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UNIVERSIDAD NACIONAL AUTÓNOMA DE MÉXICO 
FACULTAD DE FILOSOFÍA Y LETRAS 
COLEGIO DE LETRAS HISPÁNICAS 
 
 
 
 
 
 
 
EL FLUIR DEL TIEMPO EN LAS BATALLAS EN EL DESIERTO (1981), DE JOSÉ 
EMILIO PACHECO 
 
 
 
 
 
 
 
TESIS QUE PARA OBTENER EL TÍTULO DE LICENCIADA EN LENGUA Y 
LITERATURAS HISPÁNICAS PRESENTA: 
Ana Elena García González 
Asesora: Mtra. Luz Aurora Fernández de Alba 
México, D. F. enero de 2010 
 
UNAM – Dirección General de Bibliotecas 
Tesis Digitales 
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fines educativos e informativos y deberá citar la fuente donde la obtuvo 
mencionando el autor o autores. Cualquier uso distinto como el lucro, 
reproducción, edición o modificación, será perseguido y sancionado por el 
respectivo titular de los Derechos de Autor. 
 
 
 
Agradecimientos 
 
Quiero comenzar agradeciendo profundamente a la maestra Luz Fernández de Alba por 
notarme, por el apoyo, la paciencia y la confianza. También por su tiempo, sus libros; por 
sus magníficas clases y maravillosas enseñanzas, incluso las personales. Pero sobre todo 
porque sin ella estaría aún peleándome con los retruécanos y aliteraciones del siglo XVII. 
 A mis padres, por llevarme, aun antes de saber leer, a las ferias del libro en el Palacio 
de Minería; por dejarme robar sus libros a pesar de pérdida económica que eso significa. 
Por obligarme a estudiar. Prometo no echar en saco roto la buena educación que he 
recibido. 
 A mi hermana Mary Carmen por prestarme su casa verde y silenciosa en donde escribí 
la mayor parte de este trabajo. Gracias también por acompañarme siempre en esta ciudad 
destruida y permanecer a mi lado a pesar del tiempo. A mi hermano Rubén Darío porque 
sin su ayuda nunca hubiera llegado a la Facultad. 
 A Concepción Leyva, por compartir todos sus conocimientos conmigo, sus libros, su 
amistad, por contagiarme su amor por las letras y encaminarme hacia esa pasión por la 
poesía, pero más que nada, por hacerme reconocer —como dirían los poetas— a Pacheco 
en su lectura. 
 A mis amigas Raquel y Jacqueline por mantenerse al pendiente, apresurarme, leerme, 
corregirme y apoyarme, no sólo durante la elaboración de este trabajo, sino durante toda la 
carrera. Mil gracias. 
 A la doctora Teresa Miaja, cuyo interés me llevó a la elección de este proyecto y alentó 
su culminación. A la maestra Raquel Mosqueda por sus valiosas observaciones. 
 Por último quisiera agradecer a todas aquellas personas (amigos, maestros y 
compañeros) que han tenido que ver en mi formación, en mi gusto por las letras, por José 
Emilio Pacheco y que me apoyaron y soportaron tanto en los momentos felices, como en 
los de crisis. A todos muchas gracias. 
 
 
 
 
ÍNDICE 
INTRODUCCIÓN………………………………………………………………………....4 
1. EL TIEMPO EN LA LITERATURA…………………………………………………...8 
2. JOSÉ EMILIO PACHECO: ESCRITOR DEL TIEMPO…………………………..…15 
2.1 Poesía: crónica de la destrucción……………………………….……...……..17 
2.2 Narrativa: la desmitificación de la infancia...…………………….…...……...37 
3. LAS BATALLAS EN EL DESIERTO…………………………………………………...52 
3.1 La Historia……………………………………………………………………55 
3.2 La historia…………………………………………………………………….60 
3.3 Los personajes………………………………………………………………..63 
3.4 El discurso…………………………………………………………………....86 
4. EL FLUIR DEL TIEMPO EN LAS BATALLAS EN EL DESIERTO………………...93 
4.1 El tiempo formal: orden, duración y frecuencia……………………………....94 
4.2 Niveles del tiempo dentro de la obra………………………………………....98 
4.3 La destrucción y sus manifestaciones……………………………………....101 
4.3.1 En la ciudad…………………………………………………………....102 
4.3.2 En la sociedad……………………………………………………….....105 
4.3.3 Evolución de los personajes……………………………………..……..107 
CONCLUSIONES……………………………………………………………..………112 
APÉNDICE: Noticia biográfica de José Emilio Pacheco……………………...……….115 
FUENTES DE CONSULTA………………………………………………...…………119 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
Pídeme de mí mismo el tiempo cuenta; 
si a darla voy, la cuenta pide tiempo: 
que quien gastó sin cuenta tanto tiempo, 
¿Cómo dará, sin tiempo, tanta cuenta? 
 
Tomar no quiere el tiempo, tiempo en cuenta, 
porque la cuenta no se hizo en tiempo, 
que el tiempo recibiera en cuenta tiempo 
si en la cuenta del tiempo hubiera cuenta. 
 
¿Qué cuenta ha de bastar a tanto tiempo? 
¿Qué tiempo ha de basta a tanta cuenta? 
Que quien sin cuenta vive está sin tiempo. 
 
Estoy sin tener tiempo y sin dar cuenta, 
sabiendo que he de dar cuenta del tiempo 
y ha de llegar el tiempo de la cuenta 
(Anónimo) 
 
 
 
 
 
 
 
 
4 
 
Introducción 
José Emilio Pacheco (Ciudad de México, 1939) es uno de los escritores más importantes de 
las letras mexicanas1. En 2005, fue nombrado el poeta vivo más importante de nuestro 
país.2 Pero no sólo se le reconoce como poeta, ya que su incursión en casi todos los géneros 
literarios le ha valido distintos premios tanto a nivel nacional como internacional. 
 En su poesía, narrativa, e incluso ensayo, notamos que la mayor obsesión de Pacheco ha 
sido el tiempo, sobre todo, los estragos que éste deja a su paso. Es por esta frecuente 
preocupación que su obra está vinculada con la Historia3 y con la arquitectura. Una de las 
mejores pruebas de lo dicho es que a lo largo de casi toda su obra poética se puede realizar 
una crónica de la ciudad, los hechos históricos y el deterioro de su arquitectura y 
costumbres. 
 Sus temas se ligan de una manera u otra con el tiempo. Por ejemplo, el principal en su 
obra narrativa es la infancia, particularmente las situaciones de iniciación y la forma en que 
lo aborda se relaciona directamente con el irrefrenable paso del tiempo. Los personajes de 
los cuentos “La reina”, “Parque hondo”, “Tarde de agosto”, “La cautiva”, “El viento 
distante”, “El castillo en la aguja”, incluidos en El viento distante (1963), así como los de 
las novelas cortas “El principio del placer” (1972) y Las batallas en el desierto (1981), son 
clara muestra de cómo ese fluir del tiempo hace que tarde o temprano se enfrenten a su 
realidad, a esos momentos límite que los llevan a la desilusión y a darse cuenta de que no 
hay nada que pueda permanecer, ni siquiera ellos mismos. 
 
1 Los datos biográficos completos del autor se encuentran en el “Apéndice” al final de esta tesis. 
2 Con base en una encuesta, la revista Letras Libres publicó la lista de “Los diez mejores poetas mexicanos 
vivos” en Letras Libres, México, número 74, año VII, febrero 2005, pp. 54-55 
3 Siguiendo el modelo de Forster escribiré Historia con mayúscula cuando me refiera a una serie de hechos 
pasados, e historia con minúscula cuando me refiera a la fábula o diégesis. 
5 
 
 Así toda su obra se relaciona por su contenido: «La reflexión sobre el paso del tiempo le 
da a la narrativa —y a la poesía— de Pacheco una unidad indivisible. Con insistencia casi 
obsesiva hasta en los títulos de sus libros, […] elabora su obra en torno del ‘sentido atroz 
del tiempo como infinito desgaste’» (Verani en Verani 1994: 265-266). 
 Es quizá en Las batallas en el desierto4 donde el testimonio del transcurrir del tiempo 
queda mejor ejemplificado, debido a que los temas a los que ya había recurrido por 
separado, no sólo en los cuentos, sino también en la poesía, se conjuntan con maestría en 
esta obra. 
 Si bien la crítica ha abordado el aspecto del tiempo en la obra de Pacheco, es un estudio 
no ha agotado, pues se ha abocado sobre todo a la poesía, y quienes han tratado la narrativa 
se han centrado principalmente en la reflexiónhistórica que nos ofrece la prosa del autor. 
En el caso específico de Las batallas existen algunos análisis dentro de esta línea, cuyo 
aspecto más estudiado es el de la infancia, el cual de cierta forma también se vincula con el 
del tiempo. 
 Por otro lado, el tiempo, como tema y como manera de plasmarlo en las obras literarias, 
específicamente en la narrativa, ha sido analizado por diferentes autores en las muy 
variadas formas de abordarlo. Muchas veces se detiene, muchas otras avanza de forma 
lineal, otras hace cortes, una obra inicia a la mitad, por el final, etcétera, son infinitas las 
formas en que se puede plasmar el tiempo en una obra narrativa. Lo que siempre será 
indiscutible es que la narración necesita tanto de un tiempo como de un espacio para 
desarrollarse: «El mundo desplegado por toda obra narrativa es siempre un mundo 
temporal, […] el tiempo se hace tiempo humano en cuanto se articula de modo narrativo; a 
 
