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1 DE DESCARTES A FREUD. La ciencia y el sujeto. Daniel Gerber 1. El saber y la causa La idea de que el saber existe se postula como efecto del previo reconocimiento de que los fenómenos responden a un orden, esto es, que el acaecimiento de ellos no obedece al mero azar. Orden implica estabilidad: la contemplación del cielo nocturno constituye el paradigma de un acto por medio del cual se constatan permanencias. Desde épocas inmemoriales los hombres han registrado las modificaciones anuales del cielo así como el movimiento de los planetas para confirmar de este modo que la estabilidad que se puede apreciar en los objetos percibidos no podría existir de no ser soportados por algo, algo que no puede ser pensado como una cosa sino que toma el carácter de sujeto. Esto obedece a una necesidad inherente al pensamiento mismo, para el que debe existir uno que, después de haber creado ese orden, se preocupe por mantenerlo como tal. La noción de orden lleva a hacer una distinción entre los objetos percibidos fenoménicamente -como puntos luminosos por ejemplo- y las relaciones entre ellos, que carecen del estatuto perceptivo y de la misma cualidad de evidencia que poseen los primeros. Esta distinción permite el surgimiento de la idea de causa, que aparecerá una vez adquirida la convicción de que existe regularidad en las repeticiones. De la necesidad de asignar un lugar a la causa nacerá el concepto de saber como algo efectivo aunque no revelado al observador. El saber es saber de la causa, en el sentido de que ésta sabe lo que hace, que está informada; por esto ahí donde se sostiene que existe causa se sostiene también que hay saber que gobierna la regularidad de los fenómenos observables. La idea de divinidad va a encontrar aquí su fundamento, ya que el rasgo que define al dios, así como a lo sagrado que lo caracteriza, es estar separado del mundo, a salvo del cambio, la corrupción, el caos. Pero esta separación con respecto al mundo fenoménico es justamente lo que distingue a la causa y al saber que ella contiene, saber de la relación entre cosas, de la concatenación entre objetos, saber que es supuesto en otro lugar. El saber es de relaciones y relación implica ciertas necesidades lógicas, tal como es posible advertir si se toma el ejemplo más sencillo de la concatenación de dos elementos cualesquiera. Si postulo una relación -conocida o no— entre dos elementos que denomino a y b, produzco en ese momento algo nuevo que no es solamente el agregado de a y b, sino lo que se puede llamar conjunto (a, b). En la teoría de conjuntos, para pasar del simple agregado de letras a y b al conjunto parentizado (a, b) es preciso incluir el conjunto vacío . Esto significa que hay que agregar algo a a y a b para significar su ligazón. Pero este algo no es una cosa: en teoría de conjuntos es un acto de escritura que se llama conjunto vacío. No es una cosa porque si lo que permite ligar a con b fuera algo del mismo registro que éstas, tendría un nuevo agregado: a, b y x, pero no el conjunto (a, b) que contiene 2 una relación. Quiere decir que lo que permite pasar de un simple agregado de elementos a aquello que puede designarse un cuerpo -término que denota una unidad interna y un orden-, no es algo que se suma a los objetos de la percepción, no es del orden de lo sensible. Todo el problema consiste en concebir ese algo que no añade nada al agregado de objetos pero que lo ordena como unidad, algo que no está en el observador pues al postularse un saber que preside el orden, lo fenoménico va a depender de otra cosa que de él. El lazo que hace la unidad del agregado está esencialmente fuera del mundo empírico y de quien lo observa. Es por esto que los dioses pueden aparecer como figuras dominantes de este exterior y ofrecerse como lugares privilegiados donde colocar ese saber creador y ordenador. No debe adjudicarse a algún tipo de carencia en el pensamiento de nuestros ancestros lejanos que el saber -entendido como relación de orden entre los fenómenos— se consideró en el comienzo patrimonio de los dioses. Hay, por el contrario, una lógica muy consistente detrás de esta idea, una lógica que podría expresarse más o menos así: si el saber carece de toda sustancia, será necesario entonces suponerle un sujeto que lo soporta. Este sujeto que lo soporta es lo único que puede darle consistencia. La mitología ilustra claramente esa primitiva localización del saber que se considera patrimonio exclusivo de dioses que, muy celosos de los privilegios que les otorga, lo niegan a los seres humanos. Estos no tendrán por lo tanto otro camino para acceder a él que robar a los dioses ese tesoro tan preciado por ser en sí mismo promesa de orden y eternidad. Es así como la mayor parte de las mitologías presenta la figura del héroe -Prometeo sería su paradigma— que realiza ese acto prodigioso por medio de la fuerza, la astucia, o también el pacto con el diablo -como en el caso de Fausto- por medio del cual ese invaluable saber divino deviene de manera parcial patrimonio de los hombres. Claro que el robo no es el único medio posible: la religión muestra otra posibilidad al afirmar que Dios, en su infinita bondad, hace los hombres el don de su saber bajo la forma de la revelación. De todos modos, ya se acceda a él por el robo o por la revelación, lo que caracteriza en primera instancia al saber es que, ante todo, es asunto de dioses. Toda esta mitología asociada al saber es susceptible de una lectura psicoanalítica desde donde sería posible advertir que el mundo de las causas, es decir, de las relaciones entre las cosas, es pensado de entrada como un mundo existente en otro lugar, lugar de lo sagrado, y sólo en un segundo momento ese saber desciende por diversos medios para formar parte de la vida de los hombres. Se trata también de una mitología que manifiesta una concepción del conocimiento que puede caracterizarse como clásica y que se basa en la suposición de una complementariedad: complementariedad entre el mundo de los hombres y el de los dioses, entre el de los fenómenos y el de las causas, entre significante y significado. Cada uno de estos elementos es concebido poseyendo un conjunto de rasgos que constituyen el complemento de los del término opuesto; de este modo cada uno ejerce sobre el otro una atracción que tiende hacia la fusión armónica de ambos. 