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GRAN AUSTRAL Filosofía lnterrogaciones que a todos conciernen Víctor Gómez Pin GRA . AUSTR � - Filosofía Interrogaciones que a todos conciernen Víctor Gómez Pin © Víctor Gómez Pin, 2008 © Espasa Calpe, S. A., 2008 Derechos cedidos a través de Silvia Bastos, S. L. Agencia literaria Diseño de cubierta: Cristina Vergara Depósito legal: M. 19.487-2008 ISBN 978-84-670-2699-3 Reservados todos los derechos. No se permite reproducir, almacenar en sistemas de recuperación de la información ni transmitir alguna parte de esta publicación, cualquiera que sea el medio empleado -electrónico, mecánico, fotocopia, grabación, etc.-, sin el permiso previo de los titulares de los derechos de la propiedad intelectual Espasa, en su deseo de mejorar sus publicaciones, agradecerá cualquier sugerencia que los lectores hagan al departamento editorial por correo electrónico: sugerencias@espasa.es Impreso en España/Printed in Spain Impresión: Huertas, S. A. Editorial Espasa Calpe, S. A. Vía de las Dos Castillas, 33. Complejo Ática - Edificio 4 28224 Pozuelo de A/arcón (Madrid) Renérentzat, zeinak «dena hitzaren bidez egina dela» dakien En el semestre de otoño de 2007, mis alumnos de la Venice lnternational University me siguieron con paciencia en esta reflexión. Mis alumnos de la U.A.B. les precedieron. A. Roger transcribió y discutió las partes técnicas del manuscrito y F. Adell palió mi incompetencia informática. A todos ellos, mi agradecimiento. Venecia (septiembre de 2007-febrero de 2008) - Ronda (16 de febrero de 2008) ÍN DIC E PÓRTICO IN T ERROGACION ES QUE A TODOS CONCIERN EN l. Los MEANDROS DE LA INTERROGACIÓN .. . .. . .. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 41 Peso de la interrogación más bien que de la respuesta . . .. . 41 Toda lengua es filosófica . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 42 El hombre se pregunta por el hombre ............................. 44 Tras la física . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 46 Tras la matemática .......................................................... 49 Cosmos, infinito, tiempo ............................................... 51 La vida y su diversificación . . . . . . . . . . . . . . . . .. . .. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 5 3 Razones de Aristóteles . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 54 Razones de Darwin . . . y de sus hermeneutas ................... 55 Tras la genética y la lingüística . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 56 Cultura, éthos y ética . . . . . . . . . . . .. . . . . . . . .. . . . . . . . .. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 5 8 «Salvar la ciudad» ........................................................... 61 Atenas sin esclavos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 62 2. MEDIR Y CONFIGURAR EL MUNDO (1) .................................. 65 El hombre de Herto ....................................................... 65 El niño y la geometría- .................................................... 68 Lugar y vacío . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 70 10 ÍNDICE Entorno animal y entorno humano ............................... . Cosas a distancia del origen .. . cosas distanciadas entre sí . A imagen y semejanza de un Dios euclidiano ................ . Digresión: La limitación euclidiana y el mal .................. . TRANSICIÓN ....................................................................... . 71 74 77 79 83 3. NATURALEZA ELEMENTAL ................................................... . 85 85 86 87 89 93 97 De la sombra a la sustancia ........................................... .. Lo superficial no es substancial ..................................... .. Digresión: Un continuo mirífico ................................... . Rasgos elementales de lo físico ....................................... . La mayor subversión en el concepto de ente ................. .. El fin de una ilusión griega ........................................... .. 4. NATURALEZA VIVA ............................................................... 101 El estupor ante la vida ................................................... . 101 El origen de la vida .................................................................. 103 Eide (especies): Clasificación de los seres vivos .. . .. . .. .. .. . .. . 1O5 De Linneo a Carl Woese ................................................. 106 Especies y genoma . . . . .. . .. . . .. . .. . .. . . . . . . . .. . .. . . . .. . . . . . . .. . . . . . . . . . . .. .. 108 Secuencias reguladoras y las diferencias entre chimpancés y humanos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .. .. . . . . . . . . . . . . . . . . .. .. . .. . .. . .. . .. . . . .. . . . . . 109 Diferencia material: Secuencias repetitivas y la distinción entre individuos ......................................................... 112 La cuestión del sentido de la vida . . .. . .. . .. .. . . . . .. . .. .. . .. . . . .. . .. . 113 Conocimiento animal y conocimiento humano . . . . . . .. . . . .. . 117 Experiencia, t�cnica y ciencia . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 118 Conciencia y animalidad: Uso equívoco del término con- ciencia . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 121 ÍNDICE 1 1 Bloques constitutivos de la conciencffi. ............................ 124 Homo sapiens, Homo loquens ..... ...................................... 129 5. HOMO SAPIENS, HOMO LOQUENS ....................................... 133 Mitocondrial Eva ............................................................ 133 Evolución según el instinto del habla .............................. 135 La singularidad del instinto del lenguaje ......................... 137 Cuando un código de señales trabaja para sí mismo ........ 139 La carne se hizo verbo . .. . . . . . .. . . . . .. . . . . . . .. . .. .. .. . . . . .. . .. . . . .. . . . . . . . 141 Digresión: Peguy tras Darwin .. . .. .. .. .. . .. . .. .. . . .. . .. .. .. .. .. . .. . .. . 143 Lenguaje humano y códigos animales ............................. 144 Arbitrariedad del signo lingüístico y categorización del entorno a través del lenguaje ....................................... 147 Digresión: La derrota de las lenguas ................................ 152 De lo natural de E. coli a lo antinatural del lenguaje (re torno a lac operón) . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .. . .. . . . . . .. . .. . .. . .. .. .. .. .. 154 ¿Aprendió realmente Washoe el lenguaje humano? ......... 159 ¿ Pueden pensar las máquinas . . . tal como hacen las perso- nas? ............................................................................ 160 Pensamiento maquinal y pensamiento animal ................ 163 Objeciones filosóficas al pensamiento maquinal ............. 166 Una dificultad: inteligencia y redes neuronales ............... 168 6. LIBERTAD, MORALIDAD, JUICIO ESTÉTICO ............................. 171 Moralidad y condición animal .. .. .. .. .. .. .. .. .. . .. . .. . .. .. .. .. .. . .. . . 171 Moralidad como salto cualitativo en la evolución ........... 177 Del éthos que singulariza al ser humano .......................... 179 Moralidad y sometimiento a la razón . ... .. .. .. .. . .... .. ... . .. .. .. . 181 Moralidad y sometimiento a la palabra .. ....... ... ............... 185 ¿ Moralidad legitimada por la ciencia o ciencia como coro- lario de la moralidad? .................................................189 Lenguaje y promesa de libertad ...................................... 195 12 ÍNDICE Las condiciones de la libertad . . .. . .. . . . . . . . . . . . . . . . . . .. . . . . . . .. . . . . . . . 199 Del uso falaz del lenguaje como universal antropológico . 205 Apostar al pensamiento .. . y desesperar del mismo .......... 208 Andreia: Rasgos distintivos del sujeto ético ...... .... .. .. .... .. . 21 O La cuestión del juicio estético ......................................... 218 1 • • I I • 228 mag1nac1on y metr1ca ................................................... . 7. MEDIR Y CONFIGURAR EL MUNDO (2) .................................. 231 Posición y lugar natural .. .. .. .. . . .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. 231 Localizado ... y carente de lugar ....................................... 233 Lugar y materia . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 234 Búsqueda de la invariancia: La importancia del teorema de Pitágoras . . .. . . . .. . .. . . . . . .. . . . .. . . . . .. . .. . .. . .. . .. .. . .. .. . . . . .. . . . . . . .. . 236 Invariancia de la rectitud y múltiples tipos de líneas rectas . 239 Rectitud de los grandes círculos .. .... .. ...... .. .. .... .. .. .... .. .. .... 241 Espacio e invariancia: La perpendicular .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. 243 Infinitud de ejes de coordinación . . . lnvariancia en la me- dida ............................................................................ 243 Espacio físico: El fantasma de la Tierra plana .................. 248 Espacio físico: Cuando falla la geometría euclidiana ....... 250 «Todo plano es revirado»: La necesidad de trascender la inevitable intuición euclidiana .................................... 251 No cabe recta (clásica) en superficie curva .. . Ni plano (clásico) en espacio curvo ........................................... 253 La Tierra es, pues, redonda .. . ¡Y el espacio, curvo! .......... 