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UNIVERSIDAD NACIONAL AUTÓNOMA DE MÉXICO 
PROGRAMA DE MAESTRÍA Y DOCTORADO EN HISTORIA 
FACULTAD DE FILOSOFÍA Y LETRAS 
INSTITUTO DE INVESTIGACIONES HISTÓRICAS 
 
 
 
LOS VASALLOS MÁS LEALES DEL REY. LA VISITA DE JERÓNIMO DE VALDERRAMA 
Y LA CONJURA DE MARTÍN CORTÉS, 1563-1568 
 
 
 
ARTÍCULO PUBLICABLE 
QUE PARA OPTAR POR EL GRADO DE: 
MAESTRO EN HISTORIA 
 
 
 
 
PRESENTA: 
JORGE DANIEL MORÓN ARROYO 
 
 
TUTORA: 
DRA. LETICIA PÉREZ PUENTE, 
INSTITUTO DE INVESTIGACIONES SOBRE LA UNIVERSIDAD Y LA EDUCACIÓN 
 
 
MÉXICO, D.F., JUNIO DE 2015 
 
 
 
 
 
 
UNAM – Dirección General de Bibliotecas 
Tesis Digitales 
Restricciones de uso 
 
DERECHOS RESERVADOS © 
PROHIBIDA SU REPRODUCCIÓN TOTAL O PARCIAL 
 
Todo el material contenido en esta tesis esta protegido por la Ley Federal 
del Derecho de Autor (LFDA) de los Estados Unidos Mexicanos (México). 
El uso de imágenes, fragmentos de videos, y demás material que sea 
objeto de protección de los derechos de autor, será exclusivamente para 
fines educativos e informativos y deberá citar la fuente donde la obtuvo 
mencionando el autor o autores. Cualquier uso distinto como el lucro, 
reproducción, edición o modificación, será perseguido y sancionado por el 
respectivo titular de los Derechos de Autor. 
 
 
 
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AGRADECIMIENTOS 
 
El presente ensayo es una parte menor de una investigación que he venido desarrollando a lo 
largo de los últimos cuatro años. Aunque se trata de un trabajo bastante elemental, la ayuda que 
he recibido para su realización ha sido desmedida. Por principio, conté con el apoyo del proyecto 
“Fuentes para el estudio de las universidades y colegios de la Hispanoamérica colonial”, 
respaldado por la Dirección General de Asuntos del Personal Académico de la UNAM, a través 
del PAPIIT – IN 401412, sin cuyo patrocinio hubiera sido imposible consultar los fondos del 
Archivo General de Indias, en Sevilla, y de la Biblioteca Nacional de España, en Madrid. 
No puedo dejar de agradecer a mis maestros y sinodales porque sin su dedicación esta 
empresa habría encallado hace tiempo. A Leticia Pérez Puente ya le debía casi todo lo que sé 
sobre el oficio de la Historia; ahora, además, me siento en deuda por la paciencia, por todo el 
empeño puesto para ver terminado este trabajo y por las lecciones recibidas al margen del aula. A 
Enrique González le agradezco su ministerio, su lectura crítica y lo mucho que aprendí a su lado; 
pero sobre todo que haya vuelto a confiar en mí. Jorge Traslosheros me mostró, entre muchas 
cosas, que debemos valorar los expedientes judiciales desde sí mismos y no como lo que no son. 
Felipe Castro revisó una y otra vez el texto hasta conseguir que mejorara sustancialmente. Lo 
mismo cabe decir de Martín Ríos, quien, además, siempre me invitó a mirar más allá de nuestra 
costa atlántica. 
Otros académicos leyeron versiones tempranas del manuscrito. Particularmente estoy en 
deuda con Margarita Menegus, Gisela von Wobeser y Francisco Quijano por las varias 
observaciones que hicieron al texto. Para Perla Chinchilla no tengo sino palabras de gratitud por 
la confianza que me ha brindado. 
Al margen del claustro he recibido el auxilio de muchas personas. Yuridia García 
transcribió amablemente algunos expedientes que yo simplemente no entendía, y me acompañó 
durante un lapso significativo de esta investigación. Sirva la mención para agradecerle todo lo 
que aprendimos juntos. Con Gustavo Toris y Gonzalo Amozurrutia discutí más de una vez sobre 
la formación del Estado en la modernidad temprana. Óscar Reyes, además de su amistad, me han 
regalado su lectura y consejo. 
Aunque ellos lo ignoran, mucho de lo que está aquí pertenece a mis amigos historiadores: 
Brisa de Gante, Samantha Andrade, Cristina Paredes, Rodrigo Perujo, Israel Sánchez, Efraín 
Navarro, Diego Vázquez, Maite Casanova, Osiris Arista, Sandra Gerardo, Misael Chavoya, 
Diego Améndolla y Luis del Castillo pues, finalmente, este oficio es una operación colectiva. Del 
mismo modo quiero reconocer a Carlos Tejeda, Omar Palacios, Ángel González, Saúl García, 
Paulina Barrera, Itzel Manzano, Victoria Huila, Marco Hita, Mariana Campos y Daniel 
(Rodríguez) Bueno por alentarme siempre, incluso en los momentos de mayor adversidad y 
autodestrucción. 
A Tania Ortiz por simular que sabía lo que hacía. 
No importa cuánto pueda hacer para agradecerles, jamás alcanzaré a cubrir la deuda que 
he contraído con mis padres, Jorge y Rosa, por todo el apoyo que me han brindado. Lo mismo 
que con César y Ethan por permanecer a mi lado. Sin todos ellos NADA sería posible. 
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Para Almudena y para su madre 
4 
 
ÍNDICE 
 
 
INTRODUCCIÓN.…………………………………………………………………………5 
 
LA DENUNCIA…………………………………………………………………………...7 
 
LA CAÍDA Y EL PROCESO………………………………………………………………..13 
 
EL TIEMPO DE VALDERRAMA (1560-1566)……………………………………………..21 
 
A MANERA DE CIERRE…………………………………………………………………..33 
BIBLIOGRAFÍA…………………………………………………………………………..35 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
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LOS VASALLOS MÁS LEALES DEL REY. LA VISITA DE JERÓNIMO DE 
VALDERRAMA Y LA CONJURA DE MARTÍN CORTÉS, 1563-1568 
 
Lic. Jorge Daniel Morón Arroyo 
PROGRAMA DE POSGRADO EN HISTORIA, UNAM 
 
ASESORA: Dra. Leticia Pérez Puente 
INSTITUTO DE INVESTIGACIONES SOBRE LA UNIVERSIDAD Y LA EDUCACIÓN, UNAM 
 
 
 “Porque parece mentira, la verdad nunca se sabe” 
Daniel Sada 
 
RESUMEN 
Aunque en su tiempo suscitó enorme polémica, se ha vuelto corriente afirmar que en la década de 
1560 una conspiración en Nueva España pretendió entregar el “trono de México” a Martín 
Cortés. El presente ensayo no aspira a desmentir ese supuesto, pero sí a probar que en el 
descubrimiento de la conjura privó el interés del grupo encabezado por Luis de Velasco, el mozo, 
por conservar los privilegios y mercedes que el virrey, su padre, les había prodigado. 
 
INTRODUCCIÓN 
Al caer la noche del 3 de agosto de 1566 dos hombres fueron decapitados en la plaza mayor de 
México. Sus nombres: Gil González y Alonso de Ávila Alvarado, hermanos, encomenderos e 
hijos de un conquistador que había ganado la tierra con la hueste de Hernán Cortés. Puestos bajo 
custodia en la cárcel real desde mediados de julio y juzgados con toda celeridad, ambos hermanos 
fueron condenados a muerte por traición a la Corona, acusados de fraguar una conspiración que 
presuntamente pretendía entregar al heredero del Conquistador el trono de México. 
Pese a que entre sus contemporáneos corrieron toda suerte de dudas en torno a la 
realización de la conjura, con el paso de los años la historiografía mexicanista dio por descontada 
 
Este trabajo contó con el apoyo del proyecto “Fuentes para el estudio de las universidades y colegios de la 
Hispanoamérica colonial”, respaldado por la Dirección General de Asuntos del Personal Académico de la 
UNAM, a través de su Programa de Apoyo a Proyectos de Investigación e Innovación Tecnológica (PAPIIT – 
IN 401412). 
6 
 
su existencia,1 y se centró en hallar una explicación a lo ocurrido. Para nuestros historiadores 
liberales la noticia de un alzamiento criollo en fecha tan temprana era prueba del carácter 
ancestral de la gesta independentista, y razón suficiente para incluir a sus promotores entre los 
mártires de la patria.2 Otra tradición, inaugurada por Manuel Orozco y Berra, luego de examinar 
los expedientes encontró que detrás de aquel suceso no había ninguna demanda patriótica, sino 
una disputa entre la Corona y los encomenderos, motivada en última instancia por la reticencia 
del monarca a entregar los repartimientos a perpetuidad.3Dando por válida esa hipótesis, otros 
autores no tardaron en adjudicar el origen –y con ello su explicación- de la querella a la 
pervivencia de valores señoriales en la Nueva España.4 
Por largos años, los investigadores buscaron con desigual fortuna las motivaciones de la 
supuesta rebelión, sin prestar muchaatención a los detalles. Establecidos los hechos y fijadas las 
motivaciones de los conspiradores, lo que realmente les importaba era explicar las condiciones 
que hicieron posible su aparición o, cuando más, atender al modo en que el escándalo desatado 
condicionó la posterior reforma de las Indias. Por eso, incluso quienes tuvieron libre acceso a la 
averiguación se apresuraron a dar por ciertas las imputaciones, sin reparar en el carácter 
coyuntural de esos testimonios; lo que es tanto como suponer que lo contenido en los autos 
generados por la Audiencia eran declaraciones asépticas, ajenas a cualquier interés por parte de 
sus promotores. 
Aunque en las últimas décadas, Victoria Vincent y Sherley Flint han analizado en sus 
propios términos los alegatos jurídicos de proceso,5 poco han reparado en que tanto las razones 
como la cronología de la denuncia guardan relación con la resistencia que enfrentó el licenciado 
Jerónimo de Valderrama durante su visita a Nueva España (1563-1566). Lo mismo cabe advertir 
en el estudio de Enrique González sobre el Tratado del descubrimiento…, de Juan Suárez de 
Peralta, que si bien abona ricos detalles sobre la disputa entre facciones en la que se enmarca el 
conjura y la incapacidad de Martín Cortés para aglutinar en torno suyo el descontento contra la 
 
1 Las primeras referencias aparecieron en SUÁREZ DE PERALTA (1580), 1878, caps. XXX- XLI y TORQUEMADA 
(1604), 1975, vol. 2, Libro V, caps. XVI-XX 
2 En esta corriente podemos ubicar a CAVO, 1949; MORA, 1965; RIVA PALACIO, 1984 y GONZÁLEZ OBREGÓN, 1952. 
No sería extraño que esa línea de interpretación surgiera a partir del poema de SANDOVAL ZAPATA, 1986 
3 OROZCO Y BERRA, 1853 
4 Entre otros opinan de ese modo VINCENT, 1993; PAVÓN, 1996; TATEIWA, 1997 
5 VINCENT, 1993, pp. 145 y ss y FLINT, 2008, pp. 23-44 
7 
 
Corona, 6 por escapar a los límites de su investigación, poco abunda en torno a los conflictos 
políticos que desató la requisa. 
Por lo mismo, aunque en términos generales comparto las conclusiones a las que han 
arribado estos estudios, me parece factible demostrar que, al denunciar la conjura, los adversarios 
de Cortés se sirvieron de una estrategia jurídica con el fin de conservar los privilegios y dádivas 
que antes les había cedido el virrey Luis de Velasco (1550-1564). Para probarlo, en el presente 
artículo atendiendo al modo peculiar en que se enteró a las autoridades sobre la conspiración y 
enseguida me ocupo de los conflictos que desató la inspección llevada a cabo por Valderrama, en 
cuya naturaleza descansa la explicación de lo ocurrido más tarde a los presuntos conspiradores. 
 
