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Anónimo (2008) La epopeya de Gilgamesh Barcelona, España DeBolsillo [Versión de Andrew George] - Eduardo Salazar

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A n d r e w G e o r g e estudióasiriologia en la Universidad de 
Birmingham. Comenzó a enseñar acadio y sumerio en 1983 
en la Escuela de Estudios Orientales y Africanos de la 
Universidad de Londres, donde hoy es catedrático de babi­
lonio. Ha visitado en numerosas ocasiones Babilonia, asi 
com o m useos tanto iraquíes com o europeos y norteamerica­
nos, para leer las tablillas de arcilla originales en las que 
trabajaron los escribas del Irak antiguo.
J o r d i B a iló y X a v ie r P é r e z son profesores de com uni­
cación audiovisual en la Universidad Pompen Fabra de 
Barcelona. I lan escrito, entre otros libros, La sem illa in­
mortal. Los argum entos universales en v i cine , una obra 
de referencia en el estudio comparado de m odelos narra­
tivos.
La epopeya 
de Gilgamesh
Versión de 
Andrew George
Traducción de 
Fabián Chueca Crespo
Prólogo de 
José Luis Sampedro
Epílogo de 
Jordi Bailó y Xavier Pérez
[UDeBOLSILLO
T ítu lo o rig inal: T he Epic o f G tlgam esh 
D iseñ o d e la p o rtad a : D e p a r ta m e n to d e d ise ñ o d e R a n d o m 
H o u s c M o n d ad o ri / Y olanda A rto la 
Ilu s tra c ió n d e la p o rtad a : E rich L cssin g / A lbum
Primera edición: noviembre, 2008
© 1999, A n d rew G eorge, p o r la versión inglesa y la in troducción 
© 2004, Jo sé L uis S am p ed ro , p o r la p resen tación 
© 2C04, Jo rd i Bailó y X av ier Pérez, p o r el tex to La búsqueda 
de la inm ortalidad 
© 2004, R a n d o m H o u sc M o n d ad o ri, S. A.
T ravessera d e G rac ia , 47-49. 08021 B arcelona 
© 2004, F a b ián C h u eca C resp o , p o r la traducción
Quedan prohibidos, dentro de los límites establecidos en la ley y bajo 
los apercibimientos legalmente previstos, la reproducción total o par­
cial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, ya sea electró­
nico o mecánico, el tratamiento informático, el alquiler o cualquier otra 
forma de cesión de la obra sin la autorización previa y por escrito 
de los titulares del copyright. Diríjase a CEDRO (Centro F.spañol de 
Derechos Rcprográficos, lmp:/Avww.ccdro.org) si necesita íotocopiar 
o escanear algún fragmento de esta obra.
P rin tc d in Spain - Im p reso en E spaña
ISBN : 978-84-8346-826-5 
D ep ó sito legal: B-4C072-20C8
F o to co m p o sic ió n : L o zan o P a isano , S. L . (L ’H o sp ita lc t)
Im p reso en L ik e rd ú p lex , S. L. U.
Sant L lo ren ? d ’H o rto n s (B arcelona)
P 8 6 8 2 6 5
PRESENTACIÓN
M esopotam ia: la T ierra entre Dos Ríos.
Región planetaria privilegiada: ya en los com ienzos 
de la historia se adelantó a lum brando una civilización. 
Fundó ciudades, encauzó regadíos, levantó m onum en­
tos, colgó jardines en Babilonia, erigió templos piram ida­
les desde cuyas terrazas eran leídas las estrellas. Y, sobre 
Lodo, la escritura y el genial invento de inmortalizarla en 
el baiTo adánico. El deleznable material hecho roca e te r­
na en la hoguera, para atesorar la palabra hum ana.
En esa arcilla perdurable se salvaron nom bres y h a ­
zañas cuando se desm oronaron los im perios. S obrevi­
vieron bajo el olvido incluso cuando, siglos después, el 
genio c reado r m esopotám ico en g e n d ró la ciudad sin 
rival, la m ás gloriosa de su tiem po: aquella Bagdad ca- 
lifal de Las M il y Una Noches, a rrasada por los guerreros 
m ongoles en 1258.
M ás olvido de siglos y otra resurrección al revelar 
M esopotam ia su tesoro para nuevos tiempos: el oscuro 
y denso m ar subterráneo del petróleo. Inm ediato d e s ­
pertar de codicias y, ahora, el asalto y saqueo por u n a 
cuadrilla de m alhechores encaram ados en altas m agis­
traturas, tan dotados de m áqu inas para dar m uerte 
com o incapaces de dar ni va lo ra r la Vida.
Larga historia de apogeos y cataclismos en la que, 
siem pre indestructibles, las hum ildes tablillas conserva­
ron altísim as palabras. Así nos llegó esta epopeya de 
G ilgam esh , el héroe que «vio en lo profundo». Hijo 
de diosa y hom bre, tenaz buscador de la inm ortalidad 
tras llo rar la m uerte de su más que am igo Enkidu, hijo 
absoluto d e la T ierra.
La epopeya nos revela un perd ido m undo arcaico 
donde los hom bres conviven con los dioses y los sue­
ños inspiran las conductas. Entre inusuales personajes 
aparece la prostitu ta que guía y aconseja, así com o la 
d iosa lu ju riosa ofreciéndose al héroe. Pero tam bién 
encuentra el lector actual actitudes de todos los tiempos 
así com o sím bolos y m itos fam iliares para nosotros, 
com o los difundidos por los textos bíblicos: el árbol del 
fruto prohibido, el diluvio universal con otro «Noé» sal­
vado en su arca, o los cedros del L íbano admirados por 
Salom ón; todo engarzado en m últiples aventuras y en 
pasajes deleitosos, como las descripciones del jardín de 
las joyas o de las arm as b ien labradas.
C u an d o , hace ya m edio siglo -m ilen io s , si se 
com prim e la historia en la duración de una v ida hum a­
n a - , disfruté con mi prim era lectura de la epopeya, me 
so rprend ieron los mitos olvidados tanto como las ver­
dades vigentes, a la vez que el texto m e ayudaba a po ­
blar m ás verazm ente mis adquiridas im ágenes de zigu- 
rats y colum natas. Pero, sobre todo, m e adm iró el vigor 
insuperable del lenguaje, desesperado en los lam entos 
funerarios, im placable m ald iciendo , viril en los senti­
mientos. A hora, en mi relectura, brillan los mismos va­
lores pero , adem ás, el poem a m e eleva a una cum bre 
del esp íritu . M e reconforta ese tex to al desplegar la
8
grandeza de aquella M esopotam ia, tan superior a los 
despreciables saqueadores de Irak en el año 2003, que 
ni siquiera son capaces de en ten d e r la d ign idad en 
la desgracia del pueblo invad ido . La destrucción y la 
m uerte no llegan jamás a la a ltu ra de la Vida.
J o s é L u i s S a m p e d r o
L
PREFACIO
M i p rim era tom a de contacto con la m agia de Gilga- 
m esh tuvo lugar en la niñez, cuando leí el libro que 
precedió a éste en la colección Penguin Classics, la sín­
tesis en p rosa de los poem as antiguos efectuada p o r 
N ancy Sandars (TheEpicof Gilgamesh, 1960). En la u n i­
versidad m e brindaron la feliz oportunidad de leer p a r­
te del texto cuneiforme de la epopeya bajo la orien ta­
ción del más destacado experto en literatura babilónica, 
W . G. Lambert. El trabajo de recuperación del texto de 
Gilgam esh a partir de las tablillas de arcilla originales y 
de p reparación de lo que sólo será la tercera edición 
e ru d ita de la epopeya bab ilón ica h a sido el principal 
objeto de mis investigaciones du ran te los últimos doce 
años. E n este tiempo he tenido la suerte de haber con­
tado con los consejos y el estím ulo de m uchos adeptos 
a. G ilgam esh en nuestros días. E n tre ellos deseo hacer 
u n a m ención especial a David Hawkins, colega m ío en 
la Escuela de Estudios O rientales y Africanos, que tam ­
bién ha contribuido a la trad u cc ió n de un fragm ento 
h itita en la Tablilla V II, y a A ege W estenholtz, de la 
U n iversidad de C openhague, que en el curso de una 
traducción de la epopeya al danés recorrió conmigo el 
a rd uo cam ino de ida y vuelta hasta Uta-napishti. Con
11
Antoine C avigneaux, de la U niversidad de G inebra, y 
con Farouk N . H. Al-Rawi, de la U niversidad de Bag­
dad, estoy en deuda por el uso de su libro inédito sobre 
la com posición sum eria, que conocem os con el título 
de «La m uerte de Bilgames». D ouglas Frayne, de la 
U niversidad d e T o ro n to , ha com partido conm igo su 
obra en proceso de elaboración sobre los poem as de 
Gilgam esh sum erios. M ark Geller, del University Col- 
lege de Londres, y Steve T inney, de la U niversidad de 
Pensilvania, han acudido en mi ayuda en relación con 
varios pun tos oscuros.
El traductor m oderno de Gilgam esh tiene la venta­
ja de poder apoyarse en los editores y traductores que 
le han precedido. L a lista de los estudiosos que d u ran ­
te el último siglo y m edio han efectuado contribuciones 
im portantes a la recuperación de las fuentes antiguas es 
muy larga, pe ro entre ellos no debem os dejar de rendir 
hom enaje a G eorge Smith, que fue el p rim ero en des­
cifrar gran parte de la epopeya babilónica y cuyas tra­
ducciones p ioneras, de 1875 y 1876, dieron al m undo 
un p rim er atisbo d e su m ajestuosidad; a Paul H aupt, 
que en 1891 fue el prim ero en recopilar el texto cunei­
forme de la epopeya; a Peter Jensen , cuyas translitera­
ciones de 1900 constituyeron la prim era edición com ­
pleta m oderna; a R. Cam pbell Thom pson, que en 1930 
actualizó el trabajo de H aupt y de Jen sen ; y a Samuel 
Noah Kram er, que en las décadas de 1930 y 1940 fue el 
prim ero en reun ir los fragm entos de los poem as sum e­
rios de G ilgam esh. En la tantas veces no reconocida 
labor de am pliar nuestros conocim ientos sobre el texto 
de la epopeya, n ingún asiriólogo contem poráneo pue­
de igualar los m éritos de Irving Finkel, del M useo Bri­
tánico, Egbert von W eiher, de la U niversidad de C o lo ­
n ia , y, de m anera especial, de W . G. Lam bert, d e la 
U niversidad de Birmingham.
C on tinúan apareciendo nuevas piezas de G ilga­
m esh. Esta edición se d iferencia de su predecesora en 
que h a sido posible utilizar un fragm ento de la Tabli- 
11a X I que no salió a la luz hasta junio de 1999. Q uiero 
d ar las gracias a su descubridor, Stefan M. M aul, de la 
U niversidad de Heidelberg, y al Vorderasiatisches M u­
seum de Berlín, así como a D eutsche-Gesellschaft, por 
su autorización para citarlo.