255 Esfera tetradimensional .................................................. 257 ¿Fórmula sin forma? ................................ ....................... 259 El corte euclidiano .......................................................... 261 Corte euclidiano versus adecuación a la curvatura ........... 263 Paradigma cauográfico . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 266 Metabolé en los triángulos .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. . 268 Esferas adyacentes .......................................................... 270 ÍNDICE 13 Digresión: de Dante a Riemann . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .. . . . . . . . . . . . . . . . 27 4 Tiempo: medida del cambio corruptor . . .. . . . . . . . . . . . . .. . . . . . . . . . 278 Irrealidad física y peso antropológico de tiempo y espacio absolutos (lo irreductible de Kant) . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 283 8. DEL CONTINUO AL INFINITO . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 287 El problema del mal y el problema del continuo ............. 287 La cuestión del infinito cosmológico ............................. . Un paradigma griego: Universo esférico finito y denso .. . E . , I'. . _n expans1on ... ergo i1n1to ............................................ . La medida del universo .................................................. . 288 290 295 299 Repudio y reivindicación del infinito matemático . . . . . . . . . . 301 De lo infinitamente grande a lo infinitesimal .................. 303 EPÍLOGO . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 307 ANEXOS TÉCNICOS DEL ELECTRÓN AL FOTÓN . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 313 INTERPRETACIÓN CANÓNICA DE LA MECÁNICA CUÁNTICA . . . . . . . . . 321 CONCEPTOS CENTRALES EN.GENÉTICA . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 337 EL MODELO LACTOSA OPERÓN . . . . . .. . . . . . .. .. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 347 Los FÓSILES DE HERTO . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 3 51 UN GEN DETERMINANTE DE LA PALABRA Y DEL LENGUAJE . . . . . . .. . . 355 VARIABILIDAD GENÉTICA COMO CRITERIO PARA INTERPRETAR LA EVOLUCIÓN Y EL ORIGEN DE NUESTRA ESPECIE . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 359 UN SOFISTICADO CÓDIGO DE SEÑALES . . . . . . . .. .. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .. .. . 367 Los INTENTOS DE OTORGAR LA PALABRA A PRIMATES · · · · · · · · · · · · · · · · · 373 MEMORIA y SINAPSIS . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 381 ¿QUÉ TIPO DE RASGO EMERGENTE SUPONE EL LENGUAJE? . . .. . . . .. . 383 LUGAR Y TIEMPO ARISTOTÉLICOS 389 14 ÍNDICE EUCLIDES: DEFINICIONES, POSTULADOS Y AXIOMAS . . . . . . . . . . . . . . . . . . 395 DE LAMBERT A EINSTEIN: PROGRESIÓN EN LA IDEA DE UN ESPA- CIO NO EUCLIDIANO . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 399 TEORfA DE LA RELATIVIDAD . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 415 NÚMEROS INFINITESIMALES Y NÚMEROS TRANSFINITOS . . . . . . . . . . . . . 431 ÍNDICE ONOMÁSTICO . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 447 PÓRTICO INTERROGACIONES QUE A TODOS CONCIERNEN Es una situación embarazosa la de alguien que, al ser pregun tado por su profesión, ha de responder «filósofo» o incluso «profesor de filosofía». Y el problema no reside tanto en que el interlocutor no sepa en qué sector del conocimiento o de la técnica encasillar tal res puesta, como en el hecho de que, probablemente, el propio filósofo tampoco lo sabe. Un filósofo es desde luego una persona cuya tarea es pensar, pero esto también caracteriza a Ramón y Cajal, Einstein, Gauss . . . , a los que nadie (al menos de entrada) califica de «filósofos». El emba razo del profesional de la filosofía se acentuará además por una sos pecha de lo que, ante su respuesta, el interlocutor empezará a barrun tar. Pues si se hiciera una encuesta en fa calle sobre el tema, la gran mayoría de los interrogados haría suya una opinión del orden si guiente: «Los filósofos son tipos que hablan sobre asuntos que sola mente a ellos interesan y en una jerga que solo ellos (en el mejor de los casos) entienden». Obviamente el profesional de la filosofía protestará y hasta se sentirá ofendido. Pero tiene en su contra el que esta popular idea de lo que sería la disposición filosófica, encuentra reflejo en el trabajo efectivo de muchos de sus colegas y (lo que es más grave) no forzosa mente en el de aquellos que hoy gozan de menor prestigio. De textos escritos generalmente en lenguas que al común le son ajenas, los filó sofos extraen material para sutilísimos argumentos a favor de tal o 18 FILO SOFÍA. I NTERROGACIO NES QUE A TO DOS CONCIERNEN cual posicionamiento respecto a asuntos que suelen tener una de las sigui en tes características: - La erudición es el soporte del problema mismo. Así es cuando se trata de saber si determinado pensador latino de segunda fila pu diera eventualmente haber hecho suya tal o cual tesis estoica. - El problema concierne efectivamente a todo el mundo. Pero a la hora de posicionarse respecto al mismo no se necesita en absoluto recurrir a autoridad más sabia: nadie, por ejemplo, duda de que el aprovechamiento del que está en situaciónde debilidad convierte al aprovechado en un canalla. Es decir, nadie necesita «profesores de virtud». - El problema concierne asimismo a todos, pero presenta una aporía irreductible que la literatura (la tragedia griega en primer lugar) ha plasmado con toda acuidad: ¿qué hacer, por ejemplo, cuando la ley oscura que vincula por lazos de sangre o amistad, entra en con tradicción con las leyes que regulan el orden social en el que uno se reconoce? En este caso, la dificultad no estriba en lo laborioso de la reflexión que conduciría a ver la salida cabal. Hay eventualmente, sin embargo, exigencia de acción, de toma de partido, exigencia que literalmente desgarra al individuo, de ahí la tragedia. Para resumir: el discurso caracterizado como filosófico pecaría de esoterismo terminológico, encubridor de una ausencia de autén tica problemática. Esto último, o bien en razón de que lo discutido es contingente respecto de las preocupaciones esenciales de los hu manos, o bien en razón de que lo discutido no tiene solución gene ral, ni por tanto solución que dependa de la radicalidad reflexiva, menos aún solución que dependa de riqueza informativa. Cabe mencionar, asimismo, una tercera modalidad bajo la cual se presenta la filosofía y que no es menos indigente que las anterio res. Se trata de su imagen como consuelo espiritual frente a las vicisi tudes negativas. En nuestros tiempos, tal imagen ha dado lugar a la Pó RTICO 19 aparición de ensayos filosóficos mediáticamente voceados que (con mayor o menor pudor y mayor o menor agudeza) nos ofrecen un equivalente de los antiguos breviarios en los que se refugiaba la sabi duría popular. Uno de los más exitosos vinculaba opositivamente (hace ya unos diez años) un conocido medicamento antidepresivo a la filosofía, que, a juicio del autor, debería sustituir al primero. Dado que una de las cualidades de tal droga es la de neutralizar las razones de ansiedad provocadoras de insomnio, su homologación a la filosofía permitiría catalogar a esta última entre las modalidades contemporáneas de la tisana. Propongo, pues, al lector de tal ensayo que, a la hora de apagar la lámpara, enriquezca el cúmulo de rituales encauzadores del sueño con el abordaje del siguiente problema (¡filo sófico donde los haya!): ¿Es el mundo realmente finito? Y, en tal caso, suponiendo que responde al modelo de la esfera riemanniana (en lugar de tener forma de esfera simple, como el mundo finito de Aristóteles) . . . , ¿hay ma nera de que la imaginación alcance a representar tal mundo?, o, en otros términos, siendo nosotros tridimensionales, ¿hay manera de dar imagen al concepto de un espacio curvado? Tras esforzarse toda la noche en hallar respuesta adecuada a ese problema, el lector de algu no de los breviarios aludidos estará en condiciones de discernir si, efectivamente, la imagen de la tisana es válida tratándose de filosofía. Esta alusión a los empleos ilegítimos de la palabra filosofía apunta a poner de relieve que el discurso filosófico· es a menudo vam pirizado por una operación que traiciona los orígenes mismos de la ilosofía, operación que tienda más bien a encubrir que a desvelar. Por decirlo llanamente: el lugar de la filosofía habría sido ocupado por usurpadores. Mas en esta hipótesis: ¿cuál sería la característica del discurso que respondería a la exigencia filosófica? Se intenta aquí dar una respuesta de mínimos. La filosofía se enfrenta a interrogantes ue se presentan al espíritu en cuanto este deja de estar distraído. Entendiendo por distraído lo siguiente: ocupado en problemas con- 20 FILOSOFÍA. I NTER ROGACIONES QUE A TO DO S CONCIERNEN tingentes, es decir, problemas que (por apremiantes y hasta dramáti cos que puedan ser) no son parte de las alforjas elementales de la humanidad, no se presentan necesariamente en toda organización hu mana concebible. Difícil es para el filósofo convencer (tanto a los demás como a sí mismo) de que en los ejemplos expuestos hay mucho de burda ca ricatura y que, en realidad, filósofo es exclusivamente aquel que habla de cosas que a todos conciernen y lo hace en términos, de entrada, ele mentales y que solo alcanzan la inevitable complejidad respetando esa absoluta exigencia de transparencia que viene emblemáticamente asociada al nombre de Descartes. Recuperar la disposición