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VISÍTANOS PARA MÁS LIBROS: BLOGGER: librosycultura7.blogspot.com FACEBOOK: https://www.facebook.com/librosycultura7/ GOOGLE+: google.com/+LibrosyCultura TWITTER: https://twitter.com/librosycultura7 A n d r e w G e o r g e estudióasiriologia en la Universidad de Birmingham. Comenzó a enseñar acadio y sumerio en 1983 en la Escuela de Estudios Orientales y Africanos de la Universidad de Londres, donde hoy es catedrático de babi lonio. Ha visitado en numerosas ocasiones Babilonia, asi com o m useos tanto iraquíes com o europeos y norteamerica nos, para leer las tablillas de arcilla originales en las que trabajaron los escribas del Irak antiguo. J o r d i B a iló y X a v ie r P é r e z son profesores de com uni cación audiovisual en la Universidad Pompen Fabra de Barcelona. I lan escrito, entre otros libros, La sem illa in mortal. Los argum entos universales en v i cine , una obra de referencia en el estudio comparado de m odelos narra tivos. La epopeya de Gilgamesh Versión de Andrew George Traducción de Fabián Chueca Crespo Prólogo de José Luis Sampedro Epílogo de Jordi Bailó y Xavier Pérez [UDeBOLSILLO T ítu lo o rig inal: T he Epic o f G tlgam esh D iseñ o d e la p o rtad a : D e p a r ta m e n to d e d ise ñ o d e R a n d o m H o u s c M o n d ad o ri / Y olanda A rto la Ilu s tra c ió n d e la p o rtad a : E rich L cssin g / A lbum Primera edición: noviembre, 2008 © 1999, A n d rew G eorge, p o r la versión inglesa y la in troducción © 2004, Jo sé L uis S am p ed ro , p o r la p resen tación © 2C04, Jo rd i Bailó y X av ier Pérez, p o r el tex to La búsqueda de la inm ortalidad © 2004, R a n d o m H o u sc M o n d ad o ri, S. A. T ravessera d e G rac ia , 47-49. 08021 B arcelona © 2004, F a b ián C h u eca C resp o , p o r la traducción Quedan prohibidos, dentro de los límites establecidos en la ley y bajo los apercibimientos legalmente previstos, la reproducción total o par cial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, ya sea electró nico o mecánico, el tratamiento informático, el alquiler o cualquier otra forma de cesión de la obra sin la autorización previa y por escrito de los titulares del copyright. Diríjase a CEDRO (Centro F.spañol de Derechos Rcprográficos, lmp:/Avww.ccdro.org) si necesita íotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra. P rin tc d in Spain - Im p reso en E spaña ISBN : 978-84-8346-826-5 D ep ó sito legal: B-4C072-20C8 F o to co m p o sic ió n : L o zan o P a isano , S. L . (L ’H o sp ita lc t) Im p reso en L ik e rd ú p lex , S. L. U. Sant L lo ren ? d ’H o rto n s (B arcelona) P 8 6 8 2 6 5 PRESENTACIÓN M esopotam ia: la T ierra entre Dos Ríos. Región planetaria privilegiada: ya en los com ienzos de la historia se adelantó a lum brando una civilización. Fundó ciudades, encauzó regadíos, levantó m onum en tos, colgó jardines en Babilonia, erigió templos piram ida les desde cuyas terrazas eran leídas las estrellas. Y, sobre Lodo, la escritura y el genial invento de inmortalizarla en el baiTo adánico. El deleznable material hecho roca e te r na en la hoguera, para atesorar la palabra hum ana. En esa arcilla perdurable se salvaron nom bres y h a zañas cuando se desm oronaron los im perios. S obrevi vieron bajo el olvido incluso cuando, siglos después, el genio c reado r m esopotám ico en g e n d ró la ciudad sin rival, la m ás gloriosa de su tiem po: aquella Bagdad ca- lifal de Las M il y Una Noches, a rrasada por los guerreros m ongoles en 1258. M ás olvido de siglos y otra resurrección al revelar M esopotam ia su tesoro para nuevos tiempos: el oscuro y denso m ar subterráneo del petróleo. Inm ediato d e s pertar de codicias y, ahora, el asalto y saqueo por u n a cuadrilla de m alhechores encaram ados en altas m agis traturas, tan dotados de m áqu inas para dar m uerte com o incapaces de dar ni va lo ra r la Vida. Larga historia de apogeos y cataclismos en la que, siem pre indestructibles, las hum ildes tablillas conserva ron altísim as palabras. Así nos llegó esta epopeya de G ilgam esh , el héroe que «vio en lo profundo». Hijo de diosa y hom bre, tenaz buscador de la inm ortalidad tras llo rar la m uerte de su más que am igo Enkidu, hijo absoluto d e la T ierra. La epopeya nos revela un perd ido m undo arcaico donde los hom bres conviven con los dioses y los sue ños inspiran las conductas. Entre inusuales personajes aparece la prostitu ta que guía y aconseja, así com o la d iosa lu ju riosa ofreciéndose al héroe. Pero tam bién encuentra el lector actual actitudes de todos los tiempos así com o sím bolos y m itos fam iliares para nosotros, com o los difundidos por los textos bíblicos: el árbol del fruto prohibido, el diluvio universal con otro «Noé» sal vado en su arca, o los cedros del L íbano admirados por Salom ón; todo engarzado en m últiples aventuras y en pasajes deleitosos, como las descripciones del jardín de las joyas o de las arm as b ien labradas. C u an d o , hace ya m edio siglo -m ilen io s , si se com prim e la historia en la duración de una v ida hum a n a - , disfruté con mi prim era lectura de la epopeya, me so rprend ieron los mitos olvidados tanto como las ver dades vigentes, a la vez que el texto m e ayudaba a po blar m ás verazm ente mis adquiridas im ágenes de zigu- rats y colum natas. Pero, sobre todo, m e adm iró el vigor insuperable del lenguaje, desesperado en los lam entos funerarios, im placable m ald iciendo , viril en los senti mientos. A hora, en mi relectura, brillan los mismos va lores pero , adem ás, el poem a m e eleva a una cum bre del esp íritu . M e reconforta ese tex to al desplegar la 8 grandeza de aquella M esopotam ia, tan superior a los despreciables saqueadores de Irak en el año 2003, que ni siquiera son capaces de en ten d e r la d ign idad en la desgracia del pueblo invad ido . La destrucción y la m uerte no llegan jamás a la a ltu ra de la Vida. J o s é L u i s S a m p e d r o L PREFACIO M i p rim era tom a de contacto con la m agia de Gilga- m esh tuvo lugar en la niñez, cuando leí el libro que precedió a éste en la colección Penguin Classics, la sín tesis en p rosa de los poem as antiguos efectuada p o r N ancy Sandars (TheEpicof Gilgamesh, 1960). En la u n i versidad m e brindaron la feliz oportunidad de leer p a r te del texto cuneiforme de la epopeya bajo la orien ta ción del más destacado experto en literatura babilónica, W . G. Lambert. El trabajo de recuperación del texto de Gilgam esh a partir de las tablillas de arcilla originales y de p reparación de lo que sólo será la tercera edición e ru d ita de la epopeya bab ilón ica h a sido el principal objeto de mis investigaciones du ran te los últimos doce años. E n este tiempo he tenido la suerte de haber con tado con los consejos y el estím ulo de m uchos adeptos a. G ilgam esh en nuestros días. E n tre ellos deseo hacer u n a m ención especial a David Hawkins, colega m ío en la Escuela de Estudios O rientales y Africanos, que tam bién ha contribuido a la trad u cc ió n de un fragm ento h itita en la Tablilla V II, y a A ege W estenholtz, de la U n iversidad de C openhague, que en el curso de una traducción de la epopeya al danés recorrió conmigo el a rd uo cam ino de ida y vuelta hasta Uta-napishti. Con 11 Antoine C avigneaux, de la U niversidad de G inebra, y con Farouk N . H. Al-Rawi, de la U niversidad de Bag dad, estoy en deuda por el uso de su libro inédito sobre la com posición sum eria, que conocem os con el título de «La m uerte de Bilgames». D ouglas Frayne, de la U niversidad d e T o ro n to , ha com partido conm igo su obra en proceso de elaboración sobre los poem as de Gilgam esh sum erios. M ark Geller, del University Col- lege de Londres, y Steve T inney, de la U niversidad de Pensilvania, han acudido en mi ayuda en relación con varios pun tos oscuros. El traductor m oderno de Gilgam esh tiene la venta ja de poder apoyarse en los editores y traductores que le han precedido. L a lista de los estudiosos que d u ran te el último siglo y m edio han efectuado contribuciones im portantes a la recuperación de las fuentes antiguas es muy larga, pe ro entre ellos no debem os dejar de rendir hom enaje a G eorge Smith, que fue el p rim ero en des cifrar gran parte de la epopeya babilónica y cuyas tra ducciones p ioneras, de 1875 y 1876, dieron al m undo un p rim er atisbo d e su m ajestuosidad; a Paul H aupt, que en 1891 fue el prim ero en recopilar el texto cunei forme de la epopeya; a Peter Jensen , cuyas translitera ciones de 1900 constituyeron la prim era edición com pleta m oderna; a R. Cam pbell Thom pson, que en 1930 actualizó el trabajo de H aupt y de Jen sen ; y a Samuel Noah Kram er, que en las décadas de 1930 y 1940 fue el prim ero en reun ir los fragm entos de los poem as sum e rios de G ilgam esh. En la tantas veces no reconocida labor de am pliar nuestros conocim ientos sobre el texto de la epopeya, n ingún asiriólogo contem poráneo pue de igualar los m éritos de Irving Finkel, del M useo Bri tánico, Egbert von W eiher, de la U niversidad de C o lo n ia , y, de m anera especial, de W . G. Lam bert, d e la U niversidad de Birmingham. C on tinúan apareciendo nuevas piezas de G ilga m esh. Esta edición se d iferencia de su predecesora en que h a sido posible utilizar un fragm ento de la Tabli- 11a X I que no salió a la luz hasta junio de 1999. Q uiero d ar las gracias a su descubridor, Stefan M. M aul, de la U niversidad de Heidelberg, y al Vorderasiatisches M u seum de Berlín, así como a D eutsche-Gesellschaft, por su autorización para citarlo. Londres, junio de 1999 «3> INTRODUCCIÓN Desde que se publicaron las prim eras traducciones m o dernas, hace ya m ás de cien años, la epopeya de Gilga- m esh está considerada