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Betty Jane Meggers - Enfoques teóricos para la investigación arqueológica, tomo 1_ Evolución y diffusión cultural -Editorial Abya Yala (1998) - Luis Alberto Escobar

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Enfoques Teóricos para la Investigación
Arqueológica
TTOOMMOO II
EEVVOOLLUUCCIIÓÓNN YY DDIIFFUUSSIIÓÓNN 
CCUULLTTUURRAALL
Enfoques Teóricos para la Investigación
Arqueológica
TTOOMMOO II
EEVVOOLLUUCCIIÓÓNN YY DDIIFFUUSSIIÓÓNN 
CCUULLTTUURRAALL
Betty J. Meggers
Biblioteca Abya-Yala
Nº 57
EDICIONES
ABYA-YALA
1998
Evolución y Difusión Cultural
Enfoques Teóricos para la Investigación Arqueológica
Betty J. Meggers
Tomo I
Edición: Ediciones ABYA-YALA
12 de Octubre 14-30 y Wilson
Casilla 17-12-719
Teléfono: 562-633 / 506-247
Fax” (593-2) 506-255
E-mail: abyayala@abyayala.org.ec
editoria@abyayala.org.ec
Quito-Ecuador
Colección: Biblioteca Abya-Yala # 57
Autoedición Aby-Yala Editing
Quito-Ecuador
Impresión: Docutech
Quito-Ecuador
ISBN: 9978-04-323-3
Impreso en Quito-Ecuador, 1998
INDICE
Prefacio . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 5
Introducción . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 7
I. Evolución 
1. Explicando el Curso de los Eventos Humanos . . . . . . . . . . . . . . . . 29
“Explaining the course of human events.” How Humans Adapt: A
Biocultural Odyssey, Donald J. Ortner, ed., pp. 163-183. Washington 
DC, Smithsonian Institution Press. 1983.
2. Enfoque Teórico para la Evaluación de 
Restos Arqueológicos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 53
“Theoretical approach to interpretation.” Meggers, Betty J., 
Clifford Evans y Emilio Estrada, Formative Cultures of Coastal 
Ecuador: The Valdivia and Machalilla Phases, pp. 5-9. Smithsonian
Contributions to Anthropology 1. 1965.
3. La Ley de la Evolución Cultural como una Herramienta
Práctica de Investigación . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 65
“The law of cultural evolution as a practical research tool.” Essays 
in the Science of Culture, Gertrude Dole y Robert Carneiro, eds., 
pp. 302-316. New York, Crowell. 1960.
4. El Significado de la Difusión como Factor de Evolución . . . . . . . 83
“El significado de la difusión como factor de evolución.” Revista 
Chungará 14:81-90. 1985.
5. Conexiones y Convergencias Culturales Norte y 
Sud Americanas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 99
“North and South American cultural connections and convergences.”
Prehistoric Man in the New World, Jesse D. Jennings y Edward Norbeck,
eds., pp. 511-526. Chicago, University of Chicago Press. 1964.
6. La Evolución del Estado . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 117
“Comment.” The Origins and Development of the Andean State, 
Jonathan Haas, Shelia Pozorski y Thomas Pozorski, eds., pp. 158-160.
Cambridge, Cambridge University Press. 1987.
II. Difusión
7. Especulaciones sobre Rutas Tempranas de Difusión de la 
Cerámica entre Sur y Mesoamérica . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 123
“Speculations on early pottery diffusion routes between South and 
Middle America” (with Clifford Evans). Biotropica 1:20-27. 1969.
8. Contactos entre las Culturas Prehistóricas de Mesoamérica y la 
Costa del Ecuador . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 139
“Mesoamerica and Ecuador” (with Clifford Evans). Handbook of 
Middle American Indians, Robert Wauchope, ed., Vol. 4, pp. 243-263.
Austin, University of Texas Press. 1966.
9. Origen Transpacífico de la Cerámica de la Fase Valdivia de la 
Costa del Ecuador . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 177
“Transpacific origin of Valdivia Phase pottery on coastal Ecuador” (with
Clifford Evans). 36º Congreso Internacional de Americanistas, Actas y
Memorias 1:63-67. Sevilla. 1966.
10. El Origen Transpacífico de la Cerámica Valdivia:
Una Revaluación . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 187
“El origen transpacífico de la cerámica Valdivia: una revaluación.” 
Boletín del Museo Chileno de Arte Precolombino 2:9-31. 1987.
11. Origen Transpacífico de la Civilización Mesoamericana:
Una Reseña Preliminar de la Evidencia y sus 
Implicaciones Teóricas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 227
“The transpacific origin of Mesoamerican civilization: A preliminary 
review of the evidence and its theoretical implications.” American
Anthropologist 77:141-161. 1975.
12. Evidencia Arqueológica de Contactos desde Asia . . . . . . . . . . . . 271
“Contacts from Asia.” The Quest for America, Geoffrey Ashe and 
Others, pp. 239-259. London, Pall Mall Press. 1971.
PREFACIO
Los artículos aquí incluidos han sido publicados durante el lapso de
unos 35 baños. Cuando Leslie White despertó mi interés por la teoría de la
evolución cultural en la segunda mitad de la década de los cuarenta, éste era
un tema controversial entre los antropólogos. Aunque la teoría difusionista
tenía mayor acogida, se la aceptó como la explicación de semejanzas sola-
mente al interior de los continentes. Los contactos transpacíficos se recha-
zaron definitivamente. Estas actitudes negativas se mantienen en vigor.
Entre los biólogos por el contrario, la aplicación al desarrollo de la
cultura, de las reglas de la evolución general, se encuentra no solamente
aceptada, sino también asumida. Al tratar de entender este fenómeno, lle-
gué a la conclusión asumida. Al tratar de entender este fenómeno, llegué a
la conclusión que parte del problema pudo haber surgido de un mal enten-
dimiento del razonamiento, especialmente entre personas con limitaciones
en le idioma inglés. Por lo tanto, acepté con entusiasmo la posibilidad de
traducir al español una selección de artículos que reúnen las ideas y eviden-
cias principales.
El contenido original de los artículos no ha sido alterado, excepto al-
gunas correcciones editoriales. Se han sustituido algunas ilustraciones para
evitar la duplicación. Se han estandarizado la terminología, los título y las ci-
tas bibliográficas, aunque no se han eliminado todas las variaciones.
La tarea de la traducción no habría sido completada con tanta efi-
ciencia e idoneidad sin la dedicada participación de varios colegas latinoa-
mericanos. Entre ellos se destaca el arqueólogo argentino Jorge Rodríguez,
el cual trabajó a tiempo completo por más de un mes, transformando la ver-
sión inicial hecha por computadora en un significado acertado y de gramá-
tica aceptable. El resultado final fue revisado por mi para su precisión técni-
ca. El arqueólogo peruano Ramiro Matos Mendieta tradujó y revisó algunas
de las traducciones y jugó un papel importante en la relación con la casa
editora. María de los Angeles Rodríguez y Germán Eloy Pomar ingresaron la
mayor parte de los cambios a la computadora e hicieron correcciones adi-
cionales durante el proceso. El texto completo fue leído por María de las
Mercedes del Río y Enrique Angulo, quienes encontraron errores gramática-
les adicionales. María de las Mercedes del Río, Emily Berrizbeitia, Abelardo
Sandoval, Enrique Angulo, Jorge Ulloa Hung y Paulina Ledergerber fueron
consultados sobre los términos técnicos y las diferencias en la terminología
argentina, venezolana, peruana, cubana y ecuatoriana. Entre las diferencias
regionales, buscamos un producto universalmente inteligible, aunque los
lectores cuidadosos probablemente encontrarán errores que no alcanzamos
a eliminar. Esta experiencia nos enseñó que realizar una traducción fiel y
inteligible es una tarea difícil. Las palabras no pueden expresar mi gratitud
hacia estos colegas y amigos por su ánimo, su ayuda y su apoyo moral.
Finalmente, deseo expresar mi gratitud a José E. Juncosa, Gerente de
Abya-Yala, por convenir la publicación de estos artículos, haciéndolos dis-
ponibles a los colegas y estudiantes de América Latina. Espero que algunos
lectores sean estimulados para adoptar la perspectiva evolucionista enla in-
terpretación de los restos arqueológicos, a pesar las expresiones escépticas
de las imágenes en los sellos cerámicos ecuatorianos y mesoamericanos que
aparecen en la cabecera de cada capítulo.
Washington DC
5 de diciembre 1997
6 / Betty J. Meggers
INTRODUCCIÓN
Como descubrirán los lectores de estos artículos, considero que el en-
tendimiento de la evolución y función de la cultura está entre los principa-
les retos de la ciencia moderna. Asumo que nuestra especie evolucionó se-
gún los principios darwinianos y nuestro comportamiento sigue sujeto a su
propia dinámica. El hecho de que el mecanismo principal para nuestra in-
teracción con el medioambiente es la cultura, reemplaza el enfoque de la se-
lección natural de nuestros cuerpos a nuestras creencias. Este cambio nos
provee una flexibilidad sin precedentes para modificar las condiciones na-
turales, pero no elimina sus causas. Mientras más aprendamos acerca de las
interacciones químicas, físicas y biológicas que dirigen la evolución orgáni-
ca, mejor será nuestra capacidad para influir sobre los resultados. Mientras
más aprendamos acerca de las interacciones climáticas, edáficas y bióticas,
mejor será nuestra destreza para predecir y minimizar sus impactos. De
manera parecida, mientras más aprendamos acerca del desarrollo y la diver-
sificación culturales, incluyendo los orígenes y diseminaciones de invencio-
nes y descubrimientos, mejor será nuestra habilidad para juzgar hasta qué
punto éstos están sujetos a nuestro control. La arqueología es la única cien-
cia calificada para enfrentar este reto, pero este potencial sólo se realizaría si
la evidencia se evalúa dentro del contexto de la teoría evolucionista y los
principios científicos generales, en lugar de hacerlo dentro de la perspecti-
va antropocéntrica. 
