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UNIVERSIDAD NACIONAL AUTÓNOMA DE MÉXICO FACULTAD DE FILOSOFÍA Y LETRAS COLEGIO DE LETRAS HISPÁNICAS EL FLUIR DEL TIEMPO EN LAS BATALLAS EN EL DESIERTO (1981), DE JOSÉ EMILIO PACHECO TESIS QUE PARA OBTENER EL TÍTULO DE LICENCIADA EN LENGUA Y LITERATURAS HISPÁNICAS PRESENTA: Ana Elena García González Asesora: Mtra. Luz Aurora Fernández de Alba México, D. F. enero de 2010 UNAM – Dirección General de Bibliotecas Tesis Digitales Restricciones de uso DERECHOS RESERVADOS © PROHIBIDA SU REPRODUCCIÓN TOTAL O PARCIAL Todo el material contenido en esta tesis esta protegido por la Ley Federal del Derecho de Autor (LFDA) de los Estados Unidos Mexicanos (México). El uso de imágenes, fragmentos de videos, y demás material que sea objeto de protección de los derechos de autor, será exclusivamente para fines educativos e informativos y deberá citar la fuente donde la obtuvo mencionando el autor o autores. Cualquier uso distinto como el lucro, reproducción, edición o modificación, será perseguido y sancionado por el respectivo titular de los Derechos de Autor. Agradecimientos Quiero comenzar agradeciendo profundamente a la maestra Luz Fernández de Alba por notarme, por el apoyo, la paciencia y la confianza. También por su tiempo, sus libros; por sus magníficas clases y maravillosas enseñanzas, incluso las personales. Pero sobre todo porque sin ella estaría aún peleándome con los retruécanos y aliteraciones del siglo XVII. A mis padres, por llevarme, aun antes de saber leer, a las ferias del libro en el Palacio de Minería; por dejarme robar sus libros a pesar de pérdida económica que eso significa. Por obligarme a estudiar. Prometo no echar en saco roto la buena educación que he recibido. A mi hermana Mary Carmen por prestarme su casa verde y silenciosa en donde escribí la mayor parte de este trabajo. Gracias también por acompañarme siempre en esta ciudad destruida y permanecer a mi lado a pesar del tiempo. A mi hermano Rubén Darío porque sin su ayuda nunca hubiera llegado a la Facultad. A Concepción Leyva, por compartir todos sus conocimientos conmigo, sus libros, su amistad, por contagiarme su amor por las letras y encaminarme hacia esa pasión por la poesía, pero más que nada, por hacerme reconocer —como dirían los poetas— a Pacheco en su lectura. A mis amigas Raquel y Jacqueline por mantenerse al pendiente, apresurarme, leerme, corregirme y apoyarme, no sólo durante la elaboración de este trabajo, sino durante toda la carrera. Mil gracias. A la doctora Teresa Miaja, cuyo interés me llevó a la elección de este proyecto y alentó su culminación. A la maestra Raquel Mosqueda por sus valiosas observaciones. Por último quisiera agradecer a todas aquellas personas (amigos, maestros y compañeros) que han tenido que ver en mi formación, en mi gusto por las letras, por José Emilio Pacheco y que me apoyaron y soportaron tanto en los momentos felices, como en los de crisis. A todos muchas gracias. ÍNDICE INTRODUCCIÓN………………………………………………………………………....4 1. EL TIEMPO EN LA LITERATURA…………………………………………………...8 2. JOSÉ EMILIO PACHECO: ESCRITOR DEL TIEMPO…………………………..…15 2.1 Poesía: crónica de la destrucción……………………………….……...……..17 2.2 Narrativa: la desmitificación de la infancia...…………………….…...……...37 3. LAS BATALLAS EN EL DESIERTO…………………………………………………...52 3.1 La Historia……………………………………………………………………55 3.2 La historia…………………………………………………………………….60 3.3 Los personajes………………………………………………………………..63 3.4 El discurso…………………………………………………………………....86 4. EL FLUIR DEL TIEMPO EN LAS BATALLAS EN EL DESIERTO………………...93 4.1 El tiempo formal: orden, duración y frecuencia……………………………....94 4.2 Niveles del tiempo dentro de la obra………………………………………....98 4.3 La destrucción y sus manifestaciones……………………………………....101 4.3.1 En la ciudad…………………………………………………………....102 4.3.2 En la sociedad……………………………………………………….....105 4.3.3 Evolución de los personajes……………………………………..……..107 CONCLUSIONES……………………………………………………………..………112 APÉNDICE: Noticia biográfica de José Emilio Pacheco……………………...……….115 FUENTES DE CONSULTA………………………………………………...…………119 Pídeme de mí mismo el tiempo cuenta; si a darla voy, la cuenta pide tiempo: que quien gastó sin cuenta tanto tiempo, ¿Cómo dará, sin tiempo, tanta cuenta? Tomar no quiere el tiempo, tiempo en cuenta, porque la cuenta no se hizo en tiempo, que el tiempo recibiera en cuenta tiempo si en la cuenta del tiempo hubiera cuenta. ¿Qué cuenta ha de bastar a tanto tiempo? ¿Qué tiempo ha de basta a tanta cuenta? Que quien sin cuenta vive está sin tiempo. Estoy sin tener tiempo y sin dar cuenta, sabiendo que he de dar cuenta del tiempo y ha de llegar el tiempo de la cuenta (Anónimo) 4 Introducción José Emilio Pacheco (Ciudad de México, 1939) es uno de los escritores más importantes de las letras mexicanas1. En 2005, fue nombrado el poeta vivo más importante de nuestro país.2 Pero no sólo se le reconoce como poeta, ya que su incursión en casi todos los géneros literarios le ha valido distintos premios tanto a nivel nacional como internacional. En su poesía, narrativa, e incluso ensayo, notamos que la mayor obsesión de Pacheco ha sido el tiempo, sobre todo, los estragos que éste deja a su paso. Es por esta frecuente preocupación que su obra está vinculada con la Historia3 y con la arquitectura. Una de las mejores pruebas de lo dicho es que a lo largo de casi toda su obra poética se puede realizar una crónica de la ciudad, los hechos históricos y el deterioro de su arquitectura y costumbres. Sus temas se ligan de una manera u otra con el tiempo. Por ejemplo, el principal en su obra narrativa es la infancia, particularmente las situaciones de iniciación y la forma en que lo aborda se relaciona directamente con el irrefrenable paso del tiempo. Los personajes de los cuentos “La reina”, “Parque hondo”, “Tarde de agosto”, “La cautiva”, “El viento distante”, “El castillo en la aguja”, incluidos en El viento distante (1963), así como los de las novelas cortas “El principio del placer” (1972) y Las batallas en el desierto (1981), son clara muestra de cómo ese fluir del tiempo hace que tarde o temprano se enfrenten a su realidad, a esos momentos límite que los llevan a la desilusión y a darse cuenta de que no hay nada que pueda permanecer, ni siquiera ellos mismos. 1 Los datos biográficos completos del autor se encuentran en el “Apéndice” al final de esta tesis. 2 Con base en una encuesta, la revista Letras Libres publicó la lista de “Los diez mejores poetas mexicanos vivos” en Letras Libres, México, número 74, año VII, febrero 2005, pp. 54-55 3 Siguiendo el modelo de Forster escribiré Historia con mayúscula cuando me refiera a una serie de hechos pasados, e historia con minúscula cuando me refiera a la fábula o diégesis. 5 Así toda su obra se relaciona por su contenido: «La reflexión sobre el paso del tiempo le da a la narrativa —y a la poesía— de Pacheco una unidad indivisible. Con insistencia casi obsesiva hasta en los títulos de sus libros, […] elabora su obra en torno del ‘sentido atroz del tiempo como infinito desgaste’» (Verani en Verani 1994: 265-266). Es quizá en Las batallas en el desierto4 donde el testimonio del transcurrir del tiempo queda mejor ejemplificado, debido a que los temas a los que ya había recurrido por separado, no sólo en los cuentos, sino también en la poesía, se conjuntan con maestría en esta obra. Si bien la crítica ha abordado el aspecto del tiempo en la obra de Pacheco, es un estudio no ha agotado, pues se ha abocado sobre todo a la poesía, y quienes han tratado la narrativa se han centrado principalmente en la reflexiónhistórica que nos ofrece la prosa del autor. En el caso específico de Las batallas existen algunos análisis dentro de esta línea, cuyo aspecto más estudiado es el de la infancia, el cual de cierta forma también se vincula con el del tiempo. Por otro lado, el tiempo, como tema y como manera de plasmarlo en las obras literarias, específicamente en la narrativa, ha sido analizado por diferentes autores en las muy variadas formas de abordarlo. Muchas veces se detiene, muchas otras avanza de forma lineal, otras hace cortes, una obra inicia a la mitad, por el final, etcétera, son infinitas las formas en que se puede plasmar el tiempo en una obra narrativa. Lo que siempre será indiscutible es que la narración necesita tanto de un tiempo como de un espacio para desarrollarse: «El mundo desplegado por toda obra narrativa es siempre un mundo temporal, […] el tiempo se hace tiempo humano en cuanto se articula de modo narrativo; a 4 A partir de aquí se citará sólo como Las batallas. 