com o una de las grandes ob ras m aestras de la literatura universal. U na de las prim eras traducciones, ob ra del asiriólogo alem án A rthur U ng- nad, fascinó de tal m odo a R ainer M aría Rilke en 1916 que el poeta pareció quedar ebrio de placer y asom bro y no cesaba de repetir la historia a todo aquel con el que se encontraba. «¡Gilgamesh es prodigioso!», p rocla mó. Para R ilke, este poem a épico e ra ante todo «das Epos der Todesfurcht», la epopeya del m iedo a la m uerte. Es cierto que este motivo universal confiere un idad al poem a, pues para exam inar el anhelo hum ano de vida eterna habla de la heroica lucha de un hom bre contra la m uerte , p rim ero po r la fam a inm orta l a través de gestas gloriosas, y después por la v ida e terna en sí m is m a; de su desesperación cuando tiene que afrontar el inevitable fracaso; y de su com prensión final de q u e la ún ica inm ortalidad que p u ed e esperar es el nom bre perdurab le que otorga el dejar tras su paso por la vida alguna obra duradera. A un cuando el m iedo a la m uerte sea uno d e sus m otivos principales, la epopeya trata de muchas cosas 15 más. C om o narración del «cam ino a la sabiduría» de un hom bre, de cóm o éste es m oldeado por sus éxitos y sus fracasos, ofrece no pocas apreciaciones profundas sobre la condición h u m an a , la v ida y la m uerte y* las verdades que a todos nos afectan. El tem a que m ás lla m aba la a tención en las cortes rea les de B abilonia y Asiría e ra tal vez otro m otivo que subyace en gran p a r te del poem a: el debate acerca de los deberes propios de la realeza, de lo que un buen rey debe hacer y lo que no debe hacer. La vertiente didáctica de la epopeya es evidente asimismo en la exposición d e las responsabili dades de un hom bre para con su familia. Se exam ina tam bién el sem piterno conflicto entre educación y natu raleza -q u e aquí se expresa com o los beneficios de la civilización sobre el estado salvaje-, así como las recom pensas de la amistad, la nobleza de la empresa heroica y la inm ortalidad de la fama. Ingeniosam ente entretejidos en la historia de Gilgamesh se hallan el relato tradicional del Diluvio, la gran inundación de la que se valieron los dioses para tratar de acabar con el género humano en los prim eros compases de la historia de la humanidad, y una extensa descripción del lúgubre reino de los muertos. Gilgamesh emerge de todo ello como una suerte de héroe cultural. I>a sabiduría que le transmite en los confines de la Tierra el superviviente del Diluvio, Uta-napishti, le per mite devolver a los templos del país y a sus rituales el es tado ideal de perfección que tenían antes del Diluvio. En el curso de sus heroicas aventuras, Gilgamesh parece ser el prim ero en labrar oasis en el desierto, el prim ero en talar cedros del monte Líbano, el prim ero en descubrir las técnicas para m atar toros salvajes, navegar en embarcacio nes de altura y bucear para extraer coral. 16 Intercalados entre los m otivos trascendentales, en la epopeya se encuentran infinidad de m om entos apa sionantes, en m uchos casos sólo detalles m enores y accesorios que aquí y allá sirven para estimular la im a ginación o para relajar el ánim o. En el texto se explica de pasada por qué los tem plos recogen huérfanos, por qué había dos días de A ño N uevo en el calendario b a bilónico, cóm o se horadó el valle de fractura del Levan te m editerráneo, por qué hay enanos, por qué los nó m adas viven en tiendas, por qué algunas prostitutas se ganan la vida a duras penas en los crueles m árgenes de la sociedad en tanto que otras disfrutan de una vida de lujo y atenciones, por qué las palom as y las golondrinas son fieles a la com pañía hum ana pero los cuervos no lo son, por qué las serpientes m udan de piel, etcétera. El hechizo de G ilgam esh lia a trapado a m uchos desde Rilke, por lo que con el tiem po el relato h a sido objeto de m uy diversas adaptaciones para convertirlo en obras teatrales, novelas y al m enos dos óperas. Se han publicado traducciones a un m ínim o de dieciséis idiom as, y cada año se ed itan nuevas versiones, de tal m odo que en la última década se han incorporado otras diez a las docenas ya publicadas. ¿Por qué tantas, y por qué otra? H ay dos respuestas que contestan a am bas preguntas. En p rim er lugar, una gran ob ra m aestra siem pre será objeto de nuevas in terpretaciones, y así sucederá m ientras su valor sea reconocido. Esta afirma ción es tan válida para H o m ero y Eurípides, Virgilio y Horacio, Voltaire y G oethe - e n una palabra, para cual qu ier texto clásico, an tiguo o m o d e rn o - com o para Gilgamesh. Pero lo que distingue a Gilgamesh, com o a las dem ás ob ras de la lite ra tu ra m esopotám ica de la 17 A ntigüedad , es que seguim os enco n trando nuevos m ateriales. H ace setenta años disponíam os de m enos de cuaren ta m anuscritos para reconstruir el texto y h a bía gl andes lagunas en la narración. Ahora tenem os ac ceso a m ás del doble y las lagunas han dism inuido. Es in dudab le que con el paso de los años el núm ero de fuentes d ispon ib les co n tinuará aum entando . Poco a poco, nu estro conocim iento del texto será cada vez mejor, hasta que un día la epopeya vuelva a estar com pleta, com o lo estuvo po r últim a vez hace más de dos mil años. A ntes o después, a m edida que se descubran nuevos m anuscritos, esta versión, com o todas las d e más, será superada. Por el m om ento , al basarse en el estudio d irec to de la práctica to talidad de las fuentes disponibles, tanto inéditas com o publicadas, la presente versión ofrece la epopeya en la form a más com pleta que se h a e d itad o hasta la fecha. Sin em bargo, sigue habiendo lagunas y m uchas de las líneas que se conser van son aún fragm entarias; de hecho, la epopeya está plagada de espacios enblanco. En m uchos pasajes el lector debe dejar a un lado cualquier com paración con las obras m aestras de la literatu ra griega y latina, m ás com pletas, y aceptar las partes del texto que aún están incom pletas y carentes de ilación com o si fueran restos de esqueletos que un día volverán a la vida. Los m anuscritos de G ilgam esh son tablillas cunei form es -re c tá n g u lo s de arcilla lisos, con form a de alm ohadilla, grabados en am bas caras con escritura cu neiforme, es decir, signos en form a de c u ñ a - proceden tes de las antiguas ciudades de M esopotaniia, el M edi terráneo oriental y Anatolia. Son pocos los yacimientos arqueológicos, sobre todo en el territorio de lo que hoy es Irak, en los que no se hayan encontrado tablillas de arcilla. La escritura cuneifo rm e fue inventada en las c iudades-estado d e la M esopo tam ia inferior hacia el año 3000 a.C., en una época en que la administración de las grandes instituciones urbanas, el palacio y el tem plo , alcanzó un grado de com plejidad excesivo p a ra que la m em oria hum ana pud ie ra abarcarla. Con pen o sa lentitud, dejó de ser un m em orando de los contables para convertirse en un sistem a de escritura que pod ía expresar no ya simples palabras y núm eros, sino toda la creatividad de la m ente cultivada. Y com o el barro no se deteriora con facilidad cuando se desecha o cuando queda enterrado entre las ruinas de los edificios, los ar queólogos nos suministran ingentes cantidades de tabli llas de barro grabadas con caracteres cuneiformes. Pol lo que a fechas se refiere, estos docum entos recorren un arco d e tres mil años de historia, y en cuanto a su con tenido van desde los más sencillos recibos hasta las más com plejas obras científicas y literarias. Las composiciones literarias que cuentan la historia de G ilgamesh y que han llegado hasta nosotros pueden datarse en varios períodos distintos y están escritas en varias lenguas distintas. A lgunas versiones m odernas pasan po r alto la enorm e diversidad de los materiales, p o r lo que el lector se form a u n a idea equivocada del contenido y del estado de conservación de la epopeya. G il g a m e s h y l a l it e r a t u r a m e s o p o t á m ic a a n t ig u a L a litera tu ra escrita existía ya en M esopotam ia en el año 2600 a.C., aunque com o la escritura no tenía toda 19 vía la capacidad de expresar plenam ente el lenguaje, la lectura de estas prim eras tablillas sigue p lan teando enorm es dificultades. Al m enos desde esta época, y es probable que desde m ucho antes, la M esopotam ia infe rior estaba hab itad a por gentes que hablaban dos le n guas m uy distintas. U na era la sum eria, una lengua sin afinidades con ninguna otra conocida, que parece ser el vehículo de la escritura m ás antigua. La otra era la aca- dia, que pertenece a la familia semítica, p o r lo que está em parentada con el hebreo y el árabe. La población ele la M esopotam ia inferior em pleaba desde hacía tiem po las dos lenguas, la sum eria y la acadia, la una junto a la otra, aunque la sum eria predom inaba en el sur urbano y la acadia en el norte, más provinciano. Esta división geo gráfica quedó consagrada en la terminología de la tradi ción posterior, según la cual la patria de «los de cabeza negra», com o estos pueblos se llam aban a sí m ism os, com prendía dos regiones, Sum er, que era la parte m eri dional de la M esopotam ia inferior, y Acad, la región sep tentrional. El bilingüismo de la civilización urbana de la M esopotam ia inferior en el tercer milenio a.C. se aseme jaba quizás a la división entre el francés y el flamenco en la Bélgica de nuestro tiempo. Los tex to s en acad io com ienzan a aparecer en grandes can tidades hacia el año 2300 a.C ., al conver tirse esta lengua en u n a herram ien ta adm inistrativa al servicio del p r im er gran im perio m esopotám ico. Este im perio se ex ten d ía en su apogeo desde el golfo P ér