Los artículos aquí incluídos emplean criterios tradicionales para dife-
renciar las tres causas básicas de las novedades evolucionistas: duplicación
independiente, convergencia y difusión. Aunque se ha cuestionado la im-
portancia de la difusión cultural por mucho tiempo, esta oposición se ha in-
crementado tenazmente durante los años 90. La invención independiente
de todos los elementos culturales se defiende en todas las escalas, inclusive
entre comunidades adyacentes (Marcus 1989, Blaut 1994). Se rechaza cate-
góricamente la posibilidad de introducciones transpacíficas precolombinas
y se critican los esfuerzos por detectarlas al “tomar por hecho la superiori-
dad de las culturas del viejo mundo” (Bruhns 1994:360); al insinuar que “los
indígenas americanos eran salvajes atrazados, incapaces de crear una cultu-
ra sofisticada sin la ayuda benévola de tutores más avanzados de piel blan-
ca” (Fiedel 1987:342; también Cyphers 1997:433, Furst 1997:434); al “rebajar
y minimizar los legítimos logros culturales de los nativos americanos” (Coe
1997:433) y al “negar la historia de las poblaciones indígenas” (Damp y Var-
gas 1995:166). La corrección política toma prioridad sobre la evidencia cien-
tífica al punto que “mitos de origen tradicional son tan válidos como la ar-
queología, la cual es en efecto simplemente una forma de pensar, de una so-
ciedad particular” (Shennan 1989:2).
Los “difusionistas” son acusados también de promover intereses ca-
pitalistas y nacionalistas, al insinuar que “el progreso para el Tercer Mundo
consiste en aceptar la difusión ‘modernizadora’ del capitalismo multinacio-
nal y los rasgos materiales, ideas y comportamientos sociopolíticos asocia-
dos con éste” (Blaut 1994:188). Mi respaldo a la tesis sobre el origen de la ce-
rámica Valdivia en Jomon (Japón) ha sido censurado como una falta de éti-
ca bajo el supuesto de que ésto “apoya la ideología mestiza, la cual busca in-
corporar a los indígenas dentro del sistema cultural y económico de la elite
predominantemente hispana” (Morse 1994:175). La difusión es considerada
como “el término menos explicativo para representar las semejanzas estilís-
ticas ampliamente difundidas” (Stone-Miller 1993:32) y el rechazo de su in-
fluencia “ofuscadora” es motivo para celebrar (Fritz 1996:172). En pocas pa-
labras, “difusionismo es simplemente un estilo de pensamiento, el cual po-
demos eliminar de nuestras cabezas” (Blaut 1994:188).
Estas censuras ignoran el apoyo creciente entre otras disciplinas por
la existencia de contactos precolombinos mesoamericano-ecuatorianos y
asiático-americanos, inicialmente inferidos al aplicar sobre la evidencia ar-
queológica los principios evolucionistas.
Contacto Mesoamericano-ecuatoriano
Estudios químicos y tecnológicos en objetos de metal mesoamerica-
nos verifican la introducción de la metalurgia en el occidente de México
desde la región septentrional de los Andes. Estas también indican que la tra-
dición mesoamericana “tomó forma en el occidente de México por medio
de contactos culturales que abarcaron muchos cientos de años” comenzan-
8 / Betty J. Meggers
do hacia 650 d C. Dada la importancia atribuida a la presencia de artefactos
de origen extranjero y a la duplicación de los procesos de fabricación y con-
textos sociales asociados, es notable que “el número de objetos que llegó al
oeste de México fue relativamente pequeño. Lo que se diseminó fue la infor-
mación técnica, la cual incentivó el desarrollo de una tradición metalúrgica
regional...compatible con los intereses de los grupos que controlaban la
producción y con las normas locales concernientes con la naturaleza del
material” (Hosler y Stresser-Paen 1992:1215). La existencia de elementos
tecnológicos y aleaciones de origen norte y sur andinas sugiere una disper-
sión desde la costa del Ecuador y su ausencia en la región intermedia favo-
rece una transferencia por el mar (op. cit.: 1216).
El análisis de los tipos de objetos producidos en las áreas donante y
receptora revela cercanas similitudes en apariencia, composición y técnica
de fabricación, pero diferencias en énfasis funcional. Mientras que en las
poblaciones andinas el bronce se usaba primordialmente para herramien-
tas, entre los mexicanos occidentales se usaba primordialmente para hacer
campanas, aros, anillos, pinzas y otros pequeños objetos reservados para la
elite (Hosler 1988:850).
Como la fabricación de artefactos de mayor tamaño no estuvo im-
pedida por escaséz de la materia prima local, Hosler propone que
el sobresaliente énfasis de la metalurgia mexicana occidental en cam-
panas y sonido, así como en otros focos culturales particulares como la
importancia simbólica de pinzas, se desarrolló por causas internas es-
pecíficas... Las facetas de la metalurgia centro y sudamericana vincu-
ladas con los aspectos más sagrados de la vida social, simplemente no
fueron incorporados dentro de la experiencia mexicana. Dada la dis-
ponibilidad de materia prima, el fracaso en replicar el dominio por un
elite que caracteriza la tecnología andina o centroamericana —de he-
cho, la transformación de lo que fue mayormente secular en las regio-
nes de origen— es impresionante. El ejemplo mexicano occidental su-
giere que en ciertas circunstancias aquellas facetas de la tecnología
menos probables de ser transmitidas a un nuevo contexto social son las
que pertenecen al aspecto más sagrado de la experiencia... Las diferen-
cias en la cosmología, la religión y sus respectivos símbolos materiales
entre el occidente de México y las regiones del sur, pudieron haber sido
Introducción / 9
suficientemente grandes para impedir una integración dentro del re-
pertorio mexicano occidental... Los elementos metalúrgicos centro y
sudamericanos que aparecieron en el occidente de México respaldan
fuertemente la idea de que el conocimiento técnico y algunos pocos ar-
tefactos transmitidos por medio del comercio fueron los cuales promo-
vieron la introducción de la tecnología. Si la metalurgia hubiera sido
introducida por medio de conquista o migración, los elementos ideoló-
gicos... probablemente la hubieran acompañado (1988:851-852).
La posibilidad de que ambos mujeres y hombres hubieran hecho via-
jesdel Ecuador al occidente de México, se sugiere por la existencia en las dos
áreas de figurinas masculinas y femeninas vestidas con pantaloncillos o fal-
das y camisetas cortas (Anawalt 1992). Este estilo de vestimenta se tipifica
en la costa central del Ecuador desde circa 1.000 a.C., mientras que los ejem-
plares mexicanos surgen en Nayarit algunos siglos después. La probabilidad
de una conexión se incrementa por la semejanza en los diseños cuadrangu-
lares en la indumentaria de ambas regiones, un patrón difundido en la re-
gión andina pero limitado a la costa occidental en Mesoamérica (Anawalt
1992:120-121).
Contactos Transpacíficos
Shang-Olmeca. A pesar de que las investigaciones sobre la cultura ol-
meca se han intensificado, Diehl y Coe (1995:11) notan que “lo que es sor-
prendente es la falta de un consenso, incluso en los hechos básicos acerca
de la cultura y la vida olmeca”. La existencia de una entidad social, política o
ideológica para el “horizonte olmeca” ha sido cuestionada en vista de la va-
riación regional de los motivos diagnósticos. De acuerdo con Grove (1993),
“existe toda la razón para considerar que sus creadores fueron distintos ét-
nica y linguísticamente”. La teoría de que “el estilo y sus motivos...tuvieron
aparentemente múltiples orígenes” se considera como “una desviación ra-
dical y estimulante de las explicaciones tradicionales de ‘Olmeca como do-
nante’”.
Se han citado las excavaciones intensivas en la costa del golfo docu-
mentando un aumento en concentración de la población, complejidad so-
ciopolítica y ceremonialismo previo a la aparición de rasgos olmeca como
10 / Betty J. Meggers
prueba de su desarrollo local circa 1.200 a.C. (Rust y Sharer 1988, Grove
1997:55). Se niega importancia a la presencia en un sitio principal en el es-
tado de Guerrero de símbolos olmeca, arquitectura monumental y fechas de
carbono-14 más tempranas (Martínez Donjuan 1985), bajo la suposición de
que el fracaso en identificar antecedentes locales implica una intrusión des-
de la costa del Golfo (Grove 1993:100-101). La posibilidad de que la ausen-
cia de antecedentes locales pueda reflejar una intrusión transpacífica, o no
se hace caso, o se rechaza como “fantásticos cuentos de hadas” (Diehl y Coe
1995:11).