3 Tal idea de complementariedad es característica común de las teorías del conocimiento denominadas clásicas. En ellas el conocimiento es presentado como una relación que vincula a dos instancias, sujeto y objeto, considerados entidades simétricas que se enlazan entre sí de manera natural. La mutua atracción que asegura el perfecto ajuste de uno con otro no resulta sino la reproducción en este campo de esa otra relación universalmente considerada como de pleno complemento: la que liga al hombre con la mujer. Se ha entendido, en efecto, a lo largo de los siglos, que los sexos son términos opuestos y a la vez complementarios, asignándoseles a cada uno de ellos un conjunto de rasgos que constituyen la inversión perfectamente simétrica de los que se les asigna al otro. De este modo, todo conocimiento -comenzando por el célebre conocimiento bíblico- aparece como una variedad de la relación sexual que se considera como existente, como el resultado del vínculo armónico que puede establecerse según condiciones predeterminadas, entre el sujeto que conoce y el objeto de conocimiento. Alma y cuerpo, forma y materia, esencia y apariencia, causa y efecto, no son sino los nombres diferentes con los que a través de la historia se han designado al principio macho y al principio hembra, que se estima pueden acceder a una mítica complementariedad. Durante muchos siglos esta idea del conocimiento gobernó las concepciones vigentes. Pero la aparición de la ciencia moderna en el siglo XVII -con Galileo y Descartes- vino a establecer un punto de rupturacon las teorías del conocimiento. Se impugna entonces, de manera categórica la posibilidad de existencia de una connaturalidad entre sujeto y objeto porque para la ciencia moderna ya no hay objeto con el cual el sujeto pueda vincularse de manera complementaria. No lo hay porque el objeto de la ciencia no es algo que ya esté ahí a la espera de un sujeto que se apropie cognoscitivamente de él, es -ante todo- un objeto construido. 2. Descartes y el sujeto de la ciencia La ciencia moderna nace como física-matemática en el siglo XVII a partir de los desarrollos de Galileo. Su efecto inmediato es el cuestionamiento de la idea de complementariedad sujeto-objeto vigente hasta entonces. Lo novedoso que se produce con Galileo es la reducción de la naturaleza a un conjunto de relaciones matemáticas por medio de la construcción de objetos científicos que son elementos desprovistos en sí mismos de significación pero que se combinan entre sí para constituir un sistema coherente. Desaparece así la cuestión del significado y con esto queda rota la armonía atribuida hasta ese momento a la pareja significante-significado. Del mismo modo, desaparece el objeto como referente inequívoco del cual "se trata", pues los objetos no tendrán ahora otra sustancia que la de integrar esa red significante del discurso de la ciencia, otra sustancia que la de constituir una pura creación matemática. Cambia por lo tanto la idea misma de lo que es el saber: si los objetos de la ciencia son esencialmente construidos, ya no es posible seguir considerándolo como el retorno de verdades externas existentes desde siempre en otro lugar. El acto inaugural de la ciencia es la instauración de un divorcio tajante entre el registro del saber y el de la verdad, y ésta pierde ese carácter de eterna e 4 inmutable que se le adjudicaba para reducirse, en el campo científico, a la dimensión de elemento puramente formal que califica una proposición. La matematización constituye entonces un acontecimiento histórico trascendental en tanto desliga el funcionamiento del significante con respecto al significado. Las letras minúsculas del álgebra que elabora Descartes carecen de significado, se basan en un puro juego significante. Consecuencia de esto es que el lugar asignado a la causa se modifica, deja de ser trascendente al discurso de la ciencia para localizarse en el interior mismo de su sistema. La fisica moderna puede considerarse el paradigma de esta nueva posicion que consiste en un abandono del empirismo aristotélico dominante hasta entonces para pasar, como dice Koyré, a "un predominio de la razón sobre la simple experiencia, (de) la sustitución por modelos ideales (matemáticos) de una realidad empíricamente conocida, (de) la primacía de la teoría sobre los hechos".1 Y la razón de este pasaje puede encontrarse en "la convicción profunda de que las matemáticas son más que un medio formal de ordenar los hechos, son la clave misma de la comprensión de la naturaleza.” 2 De aquí surgirá el concepto de ley, inherente a la ciencia moderna y definido como relación matemática. La ley de inercia, principio fundamental de la fisica, que es modelo a su vez del modo en que la ciencia crea sus objetos, consiste en una construcción teórica y no es posible entenderla como constatación empírica. Su enunciado es muy sencillo: un cuerpo abandonado a sí mismo permanece en su estado de reposo o de movimiento tanto tiempo como este estado no esté sometido a la acción de una fuerza exterior cualquiera o, dicho de otro modo, un cuerpo en reposo permanecerá eternamente así a menos que sea puesto en movimiento, de la misma manera que un cuerpo en movimiento continuará moviéndose y se mantendrá en su movimiento rectilíneo y uniforme hasta que alguna fuerza exterior le impida hacerlo. Pero este principio fundamental establecido por Galileo no se deriva de la experiencia ni de la observación ya que un movimiento de este tipo es absolutamente imposible y no puede producirse más que en el vacío. Se trata entonces de un principio puramente teórico, fundado en la idea de que "el libro de la naturaleza está escrito en caracteres geométricos", postulado rector de la obra de Galileo. En el discurso de la ciencia, el mundo de la experiencia cotidiana es sustituido por un mundo geométrico, ése que se observa por ejemplo en las letras minúsculas del álgebra de Descartes, que son la elaboración de un conjunto de condiciones teóricas en las cuales la experiencia debe ser inscrita. También absolutamente teórica es la formulación galileana del movimiento como un fenómeno que persiste en sí y por sí sin exigir ninguna causa trascendente que dé cuenta de esa persistencia. En la base de la nueva ciencia está entonces el pensamiento y no la experiencia y la percepción de los sentidos. El objeto es pura creación