sico hasta la S iria m ed ite rrán ea . Sus artífices fueron Sargón y sus sucesores, los reyes de A cad, una ciudad del norte que p ron to dio su nom bre a la región circun dante y a la lengua que se hab laba en la corte de sus reyes. Según una leyenda, S argó n era expósito, com o el n iño M oisés: M i madre, una sacerdotisa, me concibió y dio a luz en secreto, me acostó en un cesto de juncos, selló su tapa con brea; me dejó a la deriva en el río, del que no podía salir, el río me mantuvo a jiote y me llevó hasta Aqqi, un aguador.1 Según la tradición, Sargón ascendió al p o d er tras ganarse el favor de la diosa Ishtar. D urante casi cien años su dinastía ejerció su dom inio sobre las ciudades- estado d e la M esopotam ia in ferio r y tam bién so b re gran parte de la M esopotam ia septentrional. Los prim i tivos textos en lengua acadia que datan de este período incluyen un corpus m uy red ucido de literatura. Fue m ucho más, sin duda, lo que se transm itió a través de la tradición oral y nunca se consignó por escrito, o no lo fue hasta m ucho después. Parece ser que el sum erio com enzó a perder terreno ante el acadio com o lengua hablada al menos a partir de esta época, pero su función com o principal lengua de escritura se vio reforzada por el renacim iento sumerio que tuvo lugar en el último siglo del tercer milenio a.C. D urante un breve período, gran parte de M esopotam ia volvió a estar unificada, en esta ocasión bajo los reyes de la célebre III Dinastía de la ciu dad m eridional de Ur, el más fam oso de los cuales fue Shulgi (2094-2047 a.C., según la cronología convencio nal). El príncipe perfecto era u n intelectual adem ás de un guerrero y un atleta, y entre sus muchas gestas el rey Shulgi estaba especialm ente orgulloso de saber leer y de sus logros culturales. T enía alegres recuerdos d e los días que hab ía pasado en la escuela de escribas, donde 21 se jactaba de haber sido el alum no m ás aplicado de su clase. En épocas posteriores de su v ida fue un m ecenas entusiasta de las artes y afirm aba haber fundado biblio tecas especiales en U r y en N ippur, m ás al norte en la región central de Babilonia, en las que copistas y rapso das tenían la oportun idad de consultar los textos origi nales del, po r así decirlo, cancionero sum erio. D e este m odo im aginaba que se conservarían para la posteri dad los him nos com puestos en su gloria y otras obras li terarias de su época: Por toda la eternidad la Casa de las Tablillas nunca cambiará, Por toda la eternidad la Casa del Saber nunca dejará de fu n cionar? En este am bien te ilustrado, las cortes de los reyes de U r y de la dinastía subsiguiente de Isin fueron esce nario de la com posición de m uchas obras literarias en lengua sum eria. C onocem os esta literatu ra sobre todo gracias al p rogram a de estudio de los escribas babilo nios, y no po r tablillas escritas en la época, aun cuando algunas han llegado hasta nosotros (incluido un frag m ento de un poem a de Gilgamesh). T ras el ascenso al poder de la ciudad de Babilonia en el siglo x v m a .G , duran te el reinado de su m ás fa m oso gobernante, el rey H am m urabi (1792-17.50 a.C.), las tierras de S um er y A cad fueron gob ernadas por Babilonia. A unque los pueblos de S um er y A cad no decían que su patria fuera Babilonia, que es un térm ino griego, se acostum bra a llamarles babilonios a partir de esta época. El sum erio p a ra en tonces hab ía caído en desuso entre la población com o lengua hablada, pero 22 seguía siendo m uy utilizado com o lengua escrita. La cultura m esopotám ica era m uy conservadora, y com o el sum erio había sido la lengua de la prim era escritura, m ás de mil años antes, con tinuaba siendo la principal lengua de la escritura a princip ios del segundo milenio a.C . Se escrib ía m ucho m ás en el dialecto babilónico del acadio, pero el sumerio conservó un prestigioespe cial. Su prim acía como lengua del saber estaba consa grada en el program a d e estud io que debían dom inar los aspirantes a escribas. Para ap ren d er a usar la escri tura cuneiform e, incluso para escrib ir en acadio, el es tu d ian te ten ía que ap rend er la lengua sum eria, pues, com o decía el proverbio, «Un escriba que no sabe nada de sum erio, ¿qué clase de escriba es?».3 Nadie, pues en este p e río d o la lengua en que se im partían las clases era, al m enos en parte, la sum eria. Ante los problem as que le planteaban todas las reglas, un joven estudiante se lam entaba: E l celador de la puerta dijo: «¿Por qué sales sin mi aproba ción?», y me pegó. E l celador del agua dijo: «¿Por qué te sirves agua sin mi apro bación?», y me pegó. E l celador de sumerio dijo: «¡Has hablado en acadio!», y me pegó. M i maestro dijo: «¡Tu escritura no es buena!», y me golpeó.4 Para dem ostrar que sabía escribir, el aspirante a es criba copiaba, al dictado y de m em oria, textos en sume rio. Los textos sum erios m ás avanzados que tenía que dom inar eran un corpus obligatorio de composiciones literarias tradicionales sumerias. 23 Casi toda la literatura en lengua sum eria que ha lle gado hasta nosotros procede de las tablillas escritas por aquellos jó v en es aprendices de escribas babilonios, m uchas de las cuales se han encontrado entre los restos de las casas de sus maestros. Los dos descubrim ientos m ás ab u n d an tes de esta naturaleza se efectuaron en N ippur, cuyo barrio de los escribas fue abandonado a finales del siglo x v m a.C., y en U r, don de las casas en cuestión son ligeram ente m ás antiguas. En fechas más recientes se han descubierto corpus im portantes de lite ratu ra sum eria d e la m ism a época en Isin, una ciudad situada al sur de N ippur, y en Tell H addad (la antigua M é-T uran), a la orilla del río D iyala, en la periferia nororiental de Babilonia, pero la m ayoría de estas tabli llas perm anecen inéditas. Las viviendas particulares de N ippur y de U r no eran las Casas de la.«? Tablillas reales inauguradas po r el rey Shulgi, pero cum p lie ron con creces la finalidad que el m onarca im aginó, la conser vación de la lite ra tu ra sum eria para las generaciones futuras. Es p ro b ab le que el hecho de que hoy, cuatro mil años después, volvamos a leer los cantos de Shulgi supere incluso sus expectativas, y tam bién le habría so rp ren d id o que sus bibliotecas de ob ras en lengua sum eria cobraran vida de nuevo, por así decirlo, en las colecciones de tablillas de Filadelfia, L ondres y otros extraños y lejanos lugares. El trabajo d e reconstrucción del co rpus literario sum erio com enzó antes de la Segunda G uerra M undial y con tinúa todav ía . La labor p ionera de identificar, ensam blar y leer los miles de fragmentos de tablillas de arcilla de N ippur, m uchos de ellos de pequeño form a to, fue obra en parte del ya fallecido Sam uel Noah Kra- 24 m er y de sus alum nos en el M useo U niversitario de Filadelfía. U n colega burlón resum ió la vida del p ro fe sor K ram er diciendo que era «todo trabajo y nada de distracción», pero no tiene nada de aburrido haber sido el p rim ero en leer una tablilla después de casi cuatro m ilenios, y es indudable que K ram er encontró n o p o cos m otivos de excitación en su labor. Era una literatu ra totalm ente nueva, el corpus am plio de literatura más antiguo de la historia de la hum anidad , y su existencia constituyó una absoluta so rp resa para todos m enos p a ra un reducido grupo de estud iosos profesionales. M uchos de estos textos literarios súm enos se entienden con dificultad e im perfección, pe ro no deja de ser un grave fallo de la erudición m odern a el que sus riquezas no se conozcan con m ayor am plitud. Entre los textos literarios súm enos que han alcanza do cierto grado de publicidad se cuentan los cinco poe m as de Gilgamesh (o Bilgames, que es el nom bre que recibe en los textos más antiguos). No son los mismos de la epopeya babilónica de Gilgam esh, que fue escrita en lengua acadia, sino relatos independientes e individuales sin tem as comunes. Es p robable que se pusieran en for m a escrita por vez prim era d u ran te la III D inastía de U r, cuyos reyes sentían una v incu lación especial con Bilgames com o héroe legendario a quien consideraban su predecesor y antepasado. P arece probable que bue na parte del corpus literario tradicional sumerio se re m onte a trovas cantadas po r rapsodas para en tre ten i m iento de la corte real de la III Dinastía. Los poem as sum erios de Bilgames se p restan a las mil maravillas a ese tipo de distracción. Es m uy probable que los textos de que disponem os, aunque se conocen en su práctica 25 to talidad gracias a copias del siglo x v m a.C., sean des cendientes directos de originales depositados por el rey Shulgi en sus C asas de las Tablillas. C on todo, es p er fectam ente posible que los poem as provengan a la pos tre de u n a trad ic ión oral m ás antigua. Estos poem as sum erios fueron hasta cierto punto materiales fuente de la epopeya babilónica, pero tam bién se puede disfrutar de ellos p o r sí mismos. Su lectura nos hace retroceder cuatro m ilenios, hasta la v ida co rtesana del «renaci m iento» sum erio. Junto a la g ran cantidad de tablillas de litera tu ra sum eria provenientes de las escuelas de la Babilonia del siglo x v m a.C ., hem os recuperado tam bién algunas m uestras de la literatura contem poránea en lengua aca- dia. A estos textos les dam os el nom bre de literatu ra paleobabilónic.a. I Jn reducido n ú m e r o de tablillas lite rarias paleobabilónicas proceden de las mismas escue las que las tablillas literarias escritas en sumerio y tam bién parecen ser obra de aprendices de escribas. Entre ellas figuran algunos fragmentos del Gilgamesh acadio. Pero aunque parece ser que en las escuelas