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Gómez, V P (2008) Filosofía Preguntas que a todos nos conciernen Editorial Gran Austral - Jesús Brizuela

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GRAN 
AUSTRAL 
Filosofía 
lnterrogaciones que 
a todos conciernen 
Víctor Gómez Pin 
GRA . 
AUSTR � -
Filosofía 
Interrogaciones que 
a todos conciernen 
Víctor Gómez Pin 
© Víctor Gómez Pin, 2008 
© Espasa Calpe, S. A., 2008 
Derechos cedidos a través de Silvia Bastos, S. L. Agencia literaria 
Diseño de cubierta: Cristina Vergara 
Depósito legal: M. 19.487-2008 
ISBN 978-84-670-2699-3 
Reservados todos los derechos. No se permite reproducir, 
almacenar en sistemas de recuperación de la información ni 
transmitir alguna parte de esta publicación, cualquiera que 
sea el medio empleado -electrónico, mecánico, fotocopia, 
grabación, etc.-, sin el permiso previo de los titulares de los 
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Espasa, en su deseo de mejorar sus publicaciones, agradecerá 
cualquier sugerencia que los lectores hagan al departamento 
editorial por correo electrónico: sugerencias@espasa.es 
Impreso en España/Printed in Spain 
Impresión: Huertas, S. A. 
Editorial Espasa Calpe, S. A. 
Vía de las Dos Castillas, 33. Complejo Ática - Edificio 4 
28224 Pozuelo de A/arcón (Madrid) 
Renérentzat, zeinak «dena hitzaren bidez egina dela» dakien 
En el semestre de otoño de 2007, mis alumnos de la Venice 
lnternational University me siguieron con paciencia en esta 
reflexión. Mis alumnos de la U.A.B. les precedieron. A. Roger 
transcribió y discutió las partes técnicas del manuscrito y F. Adell 
palió mi incompetencia informática. A todos ellos, 
mi agradecimiento. 
Venecia (septiembre de 2007-febrero de 2008) - Ronda (16 de febrero de 2008) 
ÍN DIC E 
PÓRTICO 
IN T ERROGACION ES QUE A TODOS CONCIERN EN 
l. Los MEANDROS DE LA INTERROGACIÓN .. . .. . .. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 41 
Peso de la interrogación más bien que de la respuesta . . .. . 41 
Toda lengua es filosófica . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 42 
El hombre se pregunta por el hombre ............................. 44 
Tras la física . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 46 
Tras la matemática .......................................................... 49 
Cosmos, infinito, tiempo ............................................... 51 
La vida y su diversificación . . . . . . . . . . . . . . . . .. . .. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 5 3 
Razones de Aristóteles . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 54 
Razones de Darwin . . . y de sus hermeneutas ................... 55 
Tras la genética y la lingüística . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 56 
Cultura, éthos y ética . . . . . . . . . . . .. . . . . . . . .. . . . . . . . .. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 5 8 
«Salvar la ciudad» ........................................................... 61 
Atenas sin esclavos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 62 
2. MEDIR Y CONFIGURAR EL MUNDO (1) .................................. 65 
El hombre de Herto ....................................................... 65 
El niño y la geometría- .................................................... 68 
Lugar y vacío . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 70 
10 ÍNDICE 
Entorno animal y entorno humano ............................... . 
Cosas a distancia del origen .. . cosas distanciadas entre sí . 
A imagen y semejanza de un Dios euclidiano ................ . 
Digresión: La limitación euclidiana y el mal .................. . 
TRANSICIÓN ....................................................................... . 
71 
74 
77 
79 
83 
3. NATURALEZA ELEMENTAL ................................................... . 85 
85 
86 
87 
89 
93 
97 
De la sombra a la sustancia ........................................... .. 
Lo superficial no es substancial ..................................... .. 
Digresión: Un continuo mirífico ................................... . 
Rasgos elementales de lo físico ....................................... . 
La mayor subversión en el concepto de ente ................. .. 
El fin de una ilusión griega ........................................... .. 
4. NATURALEZA VIVA ............................................................... 101 
El estupor ante la vida ................................................... . 101 
El origen de la vida .................................................................. 103 
Eide (especies): Clasificación de los seres vivos .. . .. . .. .. .. . .. . 1O5 
De Linneo a Carl Woese ................................................. 106 
Especies y genoma . . . . .. . .. . . .. . .. . .. . . . . . . . .. . .. . . . .. . . . . . . .. . . . . . . . . . . .. .. 108 
Secuencias reguladoras y las diferencias entre chimpancés 
y humanos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .. .. . . . . . . . . . . . . . . . . .. .. . .. . .. . .. . .. . . . .. . . . . . 109 
Diferencia material: Secuencias repetitivas y la distinción 
entre individuos ......................................................... 112 
La cuestión del sentido de la vida . . .. . .. . .. .. . . . . .. . .. .. . .. . . . .. . .. . 113 
Conocimiento animal y conocimiento humano . . . . . . .. . . . .. . 117 
Experiencia, t�cnica y ciencia . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 118 
Conciencia y animalidad: Uso equívoco del término con-
ciencia . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 121 
ÍNDICE 1 1 
Bloques constitutivos de la conciencffi. ............................ 124 
Homo sapiens, Homo loquens ..... ...................................... 129 
5. HOMO SAPIENS, HOMO LOQUENS ....................................... 133 
Mitocondrial Eva ............................................................ 133 
Evolución según el instinto del habla .............................. 135 
La singularidad del instinto del lenguaje ......................... 137 
Cuando un código de señales trabaja para sí mismo ........ 139 
La carne se hizo verbo . .. . . . . . .. . . . . .. . . . . . . .. . .. .. .. . . . . .. . .. . . . .. . . . . . . . 141 
Digresión: Peguy tras Darwin .. . .. .. .. .. . .. . .. .. . . .. . .. .. .. .. .. . .. . .. . 143 
Lenguaje humano y códigos animales ............................. 144 
Arbitrariedad del signo lingüístico y categorización del 
entorno a través del lenguaje ....................................... 147 
Digresión: La derrota de las lenguas ................................ 152 
De lo natural de E. coli a lo antinatural del lenguaje (re­
torno a lac operón) . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .. . .. . . . . . .. . .. . .. . .. .. .. .. .. 154 
¿Aprendió realmente Washoe el lenguaje humano? ......... 159 
¿ Pueden pensar las máquinas . . . tal como hacen las perso-
nas? ............................................................................ 160 
Pensamiento maquinal y pensamiento animal ................ 163 
Objeciones filosóficas al pensamiento maquinal ............. 166 
Una dificultad: inteligencia y redes neuronales ............... 168 
6. LIBERTAD, MORALIDAD, JUICIO ESTÉTICO ............................. 171 
Moralidad y condición animal .. .. .. .. .. .. .. .. .. . .. . .. . .. .. .. .. .. . .. . . 171 
Moralidad como salto cualitativo en la evolución ........... 177 
Del éthos que singulariza al ser humano .......................... 179 
Moralidad y sometimiento a la razón . ... .. .. .. .. . .... .. ... . .. .. .. . 181 
Moralidad y sometimiento a la palabra .. ....... ... ............... 185 
¿ Moralidad legitimada por la ciencia o ciencia como coro-
lario de la moralidad? .................................................189 
Lenguaje y promesa de libertad ...................................... 195 
12 ÍNDICE 
Las condiciones de la libertad . . .. . .. . . . . . . . . . . . . . . . . . .. . . . . . . .. . . . . . . . 199 
Del uso falaz del lenguaje como universal antropológico . 205 
Apostar al pensamiento .. . y desesperar del mismo .......... 208 
Andreia: Rasgos distintivos del sujeto ético ...... .... .. .. .... .. . 21 O 
La cuestión del juicio estético ......................................... 218 
1 • • I I • 228 mag1nac1on y metr1ca ................................................... . 
7. MEDIR Y CONFIGURAR EL MUNDO (2) .................................. 231 
Posición y lugar natural .. .. .. .. . . .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. 231 
Localizado ... y carente de lugar ....................................... 233 
Lugar y materia . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 234 
Búsqueda de la invariancia: La importancia del teorema 
de Pitágoras . . .. . . . .. . .. . . . . . .. . . . .. . . . . .. . .. . .. . .. . .. .. . .. .. . . . . .. . . . . . . .. . 236 
Invariancia de la rectitud y múltiples tipos de líneas rectas . 239 
Rectitud de los grandes círculos .. .... .. ...... .. .. .... .. .. .... .. .. .... 241 
Espacio e invariancia: La perpendicular .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. 243 
Infinitud de ejes de coordinación . . . lnvariancia en la me-
dida ............................................................................ 243 
Espacio físico: El fantasma de la Tierra plana .................. 248 
Espacio físico: Cuando falla la geometría euclidiana ....... 250 
«Todo plano es revirado»: La necesidad de trascender la 
inevitable intuición euclidiana .................................... 251 
No cabe recta (clásica) en superficie curva .. . Ni plano 
(clásico) en espacio curvo ........................................... 253 
La Tierra es, pues, redonda .. . ¡Y el espacio, curvo! .......... 255 
Esfera tetradimensional .................................................. 257 
¿Fórmula sin forma? ................................ ....................... 259 
El corte euclidiano .......................................................... 261 
Corte euclidiano versus adecuación a la curvatura ........... 263 
Paradigma cauográfico . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 266 
Metabolé en los triángulos .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. . 268 
Esferas adyacentes .......................................................... 270 
ÍNDICE 13 
Digresión: de Dante a Riemann . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .. . . . . . . . . . . . . . . . 27 4 
Tiempo: medida del cambio corruptor . . .. . . . . . . . . . . . . .. . . . . . . . . . 278 
Irrealidad física y peso antropológico de tiempo y espacio 
absolutos (lo irreductible de Kant) . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 283 
8. DEL CONTINUO AL INFINITO . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 287 
El problema del mal y el problema del continuo ............. 287 
La cuestión del infinito cosmológico ............................. . 
