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1 UNIVERSIDAD NACIONAL AUTÓNOMA DE MÉXICO PROGRAMA DE MAESTRÍA Y DOCTORADO EN HISTORIA FACULTAD DE FILOSOFÍA Y LETRAS INSTITUTO DE INVESTIGACIONES HISTÓRICAS LOS VASALLOS MÁS LEALES DEL REY. LA VISITA DE JERÓNIMO DE VALDERRAMA Y LA CONJURA DE MARTÍN CORTÉS, 1563-1568 ARTÍCULO PUBLICABLE QUE PARA OPTAR POR EL GRADO DE: MAESTRO EN HISTORIA PRESENTA: JORGE DANIEL MORÓN ARROYO TUTORA: DRA. LETICIA PÉREZ PUENTE, INSTITUTO DE INVESTIGACIONES SOBRE LA UNIVERSIDAD Y LA EDUCACIÓN MÉXICO, D.F., JUNIO DE 2015 UNAM – Dirección General de Bibliotecas Tesis Digitales Restricciones de uso DERECHOS RESERVADOS © PROHIBIDA SU REPRODUCCIÓN TOTAL O PARCIAL Todo el material contenido en esta tesis esta protegido por la Ley Federal del Derecho de Autor (LFDA) de los Estados Unidos Mexicanos (México). El uso de imágenes, fragmentos de videos, y demás material que sea objeto de protección de los derechos de autor, será exclusivamente para fines educativos e informativos y deberá citar la fuente donde la obtuvo mencionando el autor o autores. Cualquier uso distinto como el lucro, reproducción, edición o modificación, será perseguido y sancionado por el respectivo titular de los Derechos de Autor. 2 AGRADECIMIENTOS El presente ensayo es una parte menor de una investigación que he venido desarrollando a lo largo de los últimos cuatro años. Aunque se trata de un trabajo bastante elemental, la ayuda que he recibido para su realización ha sido desmedida. Por principio, conté con el apoyo del proyecto “Fuentes para el estudio de las universidades y colegios de la Hispanoamérica colonial”, respaldado por la Dirección General de Asuntos del Personal Académico de la UNAM, a través del PAPIIT – IN 401412, sin cuyo patrocinio hubiera sido imposible consultar los fondos del Archivo General de Indias, en Sevilla, y de la Biblioteca Nacional de España, en Madrid. No puedo dejar de agradecer a mis maestros y sinodales porque sin su dedicación esta empresa habría encallado hace tiempo. A Leticia Pérez Puente ya le debía casi todo lo que sé sobre el oficio de la Historia; ahora, además, me siento en deuda por la paciencia, por todo el empeño puesto para ver terminado este trabajo y por las lecciones recibidas al margen del aula. A Enrique González le agradezco su ministerio, su lectura crítica y lo mucho que aprendí a su lado; pero sobre todo que haya vuelto a confiar en mí. Jorge Traslosheros me mostró, entre muchas cosas, que debemos valorar los expedientes judiciales desde sí mismos y no como lo que no son. Felipe Castro revisó una y otra vez el texto hasta conseguir que mejorara sustancialmente. Lo mismo cabe decir de Martín Ríos, quien, además, siempre me invitó a mirar más allá de nuestra costa atlántica. Otros académicos leyeron versiones tempranas del manuscrito. Particularmente estoy en deuda con Margarita Menegus, Gisela von Wobeser y Francisco Quijano por las varias observaciones que hicieron al texto. Para Perla Chinchilla no tengo sino palabras de gratitud por la confianza que me ha brindado. Al margen del claustro he recibido el auxilio de muchas personas. Yuridia García transcribió amablemente algunos expedientes que yo simplemente no entendía, y me acompañó durante un lapso significativo de esta investigación. Sirva la mención para agradecerle todo lo que aprendimos juntos. Con Gustavo Toris y Gonzalo Amozurrutia discutí más de una vez sobre la formación del Estado en la modernidad temprana. Óscar Reyes, además de su amistad, me han regalado su lectura y consejo. Aunque ellos lo ignoran, mucho de lo que está aquí pertenece a mis amigos historiadores: Brisa de Gante, Samantha Andrade, Cristina Paredes, Rodrigo Perujo, Israel Sánchez, Efraín Navarro, Diego Vázquez, Maite Casanova, Osiris Arista, Sandra Gerardo, Misael Chavoya, Diego Améndolla y Luis del Castillo pues, finalmente, este oficio es una operación colectiva. Del mismo modo quiero reconocer a Carlos Tejeda, Omar Palacios, Ángel González, Saúl García, Paulina Barrera, Itzel Manzano, Victoria Huila, Marco Hita, Mariana Campos y Daniel (Rodríguez) Bueno por alentarme siempre, incluso en los momentos de mayor adversidad y autodestrucción. A Tania Ortiz por simular que sabía lo que hacía. No importa cuánto pueda hacer para agradecerles, jamás alcanzaré a cubrir la deuda que he contraído con mis padres, Jorge y Rosa, por todo el apoyo que me han brindado. Lo mismo que con César y Ethan por permanecer a mi lado. Sin todos ellos NADA sería posible. 3 Para Almudena y para su madre 4 ÍNDICE INTRODUCCIÓN.…………………………………………………………………………5 LA DENUNCIA…………………………………………………………………………...7 LA CAÍDA Y EL PROCESO………………………………………………………………..13 EL TIEMPO DE VALDERRAMA (1560-1566)……………………………………………..21 A MANERA DE CIERRE…………………………………………………………………..33 BIBLIOGRAFÍA…………………………………………………………………………..35 5 LOS VASALLOS MÁS LEALES DEL REY. LA VISITA DE JERÓNIMO DE VALDERRAMA Y LA CONJURA DE MARTÍN CORTÉS, 1563-1568 Lic. Jorge Daniel Morón Arroyo PROGRAMA DE POSGRADO EN HISTORIA, UNAM ASESORA: Dra. Leticia Pérez Puente INSTITUTO DE INVESTIGACIONES SOBRE LA UNIVERSIDAD Y LA EDUCACIÓN, UNAM “Porque parece mentira, la verdad nunca se sabe” Daniel Sada RESUMEN Aunque en su tiempo suscitó enorme polémica, se ha vuelto corriente afirmar que en la década de 1560 una conspiración en Nueva España pretendió entregar el “trono de México” a Martín Cortés. El presente ensayo no aspira a desmentir ese supuesto, pero sí a probar que en el descubrimiento de la conjura privó el interés del grupo encabezado por Luis de Velasco, el mozo, por conservar los privilegios y mercedes que el virrey, su padre, les había prodigado. INTRODUCCIÓN Al caer la noche del 3 de agosto de 1566 dos hombres fueron decapitados en la plaza mayor de México. Sus nombres: Gil González y Alonso de Ávila Alvarado, hermanos, encomenderos e hijos de un conquistador que había ganado la tierra con la hueste de Hernán Cortés. Puestos bajo custodia en la cárcel real desde mediados de julio y juzgados con toda celeridad, ambos hermanos fueron condenados a muerte por traición a la Corona, acusados de fraguar una conspiración que presuntamente pretendía entregar al heredero del Conquistador el trono de México. Pese a que entre sus contemporáneos corrieron toda suerte de dudas en torno a la realización de la conjura, con el paso de los años la historiografía mexicanista dio por descontada Este trabajo contó con el apoyo del proyecto “Fuentes para el estudio de las universidades y colegios de la Hispanoamérica colonial”, respaldado por la Dirección General de Asuntos del Personal Académico de la UNAM, a través de su Programa de Apoyo a Proyectos de Investigación e Innovación Tecnológica (PAPIIT – IN 401412). 6 su existencia,1 y se centró en hallar una explicación a lo ocurrido. Para nuestros historiadores liberales la noticia de un alzamiento criollo en fecha tan temprana era prueba del carácter ancestral de la gesta independentista, y razón suficiente para incluir a sus promotores entre los mártires de la patria.2 Otra tradición, inaugurada por Manuel Orozco y Berra, luego de examinar los expedientes encontró que detrás de aquel suceso no había ninguna demanda patriótica, sino una disputa entre la Corona y los encomenderos, motivada en última instancia por la reticencia del monarca a entregar los repartimientos a perpetuidad.3Dando por válida esa hipótesis, otros autores no tardaron en adjudicar el origen –y con ello su explicación- de la querella a la pervivencia de valores señoriales en la Nueva España.4 Por largos años, los investigadores buscaron con desigual fortuna las motivaciones de la supuesta rebelión, sin prestar muchaatención a los detalles. Establecidos los hechos y fijadas las motivaciones de los conspiradores, lo que realmente les importaba era explicar las condiciones que hicieron posible su aparición o, cuando más, atender al modo en que el escándalo desatado condicionó la posterior reforma de las Indias. Por eso, incluso quienes tuvieron libre acceso a la averiguación se apresuraron a dar por ciertas las imputaciones, sin reparar en el carácter coyuntural de esos testimonios; lo que es tanto como suponer que lo contenido en los autos generados por la Audiencia eran declaraciones asépticas, ajenas a cualquier interés por parte de sus promotores. Aunque en las últimas décadas, Victoria Vincent y Sherley Flint han analizado en sus propios términos los alegatos jurídicos de proceso,5 poco han reparado en que tanto las razones como la cronología de la denuncia guardan relación con la resistencia que enfrentó el licenciado Jerónimo de Valderrama durante su visita a Nueva España (1563-1566). Lo mismo cabe advertir en el estudio de Enrique González sobre el Tratado del descubrimiento…, de Juan Suárez de Peralta, que si bien abona ricos detalles sobre la disputa entre facciones en la que se enmarca el conjura y la incapacidad de Martín Cortés para aglutinar en torno suyo el descontento contra la 1 Las primeras referencias aparecieron en SUÁREZ DE PERALTA (1580), 1878, caps. XXX- XLI y TORQUEMADA (1604), 1975, vol. 2, Libro V, caps. XVI-XX 2 En esta corriente podemos ubicar a CAVO, 1949; MORA, 1965; RIVA PALACIO, 1984 y GONZÁLEZ OBREGÓN, 1952. No sería extraño que esa línea de interpretación surgiera a partir del poema de SANDOVAL ZAPATA, 1986 3 OROZCO Y BERRA, 1853 4 Entre otros opinan de ese modo VINCENT, 1993; PAVÓN, 1996; TATEIWA, 1997 5 VINCENT, 1993, pp. 145 y ss y FLINT, 2008, pp. 23-44 7 Corona, 6 por escapar a los límites de su investigación, poco abunda en torno a los conflictos políticos que desató la requisa. Por lo mismo, aunque en términos