6 su vez, la narración es significativa en la medida en que describe los rasgos de la experiencia temporal» (Ricoeur 2007: I, 39). El manejo formal del tiempo estará al servicio del significado temático, por lo que el propósito de esta tesis será analizar el manejo del tiempo en Las Batallas, en todos los niveles en los que el tiempo se aborda en la novela: histórico, discursivo y psicológico. Se demostrará que a través de distintos recursos, tanto el tiempo de la historia, como el del discurso, avanzan haciendo notar un fluir progresivo de la Historia y de la historia del personaje, fluir que, finalmente, significa destrucción. Por otra parte, el recuerdo de tiempos pasados se asocia muchas veces con la nostalgia, por lo que analizaremos brevemente cuál es el sentimiento del personaje principal, Carlos, quien es ya un adulto, al narrar su infancia. Veremos que en él, —como en otros de los personajes infantiles de Pacheco— no hay una idealización del pasado, a diferencia de algunas obras que se abocan al recuerdo de épocas pretéritas. Para esto se utilizará un método que incluya algunos conceptos de la crítica y de la teoría literaria. Se definirán primero ciertas ideas del tiempo en la literatura, y a qué tiempo nos referiremos, pues hay que señalar que esta investigación no intenta ser filosófica, ni tratará de dar una definición del tiempo en general; tampoco de cómo se configura en la realidad, sino en la ficción, por lo cual comenzaré, en el primer capítulo por delimitar, a grandes rasgos, el aspecto del tiempo en la literatura, definiendo el “tiempo del discurso” y el “tiempo de la historia”. Cabe hacer notar que el análisis de los tiempos gramaticales utilizados en la novela, será ante todo descriptivo, y en ningún momento se ahondará en él ya que esta tesis no pretende ser sobre lingüística. En el segundo capítulo resumiré la forma en que Pacheco trata el tema y el fluir del 7 tiempo, tanto en su obra poética como narrativa, y lo que la crítica ha dicho en torno a esta cuestión, centrándome sobre todo en los asuntos que considero más importantes para el estudio del paso del tiempo que son la infancia y la ciudad, para comprobar que los temas que trata Pacheco, de una forma u otra, se vinculan con el tiempo. Mientras que en el tercer capítulo realizaré el análisis del contexto histórico, así como también del formal de la novela, análisis que no pretende ser exhaustivo ni definitivo, pues sólo abordaré los aspectos que apoyen al estudio que llevo a cabo en el siguiente capítulo. En el cuarto capítulo trataré el fluir del tiempo en Las batallas, los niveles del tiempo dentro de la novela y analizaré los recursos que utiliza Pacheco para hacer notar estos distintos tiempos, es decir, el tiempo del discurso, todo lo cual consistirá básicamente en un análisis descriptivo. Asimismo, la segunda parte de dicho capítulo estará enfocada a analizar los motivos de la obra relacionados con el paso del tiempo: la ciudad, la sociedad y los personajes; se observará de qué manera el transcurrir del tiempo se ha manifestado en estos tres aspectos, con lo cual se concluirá que el fluir del tiempo en esta novela, como en otras de las obras de Pacheco, significa destrucción. 8 1. El tiempo en la literatura “El tiempo” Esta calamidad no conoce fronteras… Aunque no tiene ni cuerpo, ni espíritu, se lanza sobre el mundo como un halcón maligno, todo lo altera y de todos se adueña, y todo lo deja. (Anna Ajmátova) Vivir no es otra cosa que transcurrir en el tiempo, todo se halla en un tiempo y en un espacio, cualquier hecho de la realidad viene de un tiempo anterior y lo que esperamos, planeamos o tememos pertenece a un tiempo futuro. Todo pasa por y en el tiempo. Durante años el hombre ha tratado de definir el término, sin embargo, debido a la complejidad del asunto, en realidad, ni físicos, ni filósofos han podido dar una sola definición que satisfaga enteramente; no obstante, tanto en estas disciplinas como en la literatura se habla del tiempo como un suceso en sí mismo diciendo que el tiempo “avanza”, “transcurre” o “fluye”. Este “transcurrir”, “avanzar” o “fluir”, es perceptible gracias al cambio que sufren las cosas al pasar en o por el tiempo. La conciencia de tiempo es inseparable de la constatación de cambio. Si no pudiéramos hablar de un “antes” y un “después”, no podríamos hablar tampoco de la diferencia entre lo que una cosa “era” y lo que “es”, que es lo mismo que decir que ha cambiado. En otras palabras, que una cosa, persona o situación cambia conforme el tiempo avanza y todo cambia puesto que el paso del tiempo es inexorable y permanente. Aunque hay quien piense que el tiempo no pasa, sino que son las cosas son las que pasan por él, lo cierto es que al paso del tiempo todo cambia, de ahí la doble acepción del tiempo como constructor y destructor. Además, es este cambio lo que hace posible la 9 medición del tiempo, y el cambio se hace más notable gracias al espacio. Es, quizá, por la necesidad de encontrar una definición del tiempo que el hombre ha buscado las respuestas no sólo en las ciencias exactas, sino también en las distintas interpretaciones literarias que se han hecho a lo largo de la Historia. Si bien la literatura abrió nuevos caminos a referencias temporales que no tienen que ver con las del reloj, los astros o las cuestiones biológicas, es cierto que «las problemáticas del Tiempo discutidas en dominios no literarios (física, matemáticas, filosofía, etcétera) encuentran anticipación o eco y aplicación en la literatura» (Castagnino 1967: 16) debido, claro, a que muchas veces ésta intenta ser el reflejo de la vida. De tal manera que la literatura se involucra con el tiempo de muy distintas maneras, puesto que «La literatura deviene un arte del tiempo. El tiempo es su objeto, sujeto e instrumento de representación» (Lijachov 1982: 2). La literatura en sí misma es un arte temporal, como la pintura es un arte espacial, que necesita no sólo de un tiempo para que el autor piense y escriba su obra, sino también para que el lector la perciba y entienda. El arte literario requiere de desarrollo y sucesión, no es un arte instantáneo. Por lo que el tiempo en literatura se puede referir y se refiere al tiempo no sólo en su valor absoluto, sino también en su aspecto Histórico, en su valor geográfico; al tiempo biológico y psicológico. Así, el tiempo en la literatura ha sido objeto de muchas interpretaciones y se ha tratado de muy distintas maneras. Por ejemplo, en tanto su valor absoluto, el tiempo ha sido sobre todo explotado por la poesía, dando a la luz tópicos como los de la literatura española del Siglo de Oro: el relox, el tempus fugit, el carpe diem, puedenser algunos ejemplos. Por otra parte los poetas llamados “de la experiencia” aludirán sobre todo a tiempos clásicos y 10 pasados expresando así una negación del presente.5 Y es que el momento en que se vive, muchas veces marca cómo se ha de concebir el tiempo y cómo se ha de escribir sobre él, pertenecemos a una “Patria temporal”; la época en que nace el creador le impondrá ciertos temas, modelos, cánones, se infiltrará en su estilo y en su personalidad. Pero además de lo que el tiempo significa para los autores, lo que se ha modificado a lo largo de la historia literaria son las estructuras temporales. Resulta interesante observar cómo se puede jugar con éstas al plasmar de muy diferentes maneras el tiempo, sobre todo en la literatura contemporánea. Proust, Kafka, Joyce, Faulkner, Carpentier, García Márquez, Vargas Llosa, Sábato y Fernando del Paso, entre otros, se han encargado de romper con la estructura temporal tradicional de la novela y han logrado que el tiempo se convierta en el personaje principal de sus obras. Y es que precisamente la narrativa es la que podrá con mayor libertad dar testimonio de los tiempos y del Tiempo, pues mientras la poesía habla específicamente del instante en el tiempo, aquélla consiste «en la narración de hechos, encadenándolos en el tiempo» (Tortosa 1998: 49). En la narrativa, el tiempo es simplemente innegable, pues todo relato implica una historia y esa historia requiere tanto de una dimensión espacial como de una dimensión temporal. En una narración se articulan todos los tiempos, presente, pasado y futuro: El relato de lo que sucede ahora, suceso que al narrarlo —y para poder narrarlo— ya pasó; el relato de lo que sucedió, que puede ser traído a un ideal presente, también evocado; el relato de lo que se prevé y profetiza ha de suceder, pero que para poder narrarlo, debe estar concluido como pre-visión o profecía, por el cual, como narración, 5 Virgilio Tortosa Garrigos estudia de manera más amplia cómo ha sido la evolución del tiempo a lo largo de la literatura en su tesis doctoral: La construcción del “individualismo” en la literatura de fin de siglo. Historia y autobiografía. 1998, pp. 277-282. 11 también será forzosamente evocación. (Castagnino 1967: 49) Es decir, una narración siempre tiene un carácter evocativo, ya que sólo lo pasado es narrable.6 El pretérito es el tiempo de la narración por excelencia: «El pretérito indica que hay una narración» (Ricoeur 2007: II, 489), pues aunque este tiempo no indique necesariamente una acción pasada, orientará hacia una actitud de distensión, necesaria para narrar una historia, es decir, de alejamiento de la vida real y cotidiana. Es por este carácter evocativo por lo que puede darse la distorsión en el tiempo, pues a pesar de que la narración siempre es evocación del pasado,7 la estructura temporal y la manera de reproducir y representar el tiempo no siempre será la misma: El autor puede representar un intervalo breve o largo de tiempo, puede hacer que el tiempo transcurra lenta o rápidamente, puede representarlo como tiempo que transcurre ininterrumpidamente o con interrupciones, de manera consecutiva. […] Puede representar el tiempo de la obra en estrecho vínculo con el tiempo Histórico o sin contacto con éste, encerrado en sí mismo; puede representar presente, pasado y el futuro en diferentes combinaciones. (Lijachov 1982: 4) Sin embargo, antes cabe aclarar que una cosa es el tiempo en el que se escribe y percibe la palabra y otra la representación que el autor haga de éste en la obra, al primero se le llama del discurso o de la narración, y al segundo de la historia, narrado o artístico.8 El tiempo del discurso se desarrolla siempre en forma lineal, es el orden en el que suceden las cosas en el discurso aunque una historia comience por el final, la mitad o el principio, el tiempo siempre estará presente y siempre fluirá. Mientras que el de la historia es pluridimensional, se le llama también artístico pues es creado por el autor. Ambos 6 El propio Pacheco habla de esto en uno de sus inventarios, nos dice: «La novela habla de un ‘aquí’ y ‘ahora que necesariamente son un ‘allá’ y un ‘entonces’ porque sólo es narrable lo que está lejos, lo que ya ha pasado». Pacheco 1985: 50 7 Incluso los ubicados en un futuro hipotético, como en la ciencia ficción están generalmente narrados en pasado. Ver Pimentel 2005: 158 8 En este trabajo adoptaré la terminología que Helena Beristáin le da en su Diccionario de Retórica y poética (2008), y los llamaré tiempo del discurso al primero, y tiempo de la historia al segundo. 