIÓN Los directivos son emprendedores; ejecutan. El conocimiento es inútil para ellos hasta que se traduce en hechos. Pero, antes de ponerse manos a la obra, el directivo debe planear su rumbo. Tiene que pensar en los resultados deseados, en las probables limitaciones, en las futuras revisiones, en las evaluaciones y en las consecuencias de cómo invertirá su tiempo. Primero, define los resultados deseados preguntando: «¿Qué aportaciones debería esperar de mí la empresa entre los próximos dieciocho y veinticuatro meses? ¿Con qué resultados me comprometeré? ¿Y con qué plazos?». Luego sopesa las limitaciones: «¿Este procedimiento es ético? ¿Es aceptable en el seno de la organización? ¿Es legal? ¿Es compatible con la misión, los valores y las políticas de la organización?». Unas respuestas afirmativas no garantizan la eficacia de la acción, pero transgredir esas limitaciones sin duda hará que sea errónea e ineficaz. El plan de acción es más una declaración de intenciones que un compromiso. No se tiene que convertir en una camisa de fuerza. Debería revisarse a menudo, porque cada éxito genera nuevas oportunidades. Lo mismo ocurre con los fracasos y los cambios en el entorno del negocio, con el mercado y, en especial, con la gente que forma parte de la empresa. Todos esos cambios exigen una revisión del plan; este, aun y estar por escrito, debería considerar la necesidad de ser flexible. Asimismo, el plan de acción debe crear un sistema para verificar los resultados y las expectativas. Los directivos eficaces suelen incluir dos evaluaciones de ese tipo: la primera se lleva a cabo hacia la mitad de su periodo de duración, por ejemplo, a los nueve meses; la segunda se realiza al final, antes de concebir el siguiente plan de acción. Por último, este debe ser la base para la gestión del tiempo del directivo, pues es su recurso más escaso y preciado. Y todas las organizaciones, ya sean instituciones gubernamentales, empresas u organismos sin ánimo de lucro, tienden por naturaleza a malgastar tiempo. De este modo, el plan de acción será inútil a menos que pueda determinar cómo el directivo invierte su tiempo. 25 • • • • Al parecer, Napoleón dijo que ninguna batalla triunfal había seguido su plan. Sin embargo, él también planificaba cada una de sus batallas, y de forma más meticulosa que ningún otro general antes que él. Sin un plan de acción, el directivo se convierte en prisionero de los acontecimientos. Y sin evaluaciones para reexaminar el plan a medida que se suceden los acontecimientos, el directivo no tiene manera de saber cuáles son importantes y cuáles son solo ruido. ACTUAR Cuando traducen sus planes en acciones, los directivos deben prestar atención a la toma de decisiones, la comunicación, las oportunidades (que no los problemas) y las reuniones. Hablaré de cada aspecto de forma individual. Responsabilizarse de las decisiones No se ha tomado una decisión hasta que la gente conoce: El nombre del responsable de su puesta en práctica. El plazo. Los nombres de las personas que se verán afectadas por la decisión y que, por tanto, deben conocerla, comprenderla y aprobarla, o al menos no oponerse con firmeza a ella. Los nombres de las personas que deben ser informadas de la decisión, aunque no se vean directamente afectadas por ella. En una organización, un extraordinario número de decisiones tropiezan con diversos obstáculos porque esas bases no están cubiertas. Hace treinta años, una empresa que era mi cliente perdió su posición de liderazgo en el mercado de Japón, que estaba creciendo con gran rapidez, porque, tras decidir aunar fuerzas con un nuevo socio de su país, nunca dejó claro quién debía notificar a los compradores que el socio definía sus especificaciones en metros y kilos y no en pies y libras, y nadie facilitó nunca esa información. 26 Es tan importante evaluar las decisiones de forma periódica (en un momento pactado con antelación) como tomarlas con gran cuidado desde un buen principio. De ese modo se pueden corregir antes de que causen daños reales. Esas evaluaciones pueden abarcar desde los resultados hasta las suposiciones que subyacen a cada decisión. Esta evaluación es especialmente importante para la decisión más crucial y difícil de todas, esto es, la que guarda relación con la contratación o el ascenso de un trabajador. Los estudios sobre decisiones relacionadas con personas demuestran que solo un tercio son verdaderamente acertadas; otro tercio tal vez sean un término medio, es decir, ni éxitos ni fracasos totales, y el último tercio resultan, simple