LA DENUNCIA 
La primera información levantada por la Audiencia de México para investigar la conjura del 
marqués del Valle quedó consignada en un expediente conservado a la fecha en el Archivo 
General de Indias, sección Patronato Real, legajo 203, ramo 1 (1566), en la ciudad de Sevilla. 
Compuesto entre abril y julio de 1566, este volumen contiene la denuncia y los testimonios 
recogidos por el presidente del tribunal, Francisco Ceinos, y los oidores, Pedro de Villalobos y 
Jerónimo Orozco, en su averiguación sobre dicho asunto. 
Aunque el expediente ha servido a varias generaciones de estudiosos para aproximarse a 
un levantamiento que a estas alturas nadie se atreve a poner en duda,7 conviene tener en cuenta 
que rara vez se ha reparado en la naturaleza procesal del manuscrito. Preocupados por encontrar 
las razones profundas de lo ocurrido, quienes han examinado la averiguación han dado por ciertas 
las afirmaciones en ella contenidas, ignorando que los testimonios de una causa judicial son en 
principio declaraciones que pretenden ser tenidas por verdad, pero cuya fiabilidad debe ser 
siempre puesta en entredicho, a la espera de contextualizar el horizonte discursivo del declarante. 
Es más, a esa misma indolencia por la fuente, se debe el poco cuidado puesto en indagar el 
trasunto de la denuncia, siendo sobre todo notorio el olvido en que ha caído la colaboración de 
Luis de Velasco y sus allegados en el temprano descubrimiento de la conspiración.8 
 
6 Las complejas relaciones familiares que circundan la conjura veáse ARENAS y PÉREZ, 2001 
7 El cronista Suárez de Peralta cuenta que la propia Audiencia facilitó copias de los traslados a quien así lo solicitó. 
SUÁREZ DE PERALTA, 1878 Por su parte, Orozco y Berra reconoce haberse servido de una versión parcial del 
manuscrito, gracias a la generosidad de un tal señor Andrada 
8 Al narrar el episodio en su Tratado, Juan Suárez de Peralta, testigo de los acontecimientos y usufructuario tardío de 
un traslado del expediente, omite a Velasco entre los delatores, afirmando que éste supo del negocio una vez 
8 
 
Por fortuna, ahora sabemos que el 4 de abril de 1566 un criado de los Velasco de nombre 
Melchor Bravo acudió ante el doctor Pedro de Villalobos a denunciar que sabía de oídas que 
querían dar muerte al oidor..9 Dijo que hacía no mucho había acompañado a don Luis a 
entrevistarse con un franciscano que solicitaba verle, un tal fray Diego Cornejo. Con absoluta 
cautela, según refiere el testimonio, al caer la noche del 11 de marzo, el religioso recibió a 
Velasco en un confesionario contiguo al convento de Texcoco. Ahí hablaron a solas un rato, al 
cabo del cual, don Luis llamó a Bravo para que escuchara de boca del fraile lo que tenía que 
decirles: por instrucción del deán, el doctor Alonso Chico de Molina, unos de los más principales 
vecinos de México “querían matar al señor Villalobos”.10 
Este fue simplemente el principio. Al saberse con la atención de los ministros, al día 
siguiente se presentó ante Villalobos el propio Luis de Velasco a confirmar lo antes declarado por 
Bravo. Contó que en una reunión previa, celebrada en febrero de 1566, fray Diego Cornejo le 
había dicho que cierto día en el convento de Texcoco, el guardián de aquella casa, fray Luis Cal 
les había pedido a sus hermanos de hábito que “encomendasen a Dios un negocio de gran 
importancia porque la tierra estaba en gran ventura de perderse”, pues “mucha gente estaba 
dispuesta a alzarse con la tierra y” sin temor de matar a los oidores de “la Real Audiencia y a las 
demás personas que les parecía convenía”. Por creerlo una extravagancia, Cornejo manifestó a su 
superior que en nadie cabía duda que la lealtad del reino estaba con el monarca, tanto así que 
“bastaría que don Francisco de Velasco y su sobrino don Luis resistiesen […] que en esto se les 
juntaría gente con que destruyesen los tiranos”. Pero lejos de retractarse, Cal justificó a los 
inconformes, señalando que no pocos letrados y gente de razón aconsejaban tomar las armas, 
porque “el rey cada día les estaba quitando [a los encomenderos] sus haciendas o parte de ellas”. 
 
consumado. Es probable que queriendo congraciarse con el por entonces recién nombrado virrey, al momento de 
concluir su obra (1589), el cronista le exonera de toda responsabilidad, asignándole un papel secundario. Resulta 
poco creíble que, siendo tan cercano a la familia del virrey, el cronista ignorara la actuación de don Luis; en todo 
caso: ¿por qué borrar de la posteridad uno de los momentos de mayor lustre de Velasco, sobre todo cuando su papel 
como delator marcaría el despunte de su prominente carrera burocrática? Orozco y Berra, quien revisó una versión 
incompleta del expediente [“cuyo principio por desgracia se ha perdido”], al no tener a la mano la primera 
declaración de Cortés, ni el posterior pleito entablado ante el Consejo por los condenados, poco se preocupa por este 
asunto. SUÁREZ DE PERALTA, 1878, cap. XXXI, p. 201 y OROZCO Y BERRA, 1853, Documento 2, p. 54. Véase 
GONZÁLEZ GONZÁLEZ, 2009a, p.584, n. 117 
9 AGI, Patronato, 203, R. 1, “Información que se tomó por el presidente y oidores de la Audiencia Real de la Nueva 
España. Sobre el trato de Rebelión y levantamiento que en ella se hizo contra el rey su Majestad”, ff. 1 Sobre Pedro 
de Villalobos, RUIZ IBAÑEZ y VALLEJO CERVANTES, 2012, pp. 1109-1170 
10 AGI, Patronato, 203, R. 1, ff. 1v 
9 
 
El rey sentenció Cal- no es señor de la tierra sino tirano, pues no le costó nada y la quita a los 
que la ganaron.11 
Pese a los abundantes detalles ofrecidos, cuando Velasco preguntó a Cornejo por el 
promotor de la asonada, el fraile sólo alcanzó a responder que entre los partidarios destacaba 
como caudillo Alonso de Ávila y, aunque Luis Cal era confesor de Martín Cortés, no le constaba 
a Cornejo que el marqués fuera del mismo parecer. Sabía, eso sí, que una vez depuesta la 
autoridad, los rebeldes solicitarían al Papa les transfiriera el patronazgo antes cedido al rey, con 
lo que negociarían el reconocimiento de Francia e Inglaterra, de donde provendrían los 
bastimentos que solían traerse de Castilla. Con esto, lo que en principio podía juzgarse como una 
ambigua amenaza, parecían encubrir en realidad un asunto más grave: un alzamiento contra la 
autoridad del rey. 
Convencido de la relevancia de su descubrimiento, para respaldar su testimonio, don Luis 
entregó a los oidores dos cartas selladas y firmadas, aparentemente, por fray Diego Cornejo, con 
quien antes se había entrevistado, y por uno de sus correligionarios, fray Rodrigo de Ayamonte, 
en las que ambos convalidaban la versión arriba referida.12 En su testimonio, Ayamonte insiste en 
la imputación antes hecha al deán, agregando alguna referencia sobre los muchos regalos que 
enviarían a Roma para obtener el favor del pontífice. Más extensa, la carta de fray Diego destaca 
por la sugerente similitud que guarda respecto de la versión ofrecida por Velasco quien 
probablemente la reprodujo casi a la letra-,13 y porque, sin gran reserva, Cornejo reconoce haberle 
buscado, por ser lo menos que podía hacer para honrar la memoria del difunto virrey, en cuya 
casa se crío antes de ingresar al convento. 
 Si lo miramos a detalle, así por la cautela debida ante un asunto de tal gravedad, como 
por las condiciones de su vida conventual, no es de extrañar que los frailes prefirieran enviar 
memoria escrita a las autoridades, pues entrevistarse con ellas, con toda seguridad habría 
despertado sospechas entre quienes pretendían denunciar, entre ellos, su superior inmediato, el 
franciscano Luis Cal. Lo que sí llama poderosamente la atención es que sus cartas no estuvieran 
dirigidas a la Audiencia, ni al Consejo de Indias, sino a Antonio de Velasco primogénito del 
 