12 pueden o no coincidir, pues muchas veces el tiempo de la historia puede no ser cronológico. El más interesante resulta, desde luego el tiempo de la historia, sobre todo cuando no coincide con el del discurso. Es aquél que el autor construye, modifica y no siempre será igual. Aunque durante mucho tiempo la estructura temporal de las obras narrativas no se modificó, es decir fue lineal, de atrás para adelante, con la novela surge una nueva forma de narrar y concebir el tiempo, un poco por su extensión, pero también por la manera en que se pueden ordenar los acontecimientos. De acuerdo con el estudio de Genette sobre el tiempo en el relato, entre el tiempo del discurso y el de la historia se presentan tres relaciones: el orden, la duración y la frecuencia, y es en éstas en las que se pueden presentar “descalabros lógicos” como: - En el orden, por ejemplo, al no presentar los acontecimientos en la secuencia en la que sucedieron. Puede ser que un hecho que esperaríamos al final se nos presente a la mitad (prolepsis o prospección), o bien puede comenzar por el final del relato (analepsis o retrospección). - En la duración del tiempo en los mundos de ficción. Según explica Genette, el tiempo ficcional puede ser y es diferente al real; por ejemplo, un acontecimiento puede durar lo mismo que en el tiempo real o puede pasar lo contrario, que algo que en la realidad sucede en tres segundos, en la ficción ocupe varias cuartillas. - En la frecuencia, se refiere al número de veces que puede ser mencionado un hecho que pasó una sola vez o al contrario, la omisión de un hecho que pudo 13 pasar varias veces.9 Es decir que en la novela, el autor puede hacer lo que él decida con el tiempo de la historia, ya sea que narre de forma lineal, o se valga de recursos que aceleren o retarden el tiempo en la obra; el presentar pocos acontecimientos y muchas descripciones dará la impresión de un tiempo muy lento como en La Regenta de Leopoldo Alas Clarín o, por el contrario, presentar muchos acontecimientos en corto tiempo creará la impresión del rápido correr del tiempo, otras veces lo diluye, incluso lo puede detener como hace Juan Rulfo en Pedro Páramo. Aunque el tiempo del discurso nunca se detiene, el de la historia sí lo puede hacer, sobre todo al crear atmósferas, al describir paisajes, o al tener un recuerdo pues en «donde no hay acontecimientos, tampoco hay tiempo» (Lijachov 1982: 4). Por otro lado hay que señalar también que el tiempo en la obra narrativa puede ser cerrado o abierto. El primero es cuando los límites temporales de la novela no tienen nada que ver con el tiempo Histórico, y el segundo cuando, por el contrario, el tiempo de la obra está inserto en una corriente más amplia de tiempo, se desarrolla en una época Histórica determinada, caso en el cual, se presuponen acontecimientos más allá de los límites de la obra. Como podemos ver, el tiempo se ha vinculado siempre con la literatura, al ser ésta un arte temporal, pero también notamos que se abren nuevos caminos al estudio de su relación después de los contemporáneos, al modificarsus estructuras temporales, sobre todo en la novela, pues es en ésta donde se ve y se siente el transcurrir del tiempo y sus efectos en los 9 Citado por González (2008) 14 personajes.10 En el caso de esta tesis me interesan sobre todo el tiempo del discurso y el tiempo de la historia. Veremos además que el tiempo en Las batallas es un tiempo abierto, así como el significado que este factor cobra en la obra, o mejor dicho, el transcurrir del tiempo, pues como ya vimos el tiempo es en tanto transcurre. Una vez delimitado el campo de trabajo y explicada la metodología que utilizaré para esta investigación, analizaré el tratamiento del tiempo en algunas de las obras más representativas de José Emilio Pacheco para después pasar al análisis específico de Las batallas. 10 Véase González. (2008) “El tiempo en la ficción narrativa”, en Revista de la Universidad de Sonora. 15 2. José Emilio Pacheco: escritor del tiempo Los temas que más le han interesado a José Emilio tanto en su poesía, como narrativa y ensayo son: la muerte, la catástrofe diaria, la ciudad, la destrucción, el presente inasible y la infancia. Pero sobre todo, y siempre vinculado con éstos y con todos sus tópicos, se halla el del fluir del tiempo, y es que su “patria temporal”, obliga al poeta a ser consciente del desastre. Desde sus primeros trabajos, a diferencia de otros poetas que al comienzo de su ejercicio en la escritura optan por la anécdota individual y egoísta, Pacheco ha concedido importancia a la Historia, convirtiéndose así en un cronista de memoria ancestral. Y es que, efectivamente, nace en una época en la que no se puede ser indiferente al desastre, por el contrario, debe enfrentarse: «a los derrumbamientos de nuestro tiempo. [Y convertirse en] Cronista, observador consciente de lo fugaz y vulnerable de la obra de los hombres. Pacheco (re)crea la naturaleza corrosiva del tiempo, la belleza pasajera, la naturaleza ambigua de la humanidad: cruel y destructora» (Olivera-Williams en Verani 1994: 134). El tema de temas en Pacheco no es el tiempo por cuestiones filosóficas abstractas, sino el fluir del tiempo, ese transcurrir que se nota en hechos reales y tangibles: José Emilio Pacheco no habla sobre el ser, sino sobre el pasar —o el acontecer— del tiempo acaso porque, considerando sobre el plano de lo sensible, el tiempo no es sino en la medida en que pasa. Y, precisamente porque lo propio del tiempo es su pasar lo único que podemos tener de él son sus huellas de lo que va dejando a su paso: rostros que se transforman, nubes que se disgregan. (Dorra en Popovic 2007: 56) La transformación de todo aquello que fue y que ya no es, es lo único que nos queda, es el único testimonio real del suceder del tiempo, ésa es la única huella que deja el tiempo al pasar. Mencioné también en la Introducción que el tiempo tiene dos acepciones, como 16 destructor y como constructor. Aunque el fluir del tiempo significa también muchas veces progreso, construcción de nuevas cosas y evolución, no será esto de lo que escriba Pacheco, él preferirá escribir sobre todo de las cosas que fueron y que hoy ya no son, abordará el tiempo sobre todo en su valor destructivo. Debido a este intento de testimonio tanto la obra en prosa como la poética —quizá más esta última— de Pacheco se relaciona íntimamente con la Historia y con la crónica. En su poesía encontramos, a manera de crónica, la Historia de la ciudad de México: desde Tenochtitlán, hasta los hechos más importantes que han contribuido a su destrucción: la matanza de 1968, el terremoto de 1985, incluso nos da una vista aérea de México, para que nos demos una idea de en qué se ha convertido la ciudad, la ciudad que el poeta ve cada día destruirse. Pacheco elabora, sí, un testimonio, pero al mismo tiempo reflexiona: «la preocupación por el tiempo en su poesía se expresa en esa mirada reflexiva dirigida a las cosas sometidas a la transformación, al deterioro, a los laberintos de la memoria» (Dorra en Popovic 2007: 54). Por otra parte, en su narrativa, Pacheco conserva de igual manera su consciencia histórica y el tema del fluir del tiempo: «En la narrativa de Pacheco hay una conciencia de la Historia que es a su vez una visión: la encarnación de la imaginación del desastre» (Campos 1989: 99). Además de continuar con la temática de la poesía, trata otros asuntos igualmente vinculados con el del transcurrir del tiempo, quizá el más importante de su narrativa sea el de la infancia. Antes de continuar, debo aclarar que en este capítulo pretendo solamente dar un vistazo general con algunos ejemplos de cómo Pacheco ha tratado el tema del tiempo. Añado sólo 17 unas cuantas observaciones a los poemarios y a las narraciones que consideré más representativas para el estudio de esta, así pues la primera parte está dedicada a su poesía y la segunda a algunas de sus obras en prosa. 