generales comparto las conclusiones a las que han arribado estos estudios, me parece factible demostrar que, al denunciar la conjura, los adversarios de Cortés se sirvieron de una estrategia jurídica con el fin de conservar los privilegios y dádivas que antes les había cedido el virrey Luis de Velasco (1550-1564). Para probarlo, en el presente artículo atendiendo al modo peculiar en que se enteró a las autoridades sobre la conspiración y enseguida me ocupo de los conflictos que desató la inspección llevada a cabo por Valderrama, en cuya naturaleza descansa la explicación de lo ocurrido más tarde a los presuntos conspiradores. LA DENUNCIA La primera información levantada por la Audiencia de México para investigar la conjura del marqués del Valle quedó consignada en un expediente conservado a la fecha en el Archivo General de Indias, sección Patronato Real, legajo 203, ramo 1 (1566), en la ciudad de Sevilla. Compuesto entre abril y julio de 1566, este volumen contiene la denuncia y los testimonios recogidos por el presidente del tribunal, Francisco Ceinos, y los oidores, Pedro de Villalobos y Jerónimo Orozco, en su averiguación sobre dicho asunto. Aunque el expediente ha servido a varias generaciones de estudiosos para aproximarse a un levantamiento que a estas alturas nadie se atreve a poner en duda,7 conviene tener en cuenta que rara vez se ha reparado en la naturaleza procesal del manuscrito. Preocupados por encontrar las razones profundas de lo ocurrido, quienes han examinado la averiguación han dado por ciertas las afirmaciones en ella contenidas, ignorando que los testimonios de una causa judicial son en principio declaraciones que pretenden ser tenidas por verdad, pero cuya fiabilidad debe ser siempre puesta en entredicho, a la espera de contextualizar el horizonte discursivo del declarante. Es más, a esa misma indolencia por la fuente, se debe el poco cuidado puesto en indagar el trasunto de la denuncia, siendo sobre todo notorio el olvido en que ha caído la colaboración de Luis de Velasco y sus allegados en el temprano descubrimiento de la conspiración.8 6 Las complejas relaciones familiares que circundan la conjura veáse ARENAS y PÉREZ, 2001 7 El cronista Suárez de Peralta cuenta que la propia Audiencia facilitó copias de los traslados a quien así lo solicitó. SUÁREZ DE PERALTA, 1878 Por su parte, Orozco y Berra reconoce haberse servido de una versión parcial del manuscrito, gracias a la generosidad de un tal señor Andrada 8 Al narrar el episodio en su Tratado, Juan Suárez de Peralta, testigo de los acontecimientos y usufructuario tardío de un traslado del expediente, omite a Velasco entre los delatores, afirmando que éste supo del negocio una vez 8 Por fortuna, ahora sabemos que el 4 de abril de 1566 un criado de los Velasco de nombre Melchor Bravo acudió ante el doctor Pedro de Villalobos a denunciar que sabía de oídas que querían dar muerte al oidor..9 Dijo que hacía no mucho había acompañado a don Luis a entrevistarse con un franciscano que solicitaba verle, un tal fray Diego Cornejo. Con absoluta cautela, según refiere el testimonio, al caer la noche del 11 de marzo, el religioso recibió a Velasco en un confesionario contiguo al convento de Texcoco. Ahí hablaron a solas un rato, al cabo del cual, don Luis llamó a Bravo para que escuchara de boca del fraile lo que tenía que decirles: por instrucción del deán, el doctor Alonso Chico de Molina, unos de los más principales vecinos de México “querían matar al señor Villalobos”.10 Este fue simplemente el principio. Al saberse con la atención de los ministros, al día siguiente se presentó ante Villalobos el propio Luis de Velasco a confirmar lo antes declarado por Bravo. Contó que en una reunión previa, celebrada en febrero de 1566, fray Diego Cornejo le había dicho que cierto día en el convento de Texcoco, el guardián de aquella casa, fray Luis Cal les había pedido a sus hermanos de hábito que “encomendasen a Dios un negocio de gran importancia porque la tierra estaba en gran ventura de perderse”, pues “mucha gente estaba dispuesta a alzarse con la tierra y” sin temor de matar a los oidores de “la Real Audiencia y a las demás personas que les parecía convenía”. Por creerlo una extravagancia, Cornejo manifestó a su superior que en nadie cabía duda que la lealtad del reino estaba con el monarca, tanto así que “bastaría que don Francisco de Velasco y su sobrino don Luis resistiesen […] que en esto se les juntaría gente con que destruyesen los tiranos”. Pero lejos de retractarse, Cal justificó a los inconformes, señalando que no pocos letrados y gente de razón aconsejaban tomar las armas, porque “el rey cada día les estaba quitando [a los encomenderos] sus haciendas o parte de ellas”. consumado. Es probable que queriendo congraciarse con el por entonces recién nombrado virrey, al momento de concluir su obra (1589), el cronista le exonera de toda responsabilidad, asignándole un papel secundario. Resulta poco creíble que, siendo tan cercano a la familia del virrey, el cronista ignorara la actuación de don Luis; en todo caso: ¿por qué borrar de la posteridad uno de los momentos de mayor lustre de Velasco, sobre todo cuando su papel como delator marcaría el despunte de su prominente carrera burocrática? Orozco y Berra, quien revisó una versión incompleta del expediente [“cuyo principio por desgracia se ha perdido”], al no tener a la mano la primera declaración de Cortés, ni el posterior pleito entablado ante el Consejo por los condenados, poco se preocupa por este asunto. SUÁREZ DE PERALTA, 1878, cap. XXXI, p. 201 y OROZCO Y BERRA, 1853, Documento 2, p. 54. Véase GONZÁLEZ GONZÁLEZ, 2009a, p.584, n. 117 9 AGI, Patronato, 203, R. 1, “Información que se tomó por el presidente y oidores de la Audiencia Real de la Nueva España. Sobre el trato de Rebelión y levantamiento que en ella se hizo contra el rey su Majestad”, ff. 1 Sobre Pedro de Villalobos, RUIZ IBAÑEZ y VALLEJO CERVANTES, 2012, pp. 1109-1170 10 AGI, Patronato, 203, R. 1, ff. 1v 9 El rey sentenció Cal- no es señor de la tierra sino tirano, pues no le costó nada y la quita a los que la ganaron.11 Pese a los abundantes detalles ofrecidos, cuando Velasco preguntó a Cornejo por el promotor de la asonada, el fraile sólo alcanzó a responder que entre los partidarios destacaba como caudillo Alonso de Ávila y, aunque Luis Cal era confesor de Martín Cortés, no le constaba a Cornejo que el marqués fuera del mismo parecer. Sabía, eso sí, que una vez depuesta la autoridad, los rebeldes solicitarían al Papa les transfiriera el patronazgo antes cedido al rey, con lo que negociarían el reconocimiento de Francia e Inglaterra, de donde provendrían los bastimentos que solían traerse de Castilla. Con esto, lo que en principio podía juzgarse como una ambigua amenaza, parecían encubrir en realidad un asunto más grave: un alzamiento contra la autoridad del rey. Convencido de la relevancia de su descubrimiento, para respaldar su testimonio, don Luis entregó a los oidores dos cartas selladas y firmadas, aparentemente, por fray Diego Cornejo, con quien antes se había entrevistado, y por uno de sus correligionarios, fray Rodrigo de Ayamonte, en las que ambos convalidaban la versión arriba referida.12 En su testimonio, Ayamonte insiste en la imputación antes hecha al deán, agregando alguna referencia sobre los muchos regalos que enviarían a Roma para obtener el favor del pontífice. Más extensa, la carta de fray Diego destaca por la sugerente similitud que guarda respecto de la versión ofrecida por Velasco quien probablemente la reprodujo casi a la letra-,13 y porque, sin gran reserva, Cornejo reconoce haberle buscado, por ser lo menos que podía hacer para honrar la memoria del difunto virrey, en cuya casa se crío antes de ingresar al convento. Si lo miramos a detalle, así por la cautela debida ante un asunto de tal gravedad, como por las condiciones de su vida conventual, no es de extrañar que los frailes prefirieran enviar memoria escrita a las autoridades, pues entrevistarse con ellas, con toda seguridad habría despertado sospechas entre quienes pretendían denunciar, entre ellos, su superior inmediato, el franciscano Luis Cal. Lo que sí llama poderosamente la atención es que sus cartas no estuvieran dirigidas a la Audiencia, ni al Consejo de Indias, sino a Antonio de Velasco primogénito del 11 AGI, Patronato, 203, R. 1, ff. 3 Las cursivas son mías 12 AGI, Patronato, 203, R.1, La carta de Ayamonte (ff. 5r-5v); mientras que la de Cornejo, compuesta por trece “cartas” o fragmentos encriptados (6r-18v). Al margen de todo ello, no deja de llamar la atención que Cornejo callé el lazo filial lo unía a los Velasco: era sobrino de Beatriz de Andrada, mujer de don Francisco Velasco 13 AGI, Patronato, 203, R.1, ff. 5r-5v Sobre esta semejanza advirtió antes VINCENT, 1993, p. 150 10 finado virrey y miembro, desde 1551, de la corte de Felipe II-, lo que nos autoriza a suponer que, al menos en principio, Luis de Velasco pretendía valerse de su hermano para enterar al rey.14 De haberse conocido esos informes en Madrid, sin duda habrían dado pie a las mayores previsiones ante el riesgo, real o fingido, de que los encomenderos novohispanos emularan el ejemplo rebelde del Perú.15 Sin embargo, antes que esperar por la eventual –e hipotética- intervención de la Corte, Velasco prefirió seguir el consejo de sus hombres de confianza su viejo amigo y maestrescuela de catedral y canciller de la Universidad,16 Sancho Sánchez de Muñón y el alguacil mayor, Juan de Sámano-,17quienes le recomendaron delatar ante la Audiencia lo que sabía “para que se remediase”.18 Antes que un asunto de poco interés, de