En cambio, el interés sobre posibles antecedentes shang se aumenta
entre los especialistas en China, estimulado por las investigaciones de Xu
(1996). Su familiaridad con la historia y el lenguaje chinos lo llevó a investi-
gar lo que le pudo haber pasado a una población de unos 250.000 indivi-
duos, que supuestamente se dispersaron después de la caída de la Dinastía
Shang circa 1.122 a.C. La coincidencia cronológica entre este evento histó-
rico y la súbita aparición de elementos shang en México y la existencia de
símbolos equivalentes a la escritura china, lo llevaron a la conclusión de que
“La escritura shang sí existió en el mundo olmeca desde la costa del Pacífico
hasta el México central y la costa del Golfo. Los símbolos más importantes
y más usados en ambas culturas, Shang y Olmeca, corresponden a sus con-
diciones sociales y sus medioambientes agrícolas, que incluyen el sol, la llu-
via, el agua, la adoración, el sacrificio, la riqueza, la tierra, las montañas y las
plantas” (Xu 1996:46). En vista del consenso de que todos los sistemas de es-
critura del Viejo Mundo están relacionados a pesar de sus aparencias distin-
tas (Renfrew y Bahn 1991:410), la verificación de una relación entre los sím-
bolos shang y olmeca constituiría una prueba del contacto precolombino
entre Asia y Mesoamérica. Por lo tanto, Xu compiló una lista de 146 ejemplos
representados en piedra y cerámica mexicanas y la mostró en China a varios
expertos en la cultura shang. Sin excepcion, todos corroboraron la semejan-
za.
La importancia de esta correlación se extiende más allá de la verifica-
ción de un contacto porque los símbolos chinos representan palabras en lu-
gar de sonidos. Por consiguiente, a pesar de que “la China moderna tiene
muchos dialectos ininteligibles unos con otros... los chinos que no pueden
conversar, sin embargo pueden leer libros en chino y comunicarse unos con
otros por medio de la escritura” (Wurm 1996:78). El hecho de que la escri-
Introducción / 11
tura japonesa empezó con la adopción de símbolos chinos permite que los
japoneses actuales puedan entender cierta cantidad de escritura china sin
conocer el idioma. De manera parecida, especialistas en escritura shang po-
drían ser capaces de traducir símbolos olmecas sin conocer el idioma o idio-
mas hablados en la antigua Mesoamérica. La adquisición de un método de
comunicación más eficiente por grupos linguísticamente distintos, nos pro-
vee de una explicación del contraste entre la diversidad regional y la integra-
ción simbólica que caracteriza a la “cultura madre” de Mesoamérica (Para-
dis 1990:39).
China-Mesoamerica. Un argumento fuerte a favor de introducciones
post-olmeca desde Asia proviene de conjuntos notablemente semejantes de
símbolos complejos y distintivos, los cuales estuvieron presentes en China
antes de 1.500 a.C. y parecen surgir casi simultáneamente en la costa pacífi-
ca en el sur de Mesoamérica circa 500 a.C (Fig. 1; Thompson 1989). Modifi-
caciones y combinaciones posteriores en ambas regiones también mues-
tran semejanzas notables (Fig. 2).
La probabilidad de una relación histórica es reforzada por el contras-
te entre la distribución limitada de los símbolos en el Viejo Mundo fuera de
Asia oriental y su representación completa en Mesoamérica (Thompson
1989, Table 3). Esta magnitud de duplicación también caracteriza las com-
paraciones Shang-Olmeca y Jomon-Valdivia y se puede atribuir a la veloci-
dad y aislamiento de un viaje por mar, lo cual disminuye el lapso de tiempo
entre la salida y llegada e impide la exposición de los pasajeros a influencias
de culturas extranjeras que pueden fomentar modificaciones.
Jomon-Valdivia. Una de las objeciones principales al origen Jomon de
la cerámica Valdivia ha sido la supuesta dificultad de cruzar el mar hace
6.000 años. Hoy en día, la evidencia arqueológica apoya la factibilidad de
viajes oceánicos por poblaciones asiáticas orientales incluso en tiempos an-
teriores. Fechas de carbono-14 entre 33.000 y 12.000 AP de sitios en Nueva
Irlanda, Nueva Bretaña y las islas de Admiralty y Solomon testifican de exi-
tosos viajes a través de más de 100 km de mar abierto (White 1993).
Concluyente evidencia de la competencia de navegación para los co-
mienzos del Período Jomon proviene de las pequeñas islas volcánicas del
Archipiélago de Izu que extiende desde Honshu central hacia el sur (Fig. 3).
Según Oda, 
12 / Betty J. Meggers
Introducción / 13
Figura 1. Comparación entre 13 símbolos distintivos y complejos que ocuren en Asia
oriental antes de 1.500 a.C. y aparecen en la costa pacífica de Mesoamérica 500 a. C.. Las
caracterísiticas arbitrarias, el solapamiento cronológico, la mayor antiguedad en China
y la aparencia súbita en América apoyan una introducción transpacífica (según Thomp-
son 1989, Tabla 2).
14 / Betty J. Meggers
Figura 2. Comparación entre las variaciones chinas y mesoamericanas del símbolo XII,
mostrando la conservación de las características durante dos mil años de aislamiento
(según Thompson 1989: 193).
Introducción / 15
Figura 3. Distribución de obsidiana de origen Kozushima del archipiélago de Izu. Su pre-
sencia en Hachijo-jima atestigua la habilidad del pueblo Jomon Temprano para atravesar
la rápida Corriente Japonesa o Negra, la cual podía haber llevado los inmigrantes hasta el
Nuevo Mundo (según Oda 1990: Fig. 8).
el sitio de Kurawa [en Hachijo-jima] rindió considerables cantidades
de cerámica transicional entre el Jomon Temprano terminal y Medio
inicial, claramente relacionada a la cerámica jomon encontrada en las
principales islas japonesas. Esta cerámica confirmó que el pueblo jo-
mon cruzó la Corriente Negra en canoas hacia las islas a una distancia
de más de 300 km. de la isla mayor de Japón... Fechadospor hidrata-
cion de obsidiana le da a Kurawa una duración desde 6.000 a 5.100 AP
y al sitio de Yubama desde 7.100 a 5.700 AP. Estas fechas, junto con la
tipología de la cerámica, son consistentes con las fechas de sitios rela-
cionados en las islas principales de Japón (Oda 1990:60-61).
El significado de esas distribuciones para la navegación fue enfatiza-
do por Oda:
En Honshu, la obsidiana Kozushima (Onbasejima) se encuentra en si-
tios paleolítico y jomon en el planalto de Masashino, en donde se la
identifica en sitios paleolíticos tan antiguos como de 30.000 AP y en si-
tios jomon tan lejanos como 200 km. del fuente de origen. Es significa-
tivo que incluso durante el Pleistoceno Tardío, cuando el nivel del mar
era de 100-140 m menos del nivel actual, Kozushima se encontraba se-
parada de la Península de Izu por un amplio estrecho de agua, hacien-
do imposible la adquisición de la obsidiana Kozushima sin hacer uso
de canoas o balsas. El uso muy temprano de la obsidiana de las Islas de
Izu demuestra que los pueblos paleolíticos en Japón ya habían desa-
rrollado formas de viajar por mar, estableciendo de esta manera la ba-
se para la tecnología de transporte acuático altamente desarrollada
del Período Jomon (Oda 1990:64).
Varios aspectos adicionales de la prehistoria jomon apoyan la factibi-
lidad de viajes transpacíficos. Los sitios más abundantes en las Islas Izu son
de los períodos Jomon Temprano y Medio-Temprano y contienen una mez-
cla de estilos cerámicos y ornamentos de materiales exóticos (ambar, jade,
serpentina), lo cual implica contactos extendidos con las regiones circun-
dantes (Oda 1990:70, 74). Alrededor del comienzo del Jomon Medio, Hachi-
jo-jima parece haber sido abandonado. Se desconoce la causa, pero Oda
considera improbable que la población “simplemente se murió; es más pro-
16 / Betty J. Meggers
bable que aprovechaban de su habilidad avanzada de navegación para tras-
ladarse a otras islas más al sur” (Oda 1990:76). Cerca a la misma época, un
deterioro climático bajó la temperatura en las montañas del centro de
Honshu, dismuindo los recursos de subsistencia y provocando la migración
de habitantes a la costa. Un flujo de gente sinn experiencia marítima podía
haber incrementado la frecuencia de viajes de deriva involuntaria
Jomon-San Jacinto. El descubrimiento de un complejo cerámico dis-
tintivo en el sitio de San Jacinto aumenta la antiguedad de la alfarería en la
costa norte de Colombia hasta casi 6.000 AP (Fig. 4; Oyuela Caycedo 1995).
A pesar de ser contemporánea con Valdivia Temprano, la cerámica difiere en
la composición de la pasta, la forma de las vasijas y la gran mayoría de las
técnicas de decoración. Una evaluación detallada de la evidencia de subsis-
tencia y asentamiento identifica a los habitantes como cazadores-recolecto-
res que visitaban el sitio periódicamente para aprovechar los recursos esta-
cionales. La presencia de numerosos hoyos forrados de barro y piedras frac-
turadas por el fuego, así como las características y baja frecuencia de la ce-
rámica, implican que ésta no se usaba para cocinar. De hecho, la forma y la
elaboración de los bordes de muchas vasijas parecen incompatibles con al-
guna función práctica.
