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UNIVERSIDAD NACIONAL 
 
 AUTÓNOMA DE MÉXICO 
 
 Facultad de Filosofía y Letras 
 
Sistema Universidad Abierta y Educación a Distancia 
 
 
 
EL CANILLITAS Y PITO PÉREZ, DOS PÍCAROS MEXICANOS 
CONCEBIDOS EN EL SIGLO XX: SIMILITUDES Y DIFERENCIAS 
 
 
 
Tesis 
Que para obtener el título de: 
Licenciado en Lengua y Literaturas Hispánicas 
 
 
Presenta 
 
José Clemente Arciga Marroquín 
 
 
Asesor de Tesis: 
Dr. José María Villarías Zugazagoitia 
 
 
 
 
Octubre de 2010 
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UNAM – Dirección General de Bibliotecas 
Tesis Digitales 
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mencionando el autor o autores. Cualquier uso distinto como el lucro, 
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respectivo titular de los Derechos de Autor. 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
No se escribe un poema o una novela con la cabeza: se escribe con todo el cuerpo y con 
toda el alma, como en los sueños. 
 Ernesto Sábato, Heterodoxia. 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
Todavía hoy el pícaro asoma su guiño entre páginas nobilísimas. Se ha transformado, ha 
cambiado su presencia o su vestido, pero siempre sale, de una u otra manera, intentando 
mostrar su necesidad de huir de una realidad ingrata, de una convivencia dolorosa. Al fin y 
al cabo, de pedir un remedio para su marginación. 
 Alonso Zamora Vicente, Novela picaresca española I. 
 
II 
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A la memoria de mi abuela Librada Villegas Rojas y de mi hijo Ulises Arciga Rodríguez, 
ambos Q.E.P.D. 
 
 
 
Con un profundo agradecimiento a todos aquellos que me han amado, en particular a mi 
esposa Noemí, a mi hija Nohemí, a mi hijo Adán, a mis progenitores y, a mi hijo por 
elección reciproca, Carlos Hernández Rodríguez. 
 
 
 
Con un reconocimiento lleno de respeto y gratitud a todos mis maestros de la Facultad, 
especialmente a: el doctor José María Villarías Zugazagoitia, porqué con sus múltiples y 
luminosos faros de tinta roja tuvo el tino de guiarme a puerto seguro; la licenciada María 
de Guadalupe Flor Díaz de León Fernández de Castro, por la empatía y solidaridad 
manifiestas en sus enseñanzas; la licenciada Judith Orozco Abad, por sus valiosas 
recomendaciones; la doctora Beatriz Arias Alvarez, por ayudarme a abrir la brecha que se 
convirtió en el camino de la tesis; la licenciada Silvia Vázquez y Vera, por haberme 
comunicado en su cátedra la vocación universitaria del conocimiento compartido. 
III 
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EL CANILLITAS Y PITO PÉREZ, DOS PÍCAROS 
MEXICANOS CONCEBIDOS EN EL SIGLO XX: 
SIMILITUDES Y DIFERENCIAS 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 IV 
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EL CANILLITAS Y PITO PÉREZ, DOS PÍCAROS MEXICANOS CONCEBIDOS 
EN EL SIGLO XX: SIMILITUDES Y DIFERENCIAS 
ÍNDICE 
INTRODUCCIÓN 
1- DOS ESCRITORES PROVINCIANOS CONVERGEN EN LA CIUDAD DE
MÉXICO……………………………………………………………………………….…..9 
1.1. La época de los escritores………………………………………………………………9 
1.2. Dos escritores bien relacionados………………………………………………………16 
1.3 Genaro Estrada: diplomacia, literatura, y solidaridad………………………………….23 
1.4 Las luces de la ciudad y el alcance de sus resplandores………………………………..27
2- EL ORIGEN DE DOS PÍCAROS DEL SIGLO XX………………………………...34 
2.1. El Lazarillo: primera piedra en el edificio de la novela picaresca…………………….34 
2.2. La descendencia del Lazarillo en España y en América………………………………40 
2.3. La admisión de Pito Pérez y el Canillitas dentro de la novela picaresca……………45 
2.4. Rasgos picarescos en el Canillitas y en Pito Pérez: heredados y singulares………….49 
3- LOS PÍCAROS Y LA SOCIEDAD FRENTE A FRENTE………………………….66
3.1. Los ámbitos de sus vidas………………………………………………………………66 
3.2. Entre las necesidades elementales y las adicciones…………………………………..78 
3.3. Las actitudes antisociales, arma y defensa del pícaro………………………………...90 
3.4. Propuestas y respuestas de la sociedad: del convencimiento a la coacción...…….…..98 
4- EL ESTILO LITERARIO DE AMBAS HISTORIAS………………..……………109 
4.1. Entre lo natural y el artificio………………………………………………………...109 
4.2. Entre el humor, el sufrimiento y la exageración……………………………………..119 
4.3. El lirismo……………………………………………………………………………..128 
4.4. La variedad en los recursos dialógicos……………………………………………...138 
Conclusiones……………………………………………………………………………...149 
ANEXO I…………………………………………………………………………………166 
BIBLIOGRAFÍA…………………………………………………...……………………167 
 
V 
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 1 
INTRODUCCIÓN 
Entre la tercera y cuarta década del siglo XX, en el horizonte de la literatura 
mexicana surgen dos obras que llaman la atención por varias razones: sus temas no son 
aquellos en boga durante esa época: las guerras de Revolución y Cristera, sino otro, cuyo 
tratamiento no se había vuelto a realizar desde hacía más de un siglo. 
En notorio contraste con ese lapso superior a los cien años, entre la publicación de 
uno y otro de los libros mencionados apenas transcurren tres años. Aunque ambas obras se 
inscriben dentro del género de la novela picaresca, tienen otras filiaciones: La vida inútil de 
Pito Pérez (1938) es considerada también como novela de la Revolución, por su parte El 
Canillitas (1941) tiene asignado un lugar dentro de la novela colonialista. 
Aunados a lo anterior se encuentran aspectos comunes, a las dos las identifica: el 
protagonista pícaro; la época de convulsión social originada por las causas y efectos de la 
Revolución mexicana, vivida por sus respectivos autores; los paralelismos biográficos de 
estos escritores: provincianos; provenientes del “Porfirismo” (aunque, cada uno a su 
manera); integrantes del cuerpo diplomático mexicano; miembros de la Academia 
Mexicana de la Lengua; desempeñan actividades universitarias, Rubén Romero como 
rector de la Universidad de Michoacán, Artemio de Valle-Arizpe como secretario de la 
Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM. 
Pero también presentan aspectos singulares derivados de las características 
específicas de los protagonistas, que las hacen diferentes entre sí, pues, mientras Pito 
Pérez es un pícaro y trashumante provinciano de los años 1900; El Canillitas es un pícaro 
urbano de la ciudad de México del tiempo de la Nueva España, cuya vida se sitúa entre los 
siglos XVIII y XIX, y aunque recorre mundo como galeote forzado en una embarcación 
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española, lo referido de su existencia en la novela, queda circunscrito a los ámbitos 
citadinos de dicha ciudad capital. 
La inspiraciónde los autores de El Canillitas y Pito Pérez, respectivamente, y las 
formas como ellos manejan el lenguaje en sus obras, hacen que la vida de estos pícaros se 
presente como hilvanada en una serie de peripecias, donde deben poner en práctica el 
ingenio y la astucia para poder sobrevivir; de estas singulares maneras de enfrentar al 
mundo surge el material identificado como potencialmente utilizable, para este trabajo de 
tesis, donde, el objetivo general consiste en identificar las similitudes y diferencias de dos 
obras contemporáneas, correspondientes a un mismo género literario. 
Además, existe un motivo adicional para la elección del tema de este trabajo, 
derivado de la circunstancia de los pocos documentos localizados, cuyo tema sean análisis, 
comentarios o estudios específicos acerca de El Canillitas.1 
Para entrar en materia, conviene considerar que a través del tiempo se ha aceptado, 
por lo general, El Lazarillo de Tormes (1554), de autor anónimo, como la primera novela 
picaresca y es a partir de las obras subsecuentes del mismo género, como se han ido 
generando las comparaciones y, derivadas de ellas, las polémicas de los diversos aspectos 
que presentan este tipo de obras literarias. Después de todo, la gran innovación del 
Lazarillo consistió en hacer del hombre de carne y hueso, mortal común y corriente con sus 
 
1 Si acaso, Don Artemio, 1969, y, Secuencias de Valle Arizpe, 1988, ambas de la autoría de Arturo 
Sotomayor; se localizaron también dos tesis: la presentada en 1970 por Carlos H. Venegas, Fuga en el tiempo 
en la obra de Artemio de Valle-Arizpe, Universidad de Texas, en El Paso, y más recientemente, la de Hernán 
Roberto Carrillo Melgar, UNAM, 2008, Función de los elementos picarescos en El Canillitas de Artemio de 
Valle-Arizpe. Lo cual contrasta con la otra obra objeto de estudio para este trabajo, La vida inútil de Pito 
Pérez, que, prácticamente desde su aparición, despertó el interés de diversos estudiosos del tema, incluso en el 
ámbito internacional, como lo demuestra el trabajo de Gilberto González y Contreras, Rubén Romero, el 
hombre que supo ver, 1940, y la tesis de John Koons, Garbo y donaire de Rubén Romero, 1942; aunque 
destaca el de Gastón Lafarga, La evolución literaria de Rubén Romero, 1939, por ser el primero de que se 
tiene noticia, al publicarse tan sólo un año después de la obra a la que se refiere. 
 
