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UNIVERSIDAD NACIONAL AUTÓNOMA DE MÉXICO FACULTAD DE FILOSOFÍA Y LETRAS BENZULUL: COSMOVISIÓN Y PROBLEMÁTICA SOCIAL, DOS NIVELES DE UNA DIALÉCTICA DE CULTURAS TESINA QUE PARA OBTENER EL TÍTULO DE LICENCIADO EN LENGUA Y LITERATURAS HISPÁNICAS PRESENTA: JESÚS GARCÍA VICTORIA ASESORA: MTRA. YOSAHANDI NAVARRETE QUAN 2017 UNAM – Dirección General de Bibliotecas Tesis Digitales Restricciones de uso DERECHOS RESERVADOS © PROHIBIDA SU REPRODUCCIÓN TOTAL O PARCIAL Todo el material contenido en esta tesis esta protegido por la Ley Federal del Derecho de Autor (LFDA) de los Estados Unidos Mexicanos (México). El uso de imágenes, fragmentos de videos, y demás material que sea objeto de protección de los derechos de autor, será exclusivamente para fines educativos e informativos y deberá citar la fuente donde la obtuvo mencionando el autor o autores. Cualquier uso distinto como el lucro, reproducción, edición o modificación, será perseguido y sancionado por el respectivo titular de los Derechos de Autor. A todos los compañeros, profesores y trabajadores de la universidad que hicieron posible esta aventura. ÍNDICE INTRODUCCIÓN .................................................................................................................. 4 1. BENZULUL EN LA HISTORIA ...................................................................................... 10 2. BENZULUL EN LA LITERATURA ............................................................................... 17 2.1 Literatura indigenista, que no indígena. ...................................................................... 19 3. METODOLOGÍA Y MARCO TEÓRICO ....................................................................... 25 4. COSMOVISIÓN Y PROBLEMÁTICA SOCIAL EN BENZULUL ................................ 29 4.1. Benzulul desarraigado, indio aladinado ..................................................................... 29 4.2. Patrocinio Tipá desarraigado: indio resignado .......................................................... 43 4.3. “Vientooo”: una simbología ...................................................................................... 52 4.4. “Quien dice verdad”: entre lo autóctono y lo judeocristiano ..................................... 65 5. LO SOBRENATURAL: PLANO DE RESISTENCIA ................................................... 75 6. CONCLUSIONES ............................................................................................................ 80 OBRAS CONSULTADAS .................................................................................................. 83 4 INTRODUCCIÓN Largo es el camino del indigenismo literario hasta llegar a Benzulul (1959). Como sabemos, el indígena ya está presente en las primeras manifestaciones de la literatura colonial del continente americano, y por supuesto en la Nueva España. Baste recordar a Terrazas, Saavedra Guzmán o Pérez de Villagrá, por traer algunos ejemplos; o los cronistas: Bernal Díaz del Castillo, Sahagún, Motolinía. La lista es extensa. Para todos ellos, el indígena es fundamental en sus escritos, cuando no el tema principal. Por tanto, lo indígena está presente en la literatura mexicana desde su génesis. Y ciertamente no podía ser de otra manera, pues no es posible negar la existencia de millones de vecinos. Lo que cambia es el enfoque que se le da en cada época histórica. Y efectivamente, el indígena de la literatura colonial, barroca, o del romanticismo, no tiene mucho que ver con el de la literatura posrevolucionaria. Es sobre todo en este último caso cuando comienza a ser tratado desde un punto de vista más cercano a la realidad, en el intento de poner el foco en la propia idiosincrasia de las culturas originarias de México, en su cosmovisión, en su realidad social, en sus propias inquietudes. Hasta la Revolución, el criterio no había pasado de una ingenua idealización, y en algún caso, al contrario, encontramos descripciones peyorativas de este colectivo. Recordemos la descripción de Sigüenza y Góngora del “Alboroto y motín de México del 18 de junio de 1692”, en cuyo texto se muestra a los indígenas como causantes de desórdenes. Sin duda, este cambio de perspectiva hacia el realismo social y cultural está vinculado con las tendencias literarias del momento, y también, con la relativa apertura intelectual que causa el conflicto armado revolucionario de 1910. Según Sylvia Bigas, la 5 narrativa indigenista es un desprendimiento natural de la novela de la revolución (Bigas 5). Esta autora e investigadora subraya que dicha narrativa: tiene como centro al indio contemporáneo, el que en una forma u otra vive más o menos segregado del resto de la población mexicana, separado además por diferencias de raza, lenguaje, costumbres y tradiciones. En suma, estudiamos principalmente la comunidad indígena y dentro de ella los problemas sociales que tienen estos grupos, sea en la propia comunidad, sociedad constituida por gente de su propia raza y cultura, o en sus relaciones con el mundo exterior a su grupo social, bien sea mestizo o blanco, en el campo o en la ciudad (Bigas 53-54). Particularmente, en Chiapas, encontramos una trayectoria literaria relativamente paralela a la nacional. Hecho lógico dado que es uno de los estados con mayor porcentaje de población indígena de toda la República 1 . Razón por la cual es interesante el estudio de su literatura por cuanto podamos encontrar en ella rasgos diferenciales. Aquí hay también cronistas; Fray Francisco Ximénez da a luz su Historia de la provincia de San Vicente de Chiapa y de Guatemala. Tenemos al muy conocido Bartolomé de las Casas y su denuncia de la Conquista. Otro tipo de cronistas pasan por Chiapas en el siglo XIX, viajeros románticos extranjeros que dejan su testimonio sobre sus experiencias con los indígenas, entre otros pormenores. En 1884 se publica la novela Florinda de Flavio Antonio Paniagua, que narra la sublevación tsotsil de 1869 en las inmediaciones de San Cristóbal de las Casas. No es precisamente una novela indigenista por su ideología conservadora, pero sí anticipa el tema indígena en la narrativa chiapaneca. El mismo hecho histórico lo retomará Rosario Castellanos en su novela Oficio de tinieblas (1962). 1 Según el INEGI, en 2015, Chiapas es el sexto estado en porcentaje de autoadscripción indígena (INEGI Encuesta Intercensal 2015). 6 Prolífico es el alemán B. Traven, ya en el siglo XX, en cuyas novelas retrata la vida de los indígenas en las monterías chiapanecas, donde sobrellevan una vida de esclavitud, condiciones insalubres de trabajo y toda clase de humillaciones por parte del patrón. Pero no son estas novelas totalmente indigenistas, sino antecedentes de esta corriente literaria, pues la ideología indigenista va más allá de la mera denuncia; abarca la cuestión cultural y psicológica. Curiosamente, Chiapas, donde, se afirma con frecuencia, la Revolución pasó de puntillas, ha sido escenario de un notable número de obras indigenistas. El Ciclo de Chiapas, bautizado así por Joseph Sommers, incluye a varios escritores entre los que sobresale Rosario Castellanos con Balún Canán (1957), Ciudad Real (1960) y Oficio de tinieblas (1962). El resto de escritores y obras son de Ricardo Pozas con su célebre Juan Pérez Jolote (1948); Ramón Rubín, autor de El callado dolor de los tzotziles (1949); Carlo Antonio Castro con Los hombres verdaderos (1959); Eraclio Zepeda, cuentista de Benzulul (1959); y María Lombardo de Caso con La culebra tapó el río (1962). Según Sommers, este ciclo se diferencia de la narrativa indigenista de los treinta y cuarenta en que “escogen un punto de partida distinto: el indio mismo, en su propio contexto cultural”(Sommers 247). Cuando nos referimos a Zepeda como autor indigenista, hablamos del Zepeda que emplea el tema indígena, consciente o inconscientemente, esté él de acuerdo o no con esa categoría. Normalmente, los autores niegan su pertenencia a esta corriente literaria, como en su momento hizo también Rosario Castellanos. Pero no debemos olvidar que es tarea de la crítica intentar explicar las corrientes y géneros, independientemente de los aciertos o desaciertos que tenga en este cometido. 7 Como dice el título de este trabajo, nuestro objeto de estudio es la colección de cuentos Benzulul. Sin embargo, de los ochos relatos que componen este libro, solo nos centraremos en cuatro, que son los que presentan inequívocamente el tema del indígena. Nos referimos a “Benzulul”, “Vientooo”, “Quien dice verdad” y “Patrocinio Tipá”. Hay un quinto relato del que sospechamos su indigenismo al desarrollarse en una población india; sin embargo, nada nos dice que sus personajes lo sean. Este texto es “El caguamo”, el cual, finalmente, no trataremos. Al leer estos relatos, cualquier lector puede darse cuenta del conflicto cultural que nos muestran los personajes, tanto interior (en su propia dialéctica), como exterior. Nuestro argumento no será por tanto con el objeto de descubrir este hecho claro a la observación. Nuestro objetivo principal es analizar a los personajes indígenas de cuatro cuentos de Zepeda y saber de qué manera se articula en estos cuentos esta lucha cultural entre indígenas y ladinos o no indígenas. Esta forma de articulación debe necesariamente incluir muchos aspectos, no solo lo social y político, que es a lo que estamos más acostumbrados, sino también los modos propios de pensar indígenas. Esto último es el mayor reto, pues implica el enorme esfuerzo de intentar ponerse en el lugar del otro, entendiendo a este como miembro de la otredad, aquello que no es intrínseco a nuestra propia forma de pensar como críticos. Creemos que el objetivo lo