Vista previa del material en texto
UNIVERSIDAD NACIONAL AUTÓNOMA DE MÉXICO FACULTAD DE FILOSOFÍA Y LETRAS ARTAUD EN MÉXICO, UNA TRAVESÍA DE CUERPO Y ESCRITURA TESIS QUE PARA OPTAR POR EL TÍTULO DE LICENCIADO EN LENGUA Y LITERATURAS MODERNAS (LETRAS FRANCESAS) PRESENTA RAUL ULISES ONTIVEROS BAÑON ASESOR DRA. MONIQUE LANDAIS CHOIMET CIUDAD DE MÉXICO 2014 � UNAM – Dirección General de Bibliotecas Tesis Digitales Restricciones de uso DERECHOS RESERVADOS © PROHIBIDA SU REPRODUCCIÓN TOTAL O PARCIAL Todo el material contenido en esta tesis esta protegido por la Ley Federal del Derecho de Autor (LFDA) de los Estados Unidos Mexicanos (México). El uso de imágenes, fragmentos de videos, y demás material que sea objeto de protección de los derechos de autor, será exclusivamente para fines educativos e informativos y deberá citar la fuente donde la obtuvo mencionando el autor o autores. Cualquier uso distinto como el lucro, reproducción, edición o modificación, será perseguido y sancionado por el respectivo titular de los Derechos de Autor. A esta ausencia presente cuyo abrazo configura un espacio para el amor y la vida Adela Bañón Rojas Por tu apoyo inquebrantable, por tu tenacidad y por tu fuerza Eduardo Ontiveros García A mi familia, mis hermanos y mis profesores les agradezco por acompañarme en este ciclo, sin su cariño y apoyo, sin su conocimiento y empuje no habría sido posible este trabajo. A ti que en tantos ciclos y mundos me acompañas, a los rayos de tus ojos y al calor de tu pecho. A mis amigos, sus abrazos y sonrisas, su alegría, su comprensión y compañía. Gracias a todos ustedes cada momento vive y habita… 1 ÍNDICE INTRODUCCIÓN 4 CAPÍTULO I MOVIMIENTOS DE RUPTURA 11 1) Surrealismo y revolución 12 Artaud y la oficina de investigaciones surrealistas 14 Ruptura y revolución 18 2) El teatro y la peste 22 El Teatro de la Crueldad 24 La peste 28 3) Cultura y civilización 32 La Conquista de México 34 Artaud en México 36 CAPÍTULO II METAFÍSICA DE LA CARNE 42 1) Enfermedad y cuerpo 43 Cuerpo y sociedad 45 Discurso crítico, discurso clínico 49 2) El cuerpo en el texto 51 El texto en conflicto 54 Corporalidad y lectura 56 3) Hacia un cuerpo sin órganos 60 Cuerpo sin órganos versus cuerpo organizado 64 Cómo producir un cuerpo sin órganos 67 2 CAPÍTULO III EL CUERPO REVITALIZADO 73 1) Escritura y mito 74 Remedio y/o veneno 76 Mito y curación 79 2) Exilio iniciático 82 Magia y alquimia 85 Salir en sí mismo 90 3) El teatro de la vida 97 La creación de sí mismo 99 Un mito moderno 103 CONCLUSIONES 108 BIBLIOGRAFÍA 115 3 Là où d’autres proposent des œuvres je ne prétends pas autre chose que de montrer mon esprit. Artaud, L’ombilic des limbes, 1925. Restituez à mon esprit le rassemblement de ses forces, la cohésion qui lui manque, la constance de sa tension, la consistance de sa propre substance. (Et tout cela objectivement est si peu.) Artaud, Correspondance avec Jacques Rivière, 1924. 4 INTRODUCCIÓN En un principio, Antonin Artaud estuvo ligado con el surrealismo, al que dejó luego de una célebre disputa con André Breton1. Después se dio a conocer por sus polémicos textos en torno al teatro y por sus viajes legendarios a través de México e Irlanda. Y, finalmente, los nueve años de “peregrinación” en las instituciones psiquiátricas de la Francia de posguerra significaron un estigma que lo acompañó hasta su muerte. Semejante biografía, expresada en su escritura de modo indisoluble, constituye sin duda uno de los grandes mitos literarios del siglo XX. Escribir sobre él es abordar una obra cuya complejidad radica en la negación de sí misma y de los instrumentos para analizarla. Por lo que una postura crítica, dígase objetiva, se dificulta ante un texto presentado como el espíritu mismo de su autor, que violenta, desde sus cimientos, el modo en que un hombre occidental accede al conocimiento. Y esto último, en tanto el presente acercamiento está suscrito a la academia, es algo a lo que no nos podemos sustraer, pues la historia de Artaud encarna la ruptura de los límites impuestos por el pensamiento occidental. Su escritura proclama la urdimbre indisoluble de la palabra, la creación y la vida. Al leerla, nos enfrentamos a la sensación de un vacío vociferante, desesperado y hambriento de absoluto. También percibimos y nos maravillamos ante los destellos de una lucidez prodigiosa. Nacido anacrónico, crecido fuera de sí mismo, Antonin Artaud ardió hasta consumirse en la llama viva de su poesía. En busca de quebrar el cascarón de su cuerpo y el límite sociocultural que su medio le imponía, su rebelión fue total y absoluta . “Oriflama calcinada”2, a decir de André Breton, Artaud veía en la civilización occidental una descomposición que separaba la vida de su unidad profunda, desarraigándola de origen, bajo el método y el esquema de la razón científica. Luchó para desbaratar una realidad que 1 Se trata de la expulsión de Artaud del surrealismo, expresada de manera oficial en un texto (Au grand jour) firmado por Breton, Éluard y Aragon entre otros. Artaud respondió inmediatamente con un panfleto intitulado À la grande nuit ou le Bluff surréaliste y, una vez en México, actualizó el debate con su conferencia “Surrealismo y Revolución”. 2 Citado por Luis Cardoza y Aragón, “prólogo” México, 18. 5 percibió agonizante, decadente y estéril; atacó sin tregua y con la misma virulencia tanto a Occidente como a sí mismo, puesto que la mente y el cuerpo no están separados, como tampoco lo están la sociedad y el individuo. Esta cultura que lo enfermaba también era su cuerpo y sus nervios en busca de una cura, un remedio para la carne y para el espíritu, tanto físico como metafísico. Antoine Marie Joseph Artaud nació en Marsella el 4 de septiembre de 1896. Hijo de Euphrasie Nalpas, de origen turco, y de Antoine Roi Artaud, un ex-capitán armador de buques, el niño Antoine se hace llamar Antonin para diferenciarse de su padre3. Más tarde, se proclamará nacido de sí mismo, de su palabra y escritura. Pero antes de este segundo nacimiento, un padecimiento lo marcó desde la infancia. Entre los cuatro y los cinco años de edad, sufrió una meningitis que casi le cuesta la vida. Desde entonces, las secuelas de la enfermedad condicionaron su existencia con un malestar nervioso, agudo y al parecer incurable. Pasada la adolescencia, el dolor y el estar fuera de sí se volvieron dos estados cotidianos de su vida. Dichas secuelas también desencadenaron un recorrido constante por la medicina y la farmacia occidental, hasta el punto de ganarse la fama, inmerecida dada su dolencia, de célebre toxicómano. En 1920, llega a Paris y comienza su vida artística como actor de teatro. Poco después entra en contacto con Charles Dullin y se integra al equipo del Théâtre de l’Atelier. Allí conoce a André Masson, quien lo vincula con la revista Littérature, germen y primer laboratorio del surrealismo. Hacia 1923, Artaud envía a Jacques Rivière, director de la Nouvelle Revue Française (NRF), una serie de poemas con el deseo de publicarlos. Rivière rechaza la publicación, ya que considera los poemas defectuosos, pero comunica su intención deconocer al autor. Así inicia una correspondencia entre ambos donde, por un lado, Rivière expone la necesidad retórica y estética de darle una forma acabada a los poemas, que a pesar de su claridad y originalidad encuentra fragmentarios y abruptos; y, por el otro, Artaud intenta explicarle que sus poemas no podrían ser de otra manera porque el acto de escribir es para él un combate contra el abandono y la ruptura de su pensamiento. 3 Los datos biográficos aquí vertidos han sido consultados en la biografía escrita por Jean-Louis Brau, cuyos datos completos aparecen en la bibliografía. 6 A finales de 1924, los ojos de André Breton y del surrealismo se posaron definitivamente en Artaud y a la brevedad es nombrado director del Bureau de Recherches Surréalistes. En su nuevo puesto, se da a la tarea de escribir algunos de sus textos más virulentos, que serían publicados en la revista del grupo, La Révolution surréaliste, entre 1925 y 1926. Carta al Papa, Carta al Dalai Lama, Carta a las escuelas de Buddha, Carta a los directores de los asilos para locos y Carta a los rectores de las universidades europeas, son algunos de los títulos publicados en esta etapa, característicos de su vehemencia y de su rechazo violento al pensamiento lógico y convencional. No obstante, el comportamiento de Artaud y su manera de ver las cosas no encajaron del todo en el resto de los surrealistas y, dos años más tarde, la animosidad contra él iría en aumento. A principios de 1927, se hizo oficial su exclusión del movimiento surrealista. Las razones no eran tantas; en realidad, ésta se debió a ciertas diferencias en torno a la idea de revolución. Artaud rechazó la afiliación del surrealismo al Partido Comunista Francés y el grupo desconfió de lo que consideraron una tendencia al “delirio religioso”. Así, en un panfleto (Au grand jour), que también incluye la publicación de la adhesión del surrealismo al partido, lo acusaron de ver en la Revolución sólo “una metamorfosis de las condiciones interiores del alma” (Artaud, 2005: 116)4. Artaud tomó su camino, abandonó el grupo y continuó la búsqueda que había empezado. Convencido de que la revolución no tenía que ver con la afiliación a tal o cual partido, ni con una simple transmisión de poderes, siguió ocupándose de la revuelta ontológica que lo empujaba en cada uno de sus proyectos. En los diez años siguientes, Artaud se dedicó principalmente al teatro y al cine. Sin embargo, prosiguió su quehacer literario con ensayos, piezas teatrales, relatos y hasta biografías (Heliogábalo, o el anarquista coronado), pero, sobre todo, con artículos teóricos acerca del teatro y la puesta en escena, que publicaba, más o menos frecuentemente, en la NRF. Poco a poco, estos textos integrarían El teatro y su doble, publicado hasta 1938. Durante este periodo, las sacudidas de una ruptura i nterior y otra exterior –con el pensamiento europeo—parecían aumentar la fuerza y lo explosivo de sus textos y teorías. Cada vez más nítida y profundamente, Artaud sentía padecer una grave descomposición que infectaba todos los niveles de su ser y del mundo occidental. Entonces, se interesó más 4 Este episodio será tratado de manera más amplia en el primer capítulo. 