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flaquezas y su difícil transito sobre la tierra, un personaje literario. Antes de Lázaro, el 
personaje era un ente de ficción. Con Lázaro aparece un estereotipo que inaugura una 
vertiente literaria, la figura del antihéroe. 
Así, El Lazarillo ha sido metro patrón y también paradigma, para juzgar cuantas de 
las obras que le han seguido se ajustan, o difieren, con los cánones establecidos a partir de 
este clásico; prácticamente todas las novelas picarescas españolas, de la época de los siglos 
XVI y XVII, han pasado por este proceso, entre otras: El buscón, Guzmán de Alfarache, La 
Lozana Andaluza, La pícara Justina, Rinconete y Cortadillo, Estebanillo González, La 
garduña de Sevilla. Incluso, ya en retrospectiva, se han estudiado en La Celestina algunos 
rasgos que, a decir de los expertos, concuerdan con la picaresca. 
Son varios los estudiosos cuyo interés se ha manifestado abordando el tema, pero 
tratándolo desde diferentes ángulos de enfoque, entre ellos puede citarse a Ángel Valbuena 
Prat (1900 -1977), Lázaro Carreter (1970), M. Bajtin (1975), Alexander A. Parker (1971), 
Antonio Rey Hazas (1999), José A. Maravall (1986), Alonso Zamora Vicente (1962), 
María Casas de Faunce (1977), Francisco Rico (2000) y Henryk Ziomek (1968). 
 Dentro de este grupo de investigadores, destaca, por el interés de su 
aprovechamiento para este trabajo, la labor que han desarrollado, cada uno por su lado, 
Henryk Ziomek y María Casas de Faunce, en cuyas correspondientes obras se analizan las 
formas del tratamiento dado al pícaro creado por escritores mexicanos, con El periquillo 
Sarniento, 1816, de Joaquín Fernández de Lizardi (1776-1827), como precursor de este 
género literario en México y en América, y con Pito Pérez como su continuador. 
Ziomek, en particular, con su trabajo titulado El Lazarillo de Tormes y La vida 
inútil de Pito Pérez, ata dos cabos de esta literatura, que, no obstante estar separados por la 
geografía y el tiempo, fueron susceptibles de la unión hecha por Ziomek para efectos de 
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comparación, con base en la condición picaresca de los protagonistas, guardadas las 
respectivas distancias entre ambas obras. 
Ante la premisa implícita en los procesos de análisis literario, de que, para el mejor 
entendimiento de la lectura de una obra, y sobre todo de su estudio, es necesario conocer el 
tipo de circunstancias dominantes cuando es escrita, este trabajo se desarrolla a partir de 
una contextualización o localización de las obras en estudio, tratando que sea 
suficientemente amplia y pretendidamente práctica, para permitir la visualización de los 
aspectos socioeconómicos, políticos y culturales, precedentes y contemporáneos, a los 
autores en la época cuando escribieron sus novelas. Efectivamente, para que un texto 
funcione debe conectarse con los marcos de referencia que posee su potencial lector: sus 
datos deben ser compartidos al menos parcialmente por autor y lector. 
De esta manera, en el primer capítulo se da una vista global de las circunstancias 
históricas y sociales imperantes, tanto previas como contemporáneas, en la época de los 
escritores; sus razones para radicar en la ciudad de México y la manera cómo lo hicieron; 
la forma cómo se van relacionando en la ciudad; y los apoyos recibidos para el desarrollo 
de sus carreras literarias, entre los que destaca la figura de Genaro Estrada, con quien 
alternaron en diversos campos: laboral, cultural, diplomático y social. 
Para el desarrollo del capítulo dos de este trabajo, se parte de considerar 
encuadradas dentro de la novela picaresca a ambas obras, y por ello se hace pertinente 
revisar el desarrollo de este género literario, desde su aparición hasta el momento cuando se 
escriben las dos novelas mexicanas del siglo XX. Para lo cual se recurre a un 
procedimiento de análisis e interpretación, empleando los criterios expresados por Carlos 
Reis para estos términos: 
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Por análisis se entiende, ante todo por una cuestión de coherencia etimológica, 
la descomposición de un todo en sus elementos constitutivos. Siendo este todo 
un texto literario de variable extensión, el análisis se concebirá entonces como 
una actitud descriptiva que asume individualmente cada una de esas partes; 
desde otra perspectiva, se podrá observar aún que la elaboración de un análisis 
literario se debe ceñir, por parte del crítico, a una toma de posición racional, a 
una actitud objetivamente científica en la que los elementos textuales deben 
predominar sobre la subjetividad del sujeto receptor […] La interpretación se 
entiende, por lo tanto, como la investigación, fundamentada de modo más o 
menos explícito en un proceso de análisis, de un sentido que hay que atribuir al 
texto literario […] la interpretación ha de tener en cuenta necesariamente la 
problemática de los géneros y los condicionalismos impuestos por los periodos 
literarios, como factores susceptibles de inculcar al texto una cierta tendencia 
ideológica y determinados núcleos temáticos.2 
 
La aplicación de ambos conceptos, análisise interpretación, conduce a un proceso 
de lectura crítica, la cual permite, en primer lugar, identificar las características distintivas 
de la novela picaresca (autobiográfica, voz narrativa en primera persona, protagonista de 
clase marginada, pícaro, ingenioso pero no trabajador), y, después, la integración de los 
motivos conformadores del tema (hambre, varios amos, maltrato físico, vagabundeo, lucha 
por sobrevivir), encontrando que éstos son comunes a todo el corpus del género, aunque 
tratados de manera muy particular por cada autor, son variaciones sobre el mismo tema, se 
encuentran en todos los personajes que pueblan la galería de la novela picaresca, integrada 
por cinco siglos de esta literatura desde El Lazarillo, siglo XVI, hasta Pito Pérez, siglo XX. 
Incluso se ofrecen en otras novelas mexicanas más recientes como El vampiro de la colonia 
Roma (1979), de Luis Zapata y, en El diablo guardián (2003), escrita por Xavier Velasco. 
De igual manera ocurre en España, con La Pícara ventera y venturera (2008), de la autoría 
de Lucas Torres y Jesús González. 
La identificación y las características peculiares de estas partes constitutivas de la 
obra, la manera como son presentadas, así como su reiteración en las sucesivas 
 
2 Carlos Reis. Fundamentos y técnicas de análisis literario, pp. 31, 33, 34. 
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generaciones de pícaros, se indican en el segundo capítulo, partiendo del Lazarillo y 
prosiguiendo con los continuadores del género tanto en España como en América, hasta 
llegar a Romero y Valle-Arizpe, cuyas obras tienen rasgos comunes con las que les 
anteceden, pero también presentan rasgos singulares, los cuales pueden considerarse como 
su aportación a la novela picaresca; beben en la fuente común de este género, pero dejan 
una colaboración personalmente innovadora. 
Ya admitidos, Pito Pérez y El Canillitas, en el corpus de la novela picaresca,3 se 
procede a un análisis temático. Generalmente toda creación literaria es el producto de una 
idea surgida en la mente del autor, llegando a formar un eje de desarrollo, en cuyo derredor 
se genera un orden, que cohesiona, le da forma y sustancia al proyecto donde se integra la 
obra, la cual, en sus diferentes elementos constitutivos, también manifiesta la idea con que 
fue generada por el autor. Dicho análisis se hace intencionalmente esquemático y 
claramente delimitado en sus diversas etapas, para identificar asunto, motivo y fábula, en 
las historias de los dos pícaros mexicanos, y estar en posibilidad de exponer en el capítulo 
tres la forma en que interactúan y se relacionan estos protagonistas, con la sociedad de la 
que forman parte, aunque el aspecto dominante de sus vidas en ese conglomerado humano 
tenga los caracteres de una permanente contienda, con unas batallas donde se alternan 
triunfos y derrotas; circunstancia, esta última, prevaleciente en la desigual relación, fundada 
desde sus inicios en los principios de acción y reacción, con los correspondientes 
resultados de causa y efecto, al ser Pito Pérez y El Canillitas, tanto víctimas como 
victimarios; partiendo de este binomio existencial, se plantea la posibilidad de considerarlos 
 