de este p e ríodo se estud iaban algunos elem entos de literatura en acadio, las tablillas literarias en esta lengua son tan es casas en tre las ingentes cantidades de tablillas en sum e rio que resulta obvio que no form an parte del p rogra m a de estud io obligatorio . Los poem as narrativos en acadio que han llegado hasta nosotros procedentes de las escuelas pod rían haber sido copiados por los estu diantes p o r gusto, o incluso haber sido compuestos po r ellos a m odo de im provisaciones. Se han recuperado otras tablillas de obras literarias acadias d e este período cuya p ro ced en c ia es m enos c ierta que la de las tablillas de las escuelas. A lgunas están bellam ente escritas, y es evidente que las perso nas que las guardaron, tal vez distintos estudiosos, las consideraban copias perm anen tes de biblioteca. Entre ellas figuran tres tablillas paleobab ilón icas de Gilga- m esh que constituyen u n a ap o rtac ió n im portan te a nuestro conocim iento del relato: las tablillas de Pensil- v an ia y Yale y el fragm ento al parecer originario de S ippar. O tra obra m aestra d e la lite ra tu ra babilónica del período paleobabilónico que se ha conocido recien tem ente es el gran poem a de Atra-hasis, «C uando los dioses eran hombres», que n a rra la historia del género hum ano desde la creación hasta del diluvio universal.5 Fue la versión del relato del D iluvio que se ofrece en este texto la que el poeta de G ilgam esh utilizó com o fuen te para su propia versión del m ito del D iluvio. T am b ién sirvió de excelente m odelo para el episodio del diluvio universal de N oe en la Biblia. En esta épo ca com ienzan a aparecer otros tipos de literatura aca- d ia, tales com o textos que recogen los conocim ientos de las ciencias, la adivinación p o r am spicina, la astrolo- gía y las m atem áticas bab ilón icas, así com o los ensal m os en las lenguas sum eria y acadia, cuya finalidadera co n ju ra r el mal por m edios m ágicos. Q uiere decirse que el período paleobabilónico fue una época de gran creatividad literaria en lengua acadia, pero el programa de estudio de las escuelas, al m enos en los centros que m ejo r conocem os, era sin lu g ar a dudas dem asiado conservador para reflejar esta evolución. Las tablillas de Gilgamesh del período paleobabiló nico revelan que en esta época existía ya una epopeya de G ilgam esh integrada que, com o inform a la tablilla 27 de Pensilvania, llevaba el título de Shuitir eli sbarri\ «Su perio r a todos los dem ás reyes». Las obras de la litera tu ra m esopo tám ica an tigua rara vez se creaban cíe la nada, por lo que es probable que los orígenes de la epo peya tam bién se rem onten a una tradición oral. Es cier to que las tablillas de G ilgam esh del período paleo- bab ilón ico distan m ucho de ser traducciones d e los poem as sum erios individuales del program a de estudio de los escribas, aunque las dos tradiciones tienen en com ún varios episodios y temas. Los textos del período paleobabilónico dan fe de u n a revisión a fondo de los m ateriales de Gilgamesh para form ar una historia cohe rente com puesta en torno a los m otivos fundam entales de la realeza, la fam a y el m iedo a la m uerte. Por este m otivo cabe sospechar que la epopeya del período p a leobabilónico fue en esencia la obra m aestra de un solo poeta anónim o. Esta epopeya, «Superior a todos los d e m ás reyes», no es m ás que un fragm ento en su actual estado d e conservación, pero para m uchos la sencilla poesía y la sobria narrac ión d e este poem a y d e los dem ás m ateriales del período paleobabilónico son m ás atractivas que la m ás farragosa versión estándar. A lgu nas estrofas de las tablillas de Pensilvania y Sippar, en particular, son inolvidables. Para explicar qué se entien de por versión estándar de la epopeya de Gilgamesh es necesario re tom ar la historia de la literatura m esopotá mica. A lgún tiem po después del siglo x v m a.C., el con te nido del p ro g ram a de estudio de los escribas e x p e ri m entó un cam bio radical. T enem os después a nuestra disposición un gran núm ero de tablillas de escuelas a partir del siglo v i a.C ., pero los m ejores testigos de la natura leza y del contenido de la tradición tardía d e los escribas son las varias b ib lio tecas dei prim er m ilenio a.C . que se han excavado en territorio babilónico, so bre todo en las ciudades de Babilonia, U ruk y Sippar, y en Asiría. Asiría es el térm ino griego que designa la tie r ra de A shur, un pequeño país situado en el norte de B abilon ia, en los tram os m ed ios del río Tigris, que a princip ios del prim er m ilenio a .C . fue la sede del ma y o r im perio que el C ercano O rien te había conocido. L a m ás im portante de estas bibliotecas tardías es la que custodiaba la colección de tablillas de arcilla acum ula das en Nínive por el últim o g ran rey de Asiría, Ashur- banipal (668-627 a.C.). Del mismo m odo que Shulgi en una época anterior, el rey Ashurbanipal afirm aba haber sido instruido en la trad ic ión de los escribas y p o see r un talento especial para leer y escribir. Pero su educación había sido com pleta, y había fomentado en igual m edida el desarrollo intelectual y las actividades castrenses, como revela este resum en: E l d ios N abú, escr ib a d e to d o el u n iverso , m e co n ced ió el d o n d e co n o cer su sab id u ría . L os d ioses (de la g u err a y d e la caza) N in u r ta y N ergal d otaron a m i fí sico d e varon il dureza y fu erza sin par.6 Se trata , a todas luces,'de u n enunciado de la edu cación ideal de un principe real, la misma entonces que en la época de Shulgi o en nuestros días. Si bien es cier to que no disponem os d e n inguna tablilla escrita efec tivam ente por Ashurbanipal, es obvio que fue un ávido coleccionista, y por suerte gran parte de su colección ha 29 llegado hasta nosotros. Las bibliotecas reales, a lberga das com o m ínim o en dos edificios distintos de la ciuda- dela de N ínive, se organizaban en torno a un pequeño núcleo de tablillas que habían sido escritas más de cua trocientos años antes, en el reinado del T iglath-pileser (1115-1077 a.C.). A éstas se añad ieron las colecciones de al m enos un em inente estudioso asirio y, en su m o m ento, las bibliotecas de m uchos estudiosos babilonios que al parecer fueron confiscadas como parte de las re paraciones que siguieron a las enconadas hostilidades de la gran rebelión babilónica (652-648 a.C.). P o r o r den real, estudiosos de ciudades com o B abilonia y la cercana B orsippa em prendieron la tarea de copiar tex tos de sus propias colecciones y de las bibliotecas de los grandes tem plos. N o se arriesgaron a provocar la cóle ra de A shurban ipal: «No incum plirem os la orden del rey», le dijeron. «¡Día y noche nos esforzarem os y tra bajarem os con denuedo para cum plir la orden de nues tro señor el rey!»7 A com etieron esta labor en tablas de m ad e ra recub iertas de cera, adem ás de en tablillas de barro. El scriptorium de Nínive se aplicó también a la tarea de copiar textos. Algunos copistas eran prisione ros de guerra o rehenes políticos y trabajaban encade nados. U no de los textos que los escribas de A shurbanipal cop ia ron era la ep o p ey a de G ilgam esh, de la que es posible que hub iese en la b ib lio teca n ad a m enos que cuatro copias com pletas en tablillas de barro. T odo lo que se escrib iera so b re cera se h a perd ido , com o es natural. D espués del saqueo de Nínive por la alianza de m edos y babilonios en el año 612 a.C., las copias de la epopeya realizadas bajo los auspicios de A shurbanipal, 30 com o todas las dem ás tab lillas del rey, quedaron h e chas añicos en los suelos de los palacios reales, donde nadie las tocaría durante casi 2.500 años. Las b ib lio te cas reales de Nínive fueron el p rim er gran hallazgo de tablillas cuneiformes que se efectuó, en 1850 y 1853, y constituyen el núcleo de la colección de tablillas de ar cilla acum uladas en el M useo Británico. Son asimismo la p iedra fundam ental sobre la que se construyó la dis ciplina de la asiriología y signen constituyendo la fuente más im portante de m ateria p rim a para m uchas investi gaciones. Los prim eros que encon traron estas tablillas fueron el jo v en Austen H e n ry Layard y su ayudante, un cristiano asirio llam ado H orm uzd Rassam, cuando excavaban en busca de esculturas asirías entre los res tos del «Palacio sin igual», u n a residencia real construi da po r Senaquerib , el abue lo de A shurban ipal. Tres años después, Rassam regresó por cuenta del M useo B ritánico y descubrió un segundo tesoro en el p rop io palacio septentrional de A shurbanipal. Rassam es una especie de héroe olv idado ele la asiriología. M ucho después, en 1879-1882, sus esfuerzos perm itie ron al M useo Británico hacer acop io de decenas de m iles de tablillas babilónicas p ro ced en tes de yacim ientos tan m eridionales como las ciudades de Babilonia y Sippar. Ni Layard ni Rassam podían leer las tablillas que envia ban desde Asiría, pero a p ropósito del hallazgo que había efectuado en lo que bautizó com o Cám ara de los D ocum entos, Layard escribió: «No podem os exagerar su valor.» Sus palabras siguen siendo válidas hasta la fecha, y sobre todo para la epopeya de Gilgamesh. La enorm e im portancia d e las bibliotecas reales ha lladas en N ínive por Layard y Rassam fue de general 31 conocim iento por p rim era vez en 1872, cuando, en el curso de la revisión d e las tablillas asirías del M useo Británico, el brillante G eorge Smith se encontró con las que continúan siendo las tablillas más famosas de Gil- gam esh, el texto m ejor conservado del relato del D ilu vio. De su reacción da cuenta E.A. W allis Budge en la historia de los estudios