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Agosto de 2015 FACULTAD DE FlLO!ilütlA UNAM – Dirección General de Bibliotecas Tesis Digitales Restricciones de uso DERECHOS RESERVADOS © PROHIBIDA SU REPRODUCCIÓN TOTAL O PARCIAL Todo el material contenido en esta tesis esta protegido por la Ley Federal del Derecho de Autor (LFDA) de los Estados Unidos Mexicanos (México). El uso de imágenes, fragmentos de videos, y demás material que sea objeto de protección de los derechos de autor, será exclusivamente para fines educativos e informativos y deberá citar la fuente donde la obtuvo mencionando el autor o autores. Cualquier uso distinto como el lucro, reproducción, edición o modificación, será perseguido y sancionado por el respectivo titular de los Derechos de Autor. EL CUERPO Y LA ESCENA Aproximación a una estética corporal de la teatralidad Juan Carlos Martínez Franco 2 sin más obstáculos que tu cuerpo sin más puerta que tu cuerpo Blanca Varela, «Casa de cuervos» El cuerpo ya no es el obstáculo que se- para al pensamiento de sí mismo. Gilles Deleuze 3 ÍNDICE Introducción 4 I Teatro: presencia/ausencia 19 II El cuerpo ritual: performatividad y escena 37 III El cuerpo disciplinado: instrumentalidad y política 61 IV El cuerpo en la palabra: escritura y corporalidad 84 Conclusiones 98 4 INTRODUCCIÓN La filosofía se ha acercado al teatro en varios momentos, en particular ante la crisis de la razón. La tragedia fungió como punto de fuga para varias filoso- fías, de Aristóteles a Zambrano, desde Schelling hasta Szondi. Sin embargo, en la mayoría de los casos ―exceptuando escasos momentos en que la trage- dia fue pensada incluyendo sus elementos escénicos, el drama incluido― el teatro fue considerado como punto de partida a partir de lo literario, cultural o político. El teatro en tanto escenificación ha sido rara vez incluido en la histo- ria de la filosofía; sin embargo, en la historia del arte ha sido una de las artes de más audiencia y más relevancia, tanto a nivel estético como a nivel masivo, de arte-espectáculo. Así, cabría preguntarnos por la relevancia de pensar la obra teatral desde la filosofía. Respondamos someramente que el objetivo par- ticular está en el pensamiento del cuerpo, en la relevancia que éste presenta en la filosofía actual y la manera especial en que se manifiesta en la escena. 5 A lo largo de esta tesis nos preguntaremos por la aparición del cuerpo en la escena teatral. Localizamos al cuerpo como centro gravitacional alrededor del cual giran las expresiones teatrales, una constante histórica y una de sus carac- terísticas esenciales. Buscaremos analizar distintos modos de ser o de aparecer del cuerpo en la obra de arte teatral. Asimismo, nos preguntaremos, siguiendo la famosa máxima de Spinoza, qué es lo que puede un cuerpo en tanto cada uno de esos modos. No sabemos todo lo que un cuerpo puede, pero podemos hablar de lo que puede en cada caso, puesto contra los límites de su propia po- tencia: en los extremos del tiempo y el espacio cotidianos, entrenado (¿instru- mentalizado?) para presentarse en su individualidad y más allá de ella, para encarnar la palabra y crear un mundo corporeizado y plenamente presente. No sabemos lo que un cuerpo puede, pero sabemos que puede el teatro. * La escena tiene muchos modos de ser. Es inevitable que esta multiplicidad genere confusiones, solapamientos, (aparentes) faltas de rigor. Debemos, pues, especificar los términos. Empezaremos por decir que la escena es aquello que ocurre frente a un público y que involucra, necesariamente, el acontecimiento. Como veremos en adelante, la presencia del cuerpo es un elemento central pa- ra la escena. Podemos decir que la danza y el teatro ―y aun otras formas de artes escénicas― coinciden en la elaboración poética del cuerpo. En palabras 6 de Jorge Dubatti, «si el medio de creación de la poíesis teatral son las acciones físicas y/o físico-verbales in vivo, esto marca una ampliación del concepto de teatro que incluye la danza, los títeres, el mimo, el circo, la narración oral, et- cétera, mismos que comparten la poíesis corporal».1 La definición de teatro es escurridiza, en particular cuando se le mira junto al resto de las artes, especialmente de las artes escénicas. «El estudio del teatro está a menudo obstaculizado por la naturaleza del medio: notoriamente difícil de documentar y teóricamente insurrecto, colapsa fácilmente entre disciplinas al tiempo que afirma incorporarlas todas».2 Nosotros, aunque coincidimos parcialmente con Dubatti, llamaremos teatro a aquello que se distingue de las demás artes escénicas ―en particular de la danza― por tomar el cuerpo como un medio para un fin; la danza representa la elaboración del cuerpo por el cuerpo, es decir, como fin en sí mismo frente al espacio y a través del movi- miento. En el teatro, en cambio, lo fundamental del cuerpo es la acción y la transformación de ese cuerpo en un cuerpo poético significante mediante su accionar. Así, también podemos distinguir lo que entendemos como actor. Aunque po- dríamos usar el término «cuerpo ejecutante» ―como de hecho lo haremos al 1 Jorge Dubatti, Introducción a los estudios teatrales, p. 64. 2 Juliet Koss, “Bauhaus Theater of Human Dolls”, p. 724. 7 referirnos a cuerpo escénico que supera los límites del teatro, es decir, el que incluye la danza y otras expresiones escénicas―, usaremos el término actor, simplemente por su connotación originaria ―el que actúa o acciona, que lleva la acción en el escenario, «una acción con su cuerpo, que sólo puede ser física o física-verbal, nunca puede ser sólo verbal»3― y no por tener relación alguna con las formas que ha desarrollado la historia del teatro para transmitir aquello que sucede en escena y que está, en casi todos los casos, casada con las ideas de representación escénica y de personaje. Además, la idea de actor como par- te activa en la creación del espectáculo es central para el dislocamiento de la «puesta en escena», ese esquema de creación director-dramaturgo-texto contra la que se encuentra, a menudo, la idea contemporánea de teatralidad. * El concepto de teatralidad es acaso el que mayor amplitud ofrece para un aná- lisis filosófico de la escena. Puede abordarse desde varias disciplinas ―estética, filosofía, sociología, antropología, dramaturgia o dirección de es- cena―, o bien desde varias teorías o aproximaciones a la práctica teatral 3 Jorge Dubatti, Introducción a los estudios teatrales, pp. 63-64. Los énfasis son del autor. 8 (¿poéticas teatrales?): la dramaturgia del actor, el posdrama, la experiencia del espectador, el teatro documental, etc.4 Entenderemos por teatralidad el proceso que revela el uso de los elementos de construcción y significación del teatro, a través del cual productores y receptores actualizan la obra o tex- to teatral por la transformación de sus componentes, en función de su repre- sentación y por la confrontación permanente entre realidad y ficción. Es el fundamento para organizar, presentar e interpretar el discurso teatral. […] [La teatralidad] posibilita el juego constante entre imagen y mirada, entre acción y reacción, entre realidad efectiva y ficción; es más un principio crea- tivo que una técnica y tiene su origen en una concepción visual que se tradu- ce en imágenes acústicas y plásticas concretas.5 En otras palabras, la teatralidad es «la elaboración de un lenguaje propio del teatro basado en la expresión y no en la representación icónica del mundo ex- terior».6 Así, el actor y el cuerpo están en relación necesaria y esencial con la teatralidad. Dice Domingo Adame: «Entendidacomo esencia del teatro, la tea- tralidad se sustenta en la actuación».7 Actuación, como dijimos antes, no en relación con el personaje o el ethos que traza Aristóteles en la Poética, sino como mero «accionante», o bien como performer. Así, según Dubatti, «si la acción es el principio de la teatralidad, la performatividad siempre está presen- te en toda forma teatral, porque todo cuerpo que acciona es performer, “hace- 4 Cf. Domingo Adame, Elogio del oxímoron, pp. 32-34, y en general el texto completo, que analiza las distin- tas formas de abordar el concepto de teatralidad, en particular desde la epistemología, la semiótica, la cultura, la dramaturgia y la escena. 5 Domingo Adame, Elogio del oxímoron, pp. 42-43. 6 Fernando de Toro, “La(s) teatralidad(es) postmoderna(s): simulación, deconstrucción y escritura rizomáti- ca”, Intersecciones: Ensayos sobre teatro, p. 157. 7 Domingo Adame, Elogio del oxímoron, p. 43. 9 dor”. Pero no todo performance es poético, es decir, no todo performance con- figura una nueva forma que dota a la acción de alteridad, las desterritorializa y constituye un salto ontológico. La diferencia puede lograrse por la naturaleza de la acción ―alteración rítmica, musical― o por su reinserción en un contex- to que la resignifica».8 Lo performativo está siempre presente en lo teatral, en lo teatralizado, pero no viceversa: el performance, en tanto esencialmente rea- lización escénica,9 no siempre constituye una acción configurada poéticamente y casi nunca configura por sí sola una realización teatral. Llamaremos a eso que ocurre en escena a partir de la poíesis teatral «realiza- ción escénica». El término alemán Aufführung, al igual que el término anglo- sajón performance, son comúnmente traducidos sin más como «representa- ción» (escénica, operística). Sin embargo, la carga teórica que el término tiene en español lo hacen incompatible con varios supuestos que tratamos en este texto: no hay un contenido dado previamente ―un texto dramático o cualquier otro elemento que prefigure la escena―, es decir, es un arte performativo. El término castellano, además de la polisemia característica en filosofía, en senti- do gadameriano como Darstellung (vertido, a menudo, como «re- 8 Jorge Dubatti, Introducción a los estudios teatrales, pp. 88-89. 