3 Lograr esta admisión no es tan sencillo como pudiera pensarse, pero sí bastante polémico, una muestra de 
ello es la opinión de Alexander A. Parker, quien no considera al Lazarillo como pícaro, sino apenas como 
precursor. Por otro lado, este mismo estudioso y Chandler, sostienen la existencia de una picaresca europea, 
mientras los críticos españoles expresan una opinión contraria, al sostener que el género se da únicamente en 
España. 
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también como enfermos, a causa de sus graves problemas de alcoholismo, aspecto 
innovador, hasta cierto punto, pues en las obras consultadas no hay acercamientos a este 
motivo, con la perspectiva de su consideración como enfermedad. 
Para desarrollar el capítulo cuatro se analizan los correspondientes estilos literarios 
empleados por sus autores para escribir estas obras, buscando en los caracteres dominantes 
dados a sus composiciones las funciones representativas de dichos estilos: en primer lugar, 
la manifestación de una forma de pensar; en segundo, una forma de presentar sus 
pensamientos mediante la forma escrita de su obra; en tercero, la función de dar a conocer 
las expresiones que enuncian su pensamiento y por último, la función del modo como están 
construidas cada una de las partes de su obra. 
Antonio Castro Leal dice que el estilo de Romero es de una gran sencillez, y lo 
identifica como procedente de la comunicación oral, de la plática, donde se mezcla la 
corriente popular, manifiesta en frases pintorescas y refranes, con la corriente culta, en la 
cual Romero aspira al desarrollo de una facilidad y una fluidez que transparenten su 
pensamiento. 
Por su parte Arturo Sotomayor pondera la forma de escribir de Valle-Arizpe, 
denominándola conforme a su peculiaridad: “el estilo artemiano”, como algo exclusivo, 
para elegidos de muy alto nivel, por lo que puede resultar de difícil comprensión, debido a 
la abundancia de aspectos meramente informativos, en ocasiones repetitivos, entre los 
cuales va intercalando ideas medulares, únicamente perceptibles para quienes se atreven a 
leerlo de manera integral, siempre y cuando dispongan del tiempo y las aptitudes requeridos 
para dicha lectura. 
En síntesis, el primero de estos escritores marca su estilo con lo natural del lenguaje, 
el segundo de ellos lo hace con el artificio, pero ambos manejan, con sus respectivos 
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estilos, el humor, el sufrimiento, las exageraciones en la vida de sus protagonistas, todo ello 
matizado, en ocasiones, de cierta filosofía; para lograr su narración a veces recurren al 
lirismo y en otras, a la variedad en los recursos dialógicos: el dicho popular, el proverbio o 
el refrán, el cuento, la anécdota, la broma, el chiste, entre otros. Empero, ambos desarrollan 
sus obras dentro de lo que opina Gonzalo Sobejano en forma de síntesis: “Y el género 
picaresco, en eso consiste esencialmente: en el relato procesional de las aventuras de un 
vividor, entretejido de expansiones críticas sobre la realidad circundante.”4 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
4 Gonzalo Sobejano. “Sobre la novela picaresca contemporánea”. 
http://www.cervantesvirtual.com/servlet/SirveObras/01383842022571428869802/p0000001.htm (26 octubre 
de 2009). 
 
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CAPÍTULO 1 
DOS ESCRITORES PROVINCIANOS CONVERGEN EN LA CIUDAD DE 
MÉXICO 
 
 
1.1. La época de los escritores 
 En el transcurso de las últimas décadas del siglo XIX, nacen los autores de las dos 
primeras novelas picarescas mexicanas del siglo XX. Artemio de Valle-Arizpe llega al 
mundo el año de 1884 en Saltillo, Coahuila. José Rubén Romero ve la primera luz en su 
natal Cotija, Michoacán, en el año de 1890. Ha transcurrido poco más de medio siglo de 
que la joven nación mexicana conquistara su independencia de España, pero sin poder 
alcanzar una paz duradera, pues ha sido convulsionada por una serie de conflictos sociales, 
políticos y bélicos, entre los cuales destacan,por su alevosía y oportunismo, las 
intervenciones militares efectuadas en contra de este país, primero por Estados Unidos, y 
por Francia, posteriormente. El nacimiento de estos dos escritores ocurre dentro de lo que 
podría considerarse el inicio de la etapa dorada del gobierno de Díaz, cuando éste se 
empezó a rodear de varios jóvenes intelectuales, en su mayoría provenientes de familias 
acomodadas de la sociedad porfiriana: Limantour, Macedo, Casasús, Prida, Sierra, etcétera, 
a quienes el pueblo empieza a designar como Científicos. 
“Fue en tiempos de don Porfirio” según reza esta frase popular, nostálgica y 
evocadora, para referirse a la época cuando gobierna a la nación mexicana el controvertido 
por héroe y por tirano, por su capacidad para crear infraestructura económica en el país y 
por no saberla hacer del beneficio popular, Porfirio Díaz, José de la Cruz Porfirio Díaz 
Mori (1830-1915), cuyo mandato presidencial se extiende desde 1876, cuando, mediante 
un levantamiento militar le arrebata el poder a Sebastián Lerdo de Tejada, hasta 1911, seis 
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días después de la toma de Cuautla, cuando, a su vez, renuncia al poder ante la presión 
ejercida por las fuerzas armadas encabezadas por Francisco I. Madero. 
La nostalgia evocadora, aún hoy día presente en ciertos segmentos de la población, 
se da porque el control férreo ejercido durante el gobierno del dictador en todos los ámbitos 
de la vida social, impedía el exceso de delincuentes, beneficio evocado por dichos sectores 
de la sociedad, pues al compararlo con las críticas circunstancias actuales por la 
proliferación de actos delictivos, hacen persistir el mito de que el país no ha vuelto a tener 
un presidente tan bueno como Porfirio Díaz; desafortunadamente, la persistencia de esa 
opinión, expresada en sus orígenes, principalmente, por la minoría que disfrutaba de los 
beneficios otorgados por dicho gobierno: banqueros, ricos, terratenientes, comerciantes, 
hacendados, industriales, inversionistas extranjeros y el alto clero, ensalzando la paz y 
estabilidad social alcanzada por el país bajo la dirección de Díaz. Y, aunque en 1907, en 
una entrevista concedida al corresponsal especial del Pearson’s Magazine de Nueva York, 
James Creelman, éste sea impresionado por la personalidad del mandatario mexicano: 
El amo y el héroe del México moderno. No hay en todo el mundo una figura 
más romántica ni más heroica, ni hay otro que en quien tengan puestos los ojos 
con mayor atención sus amigos, ni sus enemigos, que ese gobernante soldado, 
cuya juventud aventurera hace palidecer las páginas novelescas de Dumas, y 
cuya mano de hierro ha convertido las belicosas, ignorantes, supersticiosas y 
empobrecidas masas del pueblo de México en una nación fuerte, firme y 
pacífica, cumplidora de sus compromisos y progresista. 5 
 
Y se exprese una aduladora opinión para Díaz, pero, en detrimento de las masas del pueblo, 
verdaderamente lo único conservado por ese entonces en el dictador, es una voluntad 
indomable y su porte marcial, pues sus arterias se van endureciendo, la sordera avanza y su 
entendimiento es ya el de un hombre, que, a sus setenta y siete años de edad, manifiesta 
síntomas inequívocos de senilidad, aunque siga enorgulleciéndose de los más de treinta mil 
 
5 Joseph H. L. Schlarman. México tierra de volcanes, p. 483. 
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kilómetros de vías férreas, de las mil doscientas oficinas de correos y una red telegráfica de 
más de setenta y dos mil kilómetros, construidas durante sus ocho mandatos como 
presidente. Éstos son algunos de los logros indiscutibles de su administración; no obstante, 
de 13 y medio millones, que es el total de la población mexicana a principios del siglo XX, 
11 millones de personas sobreviven a duras penas, desarrollando trabajos de peones en 
labores agrícolas o como obreros, en ambos casos mal pagados y víctimas de la explotación 
por sus patrones. 
En realidad el descontento contra Díaz se manifiesta prácticamente desde el 
principio de su gobierno, pues hay sublevaciones que llenan casi todo el fin de siglo, por 
citar algunas: Mariano Escobedo en 1876; Pedro Valdez en 1877; Miguel Negrete, Manuel 
Carreón, Francisco A. Nava y José del Río en 1879; hay fusilamientos a granel, se ahoga en 
sangre todo movimiento contrario al régimen porfirista. Sin embargo, éstas son 
sublevaciones de tipo militar, sin mayor ideología, cuyo propósito fundamental es 
arrebatarle el poder al dictador. 
No es sino hasta principios del siglo XX, cuando el descontento comienza a 
organizarse con la forma de partidos políticos: el Partido Anti-reeleccionista, el Partido 
Nacional Democrático, el PLM, Partido Liberal Mexicano, y comienzan, también, a 
estallar las huelgas obreras en 1906: Cananea, Acayucan, Río Blanco, movimientos sociales 
de la población civil, que también son reprimidos a sangre y fuego. 
Fermentos de descontento social que, aprovechados por Francisco I. Madero, 
permitieran derrotar en sólo seis meses, con su ejército de voluntarios mal entrenados, y 
peor pertrechados, al ejército profesional, bien alimentado y bien armado del Dictador, 
quien, como consecuencia de su derrota, abandona el país el 31 de mayo de 1911, a bordo 
del buque alemán Ipiranga. 
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12 
 
 
 