Un paradigma griego: Universo esférico finito y denso .. . 
E 
. , I'. . _n expans1on ... ergo i1n1to ............................................ . 
La medida del universo .................................................. . 
288 
290 
295 
299 
Repudio y reivindicación del infinito matemático . . . . . . . . . . 301 
De lo infinitamente grande a lo infinitesimal .................. 303 
EPÍLOGO . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 307 
ANEXOS TÉCNICOS 
DEL ELECTRÓN AL FOTÓN . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 313 
INTERPRETACIÓN CANÓNICA DE LA MECÁNICA CUÁNTICA . . . . . . . . . 321 
CONCEPTOS CENTRALES EN.GENÉTICA . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 337 
EL MODELO LACTOSA OPERÓN . . . . . .. . . . . . .. .. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 347 
Los FÓSILES DE HERTO . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 3 51 
UN GEN DETERMINANTE DE LA PALABRA Y DEL LENGUAJE . . . . . . .. . . 355 
VARIABILIDAD GENÉTICA COMO CRITERIO PARA INTERPRETAR LA 
EVOLUCIÓN Y EL ORIGEN DE NUESTRA ESPECIE . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 359 
UN SOFISTICADO CÓDIGO DE SEÑALES . . . . . . . .. .. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .. .. . 367 
Los INTENTOS DE OTORGAR LA PALABRA A PRIMATES · · · · · · · · · · · · · · · · · 373 
MEMORIA y SINAPSIS . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 381 
¿QUÉ TIPO DE RASGO EMERGENTE SUPONE EL LENGUAJE? . . .. . . . .. . 383 
LUGAR Y TIEMPO ARISTOTÉLICOS 389 
14 ÍNDICE 
EUCLIDES: DEFINICIONES, POSTULADOS Y AXIOMAS . . . . . . . . . . . . . . . . . . 395 
DE LAMBERT A EINSTEIN: PROGRESIÓN EN LA IDEA DE UN ESPA-
CIO NO EUCLIDIANO . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 399 
TEORfA DE LA RELATIVIDAD . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 415 
NÚMEROS INFINITESIMALES Y NÚMEROS TRANSFINITOS . . . . . . . . . . . . . 431 
ÍNDICE ONOMÁSTICO . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 447 
PÓRTICO 
INTERROGACIONES QUE A TODOS 
CONCIERNEN 
Es una situación embarazosa la de alguien que, al ser pregun­
tado por su profesión, ha de responder «filósofo» o incluso «profesor 
de filosofía». Y el problema no reside tanto en que el interlocutor no 
sepa en qué sector del conocimiento o de la técnica encasillar tal res­
puesta, como en el hecho de que, probablemente, el propio filósofo 
tampoco lo sabe. 
Un filósofo es desde luego una persona cuya tarea es pensar, 
pero esto también caracteriza a Ramón y Cajal, Einstein, Gauss . . . , 
a los que nadie (al menos de entrada) califica de «filósofos». El emba­
razo del profesional de la filosofía se acentuará además por una sos­
pecha de lo que, ante su respuesta, el interlocutor empezará a barrun­
tar. Pues si se hiciera una encuesta en fa calle sobre el tema, la gran 
mayoría de los interrogados haría suya una opinión del orden si­
guiente: «Los filósofos son tipos que hablan sobre asuntos que sola­
mente a ellos interesan y en una jerga que solo ellos (en el mejor de 
los casos) entienden». 
Obviamente el profesional de la filosofía protestará y hasta se 
sentirá ofendido. Pero tiene en su contra el que esta popular idea de 
lo que sería la disposición filosófica, encuentra reflejo en el trabajo 
efectivo de muchos de sus colegas y (lo que es más grave) no forzosa­
mente en el de aquellos que hoy gozan de menor prestigio. De textos 
escritos generalmente en lenguas que al común le son ajenas, los filó­
sofos extraen material para sutilísimos argumentos a favor de tal o 
18 FILO SOFÍA. I NTERROGACIO NES QUE A TO DOS CONCIERNEN 
cual posicionamiento respecto a asuntos que suelen tener una de las 
sigui en tes características: 
- La erudición es el soporte del problema mismo. Así es cuando se 
trata de saber si determinado pensador latino de segunda fila pu­
diera eventualmente haber hecho suya tal o cual tesis estoica. 
- El problema concierne efectivamente a todo el mundo. Pero a la 
hora de posicionarse respecto al mismo no se necesita en absoluto 
recurrir a autoridad más sabia: nadie, por ejemplo, duda de que el 
aprovechamiento del que está en situaciónde debilidad convierte 
al aprovechado en un canalla. Es decir, nadie necesita «profesores 
de virtud». 
- El problema concierne asimismo a todos, pero presenta una aporía 
irreductible que la literatura (la tragedia griega en primer lugar) ha 
plasmado con toda acuidad: ¿qué hacer, por ejemplo, cuando la 
ley oscura que vincula por lazos de sangre o amistad, entra en con­
tradicción con las leyes que regulan el orden social en el que uno se 
reconoce? En este caso, la dificultad no estriba en lo laborioso de la 
reflexión que conduciría a ver la salida cabal. Hay eventualmente, 
sin embargo, exigencia de acción, de toma de partido, exigencia 
que literalmente desgarra al individuo, de ahí la tragedia. 
Para resumir: el discurso caracterizado como filosófico pecaría 
de esoterismo terminológico, encubridor de una ausencia de autén­
tica problemática. Esto último, o bien en razón de que lo discutido 
es contingente respecto de las preocupaciones esenciales de los hu­
manos, o bien en razón de que lo discutido no tiene solución gene­
ral, ni por tanto solución que dependa de la radicalidad reflexiva, 
menos aún solución que dependa de riqueza informativa. 
Cabe mencionar, asimismo, una tercera modalidad bajo la cual 
se presenta la filosofía y que no es menos indigente que las anterio­
res. Se trata de su imagen como consuelo espiritual frente a las vicisi­
tudes negativas. En nuestros tiempos, tal imagen ha dado lugar a la 
Pó RTICO 19 
aparición de ensayos filosóficos mediáticamente voceados que (con 
mayor o menor pudor y mayor o menor agudeza) nos ofrecen un 
equivalente de los antiguos breviarios en los que se refugiaba la sabi­
duría popular. Uno de los más exitosos vinculaba opositivamente 
(hace ya unos diez años) un conocido medicamento antidepresivo a 
la filosofía, que, a juicio del autor, debería sustituir al primero. 
Dado que una de las cualidades de tal droga es la de neutralizar 
las razones de ansiedad provocadoras de insomnio, su homologación 
a la filosofía permitiría catalogar a esta última entre las modalidades 
contemporáneas de la tisana. Propongo, pues, al lector de tal ensayo 
que, a la hora de apagar la lámpara, enriquezca el cúmulo de rituales 
encauzadores del sueño con el abordaje del siguiente problema (¡filo­
sófico donde los haya!): 
¿Es el mundo realmente finito? Y, en tal caso, suponiendo que 
responde al modelo de la esfera riemanniana (en lugar de tener forma 
de esfera simple, como el mundo finito de Aristóteles) . . . , ¿hay ma­
nera de que la imaginación alcance a representar tal mundo?, o, en 
otros términos, siendo nosotros tridimensionales, ¿hay manera de 
dar imagen al concepto de un espacio curvado? Tras esforzarse toda 
la noche en hallar respuesta adecuada a ese problema, el lector de algu­
no de los breviarios aludidos estará en condiciones de discernir si, 
efectivamente, la imagen de la tisana es válida tratándose de filosofía. 
Esta alusión a los empleos ilegítimos de la palabra filosofía 
apunta a poner de relieve que el discurso filosófico· es a menudo vam­
pirizado por una operación que traiciona los orígenes mismos de la 
ilosofía, operación que tienda más bien a encubrir que a desvelar. 
Por decirlo llanamente: el lugar de la filosofía habría sido ocupado por 
usurpadores. Mas en esta hipótesis: ¿cuál sería la característica del 
discurso que respondería a la exigencia filosófica? Se intenta aquí dar 
una respuesta de mínimos. La filosofía se enfrenta a interrogantes 
ue se presentan al espíritu en cuanto este deja de estar distraído. 
Entendiendo por distraído lo siguiente: ocupado en problemas con-
20 FILOSOFÍA. I NTER ROGACIONES QUE A TO DO S CONCIERNEN 
tingentes, es decir, problemas que (por apremiantes y hasta dramáti­
cos que puedan ser) no son parte de las alforjas elementales de la 
humanidad, no se presentan necesariamente en toda organización hu­
mana concebible. 
Difícil es para el filósofo convencer (tanto a los demás como a 
sí mismo) de que en los ejemplos expuestos hay mucho de burda ca­
ricatura y que, en realidad, filósofo es exclusivamente aquel que habla 
de cosas que a todos conciernen y lo hace en términos, de entrada, ele­
mentales y que solo alcanzan la inevitable complejidad respetando esa 
absoluta exigencia de transparencia que viene emblemáticamente 
asociada al nombre de Descartes. 
Recuperar la disposición filosófica es obviamente tanto más ur­
gente cuanto más alejado se halla uno de ella. Este presupuesto tiene 
una consecuencia inmediata sobre el instrumento de la filosofía, que 
no es otro que el lenguaje inmediato e inevitablemente equívoco, del 
que se nutre la vida cotidiana. En el hablar ajeno a la jerga filosófica 
ha de encontrar la filosofía no solo arranque, sino tensión e impulso 
para sus objetivos. Mas precisamente por lo ambicioso de estos, la fi­
losofía acaba exigiendo un grado de tecnicidad y hasta de erudición 
que incluye, por supuesto, la historia misma de la filosofía. 