11 AGI, Patronato, 203, R. 1, ff. 3 Las cursivas son mías 
12 AGI, Patronato, 203, R.1, La carta de Ayamonte (ff. 5r-5v); mientras que la de Cornejo, compuesta por trece 
“cartas” o fragmentos encriptados (6r-18v). Al margen de todo ello, no deja de llamar la atención que Cornejo callé 
el lazo filial lo unía a los Velasco: era sobrino de Beatriz de Andrada, mujer de don Francisco Velasco 
13 AGI, Patronato, 203, R.1, ff. 5r-5v Sobre esta semejanza advirtió antes VINCENT, 1993, p. 150 
10 
 
finado virrey y miembro, desde 1551, de la corte de Felipe II-, lo que nos autoriza a suponer que, 
al menos en principio, Luis de Velasco pretendía valerse de su hermano para enterar al rey.14 De 
haberse conocido esos informes en Madrid, sin duda habrían dado pie a las mayores previsiones 
ante el riesgo, real o fingido, de que los encomenderos novohispanos emularan el ejemplo rebelde 
del Perú.15 
Sin embargo, antes que esperar por la eventual –e hipotética- intervención de la Corte, 
Velasco prefirió seguir el consejo de sus hombres de confianza su viejo amigo y maestrescuela 
de catedral y canciller de la Universidad,16 Sancho Sánchez de Muñón y el alguacil mayor, Juan 
de Sámano-,17quienes le recomendaron delatar ante la Audiencia lo que sabía “para que se 
remediase”.18 Antes que un asunto de poco interés, de esta condición de delator se desprende una 
sutileza jurídica que conviene no perder de vista. Al fungir como denunciante y no como 
acusador, Velasco no estaba obligado a probar lo declarado, quedando incluso exento del castigo 
aplicable a quienes de forma deliberada ofrecían falso testimonio. Esta cláusula en un caso 
extremo bien podría prestarse a que exagerara premeditadamente su dicho –o incluso lo falseara-, 
a sabiendas de que no se procedería en su contra.19 Carente de toda lógica para el observador 
contemporáneo, en su tiempo esta medida servía para incitar a los posibles delatores, en el 
entendido de que era preferible que el juez tuviera noticia de cualquier conducta que pudiera o 
no- constituir un delito, a la posibilidad de que éste quedara sin castigo. 
Al margen de estas consideraciones, lo cierto es que alarmados por estas confidencias, los 
ministros de la Audiencia procuraron prestar oído a todo aquel que ofreciera darles razón de la 
supuesta conjura. El mismo 5 de abril, apenas concluida la declaración de Velasco, el 
encomendero Agustín de Villanueva manifestó que “hará ocho meses poco más” (es decir, en 
 
14 AGI, Patronato, 203, R.1, ff. 6-6v Así lo consigna fray Diego Cornejo 
15 Aunque por carecer de certificado ante escribano, las cartas poseían escaso valor procesal, solían emplearse con 
regularidad para la recepción de denuncias, siendo no pocos los casos en que se iniciaba averiguación a partir de lo 
contenido en las epístolas. LORENZO CARDAZO, 2001, p. 4 
16 En 1560, en una información levantada en favor del maestrescuela, preso en la cárcel arzobispal, Velasco dijo 
conocerle “de más de seis años a esta parte”, lo que permite suponer que se conocieron en Salamanca. GONZÁLEZ 
GONZÁLEZ, 1997, pp. 138 
17 Adscrito al Ayuntamiento de México, el alguacil mayor desempeñaba “todas las funciones ejecutivas del orden 
público: hacer cumplir los autos y mandamientos del virrey, alcaldes y demás justicias, prender a quien se le 
mandase y perseguir los juegos prohibidos y pecados públicos”, DE LA PEÑA, 1983, p, 145 
18 AGI, Patronato, 203, R.1, ff. 3v 
19 Por su gravedad, el delito de lesa majestad toleraban toda serie de excepciones procesales. Por principio, podía 
dar por válido el testimonio de los cómplices [Partidas, partida III, L. 21, tít. 16]; o se negaba a los plenamente 
culpables el derecho de apelar CURIA FILÍPICA, Parte III, Tít. 13, Parágrafo 10, p. 171 
11 
 
octubre de 1565),20 su primo, Baltasar de Aguilar, le había dicho que, en efecto, indignados por la 
negativa de Felipe II para confirmar la perpetuidad, un grupo de encomenderos acaudillado por 
Alonso de Ávila se reunía esporádicamente a planear un levantamiento, con el único propósito de 
coronar a Martín Cortés. En la misma fecha e igual sentido se manifestó Alonso de Villanueva, 
hermano menor de Agustín, quien en su testimonio respaldó la autenticidad de esos rumores. 
Ahora bien, aunque los indicios que comenzaba a arrojar la averiguación eran 
coincidentes, por tratarse de meros testimonios de oídas, no bastaban para certificar la 
consumación del delito; menos aun para, eventualmente, hacer probanza plena. Por lo mismo, los 
oidores se afanaron en traer a su presencia a los directamente involucrados, aun a sabiendas de 
que su lealtad era una quimera. Al cabo de algún arreglo nunca esclarecido, los hermanos 
Villanueva consiguieron que el 17 de abril su primo Baltasar de Aguilar compareciera ante la 
Audiencia. Si damos crédito a la palabra de Aguilar, todo parece indicar que la llegada, en 
septiembre de 1565, de una cédula negando en redondo la perpetuidad de los repartimientos, 
habría colmado la paciencia de los colonos. Exaltados ante el inminente riesgo de perder sus 
rentas a vuelta de una generación, algunos encomenderos habrían ideadoun plan para arrebatar al 
rey la Nueva España. A grandes rasgos la idea consistía en dar muerte a los oidores y al visitador 
Valderrama para, acto seguido, proclamar a Martín Cortés como su rey, argumentando que el 
lejano monarca no prestaba oído a las exigencias de sus súbditos. Una vez sentado en el trono, 
Cortés repartiría señoríos entre sus incondicionales, negociaría el reconocimiento del Pontífice 
romano y abriría los puertos novohispanos al resto de la cristiandad.21 
A pesar de que sus afirmaciones poco abonaban a lo hasta entonces conocido, en términos 
cualitativos, Aguilar era el primer testigo ocular de la conjura, por lo que su colaboración 
resultaría de la mayor importancia a la hora de condenar a los inculpados. A instancia suya, la 
Audiencia supo de primera mano de la realización de ciertas juntas en las que Aguilar tomó 
parte desde noviembre de 1564-,22 y en las que so pretexto de jugar a los naipes, Alonso de Ávila 
congregaban en su casa entre otros a Juan de Valdivieso, al deán Chico de Molina, Hernando de 
Bazán, el racionero Cristóbal Ayala de Espinosa, Pedro de Aguilar, así como algunos amigos del 
marqués como Bernardino Pacheco de Bocanegra para hablar sin mucho empacho sobre la forma 
en que habrían de proceder. 
 
20 AGI, Patronato, 203, R. 1, ff. 22v 
21 AGI, Patronato, 203, R. 1, ff. 26-28v 
22 AGI, Patronato, 203, R. 1, ff. 26v. “Habrá un año y medio más o menos”, es decir, en noviembre de 1564 
12 
 
Al propio tiempo, al filtrarse entre algunos vecinos la noticia de que la Audiencia 
preparaba una averiguación, ya bien por convencimiento propio ya por temor a la reprimenda, 
algunos cómplices de la revuelta acudieron a ofrecerse como acusadores. Uno de ellos, el 
sacristán Pedro de Aguilar, 23 contó a finales de abril el modo en que los conspiradores tenían 
pensado asestar el golpe.24Dijo que un viernes, mientras sesionara la Audiencia, un pelotón de 
hombres armados sometería a la guardia, irrumpiría en el salón del Acuerdo y daría muerte a los 
ministros y al visitador Valderrama. Consumado el golpe en palacio, harían tañer a arrebato las 
campanas de catedral para advertir a otra partida de rebeldes encargada de ejecutar sin dilación a 
don Luis de Velasco, a su tío Francisco “y a cualquier otro que se opusiera”. Expuestos en la 
plaza y más tarde incinerados junto con los papeles de gobierno, los despojos de funcionarios y 
partidarios del viejo orden confirmarían a la plebe que la justicia del rey había sido depuesta. En 
medio de aquel desconcierto que sus promotores imaginaban festivo, Martín Cortés sería jurado 
rey de México, a condición de que su estirpe velara perpetuamente por el bienestar de los 
herederos de la Conquista. 
A estas noticias, el sacristán Aguilar pronto añadió otras no menos alarmantes sobre la 
forma en que los parientes del marqués se harían con el control de la tierra,25y algunas más 
advirtiendo un cambio en la estrategia rebelde. El 17 de junio hizo del conocimiento de los jueces 
que, sospechando de la indagatoria y a fin de conservar de su lado el factor sorpresa, tanto Ávila 
como Cortés había decidió mudar de planes, haciendo coincidir el inicio de la insurrección con el 
paseo del pendón real, el 13 de agosto. En la época se pensó que la ocasión era propicia, porque 
en medio de las escaramuzas que por costumbre solían organizarse para conmemorar la caída de 
Tenochtitlán, los rebeldes podrían arremeter contra la autoridad, sin levantar sospechas.26 
 
23 Pedro de Aguilar pasó a las Indias en la armada del Presidente Pedro de la Gasca y tomó parte en la expedición 
que encabezara Valdivia a Chile, pero poco dice sobre su llegada a Nueva España, donde estuvo al servicio del 
racionero Cristóbal Ayala de Espinosa AGI, México, 1842, R. 4, ff. 421, “Relación de méritos y servicios de Pedro 
de Aguilar”, 1574 
24 Pedro de Aguilar declaró en cuatro ocasiones entre el inicio de la averiguación y la detención de los conjurados: 
el 23 de abril, el 17 y 20 de junio y el 16 de julio. AGI, Patronato, 203, R. 1, ff. 34-47, 69-76, 76-85, 150-157 Un 
examen de su declaración puede verse en VINCENT, 1994., p. 157 y ss 
25 Según refiere Aguilar, a don Luis Cortés y Hermosillo tocaría apoderarse de la flota en san Juan de Ulúa, evitando 
así zarpase buque alguno con la nueva del alzamiento. Entretanto, don Martín Cortés –el “mestizo”, hijo de 
Malintzin- tomaría Zacatecas para asegurar su lealtad de las ciudades del interior y apoderarse del producto de las 
minas. El deán Chico de Molina marcharía a Europa para obtener la venia papal y el reconocimiento del monarca 
francés; mientras que el racionero Ayala de Espinosa iría a Sevilla a rescatar al primogénito del marqués. Para 
mayores detalles VINCENT, 1994., p. 158 y ss 
26 Sobre las implicaciones de esta fiesta entre los encomenderos GARRIDO ASPERÓ, 2004 
13 
 
Por si todo lo anterior no fuera suficiente para validar la causa, otros desertores de la 
conjura, fingiéndose espías, abonaron con sus confidencias a disipar cualquier duda. Alegando 
servir como informante, el racionero Cristóbal Ayala de Espinosa contó, por ejemplo, que tal era 
la claridad de Alonso de Ávila, enterado a detalle de las rebeliones peruanas, no dudaba en 
señalar que el mayor error de Pizarro al desafiar la autoridad del Emperador consistió en no 
haberse proclamado rey del Perú, nombrando entre sus incondicionales a una nobleza que lo 
respaldara. La ausencia de este paso definitivo abrió la puerta a que Pedro de la Gasca aplacara 
los ánimos ofreciendo cuantiosas rentas a los adversarios del caudillo.27 Otro testigo de menos 
luces, el encomendero Pedro de Quesada, dijo que pese a ser genuinas las motivaciones de los 
rebeldes y a contar con el respaldo de buena parte de la tierra, ni Ávila, menos aún Cortés tenían 
las agallas necesarias para sacar adelante la empresa.28 
Convencidos entonces de que el cúmulo de acusaciones bastaba para confirmar la traición 
contra la Corona, los oidores mandaron prender a los conjurados. El martes 16 de julio de 1566, 
mediante una celada, tomaron preso a Martín Cortés. Algunas horas más tarde, el alcalde Manuel 
de Villegas capturó a los hermanos Gil González y Alonso de Ávila y, antes de la puesta del sol, 
Juan de Sámano hizo lo propio con los otros hijos del Conquistador, Martín y Luis.29 El resto de 
los inculpados caería en los próximos días. La conjura, si existió, había tocado a su fin. 
 