del discurso matemático, creación formal que marca el fin de todo aquel simbolismo imaginario previamente adjudicado a la naturaleza. Esta deja de ser el sujeto que se expresa para todo aquél que sabe ver u oír en las profundidades porque el punto de partida de la ciencia moderna es el supuesto de que existen en el mundo significantes que se organizan, que responden a leyes pero que no expresan de manera directa un significado y, por lo tanto, tampoco son la expresión de un sujeto, llámese Dios, 5 naturaleza o mundo. Desaparece así la idea de un "alma del mundo" que sería el complemento armónico del cuerpo por medio del cual se manifestaría. El discurso de la ciencia aparta el alma del mundo, apartamiento encarnado en la filosofia de Descartes en su elaboración de aquello que se puede denominar sujeto de la ciencia. Este sujeto que surge con Descartes se presenta como aquello que necesariamente debe quedar excluido, rechazado de la ciencia, para constituirse de este modo en la condición de existencia de un discurso consistente que será el sistema simbólico de esta última. Se puede afirmar que este sujeto de la ciencia aparece en la producción esencial que realizó Descartes, el cogito, es decir, el yo-pienso. Con este cogito, Descartes traza un límite, delimita un irrepresentable al que la ciencia sólo puede contornear, un irrepresentable que viene a hacer efectiva la separación entre el registro del saber -saber del objeto del que se ocupa la ciencia- y el registro de la verdad, entendida como verdad del sujeto. Esta verdad del sujeto puede definirse como un imposible, un vacío que es de lo indecible, límite interno de todo saber que sólo puede adoptar la forma discursiva. En el sistema de Descartes la verdad irrepresentable es identificada con el Dios que, localizándose como Dios veraz en ese punto de desvanecimiento del saber, es la garantía última del mismo. Este Dios es el sujeto supuesto al saber, sostén del saber colocado en el punto en que éste no lo dice todo, el sujeto que está completamente separado del saber y es a la vez su soporte último e irreductible. Es conocida la forma en que Descartes arriba al cogito. El punto de partida es la recurrencia a la duda como método que implica un cuestionamiento de la experiencia como fuente de origen de los conocimientos. Pero la duda metódica es también el camino que conduce al vaciamiento de la esfera psíquica, del universo de representaciones, de todo lo que forma parte del registro de lo imaginario. Este vaciamiento deja finalmente un residuo: cogito, ergo sum (pienso, luego yo soy), el célebre cogito cartesiano no se debe interpretar, como es frecuente, en el sentido de la identidad del yo consigo mismo, sino como la producción de un resto irreductible que surge como resultado de esa operación de vaciamiento. Descartes funda así un sujeto completamente despojado de representaciones, cualidades, propiedades; un sujeto que no es más que un punto evanescente, desustancializado. Su método constituye una operación de vaciamiento del ser en el cogito porque en el momento en que es posible afirmarcogito-sum (yo pienso-yo soy) el sujeto está despojado de toda representación para no ser más que ese instante puntual en que pensamiento y ser hacen uno en el vacío de las representaciones. Este sujeto cartesiano aparece así como agujero o carencia, como aquello que hace falta (en ambos sentidos) en el conjunto de representaciones. Por esto, desde el punto de vista estructural, es el agente del discurso de la ciencia, el lugar del vacío, de la hiancia en el saber, de la cual la ciencia nada querrá saber pues el saber que ella produce tiene como condición la previa exclusión del sujeto así considerado. El saber reflexivo queda disociado de la verdad que será precisamente aquello de lo que nada se querrá saber porque nada es posible saber, es decir, el punto mítico en que significante y significado harían uno, ese punto que las teorías del conocimiento -de ahí su naturaleza mítica- encuentran 6 constantemente. Para el discurso científico, en cambio, la condición de existencia es la imposible reunión de saber y verdad, por ello su búsqueda de elaborar una formalización integral de la experiencia que permita realizar una sutura allí. Es la causa del rechazo del sujeto fuera de su campo en tanto la presencia de éste se identifica con la hiancia que hace fracasar la empresa de suturación. El sujeto rechazado se convierte así en el correlato inevitable del discurso de la ciencia, en su soporte indispensable, porque este discurso se construye en el orden puramente significante -el de las letras minúsculas con las que opera el álgebra de Descartes por ejemplo-, lo que implica de manera inevitable la producción del agujero que es efecto del significante. En este sentido, el yo de la certeza, el yo pienso (cogito) de Descartes no viene sino a rellenar el lugar de este agujero de lo irrepresentable. Ahora bien, la existencia de éste último reabre necesariamente la posibilidad de la duda y es precisamente frente a esta situación inevitable que no queda a Descartes otro recurso que instalar en ese lugar la única garantía posible: el gran Otro divino, el Dios no engañoso, sujeto-supuesto-saber, única instancia que asegura resultados confiables en la manipulación de esas letras minúsculas que inventa. Con Descartes emerge así el sujeto de la ciencia, sujeto que surge en el sitio de ese resto irreductible a toda formalización. Pero al mismo tiempo que emerge es rechazado de ella para constituirse en el término excluido, el elemento que ex-siste para dar consistencia al sistema, pues la consistencia de todo sistema depende siempre de la exclusión de uno que al ser rechazado al exterior deja un lugar vacío que permite la circulación de los otros. En el sistema significante de la ciencia uno debe ex-sistir para que los otros consistan y este uno es el sujeto que coincide con ese vacío mismo. Esto explica por qué la ciencia se funda como una "ideología de la supresión del sujeto",3 como un discurso sin sujeto, un discurso "objetivo" (aunque no descriptivo, confusión muy frecuente), discurso que no es de un sujeto sino del sujeto-supuesto-saber. Este sujeto que la ciencia rechaza para constituirse, es el que va a retornar casi tres siglos después de Descartes en la obra de Freud. El sujeto que adviene con este último, el sujeto del inconsciente que es efecto de la puesta en relación de dos significantes, no es otro que ese sujeto del cogito cartesiano. Es, por por lo tanto, un sujeto que tiene la misma consistencia que el conjunto vacío de la teoría de conjuntos, un sujeto que, como lo afirma Lacan, no es otro que el sujeto de la ciencia. 