filosófica es obviamente tanto más ur gente cuanto más alejado se halla uno de ella. Este presupuesto tiene una consecuencia inmediata sobre el instrumento de la filosofía, que no es otro que el lenguaje inmediato e inevitablemente equívoco, del que se nutre la vida cotidiana. En el hablar ajeno a la jerga filosófica ha de encontrar la filosofía no solo arranque, sino tensión e impulso para sus objetivos. Mas precisamente por lo ambicioso de estos, la fi losofía acaba exigiendo un grado de tecnicidad y hasta de erudición que incluye, por supuesto, la historia misma de la filosofía. Los filósofos suelen a veces decir que los textos fundamentales· de la líistoria de la filosofía son para ellos el análogo de lo que el la boratorio es para el científico. Aunque esto es desde luego exagerado, no hay duda de que en tales textos se fraguan las interrogaciones filo sóficas elementales. Cuando las mismas son vivificadas por los ele mentos de información que aporta la ciencia contemporánea y por las interrogaciones de los grandes artistas de nuestro tiempo, enton ces . . . la reflexión filosófica acerca al ser humano simplemente a lo que Aristóteles definía como su condición, a saber: la de un animal que busca satisfacción en el saber. Pero ha de insistirse en que la complejidad técnica no puede aparecer desde el origen, y menos aún cabe empezar con esos guiños Pó RTICO 21 que se hacen mutuamente los eruditos. El filósofo arranca hablando en términos profundamente cargados de sentido y lo hace combi nándolos de manera simplemente razonable, es decir, evitando en lo posible la niebla conceptual y la interferencia de sentidos. Y aunque toda la historia de la ciencia y toda la carga de espir�tualidad concen trada en la historia del arte son instrumentos tan imprescindibles como insuficientes para responder a una sola de las 'elementales in terrogaciones abiertas por Aristóteles, cada ingrediente técnico o erudito ha de ser introducido en el momento realmente útil y desple gado en términos que solo progresivamente adquieren complejidad. Filósofo es quien, simplemente, ha asignado a su mente el obje tivo más ambicioso que cabe esperar. Y se trata esencialmente de no ir de farol. Así, cualesquiera que sean las vicisitudes de su vida labo� ral, económica, afectiva . . . el filósofo ha de encontrar la entereza par� ortearlas, de tal manera que no imposibiliten el esfuerzo en pos de la lucidez, en el que siente que reside su confrontación esencial. Refiriéndose a un proyecto análogo en radicalidad al del filó- ofo, a saber, el trabajo de la narración literaria, Marcel Proust afir maba abrigar la esperanza de llegar a contar entre los afortunados para quienes, precisamente por lo sobrehumano de su esfuerzo, «la hora de la verdad» sonaría antes que «la hora de la muerte». Mas el propio narrador se quejaba de haber perdido largos años en futilidades, de tal manera que se enfrentaba a la tarea «en vísperas de la muerte y sin sa- er nada de mi oficio». Pues bien, este asunto del oficio no es menos sencial para el filósofo: El filósofo ha de determinar cuál es su obje rivo, qué tipo de interrogaciones le caracterizan en el seno de aquellos uya función es plantear interrogaciones. Estas interrogaciones pueden referirse a lo inmediatamente dado (tanto en el entorno natural como n el registro de lo psíquico), o a aspectos más ocultos, eventualmente . 'ª de manera parcial explorados por una indagación anterior. Una vez realizada esta tarea, una vez delimitado el objetivo, el 1lósofo (como todapersona razonable) ha de valorar si se encuentra 22 FILO SO FÍA. I NTER ROGACIONES QUE A TO DOS CONCIER NEN en condiciones de abordarlo, es decir: si reúne tanto la potencia de pensamiento que el asunto requiere como los instrumentos sin los cuales tal potencia sería inoperante. El filósofo, en suma, como todo aquel que se propone un objetivo, ha de estar provisto de alforjas y ha de revisar periódicamente las mismas, por si algún instrumental exigido por una imprevista tarea ·no estuviese disponible. Decir que un filósofo habla exclusivamente de asuntos que a todos conciernen, decir que si algún asunto no responde a esta exi gencia no puede ser filosófico, es acercar la interrogación filosófica a esas preguntas elementales que el ser humano plantea como mero corolario de una suerte de tendencia innata. Tendencia que, desde luego, observamos en los niños y que cuenta entre sus ingredientes con lo que un pensador contemporáneo ha denominado «instinto de lenguaje». Instinto que mueve a intentar que el lenguaje se fertilice, alcance aquello de que es potencialmente capaz, es decir se realice. El lenguaje alcanza su madurez explorando diferentes vías, pero desde luego la vía interrogativa es una de ellas, y la palabra designativa de la situación de estupor que lleva a interrogarse es precisamente filosofla. Corolario inmediato del presupuesto de universalidad de la fi losofía es lo siguiente: La única forma de que la filosofía no forme parte de nuestras vidas es que haya sido objeto de repudio. Cabe de cir que tal repudio, sustentado en razones sociales relati�amente bien delimitables, se halla en la base de la actitud que, respecto a la vida del espíritu, caracteriza a la inmensa mayoría de los ciudadanos. Dando un paso más, cabe conjeturar que la organización concreta de la vida social efectiva es fruto de ese repudio, lo cual explicaría que sean tan pocos los que se creen concernidos por las interrogaciones filosóficas. Mas si hombre implica filósofo, si (por evocar ya a Aristóteles) hombre implica t�nsión en pos de la lucidez (tensión en pos de que sea desvelado aquello que, de entrada, se oculta a nuestra inteligen cia), entonces todo orden social sustentado en el repudio de la filoso- PóRTICO 23 fía, o en reducirla a práctica de una elite,"'es intrínsecamente ilegí timo, mutilador de la condición humana. Corolario importantísimo del postulado según el cual la filoso fía concierne al género humano como tal, es también que la disposi ción filosófica ha de ser fomentada desde muy pronto, impidiendo que la educación infantil se traduzca en parcialización del espíritu. Pues un niño es naturalmente rebelde al aprendizaje de disciplinas desprovistas de hilo conductor que las unifique y, en consecuencia, carentes de sentido. Por definición, un niño es alguien en quien la capacidad de ha blar se ha actualizado tan solo recientemente. Mas por ello mismo, el niño no se halla aún contaminado por los usos falaces de la palabra, que acaban por ser los que imperan en un universo adulto susten tado en ese rechazo de la lucidez antes evocado. Es bien sabido que los niños se caracterizan por una actitud in terrogativa que, a menudo, desconcierta y hasta irrita a los mayores. Por supuesto que, muy frecuentemente, tal actitud no refleja sino un interés trivial por asuntos perfectamente contingentes. Pero, ha ciendo una criba suficientemente fina, en el discurso del niño cabe percibir el meollo de alguna de las interrogaciones más elementales, y a la vez más radicales, a las que se enfrenta la humanidad. En alguna ocasión he evocado al respecto el caso de una niña parisina que (correteando incesantemente por la casa en una reunión organizada por su madre) se detuvo repentinamente, balanceando su cuerpo, con expresión en la que se mezclaban alborozo e inquietud y, ante la mirada interrogativa de la madre, preguntó: «¿Por qué me si gue?». Quien seguía de tal modo a la pequeña era su sombra, cuyo vínculo con su propio ser era descubierto por vez primera, en una disposición de espíritu que cabe, sin exageración alguna, identificar a ese estupor ya aludido en el que Platón y Aristóteles situaban el ori gen de la filosofía. Cuando la madre, a la vez tranquilizada e irritada por la interrupción, respondió con un seco «no lo sé», la pequeña 24 F I LOSO F ÍA . I NTERROGACIONES QUE A TO DOS CONCIERNEN dijo «pues yo quiero saberlo» (mais je veux le savoir) con tono que en cerraba todo un desafío. Pues bien: Esta actitud de la pequeña pari sina, su desconcierto y rabia ante el frívolo rechazo de su madre a considerar una interrogación de hecho esencial, muestra que el espí ritu de un niño no es esa tábula rasa que el pensador Steven Pinker denuncia (suerte de saco de patatas que solo la información llenaría de contenidos), sino que se halla constituido por facultades que la educación debe simplemente potenciar y actualizar. Por decirlo en términos de Platón, la educación debe fertilizar un órgano ya dado, no sustituirse al mismo. Tras muchos años de enseñanza creo estar en condiciones de barruntar qué hace a un joven derivar (normalmente desde la adoles cencia y con nula complicidad de su entorno familiar y hasta educa tivo) hacia la disciplina universitaria designada mediante la rúbrica filosofia. Se trata sin duda de una aspiración al conocimiento, que ciertamente también tiene el que aspira a ser científico o artista (aun que en este último caso la pulsión de conocimiento se subordina a otra inclinación exclusiva de los seres de razón, que más adelante nos ocupará). Pero el ansia por conocer se mezcla aquí con una curiosa expec tativa: se atribuye al conocimiento una potencialidad de conferir sig nificación, es decir, de arrancar a la in- significancia que supone una vida reducida a la consecución de objetivos predeterminados por el entorno, y en relación con los cuales el saber es reducido a mero ins trumento. Se diría que el filósofo en ciernes barrunta la radical ver dad, y sobre todo el enorme