Londres, junio de 1999
«3>
INTRODUCCIÓN
Desde que se publicaron las prim eras traducciones m o­
dernas, hace ya m ás de cien años, la epopeya de Gilga- 
m esh está considerada com o una de las grandes ob ras 
m aestras de la literatura universal. U na de las prim eras 
traducciones, ob ra del asiriólogo alem án A rthur U ng- 
nad, fascinó de tal m odo a R ainer M aría Rilke en 1916 
que el poeta pareció quedar ebrio de placer y asom bro 
y no cesaba de repetir la historia a todo aquel con el 
que se encontraba. «¡Gilgamesh es prodigioso!», p rocla­
mó. Para R ilke, este poem a épico e ra ante todo «das 
Epos der Todesfurcht», la epopeya del m iedo a la m uerte. 
Es cierto que este motivo universal confiere un idad al 
poem a, pues para exam inar el anhelo hum ano de vida 
eterna habla de la heroica lucha de un hom bre contra 
la m uerte , p rim ero po r la fam a inm orta l a través de 
gestas gloriosas, y después por la v ida e terna en sí m is­
m a; de su desesperación cuando tiene que afrontar el 
inevitable fracaso; y de su com prensión final de q u e la 
ún ica inm ortalidad que p u ed e esperar es el nom bre 
perdurab le que otorga el dejar tras su paso por la vida 
alguna obra duradera.
A un cuando el m iedo a la m uerte sea uno d e sus 
m otivos principales, la epopeya trata de muchas cosas
15
más. C om o narración del «cam ino a la sabiduría» de 
un hom bre, de cóm o éste es m oldeado por sus éxitos y 
sus fracasos, ofrece no pocas apreciaciones profundas 
sobre la condición h u m an a , la v ida y la m uerte y* las 
verdades que a todos nos afectan. El tem a que m ás lla­
m aba la a tención en las cortes rea les de B abilonia y 
Asiría e ra tal vez otro m otivo que subyace en gran p a r­
te del poem a: el debate acerca de los deberes propios 
de la realeza, de lo que un buen rey debe hacer y lo que 
no debe hacer. La vertiente didáctica de la epopeya es 
evidente asimismo en la exposición d e las responsabili­
dades de un hom bre para con su familia. Se exam ina 
tam bién el sem piterno conflicto entre educación y natu ­
raleza -q u e aquí se expresa com o los beneficios de la 
civilización sobre el estado salvaje-, así como las recom ­
pensas de la amistad, la nobleza de la empresa heroica y 
la inm ortalidad de la fama. Ingeniosam ente entretejidos 
en la historia de Gilgamesh se hallan el relato tradicional 
del Diluvio, la gran inundación de la que se valieron los 
dioses para tratar de acabar con el género humano en los 
prim eros compases de la historia de la humanidad, y una 
extensa descripción del lúgubre reino de los muertos. 
Gilgamesh emerge de todo ello como una suerte de héroe 
cultural. I>a sabiduría que le transmite en los confines de 
la Tierra el superviviente del Diluvio, Uta-napishti, le per­
mite devolver a los templos del país y a sus rituales el es­
tado ideal de perfección que tenían antes del Diluvio. En 
el curso de sus heroicas aventuras, Gilgamesh parece ser 
el prim ero en labrar oasis en el desierto, el prim ero en 
talar cedros del monte Líbano, el prim ero en descubrir las 
técnicas para m atar toros salvajes, navegar en embarcacio­
nes de altura y bucear para extraer coral.
16
Intercalados entre los m otivos trascendentales, en 
la epopeya se encuentran infinidad de m om entos apa­
sionantes, en m uchos casos sólo detalles m enores y 
accesorios que aquí y allá sirven para estimular la im a­
ginación o para relajar el ánim o. En el texto se explica 
de pasada por qué los tem plos recogen huérfanos, por 
qué había dos días de A ño N uevo en el calendario b a­
bilónico, cóm o se horadó el valle de fractura del Levan­
te m editerráneo, por qué hay enanos, por qué los nó ­
m adas viven en tiendas, por qué algunas prostitutas se 
ganan la vida a duras penas en los crueles m árgenes de 
la sociedad en tanto que otras disfrutan de una vida de 
lujo y atenciones, por qué las palom as y las golondrinas 
son fieles a la com pañía hum ana pero los cuervos no lo 
son, por qué las serpientes m udan de piel, etcétera.
El hechizo de G ilgam esh lia a trapado a m uchos 
desde Rilke, por lo que con el tiem po el relato h a sido 
objeto de m uy diversas adaptaciones para convertirlo 
en obras teatrales, novelas y al m enos dos óperas. Se 
han publicado traducciones a un m ínim o de dieciséis 
idiom as, y cada año se ed itan nuevas versiones, de tal 
m odo que en la última década se han incorporado otras 
diez a las docenas ya publicadas. ¿Por qué tantas, y por 
qué otra? H ay dos respuestas que contestan a am bas 
preguntas. En p rim er lugar, una gran ob ra m aestra 
siem pre será objeto de nuevas in terpretaciones, y así 
sucederá m ientras su valor sea reconocido. Esta afirma­
ción es tan válida para H o m ero y Eurípides, Virgilio y 
Horacio, Voltaire y G oethe - e n una palabra, para cual­
qu ier texto clásico, an tiguo o m o d e rn o - com o para 
Gilgamesh. Pero lo que distingue a Gilgamesh, com o a 
las dem ás ob ras de la lite ra tu ra m esopotám ica de la
17
A ntigüedad , es que seguim os enco n trando nuevos 
m ateriales. H ace setenta años disponíam os de m enos 
de cuaren ta m anuscritos para reconstruir el texto y h a­
bía gl andes lagunas en la narración. Ahora tenem os ac­
ceso a m ás del doble y las lagunas han dism inuido. Es 
in dudab le que con el paso de los años el núm ero de 
fuentes d ispon ib les co n tinuará aum entando . Poco a 
poco, nu estro conocim iento del texto será cada vez 
mejor, hasta que un día la epopeya vuelva a estar com ­
pleta, com o lo estuvo po r últim a vez hace más de dos 
mil años. A ntes o después, a m edida que se descubran 
nuevos m anuscritos, esta versión, com o todas las d e ­
más, será superada. Por el m om ento , al basarse en el 
estudio d irec to de la práctica to talidad de las fuentes 
disponibles, tanto inéditas com o publicadas, la presente 
versión ofrece la epopeya en la form a más com pleta 
que se h a e d itad o hasta la fecha. Sin em bargo, sigue 
habiendo lagunas y m uchas de las líneas que se conser­
van son aún fragm entarias; de hecho, la epopeya está 
plagada de espacios enblanco. En m uchos pasajes el 
lector debe dejar a un lado cualquier com paración con 
las obras m aestras de la literatu ra griega y latina, m ás 
com pletas, y aceptar las partes del texto que aún están 
incom pletas y carentes de ilación com o si fueran restos 
de esqueletos que un día volverán a la vida.
Los m anuscritos de G ilgam esh son tablillas cunei­
form es -re c tá n g u lo s de arcilla lisos, con form a de 
alm ohadilla, grabados en am bas caras con escritura cu ­
neiforme, es decir, signos en form a de c u ñ a - proceden­
tes de las antiguas ciudades de M esopotaniia, el M edi­
terráneo oriental y Anatolia. Son pocos los yacimientos 
arqueológicos, sobre todo en el territorio de lo que hoy
es Irak, en los que no se hayan encontrado tablillas de 
arcilla. La escritura cuneifo rm e fue inventada en las 
c iudades-estado d e la M esopo tam ia inferior hacia el 
año 3000 a.C., en una época en que la administración 
de las grandes instituciones urbanas, el palacio y el tem ­
plo , alcanzó un grado de com plejidad excesivo p a ra 
que la m em oria hum ana pud ie ra abarcarla. Con pen o ­
sa lentitud, dejó de ser un m em orando de los contables 
para convertirse en un sistem a de escritura que pod ía 
expresar no ya simples palabras y núm eros, sino toda la 
creatividad de la m ente cultivada. Y com o el barro no 
se deteriora con facilidad cuando se desecha o cuando 
queda enterrado entre las ruinas de los edificios, los ar­
queólogos nos suministran ingentes cantidades de tabli­
llas de barro grabadas con caracteres cuneiformes. Pol­
lo que a fechas se refiere, estos docum entos recorren un 
arco d e tres mil años de historia, y en cuanto a su con­
tenido van desde los más sencillos recibos hasta las más 
com plejas obras científicas y literarias.
Las composiciones literarias que cuentan la historia 
de G ilgamesh y que han llegado hasta nosotros pueden 
datarse en varios períodos distintos y están escritas en 
varias lenguas distintas. A lgunas versiones m odernas 
pasan po r alto la enorm e diversidad de los materiales, 
p o r lo que el lector se form a u n a idea equivocada del 
contenido y del estado de conservación de la epopeya.
G il g a m e s h y l a l it e r a t u r a m e s o p o t á m ic a a n t ig u a
L a litera tu ra escrita existía ya en M esopotam ia en el 
año 2600 a.C., aunque com o la escritura no tenía toda­
19
vía la capacidad de expresar plenam ente el lenguaje, la 
lectura de estas prim eras tablillas sigue p lan teando 
enorm es dificultades. Al m enos desde esta época, y es 
probable que desde m ucho antes, la M esopotam ia infe­
rior estaba hab itad a por gentes que hablaban dos le n ­
guas m uy distintas. U na era la sum eria, una lengua sin 
afinidades con ninguna otra conocida, que parece ser el 
vehículo de la escritura m ás antigua. La otra era la aca- 
dia, que pertenece a la familia semítica, p o r lo que está 
em parentada con el hebreo y el árabe. La población ele 
la M esopotam ia inferior em pleaba desde hacía tiem po 
las dos lenguas, la sum eria y la acadia, la una junto a la 
otra, aunque la sum eria predom inaba en el sur urbano y 
la acadia en el norte, más provinciano. Esta división geo­
gráfica quedó consagrada en la terminología de la tradi­
ción posterior, según la cual la patria de «los de cabeza 
negra», com o estos pueblos se llam aban a sí m ism os, 
com prendía dos regiones, Sum er, que era la parte m eri­
dional de la M esopotam ia inferior, y Acad, la región sep­
tentrional. El bilingüismo de la civilización urbana de la 
M esopotam ia inferior en el tercer milenio a.C. se aseme­
jaba quizás a la división entre el francés y el flamenco en 
la Bélgica de nuestro tiempo.