3. Descartes y Freud: ciencia y certeza "El sujeto sobre el que operamos en psicoanálisis no puede ser sino el sujeto de la ciencia".4 La afirmación de Lacan es rotunda y la tesis que pone de manifiesto es que el sujeto del psicoanálisis no es otro que aquél que surgió en Occidente en el siglo XVII bajo el nombre de cogito cartesiano. El advenimiento de este sujeto ha sido, históricamente, la condición para que Freud descubriera el inconsciente, en tanto el único sujeto del campo psicoanalítico es el del cogito, ese sujeto cartesiano cuyo nacimiento es crucial pues provoca una ruptura categórica entre toda concepción de la subjetividad inherente a la psicología y la que viene a formular el psicoanálisis. 7 Para la psicología el sujeto sigue siendo aún ese sustrato subyacente que la misma etimología del término indica, es decir, el sub-jectum, lo que yace debajo, el upokeimenon de los griegos. Se trata entonces de algo primero, previo al significante y poseedor de una identidad permanente. En un segundo momento este sujeto podrá expresarse por medio del significante. Han sido diversos, a lo largo de la historia, los términos que en psicología designan a ese sustrato: psyché, el alma (que da el nombre a esta disciplina), la conciencia, el sujeto de las profundidades de Jung, el conjunto de reacciones de los conductistas; términos diversos que aluden a la misma sustancia subyacente, que indican que, más allá de las divergencias, la misma idea es compartida por las diversas psicologías, la de que hay un sustrato invariante que está allí antes y debajo de los fenómenos "psíquicos". Descartes es el primero en la historia que rompe con esta ontología de la subjetividad, obstinada siempre por dar consistencia a un ser designado como psique. La tesis cartesiana indica con claridad que el sujeto no está ahí primero, " 'para expresarse" en un segundo momento por medio de los significantes. Para Descartes, por el contrario, primero hay pensamientos, representaciones y el sujeto viene a surgir de la puesta en juego de éstas. Cogito, ergo sum indica que el sujeto es efecto del significante y no a la inversa. Hay una ruptura con toda psicología de la subjetividad provocada por la búsqueda de un método, de un camino hacia algo seguro; un método que no puede partir de otra cosa que la duda, la puesta en duda del significante mismo en su capacidad para decir la verdad del mundo. La duda implica una falta en el orden significante, una falta que justamente es el único lugar posible de certeza. Por otra parte, el cogito no puede concebirse como un pensamiento inmaterial; es pensamiento indisociable del hecho de decirlo, depende de la palabra, del significante. Cogito, ergo sum enuncia entonces que soy a partir del significante, pero la única certeza del ser está en el corte del orden significante, en la duda, el vacío. Es solamente en ese lugar de la falta de saber donde se traza un límite que el sujeto debe encontrar su certeza, certeza cuyo núcleo está en ese indecible que se recorta entre significantes para operar como límite que lo funda. Núcleo de certeza en el borde que limita el saber de la verdad. Esta última se ha definido tradicionalmente como adecuación del intelecto a la cosa, como si la conjunción de ambos fuera posible. Es Descartes quien justamente señala lo imposible de esa conjunción, porque cuando dice dudo introduce un corte entre intelecto y cosa -correlativo del corte entre significante y significado- de modo que entre ambos se produce un vacío. Es el espacio vacío que constituye, para Freud, el núcleo de mi ser, definición que implica haber dado un paso en relación a Descartes en la medida en que éste va a llenar ese vacío con la figura del Dios no engañador, del sujeto-supuesto al saber que oficia de garante de los conocimientos que produzco. En Freud, por lo tanto, hay retorno del cogito cartesiano. Retorno que se materializa en el hecho de que eso -el inconsciente freudiano como cadena de significantes- piensa antes e inmediatamente de un sujeto presunto emisor de enunciados. En este sentido, no es el sujeto quien "posee" un inconsciente sino que el inconsciente, hecho de lenguaje, posee un sujeto cuyo lugar debe situarse en el corte de la cadena significante. Se puede entender de este modo por qué 8 Freud afirma que en el texto delsueño la duda del soñante acerca de alguna representación es el apoyo de la certeza: allí, en esa vacilación, en ese hueco, está el sujeto. Como Descartes, Freud pretende fundar una certeza; pero contrariamente a Descartes, esa certeza que pretende fundar Freud no hallará su apoyo en el Dios veraz del primero sino en lo que puede considerarse laguna de la representación. Hay una diferencia clara entre ambos, aun cuando el punto de partida sea una concepción común acerca del sujeto, considerado como efecto del significante Y, por lo tanto, carente de ser. Para Descartes, así como para Freud, el sujeto sólo "es" en tanto representado por el significante, lo que implica que ningún significante es el sujeto, se trata solamente de una representación. El significante, como dice Lacan, representa al sujeto para otro significante pues todo significante necesariamente apela a otro, otro que tendrá que significarlo. Esto quiere decir que el significante sólo puede producir efectos de significado al combinarse con otros, no puede por lo tanto designar al ser, condenado a ser sólo en tanto que representado. En otros términos, un significante no puede sino convocar a otro, otro que vendrá a ocupar ese lugar para siempre vacío de la ausencia de ser; a ocupar el lugar pero no a ser el sujeto. A este otro significante, que viene a significar al primero, Lacan lo escribe y lo define como significante que falta, significante de la ausencia de significante que designe al ser. Si se llama entonces a cualquier significante que viene a representar al sujeto, ocurrirá inevitablemente que este convocará a otro significante, en este caso. será llamado para saber acerca del ser que sólo puede representar. Pero la articulación de con sólo