peso, de la tesis aristotélica que sitúa la esencia del hombre (lo que le singulariza como especie animal y le confiere una naturaleza) en la razón y el lenguaje . . . , barrunta, en consecuencia, que potenciar la vida integral del espíritu es la única forma de responder a la propia condición y reconciliarse con ella. '- Ciertamente tras todo esto anida también un deseo de escapar a las limitaciones de la vida; deseo de lo que, en otro contexto, se deno- PóRT ICO 25 minaba salvar el alma. No se trata ciertamente de salvarla a cualquier precio, no se trata desde luego de salvarla atm a costa del buen juicio. Importantísimo matiz que separa radicalmente al joven de referencia de aquel otro que, por decir un ejemplo, canalizara toda la tensión de su espíritu en intentar responder a los imperativos de la catequesis. Ya Kant veía en esta doble pulsión el motor que conduce a la práctica filosófica que él designaba como Metafísica, problemático término que, hasta ulterior precisión, intentaré evitar. Conviene avanzar que uno de los objetivos de Kant es mostrar que, si la filoso fía puede realmente llegar a satisfacer (parcialmente al menos) la pri mera tendencia, nunca conseguirá hacerlo con la segunda. La filoso fía no puede, por así decirlo, competir con la religión. De ahí que el joven que se dedica a la filosofía acabe sacrificando toda inclinación a algún tipo de promesa vana, es decir, promesa que no venga estric tamente determinada por aquello que de la razón cabe esperar. Lo bueno del asunto es que el campo de lo que la razón ofrece es enormemente rico y fértil, como no podía ser menos dada nuestra condición de seres racionales. Ni la filosofía salva (concretamente de los efectos termodinámicos en nuestros cuerpos que designamos como huellas del tiempo), ni necesidad alguna hay de que salve. Pues elhorizonte de satisfacción que la filosofía ofrece se sitúa más allá de las construcciones imaginarias con las que encubrimos lo real de la condición humana que tantas veces nos negamos a asumir; más allá, desde luego, de esa suprema construcción imaginaria que es la idea de una absoluta salvación. Un profesor de física en una universidad catalana, que tiene la suerte de aunar la condición de científico y la de poeta (realizando así de alguna manera lo que cabría calificar de ideario humanista) se refería hace unos años al privilegio que había supuesto para él argu mentar, sorprender, debatir, demostrar, «en un cielo de pizarras y de tiza» y ante la mirada asombrada de quienes parecían ser cíclica re creación de la juventud. Estos seres con mirada aún no contaminada, 26 F I LOSO F ÍA . I NT E R ROGACION ES QUE A TO DOS CONCI ERNEN separan de alguna manera la gema del pedrusco y así obligan al que a ellos se dirige a forjarse a sí mismo en un combate continuamente re novado. Solo cabe en esta apuesta esperar un triunfo parcial, pues siempre perdura un rescoldo que justifica el sentimiento de impos tura, el sentimiento de no responder realmente a la imagen que uno ha configurado para los demás. Dado que esta reflexión sobre las interrogaciones elementales o filosóficas se despliega en forma de escrito, no hay ciertamente mira das que sirvan de espejo inmediato (y a veces cruel) de la veracidad o falacia del discurso. Y sin embargo la sombra de la impostura per siste, y no solo para el que escribe estas líneas. Pues tan impostura se ría el que la recepción de estas reflexiones viniera tan solo a llenar un hueco, una suerte de vacío en el registro de la información cultural, como que su emisión no respondiera a un deseo de aclararse a sí mismo en el acto de intentar que los demás se aclaren. No hay manera de plantear la cuestión del contenido de la filo sofía sin referirse a Aristóteles. Y también constituye este autor el re ferente principal cuando se trata de apuntar a las causas de que se dé en el ser humano la disposición filosófica. Mas antes de transcribir el texto fundamental de Aristóteles respecto al segundo punto, permí taseme evocar archirrepetidos tópicos de la historia de la ciencia y glosar un comentario a los mismos de uno de los más importantes fí sicos del siglo veinte: Pese a la evidencia empírica que suponía la circunvalación de la Tierra por navegantes de diferentes países, fue difícil superar argu mentos en contra de la esfericidad, que parecían del todo razonables. Así la objeción de que, al alejarse de nuestro horizonte, abandonaría mos progresivamente la posición que nos mantiene sobre la superfi cie de la Tierra y al llegar a la antípoda, pura y simplemente caeríamos en el vacío. Argumento vinculado a este es que dejaría de haber un .... «arriba» y un «abajo» propiamente dichos, pues, de mantenerse alguien en el otro extremo, para él nuestra actual posición sería «abajo». PóRTICO 27 Había además la confianza en la intuición inmediata, que de ninguna manera abogaba por la esfericidad (aunque repleta de acci dentales curvaturas, como las colinas, la superficie de la Tierra se nos antoja de entrada plana). Y desde luego la intuición tampoco abo gaba por la tesis de que el Sol era un enorme astro incandescente en torno al cual otros astros (la Tierra entre ellos) girarían. El segundo ejemplo es tanto más interesante, cuanto que no se daba siquiera el análogo empírico de lo que la circunvalación marítima supuso para el primero y que forzó al silencio tantas voces conservadoras. Si a ello añadimos que las doctrinas religiosas imperantes (pero también muchas de las que ya no lo eran) daban en general apoyo a las arraigadas convicciones sobre la centralidad de la Tierra, ¿qué hizo que las nuevas hipótesis astronómicas fueran abriéndose camino? Pues simplemente que, por contrarias que fueran a la intuición y a la fe, poseían gran fuerza explicativa. Ahora bien: lograr aclarar, expli car, sustentar en razón el entorno terrestre o celeste, y a poder ser en su totalidad, constituye en palabras de Max Born «el ardiente deseo de toda mente pensante», deseo que no se aminora en absoluto por el hecho de que aquello que se trata de aclarar «sea eventualmente de total irrelevancia para nuestra existencia». Casi cada palabra es importante en estas afirmaciones del nobel de Física e interlocutor mayor de Einstein. Conviene enfatizar el he cho de que el apetito de transparencia es propio de todas las mentes pensantes, no meramente de una elite social, religiosa o intelectual. Y estamos con ello en situación de leer o releer el evocado texto de Aristóteles (que presentaré en traducción tan «libre» estilísticamente como rigurosamente fiel al contenido). TODOS los humanos, en razón de su propia naturaleza, desean el saber. Indicio de ello es el placer que los sentidos nos procuran; pues incluso cuando su ejercicio no es de utilidad alguna, nos com placemos en que estén operativos, y ello es particularmente cierto 28 FILOSO F ÍA . I NTERROGACIONES QUE A TO DO S CO NCIERNEN tratándose de la vista. En efecto, no solo en los casos en que la vista es útil para un objetivo, sino también cuando nada pretendemos ha cer, preferimos ver a cualquier otra cosa; la razón estriba en que, de entre todos los sentidos, es la vista la que nos proporciona mayor per cepción de diferencias en las cosas que a nosotros se ofrecen. En razón de la naturaleza de los animales, estos nacen con ca pacidad de tener sensaciones; en algunos de ellos la sensación llega a generar memoria, mientras que en otros esto no ocurre. Los dotados de memoria son más cautos y prudentes que los incapaces de recor dar. Tal prudencia se da incluso entre animales desprovistos de capa cidad auditiva, mas cuando esta última se añade, entonces el animal adquiere cierta capacidad de aprendizaje. Así pues, los animales diferentes del hombre viven con imáge nes y recuerdos y ello les proporciona ya, en pequeño grado, la capa cidad de tener experiencia. Pero en el vivir de los humanos cuentan además como ingredientes el conocimiento técnico y la capacidad de razonar. Tratándose de la vida práctica, la experiencia no tiene menor valor que el conocimiento técnico, y el hombre con experiencia tiene más éxito que el que domina la teoría pero no tiene experiencia. Y sin embargo todos pensamos que el conocimiento y la intelección son cosa más bien del técnico y que este es más sabio que el mero hom bre de experiencia, y ello en razón de que conoce la causa, la cual el pnmero ignora . . . . Y así, cuando las técnicas proliferaron, unas al servicio de las necesidades de la vida, otras con vistas al recreo y ornato de la misma, los inventores de las últimas eran con toda justicia considerados más sabios, dado que su conocer no se subordinaba a la utilidad. Mas solo cuando tanto las primeras técnicas como las segundas estaban ya do minadas, surgieron las disciplinas que no tenían como objetivo ni el ornamentar la vida ni el satisfacer sus necesidades. Y ello aconteció en los lugares do¿:de algunos hombres empezaron a gozar de libertad. Razón por la cual las matemáticas fructificaron en Egipto, pues la casta de los sacerdotes no era esclava del trabajo. PóRTICO 29 Tras el hecho, ya señalado, de que ArJstóteles atribuye la exi gencia del pensar a la totalidad de los humanos, cabe enfatizar la afir mación de que disciplinas como la matemática, solo son posibles cuando están solventadas, no ya las cuestiones relativas a la necesi dad, sino también las relativas a la distracción, el ornato y hasta la belleza. Importantísima es asimismo la declaración de que solo en. condiciones de libertad pueden los humanos acceder a