Los tex to s en acad io com ienzan a aparecer en 
grandes can tidades hacia el año 2300 a.C ., al conver­
tirse esta lengua en u n a herram ien ta adm inistrativa al 
servicio del p r im er gran im perio m esopotám ico. Este 
im perio se ex ten d ía en su apogeo desde el golfo P ér­
sico hasta la S iria m ed ite rrán ea . Sus artífices fueron 
Sargón y sus sucesores, los reyes de A cad, una ciudad 
del norte que p ron to dio su nom bre a la región circun­
dante y a la lengua que se hab laba en la corte de sus
reyes. Según una leyenda, S argó n era expósito, com o 
el n iño M oisés:
M i madre, una sacerdotisa, me concibió y dio a luz en secreto, 
me acostó en un cesto de juncos, selló su tapa con brea; 
me dejó a la deriva en el río, del que no podía salir, 
el río me mantuvo a jiote y me llevó hasta Aqqi, un aguador.1
Según la tradición, Sargón ascendió al p o d er tras 
ganarse el favor de la diosa Ishtar. D urante casi cien 
años su dinastía ejerció su dom inio sobre las ciudades- 
estado d e la M esopotam ia in ferio r y tam bién so b re 
gran parte de la M esopotam ia septentrional. Los prim i­
tivos textos en lengua acadia que datan de este período 
incluyen un corpus m uy red ucido de literatura. Fue 
m ucho más, sin duda, lo que se transm itió a través de la 
tradición oral y nunca se consignó por escrito, o no lo 
fue hasta m ucho después. Parece ser que el sum erio 
com enzó a perder terreno ante el acadio com o lengua 
hablada al menos a partir de esta época, pero su función 
com o principal lengua de escritura se vio reforzada por 
el renacim iento sumerio que tuvo lugar en el último siglo 
del tercer milenio a.C. D urante un breve período, gran 
parte de M esopotam ia volvió a estar unificada, en esta 
ocasión bajo los reyes de la célebre III Dinastía de la ciu­
dad m eridional de Ur, el más fam oso de los cuales fue 
Shulgi (2094-2047 a.C., según la cronología convencio­
nal). El príncipe perfecto era u n intelectual adem ás de 
un guerrero y un atleta, y entre sus muchas gestas el rey 
Shulgi estaba especialm ente orgulloso de saber leer y 
de sus logros culturales. T enía alegres recuerdos d e los 
días que hab ía pasado en la escuela de escribas, donde
21
se jactaba de haber sido el alum no m ás aplicado de su 
clase. En épocas posteriores de su v ida fue un m ecenas 
entusiasta de las artes y afirm aba haber fundado biblio­
tecas especiales en U r y en N ippur, m ás al norte en la 
región central de Babilonia, en las que copistas y rapso­
das tenían la oportun idad de consultar los textos origi­
nales del, po r así decirlo, cancionero sum erio. D e este 
m odo im aginaba que se conservarían para la posteri­
dad los him nos com puestos en su gloria y otras obras li­
terarias de su época:
Por toda la eternidad la Casa de las Tablillas nunca cambiará, 
Por toda la eternidad la Casa del Saber nunca dejará de fu n ­
cionar?
En este am bien te ilustrado, las cortes de los reyes 
de U r y de la dinastía subsiguiente de Isin fueron esce­
nario de la com posición de m uchas obras literarias en 
lengua sum eria. C onocem os esta literatu ra sobre todo 
gracias al p rogram a de estudio de los escribas babilo­
nios, y no po r tablillas escritas en la época, aun cuando 
algunas han llegado hasta nosotros (incluido un frag­
m ento de un poem a de Gilgamesh).
T ras el ascenso al poder de la ciudad de Babilonia 
en el siglo x v m a .G , duran te el reinado de su m ás fa­
m oso gobernante, el rey H am m urabi (1792-17.50 a.C.), 
las tierras de S um er y A cad fueron gob ernadas por 
Babilonia. A unque los pueblos de S um er y A cad no 
decían que su patria fuera Babilonia, que es un térm ino 
griego, se acostum bra a llamarles babilonios a partir de 
esta época. El sum erio p a ra en tonces hab ía caído en 
desuso entre la población com o lengua hablada, pero
22
seguía siendo m uy utilizado com o lengua escrita. La 
cultura m esopotám ica era m uy conservadora, y com o 
el sum erio había sido la lengua de la prim era escritura, 
m ás de mil años antes, con tinuaba siendo la principal 
lengua de la escritura a princip ios del segundo milenio 
a.C . Se escrib ía m ucho m ás en el dialecto babilónico 
del acadio, pero el sumerio conservó un prestigioespe­
cial. Su prim acía como lengua del saber estaba consa­
grada en el program a d e estud io que debían dom inar 
los aspirantes a escribas. Para ap ren d er a usar la escri­
tura cuneiform e, incluso para escrib ir en acadio, el es­
tu d ian te ten ía que ap rend er la lengua sum eria, pues, 
com o decía el proverbio, «Un escriba que no sabe nada 
de sum erio, ¿qué clase de escriba es?».3 Nadie, pues en 
este p e río d o la lengua en que se im partían las clases 
era, al m enos en parte, la sum eria. Ante los problem as 
que le planteaban todas las reglas, un joven estudiante 
se lam entaba:
E l celador de la puerta dijo: «¿Por qué sales sin mi aproba­
ción?», y me pegó.
E l celador del agua dijo: «¿Por qué te sirves agua sin mi apro­
bación?», y me pegó.
E l celador de sumerio dijo: «¡Has hablado en acadio!», y me 
pegó.
M i maestro dijo: «¡Tu escritura no es buena!», y me golpeó.4
Para dem ostrar que sabía escribir, el aspirante a es­
criba copiaba, al dictado y de m em oria, textos en sume­
rio. Los textos sum erios m ás avanzados que tenía que 
dom inar eran un corpus obligatorio de composiciones 
literarias tradicionales sumerias.
23
Casi toda la literatura en lengua sum eria que ha lle­
gado hasta nosotros procede de las tablillas escritas por 
aquellos jó v en es aprendices de escribas babilonios, 
m uchas de las cuales se han encontrado entre los restos 
de las casas de sus maestros. Los dos descubrim ientos 
m ás ab u n d an tes de esta naturaleza se efectuaron en 
N ippur, cuyo barrio de los escribas fue abandonado a 
finales del siglo x v m a.C., y en U r, don de las casas en 
cuestión son ligeram ente m ás antiguas. En fechas más 
recientes se han descubierto corpus im portantes de lite­
ratu ra sum eria d e la m ism a época en Isin, una ciudad 
situada al sur de N ippur, y en Tell H addad (la antigua 
M é-T uran), a la orilla del río D iyala, en la periferia 
nororiental de Babilonia, pero la m ayoría de estas tabli­
llas perm anecen inéditas. Las viviendas particulares de 
N ippur y de U r no eran las Casas de la.«? Tablillas reales 
inauguradas po r el rey Shulgi, pero cum p lie ron con 
creces la finalidad que el m onarca im aginó, la conser­
vación de la lite ra tu ra sum eria para las generaciones 
futuras. Es p ro b ab le que el hecho de que hoy, cuatro 
mil años después, volvamos a leer los cantos de Shulgi 
supere incluso sus expectativas, y tam bién le habría 
so rp ren d id o que sus bibliotecas de ob ras en lengua 
sum eria cobraran vida de nuevo, por así decirlo, en las 
colecciones de tablillas de Filadelfia, L ondres y otros 
extraños y lejanos lugares.
El trabajo d e reconstrucción del co rpus literario 
sum erio com enzó antes de la Segunda G uerra M undial 
y con tinúa todav ía . La labor p ionera de identificar, 
ensam blar y leer los miles de fragmentos de tablillas de 
arcilla de N ippur, m uchos de ellos de pequeño form a­
to, fue obra en parte del ya fallecido Sam uel Noah Kra-
24
m er y de sus alum nos en el M useo U niversitario de 
Filadelfía. U n colega burlón resum ió la vida del p ro fe ­
sor K ram er diciendo que era «todo trabajo y nada de 
distracción», pero no tiene nada de aburrido haber sido 
el p rim ero en leer una tablilla después de casi cuatro 
m ilenios, y es indudable que K ram er encontró n o p o ­
cos m otivos de excitación en su labor. Era una literatu­
ra totalm ente nueva, el corpus am plio de literatura más 
antiguo de la historia de la hum anidad , y su existencia 
constituyó una absoluta so rp resa para todos m enos 
p a ra un reducido grupo de estud iosos profesionales. 
M uchos de estos textos literarios súm enos se entienden 
con dificultad e im perfección, pe ro no deja de ser un 
grave fallo de la erudición m odern a el que sus riquezas 
no se conozcan con m ayor am plitud.
Entre los textos literarios súm enos que han alcanza­
do cierto grado de publicidad se cuentan los cinco poe­
m as de Gilgamesh (o Bilgames, que es el nom bre que 
recibe en los textos más antiguos). No son los mismos de 
la epopeya babilónica de Gilgam esh, que fue escrita en 
lengua acadia, sino relatos independientes e individuales 
sin tem as comunes. Es p robable que se pusieran en for­
m a escrita por vez prim era d u ran te la III D inastía de 
U r, cuyos reyes sentían una v incu lación especial con 
Bilgames com o héroe legendario a quien consideraban 
su predecesor y antepasado. P arece probable que bue­
na parte del corpus literario tradicional sumerio se re ­
m onte a trovas cantadas po r rapsodas para en tre ten i­
m iento de la corte real de la III Dinastía. Los poem as 
sum erios de Bilgames se p restan a las mil maravillas a 
ese tipo de distracción. Es m uy probable que los textos 
de que disponem os, aunque se conocen en su práctica
25
to talidad gracias a copias del siglo x v m a.C., sean des­
cendientes directos de originales depositados por el rey 
Shulgi en sus C asas de las Tablillas. C on todo, es p er­
fectam ente posible que los poem as provengan a la pos­
tre de u n a trad ic ión oral m ás antigua. Estos poem as 
sum erios fueron hasta cierto punto materiales fuente de 
la epopeya babilónica, pero tam bién se puede disfrutar 
de ellos p o r sí mismos. Su lectura nos hace retroceder 
cuatro m ilenios, hasta la v ida co rtesana del «renaci­
m iento» sum erio.
Junto a la g ran cantidad de tablillas de litera tu ra 
sum eria provenientes de las escuelas de la Babilonia del 
siglo x v m a.C ., hem os recuperado tam bién algunas 
m uestras de la literatura contem poránea en lengua aca- 
dia. A estos textos les dam os el nom bre de literatu ra 
paleobabilónic.a. I Jn reducido n ú m e r o de tablillas lite­
rarias paleobabilónicas proceden de las mismas escue­
las que las tablillas literarias escritas en sumerio y tam ­
bién parecen ser obra de aprendices de escribas. Entre 
ellas figuran algunos fragmentos del Gilgamesh acadio. 