4 A partir de aquí se citará sólo como Las batallas. 
6 
 
su vez, la narración es significativa en la medida en que describe los rasgos de la 
experiencia temporal» (Ricoeur 2007: I, 39). 
 El manejo formal del tiempo estará al servicio del significado temático, por lo que el 
propósito de esta tesis será analizar el manejo del tiempo en Las Batallas, en todos los 
niveles en los que el tiempo se aborda en la novela: histórico, discursivo y psicológico. Se 
demostrará que a través de distintos recursos, tanto el tiempo de la historia, como el del 
discurso, avanzan haciendo notar un fluir progresivo de la Historia y de la historia del 
personaje, fluir que, finalmente, significa destrucción. 
 Por otra parte, el recuerdo de tiempos pasados se asocia muchas veces con la nostalgia, 
por lo que analizaremos brevemente cuál es el sentimiento del personaje principal, Carlos, 
quien es ya un adulto, al narrar su infancia. Veremos que en él, —como en otros de los 
personajes infantiles de Pacheco— no hay una idealización del pasado, a diferencia de 
algunas obras que se abocan al recuerdo de épocas pretéritas. 
 Para esto se utilizará un método que incluya algunos conceptos de la crítica y de la 
teoría literaria. Se definirán primero ciertas ideas del tiempo en la literatura, y a qué tiempo 
nos referiremos, pues hay que señalar que esta investigación no intenta ser filosófica, ni 
tratará de dar una definición del tiempo en general; tampoco de cómo se configura en la 
realidad, sino en la ficción, por lo cual comenzaré, en el primer capítulo por delimitar, a 
grandes rasgos, el aspecto del tiempo en la literatura, definiendo el “tiempo del discurso” y 
el “tiempo de la historia”. Cabe hacer notar que el análisis de los tiempos gramaticales 
utilizados en la novela, será ante todo descriptivo, y en ningún momento se ahondará en él 
ya que esta tesis no pretende ser sobre lingüística. 
 En el segundo capítulo resumiré la forma en que Pacheco trata el tema y el fluir del 
7 
 
tiempo, tanto en su obra poética como narrativa, y lo que la crítica ha dicho en torno a esta 
cuestión, centrándome sobre todo en los asuntos que considero más importantes para el 
estudio del paso del tiempo que son la infancia y la ciudad, para comprobar que los temas 
que trata Pacheco, de una forma u otra, se vinculan con el tiempo. 
 Mientras que en el tercer capítulo realizaré el análisis del contexto histórico, así como 
también del formal de la novela, análisis que no pretende ser exhaustivo ni definitivo, pues 
sólo abordaré los aspectos que apoyen al estudio que llevo a cabo en el siguiente capítulo. 
 En el cuarto capítulo trataré el fluir del tiempo en Las batallas, los niveles del tiempo 
dentro de la novela y analizaré los recursos que utiliza Pacheco para hacer notar estos 
distintos tiempos, es decir, el tiempo del discurso, todo lo cual consistirá básicamente en un 
análisis descriptivo. 
 Asimismo, la segunda parte de dicho capítulo estará enfocada a analizar los motivos de 
la obra relacionados con el paso del tiempo: la ciudad, la sociedad y los personajes; se 
observará de qué manera el transcurrir del tiempo se ha manifestado en estos tres aspectos, 
con lo cual se concluirá que el fluir del tiempo en esta novela, como en otras de las obras 
de Pacheco, significa destrucción. 
 
 
 
8 
 
1. El tiempo en la literatura 
“El tiempo” 
Esta calamidad no conoce fronteras… 
Aunque no tiene ni cuerpo, ni espíritu, 
se lanza sobre el mundo como un halcón maligno, 
 todo lo altera y de todos se adueña, 
y todo lo deja. 
(Anna Ajmátova) 
 
Vivir no es otra cosa que transcurrir en el tiempo, todo se halla en un tiempo y en un 
espacio, cualquier hecho de la realidad viene de un tiempo anterior y lo que esperamos, 
planeamos o tememos pertenece a un tiempo futuro. Todo pasa por y en el tiempo. 
 Durante años el hombre ha tratado de definir el término, sin embargo, debido a la 
complejidad del asunto, en realidad, ni físicos, ni filósofos han podido dar una sola 
definición que satisfaga enteramente; no obstante, tanto en estas disciplinas como en la 
literatura se habla del tiempo como un suceso en sí mismo diciendo que el tiempo 
“avanza”, “transcurre” o “fluye”. 
 Este “transcurrir”, “avanzar” o “fluir”, es perceptible gracias al cambio que sufren las 
cosas al pasar en o por el tiempo. La conciencia de tiempo es inseparable de la constatación 
de cambio. Si no pudiéramos hablar de un “antes” y un “después”, no podríamos hablar 
tampoco de la diferencia entre lo que una cosa “era” y lo que “es”, que es lo mismo que 
decir que ha cambiado. En otras palabras, que una cosa, persona o situación cambia 
conforme el tiempo avanza y todo cambia puesto que el paso del tiempo es inexorable y 
permanente. 
 Aunque hay quien piense que el tiempo no pasa, sino que son las cosas son las que 
pasan por él, lo cierto es que al paso del tiempo todo cambia, de ahí la doble acepción del 
tiempo como constructor y destructor. Además, es este cambio lo que hace posible la 
9 
 
medición del tiempo, y el cambio se hace más notable gracias al espacio. 
 Es, quizá, por la necesidad de encontrar una definición del tiempo que el hombre ha 
buscado las respuestas no sólo en las ciencias exactas, sino también en las distintas 
interpretaciones literarias que se han hecho a lo largo de la Historia. Si bien la literatura 
abrió nuevos caminos a referencias temporales que no tienen que ver con las del reloj, los 
astros o las cuestiones biológicas, es cierto que «las problemáticas del Tiempo discutidas en 
dominios no literarios (física, matemáticas, filosofía, etcétera) encuentran anticipación o 
eco y aplicación en la literatura» (Castagnino 1967: 16) debido, claro, a que muchas veces 
ésta intenta ser el reflejo de la vida. 
 De tal manera que la literatura se involucra con el tiempo de muy distintas maneras, 
puesto que «La literatura deviene un arte del tiempo. El tiempo es su objeto, sujeto e 
instrumento de representación» (Lijachov 1982: 2). La literatura en sí misma es un arte 
temporal, como la pintura es un arte espacial, que necesita no sólo de un tiempo para que el 
autor piense y escriba su obra, sino también para que el lector la perciba y entienda. El arte 
literario requiere de desarrollo y sucesión, no es un arte instantáneo. Por lo que el tiempo en 
literatura se puede referir y se refiere al tiempo no sólo en su valor absoluto, sino también 
en su aspecto Histórico, en su valor geográfico; al tiempo biológico y psicológico. 
 Así, el tiempo en la literatura ha sido objeto de muchas interpretaciones y se ha tratado 
de muy distintas maneras. Por ejemplo, en tanto su valor absoluto, el tiempo ha sido sobre 
todo explotado por la poesía, dando a la luz tópicos como los de la literatura española del 
Siglo de Oro: el relox, el tempus fugit, el carpe diem, puedenser algunos ejemplos. Por otra 
parte los poetas llamados “de la experiencia” aludirán sobre todo a tiempos clásicos y 
10 
 
pasados expresando así una negación del presente.5 Y es que el momento en que se vive, 
muchas veces marca cómo se ha de concebir el tiempo y cómo se ha de escribir sobre él, 
pertenecemos a una “Patria temporal”; la época en que nace el creador le impondrá ciertos 
temas, modelos, cánones, se infiltrará en su estilo y en su personalidad. 
 Pero además de lo que el tiempo significa para los autores, lo que se ha modificado a lo 
largo de la historia literaria son las estructuras temporales. Resulta interesante observar 
cómo se puede jugar con éstas al plasmar de muy diferentes maneras el tiempo, sobre todo 
en la literatura contemporánea. Proust, Kafka, Joyce, Faulkner, Carpentier, García 
Márquez, Vargas Llosa, Sábato y Fernando del Paso, entre otros, se han encargado de 
romper con la estructura temporal tradicional de la novela y han logrado que el tiempo se 
convierta en el personaje principal de sus obras. 
 Y es que precisamente la narrativa es la que podrá con mayor libertad dar testimonio de 
los tiempos y del Tiempo, pues mientras la poesía habla específicamente del instante en el 
tiempo, aquélla consiste «en la narración de hechos, encadenándolos en el tiempo» (Tortosa 
1998: 49). En la narrativa, el tiempo es simplemente innegable, pues todo relato implica 
una historia y esa historia requiere tanto de una dimensión espacial como de una dimensión 
temporal. 
 En una narración se articulan todos los tiempos, presente, pasado y futuro: 
El relato de lo que sucede ahora, suceso que al narrarlo —y para poder narrarlo— ya 
pasó; el relato de lo que sucedió, que puede ser traído a un ideal presente, también 
evocado; el relato de lo que se prevé y profetiza ha de suceder, pero que para poder 
narrarlo, debe estar concluido como pre-visión o profecía, por el cual, como narración, 
 
5 Virgilio Tortosa Garrigos estudia de manera más amplia cómo ha sido la evolución del tiempo a lo largo de 
la literatura en su tesis doctoral: La construcción del “individualismo” en la literatura de fin de siglo. 
Historia y autobiografía. 1998, pp. 277-282. 
 
11 
 
también será forzosamente evocación. (Castagnino 1967: 49) 
 
 Es decir, una narración siempre tiene un carácter evocativo, ya que sólo lo pasado es 
narrable.6 El pretérito es el tiempo de la narración por excelencia: «El pretérito indica que 
hay una narración» (Ricoeur 2007: II, 489), pues aunque este tiempo no indique 
necesariamente una acción pasada, orientará hacia una actitud de distensión, necesaria para 
narrar una historia, es decir, de alejamiento de la vida real y cotidiana. 
 Es por este carácter evocativo por lo que puede darse la distorsión en el tiempo, pues a 
pesar de que la narración siempre es evocación del pasado,7 la estructura temporal y la 
manera de reproducir y representar el tiempo no siempre será la misma: 
El autor puede representar un intervalo breve o largo de tiempo, puede hacer que el 
tiempo transcurra lenta o rápidamente, puede representarlo como tiempo que transcurre 
ininterrumpidamente o con interrupciones, de manera consecutiva. […] Puede 
representar el tiempo de la obra en estrecho vínculo con el tiempo Histórico o sin 
contacto con éste, encerrado en sí mismo; puede representar presente, pasado y el 
futuro en diferentes combinaciones. (Lijachov 1982: 4) 
 
 Sin embargo, antes cabe aclarar que una cosa es el tiempo en el que se escribe y percibe 
la palabra y otra la representación que el autor haga de éste en la obra, al primero se le 
llama del discurso o de la narración, y al segundo de la historia, narrado o artístico.8 
 El tiempo del discurso se desarrolla siempre en forma lineal, es el orden en el que 
suceden las cosas en el discurso aunque una historia comience por el final, la mitad o el 
principio, el tiempo siempre estará presente y siempre fluirá. Mientras que el de la historia 
es pluridimensional, se le llama también artístico pues es creado por el autor. Ambos 
 