producirá efectos de significado, no podrá designar al ser. Por esto el significante segundo, , está radicalmente ausente, no es sino el hueco en la cadena significante, ese hueco que Freud denomina reprimido primordial. La represión primordial es así aquello que delimita ese vacío del significante segundo, siempre re-clamado para saber sobre el ser del sujeto. Por la existencia de este vacío, todo significante no será en última instancia más que un nuevo -y otro, y otro- que viene al lugar del faltante. Faltante en tanto originariamente reprimido y por ello, radicalmente inconsciente. El paso de Freud con respecto a Descartes es precisamente postular el inconsciente como discurso que se constituye a partir de lo primordialmente reprimido, esto es, a partir del que falta, de esta irremediable ausencia del Otro significante, el mítico significante que podría designar el ser. En la medida en que existe inconsciente no hay ser del sujeto, sólo hay representación: "un significante representa a un sujeto para otro significante"; "para otro significante" debe entenderse como "en el lugar de". representa al sujeto en el lugar del siempre faltante, lo que permite una nueva lectura del cogito cartesiano: allí donde pienso, allí donde el significante viene, como a representarme, allí no soy; y allí donde soy, allí donde no existe el Otro significante, donde no existe porque está primordialmente reprimido, allí no pienso. Se trata de la división esencial que 9 caracteriza al sujeto, división constitutiva, sin posibilidad alguna de sutura que le ponga fin. El cogito cartesiano plantea la primacía del significante sobre el sujeto, que sólo existe representado por aquél. Lo que Freud viene a agregar es que esta representación que el significante hace del sujeto es representación para otro significante, desde siempre ausente. Representación para otro significante, no para otro sujeto, en la medida en que el significante sólo representa al sujeto en el lugar de esa imposibilidad de goce que se figura con el vacío de la cadena. A este último lugar sólo podrá venir otro significante para evocar finalmente la falta del Otro, es decir, la carencia en el sistema de la lengua -sistema que se designa como Otro- de respuesta última acerca del ser del sujeto. No solamente no hay ser del sujeto en el orden significante, tampoco hay saber posible acerca del mismo; sólo la psicosis y la psicología -por caminos diferentes— intentan otorgar sustancia a ese innombrable ser. El sujeto del significante sólo es en tanto representado. Ahora bien, esta representación, de algún modo, fracasa porque carece de toda posibilidad de confundirse con el ser. Pero este fracaso de la representación es, sin embargo, lo único cierto que puede sostener al sujeto; es la hiancia que lo causa, la única respuesta posible a la pregunta ¿qué soy? y que Lacan -evocando a Valery- formula así: "Soy en el lugar desde donde se vocifera que 'el universo es un defecto en la pureza del No-Ser' ".5 Soy, entonces, en ese lugar que es el de la falla en la pureza del orden significante que es el del no-ser, en el lugar del goce como lo irrepresentable, lo indecible. El ser, finalmente, no es sino ese resto irreductible generado por una falla en el orden del saber que es el orden del discurso. Es la hiancia que la ciencia rechaza de su discurso y que Freud hace reaparecer cuando se dirige al sujeto diciéndole: Wo Es war, soll Ich werden: ahí donde se estaba, ahí el Ich -el sujeto- debe advenir, pues esa es su morada fundamental. Es de esta manera que Freud no recurre al Dios veraz que viene a llenar para Descartes esa laguna de ausencia de saber. En el postulado de Freud se trata de algo diferente: de hacer de ese vacío la certeza esencial del sujeto, aquéllo que lo funda radicalmente, más allá de toda articulación significante. 4. ¿Ateísmo de la ciencia? El advenimiento de la ciencia moderna en el siglo XVII con Galileo y Descartes, correlativo del nacimiento del sujeto de la ciencia, tiene una consecuencia fundamental: la disyunción entre verdad y saber. El propósito de la ciencia es producir saber sobre el objeto, lo que supone como condición nada querer saber acerca de la verdad del sujeto, verdad de su escisión constitutiva -es decir, del deseo- arrojada necesariamente fuera de su campo, en el que se procurará más bien realizar la sutura de esa división. El siglo XVII marcará así una clara ruptura en el campo del conocimiento: la ciencia ya no se ocupará de la verdad, que quedará relegada al campo de la creencia, sino del saber. Pero esto supone una aserción previa: hay saber en lo real, hay saber en el orden y regularidad que se puede encontrar en el acaecimiento de los fenómenos, o, en otros términos, se puede confiar en la 10 experiencia natural pues ésta no engaña. Es la razón por la que la ciencia no puede considerarse tan atea como se suele pensar; un verdadero acto de fe está en su origen, el que erige una suposición de saber en el lugar del hueco inevitable del sistema de saber que se engendra cuando el sujeto es rechazado fuera de su campo. Una suposición de que allí hay saber es básica para el desarrollo de la ciencia, una suposición de que es posible el saber de la verdad siempre soportada por un sujeto. Este -sujeto-supuesto al saber- es garantía del pre-supuesto de que hay saber en el mundo, de que todo lo que ocurre tiene una causa, esto es de que lo real no engaña. El sujeto-supuesto-al saber es así ese elemento del orden de la creencia que da la seguridad de que todo puede existir saber, o de que el saber puede tomar la forma del todo; es, fundamentalmente, una función que ex-siste a la ciencia y le da consistencia, la función-sujeto que asegura la posibilidad de confiar en esas fórmulas que se producen en el campo científico. Una posible objeción a este planteo sería el argumento de que la ciencia emplea el método experimental para producir los conocimientos y, sobre todo, para otorgarles validez. Objeción basada en un ingenuo empirismo que deja de lado el hecho fundamental que funda la ciencia moderna y que Koyré señala en la historia de la fisica:"La teoría precede al hecho, la experiencia es inútil, porque antes de toda experiencia poseemos ya el conocimiento que buscamos. Las leyes fundamentales del movimiento (y del reposo), leyes que determinan el comportamiento espacio-temporal de los cuerpos materiales, son leyes de natu raleza matemática. De la misma naturaleza que las que gobiernan las relaciones y leyes de las figuras y los números". 