9 Cf. Erika Fischer-Lichte, Estética de lo performativo, pp. 58-59: «Es legítimo colegir que, tanto en la teoría de Austin como en la de Butler, la realización escénica es la esencia de lo performativo, aunque ninguno de ellos use el término realización escénica en ningún momento». 10 presentación») además del sentido de representación o Vorstellung,10 presente desde la filosofía griega y en relación con una realidad otra, trascendente, no conserva las nociones de transitividad y actividad del alemán y el inglés. Así, seguimos la traducción de la Estética de lo performativo en «realización escé- nica» o bien sólo «realización». Diremos como última advertencia que aunque, como veremos, la teatralidad no tiene que ver necesariamente con la representación, tiene que ver en todos los casos con la ficción. «La teatralidad, entendida como proceso que modifica un “estado” o “situación” por la acción de un sujeto que “se da a ver” o de otro que “observa”, reclama la necesaria interdependencia entre “ficción” y “realidad”».11 A pesar de poder hablar de teatro verbatim o documental, o de formas contemporáneas que elaboran una creación escénica donde «irrumpe lo real»,12 no podemos hablar de un teatro que no involucre de una u otra manera la ficción. En esta línea se encuentra el concepto de convención escénica, que podríamos llamar también pacto de ficción. La ficción, argumentaremos, resi- de en el cuerpo del actor y la poíesis que plantea. No hay un cuerpo sobre el escenario al que la escena no signifique. 10 Cf. María Antonia González Valerio, El arte develado: consideraciones estéticas sobre la hermenéutica de Gadamer, México: Herder, 2005, p. 21 y ss. 11 Domingo Adame, Elogio del oxímoron, p. 30. 12 La metáfora (?) de la realidad como algo que «irrumpe» en la creación escénica contemporánea en tanto que (supuestamente) no usa la mediación de la ficción para mostrar hechos o personas frente a un público es una constante en el trabajo de investigadores como Rubén Ortiz y José A. Sánchez, así como de creadores escénicos como Héctor Bourges y la compañía Rimini Protokol. 11 * Al igual que las artes visuales dieron un giro de lo representacional a lo abs- tracto, del partir de o tender hacia la naturaleza hasta los recursos y contenidos más introspectivos, abiertos o procesuales, el teatro del siglo XX dejó a un lado la trama ―«representación de acciones humanas», había dicho Aristóte- les― para acceder más libremente a las realidades otras del cuerpo y la esce- na. Como lo haría también el arte pictórico y escultórico, el teatro refrendaría que lo abstracto y lo concreto no necesariamente se oponen, según anotara Kandinsky.13 En la dramaturgia se evidencia el intento de superar las insufi- ciencias de la escena: La dramaturgia en el siglo XX ha intentado deslizarse más allá de lo mismo. Una de sus estrategias ha sido desatar la narración lineal en fragmentos o es- cenas independientes —recurso muy querido por los expresionistas—, hasta la supresión de cualquier rasgo de narración como en las obras de Peter Handke. Samuel Beckett experimenta con el pensamiento en abstracto, su- primiendo la dependencia de la voz al concepto del personaje, con una deva- luación del lenguaje, el cual tiende a borrar los significados y los marcos semánticos y donde los límites corporales del mundo interior y exterior se desvanecen.14 Así como en la dramaturgia hay un intento por abolir las limitaciones de la trama, el personaje y el lenguaje ―todos ellos atacados previamente por Ar- 13 Cf. Wassily Kandinsky, Sobre lo espiritual en el arte, Melina Trento (trad.), Buenos Aires: Andrómeda, 2004. 14 Ricardo García Arteaga y Rubén Ortiz, “La partitura del cuerpo”, p. 86. 12 taud―, a principios del siglo XX habrá un ánimo de renovación que llevará al vuelco del concepto de teatro de la mano del de teatralidad. Dice Alcántara Mejía: «El teatro ya no se ve como una estructura configurada por acciones humanas, sino el espacio de exploración de lo que el cuerpo puede hacer en una situación espectacular. La espectacularidad sustituye entonces así a la tea- tralidad propiamente dicha y, ultimadamente, a la dramaticidad».15 Sin embar- go, la «teatralidad propiamente dicha» es una concepción errónea, inerte. Mu- cho del teatro actual, de hecho, trata de alejarse de la idea de teatralidad rela- cionada con la «dramaticidad» y, aún más, con la representación ―como por demás se haría en el resto de las artes―, pero la teatralidad sigue vigente co- mo concepto operativo. Incluso cuando la escena deja de nombrarse como tal y sus formas se confunden con las de otras artes o con las de la vida diaria, la teatralidad, esa convención indispensable para el teatro, no puede dejarse de lado: los conceptos mismos de función, foro, escenario, iluminación, esceno- grafía, puesta en escena e incluso espectador traen consigo la noción de con- vención teatral. No hay teatralidad en la vida diaria porque no hay acuerdo ―o tensión o atención, como veremos adelante― entre el que mira y el que actúa. El cuerpo en una situación común y corriente ―pensemos, un hombre gritando en medio de la calle o una pelea en un vagón del metro― sólo ten- 15 José Ramón Alcántara Mejía, Teatralidad y cultura, p. 103. 13 drán sentido teatral (y poiético) si existe una convención espectáculo- espectador, unateatralidad inserta en el acto mismo de ver, pero también de actuar. Además, actualmente la noción de Alcántara Mejía falla en otro respecto: no existe una teatralidad, sino «diferentes y coexistentes concepciones del teatro, sostenidas por diversas bases epistemológicas: formas de relacionar el teatro con el mundo del hombre, con el lenguaje, con la metafísica, formas de pensar la entidad y la función del teatro y el artista».16 Es decir, no hay una forma de comunión entre el público y el actor, entre el espectador y el espectáculo, sino múltiples formas de convivio, como le llamaremos de ahora en adelante. Éstas conforman, así, las diferentes poéticas teatrales del siglo XX. * En el centro de las nuevas teatralidades está el ánimo de destierro de la mime- sis como imitación, como mera representación. El arte teatral debe ser el lugar primordial y privilegiado de esta destrucción de la imitación: más que ningún otro, ha quedado marcado por ese trabajo de representación total en el que la afirmación de la vida se deja desdoblar y surcar por la negación. Esta representación, cuya estructura se imprime no sólo en el arte sino en toda la cultura occidental (sus religiones, sus filoso- 16 Jorge Dubatti, Filosofía del teatro I: convivio, experiencia, subjetividad, p. 14. 14 fías, su política), designa, pues, algo más que un tipo particular de construc- ción teatral.17 Lo que dice Derrida es lo que subyace a los intentos de los teóricos y hacedo- res de teatro, al igual que a los demás artistas: hay en la representación una carga que ha sufrido el arte, el pensamiento y, sin duda, el cuerpo a través de los siglos. Las instituciones (políticas, estéticas, filosóficas, religiosas) han sostenido un dualismo que, en los albores del siglo XX, parece insostenible. Como ese «lugar primordial» para la «destrucción» de la mimesis en tanto imitación de una realidad separada, más real, el teatro busca dejar la negación y la dualidad para reafirmarse como mundo, como esa «realidad real» que an- tes era su sustrato. Y esto lo hace a través del cuerpo. * Trataremos de analizar, pues, cómo es que el teatro funciona como ese «lugar primordial» en que el dualismo ha sido desterrado y que, como tal, plantea una postura práctica en relación con el problema de la presencia proyectada por la filosofía del siglo XX. En el primer capítulo, “Escena: presencia/ausencia”, en donde abordaremos esta postura, base sobre la que se funda el resto de la tesis, nos planearemos también los siguientes problemas: ¿cómo podemos relacionar «la revelación de una presencia con un espacio que, ya al ser designado “es- 17 Jacques Derrida, “El teatro de la crueldad y la clausura de la representación”, La escritura y la diferencia, p. 321. 