y llanamente, un fracaso. Los directivos eficaces lo saben y evalúan (entre seis y nueve meses después) los resultados de las decisiones de su gente. Si descubren que una decisión no ha obtenido los resultados deseados, no concluyen que la persona no ha rendido, sino que ellos mismos han cometido un error. En una empresa bien gestionada, se entiende que todo aquel que fracasa en un nuevo trabajo, sobre todo después de un ascenso, quizá no sea el culpable. Los directivos también les deben a la organización y a sus compañeros no tolerar a los individuos que no rindan en puestos de relevancia. Puede que el bajo rendimiento no sea culpa de los empleados, pero, aun así, estos deben ser apartados. A la gente que ha fracasado en un cargo superior debe dársele la oportunidad de volver a un puesto de su anterior nivel y salario. Esta opción rara vez se pone en práctica; por norma, esa gente se marcha de forma voluntaria, almenos los que trabajan para empresas estadounidenses. Pero la existencia de dicha opción puede causar un gran efecto y animar a la gente a abandonar empleos seguros y cómodos y aceptar encargos nuevos y arriesgados. El rendimiento de la organización depende de la voluntad que muestren los empleados de correr esos riesgos. Una evaluación sistemática de las decisiones también puede constituir una potente herramienta para el desarrollo personal. Verificar los resultados de una decisión y sus expectativas demuestra a los directivos cuáles son sus virtudes, en qué deben mejorar y en qué aspectos carecen de conocimientos o información, y les enfrenta a sus sesgos. Con mucha frecuencia, les muestra que sus decisiones no han dado resultados porque no eligieron a la gente apropiada para el empleo. Colocar a los mejores en los cargos adecuados es una labor crucial y difícil que muchos directivos descuidan, en parte porque los mejores ya están demasiado ocupados. Una evaluación sistemática de las 27 decisiones también enfrenta a los directivos con sus propias flaquezas, sobre todo con los ámbitos en los que son sencillamente incompetentes. En estos ámbitos, los directivos inteligentes no toman decisiones ni emprenden iniciativas, sino que delegan. Todo el mundo tiene ámbitos de ese tipo; no existen los genios universales en materia de dirección. La mayoría de los debates sobre la toma de decisiones dan por sentado que solo deben adoptarlas los altos directivos o que solo importan sus criterios. Este es un error peligroso. Se toman decisiones en todos los niveles de la organización, empezando por los colaboradores y los primeros supervisores. Esas decisiones, en apariencia de bajo nivel, son de gran importancia en una organización basada en el conocimiento. En principio, los trabajadores con conocimientos deben saber más sobre sus áreas de especialización (por ejemplo, contabilidad fiscal) que cualquier otro, de modo que sus decisiones tal vez influirán a toda la empresa. Tomar buenas decisiones es una aptitud crucial en todos los niveles y hay que enseñársela de manera explícita a todos los miembros de las organizaciones basadas en el conocimiento. Responsabilizarse de la comunicación Los directivos eficaces se cercioran de que sus planes de acción y sus necesidades de información sean entendidos. En concreto, eso significa que comunican los planes a todos sus compañeros, tanto superiores como subordinados y homólogos, y les piden que aporten comentarios. Al mismo tiempo, hacen saber a todos qué información necesitarán para realizar su trabajo. El flujo de información de un subordinado hacia su jefe es el que recibe en general más atención, pero los directivos deben prestar la misma atención a las necesidades de información de sus homólogos y superiores. Gracias a Las funciones de los elementos dirigentes, el clásico de Chester Barnard publicado en 1938, todos sabemos que lo que mantiene unidas a las organizaciones es la información y no sus propietarios o jefes. Aun así, demasiados directivos se comportan como si la información y su flujo incumbieran al especialista en esa materia, por ejemplo, el contable. A consecuencia de ello, aquellos reciben gran cantidad de datos que no necesitan ni pueden utilizar, pero poca información que sí requieren. La mejor manera de evitar este problema es que cada directivo identifique la información necesaria, la solicite e insista hasta que la obtenga. 