LA CAÍDA Y EL PROCESO 
La nueva del alzamiento provocó una conmoción nunca antes vista. Un viajero que por aquellos 
días llegó a la ciudad escribió a la península que “los oidores se habían hecho fuertes en la Casa 
Real”, a costa de alquilar a “40 soldados a los que daban a 50 pesos de paga a cada uno por mes”, 
y de tener dispuesta la artillería para lo que pudiera ofrecerse. Alguno vecino asiduo a las casas 
de juego contó que era imposible deambular de noche por las calles de la capital sin terminar en 
manos de la ronda. Todas esas provisiones invitan a pensar que, al menos en el verano de 1566, 
se aguardaba como cosa cierta la insurrección. 
 
27 Poco antes de su captura Ávila contó a Espinosa que por intermediación de Juan Coronel, Gonzalo Pizarro había 
ofrecido su auxilio a los rebeldes. Nunca pudo confirmarse la relación con los insurrectos peruanos: a Pizarro lo 
había decapitado en Lima casi veinte años atrás. AGI, Patronato, 203, R. 1, ff. 172 v Sobre la rebelión en Perú véase 
LOHMANN VILLENA, 1977 
28 AGI, Patronato, 203, R. 1, ff. 142 
29 SUÁREZ DE PERALTA, 1878, cap. XXXII, p. 210 
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Movidos presumiblemente por el temor, los oidores decidieron iniciar la confesión de los 
reos interrogando a Alonso de Ávila, que de todos los señalados era más seriamente 
comprometido. La misma noche en que fue desmantelada la conjura, el 16 dejulio, el doctor 
Orozco inició el interrogatorio preguntando a Ávila sí había presidido reuniones “algunas 
personas tratando entre sí de alzarse con la tierra” o si entraba en sus planes arrebatar la vida de 
los ministro de Su Majestad. Advertido sobre el riesgo de dar la razón a sus denunciantes, Ávila 
lo negó todo, limitándose a contestar que “Nunca tal junta con [h]a fecho, ny con persona 
ninguna [h]a tratado semejante negocio”. Con cautela, matizó aquellas aseveraciones en que 
creyó había inconsistencias y puso particular énfasis en evidenciar que su comportamiento y los 
juegos y reuniones que con frecuencia celebraba en su casa, nada tenían de extraño. Por el 
contrario, apeló a la lealtad que su linaje había mostrado siempre al rey, al tiempo que negó 
rotundamente custodiar “armas y demás materiales de guerra”. 
Poco más pudieron obtener los oidores de la confesión de Gil González, quien dijo haber 
visto ocasionalmente a algunos vecinos de la ciudad dialogando en “los corredor de las casas del 
dicho Alonso”, pero por estar apartado ignoraba el contenido de sus conversaciones. 
Para probar su inocencia, el 18 de julio, Alonso de Ávila entregó a los ministros un 
testimonio respondiendo a las acusaciones, de cuya lectura se deduce que tenía una idea bastante 
confusa del modo en que se habían fraguado la denuncia.30 En el manuscrito de apenas unos 
cuantos folios, se acusa al racionero Ayala de Espinosa de imputar, al calor de añejos conflictos, 
a su defendido “las propias maldades que […] debía de tener pensadas”.31 Según esta versión, 
siendo Ayala de Espinosa vicario de Zumpango, un pueblo encomendado a Alonso de Ávila, éste 
le “hizo echar” para ofrecer el beneficio eclesiástico al padre Rodrigo de Valderrama, pariente del 
visitador. Al darse por enterado, el racionero juró públicamente vengarse, por lo que 
seguramente, aduce el testimonio, su delación obedecía al deseo de perjudicar a quien 
consideraba su “enemigo capital”, imputándole la autoría de un crimen de lesa majestad, a 
sabiendas de que la condena podía costarle la vida.32 
 
30 “Confesión de Alonso de Ávila y Gil González, su hermano”, en OROZCO Y BERRA, 1853, Anexo, p. 37 
31 “Confesión de Alonso de Ávila y Gil González, su hermano”, en OROZCO Y BERRA, 1853, p. 41 
32 De añeja tradición, la rebelión contra el rey estaba tipificado en la legislación bajo el concepto de “traición”, 
siendo considerada una falta de la máxima gravedad. En la época visigótica, “la legislación establecía para el traidor 
la muerte y la confiscación de los bienes”. (VILLARROEL GONZÁLEZ, 2008, pp. 279 y ss)Esa misma sanción persiste 
en las Partidas de Alfonso X; pero se agregan definiciones más precisas. Por principio, se asienta que el delito contra 
la autoridad “es el más vil” que puede ser cometido por las personas, puesto que supone atentar contra Dios, el señor 
15 
 
Reducido el asunto a una venganza entre particulares, la defensa de los Ávila se empeñó 
en mostrar que la denuncia era en realidad resultado de una intriga. Para lograr su cometido, 
explicaba el manuscrito, el racionero había congregado en torno suyo a un grupo de 
incondicionales, con quienes “compuso y ordenó, las [dichas] memorias” homogeneizado las 
acusaciones y ordenándolas “con unas mismas palabras”, hasta hacerlas parecer como “cortadas 
por una tijera”, a fin de entregarlas a la Audiencia como ciertas.33Por supuesto, una empresa de 
tal magnitud precisaba de sumar voluntades. En otro fragmento del testimonio se acusa a Luis de 
Velasco y a Juan de Sámano de prestar auxilio al racionero, incitando a otros testigos al prometer 
que validaría “lo que ellos falsamente le dirían”. Sin ofrecer mayor detalle sobre la participación 
o los motivos de Velasco, se presume que Sámano tenía por coartada el cobrar viejas rencillas. Al 
mismo deseo se atribuye que Baltasar de Aguilar y Agustín de Villanueva hubieran testificado 
contra los Ávila, en razón de un antiguo altercado verbal, a resultas del cual ambos juraron 
vengarse. En tanto que la colaboración de Pedro de Aguilar bien cabría atribuirla al ansia por 
cobrar alguna dádiva que hiciera más llevadera la miserable condición de un “sacristán harto 
desventurado”.34 
Con todo, la nota más interesante del testimonio apareció de forma involuntaria. Tratando 
de descalificar a Baltasar de Aguilar caracterizándolo como un individuo que gustaba de generar 
insidias incluso entre sus deudos, el testimonio cuenta que, recientemente y sin que fuera cierto, 
Baltasar había dicho a Martín Cortés que don Luis de Velasco, Ortuño de Ibarra y Juan de 
Sámano “heran sus muy grandes enemigos” e “que andaban hurdiendo muchas trayciones”.35 
Aunque la anécdota pretende mostrar el talante insidioso de Aguilar, al dar por falsa la acusación 
confirma que Ávila ignoraba el papel jugado por Velasco en la primera cronología de la intriga, 
aquella en que auxiliado por su círculo cercano, el hijo del virrey enteró del rumor a los oidores. 
No había forma de que Ávila estuviera al tanto de esta situación. A pesar de que sus 
deudos se quejaron más tarde ante el Consejo, alegando que no les habían sido facilitados todos 
los folios de la sumaria, con toda seguridad, esta confusión resultó de la misma argucia 
conceptual a la que antes he atendido. Cuando a principios de abril, Velasco se presentó ante la 
 
natural y los hombres. Posteriormente se asientan catorce formas en que se incurre en dicha falta que van desde 
conspirar para matar al monarca, hasta tolerar que se maltrate su imagen. Partidas, partida VI, título II 
33 “Confesión de Alonso de Ávila y Gil González, su hermano”, en OROZCO Y BERRA, 1853, p. 45 
34 Suárez de Peralta señala que Pedro de Aguilar servía como sacristán en la Santa Veracruz, y que sin oficio había 
pasado a Nueva España, a expensa de servir a Espinosa. SUÁREZ DE PERALTA, 1878, cap. XXXII, p. 203-204 
35 “Confesión de Alonso de Ávila y Gil González, su hermano”, en OROZCO Y BERRA, 1853, p. 46-47 
16 
 
Audiencia lo hizo en calidad de denunciante, no como acusador, “manifestando el delito, no para 
tomar venganza, sino para apercibir [al juez] de él”, por lo que los jueces no tenían obligación de 
informar al reo, en este caso Alonso de Ávila, respecto de quien lo había delatado, estando 
únicamente comprometidos a brindar “los nombres y dichos de los testigos que le condenan 
regularmente”.36Es más, por tratarse de un delito de extrema gravedad y para prevenir cualquier 
represalia, la legislación facultaba a los ministros a reservarse los nombres de testigos y 
acusadores. 
A esa misma condición de delator se debió que al momento de levantar la prueba contra 
los Ávila, el fiscal se abstuviera de llamar a declarar a Luis de Velasco y de averiguar a detalle 
las confidencias del franciscano Diego Cornejo. Por lo mismo, no fue preciso que Velasco se 
ratificara en su dicho, como sí hicieron el racionero Ayala de Espinosa, Baltasar de Aguilar, 
Pedro de Aguilar, Pedro y Baltazar de Quesada, Agustín de Villanueva, quienes entre el 18 y 19 
de julio reiteraron sus acusaciones contra Alonso de Ávila y su hermano. A estos testimonios de 
vista, el fiscal añadió las declaraciones de oídas de otros vecinos, en las que se abundaban sobre 
los rumores que sobre la revuelta corrían por la ciudad. 
En obligado contraste, los Ávila arguyeron como prueba de inocencia su lealtad a la 
Corona y la certeza, confirmada más tarde por los armeros de la ciudad y la inspección llevada a 
cabo por el alcalde Villegas, de que no acopiaban, ni en su casa, ni en su finca de Cuautitlán, las 
armas necesarias para orquestar un levantamiento.37 Pero de poco valió todo esto. Luego de 
admitir en la probanza los testimonios en favor de los Ávila casitodos ellos dictados por sus 
criados y otras personas de escasa calidad- y de oponerse a nueva ampliación del término de 
prueba, la Audiencia procedió a deliberar apresuradamente, alegando que la paz de la república 
se hallaba comprometida. El resultado y la sentencia es de todos conocido: se condenó a Alonso 
de Ávila y a Gil González, a muerte por decapitación, al perdimiento de bienes y a que sus 
solares fueran regados con sal como antes hicieron los romanos en Cartago, para que constara 
a todos la traición al monarca. Con esto, la acusación fincada y, en consecuencia, la sentencia 
posterior basaba toda su fuerza en el testimonio de quienes en principio reconocieron su 
participación en el delito de lesa majestad, que más tarde acudirían a denunciar. 
 