Los filósofos suelen a veces decir que los textos fundamentales· 
de la líistoria de la filosofía son para ellos el análogo de lo que el la­
boratorio es para el científico. Aunque esto es desde luego exagerado, 
no hay duda de que en tales textos se fraguan las interrogaciones filo­
sóficas elementales. Cuando las mismas son vivificadas por los ele­
mentos de información que aporta la ciencia contemporánea y por 
las interrogaciones de los grandes artistas de nuestro tiempo, enton­
ces . . . la reflexión filosófica acerca al ser humano simplemente a lo 
que Aristóteles definía como su condición, a saber: la de un animal 
que busca satisfacción en el saber. 
Pero ha de insistirse en que la complejidad técnica no puede 
aparecer desde el origen, y menos aún cabe empezar con esos guiños 
Pó RTICO 21 
que se hacen mutuamente los eruditos. El filósofo arranca hablando 
en términos profundamente cargados de sentido y lo hace combi­
nándolos de manera simplemente razonable, es decir, evitando en lo 
posible la niebla conceptual y la interferencia de sentidos. Y aunque 
toda la historia de la ciencia y toda la carga de espir�tualidad concen­
trada en la historia del arte son instrumentos tan imprescindibles 
como insuficientes para responder a una sola de las 'elementales in­
terrogaciones abiertas por Aristóteles, cada ingrediente técnico o 
erudito ha de ser introducido en el momento realmente útil y desple­
gado en términos que solo progresivamente adquieren complejidad. 
Filósofo es quien, simplemente, ha asignado a su mente el obje­
tivo más ambicioso que cabe esperar. Y se trata esencialmente de no 
ir de farol. Así, cualesquiera que sean las vicisitudes de su vida labo� 
ral, económica, afectiva . . . el filósofo ha de encontrar la entereza par� 
ortearlas, de tal manera que no imposibiliten el esfuerzo en pos de la 
lucidez, en el que siente que reside su confrontación esencial. 
Refiriéndose a un proyecto análogo en radicalidad al del filó-
ofo, a saber, el trabajo de la narración literaria, Marcel Proust afir­
maba abrigar la esperanza de llegar a contar entre los afortunados para 
quienes, precisamente por lo sobrehumano de su esfuerzo, «la hora de 
la verdad» sonaría antes que «la hora de la muerte». Mas el propio 
narrador se quejaba de haber perdido largos años en futilidades, de tal 
manera que se enfrentaba a la tarea «en vísperas de la muerte y sin sa-
er nada de mi oficio». Pues bien, este asunto del oficio no es menos 
sencial para el filósofo: El filósofo ha de determinar cuál es su obje­
rivo, qué tipo de interrogaciones le caracterizan en el seno de aquellos 
uya función es plantear interrogaciones. Estas interrogaciones pueden 
referirse a lo inmediatamente dado (tanto en el entorno natural como 
n el registro de lo psíquico), o a aspectos más ocultos, eventualmente 
. 'ª de manera parcial explorados por una indagación anterior. 
Una vez realizada esta tarea, una vez delimitado el objetivo, el 
1lósofo (como todapersona razonable) ha de valorar si se encuentra 
22 FILO SO FÍA. I NTER ROGACIONES QUE A TO DOS CONCIER NEN 
en condiciones de abordarlo, es decir: si reúne tanto la potencia de 
pensamiento que el asunto requiere como los instrumentos sin los 
cuales tal potencia sería inoperante. El filósofo, en suma, como todo 
aquel que se propone un objetivo, ha de estar provisto de alforjas y 
ha de revisar periódicamente las mismas, por si algún instrumental 
exigido por una imprevista tarea ·no estuviese disponible. 
Decir que un filósofo habla exclusivamente de asuntos que a 
todos conciernen, decir que si algún asunto no responde a esta exi­
gencia no puede ser filosófico, es acercar la interrogación filosófica a 
esas preguntas elementales que el ser humano plantea como mero 
corolario de una suerte de tendencia innata. Tendencia que, desde 
luego, observamos en los niños y que cuenta entre sus ingredientes 
con lo que un pensador contemporáneo ha denominado «instinto de 
lenguaje». Instinto que mueve a intentar que el lenguaje se fertilice, 
alcance aquello de que es potencialmente capaz, es decir se realice. El 
lenguaje alcanza su madurez explorando diferentes vías, pero desde 
luego la vía interrogativa es una de ellas, y la palabra designativa de la 
situación de estupor que lleva a interrogarse es precisamente filosofla. 
Corolario inmediato del presupuesto de universalidad de la fi­
losofía es lo siguiente: La única forma de que la filosofía no forme 
parte de nuestras vidas es que haya sido objeto de repudio. Cabe de­
cir que tal repudio, sustentado en razones sociales relati�amente bien 
delimitables, se halla en la base de la actitud que, respecto a la vida 
del espíritu, caracteriza a la inmensa mayoría de los ciudadanos. 
Dando un paso más, cabe conjeturar que la organización concreta de 
la vida social efectiva es fruto de ese repudio, lo cual explicaría que 
sean tan pocos los que se creen concernidos por las interrogaciones 
filosóficas. 
Mas si hombre implica filósofo, si (por evocar ya a Aristóteles) 
hombre implica t�nsión en pos de la lucidez (tensión en pos de que 
sea desvelado aquello que, de entrada, se oculta a nuestra inteligen­
cia), entonces todo orden social sustentado en el repudio de la filoso-
PóRTICO 23 
fía, o en reducirla a práctica de una elite,"'es intrínsecamente ilegí­
timo, mutilador de la condición humana. 
Corolario importantísimo del postulado según el cual la filoso­
fía concierne al género humano como tal, es también que la disposi­
ción filosófica ha de ser fomentada desde muy pronto, impidiendo 
que la educación infantil se traduzca en parcialización del espíritu. 
Pues un niño es naturalmente rebelde al aprendizaje de disciplinas 
desprovistas de hilo conductor que las unifique y, en consecuencia, 
carentes de sentido. 
Por definición, un niño es alguien en quien la capacidad de ha­
blar se ha actualizado tan solo recientemente. Mas por ello mismo, el 
niño no se halla aún contaminado por los usos falaces de la palabra, 
que acaban por ser los que imperan en un universo adulto susten­
tado en ese rechazo de la lucidez antes evocado. 
Es bien sabido que los niños se caracterizan por una actitud in­
terrogativa que, a menudo, desconcierta y hasta irrita a los mayores. 
Por supuesto que, muy frecuentemente, tal actitud no refleja sino un 
interés trivial por asuntos perfectamente contingentes. Pero, ha­
ciendo una criba suficientemente fina, en el discurso del niño cabe 
percibir el meollo de alguna de las interrogaciones más elementales, 
y a la vez más radicales, a las que se enfrenta la humanidad. 
En alguna ocasión he evocado al respecto el caso de una niña 
parisina que (correteando incesantemente por la casa en una reunión 
organizada por su madre) se detuvo repentinamente, balanceando su 
cuerpo, con expresión en la que se mezclaban alborozo e inquietud y, 
ante la mirada interrogativa de la madre, preguntó: «¿Por qué me si­
gue?». Quien seguía de tal modo a la pequeña era su sombra, cuyo 
vínculo con su propio ser era descubierto por vez primera, en una 
disposición de espíritu que cabe, sin exageración alguna, identificar a 
ese estupor ya aludido en el que Platón y Aristóteles situaban el ori­
gen de la filosofía. Cuando la madre, a la vez tranquilizada e irritada 
por la interrupción, respondió con un seco «no lo sé», la pequeña 
24 F I LOSO F ÍA . I NTERROGACIONES QUE A TO DOS CONCIERNEN 
dijo «pues yo quiero saberlo» (mais je veux le savoir) con tono que en­
cerraba todo un desafío. Pues bien: Esta actitud de la pequeña pari­
sina, su desconcierto y rabia ante el frívolo rechazo de su madre a 
considerar una interrogación de hecho esencial, muestra que el espí­
ritu de un niño no es esa tábula rasa que el pensador Steven Pinker 
denuncia (suerte de saco de patatas que solo la información llenaría 
de contenidos), sino que se halla constituido por facultades que la 
educación debe simplemente potenciar y actualizar. Por decirlo en 
términos de Platón, la educación debe fertilizar un órgano ya dado, 
no sustituirse al mismo. 
Tras muchos años de enseñanza creo estar en condiciones de 
barruntar qué hace a un joven derivar (normalmente desde la adoles­
cencia y con nula complicidad de su entorno familiar y hasta educa­
tivo) hacia la disciplina universitaria designada mediante la rúbrica 
filosofia. Se trata sin duda de una aspiración al conocimiento, que 
ciertamente también tiene el que aspira a ser científico o artista (aun­
que en este último caso la pulsión de conocimiento se subordina a 
otra inclinación exclusiva de los seres de razón, que más adelante nos 
ocupará). 
Pero el ansia por conocer se mezcla aquí con una curiosa expec­
tativa: se atribuye al conocimiento una potencialidad de conferir sig­
nificación, es decir, de arrancar a la in- significancia que supone una 
vida reducida a la consecución de objetivos predeterminados por el 
entorno, y en relación con los cuales el saber es reducido a mero ins­
trumento. Se diría que el filósofo en ciernes barrunta la radical ver­
dad, y sobre todo el enorme peso, de la tesis aristotélica que sitúa la 
esencia del hombre (lo que le singulariza como especie animal y 
le confiere una naturaleza) en la razón y el lenguaje . . . , barrunta, en 
consecuencia, que potenciar la vida integral del espíritu es la única 
forma de responder a la propia condición y reconciliarse con ella. 
'-
Ciertamente tras todo esto anida también un deseo de escapar a 
las limitaciones de la vida; deseo de lo que, en otro contexto, se deno-
PóRT ICO 25 
minaba salvar el alma. No se trata ciertamente de salvarla a cualquier 
precio, no se trata desde luego de salvarla atm a costa del buen juicio. 
Importantísimo matiz que separa radicalmente al joven de referencia 
de aquel otro que, por decir un ejemplo, canalizara toda la tensión de 
su espíritu en intentar responder a los imperativos de la catequesis. 