7 por el estudio del ocultismo, de la Cábala y, en especial, por el de civilizaciones pre- renacentistas, pre-cartesianas y precolombinas. De este modo, comenzó a imaginar la posibilidad latente –y no una simple añoranza de retorno—de un espacio donde el hombre y la vida formarían un todo indisoluble, como en el mito de un origen perdido; un lugar donde el dualismo no es una ley metafísica; un país donde la totalidad se expresaría en un cuerpo absoluto, sin reservas ni fragmentaciones. Esto último nutre directamente la idea que se propaga sin cesar en los manifiestos del Teatro de la Crueldad: un proyecto dramatúrgico que regresaría los poderes míticos y religiosos al teatro gracias a un rigor cósmico, una especie de terapéutica del trance que despertaría en el hombre los furores de una sensibilidad olvidada. Pero sus teorías resultan irrepresentables e irrealizables. La Conquista de México, que fuera la propuesta inaugural y síntesis de sus teorías, nunca llegó a los escenarios. Otras piezas que sí lo lograron, aún lejanas de sus nociones de la puesta en escena, no consiguieron mantenerse en cartelera. La crítica le da la espalda a obras como Les Cenci, y los surrealistas boicotean otras como El sueño, una adaptación de la obra escrita por August Strindberg. Hacia el final de 1935, el fracaso de Artaud en el teatro parece consumado. No obstante, la revolución interior que pregonaba no se encuentra en el simple y llano escenario teatral. Su rebelión se dirige contra la cultura, contra la ideología y contra el poder que aborta sus proyectos y sus intenciones; se rebela contra la razón como verdad y dogma, contra su método y su organización, orden y homogeneización de la realidad humana. Así llega 1936, un año que marcará para siempre la historia de Artaud y, paradójicamente, la del surrealismo. Es en el mes de febrero cuando Artaud desembarca del Albertville y pisa por primera vez el suelo mexicano. En su tierra, había agotado las vías de búsqueda en las que se aventuró. Hizo falta, entonces, que Artaud dirigiera su mirada a otro lado, afuera de sí mismo y de los márgenes geográficos, culturales e ideológicos que lo habían determinado y en los que se había desarrollado. En el teatro balinés, en su gesto y en su potencia mítica y ritual, percibió la semilla de una revolución dramatúrgica que lo llevaría a la formulación del Teatro de la Crueldad. De manera análoga, en México, en la revolución y el renacimiento del alma india que soñaba, Artaud creyó tanto en la posibilidad de una revitalización mágica del humanismo 8 como en la curación de su propia enfermedad y, siguiendo el linaje de espíritu al que Luís Cardoza y Aragón lo emparenta, Artaud, poeta maldito, llegó a México en la plenitud de su desesperación y de su pensamiento. Atravesaba por un estado convulsivo, extático y doloroso, alimentado por una lucidez que parecía incendiarlo y apartarlo de la realidad. Buscaba aquí las puertas de otro mundo –su mundo—, donde naturaleza y sociedad, cuerpo y pensamiento, arte y vida formaran una unidad poética indisociable. En este sentido, su viaje en México se presenta como el rito iniciático de un conocimiento original, que lo integra a la vida mágica de la naturaleza y lo realiza en su propia mitología. Inauguraba, pues, como Artaud dice, un “mito moderno”. Así, con los ojos ávidos, con el sistema nervioso exaltado en la posibilidad de otro mundo, desembarcó en tierra mexicana para iniciarse en aquella videncia. Se trataba de revolucionarse en una nueva percepción del mundo y en una revitalizada canalización de sus fuerzas. Desembarcó sin ser de aquí, pero tampoco de allá, en un país que era menos real que imaginario, más ausente que presente, en un México personal, “artaudiano”, que fue o que nunca ha sido. Vino de una cultura y regresó a una civilización que rechazó violentamente. Un pensamiento que lo abortaba, que lo negaba porque se negaba a sí mismo y con ello a una ideología que se volvía insostenible. También vino y regresó de una realidad cuyo método clínico lo confinó al encierro y determinó con saña la última fase de su vida. Sin embargo, por el momento, nos conformamos con seguir los trazos que posibilitaron su viaje a México: el fenómeno poético que lo configura en el pensamiento y que lo realiza en el espacio y en el tiempo. Seguiremos las huellas textuales y literarias, es decir, más del orden de la escritura que del biográfico y documental, aun si por tratarse de Artaud, dichos vestigiosforman un sólo cuerpo y pensamiento. En una vida que se rebela contra la idea de obra, que pugna por la fusión perenne de la escritura y la carne, leemos un testimonio vivo, la odisea palpitante de un poeta que se crea y se destruye en el cuerpo mismo de su poema o texto. Nos acercamos menos a la obra de un autor llamado Antonin Artaud que a un texto-Artaud, como lo plantea Gabriel Weisz: en vez de diferenciarse, vida y obra se fusionan o sintetizan en la noción de una escritura que manifiesta, corporal y orgánicamente, la presencia y la voz que la escriben. Se trata, 9 pues, de esbozar a la vez el entramado de un viaje que es vida y también literatura, lectura y escritura donde se asimilan vida y creación poética. De esta manera, Artaud viene a México como poeta y comisionado cultural y, a su vez, como un hombre enfermo en busca de una cura o remedio. Las dificultades surgen cuando el objeto de su búsqueda personal se funde con las dimensiones de la poesía y la realidad cultural anhelada. El poeta no está separado del político5 –aunque sí diferenciado—como la curación metafísica no lo está del remedio fisiológico. De igual modo, la búsqueda de otra civilización posible y la nostalgia de un origen perdido se entrelazan inextricablemente. Pero esta nostalgia no va en el sentido de un pasado “primitivo”, que supone una tribu “lejos de la civilización”; pues, lo que fascina a Artaud de los rarámuris no está en un decurso lineal de la Historia, sino en su exploración cíclica. Artaud mira el pasado con los ojos de un poeta en busca de un mito; viaja y explora a través de un movimiento espiral de la consciencia que va y viene a México, y a la Sierra Tarahumara, no una sola vez en el tiempo. Se trata de un vaivén exterior e interior que ocurre antes, durante y después de la realización del viaje. Asistimos a una travesía que involucra tanto la geografía terrestre –con todo y sus dimensiones humana y política, social y cultural—como la geografía interior e imaginaria, física y metafísica. Es viaje, peregrinación, ritual iniciático y reto, pues supone el acto simbiótico de vida y poesía, donde la literatura no vale si no es, al mismo tiempo, la escritura y el cuerpo de una palabra que se encarna, se profiere y se crea a sí misma. Por ello, no nos incumbe enfrascarnos en una investigación documental y cronológica, que siga paso a paso la caminata de Artaud en tierra mexicana. De hecho, nos proponemos explorar el movimiento que lo trae y lo regresa en el tiempo sin tiempo de la aprehensión del mundo por una poesía que es carne y vida. Tampoco ignoramos la subjetividad del acercamiento y del estudio de México hechos por Artaud, pues responden en su totalidad a las exigencias de un poeta y no a un mero interés cultural o diplomático. Lo que nos interesa es la riqueza de su ambigüedad y de su polisemia, no demostrar la verdad o falsedad de sus observaciones. 5 Aunque la vía de Artaud como político no es asunto de la presente investigación, ésta se encuentra implícita desde el momento en que el poeta cuestiona el rumbo de la Revolución Mexicana, así como en los llamados públicos y privados que hace para conseguir los permisos y los recursos necesarios para la realización del viaje. 10 Creemos que el viaje de Artaud responde a una serie de reflexiones e intuiciones preconcebidas y más o menos medidas y planeadas. Busca la realización concreta de sus ideas, el otro lado de una labor abstracta y, sobre todo, espiritual, que se complementaría con el espacio geográfico mexicano. Por eso diremos que el periplo mexicano de Artaud es doble en varios aspectos. En primera instancia, porque el viaje es a México y supone su salida del continente europeo, de una cultura y una forma de civilización donde se siente incomprendido. En segunda, porque se trata de un viaje en otro territorio, ya que, una vez aquí, luego de una breve aunque significativa escala en La Habana, Cuba, convive hasta una nueva náusea con el medio artístico e intelectual de la capital mexicana. Hasta la náusea porque en dicha comunidad veía la semilla, precisamente, de lo que anhelaba destruir de Occidente. Éste es el motivo que lo lleva a internarse en el México profundo, hasta dar con la Sierra Tarahumara y el peyote. No es de extrañar, entonces, que esta odisea revele el exilio de Artaud en sí mismo. Se trata también, como ya dijimos, de una travesía interna por un lado, y externa por el otro. Leemos un viaje al interior que implica una revolución personal y un terremoto metafísico. También leemos un viaje al exterior de un individuo que sale a la vida no sin antes reconocerse como un fantasma, como la impostura de un yo que niega el devenir del ser y al que hay que destruir para acoger el yo verdadero, es decir, el cuerpo y el infinito. Artaud recorre un terreno ajeno y extraño a y en sí mismo, un país donde se pierde queriendo encontrarse, o donde se encuentra perdiéndose. Así pues, hablamos de un viaje que supone una búsqueda intelectual, espiritual y corporal, individual y colectiva, mítica, mística y humanista, una revolución que afirma la magia y la posibilidad de otro mundo: una búsqueda de lo imposible que no puede concebirse fuera de su unidad y subjetividad poética, y a la que habremos de seguir con cautela, pero muy de cerca. 