6 El propio Pacheco habla de esto en uno de sus inventarios, nos dice: «La novela habla de un ‘aquí’ y ‘ahora 
que necesariamente son un ‘allá’ y un ‘entonces’ porque sólo es narrable lo que está lejos, lo que ya ha 
pasado». Pacheco 1985: 50 
7 Incluso los ubicados en un futuro hipotético, como en la ciencia ficción están generalmente narrados en 
pasado. Ver Pimentel 2005: 158 
8 En este trabajo adoptaré la terminología que Helena Beristáin le da en su Diccionario de Retórica y poética 
(2008), y los llamaré tiempo del discurso al primero, y tiempo de la historia al segundo. 
12 
 
pueden o no coincidir, pues muchas veces el tiempo de la historia puede no ser cronológico. 
 El más interesante resulta, desde luego el tiempo de la historia, sobre todo cuando no 
coincide con el del discurso. Es aquél que el autor construye, modifica y no siempre será 
igual. Aunque durante mucho tiempo la estructura temporal de las obras narrativas no se 
modificó, es decir fue lineal, de atrás para adelante, con la novela surge una nueva forma de 
narrar y concebir el tiempo, un poco por su extensión, pero también por la manera en que se 
pueden ordenar los acontecimientos. 
 De acuerdo con el estudio de Genette sobre el tiempo en el relato, entre el tiempo del 
discurso y el de la historia se presentan tres relaciones: el orden, la duración y la frecuencia, 
y es en éstas en las que se pueden presentar “descalabros lógicos” como: 
- En el orden, por ejemplo, al no presentar los acontecimientos en la secuencia 
en la que sucedieron. Puede ser que un hecho que esperaríamos al final se nos 
presente a la mitad (prolepsis o prospección), o bien puede comenzar por el 
final del relato (analepsis o retrospección). 
- En la duración del tiempo en los mundos de ficción. Según explica Genette, 
el tiempo ficcional puede ser y es diferente al real; por ejemplo, un 
acontecimiento puede durar lo mismo que en el tiempo real o puede pasar lo 
contrario, que algo que en la realidad sucede en tres segundos, en la ficción 
ocupe varias cuartillas. 
- En la frecuencia, se refiere al número de veces que puede ser mencionado un 
hecho que pasó una sola vez o al contrario, la omisión de un hecho que pudo 
13 
 
pasar varias veces.9 
 Es decir que en la novela, el autor puede hacer lo que él decida con el tiempo de la 
historia, ya sea que narre de forma lineal, o se valga de recursos que aceleren o retarden el 
tiempo en la obra; el presentar pocos acontecimientos y muchas descripciones dará la 
impresión de un tiempo muy lento como en La Regenta de Leopoldo Alas Clarín o, por el 
contrario, presentar muchos acontecimientos en corto tiempo creará la impresión del rápido 
correr del tiempo, otras veces lo diluye, incluso lo puede detener como hace Juan Rulfo en 
Pedro Páramo. 
 Aunque el tiempo del discurso nunca se detiene, el de la historia sí lo puede hacer, 
sobre todo al crear atmósferas, al describir paisajes, o al tener un recuerdo pues en «donde 
no hay acontecimientos, tampoco hay tiempo» (Lijachov 1982: 4). 
 Por otro lado hay que señalar también que el tiempo en la obra narrativa puede ser 
cerrado o abierto. El primero es cuando los límites temporales de la novela no tienen nada 
que ver con el tiempo Histórico, y el segundo cuando, por el contrario, el tiempo de la obra 
está inserto en una corriente más amplia de tiempo, se desarrolla en una época Histórica 
determinada, caso en el cual, se presuponen acontecimientos más allá de los límites de la 
obra. 
 Como podemos ver, el tiempo se ha vinculado siempre con la literatura, al ser ésta un 
arte temporal, pero también notamos que se abren nuevos caminos al estudio de su relación 
después de los contemporáneos, al modificarsus estructuras temporales, sobre todo en la 
novela, pues es en ésta donde se ve y se siente el transcurrir del tiempo y sus efectos en los 
 
9 Citado por González (2008) 
14 
 
personajes.10 
 En el caso de esta tesis me interesan sobre todo el tiempo del discurso y el tiempo de la 
historia. Veremos además que el tiempo en Las batallas es un tiempo abierto, así como el 
significado que este factor cobra en la obra, o mejor dicho, el transcurrir del tiempo, pues 
como ya vimos el tiempo es en tanto transcurre. 
 Una vez delimitado el campo de trabajo y explicada la metodología que utilizaré para 
esta investigación, analizaré el tratamiento del tiempo en algunas de las obras más 
representativas de José Emilio Pacheco para después pasar al análisis específico de Las 
batallas. 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
10 Véase González. (2008) “El tiempo en la ficción narrativa”, en Revista de la Universidad de Sonora. 
15 
 
2. José Emilio Pacheco: escritor del tiempo 
Los temas que más le han interesado a José Emilio tanto en su poesía, como narrativa y 
ensayo son: la muerte, la catástrofe diaria, la ciudad, la destrucción, el presente inasible y la 
infancia. Pero sobre todo, y siempre vinculado con éstos y con todos sus tópicos, se halla el 
del fluir del tiempo, y es que su “patria temporal”, obliga al poeta a ser consciente del 
desastre. 
 Desde sus primeros trabajos, a diferencia de otros poetas que al comienzo de su 
ejercicio en la escritura optan por la anécdota individual y egoísta, Pacheco ha concedido 
importancia a la Historia, convirtiéndose así en un cronista de memoria ancestral. Y es que, 
efectivamente, nace en una época en la que no se puede ser indiferente al desastre, por el 
contrario, debe enfrentarse: «a los derrumbamientos de nuestro tiempo. [Y convertirse en] 
Cronista, observador consciente de lo fugaz y vulnerable de la obra de los hombres. 
Pacheco (re)crea la naturaleza corrosiva del tiempo, la belleza pasajera, la naturaleza 
ambigua de la humanidad: cruel y destructora» (Olivera-Williams en Verani 1994: 134). 
 El tema de temas en Pacheco no es el tiempo por cuestiones filosóficas abstractas, sino 
el fluir del tiempo, ese transcurrir que se nota en hechos reales y tangibles: 
José Emilio Pacheco no habla sobre el ser, sino sobre el pasar —o el acontecer— del 
tiempo acaso porque, considerando sobre el plano de lo sensible, el tiempo no es sino 
en la medida en que pasa. Y, precisamente porque lo propio del tiempo es su pasar lo 
único que podemos tener de él son sus huellas de lo que va dejando a su paso: rostros 
que se transforman, nubes que se disgregan. (Dorra en Popovic 2007: 56) 
 
La transformación de todo aquello que fue y que ya no es, es lo único que nos queda, es el 
único testimonio real del suceder del tiempo, ésa es la única huella que deja el tiempo al 
pasar. 
 Mencioné también en la Introducción que el tiempo tiene dos acepciones, como 
16 
 
destructor y como constructor. Aunque el fluir del tiempo significa también muchas veces 
progreso, construcción de nuevas cosas y evolución, no será esto de lo que escriba Pacheco, 
él preferirá escribir sobre todo de las cosas que fueron y que hoy ya no son, abordará el 
tiempo sobre todo en su valor destructivo. 
 Debido a este intento de testimonio tanto la obra en prosa como la poética —quizá más 
esta última— de Pacheco se relaciona íntimamente con la Historia y con la crónica. En su 
poesía encontramos, a manera de crónica, la Historia de la ciudad de México: desde 
Tenochtitlán, hasta los hechos más importantes que han contribuido a su destrucción: la 
matanza de 1968, el terremoto de 1985, incluso nos da una vista aérea de México, para que 
nos demos una idea de en qué se ha convertido la ciudad, la ciudad que el poeta ve cada día 
destruirse. 
 Pacheco elabora, sí, un testimonio, pero al mismo tiempo reflexiona: «la preocupación 
por el tiempo en su poesía se expresa en esa mirada reflexiva dirigida a las cosas sometidas 
a la transformación, al deterioro, a los laberintos de la memoria» (Dorra en Popovic 2007: 
54). 
 Por otra parte, en su narrativa, Pacheco conserva de igual manera su consciencia 
histórica y el tema del fluir del tiempo: «En la narrativa de Pacheco hay una conciencia de 
la Historia que es a su vez una visión: la encarnación de la imaginación del desastre» 
(Campos 1989: 99). Además de continuar con la temática de la poesía, trata otros asuntos 
igualmente vinculados con el del transcurrir del tiempo, quizá el más importante de su 
narrativa sea el de la infancia. 
 Antes de continuar, debo aclarar que en este capítulo pretendo solamente dar un vistazo 
general con algunos ejemplos de cómo Pacheco ha tratado el tema del tiempo. Añado sólo 
17 
 
unas cuantas observaciones a los poemarios y a las narraciones que consideré más 
representativas para el estudio de esta, así pues la primera parte está dedicada a su poesía y 
la segunda a algunas de sus obras en prosa. 
 