Ya Kant veía en esta doble pulsión el motor que conduce a la 
práctica filosófica que él designaba como Metafísica, problemático 
término que, hasta ulterior precisión, intentaré evitar. Conviene 
avanzar que uno de los objetivos de Kant es mostrar que, si la filoso­
fía puede realmente llegar a satisfacer (parcialmente al menos) la pri­
mera tendencia, nunca conseguirá hacerlo con la segunda. La filoso­
fía no puede, por así decirlo, competir con la religión. De ahí que el 
joven que se dedica a la filosofía acabe sacrificando toda inclinación 
a algún tipo de promesa vana, es decir, promesa que no venga estric­
tamente determinada por aquello que de la razón cabe esperar. 
Lo bueno del asunto es que el campo de lo que la razón ofrece 
es enormemente rico y fértil, como no podía ser menos dada nuestra 
condición de seres racionales. Ni la filosofía salva (concretamente de 
los efectos termodinámicos en nuestros cuerpos que designamos 
como huellas del tiempo), ni necesidad alguna hay de que salve. Pues 
elhorizonte de satisfacción que la filosofía ofrece se sitúa más allá de 
las construcciones imaginarias con las que encubrimos lo real de la 
condición humana que tantas veces nos negamos a asumir; más allá, 
desde luego, de esa suprema construcción imaginaria que es la idea de 
una absoluta salvación. 
Un profesor de física en una universidad catalana, que tiene la 
suerte de aunar la condición de científico y la de poeta (realizando 
así de alguna manera lo que cabría calificar de ideario humanista) se 
refería hace unos años al privilegio que había supuesto para él argu­
mentar, sorprender, debatir, demostrar, «en un cielo de pizarras y de 
tiza» y ante la mirada asombrada de quienes parecían ser cíclica re­
creación de la juventud. Estos seres con mirada aún no contaminada, 
26 F I LOSO F ÍA . I NT E R ROGACION ES QUE A TO DOS CONCI ERNEN 
separan de alguna manera la gema del pedrusco y así obligan al que a 
ellos se dirige a forjarse a sí mismo en un combate continuamente re­
novado. Solo cabe en esta apuesta esperar un triunfo parcial, pues 
siempre perdura un rescoldo que justifica el sentimiento de impos­
tura, el sentimiento de no responder realmente a la imagen que uno 
ha configurado para los demás. 
Dado que esta reflexión sobre las interrogaciones elementales o 
filosóficas se despliega en forma de escrito, no hay ciertamente mira­
das que sirvan de espejo inmediato (y a veces cruel) de la veracidad o 
falacia del discurso. Y sin embargo la sombra de la impostura per­
siste, y no solo para el que escribe estas líneas. Pues tan impostura se­
ría el que la recepción de estas reflexiones viniera tan solo a llenar un 
hueco, una suerte de vacío en el registro de la información cultural, 
como que su emisión no respondiera a un deseo de aclararse a sí 
mismo en el acto de intentar que los demás se aclaren. 
No hay manera de plantear la cuestión del contenido de la filo­
sofía sin referirse a Aristóteles. Y también constituye este autor el re­
ferente principal cuando se trata de apuntar a las causas de que se dé 
en el ser humano la disposición filosófica. Mas antes de transcribir el 
texto fundamental de Aristóteles respecto al segundo punto, permí­
taseme evocar archirrepetidos tópicos de la historia de la ciencia y 
glosar un comentario a los mismos de uno de los más importantes fí­
sicos del siglo veinte: 
Pese a la evidencia empírica que suponía la circunvalación de la 
Tierra por navegantes de diferentes países, fue difícil superar argu­
mentos en contra de la esfericidad, que parecían del todo razonables. 
Así la objeción de que, al alejarse de nuestro horizonte, abandonaría­
mos progresivamente la posición que nos mantiene sobre la superfi­
cie de la Tierra y al llegar a la antípoda, pura y simplemente caeríamos 
en el vacío. Argumento vinculado a este es que dejaría de haber un 
.... 
«arriba» y un «abajo» propiamente dichos, pues, de mantenerse alguien 
en el otro extremo, para él nuestra actual posición sería «abajo». 
PóRTICO 27 
Había además la confianza en la intuición inmediata, que de 
ninguna manera abogaba por la esfericidad (aunque repleta de acci­
dentales curvaturas, como las colinas, la superficie de la Tierra se nos 
antoja de entrada plana). Y desde luego la intuición tampoco abo­
gaba por la tesis de que el Sol era un enorme astro incandescente en 
torno al cual otros astros (la Tierra entre ellos) girarían. El segundo 
ejemplo es tanto más interesante, cuanto que no se daba siquiera el 
análogo empírico de lo que la circunvalación marítima supuso para 
el primero y que forzó al silencio tantas voces conservadoras. 
Si a ello añadimos que las doctrinas religiosas imperantes (pero 
también muchas de las que ya no lo eran) daban en general apoyo a 
las arraigadas convicciones sobre la centralidad de la Tierra, ¿qué hizo 
que las nuevas hipótesis astronómicas fueran abriéndose camino? 
Pues simplemente que, por contrarias que fueran a la intuición y a la 
fe, poseían gran fuerza explicativa. Ahora bien: lograr aclarar, expli­
car, sustentar en razón el entorno terrestre o celeste, y a poder ser en 
su totalidad, constituye en palabras de Max Born «el ardiente deseo 
de toda mente pensante», deseo que no se aminora en absoluto por 
el hecho de que aquello que se trata de aclarar «sea eventualmente de 
total irrelevancia para nuestra existencia». 
Casi cada palabra es importante en estas afirmaciones del nobel 
de Física e interlocutor mayor de Einstein. Conviene enfatizar el he­
cho de que el apetito de transparencia es propio de todas las mentes 
pensantes, no meramente de una elite social, religiosa o intelectual. 
Y estamos con ello en situación de leer o releer el evocado texto 
de Aristóteles (que presentaré en traducción tan «libre» estilísticamente 
como rigurosamente fiel al contenido). 
TODOS los humanos, en razón de su propia naturaleza, desean 
el saber. Indicio de ello es el placer que los sentidos nos procuran; 
pues incluso cuando su ejercicio no es de utilidad alguna, nos com­
placemos en que estén operativos, y ello es particularmente cierto 
28 FILOSO F ÍA . I NTERROGACIONES QUE A TO DO S CO NCIERNEN 
tratándose de la vista. En efecto, no solo en los casos en que la vista 
es útil para un objetivo, sino también cuando nada pretendemos ha­
cer, preferimos ver a cualquier otra cosa; la razón estriba en que, de 
entre todos los sentidos, es la vista la que nos proporciona mayor per­
cepción de diferencias en las cosas que a nosotros se ofrecen. 
En razón de la naturaleza de los animales, estos nacen con ca­
pacidad de tener sensaciones; en algunos de ellos la sensación llega a 
generar memoria, mientras que en otros esto no ocurre. Los dotados 
de memoria son más cautos y prudentes que los incapaces de recor­
dar. Tal prudencia se da incluso entre animales desprovistos de capa­
cidad auditiva, mas cuando esta última se añade, entonces el animal 
adquiere cierta capacidad de aprendizaje. 
Así pues, los animales diferentes del hombre viven con imáge­
nes y recuerdos y ello les proporciona ya, en pequeño grado, la capa­
cidad de tener experiencia. Pero en el vivir de los humanos cuentan 
además como ingredientes el conocimiento técnico y la capacidad de 
razonar. 
Tratándose de la vida práctica, la experiencia no tiene menor 
valor que el conocimiento técnico, y el hombre con experiencia tiene 
más éxito que el que domina la teoría pero no tiene experiencia. Y sin 
embargo todos pensamos que el conocimiento y la intelección son 
cosa más bien del técnico y que este es más sabio que el mero hom­
bre de experiencia, y ello en razón de que conoce la causa, la cual el 
pnmero ignora . 
. . . Y así, cuando las técnicas proliferaron, unas al servicio de las 
necesidades de la vida, otras con vistas al recreo y ornato de la misma, 
los inventores de las últimas eran con toda justicia considerados más 
sabios, dado que su conocer no se subordinaba a la utilidad. Mas solo 
cuando tanto las primeras técnicas como las segundas estaban ya do­
minadas, surgieron las disciplinas que no tenían como objetivo ni el 
ornamentar la vida ni el satisfacer sus necesidades. Y ello aconteció 
en los lugares do¿:de algunos hombres empezaron a gozar de libertad. 
Razón por la cual las matemáticas fructificaron en Egipto, pues la 
casta de los sacerdotes no era esclava del trabajo. 
PóRTICO 29 
Tras el hecho, ya señalado, de que ArJstóteles atribuye la exi­
gencia del pensar a la totalidad de los humanos, cabe enfatizar la afir­
mación de que disciplinas como la matemática, solo son posibles 
cuando están solventadas, no ya las cuestiones relativas a la necesi­
dad, sino también las relativas a la distracción, el ornato y hasta la 
belleza. Importantísima es asimismo la declaración de que solo en. 
condiciones de libertad pueden los humanos acceder a esta última 
etapa. En fin, es muy significativo el hecho mismo de que el primer 
ejemplo de ciencia que responde a la exigenciade absoluto desinterés 
por aspectos ajenos a su propia práctica sea la matemática. De esta 
independencia del pensamiento matemático, no ya con relación a los 
intereses de la vida cotidiana, sino incluso a las exigencias de otras 
disciplinas, cabe dar un ejemplo indiscutible, a saber, la teoría de las 
secciones cónicas: los matemáticos griegos estudian la elipse, la pará­
bola y la hipérbola, 400 años antes de Cristo, pero su primera aplica­
ción no se encuentra hasta la cosmología de Kepler, con su conjetura 
de las órbitas elípticas que, en torno al Sol, realizarían los planetas. 