11 CAPÍTULO I MOVIMIENTOS DE RUPTURA El viaje a México de Artaud no es un hecho aislado en el tiempo, tampoco se trata de una decisión abrupta e inexplicable. Responde a una serie de inquietudes, y ciertas obsesiones, que ya había manifestado durante su etapa surrealista y que se hicieron aún más evidentes en sus teorías alrededor del teatro y la puesta en escena. Con la participación de Artaud en el surrealismo comienza una etapa decisiva tanto para su pensamiento como para el rumbo del movimiento comandado por André Breton. Pues ambos se proponían embestir radicalmente la concepción racional del mundo. También es el tiempo en que se define una de las más famosas máximas surrealistas: la liberación total del espíritu humano. Después de la ruptura con el movimiento, Artaud incorpora el surrealismo como una práctica de investigación con miras a la formulación del Teatro de la Crueldad, espacio donde trasladaría, esta vez a un nivel práctico y colectivo, la revolución espiritual y ontológica emprendida. Sin embargo, dicha teoría dramatúrgica lo llevó a un nuevo punto de quiebre, en esta ocasión con el teatro y, sobre todo, con el pensamiento occidental. Este es el acontecimiento precedente a su decisión de viajar a México. Más tarde, una vez instalado en la capital mexicana, Artaud reformularía su experiencia surrealista y su experiencia teatral en aras de una transformación cultural, que sería el objeto de un acercamiento muy particular a la Revolución Mexicana y de su impulso por subir a la Sierra Tarahumara. El surrealismo de Artaud y sus teorías expuestas en El teatro y su doble son una muestra de su rebelión contra la noción de civilización y cultura europeas. Por eso viaja a México en espera de una tierra fértil que acogiera sus ideas y donde pudiera realizar sus proyectos. No obstante, aún si las expectativas de Artaud se corresponden poéticamente con la realidad descubierta a su paso, nada resulta de la manera exigida por su desesperación. Así pues, podemos decir que la concepción del surrealismo en Artaud, su teoría teatral y su crítica contra la cultura y la civilización de Occidente son los movimientos de ruptura que desencadenan el periplo mexicano. 12 1) Surrealismo y revolución El surrealismo surge entre una plétora de movimientos de renovación y sus antecedentes pueden rastrearse al menos desde el romanticismo alemán, pasando por el esprit nouveau,el futurismo, el cubismo, y sobre todo el dadaísmo. Si Lautréamont es el mentor simbólico del movimiento, por su poesía y el misterio legendario que lo envuelve, Apoll inaire es su padre de bautismo (Nadeau: 25)6 y, Tristan Tzara, el tutor en cuestiones de provocación, escándalo y transgresión efectiva. Al terminar la Primera Guerra Mundial, el ambiente sociopolítico y cultural en Francia se caracterizaba por una profunda desconfianza hacia el pensamiento establecido y por un rechazo radical de las formas institucionalizadas de creación artística. A su vez, el discurso racional y el método científico –de capital importancia para el desarrollo de la tecnología militar—se volvieron sospechosos y fueron enjuiciados como nunca antes por los poetas y artistas emergentes. Varios de ellos, como André Breton, Philippe Soupault, Louis Aragon y Paul Éluard, participaron activamente en los hospitales de guerra, en las trincheras y en los campos de batalla. Allí conocieron a Guillaume Apollinaire, quien significó una influencia determinante para estos jóvenes poetas que, unos años más adelante, integrarían el movimiento surrealista. En 1919, Aragon, Breton y Soupault fundaron y dirigieron la revista Littérature, en cuyos primeros números se publicaron textos de André Gide, Paul Valéry, Jean Cocteau, Pierre Reverdy, Blaise Cendrars, Léon-Paul Fargue y Max Jacob. Ahí se dieron a conocer escritos de los mismos fundadores y de muchos otros jóvenes escritores, entre ellos Paul Morand, Drieu la Rochelle y Raymond Radiguet. Una de las funciones más importantes de la revista fue la recuperación de varios poetas, más o menos ignorados en la época, entre los que destacan Lautréamont, Rimbaud, Baudelaire, Alfred Jarry y Jacques Vaché, cuyas obras nutren directamente los primeros pasos del surrealismo. 6 Apollinaire es el primero en utilizar el término de “surréalisme”, en una carta que envía a Paul Dermée en marzo de 1917, para distinguir la búsqueda expresiva del esprit nouveau respecto del “surnaturalisme”, vocablo acuñado desde hacía tiempo en la filosofía. 13 Poco después, Breton y compañía entró en contacto con Tristan Tzara y Francis Picabia, creadores del dadaísmo, un movimiento anti-artístico y anti-literario que partía de un nihilismo irreverente, de la negación de todo valor establecido, de la afirmación de Dadá y, con él (ello o lo que sea), del sinsentido mismo. Los futuros surrealistas participaron con entusiasmo de las ideas de Tzara, pero, transcurrido un tiempo, dejaron de hacerlo “al darse cuenta de que el movimiento no había hecho otra cosa sino sustituir el callejón sin salida del arte oficial por el de la agitación estéril” (Nadeau: 41). Sin embargo, la etapa dadaísta desempeñó un papel preponderante para las tendencias revolucionarias del grupo de Littérature. Por esos mismos años, se divulgaron los descubrimientos de Sigmund Freud sobre el inconsciente humano y la influencia de los sueños en el estado de vigilia. Con esta aportación, el hombre tomaba consciencia de que el pensamiento racional estaba lejos de definirlo, y se descubría no sólo como un prisionero de la historia, de la sociedad y del lenguaje, sino como un prisionero de sí mismo, como un durmiente que creía vivir la vida cuando, en realidad, se conformaba con sólo una parte de ella. Este descubrimiento significaría a la postre el cimiento más importante para edificar el gran proyecto surrealista. Más tarde, la influencia de Littérature se confirmó con la adhesión de nuevos elementos como Max Ernst, Benjamin Péret, Robert Desnos, Francis Gérard, Pierre Naville, Mathias Lübeck, Roger Vitrac y André Masson. De esta manera, a medida que crecía la actividad del grupo, se volvió necesaria una organización nueva y más eficiente. En consecuencia, para 1924, Littérature desapareció y fue sustituida por La Révolution surréaliste, primera revista oficial del surrealismo. De igual modo, en el mes de junio del mismo año, apareció el primer Manifiesto surrealista, que define lo siguiente: Surrealismo: n. m. Automatismo psíquico puro por cuyo medio se intenta expresar, verbalmente, por escrito o de cualquier otro modo, el funcionamiento real del pensamiento. Dictado del pensamiento, en ausencia de cualquier control ejercido por la razón, al margen de toda preocupación estética o moral. Filosofía: El surrealismo descansa en la creencia en la realidad superior de ciertas formas de asociación descuidadas hasta ahora, en la omnipotencia del sueño, en el juego desinteresado del pensamiento. Tiende a arruinar definitivamente todos los demás mecanismos psíquicos y a sustituirlos en la resolución de los principales problemas de la vida (Breton: 44). Con estas palabras, el surrealismo se proclama como una cualidad intrínseca del hombre, se manifiesta en el automatismo puro de la actividad psíquica y se declara 14 independiente y autónomo de cualquier control ejercido por la razón. No se trata de una estética, de una poética ni de una nueva concepción de la moral, sino que apunta a un nuevo tipo de realismo, superior y decodificado por la omnipotencia del sueño y el juego desinteresado del pensamiento. Además, se pronuncia en contra de la lógica racional, afirmando que el surrealismo tiende a arruinar definitivamente todos los mecanismos psíquicos¸ sea cual sea el sistema epistemológico del que se desprendan. Al plantearse la resolución de los principales problemas de la vida, más allá de significar un concepto fijo, inmutable y autosuficiente en sí mismo, alude a una actitud del espíritu humano presente a lo largo de la historia de la humanidad. De hecho, éste es el rasgo que lo distingue de otros movimientos de vanguardia, pues el surrealismo se busca en un pasado mítico y pre-racional del hombre, y en su incesante influencia en las formas más recientes de la creación humana. El surrealismo, escribe Octavio Paz en Las Peras del Olmo, “no es una escuela […] ni una poética […], ni una religión o un partido político. El surrealismo es una actitud del espíritu humano. Acaso la más antigua y constante, la más poderosa y secreta” (138). Idea que se complementa bien con la de Maurice Nadeau al afirmar que “el comportamiento surrealista es eterno” (Nadeau: 7), pues éste no se encuentra en los libros o en las obras de sus autores –aunque allí se refleje—, sino en las pulsiones