Desafortunadamente para la nación mexicana, la lucha armada no concluye con la 
huida de Díaz y se extiende, por diversas y muy confusas razones, hasta 1920, con el costo 
de más de un millón de muertos, entre los cuales se cuenta a varios de los caudillos 
revolucionarios: Francisco I. Madero, Emiliano Zapata, Venustiano Carranza, Francisco 
Villa, cuyos asesinatos se inscriben en un proceso común a las grandes revoluciones y que 
se podría denominar “El síndrome de la inercia de la muerte al personaje”, como ocurre, 
previamente, en la Revolución francesa, y posteriormente, en la Revolución rusa, y 
también, más tarde, en la Revolución cubana. 
Por otro lado, cuando la nación mexicana parece haber alcanzado la tranquilidad, 
un nuevo conflicto intestino contribuye a la continuidad en el derramamiento de sangre: la 
Guerra Cristera, movimiento que ha venido gestándose desde el año de 1923 durante el 
gobierno de Álvaro Obregón, a partir de la tirantez creada por la expulsión del país de 
monseñor Ernesto Filippi, delegado apostólico en México, circunstancia generadora para 
comenzar a escuchar en diversos lugares del centro del país los gritos de “¡Viva Cristo 
Rey!” Aunque hasta ese momento las escaramuzas se han librado únicamente en el campo 
político, con reclamos de la Iglesia Católica manteniendo su protesta, originada desde 1917, 
contra los artículos constitucionales 3, 5, 27, 130. Sin embargo, es la llamada “Ley Calles” 
puesta en vigor por el presidente Plutarco Elías Calles en julio de 1926, la que recrudece la 
situación, ya tirante, entre la Iglesia Católica y el Gobierno, pues a consecuencia de ella se 
acentúa la expulsión de eclesiásticos, el cierre de escuelas y colegios católicos, así como la 
clausura de templos y centros culturales de esta religión. 
 Anacleto González Flores, director en esos momentos de La Liga Nacional 
Defensora de la Libertad Religiosa en Jalisco, decide comenzar la lucha armada: 
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13 
 
 
 
Entonces Anacleto se apropió las palabras de Lacordaire: "En presencia de unalegislación rudamente opresora no hay que pedir la libertad del derecho, debe 
uno tomársela y defenderla". […] Entonces invitó a los que sentían el celo de la 
defensa de los derechos dados al hombre por Dios, a remontarse a los Altos de 
Jalisco, y así fue como empezó la guerra de guerrillas, en enero de 1927 […] 
Los luchadores comenzaron a ser conocidos como “cristeros”. 6 
 
El conflicto armado se extiende a partir de Jalisco a varios estados del país y no 
concluye sino hasta el año de 1929, cuando el presidente Emilio Portes Gil, con la 
intermediación del embajador norteamericano Dwight Morrow, negocia con la Iglesia 
algunos acuerdos para el cese de las hostilidades. Detrás queda la sangre derramada de los 
miles de muertos de ambos bandos, entre los que se sigue mencionando como 
representativo de cada una de las facciones: el general Álvaro Obregón, por el lado del 
gobierno, y el sacerdote Miguel Pro, por el lado del bando católico. 
Algunas de las opiniones suscitadas acerca de este conflicto, las expresa Jean 
Meyer de la siguiente forma: 
Guerra implacable como todas las que oponen un pueblo a un ejército 
profesional, prefiguración de todas las guerras revolucionarias del siglo XX. 
Lentamente, la situación empeoraba para el gobierno, lo cual lo llevó a recibir 
la ayuda del embajador estadounidense, autor del modus vivendi de junio de 
1929, y en cuanto el culto se reanudó, los cristeros volvieron a sus casas. Un 
nuevo brote de anticlericalismo, hacia 1934, provocó una nueva guerrilla, 
mucho más débil, pero suficiente para ayudar a Cárdenas a imponer una política 
de conciliación definitiva en 1938 […] 
La Cristiada fue un movimiento de reacción, de defensa contra el desenlace 
acelerado del proceso de modernización iniciado a fines del siglo XIX, la 
perfección y no la subversión del sistema porfirista. Cuando se resucitó con 
fines políticos, la cuestión de las relaciones entre la Iglesia y el Estado, el 
pueblo se movilizó para defender su fe. Cuando hubo dado muerte a millares de 
federales y, muertos otros tantos de los suyos, se vio que iba a ser el cuento de 
nunca acabar -esto duró tres años-, se dijeron los del gobierno: "Quizá sería más 
sencillo dejar que estas gentes fueran a misa, ya que tanto se empeñan". Y el 
movimiento terminó.7 
 
 
6 Joseph H. L. Schlarman, op. cit., pp. 613-614. 
7 Jean Meyer. “Hace 80 años”. 30 de julio de 2006. El Universal.com.mx Editoriales. 
http://www.eluniversal.com.mx/editoriales/35029.html. 22 de julio de 2009. 
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14 
 
 
 
Afortunadamente, en México a pesar de su inestabilidad política como joven nación, 
no solamente Marte campea por sus fueros en los finales del siglo XIX, pues las actividades 
intelectuales y, específicamente las humanidades, se han abierto espacios para ir 
contribuyendo al desarrollo de una vida cultural nacional. Las luchas fratricidas, y contra 
los invasores extranjeros, no han sido obstáculos insalvables para la continuidad del 
ejercicio de actividades más elevadas. En el ámbito de la literatura, corrientes como el 
Romanticismo, el Realismo, el Naturalismo y el Modernismo, en una continuidad 
constante, son previas y contemporáneas al Porfiriato, así como del descontento 
preliminar y de los hechos de armas que se producen en consecuencia; por su parte, los 
escritores del momento realizan sus obras teniendo como fondo escenográfico real estas 
inquietudes y cambios sociales. 
Hay escritores con actividades políticas, y a veces hasta militares, como Ignacio 
Manuel Altamirano (1834-1893), Guillermo Prieto (1818-1897) y Vicente Riva Palacio 
(1832-1896), que manejan la pluma tanto en las trincheras de la vida pública del país 
apenas nacido, como en las de la narrativa y la poesía, dando continuidad a la labor pionera 
literaria iniciada en plena guerra de Independencia, por José Joaquín Fernández de Lizardi 
(1776-1827); México se hace eco de Francia, pero con temas nacionalistas en obras como 
Los bandidos de Río Frío, novela escrita por Manuel Payno en 1891, o la poesía y prosa de 
Manuel Gutiérrez Nájera (1859-1895), cuyo poema “Duquesa Job” tiene gusto mexicano 
con reminiscencias internacionales. 
Ya en los albores del siglo XX Federico Gamboa (1864-1939) saluda a la nueva 
centuria con su novela Santa, 1903, cuyo éxito inicial se prolonga por varios años en los 
que compite, airosamente, con las obras de temas referentes a los conflictos bélicos de la 
época, cuyas primeras manifestaciones se ven en Andrés Pérez, maderista, publicada en 
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15 
 
 
 
1911, y, posteriormente, Los de abajo, 1916, ambas novelas escritas por el doctor Mariano 
Azuela (1873-1952) con base en sus experiencias vividas en los campos de batalla; el 
educador José Vasconcelos publica en 1925 La raza cósmica, obra donde expresa algunas 
de sus reflexiones sobre el indigenismo; El águila y la serpiente, 1928, es la novela inicial 
de Martín Luis Guzmán (1887-1976) escrita con las memorias de un joven universitario, 
donde se describen diversos personajes revolucionarios y se narran algunos 
acontecimientos de este movimiento armado; Vámonos con Pancho Villa, 1931, de Rafael 
F. Muñoz (1899-1972) es la visión del soldado villista; por su parte, Fernando Robles 
(1897-1974) trata el conflicto bélico de la Guerra Cristera en su novela La virgen de los 
cristeros, publicada originalmente en Argentina en 1934. 
También los autores de las novelas objeto de este trabajo comienzan su actividad 
literaria teniendo como fondo el porfiriato y las luchas sociales derivadas de ese gobierno. 
Es el caso de Artemio de Valle-Arizpe, quien, a la edad de 35 años, en 1919 publica su 
primera obra literaria en la ciudad de Madrid: la novela Ejemplo, con la cual se inicia el 
autor en el tema de la colonia novohispana y da a conocer esta característica distintiva e 
invariable de toda su obra como escritor, con una producción que abarca alrededor de 
cincuenta títulos. 
Para esas mismas fechas José Rubén Romero ya ha publicado cuatro libros de 
poemas: Fantasías, 1908, La musa heroica, 1912, La musa loca, 1917, y Sentimental, 
1919. Aunque éstos son los únicos títulos citados por el escritor en su obra, Breve historia 
de mis libros, según la información bibliográfica de este autor, publicada por el gobierno 
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16 
 
 
 
del estado de Michoacán,8 hay otros poemarios de la misma época: Hojas marchitas, 1912, 
y Alma heroica, 1917. 
 
 
1.2. Dos escritores bien relacionados 
J. Rubén Romero y Artemio de Valle-Arizpe tienen en común, entre otras cosas, el 
nacer, crecer e iniciar su carrera como escritores en plena época del Porfiriato; a esto se 
suma el sobrevivir, no a una sino a las varias guerras fratricidas que desangran a la nación 
mexicana en las tres primeras décadas del siglo XX. Pero, además, el haber podido 
continuar de manera exitosa su actividad literaria, a pesar de los vaivenes políticos y 
sociales de esos años que cuestan la vida a tantos mexicanos. Desde los años más jóvenes 
de su existencia, Valle-Arizpe y Romero tienen la oportunidad de alternar con gente 
destacada, en los diversos ámbitos donde se desenvuelven, respectivamente, y que, de 
variadas maneras, coadyuvan para encontrar las sendas por donde ellos encauzan sus 
vidas, tanto en las orientaciones y ejercicio de su vocación de escritores, como en el 
desempeño de sus actividades paralelas en la diplomacia, en la Academia de la Lengua yen 
los ámbitos universitarios. 
Aunque de estratos sociales disímbolos, tanto en el coahuilense como en el 
michoacano, son perceptibles los efectos de las relaciones que tienen ellos y sus respectivas 
familias con personajes poderosos, ubicados, principalmente, en los círculos políticos y 
gubernamentales. Dichos efectos son, sobre todo, apreciables en las maneras como cada 
uno de estos autores puede sortear las turbulencias de la Revolución mexicana. 
 