28 • • • • • • • Centrarse en las oportunidades Los buenos directivos ponen el acento en las oportunidades y no en los problemas. Hay que ocuparse de ellos, por supuesto; no debemos barrerlos debajo de la alfombra. Pero la resolución de problemas, por necesaria que sea, no genera resultados, sino que evita daños. Lo que sí genera resultados es aprovechar las oportunidades. Por encima de todo, los directivos eficaces entienden el cambio como una oportunidad y no como una amenaza. Observan sistemáticamente los cambios que se producen dentro y fuera de la empresa y preguntan: «¿Cómo podemos aprovechar esta oportunidad para nuestra organización?». En concreto, los directivos analizan estas siete situaciones en busca de oportunidades: Un éxito o fracaso inesperado de su empresa, de un competidor o del sector. Una brecha entre lo que hay y lo que podría haber en un mercado, proceso, producto o servicio (por ejemplo, en el siglo XIX, la industria del papel se centraba en el 10 por ciento de cada árbol que podía transformarse en pasta de celulosa e ignoraba por completo las posibilidades del 90 por ciento restante, que acababa convertido en residuos). La innovación en un proceso, producto o servicio, ya sea dentro o fuera de la empresa o su sector. Cambios en la estructura del sector y del mercado. Cambios en la demografía. Cambios de mentalidad, valores, percepción, estado de ánimo o significado. Nuevos conocimientos o tecnologías. Los directivos eficaces también se cercioran de que los problemas no dejen las oportunidades en un segundo plano. En la mayoría de las empresas, la primera página del informe mensual de la directiva detalla todos los problemas cruciales. Es mucho más inteligente citar las oportunidades en esta página y relegar los problemas a la segunda. A menos que sobrevenga una verdadera catástrofe, los problemas no se debaten en las reuniones de la directiva hasta que se hayan analizado y gestionado adecuadamente las oportunidades. 29 El personal también es otro aspecto importante a la hora de centrarse en las oportunidades. Los directivos eficaces encomiendan a sus mejores trabajadores las oportunidades y no los problemas. Una manera de hacer esto es pedir a los miembros del grupo de dirección que cada seis meses preparen dos listas, una con oportunidades para toda la empresa y otra con la gente que más rinde. Hay que comentar ambas y luego unificarlas en dos listas maestras, donde se empareja a los mejores empleados con las mejores oportunidades. En Japón, por cierto, ese emparejamiento se considera una importante tarea de recursos humanos en una gran empresa o departamento gubernamental; esa práctica es una de las máximas virtudes de las empresas japonesas. Hacer que las reuniones sean productivas El directivo no gubernamental más visible, poderoso y tal vez eficaz del Estados Unidos de la Segunda Guerra Mundial y los años posteriores no fue un hombre de negocios, sino el cardenal Francis Spellman, arzobispo de la archidiócesis católica romana de Nueva York y asesor de varios presidentes estadounidenses. Cuando Spellman tomó las riendas, la diócesis estaba en bancarrota y totalmente desmoralizada; su sucesor heredó de sus manos el cargo de cabeza de la Iglesia católica estadounidense. Spellman decía a menudo que, cuando estaba despierto, solo pasaba veinticinco minutos diarios a solas: cuando decía misa en su capilla privada al levantarse por la mañana y cuando oraba por las noches antes de acostarse. Por lo demás, siempre estaba reunido con gente, desayunando con una organización católica y cenando con otra. Los altos ejecutivos no están tan aprisionados como el arzobispo de una importante diócesis católica, pero todos los estudios sobre la jornada de un directivo han descubierto que incluso los de menor categoría e incluso los trabajadores pasan más de la mitad del día con otras personas, es decir, en algún tipo de reunión. Las únicas excepciones son unos pocos investigadores de alto rango. Se considera que incluso una conversación con otra persona constituye una reunión. Por ello, si quieren ser eficaces, los directivos deben procurar que estas reuniones sean productivas y asegurarse de que son sesiones de trabajo y no meras charlas. La clave para que una reunión sea eficaz es decidir con antelación qué clase de encuentro será. Distintos tipos de reunión requieren preparativos y resultados diferentes: 30 • • • • • • Una reunión para preparar una declaración, un anuncio o un comunicado de prensa: para que sea productiva, un miembro tiene que elaborar previamenteun borrador. Al final de la reunión, un miembro elegido con antelación debe responsabilizarse de difundir el texto definitivo. Una reunión para realizar un anuncio, por