secretas que llevan al hombre a dichas empresas. Así pues, la surrealidad se halla en las asociaciones espontáneas de las cosas, en aquellos parajes de la mente donde la razón, la lógica y el discurso, sin importar su orden y naturaleza, no son más que simples pasajeros. Artaud y la Oficina de Investigaciones Surrealistas Después de la publicación del manifiesto, el impacto del surrealismo es innegable; sin embargo, la impresión general del público estriba entre una renovación estética y una rebelión más dentro del mundo de la literatura y de las artes. Para los surrealistas, el asunto es diferente pues lo que pretenden es una transformación total de la vida. De ahí que, hacia 1925, prevalezca la opinión de dar al movimiento un contenido más decisivo y de hacer de la revolución el estandarte de toda crítica emprendida por el grupo. Para este fin, Breton decidió crear el Bureau de Recherches Surréalistes (Oficina de Investigaciones Surrealistas), cuyo propósito principal era proveer al grupo de un espacio 15 de trabajo y un sitio para sus funciones públicas y editoriales . Se trató de una verdadera “central surrealista” donde se invitaba “a cuantos tenían algo que decir, algo que confesar, algo que crear, y que, atrapados en las redes de la vida corriente, no saben cómo liberarse del peso que les ahoga”. Las experiencias que allí se comunicaron engrandecieron el campo surrealista, ya que, además de compilarun acervo de sueños y experiencias extraordinarias de la vida cotidiana, sirvió como un auténtico “generador de nuevas energías” (Nadeau: 79). En Une vague de rêves, Louis Aragon relata que la Oficina ofrecía un espacio para las ideas inclasificables, cuyo cometido era la formación de un órgano vital para promulgar, según las mismas palabras de Aragon que Nadeau recuerda, “una nueva declaración de los derechos del hombre” (80). De esta manera, en un desplegado de prensa, Breton declara que la Central Surrealista se alimenta de la vida misma, que recibe a “todos los portadores de secretos: inventores, locos, revolucionarios, inadaptados o soñadores” y que “sus confidencias pasarán a formar parte de la materia prima de una nueva alquimia” (Loc. Cit.). El primer director de la Central, obviamente nombrado por Breton, sería Francis Gérard, aunque duraría menos de un año en el puesto. También es la época en que Artaud se sumó definitivamente al surrealismo. Desde la aparición de su primera obra, Tric-trac du ciel (1923), había llamado la atención de Breton y compañía, pero es gracias a la publicación de L’ombilic des limbes, Le Pèse-nerfs, y en especial la de su correspondencia con Jacques Rivière, que el movimiento lo buscó para integrarlo a sus filas. Breton observó en el problema de la inspiración, planteado por Artaud en aquellas cartas, una clara correspondencia con el automatismo psíquico que el surrealismo se proponía. En un principio, Artaud se resistió a formar parte de su proyecto, “trataron de atraerme al último de sus botes surrealistas –dice—, pero no. Soy demasiado surrealista para eso” (Polizzotti: 216). Pero, al final, luego de un breve coqueteo aceptó. En el fondo, la desesperación congénita de Artaud y su extrañeza ante el mundo se correspondían bien con la búsqueda surrealista y, varios años más tarde, confesó que el surrealismo llegó a su vida en una época en la que no encontraba “más salida que la locura y la muerte”; el surrealismo significó para él “esa esperanza virtual e inalcanzable, probablemente tan engañosa como cualquier otra, pero que [lo] empujaba a pesar de todo a intentarlo por última vez”. Por su lado, Breton recordaría este primer encuentro como un 16 especial “paisaje gótico” en que percibía un Artaud “atravesado por una tormenta eléctrica”, y “poseído por una especie de furia que no perdonaba institución humana” (Loc. Cit.). Una vez dentro del grupo, estas “cualidades” descritas por Breton, y en especial gracias a su entrega inmediata a las actividades del movimiento, definieron su nombramiento como nuevo director de la Oficina de Investigaciones Surrealistas. Instalado en su nuevo puesto, Artaud proporcionó una nueva base para los trabajos de la Central y su aportación fue decisiva para el desarrollo del surrealismo. De hecho, estuvo tan activo durante este periodo que para muchos, dentro y fuera del grupo, se convirtió en el verdadero líder del movimiento: “Artaud ha demostrado tener extraordinarias cualidades de líder –escribió Pierre Naville—. Ya le ha dado forma a varios proyectos y ciertamente se está haciendo cargo de todo” (Polizzotti: 230). Así, bajo su influencia, las publicaciones de La Révolution surréaliste se caracterizaron, como señaló André Breton, por un lenguaje “desnudado de todo ornamento”, “cortante y reluciente como un arma” (229). En La déclaration de janvier, 1925, texto escrito por Artaud y firmado por el resto de los integrantes del grupo, las tentativas surrealistas son sin duda más claras, más directas y violentas. “Le surréalisme –escribe en el segundo apartado—n’est pas un moyen d’expression nouveau ou plus facile, ni même une métaphysique de la poésie ; Il est un moyen de libération de l’esprit et de tout ce qui lui ressemble”; postulado mediante el cual Artaud dirigía el surrealismo hacia un nuevo tipo de misticismo cuyo impulso, según dice, proviene de una revolución desesperada: “Nous avons accolé le mot de surréalisme au mot de révolution pour montrer le caractère désintéressé, détaché, et même tout à fait désespéré, de cette révolution”. En esta vía, La déclaration concluye que, en primer lugar, el surrealismo pretende mostrar a los hombres “la fragilité de leurs pensées, et sur quelles assises mouvantes, sur quelles caves, ils ont fixé leurs tremblantes maisons”. En segundo término, y de una forma aún más sentenciosa y categórica: “Le surréalisme n’est pas une forme poétique. Il est un cri de l’esprit qui retourné vers lui-même est bien décidé à broyer désespérément ses entraves, et au besoin par des marteaux matériels” (Artaud, 1972b: 325 – 326). 17 Más tarde, en el tercer número de La Révolution surréaliste, dirigido y editado por Artaud mismo, impregnó todavía más al movimiento de su tono particular, haciendo énfasis en la destrucción de la lógica y en la rebelión interior contra toda institución establecida. En À table, uno de los textos incluidos en el número, ya se advertía la amenaza: “Gare à vos logiques, Messieurs, gare à vos logiques, vous ne savez pas jusqu’où notre haine de la logique peut nous mener” (328). Y, en Lettre aux recteurs des universités européennes, lanza una de las nuevas máximas del surrealismo: “Assez de jeux de langue, d’artifices de syntaxe, de jongleries de formules, il y a à trouver maintenant la grande Loi du cœur, la Loi qui ne soit pas une loi, une prison, mais un guide pour l’Esprit perdu dans son propre labyrinthe”. De esta manera, desde la trinchera surrealista, Artaud vaticinaba que Europa se momificaba en los límites de sus fronteras, de sus fábricas, de sus tribunales y de sus universidades, y culpaba a los sistemas enmohecidos de lógica occidental y su cerrada red de silogismos (335 – 336). El tono de estos textos es definitivo, claramente dirigido contra la estructura dominante de pensamiento, y con el fin de provocar a las instituciones encargadas de regularlo y reglamentarlo. Así, el surrealismo cobra una fuerza inusitada, inquietante, porque rebasa el campo de la poesía y de la estética, aspirando a colocarse sobre todos los sistemas e ideologías y proponiéndose arrasar con las instituciones, los valores y el pensamiento oficiales. Pero, sobre todo, porque hace de la revolución surrealista un misticismo revolucionario. En su informe sobre L’activité du Bureau de Recherches Surréalistes, Artaud declaraba que el objetivo principal de la Central bajo su mando consistía en encontrar “des moyens d’investigation surréaliste au sein de la pensé surréaliste”, proclama hermética que, aun si se proponía encontrar un método de exploración independiente de la fe y de la razón, hacía parecer al movimiento como una doctrina mística y netamente espiritual: “On peut, on doit admettre jusqu’à un certain point une mystique surréaliste, un certain ordre de croyances évasives par rapport à la raison ordinaire, mais toutefois bien déterminées, touchant à des points bien fixés de l’esprit”. Y, más adelante, definía al movimiento como un “état d’esprit” que no necesita recetas y que se interesa ante todo por una búsqueda de la pureza y por una independencia plena. Lo que Artaud reclamaba era la libertad interior del surrealismo y, en nombre de ella, 18 arremetía contra un “monde livré à la desséchante raison”, contra el “mimétisme embourbé des siècles” y sus “répertoires de préceptes où il ne se peut plus que le surréel esprit n’explose” (345 – 346). Estas declaraciones, en un principio aceptadas por el movimiento en general, fueron provocando cierta desconfianza y recelo en Breton y sus allegados, quienes no tardaron mucho en llevar a juicio el pensamiento de Antonin Artaud. Ruptura y revolución Aunque el surrealismo encontró en la aportación de Artaud la claridad de expresión y la violencia revolucionaria que buscaba, el sentido de éstas no fue el imaginado.Artaud dirigía el movimiento a su manera, insistiendo en los temas que, según él, eran los más importantes. Por otro lado, la consolidación de la revolución marxista-leninista en Rusia, y su influencia cada vez mayor en los medios intelectuales franceses, ejercía una presión constante para una definición política e ideológica del movimiento. Hacia 1926, el contacto creciente con la revista Clarté, de filiación comunista, y las críticas de Pierre Naville, plantearon la cuestión de una actividad sociopolítica que ocasionó un ambiente tenso al interior del grupo. Una tensión que no podía evitarse, más aún si recordamos que el surrealismo no pretendía ser una doctrina, mucho menos una ideología, y que había sido integrado por escritores, poetas y artistas muy diferentes entre sí. Al principio, cada uno mantuvo su posición frente a la revolución marxista, sin por ello llegar a una separación radical al interior del grupo. Naville sostenía que la revolución de los hechos precede a la del espíritu, Breton que una es inseparable de la otra, y Artaud que la del espíritu determina la de los hechos. De las tres posturas, se desechó de inmediato la tercera que unos meses antes estaba al frente de las tentativas surrealistas. Se seguía aceptando, sin embargo, la premisa artaudiana de que “le fait d’une révolution surréaliste dans les choses est applicable à tous les états de l’esprit, à tous les genres d’activité humaine” (344), pero se negó la subordinación del mundo exterior al mundo espiritual. Lo que se pretendía era una revolución simultánea, que concerniera al mismo grado el estado exterior del mundo, su dirección social y política, y los fenómenos interiores del espíritu humano. 