esta última etapa. En fin, es muy significativo el hecho mismo de que el primer ejemplo de ciencia que responde a la exigenciade absoluto desinterés por aspectos ajenos a su propia práctica sea la matemática. De esta independencia del pensamiento matemático, no ya con relación a los intereses de la vida cotidiana, sino incluso a las exigencias de otras disciplinas, cabe dar un ejemplo indiscutible, a saber, la teoría de las secciones cónicas: los matemáticos griegos estudian la elipse, la pará bola y la hipérbola, 400 años antes de Cristo, pero su primera aplica ción no se encuentra hasta la cosmología de Kepler, con su conjetura de las órbitas elípticas que, en torno al Sol, realizarían los planetas. Hemos de relacionar estos rasgos, en los que se muestra un as pecto desprendido y liberador del hecho mismo de pensar, con lo que antes decía sobre la mutilación que para los seres humanos su pone vivir en una sociedad que da la espalda a la filosofía, o que incluso se sustenta en su repudio: Para la inmensa mayoría de los hu manos la lucha por la subsistencia ocupa la integridad de sus jorna das. Y aun ateniéndose a los privilegiados ámbitos en los que esta es clavitud inmediata queda atrás, perdura la imposibilidad de vivir en condiciones no ya de ornato y confort, sino incluso de salubridad; es decir, imposibilidad de vivir simplemente con decencia. En lo re ferente al ornato, la preocupación por alcanzarlo llega a confundirse con la radical confrontación que supone la aspiración artística, de lo cual es indicio el uso que se hace en nuestra lengua del término diseño. En fin, somos tan poco fieles a la concepción aristotélica del saber como algo en lo que el hombre encuentra su realización (y que 30 FILOSOFÍA. INTERROGACIONES QUE A TO DOS CONCIERNEN en consecuencia ha de valer por sí mismo), que la matemática es so cialmente concebida como mero instrumento para disciplinas con fi nalidades prácticas, e incluso instrumentalizada al servicio de la se lección social. Asunto este que será recurrente a lo largo de esta reflexión. Finalicemos dejando de nuevo que se exprese el propio Aristóteles, refiriéndose ya explícitamente a la filosofía: . . . Pues los hombres empiezan y empezaron siempre a filosofar movidos por el estupor. Al principio su estupor es relativo a cosas muy sencillas, mas poco a poco el estupor se extiende a más impor tantes asuntos, como fenómenos relacionados con la Luna y otros que conciernen al Sol y las estrellas y también al origen del universo. Y el hombre que experimenta estupefacción se considera a sí mismo ignorante (de ahí que incluso el amor de los mitos sea en cierto sen tido amor de la sabiduría, pues el mito está trabado con cosas que de jan al que escucha estupefacto). Y puesto que filosofan con vistas a escapar a la ignorancia, evidentemente buscan el saber por el saber y no por un fin utilitario. Y lo que realmente aconteció confirma esta tesis. Pues solo cuando las necesidades de la vida y las exigencias de confort y recreo estaban cubiertas empezó a buscarse un conoci miento de este tipo, que nadie debe buscar con vistas a algún prove cho. Pues así como llamamos libre a la persona cuya vida no está su bordinada a la del otro, así la filosofía constituye la ciencia libre, pues no tiene otro objetivo que sí misma. Glosando de nuevo al evocado poeta catalán David Jau, se trata de que unos y otros lleguemos a sentirnos henchidos de saberes más ricos que los por uno forjados y ello mediante el procedimiento de que tales saberes lleguen legítimamente a ser vividos como propia riqueza. De pocas cosas en esta vida puedo sentirme más satisfecho que de haber convencido a más de un estudiante «de letras» de que, � llegando a entender las fórmulas de la relatividad restringida, experi- mentaría la misma emoción que Einstein. Pó RTICO 31 "" Esta es quizás una buena delimitación del objetivo: sentir que estas fórmulas (en las que se hace inteligible la dura tesis de que el tiempo y el espacio de nuestra intuición inmediata carecen de objeti vidad física) tienen su potencia en ellas mismas. Sentir que no son fruto de la subjetividad de Einstein, sino más bien espléndido indicio de que Einstein (y como él cada uno de nosotros) puede dejar de estar encharcado en el cúmulo de preocupaciones, tan legítimas como generalmente estériles, que constituyen precisamente lo esencial de nuestra cambiante subjetividad Sentir, en suma, que las fórmulas de Einstein son en realidad de todo aquel que, literalmente, las recrea. Esta exigencia de llegar a hacer propios saberes que han confi gurado otros explica por qué, en un párrafo anterior, insistía en la ne cesidad de que el filósofo revise periódicamente sus alforjas, a fin de verificar que dispone de los utensilios necesarios para su tarea. Pues bien: Una actitud habitual en el filósofo es estimar que los instru mentos en cuestión son generados por la reflexión misma, la cual, a u vez, no exigiría otra cosa que las estructuras básicas del lenguaje, algo que cabría llamar bagaje elemental de la humanidad. El que así apuesta por la fuerza de la introspección, confía en que el conte nido, tanto interrogativo como instrumental, de la filosofía surgiría en cascada a partir de una asunción suficientemente radical de la propia condición del ser lingüístico. Así, por ejemplo, la mera luci dez respecto a lo que supone la condición biológica llevaría al pro blema de nuestra finitud, de ahí al de la finitud del universo (discu- ión sobre la entropía incluida) y correlativamente al problema del infinito, en sus múltiples vertientes. Este ultimo problema se concre tizaría inevitablemente en forma matemática, pero para alcanzar la disponibilidad de los instrumentos matemáticos necesarios, basta ría una inserción en sí mismo apuntando a una suerte de platónica . . . remmzscencza. El diálogo de Platón titulado Menón ha sido siempre conside rado un paradigma de este tipo de abordaje. La confianza en que la 32 F I LOSO F ÍA . INTER RO GACIONES QUE A TO DOS CONCIERNEN matemática se halla inscrita en lo que constituye la naturaleza misma del ser humano, en aquello que le diferencia de los demás animales, ha constituido desde Pitágoras una suerte de promesa de plenitud espiri tual. Pues además de conjeturar que las estructuras matemáticas serían innatas, el filósofo pitagórico-platónico barrunta que, sin ayuda de la matemática, quedan fuera de él las armas conceptuales que permiten enfrentarse a problemas esenciales de lo que intuye ser su profesión. Mas aquí es donde la tentación de limitarse a un método in trospectivo adquiere mayor relieve: Pues aun teniendo clara la exi gencia de instrumentos técnicos en el abordaje de su tarea, el refugio en la introspección permite al filósofo soslayar la molesta pregunta sobre la exigencia de informaciones procedentes del exterior, es decir, soslayar la cuestión del aprendizaje, de lo prescindible o imprescindi ble de la mediación por la cultura científica o artística. Por decirlo brutalmente: Si al bagaje esencial se accede a través de una suerte de reminiscencia platónica, entonces, a la hora de enfrentarse, por ejem plo, al problema del espacio, el filósofo se libra de una incursión en la Teoría de la Relatividad, a través quizás de la convencional inscrip ción en un primer curso de Física. O bien, en otro registro: el pro blema de la dicción clara, al que se refería Wagner, que puede llegar a sugerir una primacía del lenguaje sobre la música, ¿es o no media ción necesaria para el filósofo que se enfrenta a la interrogación sobre el modo originario del lenguaje? Esta confianza en la introspección no es, desde luego, total mente gratuita. En última instancia se sustenta en el sentimiento de la capacidad de autofertilización de las facultades con las que -por su propia naturaleza- el hombre se halla provisto. Así, la cuestión relativa a qué ha de saber un filósofo, remite a la interrogación sobre la frontera que separalo innato y lo cultural; cuestión que se pre senta emblemáticamente a la hora de abordar el estatuto del lenguaje humano. Pues siendo obvio que solo habla aquel que se halla innata mente facultado para ello, también lo es que sin esta mediación por Pó RT ICO 33 los demás que caracteriza al hecho cultural, el ser potencialmente lin güístico no llegará nunca a ser lingüístico en acto: Ciertamente solo los bebés de nuestra especie superan (en ra zón de su innata determinación por las estructuras lingüísticas) la condición de seres carentes de habla. Pero solo la inmersión en una u otra lengua materna posibilita que acontezca algo tan admirable. Ello es prueba suficiente del enorme peso de la mediación informa tiva a la hora de responder cabalmente a la condición humana, a lo cual aspira siempre el filósofo. En suma, la esperanza de alcanzar elevadas cotas de lucidez sus tentdndose solo en sí mismo constituye algo así como una rousseau niana inocencia del filósofo. Se objetará que el filósofo, en el sentido convencional de la pa labra, no responde a este esquema, que ha realizado mediaciones por la historia del pensamiento y concretamente por la historia de los es critos filosóficos. Mas no deja de ser cierto que una vez adquirido ese bagaje, el filósofo a veces se detiene en el esfuerzo, renunciando a ad quirir un acervo procedente de otras disciplinas. Tal actitud explica que una gran parte de la filosofía de nuestro tiempo consista en al guna varían te de la llamada hermenéutica, es decir: en un retorno a los textos erigidos en referencia última; actitud