podríamos conseguir relacionando los planos de la cosmovisión y la problemática social. Cómo se alejan, cómo se acercan o cómo se amalgaman estos dos niveles referenciales tal vez nos revele el modo en que se enfoca este conflicto cultural en la cuentística de este autor. Desde luego, cosmovisión y realidad social 8 no nos parecen áreas estrictamente delimitadas, sino aspectos de un mismo contexto, y que separamos solo por un criterio metodológico. Al respecto dice Sylvia Bigas: La fascinación que el mundo indígena, misterioso y exótico, ejerce sobre ellos [los escritores] los lleva a recrear la vida de los indios en una doble dimensión: por un lado, seres humanos oprimidos, abandonados, en un estado de increíble miseria; por otro, maravillosas criaturas que viven una realidad distinta, regida por la tradición y por unas creencias religiosas esencialmente prehispánicas en sus raíces, aunque cristianizadas en la superficie (Bigas 54). Efectivamente, lo que nos interesa es, por un lado, la información sobre las creencias, tradiciones y mitos que contienen los relatos, y por otro lado, las condiciones sociales de los personajes, su forma de ver el mundo, en definitiva, su contexto inmediato. Nos importa entonces el contenido de este contexto, es decir, el universo focalizado desde los ojos del indio; que oscila entre realidades tangibles y mundos creados en su imaginación. Tratamos de ver la forma en que este universo es recreado. En todo caso, no nos detendremos individualmente en cada dato. Son cuatro relatos, y un trabajo así se demoraría y extendería más allá de nuestras posibilidades. Lo que haremos será extraer aspectos relevantes que abriguen implicaciones sociales y culturales. Puesto que decimos que la cosmovisión y la problemática social son rostros complementarios y no aislados, no los separaremos, iremos de uno a otro en un continuum. Los capítulos por tanto serán un ejercicio de relación entre estos dos planos. Para todo esto emplearemos, aunque no únicamente, conceptos de la narratología. Estos serán aplicados para desentrañar del sentido del texto. La teoría literaria nos servirá para encontrar información más que para construir un esquema puramente funcional. Nos va a interesar el “cómo se dice”, a modo de instrumento, pero fundamentalmente para saber “qué universo se plantea”. Nos enfocaremos especialmente en la obra y el referente al que alude. El autor nos interesará eventualmente. También recurriremos a la historia y la 9 antropología para verificar lo que hay de cierto en las informaciones culturales que se nos dan en los relatos. Hemos intentado que los capítulos sigan un orden lógico. Los dos primeros capítulos tratan de contextualizar la obra en los planos histórico y literario de un modo diacrónico. Es decir, hemos intentado responder a la pregunta de por qué aparece el indigenismo literario, y dentro de este, la obra de Eraclio Zepeda. A continuación, el capítulo tres, plantea brevemente una metodología y un marco teórico que nos sirva para analizar el sentido de los relatos. Dicho marco tendrá un enfoque fundamentalmente estructuralista, de indagación del sentido dentro de un sistema, el cual nos puede señalar qué lugar albergan la cosmovisión y la problemática social al interior de los relatos. Los capítulos 4, 5 y 6 forman el cuerpo de argumentación y desarrollo, que parten desde los dos planos que hemos señalado hasta llegar a las conclusiones. 10 1. BENZULUL EN LA HISTORIA A la llegada de los españoles en el siglo XVI, la población maya de Chiapas vivía dispersa en comunidades agrícolas, ya sin la vertebración de un estado, y aisladas, a causa principalmente de una geografía abrupta. Este aislamiento y la escasez de metales preciosos en la zona son algunos factores que determinaron su historia y que hicieron de Chiapas una excepción dentro de la Colonia; manifestada en un recurrente atraso económico. Según Emilio Zebadúa, la escasez de oro y plata supuso desde el principio que los colonizadores explotaran la fuerza de trabajo indígena como principal fuente de riqueza (Zebadúa 57-58). Al mismo tiempo que se asentaron los nuevos pobladores en Chiapas se establecieron las encomiendas; las cuales se asignaban a los soldados que habían participado en la guerra, o a clérigos. La encomienda consistía en la dotación de cierto número de indígenas al encomendero, para quien trabajaban forzosamente, y al que además debían pagar tributos en especie. El encomendero no tenía más obligación que facilitar la evangelización de los indios que poseía en encomienda. Esta institución sobrevivió hasta finales del siglo XVIII. Este modelo económico de servidumbre, primero encomienda y después hacienda, tiene una importancia capital, pues de su conservación o desaparición dependieron gran parte de los movimientos políticos futuros. Los terratenientes trataron siempre de mantener estas relaciones económicas basadas en la propiedad de la tierra, y la propiedad o explotación del campesino indígena. La resistencia de los latifundistas a desprenderse de la fuerza de trabajo indígena, que salía poco menos que gratis, es causa de una historia monolítica que se puede resumir en casi cinco siglos de esclavitud y despojo. 11 A lo anterior hay que añadir los estragos de las epidemias, que diezmaron la población indígena significativamente. Pronto hubo denuncias sobre esta situación, especialmente de clérigos como Fray Bartolomé de las Casas; aunque el interés de la Iglesia no fuera en realidad el de crear hombres libres, sino apaciguar el ánimo de los encomenderos con el objeto de preservar la vida de los indígenas y de esta manera poder continuar su labor de evangelización. Los resultados de estas denuncias fueron nulos. En 1779, en los inicios de la Independencia, el obispo de San Cristóbal de las Casas, Polanco, explicabala situación de los indígenas que habitaban cerca de esta ciudad en una carta al rey, y que Andrés Aubry resume de la manera que sigue: Polanco analiza la exclusión social del campo. El obispo empieza por desautorizar la falsa y corta explicación oficial de las epidemias. La causa de la extinción de docenas de pueblos debe buscarse en el mal gobierno que hace intolerable la vida rural: jornales ‘de un real que no alcanza para comer’, ‘mal trato’ de funcionarios de la Corona, pagos con mercancías que los indígenas ‘han de recibir necesítenlo o no lo necesiten’; faltas de escuelas de primeras letras, contracción [sic] por deuda o por dinero adelantado ‘cobrado breve con apremios graves’ (ya el ciclo del enganche); acusaciones de ‘tumulto y alzamiento’ a quienes no pueden cumplir (o sea represión para calmar la inconformidad); intermediación comercial; maquila de las artesanas con algodón fiado y no confiable, pesado con medidas chuecas, hilado en casa, pagado (una vez elaborado) por debajo de su precio y vendido en el mercado urbano acaparado por maquiladores. En breve, flujo y reflujo (de dinero hacia la ciudad) a costa del sudor y sangre de los Yndios’: producción en el campo e inversión en y para la ciudad, marginando al campo (Aubry 57). Y no debemos olvidar que el clero era juez y parte; los indígenas construían sus iglesias y conventos, y le proveían de sustento con tributos. En 250 años, las condiciones de vida indígena habían cambiado poco o nada. A esta situación hay que añadir la existencia de una clase intermedia de mestizos; artesanos, pequeños comerciantes, etc. En cuanto a la cultura de los indios, debido a la geografía accidentada de Chiapas, al difícil acceso a sus comunidades, y probablemente, al interés de conservarlos en la marginación para extraerles trabajo, se pudo mantener y adaptar a las imposiciones de la 12 cultura criolla. En las ciudades, la propia marginación fue un factor de resistencia. Por ejemplo, en San Cristóbal de las Casas, españoles e indígenas vivieron varios siglos separados por barrios, donde cada barrio indígena era tutelado por una orden clerical. Estos indios se empleaban en el servicio doméstico o en los trabajos del campo. Y si hacemos caso a Andrés Aubry, a pesar de que San Cristóbal está en zona maya, el náhuatl fue lengua vehicular hasta el siglo XVIII (Aubry 35). Es evidente que este sistema de dominio se basaba en el monopolio de la tierra, la religión y la fuerza militar; y finalmente, en la marginación consciente del indígena. Luego de la Independencia, Chiapas continúa aislado, sin objeciones para que en el siglo XIX se desenvuelva dentro de continuos cambios de poder y guerras civiles como ocurría en el resto de la República. En este momento uno se pierde en una vertiginosa cadena de acontecimientos, que en síntesis significa un largo proceso de conflicto político, a veces militar, entre conservadores y liberales. Cada quien toma partido según su posición social y en vista de sus intereses a corto plazo. Los conservadores tratan de paralizar la Historia y mantener el sistema medieval de la propiedad que regía desde la Colonia. Los liberales, también finqueros y caudillistas, intentan racionalizar la pobreza. De ahí que a pesar de las reformas, la tierra siempre queda en pocas manos como manera de evitar la autonomía económica de los campesinos. En definitiva, finqueros conservadores y finqueros liberales se distinguen en las formas, sus fines coinciden en gran parte. A finales del siglo XIX, ya en pleno Porfiriato, y después de gobiernos de distintas tendencias, Chiapas es todavía pobre y atrasado; con rasgos caciquiles y esclavistas 2 . 2 Para una breve contextualización de este periodo histórico se puede recurrir a Emilio Zebadúa, Breve historia de Chiapas, México: Fideocomiso Historia de las Américas-El Colegio de México-FCE, 2000. 