El complejo San Jacinto comparte con Valdivia una variedad de técni-
cas decorativas complicadas sin antecedentes conocidos en el Nuevo Mun-
do. Como en Valdivia, la cerámica de San Jacinto se asemeja notablemente a
un complejo jomon contemporaneo, esta vez en Honshu central en vez de
Kyushu. Los rasgos compartidos incluyen incisiones terminadas en un pun-
teado profundo, pequeñas zonas ovoides rellenadas con incisiones finas pa-
ralelas, pequeños apliques semi-esfericos con punteado central, aplicacio-
nes en zig-zag, impresiones de cuerdas y bordes almenados con decoración
elaborada. La semejanza entre los bordes almenados de San Jacinto y las ex-
travagantes vasijas jomon popularmente conocidas como “vajilla flamean-
te” es especialmente notable (Fig. 4; Meggers 1995).
Evidencia Genética
Los esfuerzos en utilizar características genéticas para identificar
los antecedentes de los indígenas americanos, revelan algunas distribucio-
nes compatibles con introducciones transpacíficas. A pesar de que se han 
Introducción / 17
18 / Betty J. Meggers
San Jacinto
San Jacinto
San Jacinto
Miyashiro (Iida - city)
Toroku (Kumamoto-city)
Figura 4. Semejanzas entre la decoración de la cerámica San Jacinto de Colombia
(izquierda) y Jomon Medio de Japón (derecha). Las caracterísiticas distintivas incluyen
bordes almendrados recargados, aplique zigzag, perforaciones, incisiones con punteado
terminal e impresiones con cuerdas (según Meggers 1995: 112).
identificado cuatro linajes de DNA mitocondrial (mtDNA), llamados A, B, C
y D, dentro de las poblaciones del Nuevo Mundo, el linaje B no se encuentra
entre los siberianos actuales (Cann 1994). En cambio, éste se halla con alta
frecuencia entre los Sudamericanos, los Isleños del Pacífico y los Indonesios.
Después de considerar y rechazar explicaciones alternativas, Cann concluye
que 
una ruta costeña a lo largo del litoral del Pacífico no explica la gra-
diente geográfica que se ve en las frecuencias del linaje B, las cuales son
siempre más altas en el sur. Viajeros del Pacífico pudieron haber con-
tribuído con este linaje a las Americas sin haber cruzado nunca el Es-
trecho de Bering. Un predicción de este modelo es que el linaje B sea vis-
to arqueológicamente como intruso y limitado a una antiguedad
cuando sabemos que ocurrían viajes frecuentes en la Remota Oceanía.
Basándose en la expansión del complejo de Lapita, Cann sugiere una
antiguedad de 6.000 años, la cual coincide con los comienzos de la cerámica
de Valdivia y de San Jacinto. Una encuesta comparando 13 marcadores gené-
ticos en grupos raciales diferentes alrededor del mundo revela cercanas simi-
litudes entre los descendientes jomon de Japon e indígenas colombianos:
En dicho estudio se encontró que los noanama [indios del sur del Cho-
có]...guardan estrecha relación con las poblaciones del Pacífico central
(Samoanos) y, curiosamente, se han visto más estrechamente relacio-
nados con marcadores genéticos japoneses. El hecho de que Japón, un
país con una de las más altas seroprevalencias contra el HTLV-l en el
mundo, principalmente entre los descendientes del antiguo período Jo-
mon—compartiera marcadores genéticos muy cercanos con los nativos
portadores noanama de Colombia nos llevo a sugerir que, probable-
mente, este virus había sido introducido a Sudamérica desde el Lejano
Oriente por una vía diferente y más directa que el estrecho de Bering, la
cual habría permitido unir las poblaciones japonesas con las sudame-
ricanas hace miles de años.
Además, estudios genéticos realizados recientemente en nativos suda-
mericanos mostraron que estos ancestros poseían marcadores geneti-
Introducción / 19
cos dentro del antígeno de histocompatibilidad leucocitario (HLA) si-
milares a los descritos en poblaciones japonesas. Específicamente y de
manera interesante, los habitantes contemporáneos de la costa suroc-
cidental de Colombia, quienes presentan seropositividad contra el vi-
rus HTLV-1 y algunos de los cuales han desarrollado la enfermedad del
HAN/TSP, muestran marcadores genéticos idénticos a los hallados en
pacientes japoneses con HAM/TSP, ubicados principalmente en el sur
en los alrededores de la isla Kyushu. La posibilidad de arribos transpa-
cíficos directos explicaria las similitudes entre estas poblaciones aqui
comentadas y, curiosamente, dichos contactos transpacíficos han sido
sugeridos de manera reciente como la explicación más probable para
la presencia de algunos marcadores en el HLA de ancestros surameri-
canos, los cuales estuvieron totalmente ausentes en poblaciones simi-
lares del Norte y Centro América (León S. et al 1994:133-134, 1995).
El territorio ocupado por los noanama se extiende entre el Río San
Juan y la costa pacífica de Colombia, a traves de la ruta por la cual se postu-
ló la introducciónde los elementos de la cerámica Valdivia incorporados en
el complejo de Puerto Hormiga en la costa norte de Colombia. La aparien-
cia del complejo cerámico de San Jacinto en la costa del Caribe es inteligible
dentro del contexto de la evidencia genética, porque los inmigrantes llegan-
do a la costa pacífica habrían tenido fácil acceso por el sistema de los ríos
San Juan y San Jorge (Fig. 5; Meggers, Evans y Estrada 1965: Fig. 104).
Evidencia Parasitológica
La presencia en poblaciones sudamericanas precolombinas de pará-
sitos intestinales de origen tropical del Viejo Mundo provee otra indicación
biológica de contacto transpacífico. A pesar de que grupos indígenas actua-
les pudieron haber sido infectados por inmigrantes recientes, varios casos
arqueológicos ampliamente separados geográficamente apoyan una anti-
guedad mayor. Se han identificado lombrices adultas en una momia perua-
na con una fecha de carbono-14 de circa 900 a.C. (Allison et al 1974) y hue-
vos y larvas en heces humanas de un sitio arqueológico en Brasil con fechas
que comienzan circa 2.400 a.C. (Ferreira et al 1983). Varias autoridades seña-
lan que “una especie biológica no surge en dos puntos y por tanto, la presen-
20 / Betty J. Meggers
Introducción / 21
Figura 5. La costa pacífica de Colombia mostrando la relación entre la ubicación de la
tribu indígina noanama y la ruta natural entre las costas del Ecuador y el norte de
Colombia (según Meggers, Evans y Estrada 1965, Fig. 104a).
cia de determinado parásito en dos regiones diferentes indica forzosamen-
te un contacto entre sus huéspedes en el pasado”. Dado que el ciclo vital no
se puede completar en suelo templado, “solamente las migraciones por mar
serían capaces de introducir ancilostomideos hacia América, particular-
mente las migraciones transpacíficas” (Araújo 1988, Araújo et al 1988, Con-
falonieri et al 1991).
Limitaciones de la Evidencia Arqueológica
Uno de los principales obstáculos para reconocer la influencia trans-
pacífica es la continuidad de la mayoría de los aspectos de la cultura recep-
tora. Así, la aparición de los rasgos olmecas parece compatible con el creci-
miento de las comunidades sedentarias, la estratificación social incipiente y
otra evidencia del aumento de complejidad cultural durante el segundo mi-
lenio antes de Cristo. De manera parecida, se cita la posible existencia de un
complejo cerámico más temprano en la costa del Ecuador para refutar la in-
troducción transpacífica de la cerámica Valdivia. 
La dificultad en detectar la influencia extranjera se ha comentado
desde hace mucho tiempo por investigadores del temprano contacto espa-
ñol en Mesoamérica. En 1960, Foster señaló que “la cultura de la conquista
representa solamente una pequeña parte de la totalidad de rasgos y comple-
jos que forman parte de la cultura donante. Después, por medio de una se-
gunda filiación en la región geográfica de la población receptora, la cultura
de conquista disminuye aún más” (1960:227). Debido a que los contactos
transpacíficos no involucraron una cultura de conquista, el número de in-
migrantes debido haber sido escaso y no hubo un seguimiento. Consecuen-
temente, su impacto potencial debe ser valorado contra situaciones en lími-
te con la colonización española en lugar de áreas nucleares. 
En esta conexión, es instructivo examinar la evidencia del temprano
impacto español en la costa oriental de Yucatán. Excavaciones en dos asen-
tamientos revelaron que:
Ni en Lamanai ni en Tipu existe evidencia específica de que los euro-
peos instituyeron o influenciaron la transformación de la tradición ar-
quitectónica indígena, a pesar del hecho de que mucha de la construc-
22 / Betty J. Meggers
ción con fechado posterior a la llegada de los espanoles incorpora nu-
merosos rasgos distintos de los antecedentes precolombinos.