Pero aunque parece ser que en las escuelas de este p e ­
ríodo se estud iaban algunos elem entos de literatura en 
acadio, las tablillas literarias en esta lengua son tan es­
casas en tre las ingentes cantidades de tablillas en sum e­
rio que resulta obvio que no form an parte del p rogra­
m a de estud io obligatorio . Los poem as narrativos en 
acadio que han llegado hasta nosotros procedentes de 
las escuelas pod rían haber sido copiados por los estu ­
diantes p o r gusto, o incluso haber sido compuestos po r 
ellos a m odo de im provisaciones.
Se han recuperado otras tablillas de obras literarias 
acadias d e este período cuya p ro ced en c ia es m enos
c ierta que la de las tablillas de las escuelas. A lgunas 
están bellam ente escritas, y es evidente que las perso­
nas que las guardaron, tal vez distintos estudiosos, las 
consideraban copias perm anen tes de biblioteca. Entre 
ellas figuran tres tablillas paleobab ilón icas de Gilga- 
m esh que constituyen u n a ap o rtac ió n im portan te a 
nuestro conocim iento del relato: las tablillas de Pensil- 
v an ia y Yale y el fragm ento al parecer originario de 
S ippar. O tra obra m aestra d e la lite ra tu ra babilónica 
del período paleobabilónico que se ha conocido recien­
tem ente es el gran poem a de Atra-hasis, «C uando los 
dioses eran hombres», que n a rra la historia del género 
hum ano desde la creación hasta del diluvio universal.5 
Fue la versión del relato del D iluvio que se ofrece en 
este texto la que el poeta de G ilgam esh utilizó com o 
fuen te para su propia versión del m ito del D iluvio. 
T am b ién sirvió de excelente m odelo para el episodio 
del diluvio universal de N oe en la Biblia. En esta épo­
ca com ienzan a aparecer otros tipos de literatura aca- 
d ia, tales com o textos que recogen los conocim ientos 
de las ciencias, la adivinación p o r am spicina, la astrolo- 
gía y las m atem áticas bab ilón icas, así com o los ensal­
m os en las lenguas sum eria y acadia, cuya finalidadera 
co n ju ra r el mal por m edios m ágicos. Q uiere decirse 
que el período paleobabilónico fue una época de gran 
creatividad literaria en lengua acadia, pero el programa 
de estudio de las escuelas, al m enos en los centros que 
m ejo r conocem os, era sin lu g ar a dudas dem asiado 
conservador para reflejar esta evolución.
Las tablillas de Gilgamesh del período paleobabiló­
nico revelan que en esta época existía ya una epopeya 
de G ilgam esh integrada que, com o inform a la tablilla
27
de Pensilvania, llevaba el título de Shuitir eli sbarri\ «Su­
perio r a todos los dem ás reyes». Las obras de la litera­
tu ra m esopo tám ica an tigua rara vez se creaban cíe la 
nada, por lo que es probable que los orígenes de la epo ­
peya tam bién se rem onten a una tradición oral. Es cier­
to que las tablillas de G ilgam esh del período paleo- 
bab ilón ico distan m ucho de ser traducciones d e los 
poem as sum erios individuales del program a de estudio 
de los escribas, aunque las dos tradiciones tienen en 
com ún varios episodios y temas. Los textos del período 
paleobabilónico dan fe de u n a revisión a fondo de los 
m ateriales de Gilgamesh para form ar una historia cohe­
rente com puesta en torno a los m otivos fundam entales 
de la realeza, la fam a y el m iedo a la m uerte. Por este 
m otivo cabe sospechar que la epopeya del período p a­
leobabilónico fue en esencia la obra m aestra de un solo 
poeta anónim o. Esta epopeya, «Superior a todos los d e­
m ás reyes», no es m ás que un fragm ento en su actual 
estado d e conservación, pero para m uchos la sencilla 
poesía y la sobria narrac ión d e este poem a y d e los 
dem ás m ateriales del período paleobabilónico son m ás 
atractivas que la m ás farragosa versión estándar. A lgu­
nas estrofas de las tablillas de Pensilvania y Sippar, en 
particular, son inolvidables. Para explicar qué se entien­
de por versión estándar de la epopeya de Gilgamesh es 
necesario re tom ar la historia de la literatura m esopotá­
mica.
A lgún tiem po después del siglo x v m a.C., el con te­
nido del p ro g ram a de estudio de los escribas e x p e ri­
m entó un cam bio radical. T enem os después a nuestra 
disposición un gran núm ero de tablillas de escuelas a 
partir del siglo v i a.C ., pero los m ejores testigos de la
natura leza y del contenido de la tradición tardía d e los 
escribas son las varias b ib lio tecas dei prim er m ilenio 
a.C . que se han excavado en territorio babilónico, so ­
bre todo en las ciudades de Babilonia, U ruk y Sippar, y 
en Asiría. Asiría es el térm ino griego que designa la tie­
r ra de A shur, un pequeño país situado en el norte de 
B abilon ia, en los tram os m ed ios del río Tigris, que a 
princip ios del prim er m ilenio a .C . fue la sede del ma­
y o r im perio que el C ercano O rien te había conocido. 
L a m ás im portante de estas bibliotecas tardías es la que 
custodiaba la colección de tablillas de arcilla acum ula­
das en Nínive por el últim o g ran rey de Asiría, Ashur- 
banipal (668-627 a.C.).
Del mismo m odo que Shulgi en una época anterior, 
el rey Ashurbanipal afirm aba haber sido instruido en la 
trad ic ión de los escribas y p o see r un talento especial 
para leer y escribir. Pero su educación había sido com ­
pleta, y había fomentado en igual m edida el desarrollo 
intelectual y las actividades castrenses, como revela este 
resum en:
E l d ios N abú, escr ib a d e to d o el u n iverso , m e co n ­
ced ió el d o n d e co n o cer su sab id u ría . L os d ioses (de la 
g u err a y d e la caza) N in u r ta y N ergal d otaron a m i fí­
sico d e varon il dureza y fu erza sin par.6
Se trata , a todas luces,'de u n enunciado de la edu ­
cación ideal de un principe real, la misma entonces que 
en la época de Shulgi o en nuestros días. Si bien es cier­
to que no disponem os d e n inguna tablilla escrita efec­
tivam ente por Ashurbanipal, es obvio que fue un ávido 
coleccionista, y por suerte gran parte de su colección ha
29
llegado hasta nosotros. Las bibliotecas reales, a lberga­
das com o m ínim o en dos edificios distintos de la ciuda- 
dela de N ínive, se organizaban en torno a un pequeño 
núcleo de tablillas que habían sido escritas más de cua­
trocientos años antes, en el reinado del T iglath-pileser 
(1115-1077 a.C.). A éstas se añad ieron las colecciones 
de al m enos un em inente estudioso asirio y, en su m o­
m ento, las bibliotecas de m uchos estudiosos babilonios 
que al parecer fueron confiscadas como parte de las re ­
paraciones que siguieron a las enconadas hostilidades 
de la gran rebelión babilónica (652-648 a.C.). P o r o r­
den real, estudiosos de ciudades com o B abilonia y la 
cercana B orsippa em prendieron la tarea de copiar tex­
tos de sus propias colecciones y de las bibliotecas de los 
grandes tem plos. N o se arriesgaron a provocar la cóle­
ra de A shurban ipal: «No incum plirem os la orden del 
rey», le dijeron. «¡Día y noche nos esforzarem os y tra­
bajarem os con denuedo para cum plir la orden de nues­
tro señor el rey!»7 A com etieron esta labor en tablas de 
m ad e ra recub iertas de cera, adem ás de en tablillas 
de barro. El scriptorium de Nínive se aplicó también a la 
tarea de copiar textos. Algunos copistas eran prisione­
ros de guerra o rehenes políticos y trabajaban encade­
nados.
U no de los textos que los escribas de A shurbanipal 
cop ia ron era la ep o p ey a de G ilgam esh, de la que es 
posible que hub iese en la b ib lio teca n ad a m enos que 
cuatro copias com pletas en tablillas de barro. T odo lo 
que se escrib iera so b re cera se h a perd ido , com o es 
natural. D espués del saqueo de Nínive por la alianza de 
m edos y babilonios en el año 612 a.C., las copias de la 
epopeya realizadas bajo los auspicios de A shurbanipal,
30
com o todas las dem ás tab lillas del rey, quedaron h e ­
chas añicos en los suelos de los palacios reales, donde 
nadie las tocaría durante casi 2.500 años. Las b ib lio te­
cas reales de Nínive fueron el p rim er gran hallazgo de 
tablillas cuneiformes que se efectuó, en 1850 y 1853, y 
constituyen el núcleo de la colección de tablillas de ar­
cilla acum uladas en el M useo Británico. Son asimismo 
la p iedra fundam ental sobre la que se construyó la dis­
ciplina de la asiriología y signen constituyendo la fuente 
más im portante de m ateria p rim a para m uchas investi­
gaciones. Los prim eros que encon traron estas tablillas 
fueron el jo v en Austen H e n ry Layard y su ayudante, 
un cristiano asirio llam ado H orm uzd Rassam, cuando 
excavaban en busca de esculturas asirías entre los res­
tos del «Palacio sin igual», u n a residencia real construi­
da po r Senaquerib , el abue lo de A shurban ipal. Tres 
años después, Rassam regresó por cuenta del M useo 
B ritánico y descubrió un segundo tesoro en el p rop io 
palacio septentrional de A shurbanipal. Rassam es una 
especie de héroe olv idado ele la asiriología. M ucho 
después, en 1879-1882, sus esfuerzos perm itie ron al 
M useo Británico hacer acop io de decenas de m iles de 
tablillas babilónicas p ro ced en tes de yacim ientos tan 
m eridionales como las ciudades de Babilonia y Sippar. 
Ni Layard ni Rassam podían leer las tablillas que envia­
ban desde Asiría, pero a p ropósito del hallazgo que 
había efectuado en lo que bautizó com o Cám ara de los 
D ocum entos, Layard escribió: «No podem os exagerar 
su valor.» Sus palabras siguen siendo válidas hasta la 
fecha, y sobre todo para la epopeya de Gilgamesh.