2.1 Poesía: crónica de la destrucción “A quién pueda interesar” Que otros hagan aún el gran poema los libros unitarios, las rotundas obras que sean espejo de armonía. A mí sólo me importa el testimonio del momento inasible, las palabras que dicta en su fluir el tiempo en vuelo La poesía que busco es como un diario en donde no hay proyecto ni medida. (José Emilio Pacheco) Staigner afirma que «El pasado como objeto de una narración pertenece a la memoria. El pasado como tema de lo lírico es un tesoro del recuerdo» (en Castagnino 1967: 37) y explica que el recuerdo es menos fuerte que la memoria. Y es que el objeto de la poesía es precisamente eternizar un momento, un instante en la vida. Esos instantes se refieren a todos esos aspectos de la vida evidentes, pero que nunca habíamos advertido o ya habíamos olvidado, es por eso que se hallan en el recuerdo, y sólo se hacen evidentes cuando alguien nos los hace notar y quizá cuando lo hacemos ya es tarde, es entonces cuando la poesía se convierte en la expresión del drama del hombre, como dice Villaurrutia11. ¿Y es que acaso hay drama más grande que tratar de eternizar lo inasible? Para Pacheco el drama es precisamente el tiempo, su paso inexorable que destruye todas 11 Citado por Torres en Pol Popovic 2007: 119 y 128 18 esas cosas evidentes, cotidianas y que él trata de eternizar en su poesía, pero no como simple ejercicio de nostalgia, no para llorar a ese pasado que para otros siempre fue mejor, sino para que notemos que nada es igual, que todo cambia. Desde su primer libro poético «Pacheco se centra en el tema del tiempo: forja imágenes, cuadros, episodios que encarnan el fluir temporal, la falta de permanencia y la pérdida de valores y poderes humanos» (Debicki en Verani 1994: 62), además muestra notable interés por la Historia de México y ejemplifica estos temas por medio de símbolos y un lenguaje mucho más refinado. Para el poeta la única forma de aprehender esos instantes que forman la vida es por medio de la escritura, aunque al fin de cuentas, ni siquiera esto permanece. La crítica coincide en que sus dos primeros libros de poemas —Los elementos de la noche (1963) y El reposo del fuego (1966)— conforman una parte de su poesía muy diferente a la que estaría por venir a partir de No me preguntes cómo pasa el tiempo (1969). Aunque inicia ya con el tratamiento de lo que será su temática constante a lo largo de su poesía, lo hace de una manera más optimista, —o menos catastrófica, vendría mejor— y por supuesto mucho más metafórica, utiliza símbolos más complejos para describir esa fugacidad del tiempo. En los Elementos de la noche, hay una sensación de pérdida y desvanecimiento,«los elementos de la materia, el tiempo y la destrucción, el drama de la conciencia, el logos absurdo y finalmente doloroso» (Fernández 2003) quedarán ejemplificados por medio de metáforas como el fuego, la noche y el mar. El poeta cantará a “el día se calcina”, se dolerá de que “ante la soledad se extienden los días quemados” mientras que “En la ola del tiempo 19 el mar se agolpa” y entenderá la condena de que “vivimos el presente/ en función del mañana y el pasado”.12 El fuego, una de sus principales metáforas e hilo conductor en su siguiente poemario, será el símbolo destructor de todos esos instantes que nunca volveremos a tener en las manos, tal como dice en alguno de sus poemas; y pronto se convertirá en esa hoguera apocalíptica que terminará por destruirlo todo y a todos. En su segundo libro Pacheco reafirma que el mundo completo ya arde en esa hoguera apocalíptica «El fuego y el aire se enlazan en una suerte mortal que propaga el desastre mientras la conciencia poética lo contempla derrotada y perpleja» (Oviedo en Verani 1994: 47), no obstante, el título podría leerse como una contradicción: el reposo del fuego; el fuego destruye sí, pero ¿qué pasa cuando se halla en reposo? Aunque el fuego podría ser interpretado por una parte como un agente regenerador, tal como lo hace José Miguel Oviedo, y por otra, como fuente de creación, pues es la imagen gracias a la cual el poeta crea: «El fuego es a la vez la imagen de un mundo que se desintegra y la fuente de luz y energía artística para el poeta» (Hoeksema en Verani 1994: 86) podría interpretarse también como la latente y eterna destrucción que no se detiene, y que no necesariamente será renovadora, pues como lo dice en el poema “El reposo del fuego es tomar forma/ con su pleno poder de transformarse”.13 Así pues, el reposo del que habla el poeta no debe interpretarse como descanso, sino como estabilidad que denota la constante combustión de todas las cosas que nos rodean, esa combustión consecuencia del paso del tiempo. 12 Versos de los poemas “Árbol entre dos muros”, “Canción para escribirse en una ola” y “Égloga octava”, de Los elementos de la noche, en Pacheco 2000b: 15, 16 y 22. 13 El reposo del fuego, II, en Pacheco 2000b: 44 20 Es a partir de este poemario que se confirma la idea que Pacheco tiene del tiempo: todo es cambio, nada permanece: “Fuego es el mundo que se extingue y cambia/ para durar (fue siempre) eternamente”;14 además el tiempo, para él, será también cíclico: todo comienza con la destrucción, y termina con ésta. El poeta muestra que su sentido del tiempo es un sentido herácliteano: nunca nos bañaremos en el mismo río, y así lo presentará a lo largo de toda su obra: Soy y no soy aquel que te ha esperado en el parque desierto una mañana junto al río irrepetible en donde entraba (y no lo hará jamás, nunca dos veces) la luz de octubre rota en la espesura.15 No hay escape al ciclo del cambio: «Como Heráclito, Pacheco ha desechado la posibilidad de salir del ciclo de cambio y de cualquier noción de descanso eterno» (Hoeksema en Verani 1994: 84) y esto es sencillamente porque el tiempo no se detiene, todo cambio y destrucción son producto del incesante paso del tiempo. Tal parece que el poeta se ha percatado de este permanente fluir y es a partir de No me preguntes cómo pasa el tiempo que toma una nueva postura ante este transcurrir y ante la forma de escribirlo, deja de ser tan filosófico y metafórico, y adopta una actitud más bien crítica; en este libro «dejó entrar impurezas, nombres, libros, prosaísmos. […] No era el yo artificial ni la voz deliberadamente enmascarada de los primeros libros, sino el hombre que iba testimoniando, a manera de un diario, las grandezas y miserias de su mundo, el nuestro» (Quirarte 1993: 260) comienza a escribir de una manera más conversacional, pues el prosaísmo es lo que le permite la incorporación de elementos de la realidad inmediata y concreta. 14 El reposo del fuego, II, en Pacheco 2000b: 44 15 “El don de Heráclito”, en Pacheco 2000b: 45 21 Desde el título que remite a la conocida frase de San Agustín: «¿Qué es entonces, el tiempo? Si nadie me lo pregunta, lo sé; si quiero explicárselo a quien me lo pregunta, ya no lo sé» (en Ricoeur 2007 I: 34), el poeta se adelanta y pide que no le pregunten cómo pasa el tiempo para que así él pueda responder por medio de su poesía, para que nos diga que no importa si pasa lento o rápido, sino que nunca se detiene y todo destruye a su paso. Es con este poemario que Pacheco deja asentado que el tiempo será lo que entendemos como Historia; para él toda escritura será tiempo pasado, ejercicio de la memoria. No obstante no referirá una Historia académica: Sus poemas no nos cuentan una historia ni tratan de reconstruir la Historia de México, valiéndose de datos, fechas o acordes bibliográficos. Por el contrario, esta voz se comunica por medio de un lenguaje transparente, el cual retorna al origen para mostrarnos el desgarramiento del mundo y su santuario de promesas incumplidas. (Zapata 2006: 50) Al mismo tiempo enlaza el pasado con el presente, como lo había hecho ya en El reposo del fuego, sólo que de manera más directa. Por ejemplo, en “Manuscrito de Tlatelolco”, se pueden leer dos hechos que afectaron profundamente la Historia de la ciudad de México. La primera parte está escrita con fragmentos de los “Cantares mexicanos” que narran originalmente la conquista; y la segunda, con La noche de Tlatelolco, de Elena Poniatowska, que reúne textos sobre la matanza del dos de octubre de 1968. Pacheco se da a la tarea de narrar y equiparar las dos matanzas ya que ambas iniciaron de la misma manera: Cuando todos se hallaban reunidos los hombres en armas de guerra cerraron las entradas, salidas y pasos. Se alzaron los gritos. Fue escuchado el estruendo de muerte. Manchó el aire el olor de la sangre […] Los soldados 22 Cerraron las salidas. (1998a: 22-23) Y con estas reflexiones Pacheco no sólo se acerca a la crónica sino a la profecía. Como veremos más adelante, este recurso de ligar el presente con el pasado lo utilizará también en otros de sus libros posteriores. Antes de seguir con este inventario de poesía, cabría señalar que es en este libro en donde aparecen sus dos heterónimos: Julián Hernández y Fernando Tejada, quienes son presentados como poetas mexicanos olvidados que reafirman, a manera de parodia, las ideas de Pacheco sobre la poesía «su transitoriedad, su naturaleza como proceso, su raíz en el mundo y su identificación con una belleza cuyo carácter efímero paradójicamente constituye su virtud más perdurable y esencial» (Doudoroff en Verani: 154). E igualmente coinciden en sus ideas sobre el tiempo, leemos por ejemplo en Tejada: Antes de que seas vieja ya me habrás olvidado. Y si por confusión sueltas mi nombre a tu lado una joven dirá – ¿Quién era ése? (Pacheco 1998a: 101). Con este poemario, se va haciendo más claro el objetivo del poeta, su inspiración le viene de la desilusión y la pérdida, ya no importa tanto el lenguaje y las metáforas si al final ni siquiera sus versos podrán permanecer en este mundo de destrucciones en donde el tiempo será el enemigo y el laberinto sin salida. Y con esta idea, nos dice en su siguiente libro de poemas Irás y no volverás (1973), lo que será el hilo conductor a lo largo de su obra posterior: A mí sólo me importa el testimonio del momento inasible, las palabras que dicta en su fluir el tiempo en vuelo La poesía que busco es como un diario 23 en donde no hay proyecto ni medida.16 Es por este afán de testimoniar el mundo, que el poeta admite el roce de la crónica con la poesía, es a partir de este poemarioy quizá más todavía desde