36 CURIA FILÍPICA, Parte III, Tít. 13, Parágrafo 5, p. 158 
37 “Confesión de Alonso de Ávila y Gil González, su hermano”, en Orozco y Berra, 1853, p. 49 
17 
 
Tampoco consta que al momento de ser sometido al primer interrogatorio, el 18 de julio 
de 1566, Martín Cortés tuviera mucha idea del modo en que se constituyó la causa. En su 
declaración apenas si culpa a Baltasar de Aguilar por la propagación de ciertos chismes que 
pretendían menguar su fama y, si bien admite el clima de exaltación que imperaba, la idea de un 
alzamiento le parece disparatada.38 Admite, a lo sumo, que ante el creciente rumor de que el 
sucesor del virrey Velasco aplicaría a plenitud las “Leyes Nuevas”, Cortés ofreció a los 
encomenderos mediar ante el visitador Valderrama, lo que por supuesto no bastaba para acusarlo 
de traición. A diferencia de Alonso de Ávila, quien de inmediato atribuyó la intriga a Ayala de 
Espinosa, el marqués no identifica en principio a ningún responsable. Sin embargo, el 26 de 
agosto, tres semanas después de la ejecución de los Ávila, Cortés solicitó a la Audiencia 
incorporara al expediente una copia de la petición que promoviera el 17 de junio de 1566 un 
mes antes de ser aprehendido-, para que se investigara a “los que con mañas pretendían perturbar 
la paz” porque: 
“algunas personas que son don Luis de Velasco, Ortuño de Ibarra, factor de su Majestad, e 
Juan de Sámano, alguacil mayor de la dicha ciudad y enemigos y allegados, [h] an traído 
cosas de esta Audiencia, […] a algunos señores, oidores de ella, en particular, hacían 
información contra él sobre cosas tocantes a la paz y a la quietud del reyno”39 
 
Aunque la Audiencia no dio entrada a la solicitud sino hasta el 15 de julio, apenas horas antes de 
que se tomara preso a su promotor, la insistencia de Cortés en traer a cuenta ese alegato parece 
confirmar que muy pronto sospechó probablemente por ciertas revelaciones hechas por Baltasar 
de Aguilar- que sus adversarios buscaban tenderle una trampa.40 
En medio de esas diligencias, en septiembre de 1566, llegó a México la noticia de que el 
nuevo virrey aguardaba frente a san Juan de Ulúa. Nombrado en la corte desde febrero y puesto 
al tanto de la agitación antes de tocar tierra, Gastón de Peralta, marqués de Falces, prefirió 
prudentemente retrasar su entrada hasta octubre, al tiempo en que los oidores se aprestaban a 
juzgar al marqués y a sus hermanos. Por no faltar al protocolo, la Audiencia determinó postergar 
 
38 AGI, Patronato, 208, R. 1, “Testimonio del pedimento que hizo el marqués del Valle contra don Luis de Velasco 
y otros” 
39 AGI, Patronato, 211, R. 1“Testimonio del pedimento que hizo el marqués del Valle contra don Luis de Velasco y 
otros, dando aviso al escribano de lo que sabía. Pidiendo he hiciese cierta información” 
40 La inquietud debió surgir a raíz de ciertas confidencias de Pedro de Aguilar. El 10 de abril de 1566 Aguilar 
advirtió a Martín Cortés sobre la averiguación iniciada por la audiencia. Las advertencias continuarían por lo menos 
hasta poco antes de su aprehensión, con lo que parece no quedar duda de que Aguilar sirvió a ambos bandos, 
llevando y trayendo información. OROZCO Y BERRA, 1853, p. 45 y VINCENT, 1993 
18 
 
la deliberación para que el virrey pudiera tomar parte en las sentencias. Jamás imaginaron los 
oidores, menos aún los promotores de la causa, que apenas traspuestas las ceremonias de 
recepción, Falces procuraría enormes libertades a Martín Cortés, llegando incluso a consentir que 
abandonara su encierro. Tampoco pudieron prever que, luego de ojear el proceso y por parecerle 
desproporcionadas las acusaciones, el virrey haría lo posible por obtener la retractación de 
Baltasar de Aguilar, quien ante la presión no tardó en desmentir su primer testimonio, poniendo 
en entredicho la culpabilidad de Cortés.41 
Aprovechando la actitud favorable del marqués de Falces y que, al desdecirse, Aguilar 
confesó haber declarado originalmente contra su voluntad,42 la defensa del marqués trató de 
demostrar que la primera denuncia era producto de una maquinación. A instancia de sus 
abogados, Cortés demandó por escrito se exigiera a Melchor Bravo declarar bajo juramento si la 
carta de fray Diego Cornejo, pieza clave como vimos de la delación original, había sido escrita 
por él, “porque no es la letra del dicho fraile”.43Por otro testimonio sabemos que puesto en 
custodia por los superiores de su orden, Cornejo negó haberla escrito, no siendo imposible que 
los franciscanos le forzaran a retractarse, en virtud de la dilatada lealtad mostrada hacia el padre 
de Martín; más cuando el provincial, Diego de Olarte, antes tomar el hábito había servido 
fielmente al Conquistador y, cuando fue requerido, testificó en favor tanto de Ávila, como del 
propio marqués. Al enterarse de que Cornejo parecía cambiar de opinión, los oidores mandaron 
un piquete de soldados al “monasterio donde estaba el dicho fraile […] [para] llevarlo a la dicha 
Audiencia”, donde le retuvieron para examinarle.44 
Ambas sospechas coincidirían en lo fundamental con lo esgrimidas posteriormente por 
María de Sosa, viuda de Alonso de Ávila.45 En un memorial presentado personalmente ante el 
Consejo de Indias, en el que suplicaba por la revocación de la sentencia, Sosa acusó abiertamente 
a los oidores Ceinos, Villalobos y Orozco de actuar presos de la pasión, y sin más prueba que 
ciertas conversaciones que por cierto no desmiente-, que su marido sostuvo con el racionero 
Ayala de Espinosa y Pedro de Aguilar. A la falta de una probanza plena, añadía el manuscrito, los 
jueces habían actuado precipitadamente, haciendo cumplir sentencias excesivas sin ofrecer a los 
 
41 SUÁREZ DE PERALTA, 1878, cap. XVIII 
42 SUÁREZ DE PERALTA, 1878, cap. XVII-XIX 
43 AGI, Patronato, 211, R. 1, f. 9r 
44 AGI, Escribanía de Cámara, 1007B, N. 1, ff. 7v-8r “Petición de María de Sosa, viuda de Alonso de Ávila al 
Consejo de Indias”, Madrid, 8 de enero de 1571 
45 AGI, Escribanía de Cámara, 1007B, N. 1 
19 
 
inculpados por el escaso término de prueba y la prontitud con fueron llevados al cadalso- la 
oportunidad de recusar la condena. Esto por no hablar de que jamás se probó que contaran con 
los recursos financieros y militares para sacar adelante la empresa. 
A pesar de que la petición no rindió frutos, la posición ahí presentada aporta algún indicio 
de que la famosa carta de Cornejo era en realidad producto de otra pluma. En uno de los folios 
que entregó al Consejo, Sosa acusa a Luis de Velasco, Ortuño de Ibarra y Juan de Sámano de 
confabularse para destruir a su marido, gestando “trazas diabólicas para decir que era desleal, y 
traidor a Vuestra Majestad”. Animado por contar con el favor, parentesco y amistad de los 
oidores, continúa el relato, Velasco entabló tratos con “un fray Diego Cornejo” […], un viejo 
protegido del virrey,46 para que “escribiese una carta para España para don Antonio de Velasco, 
hermano del dicho don Luis, y que en ella dijese que se querían levantar [con] la tierra y que elautor principal de ello era el dicho Alonso de Ávila Alvarado”.47 A los pocos días, Cornejo hizo 
llegar a Velasco un pliego en blanco con su firma al calce y la carta de “otro fraile que se decía 
fray Rodrigo [Ayamonte] y era mozo” cuyo contenido incriminaba a Ávila. Para completar la 
faena, Velasco, Sámano, Ibarra y el maestrescuela Muñón “compusieron una carta como si la 
hubiera escrito el dicho fraile Diego Cornejo”, y tras ultimar el contenido pidieron a Melchor 
Bravo la pasara en limpio, cuidando con ello que la caligrafía no resultara familiar a los oidores. 
El resto de la historia lo conocemos. 
En apariencia baladí, ese señalamiento terminó de poner en entredicho la legitimidad de la 
denuncia. Ante la escandalosa retractación de Baltasar de Aguilar, el presunto carácter apócrifo 
de que la carta escrita por Cornejo y la acusación de que los jueces habían actuado 
apasionadamente para complacer a sus parientes particularmente el doctor Ceinos, señalado por 
favorecer a Luis de Velasco, sobrino de la mujer del oidor-,48 al virrey no le quedó más remedio 
que reconocer que el único modo de impartir verdadera justicia pasaba por remitir a los hermanos 
Cortés a la península, a fin de que el proceso se desahogara ante el Consejo. En una carta de la 
que Felipe II no tuvo noticia sino de forma tardía, Falces explicaba que “la mayor parte de la 
 