2.1 Poesía: crónica de la destrucción 
“A quién pueda interesar” 
Que otros hagan aún el gran poema 
los libros unitarios, las rotundas 
obras que sean espejo de armonía. 
A mí sólo me importa el testimonio 
del momento inasible, las palabras 
que dicta en su fluir el tiempo en vuelo 
La poesía que busco es como un diario 
en donde no hay proyecto ni medida. 
(José Emilio Pacheco) 
 
Staigner afirma que «El pasado como objeto de una narración pertenece a la memoria. El 
pasado como tema de lo lírico es un tesoro del recuerdo» (en Castagnino 1967: 37) y 
explica que el recuerdo es menos fuerte que la memoria. Y es que el objeto de la poesía es 
precisamente eternizar un momento, un instante en la vida. 
 Esos instantes se refieren a todos esos aspectos de la vida evidentes, pero que nunca 
habíamos advertido o ya habíamos olvidado, es por eso que se hallan en el recuerdo, y sólo 
se hacen evidentes cuando alguien nos los hace notar y quizá cuando lo hacemos ya es 
tarde, es entonces cuando la poesía se convierte en la expresión del drama del hombre, 
como dice Villaurrutia11. ¿Y es que acaso hay drama más grande que tratar de eternizar lo 
inasible? 
 Para Pacheco el drama es precisamente el tiempo, su paso inexorable que destruye todas 
 
11 Citado por Torres en Pol Popovic 2007: 119 y 128 
18 
 
esas cosas evidentes, cotidianas y que él trata de eternizar en su poesía, pero no como 
simple ejercicio de nostalgia, no para llorar a ese pasado que para otros siempre fue mejor, 
sino para que notemos que nada es igual, que todo cambia. 
 Desde su primer libro poético «Pacheco se centra en el tema del tiempo: forja imágenes, 
cuadros, episodios que encarnan el fluir temporal, la falta de permanencia y la pérdida de 
valores y poderes humanos» (Debicki en Verani 1994: 62), además muestra notable interés 
por la Historia de México y ejemplifica estos temas por medio de símbolos y un lenguaje 
mucho más refinado. Para el poeta la única forma de aprehender esos instantes que forman 
la vida es por medio de la escritura, aunque al fin de cuentas, ni siquiera esto permanece. 
 La crítica coincide en que sus dos primeros libros de poemas —Los elementos de la 
noche (1963) y El reposo del fuego (1966)— conforman una parte de su poesía muy 
diferente a la que estaría por venir a partir de No me preguntes cómo pasa el tiempo (1969). 
Aunque inicia ya con el tratamiento de lo que será su temática constante a lo largo de su 
poesía, lo hace de una manera más optimista, —o menos catastrófica, vendría mejor— y 
por supuesto mucho más metafórica, utiliza símbolos más complejos para describir esa 
fugacidad del tiempo. 
 En los Elementos de la noche, hay una sensación de pérdida y desvanecimiento,«los 
elementos de la materia, el tiempo y la destrucción, el drama de la conciencia, el logos 
absurdo y finalmente doloroso» (Fernández 2003) quedarán ejemplificados por medio de 
metáforas como el fuego, la noche y el mar. El poeta cantará a “el día se calcina”, se dolerá 
de que “ante la soledad se extienden los días quemados” mientras que “En la ola del tiempo 
19 
 
el mar se agolpa” y entenderá la condena de que “vivimos el presente/ en función del 
mañana y el pasado”.12 
 El fuego, una de sus principales metáforas e hilo conductor en su siguiente poemario, 
será el símbolo destructor de todos esos instantes que nunca volveremos a tener en las 
manos, tal como dice en alguno de sus poemas; y pronto se convertirá en esa hoguera 
apocalíptica que terminará por destruirlo todo y a todos. 
 En su segundo libro Pacheco reafirma que el mundo completo ya arde en esa hoguera 
apocalíptica «El fuego y el aire se enlazan en una suerte mortal que propaga el desastre 
mientras la conciencia poética lo contempla derrotada y perpleja» (Oviedo en Verani 1994: 
47), no obstante, el título podría leerse como una contradicción: el reposo del fuego; el 
fuego destruye sí, pero ¿qué pasa cuando se halla en reposo? Aunque el fuego podría ser 
interpretado por una parte como un agente regenerador, tal como lo hace José Miguel 
Oviedo, y por otra, como fuente de creación, pues es la imagen gracias a la cual el poeta 
crea: «El fuego es a la vez la imagen de un mundo que se desintegra y la fuente de luz y 
energía artística para el poeta» (Hoeksema en Verani 1994: 86) podría interpretarse también 
como la latente y eterna destrucción que no se detiene, y que no necesariamente será 
renovadora, pues como lo dice en el poema “El reposo del fuego es tomar forma/ con su 
pleno poder de transformarse”.13 Así pues, el reposo del que habla el poeta no debe 
interpretarse como descanso, sino como estabilidad que denota la constante combustión de 
todas las cosas que nos rodean, esa combustión consecuencia del paso del tiempo. 
 
12 Versos de los poemas “Árbol entre dos muros”, “Canción para escribirse en una ola” y “Égloga octava”, de 
Los elementos de la noche, en Pacheco 2000b: 15, 16 y 22. 
13 El reposo del fuego, II, en Pacheco 2000b: 44 
20 
 
 Es a partir de este poemario que se confirma la idea que Pacheco tiene del tiempo: todo 
es cambio, nada permanece: “Fuego es el mundo que se extingue y cambia/ para durar (fue 
siempre) eternamente”;14 además el tiempo, para él, será también cíclico: todo comienza 
con la destrucción, y termina con ésta. El poeta muestra que su sentido del tiempo es un 
sentido herácliteano: nunca nos bañaremos en el mismo río, y así lo presentará a lo largo de 
toda su obra: 
Soy y no soy aquel que te ha esperado 
en el parque desierto una mañana 
junto al río irrepetible en donde entraba 
(y no lo hará jamás, nunca dos veces) 
la luz de octubre rota en la espesura.15 
 
 No hay escape al ciclo del cambio: «Como Heráclito, Pacheco ha desechado la 
posibilidad de salir del ciclo de cambio y de cualquier noción de descanso eterno» 
(Hoeksema en Verani 1994: 84) y esto es sencillamente porque el tiempo no se detiene, 
todo cambio y destrucción son producto del incesante paso del tiempo. 
 Tal parece que el poeta se ha percatado de este permanente fluir y es a partir de No me 
preguntes cómo pasa el tiempo que toma una nueva postura ante este transcurrir y ante la 
forma de escribirlo, deja de ser tan filosófico y metafórico, y adopta una actitud más bien 
crítica; en este libro «dejó entrar impurezas, nombres, libros, prosaísmos. […] No era el yo 
artificial ni la voz deliberadamente enmascarada de los primeros libros, sino el hombre que 
iba testimoniando, a manera de un diario, las grandezas y miserias de su mundo, el nuestro» 
(Quirarte 1993: 260) comienza a escribir de una manera más conversacional, pues el 
prosaísmo es lo que le permite la incorporación de elementos de la realidad inmediata y 
concreta. 
 
14 El reposo del fuego, II, en Pacheco 2000b: 44 
15 “El don de Heráclito”, en Pacheco 2000b: 45 
21 
 
 Desde el título que remite a la conocida frase de San Agustín: «¿Qué es entonces, el 
tiempo? Si nadie me lo pregunta, lo sé; si quiero explicárselo a quien me lo pregunta, ya no 
lo sé» (en Ricoeur 2007 I: 34), el poeta se adelanta y pide que no le pregunten cómo pasa el 
tiempo para que así él pueda responder por medio de su poesía, para que nos diga que no 
importa si pasa lento o rápido, sino que nunca se detiene y todo destruye a su paso. 
 Es con este poemario que Pacheco deja asentado que el tiempo será lo que entendemos 
como Historia; para él toda escritura será tiempo pasado, ejercicio de la memoria. No 
obstante no referirá una Historia académica: 
Sus poemas no nos cuentan una historia ni tratan de reconstruir la Historia de 
México, valiéndose de datos, fechas o acordes bibliográficos. Por el contrario, esta 
voz se comunica por medio de un lenguaje transparente, el cual retorna al origen para 
mostrarnos el desgarramiento del mundo y su santuario de promesas incumplidas. 
(Zapata 2006: 50) 
 
 Al mismo tiempo enlaza el pasado con el presente, como lo había hecho ya en El 
reposo del fuego, sólo que de manera más directa. Por ejemplo, en “Manuscrito de 
Tlatelolco”, se pueden leer dos hechos que afectaron profundamente la Historia de la 
ciudad de México. La primera parte está escrita con fragmentos de los “Cantares 
mexicanos” que narran originalmente la conquista; y la segunda, con La noche de 
Tlatelolco, de Elena Poniatowska, que reúne textos sobre la matanza del dos de octubre de 
1968. Pacheco se da a la tarea de narrar y equiparar las dos matanzas ya que ambas 
iniciaron de la misma manera: 
Cuando todos se hallaban reunidos 
los hombres en armas de guerra cerraron 
las entradas, salidas y pasos. 
Se alzaron los gritos. 
Fue escuchado el estruendo de muerte. 
Manchó el aire el olor de la sangre 
[…] 
Los soldados 
22 
 
Cerraron las salidas. 
 (1998a: 22-23) 
 
 Y con estas reflexiones Pacheco no sólo se acerca a la crónica sino a la profecía. Como 
veremos más adelante, este recurso de ligar el presente con el pasado lo utilizará también en 
otros de sus libros posteriores. 
 Antes de seguir con este inventario de poesía, cabría señalar que es en este libro en 
donde aparecen sus dos heterónimos: Julián Hernández y Fernando Tejada, quienes son 
presentados como poetas mexicanos olvidados que reafirman, a manera de parodia, las 
ideas de Pacheco sobre la poesía «su transitoriedad, su naturaleza como proceso, su raíz en 
el mundo y su identificación con una belleza cuyo carácter efímero paradójicamente 
constituye su virtud más perdurable y esencial» (Doudoroff en Verani: 154). E igualmente 
coinciden en sus ideas sobre el tiempo, leemos por ejemplo en Tejada: 
Antes de que seas vieja ya me habrás olvidado. 
Y si por confusión sueltas mi nombre 
a tu lado una joven dirá 
– ¿Quién era ése? 
 (Pacheco 1998a: 101). 
 