esta condición de delator se desprende una sutileza jurídica que conviene no perder de vista. Al fungir como denunciante y no como acusador, Velasco no estaba obligado a probar lo declarado, quedando incluso exento del castigo aplicable a quienes de forma deliberada ofrecían falso testimonio. Esta cláusula en un caso extremo bien podría prestarse a que exagerara premeditadamente su dicho –o incluso lo falseara-, a sabiendas de que no se procedería en su contra.19 Carente de toda lógica para el observador contemporáneo, en su tiempo esta medida servía para incitar a los posibles delatores, en el entendido de que era preferible que el juez tuviera noticia de cualquier conducta que pudiera o no- constituir un delito, a la posibilidad de que éste quedara sin castigo. Al margen de estas consideraciones, lo cierto es que alarmados por estas confidencias, los ministros de la Audiencia procuraron prestar oído a todo aquel que ofreciera darles razón de la supuesta conjura. El mismo 5 de abril, apenas concluida la declaración de Velasco, el encomendero Agustín de Villanueva manifestó que “hará ocho meses poco más” (es decir, en 14 AGI, Patronato, 203, R.1, ff. 6-6v Así lo consigna fray Diego Cornejo 15 Aunque por carecer de certificado ante escribano, las cartas poseían escaso valor procesal, solían emplearse con regularidad para la recepción de denuncias, siendo no pocos los casos en que se iniciaba averiguación a partir de lo contenido en las epístolas. LORENZO CARDAZO, 2001, p. 4 16 En 1560, en una información levantada en favor del maestrescuela, preso en la cárcel arzobispal, Velasco dijo conocerle “de más de seis años a esta parte”, lo que permite suponer que se conocieron en Salamanca. GONZÁLEZ GONZÁLEZ, 1997, pp. 138 17 Adscrito al Ayuntamiento de México, el alguacil mayor desempeñaba “todas las funciones ejecutivas del orden público: hacer cumplir los autos y mandamientos del virrey, alcaldes y demás justicias, prender a quien se le mandase y perseguir los juegos prohibidos y pecados públicos”, DE LA PEÑA, 1983, p, 145 18 AGI, Patronato, 203, R.1, ff. 3v 19 Por su gravedad, el delito de lesa majestad toleraban toda serie de excepciones procesales. Por principio, podía dar por válido el testimonio de los cómplices [Partidas, partida III, L. 21, tít. 16]; o se negaba a los plenamente culpables el derecho de apelar CURIA FILÍPICA, Parte III, Tít. 13, Parágrafo 10, p. 171 11 octubre de 1565),20 su primo, Baltasar de Aguilar, le había dicho que, en efecto, indignados por la negativa de Felipe II para confirmar la perpetuidad, un grupo de encomenderos acaudillado por Alonso de Ávila se reunía esporádicamente a planear un levantamiento, con el único propósito de coronar a Martín Cortés. En la misma fecha e igual sentido se manifestó Alonso de Villanueva, hermano menor de Agustín, quien en su testimonio respaldó la autenticidad de esos rumores. Ahora bien, aunque los indicios que comenzaba a arrojar la averiguación eran coincidentes, por tratarse de meros testimonios de oídas, no bastaban para certificar la consumación del delito; menos aun para, eventualmente, hacer probanza plena. Por lo mismo, los oidores se afanaron en traer a su presencia a los directamente involucrados, aun a sabiendas de que su lealtad era una quimera. Al cabo de algún arreglo nunca esclarecido, los hermanos Villanueva consiguieron que el 17 de abril su primo Baltasar de Aguilar compareciera ante la Audiencia. Si damos crédito a la palabra de Aguilar, todo parece indicar que la llegada, en septiembre de 1565, de una cédula negando en redondo la perpetuidad de los repartimientos, habría colmado la paciencia de los colonos. Exaltados ante el inminente riesgo de perder sus rentas a vuelta de una generación, algunos encomenderos habrían ideadoun plan para arrebatar al rey la Nueva España. A grandes rasgos la idea consistía en dar muerte a los oidores y al visitador Valderrama para, acto seguido, proclamar a Martín Cortés como su rey, argumentando que el lejano monarca no prestaba oído a las exigencias de sus súbditos. Una vez sentado en el trono, Cortés repartiría señoríos entre sus incondicionales, negociaría el reconocimiento del Pontífice romano y abriría los puertos novohispanos al resto de la cristiandad.21 A pesar de que sus afirmaciones poco abonaban a lo hasta entonces conocido, en términos cualitativos, Aguilar era el primer testigo ocular de la conjura, por lo que su colaboración resultaría de la mayor importancia a la hora de condenar a los inculpados. A instancia suya, la Audiencia supo de primera mano de la realización de ciertas juntas en las que Aguilar tomó parte desde noviembre de 1564-,22 y en las que so pretexto de jugar a los naipes, Alonso de Ávila congregaban en su casa entre otros a Juan de Valdivieso, al deán Chico de Molina, Hernando de Bazán, el racionero Cristóbal Ayala de Espinosa, Pedro de Aguilar, así como algunos amigos del marqués como Bernardino Pacheco de Bocanegra para hablar sin mucho empacho sobre la forma en que habrían de proceder. 20 AGI, Patronato, 203, R. 1, ff. 22v 21 AGI, Patronato, 203, R. 1, ff. 26-28v 22 AGI, Patronato, 203, R. 1, ff. 26v. “Habrá un año y medio más o menos”, es decir, en noviembre de 1564 12 Al propio tiempo, al filtrarse entre algunos vecinos la noticia de que la Audiencia preparaba una averiguación, ya bien por convencimiento propio ya por temor a la reprimenda, algunos cómplices de la revuelta acudieron a ofrecerse como acusadores. Uno de ellos, el sacristán Pedro de Aguilar, 23 contó a finales de abril el modo en que los conspiradores tenían pensado asestar el golpe.24Dijo que un viernes, mientras sesionara la Audiencia, un pelotón de hombres armados sometería a la guardia, irrumpiría en el salón del Acuerdo y daría muerte a los ministros y al visitador Valderrama. Consumado el golpe en palacio, harían tañer a arrebato las campanas de catedral para advertir a otra partida de rebeldes encargada de ejecutar sin dilación a don Luis de Velasco, a su tío Francisco “y a cualquier otro que se opusiera”. Expuestos en la plaza y más tarde incinerados junto con los papeles de gobierno, los despojos de funcionarios y partidarios del viejo orden confirmarían a la plebe que la justicia del rey había sido depuesta. En medio de aquel desconcierto que sus promotores imaginaban festivo, Martín Cortés sería jurado rey de México, a condición de que su estirpe velara perpetuamente por el bienestar de los herederos de la Conquista. A estas noticias, el sacristán Aguilar pronto añadió otras no menos alarmantes sobre la forma en que los parientes del marqués se harían con el control de la tierra,25y algunas más advirtiendo un cambio en la estrategia rebelde. El 17 de junio hizo del conocimiento de los jueces que, sospechando de la indagatoria y a fin de conservar de su lado el factor sorpresa, tanto Ávila como Cortés había decidió mudar de planes, haciendo coincidir el inicio de la insurrección con el paseo del pendón real, el 13 de agosto. En la época se pensó que la ocasión era propicia, porque en medio de las escaramuzas que por costumbre solían organizarse para conmemorar la caída de Tenochtitlán, los rebeldes podrían arremeter contra la autoridad, sin levantar sospechas.26 23 Pedro de Aguilar pasó a las Indias en la armada del Presidente Pedro de la Gasca y tomó parte en la expedición que encabezara Valdivia a Chile, pero poco dice sobre su llegada a Nueva España, donde estuvo al servicio del racionero Cristóbal Ayala de Espinosa AGI, México, 1842, R. 4, ff. 421, “Relación de méritos y servicios de Pedro de Aguilar”, 1574 24 Pedro de Aguilar declaró en cuatro ocasiones entre el inicio de la averiguación y la detención de los conjurados: el 23 de abril, el 17 y 20 de junio y el 16 de julio. AGI, Patronato, 203, R. 1, ff. 34-47, 69-76, 76-85, 150-157 Un examen de su declaración puede verse en VINCENT, 1994., p. 157 y ss 25 Según refiere Aguilar, a don Luis Cortés y Hermosillo tocaría apoderarse de la flota en san Juan de Ulúa, evitando así zarpase buque alguno con la nueva del alzamiento. Entretanto, don Martín Cortés –el “mestizo”, hijo de Malintzin- tomaría Zacatecas para asegurar su lealtad de las ciudades del interior y apoderarse del producto de las minas. El deán Chico de Molina marcharía a Europa para obtener la venia papal y el reconocimiento del monarca francés; mientras que el racionero Ayala de Espinosa iría a Sevilla a rescatar al primogénito del marqués. Para mayores detalles VINCENT, 1994., p. 158 y ss 26 Sobre las implicaciones de esta fiesta entre los encomenderos GARRIDO ASPERÓ, 2004 13 Por si todo lo anterior no fuera suficiente para validar la causa, otros desertores de la conjura, fingiéndose espías, abonaron con sus confidencias a disipar cualquier duda. Alegando servir como informante, el racionero Cristóbal Ayala de Espinosa contó, por ejemplo, que tal era la claridad de Alonso de Ávila, enterado a detalle de las rebeliones peruanas, no dudaba en señalar que el mayor error de Pizarro al desafiar la autoridad del Emperador consistió en no haberse proclamado rey del Perú, nombrando entre sus incondicionales a una nobleza que lo respaldara. La ausencia de este paso definitivo abrió la puerta a que Pedro de la Gasca aplacara los ánimos ofreciendo cuantiosas rentas a los adversarios del caudillo.27 Otro testigo de menos luces, el encomendero Pedro de Quesada, dijo que pese a ser genuinas las motivaciones de los rebeldes y a contar con el respaldo de buena parte de la tierra, ni Ávila, menos aún Cortés tenían las agallas necesarias para sacar adelante la empresa.28 Convencidos entonces de que el cúmulo de acusaciones bastaba para confirmar la traición contra la Corona, los oidores mandaron prender a los conjurados. El martes 16 de julio de 1566, mediante una celada, tomaron preso a Martín Cortés. Algunas horas más tarde, el alcalde Manuel de Villegas capturó a los hermanos Gil González y Alonso de Ávila y, antes de la puesta del sol, Juan de Sámano hizo lo propio con los otros hijos del Conquistador, Martín y Luis.29 El resto de los inculpados caería en los próximos días. La conjura, si existió, había tocado a su fin. LA CAÍDA Y EL PROCESO La nueva del alzamiento provocó una conmoción nunca antes vista. Un viajero que por aquellos días llegó a la ciudad escribió a la península que “los oidores se habían hecho fuertes en la Casa Real”, a costa de alquilar a “40 soldados a los que daban a 50 pesos de paga a cada uno por mes”, y de tener dispuesta la artillería para lo que pudiera ofrecerse. Alguno vecino asiduo a las casas de juego contó que era imposible deambular de noche por las calles de la capital sin terminar en manos de la ronda. Todas esas provisiones invitan a pensar que, al menos en el verano de 1566, se aguardaba como cosa cierta la insurrección. 