46 AGI, Patronato, 203, R. 1, ff. 6 Cornejo reconoce que cuando mozo vivió al amparo del virrey, quien lo acogió 
47 AGI, Escribanía de Cámara, 1007B, N. 1, ff. 7v 
48 AGI, Escribanía de Cámara, 1007B, N. 1, ff. 8r-v El oidor Francisco “Ceynos había casado a su hija con el 
encomendero Francisco de Solís, pariente de la mujer de Luis de Velasco, el mozo, lo que lo vinculaba con el clan 
anticortesiano” (GONZÁLEZ GONZÁLEZ, 2009a, p. 585) La queja tenía total sentido: al ser la justicia “la perpetua y 
constante voluntad de dar a cada uno lo que es suyo, está presupone la igualdad de las partes y en su realización 
exige, por lo tanto que el juez esté libre de toda pasión (amor, odio, codicia) que pueda inducir parcialidad al 
decidir”. GARRIGA, 2006, p. 81 
20 
 
república estaba muy escandalizada […] porque la culpa del levantamiento no era tanta como los 
testigos y las averiguaciones han hecho y mostrado”.49 Por ello, antes que confirmar sentencia 
que condenaba a la pena capital a don Luis Cortés y Hermosillo, el virrey mandó suspender la 
ejecución, ordenando, en contraparte, se iniciara un proceso para trasladar a los hijos del 
Conquistador a la metrópoli.50 
Algunos meses más tarde, en febrero de 1567, en su calidad de caballero el marqués del 
Valle rindió pleito homenaje al rey para trasladarse a Veracruz, embarcarse con la flota y, a más 
tardar, a un mes de tocar puerto en la Península, notificar de su llegada a los consejeros de 
Indias.51 Nunca volvió a la tierra en la que supuestamente quiso ser rey. 
Antes que una victoria definitiva para sus denunciantes, la derrota del partido de Cortés 
puso en crisis la endeble estabilidad que habían construido. La tolerancia mostrada por el virrey 
Falces hacia los conspiradores generó intranquilidad entre los “leales al rey”, no sólo porque 
creyeran factible un levantamiento, sino porque la presunción de irregularidades podía dar pie a 
represalias.52 Por eso, tan pronto como pudieron, los adversarios del marqués acusaron al virrey 
de favorecer a los conspiradores y, aprovechando sus contactos en la flota, hicieron secuestrar los 
pliegos que enviaba Falces al rey, arriba citados y en los que abogaba por la causa de Cortés,53 y 
en su lugar mandaron otros en los que denunciaban las “cosas que había hecho el virrey y la 
amistad que tenía con el marqués del Valle”.54 
Los mensajeros no pudieron llegar a Madrid en peor momento: en marzo de 1567 Felipe 
II despachaba al duque de Alba al frente de un ejército de 10 000 hombres para someter a los 
rebeldes flamencos. Escandalizado por las noticias que llegaban de Nueva España, el rey ordenó 
se creara una comisión integrada por los licenciados Gaspar Jaraba, del Consejo de Castilla, 
Alonso Muñoz, del Consejo de Indias, y el doctor Luis Carrillo- que dieran continuidad al 
proceso. El resultado de la indagatoria debió resultar amargo a los delatores. El terror desatado 
 
49 “Memorial del virrey Gastón de Peralta, marqués de Falces, sobre las condiciones en México, 23 de marzo de 
1567”, en HANKE y RODRÍGUEZ, pp. 169-185. Aunque llegó con la flota de marzo, la carta es un duplicado de la 
enviada por el virrey el 10 de septiembre de 1566. 
50 RUBIO MAÑÉ, 2005, p. 15 
51 OROZCO Y BERRA, 1864, p. 56 
52 En última instancia, cuando se había determinado ya el traslado de los Cortés, Luis de Velasco exigió se llamara a 
declara a Cornejo; sin embargo, el recurso fue rechazado por no haberse presentado en el término de prueba. Véase 
CURIA FILÍPICA, Parte III, Tít. 15, Parágrafos 3-4, p. 163-164 
53 “Memorial del virrey Gastón de Peralta, marqués de Falces, sobre las condiciones en México, 23 de marzo de 
1567”, en HANKE y RODRÍGUEZ, pp. 169-185 
54 SUÁREZ DE PERALTA, 1878, cap. XIX 
21 
 
por Muñoz y Carrillo –Jaraba murió durante el viaje- al investigar la causa disimuló muchas de 
las irregularidades, pero potenció otras. Poco se habló en adelante de la naturaleza del conflicto, 
pero mucho cuidado se puso en que no quedara culpable sin castigo. El delator Baltasar de 
Aguilar fue tomado preso, sometido a tormento y condenado a la horca; pero para su fortuna, las 
gestiones de su tía Beatriz de Andrada, mujer de Francisco de Velasco, consiguieron que esa pena 
le fue conmutada por el destierro a Orán. 
 
EL TIEMPO DE VALDERRAMA (1560-1566) 
No muchos días después de que ejecutaron a los Ávila comenzó a tomar fuerza la creencia de que 
el castigo había sido excesivo. Entre sus contemporáneos generó enorme suspicacia que los 
delatores estuvieran ligados por distintas vías a los Velasco y, sobre todo, que hubieran puesto 
todo su empeño en propiciar la intervención de la justicia.55 ¿Había razones para desconfiar que 
su temprana denuncia no estuviera movida sólo por el celo y lealtad a la Corona? Me temo que sí. 
Al ambiguo y conveniente papel que como delator desempeñó Luis de Velasco, a las 
pruebas que presumiblemente inventadas presentó para llamar la atención de la Audiencia, 
debemos agregar otro detalle. Por creerlo un fenómeno aislado, hasta ahora nadie ha reparado lo 
suficiente en que la conjura fue denunciada apenas zarpar la flota en que partió el visitador 
Jerónimo de Valderrama, en la primavera de 1566. Aun cuando los primeros rumores corrieron 
tan temprano como octubre de 1564, y de que en los planes de los presuntos conspiradores 
entraba el asesinar al visitador, no consta que Valderrama hubiera sido puesto al corriente, al 
menos no con el detalle con que se haría más tarde. Por la gravedad de la causa, la omisión no 
puede sino dar pie a suspicacias; más porque, como es sabido, entre las principales obligaciones 
de un visitador estaba el “prestar oído a todas aquellas personas que pudieran comparecer para 
pedir justicia por los agravios recibidos o para informar sobre cualquier otra anomalía necesitada 
de remedio”.56 Pero ¿qué explica que no se exigiera al visitador iniciar una averiguación en la 
forma debida? 
El cronista Juan de Torquemada cuenta que fue público y notorio que, en cierta ocasión, 
un hombre a punto de morir relató a su confesor los pormenores de la conjura y que éste, 
alarmado, lo notificó a Valderrama, “el cual por tenerlo por mentira, o por parecerle un disparate, 
 
55 TORQUEMADA, 1975, L. 5, Cap. XIX, p. 395-396 
56 ARREGUI ZAMORANO,1981, p. 56 
22 
 
no hizo caso de ello”.57 De modo parecido se había comportado el visitador al presenciar las 
declaraciones de un dominicoque, molesto por las retasaciones tributarias, negó durante un 
sermón que Felipe II fuera el legítimo soberano de las Indias. Ante el agravio, lejos de pedir la 
inmediata expulsión del religioso, como exigían los oidores, Valderrama creyó que bastaba con 
amonestarle. Contra toda sospecha, antes que intrascendentes, esta clase de episodios parecen 
confirmar que el visitador era más bien poco crédulo ante los rumores, cosa que bien pudo 
disuadir a los posibles denunciantes. 
Aunque esa conjetura no carece de sentido, pensar de ese modo supone cierta cortedad de 
miras. Implica en principio soslayar que los autos levantados por la Audiencia fueron producto, 
como vimos, de operaciones sumamente peculiares, a las que cabría agregar un contexto rara vez 
considerado. Si me lo preguntan, creo firmemente que quienes a la postre delataron la conjura no 
lo hicieron en tiempo de la visita, asumiendo que Valderrama difícilmente obraría contra los que 
en su tiempo fueron considerados sus aliados.58Pero vayamos por partes. 
Llegado a Veracruz el último de julio de 1563, el licenciado Valderrama traía consigo el 
encargo de examinar el desempeño de los funcionarios de la Audiencia y del virrey Luis de 
Velasco y, sobre todo, de poner remedio en la hacienda.59 La visita fue una primera insinuación 
de la más tarde concretada reforma de las Indias, un proyecto filipino cuyo propósito no era otro 
que asegurar un mayor control regio y recaudar un ingreso muy superior al percibido hasta 
entonces, a fin de que América contribuyera a sortear la crisis por la que atravesaba la 
monarquía.60 
En el Perú, donde por años las revueltas de encomenderos habían puesto en grave riesgo 
la estabilidad de la tierra, la Corona llegó a considerar seriamente la venta de encomiendas 
perpetuas como un medio legítimo para alcanzar la paz y aliviar, simultáneamente, las presiones 
fiscales. Contra la reticencia de su Consejo de Indias –que veía en la medida un atropello 
inaceptable a la soberanía del monarca-, Felipe ordenó se enviara a Lima un grupo de agentes 
encargados de analizar la viabilidad del proyecto. En 1562, cuando los emisarios del rey 
constataron que los encomenderos no estaban en condiciones de pagar los 5 millones de ducados 
 
57 TORQUEMADA, 1975, L. 5, Cap. XVIII, p. 389 
58 AGI, MÉXICO, 280, “Carta de los dominicos de México a Felipe II”, 22 de enero de 1564 
59 Una visión clásica de la visita de Valderrama en RUBIO MAÑÉ, 1946 
60 SCHÄFER, 2003, vol. I 
23 
 
ofrecidos en principio,61 la propuesta perdió fuerza, dejando únicamente tras de sí constancia de 
que el monarca estaba dispuesto a ensanchar su Hacienda, aun a costa de ver mermadas sus 
facultades jurisdiccionales.62 
Por el contrario, para fortalecer el ingreso en Nueva España, a Valderrama se le 
encomendó fiscalizar con mayor rigor los libros de cuentas y estrechar el control sobre el tributo 
pagado por los indios a la Corona. 63 Por principio, a poco de iniciada su labor, el visitador 
instruyó al oidor Vasco de Puga a realizar nueva tasación en los pueblos puestos en cabeza del 
rey, cuidando se asignara a cada uno un monto acorde con sus posibilidades. 64 Para justificar la 
medida, Valderrama argumentó que las exenciones tributarias otorgadas sólo beneficiaban a los 
caciques y principales, dado que los maceguales seguían pagando lo mismo.65 “Todo lo que 
Vuestra Majestad dispensa a los naturales escribe al Consejo en febrero de 1564-, se consumían 
en comer y beber los principales indios sin sacar al cabo del año cosa alguna de ello a más que las 
borracheras que ellos llaman, y en lo que han gastado los frailes […] en edificios, plata, 
ornamentos”.66 
Al notorio descuido en las cuentas había que agregar que, por costumbre, los pueblos 
puestos en cabeza del monarca poco tributaban. Los indios de México-Tenochtitlán y Santiago 
Tlatelolco, retribuían en obras públicas; los de Tlaxcala gozaban de exención por su colaboración 
durante la conquista. En Chalco, donde los tributarios se estimaban en 50 000, ofrendaban apenas 
300 pesos y 800 fanegas de maíz.67 Por lo que la retasación no sólo haría más justa su 
contribución, sino que simultáneamente favorecería su cristianización, en el entendido de que lo 
útil para la real hacienda significaba lo justo para los indios, al ser mayores los recursos 
destinados por el rey a la empresa misional.68 
 