13 Detengámonos ahora en algunos testimonios que dan fe de lo dicho más arriba. Carl Heller, un viajero de mediados del siglo XIX que visitó la región norte del estado, área en el que se desarrollan dos cuentos de los que tratamos, nos puede dar una idea de la situación que se vivía en el campo. Heller nos dice a propósito de su visita a una finca: En el curso de mi instancia tuve de nuevo oportunidad de conocer las relaciones entre los indios y su amo y me di cuenta de que los indígenas libres, por suave que fuera el trato, no gozaban de más libertad que los esclavos de Luisiana o de las Antillas. Una vez que entran al servicio de una hacienda quedan endeudados con el señor a causa de un bajo préstamo, dinero que nunca serán capaces de pagar con su trabajo y que se les presta con tanto mayor gusto cuanto que los encadenará para siempre… Está claro que solo podrán abandonar al amo con la condición de encontrar a otro que pague la deuda por él, de tal modo que los indios tienen así cierto valor monetario, que pasa de un propietario a otro, constituyendo un tráfico formal de hombres, bajo el patrocinio de las leyes, que solo se distingue del tráfico de esclavos por el hecho de que los indios no se venden en el mercado, aunque puedan ser comercializados en la hacienda. Se oye decir con frecuencia: es un hombre que vale doscientos, trescientos o cuatrocientos táleros o que es un trabajador caro, etc. Los propietarios de las haciendas (hacendados) castigan autocráticamente la huida de un trabajador endeudado o cualquier salida sin permiso con azotes que pueden ir de diez a cincuenta y, por desgracia, tuve que presenciar este proceder, tanto aquí como en Yucatán, con mucha frecuencia, sin poder convencer a nadie de la injusticia de esta conducta cruel que acabará por aniquilar a toda la raza […] Por todo ello, su salario completo ―con maíz, carne y aguardiente, que se le descuentan al contado y que el propietario entrega diaria o semanalmente― solo raras veces pasa de dos reales diarios, de modo que recibe una insignificancia de dinero contante y sonante y se ve obligado a aceptar la munificencia de su amo que le hace adelantos para comprar con qué vestirse. ¡Sucede así que con frecuencia los hacendados son tanto más ricos cuanto más pobres se vuelven sus indios! (Heller 82). Heller se encuentra más tarde en Pichucalco, donde nos ofrece datos interesantes sobre las condiciones sociales: Con la excepción de algunos pocos dueños de plantaciones de cacao, este lugar solo tiene habitantes pobres, la mayor parte de los cuales son indios zoques que se ocupan del cultivo del maíz, la cría de animales o el transporte de mercancías o hasta de personas. Viajar a espaldas de un indio no es aquí algo extraño y yo ya había mencionado antes esta forma de transporte, pero existe una diferencia entre el modo de aquí y el de Yucatán, pues en Chiapas se usa una especie de sillón cubierto por un techo que algunos indios llevan sobre sus hombros durante muchas leguas para transportar de un lugar a otro. Como los senderos empinados de los montes son intransitables para los caballos, este transporte en sillón es muy común y casi imprescindible (Heller 95). Este viajero tampoco escatima críticas al clero, del cual afirma que “el digno sacerdote Las Casas no ha encontrado allí ningún seguidor” (Heller 84). 14 Parecido retrato nos esboza otro viajero, Désiré Charnay, un aventurero y arqueólogo francés, durante una parada en el poblado indígena de Tumbalá: En materia de especies, son pobres y no exportan nada, no venden nada, no poseen más numerario que el dinero ganado en las transportaciones para los blancos de las comunidades más cercanas a San Cristóbal. Hay que agregar también que la mayor parte de este salario lo recoge el padre [cura] por medio de las mil y una ventosas de la Iglesia. Una boda, de 100 a 125 francos; un bautizo, 25 francos; un entierro,25 francos; una confesión, tanto; una misa, tanto, etcétera, etcétera, de manera que el cura de Tumbalá recogía algo así como 25,000 francos al año; envía la mitad al obispo de Chiapas y se queda con la otra mitad. Esto no impide las prestaciones en especie: cada día tanto de pollos, tanto de medidas de maíz, tanto de medidas de frijol (Charnay 143). Aparte de los indígenas, Heller concluye así su percepción de las clases, asociadas a la raza, que habitan Chiapas a mediados del siglo XIX: “Por último, los blancos y mestizos (ladinos), que hablan español y cuyo número asciende a 27,898, llevan la impronta del carácter hispanoamericano y viven, como señores del comercio y de la mayor parte de las propiedades, con tanta indolencia que la agricultura, las artesanías y la cultura popular no pueden florecer y ni siquiera progresar” (Heller 89). En definitiva, 300 años después de la llegada de los españoles, la vida en Chiapas no ha cambiado demasiado. Se mantiene aislada. Política y económicamente está monopolizada con base en la raza y la propiedad de la tierra. Este poder y esta economía se sujetan a unas relaciones estructurales de cacicazgo, causas principales de su atraso. La sociedad está dividida en blancos, mestizos e indígenas. Estas estructuras políticas, sociales y raciales acarrean fatales consecuencias para los indígenas, y probablemente también para los mestizos desprovistos de medios de vida propios. La clase dirigente carece de proyecto, se enfoca en sus intereses inmediatos y se enfrasca en luchas políticas constantes para este fin, si bien el poder político es limitado, pues como señala Zebadúa: “Los caudillos regionales eran el factor dominante; el gobernador solo uno más entre ellos y el gobierno un aparato administrativo bastante inefectivo” (Zebadúa 123). 15 Finalmente, la Revolución no consiguió sacar a Chiapas del atraso y la explotación. Regresó la antigua lucha entre finqueros de diversa filiación, turnándose en el poder según los acontecimientos de la capital, varias veces sangrientos. Indígenas y mestizos pobres son empleados en estas luchas. Durante la primera mitad del siglo aparecen las organizaciones de trabajadores y campesinos, las cuales, debido a una falta de principios ideológicos claros, son asimiladas por el estado. Entramos en la época del clientelismo, de la institucionalización del movimiento trabajador a manos del PRI, del paternalismo, de los apoyos a cambio de favores económicos. Los líderes sindicales o políticos se cambian de bando según sus intereses personales. Entran en acción caciques y líderes de toda condición, no pocas veces violentos. Las organizaciones de trabajadores ofrecen su apoyo a cambio de escasos derechos para sus afiliados y una limitada reforma agraria, quedando así reducida la fuerza de estos grupos. A la pregunta de si la Revolución trajo beneficios a la mayoría de pobres chiapanecos, sirva de ejemplo que, todavía en 1924, el gobierno finquero de los mapaches practicaba la servidumbre por deuda y la esclavitud de facto en las monterías (Benjamin 174); prácticas que sobrevivirían por largo tiempo. La Revolución en Chiapas no fue tal. No se repartió la tierra en la misma proporción que en otros estados, no se creó industria, no se modernizaron las instituciones políticas, y la pobreza persistió en un mundo hostil y con frecuencia violento. En este contexto aparece Benzulul (1959), una colección de cuentos cuya temática se inserta en esta realidad descrita; obra que no ha perdido actualidad debido a que dicha realidad sigue existiendo en sus rasgos esenciales. 16 En las últimas décadas hemos visto la irrupción del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN). Su alzamiento contra el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) el primero de enero de 1994. Un movimiento armado que ha ido tornándose más político, que ha conseguido traer al primer plano la cuestión indígena, pero que no ha podido influir decisivamente para cambiar con suficiencia las condiciones materiales de vida de esta población. Aún hoy, año 2017, un paseo por cualquiera de los pueblos de Chiapas, indígena, mestizo, o mixto, basta para cerciorarse de la opresión, atraso, pobreza y miseria que soporta la mayor parte de la gente. Y aunque es cierto que en lugares puntuales actualmente hay cierto movimiento económico, sobre todo debido al turismo, se halla descompensado por otros índices de desarrollo expresados en la carencia de sanidad, salubridad, infraestructuras, educación, o fomento de la cultura. 17 2. BENZULUL EN LA LITERATURA En la no muy profusa narrativa escrita sobre Chiapas desde la Colonia, el tema indígena siempre ha estado presente. Hasta fechas recientes, esta literatura ha sido publicada en su totalidad por blancos y mestizos. Solo ahora es el propio indígena quien empieza a imprimir textos sobre su propia manera de ver el mundo, y no ya a través de intermediarios. Desde la fundación de las primeras ciudades coloniales en Chiapas, hay cronistas religiosos que hablan del indígena, entre los que destaca el ya citado Fray Bartolomé de las Casas. Más tarde, ya en época independiente, hallamos viajeros que plasman sus impresiones, es el caso de Désiré Charnay; o incluso encontramos prosa de aventureros nacionales que se adentraron en la selva para hacer negocio con la madera y el chicle 3 . Flavio Antonio Panigua, escritor de corte romántico, trató “La guerra de castas” de 1869 en Florinda (1884), una rebelión tsotsil en el entorno de San Cristóbal de la Casas, en la que aparte de los líderes chamulas Pedro Díaz Cuscat y Agustina Gómez Chebcheb, hubo también caudillos mestizos de la ciudad de México y Comitán; sublevación que fue reprimida a sangre y fuego. Este acontecimiento de la historia local fue retomado más tarde por Rosario Castellanos en Oficio de tinieblas (1962), pero desde una posición más realista. En el siglo XX hicimos mención de B. Traven por su temática chiapaneca, aunque sus obras estén originariamente en alemán; escritor sobre el que circula el misterio, por sus múltiples seudónimos y escasos datos biográficos. Conoció la explotación de los indios en las monterías de la selva, y la reflejó crudamente en un grupo de novelas, publicadas entre 3 Más detalles sobre cronistas y viajeros en Aproximaciones a la poesía y la narrativa de Chiapas, Tuxtla Gutiérrez: UNICACH, 1997, de Jesús Morales Bermúdez. También en Elisa Morales Vargas, Viajes y viajeros en la selva chiapaneca, un acercamiento a la noción de viaje, tesis de maestría, UNAM-FFyL, 2006. 