La enorm e im portancia d e las bibliotecas reales ha­
lladas en N ínive por Layard y Rassam fue de general
31
conocim iento por p rim era vez en 1872, cuando, en el 
curso de la revisión d e las tablillas asirías del M useo 
Británico, el brillante G eorge Smith se encontró con las 
que continúan siendo las tablillas más famosas de Gil- 
gam esh, el texto m ejor conservado del relato del D ilu­
vio. De su reacción da cuenta E.A. W allis Budge en la 
historia de los estudios cuneiformes, TheRise and Piogre- 
ss o f Assyriology: «Smith cogió la tablilla y com enzó a leer 
las líneas que R eady (el conservador encargado de lim ­
piar la tablilla] había sacado a la luz; y cuando vio que 
con ten ían el fragm ento d e la leyenda que esperaba 
encon trar allí, dijo: “Soy el p rim er hom bre que lee es­
tos caracteres después d e dos m il años de olvido.” D e­
positando la tablilla en la m esa, com enzó a sa ltar y a 
c o rre r po r la sala en un estado de gran excitación, y, 
ante el asom bro de los presantes, com enzó a desvestir­
se.» Es de esperar que el G eorge Smith que hizo púb li­
co su descubrim iento fuera un personaje m ás sereno y 
to ta lm ente vestido, ya que la ocasión fue una d iserta ­
ción académ ica ante la Sociedad de Arqueología Bíbli­
ca en presencia del señor G ladstone y de otras personas 
im portan tes . D ebe de ser la ún ica ocasión en que un 
p rim er m inistro británico en ejercicio ha asistido a una 
conferencia sobre literatura babilónica. H abía nacido la 
asiriología, y de su brazo llegaba Gilgamesh.
M ientras otras bibliotecas de tablillas de barro p ro ­
cedentes d e la M esopotam ia antigua parecen p e rten e ­
cer a eruditos individuales y en m uchos casos abarcan 
el trabajo de los m iem bros de la familia y de los a lum ­
nos del erudito com o parte de su aprendizaje del oficio 
de escriba, la biblioteca de l rey A shurbanipal, que era 
m ucho m ás grande que las dem ás, fue el resultado de
32
un program a deliberado de adquisición y copia. La fi­
nalidad de esta labor era sum inistrar a A shurbanipal la 
m ejor pericia posible para g ob ernar de la m anera que 
agradase a los dioses. «Enviadm e», o rdenó , «tablillas 
que sean beneficiosas para mi adm inistración real».s La 
epopeya de G ilgam esh, con sus consejos p a ra un g o ­
bierno adecuado, se inscribía sin duda en esta catego­
ría, pero por el contenido de las bibliotecas de Nínivc 
resulta evidente que la frase resum ía la integridad de la 
tradición de los escribas que prevalecía en la época.
La tradición que predom inaba po r aquellas fechas 
entre los escribas com prendía un corpus de textos m uy 
diferente del que habían cop iado los aprend ices del 
período paleobabilónico. Buena parte del corpus sum e­
rjo no existía ya. C on m uy pocas excepciones, a los 
escasos textos de ese corpus que han perdurado se les 
han añadido traducciones acadias línea a línea. Los tex­
tos literarios acadios conocidos gracias a copias paleo- 
babilónicas habían sido objeto d e im portantes reelabo­
raciones y se habían añadido num erosos textos nuevos 
en lengua acadia. Se habían incorporado las tradiciones 
escritas de las grandes profesiones. M uchos de los tra ­
tados acerca de la adivinación habían sido muy am plia­
dos, y los conjuros de los exorcistas se hab ían organi­
zado y o rdenado en series. Se sabe que esta labor de 
revisión, organización y am pliación h ab ía sido obra 
de m uchos estudiosos distintos en tre setecientos y cua­
trocientos años antes, en los ú ltim os siglos del segundo 
milenio a.C. El trabajo de aquellos eruditos del período 
babilónico m edio tuvo corno resultado la creación de 
ediciones estándar de la m ayoría d e los textos, edicio­
nes que perm anecieron en esencia inalteradas hasta la
33
desaparición de la escritura cuneiform e, mil años des­
pués.
La epopeya babilónica de G ilgamesh no se libró de 
las a tenciones de un ed ito r. C onform e a la trad ic ión , 
éste fue un docto erudito llam ado Sin-liqe-unninni, que 
significa «¡Oh, dios luna, acepta m i oración!». Su profe­
sión era la de exorcista, es decir, que había sido instrui­
do en el arte de la expulsión del mal m ediante la o ra ­
ción, el conjuro y el ritual m ágico. E ra una hab ilidad 
m uy im portante, cuyas principales aplicaciones e ran el 
tratam iento de los enferm os, la absolución de los peca­
dos, el conjuro de los m alos augurios y la consagración 
del suelo sagrado. N o sabem os nad a más de Sin-liqe- 
unninni, salvo que varias conocidas familias de escribas 
de U ruk , en el sur de Babilonia, que florecieron a fina­
les del p rim er m ilenio a.C ., le consideraban su an tepa­
sado. La opinión más acep tad a supone que vivió en 
una época sin determ inar en tre los siglos x m y x i a.C. 
No p ud o ser el autor original de la epopeya babilónica, 
pues ya existía una versión de ella en el período paleoba- 
bilónico, pero es probable que le diese su forma defini­
tiva y que fuera por tanto el responsable de la edición 
existen te en las bibliotecas del p rim er m ilenio a.C ., el 
texto que aquí llamamos versión estándar. Con todo, no 
podem os descartar la posibilidad de que entre la época 
en que Sin-liqe-unninni vivió y el siglo x v n a.C. se intro­
dujeran cam bios m enores en el texto que él estableció.
El extenso poem a épico que los antiguos atribuían 
a Sin-liqe-unninni recibía en la antigüedad el título de 
Sha naqba imuru, «El que h a visto lo Profundo», tom ado 
de su prim era línea. Es posible en trever la naturaleza 
de la revisión de Sin-liqe-unninni si se com para la v er­
34
sión estándar de la epopeya con m ateriales más a n ti­
guos, algo que naturalm ente sólo es posible cuando un 
episodio en particular existe en u n a y otro. La epopeya 
m ás tardía sigue a m enudo el texto de la epopeya del 
período paleobabilónico, «Superior a todos los dem ás 
reyes», línea a línea, unas veces sin apenas cambios en 
el léxico y en el orden de las palabras, otras con m odi­
ficaciones m enores en uno u o tro . En otros lugares se 
com prueba que el texto tardío h a sido m uy am pliado, 
ya sea por repetición o p o r invención, e incluso que se 
han suprim ido pasajes presentes en la epopeya paleo- 
babilónica y se han insertado nuevos episodios.
Los fragm entos del G ilgam esh babilón ico que se 
han conservado de la época en que vivió Sin-liqe-un- 
n inn i pueden enseñarnos algunas cosas acerca de las 
etapas interm edias de la evolución, desde «Superior a 
todos los demás reyes» hasta «El que ha visto lo Profun­
do». Estos materiales pueden clasificarse en dos grupos: 
textos que proceden del in terior de Babilonia y textos 
que provienen del exterior. El prim er grupo com prende 
sólo dos tablillas, procedentes de Nippur y Ur. Guardan 
una gran sem ejanza con la versión estándar de la ep o ­
peya atribuida a Sin-liqe-unninni, aunque existen algu­
nas diferencias. B asándonos e n el con ten ido y en el 
estilo, es difícil saber si estas tablillas son fiel reflejo del 
tex to tal com o éste era inm edia tam ente antes de la 
labor de edición de Sin-liqe-unninni, o inm ediatam ente 
después.
La existencia del segundo grupo de tablillas, las 
procedentes del exterior de Babilonia, requiere alguna 
explicación. E n el siglo x iv a .C ., en el apogeo de la 
Edad de Bronce tardía, cuando el M editerráneo orien­
35
tal estaba dom inado por las grandes potencias del Im ­
perio N uevo de Egipto y del Im perio hitita, la lengua 
franca d e las com unicaciones in ternacionales en el 
C ercan o O rien te e ra la acadia . Los reyes de A siría y 
Babilonia escribían con naturalidad al faraón en acadio, 
y el faraón tam bién les con testab a en acadio. El rey 
hitita y el faraón m antenían asim ism o correspondencia 
en acadio, y cuando escribían a sus caciques, los gober­
nantes m enores de las tierras ribereñas del M editerrá­
n eo o rien ta l y de Siria, em p leaban la m ism a lengua, 
aunque con frecuencia repleta de m odismos canaanitas 
y h u rrita s locales. Esta lengua acadia se escrib ía a la 
m anera tradicional, con caracteres cuneiform es sobre 
tablillas de arcilla. Para aprender a com poner en acadio 
las cartas, los tratados y otros docum entos de sus seño­
res, los escribas locales recibían instrucción en lu escri­
tura cuneiform e y tam bién se les enseñaba el estilo con­
sagrado p o r latradición, m ediante la m em orización de 
las listas, los vocabularios y la literatura de la tradición 
de los copistas de Babilonia.
N o e ra ésta la prim era vez que la escritura cuneifor­
m e viajaba hacia el oeste. La prim era ocasión de la que 
se tiene noticia fue a m ediados del tercer m ilenio a.C ., 
cuan do la escritura cuneiform e se exportó a E b la y 
otros pun tos de Siria, y con ella fueron textos en sume- 
rio y en acad io com o parte de las habilidades que los 
aprend ices d e escriba tenían que dom inar para adqui­
rir la n u e v a tecnología. En el siglo x ix a.C. se hab ía 
escrito en acadio en Kanesh y en otros enclaves com er­
ciales asirios de Capadocia. En el siglo x v m a.C. su uso 
era generalizado en Siria, no sólo en la Siria m esopotá- 
m ica sino tam bién a la orilla del m ar M editerráneo, y
L
36
aparece incluso en H azor, Palestina. Pero a finales del 
segundo milenio a.C. la difusión de la educación y d e la 
erudición cuneiformes era aún rnás amplia.
El resultado fue que se copiaron tablillas en las que 
se habían grabado texlos eruditos y literarios acadios en 
H a ttu sa (la m oderna B ogazkóy), la capital h itita de 
A natolia , en A jetatón (el-A m arna), la ciudad real del 
faraón Ajenatón en el alto Egipto, en Ugarit (Ras Sham- 
ra), un principado de la costa siria, y en E m ar (Tell 
M eskene), una ciudad de 'prov incias situada en la gran 
curva del Eufrates; y esto c itando sólo los lugares más 
im portantes. A excepción de A m am a, todos estos yaci­
m ientos han producido tablillas d e Gilgamesh, al igual 
que M egiddo, en Palestina. A lgunos m ateriales proce­
d en te s de H attusa, que son los m ás antiguos de este 
grupo, guardan una gran sem ejanza con la epopeya pa- 
leobabilónica que conocem os p o r las tablillas de Pensil- 
v an ia y Yale, y es ev idente que son an teriores a Sin- 
liqe-unninni. Los textos de E m ar, que son posteriores 
en varios siglos, se parecen m ucho más a su texto, aun­
q u e tam bién en este caso es im posib le hoy por hoy 
d e te rm in ar si son anteriores a su obra o 110 lo son.