 Con este poemario, se va haciendo más claro el objetivo del poeta, su inspiración le 
viene de la desilusión y la pérdida, ya no importa tanto el lenguaje y las metáforas si al final 
ni siquiera sus versos podrán permanecer en este mundo de destrucciones en donde el 
tiempo será el enemigo y el laberinto sin salida. Y con esta idea, nos dice en su siguiente 
libro de poemas Irás y no volverás (1973), lo que será el hilo conductor a lo largo de su 
obra posterior: 
A mí sólo me importa el testimonio 
del momento inasible, las palabras 
que dicta en su fluir el tiempo en vuelo 
La poesía que busco es como un diario 
23 
 
en donde no hay proyecto ni medida.16 
 Es por este afán de testimoniar el mundo, que el poeta admite el roce de la crónica con 
la poesía, es a partir de este poemarioy quizá más todavía desde de Los trabajos del mar 
(1983) que «Pacheco cree más en la voz del transcriptor que en la del poeta original» 
(Quirarte 1993: 262) y es que será precisamente este tono conversacional de la crónica lo 
que le permita abordar ciertos temas,17 entre ellos, su favorito para ejemplificar el paso del 
tiempo: la ciudad. 
 Aunque en este poemario no se dedica al tratamiento de la ciudad directamente, es 
quizá con este con el que su poesía se acerca más a la crónica, y por supuesto adquiere 
también un tono más pesimista, insiste en lo efímero de todas las cosas y además añade un 
tópico que será el más recurrente en su narrativa, el de la infancia. El poeta recuerda 
aquellas cosas de la infancia que hoy ya no puede ver como aquel desierto llamado 
Tacubaya, del que nada queda. Es la pérdida de la inocencia y de todo vestigio perdurable 
ante la devastación del tiempo. 
 En el título del poemario, Pacheco trata de equiparar a aquel lugar de los cuentos 
infantiles al que se iba y no volvía, no sólo con su ciudad, sino con el mundo entero, tal vez 
con la realidad misma: 
Sitio de aquellos cuentos infantiles, 
eres la tierra entera. 
A todas partes 
vamos no volver. 
Estamos por vez última 
en dondequiera. 
 (2001: 95) 
 
16 “A quien pueda interesar”, en Pacheco 2001: 102 
17 Andrew. P. Debicki en su ensayo: “Perspectiva y distanciamiento y el tema del tiempo: la obra lírica de 
José Emilio Pacheco” incluido en la antología de Verani, analiza más a fondo cómo el tono conversacional 
determina el distanciamiento en el poema y a partir de este distanciamiento se podrá determinar si el poema es 
anecdótico o histórico; a mayor distancia, mayor Historia habrá en el poema. Ver Verani 1994: 62-80. 
24 
 
 
 A partir de este poemario Pacheco se obsesiona cada vez más con rescatar las imágenes 
que el tiempo se lleva y que no nos devolverá jamás, de ahí que parece que deja de 
preocuparse por la estética, para que así el testimonio adquiera mayor importancia, como 
dice en “A quién pueda interesar”. Aunque no es así, pues a pesar de que su tono parezca 
llano es gracias a este lenguaje mesurado que su obra y sus temas adquieren todavía más 
peso. 
 Además nos damos cuenta de que el poeta no canta con nostalgia ante todo lo 
devastado, no hace recreaciones idílicas de ese pasado que ya no está, y es que como él 
mismo lo dice en “Contraelegía”: 
Mi único tema es lo que ya no está. 
Sólo parezco hablar de lo perdido. 
Mi punzante estribillo es nunca más. 
Y sin embargo amo este cambio perpetuo, 
este variar segundo tras segundo, 
porque si él lo que llamamos vida 
sería de piedra. 
 (2001: 38) 
 
 Vemos hasta aquí como en tan sólo cuatro de sus libros hay claramente distintos 
matices del tiempo, en una primera etapa puede llegar a sonar hasta positivo, y sobre todo 
cosmogónico y filosófico; en No me preguntes cómo pasa el tiempo, hay un aire más 
reflexivo, mientras que en Irás y no volverás se vuelve hasta cierto punto romántico y 
mucho más pesimista. Así pues descubrimos como la poesía de Pacheco se va convirtiendo 
poco a poco en su enfrentamiento con el tiempo y sus destrucciones, y él, aunque se sabe 
derrotado, dará batalla tratando de inventariar, de escribir lo más que pueda sobre todos 
esos hechos pasados que no tendrán otra manera de volver. 
 Es en su siguiente poemario Islas a la deriva (1976), en el que Pacheco hace 
25 
 
verdaderamente una crónica de la ciudad. En la segunda sección del libro, titulado 
“Antigüedades mexicanas”, el poeta recorre rápidamente desde la llegada de los españoles: 
“Y sobre esta piedra/ fundaremos el Nuevo Mundo”; describirá las costumbres que los 
extranjeros vieron al llegar, cómo al elegido por la deidades le abrían: “el pecho para 
alimentar,/con la sangre brotada del sacrificio,/ al sol que brilla entre dos volcanes.” En sus 
versos plasmará también el hallazgo del ave misteriosa que anunciaba el desastre de la 
Conquista: “Las profecías se cumplen. No habrá oro/ capaz de refrenarlos. Del azteca/ 
quedarán sólo el llanto y la memoria.” El mundo colonial aparece también ante nuestros 
ojos: la imagen de Sor Juana, y la censura de un poeta novohispano: “Como se ahogaba en 
su país y era imposible/ decir una palabra sin riesgo” para que al final, al igual que las 
ruinas de las viejas civilizaciones, como todo, él también haya sido olvidado: “Han pasado 
los siglos y [sus versos] alimentan/ una ciega sección de manuscritos.” Finalmente el poeta 
nos ofrece una mirada rápida de lo que quedó de esos palacios que hoy no son más que 
vecindades: 
En el XVIII fue palacio esta casa. 
Hoy aposenta 
a unas quince familias pobres, 
una tienda de ropa, una imprentita, 
un taller que restaura santos. 
 
Y una magnífica vista aérea desde la cual sólo se pueden ver “las costras, pesadas cicatrices 
de un desastre,”18 las cenizas de lo que hoy ya ni siquiera puede llamarse hoguera. 
 Aunque en El reposo del fuego, Pacheco aborda el tema de la ciudad dedicando el 
poema que daba título al libro a la destrucción de la civilización prehispánica que tuvo que 
 
18 Los poemas citados pertenecen a la segunda sección de Islas a la deriva, y son: “La llegada”, “Ceremonia”, 
“Presagio”, “Un poeta novohispano” “’Vecindades’ del centro” y “México: Vista aérea”, en José Emilio 
Pacheco (2000b). Tarde o temprano. pp. 166-177 
26 
 
suceder para el nacimiento de la ciudad, lo hace en un tono casi cosmogónico. Sin embargo, 
es quizá desde Islas a la deriva que el tema se vuelve aún más recurrente y que el poeta 
comienza a cronicar la destrucción de la ciudad, de su ciudad de una manera más cercana y 
también más pesimista. 
 Y es que dicho tema servirá como apoyo a muchas de las ideas de Pacheco, sobre todo a 
la del incesante fluir del tiempo, si éste es destrucción, la destrucción más próxima y 
evidente es la de la ciudad, y si esas destrucciones conforman la Historia «La Historia se 
observará privilegiadamente escribiendo la Ciudad de México. Éste será el lugar al que se 
vuelve, recorriendo su Historia fantasmal, construyéndola a partir de la memoria» (Fisher 
1992: 112). 
 En Desde entonces (1980), refina aún más los problemas planteados sobre todo a partir 
de No me preguntes cómo pasa el tiempo, y también el de la ciudad y la vida cotidiana. 
Además confirmamos la postura de Pacheco ante los recuerdos. Para él escribir sobre el 
pasado no es simple ejercicio de la nostalgia irracional, como ya dije, él no mira al pasado 
para quedarse con lo mejor de éste y condenar el presente como afirma Daniel Torres. 
Pacheco no idealiza el pasado, por el contrario, él puede ver que también en el pasado hubo 
malos momentos porque como ya lo avizoraba en El reposo del fuego “Ningún tiempo 
pasado ciertamente/ fue peor ni fue mejor”. Así lo confirma en “San Cosme, 1854”: 
Pero no creas 
en la nostalgia inmemorable: debajo 
del tibio edén que se detuvo en la imagen 
había: 
desagüe a la intemperie, miles de esclavos, 
seis o siete horas para hacer la comida 
—y gran dificultad para bañarse. 
(2000b: 217) 
 
27 
 
 Si ya en estos textos hay cierta crítica mordaz, reflejan la impotencia del poeta ante la 
destrucción, y muestra su predilección por la crónica, es en Los trabajos del mar, donde las 
denuncias del autor se hacen aún más notables. 
 Además de seguir con esa imagen de una ciudad destruida que, con cada poemario, se 
vuleve más pesimista, Pacheco contrapone una idea que hace tomar mayor consciencia del 
paso del tiempo. En su poema “Malpaís” describe aquella ciudad de las montañas que era 
México antes de perder ésa privilegiada vista, pero añade que cuando por fin terminemos 
por destruirnos, las montañas serán de nuevo lo único que permanezca. Es difícil hallar en 
la poesía de Pacheco un símbolo deperpetuidad, sin embargo, en este poemario el poeta 
contrapone toda esa ola de destrucción con la inamovilidad de los volcanes que, a pesar de 
haberse vuelto invisibles, habrá un momento —tarde o temprano— que se convertirán en 
los únicos y eternos testigos de la destrucción, como lo han sido siempre. 
 Si José Emilio Pacheco ha hecho la crónica de la destrucción desde la fundación de la 
ciudad misma, parece que en Miro la tierra (1986) su ciudad, herida ya de muerte, 
terminará por destruirse, aunque esta vez no por el paso del tiempo, que no es lo único que 
contribuirá a su devastación, sino también por los desastres naturales, como lo fue el 
terremoto de 1985. Si Pacheco pensaba ya que no se iba a volver a la misma ciudad porque 
todo es eterno cambio y destrucción, el terremoto vino a arrebatarle los pocos vestigios 
tangibles que quedaban de aquel tiempo pasado que ya se había ido: 
De aquella parte de la ciudad que por derecho 
de nacimiento y crecimiento, odio y amor 
puedo llamar mía (a sabiendas 
de que nada es de nadie), 
no queda piedra sobre piedra. 
[…] 
Terminó mi pasado. 
Las ruinas se desploman en mi interior. 
28 
 
Siempre hay más, siempre hay más. 
La caída no toca fondo. 
 
El poeta se convence de que: 
La ciudad ya estaba herida de muerte. 
El terremoto vino a consumar 
cuatro siglos de eternas destrucciones. 
 