18 1931 y 1940, llamado el ciclo de la caoba, que incluye únicamente a este escritor. Dentro de un estilo realista y de profunda conciencia social, describe las condiciones de los caoberos, peones de origen campesino, que laboraban en el interior de la selva. Los títulos de este ciclo son La carreta, Gobierno, Marcha al imperio de la caoba, Trozas, La rebelión de los colgados y El general tierra y libertad. Estamos cronológicamente a las puertas de la obra que tratamos; Benzulul (1959). Esta se inserta de forma genérica en la narrativa indigenista. Benzulul forma parte de lo que Joseph Sommers vino a llamar el Ciclo de Chiapas; un conjunto de ocho libros que tratan el tema indígena. Estas obras son Juan Pérez Jolote (1948) de Ricardo Pozas, El callado dolor de los tzotziles (1949) de Ramón Rubín, Los hombres verdaderos (1959) de Carlo Antonio Castro, Benzulul (1959) de Eraclio Zepeda, La culebra tapó el río (1962) de María Lombardo de Caso; y Balún Canán (1957), Ciudad Real (1960) y Oficio de tinieblas (1962) de Rosario Castellanos (Sommers 246). Para Sommers, estos textos reflejan una ruptura con la literatura indígena de las décadas precedentes, que “En general, se preocupaba más porcambiar la mentalidad y la conciencia social de sus lectores, la clase media capitalina, que por profundizar en la realidad indígena”. Sin embargo, ahora, añade: “Los nuevos escritores que toman por tema a los indígenas de Chiapas escogen un punto de partida distinto: el indio mismo, en su propio contexto cultural” (Sommers 247). Sobre el concepto de literatura indigenista vamos a disertar brevemente en el siguiente apartado, para mayor claridad. 19 2.1 Literatura indigenista, que no indígena. Muchos hemos oído hablar de autores como el boliviano Alcides Arguedas, el ecuatoriano Jorge Icaza, el peruano José María Arguedas, o el guatemalteco Miguel Ángel Asturias, entre otros. Son nombres relevantes de la literatura indigenista latinoamericana, pero ¿qué es la literatura indigenista? Nos parece importante aclarar esta pregunta. Para analizar esta cuestión podemos empezar desde una idea más general, más amplia. Esta es la idea del indigenismo, sin calificativos. Hacia 1959, año en que aparece Benzulul, el indigenismo no es ni mucho menos un hecho novedoso, lleva varias décadas de desarrollo. Y es, fundamentalmente, un movimiento de carácter político. Sobre el indigenismo mexicano, dice la investigadora María Cristina Oehmichen: El indigenismo, entendido como la política social dirigida hacia la población indígena, tuvo su origen en la consolidación ―institucionalización― del Estado mexicano post- revolucionario. Ésta se fue transformando de acuerdo con los requerimientos de los procesos de acumulación y de socialización de la mano de obra indígena, pero también a partir de las demandas de sus comunidades y organizaciones. En un primer momento, la política social dirigida hacia los indígenas se orientó a lograr homogeneización de la población, mediante la alfabetización y la castellanización forzosa, o por medio de la fusión de razas y culturas, toda vez que la diversidad étnica y cultural se presentaba como un obstáculo para la unificación nacional. En un segundo momento que podemos ubicar en el periodo de 1934 a 1976, la política social, además de socializar a los indios a través de la educación, trató de incorporarlos al modelo económico basado en la sustitución de importaciones, ya sea bajo la forma salario-trabajo o como productores agropecuarios y consumidores de nuevas tecnologías y productos industrializados. A raíz de la crítica antropológica y de la emergencia de un movimiento social indígena en ascenso, la política social dejó de hablar de integración para plantearse el ‘indigenismo de participación’. Para los años ochenta, su discurso se orientó a respetar a la diversidad cultural y apoyar al desarrollo autónomo y autogestivo de los pueblos indígenas, pero su práctica operativa se orientó con criterios económicos que terminaron por subsumir la diversidad cultural dentro de categorías económicas: la marginación y la pobreza extrema” (Oehmichen 57). En este breve resumen del proceso de integración del indígena, todavía hoy inacabado, encontramos un dato interesante. El periodo de 1934 a 1976, es el tramo en el 20 que se intenta incorporar al indígena como fuerza de trabajo en su sentido más economicista. Pues bien, justo en la mitad de este intervalo de tiempo, se produce el llamado Ciclo de Chiapas. Otra estudiosa del indigenismo, Consuelo Sánchez, coincide en lo fundamental con Oehmichen. Para ella, el indigenismo nace también en los años posteriores a la Revolución. Está formado por diversas corrientes que comparten la opinión de que la heterogeneidad étnica genera conflictos y por ello se hace necesario integrar a los indígenas en el estado. Para 1940, las diferencias entre estas corrientes se atenúan y se impone la tesis de la integración, la de homogeneizar la sociedad en lo cultural, en lo lingüístico y en lo económico. En otras palabras, se impone el indigenismo institucional (Sánchez 28-43). Es decir, el indigenismo no solo es una estrategia para subsumir al indígena, además, el estado asume esta responsabilidad en solitario, en régimen de monopolio. Y por mucho que se consulte a prestigiosos académicos o técnicos para implementar estas estrategias, quiere decir, en pocas palabras, que la política indigenista es unilateral. El indígena solo es coparticipe en el sentido en que ejecuta las acciones de los programas indigenistas, pero probablemente ignora por completo las motivaciones y los objetivos de dichos programas. El indigenismo institucional tiene como implicación principal que toda acción, todo mensaje, toda opinión marchan en un solo sentido, en el modo que piensa y siente el mestizo. El indígena se encuentra únicamente como destinatario de proyectos y nunca como remitente. Su mundo se interpreta desde el otro lado y no puede influir en él porque no dispone de instituciones propias. Por tanto, el término “indigenismo” puede resultar confuso para quien desconozca su origen y desarrollo. Sin este conocimiento, la pronunciación de la sola palabra 21 “indigenismo” puede llevar inconscientemente y con facilidad a connotaciones emancipadoras, a pensar en supuestas organizaciones indígenas enfrentadas al estado, a reclamos de autodeterminación, etc. Sin embargo, nada más lejos de la realidad. El indigenismo es una estrategia institucional, tutelada por mestizos, con el objeto de integrar las culturas originarias a la civilización occidental. Dicho esto, en paralelo al pensamiento indigenista, se desarrolla una literatura indigenista, en México y en el resto de Latinoamérica. Es una literatura con una evidente denuncia social, pero que incorpora otros rasgos. En primer lugar, debemos informar del hecho de que no hay una sola literatura indigenista. Dentro de su proceso histórico existen varias tendencias. El investigador Tomás G. Escajadillo considera que, en el caso peruano, hay dos tipos: la narrativa indigenista ortodoxa (primera mitad del siglo XX), y la narrativa neoindigenista, a partir de los 50. Sobre las características que debe tener la corriente ortodoxa, afirma: Precisemos ahora nuestro concepto de “indigenismo”, las condiciones que debe tener una obra para merecer tal calificación. Además del requisito de “sentimiento de reivindicación social” del que nos han hablado tantos estudiosos, pienso que una narrativa auténticamente indigenista debe tener dos cualidades más; lo que anuncio como “Superación de ciertos lastres del pasado, especialmente la visión romántica del mundo andino”, y la que exige a una novela indigenista “Suficiente proximidad” en torno al mundo novelado, el indio y el Ande (Escajadillo 118). Es decir el escritor se acerca a la denuncia social desde el realismo, desde las verdaderas condiciones de vida de los personajes. Evita la idealización, el exotismo, el adanismo o la barbarie, los personajes planos, etc. La “suficiente proximidad requerida” alude a la intención de recrear un universo indígena verosímil, a partir de aquel punto en que podemos creerlo como auténtico. 