6 No se trata entonces del simple registro de la experiencia empírica, se trata de una construcción teórica como elemento fundamental de la producción del saber. Una construcción que supone el apartamiento del significante con el significado que en la historia del conocimiento se presenta bajo la forma de un silenciamiento del mundo: Dios ha dejado de hablar, de modo que ya no es cuestión de captar los signos que nos emite. Ha dejado de hablar pero está ahí, en ese silencio eterno de los cielos que tanto inquietaba a Pascal, confundido con ese silencio que es el índice más claro de la disyunción entre significante y significado. El discurso de la ciencia se aparta así de la noción de un "alma del mundo", de esa idea que conduce a hacer del mundo un ser cuya existencia es anterior a la del significante y que se expresa por medio de éste. Se aparta por lo tanto de la creencia en la posibilidad de leer de manera directa la verdad en las cosas para considerar, al contrario, que el significante carece de un lazo connatural con el significado y existe con independencia de un sujeto; que no es expresión de éste último. El significante está separado de toda significación, carece de intención alguna como lo atestiguan tanto la matematización de la fisica como la invención freudiana del inconsciente; ambas presentan al significante como un término independiente del sujeto y organizado según leyes que son autónomas respecto de los propósitos, las intenciones o la voluntad subjetiva. El sujeto resulta más bien el efecto del funcionamiento de las leyes significantes que son elucidadas en el discurso científico: es la razón fundamental por la que el psicoanálisis sólo pudo surgir después del advenimiento del discurso de la ciencia. 11 A pesar de que la condición de advenimiento de la ciencia moderna es esta delimitación respecto a la idea de un alma del mundo, Dios no está ausente de ella sino que es una figura fundamental que ocupa el lugar de ese elemento excluido, silencioso. Sólo así es posible explicar la razón de la tan frecuente aparición de saberes que podrían catalogarse como "complemento del alma" de la ciencia, saberes basados en el propósito de hacer hablar a ese Dios ahora silencioso, saberes que poseen la característica de intentar la reunión mítica del significante y significado en la medida en que se presentan como una interpretación de sentidos que se mostrarían de manera transparente en diversos tipos de signos; el alma del mundo desterrada de la ciencia se expresaría de este modo por medio de esos signos. El discurso científico, en cambio, se basa en la completa disyunción de significante y significado, pero se sostiene a la vez en la firme convicción de que hay saber que puede ser construido a través de fórmulas, hay saber "de verdad", saber de la verdad y el lugar de la verdad es ocupado por el sujeto que a ese saber le es supuesto. Sujeto supuesto como agente de este discurso, es la condición de todo trabajo de agrupamiento y localización de las causas, de cuya existencia no se duda a partir de la creencia de que hay verdad. 5. El psicoanalisis y la ciencia El psicoanálisis pudo ser fundado a partir de esa condición previa que fue el surgimiento del discurso de la ciencia. Freud es, en este sentido, heredero del espíritu positivo de la ciencia, como lo atestigua su afiliación con Brücke, Helhotz, Du-Bois Reymond, su adscripción al energetismo, su afán por hacer del psicoanálisis una ciencia conforme al modelo de las ciencias de la naturaleza. Afiliación al espíritu positivo de la ciencia que ocasionó un acontecimiento fundamental en la historia de la elaboración del saber psicoanalítico: la ruptura con Jung, quien, con su teoría de las "profundidades" del sujeto y de los arquetipos universales e inmemoriales remite el psicoanálisis a la religión. Para Lacan esta ruptura es prueba del posicionamiento de Freud en la perspectiva de los ideales del cientismo y fue provocada cuando Jung se deslizó hacia algo cuya función no puede definirse sino como la de intentar restaurar en ello un sujeto dotado de profundidades -este último término en plural- lo cual quiere decir un sujeto compuesto de una relación con el saber, relación llamada arquetípica, que no se redujese a la que le permite la ciencia moderna con exclusión de cualquier otra, la cual no es nada más que la relación que definimos el año pasado como puntual y evanescente, esa relación con el saber que de su momento históricamente inaugural ha conservado el nombre de cogito. 7 Ese cogito es el sujeto del psicoanálisis como efecto del significante, nunca un sujeto "de las profundidades" ya presente desde siempre. Sujeto del significante que surge como efecto puntual en una estructura que es la del lenguaje, sujeto -que al final de su recorrido- Freud define como dividido 8 entre su dimensión de ser de saber y su dimensión de ser de verdad -verdad que ocupa el lugar mismo de causa de su ser- que se realiza de una manera u otra en el corte del discurso. En esta división está la razón del fracaso de la ciencia para llevar a término su intento de suturar o formalizar integralmente ese sujeto, fracaso al que la lógica contemporánea ha hecho alusión a través del teorema de Gödel.9 12 La división del sujeto determina una consecuencia fundamental que debe orientar la reflexión en torno de todo aquello que se agrupa bajo la rúbrica de "epistemología" del psicoanálisis, es decir, de todo ese extenso debate que gira alrededor de la cientificidad que se le podría o no adjudicar a esta teoría. El eje principal del debate debe desplazarse a partir de las consideraciones anteriores, que permiten establecer que lo esencial no es determinar si el psicoanálisis reúne los "requisitos" que permitan calificarlo como ciencia sino que su aspecto fundamental es el lugar histórico que ha venido a ocupar respecto de ella. Se trata de un lugar singular ya que es la práctica que recupera ese sujeto rechazado de la ciencia, ese sujeto del cogito que se define como el resto irreductible que se produce por una falta del saber que es la falta de saber del sexo. Falta de saber del sexo y no sobre el sexo, porque lo que el psicoanálisis sostiene es que el sexo se constituye en