que no carece de analogías con la propuesta luterana de confrontar directamente a ada siervo de Dios con la palabra a él referida. De ahí que la actitud consistente en erigir los textos filosóficos en laboratorio de la filosofía (y en considerar que la ascesis interpre tativa del propio juicio es lo único que, ante tales textos, realmente cuenta) no pueda ser barrida de un plumazo: Es incluso posible que cuando los textos filosóficos remiten indiscutiblemente a tipos de co nocimiento que forman parte del acervo científico, técnico o artís rico (así, por ejemplo, cuando desde las primeras páginas de la Crí tica de la razón pura, Kant remite a la incompletud de las teorías gravitatorias entonces existentes) baste una inmersión introspectiva 34 FI LOSO F ÍA . I NTERROGACIONES QUE A TO DOS CONCIERNEN en los conceptos que se manejan, para que tales aspectos técnicos surjan en la suerte de reminiscencia platónica ya evocada. Es posible, en suma, que armado con sus textos básicos, el filósofo en su obje tivo de alcanzar la lucidez, se baste a sí mismo. Todo ello es posible, pero . . . no es seguro. Y en tal falta de segu ridad se sustenta el presente proyecto de articular una suerte de catá logo relativo a qué ha de saber un filósofo. Delimitar lo que ha de saber un filósofo, pasa, en primer lugar por el establecimiento de un listado de esas interrogaciones filosóficas elementales a las que he ve nido refiriéndome. Tal listado debe incluir cuestiones relativas al es pacio, al tiempo, a la condición lingüística, a la diferencia entre lo humano y lo meramente animal, al vínculo entre tiempo y corrup ción, al vínculo entre palabra y música, a la función de la represen tación plástica, etc. Reflexión para la que será fértil apoyo un saber indiscutible mente técnico, es decir, inequívoco y controlable. Tal saber incluye necesariamente aspectos relativos a genética, lingüística, mecánica clásica, mecánica cuántica, Teoría de la Relatividad, Teoría matemá tica de Conjuntos, topología algebraica, teoría físico-matemática del campo, teorías ondulatorias de la luz y el sonido, momentos de la historia de la teoría musical, historia conceptual del arte . . . y un no muy largo etcétera. Aun en el caso de que se haya ya pasado por el aprendizaje de alguno de estos puntos, rememorarlos en función de una interroga ción filosófica, y siguiendo un estricto hilo conductor, supone no solo actualizarlos, sino darles vida, es decir, librarlos de la esterilidad consistente en no saber a qué responden, esterilidad en la cual son fácil presa del olvido. Nunca se reiterará en exceso que la filosofía, precisamente por constituir una exigencia elemental del ser lingüístico, alcanza un ele- ,.. vado grado de complejidad. Pues las cuestiones elementales son la auténtica matriz, tanto de la disposición espiritual que conduce a la Pó RTICO 35 ciencia como de la que conduce a la exigencia artística. La matemá tica, la reflexión musical o la física teórica encuentran en la filosofía un auténtico punto de convergencia, una <<Unidad focal de significa ción», según la expresión aristotélica. En ausencia de esta última, las disciplinas particulares quedan privadas de significación, es decir, re ducidas a la insignificancia. Ninguna otra cosa indicaba Descartes cuando añadía a sus trabajos científicos ese prólogo legitimador co nocido como Discurso del método. Cierto es que la distribución del saber está hecha de tal forma que los lectores de Descartes, o bien son especialistas en algún retazo del contenido científico, o bien son especialistas en el prólogo (estos últimos son precisamente los formados en la facultad de Filosofía). Extraña quiebra que Descartes viviría como auténtica mutilación, pero que no escandaliza a los voceros culturales ni a los responsables de nuestra formación. Expresión tristemente ejemplar de esta situación es lo que hace unos años pasaba con la matemática (afortunadamente ya no es así). Pues se introducía a los niños en esta disciplina mediante la Teoría de Conjuntos, sin explicarles nunca cuál era la función quizás primordial de la misma, filosófica donde las haya. Pues Georg Cantor, su funda dor, pretendía ante todo disponer de un arma para abordar el pro blema esencialmente filosófico del infinito. Y cabe obviamente hacer matemáticas sin teoría formalizada de conjuntos, mientras que es imposible sin ella abordar con rigor «ese delicado laberinto» que, al decir de Borges, constituye la cuestión del infinito. Lo que antecede implica que poner el énfasis en el vínculo en rre filosofía y ciencia puede incluso ser contrario a la exigencia filosó- 1ca, si no se precisa que la filosofía es algo más que metaciencia. No e trata en absoluto de decir que tras la práctica científica surgen pro . lemas teóricos a cuya confrontación llamaríamos filosofía. Se trata recisamente de reivindicar una jerarquía contraria: De las interroga iones elementales surge la necesidad de análisis de fenómenos, des- 36 F I LOSO F ÍA . I NTERROGACIONES QUE A TO DOS CONCI E RNEN cripción de los mismos, y eventual ordenación en conjuntos, a todo lo cual denominamos ciencia. De la ciencia pueden surgir aporías, por ejemplo, relativas a la coherencia de sus diferentes ramas, que no conciernen directamente a lo que se planteaba en el origen. En este caso la metaciencia no es (al menos directamente) filosófica. Mas también ocurre que la reflexión metacientífica enlaza directamente con lo que desde el origen se formulaba, y entonces estamos de lleno en la filosofía. Así, prácticamente, la totalidad de la producción metacientífica de Einstein, en este caso metajlsica, es puro retorno a los problemas de espacio tiempo, continuidad y cosmología que ocupan a la filoso fía desde siempre, y sistemáticamente al menos desde Aristóteles. Pue den darse muchos otros ejemplos de este auténtico reencuentro de la ciencia con su origen. Origen que debería determinar algo más que las consideraciones de aquellos científicos que (como en los casos de Einstein, John Bell o Erwin Schrodinger) están ya avanzados en su propia disciplina. Si la enseñanza, desde prácticamente la escuela primaria, tu viera en cu en ta el intrínseco lazo entre todas y cada una de las disci plinas del saber y las interrogacioneselementales de la filosofía, si la savia de esta última siguiera vitalizando el segmento que al desple garse se convierte en ilimitado y sinuoso camino ... , entonces no se daría esa sensación, a la vez de dificultad y de indiferencia, que para liza a tantos escolares a la hora de elegir entre materias que, en apa riencia, carecen de conexión entre ellas y de lazo con lo que a la vida de los hombres da sentido. De ahí que la reivindicación de la filosofía que este escrito cons tituye sea de carácter normativo. Se trata de luchar contra la situa ción antes descrita, en la que la sociedad se erige en conformidad a un postulado de repudio de la filosofía. La lucha por la generaliza- '" ción de esta al conjunto de los ciudadanos, y por su erección en causa final de la formación educativa, tiene como inmediato corolario el RTICO 37 e se considere ilegítima toda circunstancia social en la que el em rutecimiento, bajo forma de trabajo o bajo forma de ocio, prime. ahí el carácter directamente político de este escrito inspirado en . texto de Aristóteles antes presentado como tex to matriz. A modo de ejemplo de situación en la que una tarea depen : ente de una disciplina especializada, la filología en este caso, reen entra el lazo con las interrogaciones elementales de los hombres, ·:ocaré una escena vivida en un seminario que reunía en la ciudad Ronda a músicos y filósofos. Se presentaba un texto griego de la etisa Safo (o Safó, como el protagonista de la anécdota afirmaba :ue deberíamos pronunciar), se justificaba una traducción al caste .mo, escrupulosamente respetuosa con la métrica original. . . Final nte una voz declamó el texto, primero en lengua griega y luego en versión. Esta voz produjo en los oyentes una viva emoción, vincu a al sentimiento de que efectivamente (tal como sostiene cierta es ela lingüística contemporánea) la profunda comunidad de todas lenguas hace que ninguna sea radicalmente ajena, y que en algún - · istro uno siempre capte en ella más de lo que cree. Una situación como esta nos pone ya sobre la pista de lo que ede constituir una auténtica interrogación filosófica. Simplemente · despertó en este caso la curiosidad relativa a si, en el origen, la len a puede ser realmente disociada de la forma musical; curiosidad, urna, relativa a si en el principio está el canto. Esta última cuestión es elemental, pero avanzar en los mean .ros de la misma es de lo más arduo. Pues, a menos de atenerse a la ra intuición (que, de hecho, no supera lo que Platón denunciaba a como opinión subjetiva y contingente), para decir algo sobre si nto y palabra se vinculan esencialmente, no hay manera de sosla r la mediación por informaciones precisas sobre fisiología, anato ía, primatología comparada (concretamente con relación a saber si otros primates carecen de la sutileza de movimientos oro-faciales . e es condición de la palabra articulada), teoría general sobre el 38 F I LOSO F ÍA . I NTERROGACIONES QUE A TO DO S CONCIERNEN concepto de ritmo, determinación (en el seno de la anterior) de lo que caracteriza al ritmo verbal, etc. Todo ello, por supuesto, enmar cado en una interrogación radicalmente antropológica sobre el ori gen de lo que permite hablar de humanidad. Una última consideración, antes de abandonar estas