Particularmente en Tipu, las estructuras del período colonial represen-
tan una ruptura considerable con la tradición precolombina en varios
aspectos, pero las modificaciones se pueden atribuir tanto a cambios
autogenerados en la tradición arquitectonica comunal como a la in-
fluencia externa. Aquí, como en Lamanai, también es cierto que carac-
terísticas de la arquitectura precolombina, muchas de las cuales fueron
establecidas a finales del período prehistórico como reacción a la dimi-
nución de recursos materiales y también posiblemente a la decreciente
mano de obra, sobrevivieron durante el período histórico. Dentro del
contexto de cambio y continuidad, ninguna de las dos comunidades
parece incorporar estructuras levantadas para servir a propósitos nati-
vos pero incorporando técnicas de construcción o detailes del plan de-
rivados de modelos europeos. La tradición arquitectónica española
aparece sólo en las iglesias, como es de esperarse, pero aún así en con-
junto con técnicas de construcción indígenas (Pendergast 1993:119).
La conclusión de que las condiciones que oscurecen el reconoci-
miento de la influencia colonial—es decir, la comunicación limitada o indi-
recta entre los intrusos y las comunidades nativas, las excavaciones arqueo-
lógicas selectivas y la preservación diferencial— “dictan la máxima depen-
dencia posible en información que muy a menudo parece enloquecedora-
mente mínima” (Pendergast 1993:108), se aplica igualmente a la detección
de contactos transpacíficos precolombinos.
Otra advertencia del posible desemparejamiento entre la realidad y la
evidencia material proviene de la expansión de colonias musulmanas den-
tro de China desde el siglo 10 en adelante. A pesar de que los musulmanes
jugaron papeles importantes en el gobierno durante varios períodos, la evi-
dencia física de su presencia en la mayor parte de la China es muy escasa.
Templos tradicionales fueron transformados en mezquitas sin modificar
significativamente la arquitectura indígena y provistos de minaretes que se
parecen a “pagodas enanas” (Lawton 1991). Sin la evidencia histórica sería
difícil o imposible detectar la existencia y mucho menos el impacto, de la in-
fluencia musulmana en la historia de China.
Introducción / 23
Explicando el Curso de la Evolución Cultural
La teoría evolucionista nos ofrece el único contexto comprensivo pa-
ra explicar el desarrollo cultural en todos los niveles durante el espacio y el
tiempo. Nos impide hacer preguntas inapropiadas. La busqueda de una so-
la causa para la evolución de los estados no es más justificable que la bus-
queda de una sola causa para la evolución de ojos. Nos suministra criterios
para distinguir rasgos morfológicos iniciales y derivados, así sean biológicos
o culturales, permitiendo la reconstrucción de relaciones históricas. Pero lo
más importante es que nos desvía la atención fuera del propósito humano
hacia las fuerzas básicas que controlaron este planeta desde su formación,
permitiéndonos prevenir y posiblemente aprender de evitar “la revancha de
las consecuencias indeseadas” (Tenner 1997).
Hoy en día encaramos una paradoja. La maduración de la comunica-
ción simbólica, la cual empezó a manifestarse durante el Paleolítico Supe-
rior, hizo posible acumular y diseminar información a través de barreras
geográficas, culturales, raciales y linguísticas, reduciendo la necesidad de
invenciones independientes múltiples. Los métodos de comunicación cada
vez más rápidos y eficientes a través de distancias siempre crecientes—ha-
bla, escritura, telégrafo, teléfono, fax, correo electrónico, internet— han
multiplicado las oportunidades para la elaboración y modificación de cual-
quier tipo de novedad. Simultáneamente, los avances acelerados en la velo-
cidad, memoria y magnitud del procesamiento de la información están ex-
pandiendo nuestros horizontes a la profundidad de las partículas sub ató-
micas y a las fronteras del cosmos (Taubes 1996). A fines del siglo 20, este
proceso provee a los seres humanos en todo el mundo, mayor cantidad de
información a mayor velocidad de lo que nos hubiéramos podido imaginar
aún pocos años atrás. Robos computarizados, vigilancia tecnológicamenteavanzada e “ingeniería en reverso” suplementan al plagio, el espionaje, el
contrabando, el comercio, el rapto y otros métodos tradicionales para difun-
dir conocimiento.
El impacto global de las transformaciones sociales, políticas y econó-
micas resultantes ya es suficiente para constituir la tercera revolución cultu-
ral mayor en la historia de la humanidad, conduciéndonos dentro de la
Edad de la Información. Las revoluciones Agrícola e Industrial provocaron
reorganizaciones traumáticas en todos los aspectos y niveles de la sociedad
24 / Betty J. Meggers
y ahora estamos experimentando reajustes más notorios a una velocidad
mucho más acelerada.
Mientras que la Edad de la Información nos conduce dentro del espa-
cio cibernético, es importante recordar que los avances tecnológicos que
dominan nuestras vidas son el producto de colaboraciones interétnicas que
empezaron con la maduración de la comunicación simbolica. La aplicación
de la teoría evolucionista a la evidencia arqueológica puede revelar la mane-
ra en que la difusión de ideas e invenciones entre comunidades ampliamen-
te separadas estimulaba la elaboración cultural a través de todo el planeta.
Repudiar la existencia de este proceso defrauda a todas las poblaciones hu-
manas del reconocimiento de sus contribuciones a la historia verdadera y
nos consigna al dominio estéril y artificial de una realidad virtual.
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28 / Betty J. Meggers
Capítulo 1
EXPLICANDO EL CURSO DE LOS
EVENTOS HUMANOS
Aunque han transcurrido más de cien años desde que Darwin nos de-
rrumbó del pedestal de la creación especial y nos arrojó entre los demás
vertebrados, todavía la aceptación de que nuestro comportamiento se pue-
de explicar en términos de la teoría evolutiva encuentra gran resistencia tan-
to entre científicos como entre el público. Es instructivo consideraresta an-
tipatía en el contexto del conocimiento actual de los orígenes del universo
y de la vida.
Ahora los astrónomos creen que una explosión entre 10 y 20 mil mi-
llones de años atrás creó toda la materia y energía que se encuentra incor-
porada dentro de los incontables cuerpos celestes arrojados a través del es-
pacio. Hace cerca de 4.600 millones de años, nuestro planeta se conformó a
la distancia apropiada de una estrella que tenía la intensidad correcta para
proveer las condiciones compatibles con la emergencia de la vida. Después
de otros 1.000 millones de años, la superficie de la tierra alcanzó un estado
adecuado para la supervivencia de moléculas con la capacidad de autore-
producción, pero muchos otros iones transcurrieron antes de que estas se
combinaran, creando organismos unicelulares quienes iniciaron un diálogo
evolutivo que transformó la biósfera y produjo millones de tipos de criatu-
ras, cuya diversidad morfológica enmascara su uniformidad química. La
biota que conocemos constituye el último capítulo de una épica larga, com-
plicada y vaga. Aunque muchos detalles permanecen obscuros, está claro
que nuestra existencia no es más inevitable y nuestra persistencia no más
probable que aquellas de cualquier otra especie que haya existido.
Comparado este panorama con el mensaje expresado o implícito en
los informes diarios de los periódicos, discursos políticos, propagandas, li-
bros— de hecho, en casi todo tipo de medio popular y académico—de que
nuestra especie no sólo ha superado las restricciones de la selección natu-
ral, sino que ha conseguido controlar el medioambiente de la biósfera. La
sobre-explotación de los recursos renovables y el agotamiento de los no re-
novables, la contaminación de la atmósfera y el océano, el crecimiento ex-
plosivo de la población humana, la extinción de otras especies cuyos hábi-
tat nosotros destruimos—estos y otros procesos acelerantes son vistos como
fácilmente remediables, cuando y si decidimos tomar medidas. ¿El hecho
de que sólo nosotros hemos puesto al descubierto estructuras y eventos de-
masiado pequeños, distantes y antiguos para poder observarlos directa-
mente—y a partir de éstos hemos deducido las leyes que regulan las galaxias
y los átomos—no prueba que hayamos roto los lazos ecológicos que limitan
la libertad de todos los otros tipos de organismos?.
Presentadas estas dos interpretaciones, algunos de nosotros encon-
tramos la visión evolucionista más aceptable. Consideramos inconcebible
que nuestra especie tenga la capacidad de desvíar conscientemente—mu-
cho menos llegar a parar—procesos que han operado en una escala cósmi-
ca por miles de millones de años. Además, por debajo del revestimiento cul-
tural, el comportamiento humano es tan semejante al de otros animales que
se explica mejor por los principios generales de la evolución. Este trabajo
llamará la atención respecto a algunas de las restricciones inadvertidas que
disminuyen nuestra libertad de opción y examinará sus implicancias para el
curso futuro de los eventos humanos.