22 En cuanto al neoindigenismo, Escajadillo enumera cuatro condiciones: a) El empleo de la perspectiva del realismo mágico, que permite revelar las dimensiones míticas del universo indígena sin aislarlas de la realidad, con lo que obtiene imágenes más profundas y certeras de ese universo. b) La intensificación del lirismo como categoría integrada al relato. c) La ampliación, complejización y perfeccionamiento del arsenal técnico de la narrativa mediante un proceso de experimentación que supera los logros alcanzados por el indigenismo ortodoxo. d) El crecimiento del espacio de la representación narrativa en consonancia con las transformaciones reales de la problemática indígena, cada vez menos independiente de lo que sucede a la sociedad nacional como conjunto (Escajadillo 127-128). Para María del Pilar Leal Fernández, ensu tesis de maestría, la corriente indigenista ortodoxa se da en México hasta los años 40. Autores que entran en ella son, por ejemplo, Gregorio López y Fuentes, y Mauricio Magdaleno. Como neoindigenismo señala especialmente al Ciclo de Chiapas, del que forma parte Benzulul (Leal 41-42). Y ciertamente, Benzulul cumple con las cuatro condiciones de Escajadillo. Otra perspectiva es la de Sylvia Bigas, según la cual la narrativa indigenista mexicana sigue tres enfoques: el sociológico, el sociopolítico y el mítico-poético; puntos de vista donde no hay fronteras y que se pueden encontrar en amalgama. Dentro de la tendencia sociológica hallamos a escritores como Gregorio López y Fuentes, Francisco Rojas González, Miguel A. Meléndez, Miguel N. Lira, Ramón Rubín o Ricardo Pozas. En la perspectiva sociopolítica encontramos a Magdalena Mondragón con Más allá existe la tierra, o Mauricio Magdaleno con El resplandor (Bigas 55-56). Finalmente, sobre el último rubro, aclara Bigas: La narrativa de tendencia mítico-poética es un intento por descubrir el misterio que la mente del indio guarda para el occidental. El escritor indigenista pretende hacerlo a través de la mitología, las leyendas y las tradiciones indígenas. Se sitúa en una perspectiva poética desde la cual intenta captar la realidad mágica del indio. El sincretismo religioso, las creencias y costumbres heredadas de los antepasados y una particular visión del tiempo motivan, en estas narraciones, la mentalidad y las actitudes del indio. La superstición deja de serlo para convertirse en fuerza dinámica que mueve al mundo narrativo. En las obras de tendencia mítico-poética encontramos el elemento sociológico más o menos destacado, dependiendo de la información indigenista que posea el autor y del interés sociológico que 23 en él despierte el tema del indio. Con frecuencia se encuentra el tema político en estas obras (Bigas 56). En principio, los cuentos indigenistas de Benzulul corresponden a este enfoque. Efectivamente, el narrador indigenista de la última época toma al indio como centro de gravedad: el indio es el punto focal de la narración. Todo es concebido desde su perspectiva. El vértice donde nacen, se procesan, se expanden y regresan los motivos de la narración. Estos motivos pueden adoptar un enfoque sociológico, político, mítico, o en realidad cualquier otro. En cada uno de estos enfoques pueden aparecer temas recurrentes dentro de la narrativa indigenista: la mitología, la pobreza extrema, la segregación, el desarraigo, el choque cultural, la dicotomía opresor-oprimido, la violencia ciega. No es por tanto una literatura absolutamente nueva, ya que estos temas los habían tratado otros antes. Su aportación consiste precisamente en una nueva perspectiva del narrador hacia el indígena-personaje, donde no pueden faltar las tradiciones y creencias, que forman parte de su cosmovisión. A este acercamiento, Escajadillo lo llama “suficiente proximidad”, que en nuestra opinión es básicamente “proximidad a la otredad”. De entre todas las características, esta es la que destaca, la que hace a la obra esencialmente indigenista. Ahora bien, convencer al lector de que quien habla en un relato es la misma “otredad” y no un narrador externo a esa cultura requiere de un genio extraordinario. Las limitaciones son evidentes. Al respecto señala Sylvia Bigas: Los escritores indigenistas contemporáneos, deseosos de captar la realidad del indio del siglo veinte, se enfrentan a una seria dificultad: existe una gruesa muralla cultural y social que los separa del mundo indígena. Al acercarse al indio, el escritor mexicano intenta penetrar en ese mundo, pero en muchos casos sólo lo consigue superficialmente. Tiene que conformarse muchas veces con ser un observador más o menos cercano que contempla los movimientos del indio y vigila sus reacciones para traducir así en la literatura, imaginativamente el carácter indígena (Bigas 57). 24 Pero como señala José Carlos Mariátegui no se debe desautorizar esta literatura: Y la mayor injusticia en que podría incurrir un crítico, sería cualquier apresurada condena de la literatura indigenista por su falta de autoctonismo integral o la presencia, más o menos acusada en sus obras, de elementos de artificio en la interpretación y en la expresión. La literatura indigenista no puede darnos una versión rigurosamente verista del indio. Tiene que idealizarlo y estilizarlo. Tampoco puede darnos su propia ánima. Es todavía una literatura de mestizos. Por ello se llama indigenista y no indígena. Una literatura indígena, si debe venir, vendrá a su tiempo. Cuando los propios indios estén en grado de producirla (cit. por Escajadillo 121). La información que nosotros podemos aportar para mitigar las limitaciones del escritor indigenista del Ciclo de Chiapas es que estos eran antropólogos ―tal es el caso de Eraclio Zepeda― o estaban relacionados con la antropología. Esta circunstancia les ofrecía a priori la ventaja de indagar en la mente del indígena con más exactitud que los indigenistas precedentes. El conocimiento de ciertas informaciones etnográficas puede ser muy valioso para crear personajes verosímiles así como el entorno en que actúan. 25 3. METODOLOGÍA Y MARCO TEÓRICO Parte de nuestro método viene señalado por el propio capitulaje en la siguiente secuencia: contextualización de la obra, análisis de los textos, y conclusiones. Lo primero ya lo hemos hecho, contextualizar la obra en la historia y en la literatura. Para el segundo paso, el análisis de los textos, actuaremos según lo siguiente. Meyer Howard Abrams propone cuatro categorías o áreas susceptibles de ser analizadas en la literatura: la obra, el universo, el artista y el público. Cada corriente teórica, a lo largo de los siglos, se ha enfocado en una u otra (Abrams 13-49). De las cuatro, nosotros nos centraremos sobre todo en la obra y el universo. El artista y el público nos interesarán puntualmente. Ambos, pensamos no son claves pues nos interesan especialmente las estructuras de los textos. Y aunque sin duda en ellas hay reflejos del autor, no es este el objeto principal de nuestro análisis. El público solo lo tendremos en cuenta en el sentido de que trataremos de crear un lector implícito. En todo caso veremos si es necesario hablar del autor en nuestras conclusiones. En cuanto a la obra, al texto en sí, vamos a emplear conceptos clásicos de la teoría literaria, que son por otra parte los que hemos utilizado habitualmente en los trabajos durante estos años de estudios. La diferencia entre historia y discurso nos parece útil, especialmente en estos relatos en los que abundan los saltos cronológicos, destacando las analepsis 4 . Una herramienta como el resumen se hace imprescindible cada vez que entremos a analizar un relato. Además de recordar, sintetizar y poner en contexto al posible lector de esta tesina, el 4 Entendemos por analepsis aquellos hechos narrativos del pasado traídos a colación y que rompen la linealidad temporal del relato. En otros contextos se conoce como “flashback”. 26 resumen nos servirá para dar cierto orden a la complejidad del discurso literario, es decir, para extraer la historia. Una vez desentrañadas la estructura sintagmática e historia, abordaremos el texto desde la óptica del “análisis textual” de Barthes. Esta herramienta consiste en armar el significado con base en la lectura secuencial del discurso y no de la historia; como haría cualquier lector. Barthes plantea cuatro condiciones para esta lectura: dividir el texto en segmentos cortos según el sentido (lexías), atender a las connotaciones de cada lexía, seguir la progresión del texto, y no preocuparse por todos los sentidos para no hacer imposible el análisis, sino solo centrarse enlos más relevantes (Barthes 149-173). Efectivamente, nuestro análisis seguirá habitualmente el orden secuencial del discurso, si bien habrá momentos en los que hagamos despliegues temáticos para relacionar unas partes del relato con otras. Pondremos la lupa en esas pequeñas unidades llamadas lexías. Nuestras citas de los textos serán entonces lexías, con cierta unidad de sentido. Igualmente iremos más allá de la pura denotación, entendiendo que enunciar una connotación es siempre un riesgo pues entra en el campo de la interpretación. Y finalmente, no haremos un estudio exhaustivo de cada parte del texto, sino solo de aquellas que nos parecen relevantes para nuestro tema. Este enfoque nos servirá para simular un lector implícito, que nos interesa, por ejemplo, para comprobar el nivel de aproximación a la otredad, si la recreación de los personajes que hace el autor es verosímil. La ventaja de seguir la progresión del discurso es que vamos construyendo el significado como haría el lector y viendo si el efecto del discurso es satisfactorio, si percibimos la ilusión de un auténtico universo indígena. Y por supuesto, el análisis lo haremos teniendo en cuenta los dos aspectos que anuncia el título de la tesina: la cosmovisión indígena y la problemática social. 