O tros textos de G ilgam esh proceden tes del oeste 
son com pendios de la epopeya babilónica, o bien adap­
taciones, y es probable que se trate de iniciativas loca­
les. Lo cierto es que la ep o p ey a avivó la im aginación 
en tonces del m ismo m odo que lo hace ahora, y que se 
com pusieron adaptaciones de su texto en las lenguas 
locales. H asta ahora han salido a la luz una versión hi­
tita y una versión hurrita , am b as encontradas en los 
archivos d e la capital, hitita. A unque la lengua hitita se 
c o n o ce bastante bien, la h u rrita sigue siendo apenas
37
com prensib le , y nuestro conocim iento de am bas ver­
siones de la h isto ria de G ilgam esh se ve g ravem en te 
obstaculizado por su fragm entario estado de conserva­
ción. N o hace tanto tiem po se pensaba que tam bién se 
había com puesto un texto de Gilgam esh en elam ita, la 
lengua d e un pueb lo que ocupó lo que después sería 
Susiana y hoy es Khuzistan. La tablilla, que fue descu­
bierta en A rm enia, lejos de Elam, se publicó de inm e­
diato, y en su m om ento le siguieron las oportunas tra ­
ducciones. Sin em bargo, nuevos estudios revelaron que 
el texto e ra en rea lid ad una carta particu lar que no 
guardaba relación alguna con Gilgamesh. Este inciden­
te im pulsó a un estudioso a com entar con sar casmo que 
el docum en to era «una b uena ilustración del hecho de 
que la lengua elam ita sigue siendo la peor conocida del 
C ercano O rie n te antiguo». Pur fortuna, en lo que se 
refiere a la lengua acad ia pisam os un terreno m ucho 
más firme.
La versión estándar de la epopeya babilónica se co­
noce a p a rtir de un total de setenta y tres m anuscritos: 
los treinta y cinco que han perdurado de las bibliotecas 
del rey A shurban ipal en N ínive, ocho tablillas y frag­
mentos procedentes de otras tres ciudades asirías (Ashur, 
K alah y H uzirina) y tre in ta de Babilonia, sobre todo 
de las c iudades de B abilonia y U ruk. Las tablillas de 
A shurbanipal son las m ás antiguas. El m anuscrito más 
antiguo que se ha descubierto hasta la fecha («¡Oh se­
ñor, protege a los hermanos!») fue escrito hacia el año 
130 a.C. po r un tal Bel-ahhe-usur, aprendiz de astrólo­
go del tem plo de Babilonia. En esa época, la fuerza y la 
población de la otrora poderosa ciudad habían disminui­
do en gran m edida, pero en un país cuyos habitantes no
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hablaban desde hacía tiempo acadio sino arameo y grie­
go, su antiguo templo era el últim o bastión que aún que­
daba de la sabiduría cuneiform e. A partir de los setenta 
y tres manuscritos que han perdurado es posible recons­
truir gran parte de la epopeya d e Sin-liqe-unninni, aun­
que sigue habiendo lagunas considerables. En algunos 
casos, para subsanar esas lagunas cabe la posibilidad de 
recurrir a los materiales m ás antiguos en lengua acadia, 
y para un episodio es necesario incluso utilizar la versión 
hitita. El resultado de esla reconstrucción es el texto que 
aquí se ofrece, en el que para distinguir sin temor a erro­
res entre textos de diferentes períodos, los materiales 
antiguos que se usan para salvar las lagunas de la versión 
estándar se identifican explícitam ente m ediante las co­
rrespondientes notas.
1 ^ tradición babilónica d iv id e la versión estándar 
de esta epopeya en secciones. Se en tiende por sección 
el texto que se suele incluir en una tablilla de arcilla, 
por lo que, de acuerdo con la costum bre babilónica, las 
secciones se llam an «tablillas». La epopeya se narra en 
once secciones, las Tablillas I-X l. La organización de la 
literatura babilónica en la segun da m itad del segundo 
m ilenio a.C. dio como resultado que gran parte d e ella 
se ordenase en secuencias estándar de tablillas, secuen­
cias que se conocen con el n o m b re de «series». La «se­
rie de Gilgamesh» consta en rea lidad de doce tablillas, 
no sólo las once de la epopeya. La Tablilla XII, la últi­
ma, es una traducción línea a línea de la segunda mitad 
de uno de los poemas sum erios d e Gilgamesh. Esta tra­
ducción parcial perduró de a lguna m anera hasta el pri­
m er m ilenio a.C ., en tanto que el texto original sume- 
rio , com o otros poem as su m erios de G ilgam esh, no
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corrió la m ism a suerte. A unque algunos han intentado 
dem ostrar que la Tablilla X II tenía un lugar genuino en 
la epopeya, la m ay o ría de los estudiosos coinciden 
en que no pertenece a ese texto sino que fue incorpora­
d a a él porque es un m aterial claram ente relacionado. 
El princip io de reun ir m ateriales relacionados fue uno 
de los criterios u tilizados po r los estudiosos de B abilo­
nia para organizar diferentes textos en la m ism a serie.
L a ex tensión de las once tablillas de la epopeya 
oscila entre las 183 y las 326 líneas, lo que significa que 
la com posición en su integridad habría tenido original­
m ente un total aproxim ado de 3.000 líneas. En el esta­
do actual del texto, sólo las Tablillas I, VI, X y XI están 
más o m enos com pletas. D ejando a un lado las líneas 
que se han perdido pero cuya restauración es posible a 
partir de pasajes paralelos, faltan en su integridad unas 
575 líneas, es decir, ni siquiera están representadas por 
u n a so la palabra. H ay m uchas m ás que están d em a­
siado d añ ad as para que sean de utilidad, por lo que 
bastante m enos de las cuatro quintas partes de la epope­
ya que existen ofrecen un texto consecutivo. En la ver­
sión que se ofrece en este volum en, el estado de deterio­
ro del texto es perfectam ente visible, pues aparece 
m arcado por num erosos corchetes y puntos suspensivos.
A unque al editor m oderno le asalta la tentación de 
ignorar las lagunas, pasarlas por alto o encajar fragm en­
tos inconexos del texto, creo que a ningún lector adulto 
se le p resta un buen servicio con ese proced im ien to . 
Las lagunas son im portantesen sí mismas por su núm e­
ro y tam año, pues nos recuerdan cuánto nos queda aún 
que ap rend er sobre el texto. N os im piden dar por sen ­
tado que d isponem os de un G ilgam esh íntegro. T odo
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lo que digam os acerca de la epopeya es provisional, 
pues nuevos descubrim ientos de textos pueden m odifi­
car nuestra interpretación de pasajes enteros. N o obs­
tante, la epopeya a la que ahora tenemos acceso es sen­
sib lem ente m ás com pleta que aquella que avivó la 
imaginación de Rilke. N o veam os los textos que aqu í se 
presen tan con los m ism os ojos que podríam os v e r los 
poem as de H om ero sino com o un libro devorado en 
parte por las termitas o un rollo de papiro consum ido 
en parte por el fuego. A ceptém oslo como lo que es, una 
obra m aestra deteriorada.
Es in dudab le que, con el tiem po, las lagunas que 
salpican la versión estándar de la epopeya se com pleta­
rán gracias a nuevos descubrim ientos de tablillas en los 
m ontículos de ruinas de M esopotam ia y en los m useos 
del m undo, pues es tal la falta d e asiriólogos profesiona­
les en todas partes que aún nos quedan por estudiar 
adecuadam ente m uchos miles de tablillas depositadas 
desde hace tiem po en las colecciones de los museos. La 
correcta identificación y la adecuada colocación de lo 
que en m uchos casos sólo son pequeños fragm entos 
entrañan un difícil y m eticuloso trabajo. Ni siquiera un 
genio com o George Sm ith dab a siem pre con la id en ti­
ficación correcta. Al Daily Telegraph le im presionó tanto 
su famosa conferencia sobre el episodio del Diluvio que 
form a parte de la epopeya de G ilgam esh que en 1873, 
con la esperanza de recuperar los pasajes que faltaban 
del texto, aportó la espléndida suma de 1.000 guineas 
(1.050 libras esterlinas) para que reanudase las antiguas 
excavaciones en N ínive p a ra el M useo Británico. En 
com paración con los estudiosos que habían excavado 
antes que él, Sm ith sólo llevó a su país de aquella su
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prim era expedición un núm ero m uy reducido de tabli­
llas —la colección «DT»—, pero entre ellas figuraba, en 
efecto, un fragm ento del diluvio universal que incluso 
subsanó u n a im portan te laguna de la narración . Fue 
una m anera im presionante de colm ar las expectativas 
del Daily Telegrafié pero la expedición fue víctima de su 
prop io éxito . El fragm ento deseado satisfacía con tal 
exactitud las exigencias del diario que la noticia de su 
descubrim ien to p rovocó la re tirad a p rem atu ra de la 
expedición.
H oy sabem os que, en rea lidad , aquel fragm ento 
concreto del relato del Diluvio form a parte de una ver­
sión tardía del poem a de Atra-hasis, y no es un episodio 
de G ilgam esh . Sm ith no ten ía m ed io de saberlo en 
aquellos tiem pos. Su identificación fue la m ejor que 
cabía esperar entonces, y durante m uchos años nadie la 
puso en duda. C ontratado en 1867 por el M useo Britá­
nico com o ayudante de sir H enry Creswicke Rawlison, 
uno de los g randes p ioneros del descifram iento de la 
escritura cuneiforme, George Smith fue algo más que el 
descubrido r de G ilgam esh y el p rim er traductor de la 
epopeya; fue uno de los prim eros de una larga sucesión 
de estudiosos que han exam inado con sum a atención 
las bibliotecas de A shurbanipal y que, m ediante la cla­
sificación, el ensam blado y la identificación de miles de 
piezas de tablillas de arcilla asirías, han am pliado sin 
cesar du ran te un período de 130 años nuestro conoci­
m iento de la literatura de los babilonios. Es en este tra­
bajo in in terrum pido de descubrim iento y de identifica­
ción de m anuscritos, de Nínive y otros lugares, sobre el 
te rreno y en los m useos, donde la epopeya de G ilga­
m esh (junto con la m ayoría de los dem ás textos escritos
en caracteres cuneiformes sobre tablillas de barro) difie­
re de los textos fragmentarios en griego y latín. La recu­
perac ión final de esta lite ra tu ra está asegurada p o r la 
du rab ilidad del vehículo de la escritura. Sólo es cues­
tión de tiem po, siem pre y cuando, natura lm ente, la 
sociedad en que vivimos siga concediendo valor a tales 
cosas y apoyando a los especialistas que las estudian.