Y al final sólo queda la resignación de construir otra ciudad, “ruina sobre ruina” que pronto 
también será destruida: 
Con piedras de las ruinas ¿vamos a hacer 
otra ciudad, otro país, otra vida? 
De otra manera seguirá el derrumbe.19 
 
 Y es que esta crónica confirma lo que dice también en este poemario, en “«YO» Con 
mayúscula”: «Soy el que canta el cuento de la tribu/ y como “yo” hay muchísimos» (2000b: 
337), aquel poeta de la tribu que como el escritor primitivo, dice John Updike, tiene el 
objetivo de: 
Servir como banco de la memoria e iluminar cuestiones esenciales para las identidad 
de la tribu: quiénes fueron nuestros heroicos padres, cómo llegamos a donde estamos, 
porqué creemos lo que creemos y porqué actuamos como actuamos. El autor no 
pronuncia sus propias palabras sino da únicamente su versión de lo que le contaron. 
[…] Proclama en voz alta lo que todos saben o deberían saber y todos necesitan 
volver a escuchar. (Pacheco 1990: 11) 
 
 En sus siguientes poemarios podría decirse que confirma una y otra vez las ideas y los 
temas que ha trabajado ya durante todo su obra poética, en Ciudad de la memoria (1989), 
además de la obviedad del título, Pacheco siente que se acerca el final del siglo y que 
pronto él también se convertirá en Historia, pues entiende que incluso la poesía es efímera y 
pasajera, y no sólo por su afán de corregir eternamente sus libros, sino porque como ya lo 
dijo Julián Hernández en No me preguntes cómo pasa el tiempo: “Todo poema es un ser 
 
19 Versos de “La ruinas de México. (Elegía del retorno)” parte I, poema 3; parte II, poema 11; parte V, poema 
12, en Pacheco: 2000b: 312, 317 y 333 
29 
 
vivo:/ envejece” (Pacheco 1998a: 97). Y es que si en su primer libro, el poeta mantenía la 
esperanza de que algo quedaría de la escritura: “Y si alguien vive yo estaré vivo”, nos dice 
en “Presencia”, el poeta se desencanta pronto y comprende que sus versos, al igual que todo 
lo que hay en el mundo, son también, efímeros. En El reposo del fuego llamaba “hoguera 
que no perdura” al poema, mientras que en su tercer poemario, recordando a los poetas 
romanos, comprende que lo mismo le pasará a sus versos: “Acaso nuestros versos duren 
tanto/ como un modelo Ford 69/ —y muchísimo menos que el Volkswagen” (1998a: 68). 
 En Irás y no volverás acepta que “Más temprano que tarde la poesía/ llega a los 
claustros/ Bibliotecas que no consulta nadie” y aunque parece haber una esperanza: 
Sin embargo la llama no se extingue. 
Sólo duerme, 
prensada y seca flor en un libro, 
que de repente 
puede encenderse 
viva. 
 
En un poema páginas adelante vuelve a aceptar que “La poesía es la sombra de la memoria/ 
pero será materia del olvido” y no tendrá más destino que volverse “brizna, polvo”20 
 Así en Ciudad de la memoria, parece que es cuando comprende que lo único que queda 
es precisamente la memoria: 
Tal vez hay esperanza 
para la humanidad. 
Para nosotros en cambio 
no hay sino la certeza de que mañana 
seremos condenados 
—el estúpido siglo veinte, 
Primitivos, salvajes vigesímicos— 
con el mismo fervor con que abolimos 
a los decimonónicos […]21 
 
 
20 Los primeros versos pertenecen a “Al terminar la clase” y los segundos a “Escrito con tinta roja” ambos en 
Pacheco 2001: 109 y 112, respectivamente. 
21 “Los vigesímicos”, en Pacheco 2000b: 362 
30 
 
 La poesía de Pacheco comienza aquí a sonar a despedida, y aunque sabe que —como 
siempre— estas son sus últimas horas, y que pronto será ruina, el poeta sigue conservando 
ese “grado cero en la emoción”, esa calmosa placidez que percibimos gracias a su lenguaje 
moderado y sin metáforas complejas, porque las cosas son simples, no hay motivo alguno 
para desgarrar sus vestiduras, ni añorar el pasado, porque esto no hará que vuelva. Muestra 
un enorme estoicismo por lo que está por venir, tiene lo que llama Doudoroff, una visión 
enérgica de la catástrofe (en Verani 1994: 148). Y esto es lo que lo acerca aún más al 
cronista que al poeta. Pacheco es consciente de lo que está por venir, de que es sólo un ave 
de paso: 
Sólo nosotros somos el pasado. 
Aves de paso que pasaron 
y ahora, 
poco a poco, 
se mueren. 
(2000b: 376) 
 
Lo único que quiere, y lo intenta mediante su poesía, es que al final tenga la certeza de 
haber vivido, como lo dice en sus poemas de Ciudad de la memoria. 
 Y es que como sigue insistiendo en El silencio de la luna (1996), todo ya se fue, no 
habremos de volver a ningún sitio, las palabras dirán otra cosa al momento de escribirlas, ni 
siquiera nosotros permaneceremos siendo los mismos. No vale la pena seguir intentando 
conservar algo, porque todo cambiará: 
No hay que rendirse al pasado 
sino echar por la borda el lastre. 
 
Lo que fue hecho para frenar el instante 
se transforma en cadáver de aquel instante. 
 
Vivir ligeros, sin souvenirs, sin archivos. 
Lo que se ha ido se ha ido. 
Ya se fue. 
 
31 
 
El mañana 
vendrá como quiera y sin miramientos. 
 
Sobre todo sin miramientos.22 
 
 En “La Barranca del muerto” de nuevo aborda el tema de la ciudad destruida y se 
pregunta cómo podría volver a un lugar que ya ni siquiera está y es que entre menos 
vestigios tangibles subsistan, más difícil se hace recordar “Destruyeron la casa. Al 
demolerla/ erosionaron la memoria” (2004: 139). 
 Cerca ya del fin de siglo, Pacheco publica dos poemarios: La arena errante (1999) y 
Siglo pasado (Desenlace) (2000), en ambos poemarios además de seguir con sus temas 
anteriores, se presentan también esas preocupaciones que eran propias a la época, ante el 
anunciado “fin del mundo”. Aunque cada vez con tono más prosaico, parece acercarse más 
a lo que ya presentaba como su objetivo en “A quien pueda interesar.” 
 En La arena errante escribe, de manera sarcástica, sobre esos miedos recurrentes a lo 
largo de la Historia cada vez que termina un siglo o una década, enlazando de nuevo el 
pasado con el presente, fungiendo como profeta sobre lo que está por venir con el fin de 
siglo: 
«El 18 de mayo del 50 
se va a acabar el mundo. 
Confiésate y comulga y encomienda tu alma 
a la misericordia de Dios Padre 
y pídele a la Virgen que ruegue por nosotros.» 
Todo esto me dijeron varias personas. 
El 18 de mayo esperé el terremoto, 
el diluvio de fuego, la bomba atómica. 
Como es obvio no pasó nada. 
Hay otras fechas para el fin del mundo.23 
 
 El poeta comprende que no es necesario ningún terremoto, diluvio obomba, porque 
 
22 “Nuevo orden”, en Pacheco 2004: 54 
23 “Fin de mundo”, en Pacheco 2000b: 504 
32 
 
todo se destruye poco a poco, día con día, y todos los días vamos presenciando el fin del 
mundo. Es por eso que el autor dejó de lado las metáforas y el lenguaje simbólico, porque 
se da cuenta que en las cosas simples se puede ver la destrucción del mundo, literalmente 
hablando. 
 Reafirma también la idea del tiempo cíclico: “El tiempo hace lo que le dicta la 
eternidad:/ construye y destruye,/ Se presenta sin avisar y se va cuando quiere” (2000b: 
533). 
 En Siglo pasado (Desenlace), tal como lo anuncia el título, se advertirá que “lo 
posmoderno se ha vuelto ya preantiguo” y se reafirmará esa poética de la catástrofe en la 
que Pacheco ha basado su obra, y aunque el caos es ya incontenible: se entregan “hojitas 
que anuncian el fin del mundo”, las calles son invadidas por “clochards y teporochos” y “la 
violencia ha llegado aquí sólo para perpetuarla”, el poeta no se sorprende porque él ya lo 
veía venir, sabía lo que iba a pasar porque además de cronista Pacheco es profeta a fuerza 
de ver lo que a diario acontece en nuestra ciudad. 
 Pacheco concluye el libro con “Despedida” en donde escribe: “Fracasé. Fue mi culpa. 
Lo reconozco./ Pero en manera alguna pido perdón o indulgencia:/ Eso me pasa por intentar 
lo imposible” (2000b: 606). 
 Lo que parece algún tipo de disculpa por no haber cumplido con su tarea, con ésa que se 
impuso en “A quién pueda interesar” de ser cronista de la ciudad, es como si Pacheco no 
hubiera notado que ha inventariado la ciudad entera, los hechos, todos, que han destruido, 
construido y vuelto a destruir la ciudad, no se ha dado cuenta que ha escrito la Historia 
completa de la ciudad. 
 Y es que a pesar de que a Pacheco le parezca que no ha cumplido con su deber de 
33 
 
cronista, lo ha hecho y lo sigue haciendo, pues en sus dos poemarios más recientes: Como 
la lluvia y La edad de las tinieblas (ambos de 2009), a casi diez años de su última 
publicación, podemos comprobar que sigue tratando de eternizar el instante, sigue 
escribiendo al eterno fluir del tiempo inasible, a la destrucción de su ciudad, quizá un poco 
más pesimista, mucho más preocupado y ocupado de la muerte. 
 En Como la lluvia, como su nombre la anuncia, canta a las cosas que no duran, a todo 
aquello que se acaba, los soles, la Luna, la pasión de amor, incluso los versos acaban, como 
la lluvia. 
 Escribe sobre “El gran ayer”, “El mañana”, “El año pasado”, “El después”, que al final 
significarán lo mismo, la destrucción que el paso del tiempo deja: el ayer, por medio de una 
fotografía antigua, nos dirá que “Su hoy ya fue/ En camino al abismo que espera a todos”; 
el mañana, que no hay esperanza porque el mañana es también después: 
A los veinte años nos dijeron: “Hay 
Que sacrificarse por el mañana” […] 
 
Me gustaría encontrarme ya al final 
Con los viejos maestros de aquel tiempo. 
 
Tendrían que decirme si de verdad 
todo este horror de ahora era el mañana. 
 
Del año pasado sólo recuerda que: “A su paso dejó más muertos/ y fue a morir entre los 
otros pasados.” Y del después: 
Para nosotros sólo existe el después. 
El instante se va, 
Se fue 
Y nada pudo asirlo. 
 