19 Por ello, las proclamas de Artaud comenzaron a ser sospechosas. En sus cartas abiertas a las escuelas de Buda, al Papa y al Dalai Lama, Breton no tardó en observar una tendencia al “delirio religioso” (Artaud, 2005: 117). Si Artaud insiste en que la revolución surrealista está conducida a una “dévalorisation générale des valeurs”, a la “déminéralisation de l’évidence”, y al “dénivellement de la pensée” (Artaud, 1972b: 344), Breton responde: “Transformar el mundo, ha dicho Marx; cambiar la vida, ha dicho Rimbaud; para nosotros, surrealistas, esas dos palabras de orden son una sola” (Los surrealistas en México, 106). Ambos puntos de vista no se excluyen mutuamente, pero, en aquél momento, Breton decidió que lo más urgente era concretar la revolución surrealista y, para tal objetivo, el comunismo parecía ser un camino adecuado para la materialización revolucionaria, cuyo impacto fuera innegable en el campo inmediato de la realidad. Así pues, a finales de 1926, Breton y compañía organizaron una reunión en el café Le Prophète, con el fin de concertar el rumbo que habría de tomar la nave surrealista. Allí se determinó la afiliación al Partido Comunista Francés y la exclusión de Antonin Artaud y Philippe Soupault. Y, a partir de este momento, la revolución surrealista se transformaba en el surrealismo al servicio de la revolución. Para muchos –o más bien para Breton y sus seguidores—obtener el apoyo del partido “suponía romper con los hombres de letras de una manera más decisiva que jugando a los bárbaros de la cultura” (Dupuis: 35). Situación que permitiría al surrealismo rebasar el callejón sin salida, que ya había provocado su ruptura con el dadaísmo, de una paradójica rebelión anti-literaria y anti-artística irrealizable más allá de la literatura y de las artes. Ahora bien, en un panfleto difundido en enero de 1927, apareció un texto intitulado A plena luz, firmado por Breton, Aragon, Éluard. Péret y Unik, que hacía oficiales las decisiones tomadas un par de meses antes. La razón principal para dicho rompimiento era “el evidente contrasentido que […] implica la prosecución aislada de la estúpida aventura literaria”. Pero, como deja traslucir el texto, toda diferencia proviene de la idea de revolución que debía abrazar el grupo, pues, dejando de lado la literatura, lo fundamental era definir la acción revolucionaria dentro de los límites reales y no imaginarios. Y para tal fin, según las palabras de Breton y compañía, aun si no todos los surrealistas daban su visto bueno a la afiliación comunista, ninguno de ellos “se hizo cargo de negar la gran 20 concordancia de aspiraciones” entre el partido político y el surrealismo (Artaud, 2005: 116 – 117). Soupault no negó esta gran concordancia, pero tampoco la aceptó, por eso se decidió por la lucha literaria y, aunque la desaprobación del movimiento es evidente, su excomunión del surrealismo se da, por así decirlo, de una manera respetuosa. Artaud no sale tan bien parado como él, y las imprecaciones en su contra son tan agresivas como lo habían sido los textos que escribió para el movimiento. Breton y los demás no dudan en afirmar que Artaud obedecía a “los móviles más bajos”, alegando que “una verdadera bestialidad lo animaba”. Pero, lo que les indigna ante todo es que no viera en “la Revolución otra cosa que una metamorfosis de las condiciones interiores del alma”, característica de los “débiles mentales, de los impotentes y los cobardes”, y concluyen el panfleto reiterando: “Hoy hemos vomitado a ese canalla” (118). Duras palabras que decidieron tanto el rumbo del surrealismo como el de Antonin Artaud, quien, a pesar de la embestida, respondió pronto con otro texto, En tinieblas o el Bluff surrealista, donde de modo más directo, igual de virulento y no tan insultante, expondría su punto de vista. Para empezar, Artaud se defiende señalando que él no entiende el alma en un “sentido infecto” y que, “desde el punto de vista de lo absoluto”, no tiene la menor importancia ver pasar el poder de las manos de la burguesía a las del proletariado (121). El rompimiento es claro. Para Breton y el resto del grupo era el momento de dar a la lucha surrealista una dimensión sociopolítica de la mano del comunismo; en cambio, para Artaud, una verdadera revolución no podía darse si no era desde el punto de vista de lo absoluto. Un punto de vista, por cierto, posible de elucidar sólo a partir de la aprehe nsión espiritual en el individuo, en su “ser profundo”, por ello Artaud se niega rotundamente a encomendar a otro “la preocupación de determinar [sus] límites” y exige la libertad de ser “dueño de [su] propia acción” (Loc. Cit.). Expresado de esta forma, Artaud explica porqué la cuestión de afiliar la revolución surrealista al partido comunista no debía siquiera plantearse. En su opinión, el surrealismo consiste en la liberación total del espíritu humano y la revolución debe conducir a ella, por eso no puede asimilarse a una ideología que la subordina al materialismo histórico y a la lucha de clases. “¿Qué me hace a mí toda la Revolución del mundo –dice—si voy a 21 permanecer eternamente doloroso y miserable en el seno de mi propio osario? Para mí, el punto de vista de la Revolución integral es precisamente que cada hombre no quiera considerar nada más allá de su sensibilidad profunda, de su yo íntimo” (122). De esta forma, el derecho de réplica de Artaud lo reivindicaba en cierto sentido y, de paso, asentaría una fuerte y acertada crítica al nuevo rumbo del movimiento: Pero ¿no ven acaso que, cuando experimentan la necesidad de romper su desarrollo interno, su verdadero desarrollo, para sostenerlo mediante una adhesión de principio o de hecho al Partido Comunista Francés, lo que hacen es revelar la inanidad del propio movimiento surrealista, del surrealismo intacto de toda contaminación? ¿Era eso entonces ese movimiento de rebelión, ese incendio en la base de toda realidad? (Loc. Cit.). Con estos cuestionamientos, Artaud hacía evidente que la adhesión al comunismo implicaba una seria contradicción en la lucha contra la lógica y el discurso establecido, premisaabrazada en un principio por la revolución surrealista. De ahí su negativa a que el despliegue lógico del movimiento lo haya conducido a la revolución marxista. Asimismo, asentaría el lugar preponderante que asignaba al desarrollo interno, ya sea del surrealismo o de sí mismo, que debía mantener a toda costa su pureza e independencia. De esta forma, la querella entre Breton y Artaud muestra bien la complejidad y el carácter vital del surrealismo, pero también pone de manifiesto el camino sin salida en el que ambos, a pesar de todo, se aventuraban. En resumen, el impase surrealista consiste en elegir uno de dos caminos aparentes: el primero lleva a la preservación de una actitud anárquica, independiente de cualquier ideología, pero que anularía sus tentativas revolucionarias; pues la interpretación surrealista del espíritu –la omnipotencia del inconsciente y la superioridad onírica respecto de la vida ordinaria—constituye en sí misma una ideología y una doctrina que, para ser verdadera, de la misma manera que un discurso místico o religioso, necesita de la fe y la aceptación incondicional de sus postulados. El segundo camino conduce a un compromiso resuelto por la vía social y política, teorizada y aplicada por la revolución marxista, pero que supone la subordinación del espíritu humano a la lucha de clases como verdad social e individual del hombre. En estas circunstancias, entre ataques y contraataques, la ruptura de Artaud con el surrealismo se consuma por el momento. No obstante, tanto el uno como el otro se buscan en sus propias contradicciones. El surrealismo no deja de ser surreal por ponerse al servicio 22 del comunismo, ni Artaud abandona la revolución surrealista por negarse a otra lógica que no sea el hermetismo de su propio espíritu. A fin de cuentas, ambos buscaban crear un hombre nuevo y, en esta ruta, lo que cuenta hasta nuestros días es que la aventura surrealista abrió un camino fuera del pensamiento establecido. Y, a su vez, la búsqueda de Artaud se internó en una vía que hace de la poesía y de la existencia humana un mismo estilo de investigación y de vida. 2) El teatro y la peste La experiencia teatral de Artaud es