Hemos de relacionar estos rasgos, en los que se muestra un as­
pecto desprendido y liberador del hecho mismo de pensar, con lo 
que antes decía sobre la mutilación que para los seres humanos su­
pone vivir en una sociedad que da la espalda a la filosofía, o que 
incluso se sustenta en su repudio: Para la inmensa mayoría de los hu­
manos la lucha por la subsistencia ocupa la integridad de sus jorna­
das. Y aun ateniéndose a los privilegiados ámbitos en los que esta es­
clavitud inmediata queda atrás, perdura la imposibilidad de vivir en 
condiciones no ya de ornato y confort, sino incluso de salubridad; 
es decir, imposibilidad de vivir simplemente con decencia. En lo re­
ferente al ornato, la preocupación por alcanzarlo llega a confundirse 
con la radical confrontación que supone la aspiración artística, de lo 
cual es indicio el uso que se hace en nuestra lengua del término 
diseño. En fin, somos tan poco fieles a la concepción aristotélica del 
saber como algo en lo que el hombre encuentra su realización (y que 
30 FILOSOFÍA. INTERROGACIONES QUE A TO DOS CONCIERNEN 
en consecuencia ha de valer por sí mismo), que la matemática es so­
cialmente concebida como mero instrumento para disciplinas con fi­
nalidades prácticas, e incluso instrumentalizada al servicio de la se­
lección social. Asunto este que será recurrente a lo largo de esta 
reflexión. Finalicemos dejando de nuevo que se exprese el propio 
Aristóteles, refiriéndose ya explícitamente a la filosofía: 
. . . Pues los hombres empiezan y empezaron siempre a filosofar 
movidos por el estupor. Al principio su estupor es relativo a cosas 
muy sencillas, mas poco a poco el estupor se extiende a más impor­
tantes asuntos, como fenómenos relacionados con la Luna y otros 
que conciernen al Sol y las estrellas y también al origen del universo. 
Y el hombre que experimenta estupefacción se considera a sí mismo 
ignorante (de ahí que incluso el amor de los mitos sea en cierto sen­
tido amor de la sabiduría, pues el mito está trabado con cosas que de­
jan al que escucha estupefacto). Y puesto que filosofan con vistas a 
escapar a la ignorancia, evidentemente buscan el saber por el saber y 
no por un fin utilitario. Y lo que realmente aconteció confirma esta 
tesis. Pues solo cuando las necesidades de la vida y las exigencias de 
confort y recreo estaban cubiertas empezó a buscarse un conoci­
miento de este tipo, que nadie debe buscar con vistas a algún prove­
cho. Pues así como llamamos libre a la persona cuya vida no está su­
bordinada a la del otro, así la filosofía constituye la ciencia libre, pues 
no tiene otro objetivo que sí misma. 
Glosando de nuevo al evocado poeta catalán David Jau, se trata 
de que unos y otros lleguemos a sentirnos henchidos de saberes más 
ricos que los por uno forjados y ello mediante el procedimiento de 
que tales saberes lleguen legítimamente a ser vividos como propia 
riqueza. De pocas cosas en esta vida puedo sentirme más satisfecho 
que de haber convencido a más de un estudiante «de letras» de que, 
� 
llegando a entender las fórmulas de la relatividad restringida, experi-
mentaría la misma emoción que Einstein. 
Pó RTICO 31 
"" 
Esta es quizás una buena delimitación del objetivo: sentir que 
estas fórmulas (en las que se hace inteligible la dura tesis de que el 
tiempo y el espacio de nuestra intuición inmediata carecen de objeti­
vidad física) tienen su potencia en ellas mismas. Sentir que no son 
fruto de la subjetividad de Einstein, sino más bien espléndido indicio 
de que Einstein (y como él cada uno de nosotros) puede dejar de estar 
encharcado en el cúmulo de preocupaciones, tan legítimas como 
generalmente estériles, que constituyen precisamente lo esencial 
de nuestra cambiante subjetividad Sentir, en suma, que las fórmulas de 
Einstein son en realidad de todo aquel que, literalmente, las recrea. 
Esta exigencia de llegar a hacer propios saberes que han confi­
gurado otros explica por qué, en un párrafo anterior, insistía en la ne­
cesidad de que el filósofo revise periódicamente sus alforjas, a fin de 
verificar que dispone de los utensilios necesarios para su tarea. Pues 
bien: Una actitud habitual en el filósofo es estimar que los instru­
mentos en cuestión son generados por la reflexión misma, la cual, a 
u vez, no exigiría otra cosa que las estructuras básicas del lenguaje, 
algo que cabría llamar bagaje elemental de la humanidad. El que así 
apuesta por la fuerza de la introspección, confía en que el conte­
nido, tanto interrogativo como instrumental, de la filosofía surgiría 
en cascada a partir de una asunción suficientemente radical de la 
propia condición del ser lingüístico. Así, por ejemplo, la mera luci­
dez respecto a lo que supone la condición biológica llevaría al pro­
blema de nuestra finitud, de ahí al de la finitud del universo (discu-
ión sobre la entropía incluida) y correlativamente al problema del 
infinito, en sus múltiples vertientes. Este ultimo problema se concre­
tizaría inevitablemente en forma matemática, pero para alcanzar 
la disponibilidad de los instrumentos matemáticos necesarios, basta­
ría una inserción en sí mismo apuntando a una suerte de platónica 
. . . 
remmzscencza. 
El diálogo de Platón titulado Menón ha sido siempre conside­
rado un paradigma de este tipo de abordaje. La confianza en que la 
32 F I LOSO F ÍA . INTER RO GACIONES QUE A TO DOS CONCIERNEN 
matemática se halla inscrita en lo que constituye la naturaleza misma 
del ser humano, en aquello que le diferencia de los demás animales, ha 
constituido desde Pitágoras una suerte de promesa de plenitud espiri­
tual. Pues además de conjeturar que las estructuras matemáticas serían 
innatas, el filósofo pitagórico-platónico barrunta que, sin ayuda de la 
matemática, quedan fuera de él las armas conceptuales que permiten 
enfrentarse a problemas esenciales de lo que intuye ser su profesión. 
Mas aquí es donde la tentación de limitarse a un método in­
trospectivo adquiere mayor relieve: Pues aun teniendo clara la exi­
gencia de instrumentos técnicos en el abordaje de su tarea, el refugio 
en la introspección permite al filósofo soslayar la molesta pregunta 
sobre la exigencia de informaciones procedentes del exterior, es decir, 
soslayar la cuestión del aprendizaje, de lo prescindible o imprescindi­
ble de la mediación por la cultura científica o artística. Por decirlo 
brutalmente: Si al bagaje esencial se accede a través de una suerte de 
reminiscencia platónica, entonces, a la hora de enfrentarse, por ejem­
plo, al problema del espacio, el filósofo se libra de una incursión en 
la Teoría de la Relatividad, a través quizás de la convencional inscrip­
ción en un primer curso de Física. O bien, en otro registro: el pro­
blema de la dicción clara, al que se refería Wagner, que puede llegar a 
sugerir una primacía del lenguaje sobre la música, ¿es o no media­
ción necesaria para el filósofo que se enfrenta a la interrogación sobre 
el modo originario del lenguaje? 
Esta confianza en la introspección no es, desde luego, total­
mente gratuita. En última instancia se sustenta en el sentimiento de 
la capacidad de autofertilización de las facultades con las que -por 
su propia naturaleza- el hombre se halla provisto. Así, la cuestión 
relativa a qué ha de saber un filósofo, remite a la interrogación sobre 
la frontera que separalo innato y lo cultural; cuestión que se pre­
senta emblemáticamente a la hora de abordar el estatuto del lenguaje 
humano. Pues siendo obvio que solo habla aquel que se halla innata­
mente facultado para ello, también lo es que sin esta mediación por 
Pó RT ICO 33 
los demás que caracteriza al hecho cultural, el ser potencialmente lin­
güístico no llegará nunca a ser lingüístico en acto: 
Ciertamente solo los bebés de nuestra especie superan (en ra­
zón de su innata determinación por las estructuras lingüísticas) la 
condición de seres carentes de habla. Pero solo la inmersión en una u 
otra lengua materna posibilita que acontezca algo tan admirable. 
Ello es prueba suficiente del enorme peso de la mediación informa­
tiva a la hora de responder cabalmente a la condición humana, a lo 
cual aspira siempre el filósofo. 
En suma, la esperanza de alcanzar elevadas cotas de lucidez sus­
tentdndose solo en sí mismo constituye algo así como una rousseau­
niana inocencia del filósofo. 
Se objetará que el filósofo, en el sentido convencional de la pa­
labra, no responde a este esquema, que ha realizado mediaciones por 
la historia del pensamiento y concretamente por la historia de los es­
critos filosóficos. Mas no deja de ser cierto que una vez adquirido ese 
bagaje, el filósofo a veces se detiene en el esfuerzo, renunciando a ad­
quirir un acervo procedente de otras disciplinas. Tal actitud explica 
que una gran parte de la filosofía de nuestro tiempo consista en al­
guna varían te de la llamada hermenéutica, es decir: en un retorno 
a los textos erigidos en referencia última; actitud que no carece de 
analogías con la propuesta luterana de confrontar directamente a 
ada siervo de Dios con la palabra a él referida. 
De ahí que la actitud consistente en erigir los textos filosóficos 
en laboratorio de la filosofía (y en considerar que la ascesis interpre­
tativa del propio juicio es lo único que, ante tales textos, realmente 
cuenta) no pueda ser barrida de un plumazo: Es incluso posible que 
cuando los textos filosóficos remiten indiscutiblemente a tipos de co­
nocimiento que forman parte del acervo científico, técnico o artís­
rico (así, por ejemplo, cuando desde las primeras páginas de la Crí­
tica de la razón pura, Kant remite a la incompletud de las teorías 
gravitatorias entonces existentes) baste una inmersión introspectiva 
34 FI LOSO F ÍA . I NTERROGACIONES QUE A TO DOS CONCIERNEN 
en los conceptos que se manejan, para que tales aspectos técnicos 
surjan en la suerte de reminiscencia platónica ya evocada. Es posible, 
en suma, que armado con sus textos básicos, el filósofo en su obje­
tivo de alcanzar la lucidez, se baste a sí mismo. 