8 José Rubén Romero. http://www.cultura.michoacan.gob.mx/diccionariodeautores/fichaS.php?id=39 16 de 
enero de 2009. 
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17 
 
 
 
En una parte del prólogo al libro Don Artemio, Arturo Sotomayor se refiere a Valle-
Arizpe como: “hombre acompañado por la buena fortuna”9, haciendo referencia a la forma 
como el escritor coahuilense puede superar los inicios de la Revolución mexicana, a la cual 
llega como diputado del gobierno porfirista, “por un sitio de la Republica donde jamás puso 
la planta: Chiapas”10, poco tiempo después de recibir su título de licenciado en Derecho por 
México. Aunque Sotomayor aventura la consideración que el inicio de la lucha armada 
acaba con la aventura curulesca del escritor: “Y con ella también los sueños paternos que, 
quizá, aspiraban a que el joven Artemio heredara la gubernatura coahuilense, desempeñada 
por el autor de sus días”11, los hechos subsecuentes se van encadenando de manera positiva 
para hacer factible el inicio de su carrera diplomática, en forma tal, y pese a la inestabilidad 
política del país, que en el año de 1919 Valle-Arizpe funge como secretario de la Legación 
mexicana en España. Aun cuando dura en este puesto sólo algunos meses, tiempo después 
se desempeña con el mismo cargo diplomático en Holanda y en Bélgica. Sus ocupaciones 
en la Legación corren paralelas a sus trabajos como escritor, lo cual ya no es visto por 
Sotomayor como buena fortuna, sino bajo el enfoque del fatalismo o determinismo: “Se 
cumplía en Artemio el destino de otros hijos porfirianos prominentes. Él y Alfonso Reyes 
habrían de probar que la diplomacia no es hamaca de holgazanes sino disparadero de bellas 
letras… si se tiene lo necesario para crearlas”12 
 Posiblemente en estas palabras está la clave de la buena fortuna del escritor: no es 
un ciudadano común y corriente, es el hijo de un gobernador, hecho destacado que no cesa, 
pero además no pesa, sino todo lo contrario, para el desarrollo de las diversas actividades 
 
9 Arturo Sotomayor, Don Artemio, p. IX 
10 Ídem 
11 Ídem. 
12 Ídem. 
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18 
 
 
 
que va a acometer a lo largo de su vida. Lo cual es perceptible, viéndolo en retrospectiva, 
desde su niñez, pues gracias a su encumbrado padre, el niño Artemio tiene la oportunidad 
de cursar sus primeros estudios en el antiguo Colegio de San Juan, donde los jesuitas 
educan a los niños de la mejor posición social de aquella época. Va a estudiar a San Luis 
Potosí, donde entra en contacto con un prelado católico que lo impresiona de manera 
especial, según lo expresa en Historia de una vocación: 
…tuve la singular fortuna de hallarme, pronto, en proximidad de ese suntuoso 
hombre del renacimiento italiano que fue el Ilustrísimo Señor, Doctor y 
Maestro, Monseñor don Ignacio Montes de Oca y Obregón, a quien siempre vi 
con ojos de respeto, amor y veneración, y fui como su familio [sic] […] Este 
gran señor al ver mis aficiones y apego a los libros, que ese ha sido el principal 
oficio de mi vida, me franqueó con cariñosa generosidad su rica y copiosísima 
biblioteca […] Pero un día, día feliz, el prócer Ipandro Acaico me apartó con su 
mano amable, fina y fría, de esas lecturas profanas y me puso en comercio con 
frailes sapientes para que me enseñaran, me alumbraran el entendimiento, me 
instruyeran en las letras.13 
 
Pero no sólo conoce al obispo en San Luis Potosí, sino también al poeta Manuel 
José Othón, cuya personalidad y obra le llevan a escribir, tiempo después, el libro 
Anecdotario de Manuel José Othón, en 1958. 
Posteriormente, estudia la preparatoria en el Ateneo Fuente de la capital de su 
estado, donde tiene como condiscípulos a otros dos grandes escritores: Julio Torri y Miguel 
Alessio Robles. Ya en la ciudad de México, estudia derecho en la Escuela Nacional de 
Jurisprudencia, donde se gradúa en 1910. 
En los inicios y devenir de la vida J. Rubén Romero, también se observa la 
conjunción de buena fortuna y relaciones sociales heredadas de la familia, empero, de 
manera distinta a como ocurre con Valle-Arizpe. Sus padres “eran miembros de la pequeña 
 
13 Arturo Sotomayor. Op. cit., pp. 174-175. 
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burguesía semirural”14, circunstancia que, en la opinión de Francisco Guzmán Burgos, 
prefigura a J. Rubén Romero como contribuyente a la creación del realismo maravilloso: 
“que era un privilegiado entre la gente del campo y un lugareño entre los citadinos. Su 
condición de hombre de la clase media, lo hace desear la ubicuidad; ser al mismo tiempo 
pobre y rico, príncipe y mendigo, realista y feerico.15 
Lo referido a la clase media se explica porque en los primeros años de vida de J. Rubén 
Romero, su padre se gana el sustento de la familia como comerciante, es propietario de dos 
establecimientos comerciales en Cotija, pero los vaivenes de la vida, en los que no están 
exentas las causas políticas, hacen que sus tiendas sean boicoteadas, originando las 
consecuentes dificultades económicas, las cuales, para tratar de ser subsanadas, hacen 
necesaria la migración de la familia Romero a la ciudad de México, donde llega Rubén 
siendo un niño de escasos siete años; que por ese entonces ya sabe leer, según comenta 
Antonio Castro Leal, en el prólogo a las Obras completas del autor: “había aprendido 
mirando las ilustraciones en unos libros de su mamá: El Quijote, Gil Blas de Santillana y 
unos cuentos de Jacinto Octavio Picón.”16; ya en la ciudad de México, tiene la oportunidad 
de estudiar en la escuela particular de los Barona, “una escuela regenteada por un anciano 
venerable, médico en leyes, telegrafista y muy aficionado a los experimentos físicos”17, 
donde se ponen de manifiesto sus incipientes aficiones literarias. 
Pero los negocios de la familia Romero en la ciudad de México, comisiones de 
mercancías, quesos, ganados y semillas, comienzan a decaer con los consecuentes 
quebrantos económicos que los orillan, a recurrir ocasionalmente, debido a la pésima 
 
14 Gilberto González y Contreras. José Rubén Romero el hombre que supo ver, p. 21. 
15 Francisco Guzmán Burgos. De la risa al llanto, una senda inexplorada en la obra de Romero, p. 40. 
16 José Rubén Romero. Obras completas, p. XIV. 
17 Gilberto González y Contreras, op. cit., p. 23. 
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administración de don Melesio, el padre de Rubén, a los prestamos del Monte de Piedad. 
Afortunadamente, Aristeo Mercado, entonces gobernador de Michoacán, “se acordó de 
don Melesio que era liberal, inteligente y atrevido y le mandó ofrecer una prefectura de 
distrito.”18 Este acto de bonhomía solidaria por parte del gobernador, al rescatar del hambre 
a la familia Romero, no recibe todo el reconocimiento que debiera, como se verá másadelante. 
Residen primero en Ario de Rosales, después tienen una corta estadía en Pátzcuaro; 
viven tres años en Sahuayo; y posteriormente se instalan en Santa Clara del Cobre, donde 
J. Rubén Romero conoce a dos individuos que serán, con el paso del tiempo, personajes 
clave en sus obras literarias: Tamborillas y el popular Pito Pérez. 
La manera en que Blanca Cárdenas Fernández ve el impacto del movimiento 
maderista en Michoacán y en la familia Romero, se expresa en algunas ideas como éstas: 
El movimiento maderista en Michoacán está representado en lo social por don 
Salvador Escalante, quien inicia un levantamiento armado en Santa Clara del 
Cobre; y en lo político, por el doctor Miguel Silva, que en Morelia comienza a 
dar la batalla contra los resquicios del mercadismo lanzando su candidatura a 
gobernador. El maderismo michoacano está dirigido contra la administración 
del dictador Aristeo Mercado, protegido de Díaz, y que similarmente a éste 
había venido ocupando la gubernatura por veinte años consecutivos […] en 
mayo de 1911, se levanta en armas el subprefecto de Santa Clara del Cobre, 
don Salvador Escalante, del cual es secretario el joven José Rubén Romero […] 
por eso ya no se asombra el joven Romero el día que su padre llega con la 
noticia, “Escalante y yo decidimos pronunciarnos contra el gobierno y ya está 
todo listo. Ahora mismos vamos a dar el grito” […] De 1917 son los poemas 
Alma Heroica dedicado al Club Liberal “Salvador Escalante” y, en Memorias 
de Salvador Escalante.19 
 
La adhesión de los Romero al levantamiento armado encabezado por Escalante, 
actualmente considerado como héroe local, implica por un lado, una más de las caricias de 
la fortuna recibidas por José Rubén, pues estuvo en el lugar y en el momento adecuado, 
 