Todo es jamás para siempre.”24 
 
 A la ciudad la sigue describiendo como aquel lugar que ya no es, dice en “Ciudad de 
 
24 “El gran ayer”, “El mañana”, “El año pasado” y “Después”, en Pacheco 2009a: 19, 49 y 88. 
34 
 
México”: “Paso por el lugar que ya no está,/ Me abandono a lo efímero, me voy/ Con las 
piedras que adónde se habrán ido” (2009a: 93). 
 Se ha dado cuenta de que aquel fin del mundo que le anunciaron desde el 18 de mayo 
de 1950 en La arena errante, efectivamente no es la bomba o el terremoto, sino lo que vive 
a diario: “El fin del mundo ya ha durado mucho/ Y todo empeora/ Pero no se acaba.25 
 Pacheco reafirma lo que ya ha plasmado en sus libros anteriores, porque, a estas alturas 
tiene más que claro que al final todo está destinado a terminar en la basura: 
En el camión de la basura todo se va: 
Los objetos inútiles, los envases de plástico, 
Las ruinas de vida, los tributos desiertos 
Pagados a la muerte de los días, 
Los papeles, las cartas que ya nunca 
Volverán a escribirse 
Y las fotos de ayer. 
 
Todo lo nuestro está hecho 
Para acabar en la basura. 
(2009a: 80) 
 
 Incluso, ahora nos dice también, quizá a manera de consuelo, que el tiempo mismo 
caerá un día al igual que todo y todos, sin embargo, por desgracia, no tendremos la 
oportunidad de presenciarlo: 
El tiempo no es eterno. 
Acabará también como el Sol. 
 
Lástima de verdad no estar aquí 
Para ver rencorosos la caída 
Del intangible inmenso que nos hizo 
 
Y con la misma naturalidad nos deshace. 
(2009a: 95) 
 
 En La edad de las tinieblas, presenta poemas en prosa, que también se ligan con toda su 
 
25 “El fin del mundo”, en Pacheco 2009a: 94 
35 
 
obra, la idea del fuego como metáfora del paso del tiempo y símbolo de su destrucción, así 
como la imagen de la ciudad en ruinas. 
 Podemos leer de nuevo líneas que no son nuevas en la poesía de Pacheco, por ejemplo: 
“el desastre borró la antigua avenida Juárez” o “arde la noche.” Nos pinta de nuevo la 
ciudad como ese desastre en llamas: 
No, el infierno no ha ascendido a la superficie. Es que a causa del progreso la Tierra 
desciende al orbe subterráneo en donde sólo existe fuego oscuro. Poco a poco 
bajamos sin darnos cuenta hasta el centro de las llamas. Nos fundiremos con la 
hoguera en que empezó este error ya irreparable.26 
 
 Aunque en otros poemarios, el poeta parecía conformarse con los vestigios, con las 
ruinas de su ciudad, no obstante, ahora sabe que pronto ni siquiera eso quedará porque 
entiende que “Hasta los restos de las ruinas se hallan sujetos a la corrosión del tiempo”.27 
 Pero el tiempo no sólo es equiparado con el fuego, destructor de todas las cosas, sino 
también con el mar, y es que tal parece que a Pacheco el río de Heráclito le resulta no tan 
avasallante, necesita algo más grande y violento, pero de carácter igualmente cambiante 
que refiera su idea, y el mar sirve, sobre todo porque los ríos finalmente desembocan en el 
mar: 
Estoy aquí y allá, en México y en el extremo norte del mundo. El río brilla bajo la 
noche como una Luna que se va. Más que fluir parece volar hacia su fin. Me veo en 
este instante aquel momento. Son los días terminales de otro siglo. Las aguas corren 
así porque tienen prisa de llevárselo entero. Van a anularlo, absorberlo, nulificarlo, 
entregarlo —uno más— al océano del tiempo: el verdadero Mar de las Tinieblas que 
no se aparta de la costa y sin embargo no regresa nunca.28 
 
 A lo largo de la obra poética de Pacheco podemos advertir claramente cómo el tiempo 
se vuelve su principal motor, y no sólo por las alusiones obvias en los títulos de sus 
 
26 “El color del calor”, en Pacheco 2009b: 34 
27 “El arte del estrago”, en Pacheco 2009b: 45 
28 “El océano del tiempo”, en Pacheco 2009b: 69 
36 
 
poemarios, sino porque esa preocupación se expresa en sus reflexiones sobre la época de 
destrucciones que ha atestiguado. Pacheco tiene miradas reflexivas en donde, a pesar de 
estar escritas en presente «se acumulan también pasado y futuro» (Dorra en Popovic 2007: 
54), por ser reflexiones sobre el pasar del tiempo, que no intentan otra cosa, sólo ser 
descripciones que sirvan para hacer notar el cambio, porque como dice el refrán “cómo me 
ves te verás”, todo tiene el mismo fin, el tiempo es un ciclo interminable, el ciclo de la 
Historia. 
 Y obviamente esas reflexiones serán creación: 
Pacheco parte de lo que ya no existe o estáen proceso de desaparecer, pero al 
transformarse ese acontecimiento en poesía lo reinventa en un intento de crear un 
nuevo mundo heredero de la Historia y experiencias pasadas obviamente diferente a 
ellas (Olivera-Williams en Verani 1994: 135). 
 
Y en donde hallará el mejor punto de partida para esas reflexiones será en la ciudad. La 
“narrativa” principal de su poesía será la ciudad. 
 A lo largo de su obra poética plasmará la Historia de su ciudad, sus destrucciones, sin 
embargo no con un afán de denuncia, sino simplemente como testimonio, testimonio de lo 
que fue y de lo que será y es que en la Historia de su ciudad se halla la propia Historia del 
poeta, en sus calles, en sus ríos, al ver todos esos vestigios tangibles el poeta recordará de 
una manera más fácil aquellos instantes que guarda en su memoria y sin estos vestigios «La 
memoria, ‘nuestro bastón de ciego en los corredores y pasillos del tiempo’ es borrada y 
deshecha a partir de la destrucción de los signos que la provocan y la convocan, es decir, el 
entorno que le es familiar al sujeto, los lugares que guardan su pasado» (Fisher 1992: 127-
128). Así es como el poeta planteará el paso del tiempo, cuya víctima principal será la 
ciudad misma. 
 Es con este escenario que el poeta proyectará mejor esa idea del tiempo, que, para Paz, 
37 
 
significa nada más que destrucción universal y que la Historia es un paisaje en ruinas, sí, 
pero que el poeta está dispuesto a reconstruir por medio de su testimonio, porque acepta 
que si pasamos por el mundo sin dejar huellas reales, lo menos que puede hacer es la 
crónica de los días, de esta ciudad a la que Paz llamó “novedad de hoy, ruina de mañana”, 
para así tener la certeza de que algún día en alguna biblioteca a alguna hora, la llama se 
encienda aunque ninguno sepa de qué se está hablando. 
 
2.2 Narrativa: La desmitificación de la infancia 
Inicié yo la primera parte de este capítulo dedicado a la poesía de Pacheco, con una 
afirmación de Staigner, que sostiene que el objetivo de la poesía es eternizar un instante en 
la vida. Sin embargo, en varios de sus cuentos, lo que José Emilio busca es eternizar un 
momento determinante en la vida. Y aunque tanto poesía y narrativa recurren al pasado, 
comprobaremos que la primera lo hará al recuerdo y la segunda a la memoria. 
 Notaremos que el narrador retoma algunos de los temas que el poeta abordó con 
maestría, pero también inserta otros. Lo interesante es observar que todos se siguen 
vinculando con aquella preocupación por el tiempo que transcurre, que se vuelve tiempo 
pasado y que se evoca sobre todo en su poder destructor. 
 A semejanza de lo que pasó con sus dos primeros libros de poesía en los que Pacheco 
era mucho más metafórico y utilizaba símbolos más complejos para plasmar sus ideas; en 
sus primeros relatos recopilados en La sangre de Medusa (1958)29 —mostrará, además de 
una “descarada influencia” de Borges— una tendencia hacia lo mítico y filosófico, estilo 
 
29 “La sangre de Medusa” y “La noche del inmortal” fueron publicados en 1958 por Juan José Arreola, en uno 
de Los Cuadernos del Unicornio. En 1978 son publicados junto con algunos otros cuentos recogidos de 
revistas y periódicos. En 1990, [muy] corregidos y aumentando la cantidad de relatos publica finalmente lo 
que llama la “primera edición” de La sangre de Medusa y otros cuentos marginales. 
38 
 
que abandona a partir de su segundo libro de cuentos, El viento distante, como abandonó 
las cosmogónicas metáforas de su poesía a cambio de la actitud social de cronista. No 
obstante, en los cuentos incluidos en su primer libro de narrativa comenzará ya a prefigurar 
algunos de sus temas recurrentes y que tienen que ver con el tiempo: «La fascinación por la 
Historia, por la repetición, por la presencia del pasado en el presente. […] Otra nota 
persistente: la del tiempo como fuerza destructora junto con la pérdida de ilusión que el 
paso del tiempo implica» (Bockus en Verani 1994: 187). 
 La preocupación por la Historia que tiene Pacheco se manifiesta en dos vertientes bien 
marcadas, la primera de ellas se halla plasmada en sus inicios: 
Los comienzos esteticistas y el regodeo en los mitos. [Y la segunda:] una 
preocupación creciente y absorbente por la realidad del mundo y de su país, lo que 
podría llamarse el sentimiento apocalíptico de su literatura. (Ruffinelli en Verani 
1994: 173) 
 
Sentimiento que, además de manifestarse claramente en su poesía, lo hará también en sus 
textos narrativos posteriores. 
 A pesar de que los temas de sus primeros relatos son muy diferentes a los que estarían 
por venir, es evidente el interés que el escritor tiene por el tiempo. José Emilio elabora en 
algunos de ellos complicadas estructuras temporales, como la homologación, alternancia y 
paralelismo de tiempos y épocas distintas como lo lleva a cabo en “La sangre de Medusa” y 
“La noche del inmortal”, recursos que utilizará también en obras posteriores, añadiéndoles 
un tono aún más fantástico como “Langerhaus” y “Cuando salí de la Habana, válgame 
Dios”—cuentos incluidos en El principio del placer (1972) —. Muestra también un notable 
interés por plasmar la Historia de un hecho determinado, su obra más significativa en este 
aspecto es, quizá, Morirás lejos (1967), que narra por una parte la ficción: la vida de un 
nazi refugiado en México y por otra, el hecho histórico: la persecución del pueblo judío. 
39 
 