cuneiformes, TheRise and Piogre- ss o f Assyriology: «Smith cogió la tablilla y com enzó a leer las líneas que R eady (el conservador encargado de lim piar la tablilla] había sacado a la luz; y cuando vio que con ten ían el fragm ento d e la leyenda que esperaba encon trar allí, dijo: “Soy el p rim er hom bre que lee es tos caracteres después d e dos m il años de olvido.” D e positando la tablilla en la m esa, com enzó a sa ltar y a c o rre r po r la sala en un estado de gran excitación, y, ante el asom bro de los presantes, com enzó a desvestir se.» Es de esperar que el G eorge Smith que hizo púb li co su descubrim iento fuera un personaje m ás sereno y to ta lm ente vestido, ya que la ocasión fue una d iserta ción académ ica ante la Sociedad de Arqueología Bíbli ca en presencia del señor G ladstone y de otras personas im portan tes . D ebe de ser la ún ica ocasión en que un p rim er m inistro británico en ejercicio ha asistido a una conferencia sobre literatura babilónica. H abía nacido la asiriología, y de su brazo llegaba Gilgamesh. M ientras otras bibliotecas de tablillas de barro p ro cedentes d e la M esopotam ia antigua parecen p e rten e cer a eruditos individuales y en m uchos casos abarcan el trabajo de los m iem bros de la familia y de los a lum nos del erudito com o parte de su aprendizaje del oficio de escriba, la biblioteca de l rey A shurbanipal, que era m ucho m ás grande que las dem ás, fue el resultado de 32 un program a deliberado de adquisición y copia. La fi nalidad de esta labor era sum inistrar a A shurbanipal la m ejor pericia posible para g ob ernar de la m anera que agradase a los dioses. «Enviadm e», o rdenó , «tablillas que sean beneficiosas para mi adm inistración real».s La epopeya de G ilgam esh, con sus consejos p a ra un g o bierno adecuado, se inscribía sin duda en esta catego ría, pero por el contenido de las bibliotecas de Nínivc resulta evidente que la frase resum ía la integridad de la tradición de los escribas que prevalecía en la época. La tradición que predom inaba po r aquellas fechas entre los escribas com prendía un corpus de textos m uy diferente del que habían cop iado los aprend ices del período paleobabilónico. Buena parte del corpus sum e rjo no existía ya. C on m uy pocas excepciones, a los escasos textos de ese corpus que han perdurado se les han añadido traducciones acadias línea a línea. Los tex tos literarios acadios conocidos gracias a copias paleo- babilónicas habían sido objeto d e im portantes reelabo raciones y se habían añadido num erosos textos nuevos en lengua acadia. Se habían incorporado las tradiciones escritas de las grandes profesiones. M uchos de los tra tados acerca de la adivinación habían sido muy am plia dos, y los conjuros de los exorcistas se hab ían organi zado y o rdenado en series. Se sabe que esta labor de revisión, organización y am pliación h ab ía sido obra de m uchos estudiosos distintos en tre setecientos y cua trocientos años antes, en los ú ltim os siglos del segundo milenio a.C. El trabajo de aquellos eruditos del período babilónico m edio tuvo corno resultado la creación de ediciones estándar de la m ayoría d e los textos, edicio nes que perm anecieron en esencia inalteradas hasta la 33 desaparición de la escritura cuneiform e, mil años des pués. La epopeya babilónica de G ilgamesh no se libró de las a tenciones de un ed ito r. C onform e a la trad ic ión , éste fue un docto erudito llam ado Sin-liqe-unninni, que significa «¡Oh, dios luna, acepta m i oración!». Su profe sión era la de exorcista, es decir, que había sido instrui do en el arte de la expulsión del mal m ediante la o ra ción, el conjuro y el ritual m ágico. E ra una hab ilidad m uy im portante, cuyas principales aplicaciones e ran el tratam iento de los enferm os, la absolución de los peca dos, el conjuro de los m alos augurios y la consagración del suelo sagrado. N o sabem os nad a más de Sin-liqe- unninni, salvo que varias conocidas familias de escribas de U ruk , en el sur de Babilonia, que florecieron a fina les del p rim er m ilenio a.C ., le consideraban su an tepa sado. La opinión más acep tad a supone que vivió en una época sin determ inar en tre los siglos x m y x i a.C. No p ud o ser el autor original de la epopeya babilónica, pues ya existía una versión de ella en el período paleoba- bilónico, pero es probable que le diese su forma defini tiva y que fuera por tanto el responsable de la edición existen te en las bibliotecas del p rim er m ilenio a.C ., el texto que aquí llamamos versión estándar. Con todo, no podem os descartar la posibilidad de que entre la época en que Sin-liqe-unninni vivió y el siglo x v n a.C. se intro dujeran cam bios m enores en el texto que él estableció. El extenso poem a épico que los antiguos atribuían a Sin-liqe-unninni recibía en la antigüedad el título de Sha naqba imuru, «El que h a visto lo Profundo», tom ado de su prim era línea. Es posible en trever la naturaleza de la revisión de Sin-liqe-unninni si se com para la v er 34 sión estándar de la epopeya con m ateriales más a n ti guos, algo que naturalm ente sólo es posible cuando un episodio en particular existe en u n a y otro. La epopeya m ás tardía sigue a m enudo el texto de la epopeya del período paleobabilónico, «Superior a todos los dem ás reyes», línea a línea, unas veces sin apenas cambios en el léxico y en el orden de las palabras, otras con m odi ficaciones m enores en uno u o tro . En otros lugares se com prueba que el texto tardío h a sido m uy am pliado, ya sea por repetición o p o r invención, e incluso que se han suprim ido pasajes presentes en la epopeya paleo- babilónica y se han insertado nuevos episodios. Los fragm entos del G ilgam esh babilón ico que se han conservado de la época en que vivió Sin-liqe-un- n inn i pueden enseñarnos algunas cosas acerca de las etapas interm edias de la evolución, desde «Superior a todos los demás reyes» hasta «El que ha visto lo Profun do». Estos materiales pueden clasificarse en dos grupos: textos que proceden del in terior de Babilonia y textos que provienen del exterior. El prim er grupo com prende sólo dos tablillas, procedentes de Nippur y Ur. Guardan una gran sem ejanza con la versión estándar de la ep o peya atribuida a Sin-liqe-unninni, aunque existen algu nas diferencias. B asándonos e n el con ten ido y en el estilo, es difícil saber si estas tablillas son fiel reflejo del tex to tal com o éste era inm edia tam ente antes de la labor de edición de Sin-liqe-unninni, o inm ediatam ente después. La existencia del segundo grupo de tablillas, las procedentes del exterior de Babilonia, requiere alguna explicación. E n el siglo x iv a .C ., en el apogeo de la Edad de Bronce tardía, cuando el M editerráneo orien 35 tal estaba dom inado por las grandes potencias del Im perio N uevo de Egipto y del Im perio hitita, la lengua franca d e las com unicaciones in ternacionales en el C ercan o O rien te e ra la acadia . Los reyes de A siría y Babilonia escribían con naturalidad al faraón en acadio, y el faraón tam bién les con testab a en acadio. El rey hitita y el faraón m antenían asim ism o correspondencia en acadio, y cuando escribían a sus caciques, los gober nantes m enores de las tierras ribereñas del M editerrá n eo o rien ta l y de Siria, em p leaban la m ism a lengua, aunque con frecuencia repleta de m odismos canaanitas y h u rrita s locales. Esta lengua acadia se escrib ía a la m anera tradicional, con caracteres cuneiform es sobre tablillas de arcilla. Para aprender a com poner en acadio las cartas, los tratados y otros docum entos de sus seño res, los escribas locales recibían instrucción en lu escri tura cuneiform e y tam bién se les enseñaba el estilo con sagrado p o r latradición, m ediante la m em orización de las listas, los vocabularios y la literatura de la tradición de los copistas de Babilonia. N o e ra ésta la prim era vez que la escritura cuneifor m e viajaba hacia el oeste. La prim era ocasión de la que se tiene noticia fue a m ediados del tercer m ilenio a.C ., cuan do la escritura cuneiform e se exportó a E b la y otros pun tos de Siria, y con ella fueron textos en sume- rio y en acad io com o parte de las habilidades que los aprend ices d e escriba tenían que dom inar para adqui rir la n u e v a tecnología. En el siglo x ix a.C. se hab ía escrito en acadio en Kanesh y en otros enclaves com er ciales asirios de Capadocia. En el siglo x v m a.C. su uso era generalizado en Siria, no sólo en la Siria m esopotá- m ica sino tam bién a la orilla del m ar M editerráneo, y L 36 aparece incluso en H azor, Palestina. Pero a finales del segundo milenio a.C. la difusión de la educación y d e la erudición cuneiformes era aún rnás amplia. El resultado fue que se copiaron tablillas en las que se habían grabado texlos eruditos y literarios acadios en H a ttu sa (la m oderna B ogazkóy), la capital h itita de A natolia , en A jetatón (el-A m arna), la ciudad real del faraón Ajenatón en el alto Egipto, en Ugarit (Ras Sham- ra), un principado de la costa siria, y en E m ar (Tell M eskene), una ciudad de 'prov incias situada en la gran curva del Eufrates; y esto c itando sólo los lugares más im portantes. A excepción de A m am a, todos estos yaci m ientos han producido tablillas d e Gilgamesh, al igual que M egiddo, en Palestina. A lgunos m ateriales proce d en te s de H attusa, que son los m ás antiguos de este grupo, guardan una gran sem ejanza con la epopeya pa- leobabilónica que conocem os p o r las tablillas de Pensil- v an ia y Yale, y es ev idente que son an teriores a Sin- liqe-unninni. Los textos de E m ar, que son posteriores en varios siglos, se parecen m ucho más a su texto, aun q u e tam bién en este caso es im posib le hoy por