15 cena” ―y, por tanto, un locus de la diferencia―, parece inherentemente inca- paz de liberarse de la contaminación de la representación»18? Es una aparente paradoja. Más aún: «Esta pregunta, por su parte, plantea una más fundamental: ¿qué tipo de presencia está en juego en la escena?».19 Responderemos la pre- sencia que está en juego, la que determina la escena, es la del cuerpo. Pero, ¿a partir de ella puede argumentarse en favor de una teoría de la presencia escé- nica y, con eso, una ontología estética que parta del teatro? En los capítulos restantes nos preguntaremos, en un sentido, por los modos de ser del cuerpo en la escena, o como lo llama Fischer-Lichte, la «producción performativa de la materialidad corporal». Es decir, desde la filosofía investi- garemos el cuerpo en la escena. Por otro lado, pretendemos preguntar por có- mo podemos construir una forma de pensar sobre el cuerpo a partir del teatro que dé cuenta de los avatares de éste hoy, abrevando de los argumentos pro- venientes de la filosofía. Es decir, el cuerpo en escena hacia la filosofía, en particular la ontología. Haremos esto trazando una tipología de modos del cuerpo en el teatro. En el capítulo 2, “El cuerpo ritual: performatividad y escena”, rastrearemos lo inicios rituales del teatro y cómo éstos abren paso a un modo de ser del cuerpo 18 Marc Silverstein, “Body-Presence: Cixous's Phenomenology of Theater”, p. 508. La traducción es mía. 19 Marc Silverstein, “Body-Presence: Cixous's Phenomenology of Theater”, p. 508. La traducción es mía. 16 que está en relación directa con las teorías de la performatividad, en particular la de Judith Butler, que afirma que el cuerpo se construye a partir de los actos mismos que éste realiza. A través de la búsqueda de Artaud de un teatro pri- migenio y de sus influencias en el teatro posterior, trazamos las características de este cuerpo otro de la tragedia griega, el pináculo de otras expresiones tea- trales en el mundo que también abrevaron de la elaboración religioso-ritual, al teatro contemporáneo, donde el personaje es eliminado en aras de una búsque- da del cuerpo, del presente corpóreo y su relación con el mundo de la obra. En el capítulo 3, “El cuerpo disciplinado: instrumentalidad y política”, narra- mos el proceso que vivió el teatro, comenzando en el Renacimiento y teniendo su cenit a finales del siglo XIX con el realismo ruso, en que el teatro comenzó a volverse una disciplina y como tal comenzó a requerir de una técnica espe- cial. Analizaremos, sobre todo, la técnica del cuerpo desarrollada para satisfa- cer las necesidades de un teatro psicologista y tridimensional, dejando de lado los arquetipos y buscando la autenticidad de las representaciones a través del concepto de personaje realista. El cuerpo en el teatro es pensado en su instru- mentalidad, en su función en aras de algo más ―aquello dictado por el texto dramático, el director o, en general, “la obra”― y no en tanto sí mismo. Esto, argumentamos, tiene repercusiones políticas si lo pensamos junto con Badiou como un acontecimiento organizado, pleno de discurso y popular, con Butler, 17 como el lugar primigenio de acontecimiento de lo performático, y con Brecht. Toda técnica del cuerpo reincide en lo político, pero dadas sus estructuras análogas, argumentaremos, eso que acontece corporalmente en el teatro gene- ra un paralelismo digno de pensarse. En el capítulo 4, “El cuerpo en la palabra: escritura y corporalidad”, seguimos los supuestos de Butler retomados por Cixous en su obra teórica y dramática, además de la filosofía del cuerpo de Nancy ―que, puesto que para él el ser es el cuerpo, él llama la ontología misma―, para pensar lo que la relación del cuerpo y la palabra (o bien, del cuerpo y la escritura) en el teatro contemporá- neo, toda vez que esta relación ya estaba trazada parcialmente desde drama- turgias tan importantes como la de Shakespeare, donde el cuerpo (junto con el espacio y el tiempo) se edificaba principalmente a partir de la construcción verbal y no a través del resto de los recursos escénicos. Pensaremos, finalmen- te, cómo puede la palabra, tanto dramática como filosófica, siguiendo a Nancy, tocar el cuerpo en escena. * De esta manera, analizando estos tres modos del cuerpo en el teatro, buscamos responder una pregunta que ya se hace Michela Marzano en su Filosofía del cuerpo: «¿Cómo hablar de la existencia carnal sin encerrarse dentro de un dis- 18 curso reduccionista o, al contrario, caer en el escollo de una simple enumera- ción de las “técnicas del cuerpo”? ¿Cómo construir una filosofía del cuerpo capaz de mostrar el sentido y el valor de la corporeidad?».20 Nuestra respuesta será, desde ahora: trazando una tipología de sus manifestaciones sensibles y sus modos de ser en el arte que lo usa como parte esencial. En el teatro, donde se presenta un aparente oxímoron: el cuerpo es presencia y ausencia, está y no está. O mejor: está en toda su universalidady complejidad, al mismo tiempo que se abandona a un tiempo y espacio otros. El cuerpo muestra su potencia en el escenario. Y, según buscaremos concluir, es el escenario, ese locus de la presencia, el que nos muestra la fractura misma que representa el cuerpo, cor- poriza la el sentido por medio del actor y lo lanza al presente escénico, un pre- sente concentrado. El teatro escribe el cuerpo, y al hacerlo, muestra el cuerpo- ahí, el cuerpo-aquí de la existencia. 20 Michela Marzano, La filosofía del cuerpo, p. 3. 19 I TEATRO: PRESENCIA/AUSENCIA Vislumbramos una estética del cuerpo a través de la escena. Usamos aquí “es- tética” en tanto aparición sensible en sentido kantiano.21 El acercamiento que proponemos tiene como centro el cuerpo ejecutante, el cuerpo del actor. Sin embargo, el cuerpo espectador resulta necesariamente involucrado, puesto que la presencia del cuerpo en escena tiene repercusiones en el cuerpo político, el cuerpo de las prácticas no-estéticas.22 En las últimas décadas el cuerpo ha sido replanteado por el arte en la práctica y la teoría, en particular «su lugar en el orden estético y su régimen percepti- vo, su materialidad orgánica, su fundamento ético y su saber científico. El arte actual rediseña no sólo la imagen del cuerpo sino su propia fisicidad. Lo en- 21 En el sentido, en particular, de la Estética Trascendental de la Crítica de la Razón Pura, que se subdivide en los apartados de Espacio y Tiempo, es decir, las condiciones de posibilidad de la experiencia sensible. Lo que Kant trata en la Crítica del Juicio ―que es lo que comúnmente es considerado como la estética kantiana― podría resultar relevante a nuestro análisis, pero en una clave distinta. 22 Cf. Marc Silverstein, “Body-Presence: Cixous's Phenomenology of Theater”, p. 508. 20 tiende como territorio de acción, como un espacio de prácticas con lo sensible, un espacio de juego con el saber y de experimentación con la existencia».23 En este replanteamiento, las artes escénicas cumplen un papel fundamental, pues- to que son las únicas que se sirven del cuerpo en su actualidad, en su presencia aurática y como acontecimiento. Pensamos el acontecimiento en sentido de- leuzeano: «El estallido, el esplendor del acontecimiento es el sentido. El acon- tecimiento no es lo que sucede (accidente); está en lo que sucede el puro ex- presado que nos hace señas y nos espera. […] Es lo que debe ser comprendi- do, lo que debe ser querido, lo que debe ser representado en lo que sucede».24 * El teatro es un arte performativo: hace cuerpo a través del cuerpo. A partir del giro de la teoría de John L. Austin, que hablaba de los enunciados constatati- vos ―aquellos que refieren al mundo y que, como tal, tienen valor de ver- dad― y de enunciados performativos, a veces también traducido como “reali- zativos” ―aquellos que, al ser proferidos, actúan directamente sobre el mundo y, en consecuencia, no se puede decir de ellos que sean verdaderos o falsos― es Judith Butler quien da cuenta de lo performativo como eminentemente cor- poral; y, podemos agregar, en tanto corporal también, por analogía, escénico: 23 Cynthia Farina, Arte, cuerpo y subjetividad: Estética de la formación y pedagogía de las afecciones, p. 261. 24 Gilles Deleuze, Lógica del sentido, p. 158. 21 El cuerpo no es una realidad material fáctica o idéntica a sí misma; es una materialidad cargada de significado […] y la manera de sostener ese signifi- cado es fundamentalmente dramática. Cuando digo dramático me refiero a que el cuerpo no es simplemente materia sino una continua e incesante mate- rialización de posibilidades. Uno no es simplemente un cuerpo, sino, de una manera clave, uno se hace su propio cuerpo y, de hecho, uno se hace su pro- pio cuerpo de manera distinta a como se hacen sus cuerpos sus contemporá- neos y a cómo se lo hicieron sus predecesores y a cómo se lo harán sus suce- sores.25 Del mismo modo que las palabras pueden constituir una nueva realidad a tra- vés de su carácter performativo, el cuerpo se constituye a sí mismo y, por en- de, a la realidad material. «“Performativo” significa en este sentido, sin duda, como en Austin: constitutivo de la realidad y autorreferencial»,26 dice Erika Fischer-Lichte: se da a través del comportamiento y del discurso: de la acción. Y es la acción lo central del teatro. Algo sucede, algo acciona. Sea dentro de una trama o no, dentro de un contexto narrativo o representacional o más bien abstracto, algo está acaeciendo en escena, y es el cuerpo el que hace que esa acción sea presente. «Es el cuerpo concreto, la presencia física del actor sobre el escenario (a diferencia de otras artes narrativas como la novela, el cine o la televisión) lo que le da al teatro de hoy en día su especificidad y su poder. Yo 25 Judith Butler, “Actos performativos y constitución de género: un ensayo sobre fenomenología y teoría fe- minista”, Debate feminista, vol. 9, no. 18, octubre 1998, pp. 296-314 26 Erika Fischer-Lichte, Estética de lo performativo, p. 55. Cf. John L. Austin, Cómo hacer cosas con las palabras. Palabras y acciones, Barcelona: Paidós, 1998 y Judith Butler, “Actos performativos y constitución de género: un ensayo sobre fenomenología y teoría feminista”, op. cit., donde ambos esbozan el comienzo de su teoría sobre la performatividad. 