páginas preliminares: Indicaba más arriba que la filosofía no puede jugar el papel de tisana, más o menos edulcorada, que contribuiría a paliar los embates de la vida. Y sin embargo, la práctica de la filosofía sí tiene como efecto un razonable distanciarse de las preocupaciones cotidianas, una disposición de espíritu, que cabría calificar de sereni dad si esta palabra no fuera profundamente equívoca: La serenidad puede ser expresión de una interna riqueza . . . o simplemente un mal menor. Todo depende de lo que subyace tras la actitud serena. La se renidad es un mal menor cuando tiene su origen en una especie de instinto qu� consigue neutralizar la tensión estéril, la tensión que se traduce tan solo en dolor. Tal instinto puede ser reforzado por proce dimientos artificiales, la ingestión de inhibidores químicos, por ejemplo, pero lo esencial reside en la propia configuración de los hu manos, en la existencia de un semáforo potencial que cierra el paso a aquello cuya cabal percepción resulta insoportable, o simplemente excesivamente dolorosa. El precio verosímil es que también queden neutralizados los aspectos más fértiles de la personalidad, es decir, por un lado, la capacidad de mantener el espíritu abierto a lo que no conoce; por otro lado, la capacidad de mantener la tensión emocio nal. Tal serenidad sería, en suma, neutralización tanto de la capaci dad de pensar como de la capacidad de amar. Desgraciadamente la serenidad a tal precio es casi el destino que la vida social convencional nos depara, enfatizando incluso sus voce ros el hecho de que el que la posee ha tenido suerte. Afortunado será sin embargo aci.uel que, gozando de tal serenidad, la tomará como pel daño para alcanzar la otra, es decir, la que resulta de tensar el espíritu y distenderse tan solo cuando este ha alcanzado un objetivo. Para lo- �- - - - � � _- -�· PóRTICO 39 errar tal fortuna es necesario reaccionar antes de que la vida en el limbo e convierta en costumbre, antes de que la sola idea de una futura ten ión se haga insoportable, antes de que la única exigencia sea el que ·as horas transcurran bordeando el estado de anestesia. Apuntar a tal objetivo dignificador del estado de serenidad es la rueba de que se abre camino la disposición filosófica, de que se está raguando una existencia cabalmente humana. Sin vanas ilusiones respecto a la propia capacidad, pero sin renuncia: no renunciar a las nterrogaciones que un día tensaron el pensamiento, utilizando las briz- rias de conocimiento que se poseen como trampolín para enfrentarse lo único que representa para el pensamiento una promesa, a saber, 1quello que no se conoce. l. LO S M EAN D RO S D E LA I N T E R RO GA C IÓN . ESO DE LA INTERROGACIÓN MÁS B IEN QUE DE LA RESPUESTA Afirmaba antes que uno de los objetivos de esta reflexión es esta lecer un listado, ya sea parcial, de problemas filosóficos y, en la me ida de lo posible, avanzar algunos de los instrumentos técnicos que . rmitirían su abordaje. Los problemas filosóficos se hallan intrínseca . ente vinculados a conceptos. Esto es una obviedad, puesto que toda . roblemática humana está vinculada a conceptos. Conviene, sin em argo, explicitarlo en razón de la peculiaridad de los conceptos filosó . cos, pues estos se han convertido casi en paradigmas que atraviesan historia del pensamiento, dando soporte no ya a problemas diferen -... , sino a respuestas antitéticas al mismo problema. Podemos decir que de los presocráticos al pensamiento contem ráneo siempre se habla de lo mismo, o al menos desde Aristóteles, uesto que si bien la filosofía es patrimonio de la humanidad, el es - girita supone un singularísimo momento, en el cual todo parece . uedar archivado y consignado. No es un azar si Aristóteles era de ominado «el Filósofo» por los grandes de la filosofía escolástica, ues cabe decir que la historia de la filosofía es una historia de los : roblemas aristotélicos, ninguno de los cuales ha encontrado solu :ón definitiva. Al decir esto, obviamente no ignoro que Darwin tiene una con pción de las especies antitética a la del pensador griego, ni que el 42 F ILOSOFÍA . I NTERROGACIONES QUE A TODOS CONCIERNEN cosmos, que Aristóteles considera finito y esférico, o bien no es tal, o de serlo, de ninguna manera tiene el centro que Aristóteles le asig naba y ni siquiera su eventual forma esférica coincide con la esfera clásica. No se trata de hacer propias en general las respuestas aristoté licas, por cierto en ocasiones perfectamente agudas, por ejemplo al gunas de sus intuiciones «topológicas», que un gran matemático de nuestro tiempo llegó a considerar fundamentales . De lo que se trata es de hacer propios, eventualmente liberándolos de algún velo de caspa, los problemas, problemas aristotélicos vinculados a conceptos, como antes decía. ¿Y cuáles son los problemas aristotélicos? Pues bien, simple mente aquellos que afectan al ser humano en razón exclusivamente de su condición. Aquellos que no dependen de contingencias, aque llos que tiene en mente Kant cuando, en la introducción de la Crí tica de la razón pura, afirma que la inquietud metafísica es algo que no puede ser arrancado de la condición humana. Los problemas filo sóficos son universales antropológicos, es decir, no hay lengua en la cual no estén presentes, ni sociedad que no esté obsesionada por ellos . TODA LENGUA ES FILOSÓFICA Con ello no estoy ignorando que la lengua griega y la cultura griega en general son un momento privilegiado de cristalización en lo referente a la filosofía. Me permito decir que la universalidad de la filosofía es perfectamente compatible con la concreción de sus pro blemas en un momento histórico y en una lengua dada. Me permito decirlo, como me permito decir, simplemente por exigencia ética, que el hecho de que haya lenguas privilegiadas, por ser los vehículos de la información más extendida, e incluso porque se ha dado la coincidencia de que en ellas se han expresado algunas de las preocu- Los MEANDROS DE LA INTERROGACIÓN 43 paciones más generales de la humanidad, no autoriza a pensar que las demás lenguas no son, salva veritate, intercambiables con las ante riores. Por decirlo llanamente: Nadie ignora que hoy casi toda la in formación científica y gran parte de la filosófica se realiza en lengua inglesa, pero sería casi insultante concluir que la lengua inglesa tiene algún tipo de intrínseca bondad, que movería a presentar en inglés las preocupaciones del espíritu (por desgracia, mucha gente no está lejos de pensar tal cosa) . Y lo que digo del inglés se hubiera podido decir de la lengua francesa en el momento en que el alemán Leibniz se siente obligado a recurrir a ella, o de la lengua latina en el mo mento en que el francés Descartes o el i taliano Galileo se rebelan contra su imperio, precisamente en nombre de la dignidad de sus propias lenguas de uso cotidiano. En suma: Se establece como postu lado que la filosofía a todos concierne, por ende, concierne a todas las lenguas, y una vez sentado esto, se contempla con enorme cariño y reconocimiento esa lengua griega en la cual cristaliza esta preocu pación común. Obviamente esta posición ha de ser j ustificada. Y desde ahora avanzo que tal justificación se basa en asumir grosso modo las tesis centrales de la Gramática Generativa, que a su consistencia teórica añaden una suerte de legitimidad ética. No se ve , en efecto, ma nera de que las declaraciones de principio sobre la equivalencia de los seres humanos (con independencia de su posición social y su nivel , digamos, de cultura vehiculada por información) sea otra cosa que mero fariseísmo, si no se acepta que tras las abismales di ferencias de poder social, cultural y mediático entre el inglés y el guaraní hay un registro profundo en el cual ambas lenguas se ho mologan . Y precisamente porque esta igualdad de fondo se da en las len guas, puede sin superchería ser proyectada sobre los hablantes de las mismas. Que hacer daño a Einstein (por ejemplo, en razón de ser ju dío) sea igual de innoble que aprovecharse de la penuria de un inmi- 44 F ILOSOFÍA. INTERROGACIONES QUE A TODOS CONCIERNEN grante analfabeto y clandestino, se debe a que las obvias diferencias entre ellos carecen de peso ante aquello que hace de ambos seres hu manos. Pues bien, entre tales rasgos juega papel esencial la capacidad lingüística, la potencia de actualizar los elementos estructurales de la gramática común en una de las variantes de la misma que constituye cada lengua particular. EL HOMBRE SE PREGUNTA POR EL HOMBRE Problemas, pues, filosóficos . Problemas que exigen una cierta distancia frente a la inmediatez. Aristóteles lo dice con toda claridad: Ha de estar resuelto lo relativo a la subsistencia y lo relativo al ornato de la vida. Pero ello no quiere decir que la filosofía surge como un adorno o un lujo, una vez superada esa etapa. Lo relativo a la necesi dad ha de estar resuelto en el sentido de que, como el propio Aristó teles indica, las cosas más profundas en sí son las últimas que surgen para nosotros; aquello que nos marca y determina no se da de inme diato. La interrogación filosófica parte así de una suerte de optimismo antropológico : el hombre es el ser que trasciende el apego a su propia subsistencia. Pues bien, ¿para qué subsiste el hombre? Desde sus pro . bables orígenes en la localidad etíope de Herto, el hombre puede ser contemplado como un ser que, en razón de su propia naturaleza, in terroga y se interroga, un ser que, reconociéndose como lingüístico, es decir, amando la palabra por sí