ejemplo, un cambio en la organización: esta reunión debería limitarse al anuncio y un debate sobre el mismo. Una reunión en la que un miembro rinda informe: no debería comentarse nada excepto ese informe. Una reunión en la que varios o todos los miembros rindan informe: no debería haber ningún debate o, en todo caso, este debería limitarse a cuestiones aclaratorias. Si no, para cada informe puede entablarse un breve debate en el que todos los participantes formulen preguntas. Si este es el formato, los informes deberían repartirse a todos los participantes antes de la reunión. En esta clase de sesiones, cada punto debería disponer de un tiempo limitado, por ejemplo, quince minutos. Una reunión para informar al directivo que la convoca: el directivo debería escuchar y formular preguntas. Los demás deben resumir y no hacer una presentación. Una reunión cuya única función sea permitir a los participantes que estén en presencia del directivo: las reuniones del cardenal Spellman a la hora del desayuno y la cena eran de esa índole, y es imposible que sean productivas. Son las cargas que conlleva el rango. Los altos directivos son eficaces en la medida en que pueden impedir que esas reuniones invadan sus jornadas laborales. Spellman, por ejemplo, limitaba dichas reuniones al desayuno y la cena, y las desterraba del resto de su jornada. Conseguir que una reunión sea productiva requiere mucha autodisciplina. Es necesario que los directivos determinen qué clase de encuentro es el apropiado y luego se ciñan a ese formato. También hay que darlo por finalizado en cuanto haya cumplido su propósito. Los buenos directivos no plantean otro tema de debate; resumen y posponen. Un buen seguimiento es igual de importante que la propia reunión. El gran maestro del seguimiento era Alfred Sloan, el directivo más eficaz que he conocido nunca. Sloan, que dirigió General Motors entre los años veinte y cincuenta, pasaba gran parte de sus seis días laborables reunido: tres días a la semana en reuniones formales del comité con 31 una serie de participantes predeterminados y los otros tres en sesiones improvisadas con un directivo o un pequeño grupo de altos cargos de su empresa. Al principio de una reunión formal, Sloan anunciaba su propósito. Luego escuchaba. Nunca tomaba notas y rara vez hablaba, salvo para aclarar algún punto confuso. Al término de la sesión, hacía un resumen, daba las gracias a los participantes y se iba. Después, escribía de inmediato un sucinto memorándum dirigido a uno de los asistentes a la reunión. En esa nota sintetizaba el debate y sus conclusiones y exponía en detalle cualquier tarea que se hubiera estipulado en la reunión (incluida la decisión de celebrar otra sobre el tema o de estudiar una cuestión). Especificaba el plazo y qué directivo sería responsable de esa tarea, y después remitía una copia del memorándum a todos los que habían asistido a la reunión. Gracias a esos escritos (todos ellos pequeñas obras maestras), Sloan se convirtió en un directivo extraordinariamente eficaz. Los directivos eficaces saben que cualquier reunión puede ser productiva o una absoluta pérdida de tiempo. PIENSA Y DI «NOSOTROS» La práctica final es esta: no pienses y digas «yo»; piensa y di «nosotros». Los líderes eficaces saben que tienen una responsabilidad última que no pueden compartir ni delegar. Solo tienen autoridad porque cuentan con la confianza de la organización. Eso significa que piensan en las necesidades y oportunidades de esta antes que en las suyas propias. Puede que suene simple, pero no lo es, y hay que cumplirlo a rajatabla. Acabamos de analizar ocho prácticas de los directivos eficaces, pero añadiré una más. Esta es tan importante que la elevaré al nivel de norma: escucha primero y habla después. Los directivos eficaces difieren mucho en lo relativo a sus personalidades, virtudes, flaquezas, valores y creencias. Lo único que tienen en común es que hacen que se lleven a cabo las cosas correctas. Algunos son eficaces por naturaleza, pero la demanda es excesiva y no puede satisfacerse con talentos extraordinarios. La eficacia es una disciplina. Y, como toda disciplina, debe aprenderse y hay que ganársela. 