22 pienso que es más la obstinación presente de ese cuerpo concreto que la fic- cionalidad cultural con la que ese cuerpo se disfraza»,27 dice Rafael Spregel- burd. E incluso, según Marco Antonio de la Parra: «La sola presencia del cuerpo del actor impone la acción. No se mueve y sin embargo ya algo está sucediendo».28 Esto está en sentido directo con lo que ya habían trazado Barba y Grotowski: «Para el actor común y corriente, el teatro es primero y antes que nada él mismo, y no lo que logra conseguir mediante su técnica artística. Él ―su propio organismo privado― es el teatro».29 Es decir, se plantea la pers- pectiva del actor como centro, como «objeto único del teatro», cuya presencia constituye por sí misma la acción necesaria para el espectáculo. El cuerpo en escena es «cambio de forma que lleva a la encarnación, es decir, al desplazamiento del “ser” de la metafísica de la presencia hacia la persona de carne y hueso que se reconoce, con temor y temblor, a sí mismo, queriendo ser, en presencia de lo que es, aquello que, como dice Aristóteles, debiera o pudiera ser».30 Pero al mismo tiempo que es persona de carne y hueso, como dice Alcántara Mejía, es además el ser que se manifiesta a través de la obra de arte. Como hemos dicho, no es un cuerpo, sino varios cuerpos, y, quizás, en algunas ocasiones, todos los cuerpos. 27 Rafael Spregelburd, “La dramaturgia y la autopsia”, p. ? (final) 28 Marco Antonio de la Parra “El cuerpo del actor”, p. 3. 29 Eugenio Barba y Jerzy Grotowski, “El nuevo testamento del teatro, Hacia un teatro pobre, p. 23. 30 José Ramón Alcántara Mejía, Teatralidad y cultura, pp. 113-114. 23 * «Cada uno existe como cuerpo animado, pero el cuerpo nunca ha sido sola- mente un cuerpo-objeto (Körper), es decir un cuerpo orgánico estudiado por la ciencia, sino también un cuerpo-sujeto (Lieb), es decir un cuerpo físico y pro- pio de cada persona».31 Eso que somos existe entre el cuerpo-objeto y el cuer- po-sujeto (cuerpo vivido o propio) como un juego de ocultamientos y desocul- tamientos. El cuerpo es presencia siempre presente, pero en una dinámica de presencia-ausencia entre el cuerpo que somos y el cuerpo que estamos siendo. Esta disociación ―aunque quizás no deberíamos usar esa palabra, dado a su connotación psicológica― plantea un problema:¿qué entendemos por cuerpo si éste se escapa a cada momento en un vínculo presencia-ausencia? Dice Michela Marzano en La filosofía del cuerpo: «El cuerpo es una especie de “institución simbólica” que liga la objetividad del cuerpo físico con la sub- jetividad del cuerpo propio. Si desde un punto de vista exterior, aparece como un dispositivo orgánico complejo, un sistema en equilibrio de órganos ligados los unos a los otros, desde un punto de vista subjetivo e interior es también un lugar de interrogación existencial».32 El cuerpo es aprehensible no como obje- 31 Michela Marzano, La filosofía del cuerpo, p. 21. 32 Michela Marzano, La filosofía del cuerpo, p. 23. 24 to de análisis o en-sí ―la filosofía ha escrito ese fracaso― ni como sujeto ―su materialidad, su dispersión (de la que ya hemos hablado) lo impide. El cuerpo es, en este sentido, el lugar mismo del problema de la presencia que se plantean Heidegger y Derrida. Éste ha saltado entre la verdad y el engaño, entre el ser y su representación mientras eso que ellos llaman la metafísica de la presencia ha permeado la filosofía. El cuerpo se oculta tanto como se pre- senta: al exterior y a nosotros mismos. José Luis Moraza lo explica con res- pecto al cuerpo ejecutante de danza: «En la actuación aparece una especie de encuentro de imposibilidades, la imposibilidad del sujeto que danza para verse desde afuera y la imposibilidad del sujeto/espectador para ver las sensaciones de esas representaciones».33 Proyecciones internas contra síntomas externos (y viceversa). Esta imposibilidad (y agregaríamos nosotros: también potencia) sucede de manera especial en el teatro, donde el cuerpo, como veremos más adelante, es cruzado por una poíesis, es decir, se vuelve arte, y por tanto se potencializa dicho juego de presencia/ausencia: potencia/imposibilidad. Este juego es pro- pagado por lo que Serres llama «atención», y que nosotros llamaremos más adelante ―en sentido teatral― «convivio». 33 José Luis Moraza, “Cuerpo e imagen en la nueva danza”, Cuerpos sobre blanco, p. 93. 25 Requerida por el trabajo de la obra, la atención produce una salida extática de sí tan total y radical que cambia, a gusto, lo atento en aquel hacia quien ella focaliza su intención paciente. […] La atención arroja a la así llamada primera persona en el objeto, animal u hombre, tercera persona, de manera que yo la poseo, dirijo, habito en el sentido en que su diablo me obsesiona… no, ya no sé si yo soy ella o si ella es yo: ¿cómo conocer mejor que por esa confusión o confluencia, reacción casi química, transacción sutil de fase? En todo caso, el atento sabe. Sin esa mezcla, sin la simulación y las metamorfo- sis que produce, no hay conocimiento ni ciencia.34 Resumiendo, el actor «funciona sobre dos ejes: interviene en la ficción (au- sencia) y desarrolla una actividad concreta (presencia)».35 Foucault lo puso, en otros términos, en relación con el espacio: «Entonces, el cuerpo, en su mate- rialidad, en su carne, sería como el producto de sus propias fantasías. Después de todo, ¿acaso el cuerpo del bailarín no es justamente un cuerpo dilatado se- gún todo un espacio que le es interior y exterior a la vez?».36 * HIPÓTESIS PROVISIONAL: EL CUERPO ES EL LUGAR DONDE SE MANIFIESTA EL PROBLEMA DE LA PRESENCIA Y EL TIEMPO. COMO TAL, EL CUERPO SERÁ EL LUGAR PARA RESOLVERLO. * 34 Michel Serres, Variaciones sobre el cuerpo, p. 68. 35 Domingo Adame, Elogio del oxímoron, p. 43. 36 Michel Foucault, “El cuerpo utópico”, El cuerpo utópico. Las heterotopías, p. 15. 26 Jorge Dubatti es uno de los pioneros de los estudios teatrales en tanto filosofía y teatro comparado. Ha desarrollado, en los dos volúmenes de Filosofía del teatro (con un tercero en prensa) las categorías que, de acuerdo a su acerca- miento, son vitales para pensar el teatro: convivio, experiencia, cuerpo poéti- co, teatralidad, espectáculo y la función ontológica del teatro, cercana a las premisas de la ontología estética heideggeriana, gadameriana y ricoeuriana. En el centro de su teoría está la poíesis, la creación o producción de un acon- tecimiento escénico: «en tanto producción, surge en el teatro a partir del tra- bajo territorial de un actor con su cuerpo presente, vivo, sin intermediación tecnológica, inserta en el cronotopo cotidiano el origen y el medio de la poíe- sis teatral es la acción corporal in vivo. No hay poíesis teatral sin cuerpo pre- sente en su dimensión aurática. No hay acontecimiento poiético sin la acción iniciada y sostenida por ese cuerpo presente».37 Esto no quiere decir que no pueda haber intermediación tecnológica, sino que la poíesis se efectúa sin la necesidad de ésta, al igual que los demás recursos escenográficos. «El texto dramático, la plástica escenográfica, la partitura musical, todo es reelaborado e integrado a una nueva forma mediante el principio organizador de la acción corporal del actor. En este sentido, es fundamental observar el estatuto priori- tario que adquiere la presencia aurática del cuerpo vivo sobre las proyecciones 37 Jorge Dubatti, Introducción a los estudios teatrales, pp. 63-64. Los énfasis son del autor. En su Introduc- ción…, Dubatti expone aquello que formará parte de sus tres tomos de Filosofía del teatro. Hemos decidido utilizar este volumen, exceptuando algunos casos, por su concreción. 27 desauratizadas: basta con que un cuerpo vivo se coloque a un costado de la pantalla con imágenes cinematográficas para que éstas sean absorbidas por la matriz convivial».38 Es cierto: al proyectar un filme en un foro de teatro no adquiere el estatuto de escena hasta que no hay un cuerpo para transformar el especio en testigo del acontecimiento convivial: La acción corporal de la poíesis funda un espacio de alteridad que se recorta y separa del cronotopo cotidiano y que no la pre-existe, surge con ella: la es- cena, que puede ser generada en cualquier lugar del cronotopo cotidiano (no sólo en una sala o en un escenario). Esta dimensión de alteridad de la nueva forma instaura la faz desterritorializada del ente poético. La nueva forma in- forma los materiales provistos desde el trabajo (materia-forma de los entes provenientes de la realidad cotidiana: cuerpo del actor, espacio-tiempo, lu- ces, objetos, vestuario, etc.), dando como resultado un nuevo ente oximoró- nico, a la vez territorial y desterritorializado.39 La escena: heterotopía elemental.40 * Así, el cuerpo es condición necesaria para el acontecimiento escénico. El cuerpo del actor trabaja con el resto de las artes o técnicas en favor de la crea- ción de la escena y, efectivamente, de la teatralidad. «La imagen actúa como actor principal, sin desplazar del todo al actor, pero sí entra en competencia 38 Jorge Dubatti, Introducción a los estudios teatrales, p. 68. 39 Jorge Dubatti, Introducción a los estudios teatrales, p. 67. 40 Cf. cap. II, donde se describe el carácter hetérotópico de la escena y heterotópico/utópico del cuerpo que traza Foucault en varios escritos. 