18 José Luis Martínez. José Rubén Romero vida y obra, p. 8. 
19 Blanca Cárdenas Fernández. Influencias e ideología en la obra de J. Rubén Romero, pp. 48, 51, 56. 
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cuyos resultados se traducen en recompensas, sobre todo en las relaciones personales, las 
cuales se van ampliando considerablemente; mas, por otro lado, es muy probable la 
existencia una lucha interna, entre el agradecimiento y fidelidad que debe esta familia al 
gobernador Mercado, y los intereses políticos, ideológicos y sociales que la alientan. Vence 
la inercia revolucionaria del momento y la ayuda de Mercado queda relegada a recuerdo, 
quién sabe si con alguna sombra de remordimiento, pero indudablemente como una 
maniobra política oportuna, fructífera y hasta patriótica. 
 Rubén Romero desde los inicios de la Revolución se adhiere a los simpatizantes de 
este movimiento. Su abierta militancia y los servicios prestados a la causa coadyuvan a su 
nombramiento como receptor de rentas en Santa Clara del Cobre, ya durante el gobierno de 
Francisco I. Madero. No obstante cuando el doctor Miguel Silva asume la gubernatura del 
estado de Michoacán, lo designa su secretario particular y se lo lleva a Morelia, prosigue 
con este cargo durante los dos efímeros gobiernos que siguen al del doctor Silva, y después 
de una interrupción de cinco años, lo retoma en el año de 1918 por invitación del ingeniero 
Pascual Ortiz Rubio, quien años después será presidente de la República. 
Sin embargo cabe aclarar que no todos esos años son fáciles y tranquilos, ya que en 
1914, cuando el escritor regresa a Michoacán, después de una estancia en la ciudad de 
México, está a punto de ser fusilado por las fuerzas militares que apoyaban a Victoriano 
Huerta; lo salva la oportuna y decidida movilización de su padre, como se narra en Apuntes 
de un lugareño, quien llega a rescatarlo del pelotón de fusilamiento, cuando ya se disponía 
a ejecutarlo: “Creían que venías a juntarte con los rebeldes de Tacámbaro, y si no hubiera 
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sido por Luisita Vélez, que convenció al gobernador, no lo estarías oyendo en este 
instante.”20 
Entre 1920 y 1921 comienza a trabajar en la Secretaría de Relaciones Exteriores, 
donde permanecerá hasta su retiro, pocos años antes de su muerte. En esa dependencia 
oficial se entrecruzan los caminos de los dos escritores, pues Valle-Arizpe había 
comenzado a laborar en el cuerpo diplomático mexicano poco tiempo antes de la llegada de 
Romero. A partir de esta coincidencia laboral, amigos, conocidos y compañeros de trabajo 
son comunes a ambos, como se puede apreciar en el ya mencionado prólogo de Antonio 
Castro Leal, al referirse a algunas personas que va conociendo Romero en dicha Secretaría, 
entre los años de 1921 y 1930: 
Durante esos años disfrutó de la amistad de Genaro Estrada, que fue 
sucesivamente Oficial Mayor, Subsecretario y Secretario de Relaciones 
Exteriores […] Este escritor, cuya verdadera vocación era la historia y la 
erudición, tenía inquietudes y aficiones literarias en otros campos y era, 
además, amigo de los principales escritores que radicaban en la capital, algunos 
de los cuales asistían a la tertulia que se celebraba en su despacho de Relaciones 
Exteriores, entre ellos Artemio de Valle-Arizpe y José Juan Tablada.21 
 
A la amplia red de nexos con diversos personajes prominentes en la vida social y 
política que ya tienen estos escritores, respectivamente; se suman, enriquecen y 
diversifican, los encontrados durante el desempeño de sus actividades en la Secretaría de 
Relaciones Exteriores, circunstancia que tiene implícita, entre otras cosas, la gran capacidad 
de interacción con el medio donde se desenvuelven, inherente a ambos autores. 
 
 
 
 
20 José Rubén Romero, op. cit. p. 146. 
21José Rubén Romero, op. cit. p. XVI. 
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23 
 
 
 
1.3 Genaro Estrada: diplomacia, literatura, y solidaridad 
Al igual que Romero y Valle-Arizpe, Estrada es un provinciano, en su caso oriundo 
de Mazatlán, Sinaloa, lugar donde comienza a manifestar desde muy temprana edad su 
afición por las letras, específicamente por la poesía, lo cual se demuestra cuando a la edad 
de 19 años, en 1906, gana la flor natural de los primeros juegos Florales de Mazatlán con el 
poema "Canto a Rosales". A partir de 1907 incursiona en el periodismo, y va aunando a 
estas inclinaciones tempranas, con el paso del tiempo, las capacidades de novelista, 
historiador, diplomático, crítico literario, catedrático y traductor, sin contar sus pasatiempos 
como coleccionista; adquiere, además, un amplio conocimiento de las letras hispanas y de 
las francesas; su trabajo lo realiza con seriedad y pasión, es moderno y versátil y llega a 
gozar de gran prestigio y poder, en los medios donde se desenvuelve. 
Estas características personales pueden ser sintetizadas en una de sus habilidades 
más admirables: una gran capacidad para encontrar, aglutinar y coadyuvar a la superación 
de los talentos que va descubriendo a su paso, circunstancia aplicable a su encuentro con 
Romero en el área administrativa de la Secretaría de Relaciones Exteriores, donde no pesa 
de manera negativa la diferencia jerárquica entre ambos. La influencia de Estrada se hace 
notoria en el retorno a la escritura por parte del michoacano, quien después de estar alejado 
de las letras por tres años, motivado en una de las tertulias que se organizan en el despacho 
del Oficial Mayor, retoma su vocación de poeta al escribir su libro Tacámbaro, compuesto 
por haikus, forma poética que Romero no había cultivado antes. 
Inexorablemente, en el ámbito laboral de una Secretaría de Estado el poder se ejerce 
de manerapiramidal, por ello el criterio para dar a conocer el poemario es el de Estrada, 
pero la osadía de pulsador espontáneo pertenece indiscutiblemente a Romero. La 
consecuencia de esto es, como se ve en el futuro, la ganancia en el escalafón que convierte 
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24 
 
 
 
al burócrata en diplomático (a lo cual contribuye, también, el presidente Pascual Ortiz 
Rubio) y al poeta en novelista, aunque esto último comienza a ocurrir hasta diez años 
después, cuando Romero escribe Apuntes de un lugareño, 1932, obra inaugural de su 
incursión en la narrativa, y, específicamente en la novela, e indirectamente, la postergación 
de la poesía a segundo término en la producción literaria del autor. 
La vinculación entre Genaro Estrada y Artemio de Valle-Arizpe es diferente al caso 
mencionado de Rubén Romero, incluso en buena medida se debe inferir con base en 
testimonios circunstanciales, pues no existe mucha información específica. Sin embargo, 
hay aficiones comunes, conocidos comunes y tendencias literarias que los sitúan en 
condiciones de similitud e interacción, cuando ambos prestan sus servicios en la Secretaría 
de Relaciones Exteriores, Estrada de 1921 a 1934; Valle-Arizpe, de 1919 a 1922. 
Entre las aficiones y gustos coincidentes en estos escritores pueden citarse, por 
ejemplo: la historia, los libros (de Estrada, dice Alfonso Reyes que es un padrino natural de 
los libros; Monsiváis menciona sobre ciertos libros enviados a encuadernar a Holanda por 
Valle-Arizpe) y un gran interés por el México colonial, que Estrada plasma inicialmente en 
Visionario de la Nueva España, 1921, pero el cual consuma desligándose al mismo tiempo, 
con su libro, Pero Galín, 1926, novela de rasgos y temas más modernos y actuales. El 
propio Estrada comenta en una de sus cartas a Alfonso Reyes las características esenciales 
de su novela, según las palabras de Zaïtzeff: “A principios de 1923 le anuncia a Reyes que 
está terminando su famosa novela Pero Galín acerca de la cual tan sólo dice: Es una cosa 
mexicana, muy vista, anti-colonial.”22 
 
22 Serge I. Zaïtzeff. Un primer acercamiento al epistolario entre Alfonso Reyes y Genaro Estrada, p. 1089. 
 
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25 
 
 
 
 Pero sobre todo, y aquí ya, sin lugar a dudas, tanto Estrada como Valle-Arizpe 
comparten una época de la literatura mexicana, tratando y conviviendo con colegas 
escritores con quienes están relacionados ambos, a veces con las mismas tendencias 
literarias como es el caso de la llamada “novela colonialista”. Julio Jiménez Rueda (1896-
1960), Francisco Monterde (1894-1985), Ermilo Abreu Gómez (1884-1937), son autores 
con los que comparten la idea de dirigir una mirada hacia el pasado, trayendo una nueva 
visión del tiempo ido, recreando en forma fascinante y personal el encanto de aquella 
Nueva España, incluyendo en sus obras hechos fidedignos, consejas populares e, incluso, 
misterios de ultratumba en leyendas de aparecidos. José Joaquín Blanco, en un ensayo que 
escribe acerca de Valle-Arizpe, reúne el nombre de los dos escritores, pero también los 
disocia, por el trato que dan, respectivamente, a la tendencia colonialista: 
Discípulo del poeta Manuel José Othón y de Luis González Obregón (México 
viejo), y contemporáneo de Reyes y de Genaro Estrada, fue el más prolífico y 
tenaz de los “colonialistas” —escritores dedicados a reivindicar 
pintorescamente a la Nueva España—, de quienes ya el propio Estrada se 
burlaba tanto en Visionario de la Nueva España como en Pero Galín.23 
 
En esta convergencia temática sobre el colonialismo, también desde el punto de 
vista de Blanco, las posturas de ambos escritores dan en suma la estrategia de la rutina 
dilatoria de Penélope: uno teje, Valle-Arizpe, y el otro desteje, Estrada. Esto se ve 
claramente al referirse a la manera de escribir de Valle-Arizpe: 
Y escribía en la “fabla del habedes”, que Estrada ridiculizó: un castellano más 
bien actual y coloquial, pero adrede amanerado con multitud de arcaísmos y 
palabras de sacristía, para que sonara como del siglo XVII. Así, del dato extraía 
muy libremente una anécdota pintoresca, y nos la aderezaba con colonialismos, 
a manera de pátina sabrosa. 
 