inherente a su aprehensión poética del mundo, antecede y precede a su etapa surrealista y se alimenta de ella para clarificar las luces que arroja en El teatro y su doble. Desde su llegada a Paris, en marzo de 1920, muestra su interés por el teatro y, al año siguiente, debuta como actor bajo la dirección de Lugné-Poe. Poco después, Artaud se convertirá en una de las figuras fundamentales del Théâtre de l’Atelier, comandado por Charles Dullin. A esta actividad se suma una intensa participación cinematográfica, en filmes de Maurice Tourneur, Carl Dreyer y Abel Gance entre otros. Pero, la decisiva intervención de Artaud en el arte dramático comienza una vez que fuera expulsado del surrealismo, en 1927, cuando funda el Teatro Alfred Jarry al lado de Roger Vitrac, también excomulgado del grupo. El primer manifiesto parte del mismo escollo que evidenciaron los movimientos de vanguardia: la crisis y la muy poca credibilidad en las formas artísticas establecidas. También se repite y se traslada aquella obsesión de una pureza original, primero en una mística surrealista, y ahora en la búsqueda de “un théâtre absolutament pur” (Artaud, 1970: 19). Lo que Artaud reclama es el conformismo representacional del teatro de su época y, en respuesta, busca una “réalité véritable” –a la manera surrealista—dentro de la puesta en escena. Para tal objetivo, es necesario hacer de cada espectáculo un acontecimiento único e irrepetible. “La formation d’une réalité, l’irruption inédite d’un monde”, éste es el objetivo que se propone el Teatro Alfred Jarry. Ofrecer un mundo efímero pero verdadero, rechazando la imitación de la vida de los hombres en favor del desencadenamiento de las fuerzas mismas de su existencia. Mostrar, sacudir, contrariar la mente y los sentidos del espectador, no representar un suceso bajo la premisa de la verosimilitud. 23 Se trata, entonces, de un teatro a contrapelo, contrario a toda representación solaz de una idea de vida, y que persigue el “dynamisme intérieur” de un espectáculo dirigido a perturbar las pretendidas certezas del espectador; pues este dinamismo está “en relation directe avec les angoisses et les préoccupations de toute sa vie”, y demanda de él que asista al teatro en busca de “une opération véritable”, como la que se obtiene cuando uno visita a un cirujano o a un dentista (20 – 22). “Le Théâtre Alfred Jarry –dice Artaud en 1928—s’adresse à tous ceux qui ne voient pas dans le théâtre un but mais un moyen”, un medio para romper con la idea tradicional de representación y puesta en escena, y para acceder a “la fascination magnétique des rêves” (30 – 34). Así, el teatro pretendía anclarse directamente en el espíritu de los espectadores, arrancándolos de una cotidianidad adormecedora. En este afán, los textos en torno del proyecto hablan de ciertos efectos de iluminación, acompañados de la fuerza y el azar en la entonación de los actores, ya que éstos no se apegarían solamente al texto escrito y memorizado, sino que gozarían de libertad para la improvisación. La intención era crear un nuevo tipo de personaje teatral, considerado como el signo visible de un lenguaje invisible o secreto. Sin embargo, Artaud y Vitrac se enfrentaron a una serie de problemas que impidieron la materialización fiel de sus ideas. Para empezar, los costos económicos para montar un espectáculo de esta naturaleza eran considerables y nunca fueron satisfechos; situación que derivó en un débil reflejo sobre el escenario de los objetivos expuestos en los manifiestos. A esto se le sumó la hostilidad de la crítica que, aun afirmando lo interesante del proyecto, se complacía en señalar el carácter incomprensible de las puestas en escena y la falta del espíritu de Ubu Roi en el así pretendido Teatro Alfred Jarry (66 – 70). Además, el escándalo también formó parte de los invitados. En efecto, la presentación del tercer acto de Partage de Midi, escrita por Paul Claudel –entonces embajador de Francia en Estados Unidos—, sin la autorización del autor, acarreó a la compañía recién formada serios problemas para la realización de las piezas siguientes. Pero el colmo llegó con el montaje de Le Songe, de August Strinberg, pues, para llevarlo a cabo, Artaud solicitó el apoyo económico del gobierno de Suecia, cuyos representantes ocuparon las primeras filas en el Théâtre de l’Avenue. Esto molestó gravemente a los surrealistas, entre ellos André Breton, quienes veían en la intervención de 24 la monarquía sueca una provocación terrible, de acuerdo con su reciente afiliación comunista, suficiente para boicotear de manera enérgica el espectáculo. Desesperado, Artaud hizo intervenir a la policía y la sesión del Teatro Alfred Jarry terminó en medio de gritos, insultos y empujones. El último espectáculo del proyecto fue presentado en 1929, cuando se montó Victor ou les Enfants au pouvoir, pieza escrita por Vitrac. Para 1930, sin haber gozado jamás de una plena aceptación del público ni de la benevolencia de la crítica, Artaud anunciaba el fracaso de su primera tentativa de revolución dramatúrgica7. El Teatro de la Crueldad Dos años más tarde, en 1932, apareció un artículo en el diario Paris-Soir, intitulado Le théâtre que je vais fonder (35 – 37), donde se anunciaba un nuevo proyecto dramatúrgico con el apoyo de la Nouvelle Revue Française. Poco a poco, Artaud fue expresando mejor sus ideas y alcanzó su punto más lúcido con la formulación del Teatro de la Crueldad. En ella, su concepción de un nuevo lenguaje teatral aparece más definida y por demás sugestiva. A saber, un lenguaje nuevo, o el redescubrimiento del lenguaje concreto, físico, que al separarse de lapalabra y del texto escrito revela el espacio material propio de la escena teatral. La puesta en escena, tradicionalmente relegada a un mero decorado, subordinada al diálogo de los personajes, al lenguaje hablado, dramatizado, como referente y principal productor de sentido, aparece ahora como un espacio materialmente desaprovechado capaz de subvertir la percepción del espectador. Se trataba de presentar físicamente los engranes metafísicos que mueven, más allá de la psicología humana, la realidad profunda y ontológica de su existencia. El teatro, para Artaud, no podía ser el doble de la vida en tanto una imitación mimética, aristotélica, de la realidad ordinaria. Al contrario, debía hacer visibles las fuerzas ocultas, los atavismos profundos, remontando los pliegues de sentido que dan consistencia a esa cierta ilusión de realidad en la que el hombre vive, como un actor se desenvuelve 7 Dos textos de la época dejan testimonio de esta nueva desilusión: Manifeste pour un théâtre avorté y Le Théâtre Alfred Jarry et l’hostilité publique. Ambos incluidos en el tomo II de las Œuvres Complètes, pp. 28 – 33 y 49 – 63 respectivamente. 25 sobre el escenario. Así, la puesta en escena cobra su valor autónomo, autosuficiente con respecto al texto, al diálogo y a la palabra escrita, y adquiere el derecho a explotar el espacio físico que significa la corporalidad misma mediante la cual el teatro transmite o comunica. Sin embargo, esta idea de teatro no viene de la nada. Su rechazo de los esquemas tradicionales de la cultura occidental se nutre directamente del dadaísmo y del surrealismo, y puede rastrearse en el anarquismo teórico de mediados del siglo XIX. Su formulación de la puesta en escena encuentra un antecedente en Alfred Jarry y el teatro simbolista, que ya habían trazado la línea a seguir del teatro como espectáculo total (Innes: 27 – 34). Lo invaluable en Artaud es que él es el primero en dirigir la mirada a culturas diferentes de la occidental, en cuyos ritos y representaciones encuentra elementos puros de la vida, es decir, a salvo de los lineamientos y protocolos europeos. Prueba de esto último es la fascinación que manifiesta por el teatro balinés8. Su principal preocupación consistía en ampliar las fronteras habituales de la realidad humana, lo que vuelve necesaria la emancipación del teatro respecto de la literatura dramática, ya que el texto escrito aprisiona la acción dentro de los límites de la palabra y, en consecuencia, hace del actor un autómata incapaz de aprovechar el espacio para expresar y liberar su espíritu. De este modo, aparecería un lenguaje físico consistente en todo aquello que puede manifestarse y expresarse materialmente sobre la escena. Se trata de conmover los sentidos del espectador antes de dirigirse a su entendimiento, con la intención de crear sobre el escenario una metafísica activa que mostrara los atavismos psicológicos que hacen del hombre un prisionero del mundo, de la historia y de sí mismo. Se habla, pues, de un “langage dans l’espace et en mouvement” (Artaud, 2009: 68), que despierta al espectador ante las fuerzas metafísicas de la vida y de lo humano como una unidad de dos caras. En pos de este despertar de la consciencia, de esta nueva especie de iniciación ritual, Artaud también habla de objetos de diez metros de alto que perturben la perspectiva lógica de los asistentes. Habla de la utilización de extraños instrumentos musicales, antiguos o inventados, con el fin de producir una música inquietantemente coherente con la pieza en acción, que debía estimular la sensibilidad del público como una especie de descarga 8 Véase “Sur le théâtre Balinais”, en Artaud, Le théâtre et son double, 81 – 103. 