27 Poco antes de su captura Ávila contó a Espinosa que por intermediación de Juan Coronel, Gonzalo Pizarro había ofrecido su auxilio a los rebeldes. Nunca pudo confirmarse la relación con los insurrectos peruanos: a Pizarro lo había decapitado en Lima casi veinte años atrás. AGI, Patronato, 203, R. 1, ff. 172 v Sobre la rebelión en Perú véase LOHMANN VILLENA, 1977 28 AGI, Patronato, 203, R. 1, ff. 142 29 SUÁREZ DE PERALTA, 1878, cap. XXXII, p. 210 14 Movidos presumiblemente por el temor, los oidores decidieron iniciar la confesión de los reos interrogando a Alonso de Ávila, que de todos los señalados era más seriamente comprometido. La misma noche en que fue desmantelada la conjura, el 16 dejulio, el doctor Orozco inició el interrogatorio preguntando a Ávila sí había presidido reuniones “algunas personas tratando entre sí de alzarse con la tierra” o si entraba en sus planes arrebatar la vida de los ministro de Su Majestad. Advertido sobre el riesgo de dar la razón a sus denunciantes, Ávila lo negó todo, limitándose a contestar que “Nunca tal junta con [h]a fecho, ny con persona ninguna [h]a tratado semejante negocio”. Con cautela, matizó aquellas aseveraciones en que creyó había inconsistencias y puso particular énfasis en evidenciar que su comportamiento y los juegos y reuniones que con frecuencia celebraba en su casa, nada tenían de extraño. Por el contrario, apeló a la lealtad que su linaje había mostrado siempre al rey, al tiempo que negó rotundamente custodiar “armas y demás materiales de guerra”. Poco más pudieron obtener los oidores de la confesión de Gil González, quien dijo haber visto ocasionalmente a algunos vecinos de la ciudad dialogando en “los corredor de las casas del dicho Alonso”, pero por estar apartado ignoraba el contenido de sus conversaciones. Para probar su inocencia, el 18 de julio, Alonso de Ávila entregó a los ministros un testimonio respondiendo a las acusaciones, de cuya lectura se deduce que tenía una idea bastante confusa del modo en que se habían fraguado la denuncia.30 En el manuscrito de apenas unos cuantos folios, se acusa al racionero Ayala de Espinosa de imputar, al calor de añejos conflictos, a su defendido “las propias maldades que […] debía de tener pensadas”.31 Según esta versión, siendo Ayala de Espinosa vicario de Zumpango, un pueblo encomendado a Alonso de Ávila, éste le “hizo echar” para ofrecer el beneficio eclesiástico al padre Rodrigo de Valderrama, pariente del visitador. Al darse por enterado, el racionero juró públicamente vengarse, por lo que seguramente, aduce el testimonio, su delación obedecía al deseo de perjudicar a quien consideraba su “enemigo capital”, imputándole la autoría de un crimen de lesa majestad, a sabiendas de que la condena podía costarle la vida.32 30 “Confesión de Alonso de Ávila y Gil González, su hermano”, en OROZCO Y BERRA, 1853, Anexo, p. 37 31 “Confesión de Alonso de Ávila y Gil González, su hermano”, en OROZCO Y BERRA, 1853, p. 41 32 De añeja tradición, la rebelión contra el rey estaba tipificado en la legislación bajo el concepto de “traición”, siendo considerada una falta de la máxima gravedad. En la época visigótica, “la legislación establecía para el traidor la muerte y la confiscación de los bienes”. (VILLARROEL GONZÁLEZ, 2008, pp. 279 y ss)Esa misma sanción persiste en las Partidas de Alfonso X; pero se agregan definiciones más precisas. Por principio, se asienta que el delito contra la autoridad “es el más vil” que puede ser cometido por las personas, puesto que supone atentar contra Dios, el señor 15 Reducido el asunto a una venganza entre particulares, la defensa de los Ávila se empeñó en mostrar que la denuncia era en realidad resultado de una intriga. Para lograr su cometido, explicaba el manuscrito, el racionero había congregado en torno suyo a un grupo de incondicionales, con quienes “compuso y ordenó, las [dichas] memorias” homogeneizado las acusaciones y ordenándolas “con unas mismas palabras”, hasta hacerlas parecer como “cortadas por una tijera”, a fin de entregarlas a la Audiencia como ciertas.33Por supuesto, una empresa de tal magnitud precisaba de sumar voluntades. En otro fragmento del testimonio se acusa a Luis de Velasco y a Juan de Sámano de prestar auxilio al racionero, incitando a otros testigos al prometer que validaría “lo que ellos falsamente le dirían”. Sin ofrecer mayor detalle sobre la participación o los motivos de Velasco, se presume que Sámano tenía por coartada el cobrar viejas rencillas. Al mismo deseo se atribuye que Baltasar de Aguilar y Agustín de Villanueva hubieran testificado contra los Ávila, en razón de un antiguo altercado verbal, a resultas del cual ambos juraron vengarse. En tanto que la colaboración de Pedro de Aguilar bien cabría atribuirla al ansia por cobrar alguna dádiva que hiciera más llevadera la miserable condición de un “sacristán harto desventurado”.34 Con todo, la nota más interesante del testimonio apareció de forma involuntaria. Tratando de descalificar a Baltasar de Aguilar caracterizándolo como un individuo que gustaba de generar insidias incluso entre sus deudos, el testimonio cuenta que, recientemente y sin que fuera cierto, Baltasar había dicho a Martín Cortés que don Luis de Velasco, Ortuño de Ibarra y Juan de Sámano “heran sus muy grandes enemigos” e “que andaban hurdiendo muchas trayciones”.35 Aunque la anécdota pretende mostrar el talante insidioso de Aguilar, al dar por falsa la acusación confirma que Ávila ignoraba el papel jugado por Velasco en la primera cronología de la intriga, aquella en que auxiliado por su círculo cercano, el hijo del virrey enteró del rumor a los oidores. No había forma de que Ávila estuviera al tanto de esta situación. A pesar de que sus deudos se quejaron más tarde ante el Consejo, alegando que no les habían sido facilitados todos los folios de la sumaria, con toda seguridad, esta confusión resultó de la misma argucia conceptual a la que antes he atendido. Cuando a principios de abril, Velasco se presentó ante la natural y los hombres. Posteriormente se asientan catorce formas en que se incurre en dicha falta que van desde conspirar para matar al monarca, hasta tolerar que se maltrate su imagen. Partidas, partida VI, título II 33 “Confesión de Alonso de Ávila y Gil González, su hermano”, en OROZCO Y BERRA, 1853, p. 45 34 Suárez de Peralta señala que Pedro de Aguilar servía como sacristán en la Santa Veracruz, y que sin oficio había pasado a Nueva España, a expensa de servir a Espinosa. SUÁREZ DE PERALTA, 1878, cap. XXXII, p. 203-204 35 “Confesión de Alonso de Ávila y Gil González, su hermano”, en OROZCO Y BERRA, 1853, p. 46-47 16 Audiencia lo hizo en calidad de denunciante, no como acusador, “manifestando el delito, no para tomar venganza, sino para apercibir [al juez] de él”, por lo que los jueces no tenían obligación de informar al reo, en este caso Alonso de Ávila, respecto de quien lo había delatado, estando únicamente comprometidos a brindar “los nombres y dichos de los testigos que le condenan regularmente”.36Es más, por tratarse de un delito de extrema gravedad y para prevenir cualquier represalia, la legislación facultaba a los ministros a reservarse los nombres de testigos y acusadores. A esa misma condición de delator se debió que al momento de levantar la prueba contra los Ávila, el fiscal se abstuviera de llamar a declarar a Luis de Velasco y de averiguar a detalle las confidencias del franciscano Diego Cornejo. Por lo mismo, no fue preciso que Velasco se ratificara en su dicho, como sí hicieron el racionero Ayala de Espinosa, Baltasar de Aguilar, Pedro de Aguilar, Pedro y Baltazar de Quesada, Agustín de Villanueva, quienes entre el 18 y 19 de julio reiteraron sus acusaciones contra Alonso de Ávila y su hermano. A estos testimonios de vista, el fiscal añadió las declaraciones de oídas de otros vecinos, en las que se abundaban sobre los rumores que sobre la revuelta corrían por la ciudad. En obligado contraste, los Ávila arguyeron como prueba de inocencia su lealtad a la Corona y la certeza, confirmada más tarde por los armeros de la ciudad y la inspección llevada a cabo por el alcalde Villegas, de que no acopiaban, ni en su casa, ni en su finca de Cuautitlán, las armas necesarias para orquestar un levantamiento.37 Pero de poco valió todo esto. Luego de admitir en la probanza los testimonios en favor de los Ávila casitodos ellos dictados por sus criados y otras personas de escasa calidad- y de oponerse a nueva ampliación del término de prueba, la Audiencia procedió a deliberar apresuradamente, alegando que la paz de la república se hallaba comprometida. El resultado y la sentencia es de todos conocido: se condenó a Alonso de Ávila y a Gil González, a muerte por decapitación, al perdimiento de bienes y a que sus solares fueran regados con sal como antes hicieron los romanos en Cartago, para que constara a todos la traición al monarca. Con esto, la acusación fincada y, en consecuencia, la sentencia posterior basaba toda su fuerza en el testimonio de quienes en principio reconocieron su participación en el delito de lesa majestad, que más tarde acudirían a denunciar. 