28 con éste: se actúa en la imagen y no con la imagen».41 Las acciones del cuerpo del actor, que se relacionan con el cronotopo cotidiano, informan esa cotidia- nidad. «Esa nueva forma o un nuevo principio del ente absorbe y transforma la materia-forma cotidiana e impone una forma diversa. Esa forma posee ini- cialmente una manifestación rítmica, musical (por supuesto, generada corpo- ralmente por la entidad) temporal, progresiva, de la poíesis teatral, pero inclu- ye también lo visual y la materialidad de la realidad cotidiana ―que aporta su materia-forma en un sistema de relaciones― sometida a la reorganización de esanueva forma, la del ente poético».42 Estamos hablando, pues, de la configuración de la obra de arte y, más tarde, de la refiguración estética de la realidad propia del pensamiento de las ontologías estéticas. Para configurarse, el nuevo principio debe partir de su diferencia (oposición, autonomía, negación, separación y liminalidad, según los casos) y alteridad rítmica, deliberada e insoslayable, de la materia-forma cotidiana; debe ins- taurar un campo de distinción entre la gramática de la realidad cotidiana y la nueva gramática del ente poético. Esa diferencia genera, al menos, tres cam- pos: i) el de los entes de la realidad cotidiana, ii) el de los entes de la realidad cotidiana afectados por el régimen de diferencia, iii) la manifestación de una nueva forma y, a través de ella, del nuevo ente poético.43 41 Fernando De Toro, “Rito y tecnología”, Intersecciones: Ensayos sobre teatro, p. 100. 42 Jorge Dubatti, Introducción a los estudios teatrales, p. 66. Los énfasis son del autor. 43 Jorge Dubatti, Introducción a los estudios teatrales, pp. 66-67. Los énfasis son del autor. Por gramática, Dubatti entiende «las relaciones materia-forma en cada ente y a las relaciones entre los entes» (p. 76). 29 Aunque parece no atender a la teoría ricœuriana puesto que en ningún lugar la menciona, lo que Dubatti está haciendo es adaptar la triple mimesis al trabajo del cuerpo en escena.44 El cuerpo natural-biológico ―o mejor: el cuerpo bio- lógico inserto cultural, política e históricamente en el mundo pre-figurado―, (i) o, en Ricœur, parte de la Mimesis I, se torna cuerpo afectado o en estado poético, (ii) y Mimesis II, para devenir en ente poético en sí, (iii), es decir, esa (re)inserción de la obra de arte al mundo fenoménico, afectándolo, modificán- dolo, resignificándolo: Mimesis III. El cuerpo poético, pues, tiene una estruc- tura ontológica que es, además, performativa, puesto que actúa a través de ella misma y con respecto a ella misma: constitutivo de la realidad y autorreferen- cial. Dubatti lo resume de esta manera: «[El actor] posee un cuerpo natural-social que por el salto ontológico deviene cuerpo poético, integrándose (desnaturali- zándose, desocializándose y, en consecuencia, renaturalizándose en otra natu- raleza, resocializándose en otro sentido) a la nueva forma; el estado interme- dio es el del cuerpo afectado o en estado poético, […] o la consideración del cuerpo natural-social afectado, impregnado, modificado por el trabajo y la ge- neración del cuerpo poético».45 44 Cf. los tres volúmenes de Paul Ricœur, Tiempo y narración, Agustín Neira (trad.), México: Siglo XXI, 1995. 45 Jorge Dubatti, Introducción a los estudios teatrales, p. 70. El énfasis es del autor. javascript:open_window(%22http://132.248.67.3:8991/F/677D98P5DV1BTCFDX7Y8X4NBKMPFXY7LDQJGDLMQLFDEGGK51N-02198?func=service&doc_number=000694794&line_number=0014&service_type=TAG%22); javascript:open_window(%22http://132.248.67.3:8991/F/677D98P5DV1BTCFDX7Y8X4NBKMPFXY7LDQJGDLMQLFDEGGK51N-02198?func=service&doc_number=000694794&line_number=0014&service_type=TAG%22); 30 La presencia del cuerpo vuelve esta triple relación parte del acontecimiento; es decir, «la relación de estos tres niveles es de convivencia y tensión. Pueden acontecer los tres al mismo tiempo y el espectador contempla el espesor de la convivencia».46 La unidad del cuerpo poético posee la capacidad de acontecer sin disolver las presencias originarias de las materias informadas: puedo ver la unidad pero también los materiales que confluyen en ella, en su estadio anterior a la confluencia y/o atravesados por la afectación que la nueva forma les produ- ce. Puedo ver al mismo tiempo el cuerpo natural (material anterior a la nueva forma), el cuerpo afectado del actor (cuerpo natural-social en su entidad ori- ginal pero tensionado por la nueva forma y la afectación del convivio), el cuerpo poético o la de-subjetivación del cuerpo natural-social en un cuerpo otro, el cuerpo de la nueva forma.47 Aunque es en el cuerpo del actor donde sucede la función ontológica, como hemos visto a lo largo del texto, está en la naturaleza del teatro, es decir, como condición necesaria para el acontecimiento teatral, el convivio o, para Fischer- Lichte, el «bucle de retroalimentación». Esto quiere decir que para que se dé la re-presentación en el sentido gadameriano y ricoeuriano de mimesis48 ―o lo que es lo mismo, en palabras de Dubatti: la función ontológica― es necesa- rio un espectador: éste es esencial para que el círculo se cierre, para que la 46 Jorge Dubatti, Filosofía del teatro II: Cuerpo poético y función ontológica, p. 67. 47 Jorge Dubatti, Introducción a los estudios teatrales, p. 91. 48 Cf. María Antonia González Valerio, Un tratado de ficción: ontología de la mimesis, México: Herder, 2010. 31 función ontológica sea completada. Aunque éste escapa a nuestro estudio, po- demos decir con Dubatti que el actor produce la poíesis y ésta es contemplada, atestiguada y luego co- creada por el espectador y multiplicada en la zona de experiencia del convi- vio. En la poíesis cumplen un papel fundamental el espectador y, especial- mente, el convivio. Hay una poíesis productiva, correspondiente a la acción de los artistas, absolutamente indispensable en su individualidad micropoéti- ca, y una poíesis espectatorial o receptora (no sólo ligada a los procesos de semiotización). La multiplicación de ambas, en una tercera que impide dife- renciarlas, produce la poíesis convivial en el espacio de acontecimiento de la reunión.49 * Hemos visto, con un Dubatti que le debe mucho a la hermenéutica filosófica, que el teatro posee, en sus palabras, una «función ontológica», y que en el centro de ésta está el cuerpo, un cuerpo poetizado, intemporal, plenamente afectado por (en tanto constituyente central de) el mundo de la obra y cómo en escena están en juego distintas dinámicas de presencia/ausencia. Pero cabe preguntarnos, de una u otra manera, sobre la presencia del cuerpo, sobre lo que el cuerpo es. 49 Jorge Dubatti, Introducción a los estudios teatrales, p. 64. Los énfasis son del autor. En cuanto al sujeto espectador, o bien al público como unidad compleja, hemos reconocido que se trata de un elemento indispen- sable, por lo demás como en toda obra de arte; en el teatro, sin embargo, resulta fundamental puesto que de él depende la pervivencia del espectáculo, la esfera de atención, el convivio del que habla Dubatti. El análisis de esta parte del espectáculo escénico me parece fundamental, pero escapa nuestras intenciones. Un comienzo, acaso, sería Luis Puelles Romero, Mirar al que mira. Teoría estética del sujeto espectador, Madrid: Abada, 2011, donde el autor hace un recorrido por los distintos tipos de espectador y de público, así como la perti- nencia de una estética que lo atienda y lo ponga en un lugar fundamental, a diferencia de la mayoría de las anteriores, que lo han relevado a elemento contingente (exceptuando, acaso, la teoría de la recepción). 32 Regresemos por un momento a Artaud. En sus Cuadernos de Rodez escribe: «Me pregunto lo que soy yo. No yo en medio del cuerpo, pues yo sé que soy yo el que soy en este cuerpo y no otro, y que no existe otro yo que el cuerpo, ni en mi cuerpo, pero en qué puede consistir ese yo que se siente lo que se llama ser, ser un ser porque tengo un cuerpo».50 Artaud se plantea uno de los asuntos sin resolver del pensamiento moderno: la imposibilidad de enunciar un yo fuera del cuerpo, y, en consecuencia, la incógnita del ser del cuerpo frente al «ser que soy». Retomando la discusión ―y la aporía― moderna, es a partir de la ruptura fenomenológica que el cuerpo es pensado plenamente en su dicotomíasujeto-objeto y, por consiguiente, como fuente y receptáculo de toda experiencia. Después de Husserl, es Merleau-Ponty quien traza al cuerpo como condición de posibilidad de la experiencia y experiencia misma del mundo. Valga una larga cita de éste: Hay dos sentidos, y solamente dos, del vocablo existir: se existe como cosa o se existe como consciencia. La experiencia del propio cuerpo nos revela, por el contrario, un modo de existencia más ambiguo. Si trato de pensarlo como un haz de procesos en tercera persona —“visión”, “motricidad”, “sexuali- dad”— advierto que estas “funciones” no pueden estar vinculadas entre sí y con el mundo exterior por unas relaciones de causalidad, están todas confu- samente recogidas e implicadas en un drama único. El cuerpo no es, pues, un objeto. Por la misma razón, la consciencia que del mismo tengo no es un pensamiento, eso es, no puedo descomponerlo y recomponerlo para formar- 50 Antonin Artaud, “Cahiers de Rodez”, Œuvres complètes, XVI, París: Gallimard, 1981, p. 109; citado por Michela Marzano, La filosofía del cuerpo, p. 56. 