26 eléctrica. Insiste en el uso de la iluminación como un primer soplo de este lenguaje concreto, capaz de traducir sentimientos no interpelados por la palabra y que podrían expresar aquellos lugares que el lenguaje hablado apenas roza. Todo esto sucedería alrededor del espectador, pues la jerarquización habitual del público, abajo, y del escenario, arriba y frente a él, en el Teatro de la Crueldad estaría abolida. En esta propuesta, el público se encuentra en el centro de la sala y la acción se desarrolla en todas direcciones; los asientos son móviles y giratorios, permitiendo moverse por todos lados. Nos referimos a una concepción dinámica del teatro, a una idea llena de libertad y de liberación que buscaba imponerse sobre la verdad pretendida de un teatro tan clásico como esclerótico, y que convertía, según Artaud, a la puesta en escena, a los actores y al público en estatuas tan rígidas como inexpresivas. “Une vraie pièce de théâtre –dice— bouscule le repos des sens, libère l’inconscient comprimé” (40). En suma, Artaud proponía un teatro entendido como poesía en el espacio, independiente del lenguaje articulado, cuya puesta en escena fuera la identidad metafísica de lo concreto y lo abstracto, la puesta en acción de una sensibilidad en pleno movimiento. Ahora bien, esta concepción vital y dinámica exige que el teatro se eleve a una idea muy alta de realidad, una idea cósmica y religiosa, pues el arte debía revelar a la vida de la misma manera en que un místico desgarra el velo de maya9. Así, el teatro debía trascender el mundo de las apariencias, transportando el cuerpo y el espíritu a través de un espectáculo capaz de producir un estado de trance y éxtasis en los espectadores: “Je propose d’en revenir par le théâtre à une idée de la connaissance physique des images et des moyens de provoquer des transes” (125); “une ascension est un déchirement” (161). Y es en este punto donde la crueldad y la magia entran en juego. La magia, según Artaud, reside en la actividad nerviosa y en el magnetismo humano10. No es una facultad sobrenatural, sino el ejercicio puro de la naturaleza en el hombre y el medio que lo rodea. En el Teatro de la Crueldad, esta magia debía desplegarse 9 Este concepto proviene de la filosofía hindú y creemos que en cierto sentido tiene que ver mucho con la búsqueda artaudiana. El velo de maya es este mundo visible donde actuamos y que tomamos como el cuerpo y la consistencia de lo real. Pero éste no es la realidad verdadera, absoluta, pues ésta ha sido vedada al entendimiento, y el mundo, tal y como lo conocemos, es una ilusión mantenida por todas las construcciones del pensamiento humano. Este término sería fundamental para Arthur Schopenhauer y está íntimamente ligado con El mundo como voluntad y representación, donde, precisamente, la voluntad de representación constituye el mundo visible, pero de ningún modo la realidad absoluta. 10 En el tercer capítulo haremos una revisión más extensa de este tema en la vida y obra de Artaud. 27 en la puesta en escena, pues gracias a ella se toma consciencia del espacio –de la poesía en el espacio—permitiendo a los actores y al público participar del flujo entre el vacío y lo lleno, entre el soplo masculino y el femenino, entre el Yin y el Yang11, es decir, entre lo concreto y lo abstracto: “pour moi le théâtre est acte et émanation perpétuelle, qu’il n’y a en lui rien de figé, que je l’assimile à un acte vrai, donc vivant, donc magique” (177). “L’esprit croit ce qu’il voit et fait ce qu’il croit: c’est le secret de la fascination” (39). Pero esta magia, esta alquimia del teatro, no es posible para Artaud sin cierto grado de crueldad. Y la crueldad es entendida por él “dans le sens d’appétit de vie, de rigueur cosmique et de nécessité implacable”. Desde el punto de vista del espíritu, significa rigor, aplicación inexorable, determinación irreversible, absoluta y sobre todo lúcida: “C’est la conscience quidonne à l’exercice de tout acte sa couleur de sang, sa nuance cruelle , puisqu’il est entendu que la vie c’est toujours la mort de quelqu’un” (158 – 159). Así, la crueldad es inherente a la vida, en un sentido cósmico de necesidad y de diferencia. En el teatro, vehicular esta ley a la consciencia implica montar un espectáculo riguroso con el propósito de desgarrar, de perturbar y sacudir una sensibilidad anestesiada. Es en este límite de una cruel necesidad de diferencia en la vida, y de la consciencia de esta necesidad, donde la puesta en escena artaudiana intenta crear la imagen física de las pulsiones esenciales del espíritu, exteriorizando el inconsciente humano y transmitir de este modo al espectador una revelación profunda, total y delirante de la realidad. “Il est certain que nous avons besoin avant tout d’un théâtre qui nous réveille: nerfs et cœur” (131). Se debía ofrecer, entonces, más que un espectáculo, un delirio al espíritu para exaltar su fuerza, por ello se volvía necesario romper con el lenguaje articulado. “Briser le langage pour toucher la vie” (19) es quizá la máxima capital del Teatro de la Crueldad. Buscar un lenguaje dirigido a los sentidos, no al intelecto, que ofrezca una abstracción física para remontar de algún modo aquella arbitrariedad en el lenguaje de la que habló Saussure. Se trata de agitar los sentidos para romper la acústica habitual de las palabras, y así reencontrar, como un fuego encendido de repente, la imagen original disimulada bajo los estratos de significación ordinaria. De ahí el sentido mágico que Artaud atribuye a la palabra, pues ésta es, en su sentido original y más puro, revelación y creación. 11 Véase “Un atletismo afectivo”, en Ibíd., 199 – 211. 28 Por eso el teatro debe desplegar un vitalismo que revele el vacío sobre el que se apoya todo lenguaje conceptual. Artaud –al igual que Nietzsche en su momento—buscaba acabar con el concepto imitativo del arte. Quiso igualar el teatro a la vida, no en su sentido individual en el que los caracteres teatrales representan al hombre, sino en la vía de una energía vital liberada, que arrasa la individualidad humana y la arroja a la condición de un mero reflejo (Derrida, 1989: 320). Un reflejo (el doble) de una fuerza –o una realidad—más allá del hombre y su entorno ordinario. La peste Le théâtre et la peste es el segundo texto que aparece en El teatro y su doble. Fue escrito en 1933 para una conferencia en la Sorbona y publicado por primera vez en la NRF en octubre del año siguiente. Establece una analogía entre las posibilidades del teatro y las de la plaga, de capital importancia por la síntesis que ofrece de la visión artaudiana en torno de lo que debería ser el arte dramático. Aquí pone en juego sus ideas acerca de la enfermedad, la vida y la búsqueda de una curación efectiva –y afectiva—del espíritu humano. Para empezar, Artaud parte de la firme creencia de que el teatro ha sido desligado de la vida, que ya no ofrece ningún espectáculo con influencia directa sobre la actualidad y que debe regresar a su origen sagrado para recuperar su antigua pureza. Pero ¿cómo hacerlo si la sociedad no parece buscar reflexión alguna sobre sus hábitos, el sistema que ellos fundamenta ni sobre la urgencia de recobrar un origen perdido? Vale la pena recordar en este punto que Europa, durante los años veinte y treinta del siglo XX, experimentaba la ascensión política de discursos fascistas y totalitarios que más tarde desembocarían en la Segunda Guerra Mundial. Artaud percibió muy bien el grado de alienación que conducía a este nuevo desgarramiento. Y esto, aunado a la enfermedad nerviosa y al padecimiento físico que no dejaban de azotarlo, lo llevó a la afirmación de una epidemia espiritual y colectiva que infectaba todos los niveles de la sociedad y del arte. De ahí su negación enérgica de una poesía desarraigada de la vida y que rechazara con desesperación un teatro anclado en la psicología humana, dejando de lado las fuerzas irracionales y subconscientes como motor secreto de la actividad mental y emocional del hombre. 29 Para él estaba claro, había que despertar la consciencia y la sensibilidad humanas largo tiempo sedadas por la sola expectativa material de la vida. Y había que hacerlo, como vimos, bajo la égida de una crueldad cósmica que fustigara el cuerpo y el espíritu al mismo tiempo, con la misma efectividad y la misma irracionalidad con que la peste había arrasado pueblos y naciones enteras. El espíritu del hombre tenía que ser liberado y salvado de sí mismo y, una vez la nave surrealista en el naufragio, Artaud vio en el teatro y sus posibilidades no exploradas una clara oportunidad para esta tentativa. En este sentido, la analogía entre el teatro y la epidemia resulta muy eficaz, pues el espacio donde la peste actúa, se reproduce y alcanza su mortandad más efectiva, es el cuerpo humano. Allí explotan sus bubones “comme les volcans ont leurs points d’élection sur la terre” (Artaud, 2009: 28). El teatro de Artaud, por su parte, se apoya en las posibilidades físicas de la puesta en escena, así como en la corporalidad misma de los actores como un medio para quebrar el lenguaje articulado, pues el lenguaje, como ya lo había descubierto el surrealismo, también conduce a la alienación mediante su segmentación conceptual. Así, hay dos aspectos de la peste que inquietan a Artaud en particular: el primero es el hecho de que cierto tipo de la plaga mata sin destruir los órganos, pues las erupciones cutáneas son exteriores, mientras que, en el interior del organismo, a no ser por una sustancia oscura y viscosa que inunda los fluidos, los órganos vitales quedan intactos. El segundo aspecto es a nivel colectivo y resulta igual de inquietante: “Sous l’action du fléau, les cadres de la société se liquéfient. L’ordre tombe. Il assiste à toutes les déroutes de la morale, à toutes les débâcles de la psychologie” (21). Con esto, la peste significa una puesta en crisis de los valores y de los hábitos de la sociedad, así como del orden establecido. Muestra el grado de absurdo que puede haber en lo que se considera normal y hasta necesario; demuestra el desfase orgánico de la organización oficial, pues, en medio de una epidemia de esta índole, las cosas parecen tomar su valor verdadero: los precios de los alimentos se elevan más allá de los bienes materiales, el trabajo y la educación se hacen añicos frente a las familias separadas por la enfermedad y la muerte, la razón se abisma ante la fuerza de la desesperación y de los sentimientos. La naturaleza aparece con toda su furia irracional mostrando la justa dimensión de la pretensión humana. 