de Los trabajos del mar (1983) que «Pacheco cree más en la voz del transcriptor que en la del poeta original» (Quirarte 1993: 262) y es que será precisamente este tono conversacional de la crónica lo que le permita abordar ciertos temas,17 entre ellos, su favorito para ejemplificar el paso del tiempo: la ciudad. Aunque en este poemario no se dedica al tratamiento de la ciudad directamente, es quizá con este con el que su poesía se acerca más a la crónica, y por supuesto adquiere también un tono más pesimista, insiste en lo efímero de todas las cosas y además añade un tópico que será el más recurrente en su narrativa, el de la infancia. El poeta recuerda aquellas cosas de la infancia que hoy ya no puede ver como aquel desierto llamado Tacubaya, del que nada queda. Es la pérdida de la inocencia y de todo vestigio perdurable ante la devastación del tiempo. En el título del poemario, Pacheco trata de equiparar a aquel lugar de los cuentos infantiles al que se iba y no volvía, no sólo con su ciudad, sino con el mundo entero, tal vez con la realidad misma: Sitio de aquellos cuentos infantiles, eres la tierra entera. A todas partes vamos no volver. Estamos por vez última en dondequiera. (2001: 95) 16 “A quien pueda interesar”, en Pacheco 2001: 102 17 Andrew. P. Debicki en su ensayo: “Perspectiva y distanciamiento y el tema del tiempo: la obra lírica de José Emilio Pacheco” incluido en la antología de Verani, analiza más a fondo cómo el tono conversacional determina el distanciamiento en el poema y a partir de este distanciamiento se podrá determinar si el poema es anecdótico o histórico; a mayor distancia, mayor Historia habrá en el poema. Ver Verani 1994: 62-80. 24 A partir de este poemario Pacheco se obsesiona cada vez más con rescatar las imágenes que el tiempo se lleva y que no nos devolverá jamás, de ahí que parece que deja de preocuparse por la estética, para que así el testimonio adquiera mayor importancia, como dice en “A quién pueda interesar”. Aunque no es así, pues a pesar de que su tono parezca llano es gracias a este lenguaje mesurado que su obra y sus temas adquieren todavía más peso. Además nos damos cuenta de que el poeta no canta con nostalgia ante todo lo devastado, no hace recreaciones idílicas de ese pasado que ya no está, y es que como él mismo lo dice en “Contraelegía”: Mi único tema es lo que ya no está. Sólo parezco hablar de lo perdido. Mi punzante estribillo es nunca más. Y sin embargo amo este cambio perpetuo, este variar segundo tras segundo, porque si él lo que llamamos vida sería de piedra. (2001: 38) Vemos hasta aquí como en tan sólo cuatro de sus libros hay claramente distintos matices del tiempo, en una primera etapa puede llegar a sonar hasta positivo, y sobre todo cosmogónico y filosófico; en No me preguntes cómo pasa el tiempo, hay un aire más reflexivo, mientras que en Irás y no volverás se vuelve hasta cierto punto romántico y mucho más pesimista. Así pues descubrimos como la poesía de Pacheco se va convirtiendo poco a poco en su enfrentamiento con el tiempo y sus destrucciones, y él, aunque se sabe derrotado, dará batalla tratando de inventariar, de escribir lo más que pueda sobre todos esos hechos pasados que no tendrán otra manera de volver. Es en su siguiente poemario Islas a la deriva (1976), en el que Pacheco hace 25 verdaderamente una crónica de la ciudad. En la segunda sección del libro, titulado “Antigüedades mexicanas”, el poeta recorre rápidamente desde la llegada de los españoles: “Y sobre esta piedra/ fundaremos el Nuevo Mundo”; describirá las costumbres que los extranjeros vieron al llegar, cómo al elegido por la deidades le abrían: “el pecho para alimentar,/con la sangre brotada del sacrificio,/ al sol que brilla entre dos volcanes.” En sus versos plasmará también el hallazgo del ave misteriosa que anunciaba el desastre de la Conquista: “Las profecías se cumplen. No habrá oro/ capaz de refrenarlos. Del azteca/ quedarán sólo el llanto y la memoria.” El mundo colonial aparece también ante nuestros ojos: la imagen de Sor Juana, y la censura de un poeta novohispano: “Como se ahogaba en su país y era imposible/ decir una palabra sin riesgo” para que al final, al igual que las ruinas de las viejas civilizaciones, como todo, él también haya sido olvidado: “Han pasado los siglos y [sus versos] alimentan/ una ciega sección de manuscritos.” Finalmente el poeta nos ofrece una mirada rápida de lo que quedó de esos palacios que hoy no son más que vecindades: En el XVIII fue palacio esta casa. Hoy aposenta a unas quince familias pobres, una tienda de ropa, una imprentita, un taller que restaura santos. Y una magnífica vista aérea desde la cual sólo se pueden ver “las costras, pesadas cicatrices de un desastre,”18 las cenizas de lo que hoy ya ni siquiera puede llamarse hoguera. Aunque en El reposo del fuego, Pacheco aborda el tema de la ciudad dedicando el poema que daba título al libro a la destrucción de la civilización prehispánica que tuvo que 18 Los poemas citados pertenecen a la segunda sección de Islas a la deriva, y son: “La llegada”, “Ceremonia”, “Presagio”, “Un poeta novohispano” “’Vecindades’ del centro” y “México: Vista aérea”, en José Emilio Pacheco (2000b). Tarde o temprano. pp. 166-177 26 suceder para el nacimiento de la ciudad, lo hace en un tono casi cosmogónico. Sin embargo, es quizá desde Islas a la deriva que el tema se vuelve aún más recurrente y que el poeta comienza a cronicar la destrucción de la ciudad, de su ciudad de una manera más cercana y también más pesimista. Y es que dicho tema servirá como apoyo a muchas de las ideas de Pacheco, sobre todo a la del incesante fluir del tiempo, si éste es destrucción, la destrucción más próxima y evidente es la de la ciudad, y si esas destrucciones conforman la Historia «La Historia se observará privilegiadamente escribiendo la Ciudad de México. Éste será el lugar al que se vuelve, recorriendo su Historia fantasmal, construyéndola a partir de la memoria» (Fisher 1992: 112). En Desde entonces (1980), refina aún más los problemas planteados sobre todo a partir de No me preguntes cómo pasa el tiempo, y también el de la ciudad y la vida cotidiana. Además confirmamos la postura de Pacheco ante los recuerdos. Para él escribir sobre el pasado no es simple ejercicio de la nostalgia irracional, como ya dije, él no mira al pasado para quedarse con lo mejor de éste y condenar el presente como afirma Daniel Torres. Pacheco no idealiza el pasado, por el contrario, él puede ver que también en el pasado hubo malos momentos porque como ya lo avizoraba en El reposo del fuego “Ningún tiempo pasado ciertamente/ fue peor ni fue mejor”. Así lo confirma en “San Cosme, 1854”: Pero no creas en la nostalgia inmemorable: debajo del tibio edén que se detuvo en la imagen había: desagüe a la intemperie, miles de esclavos, seis o siete horas para hacer la comida —y gran dificultad para bañarse. (2000b: 217) 27 Si ya en estos textos hay cierta crítica mordaz, reflejan la impotencia del poeta ante la destrucción, y muestra su predilección por la crónica, es en Los trabajos del mar, donde las denuncias del autor se hacen aún más notables. Además de seguir con esa imagen de una ciudad destruida que, con cada poemario, se vuleve más pesimista, Pacheco contrapone una idea que hace tomar mayor consciencia del paso del tiempo. En su poema “Malpaís” describe aquella ciudad de las montañas que era México antes de perder ésa privilegiada vista, pero añade que cuando por fin terminemos por destruirnos, las montañas serán de nuevo lo único que permanezca. Es difícil hallar en la poesía de Pacheco un símbolo deperpetuidad, sin embargo, en este poemario el poeta contrapone toda esa ola de destrucción con la inamovilidad de los volcanes que, a pesar de haberse vuelto invisibles, habrá un momento —tarde o temprano— que se convertirán en los únicos y eternos testigos de la destrucción, como lo han sido siempre. Si José Emilio Pacheco ha hecho la crónica de la destrucción desde la fundación de la ciudad misma, parece que en Miro la tierra (1986) su ciudad, herida ya de muerte, terminará por destruirse, aunque esta vez no por el paso del tiempo, que no es lo único que contribuirá a su devastación, sino también por los desastres naturales, como lo fue el terremoto de 1985. Si Pacheco pensaba ya que no se iba a volver a la misma ciudad porque todo es eterno cambio y destrucción, el terremoto vino a arrebatarle los pocos vestigios tangibles que quedaban de aquel tiempo pasado que ya se había ido: De aquella parte de la ciudad que por derecho de nacimiento y crecimiento, odio y amor puedo llamar mía (a sabiendas de que nada es de nadie), no queda piedra sobre piedra. […] Terminó mi pasado. Las ruinas se desploman en mi interior. 