Todo ello es posible, pero . . . no es seguro. Y en tal falta de segu­
ridad se sustenta el presente proyecto de articular una suerte de catá­
logo relativo a qué ha de saber un filósofo. Delimitar lo que ha de 
saber un filósofo, pasa, en primer lugar por el establecimiento de un 
listado de esas interrogaciones filosóficas elementales a las que he ve­
nido refiriéndome. Tal listado debe incluir cuestiones relativas al es­
pacio, al tiempo, a la condición lingüística, a la diferencia entre lo 
humano y lo meramente animal, al vínculo entre tiempo y corrup­
ción, al vínculo entre palabra y música, a la función de la represen­
tación plástica, etc. 
Reflexión para la que será fértil apoyo un saber indiscutible­
mente técnico, es decir, inequívoco y controlable. Tal saber incluye 
necesariamente aspectos relativos a genética, lingüística, mecánica 
clásica, mecánica cuántica, Teoría de la Relatividad, Teoría matemá­
tica de Conjuntos, topología algebraica, teoría físico-matemática del 
campo, teorías ondulatorias de la luz y el sonido, momentos de la 
historia de la teoría musical, historia conceptual del arte . . . y un no 
muy largo etcétera. 
Aun en el caso de que se haya ya pasado por el aprendizaje de 
alguno de estos puntos, rememorarlos en función de una interroga­
ción filosófica, y siguiendo un estricto hilo conductor, supone no 
solo actualizarlos, sino darles vida, es decir, librarlos de la esterilidad 
consistente en no saber a qué responden, esterilidad en la cual son fácil 
presa del olvido. 
Nunca se reiterará en exceso que la filosofía, precisamente por 
constituir una exigencia elemental del ser lingüístico, alcanza un ele-
,.. 
vado grado de complejidad. Pues las cuestiones elementales son 
la auténtica matriz, tanto de la disposición espiritual que conduce a la 
Pó RTICO 35 
ciencia como de la que conduce a la exigencia artística. La matemá­
tica, la reflexión musical o la física teórica encuentran en la filosofía 
un auténtico punto de convergencia, una <<Unidad focal de significa­
ción», según la expresión aristotélica. En ausencia de esta última, las 
disciplinas particulares quedan privadas de significación, es decir, re­
ducidas a la insignificancia. Ninguna otra cosa indicaba Descartes 
cuando añadía a sus trabajos científicos ese prólogo legitimador co­
nocido como Discurso del método. 
Cierto es que la distribución del saber está hecha de tal forma 
que los lectores de Descartes, o bien son especialistas en algún retazo 
del contenido científico, o bien son especialistas en el prólogo (estos 
últimos son precisamente los formados en la facultad de Filosofía). 
Extraña quiebra que Descartes viviría como auténtica mutilación, 
pero que no escandaliza a los voceros culturales ni a los responsables 
de nuestra formación. 
Expresión tristemente ejemplar de esta situación es lo que hace 
unos años pasaba con la matemática (afortunadamente ya no es así). 
Pues se introducía a los niños en esta disciplina mediante la Teoría de 
Conjuntos, sin explicarles nunca cuál era la función quizás primordial 
de la misma, filosófica donde las haya. Pues Georg Cantor, su funda­
dor, pretendía ante todo disponer de un arma para abordar el pro­
blema esencialmente filosófico del infinito. Y cabe obviamente hacer 
matemáticas sin teoría formalizada de conjuntos, mientras que es 
imposible sin ella abordar con rigor «ese delicado laberinto» que, al 
decir de Borges, constituye la cuestión del infinito. 
Lo que antecede implica que poner el énfasis en el vínculo en­
rre filosofía y ciencia puede incluso ser contrario a la exigencia filosó-
1ca, si no se precisa que la filosofía es algo más que metaciencia. No 
e trata en absoluto de decir que tras la práctica científica surgen pro­
. lemas teóricos a cuya confrontación llamaríamos filosofía. Se trata 
recisamente de reivindicar una jerarquía contraria: De las interroga­
iones elementales surge la necesidad de análisis de fenómenos, des-
36 F I LOSO F ÍA . I NTERROGACIONES QUE A TO DOS CONCI E RNEN 
cripción de los mismos, y eventual ordenación en conjuntos, a todo 
lo cual denominamos ciencia. De la ciencia pueden surgir aporías, 
por ejemplo, relativas a la coherencia de sus diferentes ramas, que no 
conciernen directamente a lo que se planteaba en el origen. En este 
caso la metaciencia no es (al menos directamente) filosófica. Mas 
también ocurre que la reflexión metacientífica enlaza directamente 
con lo que desde el origen se formulaba, y entonces estamos de lleno 
en la filosofía. 
Así, prácticamente, la totalidad de la producción metacientífica 
de Einstein, en este caso metajlsica, es puro retorno a los problemas de 
espacio tiempo, continuidad y cosmología que ocupan a la filoso­
fía desde siempre, y sistemáticamente al menos desde Aristóteles. Pue­
den darse muchos otros ejemplos de este auténtico reencuentro de la 
ciencia con su origen. Origen que debería determinar algo más que 
las consideraciones de aquellos científicos que (como en los casos de 
Einstein, John Bell o Erwin Schrodinger) están ya avanzados en su 
propia disciplina. 
Si la enseñanza, desde prácticamente la escuela primaria, tu­
viera en cu en ta el intrínseco lazo entre todas y cada una de las disci­
plinas del saber y las interrogacioneselementales de la filosofía, si la 
savia de esta última siguiera vitalizando el segmento que al desple­
garse se convierte en ilimitado y sinuoso camino ... , entonces no se 
daría esa sensación, a la vez de dificultad y de indiferencia, que para­
liza a tantos escolares a la hora de elegir entre materias que, en apa­
riencia, carecen de conexión entre ellas y de lazo con lo que a la vida 
de los hombres da sentido. 
De ahí que la reivindicación de la filosofía que este escrito cons­
tituye sea de carácter normativo. Se trata de luchar contra la situa­
ción antes descrita, en la que la sociedad se erige en conformidad a 
un postulado de repudio de la filosofía. La lucha por la generaliza-
'" 
ción de esta al conjunto de los ciudadanos, y por su erección en causa 
final de la formación educativa, tiene como inmediato corolario el 
RTICO 37 
e se considere ilegítima toda circunstancia social en la que el em­
rutecimiento, bajo forma de trabajo o bajo forma de ocio, prime. 
ahí el carácter directamente político de este escrito inspirado en 
. texto de Aristóteles antes presentado como tex to matriz. 
A modo de ejemplo de situación en la que una tarea depen­
: ente de una disciplina especializada, la filología en este caso, reen­
entra el lazo con las interrogaciones elementales de los hombres, 
·:ocaré una escena vivida en un seminario que reunía en la ciudad 
Ronda a músicos y filósofos. Se presentaba un texto griego de la 
etisa Safo (o Safó, como el protagonista de la anécdota afirmaba 
:ue deberíamos pronunciar), se justificaba una traducción al caste­
.mo, escrupulosamente respetuosa con la métrica original. . . Final­
nte una voz declamó el texto, primero en lengua griega y luego en 
versión. Esta voz produjo en los oyentes una viva emoción, vincu­
a al sentimiento de que efectivamente (tal como sostiene cierta es­
ela lingüística contemporánea) la profunda comunidad de todas 
lenguas hace que ninguna sea radicalmente ajena, y que en algún 
- · istro uno siempre capte en ella más de lo que cree. 
Una situación como esta nos pone ya sobre la pista de lo que 
ede constituir una auténtica interrogación filosófica. Simplemente 
· despertó en este caso la curiosidad relativa a si, en el origen, la len­
a puede ser realmente disociada de la forma musical; curiosidad, 
urna, relativa a si en el principio está el canto. 
Esta última cuestión es elemental, pero avanzar en los mean­
.ros de la misma es de lo más arduo. Pues, a menos de atenerse a la 
ra intuición (que, de hecho, no supera lo que Platón denunciaba 
a como opinión subjetiva y contingente), para decir algo sobre si 
nto y palabra se vinculan esencialmente, no hay manera de sosla­
r la mediación por informaciones precisas sobre fisiología, anato­
ía, primatología comparada (concretamente con relación a saber si 
otros primates carecen de la sutileza de movimientos oro-faciales 
. e es condición de la palabra articulada), teoría general sobre el 
38 F I LOSO F ÍA . I NTERROGACIONES QUE A TO DO S CONCIERNEN 
concepto de ritmo, determinación (en el seno de la anterior) de lo 
que caracteriza al ritmo verbal, etc. Todo ello, por supuesto, enmar­
cado en una interrogación radicalmente antropológica sobre el ori­
gen de lo que permite hablar de humanidad. 
Una última consideración, antes de abandonar estas páginas 
preliminares: Indicaba más arriba que la filosofía no puede jugar el 
papel de tisana, más o menos edulcorada, que contribuiría a paliar 
los embates de la vida. Y sin embargo, la práctica de la filosofía sí 
tiene como efecto un razonable distanciarse de las preocupaciones 
cotidianas, una disposición de espíritu, que cabría calificar de sereni­
dad si esta palabra no fuera profundamente equívoca: La serenidad 
puede ser expresión de una interna riqueza . . . o simplemente un mal 
menor. Todo depende de lo que subyace tras la actitud serena. La se­
renidad es un mal menor cuando tiene su origen en una especie de 
instinto qu� consigue neutralizar la tensión estéril, la tensión que se 
traduce tan solo en dolor. Tal instinto puede ser reforzado por proce­
dimientos artificiales, la ingestión de inhibidores químicos, por 
ejemplo, pero lo esencial reside en la propia configuración de los hu­
manos, en la existencia de un semáforo potencial que cierra el paso a 
aquello cuya cabal percepción resulta insoportable, o simplemente 
excesivamente dolorosa. El precio verosímil es que también queden 
neutralizados los aspectos más fértiles de la personalidad, es decir, 
por un lado, la capacidad de mantener el espíritu abierto a lo que no 
conoce; por otro lado, la capacidad de mantener la tensión emocio­
nal. Tal serenidad sería, en suma, neutralización tanto de la capaci­
dad de pensar como de la capacidad de amar. 