hoy d e te rm in ar si son anteriores a su obra o 110 lo son. O tros textos de G ilgam esh proceden tes del oeste son com pendios de la epopeya babilónica, o bien adap taciones, y es probable que se trate de iniciativas loca les. Lo cierto es que la ep o p ey a avivó la im aginación en tonces del m ismo m odo que lo hace ahora, y que se com pusieron adaptaciones de su texto en las lenguas locales. H asta ahora han salido a la luz una versión hi tita y una versión hurrita , am b as encontradas en los archivos d e la capital, hitita. A unque la lengua hitita se c o n o ce bastante bien, la h u rrita sigue siendo apenas 37 com prensib le , y nuestro conocim iento de am bas ver siones de la h isto ria de G ilgam esh se ve g ravem en te obstaculizado por su fragm entario estado de conserva ción. N o hace tanto tiem po se pensaba que tam bién se había com puesto un texto de Gilgam esh en elam ita, la lengua d e un pueb lo que ocupó lo que después sería Susiana y hoy es Khuzistan. La tablilla, que fue descu bierta en A rm enia, lejos de Elam, se publicó de inm e diato, y en su m om ento le siguieron las oportunas tra ducciones. Sin em bargo, nuevos estudios revelaron que el texto e ra en rea lid ad una carta particu lar que no guardaba relación alguna con Gilgamesh. Este inciden te im pulsó a un estudioso a com entar con sar casmo que el docum en to era «una b uena ilustración del hecho de que la lengua elam ita sigue siendo la peor conocida del C ercano O rie n te antiguo». Pur fortuna, en lo que se refiere a la lengua acad ia pisam os un terreno m ucho más firme. La versión estándar de la epopeya babilónica se co noce a p a rtir de un total de setenta y tres m anuscritos: los treinta y cinco que han perdurado de las bibliotecas del rey A shurban ipal en N ínive, ocho tablillas y frag mentos procedentes de otras tres ciudades asirías (Ashur, K alah y H uzirina) y tre in ta de Babilonia, sobre todo de las c iudades de B abilonia y U ruk. Las tablillas de A shurbanipal son las m ás antiguas. El m anuscrito más antiguo que se ha descubierto hasta la fecha («¡Oh se ñor, protege a los hermanos!») fue escrito hacia el año 130 a.C. po r un tal Bel-ahhe-usur, aprendiz de astrólo go del tem plo de Babilonia. En esa época, la fuerza y la población de la otrora poderosa ciudad habían disminui do en gran m edida, pero en un país cuyos habitantes no 38 hablaban desde hacía tiempo acadio sino arameo y grie go, su antiguo templo era el últim o bastión que aún que daba de la sabiduría cuneiform e. A partir de los setenta y tres manuscritos que han perdurado es posible recons truir gran parte de la epopeya d e Sin-liqe-unninni, aun que sigue habiendo lagunas considerables. En algunos casos, para subsanar esas lagunas cabe la posibilidad de recurrir a los materiales m ás antiguos en lengua acadia, y para un episodio es necesario incluso utilizar la versión hitita. El resultado de esla reconstrucción es el texto que aquí se ofrece, en el que para distinguir sin temor a erro res entre textos de diferentes períodos, los materiales antiguos que se usan para salvar las lagunas de la versión estándar se identifican explícitam ente m ediante las co rrespondientes notas. 1 ^ tradición babilónica d iv id e la versión estándar de esta epopeya en secciones. Se en tiende por sección el texto que se suele incluir en una tablilla de arcilla, por lo que, de acuerdo con la costum bre babilónica, las secciones se llam an «tablillas». La epopeya se narra en once secciones, las Tablillas I-X l. La organización de la literatura babilónica en la segun da m itad del segundo m ilenio a.C. dio como resultado que gran parte d e ella se ordenase en secuencias estándar de tablillas, secuen cias que se conocen con el n o m b re de «series». La «se rie de Gilgamesh» consta en rea lidad de doce tablillas, no sólo las once de la epopeya. La Tablilla XII, la últi ma, es una traducción línea a línea de la segunda mitad de uno de los poemas sum erios d e Gilgamesh. Esta tra ducción parcial perduró de a lguna m anera hasta el pri m er m ilenio a.C ., en tanto que el texto original sume- rio , com o otros poem as su m erios de G ilgam esh, no 39 corrió la m ism a suerte. A unque algunos han intentado dem ostrar que la Tablilla X II tenía un lugar genuino en la epopeya, la m ay o ría de los estudiosos coinciden en que no pertenece a ese texto sino que fue incorpora d a a él porque es un m aterial claram ente relacionado. El princip io de reun ir m ateriales relacionados fue uno de los criterios u tilizados po r los estudiosos de B abilo nia para organizar diferentes textos en la m ism a serie. L a ex tensión de las once tablillas de la epopeya oscila entre las 183 y las 326 líneas, lo que significa que la com posición en su integridad habría tenido original m ente un total aproxim ado de 3.000 líneas. En el esta do actual del texto, sólo las Tablillas I, VI, X y XI están más o m enos com pletas. D ejando a un lado las líneas que se han perdido pero cuya restauración es posible a partir de pasajes paralelos, faltan en su integridad unas 575 líneas, es decir, ni siquiera están representadas por u n a so la palabra. H ay m uchas m ás que están d em a siado d añ ad as para que sean de utilidad, por lo que bastante m enos de las cuatro quintas partes de la epope ya que existen ofrecen un texto consecutivo. En la ver sión que se ofrece en este volum en, el estado de deterio ro del texto es perfectam ente visible, pues aparece m arcado por num erosos corchetes y puntos suspensivos. A unque al editor m oderno le asalta la tentación de ignorar las lagunas, pasarlas por alto o encajar fragm en tos inconexos del texto, creo que a ningún lector adulto se le p resta un buen servicio con ese proced im ien to . Las lagunas son im portantesen sí mismas por su núm e ro y tam año, pues nos recuerdan cuánto nos queda aún que ap rend er sobre el texto. N os im piden dar por sen tado que d isponem os de un G ilgam esh íntegro. T odo 40 lo que digam os acerca de la epopeya es provisional, pues nuevos descubrim ientos de textos pueden m odifi car nuestra interpretación de pasajes enteros. N o obs tante, la epopeya a la que ahora tenemos acceso es sen sib lem ente m ás com pleta que aquella que avivó la imaginación de Rilke. N o veam os los textos que aqu í se presen tan con los m ism os ojos que podríam os v e r los poem as de H om ero sino com o un libro devorado en parte por las termitas o un rollo de papiro consum ido en parte por el fuego. A ceptém oslo como lo que es, una obra m aestra deteriorada. Es in dudab le que, con el tiem po, las lagunas que salpican la versión estándar de la epopeya se com pleta rán gracias a nuevos descubrim ientos de tablillas en los m ontículos de ruinas de M esopotam ia y en los m useos del m undo, pues es tal la falta d e asiriólogos profesiona les en todas partes que aún nos quedan por estudiar adecuadam ente m uchos miles de tablillas depositadas desde hace tiem po en las colecciones de los museos. La correcta identificación y la adecuada colocación de lo que en m uchos casos sólo son pequeños fragm entos entrañan un difícil y m eticuloso trabajo. Ni siquiera un genio com o George Sm ith dab a siem pre con la id en ti ficación correcta. Al Daily Telegraph le im presionó tanto su famosa conferencia sobre el episodio del Diluvio que form a parte de la epopeya de G ilgam esh que en 1873, con la esperanza de recuperar los pasajes que faltaban del texto, aportó la espléndida suma de 1.000 guineas (1.050 libras esterlinas) para que reanudase las antiguas excavaciones en N ínive p a ra el M useo Británico. En com paración con los estudiosos que habían excavado antes que él, Sm ith sólo llevó a su país de aquella su 41 prim era expedición un núm ero m uy reducido de tabli llas —la colección «DT»—, pero entre ellas figuraba, en efecto, un fragm ento del diluvio universal que incluso subsanó u n a im portan te laguna de la narración . Fue una m anera im presionante de colm ar las expectativas del Daily Telegrafié pero la expedición fue víctima de su prop io éxito . El fragm ento deseado satisfacía con tal exactitud las exigencias del diario que la noticia de su descubrim ien to p rovocó la re tirad a p rem atu ra de la expedición. H oy sabem os que, en rea lidad , aquel fragm ento concreto del relato del Diluvio form a parte de una ver sión tardía del poem a de Atra-hasis, y no es un episodio de G ilgam esh . Sm ith no ten ía m ed io de saberlo en aquellos tiem pos. Su identificación fue la m ejor que cabía esperar entonces, y durante m uchos años nadie la puso en duda. C ontratado en 1867 por el M useo Britá nico com o ayudante de sir H enry Creswicke Rawlison, uno de los g randes p ioneros del descifram iento de la escritura cuneiforme, George Smith fue algo más que el descubrido r de G ilgam esh y el p rim er traductor de la epopeya; fue uno de los prim eros de una larga sucesión de estudiosos que han exam inado con sum a atención las bibliotecas de A shurbanipal y que, m ediante la cla sificación, el ensam blado y la identificación de miles de piezas de tablillas de arcilla asirías, han am pliado sin cesar du ran te un período de 130 años nuestro conoci m iento de la literatura de los babilonios. Es en este tra bajo in in terrum pido de descubrim iento y de identifica ción de m anuscritos, de Nínive y otros lugares, sobre el te rreno y en los m useos, donde la epopeya de G ilga m esh (junto con la m ayoría de los dem ás textos escritos en caracteres cuneiformes sobre tablillas de barro) difie re de los textos fragmentarios en griego y latín. La recu perac ión final de esta lite ra tu ra está asegurada p o r la du rab ilidad del vehículo de la escritura. Sólo es cues tión de tiem po, siem