27 A la par del análisis textual, que es en cierta medida “sintagmático”, nos interesan especialmente los personajes, ubicados en lo paradigmático. Son ellos en realidad a quienes buscamos. Si decimos que Zepeda recrea el mundo del otro, estamos diciendo que es capaz de crear personajes que pasan por auténticos indígenas. En este sentido pondremos especial atención a la caracterización, desde cualquier punto de vista. Tendremos en cuenta todas las fuentes de información: la descripción directa del narrador y la que nos llega por medios indirectos, que pueden ser, los discursos del propio personaje, sus acciones, lo que expresan sobre él los otros personajes, y el entorno, entendiendo este como un despliegue temático del personaje (Pimentel 59-94). Es esta herramienta en la que va a converger nuestra metodología, el campo de los personajes será nuestro principal medio de trabajo. Aunque tendremos en cuenta al narrador o narradores y sus perspectivas, no profundizaremos, y solo recurriremos a ellos en la medida en que nos ofrezcan datos sobre los personajes. Los cuentos que analizamos son técnicamente complejos; su análisis narratológico implicaría una tesis completa. Esto en cuanto a la obra. La otra categoría de Abrams a la que prestaremos atención es el universo. Por universo nos referiremos al mundo recreado en los relatos. Pero este mundo no es suficiente para nosotros. Iremos un paso más allá; también hablaremos del mundo real sobre el que se basa este mundo imaginado, o sea, el referente. Es decir, que si un relato describe la vida de una comunidad indígena, vamos a averiguar hasta qué punto esta recreación corresponde con la realidad. Sabemos que no es común esta postura, salvo en estudios sobre obras con referentes muy alejados en el tiempo, por ejemplo, la clásicos griegos, donde hay que relacionar hechos históricos o lugares geográficos. Sin embargo, esta estrategia nos parece 28 necesaria debido al género literario que tratamos. Una de las características del neoindigenismo literario de los 50 es que emplea el conocimiento antropológico para aproximarse a la otredad. Por tanto, nos parece interesante indagar si ciertos datos antropológicos corresponden verdaderamente con el mundo recreado en los relatos, de tal manera que por este camino también podemos medir el nivel de aproximación a la otredad. Hay literaturas en las que el universo aludido no interesa tanto, porque hay otros significados más relevantes en el texto, o porque la concordancia con la realidad carece de interés. Sin embargo, en la literatura indigenista, que trata de denunciar ciertas situaciones sociales del “otro”, culturalmente tan diferenciado, nos parece fundamental saber qué hay de verdad en la otredad que el autor nos intenta mostrar. Y como ya esbozamos en la introducción, este cotejo lo haremos desde el doble plano de la cosmovisión indígena y su problemática social. Estas serán nuestras pautas de actuación en los capítulos que siguen. Reconocemos que son un tanto eclécticas, aunque tienen en común que entran en el campo estructuralista. La ventaja que vemos es que el abordar el texto con diferentes instrumentos nos puede proveer de mayor cantidad de datos. 29 4. COSMOVISIÓN Y PROBLEMÁTICA SOCIAL EN BENZULUL Después de contextualizar la obra en los dos primeros capítulos hemos llegado a ciertas conclusiones, por ejemplo, que los indígenas chiapanecos de mediados del siglo XX sufren un estado marginación desde la Colonia. Por otra parte, Benzulul se ha catalogado como parte de lo que se conoce como literatura indigenista, o neoindigenista. Nuestro propósito es introducirnos en cuatro relatos de este libro y analizar cómo Zepeda representa el mundo indígena a partir del juego que hay entre la realidad social y la cosmovisión de los personajes. Sin más pasamos al primer relato. 4.1. Benzulul desarraigado, indio aladinado Comienza nuestro objeto de estudio con el cuento “Benzulul”. La historia tiene lugar después de un reparto de tierras luego de la Revolución de 1910, tal vez en tiempos de Lázaro Cárdenas, como da a entender Benzulul, su protagonista. Tampoco es descabellado pensar que Zepeda ubique su historia en la misma época en que lo escribió, los años cincuenta. No lo sabemos, pero ambas opciones son posibles pues la realidad del indígena en estos dos momentos históricos es muy similar. Repasemos brevemente la historia: Benzulul es un indígena tseltal que recorre asiduamente cierto camino que lo lleva a su casa (tal vez desde su trabajo), en el pueblo de Tenejapa, estado de Chiapas; cabecera del municipio del mismo nombre y poblado mayoritariamente por indígenas tseltales. En uno de estos trayectos le asalta la reflexión sobre su nombre propio; aunque en realidad es su apellido, su nombre completo es Juan Rodríguez Benzulul. En su opinión, el nombre posee un valor sobrenatural, que da fuerza y 30 poder a quien lo lleva si este nombre es fuerte, o lo contrario si es un nombre débil. Para Benzulul, su nombre es débil, lo cual asocia a todas sus desgracias personales: pobreza, desprestigio social. En cierto modo, el nombre predestina a Benzulul. En contraposición, nos habla de uno de esos nombres fuertes: Encarnación Salvatierra, el cual pertenece a un criminal, un “ladino” que suele cometer sus fechorías en el mismo camino frecuentado por Benzulul. Por tanto, en un principio tenemos estos pares relacionados: nombre débil- nombre indígena, nombre fuerte-nombre ladino. Siguiendo con nuestro resumen, Benzulul ha sido testigo de varios crímenes del Encarnación Salvatierra, incluido un asesinato, el de Martín Tzotzoc, un indígena. Sin embargo, por miedo a represalias, Benzulul no denuncia los hechos. Pues bien, esa noche, mientras pasa a un costado del cementerio, último tramo antes de llegar a su casa, Benzulul es espantado por una voz de incierta procedencia que lo llama; tal vez de su madre, tal vez de Martín Tzotzoc. Ya en su casa y todavía asustado, golpean a su puerta. Es la nana Porfiria, cuya relación con Benzulul no se sabe con exactitud. Porfiria conoce las prácticas de la brujería. Benzulul se queja entonces acerca de su nombre débil, que le hace ser miedoso, y la nana Porfiria le ofrece cambiarlo por medio de un ritual. Benzulul acepta. Elige como nuevo nombre Encarnación Salvatierra. Al día siguiente, Benzulul es capaz de todo lo que no había hecho antes; corteja a una mujer, le quita el dinero a otro indígena, se embriaga. Todo esto clamando a los cuatro vientos que ahora se llama EncarnaciónSalvatierra. Finalmente cuenta a sus vecinos los crímenes que ha visto en el camino, cometidos por el otro Encarnación Salvatierra. Cuando estos hechos llegan a oídos del verdadero Encarnación Salvatierra, este se venga colgando de los brazos a Benzulul en un árbol y cortándole la lengua. La justificación que da es por haberle robado el nombre. 31 Dice Octavio Paz sobre la Conquista de Nueva España: “La huida de los dioses y la muerte de los jefes habían dejado al indígena en una soledad tan completa como difícil de imaginar para el hombre moderno. El catolicismo le hace reanudar sus lazos con el mundo y el trasmundo. Devuelve sentido a su presencia en la tierra, alimenta sus esperanzas y justifica su vida y su muerte” (Paz 112). En pocas palabras, e indirectamente, lo que Paz dice sobre un hecho concreto, lo podemos generalizar a lo que parece ser una constante en la historia de la humanidad: la necesidad del ser humano de agarrarse al mundo y al trasmundo, o lo que es lo mismo, una necesidad imperiosa de arraigo, de justificación de la vida. Ese “reanudar lazos” de Paz lo podemos apreciar en todo ser humano sometido a una dialéctica de culturas. Y estos vínculos no solamente se pueden recomponer con una nueva religión, puede intervenir una reelaboración de las propias creencias, las costumbres; la cultura en definitiva. Miguel León-Portilla lo precisa aún más: “Lo que ahora se tiene es un nuevo producto sui generis constituido por elementos de ambas procedencias [europea y aborigen] que han logrado acomodarse en un todo funcional” (León-Portilla 122). El inicio del cuento nos caracteriza precisamente a un Benzulul preso de la ansiedad, el nerviosismo y el miedo ante la posibilidad de no pertenecer completamente al mundo ni al trasmundo, aunque Benzulul sí se siente anclado a su tierra. Ha vivido sus veintidós años en el mismo paraje, lo conoce en sus más nimios detalles. Forma, en definitiva, parte de él. No por casualidad la primera oración del cuento dice: “Mientras avanzaba por la vereda, una parte de su cuerpo se iba quedando en las marcas de sus huellas” (Zepeda, Benzulul 9) 5 . En los párrafos que siguen se enfatiza este arraigo, este 5 En lo sucesivo, las referencias de las citas de Benzulul se marcarán entre corchetes, señalando solo el número de página. 32 pertenecer a la tierra, al mundo tangible. Además, Benzulul conserva todavía las creencias ancestrales de su cultura; casi siempre en forma animista. Las piedras que crecen hasta formar los cerros, los ríos que oyen y callan, y el tata conejo que habita en la Luna, son algunas de ellas. De modo que este todo funcional de creencias es el revestimiento que emplea Zepeda para informar sobre el significado que tiene la tierra, o más exactamente el territorio, de mundo y trasmundo, para el indígena, para el arraigo que le da sentido a su vida. Ahora bien, hay una parte del mundo en el que Benzulul no se siente cómodo. Ha de compartir este territorio quiera o no quiera con el otro, el ladino. Es en estos encuentros con la otredad en los que Benzulul es un ser fuera de lugar, y no por la simple existencia del otro, sino por la relación de desigualdad entre ambos sujetos sociales. Sin embargo, y a pesar de este conflicto, Benzulul no deja de ser lo que es; un indígena con una cultura y un modo de pensar propios. Su cosmovisión es coherente y sus lazos con el mundo y el trasmundo se mantienen amarrados. La relación desigual de Benzulul con el ladino la podemos plasmar con datos objetivos. Un estudio sobre Tenejapa dice que en 1950 el 93% de la población era indígena y el 7% mestiza (ladina). Los últimos poseían el 60.3% de la tierra (Medina Hernández 50- 51). Más adelante añade este estudio que hay dos tipos de ladinos en Tenejapa: los que viven en grandes ranchos como propietarios, administradores, capataces o asalariados; procedentes