18 José Joaquín Blanco. Veinte aventuras de la literatura mexicana. http://veinteaventurasjjb.blogspot.com/. 
12 de agosto de 2009. 
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De cualquier manera, gracias sobre todo a Valle-Arizpe se rompió la ignorancia 
y el desprecio de la sociedad mexicana medianamente culta por la Nueva 
España.24 
 
Acerca del tópico tratado en el anterior comentario de Blanco, converge también el 
punto de Vista de Xavier Villaurrutia, cuando habla de Pero Galín: 
Estamos frente a una novela ensayo, lo cual equivale a decir que nos hallamos a 
mil metros sobre el nivel de un ensayo de novela […] Por sobre la unidad del 
estilo tradicional […] el crítico puede separar fácilmente los dos elementos del 
libro: hechos y ensayos. Los ensayos son divagaciones o estampas […] La hora 
del habedes son los ensayos que hacen la crítica de la enfermedad colonizante, 
de sus cultivadores y sus víctimas. ¿No es la obra de Estrada, en su aspecto 
satírico, el Quijote de los colonialistas? ¿Y Pero Galín, colonialista arrepentido, 
nos es el correspondiente de Alonso Quijano?25 
 
Sin embargo, y al margen de los diferentes criterios acerca del cultivo de un tema 
literario, para Estrada, tanto Valle-Arizpe como Rubén Romero, son escritores que llaman 
su atención y por lo mismo, a quienes dedica parte de su tiempo. 
Donde no hay lugar a dudas es en el hecho de que Estrada, Romero y Valle Arizpe, 
integran parte de ese conjunto selecto, ilustre e híbrido por su naturaleza de escritores-
diplomáticos, con los que México ha sido representado en el extranjero a partir de la época 
cuando logra independizarse de España; les anteceden en tan honroso encargo, personajes 
de la dimensión de un Ignacio Manuel Altamirano un Amado Nervo; les acompañan como 
contemporáneos la ilustración de Alfonso Reyes y la capacidad de Jaime Torres Bodet; les 
suceden en esta tradición, entre otros escritores, el laureado con el Nóbel, Octavio Paz, la 
catedrática y embajadora Rosario Castellanos y ya en el siglo XXI, Jorge Volpi. 
 
 
 
 
24 José Joaquín Blanco, op. cit. 
25 Xavier Villaurrutia. Obras, pp. 677-680. 
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1.4 Las luces de la ciudad y el alcance de sus resplandores 
Para la época cuando J. Rubén Romero publica La vida inútil de Pito Pérez, 1938, y 
Artemio de Valle-Arizpe publica El Canillitas, 1941, las provincias mexicanas de donde 
provienen cada uno de estos escritores han quedado en el pasado, pues la ciudad de México 
se ha convertido en la base a partir de la cual, a veces con intermitencias en el caso de 
Romero, desarrollan su carrera literaria. La manera en como la metrópoli incide en sus 
vidas se manifiesta desde sus primeras visitas a ella. 
Cabe recordar cómo Romero llega por primera vez a la ciudad capital siendo apenas 
un niño de siete años, cuando su familia busca mejores horizontes para remediar sus 
quebrantos económicos, pero las visitas posteriores del poeta obedecen a otros factores: en 
una ocasión viene a esconderse de los enemigos que le acarrea su filiación revolucionaria;en otra, como representante del gobierno de su estado natal; sólo hasta que, al principio del 
gobierno de Álvaro Obregón, ingresa a trabajar a la Secretaría de Relaciones Exteriores, su 
estancia en la ciudad de México es permanente, con las excepciones de sus ausencias por 
los encargos diplomáticos, con los cuales debe cumplir en el extranjero. Los aportes de la 
ciudad a Romero son decisivos, como lo comenta Blanca Cárdenas Fernández: 
La estancia del escritor michoacano en la ciudad de México, a partir de 1919, es 
fundamental para la formación del escritor maduro, que sabe asimilar de sus 
nuevas relaciones de amistad y literarias otras experiencias, ideas y 
concepciones acerca del mundo del mexicano y de su entorno. Romero asume 
una actitud consciente en defensa de lo propio, y contribuye con su literatura a 
la expresión del carácter nacional. Su relación con algunos de los ateneístas y el 
hecho de vivenciar el medio social y cultural mexicano, estimulado por la 
orientación política de Vasconcelos hacia el rescate de nuestras costumbres y 
tradiciones, lo lleva a adoptar conscientemente una posición nacionalista.26 
 
El punto de vista expresado por Cárdenas Fernández constituye un compendio de la 
interacción entre la urbe, México y el individuo, Romero, quien sabe aprovechar 
 
26 Blanca Cárdenas Fernández, op. cit., p. 15. 
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favorablemente la oportunidad del contacto con un sector de la sociedad capitalina, donde 
se desenvuelven algunos de los capaces individuos que están actualizando la continuidad de 
la vida cultural de México, después de las guerras del primer tercio del siglo. 
Cuando Valle-Arizpe llega a la ciudad de México por primera vez procedente de su 
natal Saltillo, también viene por necesidad pero, una muy diferente a la de Romero, ya que 
el coahuilense viene a estudiar Derecho, y concluye su carrera de abogado en 1910. Por ese 
entonces la urbe luce la magnificencia de los años postreros del porfiriato; ver la ciudad e 
impresionarse con ella en un impactante y profundo deslumbramiento, fue algo inmediato, 
que deriva en la consecuencia del principio de su afición por lo antiguo, inherente desde 
entonces a la existencia del escritor, según lo manifiesta Ignacio Trejo Fuentes, citando 
palabras del propio escritor: 
Esta predilección por el pasado mexicano le nació a don Artemio cuando tuvo 
su primer contacto con la ciudad de México, desde que llegó a ella para 
inscribirse en la Escuela Nacional de Jurisprudencia: lo deslumbraron -dijo 
alguna vez- sus decoradas iglesias, llenas de ornato y hermosura; sus palacios, 
unos de vívidos azulejos y otros vasos de rojo tezontle que parecía forrarlos 
como un terciopelo de suave tacto y de los que no dijo cosa alguna el barón de 
Humboldt […] Y fui curioso de saber todo eso nuevo que había aparecido en 
mi horizonte. Nada detenía mis ansias.27 
 
Indudablemente se trata de un caso de amor a primera vista, auténtico y duradero, 
porque se mantiene vigente hasta que la muerte separa a los enamorados, no sin antes haber 
producido los frutos propios de toda unión positiva y venturosa. Por su parte, la ciudad le 
otorga, tácitamente, a Valle-Arizpe, el don que antecede a su nombre, con el cual es 
mencionado hasta la fecha: don Artemio; lo hace además, en distintos tiempos: funcionario 
de la Universidad Nacional, miembro de la Academia de la Lengua y cronista de la ciudad. 
El escritor, en reciprocidad, desarrolla su obra literaria y periodística, tratando temas acerca 
 
27 Artemio de Valle-Arizpe. El Canillitas, prólogo de Ignacio Trejo Fuentes, pp. XI-XII. 
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de la ciudad, aunque con una acusada preferencia a los asuntos del tiempo de la Colonia, 
empero presentes o pasados, básicamente relativos a la ciudad capital. 
El impacto de la ciudad de México en la sensibilidad y ánimo de Valle-Arizpe tiene 
mucha similitud con la emoción experimentada por Hernán Cortés, al ver por primera vez 
Tenochtitlán. Asimismo, existe un gran parecido con el sentimiento despertado en 
Washington Irving, al ver y conocer la Alhambra, en Granada; tan fuerte es la impresión, 
que lo inspira para escribir sus Cuentos de la Alhambra. 
Valle-Arizpe tiene una reacción similar aunque multiplicada, al menos, por 
cincuenta, que es el número aproximado de sus libros con temas relativos a la Nueva 
España. Tal vez estos ejemplos mencionados sean formas de esa fenomenología social y 
literaria denominada como Realismo Maravilloso, y de ser así, es factible formular otra 
hipótesis respecto a la recurrencia del tema colonialista en la obra de Valle-Arizpe: no es, 
únicamente, una fuga como se ha dicho, es el ser atrapado en algo visto con una mirada 
distinta a la forma en como los demás miran, y por ende, es el poseer una sensibilidad fuera 
de serie, que exige en forma permanente, y ya interminable, enfocar una y otra vez la 
atención hacia aquello tan atrayente, para los intereses estéticos y emocionales más 
profundos del individuo. 
Sin embargo, los dones de mayor valía otorgados por la ciudad a Valle-Arizpe, al 
igual que a Rubén Romero, son las posibilidades de vincularse con diversas personas 
cuyos intereses literarios en particular, y culturales en general, son afines o atractivos de 
algún modo para el escritor; estos contactos se convierten en luces que iluminan, 
enriqueciendo al mismo tiempo su conocimiento. 
Estas aportaciones contribuyen a acrecentar, sobre todo por su variedad, los 
conocimientos que él ya posee, habiéndolos adquirido durante la convivencia que tiene en 
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San Luis Potosí, con algunos eclesiásticos especializados en ciertos aspectos literarios, 
desarrollados en el seno de la práctica religiosa o bajo el amparo e inspiración de la fe 
católica; esto es la esencia de la respuesta que da Valle-Arizpe, en la mencionada plática 
con Emmanuel Carballo, cuando se trata el tema: 
—Don Artemio, ¿quiénes han sido sus maestros en el ejercicio de las letras? 
— A mí me adoctrinaron frailes con suaves disciplinas. Ellos me enseñaron 
cómo decir las cosas y, a la vez, a cada paso me recordaban, serenidad, 
templanza, mansedumbre, conformidad con los trabajos […] Mis esclarecidos 
maestros fueron el padre Arbiol, agudísimo sicólogo, quien develó todos los 
escondrijos del corazón humano con sus Desengaños místicos, de los que don 
Juan Valera sacó su preciosa Pepita Jiménez; el maestro Alejo de Venegas, más 
moralista que místico, con su Agonía del tránsito de la muerte […].28 
 