Desgraciadamente la serenidad a tal precio es casi el destino que 
la vida social convencional nos depara, enfatizando incluso sus voce­
ros el hecho de que el que la posee ha tenido suerte. Afortunado será 
sin embargo aci.uel que, gozando de tal serenidad, la tomará como pel­
daño para alcanzar la otra, es decir, la que resulta de tensar el espíritu 
y distenderse tan solo cuando este ha alcanzado un objetivo. Para lo-
�- -
- - � � _- -�· 
PóRTICO 39 
errar tal fortuna es necesario reaccionar antes de que la vida en el limbo 
e convierta en costumbre, antes de que la sola idea de una futura ten­
ión se haga insoportable, antes de que la única exigencia sea el que 
·as horas transcurran bordeando el estado de anestesia. 
Apuntar a tal objetivo dignificador del estado de serenidad es la 
rueba de que se abre camino la disposición filosófica, de que se está 
raguando una existencia cabalmente humana. Sin vanas ilusiones 
respecto a la propia capacidad, pero sin renuncia: no renunciar a las 
nterrogaciones que un día tensaron el pensamiento, utilizando las briz-
rias de conocimiento que se poseen como trampolín para enfrentarse 
lo único que representa para el pensamiento una promesa, a saber, 
1quello que no se conoce. 
l. LO S M EAN D RO S D E LA I N T E R RO GA C IÓN 
. ESO DE LA INTERROGACIÓN MÁS B IEN QUE DE LA RESPUESTA 
Afirmaba antes que uno de los objetivos de esta reflexión es esta­
lecer un listado, ya sea parcial, de problemas filosóficos y, en la me­
ida de lo posible, avanzar algunos de los instrumentos técnicos que 
. rmitirían su abordaje. Los problemas filosóficos se hallan intrínseca­
. ente vinculados a conceptos. Esto es una obviedad, puesto que toda 
. roblemática humana está vinculada a conceptos. Conviene, sin em­
argo, explicitarlo en razón de la peculiaridad de los conceptos filosó­
. cos, pues estos se han convertido casi en paradigmas que atraviesan 
historia del pensamiento, dando soporte no ya a problemas diferen­
-... , sino a respuestas antitéticas al mismo problema. 
Podemos decir que de los presocráticos al pensamiento contem­
ráneo siempre se habla de lo mismo, o al menos desde Aristóteles, 
uesto que si bien la filosofía es patrimonio de la humanidad, el es­
- girita supone un singularísimo momento, en el cual todo parece 
. uedar archivado y consignado. No es un azar si Aristóteles era de­
ominado «el Filósofo» por los grandes de la filosofía escolástica, 
ues cabe decir que la historia de la filosofía es una historia de los 
: roblemas aristotélicos, ninguno de los cuales ha encontrado solu­
:ón definitiva. 
Al decir esto, obviamente no ignoro que Darwin tiene una con­
pción de las especies antitética a la del pensador griego, ni que el 
42 F ILOSOFÍA . I NTERROGACIONES QUE A TODOS CONCIERNEN 
cosmos, que Aristóteles considera finito y esférico, o bien no es tal, o 
de serlo, de ninguna manera tiene el centro que Aristóteles le asig­
naba y ni siquiera su eventual forma esférica coincide con la esfera 
clásica. No se trata de hacer propias en general las respuestas aristoté­
licas, por cierto en ocasiones perfectamente agudas, por ejemplo al­
gunas de sus intuiciones «topológicas», que un gran matemático de 
nuestro tiempo llegó a considerar fundamentales . De lo que se trata 
es de hacer propios, eventualmente liberándolos de algún velo de 
caspa, los problemas, problemas aristotélicos vinculados a conceptos, 
como antes decía. 
¿Y cuáles son los problemas aristotélicos? Pues bien, simple­
mente aquellos que afectan al ser humano en razón exclusivamente 
de su condición. Aquellos que no dependen de contingencias, aque­
llos que tiene en mente Kant cuando, en la introducción de la Crí­
tica de la razón pura, afirma que la inquietud metafísica es algo que 
no puede ser arrancado de la condición humana. Los problemas filo­
sóficos son universales antropológicos, es decir, no hay lengua en la 
cual no estén presentes, ni sociedad que no esté obsesionada por 
ellos . 
TODA LENGUA ES FILOSÓFICA 
Con ello no estoy ignorando que la lengua griega y la cultura 
griega en general son un momento privilegiado de cristalización en 
lo referente a la filosofía. Me permito decir que la universalidad de la 
filosofía es perfectamente compatible con la concreción de sus pro­
blemas en un momento histórico y en una lengua dada. Me permito 
decirlo, como me permito decir, simplemente por exigencia ética, 
que el hecho de que haya lenguas privilegiadas, por ser los vehículos 
de la información más extendida, e incluso porque se ha dado la 
coincidencia de que en ellas se han expresado algunas de las preocu-
Los MEANDROS DE LA INTERROGACIÓN 43 
paciones más generales de la humanidad, no autoriza a pensar que 
las demás lenguas no son, salva veritate, intercambiables con las ante­
riores. Por decirlo llanamente: Nadie ignora que hoy casi toda la in­
formación científica y gran parte de la filosófica se realiza en lengua 
inglesa, pero sería casi insultante concluir que la lengua inglesa tiene 
algún tipo de intrínseca bondad, que movería a presentar en inglés 
las preocupaciones del espíritu (por desgracia, mucha gente no está 
lejos de pensar tal cosa) . Y lo que digo del inglés se hubiera podido 
decir de la lengua francesa en el momento en que el alemán Leibniz 
se siente obligado a recurrir a ella, o de la lengua latina en el mo­
mento en que el francés Descartes o el i taliano Galileo se rebelan 
contra su imperio, precisamente en nombre de la dignidad de sus 
propias lenguas de uso cotidiano. En suma: Se establece como postu­
lado que la filosofía a todos concierne, por ende, concierne a todas 
las lenguas, y una vez sentado esto, se contempla con enorme cariño 
y reconocimiento esa lengua griega en la cual cristaliza esta preocu­
pación común. 
Obviamente esta posición ha de ser j ustificada. Y desde ahora 
avanzo que tal justificación se basa en asumir grosso modo las tesis 
centrales de la Gramática Generativa, que a su consistencia teórica 
añaden una suerte de legitimidad ética. No se ve , en efecto, ma­
nera de que las declaraciones de principio sobre la equivalencia de 
los seres humanos (con independencia de su posición social y su 
nivel , digamos, de cultura vehiculada por información) sea otra 
cosa que mero fariseísmo, si no se acepta que tras las abismales di­
ferencias de poder social, cultural y mediático entre el inglés y el 
guaraní hay un registro profundo en el cual ambas lenguas se ho­
mologan . 
Y precisamente porque esta igualdad de fondo se da en las len­
guas, puede sin superchería ser proyectada sobre los hablantes de las 
mismas. Que hacer daño a Einstein (por ejemplo, en razón de ser ju­
dío) sea igual de innoble que aprovecharse de la penuria de un inmi-
44 F ILOSOFÍA. INTERROGACIONES QUE A TODOS CONCIERNEN 
grante analfabeto y clandestino, se debe a que las obvias diferencias 
entre ellos carecen de peso ante aquello que hace de ambos seres hu­
manos. Pues bien, entre tales rasgos juega papel esencial la capacidad 
lingüística, la potencia de actualizar los elementos estructurales de la 
gramática común en una de las variantes de la misma que constituye 
cada lengua particular. 
EL HOMBRE SE PREGUNTA POR EL HOMBRE 
Problemas, pues, filosóficos . Problemas que exigen una cierta 
distancia frente a la inmediatez. Aristóteles lo dice con toda claridad: 
Ha de estar resuelto lo relativo a la subsistencia y lo relativo al ornato 
de la vida. Pero ello no quiere decir que la filosofía surge como un 
adorno o un lujo, una vez superada esa etapa. Lo relativo a la necesi­
dad ha de estar resuelto en el sentido de que, como el propio Aristó­
teles indica, las cosas más profundas en sí son las últimas que surgen 
para nosotros; aquello que nos marca y determina no se da de inme­
diato. 
La interrogación filosófica parte así de una suerte de optimismo 
antropológico : el hombre es el ser que trasciende el apego a su propia 
subsistencia. Pues bien, ¿para qué subsiste el hombre? Desde sus pro­
. bables orígenes en la localidad etíope de Herto, el hombre puede ser 
contemplado como un ser que, en razón de su propia naturaleza, in­
terroga y se interroga, un ser que, reconociéndose como lingüístico, 
es decir, amando la palabra por sí misma, empieza a hacer uso de ella 
con objetivos que ninguna necesidad legitima; subsiste para otra cosa 
y en ello reside su dignidad. 
La primera interrogación del hombre es, obviamente, el hom­
bre mismo. Constatar el hecho de estar separado del entorno natural 
por las palabras, que a la vez nos lo ofrecen simbolizado, constatar 
que no hay mundo para nosotros que no esté filtrado por las pala-
Los MEANDROS DE LA I NTERROGACIÓN 45 
... 
bras, barruntar que ese filtro por las palabras es el rasgo fundamental 
de nuestro ser, lo que mayormente expresa nuestra singularidad 
como especie, nos lleva a plantear el problema del origen en térmi­
nos tan elementales como estos: ¿Por qué la palabra? ; ¿por qué soy yo 
indisociable de ella?; ¿por qué, en suma, el hombre y no la nada (por 
modificar una célebre frase relativa al ser)? 