de San Cristóbal de las Casas; y los que viven en la cabecera municipal, como comerciantes o intermediarios en la exportación de mano de obra indígena a las fincas cafetaleras (Medina Hernández 173). Estos últimos son los llamados enganchadores, quienes adelantan parte o todo el salario al indígena, el cual luego ha de devolver con su trabajo en las fincas de café. Cualquiera de estas actividades se la podemos atribuir a 33 Encarnación Salvatierra. Esta relación de jerarquía social y cultural, la percibe Benzulul en el nombre propio de las personas. De esta forma lo expresa el propio personaje: La nana dice que uno es como los duraznos. Tenemos semilla en el centro. Es bueno cuidar la semilla. Por eso tenemos cotón y carne y huesos. Pa cuidar la semilla. ‘Pero lo más mejor pa cuidarla es el nombre’, dice. Eso es lo más mejor. El nombre da juerza. Si tenés un nombre galán, galana es la semilla. Si tenés nombre cualquier cosa, tás fregado. Y eso es lo que más me amuela. Benzulul no sirve pa guardar semilla [11]. Vemos que Benzulul no aísla el concepto del nombre en su cultura, lo envuelve con su propia perspectiva animista. Da al nombre propio un valor sobrenatural que no puede estar separado de todo lo que para él es y existe 6 . Sobre este aspecto, sobre el nombre propio de las personas en Tenejapa, el antropólogo Medina Hernández señala: Cada individuo tiene su nombre propio, seleccionado preferentemente del panteón de santos adorados en la iglesia de la comunidad en general, y en el caso concreto de una familia se tiende a darle al niño un nombre tenido por un familiar, siempre y cuando éste no esté anciano; y dos apellidos, uno español y uno indígena, los cuales son transmitidos exclusivamente por la línea paterna. Las mujeres así adquieren sus apellidos, pero no los pueden transmitir a sus descendientes. A su vez, toda la población se distribuye en 21 parajes o localidades, en las que se agrupan los indígenas formando unidades residenciales que cuentan con sus propios funcionarios religiosos y su representante ante el Ayuntamiento constitucional. Los tres elementos aquí mencionados, el paraje, el apellido español y el indígena, parecen sugerir cierta combinación que nos mueve a buscar los posibles clanes y linajes (Medina Hernández 120). El nombre completo del protagonista es Juan Rodríguez Benzulul. Efectivamente, el primer apellido es español y el segundo indígena. Sin embargo hay un dato curioso, su padre, al que nunca conoció, pues nunca volvió de las fincas cafetaleras adonde fue a trabajar, se llamaba José Rodríguez Chejel. Si como dice Medina Hernández, los apellidos solo se transmiten por línea paterna, ¿por qué Benzulul tiene apellidos distintos a su padre? ¿Es Benzulul un apodo? El cuento no nos informa de los apellidos de su madre, Trinidad, 6 El nombre comporta una serie de connotaciones aparte de la mera identificación: el nombre implica una relación con la propia esencia del sujeto, indica un sentimiento de propiedad del signo, una pertenencia a un clan, y un contraste con el resto de individuos en términos culturales. Estos son los elementos que tomamos en cuenta. Un buen resumen lo muestra “El nombre en psicoanálisis y su carga transgeneracional” de Luz María Huerta. 34 ya fallecida. Y esto no es todo, Medina Hernández agrega sobre cómo se hereda a los padres: “En el contexto de la vida familiar la ubicación del individuo se establece por la descendencia, observada en la transmisión del nombre, con lo cual un individuo se filia a un grupo de parentesco determinado. La línea de descendencia nos indica la vía a través de la cual se transmiten los bienes materiales de un individuo; y en un grupo campesino el bien más valioso es la tierra” (Medina Hernández 24). Entonces, si Benzulul no tiene los apellidos de su padre desaparecido, existe lahipótesis de que no tenga tierra que heredar, pues esta solo se hereda por línea paterna con base en el nombre. Es solo una probabilidad pero podría explicar el interés de Benzulul por apropiarse de un nombre ladino. Cabe analizar la morfología de los nombres de los personajes. La nana dice que para cuidar la semilla es necesario “carne”. De ahí probablemente viene el nombre de En-carna- ción; que sirve para Salvar-tierra. Hay entonces una predestinación en el propio nombre. Para el nombre Benzulul, varios informantes nos dijeron desconocer este vocablo. Son varias las hipótesis. Puede ser un apellido, un apodo, un neologismo de Zepeda, o una palabra compuesta, be[e]n significa casualmente caminar (Berlin 7), que es la actividad primordial del protagonista. Para la segunda parte de esta supuesta composición los diccionarios no dicen nada. Cabría incluso la posibilidad de una mala ortografía, pues, por ejemplo, sunul es abeja, y estaría cerca de la articulación: bensunul. Sea como fuere, en la estructura del cuento hay un punto, una parada en el camino, en el que se presenta una disyuntiva. Este momento es cuando la nana Porfiria ofrece a Benzulul cambiarse de nombre empleando la brujería. Benzulul tiene dos opciones: o sigue llamándose Benzulul, y continúa a pesar de todo con su identidad indígena, o decide 35 llamarse a partir de ahora Encarnación Salvatierra, un nombre que da fuerza y prestigio social. Si ocurre lo segundo, tendremos a un Benzulul aladinado, un Benzulul que se encuentra en proceso de desarraigo de su propia cultura. Benzulul tiene muy claro lo que puede significar el cambio de nombre en cuanto al aspecto social. Poco antes de encontrarse con la nana Porfiria asegura: “Y desde siempre ha sido así. El que tiene buen nombre de ladino, nombre de razón, ese tá seguro. Ese hace lo que quiere y siempre tá contento. Pero eso de llamarse Benzulul, Tzotzoc, o Chejel tá jodido […] Pero si yo dijera: AQUÍ TÁ ENCARNACIÓN SALVATIERRA, todos me vendrían a saludar, y ya no se están fijando si vengo a pie, o vengo montado, o si tengo escopeta, o si mato. Nada” [12-13]. Pero quien nos da una explicación más detallada de lo que puede significar el cambio de nombre para un indígena es Ricardo Pozas en un estudio sobre los tsotsiles de Chamula, una etnia emparentada con los tseltales, con quienes comparten historia, cultura y parte del territorio: El nombre personal es la esencia misma del individuo; cambiar de nombre significa cambiar totalmente la conciencia del ser, es sentirse otra persona. Esta identidad del nombre con la persona y la transfiguración de la conciencia del ser al cambiar el nombre tiene muchas aplicaciones prácticas, no sólo entre los chamulas, sino entre todos los indios de la zona. Algunas veces, el indio se presenta con otro nombre a pedir un anticipo para trabajar en las fincas; gasta el dinero y se siente tranquilo, sin ninguna responsabilidad para cumplir con el compromiso. Los pulsadores buscan la “pirma” (firma) al tomar el pulso del enfermo y, cuando no lo encuentran, dicen que el enfermo ya no tiene remedio, que lo tiene apuntado Dios y que va a morir. Existe una relación entre la sangre, el nombre y la vida. En San Pedro Chenalhó hay brujos que cambian el nombre de los enfermos que están en la lista de los que han de morir, formulada por la deidad. Ante el cambio de nombre hecho por el brujo, hay una reacción mental de alivio al sentirse otra persona y no la enferma; esta actitud mejora su estado de salud cuando el origen del padecimiento está ligado a causas mentales (Pozas, Chamula 1: 120). 36 Benzulul también asocia el nombre al chulel 7 . El chulel lo tratamos más adelante en este mismo capítulo. Aquí dejaremos simplemente anotado que es lo más parecido a lo que entienden los católicos por alma. “Según el nombre es el chulel que te cuida” [21], dice Benzulul a la nana Porfiria. Y debemos señalar que no solo Benzulul da importancia al nombre, también el verdadero Encarnación Salvatierra; razón por la que finalmente se venga de Benzulul; ya que este le ha robado el nombre, la identidad. Es como si hubiera cierto trasvase cultural mutuo entre ladinos e indígenas, entre Salvatierra y Benzulul. Consumado el cambio de nombre, Benzulul se convierte en otro, en un otro psicológico por el solo hecho de llamarse distinto, por nombrarse ahora Encarnación Salvatierra. Es en este momento en que presenciamos al Benzulul aladinado; arraigado en parte al mundo ladino, desarraigado, aunque no totalmente, de la cosmovisión indígena. “Ese día, Juan Rodríguez Benzulul amaneció distinto. Tenía alegría. Estaba contento. Se notaba fuerte. Más diablo” [24], nos confirma el narrador. En realidad, Benzulul es un símbolo del desencuentro indígena-ladino, de la fricción entre las dos culturas, y sobre todo en lo que respecta a la desigualdad social. Benzulul es el indígena en proceso de alienación de sí mismo y que no aspira a ser reconocido como tal, sino a elevarse como sujeto en la escala social. Hay por tanto una deformación de reclamaciones; Benzulul no desea que su cultura sea respetada, lo que verdaderamente anhela es mandar tanto como un ladino. De esta forma imita las peores costumbres del otro; es grosero, soberbio, asalta a un indígena y se embriaga. Sin embargo, debemos destacar que incluso con su nuevo nombre, Benzulul nunca deja aparte sus creencias, su desarraigo no es completo. Dice Benzulul: “Ahora tengo chulel [alma]. La semilla tá salvada. Ya no 7 No hay una convención clara sobre la ortografía de esta palabra. Se puede encontrar como “chulel” o “ch’ulel”. Nosotros optaremos por la primera, sin apóstrofe. 