33 me al respecto una idea clara. Su unidad es siempre implícita y confusa. Es siempre algo diferente de lo que es, es siempre sexualidad a la par que liber- tad, enraizado en la naturaleza en el mismo instante en que se transforma por la cultura, nunca cerrado en sí y nunca rebasado, superado. Ya se trate del cuerpo del otro o del mío propio, no dispongo de ningún otro medio de co- nocer el cuerpo humano más que el de vivirlo, eso es, recogerlo por mi cuen- ta como el drama que lo atraviesa y confundirme con él. Así, pues, soy mi cuerpo, por lo menos en toda la medida en que tengo un capital de experien- cia y, recíprocamente, mi cuerpo es como un sujeto natural, como un bos- quejo provisional de mi ser total. Así la experiencia del propio cuerpo se opone al movimiento reflexivo que separa al objeto del sujeto y al sujeto del objeto, y que solamente nos da el pensamiento del cuerpo o el cuerpo en realidad.51 Este solo párrafo puede ser objeto de larga disertación. Digamos, sin embargo, que la Fenomenología de la percepción ha marcado un parteaguas en la con- cepción del cuerpo como lugar inaprensible, plenamente ambiguo, de existen- cia y experiencia, concepción que marcará, explícita o implícitamente, a la filosofía de la segunda mitad del siglo XX y principios del XXI. «Lo cierto es que el cuerpo es más bien una experiencia. Por lo tanto ya no se dirá que hay cuerpos, sino que hay, más bien, experiencias corporales. Si el cuerpo excede siempre a toda presencia como presencia ante sí, si es siempre cuerpo sujeta- do, la sujetación debe ser estudiada como lo que es: una acción, un acto, un acontecimiento de experiencia».52 Y al mismo tiempo: «El cuerpo es condi- 51 Merleau-Ponty, Fenomenología de la percepción, p. 215. El énfasis es nuestro. 52 Ana María Martínez de la Escalera, “Contando las maneras para decir el cuerpo”, pp. 4-5. 34 ción de posibilidad de existencia en cuanto permite generar una experiencia de familiaridad con el mundo, de tal modo que cuanto más se tenga una expe- riencia del cuerpo, más se tendrá una apertura a la existencia. Y a su vez, el cuerpo es la condición de posibilidad del conocimiento ya que permite articu- lar al sujeto con la realidad que quiere conocer, tratándose de una articulación corporal, vivida».53 Es el cuerpo, siguiendo estas teorías, pasa a ser el nuevo sujeto trascendental. Esto, sobra decirlo, trae consigo muchos problemas. Nancy lo complejiza en sus 58 indicios sobre el cuerpo: “Esto es mi cuerpo” = aserción muda, constante, de mi mera presencia. Ella implica una distancia: “esto”, he aquí lo que pongo delante de ustedes. Es “mi cuerpo”. Dos preguntas se envuelven inmediatamente: ¿a quién remite este “mi”? y si “mi” marca propiedad ¿de qué naturaleza es ésta? – ¿Quién es, pues, el propietario y cuán legítima es su propiedad? No hay respuesta para “quién” puesto que éste es tanto el cuerpo como el propietario del cuer- po, y tampoco hay respuesta para “propiedad” puesto que ella es tanto de de- recho natural como de derecho de trabajo o de conquista (cuando cultivo y cuido mi cuerpo). “Mi cuerpo” remite a la inasignabilidad de los dos térmi- nos de la expresión.54 La presencia, la inmediatez y la propiedad del cuerpo son problemas que cabe señalar, pero que son resueltos en su compleja ambigüedad. «En verdad, “mi 53 Pablo Bravo Reinoso, “Deleuze y Merleau-Ponty: Sujeto, cuerpo y saber; entre el capitalismo y la esquizo- frenia”. 54 Jean-Luc Nancy, 58 indicios sobre el cuerpo. Extensión del alma, p. 22. 35 cuerpo” indica una posesión, no una propiedad. Es decir, una apropiación sin legitimación. Poseo mi cuerpo, lo trato como quiero, tengo sobre él el jus uti et abutendi. Pero a su vez él me posee: me tira o me molesta, me ofusca, me detiene, me empuja, me rechaza. Somos un par de poseídos, una pareja de bai- larines endemoniados».55 El sujeto está en relación directa pero compleja con el cuerpo; es condición de posibilidad de la subjetividad, pero no es la subjeti- vidad misma, puesto que es material y está afectado por sensaciones y no por la razón, o bien, por las estructuras trascendentales. ¿Pero por qué tenemos que hablar de sujeto y subjetividad? La fenomenología piensa según los términos de una filosofía en aras de extinguirse, si no es que se ha extinguido ya. El sujeto no es necesario: la unidad a la que aspira, sabe- mos hoy, es una fantasía. La dispersión y la diferencia como categorías de pensamiento nos abren la posibilidad de un eje de ser, por llamarle de alguna manera, que no participe de las ideas clásicas o modernas de la metafísica, como unidad o presencia. «El cuerpo es nuestro y nos es propio en la exacta medida en que no nos pertenece y se sustrae a la intimidad de nuestro propio ser, en el caso de que éste existiera, de lo que precisamente el cuerpo debe ha- cernos dudar seriamente. Pero en esta medida, que no sufre ninguna limita- 55 Jean-Luc Nancy, 58 indicios sobre el cuerpo. Extensión del alma, p. 23. El jus uti et abutendi, el «derecho de usar y de abusar», proveniente del derecho romano; es el fundamento de la propiedad en su concepción burguesa. 36 ción, nuestro cuerpo no sólo es nuestro sino nosotros, nosotros mismos»,56 di- ce Nancy. Si bien no podemos hablar de una unidad cuerpo-pensamiento, y mucho menos cuerpo-subjetividad, podemos hablar de nuestro propio ser, de nosotros mismos: un ser sin sujeto. No se trata de pensar el cuerpo en relación con el algo-más-allá ―sea el alma, la subjetividad, la unidad de las represen- taciones o la identidad―, sino con él mismo y, quizás, «en el caso de que éste existiera», dice Nancy, con el ser que somos. En un giro dialéctico, Nancy propone: «El cuerpo es una envoltura: sirve, pues, para contener lo que luego hay que desenvolver. El desenvolvimiento es interminable. El cuerpo finito contiene lo infinito, que no es ni alma ni espíritu, sino el desenvolvimiento del cuerpo».57 Este desenvolvimiento, diremos, es el modo de aparecer del cuerpo. A conti- nuación analizaremos tres modos del cuerpo en el teatro, modos que nos ilu- minan el camino del pensamiento tanto del teatro como del cuerpo: el cuerpo ritual-performativo, el cuerpo disciplinado-tecnificado y el cuerpo en la pala- bra. 56 Jean-Luc Nancy, 58 indicios sobre el cuerpo. Extensión del alma, p. 27. 57 Jean-Luc Nancy, 58 indicios sobre el cuerpo. Extensión del alma, p. 16. 37 II EL CUERPO RITUAL: PERFORMATIVIDAD Y ESCENA El cuerpo hoy está deslocalizado. Las discusiones en torno al cuerpo poshu- mano y ala virtualidad como espacio de acción ponen en la mesa el hecho de que el cuerpo tiende hoy hacia la evanescencia, hacia la dispersión.58 Pero esta dispersión ha estado presente, en parte, a través de los siglos, incluso desde la Grecia Antigua. Es esa dispersión la que cruza el pensamiento sobre el cuerpo, la necesidad de agruparlo, de reunirlo bajo la idea de unidad o de trascenden- cia. El teatro ha explorado (y explotado), desde sus inicios, esta evanescencia del cuerpo con fines estéticos. Lo que Paul Virilio ve hoy con irremediable desdén ―estar dislocado «significa no estar en ningún lugar, no ir hacia ninguna par- te»59― es una herramienta esencial del teatro: el espanto y el placer ―el «éx- 58 Cf. José Alberto Sánchez Martínez, “Cuerpo y tecnología: la virtualidad como espacio de acción contempo- ránea”, Argumentos, año 23, no. 62, México: UAM-X, enero-abril 2010. 59 Paul Virilio en conversación con Catherine David, “Alles Fertig: se acabó. Una conversación”. Como re- sume Cynthia Farina en su tesis doctoral Arte, cuerpo y subjetividad: Estética de la formación y pedagogía de 38 tasis delicioso»― que se da cuando, según Nietzsche, refiriéndose a la trage- dia griega, se elimina el principium individuationis: lo Dionisíaco.60 Mucho se ha dicho del teatro griego, en particular de la tragedia, en relación con su calidad ritual. El origen de la tragedia es el lugar primordial de búsque- da para la noción del teatro como evolución de un ritual muy particular: un ritual sacrificial, de desmembramiento. El origen del teatro se hermana, muy a menudo, con el desarrollo o nacimiento mismo de la religión.61 El teatro, se dice, comenzó como un rito no sólo en el teatro griego sino en todas las expre- siones primitivas. La vida proto-civilizatoria proponía una relación particular con la naturaleza, una lucha, un constante asombro. El hombre encuentra una conexión con el exterior, con los demás seres: los cuerpos son distintos pero hay algo que los hermana. Es en este momento en el que ―según se sospecha, se conjetura o conviene pensar― nacieron las visiones de alma, tiempo y sa- las afecciones, Virilio proclama «que las artes plásticas ya no tienen ningún interés, que sus esfuerzos van en dirección a dislocarse a sí mismas, a auto-deslocalizarse, a afectar a su misma posibilidad de localizarse como expresión de contornos definidos» (p. 263). Esto está claramente en relación con la virtualidad y los nuevos soportes y formas artísticas, provenientes de las vanguardias pero llevadas al límite décadas después. En tea- tro podría reconocerse, antes de la era virtual, a la dramaturgia de Beckett como un intento de deslocalización, de diluirse en su propia imposibilidad, en su propio silencio. 60 Cf. Nietzsche, El nacimiento de la tragedia, en particular en cap. 1. Éste es el punto central de la primera obra de Nietzsche, cuya crítica a Schopenhauer reside en la disolución del principio de individuación ―que en la teoría equivaldría al espíritu apolíneo― gracias a lo dionisiaco. «Nos ha descrito Schopenhauer el enor- me espanto que se apodera del ser humano cuando a éste le dejan súbitamente perplejo las formas de conoci- miento de la apariencia, por parecer que el principio de razón sufre, en alguna de sus configuraciones, una excepción. Si a este espanto le añadimos el éxtasis delicioso que, cuando se produce esta misma infracción del principium individuationis, asciende desde el fondo más íntimo del ser humano, y aun de la misma naturaleza, habremos echado una mirada a la esencia de lo dionisiaco» (p. 45). 61 A este respecto hemos consultado varios textos, pero nos han sido de mayor ayuda Christopher Innes, El teatro sagrado: El ritual y la vanguardia México, Fondo de Cultura Económica, 1992 y Gaston Baty y René Chavance, El arte teatral, Juan José Arreola (trad.), México, Fondo de Cultura Económica, 1993. 