36 CURIA FILÍPICA, Parte III, Tít. 13, Parágrafo 5, p. 158 37 “Confesión de Alonso de Ávila y Gil González, su hermano”, en Orozco y Berra, 1853, p. 49 17 Tampoco consta que al momento de ser sometido al primer interrogatorio, el 18 de julio de 1566, Martín Cortés tuviera mucha idea del modo en que se constituyó la causa. En su declaración apenas si culpa a Baltasar de Aguilar por la propagación de ciertos chismes que pretendían menguar su fama y, si bien admite el clima de exaltación que imperaba, la idea de un alzamiento le parece disparatada.38 Admite, a lo sumo, que ante el creciente rumor de que el sucesor del virrey Velasco aplicaría a plenitud las “Leyes Nuevas”, Cortés ofreció a los encomenderos mediar ante el visitador Valderrama, lo que por supuesto no bastaba para acusarlo de traición. A diferencia de Alonso de Ávila, quien de inmediato atribuyó la intriga a Ayala de Espinosa, el marqués no identifica en principio a ningún responsable. Sin embargo, el 26 de agosto, tres semanas después de la ejecución de los Ávila, Cortés solicitó a la Audiencia incorporara al expediente una copia de la petición que promoviera el 17 de junio de 1566 un mes antes de ser aprehendido-, para que se investigara a “los que con mañas pretendían perturbar la paz” porque: “algunas personas que son don Luis de Velasco, Ortuño de Ibarra, factor de su Majestad, e Juan de Sámano, alguacil mayor de la dicha ciudad y enemigos y allegados, [h] an traído cosas de esta Audiencia, […] a algunos señores, oidores de ella, en particular, hacían información contra él sobre cosas tocantes a la paz y a la quietud del reyno”39 Aunque la Audiencia no dio entrada a la solicitud sino hasta el 15 de julio, apenas horas antes de que se tomara preso a su promotor, la insistencia de Cortés en traer a cuenta ese alegato parece confirmar que muy pronto sospechó probablemente por ciertas revelaciones hechas por Baltasar de Aguilar- que sus adversarios buscaban tenderle una trampa.40 En medio de esas diligencias, en septiembre de 1566, llegó a México la noticia de que el nuevo virrey aguardaba frente a san Juan de Ulúa. Nombrado en la corte desde febrero y puesto al tanto de la agitación antes de tocar tierra, Gastón de Peralta, marqués de Falces, prefirió prudentemente retrasar su entrada hasta octubre, al tiempo en que los oidores se aprestaban a juzgar al marqués y a sus hermanos. Por no faltar al protocolo, la Audiencia determinó postergar 38 AGI, Patronato, 208, R. 1, “Testimonio del pedimento que hizo el marqués del Valle contra don Luis de Velasco y otros” 39 AGI, Patronato, 211, R. 1“Testimonio del pedimento que hizo el marqués del Valle contra don Luis de Velasco y otros, dando aviso al escribano de lo que sabía. Pidiendo he hiciese cierta información” 40 La inquietud debió surgir a raíz de ciertas confidencias de Pedro de Aguilar. El 10 de abril de 1566 Aguilar advirtió a Martín Cortés sobre la averiguación iniciada por la audiencia. Las advertencias continuarían por lo menos hasta poco antes de su aprehensión, con lo que parece no quedar duda de que Aguilar sirvió a ambos bandos, llevando y trayendo información. OROZCO Y BERRA, 1853, p. 45 y VINCENT, 1993 18 la deliberación para que el virrey pudiera tomar parte en las sentencias. Jamás imaginaron los oidores, menos aún los promotores de la causa, que apenas traspuestas las ceremonias de recepción, Falces procuraría enormes libertades a Martín Cortés, llegando incluso a consentir que abandonara su encierro. Tampoco pudieron prever que, luego de ojear el proceso y por parecerle desproporcionadas las acusaciones, el virrey haría lo posible por obtener la retractación de Baltasar de Aguilar, quien ante la presión no tardó en desmentir su primer testimonio, poniendo en entredicho la culpabilidad de Cortés.41 Aprovechando la actitud favorable del marqués de Falces y que, al desdecirse, Aguilar confesó haber declarado originalmente contra su voluntad,42 la defensa del marqués trató de demostrar que la primera denuncia era producto de una maquinación. A instancia de sus abogados, Cortés demandó por escrito se exigiera a Melchor Bravo declarar bajo juramento si la carta de fray Diego Cornejo, pieza clave como vimos de la delación original, había sido escrita por él, “porque no es la letra del dicho fraile”.43Por otro testimonio sabemos que puesto en custodia por los superiores de su orden, Cornejo negó haberla escrito, no siendo imposible que los franciscanos le forzaran a retractarse, en virtud de la dilatada lealtad mostrada hacia el padre de Martín; más cuando el provincial, Diego de Olarte, antes tomar el hábito había servido fielmente al Conquistador y, cuando fue requerido, testificó en favor tanto de Ávila, como del propio marqués. Al enterarse de que Cornejo parecía cambiar de opinión, los oidores mandaron un piquete de soldados al “monasterio donde estaba el dicho fraile […] [para] llevarlo a la dicha Audiencia”, donde le retuvieron para examinarle.44 Ambas sospechas coincidirían en lo fundamental con lo esgrimidas posteriormente por María de Sosa, viuda de Alonso de Ávila.45 En un memorial presentado personalmente ante el Consejo de Indias, en el que suplicaba por la revocación de la sentencia, Sosa acusó abiertamente a los oidores Ceinos, Villalobos y Orozco de actuar presos de la pasión, y sin más prueba que ciertas conversaciones que por cierto no desmiente-, que su marido sostuvo con el racionero Ayala de Espinosa y Pedro de Aguilar. A la falta de una probanza plena, añadía el manuscrito, los jueces habían actuado precipitadamente, haciendo cumplir sentencias excesivas sin ofrecer a los 41 SUÁREZ DE PERALTA, 1878, cap. XVIII 42 SUÁREZ DE PERALTA, 1878, cap. XVII-XIX 43 AGI, Patronato, 211, R. 1, f. 9r 44 AGI, Escribanía de Cámara, 1007B, N. 1, ff. 7v-8r “Petición de María de Sosa, viuda de Alonso de Ávila al Consejo de Indias”, Madrid, 8 de enero de 1571 45 AGI, Escribanía de Cámara, 1007B, N. 1 19 inculpados por el escaso término de prueba y la prontitud con fueron llevados al cadalso- la oportunidad de recusar la condena. Esto por no hablar de que jamás se probó que contaran con los recursos financieros y militares para sacar adelante la empresa. A pesar de que la petición no rindió frutos, la posición ahí presentada aporta algún indicio de que la famosa carta de Cornejo era en realidad producto de otra pluma. En uno de los folios que entregó al Consejo, Sosa acusa a Luis de Velasco, Ortuño de Ibarra y Juan de Sámano de confabularse para destruir a su marido, gestando “trazas diabólicas para decir que era desleal, y traidor a Vuestra Majestad”. Animado por contar con el favor, parentesco y amistad de los oidores, continúa el relato, Velasco entabló tratos con “un fray Diego Cornejo” […], un viejo protegido del virrey,46 para que “escribiese una carta para España para don Antonio de Velasco, hermano del dicho don Luis, y que en ella dijese que se querían levantar [con] la tierra y que elautor principal de ello era el dicho Alonso de Ávila Alvarado”.47 A los pocos días, Cornejo hizo llegar a Velasco un pliego en blanco con su firma al calce y la carta de “otro fraile que se decía fray Rodrigo [Ayamonte] y era mozo” cuyo contenido incriminaba a Ávila. Para completar la faena, Velasco, Sámano, Ibarra y el maestrescuela Muñón “compusieron una carta como si la hubiera escrito el dicho fraile Diego Cornejo”, y tras ultimar el contenido pidieron a Melchor Bravo la pasara en limpio, cuidando con ello que la caligrafía no resultara familiar a los oidores. El resto de la historia lo conocemos. En apariencia baladí, ese señalamiento terminó de poner en entredicho la legitimidad de la denuncia. Ante la escandalosa retractación de Baltasar de Aguilar, el presunto carácter apócrifo de que la carta escrita por Cornejo y la acusación de que los jueces habían actuado apasionadamente para complacer a sus parientes particularmente el doctor Ceinos, señalado por favorecer a Luis de Velasco, sobrino de la mujer del oidor-,48 al virrey no le quedó más remedio que reconocer que el único modo de impartir verdadera justicia pasaba por remitir a los hermanos Cortés a la península, a fin de que el proceso se desahogara ante el Consejo. En una carta de la que Felipe II no tuvo noticia sino de forma tardía, Falces explicaba que “la mayor parte de la 46 AGI, Patronato, 203, R. 1, ff. 6 Cornejo reconoce que cuando mozo vivió al amparo del virrey, quien lo acogió 47 AGI, Escribanía de Cámara, 1007B, N. 1, ff. 7v 48 AGI, Escribanía de Cámara, 1007B, N. 1, ff. 8r-v El oidor Francisco “Ceynos había casado a su hija con el encomendero Francisco de Solís, pariente de la mujer de Luis de Velasco, el mozo, lo que lo vinculaba con el clan anticortesiano” (GONZÁLEZ GONZÁLEZ, 2009a, p. 585) La queja tenía total sentido: al ser la justicia “la perpetua y constante voluntad de dar a cada uno lo que es suyo, está presupone la igualdad de las partes y en su realización exige, por lo tanto que el juez esté libre de toda pasión (amor, odio, codicia) que pueda inducir parcialidad al decidir”. GARRIGA, 2006, p. 81 20 república estaba muy escandalizada […] porque la culpa del levantamiento no era tanta como los testigos y las averiguaciones han hecho y mostrado”.49 Por ello, antes que confirmar sentencia que condenaba a la pena capital a don Luis Cortés y Hermosillo, el virrey mandó suspender la ejecución, ordenando, en contraparte, se iniciara un proceso para trasladar a los hijos del Conquistador a la metrópoli.50 Algunos meses más tarde, en febrero de 1567, en su calidad de caballero el marqués del Valle rindió pleito homenaje al rey para trasladarse a Veracruz, embarcarse con la flota y, a más tardar, a un mes de tocar puerto en la Península, notificar de su llegada a los consejeros de Indias.51 Nunca volvió a la tierra en la que supuestamente quiso ser rey. Antes que una victoria definitiva para sus denunciantes, la derrota del partido de Cortés puso en crisis la endeble estabilidad que habían construido. La tolerancia mostrada por el virrey Falces hacia los conspiradores generó intranquilidad entre los “leales al rey”, no sólo porque creyeran factible un levantamiento, sino porque la presunción de irregularidades podía dar pie a represalias.52 Por eso, tan pronto como pudieron, los adversarios del marqués acusaron al virrey de favorecer a los conspiradores y, aprovechando sus contactos en la flota, hicieron secuestrar los pliegos que enviaba Falces al rey, arriba citados y en los que abogaba por la causa de Cortés,53 y en su lugar mandaron otros en los que denunciaban las “cosas que había hecho el virrey y la amistad que tenía con el marqués del Valle”.54 Los mensajeros no pudieron llegar a Madrid en peor momento: en marzo de 1567 Felipe II despachaba al duque de Alba al frente de un ejército de 10 000 hombres para someter a los rebeldes flamencos. Escandalizado por las noticias que llegaban de Nueva España, el rey ordenó se creara una comisión integrada por los licenciados Gaspar Jaraba, del Consejo de Castilla, Alonso Muñoz, del Consejo de Indias, y el doctor Luis Carrillo- que dieran continuidad al proceso. El resultado de la indagatoria debió resultar amargo a los delatores. El terror desatado 49 “Memorial del virrey Gastón de Peralta, marqués de Falces, sobre las condiciones en México, 23 de marzo de 1567”, en HANKE y RODRÍGUEZ, pp. 169-185. Aunque llegó con la flota de marzo, la carta es un duplicado de la enviada por el virrey el 10 de septiembre de 1566. 50 RUBIO MAÑÉ, 2005, p. 15 51 OROZCO Y BERRA, 1864, p. 56 52 En última instancia, cuando se había determinado ya el traslado de los Cortés, Luis de Velasco exigió se llamara a declara a Cornejo; sin embargo, el recurso fue rechazado por no haberse presentado en el término de prueba. Véase CURIA FILÍPICA, Parte III, Tít. 15, Parágrafos 3-4, p. 163-164 53 “Memorial del virrey Gastón de Peralta, marqués de Falces, sobre las condiciones en México, 23 de marzo de 1567”, en HANKE y RODRÍGUEZ, pp. 169-185 54 SUÁREZ DE PERALTA, 1878, cap. XIX 21 por Muñoz y Carrillo –Jaraba murió durante el viaje- al investigar la causa disimuló muchas de las irregularidades, pero potenció otras. Poco se habló en adelante de la naturaleza del conflicto, pero mucho cuidado se puso en que no quedara culpable sin castigo. El delator Baltasar de Aguilar fue tomado preso, sometido a tormento y condenado a la horca; pero para su fortuna, las gestiones de su tía Beatriz de Andrada, mujer de Francisco de Velasco, consiguieron que esa pena le fue conmutada por el destierro a Orán. EL TIEMPO DE VALDERRAMA (1560-1566) No muchos días después de que ejecutaron a los Ávila comenzó a tomar fuerza la creencia de que el castigo había sido excesivo. Entre sus contemporáneos generó enorme suspicacia que los delatores estuvieran ligados por distintas vías a los Velasco y, sobre todo, que hubieran puesto todo su empeño en propiciar la intervención de la justicia.55 ¿Había razones para desconfiar que su temprana denuncia no estuviera movida sólo por el celo y lealtad a la Corona? Me temo que sí. Al ambiguo y conveniente papel que como delator desempeñó Luis de Velasco, a las pruebas que presumiblemente inventadas presentó para llamar la atención de la Audiencia, debemos agregar otro detalle. Por creerlo un fenómeno aislado, hasta ahora nadie ha reparado lo suficiente en que la conjura fue denunciada apenas zarpar la flota en que partió el visitador Jerónimo de Valderrama, en la primavera de 1566. Aun cuando los primeros rumores corrieron tan temprano como octubre de 1564, y de que en los planes de los presuntos conspiradores entraba el asesinar al visitador, no consta que Valderrama hubiera sido puesto al corriente, al menos no con el detalle con que se haría más tarde. Por la gravedad de la causa, la omisión no puede sino dar pie a suspicacias; más porque, como es sabido, entre las principales obligaciones de un visitador estaba el “prestar oído a todas aquellas personas que pudieran comparecer para pedir justicia por los agravios recibidos o para informar sobre cualquier otra anomalía necesitada de remedio”.56 Pero ¿qué explica que no se exigiera al visitador iniciar una averiguación en la forma debida? El cronista Juan de Torquemada cuenta que fue público y notorio que, en cierta ocasión, un hombre a punto de morir relató a su confesor los pormenores de la conjura y que éste, alarmado, lo notificó a Valderrama, “el cual por tenerlo por mentira, o por parecerle un disparate, 55 TORQUEMADA, 1975, L. 5, Cap. XIX, p. 395-396 56 ARREGUI ZAMORANO,1981, p. 56 22 no hizo caso de ello”.57 De modo parecido se había comportado el visitador al presenciar las declaraciones de un dominicoque, molesto por las retasaciones tributarias, negó durante un sermón que Felipe II fuera el legítimo soberano de las Indias. Ante el agravio, lejos de pedir la inmediata expulsión del religioso, como exigían los oidores, Valderrama creyó que bastaba con amonestarle. Contra toda sospecha, antes que intrascendentes, esta clase de episodios parecen confirmar que el visitador era más bien poco crédulo ante los rumores, cosa que bien pudo disuadir a los posibles denunciantes. Aunque esa conjetura no carece de sentido, pensar de ese modo supone cierta cortedad de miras. Implica en principio soslayar que los autos levantados por la Audiencia fueron producto, como vimos, de operaciones sumamente peculiares, a las que cabría agregar un contexto rara vez considerado. Si me lo preguntan, creo firmemente que quienes a la postre delataron la conjura no lo hicieron en tiempo de la visita, asumiendo que Valderrama difícilmente obraría contra los que en su tiempo fueron considerados sus aliados.58Pero vayamos por partes. Llegado a Veracruz el último de julio de 1563, el licenciado Valderrama traía consigo el encargo de examinar el desempeño de los funcionarios de la Audiencia y del virrey Luis de Velasco y, sobre todo, de poner remedio en la hacienda.59 La visita fue una primera insinuación de la más tarde concretada reforma de las Indias, un proyecto filipino cuyo propósito no era otro que asegurar un mayor control regio y recaudar un ingreso muy superior al percibido hasta entonces, a fin de que América contribuyera a sortear la crisis por la que atravesaba la monarquía.60 En el Perú, donde por años las revueltas de encomenderos habían puesto en grave riesgo la estabilidad de la tierra, la Corona llegó a considerar seriamente la venta de encomiendas perpetuas como un medio legítimo para alcanzar la paz y aliviar, simultáneamente, las presiones fiscales. Contra la reticencia de su Consejo de Indias –que veía en la medida un atropello inaceptable a la soberanía del monarca-, Felipe ordenó se enviara a Lima un grupo de agentes encargados de analizar la viabilidad del proyecto. En 1562, cuando los emisarios del rey constataron que los encomenderos no estaban en condiciones de pagar los 5 millones de ducados 57 TORQUEMADA, 1975, L. 5, Cap. XVIII, p. 389 58 AGI, MÉXICO, 280, “Carta de los dominicos de México a Felipe II”, 22 de enero de 1564 59 Una visión clásica de la visita de Valderrama en RUBIO MAÑÉ, 1946 60 SCHÄFER, 2003, vol. I 23 ofrecidos en principio,61 la propuesta perdió fuerza, dejando únicamente tras de sí constancia de que el monarca estaba dispuesto a ensanchar su Hacienda, aun a costa de ver mermadas sus facultades jurisdiccionales.62 Por el contrario, para fortalecer el ingreso en Nueva España, a Valderrama se le encomendó fiscalizar con mayor rigor los libros de cuentas y estrechar el control sobre el tributo pagado por los indios a la Corona. 63 Por principio, a poco de iniciada su labor, el visitador instruyó al oidor Vasco de Puga a realizar nueva tasación en los pueblos puestos en cabeza del rey, cuidando se asignara a cada uno un monto acorde con sus posibilidades. 64 Para justificar la medida, Valderrama argumentó que las exenciones tributarias otorgadas sólo beneficiaban a los caciques y principales, dado que los maceguales seguían pagando lo mismo.65 “Todo lo que Vuestra Majestad dispensa a los naturales escribe al Consejo en febrero de 1564-, se consumían en comer y beber los principales indios sin sacar al cabo del año cosa alguna de ello a más que las borracheras que ellos llaman, y en lo que han gastado los frailes […] en edificios, plata, ornamentos”.66 Al notorio descuido en las cuentas había que agregar que, por costumbre, los pueblos puestos en cabeza del monarca poco tributaban. Los indios de México-Tenochtitlán y Santiago Tlatelolco, retribuían en obras públicas; los de Tlaxcala gozaban de exención por su colaboración durante la conquista. En Chalco, donde los tributarios se estimaban en 50 000, ofrendaban apenas 300 pesos y 800 fanegas de maíz.67 Por lo que la retasación no sólo haría más justa su contribución, sino que simultáneamente favorecería su cristianización, en el entendido de que lo útil para la real hacienda significaba lo justo para los indios, al ser mayores los recursos destinados por el rey a la empresa misional.68 61 Incluso en el contexto peruano el pago prometido resultaba excesivo. Es probable que esa cifra tomara como fundamento la suma prodigada por el presidente la Gasca que, en ocasión de su victoria sobre los pizarristas. había repartido entre sus aliados una cantidad cercana a los 2 millones de ducados. ASSADOURIAN, 1994, p. 178. 