Estos nombres de autores y el breve comentario a una de sus obras son apenas el 
inicio de una larga lista, cuyo contenido es de más de veinte escritores dedicados a obras en 
torno a la fe y, específicamente, a la religión católica; cuando Carballo inquiere sobre otro 
tipo de lecturas, la respuesta de Valle-Arizpe es inmediata y apunta fundamentalmente a la 
mayoría del repertorio de la picaresca española: 
— Los autores y libros que ha mencionado se refieren únicamente al Valle-
Arizpe ascético. ¿Qué obras y escritores han influido en el Valle-Arizpe 
sensual? 
— Cuando quiero “ciencia no cumplidera”, impura, desgarrada, maldita y 
torpe, acudo al Corvacho [sic], a la Lozana andaluza y a la Garduña de Sevilla 
–dos desenvueltas señoras-; además, tengo un Arcipreste que me repite en su 
clase de Talavera lo que otro Arcipreste me enseñó en Hita; mientras que me río 
con el Bachiller de Trapaza o con el Buscón llamado don Pablos,veo la mano 
acompasada del seco moralista Mateo Alemán que me guía a través del 
Guzmán de Alfarache.29 
 
Destacan en este comentario los cuatro adjetivos empleados, intencionalmente 
peyorativos, para referirse a un género literario nombrado como “ciencia no cumplidera”, 
 
28 Emmanuel Carballo. Diecinueve protagonistas, pp. 155-156. 
29Ibíd. , p. 157 
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también cultivado por él, sobre todo porque después reconoce lo que le aportan: desde la 
risa, hasta la enseñanza. 
 Caso específico de las luces que recibe en el campo del colonialismo, entonces 
novel interés para él por todo lo referente a la Nueva España, es el aporte de información y 
disponibilidad de documentos, libros, archivos e información en general, provenientes de la 
intermediación de un grupo de estudiosos del tema, a quienes Valle-Arizpe se refiere de 
esta manera: 
Y fui curioso de saber todo eso nuevo que había aparecido en mi horizonte. 
Nada detenía mis ansias. Y empecé a hurgar en libros y papeles de toda edad, 
del Archivo General y del viejo Ayuntamiento, vastas canteras de noticias 
curiosas. De entrambos se pueden sacar inagotables materiales para hacer 
edificios. A poco fueron mis buenos amigos y maestros el sabio bibliófilo don 
José María de Agreda y Sánchez, don Luis González Obregón, don Genaro 
García, don Jesús Galindo y Villa, don Francisco Rangel, quienes méritamente 
se han ganado gran fama. 
Don Luis y don Genaro me concedieron el señalado beneficio, Dios se los 
pague en gloria […] De todos estos señores que antes he nombrado, el que más 
me instruyó fue don Luis González de Obregón […] De eso tomaron principio 
y origen los varios libros de tradiciones, leyendas y sucedidos que he 
compuesto del México virreinal.30 
 
El resultado de los comentarios y reconocimientos que hace Valle-Arizpe en las dos 
citas anteriores, se hace evidente de manera práctica en su novela El Canillitas, pues se 
trata de una obra donde se conjuga lo colonial con lo picaresco. 
A la especificidad acerca de autores y obras mencionadas por Valle-Arizpe, en su 
plática con Emmanuel Carballo, corresponden las opiniones particulares de Blanca 
Cárdenas Fernández, tratando de identificar los gustos e influencias literarias en J. Rubén 
Romero; entre ellos se encuentran escritores comunes al gusto de los dos autores en estudio 
y que Cárdenas Fernández menciona con las palabras de Raúl Arreola Cortés: “quien nos 
manifiesta haber conocido “la rica biblioteca de don Rubén Romero, en la cual 
 
30 Arturo Sotomayor, op. cit., pp. 176-177. 
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predominaban los novelistas del siglo XIX español, como Galdós, y Pardo Bazán y algunos 
del siglo XX también españoles como Azorín y Baroja”.31 
Más adelante Cárdenas Fernández añade otros autores españoles, pero ahora 
identificados por otro estudioso: “Don Luis González y González, percibe la presencia de 
Fray Luis de León, Unamuno y Azorín en la obra de Romero, atribuyéndola a la estancia 
del escritor en España”.32 
Un momento especial en la vida de José Rubén ocurre cuando le notifican su 
nombramiento como miembro de la Academia de la Lengua, durante una cena en la casa de 
Genaro Fernández Mac Gregor, donde conoce a varios poetas y escritores, alternando, 
además, con algunos que ya conocía y trataba, como es el caso de Valle-Arizpe. Del evento 
da cuenta el poeta, en el discurso que pronuncia en 1950 con motivo de su ingreso a la 
Academia, haciendo mención de algunos de los académicos, entre otros: el poeta Federico 
Escobedo, Luis G. Urbina, Federico Gamboa, Alejandro Quijano, Luis González Obregón, 
Enrique González Martínez. 
¿Qué y cuánto aportan los académicos a la carrera literaria de Romero?, es algo 
difícil de contestar, sólo hay dos certidumbres de la interacción del michoacano con ese 
selecto grupo de las letras mexicanas: en primer lugar se trata de una distinción que se le 
hace en la ciudad de México, con todas las ventajas implícitas en ello; en segundo lugar, el 
trato iniciado con Valle-Arizpe en la Secretaría de Relaciones Exteriores, adquiere las 
características de un vínculo especial, según las palabras referidas a él en el citado discurso: 
Artemio de Valle-Arizpe permanecía callado. Con los bigotes enhiestos, como 
fino gato de Angora, parecía ronronear cerca de la chimenea. ¡Extraños 
silencios de Artemio! Él, que en la intimidad es una arquilla de graciosas 
murmuraciones, apenas está entre media docena de personas, enmudece, tal los 
 
31 Blanca Cárdenas Fernández, op. cit., p. 57. 
32 Ibíd. , p. 59. 
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pájaros en la pelecha […] Cuando Artemio fallezca—y esperamos en Dios que 
esto no ocurra sino en algún siglo venidero— […] El duelo, ¿quién lo duda? 
será presidido por Canillitas y por Pito Pérez.33 
 
No obstante, es Rubén Romero quien fallece primero de los dos escritores, en el año 
de 1952; Pito Pérez y el Canillitas pueden presidir su duelo, pero sólo en su esencia 
literaria dentro de los libros donde están confinados, pues ambos mueren varios años antes, 
coincidiendo con el final de las novelas que llevan sus respectivos nombres. 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
33 José Rubén Romero, op. cit., p. 829. 
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CAPÍTULO 2 
EL ORIGEN DE DOS PÍCAROS DEL SIGLO XX 
 
 
2.1. El Lazarillo: primera piedra en el edificio de la novela picaresca 
En el año de 1554 se publica un breve libro llamado la Vida de Lázaro de Tormes, 
de sus fortunas y adversidades, donde un pregonero de vinos de la ciudad de Toledo cuenta 
el desarrollo de su existencia a partir del momento en que su familia, por extrema pobreza, 
lo pone en manos de un mendigo ciego, con lo cual inicia su caminar por el mundo, 
aprendiendo de las experiencias que va teniendo con los sucesivos amos a los cuales se ve 
obligado a servir; el libro, en el concepto de Alonso Zamora Vicente, está: 
destinado a revolucionar todo el arte de la novelística europea y con el que 
podemos afirmar rotundamente que nace para el hombre occidental la novela 
moderna. [...] Ese libro, corto, matizado de una serie de audacias hasta entonces 
desconocidas del mundo literario, es la primera novela picaresca, nombre con 
que se viene designando, tradicionalmente, una determinada peculiaridad 
artística, considerada, a la vez, como muy representativa de la literatura y el 
espíritu españoles.34 
 
Lo que hace distinta a esta novela de las que le anteceden, es su nueva actitud frente 
al arte. Es novedosa tanto en lo que se refiere a su estructura como a su forma externa, pero 
aún lo es más, por lo que corresponde a la esencia real, viviente y actualizada de su 
protagonista, un personaje creado a partir de la utilización de un motivo universal común a 
todos los países y a todas las épocas; el desheredado citadino, el paria social urbano, motivo 
de desprecio, de sorna y burla, visto generalmente en forma superficial, hasta que, a partir 
del tratamiento que se le da en España con esta obra, logra un tipo de

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