61 Incluso en el contexto peruano el pago prometido resultaba excesivo. Es probable que esa cifra tomara como 
fundamento la suma prodigada por el presidente la Gasca que, en ocasión de su victoria sobre los pizarristas. había 
repartido entre sus aliados una cantidad cercana a los 2 millones de ducados. ASSADOURIAN, 1994, p. 178. 
62 BAKEWELL, 1989, pp. 47 
63 “Es cosa de lástima ver el poco orden y recaudo que hay aquí” “Carta de Valderrama al Consejo de Indias”, 
México, 2 de marzo de 1564, en DOCUMENTOS, p. 41 
64 MIRANDA, 1978, pp. 332 y MIRANDA, 2005, p. 151 Por homologación reciente cada tributario pagaba anualmente 
1 peso (8 reales) y media fanega de maíz (valuada en 3 reales) 
65 Hacia 1551, por el otrora presidente de Indias, el arzobispo Loayza, opinó en el mismo sentido sobre las 
tasaciones en el Perú ASSADOURIAN, 1994, p. 181 
66 Carta de Valderrama al rey, México, 24 de febrero de 1564, en DOCUMENTOS, p. 92 
67 “Relación de lo que rentaban al rey varios pueblos de Nueva España antes de la llegada del Lcdo. Valderrama y 
después de 1564”, en DOCUMENTOS, doc. 34 pp. 258 y 263 
68 ASSADOURIAN, 1989, p. 426 
24 
 
Las reacciones no se hicieron esperar. Pese a su reciente vuelta (1562), el marqués del 
Valle secundó sin ambages la política adoptada por Valderrama, al señalar en carta a Felipe II 
que el perjuicio en la Hacienda no resultaba “por falta de voluntad en el que gobierna [el virrey 
Velasco], ni de los oficiales de Vuestra Majestad”, sino por no entender las cosas de esta tierra.69 
Mayor beneficio obtendría el monarca, apuntaba el marqués, si como antes había sugerido el 
visitador, comenzaba a cobrarse a los pueblos de realengo, cuyos tributarios pasaban de 
“cuatrocientos y cuarenta mil, en toda la Nueva España”, pero cuyo recaudo no llegaba “a ciento 
cincuenta mil pesos”.70 Al paso de los meses, a esta tímida insinuación, Cortés añadió una 
exigencia contundente: no debía tolerarse que, con la complicidad de Velasco, los mendicantes 
pusieran freno a los derechos fiscales de la Corona, porque lejos de socorrer a los maceguales, la 
mesura en las tasas defendida por el virrey y sus aliados redundaba en que el excedente tributario 
terminara en manos de caciques y religiosos; tanto así que en su señorío de Coyoacán, los indios 
entregaban al marqués mil trescientos pesos anuales, mientras pagaban casi 16 mil a los indios 
principales.71Lo mismo ocurría en los pueblos que pechaban al rey donde, como supuestamente 
constató el oidor Vasco de Puga, los maceguales seguían supuestamente entregando verdaderas 
fortunas a sus caciques y muy poco a la Hacienda. 
Contrastando con el respaldo brindado por Cortés a la retasación, con el consentimiento 
de Velasco, recurrente opositor a cualquier incremento tributario,72 los mendicantes enviaron al 
Consejo de Indias decenas de folios quejándose por la medida. Los franciscanos por considerarla 
un atentado contra la conservación los indios, mientras que los dominicos acusaban que la 
epidemia que por esos años azotaba a los naturales era un castigo divino en respuesta al conteo 
encabezado por Puga. Tratando poner un alto a las quejas, Valderrama reunió a los provinciales 
de las órdenes para hacerles ver lo mucho que el rey les había favorecido con recursos para la 
edificación de sus templos. Frente a la exhortación, franciscanos y agustinos dieron la razón al 
visitador, pero “los dominicos creo que se endurecieron más, y así también lo está elVirrey”.73 
Aunque consternado por la hostilidad, no tardó el visitador en dar con el culpable. “Ellos 
[los dominicos] se confían en que lo que hacen es a gusto del Virrey, o por mejor decir que se los 
 
69 “Carta de Martín Cortés, segundo marqués del Valle, al rey sobre los repartimientos y clases de tierras de Nueva 
España”, en COLECCIÓN, tomo IV, 1865, pp. 440-462 
70 AGI, Patronato, 211, R. 1, ff. 7-9 
71 AGI, Patronato, 211, R. 1, ff. 9 
72 MIRANDA, 2005, p. 151-153 
73 “Carta de Valderrama al Consejo de Indias”, México, 24 de febrero de 1564, DOCUMENTOS, 1961, p. 102; 108 
25 
 
aconsejó él”, incluso a costa de la tierra y de tener “muy vejados a los indios”. El posterior 
enfado de los padres predicadores, le parece la natural reacción de quien acostumbrado a 
señorear, ve diluirse su autoridad; pero no entiende esa misma actitud en quien cabría esperar 
incondicional servicio al monarca, por lo que en tono irónico Valderrama escribe a la corte: “no 
sé si porque le tengan los frailes encajada su opinión o porque no salga a la luz su descuido 
también”.74A la crudeza de ese parecer se sumó nuevamente el marqués del Valle, a quien de 
primera mano le constaba que los dominicos de Oaxaca, con frecuencia y sin importar la notoria 
pobreza de los indios, solían tomar en prenda el poco maíz de las cosechas, a sabiendas, por 
supuesto, de que contaban con el favor del virrey.75 Ante tan agrias acusaciones, a Velasco no le 
quedó más remedio que tratar de desmentirlas, acusando que en el fondo la complicidad entre 
estos personajes, no perseguí otro fin que el sacar provecho.76 
Al fin y al cabo recurrentes, esta clase de señalamientos ni por asomo deben considerarse 
alusiones desinteresadas, pues comúnmente enmascaraban conflictos de interés, ante los que 
debían posicionarse no sólo los directamente involucrados, sino que con frecuencia concitaban 
muy variadas muestras de solidaridad.77 Por ello, no sería extraño que, como tantas veces, lo 
mismo un partido que el otro se expresaran de ese modo como queriendo cerrar filas en favor de 
una causa compartida: los religiosos y el virrey para resistir a la andanada reformadora 
promovida por Valderrama; en tanto que el marqués por advertir en aquél un aliado es su muy 
particular disputa con la autoridad virreinal.78 
Al margen de su aparente sentido coyuntural, las tensiones entre ambos bandos 
explicarían por qué no se enteró debidamente a Valderrama de los rumores. Poco podía esperarse 
de quien encontraba en el marqués del Valle al más conspicuo defensor de su política. Más aún, 
establecidos los hechos de ese modo, no parece exagerado suponer que en esa rivalidad descansa 
 
74 RUBIO MAÑÉ, 1946, p. 166 No extraña por ello que al morir pocos meses más tarde, Velasco eligiera como última 
morada el convento dominico de México. 
75 AGI, Patronato, 211, R. 1, ff. 9 
76 “Carta del virrey don Luis de Velasco y de la Audiencia de México al rey”, 26 de febrero de 1564, en CARTAS DE 
INDIAS, 1877, pp. 276-279 
77 En 1562, Velasco había brindado su respaldo a los frailes ante el ataque de Montufar. El pleito entre el cabildo, 
acaudillado por el deán Alonso Chico de Molina y el maestrescuela Sancho Sánchez de Muñón, y Montufar ha sido 
largamente documentado por SCHWALLER, 1987, GÓNZALEZ GONZÁLEZ, 1990 y RUIZ MEDRANO, 1992 
78 AGI, Patronato, 209, ff. 1592-1593 En junio de 1564, Luis de Velasco denunció al marqués del Valle porque de 
los 22 pueblos y 23 mil vasallos, otorgados originalmente a Hernán Cortés, para finales de 1562, el patrimonio del 
marquesado rondaba 60 mil tributarios y una renta de 84, 387 pesos anuales, (OROZCO y BERRA, 1853, p. 29)El 6 de 
mayo de 1565 el Consejo de Indias le escribió a Cortés para recriminarle el haber ocultado el enorme incremento en 
su patrimonio, y exigiéndole una explicación en un plazo de seis meses 
26 
 
la clave para entender a cabalidad los resortes de la acusación posterior. A juzgar por la 
evidencia, en lo personal me inclino a pensar que la denuncia fue una forma de neutralizar al 
partido cortesiano, lo que a la larga aseguraría a sus adversarios que el régimen de privilegios 
construido en tiempos de Velasco permaneciera intacto. 
No está de más traer a cuento que los apartados más candentes de la visita apuntaban a los 
indiscretos favores prodigados por Velasco en beneficio de sus incondicionales. Si se leen 
ordenadamente los papeles remitidos por Valderrama, pronto quedan expuestas las graves 
desatenciones del virrey. Sin muchas reservas, se le culpa de permitir a los frailes servirse 
abusivamente de los indios, so pretexto de las edificaciones; de coludirse con los mendicantes 
para obstaculizar la tasa de pueblos, aun a costa de las arcas del rey; pero, sobre todo, se acusa a 
Velasco de beneficiar a su parentela. 
En uno de sus más célebres informes, el visitador incriminó a Velasco por tener “muchos 
deudos por parte de su hermano e hija e sobrino, que están aquí casados”. Para nadie era un 
secreto que desde su arribo a México, en agosto de 1550, Luis de Velasco había procurado 
emparentar con lo mejor de la tierra.79 En 1556, casó a su hija Ana de Velasco con el ya por 
entonces prospero minero Diego de Ibarra.80 A otro de sus hijos, el a la postre delator, Luis, trató 
por todos los medios de hallarle acomodo entre las familias de la élite,81hasta que finalmente 
desposó a María de Ircio, sobrina por línea materna del antiguo virrey Antonio de Mendoza,82 y 
emparentada por vía paterna con los Cervantes. 83 Atendiendo a la misma lógica, el virrey 
negoció, con la anuencia del Consejo,84 el matrimonio de su hermano Francisco con Beatriz de 
 