el ser hablante -el ser humano- precisamente en el lugar de la carencia que ya se ha mencionado. La falta en el sistema de la lengua, la falta del Otro es, en última instancia, falta del Otro sexo, del complemento sexual que pueda venir a establecer una relación connatural, armónica. Es en este puro defecto del sexo, en la ausencia en que se engendra, que se encuentra la morada del ser que en el sistema significante no puede estar sino representado como sujeto: éste es el representante de la representación que falta en el lenguaje, el lugar-teniente de esa falta que es la del sexo. Es así como la relectura freudiana del cogito cartesiano lleva a establecer una articulación del sujeto con el saber que puede calificarse de inédita, pues en ella la carencia que es el sexo viene a tomar el lugar de la verdad de la que el saber nada quiere saber y esta carencia determina el enlace imposible. De este modo, por un lado está el saber como saber inconsciente que sabe todo -es la tesis freudiana del determinismo psíquico- excepto aquello que lo motiva, esto es, imposible saber del sexo; y por otro lado, está el sujeto, instituido a partir de esa única certeza que es la falta de saber. Entre- ambos, el sexo como el lugar de la falta que la causa por la que el saber y sujetoestán completamente divorciados. Hay pues una dialéctica del sujeto y el saber que se establece a partir de un rechazo de la verdad, excluida del discurso de la ciencia, que nada quiere saber de esa hiancia abierta en el saber porque el saber del goce falta. Desde el cogito cartesiano la ciencia rechaza la verdad de su discurso y la remite a Dios, creador de verdades eternas y, en el extremo, garante del trabajo de los científicos. A partir de este rechazo y de la falta consiguiente que se genera en su estructura, el discurso de la ciencia se desarrolla como saber acumulativo. Esto es así por el vínculo de éste último con el número, que es efecto de la presencia enigmática del significado en lo real y que se funda como serie a partir de una ausencia que es el cero. El cero viene a tomar en la serie de los números enteros el mismo lugar del sujeto en la ciencia, el lugar de condición y límite interno de ese sistema. El psicoanálisis pudo surgir porque en el campo de la ciencia hay una falta cuyo efecto es hacer inconciliables el saber y el sujeto. El fenómeno del amor, y en particular del amor de transferencia en el proceso psicoanalítico, es el elemento que pone de manifiesto esa imposible conciliación. El amor es lo que viene a 13 interponerse en el camino de la producción de saber que desarrolla un psicoanálisis, lo que impide que éste se mantenga en el puro plano "científico", lo que -según Freud- ocasiona una verdadera herida al orgullo "científico". "A medida que nos adentramos en la experiencia -dice el fundador del psicoanálisis- menos podemos negarnos a esta enmienda vergonzosa para nuestro rigor científico".10 La "enmienda vergonzosa" es provocada por la aparición de la transferencia que obliga a replantear la posibilidad de acceder “racionalmente" a las causas de los síntomas. Es necesario mencionar que el descubrimiento del inconsciente como lugar de un conjunto de relaciones que ordenan, sin que el sujeto lo sepa, las manifestaciones de conciencia y conducta, se inscribe en ese modelo de producción científica que Freud pretende seguir. Todo en lo psíquico tiene una causa inconsciente, será su tesis, de modo que el hacer consciente lo inconsciente permitirá instalar una racionalidad allí donde primaba la carencia de saber. Es la idea que determina los objetivos del tratamiento psicoanalítico, que Freud enumera así: "Hacer consciente lo inconsciente, cancelación de las represiones, llenado de las lagunas amnésicas". 11 Propósitos derivados de la inspiración científica que orienta a Freud y está en la base de su pretensión de hacer del psicoanálisis una terapia "causal" que no se limita a eliminar los síntomas sino que se remonta a las causas para removerlas. Pero la aparición del fenómeno del amor de transferencia constituye un acontecimiento completamente inesperado que obligará a replantear esta caracterización de terapia "causal" y, por lo tanto, a reformular la cuestión de la cientificidad del psicoanálisis. El amor de transferencia se interpone en el camino de la producción de saber aunque, paradójicamente, es lo que coloca al sujeto en ese mismo camino. La transferencia es obstáculo y punto de apoyo principal de la palanca del análisis porque conjuga la exigencia de saber con la simultánea búsqueda de resguardar la falta del saber, que permita mantener la garantía de la existencia del sujeto supuesto al mismo. En suma, la transferencia encarna la pretensión de excluir del saber el lugar de la causa, de modo que ésta conserve su función de verdad irreductible a todo saber. Se orienta así en el sentido inverso al del discurso de la ciencia en tanto éste nada quiere saber de ese irrepresentable último. Por esta razón, si el psicoanálisis es caracterizado como ciencia, la transferencia será un obstáculo porque impide la producción de saber y se aferra a la creencia del sujeto-supuesto al saber, es decir, al núcleo fundamental de certeza del sujeto como lo afirma Freud: Las primeras veces pudo pensarse, acaso, que la cura analítica había chocado con un escollo debido a un suceso contingente, es decir, que no está en sus propósitos ni fue provocado por ella. Pero si ese vínculo tierno del paciente con el médico se repite de manera regular con cada nuevo caso; si una y otra vez se presenta, en las condiciones más desfavorables ( ... ) si tal ocurre, tenemos que abandonar sin duda la idea de una contingencia perturbadora y reconocer que se trata de un fenómeno que está en la más íntima relación con la naturaleza de la enfermedad misma. 12 14 Lo más íntimo de la enfermedad misma, en los términos de Freud, ¿qué es sino ese ser excluido del sujeto que retorna en el aferramiento de éste con el sujeto-supuesto al saber, es decir, en la transferencia y bajo la modalidad de la creencia? Lo excluido primordial reaparece aquí porque la sola presencia del analista es garantía para el sujeto de que "todo tiene causa", y el núcleo de verdad del sujeto que el síntoma aloja viene a encarnar en el analista, donde se instala la carencia en ser del sujeto que dirige su palabra a él. Esto porque en el análisis, más allá de la demanda de saber, hay una demanda de ser que es la causa de la aparición del amor: "La creencia repite por ahí la historia de su propia génesis: ella es un derivado del amor y no tiene necesidad de argumentos al comienzo". 