39 cralidad, y con ella la necesidad de traer al ámbito de lo humano corpóreo aquello que se escapaba a cada instante. «Los hombres se disfrazan entonces de animales, se revisten de una piel, se cubren la cabeza con una máscara es- culpida, imitando, caracterizados de esta manera, los movimientos del animal que representan: su paso, su rugido, su manera de conducirse. Así comenzó en todas partes el teatro».62 Es decir, un movimiento, una sonoridad ―danza y música son elementos esenciales de los inicios del teatro― buscan representan algo inasible: divino. El origen del teatro está, pues, en la necesidad de conec- tar lo mortal con lo divino. Y sin embargo todo origen es ficción, libertad poética. El origen del teatro, como el origen de tantas cosas, se nos escapa. No podemos definirlo ni siquie- ra por métodos arqueológicos, mucho menos historiográficos.63 Es un miste- rio: sólo podemos hablar de ello a partir de los vestigios que nos quedan en lo que hoy conocemos como teatro. En este paso del ritual a la escena podemos dar un par de ejemplos: en Japón, la kagura, «plegarias dramatizadas con pro- cesiones y pantomimas que tenían el poder de alejar las desdichas […], suce- sión de pasos lentos y de actitudes hieráticas, practicada preferentemente en el 62 Gaston Baty y René Chavance, El arte teatral, p. 9. 63 Reconocemos que existe una historia del teatro pre-trágico trazada a partir de reliquias y fragmentos de textos dramáticos, como, por ejemplo, el descubrimiento de la existencia de un teatro egipcio en el último tercio del siglo XX a partir de tablillas inscritas con textos que apuntan a lo dramático y que, siguiendo la investigación, han permitido desdibujar la idea de que todos los grandes descubrimientos de la escena teatral fueron hechos en la Grecia antigua. Sin embargo, la esencia efímera de lo teatral no permite aprehender a conciencia el fenómeno proto-teatral que derivó en una escena plenamente escénica, por decirlo de algún modo. 40 venerado santuario que eral el palacio imperial, interpretada por compañías de sacerdotes especialmente dedicados a este oficio»;64 y en Egipto, la represen- tación de los dramas ceremoniales para el faraón muerto ―contenidos en los Textos Piramidales, acaso los textos religiosos más antiguos de los que se tie- ne registro―, que se representaban anualmente en el lugar más sagrado: la tumba de Osiris. Así, el teatro tiene, como forma, más de 2,500 años de exis- tencia. Si bien existen otras disciplinas o técnicas que influyeron en el nacimiento del teatro ―la narrativa oral o escrita, la danza, el coloquio político, entre otros―, lo cierto es que el teatro y el ritual han estado en muchos momentos ligados por elementos comunes: la escena tiene elementos rituales y el ritual tiene elementos escénicos o performáticos: la noción de lugar especial para el acon- tecimiento, el vestuario, la máscara y el maquillaje especiales para la ocasión, el uso de la abstracción y el símbolo, lenguaje particular y conceptos o nocio- nes nacidas a partir de éstos: transición, cambio, sacrificio, identidad, etc. Es interesante pensar la permanencia de la danza, la recitación y la pantmomina en el desarrollo del ritual en las culturas occidentales. El conjunto dado por las acciones corporales y el acontecimiento transformador del cronotopo coti- 64 Gaston Baty y René Chavance, El arte teatral, p. 12. 41 diano en busca de un modo de ser otro de la realidad. Esto es particularmente evidente en la historia del teatro griego. * En algún momento, en medio de una espontaneidad proverbial o de una evo- lución inimaginable, surgirá la palabra. Hay un paso, pues, de la pura corpora- lidad a la palabra encarnada, del coro al actor y, acaso, de lo divinoa lo hu- mano: se da el salto de lo sagrado a lo épico. No existe todavía la voluntad de ilusión del teatro posterior, sino un ánimo de hacer imaginar: aunque puede argumentarse la existencia de una técnica especial en cada tradición teatral, ciertamente no existía la tecnología del aparato escénico, puesto que no era necesario. En Grecia el ritual trasciende hacia un acto político de purificación. La Grecia antigua conjugaba en muchos momentos la performatividad con el ritual: en la política, en la gimnasia y el atletismo, en las ceremonias religiosas, los festiva- les, las bodas, funerales y simposios. En el teatro, la catarsis, de la mano de la anagnórisis, predisponían el espectáculo escénico ―que ya podemos denomi- nar representación, o bien realización escénica (Aufführung)― a un ámbito sí político, pero también religioso. El ritual pervive entre el cauce religioso de lo dionisiaco y la transformación de la polis. 42 Según plantea Aristóteles, los ditirambos introdujeron en los cantos dionisia- cos un elemento dramático, el diálogo, lo cual devino, con el tiempo, en la tra- gedia y la comedia.65 Así, el teatro nació de la narración (oral). Ante el adve- nimiento de la escritura, que para la época de Platón ya era una realidad co- mún, la narración oral perdió la relevancia que había tenido desde Homero. Así, primero el poeta representaba su poema ―aunque aquí cabe preguntarse en qué consistía esta representación―;66 después, con Esquilo, dos actores, con la introducción del diálogo; y después, especialmente con Eurípides, pro- tagonista (generalmente, aquél que representaba al personaje que da título a la obra), deuteragonista (generalmente un personaje femenino) y triagonista (el resto de los personajes) compartían el escenario con el coro para hacer una escena dinámica, más cercana al teatro actual, que dejaba atrás el monólogo y abrazaba la acción como esencia del teatro. El intérprete de la tragedia griega era el hipokrités. Esta palabra, deslavada en su significado original (hyókrisis, ὑπόκρισις = «actuar», «fingir»: hypo, «más- cara» y crytés: «respuesta»: «responder con máscaras»), definía al actor griego que, provisto de máscaras, encarnaba la palabra. Su cuerpo estaba en escena, pero despersonalizado, ya sea conectado con una emoción por medio de la 65 Cf. Aristóteles, Poética, cap. I (1147a-1447b). 66 Cabe notar que es a partir de Esquilo, es decir de la interacción de los ditirambos, que comienza nuestro conocimiento del teatro griego: no conocemos tragedia sin el elemento dramático del diálogo, y no sabemos cuál haya sido la función del coro en la tragedia de un solo actor. 43 máscara y la palabra, como el actor principal, o sólo por la palabra, como el integrante del coro. Para el ritual era necesaria la despersonalización de los actores, puesto que lo que se representaba no era ficción, sino mimesis: no (só- lo) imitación, sino representación, donde cabía personificar lo divino y lo hu- mano en una nueva forma y un nuevo tiempo. El drama en esta época está casi completamente inmerso en la mitología, todavía parte de la esfera religiosa. Entre los textos dramáticos que conservamos, sólo Los persas, que relata lo sucedido en la Batalla de Salamina, tiene una temática que escapa del mito. El ritual disloca el tiempo ―«the time is out of joint», dice Hamlet―, genera un convivio, el mito se hace presente en el mundo.67 En el teatro griego todas estas funciones se cumplen, y el mito da un paso más allá: del mito poético al mythos en sentido aristotélico, un mythos que es trama y representación de ac- ciones además de una instancia religiosa. Pero dentro de estas funciones del ritual (y del teatro) la que nos interesa es la que actúa sobre el cuerpo, sobre la realidad más íntima y próxima del hombre. El cuerpo, como el tiempo (y el espacio), se disloca, sufre una transformación con respecto al cuerpo del día a día: es ese cuerpo, pero es muchos cuerpos: significa y resignifica: vive la in- tensidad y extensividad propias de él, pero llevadas al límite de lo ordinario, 67 Cf. Mircea Eliade, Lo sagrado y lo profano, Barcelona: Paidós, 1998. 44 hacia lo religioso: hacia la palabra: hacia una realidad nueva, distinta, espe- cialmente configurada. El desarrollo del drama en la antigüedad ha tenido muchas facetas y elemen- tos, pero el ritual se hace presente en cada una de ellas. Baty y Chavance lo resumen de esta manera: Hemos visto al hombre inventar el disfraz y la mímica para una ceremonia mágica; luego, descubrir la danza, el canto y el poema en sus plegarias reli- giosas. La liturgia le conduzco en seguida a establecer el diálogo, la acción y el decorado. El teatro alcanzó así todos sus medios de expresión. […] Mien- tras duraba la representación [los hombres] se sentían descargados de sus in- quietudes y aflicciones personales. Las aventuras del dios ocupaban el lugar de sus pequeños problemas; los espectadores se olvidaron de sí mismos. Y como tenía que suceder, se convirtieron en aficionados del arte dramático en busca de su propio placer y no solamente para celebrar un cul- to. El teatro, nacido para gloria de los dioses, crecerá para ser regocijo de los hombres.68 El ritual es, pues, superado para darle autonomía al teatro como disciplina, arte y, en palabras de los franceses, placer independientes. Pero algunos de sus elementos pervive hasta nuestros días. Como veremos, el espacio escénico, la esfera de convención y, en general, la representación escénica toman prestado de la religión lo sagrado del tiempo y el espacio del rito y lo vuelcan primero 68 Gaston Baty y René Chavance, El arte teatral, p. 23. 