pre y cuando, natura lm ente, la sociedad en que vivimos siga concediendo valor a tales cosas y apoyando a los especialistas que las estudian. E l m a r c o d e l a e p o p e y a El m arco principal de la epopeya es la antigua ciudad- estado de U ruk, en la tierra d e Sum er. Uruk, la ciudad m ás pob lada de su época, e ra gobernada por el Uráni co G ilgam esh, sem idiv ino en v irtud de su m adre , la d iosa N insun, pero no m en o s m ortal por ello. Gilga m esh e ra una de las g ra n d e s figuras legendarias. Su hazaña perdurable fue la reconstrucción de la m uralla de U ruk sobre sus cimientos an teriores al Diluvio, y su destreza m ilitar acabó con la hegem onía de la ciudad- estado septentrional de Kish. A parece com o un dios en las p rim eras listas de de idades, y a finales del tercer m ilenio a.C . era objeto de culto. La tradición posterior le a tribuyó como función, tal com o se explica en uno de los poem as sumerios, la de gobernar los espíritus de los m uertos en el otro m undo. C om o quiera que dispo nem os de documentos auténticos de reyes a quienes los an tiguos tenían por sus con tem porán eos, es posible que, del m ismo m odo que quizás existió en algún tiem po un auténtico rey Arturo, tam bién existiera en algún tiem p o un genuino rey G ilgam esh . Es cierto que la trad ic ión histórica autóctona sostenía que esto era así, 43 /. Una obra maestra deteriorada: anverso de una de las tablillas mejor conservadas de la epopeya de Gilgamesh. pues G ilgam esh aparece en la lista d e los reyes súm e nos com o el quin to soberano de la 1 D inastía de Uruk. Q uiere decirse que habría reinado hacia el año 2750 a.C., aunque algunos autores le situarían más o m enos un siglo antes. Su reinado, que según la lista real abar có la m ítica d u ra c ió n de 126 años, se inscribe en el im preciso período que constituye el lím ite de la histo ria de M esopotam ia, en un tiempo en que, com o suce de en las epopeyas homéricas, los dioses se tomaban un interés personal en los asuntos de los hom bres y a m e nudo se com unicaban directam ente con ellos. Los p rim eros en tre los dioses eran los integrantes de la tríada suprem a, que estaba com puesta por el dios Cielo, A nu, le jano en su palacio celestial; Enlil, m ás im portante, que gobernaba los asuntos d e los dioses y 44 los hom bres desde su tem plo en la T ierra; y el in teli gente Ea, que vivía en su océano de agua dulce bajo la tierra (el Abism o de las Aguas) y envió a los Siete Sa bios a civilizar al género hum ano . Estaban a continua ción la bondadosa Diosa M adre , señora de los dioses, que creó a los primeros hom bres con la ayuda de Ea; el violento Adad, dios de la to rm en ta ; y el dios luna, Sin, el m ajestuoso hijo de Enlil. Los hijos del dios luna (M an S.hamasb,' el dios sol, patrón d e los viajeros y protector especial de Gilgamesh; y la V en u s babilonia, la impe- tuosatfshtar* cuyas com petencias eran el amor carnal y la guerra y cuyo apetito de am bas cosas era inagotable. D ebajo del dom inio acuático d e fea) en las profundida des del M undo Inferior, el lú gubre reino de los m uer tos, vivía su reina, la am argada ikreshkigal,. postrada en perpetuo duelo y asistida por su m inistro, el horripilan te N am tar, y el resto de su m aligna corte. L q s hom bres vivían en las ciudades y cultivaban la tierna. E n los lugares clonde no pod ía llegar el regadío, las tierras de labranza de jab an paso a terrenos más agrestes en los que los pastores apacentaban sus reba ños, siem pre ojo avizor para descub rir la presencia de lobos y leones. Y más lejos estaba «la estepa», el terri torio d espo b lado por el que m e ro d e a b an cazadores, forajidos y bandidos, p o r don de , según la leyenda, en un tiem po m erodeó un extraño hom bre salvaje a quien las gacelas criaron como si fuerasuyo. Se llam aba En- kidu. A varios.m eses de cam ino por aquellas tierras desérticas, después de cruzar varias cadenas m ontaño sas, h ab ía un Bosque de C ed ros sagrado, donde, al de cir de algunos, m oraban los dioses. Estaba custodiado en nom bre de los dioses por un ogro aterrador, el terri ble H um baba, que para protegerse iba envuelto en sie te auras num inosas, rad ian tes y m ortíferas. En algún lugar en los confines del inundo, custodiadas po r m ons truosos centinelas que eran m itad hom bres y m itad es corpiones, se alzaban las m ontañas gemelas de M ashu, donde el sol salía y se ponía. M ás allá, en el otro extre m o del cam ino del sol, estaba el fabuloso Ja rd ín de las Jo yas , y cerca de éste, en un tabernáculo ju n to al gran océano in franqueab le jque rodeaba la T ierra, vivía la m isteriosa diosa S hiduri, que transm itía su sab iduría oculta tras sus velos. Al otro lado del océano estaban las m ortíferas Aguas de la M uerte, y más allá de ellas^en una lejana isla donde los ríos Tigris y Eufrates brotaban de nuevo de las p ro fund idades, m uy lejos del a lcan ce de los hom bres y visitado sólo por su barquero Ur- shanabi, vivía Uta-napishü el Lpjano, un rey primigenio que sobrevivió al gran Diluvio enviado por Enlil en los prim eros m om entos de la h istoria hum ana y que po r ello se le exim ió del destino de los m ortales. M uchas otras fuerzas p Qbiaban eLcosm os babilónico -deidades, dem onios y semidioses legendarios-, pero éstos son los p rinc ip ales personajes d e la epopeya babilón ica de Gilgam esh. L a e p o p e y a e n s u c o n t e x t o : M IT O , R E L IG IÓ N Y SABID URÍA La epopeya de G ilgam esh es una de las escasas obras de la literatura babilónica que pueden leerse y disfrutar se sin tener un conocim iento especial previo de la civi lización d e la que nació. A un cuando los nom bres de 46 los personajes puedan resultar desconocidos y los luga res extraños, algunos de los tem as que trata el poeta son tan universales en la experiencia h um ana que e l lector no encuentra dificultades para com prender qué m otiva ciones im pulsan al héroe de la epopeya y p u ed e iden tificarse fácilm ente con sus aspiraciones, su do lo r y su desesperación . El asiriólogo W illiam L. M oran ha d i cho no hace m ucho que la historia de Gilgamesh es un relato del m undo hum ano, caracterizado por la «insis tencia en los valores hum anos» y en la «aceptación de las limitaciones humanas». Esta observación le indujo a calificar la epopeya d e «docum ento del hum anism o antiguo»,9 y lo cierto es que, incluso para los antiguos, la historia de G ilgamesh ten ía que ver m ás con lo que es ser un hom bre que con lo que es servir a los dioses. Al com ienzo y a] final de la epopeya queda claro que G ilgam esh es m ás fam oso p o r sus obras hum anas que p o r su relación con lo divino- A unque la historia de G ilgam esh es, por supuesto, ficción, el diagnóstico de M oran es tam bién una adver tencia de que la epopeya no d eb e leerse com o si fuera un m ito. N o hay m ucho consenso en lo tocante a qué es m ito y qué no lo es, y los textos mitológicos mesopo- tám icos de la an tigüedad ex h ib en una considerable variedad. A lgunos de ellos, en particular los m ás anti guos, hacen referencia a un solo mito. O tros reúnen dos o m ás mitos. D os rasgos son especialm ente caracterís ticos de estas com posiciones m itológicas: por u n a par te, la historia se centra en las acciones de uno o varios dioses, y por otra, su finalidad es explicar el origen de algún rasgo del m undo natural o social. E n la epopeya de G ilgam esh hay m ás personajes 47 divinos que hum anos, pero si se los p o n e al laclo del protagonista no tienen m ucha im portancia. Los dioses son objeto incluso d e símiles poco favorables: en la Tablilla XI el poeta los com para con perros y moscas, com o si los soberanos de l universo fueran carroñeros parásitos. P or lo general, la función del poem a no es la de explicar los orígenes. Pone más in terés en exam inar la condición hum ana tal com o es. Por estos m otivos la epopeya no es m ito. Es cierto que incluye m itos —el mito de la serpiente que m uda de piel en la Tablilla XI sería el ejem plo más puro , y la h istoria del Diluvio el m ás fam o so - y que hace no pocas alusiones a la m ito logía de la época, sobre todo en el episodio del recha zo de la diosa Ish tar por G ilgam esh en la Tablilla VI. Pero la m ayoría de esos mitos son inherentes al relato, y la epopeya es sin d u d a m ucho m ás que la suma de sus partes m itológicas, a diferencia por ejem plo de las Metamorfosis de O vidio. N o obstante, el texto de Gilga m esh se estud ia a m en u d o jun to a com posiciones de carácter realm ente mitológico. Lo cierto es que ningún libro que trate d e la m itología de la antigua M esopota m ia puede resistirse a ello. Para explicar el m otivo, lo m ejor es citar las palabras de G. S. Kirk, que se ocupó extensam ente de G ilgam esh en su im portan te estudio del mito: «[La epopeya] conserva ante todo, a pesar de su larga y culta h istoria, el aura incon fund ib le de lo mítico, de esa clase de exploración em ocional del signi ficado perm anente de la vida, m ediante la liberación de la fantasía sobre el pasado lejano, que los mitos griegos, al m enos tal com o los experim entam os, no ilustran con harta frecuencia po r derecho propio».10 Si no es efectivam ente mitológico, en el sentido que 48 se define m ás arriba, ¿qué es este poem a? La frase de M oran, «un docum ento del hum anism o antiguo», vuel ve a sernos útil, pues pone d e relieve que la epopeya tam poco es un poem a religioso, al m enos no lo es en el m ism o sentido que, p o r ejem plo , «El sueño de G eron- tius», de John H em y N ew m an. Am bos poemas se ocu pan del m iedo a la m uerte , y su com paración resulta instructiva. Sintiendo en su lecho de m uerte la terrible p rox im