37 voy a salir a buscar hojitas así que me muera. Ya no hay Benzulul miedoso. Ya no hay Juan que no dice lo que pasó en el camino. Benzulul se fue con la luna, como el tata conejo. Ahora soy el Encarnación” [24-25]. Como vemos, en Benzulul, se mantiene su raíz cultural pues el cambio se produce nada más en la superficie del personaje, su cosmovisión sigue siendo indígena. De modo que tenemos una estructura narrativa cronológica “Benzulul indígena- Benzulul aladinado”, que aunque parezcan campos delimitados, en realidad se solapan, pues Benzulul nunca abandona su identidad indígena por completo, siempre mantiene un pie en su trasmundo. Este proceso es absolutamente consciente en Benzulul, fruto de la angustia, de una existencia sometida a la violencia y la arbitrariedad. Pero por otro lado, Benzulul no puede dejar de ser lo que es, lo más profundo de su esencia; sus creencias y sus lazos con el más allá. En cualquier parte del cuento el animismo maya envuelve las acciones y las motivaciones de Benzulul. Hay varias realidades, la cultura indígena en sí misma, el intento de abandonar esta cultura; unas creencias que no sirven para entender las relaciones sociales, económicas ni políticas, ni para cambiarlas, aunque “expliquen” su presencia en el mundo a quien las posee. Y hay más, el mismo intento de asumir otra identidad lo devuelve a su propio origen, Benzulul acaba finalmente siendo él mismo de nuevo: amedrentado, humillado, castigado, aislado, y sin lengua que pueda denunciar su situación. Queda ciertamente anclado a su trasmundo, y también, trágicamente, al mundo. Retomemos ahora un elemento fundamental en la cultura tseltal y tsotsil, que aparece en el relato, y que ya hemos adelantado. Hablamos concretamente del concepto de “chulel”. 38 Benzulul piensa que el nombre propio de las personas define su personalidad, y además, su posición social. “El nombre da juerza […] Si tenés nombre cualquier cosa, tás fregado” [11], dice Benzulul. Y además nos aclara que son los nombres ladinos los más poderosos. “Y desde siempre ha sido así. El que tiene buen nombre de ladino, nombre derazón, ese tá seguro. Ese hace lo que quiere y siempre tá contento” [12]. De modo que Benzulul decide cambiar de nombre para adquirir así valor y reconocimiento social. Con la ayuda de Porfiria toma el nuevo nombre de Encarnación Salvatierra. Benzulul se pasea por Tenejapa exhibiendo su nueva personalidad; brava y con desparpajo. Pero el verdadero Encarnación Salvatierra se venga de Benzulul cortándole la lengua y colgándolo de los brazos en un árbol. En principio, y durante bastantes párrafos, se insiste en relacionar el nombre con una semilla que toda persona lleva dentro: “La nana dice que uno es como los duraznos. Tenemos semilla en el centro. Es bueno cuidar la semilla. Por eso tenemos cotón y carne y huesos. Pa cuidar la semilla. ‘Pero lo más mejor pa cuidarla es el nombre’, dice” [11]. Y más adelante nos enteramos de que “Los muertos sin nombre ya no guardan la semilla, dice la nana Porfiria, pero tienen que llevar hojas pa envolverla. Se les cae la semilla cuando mueren, pero tienen la obligación de buscarla. En la noche con luna es cuando buscan las hojas… Los que tienen nombre se quedan con la semilla en su lugar” [14-16]. No es hasta que Benzulul decide cambiarse de nombre cuando éste se empieza a relacionar con el chulel, probablemente porque adopta un chulel (alma) que no le pertenece, ya que su dueño es Encarnación Salvatierra. Pero veamos que dicen los antropólogos sobre este concepto central de la historia. 39 La antropóloga Esther Hermitte, quien investigó a la comunidad tseltal de Pinola a mediados del siglo XX, nos dice que el chulel es el alma o espíritu. Se encuentra en el corazón y la garganta, al mismo tiempo que habita en las cuevas. Cuando la persona duerme, el chulel abandona el cuerpo. Puede abandonar el cuerpo por un susto y hay que llamarlo para que vuelva. Si la persona muere, el chulel va al purgatorio, cielo o infierno. Regresa al mundo terrenal el Día de muertos (Hermitte 49-51). Como vemos, este concepto ya está aculturado pues contiene rasgos católicos. En Pinola hay además nagualismo 8 . El número máximo por persona es de 13 naguales, los cuales se organizan en una jerarquía según su poder. Su vida está unida a la de su dueño. Si muere el primer nagual de la jerarquía, la persona muere. Si mueren el segundo o el tercero, la persona se enferma. Los naguales son solitarios y salen de noche. Durante el día están en las cuevas. El nagual y la persona mueren al mismo tiempo y con los mismos síntomas. Los naguales malignos son los monos, tigres y carneros (pues son naguales de brujos). Los brujos pueden ver a sus naguales, los cuales pueden ser enviados para dañar a la gente (Hermitte 44-49). Parece entonces que entre los tseltales de Pinola el chulel es lo más parecido al alma de los cristianos. Es la esencia espiritual del ser humano, pues cuando este muere, el chulel le sobrevive y va al cielo, infierno o purgatorio. Se diferencia claramente del nagual. Andrés Medina, estudioso del municipio de Tenejapa, donde habitan mayoritariamente indígenas tseltales, y donde se desarrolla el cuento que tratamos, habla del lab y el chulel. El chulel es el alma, dice Medina. Si sufre el chulel, sufre la persona en forma de enfermedad. Cuando una madre saca a su hijo por primera vez, va dejando ramas 8 El nagualismo consiste en que una persona está relacionada con un animal con quien comparte un destino similar. Ambos poseen una coexistencia temporal. El tipo de nagual que pertenece a una persona se vincula a la posición de esta en la jerarquía social (Hermitte 44-98). 40 en los desvíos para que el chulel del niño no se pierda. A la muerte de una persona, su chulel va al K’atimbak, el inframundo, donde los chuleles habitan en condiciones sociales similares a las que tenían sus dueños cuando vivían. Una vez al año, los chuleles regresan para comer las ofrendas de sus familiares. Después de un ciclo de vida en el K’atimbak, el chulel regresa en el cuerpo de otra persona. A la muerte de alguien, su chulel ronda la casa por tres días. Después se le ahuyenta con gritos y con un incensario donde se quema chile. El lab, en cambio, es un animal que nace, padece y muere de la misma forma que su dueño. En general, el dueño no conoce a sus labs. Se pueden tener hasta 13. La cantidad se relaciona con el poder social del dueño. Cuando uno está a punto de morir, puede ver su lab rondar la casa (Medina 129-130). Como vemos, los tseltales de Pinola y Tenejapa coinciden en el concepto de chulel; y también en el de nagual, aunque en Tenejapa se le conoce con el nombre de lab. Podemos fijar ciertas equivalencias, en ningún modo absolutas, con la siguiente tabla: Léxico ladino Pinola Tenejapa Alma Chulel Chulel Nagual Nagual Lab A nosotros, la definición que nos interesa es la de Tenejapa, pues el cuento “Benzulul” se desarrolla en esta población. El chulel es el alma; tomando en cuenta sus particulares atributos indígenas, pues como señala Elena Lunes, el alma es un concepto cristiano que no corresponde exactamente con el de chulel (Lunes 240-241). En todo caso, esta idea de chulel-alma es la que aplica Zepeda. Insistimos en ello, ya que por ejemplo, a 41 pocos kilómetros de Tenejapa, en Chamula, municipio tsotsil, el concepto de chulel es relativamente confuso. Como ya señalamos, es hasta el encuentro de Benzulul con la nana Porfiria cuando se abandona la idea de la semilla interior y se empieza a hablar del chulel. Dice la nana Porfiria a Benzulul en ese momento: “El nombre no sólo es el ruido. No sólo es un cuero de vaca que te escuende. El nombre es como un cofrecito. Guarda mucho. Tá lleno. Son espíritus que te cuidan. Da juerzas. Da sangre. Según el nombre es el chulel que te cuida” [21]; “Yo no tengo chulel, nana”, responde Benzulul. Es decir, el poder sobrenatural que Benzulul otorga al nombre llega hasta el punto de que un nombre débil significa no tener alma. Decir que uno no posee chulel es tanto como decir que en un nivel espiritual uno no existe. Es por eso que el cambio de nombre es tan fundamental para él, es la diferencia entre el ser y el no ser, aunque en un sentido social, como más adelante veremos. Estamos ante un acto de resistencia por medio de la cultura. Benzulul, no ve, no quiere ver, o no puede ver, que su penosa vida no es fruto de un nombre, sino de la posición de dominio cultural que ejercen los ladinos sobre el indígena. Esta resistencia que apela a las creencias en lo sobrenatural es recurrente en los cuentos de Zepeda; aunque tampoco podemos obviar el contexto del personaje, de las posibilidades efectivas de actuación según su educación, cultura, etc. Por tanto, no decimos que Benzulul emplee lo sobrenatural para ocultarse de la realidad, sino que es un mecanismo de defensa, de resistencia cultural, y que además, este poder sobrenatural se transforma en un obstáculo para analizar su realidad social. Efectivamente, cuando Benzulul se cambia el nombre por el de Encarnación Salvatierra, se convierte en un ser nuevo, en un nuevo ser social. Dice Juan Rodríguez Benzulul: “Ahora tengo chulel. La semilla tá salvada. Ya no voy a salir a buscar hojitas así 42 que me muera. Ya no hay Benzulul miedoso. Ya no hay Juan que no dice lo que pasó en el camino. Benzulul se fue con la luna, como el tata conejo. Ahora soy el Encarnación […] Hombre con nombre tiene chulel galán. Hombre con chulel se manda solo. Hombre que se manda solo no tiene patrón” [24-25]. Son evidentes las alusiones sociales de este pasaje. Con nombre ya no hay miedo. El tener un nombre, un nombre ladino, significa tener alma y no tener patrón. De hecho, lo que hace Benzulul a partir de ahora es imitar el comportamiento del verdadero Encarnación Salvatierra: bebe alcohol, le roba el dinero a otro indígena, etc., es decir,
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