E l m a r c o d e l a e p o p e y a
El m arco principal de la epopeya es la antigua ciudad- 
estado de U ruk, en la tierra d e Sum er. Uruk, la ciudad 
m ás pob lada de su época, e ra gobernada por el Uráni­
co G ilgam esh, sem idiv ino en v irtud de su m adre , la 
d iosa N insun, pero no m en o s m ortal por ello. Gilga­
m esh e ra una de las g ra n d e s figuras legendarias. Su 
hazaña perdurable fue la reconstrucción de la m uralla 
de U ruk sobre sus cimientos an teriores al Diluvio, y su 
destreza m ilitar acabó con la hegem onía de la ciudad- 
estado septentrional de Kish. A parece com o un dios en 
las p rim eras listas de de idades, y a finales del tercer 
m ilenio a.C . era objeto de culto. La tradición posterior 
le a tribuyó como función, tal com o se explica en uno 
de los poem as sumerios, la de gobernar los espíritus de 
los m uertos en el otro m undo. C om o quiera que dispo­
nem os de documentos auténticos de reyes a quienes los 
an tiguos tenían por sus con tem porán eos, es posible 
que, del m ismo m odo que quizás existió en algún tiem­
po un auténtico rey Arturo, tam bién existiera en algún 
tiem p o un genuino rey G ilgam esh . Es cierto que la 
trad ic ión histórica autóctona sostenía que esto era así,
43
/. Una obra maestra deteriorada: anverso de una de las tablillas 
mejor conservadas de la epopeya de Gilgamesh.
pues G ilgam esh aparece en la lista d e los reyes súm e­
nos com o el quin to soberano de la 1 D inastía de Uruk. 
Q uiere decirse que habría reinado hacia el año 2750 
a.C., aunque algunos autores le situarían más o m enos 
un siglo antes. Su reinado, que según la lista real abar­
có la m ítica d u ra c ió n de 126 años, se inscribe en el 
im preciso período que constituye el lím ite de la histo­
ria de M esopotam ia, en un tiempo en que, com o suce­
de en las epopeyas homéricas, los dioses se tomaban un 
interés personal en los asuntos de los hom bres y a m e­
nudo se com unicaban directam ente con ellos.
Los p rim eros en tre los dioses eran los integrantes 
de la tríada suprem a, que estaba com puesta por el dios 
Cielo, A nu, le jano en su palacio celestial; Enlil, m ás 
im portante, que gobernaba los asuntos d e los dioses y
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los hom bres desde su tem plo en la T ierra; y el in teli­
gente Ea, que vivía en su océano de agua dulce bajo la 
tierra (el Abism o de las Aguas) y envió a los Siete Sa­
bios a civilizar al género hum ano . Estaban a continua­
ción la bondadosa Diosa M adre , señora de los dioses, 
que creó a los primeros hom bres con la ayuda de Ea; el 
violento Adad, dios de la to rm en ta ; y el dios luna, Sin, 
el m ajestuoso hijo de Enlil. Los hijos del dios luna (M an 
S.hamasb,' el dios sol, patrón d e los viajeros y protector 
especial de Gilgamesh; y la V en u s babilonia, la impe- 
tuosatfshtar* cuyas com petencias eran el amor carnal y 
la guerra y cuyo apetito de am bas cosas era inagotable. 
D ebajo del dom inio acuático d e fea) en las profundida­
des del M undo Inferior, el lú gubre reino de los m uer­
tos, vivía su reina, la am argada ikreshkigal,. postrada en 
perpetuo duelo y asistida por su m inistro, el horripilan­
te N am tar, y el resto de su m aligna corte.
L q s hom bres vivían en las ciudades y cultivaban la 
tierna. E n los lugares clonde no pod ía llegar el regadío, 
las tierras de labranza de jab an paso a terrenos más 
agrestes en los que los pastores apacentaban sus reba­
ños, siem pre ojo avizor para descub rir la presencia de 
lobos y leones. Y más lejos estaba «la estepa», el terri­
torio d espo b lado por el que m e ro d e a b an cazadores, 
forajidos y bandidos, p o r don de , según la leyenda, en 
un tiem po m erodeó un extraño hom bre salvaje a quien 
las gacelas criaron como si fuerasuyo. Se llam aba En- 
kidu. A varios.m eses de cam ino por aquellas tierras 
desérticas, después de cruzar varias cadenas m ontaño­
sas, h ab ía un Bosque de C ed ros sagrado, donde, al de­
cir de algunos, m oraban los dioses. Estaba custodiado 
en nom bre de los dioses por un ogro aterrador, el terri­
ble H um baba, que para protegerse iba envuelto en sie­
te auras num inosas, rad ian tes y m ortíferas. En algún 
lugar en los confines del inundo, custodiadas po r m ons­
truosos centinelas que eran m itad hom bres y m itad es­
corpiones, se alzaban las m ontañas gemelas de M ashu, 
donde el sol salía y se ponía. M ás allá, en el otro extre­
m o del cam ino del sol, estaba el fabuloso Ja rd ín de las 
Jo yas , y cerca de éste, en un tabernáculo ju n to al gran 
océano in franqueab le jque rodeaba la T ierra, vivía la 
m isteriosa diosa S hiduri, que transm itía su sab iduría 
oculta tras sus velos. Al otro lado del océano estaban las 
m ortíferas Aguas de la M uerte, y más allá de ellas^en 
una lejana isla donde los ríos Tigris y Eufrates brotaban 
de nuevo de las p ro fund idades, m uy lejos del a lcan ­
ce de los hom bres y visitado sólo por su barquero Ur- 
shanabi, vivía Uta-napishü el Lpjano, un rey primigenio 
que sobrevivió al gran Diluvio enviado por Enlil en los 
prim eros m om entos de la h istoria hum ana y que po r 
ello se le exim ió del destino de los m ortales. M uchas 
otras fuerzas p Qbiaban eLcosm os babilónico -deidades, 
dem onios y semidioses legendarios-, pero éstos son los 
p rinc ip ales personajes d e la epopeya babilón ica de 
Gilgam esh.
L a e p o p e y a e n s u c o n t e x t o :
M IT O , R E L IG IÓ N Y SABID URÍA
La epopeya de G ilgam esh es una de las escasas obras 
de la literatura babilónica que pueden leerse y disfrutar­
se sin tener un conocim iento especial previo de la civi­
lización d e la que nació. A un cuando los nom bres de
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los personajes puedan resultar desconocidos y los luga­
res extraños, algunos de los tem as que trata el poeta son 
tan universales en la experiencia h um ana que e l lector 
no encuentra dificultades para com prender qué m otiva­
ciones im pulsan al héroe de la epopeya y p u ed e iden­
tificarse fácilm ente con sus aspiraciones, su do lo r y su 
desesperación . El asiriólogo W illiam L. M oran ha d i­
cho no hace m ucho que la historia de Gilgamesh es un 
relato del m undo hum ano, caracterizado por la «insis­
tencia en los valores hum anos» y en la «aceptación de 
las limitaciones humanas». Esta observación le indujo a 
calificar la epopeya d e «docum ento del hum anism o 
antiguo»,9 y lo cierto es que, incluso para los antiguos, 
la historia de G ilgamesh ten ía que ver m ás con lo que 
es ser un hom bre que con lo que es servir a los dioses. 
Al com ienzo y a] final de la epopeya queda claro que 
G ilgam esh es m ás fam oso p o r sus obras hum anas 
que p o r su relación con lo divino-
A unque la historia de G ilgam esh es, por supuesto, 
ficción, el diagnóstico de M oran es tam bién una adver­
tencia de que la epopeya no d eb e leerse com o si fuera 
un m ito. N o hay m ucho consenso en lo tocante a qué 
es m ito y qué no lo es, y los textos mitológicos mesopo- 
tám icos de la an tigüedad ex h ib en una considerable 
variedad. A lgunos de ellos, en particular los m ás anti­
guos, hacen referencia a un solo mito. O tros reúnen dos 
o m ás mitos. D os rasgos son especialm ente caracterís­
ticos de estas com posiciones m itológicas: por u n a par­
te, la historia se centra en las acciones de uno o varios 
dioses, y por otra, su finalidad es explicar el origen de 
algún rasgo del m undo natural o social.
E n la epopeya de G ilgam esh hay m ás personajes
47
divinos que hum anos, pero si se los p o n e al laclo del 
protagonista no tienen m ucha im portancia. Los dioses 
son objeto incluso d e símiles poco favorables: en la 
Tablilla XI el poeta los com para con perros y moscas, 
com o si los soberanos de l universo fueran carroñeros 
parásitos. P or lo general, la función del poem a no es la 
de explicar los orígenes. Pone más in terés en exam inar 
la condición hum ana tal com o es. Por estos m otivos la 
epopeya no es m ito. Es cierto que incluye m itos —el 
mito de la serpiente que m uda de piel en la Tablilla XI 
sería el ejem plo más puro , y la h istoria del Diluvio el 
m ás fam o so - y que hace no pocas alusiones a la m ito­
logía de la época, sobre todo en el episodio del recha­
zo de la diosa Ish tar por G ilgam esh en la Tablilla VI. 
Pero la m ayoría de esos mitos son inherentes al relato, 
y la epopeya es sin d u d a m ucho m ás que la suma de 
sus partes m itológicas, a diferencia por ejem plo de las 
Metamorfosis de O vidio. N o obstante, el texto de Gilga­
m esh se estud ia a m en u d o jun to a com posiciones de 
carácter realm ente mitológico. Lo cierto es que ningún 
libro que trate d e la m itología de la antigua M esopota­
m ia puede resistirse a ello. Para explicar el m otivo, lo 
m ejor es citar las palabras de G. S. Kirk, que se ocupó 
extensam ente de G ilgam esh en su im portan te estudio 
del mito: «[La epopeya] conserva ante todo, a pesar de 
su larga y culta h istoria, el aura incon fund ib le de lo 
mítico, de esa clase de exploración em ocional del signi­
ficado perm anente de la vida, m ediante la liberación de 
la fantasía sobre el pasado lejano, que los mitos griegos, 
al m enos tal com o los experim entam os, no ilustran con 
harta frecuencia po r derecho propio».10
Si no es efectivam ente mitológico, en el sentido que
48
se define m ás arriba, ¿qué es este poem a? La frase de 
M oran, «un docum ento del hum anism o antiguo», vuel­
ve a sernos útil, pues pone d e relieve que la epopeya 
tam poco es un poem a religioso, al m enos no lo es en el 
m ism o sentido que, p o r ejem plo , «El sueño de G eron- 
tius», de John H em y N ew m an. Am bos poemas se ocu­
pan del m iedo a la m uerte , y su com paración resulta 
instructiva. Sintiendo en su lecho de m uerte la terrible 
p rox im idad del Angel de la M uerte, G erontius se la ­
m enta:
Un visitante 
clava en m i puerta su funesta citación; 
nunca, nunca había llegado hasta m í 
nadie igual, que me asuste y desaliente.