62 BAKEWELL, 1989, pp. 47 63 “Es cosa de lástima ver el poco orden y recaudo que hay aquí” “Carta de Valderrama al Consejo de Indias”, México, 2 de marzo de 1564, en DOCUMENTOS, p. 41 64 MIRANDA, 1978, pp. 332 y MIRANDA, 2005, p. 151 Por homologación reciente cada tributario pagaba anualmente 1 peso (8 reales) y media fanega de maíz (valuada en 3 reales) 65 Hacia 1551, por el otrora presidente de Indias, el arzobispo Loayza, opinó en el mismo sentido sobre las tasaciones en el Perú ASSADOURIAN, 1994, p. 181 66 Carta de Valderrama al rey, México, 24 de febrero de 1564, en DOCUMENTOS, p. 92 67 “Relación de lo que rentaban al rey varios pueblos de Nueva España antes de la llegada del Lcdo. Valderrama y después de 1564”, en DOCUMENTOS, doc. 34 pp. 258 y 263 68 ASSADOURIAN, 1989, p. 426 24 Las reacciones no se hicieron esperar. Pese a su reciente vuelta (1562), el marqués del Valle secundó sin ambages la política adoptada por Valderrama, al señalar en carta a Felipe II que el perjuicio en la Hacienda no resultaba “por falta de voluntad en el que gobierna [el virrey Velasco], ni de los oficiales de Vuestra Majestad”, sino por no entender las cosas de esta tierra.69 Mayor beneficio obtendría el monarca, apuntaba el marqués, si como antes había sugerido el visitador, comenzaba a cobrarse a los pueblos de realengo, cuyos tributarios pasaban de “cuatrocientos y cuarenta mil, en toda la Nueva España”, pero cuyo recaudo no llegaba “a ciento cincuenta mil pesos”.70 Al paso de los meses, a esta tímida insinuación, Cortés añadió una exigencia contundente: no debía tolerarse que, con la complicidad de Velasco, los mendicantes pusieran freno a los derechos fiscales de la Corona, porque lejos de socorrer a los maceguales, la mesura en las tasas defendida por el virrey y sus aliados redundaba en que el excedente tributario terminara en manos de caciques y religiosos; tanto así que en su señorío de Coyoacán, los indios entregaban al marqués mil trescientos pesos anuales, mientras pagaban casi 16 mil a los indios principales.71Lo mismo ocurría en los pueblos que pechaban al rey donde, como supuestamente constató el oidor Vasco de Puga, los maceguales seguían supuestamente entregando verdaderas fortunas a sus caciques y muy poco a la Hacienda. Contrastando con el respaldo brindado por Cortés a la retasación, con el consentimiento de Velasco, recurrente opositor a cualquier incremento tributario,72 los mendicantes enviaron al Consejo de Indias decenas de folios quejándose por la medida. Los franciscanos por considerarla un atentado contra la conservación los indios, mientras que los dominicos acusaban que la epidemia que por esos años azotaba a los naturales era un castigo divino en respuesta al conteo encabezado por Puga. Tratando poner un alto a las quejas, Valderrama reunió a los provinciales de las órdenes para hacerles ver lo mucho que el rey les había favorecido con recursos para la edificación de sus templos. Frente a la exhortación, franciscanos y agustinos dieron la razón al visitador, pero “los dominicos creo que se endurecieron más, y así también lo está elVirrey”.73 Aunque consternado por la hostilidad, no tardó el visitador en dar con el culpable. “Ellos [los dominicos] se confían en que lo que hacen es a gusto del Virrey, o por mejor decir que se los 69 “Carta de Martín Cortés, segundo marqués del Valle, al rey sobre los repartimientos y clases de tierras de Nueva España”, en COLECCIÓN, tomo IV, 1865, pp. 440-462 70 AGI, Patronato, 211, R. 1, ff. 7-9 71 AGI, Patronato, 211, R. 1, ff. 9 72 MIRANDA, 2005, p. 151-153 73 “Carta de Valderrama al Consejo de Indias”, México, 24 de febrero de 1564, DOCUMENTOS, 1961, p. 102; 108 25 aconsejó él”, incluso a costa de la tierra y de tener “muy vejados a los indios”. El posterior enfado de los padres predicadores, le parece la natural reacción de quien acostumbrado a señorear, ve diluirse su autoridad; pero no entiende esa misma actitud en quien cabría esperar incondicional servicio al monarca, por lo que en tono irónico Valderrama escribe a la corte: “no sé si porque le tengan los frailes encajada su opinión o porque no salga a la luz su descuido también”.74A la crudeza de ese parecer se sumó nuevamente el marqués del Valle, a quien de primera mano le constaba que los dominicos de Oaxaca, con frecuencia y sin importar la notoria pobreza de los indios, solían tomar en prenda el poco maíz de las cosechas, a sabiendas, por supuesto, de que contaban con el favor del virrey.75 Ante tan agrias acusaciones, a Velasco no le quedó más remedio que tratar de desmentirlas, acusando que en el fondo la complicidad entre estos personajes, no perseguí otro fin que el sacar provecho.76 Al fin y al cabo recurrentes, esta clase de señalamientos ni por asomo deben considerarse alusiones desinteresadas, pues comúnmente enmascaraban conflictos de interés, ante los que debían posicionarse no sólo los directamente involucrados, sino que con frecuencia concitaban muy variadas muestras de solidaridad.77 Por ello, no sería extraño que, como tantas veces, lo mismo un partido que el otro se expresaran de ese modo como queriendo cerrar filas en favor de una causa compartida: los religiosos y el virrey para resistir a la andanada reformadora promovida por Valderrama; en tanto que el marqués por advertir en aquél un aliado es su muy particular disputa con la autoridad virreinal.78 Al margen de su aparente sentido coyuntural, las tensiones entre ambos bandos explicarían por qué no se enteró debidamente a Valderrama de los rumores. Poco podía esperarse de quien encontraba en el marqués del Valle al más conspicuo defensor de su política. Más aún, establecidos los hechos de ese modo, no parece exagerado suponer que en esa rivalidad descansa 74 RUBIO MAÑÉ, 1946, p. 166 No extraña por ello que al morir pocos meses más tarde, Velasco eligiera como última morada el convento dominico de México. 75 AGI, Patronato, 211, R. 1, ff. 9 76 “Carta del virrey don Luis de Velasco y de la Audiencia de México al rey”, 26 de febrero de 1564, en CARTAS DE INDIAS, 1877, pp. 276-279 77 En 1562, Velasco había brindado su respaldo a los frailes ante el ataque de Montufar. El pleito entre el cabildo, acaudillado por el deán Alonso Chico de Molina y el maestrescuela Sancho Sánchez de Muñón, y Montufar ha sido largamente documentado por SCHWALLER, 1987, GÓNZALEZ GONZÁLEZ, 1990 y RUIZ MEDRANO, 1992 78 AGI, Patronato, 209, ff. 1592-1593 En junio de 1564, Luis de Velasco denunció al marqués del Valle porque de los 22 pueblos y 23 mil vasallos, otorgados originalmente a Hernán Cortés, para finales de 1562, el patrimonio del marquesado rondaba 60 mil tributarios y una renta de 84, 387 pesos anuales, (OROZCO y BERRA, 1853, p. 29)El 6 de mayo de 1565 el Consejo de Indias le escribió a Cortés para recriminarle el haber ocultado el enorme incremento en su patrimonio, y exigiéndole una explicación en un plazo de seis meses 26 la clave para entender a cabalidad los resortes de la acusación posterior. A juzgar por la evidencia, en lo personal me inclino a pensar que la denuncia fue una forma de neutralizar al partido cortesiano, lo que a la larga aseguraría a sus adversarios que el régimen de privilegios construido en tiempos de Velasco permaneciera intacto. No está de más traer a cuento que los apartados más candentes de la visita apuntaban a los indiscretos favores prodigados por Velasco en beneficio de sus incondicionales. Si se leen ordenadamente los papeles remitidos por Valderrama, pronto quedan expuestas las graves desatenciones del virrey. Sin muchas reservas, se le culpa de permitir a los frailes servirse abusivamente de los indios, so pretexto de las edificaciones; de coludirse con los mendicantes para obstaculizar la tasa de pueblos, aun a costa de las arcas del rey; pero, sobre todo, se acusa a Velasco de beneficiar a su parentela. En uno de sus más célebres informes, el visitador incriminó a Velasco por tener “muchos deudos por parte de su hermano e hija e sobrino, que están aquí casados”. Para nadie era un secreto que desde su arribo a México, en agosto de 1550, Luis de Velasco había procurado emparentar con lo mejor de la tierra.79 En 1556, casó a su hija Ana de Velasco con el ya por entonces prospero minero Diego de Ibarra.80 A otro de sus hijos, el a la postre delator, Luis, trató por todos los medios de hallarle acomodo entre las familias de la élite,81hasta que finalmente desposó a María de Ircio, sobrina por línea materna del antiguo virrey Antonio de Mendoza,82 y emparentada por vía paterna con los Cervantes. 