Primero se hace necesaria una breve disgresión debido a la perspec-
tiva antropocéntrica que no solamente domina el pensamiento popular, si-
no que también prevalece entre los científicos sociales. La “reacción visce-
ral” de la mayoría de los antropólogos es la de rechazar la posibilidad de que
aspectos del medioambiente estén fuera de nuestro control. Esta actitud se
encuentra aún en libros de texto sobre “antropología ecológica”. Una auto-
ridad nos dice, por ejemplo, que “Podemos...construir modelos del proceso
social que contengan muchos elementos que nos recuerden a los ecosiste-
mas naturales, pero podemos, si así lo queremos, permanecer agnósticos
sobre la cuestión de si este paralelismo hace necesario considerar a los sis-
temas sociales equivalentes a los ecosistemas” y que “la manipulación racio-
nal o intencional de los medio ambientes sociales y naturales constituye el
enfoque humano respecto a la Naturaleza” (Bennett 1976: 19-29, 3). Otra au-
toridad especifica que “usaremos el término sistema ecológico para evitar la
predisposición biológica asociada con la palabra ecosistema” (Hardesty
30 / Betty J. Meggers
1977:14, énfasis en el original) y asevera que “la evolución cultural induda-
blemente involucra algún tipo de proceso de ‘selección’, y probablemente
varios tipos, pero no es probable que algo análogo a la selección natural sea
común” (Hardesty 1977: 39). Resulta claro que afirmaciones como éstas re-
flejan en parte un mal entendido de principios biológicos cuando compara-
mos las circunstancias que los antropólogos consideran como distintivas de
la cultura con las declaraciones de los biólogos (Tabla 1).
La impresión de la singularidad humana está reforzada por la com-
plejidad y variedad de nuestro comportamiento. Siendo animales, tenemos
rangos de tolerancia a la temperatura y a la presión, habilidades para subsis-
tir con una vasta variedad de alimentos, y muchas otras características de-
terminadas por nuestra herencia genética. Tenemos también una dimen-
sión social, la cual no es exclusiva de nuestra especie o aún del orden Prima-
tes. Finalmente, tenemos cultura. Si somos o no únicos en este respecto de-
pende de como se defina la cultura (v.g. Bonner 1980), pero es cierto que el
grado de elaboración que hemos alcanzado no tiene precedente ni paralelo.
Nos alegramos por nuestra capacidad de escudriñar las profundidades del
tiempo y de exponer la estructura de los átomos, deteniéndonos sólo oca-
sionalmente para preguntarnos si nuestras percepciones de la “realidad”
son “verdaderas”. Mientras que una interpretación errónea de la historia del
universo no hace daño, excepto quizá para el ego de su proponente, una es-
timación errónea de nuestra capacidad de controlar el medioambiente pue-
de ser desastrosa. Es menester, entonces, examinar cuidadosamente nues-
tra situación. ¿Cuáles son los aportes relativos de nuestras herencias bioló-
gica, social y cultural? ¿Las limitaciones biológicas sobre el comportamien-
to cultural igualan o exceden el impacto de la cultura sobre los procesos bio-
lógicos? ¿Bajo qué circunstancias y en qué magnitud somos realmente capa-
ces de ordenar o aún de encauzar la evolución de la cultura?
Otro factor que inhibe la comprensión científica es la predisposición
inculcada en nosotros por los mismos fenómenos que estamos tratando de
estudiar. Creemos que la posesión de “conciencia cognitiva” nos separa de
los otros organismos y que nosotros solos podemos reconocer y resolver
“problemas”. De esta manera, cuando la caza y la recolección dejaron de
proveer suficiente comida, nuestros ancestros resolvieron el problema con
la domesticación de plantas y animales; cuando la producción de comida
cayó por debajo de los requerimientos de poblaciones en crecimiento, ellos
Explicando el curso de los eventos humanos / 31
produjeron granos de más alto rendimiento o mejoraron las condiciones
para su crecimiento; cuando se necesitó la alfarería, se la inventó.
La visión antropocéntrica de que “una respuesta beneficiosa a un
problema medioambiental no puede hacerse a no ser que el organismo es-
té consciente de que existe un problema” (Hardesty 1977: 28) contrasta con
Tabla 1. Semejanzas entre los procesos culturales y biológicos, vistas
como diferentes por los antropólogos
Antropólogos Biólogos
32 / Betty J. Meggers
“Las variaciones culturales ....no son capaces
de una reproducción y transmisión precisa de
padres a hijos como lo son las variaciones ge-
néticas; al contrario, ellas son susceptibles de
combinaciónes y reinterpretaciónes infinitas.
característica de la variación cultural la que
hace que sea un proceso análogo a la selec-
ción natural cuestionable como responsable
de la diferenciación evolutiva” (Hardesty 1977:
38)
..”la reproducción sexual, la cual probable-
mente ocurrió temprano en la evolución,
obliga al reajuste de los programas genéticos
en las poblaciones que pueden entrecruzarse.
Como resultado,cada programa genético (es
decir cada individuo) es diferente de los otros.
Este reacomodamiento permanente de los
elementos genéticos provee tremendas po-
tencialidades de adaptación (Jacob 1977:
1166)
“Mientras la historia sociocultural humana,
como la historia biológica, implica procesos
generales y predecibles, dadas las condiciones
específicas, su curso verdadero implica una
interacción inmensamente compleja de pro-
cesos socioculturales y ecológicos, lo cual es,
en su concreción total, impredecible e irrepe-
tible” (Fallers 1974: 140).
“Mientras más estudio la evolución más
estoy impresionado por la originalidad,
la impredecibilidad y la irrepetibilidad
de los eventos evolutivos” (Mayr 1976:
317).
“Cualquier teoría de ecología humana o cultu-
ral que esté basada en la proposición de que
las relaciones del Hombre con la Naturaleza
pueden ser entendidas sobre la base de méto-
dos y conceptos derivados de la ecología bio-
lógica, tiende a descuidar la variabilidad y la
apertura del proceso del comportamiento hu-
mano...” (Bennett 1976: 245)
“El aspecto más emocionante de la biología es
que , en contraste con la física y la química, no es
posible reducir todos los fenómenos a unas po-
cas leyes generales. Nada es tan típicamente
biológico como la interminable variedad de so-
luciones que encuentran los organismos para
enfrentarse con desafíos medioambientales
similares”(Mayr 1976: 424).
el principio biológico de que “cualquier cosa que aumente la probabilidad
de supervivencia y el éxito reproductivo será seleccionada automáticamen-
te” (Mayr 1976: 38). ¿Podemos ignorar sin peligro la posibilidad de que los
patrones de comportamiento cultural se originaron y persisten por la selec-
ción natural antes que por la selección consciente? ¿O que las elecciones di-
rigidas a una meta constituyen una manera de incrementar la variación al
azar sobre la cual puede operar la selección (Dunnell 1981: 210)? ¿Podemos
estar seguros de que la conciencia cognitiva no es una ilusión fomentada
por la selección natural como un mecanismo de adaptación?
Cuando nos miramos a nosotros mismos desde la perspectiva de la
selección natural, podemos ver dos maneras principales de examinar la
cuestión de como se adaptan los seres humanos. Una es la interfase entre la
biología y la cultura: ¿en qué magnitud nuestro comportamiento tiene una
base genética y cuáles son los efectos biológicos de las prácticas culturales?
La otra es el proceso de evolución: ¿en qué magnitud son las causas de cam-
bio biológico y cultural semejantes y cuáles son las consecuencias de las di-
ferencias en los métodos de transmisión de innovaciones?
La interacción biocultural se manifiesta en los efectos de la dieta, el
conocimiento médico, valores, relaciones sociales, y otras variables cultura-
les sobre la estatura, expectativa de vida, frecuencia de patologías específi-
cas, fertilidad, y otras diferencias biológicas entre individuos y poblaciones.
También existen correlaciones más sutiles entre los atributos fisiológicos y
las prácticas culturales. Las consecuencias genéticas de la “autodomestica-
ción” están haciéndose suficientemente salientes para despertar preocupa-
ción sobre sus implicancias a largo plazo (Neel 1983). El aspecto comple-
mentario de la interfase biocultural—la medida en la cual el comportamien-
to cultural está encauzado biológicamente—está siendo explorado por los
sociobiólogos. Claramente, el nuestro es un “mundo simio”, como fuera de-
signado hace medio siglo (Day 1936), y nuestro comportamiento e institu-
ciones serían diferentes si fueramos felinos o bovinos en lugar de primates.
Queda por ser establecido si expresiones culturales específicas reflejan dife-
rencias biológicas entre poblaciones humanas, antes que la operación de
procesos selectivos semejantes a aquellos responsables por las configura-
ciones biológicas.
Quiero aplicar la perspectiva de la teoría evolucionista a la cuestión
de cómo se adaptan los seres humanos. Si miramos hacia atrás el camino
Explicando el curso de los eventos humanos / 33
que siguieron nuestros ancestros, podemos ver que el comportamiento pro-
gramado genéticamente era paulatinamente suplementado y luego progre-
sivamente suplantado por el comportamiento aprendido como medio de
articulación de individuos con sus medioambientes. La cultura, que es la
culminación de esta tendencia y el modo dominante de adaptación del Ho-
mo sapiens, es un tipo especializado de comportamiento aprendido. Los in-
dividuos quienes podían mejorar lo que se les enseñaba y transmitir un cú-
mulo de información más grande y más fiable a sus contemporáneos y des-
cendientes daban a los útimos una mejor posibilidad de sobrevivencia.
Mientras más se elaboraran las prácticas culturales, aquellos individuos y
grupos que las poseían eran capaces de reducir mejor el impacto de las cri-
sis devastadoras. Nuevamente, los más hábiles sobrevivían y se multiplica-
ban.