28 Siempre hay más, siempre hay más. La caída no toca fondo. El poeta se convence de que: La ciudad ya estaba herida de muerte. El terremoto vino a consumar cuatro siglos de eternas destrucciones. Y al final sólo queda la resignación de construir otra ciudad, “ruina sobre ruina” que pronto también será destruida: Con piedras de las ruinas ¿vamos a hacer otra ciudad, otro país, otra vida? De otra manera seguirá el derrumbe.19 Y es que esta crónica confirma lo que dice también en este poemario, en “«YO» Con mayúscula”: «Soy el que canta el cuento de la tribu/ y como “yo” hay muchísimos» (2000b: 337), aquel poeta de la tribu que como el escritor primitivo, dice John Updike, tiene el objetivo de: Servir como banco de la memoria e iluminar cuestiones esenciales para las identidad de la tribu: quiénes fueron nuestros heroicos padres, cómo llegamos a donde estamos, porqué creemos lo que creemos y porqué actuamos como actuamos. El autor no pronuncia sus propias palabras sino da únicamente su versión de lo que le contaron. […] Proclama en voz alta lo que todos saben o deberían saber y todos necesitan volver a escuchar. (Pacheco 1990: 11) En sus siguientes poemarios podría decirse que confirma una y otra vez las ideas y los temas que ha trabajado ya durante todo su obra poética, en Ciudad de la memoria (1989), además de la obviedad del título, Pacheco siente que se acerca el final del siglo y que pronto él también se convertirá en Historia, pues entiende que incluso la poesía es efímera y pasajera, y no sólo por su afán de corregir eternamente sus libros, sino porque como ya lo dijo Julián Hernández en No me preguntes cómo pasa el tiempo: “Todo poema es un ser 19 Versos de “La ruinas de México. (Elegía del retorno)” parte I, poema 3; parte II, poema 11; parte V, poema 12, en Pacheco: 2000b: 312, 317 y 333 29 vivo:/ envejece” (Pacheco 1998a: 97). Y es que si en su primer libro, el poeta mantenía la esperanza de que algo quedaría de la escritura: “Y si alguien vive yo estaré vivo”, nos dice en “Presencia”, el poeta se desencanta pronto y comprende que sus versos, al igual que todo lo que hay en el mundo, son también, efímeros. En El reposo del fuego llamaba “hoguera que no perdura” al poema, mientras que en su tercer poemario, recordando a los poetas romanos, comprende que lo mismo le pasará a sus versos: “Acaso nuestros versos duren tanto/ como un modelo Ford 69/ —y muchísimo menos que el Volkswagen” (1998a: 68). En Irás y no volverás acepta que “Más temprano que tarde la poesía/ llega a los claustros/ Bibliotecas que no consulta nadie” y aunque parece haber una esperanza: Sin embargo la llama no se extingue. Sólo duerme, prensada y seca flor en un libro, que de repente puede encenderse viva. En un poema páginas adelante vuelve a aceptar que “La poesía es la sombra de la memoria/ pero será materia del olvido” y no tendrá más destino que volverse “brizna, polvo”20 Así en Ciudad de la memoria, parece que es cuando comprende que lo único que queda es precisamente la memoria: Tal vez hay esperanza para la humanidad. Para nosotros en cambio no hay sino la certeza de que mañana seremos condenados —el estúpido siglo veinte, Primitivos, salvajes vigesímicos— con el mismo fervor con que abolimos a los decimonónicos […]21 20 Los primeros versos pertenecen a “Al terminar la clase” y los segundos a “Escrito con tinta roja” ambos en Pacheco 2001: 109 y 112, respectivamente. 21 “Los vigesímicos”, en Pacheco 2000b: 362 30 La poesía de Pacheco comienza aquí a sonar a despedida, y aunque sabe que —como siempre— estas son sus últimas horas, y que pronto será ruina, el poeta sigue conservando ese “grado cero en la emoción”, esa calmosa placidez que percibimos gracias a su lenguaje moderado y sin metáforas complejas, porque las cosas son simples, no hay motivo alguno para desgarrar sus vestiduras, ni añorar el pasado, porque esto no hará que vuelva. Muestra un enorme estoicismo por lo que está por venir, tiene lo que llama Doudoroff, una visión enérgica de la catástrofe (en Verani 1994: 148). Y esto es lo que lo acerca aún más al cronista que al poeta. Pacheco es consciente de lo que está por venir, de que es sólo un ave de paso: Sólo nosotros somos el pasado. Aves de paso que pasaron y ahora, poco a poco, se mueren. (2000b: 376) Lo único que quiere, y lo intenta mediante su poesía, es que al final tenga la certeza de haber vivido, como lo dice en sus poemas de Ciudad de la memoria. Y es que como sigue insistiendo en El silencio de la luna (1996), todo ya se fue, no habremos de volver a ningún sitio, las palabras dirán otra cosa al momento de escribirlas, ni siquiera nosotros permaneceremos siendo los mismos. No vale la pena seguir intentando conservar algo, porque todo cambiará: No hay que rendirse al pasado sino echar por la borda el lastre. Lo que fue hecho para frenar el instante se transforma en cadáver de aquel instante. Vivir ligeros, sin souvenirs, sin archivos. Lo que se ha ido se ha ido. Ya se fue. 31 El mañana vendrá como quiera y sin miramientos. Sobre todo sin miramientos.22 En “La Barranca del muerto” de nuevo aborda el tema de la ciudad destruida y se pregunta cómo podría volver a un lugar que ya ni siquiera está y es que entre menos vestigios tangibles subsistan, más difícil se hace recordar “Destruyeron la casa. Al demolerla/ erosionaron la memoria” (2004: 139). Cerca ya del fin de siglo, Pacheco publica dos poemarios: La arena errante (1999) y Siglo pasado (Desenlace) (2000), en ambos poemarios además de seguir con sus temas anteriores, se presentan también esas preocupaciones que eran propias a la época, ante el anunciado “fin del mundo”. Aunque cada vez con tono más prosaico, parece acercarse más a lo que ya presentaba como su objetivo en “A quien pueda interesar.” En La arena errante escribe, de manera sarcástica, sobre esos miedos recurrentes a lo largo de la Historia cada vez que termina un siglo o una década, enlazando de nuevo el pasado con el presente, fungiendo como profeta sobre lo que está por venir con el fin de siglo: «El 18 de mayo del 50 se va a acabar el mundo. Confiésate y comulga y encomienda tu alma a la misericordia de Dios Padre y pídele a la Virgen que ruegue por nosotros.» Todo esto me dijeron varias personas. El 18 de mayo esperé el terremoto, el diluvio de fuego, la bomba atómica. Como es obvio no pasó nada. Hay otras fechas para el fin del mundo.23 El poeta comprende que no es necesario ningún terremoto, diluvio obomba, porque 22 “Nuevo orden”, en Pacheco 2004: 54 23 “Fin de mundo”, en Pacheco 2000b: 504 32 todo se destruye poco a poco, día con día, y todos los días vamos presenciando el fin del mundo. Es por eso que el autor dejó de lado las metáforas y el lenguaje simbólico, porque se da cuenta que en las cosas simples se puede ver la destrucción del mundo, literalmente hablando. Reafirma también la idea del tiempo cíclico: “El tiempo hace lo que le dicta la eternidad:/ construye y destruye,/ Se presenta sin avisar y se va cuando quiere” (2000b: 533). En Siglo pasado (Desenlace), tal como lo anuncia el título, se advertirá que “lo posmoderno se ha vuelto ya preantiguo” y se reafirmará esa poética de la catástrofe en la que Pacheco ha basado su obra, y aunque el caos es ya incontenible: se entregan “hojitas que anuncian el fin del mundo”, las calles son invadidas por “clochards y teporochos” y “la violencia ha llegado aquí sólo para perpetuarla”, el poeta no se sorprende porque él ya lo veía venir, sabía lo que iba a pasar porque además de cronista Pacheco es profeta a fuerza de ver lo que a diario acontece en nuestra ciudad. Pacheco concluye el libro con “Despedida” en donde escribe: “Fracasé. Fue mi culpa. Lo reconozco./ Pero en manera alguna pido perdón o indulgencia:/ Eso me pasa por intentar lo imposible” (2000b: 606). Lo que parece algún tipo de disculpa por no haber cumplido con su tarea, con ésa que se impuso en “A quién pueda interesar” de ser cronista de la ciudad, es como si Pacheco no hubiera notado que ha inventariado la ciudad entera, los hechos, todos, que han destruido, construido y vuelto a destruir la ciudad, no se ha dado cuenta que ha escrito la Historia completa de la ciudad. Y es que a pesar de que a Pacheco le parezca que no ha cumplido con su deber de 33 cronista, lo ha hecho y lo sigue haciendo, pues en sus dos poemarios más recientes: Como la lluvia y La edad de las tinieblas (ambos de 2009), a casi diez años de su última publicación, podemos comprobar que sigue tratando de eternizar el instante, sigue escribiendo al eterno fluir del tiempo inasible, a la destrucción de su ciudad, quizá un poco más pesimista, mucho más preocupado y ocupado de la muerte. En Como la lluvia, como su nombre la anuncia, canta a las cosas que no duran, a todo aquello que se acaba, los soles, la Luna, la pasión de amor, incluso los versos acaban, como la lluvia. Escribe sobre “El gran ayer”, “El mañana”, “El año pasado”, “El después”, que al final significarán lo mismo, la destrucción que el paso del tiempo deja: el ayer, por medio de una fotografía antigua, nos dirá que “Su hoy ya fue/ En camino al abismo que espera a todos”; el mañana, que no hay esperanza porque el mañana es también después: A los veinte años nos dijeron: “Hay Que sacrificarse por el mañana” […] Me gustaría encontrarme ya al final Con los viejos maestros de aquel tiempo. Tendrían que decirme si de verdad todo este horror de ahora era el mañana. Del año pasado sólo recuerda que: “A su paso dejó más muertos/ y fue a morir entre los otros pasados.” Y del después: Para nosotros sólo existe el después. El instante se va, Se fue Y nada pudo asirlo. Todo es jamás para siempre.”24 A la ciudad la sigue describiendo como aquel lugar que ya no es, dice en “Ciudad de 24 “El gran ayer”, “El mañana”, “El año pasado” y “Después”, en Pacheco 2009a: 19, 49 y 88. 