83 Atendiendo a la misma lógica, el virrey negoció, con la anuencia del Consejo,84 el matrimonio de su hermano Francisco con Beatriz de 79 Sobre la trayectoria de Luis de Velasco, el viejo. RUBIO MAÑÉ, 1946, p. 14-21 SCHWALLER, 2003, p. 18 y CONDE Y DÍAZ-RUBÍN y SANCHIZ, 2008, p. 155 80Oriundo de Eibar, en Vizcaya, en agosto de 1548, Diego encontró la importante veta argentífera de san Bernabé, en Zacatecas, lo que dio origen a su posterior fortuna. BAKEWELL, 1976, pp. 23-24 SAN MARTÍN, p. 301 81 Nació en Carrión de los Condes, hacia 1538. Existe cierta polémica sobre si acompañó al padre a Nueva España, o se mantuvo en la península. De acuerdo con la documentación ubicada por Schwaller en los Fondos del Ducado de Osuna, hasta 1555 Luis estuvo matriculado en Salamanca y permaneció con Antonio de Velasco, en la corte príncipe Felipe, entre 1551 y 1556. Ambos hermanos viajaron a Inglaterra en razón de la boda del príncipe con María Tudor. SCHWALLER, 2003, p. 25, CONDE Y DÍAZ-RUBÍN y SANCHIZ, 2008, p. 156 y AGI, México, 28, N. 5, “Carta del virrey Luis de Velasco, el joven”, 1610 82 En 1565, al enterarse el rey de la muerte de Velasco, ofreció su a hijo Luis una notable encomienda de indios vacos, por un monto cercano a los 6000 ducados y un nombramiento como regidor del ayuntamiento de México. GONZÁLEZ GONZÁLEZ, 2009a, p. 553-554 83 El tío de María, Pedro de Ircio, había casado con otra hija del comendador Leonel de Cervantes. Sobre las mocedades de Luis de Velasco véase CONDE Y DÍAZ-RUBÍN y SANCHIZ, 2008 , p. 157-158 y SCHWALLER, 2003, p. 35 84 AGI, México, 19, N. 34, “Carta del virrey Luis de Velasco, el viejo”, 1564. La muerte de Jaramillo, en 1551, desató un pleito entre su hija (María) y su viuda, Beatriz de Andrada, por la encomienda de Jilotepec, cuya renta de 8 27 Andrada,85 una hija del comendador Leonel de Cervantes, lo que permitió al virrey situar a los suyos entre los miembros del poderoso clan Cervantes Villanueva. Así, a la ya de por sí significativa influencia en la corte, se sumó una creciente presencia en el ayuntamiento de la capital, a más de rentas de cierta consideración e innumerables mercedes. La construcción de estas redes parentales, tan comunes en los dominios hispánicos, se orientaba a controlar, o al menos a incidir,en los distintos espacios de poder de la monarquía. Por regla general, estaban destinadas a conseguir la promoción de sus integrantes mediante la obtención de oficios y mercedes, la consecución de decisiones favorables de las diversas autoridades o la atenuación perjudicial de sus intereses.86 No es que fueran ajenas o contrarias a la administración, más próxima en la época a efectuarse por alianzas personales antes que por relaciones institucionalizadas, el problema es que Valderrama advirtió en ellas una desatención de los intereses del rey, en marcado favor de ciertos particulares, cosa que a su vez originaba enorme desasosiego en la república. No por casualidad las imputaciones más graves apuntaban a que el virrey había privilegiado a sus deudos en la provisión de corregimientos y demás oficios. A poco de llegar, Velasco nombró corregidor a su hermano Francisco, a varios de sus criados venidos de España, así como a una multitud de parientes y allegados de la alta burocracia colonial. Lo impúdico de esta operación enardeció a decenas de vecinos que veía como el virrey, abusando de sus facultades, repartía mercedes entre sus paniaguados o se servía los corregimientos para recompensar favores personales.87 Puesto al tanto de la situación, Valderrama trató de poner freno. A su entender, el uso discrecional de estas atribuciones, entraba no sólo en clara contradicción con los intereses fiscales del soberano, sino que a la larga generaba discordias entre los vecinos. El visitador creía que más convendría al rey privilegiar a los conquistadores, pues a más de estar obligado a retribuirles por sus servicios, esas mercedes “serles ha de mucho contentamiento a ellos, y Vuestra Majestad no gastará más”, lo que redundara continúa “en un 500 pesos finalmente compartieron. Pese a consentir la unión entre Francisco y Beatriz, el Consejo resolvió que, sin importar causa alguna, los derechos sobre la encomienda no podían ser transferidos a Velasco. 85 AGI, Patronato, 71, R. 14, 1571, ff. 2 “Información de los méritos y servicios de Francisco de Velasco, caballero de Santiago, uno de los pacificadores de México por lo que fue nombrado general” 86 PONCE LEIVA, 2008, p. 33 87 SARABIA VIEJO, 1978, p. 66 Por su cercanía con Velasco gozaron corregimientos: Antonio Maldonado (hermano del doctor Maldonado, fiscal de la Audiencia), Andrés López de Céspedes (socio de Fernando de Portugal, tesorero real), Juan de Garibay (antiguo ayudante de Ortuño de Ibarra, factor real), Diego Villanueva (pariente del oidor Villanueva), Antonio de Turcios (secretario de la Audiencia), Gerónimo Ruiz de Baeza (pariente del oidor Vasco de Puga). 28 mejor gobierno y más contentamiento para los que acá viven y de acrecentamiento para la hacienda real”.88 Por lo mismo, y dada la relevancia que tenían los corregidores para asentar los reales en las Indias,89 el visitador recomendó a su Señor despojar al virrey de toda facultad para nombrarlos, procurando que, en lo subsecuente, los corregimientos se entregaran de forma hereditaria y mediante merced, con lo que lo se aseguraría, además, un mayor control sobre los postulantes. 90 No menos escandalosas eran las irregularidades en la distribución de estancias y caballerías. Entre los papeles de la visita remitidos al Consejo figura una relación de las mercedes gestionadas por el virrey en favor de sus paniaguados, en la que destacan quienes a la postre delatarían la pretendida conjura. En este recuento llaman poderosamente la atención las veinte estancias de “ganado mayor y menor y dos caballerías” concedidas, a su hermano Francisco o las conferidas a oficiales del rey y a la postre delatores: “cinco estancias de ganado menor y dos caballerías” a Ortuño de Ibarra, factor real, y una estancia de ganado menor y dos caballerías de tierra para Juan de Sámano, alguacil mayor y encomendero, o el par de estancias de ganado menor, cedidas a Juan de Villerías, como vimos un criado de los Velasco, lo que contrastaba con el alud de peticionarios que por no ser de gusto del virrey fueron marginados del reparto.91 Como cabría suponerse, las concesiones abarcaron también a la extensa red parental tendida por los Velasco, particularmente al clan de los Cervantes Villanueva, cuyo origen se 88 “Carta de Valderrama al Consejo de Indias”, México, 2 de marzo de 1564, en DOCUMENTOS, p. 58 89 Promovido por la Segunda Audiencia (1530), en Nueva España el corregimiento sirvió para ampliar la presencia del monarca en detrimento de la autoridad ejercida por los encomenderos; sin embargo, como muchos corregidores hallaron dificultades para sustentarse, recurrentemente cobraron dádivas a los indios o se hicieron del control de comercio o del repartimiento de mercancías en su jurisdicción, con lo que el supuesto remedio a los abusos resultó contraproducente. A partir de 1550, la Corona trató de incrementar el control sobre los pueblos encomendados, sometiéndolos al corregimiento más cercano, y otorgando, además, al titular la facultad de ejercer jurisdicción civil y criminal en los pleitos entre españoles y de españoles con indios. Con ello se pretendía poner freno a los abusos de los encomenderos, al tiempo que se creaba un recurso para recompensar a quien, a consideración del monarca, lo mereciera. Justina Saravia sostiene, en oposición a Rubio Mañé, que durante la gestión de Velasco, tantos unos como otros cargos eran provistos por el virrey y no por el monarca como señala la Recopilación. Eso explicaría el notable incremento en el número de corregimientos, que hacía 1560 contaban ya 180. AGI, Contaduría, 663, “Relación de los corregimientos que se proveen en Nueva España desde el 12 de febrero de 1553 al 12 de febrero de 1569”, México, 10 de mayo de 1569 RUIZ MEDRANO, 1991, p. 141 y SARABIA VIEJO, 1978, p. 61-64 90 “Carta de Valderrama al Consejo”, en México, 2 de marzo de 1564, en DOCUMENTOS, p. 63 SARABIA VIEJO, 1978, p. 61 91 “Relación de algunas estancias y caballerías que el virrey don Luis de Velasco dio a sus paniaguados desde 1551 a 1563”, en DOCUMENTOS, 1961, doc. 30, pp. 222-229 29 remontaban al conquistador y comendador del orden de Santiago, Leonel de Cervantes.92 Un nieto de este personaje, el ambiguo delator Baltasar de Aguilar, recibió del virrey Velasco algunos corregimientos antes de heredar, hacia 1560, “los indios que habían sido de su padre”, Alonso de Aguilar. 93 Consta también que al tiempo de la visita, Baltasar estaba casado con su prima Florencia de Villanueva, hija de conquistador Alonso de Villanueva y Ana de Cervantes, de cuyo enlace se desprendía otra rama del clan.94 Por esa misma época, a los hijos varones de ambos, los también denunciantes Agustín y Alonso de Villanueva, les fueron legados los pueblos que el Emperador cediera en encomienda a su padre: Otzolotepec, Mimiapan y Jilotzingo, en las inmediaciones de Toluca, además de Huachinango, en la sierra de Puebla. 95 Para entender a cabalidad esta compleja red de alianzas, debemos tener presente que para las élites del dieciséis el matrimonio constituía una comunidad de intereses que determinaba en gran medida las posibilidades de cada individuo, en el entendido de que la familia era concebida como una asociación de solidaridad, que insertaba al sujeto en un complejo tejido de relaciones personales, del que era difícil evadirse, y aún más peligroso, escapar. 96 Bien utilizadas las redes clientelares podía favorecer el ensanchamiento de los bienes, así como la obtención de oficios y canonjías para los descendientes. Aunque el prestigio y fortuna de los Cervantes de Villanueva no nació per se de estos enlaces sino, como ha observado Florencio Barrera, de la explotación de fincas
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