32 Resumen de los artículos 33 Teoría del negocio SÍNTESIS DE LA IDEA Peter F. Drucker argumenta en este artículo que las dificultades que afrontan hoy en día tantas organizaciones grandes y prósperas de todo el mundo obedecen a que su teoría del negocio ya no funciona. La historia nos resulta familiar: una empresa que era una superestrella hasta ayer se halla estancada y frustrada, en apuros y, con frecuencia, sumida en una crisis aparentemente incontrolable. El origen de casi todas esas crisis no es que las cosas se estén haciendo mal, o ni siquiera que se estén cometiendo errores. De hecho, en la mayoría de los casos se está haciendo lo correcto, pero de manera infructuosa. ¿Qué explica esta aparente paradoja? Las suposiciones sobre las cuales se ha construido y se gestiona la organización ya no funcionan. Estas condicionan la conducta de cualquier empresa, dictan sus decisiones sobre qué hacer y qué no y definen qué se entiende por resultados sustanciales. Esas suposiciones son lo que Drucker denomina la «teoría del negocio» de una empresa. Toda organización, ya sea una empresa o no, tiene una teoría del negocio. Esta explica tanto los éxitos de empresas como General Motors e IBM, que han dominado la economía estadounidense durante la segunda mitad del siglo XX, como los desafíos a los que han hecho frente. Algunas teorías del negocio son tan poderosas que perviven mucho tiempo. Pero, al ser creaciones humanas, no perviven para siempre, y hoy en día rara vez duran demasiado. A la postre, toda teoría del negocio queda obsoleta y más tarde invalidada. Cuando una teoría muestra los primeros indicios de que se ha quedado obsoleta, ha llegado el momento de empezar a replantearla, con la premisa clara de que nuestras suposiciones transmitidas a lo largo del tiempo ya no bastan. 34 • • • • • • • • ¿Qué te convierte en un líder eficaz? SÍNTESIS DE LA IDEA ¿Preocupado porque no eres un líder nato, porque no tienes carisma, el talento adecuado u otro ingrediente secreto? No te preocupes: el liderazgo no es cuestión de personalidad o talento. De hecho, los mejores líderes hacen gala de personalidades, actitudes, valores y virtudes extremadamente dispares. Pueden ser extravertidos o solitarios, despreocupados o controladores, generosos o parcos, orientados a las cifras o a una visión. Así pues, ¿qué tienen en común los líderes eficaces? Que hacen las cosas correctas de la manera adecuada siguiendo ocho sencillas reglas: Preguntan qué hay que hacer. Preguntan qué es apropiado para la empresa. Desarrollan planes de acción. Se responsabilizan de las decisiones. Se responsabilizan de la comunicación. Se centran en las oportunidades y no en los problemas. Organizan reuniones productivas. Piensan y dicen «nosotros», no «yo». Aplicando estas reglas con disciplina obtendremos el conocimiento necesario para tomar decisiones inteligentes, convertir ese conocimiento en acciones eficaces y fomentar la responsabilidad en toda la organización. 35 • • • • • LA IDEA EN LA PRÁCTICA Obtén los conocimientos que necesitas: Pregunta qué hay que hacer. Cuando Jack Welch formuló esta pregunta al ocupar el cargo de consejero delegado en General Electric, se dio cuenta de que lo esencial era deshacerse de las empresas que no pudieran ser primeras o segundas en su sector y no la expansión internacional que él deseaba emprender. Una vez que sepas qué hay que hacer, identifica las tareas que mejor se te dan y concéntrate en una cada vez. Cuando hayas finalizado una de ellas, revisa las prioridades basándote en las nuevas realidades. Pregunta qué es adecuado para la empresa. No teangusties por qué es mejor para los propietarios, inversores, empleados o clientes. En última instancia, las decisiones que son buenas para tu empresa también lo son para los accionistas. Convierte tus conocimientos en acciones: Desarrolla planes de acción. Idea estrategias que proyecten los resultados deseados y sus limitaciones (¿el procedimiento para llegar a ellos es legal y compatible con la misión, los valores y las políticas de la empresa?). Incluye evaluaciones sobre cómo invertirás tu tiempo y las consecuencias que tendrá ello. Y revisa los planes de modo que reflejen nuevas oportunidades. Responsabilízate de las decisiones. Asegúrate de que cada decisión especifica quién es el responsable de llevarla a cabo, cuándo debe ejecutarse, quién se verá afectado por ella y quién debe ser informado. Revisa las decisiones con regularidad, en especial las contrataciones y los ascensos. Ello te permitirá corregir malas decisiones antes de ocasionar daños reales. Responsabilízate de la comunicación: Pide opiniones sobre tus planes de acción a tus superiores, subordinados y homólogos. Haz saber a cada uno qué información necesitas para realizar el trabajo. Presta la misma atención a las necesidades de información de tus homólogos y 36 • • • superiores. Céntrate en las oportunidades y no en los