Aunque el objeto primario de la selección natural se ha movido pau-
latinamente de la fuerza y la agilidad biológica hacia las herramientas y el
conocimiento cultural, los procesos iniciados cuando comenzó la vida han
permanecido (aparentemente) sin cambio. Los mismos principios rigen la
progresión biológica desde los organismos unicelulares hasta los mamíferos
superiores y la progresión cultural desde las bandas familiares hasta los “su-
perpoderes” (Bonner 1980).
Visualizar el comportamiento cultural a través de lentes distorciona-
dos por la exposición a las teorías y métodos de las ciencias naturales sugie-
re que mucha de la confusión, discordia, incertidumbre y tensión general
prevaleciente entre los científicos sociales refleja el fracaso para alcanzar
dos metas fundamentales para la investigación científica: (1) desarrollar un
marco teórico general útil para identificar clases de datos culturales signifi-
cativos y para generar hipótesis para explicarlos y (2) liberarnos suficiente-
mente de las predisposiciones negativas implantadas por la cultura para po-
der examinar objetivamente el comportamiento humano. Estos dos hilos
están entretejidos: hasta que no consigamos objetividad, no podremos in-
crementar nuesta comprensión científica, pero la adquisición de la com-
prensión requiere más objetividad de la que poseemos ahora.
Nuestra búsqueda de comprensión está impedida aún más por el he-
cho de que nuestras herramientas no solamente son parte de nuestro obje-
to de estudio, sino que se han desarrollado en el contexto de una variedad
de cultura particular. La fuerza de este obstáculo es evidenciada por el pro-
34 / Betty J. Meggers
greso mínimo hacia su erradicación. El primer paso es un reconocimiento
claro de su existencia; el segundo es reunir las claves relevantes que tene-
mos para explicar el comportamiento humano y examinar cómo pueden ser
integradas y aumentadas.
En las páginas que siguen, presentaré algunos de los aspectos de la
teoría evolucionista que me parece se deben tomar en cuenta para explicar
los fenómenos culturales que de otra manera se hacen ininteligibles. Se
asumirá que son válidas las siguientes proposiciones: 
1 la evolución es un proceso universal y contínuo que opera ahora
esencialmente como lo hacía cuando comenzó la vida.
2 la cultura es una forma de comportamiento adaptativo que da al Ho-
mo sapiens una capacidad única de responder a las presiones me-
dioambientales rápida y variablemente así como de afectar drástica e
irreversiblemente el medioambiente global.
3 “la diversidad y la adaptación armoniosa del mundo orgánico [es] el
resultado de una producción constante de variación y de los efectos
selectivos del medioambiente” (Mayr 1963: 1), y la diversidad del
mundo cultural es atribuíble al mismo tipo de interacción.
Después de describir las semejanzas en las fuentes de diversidad y los
mecanismos para la preservación diferencial de las innovaciones biológicas
y culturales, revisaré algunas de las consecuencias de sus métodos diferen-
tes detransmisión. Finalmente, examinaré algunas de las implicancias de
este punto de vista.
Fuentes de Diversidad
Los cambios biológicos y culturales son muy semejantes en su géne-
sis e implementación. Las mutaciones, las cuales crean nuevos genes, son
comparables a las invenciones y los descubrimientos. La recombinación ge-
nética altera las secuencias de los genes en los cromosomas, produciendo
nuevos efectos fenotípicos. Resultados semejantes siguen a las nuevas com-
binaciones de rasgos culturales, como cuando los animales domésticos fue-
ron atados a carros y arados. El flujo de genes difunde las variaciones de una
población a otra para proveer la oportunidad de combinaciones nuevas.
Explicando el curso de los eventos humanos / 35
Su contraparte cultural, la difusión, dispersa las ideas y los objetos entre las
poblaciones humanas.
La distribución al azar, también conocida como el “efecto fundador”,
causa una representación desigual de genes ancestrales entre dos o más po-
blaciones previamente interactuantes, conduciendo a su diversificación.
Divergencias semejantes se observan en el comportamiento cultural y en el
idioma de grupos humanos cuya comunicación ha sido reducida o termina-
da. Finalmente, la deriva genética, la cual cambia paulatinamente la repre-
sentación de alelos en una población, es homóloga a la deriva cultural, la
cual produce alteraciones graduales en el comportamiento cultural.
La variabilidad biológica y cultural comparten otras características.
La mayoría de las innovaciones biológicas o no llevan a una ventaja inme-
diata o son nocivas para sus poseedores (Mayr 1976: 522; Blute 1979: 56). La
literatura etnográfica da fé de la represión y el ostracismo que se impone a
los individuos desviados, cuyo comportamiento se cree que amenaza la se-
guridad de la comunidad. Aunque una diversidad interna mayor es tolerada
por las sociedades complejas, todavía penalizamos a los inconformes (v.g.
usuarios de drogas y homosexuales), quienes parecen desafiar la validez de
los valores e instituciones dominantes.
La producción contínua y al azar de innovaciones tanto biológicas co-
mo culturales provee el potencial para un rápido reajuste cuando un com-
portamiento exitoso se torna obsoleto. La velocidad con la cual ciertos tipos
de insectos han desarrollado tolerancia a los pesticidas es un ejemplo dra-
mático de la importancia que para una especie tiene el mantener la hetero-
geneidad biológica. Las prácticas culturales minoritarias han jugado pape-
les semejantes durante períodos de crisis. Las religiones mundiales domi-
nantes muestran su rastro en cultos locales insignificantes, cuyos valores
fueron preadaptados para la manutención del orden bajo condiciones polí-
ticas y económicas diferentes.
De vez en cuando, una innovación extraña inicia una nueva línea de
evolución. Entre los animales, los insectos y los vertebrados parecen haber
surgido de especies ancestrales distintas que desarrollaron especializacio-
nes peculiares (Mayr 1976: 522). Entre las culturas, la invención de la má-
quina a vapor, fue seguida por consecuencias impredecibles y penetrantes.
Hoy, nuestras vidas están siendo drásticamente alteradas por la ramifica-
ción explosiva de la microelectrónica.
36 / Betty J. Meggers
Perpetuación Diferencial de Innovaciones 
Los mecanismos para la perpetuación diferencial de las innovaciones
biológicas y culturales son también semejantes, como debería esperarse si
el proceso evolucionista fuera universal. Muchos científicos sociales se opo-
nen a aplicar el término “selección natural” a los fenómenos culturales y han
propuesto sustituirlo por “selección cultural” (v.g. Durham 1976: 91). Debi-
do a que el concepto de selección natural es anterior al descubrimiento de
los medios genéticos de transmisión de variaciones biológicas, y a que los
mismos tipos de procesos pueden ser observados entre fenómenos biológi-
cos y culturales, me alíneo con aquellos que prefieren una definición no ge-
nética de la selección natural (v.g. Richardson 1977: 14)
Entre las manifestaciones de procesos selectivos compartidos por los
fenómenos biológicos y culturales están la radiación adaptativa (Kottak
1977; Linares 1977), la especialización de nichos (Despres 1969), el mutua-
lismo (Peterson 1978), la exclusión competitiva (Margolis 1977), la conver-
gencia fenotípica (Rhodes y Thompson 1975; Adams 1966; Meggers 1972), y
el equilibrio en las razones área-diversidad (Terrell 1977). El espacio dispo-
nible no permite ejemplificar todos estos, y algunos, como la exclusión
competitiva, son obvios. La mayoría de nosotros lo experimentamos al en-
contrar un cónyugue, al ganar admisión a una universidad, al conseguir tra-
bajo, al obtener fondos para un proyecto de investigación o un préstamo pa-
ra comprar una casa y en otras innumerables situaciones. Las sociedades
más pequeñas y simples salen perdiendo frente a las más grandes y avanza-
das, un proceso que se mueve en muchas partes del mundo actual. Los
ejemplos biológicos y culturales de convergencias y de proporciones área-
diversidad ilustran su semejanza.
La convergencia—el surgimiento de formas similares de anteceden-
tes diferentes—es una de las expresiones más fascinantes del proceso evolu-
tivo. Puede manifestarse biológicamente en el desarrollo independiente de
estructuras que parecen diferentes pero que desempeñan la misma función,
como las alas de murciélagos y pájaros y las colas bifurcadas de ballenas y
peces, o puede llevar a semejanzas morfológicas sorprendentes, tales como
las alas membranosas de murciélagos y de pterodáctilos o las hojas con
“puntas goteantes” y los contrafuertes horadados de los árboles en la selva
tropical.
Explicando el curso de los eventos humanos / 37
Especies no emparentadas que ocupan nichos equivalentes en conti-
nentes diferentes pueden parecerse unas a otras más que con sus parientes
biológicos. Entre los ejemplos de la fauna mamífera de los trópicos africa-
nos y americanos están los pangolines y los armadillos, los hipopótamos
pigmeos y los capyvaras, los antílopes reales y los agoutis (Bourlière 1973:
Fig. 1). En mayor escala, comunidades de plantas pueden ser tan parecidas
que sólo un especialista puede decir si una fotografía dada retrata, por ejem-
plo, a un paisaje desértico en la provincia de Catamarca, Argentina, o a una
“foresta” de cacti saguaro en el sur de Arizona de los Estados Unidos.
Las convergencias culturales son igualmente impresionantes. Los
rasgos y complejos prehistóricos de regiones ampliamente separadas con
medioambientes semejantes son a menudo extraordinariamente parecidas.