34 México”: “Paso por el lugar que ya no está,/ Me abandono a lo efímero, me voy/ Con las piedras que adónde se habrán ido” (2009a: 93). Se ha dado cuenta de que aquel fin del mundo que le anunciaron desde el 18 de mayo de 1950 en La arena errante, efectivamente no es la bomba o el terremoto, sino lo que vive a diario: “El fin del mundo ya ha durado mucho/ Y todo empeora/ Pero no se acaba.25 Pacheco reafirma lo que ya ha plasmado en sus libros anteriores, porque, a estas alturas tiene más que claro que al final todo está destinado a terminar en la basura: En el camión de la basura todo se va: Los objetos inútiles, los envases de plástico, Las ruinas de vida, los tributos desiertos Pagados a la muerte de los días, Los papeles, las cartas que ya nunca Volverán a escribirse Y las fotos de ayer. Todo lo nuestro está hecho Para acabar en la basura. (2009a: 80) Incluso, ahora nos dice también, quizá a manera de consuelo, que el tiempo mismo caerá un día al igual que todo y todos, sin embargo, por desgracia, no tendremos la oportunidad de presenciarlo: El tiempo no es eterno. Acabará también como el Sol. Lástima de verdad no estar aquí Para ver rencorosos la caída Del intangible inmenso que nos hizo Y con la misma naturalidad nos deshace. (2009a: 95) En La edad de las tinieblas, presenta poemas en prosa, que también se ligan con toda su 25 “El fin del mundo”, en Pacheco 2009a: 94 35 obra, la idea del fuego como metáfora del paso del tiempo y símbolo de su destrucción, así como la imagen de la ciudad en ruinas. Podemos leer de nuevo líneas que no son nuevas en la poesía de Pacheco, por ejemplo: “el desastre borró la antigua avenida Juárez” o “arde la noche.” Nos pinta de nuevo la ciudad como ese desastre en llamas: No, el infierno no ha ascendido a la superficie. Es que a causa del progreso la Tierra desciende al orbe subterráneo en donde sólo existe fuego oscuro. Poco a poco bajamos sin darnos cuenta hasta el centro de las llamas. Nos fundiremos con la hoguera en que empezó este error ya irreparable.26 Aunque en otros poemarios, el poeta parecía conformarse con los vestigios, con las ruinas de su ciudad, no obstante, ahora sabe que pronto ni siquiera eso quedará porque entiende que “Hasta los restos de las ruinas se hallan sujetos a la corrosión del tiempo”.27 Pero el tiempo no sólo es equiparado con el fuego, destructor de todas las cosas, sino también con el mar, y es que tal parece que a Pacheco el río de Heráclito le resulta no tan avasallante, necesita algo más grande y violento, pero de carácter igualmente cambiante que refiera su idea, y el mar sirve, sobre todo porque los ríos finalmente desembocan en el mar: Estoy aquí y allá, en México y en el extremo norte del mundo. El río brilla bajo la noche como una Luna que se va. Más que fluir parece volar hacia su fin. Me veo en este instante aquel momento. Son los días terminales de otro siglo. Las aguas corren así porque tienen prisa de llevárselo entero. Van a anularlo, absorberlo, nulificarlo, entregarlo —uno más— al océano del tiempo: el verdadero Mar de las Tinieblas que no se aparta de la costa y sin embargo no regresa nunca.28 A lo largo de la obra poética de Pacheco podemos advertir claramente cómo el tiempo se vuelve su principal motor, y no sólo por las alusiones obvias en los títulos de sus 26 “El color del calor”, en Pacheco 2009b: 34 27 “El arte del estrago”, en Pacheco 2009b: 45 28 “El océano del tiempo”, en Pacheco 2009b: 69 36 poemarios, sino porque esa preocupación se expresa en sus reflexiones sobre la época de destrucciones que ha atestiguado. Pacheco tiene miradas reflexivas en donde, a pesar de estar escritas en presente «se acumulan también pasado y futuro» (Dorra en Popovic 2007: 54), por ser reflexiones sobre el pasar del tiempo, que no intentan otra cosa, sólo ser descripciones que sirvan para hacer notar el cambio, porque como dice el refrán “cómo me ves te verás”, todo tiene el mismo fin, el tiempo es un ciclo interminable, el ciclo de la Historia. Y obviamente esas reflexiones serán creación: Pacheco parte de lo que ya no existe o estáen proceso de desaparecer, pero al transformarse ese acontecimiento en poesía lo reinventa en un intento de crear un nuevo mundo heredero de la Historia y experiencias pasadas obviamente diferente a ellas (Olivera-Williams en Verani 1994: 135). Y en donde hallará el mejor punto de partida para esas reflexiones será en la ciudad. La “narrativa” principal de su poesía será la ciudad. A lo largo de su obra poética plasmará la Historia de su ciudad, sus destrucciones, sin embargo no con un afán de denuncia, sino simplemente como testimonio, testimonio de lo que fue y de lo que será y es que en la Historia de su ciudad se halla la propia Historia del poeta, en sus calles, en sus ríos, al ver todos esos vestigios tangibles el poeta recordará de una manera más fácil aquellos instantes que guarda en su memoria y sin estos vestigios «La memoria, ‘nuestro bastón de ciego en los corredores y pasillos del tiempo’ es borrada y deshecha a partir de la destrucción de los signos que la provocan y la convocan, es decir, el entorno que le es familiar al sujeto, los lugares que guardan su pasado» (Fisher 1992: 127- 128). Así es como el poeta planteará el paso del tiempo, cuya víctima principal será la ciudad misma. Es con este escenario que el poeta proyectará mejor esa idea del tiempo, que, para Paz, 37 significa nada más que destrucción universal y que la Historia es un paisaje en ruinas, sí, pero que el poeta está dispuesto a reconstruir por medio de su testimonio, porque acepta que si pasamos por el mundo sin dejar huellas reales, lo menos que puede hacer es la crónica de los días, de esta ciudad a la que Paz llamó “novedad de hoy, ruina de mañana”, para así tener la certeza de que algún día en alguna biblioteca a alguna hora, la llama se encienda aunque ninguno sepa de qué se está hablando. 2.2 Narrativa: La desmitificación de la infancia Inicié yo la primera parte de este capítulo dedicado a la poesía de Pacheco, con una afirmación de Staigner, que sostiene que el objetivo de la poesía es eternizar un instante en la vida. Sin embargo, en varios de sus cuentos, lo que José Emilio busca es eternizar un momento determinante en la vida. Y aunque tanto poesía y narrativa recurren al pasado, comprobaremos que la primera lo hará al recuerdo y la segunda a la memoria. Notaremos que el narrador retoma algunos de los temas que el poeta abordó con maestría, pero también inserta otros. Lo interesante es observar que todos se siguen vinculando con aquella preocupación por el tiempo que transcurre, que se vuelve tiempo pasado y que se evoca sobre todo en su poder destructor. A semejanza de lo que pasó con sus dos primeros libros de poesía en los que Pacheco era mucho más metafórico y utilizaba símbolos más complejos para plasmar sus ideas; en sus primeros relatos recopilados en La sangre de Medusa (1958)29 —mostrará, además de una “descarada influencia” de Borges— una tendencia hacia lo mítico y filosófico, estilo 29 “La sangre de Medusa” y “La noche del inmortal” fueron publicados en 1958 por Juan José Arreola, en uno de Los Cuadernos del Unicornio. En 1978 son publicados junto con algunos otros cuentos recogidos de revistas y periódicos. En 1990, [muy] corregidos y aumentando la cantidad de relatos publica finalmente lo que llama la “primera edición” de La sangre de Medusa y otros cuentos marginales. 38 que abandona a partir de su segundo libro de cuentos, El viento distante, como abandonó las cosmogónicas metáforas de su poesía a cambio de la actitud social de cronista. No obstante, en los cuentos incluidos en su primer libro de narrativa comenzará ya a prefigurar algunos de sus temas recurrentes y que tienen que ver con el tiempo: «La fascinación por la Historia, por la repetición, por la presencia del pasado en el presente. […] Otra nota persistente: la del tiempo como fuerza destructora junto con la pérdida de ilusión que el paso del tiempo implica» (Bockus en Verani 1994: 187). La preocupación por la Historia que tiene Pacheco se manifiesta en dos vertientes bien marcadas, la primera de ellas se halla plasmada en sus inicios: Los comienzos esteticistas y el regodeo en los mitos. [Y la segunda:] una preocupación creciente y absorbente por la realidad del mundo y de su país, lo que podría llamarse el sentimiento apocalíptico de su literatura. (Ruffinelli en Verani 1994: 173) Sentimiento que, además de manifestarse claramente en su poesía, lo hará también en sus textos narrativos posteriores. A pesar de que los temas de sus primeros relatos son muy diferentes a los que estarían por venir, es evidente el interés que el escritor tiene por el tiempo. José Emilio elabora en algunos de ellos complicadas estructuras temporales, como la homologación, alternancia y paralelismo de tiempos y épocas distintas como lo lleva a cabo en “La sangre de Medusa” y “La noche del inmortal”, recursos que utilizará también en obras posteriores, añadiéndoles un tono aún más fantástico como “Langerhaus” y “Cuando salí de la Habana, válgame Dios”—cuentos incluidos en El principio del placer (1972) —. Muestra también un notable interés por plasmar la Historia de un hecho determinado, su obra más significativa en este aspecto es, quizá, Morirás lejos (1967), que narra por una parte la ficción: la vida de un nazi refugiado en México y por otra, el hecho histórico: la persecución del pueblo judío. 