13 En síntesis, el camino de la explicación científica que emprende Freud se dirige hacia las causas de los fenómenos (síntomas, sueños, actos fallidos) pero a medida que avanza descubre que no hay manera de alcanzar esas causas e instalar una racionalidad en ese lugar. No la hay porque en este proceso la demanda de saber conduce a la demanda de ser haciendo surgir el hecho mismo de la creencia, derivado del amor que exige el ser y prescinde por completo de argumentos "racionales". Este hecho de creencia que está en el corazón mismo de la transferencia resulta de las características fundamentales del saber inconsciente, saber constituido en torno de un orificio en cuyo lugar se instala la suposición de un sujeto del saber que funde la ilusión del universo pleno. El núcleo mismo del saber inconsciente es este vacío productor del fenómeno de la creencia, de modo que solamente una visión marcadamente "cientista" que sus ideales imponen a Freud puede conducir a hablar de la necesidad de una enmienda humillante para el rigor científico. Esta visión tiende a desconocer el hecho fundamental que la transferencia pone de manifiesto y que podría expresarse así: el núcleo de todo saber inconsciente está constituido por un nada querer saber. De esta manera lo que está en juego es un replanteo del concepto mismo de causalidad y no una enmienda humillante como siente Freud. Un replanteo que en lo esencial debe seguir los pasos mismos de la transferencia, es decir, colocar la verdad -aquello de lo que nada se quiere saber- en el lugar de la causa. De esta manera el descubrimiento de la transferencia introduce un cambio de perspectiva en la discusión acerca de la cientificidad del psicoanálisis, práctica que no se ajusta a las exigencias de lo científico pues en ella el amor constituye el resorte esencial, el único medio que lleva al advenimiento del sujeto del inconsciente, sujeto rechazado del campo científico del mismo modo que el amor está fuera de él. Contrariamente a lo que en las ciencias constituye el presupuesto que las sostiene, para el psicoanálisis la causa carece de saber sobre ella misma, es esencialmente irrepresentable. Esto constituye el fundamento que exige que el analista, en la transferencia, ocupe ese lugar de causa y produzca entonces un vaciamiento de la función tradicional del sujeto-supuesto-al saber, un vaciamiento de la función del Dios veraz que a partir de Descartes garantiza que todo tiene causa y que es posible entonces el saber del sexo. Es la razón para afirmar que la práctica psicoanalítica es la única que puedeconsiderarse verdaderamente atea, la única que no viene a erigir un dios en el lugar del "no querer saber" efecto de la disyunción entre significante y significado. 15 Si, por otra parte, ese "no querer saber" es condición de producción del saber de las ciencias, el psicoanálisis no es una ciencia, aun cuando su nacimiento sólo haya sido posible a partir de la existencia del discurso científico. Que no sea ni pueda ser una ciencia no significa que deba incluírselo en el campo de la religión o de la magia, prácticas éstas que se sostienen en saberes que son un relleno del hueco del Otro, que se basan en la institución de un significante mítico al que se le asigna la posibilidad de significarse a sí mismo. Magia y religión intentan finalmente producir una respuesta ilusoria a la imposibilidad de saber del sexo y se hallan por esto en las antípodas del psicoanálisis. La ciencia, por otra parte, se constituye a partir de excluir completamente de su campo ese imposible para elaborar un saber sin fallas. Ante estas diversas modalidades de saberes, el psicoanálisis viene a establecer la inexistencia de lazo alguno entre saber y deseo, de manera que todo saber que pretenda establecer algún tipo de ligazón no será más que supuesto, puesto en el lugar de ese imposible. Para el psicoanálisis entre el sujeto y el Otro, entre el hombre y la mujer, entre significante y referencia, falta toda relación connatural y armónica; pero esta falta es sustituida de algún modo por el fantasma, construcción en la que, de manera singular, el sujeto "recupera" aquello que del goce se pierde por la entrada en el lenguaje. El fantasma viene a suplir así aquella ausencia, creando el espejismo de un todo en el cual el hiato inevitable que afecta al saber, y por lo tanto a la "racionalidad" podría ser suturado. Por esto -siempre fantasma de totalidad, de completud- está en la base del fenómeno de la creencia que sostiene, a su vez, la suposición de un lugar Otro -habitado tradicionalmente por los dioses y convertido en lugar de la garantía más modernamente- que es el del saber de las causas. Es la suposición esencial para fundar la confianza en la ciencia, confianza en la victoria final de una racionalidad que de una u otra manera podrá imponer su "orden" al dar cuenta de manera rigurosa de las causas de los fenómenos. La ciencia ha imbuido en la civilización sus ideales: racionalidad, organización, progreso. El psicoanálisis es hijo de todos ellos, pero no aporta un saber más a los ya existentes; cuestiona más bien la función del saber supuesto al señalar la inexistencia de una racionalidad en el lugar de la causa. Este lugar es, en última instancia, el de la verdad de un imposible arreglo del ser en su mundo. 1 Koyré, A., Estudios de historia del pensamiento científico, México, Siglo XXI, 1978, p. 71. 2 Koyré, A., ibid., p. 70. 3 Lacan, J., "Radiofonía", en Radiofonia y televisión, Barcelona, Anagrama, 1977, p. 62. 4 Lacan, J., Escritos 2, México, Siglo XXI 1985, p. 837. 5 Lacan, J., Escritos 2, p. 800. 6 Koyré, A., op. cit., p. 194. 7 Lacan, J., Escritos 2, op. cit., p. 836. 8 Cf. Freud, S., "La escisión del yo en el proceso defensivo", en Obras completas, Buenos Aires, Amorrotu, tomo XXIII, 1989, p. 271. 9 Cf. Nagel, E. y Newman, J. R., El teorema de Gödel, México, CONACYT, 1981 16 10 Freud, S., "Conferencias de introducción al psicoanálisis", en Obras completas, Buenos Aires, Amorrortu, tomo XVI, 1978, p, 401. 11 Ibid, p. 396. 12 Ibid, p. 401. 13 Ibid, p. 405.
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