30 Varios años más tarde, en la misma vía del camino anunciado por Artaud, Albert Camus también reflexionaría sobre la peste para hacer hincapié en que, a fin de cuentas, el hombre no tiene control sobre nada, pues la irracionalidad de la vida es inevitable. En su novela, escrita y publicada en 1947, muestra cómo la epidemia genera un estado de sitio que suprime la libertad de sus habitantes con el fin de protegerlos. Poco a poco, la enfermedad va manifestando su carácter físicamente abstracto, ya que, a pesar de exterminar a la población, lo hace sin responder a ningún patrón establecido por la razón humana. Esto genera una confusión total en los personajes, llevándolos a cuestionar el sistema establecido y, posteriormente, incluso a dudar de la naturalidad de sus hábitos y de la veracidad de sus preocupaciones. Así, la peste termina siendo benéfica, pues parece mostrar, bajo el brillo oscuro de la muerte, lo que en realidad importa de la vida. “La plaga no está hecha a la medida del hombre, por lo tanto el hombre se dice que la plaga es irreal, es un mal sueño que tiene que pasar” (Camus: 35),éste es el vértigo que corta de tajo el dogma de la razón y la realidad que prefigura. La razón ya no puede sostener ningún orden posible, cae por su propio peso y se manifiesta en su calidad de una abstracción más del pensamiento humano. “Diagnosticar la fiebre epidémica significaba aislar rápidamente al enfermo. Entonces empezaba la abstracción […], pues la familia del enfermo sabía que no volvería a verle más que curado o muerto” (74). Desde su época surrealista, Artaud ya había diagnosticado a la razón y su lógica como la enfermedad que carcome a la civilización europea. Ya que la peste, como el orden establecido, induce una plaga silenciosa y un mal psíquico que empieza por convencer de una salud inobjetable. “La peste entra en vuestra casa, se sienta en vuestro cuarto y espera vuestro regreso. Está allí paciente y atenta, segura como el orden mismo del mundo” (76). Pero la plaga, en el teatro de Artaud, existe para ser superada y abre la ruta de una búsqueda para la curación y la purificación de Occidente. El espacio físico y tangible de la puesta en escena ofrece, como en ninguna otra de las expresiones artísticas, la posibilidad de desencadenar un delirio muy parecido al que propagaba la peste, y mediante el cual el hombre tomaba consciencia de su pequeño y prescindible papel frente a las fuerzas de creación y destrucción del universo. “En las inmensas trojes del universo –dice Camus en la voz del padre Paneloux—el azote implacable apaleará el trigo humano hasta que el grano sea separado de la paja” (79). 31 Implacable azote que antes de curar subleva ante todo orden y sistema posible, pues la epidemia sobrepasa toda medida preconcebida y, para atacarla primero y erradicarla después, vuelve necesario que el hombre se rebele y se eleve sobre sí mismo. De igual manera, según Artaud, el teatro debía elevarse a una idea muy alta de realidad. Una idea que renunciaba al maniqueísmo y al pensamiento dualista de la razón, que subvertía lo físico y lo metafísico en la puesta en escena para mostrar de qué modo las contradicciones aparentes expresaban un movimiento esencial del universo y, por extensión, de la naturaleza y de la humanidad. Tanto Camus como Artaud piensan la peste en la vía de un pesimismo activo, donde el advenimiento de la fatalidad purifica de los falsos prejuicios al corazón del humano, para restablecer, al fin, los lazos que unen hombre y naturaleza mostrando el vacío de donde la humanidad ha emergido. Curiosa contradicción la de la plaga, que al matar muestra la verdadera dimensión de la vida. Según Artaud, el universo se expresa plenamente en estas contradicciones. Es, como vimos, una ley de crueldad cósmica que hace vivir a unos y morir a otros, una comunión permanente de contrarios: la necesidad insaciable de destrucción para la creación y la cara de la muerte en el reverso mismo de la vida. Al final, mezclando inextricablemente lo abstracto y lo concreto, el Teatro de la Crueldad tiene por objeto la producción de una nota única, una especie de sustancia purificada, medicinal, que conceda al hombre –apestado de modernidad—la curación que necesita para liberarse de los conflictos. Una resolución de una innegable profundidad poética que, como Jerzy Grotowsky ha dicho, hace aparecer a Artaud más como un poeta y menos como un teórico del teatro, pues dejó visiones y metáforas principalmente, en vez de una metodología o una técnica teatral realizable (en Artaud, 1972d: 7 – 18). Así, los textos reunidos en El teatro y su doble, sin demeritar su innegable influencia en las formas de hacer y comprender el teatro contemporáneo, aparecen como una elucidación en el plano físico de una revelación interior. Artaud habla del teatro de una forma muy parecida a la que Rimbaud utilizó para hablar de la poesía, ya que el mundo cotidiano aparece como el pálido reflejo de una realidad superior, y el hombre se desgarra entre un nivel ordinario y otro más elevado y verdadero. Sin duda, su búsqueda dramatúrgica se corresponde muy de cerca a esa otra búsqueda que ya había emprendido desde su época surrealista: la búsqueda desesperada de sí mismo. 32 3) Cultura y civilización Ahora bien, la revisión de las tentativas revolucionarias de Artaud, tanto en el surrealismo como en el teatro, conduce necesariamente a sus embestidas contra la idea occidental de cultura y civilización, que subyace y origina –en un sentido al menos—la desesperación del poeta francés. La liberación del espíritu humano ante sus ataduras racionales, lógicas y conceptuales, así como el intento de regresar al teatro su pureza original, son dos aspectos de una misma búsqueda: la de un remedio contra la descomposición de Occidente, y la de nuevas alternativas para revitalizar la cultura y una forma de civilización que, según él, negaban o suprimían al espíritu humano en aras de una visión materialista de la vida. Y esto sin olvidar el propio desasosiego físico y ontológico en Artaud. Por eso no está de más aclarar que su noción de cultura es ante todo la interpretación de un poeta y, como tal, hace valer la pertinencia de sus observaciones. Artaud no se ciñe a la discusión teórica sobre cultura y civilización, inaugurada desde el siglo XVIII, y para hablar del tema se dirige a la fuente y entiende el término de “cultura” en su sentido primero, etimológico. Entiende con esto el culto y cultivo de un territorio, que para él no puede ser otro que la vida y el espíritu humano. Entonces, no es de extrañar que viera en el teatro un espacio propicio para una transformación radical del mundo y que, para hablar de la puesta en escena, haya resuelto integrar una crítica cultural en primera instancia. De este modo, “Le théâtre et la culture” es el último texto escrito en torno a El teatro y su doble, pero elegido como prólogo en el orden final del libro. Allí expresa con mayor claridad sus embates contra la cultura occidental. La idea artaudiana de cultura es primero una protesta. Protesta contra “le rétrécissement insensé” en Occidente que crea una suerte de idolatría, y que consiste en la separación conceptual entre la cultura por un lado y la vida por el otro, negando así que la primera es, sobre todo, un medio de ejercer la segunda. Artaud afirma que la cultura occidental “n’a jamais coïncidé avec la vie” (Artaud, 2009: 11), y que está hecha para regentarla y para manipularla, situación que resulta en una concepción de hombre y naturaleza como contrarios, no como complementos. 33 Repudia la cultura europea porque es en principio conceptual, cuando lo más urgente, a sus ojos, es extraer de ella ideas que por su urgencia y fuerza vital sean parecidas al hambre y tan necesarias como el alimento: “Nous avons surtout besoin de vivre –dice— et de croire à ce qui nous fait vivre et que quelque chose nous fait vivre” (13). Para este cometido lo que sobran son sistemas de pensamiento, tan numerosos y contradictorios como característicos de la cultura occidental. Por eso rechaza que un civilizado cultivado sea un hombre que piense en sistemas, formas o representaciones, cuando debería ser un hombre orgánico cuya cultura sea una acción semejante a la que ejercen los órganos vitales en el cuerpo. Esto explica su rechazo rotundo a una cultura contenida en un anaquel de museo o en un panteón de iglesia. En efecto, para Artaud la cultura no está en los libros ni en los museos, no es un objeto estático, de lujo, ni una educación o instrucción de primera categoría. Afirma, en contraparte, que debería actuar por su exaltación –postura que resulta contraria al ideal europeo de fijación conceptual, de veneración, en vez de vivir la cultura como una fuerza en movimiento. Dicho ideal resulta, en su opinión, estático y perezoso, y desarrolla hasta el absurdo una facultad de abstracción estéril que consiste en extraer