Son palabras que tam bién pod rían haberse puesto 
en la boca de Gilgamesh. G erontius, en su angustia, se 
encom ienda a su dios, una condu cta que en la poesía 
religiosa es el recurso ap ro p iad o de los piadosos afligi­
dos. H ay m uchos ejem plos d e poesía babilónica en la 
que u n a persona que sufre, a m enudo enferm a y sin­
tiéndose cerca de la m uerte, se abandona a m erced de 
uno u otro de los inescrutables dioses e im plora perdón 
y reconciliación.iG ilgam esh, sin em bargo, en su terror 
y sufrim iento desdeña la ay u d a de sus dioses -e n con­
creto, rechazando los buenos consejos de Sham ash, el 
dios que le p ro tege- y, al final, incluso busca consuelo 
en sus propias hazañas en vez de recurrir a su creador. 
El poem a concluye con G ilgam esh m ostrando orgullo­
so a su acom pañante el m on u m en to po r el que se ha 
hecho famoso:
49
Oh Ur-shanabi, sube a la muralla de U ruky anda por ella.
Inspecciona sus cimientos, examina los ladrillos.
¿No fueron sus ladrillos cocidos en un horno?
¿No pusieron los Siete Sabios sus cimientos? '
Porque, según la trad ic ión babilónica, fue Gilga- 
m esh quien reconstruyó la m uralla de la ciudad sobre 
sus cim ien tos prim igenios, y fue la fama que alcanzó 
con este m onum ento im perecedero la que sería su con­
suelo.
El ya fallecido Thorki Id Jacobsen, un asiriólogo de 
renom bre que escribió con notable criterio acerca de la 
religión en la antigua M esopotam ia, dijo en cierta oca­
sión que la epopeya e ra u n a «historia de aprend izaje 
para hacer frente a la realidad , una historia de “in icia­
ción”».11 Al principio G ilgam esh no es más que un jo ­
ven in m ad u ro y ta ram b an a , incapaz de adm itir su je­
ción a lguna;al final llega a acep tar el p o d er y la 
realidad de la M uerte, y de ese m odo alcanza la m adu­
rez reflexiv& j
Pero la epopeya es m ás que eso. Al seguir detenida­
m ente la evolución del héroe, el poeta hace una profun­
d a reflexión sobre la juven tud y la edad, el triunfo y la 
desesperación , acerca de los hom bres y los dioses, la 
vida y la m uerte. Es significativo que su preocupación 
no sean sólo las gloriosas hazañas de G ilgam esh, sino 
tam bién el sufrim iento y el dolor que acosan a su héroe 
m ien tras con tinúa con su búsqueda sin esperanza. 
«Lee», nos exhorta el poeta en el prólogo, «los trabajos 
de G ilgam esh, todo lo que pasó». C om o poem a que 
exp lo ra la verdad de la condición hum ana, la epopeya 
transm ite un m ensaje a las generaciones venideras, tan­
50
L
to las de aquella época com o las de nuestros días. La 
m adurez se alcanza en igual m edida a través del fracaso 
y del éxito. L a vida, forzosam ente, es dura, pero es uno 
m ism o quien m ejor lo sabe.
Lo cierto es que hay un ind ic io form al de que la 
epopeya es una obra de la que se espera que se ap ren ­
da. En el prólogo, el poeta p id e al lec to r que se crea 
que el poem a fue escrito so b re p ied ra por el p rop io 
Gilgamesh p a ra que todos lo leyeran. En otras palabras, 
se espera que imaginemos que la epopeya es una auto­
biografía del gran héroe, escrita en te rcera persona. 
¡Estas son las palabras del rey G ilgam esh para p rove­
cho de las generaciones futuras! Q uiere decirse que la 
epopeya guarda cierta relación con el acreditado géne­
ro literario del «consejo real». Los reyes, en v irtud de 
sus m uchos consejeros y de la pom pa y los rituales es­
peciales de la realeza, debían ser sabios y sagaces. 
M uchas colecciones d e dichos proverb iales del C erca­
no Oriente pretenden ser las enseñanzas d e un rey o de 
un personaje im portan te a su hijo o sucesor. Los Pro­
verbios bíblicos son la «sabiduría del rey Salomón» di­
rigida a su hijo, y el sabio autor del libro del Eclesiastés 
se presenta com o «hijo de D avid, rey en jerusalén» . Se 
conservan varias com posiciones de esta índole proce­
dentes del Egipto antiguo, la m ás conocida de las cua­
les es tal vez las «Instrucciones d e Am en-em -Opet». En 
la antigua M esopotam ia el g én ero está representado 
p o r las «Instrucciones de S huruppak», u n a com posi­
ción sum eria que figura entre las obras literarias más 
antiguas de la historia, pues aparece por prim era vez en 
copias que datan más o m enos del siglo x x v i a.C. En 
este texto el anciano sabio S huruppak , hijo de Ubar-
51
Tutu, aconseja a su hijo Z iusudra. Se trata del m ism o 
Z iusudra que los babilonios conocían con los nom bres 
gem elos de Atra-hasis y Uta-napishti, que sobrevivió al 
D iluvio y dio sabios consejos a Gilgamesh en los confi­
nes d e la T ierra.
En un nivel m ás concreto , la epopeya puede com ­
pararse con un pequeño grupo de textos babilónicos a 
los que se ha calificado de «autobiografia regia im agina­
ria». O tro ejem plo de este tipo de textos es la com posi­
ción que conocem os con el título de «Leyenda C u tea 
de Naram -Sin», en la que un poeta del período paleo- 
babilónico adopta la identidad de este famoso rey del 
te rce r m ilen io a.C . de A cad y advierte a los futuros 
gobernan tes de las funestas consecuencias que se d e ri­
van del gobierno que no se ejerce de la m anera prescri­
ta po r los dioses. El fallo de N aram -Sin fue ir a la guc 
rra sin su consentim iento. Se puede com parar con rigor 
el siguiente m andam iento de su «autobiografía» con el 
p rólogo d e Gilgamesh:
Seas quien seas, gobernador, príncipe o cualquier otro, 
a quien los dioses puedan elegir para ejercer la realeza, 
te he hecho una caja para tablillas y te he escrito una 
tablilla de piedra.
Las he depositado para ti en Cutha,
en la celia de Nergal en el templo E-meslam.
¡Contempla esta tablilla de piedra,
presta atención a lo que esta tablilla de piedra diceZ12
La enseñanza que debían ex traer los soberanos fu ­
turos a quienes iba destinado el texto sobre Naram -Sin 
es la paciencia: espera a los dioses, no hagas nada sin su
52
visto bueno. El mensaje de la epopeya de Gilgamesh es 
la vanidad de la em presa del héroe: la búsqueda de la 
inm ortalidad es necedad, el d e b e r apropiado de l hom ­
bre es aceptar la vida mortal, que es su sino, y disfrutar­
la al m áxim o. «¡Cumple con tu deber en el abrazo a tu 
m ujer!», encarece el poeta d e la «autobiografía» de 
Naram-Sin, del m ismo m odo que en la epopeya de Gil­
gam esh del período paleobabilónico Shiduri le dice al 
héroe estas m em orables palabras:
Pero tú, Gilgamesh, que tu vientre esté lleno, 
goza siempre, día y noche.
Sé alegre cada día,
ba ila y juega día y noche.
Oiic tus vestidos estén limpios,
que tu cabeza esté lavada:, báñale en el agua.
Mira al niño que te agarra de la mano,
que tu esposa disfrute de tu repelido abrazo.
En idéntico sentido aconseja el au to r del Eclesias- 
tés: «Anda, com e con a leg ría tu pan y bebe de buen 
grado tu vino. [...] En toda sazón sean tus ropas blancas 
y no falte ungüento sobre tu cabeza. V ive la vida con la 
m ujer que am as tocio el espacio de tu vana existencia 
que se te ha dado bajo el sol.» Los tem as de la vanidad 
del em peño hum ano y del disfrute de los placeres en la 
fam ilia son típicos de la lite ra tu ra «sapiencial» que se 
encuen tra en otros lugares del C ercano O riente de la 
Antigüedad.
En el m undo antiguo la religión im pregnaba la ac­
tividad intelectual de una m an e ra que resulta descono-
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cicla en nuestro s días. Si se lee corno «sabiduría», la 
epopeya transm ite en últim a instancia un m ensaje de 
grave contenido religioso. Sus ideas acerca de los debe­
res propios de los hom bres y de los reyes concuerdan 
estrictamente con las exigencias de los dioses y se ajustan 
a la ideología religiosa de la M esopotam ia antigua: haz la 
voluntad de los dioses, cumple tu función tal como ellos 
querían. Así que, aun cuando la epopeya puede disfru­
tarse por sí m ism a, sin más indagaciones, algunos cono­
cimientos relativos a la m itología que expresaba la rela­
ción existente entre los dioses, los reyes y los hombres, 
de cóm o en tend ían los babilonios su universo, y de su 
religión y de cóm o sus creencias condicionaban el enfo­
que que tenían de lo divino, nos perm itirán ahondar en 
la com prensión de esta obra maestra.
Sabem os p o r m uchas fuentes de la M esopotam ia 
de la A ntigüedad, en sum erio y en acadio, que los ba­
bilonios creían que el fin del género hum ano era servir 
a los dioses. A ntes de la creación del hom bre, nos dice 
el m ito, los ún icos habitan tes de las ciudades de la 
M esopotam ia in ferio r eran los dioses, que tenían que 
alim entarse y vestirse por sus propios m edios. Bajo la 
supervisión de Enlil, el señor de la T ierra, las deidades 
m enores criaban y cosechaban los alim entos de los dio­
ses, labraban la tierra y realizaban la tarea más agotado­
ra, la de excavar los ríos y los cursos de agua que rega­
ban los cam pos.13 Incluso los ríos Tigris y Éufrates eran 
su trabajo. AI final el trabajo resultó excesivo para ellos 
y se am otinaron. El ingenioso dios Ea (llamado Enki en 
el poem a de Atra-hasis) fue el p rim ero en idear la tec­
nología necesaria para producir a partir de la arcilla un 
trabajador que los sustituyera, y después el m edio por
el que este nuevo ser pud iera reproducirse. Los p rim e­
ros hum anos nacieron, com o es debido, del vientre de 
la D iosa M adre y afrontaron su destino, «llevar la p e r­
cha, la tarea impuesta por Enlil, portar el cesto de tierra 
de los dioses». Este acto de c reac ió n podía repetirse 
cuan do fuera necesario. Así que cuando, tal com o se 
n a rra en la Tablilla I de la epopeya de Gilgamesh, sur­
ge la necesidad de buscar u n con trapun to de G ilga­
m esh, algo que, como es obvio, no podía

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