45 hacia la representación (con Aristóteles y hasta Artaud y Grotowski) o hacia el cuerpo agente, el cuerpo espectáculo. * En un lugar similar al de Nietzsche en la filosofía se encuentra Artaud en el teatro. La preeminencia de la enfermedad, el delirio y el ritual en su teoría pueden parecer coincidencias irrelevantes, pero están conectadas en un lugar fundamental: la carne. No una carne en el sentido usual del término: no trata de lo sexual sino de la piel y lo sensible como lugar de choque del lenguaje y los sentidos. El teatro de la crueldad, aquél que propone Artaud en El teatro y su doble, es un teatro de la carne, un teatro que afecte directamente a la sensi- bilidad, depositada ésta en el cuerpo, y que no se vea interrumpida por las ata- duras de una razón corrupta. El teatro de la crueldad, «en función de su radical fisicidad, consigue el objetivo marcado: se distancia de la idea de arte y se acerca a la vida. Tiene como objeto afectar directamente al organismo del es- pectador, abandonar la psicología, apelar a sus sentidos, inducir al trance, conducir a una comprensión que no pasa por el entendimiento, arrastra al es- pectador y le hace abandonarse en la experiencia sensual».69 El cuerpo aparece por primera vez en Artaud como lo primordial del teatro, más allá del texto y la palabra, el personaje o la trama. «Partiendo del modelo del teatro balinés 69 María José Sánchez Montes, “Teoría teatral del siglo XX: el cuerpo y el ritual”, p. ? 46 propone —sobre todo por su gestualidad y fisicidad— un actor cuyo cuerpo es entendido como jeroglifico tridimensional, viviente y móvil. El gesto, además, cobra un papel determinante porque se convierte en artífice de la manifesta- ción del estado espiritual, el cuerpo es el camino hacia lo absoluto».70 Es a partir de Artaud que nace la idea de teatralidad, de la que hemos hablado antes. Ante el destierro artaudiano del drama en tanto palabra y estructura ra- cional, es que el concepto de teatralidad entra en juego en la teoría teatral.Di- ce Derrida en “El teatro de la crueldad y la clausura de la representación”, re- firiéndose a Artaud: «La teatralidad debe atravesar y restaurar de parte a parte la “existencia” y la “carne” que la reducción del teatro a mera representación de una realidad exterior ha propiciado. Así pues, puede decirse del teatro lo que se dice del cuerpo: se ha desvanecido en aras de una verdad de la cual será siempre un fiel servidor».71 Derrida encuentra ese paralelismo que planteamos aquí: que el cuerpo y el tea- tro son podemos pensarlos en conjunto, puesto que ambos dependen necesa- riamente de la encarnación, y ambos han estado ocultos tras un ímpetu de tras- cendencia. La realidad detrás de la mimesis praxeos y el alma o demás entida- des informadoras del cuerpo son esas verdades de las que han dependido am- 70 María José Sánchez Montes, “Teoría teatral del siglo XX: el cuerpo y el ritual”, p. ? 71 Jacques Derrida, “El teatro de la crueldad y la clausura de la representación”, La escritura y la diferencia, p. 318. 47 bos. Dice Artaud: «El dominio del teatro […] no es psicológico sino plástico y físico. Y no importa saber si el lenguaje físico del teatro puede alcanzar los mismos objetivos psicológicos que el lenguaje de las palabras […] [sino] si en el dominio del pensamiento y la inteligencia no hay actitudes que escapan al dominio de la palabra y que los gestos y todo el lenguaje del espacio alcanzan con mayor precisión».72 Pero no es sólo el cuerpo lo que ha sido corrompido por el teatro. Podemos resumir el giro hacia las nuevas teatralidades a partir de Artaud y siguiendo las características del ritual según lo que afirma Derrida: La escena es teológica en tanto que esté dominada por la palabra, por una voluntad de palabra, por el designio de un logos primero que, sin pertenecer al lugar teatral, lo gobierna a distancia. La escena es teológica en tanto que su estructura comporta, siguiendo a toda la tradición, los elementos siguien- tes: un autor-creador que, ausente y desde lejos, armado con un texto, vigila, reúne y dirige el tiempo o el sentido de la representación, dejando que ésta lo represente en lo que se llama el contenido de sus pensamientos, de sus inten- ciones y de sus ideas. Representar por medio de los representantes, directo- res o actores, intérpretes sometidos que representan personajes que, en pri- mer lugar mediante lo que dicen, representan más o menos directamente el pensamiento del “creador”. Esclavos que interpretan, que ejecutan fielmente los designios provisionales del “amo”. El cual por otra parte ―y ésta es la regla irónica de la estructura representativa que organiza todas estas relacio- nes― no crea nada, sólo se hace la ilusión de la creación, puesto que no hace más que transcribir y dar a leer un texto cuya naturaleza es a su vez necesa- 72 Antonin Artaud, El teatro y su doble, p. 80. 48 riamente representativa, guardando con lo que se llama lo “real” (lo existente real, esa “realidad” de la que dice Artaud en la Advertencia a El monje que es un “excremento del espíritu”) una relación imitativa y reproductiva. Y fi- nalmente un público pasivo, sentado, un público de espectadores, de consu- midores, de “disfrutadores” ―como dicen Nietzsche y Artaud― que asisten a un espectáculo sin verdadera profundidad ni volumen, quieto, expuesto a su mirada de “voyeur”.73 Es ahí de donde nace la necesidad de expandir el campo de acción ―y de aná- lisis― del teatro hacia nuevas perspectivas, formas de hacer, formas de afec- tar: es ésa la esencia del teatro de la crueldad, y debe ser la del teatro todo. * En este respecto, cabe pensar el teatro desde la ética spinoziana: ciertamente no se escapa de la política ―a decir de Alain Badiou, el teatro es la analogía del Estado―,74 pero puede pensarse éticamente en tanto distintos modos de afectar al cuerpo. Desde la concepción del actor como ethos de un personaje, del enfrentamiento del carácter con una fuerza opuesta, se relegó el cuerpo a una instancia que no le corresponde: a la representación, al dualismo escénico ―por llamarle de alguna forma―, pero también a la ética. «El Cuerpo, carne de deseo como lo llama Ricœur, articula sus movimientos para revelar ese deseo dando forma, 73 Jacques Derrida, “El teatro de la crueldad y la clausura de la representación”, pp. 322-323. 74 Cf. Alain Badiou, Rapsodia por el teatro: breve tratado filosófico, cuyo argumento central es precisamente ése: la correlación necesaria del «teatro» (opuesto al Teatro) y el Estado. 49 dando carácter, dando ethos al personaje, creando al personaje, al actor coti- diano que somos todos».75 A lo que se refiere Alcántara Mejía es a la concep- ción aristotélica del ethos del personaje como el ethos del hombre en la vida diaria: las decisiones que toma alguien frente a los hechos son las que forman el carácter. «Ante la presencia de lo que realmente somos, un cuerpo, adqui- rimos conciencia de aquello que quisiéramos o debiéramos ser, aquello a lo que el cuerpo se ex-tiende».76 Es éste el sentido ético del teatro que traza Aris- tóteles en la Poética trasladado una concepción plenamente corporal del tea- tro: una prescriptiva de la existencia, es decir, una ética. Las concepciones clásicas del teatro donde la creación del personaje sigue un esquema ético aristotélico han sido superadas. «¿Quién ha dicho que el teatro se creó para analizar caracteres, o resolver esos conflictos de orden humano y pasional, de orden psicológico que dominan la escena contemporánea?»,77 se pregunta Artaud. El cuerpo en el teatro no está relacionado, al menos no nece- saria o esencialmente, como hemos visto, con el personaje. Sin embargo, dice Vázquez Rocca, «el vigor, la elegancia, el heroísmo o el júbilo no sólo res- ponden a un talante ético, sino que originariamente son imágenes estéticas que 75 José Ramón Alcántara Mejía, Teatralidad y cultura, p. 96. La mención a Ricœur está en relación con Fini- tud y culpabilidad, Cristina de Peretti, Julio Díaz Galán y Carolina Meloni (trad.), Madrid: Trotta, 2004, pp. 64 ss, donde el autor esboza una teoría del cuerpo con relación a la teoría de los afectos, de los fines prácticos y del carácter. 76 José Ramón Alcántara Mejía, Teatralidad y cultura, p. 112. El énfasis es del autor. 77 Antonin Artaud, El teatro y su doble, p. 105. 50 proveen los cuerpos. El cuerpo así pensado se afirma como comportamiento y gesto, como ethos y pathos».78 El cuerpo es, en esta línea, un ethos (y pathos) sin ética. Es éste el sentido de la teoría que esboza Alberto Villarreal en su texto inédito Del anfiteatro al anfibioteatro. Éste pone en términos de Personalidad/Ser Persona esta dicotomía, la del personaje o carácter imbuido en la ética y la del cuerpo que es afectado y que reacciona pero fuera de toda esfera ética. La estética demanda Personalidad [―porque está hecha para ser contempla- da e influir; dependiente del juicio de otros, insostenible por sí misma, por ello “pirotecnia” del gusto y del agrado―], pero la Personalidad es accidente fijo y definitivo que da límite y finalidad; una repetición que nos sucede y nos engaña diciendo que somos excepción, aunque sea ella la que nos haga parte de la Repetición. Ser Persona es una potencia de movimiento, de Ser; nunca completada; no nace ni termina en nosotros; es acción sin expectativa de reacción; no necesidad de estética o de formas consagradas.79 La Personalidad está fuera del cuerpo, es una proyección que se superpone al ser-hacia-afuera del cuerpo. El Ser Persona, en cambio, «busca introducir lo 78 Adolfo Vázquez Rocca, “Jean-Luc Nancy; la Filosofía del cuerpo y las metáforas
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