idad del Angel de la M uerte, G erontius se la m enta: Un visitante clava en m i puerta su funesta citación; nunca, nunca había llegado hasta m í nadie igual, que me asuste y desaliente. Son palabras que tam bién pod rían haberse puesto en la boca de Gilgamesh. G erontius, en su angustia, se encom ienda a su dios, una condu cta que en la poesía religiosa es el recurso ap ro p iad o de los piadosos afligi dos. H ay m uchos ejem plos d e poesía babilónica en la que u n a persona que sufre, a m enudo enferm a y sin tiéndose cerca de la m uerte, se abandona a m erced de uno u otro de los inescrutables dioses e im plora perdón y reconciliación.iG ilgam esh, sin em bargo, en su terror y sufrim iento desdeña la ay u d a de sus dioses -e n con creto, rechazando los buenos consejos de Sham ash, el dios que le p ro tege- y, al final, incluso busca consuelo en sus propias hazañas en vez de recurrir a su creador. El poem a concluye con G ilgam esh m ostrando orgullo so a su acom pañante el m on u m en to po r el que se ha hecho famoso: 49 Oh Ur-shanabi, sube a la muralla de U ruky anda por ella. Inspecciona sus cimientos, examina los ladrillos. ¿No fueron sus ladrillos cocidos en un horno? ¿No pusieron los Siete Sabios sus cimientos? ' Porque, según la trad ic ión babilónica, fue Gilga- m esh quien reconstruyó la m uralla de la ciudad sobre sus cim ien tos prim igenios, y fue la fama que alcanzó con este m onum ento im perecedero la que sería su con suelo. El ya fallecido Thorki Id Jacobsen, un asiriólogo de renom bre que escribió con notable criterio acerca de la religión en la antigua M esopotam ia, dijo en cierta oca sión que la epopeya e ra u n a «historia de aprend izaje para hacer frente a la realidad , una historia de “in icia ción”».11 Al principio G ilgam esh no es más que un jo ven in m ad u ro y ta ram b an a , incapaz de adm itir su je ción a lguna;al final llega a acep tar el p o d er y la realidad de la M uerte, y de ese m odo alcanza la m adu rez reflexiv& j Pero la epopeya es m ás que eso. Al seguir detenida m ente la evolución del héroe, el poeta hace una profun d a reflexión sobre la juven tud y la edad, el triunfo y la desesperación , acerca de los hom bres y los dioses, la vida y la m uerte. Es significativo que su preocupación no sean sólo las gloriosas hazañas de G ilgam esh, sino tam bién el sufrim iento y el dolor que acosan a su héroe m ien tras con tinúa con su búsqueda sin esperanza. «Lee», nos exhorta el poeta en el prólogo, «los trabajos de G ilgam esh, todo lo que pasó». C om o poem a que exp lo ra la verdad de la condición hum ana, la epopeya transm ite un m ensaje a las generaciones venideras, tan 50 L to las de aquella época com o las de nuestros días. La m adurez se alcanza en igual m edida a través del fracaso y del éxito. L a vida, forzosam ente, es dura, pero es uno m ism o quien m ejor lo sabe. Lo cierto es que hay un ind ic io form al de que la epopeya es una obra de la que se espera que se ap ren da. En el prólogo, el poeta p id e al lec to r que se crea que el poem a fue escrito so b re p ied ra por el p rop io Gilgamesh p a ra que todos lo leyeran. En otras palabras, se espera que imaginemos que la epopeya es una auto biografía del gran héroe, escrita en te rcera persona. ¡Estas son las palabras del rey G ilgam esh para p rove cho de las generaciones futuras! Q uiere decirse que la epopeya guarda cierta relación con el acreditado géne ro literario del «consejo real». Los reyes, en v irtud de sus m uchos consejeros y de la pom pa y los rituales es peciales de la realeza, debían ser sabios y sagaces. M uchas colecciones d e dichos proverb iales del C erca no Oriente pretenden ser las enseñanzas d e un rey o de un personaje im portan te a su hijo o sucesor. Los Pro verbios bíblicos son la «sabiduría del rey Salomón» di rigida a su hijo, y el sabio autor del libro del Eclesiastés se presenta com o «hijo de D avid, rey en jerusalén» . Se conservan varias com posiciones de esta índole proce dentes del Egipto antiguo, la m ás conocida de las cua les es tal vez las «Instrucciones d e Am en-em -Opet». En la antigua M esopotam ia el g én ero está representado p o r las «Instrucciones de S huruppak», u n a com posi ción sum eria que figura entre las obras literarias más antiguas de la historia, pues aparece por prim era vez en copias que datan más o m enos del siglo x x v i a.C. En este texto el anciano sabio S huruppak , hijo de Ubar- 51 Tutu, aconseja a su hijo Z iusudra. Se trata del m ism o Z iusudra que los babilonios conocían con los nom bres gem elos de Atra-hasis y Uta-napishti, que sobrevivió al D iluvio y dio sabios consejos a Gilgamesh en los confi nes d e la T ierra. En un nivel m ás concreto , la epopeya puede com pararse con un pequeño grupo de textos babilónicos a los que se ha calificado de «autobiografia regia im agina ria». O tro ejem plo de este tipo de textos es la com posi ción que conocem os con el título de «Leyenda C u tea de Naram -Sin», en la que un poeta del período paleo- babilónico adopta la identidad de este famoso rey del te rce r m ilen io a.C . de A cad y advierte a los futuros gobernan tes de las funestas consecuencias que se d e ri van del gobierno que no se ejerce de la m anera prescri ta po r los dioses. El fallo de N aram -Sin fue ir a la guc rra sin su consentim iento. Se puede com parar con rigor el siguiente m andam iento de su «autobiografía» con el p rólogo d e Gilgamesh: Seas quien seas, gobernador, príncipe o cualquier otro, a quien los dioses puedan elegir para ejercer la realeza, te he hecho una caja para tablillas y te he escrito una tablilla de piedra. Las he depositado para ti en Cutha, en la celia de Nergal en el templo E-meslam. ¡Contempla esta tablilla de piedra, presta atención a lo que esta tablilla de piedra diceZ12 La enseñanza que debían ex traer los soberanos fu turos a quienes iba destinado el texto sobre Naram -Sin es la paciencia: espera a los dioses, no hagas nada sin su 52 visto bueno. El mensaje de la epopeya de Gilgamesh es la vanidad de la em presa del héroe: la búsqueda de la inm ortalidad es necedad, el d e b e r apropiado de l hom bre es aceptar la vida mortal, que es su sino, y disfrutar la al m áxim o. «¡Cumple con tu deber en el abrazo a tu m ujer!», encarece el poeta d e la «autobiografía» de Naram-Sin, del m ismo m odo que en la epopeya de Gil gam esh del período paleobabilónico Shiduri le dice al héroe estas m em orables palabras: Pero tú, Gilgamesh, que tu vientre esté lleno, goza siempre, día y noche. Sé alegre cada día, ba ila y juega día y noche. Oiic tus vestidos estén limpios, que tu cabeza esté lavada:, báñale en el agua. Mira al niño que te agarra de la mano, que tu esposa disfrute de tu repelido abrazo. En idéntico sentido aconseja el au to r del Eclesias- tés: «Anda, com e con a leg ría tu pan y bebe de buen grado tu vino. [...] En toda sazón sean tus ropas blancas y no falte ungüento sobre tu cabeza. V ive la vida con la m ujer que am as tocio el espacio de tu vana existencia que se te ha dado bajo el sol.» Los tem as de la vanidad del em peño hum ano y del disfrute de los placeres en la fam ilia son típicos de la lite ra tu ra «sapiencial» que se encuen tra en otros lugares del C ercano O riente de la Antigüedad. En el m undo antiguo la religión im pregnaba la ac tividad intelectual de una m an e ra que resulta descono- 53 cicla en nuestro s días. Si se lee corno «sabiduría», la epopeya transm ite en últim a instancia un m ensaje de grave contenido religioso. Sus ideas acerca de los debe res propios de los hom bres y de los reyes concuerdan estrictamente con las exigencias de los dioses y se ajustan a la ideología religiosa de la M esopotam ia antigua: haz la voluntad de los dioses, cumple tu función tal como ellos querían. Así que, aun cuando la epopeya puede disfru tarse por sí m ism a, sin más indagaciones, algunos cono cimientos relativos a la m itología que expresaba la rela ción existente entre los dioses, los reyes y los hombres, de cóm o en tend ían los babilonios su universo, y de su religión y de cóm o sus creencias condicionaban el enfo que que tenían de lo divino, nos perm itirán ahondar en la com prensión de esta obra maestra. Sabem os p o r m uchas fuentes de la M esopotam ia de la A ntigüedad, en sum erio y en acadio, que los ba bilonios creían que el fin del género hum ano era servir a los dioses. A ntes de la creación del hom bre, nos dice el m ito, los ún icos habitan tes de las ciudades de la M esopotam ia in ferio r eran los dioses, que tenían que alim entarse y vestirse por sus propios m edios. Bajo la supervisión de Enlil, el señor de la T ierra, las deidades m enores criaban y cosechaban los alim entos de los dio ses, labraban la tierra y realizaban la tarea más agotado ra, la de excavar los ríos y los cursos de agua que rega ban los cam pos.13 Incluso los ríos Tigris y Éufrates eran su trabajo. AI final el trabajo resultó excesivo para ellos y se am otinaron. El ingenioso dios Ea (llamado Enki en el poem a de Atra-hasis) fue el p rim ero en idear la tec nología necesaria para producir a partir de la arcilla un trabajador que los sustituyera, y después el m edio por el que este nuevo ser pud iera reproducirse. Los p rim e ros hum anos nacieron, com o es debido, del vientre de la D iosa M adre y afrontaron su destino, «llevar la p e r cha, la tarea impuesta por Enlil, portar el cesto de tierra de los dioses». Este acto de c reac ió n podía repetirse cuan do fuera necesario. Así que cuando, tal com o se n a rra en la Tablilla I de la epopeya de Gilgamesh, sur ge la necesidad de buscar u n con trapun to de G ilga m esh, algo que, como es obvio, no podía
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