También hay cuentos que se pueden considerar dentro de esta línea como “La luna 
decapitada” que cuenta la historia de un revolucionario carrancista. 
 Aunque la mayoría de estos relatos en los que juega con el tiempo son de corte 
fantástico, notamos cómo el escritor evoluciona en cuentos incluidos en las ediciones 
posteriores de La sangre de Medusa, acercándose cada vez más al escritor-cronista en el 
que se convirtió. 
 En “Paseo en el lago”, por ejemplo, percibimos la nostalgia que Edelmira siente al 
recordar su ciudad y cómo se duele de «los cambios que estaban arruinando el puerto [...] 
[aquéllos que] habían acabado con el Veracruz de los buenos tiempos» (1990: 51). Narra, 
además, algunos hechos históricos que vivió, referentes a la Revolución Mexicana. 
 Por otra parte, en el apartado IV del libro, titulada “Casos de la vida irreal” leemos 
también algunas muestras de lo que estaría por venir. En “El visionario”, tal como su 
nombre lo indica, se predice lo que le esperaría a las ciudades entre ellas la propia y que 
describiría muchas veces Pacheco como: «México, inmensa ruina de fealdad y desastre» 
(1990: 102), de la misma manera en “Teleguía” descubre que «nuestras congojas no han 
terminado. Tal vez lo peor esté por sucedernos todavía» (1990: 102). 
 Pacheco encuentra una ciudad en ruinas que debe narrar antes de que termine por 
destruirse. En “Dicen”, comienza ya a expresar aquella que será una constante en su obra: 
la lamentación por el cambio a consecuencia del incesante fluir del tiempo, que nos ha 
llevado a un presente terrible, pero que indica que nos llevará a un futuro aún más 
horroroso: «Todo está mal y se va a poner peor. El caso es que estos seis años, de 1968 a 
1974, han sido infames, de veras que sí. Ya no se puede vivir en esta ciudad que antes era 
tan bonita y tan tranquila» (1990: 113). 
40 
 
 Con estos cuentos y otros como “Gulliver en el país de los megáridos” en donde 
construye a manera de parodia la imagen de la ciudad, y “La catástrofe”, que habla de un 
México bajo el contexto de una mala política con toques de ficción, Pacheco «va 
progresivamente abandonando el esteticismo metafísico y borgiano de los comienzos para 
elaborar, sobre una creciente conciencia social, una imagen apocalíptica del presente y del 
futuro» (Ruffinelli en Verani 1994: 173). Como expuse anteriormente, la patria temporal 
del poeta lo obligaa observar y por tanto escribir sobre ese horror en que se ha convertido 
la ciudad para descubrir, no sólo que siempre ha sido así, sino que se pondrá peor a medida 
de que el tiempo pase y derrote toda aspiración a permanencia. 
 Además de añadir el elemento fantástico, como ya mencioné, en los cuentos maduros y 
sus novelas cortas posteriores domina una vertiente que es la que más me interesa por su 
relación directa con el paso del tiempo, la referida al mundo de la infancia y la 
adolescencia. 
 A partir de su segundo libro de narrativa y en los siguientes, el escritor comienza a 
contar las historias de iniciación de esos niños y adolescentes, aumentando el número de 
relatos de este tipo con las ediciones posteriores. En El viento distante, El principio del 
placer y Las batallas: 
predomina la evocación del desolado proceso de crecer: el despertar sentimental de 
los niños a quienes nadie toma en cuenta, la esterilidad de la infancia, el desamparo y 
la orfandad, la pérdida de ilusiones por la insensibilidad de los adultos, humillaciones 
y rivalidades, la indiferencia ante la injusticia, la comunicación imposible. (Verani en 
Verani 1994: 266) 
 
 
 Todo esto se da en una situación límite que dura un instante, es por eso que mencioné al 
principio de este apartado que aquello de capturar el instante también se intenta en su 
narrativa, porque precisamente Pacheco plasma esos momentos en los que los personajes se 
41 
 
enfrentan con la realidad y da una especial importancia al tiempo, pues descubrimos con 
esto que un solo momento significa más que años, semanas o días. Y es que el instante 
también ayuda a darnos cuenta de son sólo los comienzos de la iniciación. 
 Además de presentar situaciones similares, los personajes de las narraciones30 de 
Pacheco comparten también características entre sí. Sin embargo cabe antes aclarar que a 
pesar de ser historias parecidas e incluso algunas conectadas con otras, es importante 
distinguir, que no todas son relatadas desde la misma perspectiva temporal. Dicha 
perspectiva dependerá del narrador, sobre todo si es narrador-protagonista y gracias a esto 
podremos apreciar una percepción del tiempo diferente en cada historia. 
 Hay narraciones que se cuentan en “pasado”, el cual es lejano respecto al “presente” del 
relato, es decir desde que son adultos y recuerdan la situación, como “Tarde de Agosto”, 
“La cautiva”, “El viento distante” y por supuesto Las batallas, en donde se distinguen dos 
voces: la del “yo-niño” y la del “yo-adulto”; por otra parte están aquellos que son narrados 
por niños desde lo que es el “presente” de la historia, por ejemplo, “El castillo en la aguja” 
y “El parque hondo”. Narrados desde ese presente, también se puede distinguir la 
perspectiva temporal del personaje, por ejemplo, gracias a ésta, se nota que Jorge de “El 
principio del placer” y Adelina de “La reina” son un poco mayores que otros de los 
protagonistas. 
 Según Castagnino, la edad es un factor importante en las perspectivas temporales 
subjetivas, por lo que la manera de relatar y los hechos relatados nos dice frente a qué 
narrador nos encontramos. Los niños, por ejemplo, tienen sus perspectivas temporales poco 
 
30 Utilizo el término narraciones y no cuentos porque me permite incluir “El principio del placer” y Las 
batallas, que son sus novelas cortas, sin hacerme, además, detener en una disertación inútil —en este caso— 
sobre si son novelas o cuentos largos. 
42 
 
diversificadas, así los personajes de “El castillo en la aguja” y “El parque hondo” reciben su 
“iniciación” quedándose prácticamente en shock, pues no pueden tener expectativas de 
ningún tipo. Los adolescentes viven la dimensión futura, por lo que tanto Jorge como 
Adelina, sí piensan en un futuro, el primero tiene la esperanza de que con el paso del 
tiempo lo que le sucede le «llegue a parecer cómico lo que ahora [ve] tan trágico» (Pacheco 
1998b: 55), como ya le pasó con sus ilusiones de niño, y la segunda lanza su amenaza hacia 
el futuro «Ya verán, ya verán el año que entra» (Pacheco 2000a: 72). Mientras que el 
hombre cerca de la senectud agiganta el pasado. Aunque no sabemos bajo qué contextos 
narran sus vivencias ni qué edad tienen exactamente los personajes, podemos intuirlos al 
leer los dolorosos recuerdos de Alberto31 de “Tarde de agosto”; de Carlos32, de Las batallas 
y de los personajes de “La cautiva” y “El viento distante”. 
 Antes de seguir, cabría aquí hacer una delimitación de los textos que analizaré 
brevemente porque además de relacionarse directamente con Las batallas, ejemplifican 
mejor la temática que más me interesa para este estudio y explicar porqué hago tal 
selección. 
 Aunque hay cuentos que tratan sobre la infancia y adolescencia, así como del paso del 
tiempo, los cuales son: “La cautiva”, “No entenderías”, “Aqueronte” y “El viento distante” 
y a primera vista podríamos decir que se vinculan directamente con otros de los cuentos ya 
mencionados, veremos que en realidad no es así. 
 Mientras que los personajes de “Parque hondo”, “Tarde de agosto”, “El castillo en la 
 
31 Conocemos el nombre del personaje anónimo de dicho relato con la publicación de Las batallas, casi 20 
años después de la primera edición de El viento distante, Carlitos dice refiriéndose a sus amigos: «Alberto 
porque su madre viuda trabajaba en una agencia de viajes» (p. 17), notamos que el personaje de “Tarde de 
agosto” que no recordaba a su padre muerto y cuya madre trabajaba en una agencia de viajes son el mismo. 
32 Para los fines prácticos de este trabajo, llamaré al personaje de Las batallas Carlos cuando me refiera al 
narrador y Carlitos, al personaje. Abordaré un poco más sobre esta diferenciación en el siguiente capítulo. 
43 
 
aguja”, “La reina”, “El principio del placer” y Las batallas son personajes solitarios, cuyo 
contexto social y familiar los obliga a mantenerse aislados, observamos que el personaje de 
“La cautiva” e incluso sus amigos, Sergio y Guillermo, viven en un contexto diferente. En 
primer lugar está la familia, con quien al menos se trasluce que hablan «repetimos su 
explicación [del maestro] ante nuestros padres» (Pacheco 2000a: 41), además después de la 
cruda experiencia que vivieron son apoyados tanto por sus familias como por el cura: «El 
padre nos condujo a la iglesia para hacernos la señal de la cruz con agua bendita. La madre 
de Guillermo nos dio valeriana y té de tila» (Pacheco 2000a: 44) y es un adulto quien 
acepta su versión de los hechos, y no quien comete una afrenta contra ellos como pasa en 
otras narraciones. La experiencia que les toca vivir aunque significa un enfrentamiento con 
la muerte y por lo tanto con el paso del tiempo y la realidad, no será tan traumática como 
las de otros personajes, no desearán no haberla vivido, a pesar de que en el protagonista 
permanezca el miedo a los temblores. 
 En “No entenderías”, se narra, por un adulto, lo que parece ser el primer roce que una 
niña tiene con la realidad. El padre sabe que esto es sólo el adelanto de una situación de 
iniciación, o de varias, que algún día tendrá que vivir su hija para por fin “entender” y que 
no será nada agradable, no obstante se queda en eso, sólo en “un adelanto”. 
 En “Aqueronte” se aborda la temática de la “imposibilidad de comunicación”, y se 
vincula con el tiempo porque narra también la fugacidad de un instante, el cual se entiende 
gracias a la insistencia con la que se refiere a la hora, el narrador nos dice que todo sucede 
en “quince o veinte minutos”. Los personajes no aprovechan ese pequeñísimo momento 
que tienen para acercarse y hablarse. Entra en la temática de “situaciones de iniciación” 
debido a que ambos toman conciencia del rápido fluir del tiempo, además se incluye el 
44 
 
espacio,

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