39 También hay cuentos que se pueden considerar dentro de esta línea como “La luna decapitada” que cuenta la historia de un revolucionario carrancista. Aunque la mayoría de estos relatos en los que juega con el tiempo son de corte fantástico, notamos cómo el escritor evoluciona en cuentos incluidos en las ediciones posteriores de La sangre de Medusa, acercándose cada vez más al escritor-cronista en el que se convirtió. En “Paseo en el lago”, por ejemplo, percibimos la nostalgia que Edelmira siente al recordar su ciudad y cómo se duele de «los cambios que estaban arruinando el puerto [...] [aquéllos que] habían acabado con el Veracruz de los buenos tiempos» (1990: 51). Narra, además, algunos hechos históricos que vivió, referentes a la Revolución Mexicana. Por otra parte, en el apartado IV del libro, titulada “Casos de la vida irreal” leemos también algunas muestras de lo que estaría por venir. En “El visionario”, tal como su nombre lo indica, se predice lo que le esperaría a las ciudades entre ellas la propia y que describiría muchas veces Pacheco como: «México, inmensa ruina de fealdad y desastre» (1990: 102), de la misma manera en “Teleguía” descubre que «nuestras congojas no han terminado. Tal vez lo peor esté por sucedernos todavía» (1990: 102). Pacheco encuentra una ciudad en ruinas que debe narrar antes de que termine por destruirse. En “Dicen”, comienza ya a expresar aquella que será una constante en su obra: la lamentación por el cambio a consecuencia del incesante fluir del tiempo, que nos ha llevado a un presente terrible, pero que indica que nos llevará a un futuro aún más horroroso: «Todo está mal y se va a poner peor. El caso es que estos seis años, de 1968 a 1974, han sido infames, de veras que sí. Ya no se puede vivir en esta ciudad que antes era tan bonita y tan tranquila» (1990: 113). 40 Con estos cuentos y otros como “Gulliver en el país de los megáridos” en donde construye a manera de parodia la imagen de la ciudad, y “La catástrofe”, que habla de un México bajo el contexto de una mala política con toques de ficción, Pacheco «va progresivamente abandonando el esteticismo metafísico y borgiano de los comienzos para elaborar, sobre una creciente conciencia social, una imagen apocalíptica del presente y del futuro» (Ruffinelli en Verani 1994: 173). Como expuse anteriormente, la patria temporal del poeta lo obligaa observar y por tanto escribir sobre ese horror en que se ha convertido la ciudad para descubrir, no sólo que siempre ha sido así, sino que se pondrá peor a medida de que el tiempo pase y derrote toda aspiración a permanencia. Además de añadir el elemento fantástico, como ya mencioné, en los cuentos maduros y sus novelas cortas posteriores domina una vertiente que es la que más me interesa por su relación directa con el paso del tiempo, la referida al mundo de la infancia y la adolescencia. A partir de su segundo libro de narrativa y en los siguientes, el escritor comienza a contar las historias de iniciación de esos niños y adolescentes, aumentando el número de relatos de este tipo con las ediciones posteriores. En El viento distante, El principio del placer y Las batallas: predomina la evocación del desolado proceso de crecer: el despertar sentimental de los niños a quienes nadie toma en cuenta, la esterilidad de la infancia, el desamparo y la orfandad, la pérdida de ilusiones por la insensibilidad de los adultos, humillaciones y rivalidades, la indiferencia ante la injusticia, la comunicación imposible. (Verani en Verani 1994: 266) Todo esto se da en una situación límite que dura un instante, es por eso que mencioné al principio de este apartado que aquello de capturar el instante también se intenta en su narrativa, porque precisamente Pacheco plasma esos momentos en los que los personajes se 41 enfrentan con la realidad y da una especial importancia al tiempo, pues descubrimos con esto que un solo momento significa más que años, semanas o días. Y es que el instante también ayuda a darnos cuenta de son sólo los comienzos de la iniciación. Además de presentar situaciones similares, los personajes de las narraciones30 de Pacheco comparten también características entre sí. Sin embargo cabe antes aclarar que a pesar de ser historias parecidas e incluso algunas conectadas con otras, es importante distinguir, que no todas son relatadas desde la misma perspectiva temporal. Dicha perspectiva dependerá del narrador, sobre todo si es narrador-protagonista y gracias a esto podremos apreciar una percepción del tiempo diferente en cada historia. Hay narraciones que se cuentan en “pasado”, el cual es lejano respecto al “presente” del relato, es decir desde que son adultos y recuerdan la situación, como “Tarde de Agosto”, “La cautiva”, “El viento distante” y por supuesto Las batallas, en donde se distinguen dos voces: la del “yo-niño” y la del “yo-adulto”; por otra parte están aquellos que son narrados por niños desde lo que es el “presente” de la historia, por ejemplo, “El castillo en la aguja” y “El parque hondo”. Narrados desde ese presente, también se puede distinguir la perspectiva temporal del personaje, por ejemplo, gracias a ésta, se nota que Jorge de “El principio del placer” y Adelina de “La reina” son un poco mayores que otros de los protagonistas. Según Castagnino, la edad es un factor importante en las perspectivas temporales subjetivas, por lo que la manera de relatar y los hechos relatados nos dice frente a qué narrador nos encontramos. Los niños, por ejemplo, tienen sus perspectivas temporales poco 30 Utilizo el término narraciones y no cuentos porque me permite incluir “El principio del placer” y Las batallas, que son sus novelas cortas, sin hacerme, además, detener en una disertación inútil —en este caso— sobre si son novelas o cuentos largos. 42 diversificadas, así los personajes de “El castillo en la aguja” y “El parque hondo” reciben su “iniciación” quedándose prácticamente en shock, pues no pueden tener expectativas de ningún tipo. Los adolescentes viven la dimensión futura, por lo que tanto Jorge como Adelina, sí piensan en un futuro, el primero tiene la esperanza de que con el paso del tiempo lo que le sucede le «llegue a parecer cómico lo que ahora [ve] tan trágico» (Pacheco 1998b: 55), como ya le pasó con sus ilusiones de niño, y la segunda lanza su amenaza hacia el futuro «Ya verán, ya verán el año que entra» (Pacheco 2000a: 72). Mientras que el hombre cerca de la senectud agiganta el pasado. Aunque no sabemos bajo qué contextos narran sus vivencias ni qué edad tienen exactamente los personajes, podemos intuirlos al leer los dolorosos recuerdos de Alberto31 de “Tarde de agosto”; de Carlos32, de Las batallas y de los personajes de “La cautiva” y “El viento distante”. Antes de seguir, cabría aquí hacer una delimitación de los textos que analizaré brevemente porque además de relacionarse directamente con Las batallas, ejemplifican mejor la temática que más me interesa para este estudio y explicar porqué hago tal selección. Aunque hay cuentos que tratan sobre la infancia y adolescencia, así como del paso del tiempo, los cuales son: “La cautiva”, “No entenderías”, “Aqueronte” y “El viento distante” y a primera vista podríamos decir que se vinculan directamente con otros de los cuentos ya mencionados, veremos que en realidad no es así. Mientras que los personajes de “Parque hondo”, “Tarde de agosto”, “El castillo en la 31 Conocemos el nombre del personaje anónimo de dicho relato con la publicación de Las batallas, casi 20 años después de la primera edición de El viento distante, Carlitos dice refiriéndose a sus amigos: «Alberto porque su madre viuda trabajaba en una agencia de viajes» (p. 17), notamos que el personaje de “Tarde de agosto” que no recordaba a su padre muerto y cuya madre trabajaba en una agencia de viajes son el mismo. 32 Para los fines prácticos de este trabajo, llamaré al personaje de Las batallas Carlos cuando me refiera al narrador y Carlitos, al personaje. Abordaré un poco más sobre esta diferenciación en el siguiente capítulo. 43 aguja”, “La reina”, “El principio del placer” y Las batallas son personajes solitarios, cuyo contexto social y familiar los obliga a mantenerse aislados, observamos que el personaje de “La cautiva” e incluso sus amigos, Sergio y Guillermo, viven en un contexto diferente. En primer lugar está la familia, con quien al menos se trasluce que hablan «repetimos su explicación [del maestro] ante nuestros padres» (Pacheco 2000a: 41), además después de la cruda experiencia que vivieron son apoyados tanto por sus familias como por el cura: «El padre nos condujo a la iglesia para hacernos la señal de la cruz con agua bendita. La madre de Guillermo nos dio valeriana y té de tila» (Pacheco 2000a: 44) y es un adulto quien acepta su versión de los hechos, y no quien comete una afrenta contra ellos como pasa en otras narraciones. La experiencia que les toca vivir aunque significa un enfrentamiento con la muerte y por lo tanto con el paso del tiempo y la realidad, no será tan traumática como las de otros personajes, no desearán no haberla vivido, a pesar de que en el protagonista permanezca el miedo a los temblores. En “No entenderías”, se narra, por un adulto, lo que parece ser el primer roce que una niña tiene con la realidad. El padre sabe que esto es sólo el adelanto de una situación de iniciación, o de varias, que algún día tendrá que vivir su hija para por fin “entender” y que no será nada agradable, no obstante se queda en eso, sólo en “un adelanto”. En “Aqueronte” se aborda la temática de la “imposibilidad de comunicación”, y se vincula con el tiempo porque narra también la fugacidad de un instante, el cual se entiende gracias a la insistencia con la que se refiere a la hora, el narrador nos dice que todo sucede en “quince o veinte minutos”. Los personajes no aprovechan ese pequeñísimo momento que tienen para acercarse y hablarse. Entra en la temática de “situaciones de iniciación” debido a que ambos toman conciencia del rápido fluir del tiempo, además se incluye el 44 espacio,
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