La cuestión antropológica es la primera cuestión. Obviamente 
se trata de antropología filosófica, y no antropología descriptiva. La 
antropología filosófica no es una ciencia. En general, la filosofía no 
es ciencia. Para hacer de la filosofía una ciencia, tendríamos que ha­
cer una revolución en el concepto de ciencia que nos acercaría, qui­
zás , al concepto de ciencia de los griegos , pero que no tendría sen­
tido hoy. La filosofía no es ciencia; pero, sin reducirse a ella, es desde 
luego metaciencia, y en primer lugar metaflsica, es decir, posterior a la 
reflexión que describe la forma inmediata de la physis, la forma inme­
diata de la naturaleza. 
Pero la filosofía es también metaantropología. Estoy simple­
mente indicando que la antropología filosófica no puede ignorar la 
antropología a secas . No puede ignorar las observaciones de etnó­
logos, las conjeturas de paleontólogos, ni las casi matemáticas pre­
cisiones de los genetistas . La antropología filosófica va más allá de 
todo el lo, pero se sirve de ello como un imprescindible instru­
mento. 
El conocimiento de lo que ocurrió en Herto hace más de 
100.000 años y el conocimiento del momento en que ciertas muta­
ciones en determinado gen posibilitaron el que se dieran las con­
diciones de posibilidad de que surgiera un primate con capacidad 
articulatoria, el conocimiento de la existencia de partes del genoma 
que explicarían el que, pese al grado elevadísimo de coincidencia cuan­
ritati�a y cualitativa en la parte del genoma codificadora de proteí­
nas, el hombre muy poco tenga que ver con el ratón . . . , todo ello es im­
prescindible para formular la primera pregunta: ¿Por qué el hombre? 
Pero el hombre es un ser natural . Y la natural za t i n 
rasgos , algunos de los cuales sobredeterminan otros pr d nr . 
hombre constata su singularidad en el seno de la animalidad, pero tam­
bién constata la singularidad de los animales en el seno de la vida , 
aun la singularidad de la vida en el seno de la naturaleza.Antes de r 
vida, y a fortiori vida animal y humana, la naturaleza meramente es. 
¿Y qué es, pues, la naturaleza? 
El término naturaleza es muy ambiguo. A veces se utiliza como 
sinónimo de esencia, en cuyo caso engloba todo aquello que tiene 
una definición, es decir, vendría a cuento cada vez que un conjunto 
de rasgos permite distinguir una entidad conceptual de cualquier 
otra. Obviamente, cuando un físico habla de naturaleza no lo hace 
en este sentido tan genérico. Por ejemplo, Erwin Schrodinger, al afir­
mar que la singularidad de la civilización griega reside en el hecho de 
que la naturaleza era considerada intrínsecamente cognoscible 
(tema que abordo más adelante) , se está refiriendo a un tipo de esen-. . 
c1as muy preciso. 
¿Cuáles son, pues, las condiciones mínimas de posibilidad que 
nos permiten afirmar que algo que se presenta constituye un ser na­
tural? Al espíritu se le presentan imágenes, por ejemplo, de ángeles, y 
conceptos como el de Dios, y sin ir tan lejos, imágenes de superficies, 
de líneas, de dimensiones en general, y de números. ¿Son tales cosas 
(dioses, ángeles, superficies, líneas, dimensiones, números) naturales? 
Nada menos seguro: Podemos considerar que hay ángeles con capa­
cidad sexual y lingüística, y esta clase de ángeles estaría perfectamente 
circunscrita por oposición a los ángeles sin estos rasgos, ángeles no 
afectados por la diferencia sexual y/o que tendrían una percepción 
meramente intuitiva (no mediatizada por el lenguaje) . De todos mo­
dos no hay referencia a la naturaleza cuando hablamos de estas enti­
dades. 
Los MEANDROS DE LA INTERROGACIÓN 47 
Vayamos ahora a entidades menos trascendentes. Cabe pregun­
tarse: ¿Son los números entidades naturales (es decir, físicas) ? Esto 
está ligado a un problema filosófico arcaico, a saber, el del origen de 
las entidades matemáticas. Parece aún razonable afirmar que los 
números enteros llamados naturales proceden de realidades físicas , 
porque delante de mí hay una mesa, sobre la mesa hay dos libros , 
etcétera. Pero el problema se hace más complicado cuando hablamos 
de 112 o 113, y una verdadera pesadilla conceptual si nos referimos 
a raíz cuadrada de una mesa. 
En cualquier caso, para abordar la interrogación sobre si aque­
llo a lo que nos referimos es o no natural debemos tener un concepto 
propio de lo que naturaleza en su forma más inmediata significa. 
Y aquí, una vez más, la filosofía es literalmente metafísica, pues no 
hay forma de hablar de la naturaleza sin remitirse a los grandes con­
ceptos de la mecánica y de la dinámica en la física clásica. Conceptos 
que ha de tener en mente un filósofo, como bien muestra Aristóte­
les, que a su manera (aunque parezca un anacronismo) convierte en 
rasgo de la naturaleza algo muy parecido a aquello que la física de­
signa con la expresión «cantidad de movimiento». Daré aquí un 
avance de algo tratado en detalle en un capítulo posterior. 
Consideremos un obj eto arbitrario: una pluma, por ejemplo. 
Afirmamos sin dudar que es una entidad física. Pero ¿qué es lo que 
nos permite decir eso? En física clásica, la respuesta sería: 
1) Que tiene una ubicación, lo que no está muy claro hasta que 
sepamos qué significa exactamente ubicación. 
2) Que tiene la llamada cantidad de movimiento, es decir, tiene 
masa (cuantificada en kilogramos) , velocidad y el producto 
de ambas. 
Nótese que la velocidad eventualmente puede ser nula, lo que 
significa que ese estado es un caso particular, el caso límite, del movi-
48 F ILOSOFÍA . INTERROGACIONES QUE A TODOS CONCIERNEN 
miento. Esta pluma es una entidad física dado que es una sustancia, 
lo que significa que es capaz de hallarse en movimiento y también de 
estar en reposo. Eventualmente puedo arrojarla contra alguien. Esta 
no es una función trivial de las entidades físicas, dado que es imposi­
ble hacer lo mismo con la superficie de la pluma. La superficie viaja 
con la pluma o permanece donde está si nadie mueve la pluma, pero 
por sí mismas, las superficies no viajan ni permanecen donde están. 
El mismo Aristóteles atribuye a la naturaleza un segundo rasgo 
análogo al que la física denomina posición, aunque esto es mucho más 
complejo, puesto que el tópos de Aristóteles nada tiene que ver con la 
ubicación en el espacio galileano-newtoniano, en relación con el cual ha­
blan de posición los manuales de física en sus capítulos prerrelativistas. 
Todo esto tuvo una enorme importancia en la historia del pen­
samiento cuando, en el siglo pasado , los físicos fueron capaces de 
demostrar que la cantidad de movimiento y la ubicación son dos deter­
minaciones que no pueden darse a la vez en una entidad física: o 
determinamos masa y velocidad (eventualmente nula) , o determina­
mos ubicación, nunca ambas. Tenemos ahí uno de los más fascinan­
tes debates en la historia del pensamiento, al que dedicaré amplio es­
pacio en esta reflexión. 
En todo caso, la célebre interrogación: «¿Qué es y cómo se de­
termina la physis?», no puede ser abordada con legitimidad intelectual 
sin la mediación, no ya de los textos fundamentales de la mecánica 
clásica, sino de las subversiones que en esta mecánica suponen, por 
un lado, la Teoría de la Relatividad y, en modo mucho más radical, la 
mecánica cuán ti ca. 
No estoy diciendo que haya que ser un físico para abordar el 
problema metafísico de qué es y cómo se determina la naturaleza, 
pero sí estoy diciendo que es necesario estar al tanto de los términos 
en los cuales la f ísica actual , en dialéctica con su propia historia, 
planta el problema. Y añado que estar al tanto de estos términos es 
relativamente muy fácil. 
OS MEANDROS DE LA INTERROGACIÓN 49 
[RAS LA MATEMÁTICA 
Con un bagaje matemático elemental, a fin de abordar la cues­
ión de la physis, estamos en condiciones de discutir las leyes de New­
�on, el concepto físico de cantidad de movimiento, los conceptos físi­
.:os de masa y densidad . . . Ya he aludido al hecho de que el estar 
rmados con estos conceptos nos ayudará a percibir lo sencillo que es 
l aristotélico concepto de sustancia (fuente de tantas tesis a veces in­
igeribles) , por oposición a las apariencias , los atributos, las superfi­
ies, las imágenes, todo lo cual meramente carece de subsistencia. 
Mas también el conocimiento matemático que se exige para una 
:ntelección a la vez elemental y profunda de lo que la relatividad res­
'Tingida significa debería estar al alcance de todos, y si no lo está, es 
-implemente por un problema social de educación, problema de enor­
mes implicaciones, pues no es un azar que, contrariamente a la exi­
gencia platónica de que la matemática fuera algo así como el oxígeno 
el espíritu, se haya convertido más bien en un arma de selección so­
ial y, por consiguiente, de mutilación de los no seleccionados. 
Un paso más . . . y estamos también en condiciones de discutir 
los conceptos matemáticos de dimensión, ca-dimensión y curvatura, 
que nos permitirán acercarnos a la teoría de la relatividad general . 
Nos faltará todavía el concepto de métrica, que apunta a algo intrín-
ecamente constitutivo del ser humano. Al respecto me permito 
avanzar como conjetura que la emergencia del yo es correlativa de la 
ubicación del sujeto lingüístico como núcleo o punto de intersección 
de un sistema de coordenadas cartesiano, a partir del cual el entorno 
se hace mundo, porque cada cosa está en primer lugar localizada res­
pecto al centro, y en segundo lugar mantiene una distancia respecto 
a todas y cada una de las demás cosas . 
Y si armados de estas nociones elementales de la matemática y 
la física queremos explorar con mayor radicalidad el concepto de 
espacio o lugar (dos traducciones de tópos absolutamente diferentes) , 
50 FILOSOFÍA. I NTERROGACIONES QUE A TODOS CONCIERNEN 
entonces daremos algún paso más . Nos introduciremos en el con­
cepto matemático de límite y el concepto a él correlativo de

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