En los tiempos del contacto europeo, las florestas del este de América del
Norte y de la cuenca amazónica de América del Sur estaban habitados por
agricultores itinerantes, quienes vivían en casas comunales de troncos y pa-
ja, a menudo rodeadas por empalizadas defensivas; contemporáneamente,
los desiertos del suroeste de los Estados Unidos y del noroeste de Argentina
fueran ocupados por grupos que practicaron la agricultura seca o la irriga-
ción, vivieron en “pueblos” multihabitacionales, y decoraron su alfarería
con motivos geométricos idénticos, realizados en negro sobre un fondo
blanco (Meggers 1972). Las formas de vida tradicionales en el altiplano de
Suiza y los Himalayas comparten detalles de cultura material, técnicas de
subsistencia, tenencia de la tierra, y organización sociopolítica, incluyendo
elementos tan específicos como matrimonio retardado, alta frecuencia de
celibato, y baja tasa de nacimiento (Rhodes y Thompson 1975).
La evolución de la sociedad urbana en el México precolombino siguió
a aquella de Mesopotamia por varios milenios, pero los tipos de institucio-
nes sociopolíticas y religiosas, y sus secuencias cronológicas en las dos re-
giones son muy semejantes. Adams, quien hizo una comparación detallada,
concluyó que “Hemos tratado con ejemplos independientemente recurren-
tes de una secuencia causa-efecto única y fundamental” que “no implicó lareconstitución de un patrón predeterminado, sino una interacción continua
de fuerzas complejas y localmente distintivas, cuyas formas y efectos espe-
cíficos no pueden ser abstraídos totalmente de sus contextos geográficos e
históricos inmediatos” (1966: 173). Un biólogo no podría haberlo expresado
mejor.
38 / Betty J. Meggers
Las convergencias culturales son a menudo interpretadas por los an-
tropólogos como prueba de la creatividad humana, antes que como conse-
cuencias de la selección natural, pero algunos tipos de patrones comparti-
dos por las configuraciones biológicas y culturales son más difíciles de des-
cartar de esta manera. Consideremos, por ejemplo, la correspondencia en-
tre la razón de área-diversidad exhibida por la fauna avícola y los idiomas in-
dígenas en las Islas Salomón (Figs.1-2; Tabla 1) en el oeste de Melanesia (Te-
rrell 1977). Los biogeógrafos han encontrado que el número de especies de
aves terrestres y de agua dulce en cada una de las islas principales del archi-
piélago está tan cercanamente correlacionado con su tamaño que el núme-
ro equilibrado de especies de una isla puede ser predicho si su tamaño es
conocido. Factores medioambientales, tales como la diversidad creciente
de los nichos con el incremento del tamaño, son la base de esta “regla”, pero
la rigidez de la razón es notable.
Explicando el curso de los eventos humanos / 39
Figura1. Razón entre el área de la isla y el
número de especies de pájaros terrestres y
de agua dulce en las Islas Salomón de Me-
lanesia (según Terrell 1977, Fig. 3a).
Figura 2. Razón entre el área de la isla y el núme-
ro de idiomas indígenas hablados en las Islas Sa-
lomón (según Terrell 1977, Fig. 5).
Más notable aún es el descubrimiento de que el número de idiomas
hablados en una isla dada es también cercanamente predecible por su área.
Como los idiomas no tienen una dimensión ecológica aparente, se podría
esperar que el monolingüismo sería ventajoso. No hay una explicación ob-
via para esta correspondencia, más que la existencia de fuerzas selectivas
fundamentales semejantes, actuando tanto en el sistema biológico como en
el cultural. Si esto es aceptado, debemos entonces preguntarnos ¿cuánto de
nuestro comportamiento está gobernado por tales imperativos no percibi-
dos? ¿Cúanto control tenemos realmente sobre los procesos básicos que
nos enredan?
Transmisión de Innovaciones 
Las diferencias en métodos de transmisión de fenómenos biológicos
y culturales tienen consecuencias evolutivas significativas. Las innovacio-
nes biológicas son perpetuadas principalmente por la reproducción, la cual
es una calle de una sola vía. Los hijos heredan de sus padres, pero no pue-
den reciprocar. Es más, la composición genética de cada individo se deter-
mina en el momento de su concepción. Aunque novedades con valor adap-
tativo pueden difundirse rápidamente en poblaciones de procreación rápi-
da, ellas están confinadas dentro de la especie. En cambio, las innovaciones
culturales, siendo transmitidas por el aprendizaje, burlan las barreras de pa-
rentesco, edad, sexo, generación, raza, idioma, y áun proximidad física. El
aprendizaje también elimina la necesidad de repetir secuencias de desarro-
llo e invenciones. La cantidad y la variedad de mecanismos para facilitar la
difusión del conocimiento testifican los beneficios de este atajo (Meggers
1985) y la velocidad con la cual pueden difundirse las innovaciones es im-
presionante. La aparición de puntas de proyectil de piedra en el extremo sur
del Hemisferio Occidental unos pocos siglos después de su adopción por los
paleoindios norteamericanos es un ejemplo particularmente impresionan-
te. Las nuevas tecnologías pueden ser empleadas por grupos que obtienen
el producto final por medio del comercio, en lugar de aprender los métodos
para su manufactura. Los individuos y las comunidades pueden pasar di-
rectamente de la Edad de Piedra a la Edad Nuclear en pocas semanas o aún
en pocas horas (Fig.3).
40 / Betty J. Meggers
Otro efecto secundario importante de los métodos diferentes de
transmisión biológica y cultural es el potencial para acumular variaciones.
Aunque la cantidad de información almacenada en cada organismo biológi-
co es fenomenal, los cambios implican substituciones antes que adiciones
(excepto cuando aumenta el número de cromosomas). La variación cultural
no está restringida de manera semejante. El conocimiento adquirido por
cada generación puede ser añadido al previamente acumulado por el mis-
mo u otro grupo. Innovaciones que se originan en momentos distintos y en
lugares diferentes pueden ser combinadas, como cuando las máquinas a va-
por fueron colocadas sobre ruedas. Técnicas abandonadas pueden ser resu-
citadas, como ocurrió en Israel, donde un método antiguo de captar la hu-
medad producida durante la condensación nocturna ha sido usado para re-
cuperar el desierto.
Explicando el curso de los eventos humanos / 41
Fig.3. “Así por una votación de 8 a 2 hemos decidido saltear la Revolución Industrial completa-
mente, e ir directamente a la Edad Electrónica” (copyright 1981 por Sidney Harris; revista Ame-
rican Scientist).
Las ventajas de la transmisión cultural de innovaciones sobre la
transmisíon biológica están compensadas por desventajas potencialmente
serias. A nivel biológico, un flujo de genes no bloqueado sería nocivo porque
podría disolver las combinaciones adaptativas tan rapidamente como las no
adaptativas. Las barreras genéticas entre las especies son un compromiso
que permite tanto la variación intra-específica como la diversificación inter-
específica (Mayr 1976: 19, 519). Las combinaciones exitosas pueden ser per-
petuadas y las inferiores eliminadas por selección natural. En el nivel cul-
tural, la tremenda capacidad para la dispersión de ideas e invenciones que
conllevan superioridad adaptativa es también incompatible con el desarro-
llo y mantenimiento de configuraciones sociales viables.
Hay evidencia abundante de que barreras comparables a aquellas
que impiden el flujo genético entre especies previenen la difusión masiva de
innovaciones culturales. Entre estas están la difundida actitud de que los
miembros de otros grupos son inferiores e indignos de imitación; la visión de
que los rasgos culturales son tan inalienables como las características bioló-
gicas y por lo tanto imposibles de adquirir; la creencia que los extranjeros son
hostiles y que se deben evitar las relaciones con ellos. Mecanismos que im-
piden el flujo cultural se vinculan con métodos de afirmación de la identidad
étnica del grupo, tales como patrones de pintura corporal, vestimenta, esti-
los de pelo, banderas, restricciones dietéticas, ceremonias, mitos, jerga, y
otros tipos innumerables de “emblemas”. La importancia de estos mecanis-
mos de aislamiento queda claramente testificada por la desmoralización y la
desintegración que resultan cuando cesan de ser adecuados.
Un cambio reciente de actitud entre la población de los Estados Uni-
dos es interesante en esta conexión. Hasta hace unas pocas décadas, la me-
ta de las minorías era la de integrarse, de dejar atrás el comportamiento, los
valores y la evidencia material de sus antecedentes. Ahora, el énfasis está en
la preservación de la identidad étnica y racial. ¿Ha ido la homogeinización
cultural demasiado lejos? La comunicación instantánea por radio y televi-
sión, el translado rápido de gente y mercancías, y la estandarización a nivel
nacional de comida, ropa, transporte y entretenimiento da un barniz de
apariencia homogéneo en una escala sin precedentes. Estamos aprendien-
do del peligro del monocultivo entre las plantas domesticadas; ¿es tan peli-
groso culturalmente como lo es biológicamente?. ¿Están trabajando meca-
nismos profundos de selección natural para preservar la heterogeneidad
cultural?
42 / Betty J. Meggers
La cultura no solamente proporciona la oportunidad de adoptar téc-
nicas e ideas inventadas en otros lugares, también permite el traslado de
grandes cantidades de mercancías

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