problemas. Uno obtiene resultados aprovechando las oportunidades, no resolviendo problemas. Identifica los cambios dentro y fuera de tu organización (nuevas tecnologías, productos innovadores, nuevas estructuras de mercado) y pregunta: «¿Cómo podemos aprovechar este cambio en beneficio de nuestra empresa?». Luego empareja a tus mejores empleados con las mejores oportunidades. Fomenta la responsabilidad en toda la empresa: Organiza reuniones productivas. Expón el propósito de cada reunión (¿realizar un anuncio?; ¿presentar un informe?) y finalízala solo una vez que lo haya cumplido. Haz un seguimiento con breves memorandos que resuman el debate y especifica las nuevas tareas y los plazos para completarlas. El legendario conocimiento que tenía Alfred Sloan, consejero delegado de General Motors, del seguimiento de las reuniones garantizó la posición dominante de su empresa a mediados del siglo XX. Piensa y di «nosotros», no «yo». Tu autoridad emana de la confianza que te profese tu organización. Para obtener los mejores resultados, debes anteponer siempre las necesidades y oportunidades de tu organización a las tuyas. 37 La historia nos resulta familiar: una empresa que era una superestrella hasta ayer se halla sumida en una crisis aparentemente ingobernable. El origen de casi todas estas crisis no es que las cosas se estén haciendo mal. En realidad, en la mayoría de los casos se está haciendo lo correcto, pero sin resultados. ¿Qué explica esta aparente paradoja? Las suposiciones sobre las cuales se ha construido y se gestiona la organización ya no funcionan. Esas suposiciones son lo que Drucker denomina «teoría del negocio», y explican tanto los éxitos de las empresas que han dominado la economía como los desafíos a los que han hecho frente. Y ¿qué te convierte en un líder eficaz? No es cuestión de personalidad o de talento. Los mejores líderes hacen gala de actitudes y valores dispares. Pero todos tienen en común que hacen las cosas correctas de la manera adecuada aplicando sencillas reglas que proporcionan el conocimiento necesario para tomar decisiones inteligentes, convertir ese conocimiento en acciones eficaces y fomentar la responsabilidad en toda la organización. Los IMPRESCINDIBLES de Conecta, en colaboración con Harvard Business Review, permiten acceder a las grandes ideas de los autores de referencia que inspiran a directivos y profesionales. Este volumen reúne los textos «Teoría del negocio» y «¿Qué te convierte en un líder eficaz?» de Peter F. Drucker (1909-2005), cuyas obras —como El ejecutivo eficaz o El management del futuro— y su pensamiento son referentes en la gestión empresarial. 38 Peter F. Drucker era un escritor, asesor y profesor de sociología y administración de empresas de la Claremont Graduate University de California. Sus 39 libros han sido publicados en más de setenta idiomas. Creó la Peter F. Drucker Foundation for Nonprofit Management y asesoró a trece gobiernos, instituciones de servicio público y grandes empresas. 39 Título original: The Theory of the Business & What Makes an Effective Executive? Edición en formato digital: marzo de 2018 © 1994 y 2004, Peter F. Drucker © 2017, Harvard Business School Publishing Corporations. Todos los derechos reservados. Publicado por acuerdo con Harvard Business Review Press © 2018, Penguin Random House Grupo Editorial, S. A. U. Travessera de Gràcia, 47-49. 08021 Barcelona © 2018, Efrén del Valle Peñamil, por la traducción Diseño de portada: adaptación de la cubierta original de Stephani Finks para Harvard Business Review Press Penguin Random House Grupo Editorial apoya la protección del copyright. El copyright estimula la creatividad, defiende la diversidad en el ámbito de las ideas y el conocimiento, promueve la libre expresión y favorece una cultura viva. Gracias por comprar una edición autorizada de este libro y por respetar las leyes del copyright al no reproducir ni distribuir ninguna parte de esta obra por ningún medio sin permiso. Al hacerlo está respaldando a los autores y permitiendo que PRHGE continúe publicando libros para todos los lectores. 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Drucker Créditos 41 Índice Eficacia ejecutiva 2 Teoría del negocio 5 ¿Qué te convierte en un líder eficaz? 21 Resumen de los artículos 33 Sobre este libro 38 Sobre Peter F. Drucker 39 Créditos 40 42 Eficacia ejecutiva Teoría del negocio ¿Qué te convierte en un líder eficaz? Resumen de los artículos Sobre este libro Sobre Peter F. Drucker Créditos
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