79 Sobre la trayectoria de Luis de Velasco, el viejo. RUBIO MAÑÉ, 1946, p. 14-21 SCHWALLER, 2003, p. 18 y CONDE 
Y DÍAZ-RUBÍN y SANCHIZ, 2008, p. 155 
80Oriundo de Eibar, en Vizcaya, en agosto de 1548, Diego encontró la importante veta argentífera de san Bernabé, 
en Zacatecas, lo que dio origen a su posterior fortuna. BAKEWELL, 1976, pp. 23-24 SAN MARTÍN, p. 301 
81 Nació en Carrión de los Condes, hacia 1538. Existe cierta polémica sobre si acompañó al padre a Nueva España, 
o se mantuvo en la península. De acuerdo con la documentación ubicada por Schwaller en los Fondos del Ducado de 
Osuna, hasta 1555 Luis estuvo matriculado en Salamanca y permaneció con Antonio de Velasco, en la corte príncipe 
Felipe, entre 1551 y 1556. Ambos hermanos viajaron a Inglaterra en razón de la boda del príncipe con María Tudor. 
SCHWALLER, 2003, p. 25, CONDE Y DÍAZ-RUBÍN y SANCHIZ, 2008, p. 156 y AGI, México, 28, N. 5, “Carta del virrey 
Luis de Velasco, el joven”, 1610 
82 En 1565, al enterarse el rey de la muerte de Velasco, ofreció su a hijo Luis una notable encomienda de indios 
vacos, por un monto cercano a los 6000 ducados y un nombramiento como regidor del ayuntamiento de México. 
GONZÁLEZ GONZÁLEZ, 2009a, p. 553-554 
83 El tío de María, Pedro de Ircio, había casado con otra hija del comendador Leonel de Cervantes. Sobre las 
mocedades de Luis de Velasco véase CONDE Y DÍAZ-RUBÍN y SANCHIZ, 2008 , p. 157-158 y SCHWALLER, 2003, p. 35 
84 AGI, México, 19, N. 34, “Carta del virrey Luis de Velasco, el viejo”, 1564. La muerte de Jaramillo, en 1551, 
desató un pleito entre su hija (María) y su viuda, Beatriz de Andrada, por la encomienda de Jilotepec, cuya renta de 8 
27 
 
Andrada,85 una hija del comendador Leonel de Cervantes, lo que permitió al virrey situar a los 
suyos entre los miembros del poderoso clan Cervantes Villanueva. Así, a la ya de por sí 
significativa influencia en la corte, se sumó una creciente presencia en el ayuntamiento de la 
capital, a más de rentas de cierta consideración e innumerables mercedes. 
La construcción de estas redes parentales, tan comunes en los dominios hispánicos, se 
orientaba a controlar, o al menos a incidir,en los distintos espacios de poder de la monarquía. Por 
regla general, estaban destinadas a conseguir la promoción de sus integrantes mediante la 
obtención de oficios y mercedes, la consecución de decisiones favorables de las diversas 
autoridades o la atenuación perjudicial de sus intereses.86 No es que fueran ajenas o contrarias a 
la administración, más próxima en la época a efectuarse por alianzas personales antes que por 
relaciones institucionalizadas, el problema es que Valderrama advirtió en ellas una desatención 
de los intereses del rey, en marcado favor de ciertos particulares, cosa que a su vez originaba 
enorme desasosiego en la república. 
No por casualidad las imputaciones más graves apuntaban a que el virrey había 
privilegiado a sus deudos en la provisión de corregimientos y demás oficios. A poco de llegar, 
Velasco nombró corregidor a su hermano Francisco, a varios de sus criados venidos de España, 
así como a una multitud de parientes y allegados de la alta burocracia colonial. Lo impúdico de 
esta operación enardeció a decenas de vecinos que veía como el virrey, abusando de sus 
facultades, repartía mercedes entre sus paniaguados o se servía los corregimientos para 
recompensar favores personales.87 Puesto al tanto de la situación, Valderrama trató de poner 
freno. A su entender, el uso discrecional de estas atribuciones, entraba no sólo en clara 
contradicción con los intereses fiscales del soberano, sino que a la larga generaba discordias entre 
los vecinos. El visitador creía que más convendría al rey privilegiar a los conquistadores, pues a 
más de estar obligado a retribuirles por sus servicios, esas mercedes “serles ha de mucho 
contentamiento a ellos, y Vuestra Majestad no gastará más”, lo que redundara continúa “en un 
 
500 pesos finalmente compartieron. Pese a consentir la unión entre Francisco y Beatriz, el Consejo resolvió que, sin 
importar causa alguna, los derechos sobre la encomienda no podían ser transferidos a Velasco. 
85 AGI, Patronato, 71, R. 14, 1571, ff. 2 “Información de los méritos y servicios de Francisco de Velasco, caballero 
de Santiago, uno de los pacificadores de México por lo que fue nombrado general” 
86 PONCE LEIVA, 2008, p. 33 
87 SARABIA VIEJO, 1978, p. 66 Por su cercanía con Velasco gozaron corregimientos: Antonio Maldonado (hermano 
del doctor Maldonado, fiscal de la Audiencia), Andrés López de Céspedes (socio de Fernando de Portugal, tesorero 
real), Juan de Garibay (antiguo ayudante de Ortuño de Ibarra, factor real), Diego Villanueva (pariente del oidor 
Villanueva), Antonio de Turcios (secretario de la Audiencia), Gerónimo Ruiz de Baeza (pariente del oidor Vasco de 
Puga). 
28 
 
mejor gobierno y más contentamiento para los que acá viven y de acrecentamiento para la 
hacienda real”.88 Por lo mismo, y dada la relevancia que tenían los corregidores para asentar los 
reales en las Indias,89 el visitador recomendó a su Señor despojar al virrey de toda facultad para 
nombrarlos, procurando que, en lo subsecuente, los corregimientos se entregaran de forma 
hereditaria y mediante merced, con lo que lo se aseguraría, además, un mayor control sobre los 
postulantes. 90 
No menos escandalosas eran las irregularidades en la distribución de estancias y 
caballerías. Entre los papeles de la visita remitidos al Consejo figura una relación de las mercedes 
gestionadas por el virrey en favor de sus paniaguados, en la que destacan quienes a la postre 
delatarían la pretendida conjura. En este recuento llaman poderosamente la atención las veinte 
estancias de “ganado mayor y menor y dos caballerías” concedidas, a su hermano Francisco o las 
conferidas a oficiales del rey y a la postre delatores: “cinco estancias de ganado menor y dos 
caballerías” a Ortuño de Ibarra, factor real, y una estancia de ganado menor y dos caballerías de 
tierra para Juan de Sámano, alguacil mayor y encomendero, o el par de estancias de ganado 
menor, cedidas a Juan de Villerías, como vimos un criado de los Velasco, lo que contrastaba con 
el alud de peticionarios que por no ser de gusto del virrey fueron marginados del reparto.91 
Como cabría suponerse, las concesiones abarcaron también a la extensa red parental 
tendida por los Velasco, particularmente al clan de los Cervantes Villanueva, cuyo origen se 
 
88 “Carta de Valderrama al Consejo de Indias”, México, 2 de marzo de 1564, en DOCUMENTOS, p. 58 
89 Promovido por la Segunda Audiencia (1530), en Nueva España el corregimiento sirvió para ampliar la presencia 
del monarca en detrimento de la autoridad ejercida por los encomenderos; sin embargo, como muchos corregidores 
hallaron dificultades para sustentarse, recurrentemente cobraron dádivas a los indios o se hicieron del control de 
comercio o del repartimiento de mercancías en su jurisdicción, con lo que el supuesto remedio a los abusos resultó 
contraproducente. A partir de 1550, la Corona trató de incrementar el control sobre los pueblos encomendados, 
sometiéndolos al corregimiento más cercano, y otorgando, además, al titular la facultad de ejercer jurisdicción civil y 
criminal en los pleitos entre españoles y de españoles con indios. Con ello se pretendía poner freno a los abusos de 
los encomenderos, al tiempo que se creaba un recurso para recompensar a quien, a consideración del monarca, lo 
mereciera. Justina Saravia sostiene, en oposición a Rubio Mañé, que durante la gestión de Velasco, tantos unos como 
otros cargos eran provistos por el virrey y no por el monarca como señala la Recopilación. Eso explicaría el notable 
incremento en el número de corregimientos, que hacía 1560 contaban ya 180. AGI, Contaduría, 663, “Relación de 
los corregimientos que se proveen en Nueva España desde el 12 de febrero de 1553 al 12 de febrero de 1569”, 
México, 10 de mayo de 1569 RUIZ MEDRANO, 1991, p. 141 y SARABIA VIEJO, 1978, p. 61-64 
90 “Carta de Valderrama al Consejo”, en México, 2 de marzo de 1564, en DOCUMENTOS, p. 63 SARABIA VIEJO, 1978, 
p. 61 
91 “Relación de algunas estancias y caballerías que el virrey don Luis de Velasco dio a sus paniaguados desde 1551 
a 1563”, en DOCUMENTOS, 1961, doc. 30, pp. 222-229 
29 
 
remontaban al conquistador y comendador del orden de Santiago, Leonel de Cervantes.92 Un 
nieto de este personaje, el ambiguo delator Baltasar de Aguilar, recibió del virrey Velasco 
algunos corregimientos antes de heredar, hacia 1560, “los indios que habían sido de su padre”, 
Alonso de Aguilar. 93 Consta también que al tiempo de la visita, Baltasar estaba casado con su 
prima Florencia de Villanueva, hija de conquistador Alonso de Villanueva y Ana de Cervantes, 
de cuyo enlace se desprendía otra rama del clan.94 Por esa misma época, a los hijos varones de 
ambos, los también denunciantes Agustín y Alonso de Villanueva, les fueron legados los pueblos 
que el Emperador cediera en encomienda a su padre: Otzolotepec, Mimiapan y Jilotzingo, en las 
inmediaciones de Toluca, además de Huachinango, en la sierra de Puebla. 95 
Para entender a cabalidad esta compleja red de alianzas, debemos tener presente que para 
las élites del dieciséis el matrimonio constituía una comunidad de intereses que determinaba en 
gran medida las posibilidades de cada individuo, en el entendido de que la familia era concebida 
como una asociación de solidaridad, que insertaba al sujeto en un complejo tejido de relaciones 
personales, del que era difícil evadirse, y aún más peligroso, escapar. 96 Bien utilizadas las redes 
clientelares podía favorecer el ensanchamiento de los bienes, así como la obtención de oficios y 
canonjías para los descendientes. Aunque el prestigio y fortuna de los Cervantes de Villanueva no 
nació per se de estos enlaces sino, como ha observado Florencio Barrera, de la explotación de 
fincas

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