misma, empieza a hacer uso de ella con objetivos que ninguna necesidad legitima; subsiste para otra cosa y en ello reside su dignidad. La primera interrogación del hombre es, obviamente, el hom bre mismo. Constatar el hecho de estar separado del entorno natural por las palabras, que a la vez nos lo ofrecen simbolizado, constatar que no hay mundo para nosotros que no esté filtrado por las pala- Los MEANDROS DE LA I NTERROGACIÓN 45 ... bras, barruntar que ese filtro por las palabras es el rasgo fundamental de nuestro ser, lo que mayormente expresa nuestra singularidad como especie, nos lleva a plantear el problema del origen en térmi nos tan elementales como estos: ¿Por qué la palabra? ; ¿por qué soy yo indisociable de ella?; ¿por qué, en suma, el hombre y no la nada (por modificar una célebre frase relativa al ser)? La cuestión antropológica es la primera cuestión. Obviamente se trata de antropología filosófica, y no antropología descriptiva. La antropología filosófica no es una ciencia. En general, la filosofía no es ciencia. Para hacer de la filosofía una ciencia, tendríamos que ha cer una revolución en el concepto de ciencia que nos acercaría, qui zás , al concepto de ciencia de los griegos , pero que no tendría sen tido hoy. La filosofía no es ciencia; pero, sin reducirse a ella, es desde luego metaciencia, y en primer lugar metaflsica, es decir, posterior a la reflexión que describe la forma inmediata de la physis, la forma inme diata de la naturaleza. Pero la filosofía es también metaantropología. Estoy simple mente indicando que la antropología filosófica no puede ignorar la antropología a secas . No puede ignorar las observaciones de etnó logos, las conjeturas de paleontólogos, ni las casi matemáticas pre cisiones de los genetistas . La antropología filosófica va más allá de todo el lo, pero se sirve de ello como un imprescindible instru mento. El conocimiento de lo que ocurrió en Herto hace más de 100.000 años y el conocimiento del momento en que ciertas muta ciones en determinado gen posibilitaron el que se dieran las con diciones de posibilidad de que surgiera un primate con capacidad articulatoria, el conocimiento de la existencia de partes del genoma que explicarían el que, pese al grado elevadísimo de coincidencia cuan ritati�a y cualitativa en la parte del genoma codificadora de proteí nas, el hombre muy poco tenga que ver con el ratón . . . , todo ello es im prescindible para formular la primera pregunta: ¿Por qué el hombre? Pero el hombre es un ser natural . Y la natural za t i n rasgos , algunos de los cuales sobredeterminan otros pr d nr . hombre constata su singularidad en el seno de la animalidad, pero tam bién constata la singularidad de los animales en el seno de la vida , aun la singularidad de la vida en el seno de la naturaleza.Antes de r vida, y a fortiori vida animal y humana, la naturaleza meramente es. ¿Y qué es, pues, la naturaleza? El término naturaleza es muy ambiguo. A veces se utiliza como sinónimo de esencia, en cuyo caso engloba todo aquello que tiene una definición, es decir, vendría a cuento cada vez que un conjunto de rasgos permite distinguir una entidad conceptual de cualquier otra. Obviamente, cuando un físico habla de naturaleza no lo hace en este sentido tan genérico. Por ejemplo, Erwin Schrodinger, al afir mar que la singularidad de la civilización griega reside en el hecho de que la naturaleza era considerada intrínsecamente cognoscible (tema que abordo más adelante) , se está refiriendo a un tipo de esen-. . c1as muy preciso. ¿Cuáles son, pues, las condiciones mínimas de posibilidad que nos permiten afirmar que algo que se presenta constituye un ser na tural? Al espíritu se le presentan imágenes, por ejemplo, de ángeles, y conceptos como el de Dios, y sin ir tan lejos, imágenes de superficies, de líneas, de dimensiones en general, y de números. ¿Son tales cosas (dioses, ángeles, superficies, líneas, dimensiones, números) naturales? Nada menos seguro: Podemos considerar que hay ángeles con capa cidad sexual y lingüística, y esta clase de ángeles estaría perfectamente circunscrita por oposición a los ángeles sin estos rasgos, ángeles no afectados por la diferencia sexual y/o que tendrían una percepción meramente intuitiva (no mediatizada por el lenguaje) . De todos mo dos no hay referencia a la naturaleza cuando hablamos de estas enti dades. Los MEANDROS DE LA INTERROGACIÓN 47 Vayamos ahora a entidades menos trascendentes. Cabe pregun tarse: ¿Son los números entidades naturales (es decir, físicas) ? Esto está ligado a un problema filosófico arcaico, a saber, el del origen de las entidades matemáticas. Parece aún razonable afirmar que los números enteros llamados naturales proceden de realidades físicas , porque delante de mí hay una mesa, sobre la mesa hay dos libros , etcétera. Pero el problema se hace más complicado cuando hablamos de 112 o 113, y una verdadera pesadilla conceptual si nos referimos a raíz cuadrada de una mesa. En cualquier caso, para abordar la interrogación sobre si aque llo a lo que nos referimos es o no natural debemos tener un concepto propio de lo que naturaleza en su forma más inmediata significa. Y aquí, una vez más, la filosofía es literalmente metafísica, pues no hay forma de hablar de la naturaleza sin remitirse a los grandes con ceptos de la mecánica y de la dinámica en la física clásica. Conceptos que ha de tener en mente un filósofo, como bien muestra Aristóte les, que a su manera (aunque parezca un anacronismo) convierte en rasgo de la naturaleza algo muy parecido a aquello que la física de signa con la expresión «cantidad de movimiento». Daré aquí un avance de algo tratado en detalle en un capítulo posterior. Consideremos un obj eto arbitrario: una pluma, por ejemplo. Afirmamos sin dudar que es una entidad física. Pero ¿qué es lo que nos permite decir eso? En física clásica, la respuesta sería: 1) Que tiene una ubicación, lo que no está muy claro hasta que sepamos qué significa exactamente ubicación. 2) Que tiene la llamada cantidad de movimiento, es decir, tiene masa (cuantificada en kilogramos) , velocidad y el producto de ambas. Nótese que la velocidad eventualmente puede ser nula, lo que significa que ese estado es un caso particular, el caso límite, del movi- 48 F ILOSOFÍA . INTERROGACIONES QUE A TODOS CONCIERNEN miento. Esta pluma es una entidad física dado que es una sustancia, lo que significa que es capaz de hallarse en movimiento y también de estar en reposo. Eventualmente puedo arrojarla contra alguien. Esta no es una función trivial de las entidades físicas, dado que es imposi ble hacer lo mismo con la superficie de la pluma. La superficie viaja con la pluma o permanece donde está si nadie mueve la pluma, pero por sí mismas, las superficies no viajan ni permanecen donde están. El mismo Aristóteles atribuye a la naturaleza un segundo rasgo análogo al que la física denomina posición, aunque esto es mucho más complejo, puesto que el tópos de Aristóteles nada tiene que ver con la ubicación en el espacio galileano-newtoniano, en relación con el cual ha blan de posición los manuales de física en sus capítulos prerrelativistas. Todo esto tuvo una enorme importancia en la historia del pen samiento cuando, en el siglo pasado , los físicos fueron capaces de demostrar que la cantidad de movimiento y la ubicación son dos deter minaciones que no pueden darse a la vez en una entidad física: o determinamos masa y velocidad (eventualmente nula) , o determina mos ubicación, nunca ambas. Tenemos ahí uno de los más fascinan tes debates en la historia del pensamiento, al que dedicaré amplio es pacio en esta reflexión. En todo caso, la célebre interrogación: «¿Qué es y cómo se de termina la physis?», no puede ser abordada con legitimidad intelectual sin la mediación, no ya de los textos fundamentales de la mecánica clásica, sino de las subversiones que en esta mecánica suponen, por un lado, la Teoría de la Relatividad y, en modo mucho más radical, la mecánica cuán ti ca. No estoy diciendo que haya que ser un físico para abordar el problema metafísico de qué es y cómo se determina la naturaleza, pero sí estoy diciendo que es necesario estar al tanto de los términos en los cuales la f ísica actual , en dialéctica con su propia historia, planta el problema. Y añado que estar al tanto de estos términos es relativamente muy fácil. OS MEANDROS DE LA INTERROGACIÓN 49 [RAS LA MATEMÁTICA Con un bagaje matemático elemental, a fin de abordar la cues ión de la physis, estamos en condiciones de discutir las leyes de New �on, el concepto físico de cantidad de movimiento, los conceptos físi .:os de masa y densidad . . . Ya he aludido al hecho de que el estar rmados con estos conceptos nos ayudará a percibir lo sencillo que es l aristotélico concepto de sustancia (fuente de tantas tesis a veces in igeribles) , por oposición a las apariencias , los atributos, las superfi ies, las imágenes, todo lo cual meramente carece de subsistencia. Mas también el conocimiento matemático que se exige para una :ntelección a la vez elemental y profunda de lo que la relatividad res 'Tingida significa debería estar al alcance de todos, y si no lo está, es -implemente por un problema social de educación, problema de enor mes implicaciones, pues no es un azar que, contrariamente a la exi gencia platónica de que la matemática fuera algo así como el oxígeno el espíritu, se haya convertido más bien en un arma de selección so ial y, por consiguiente, de mutilación de los no seleccionados. Un paso más . . . y estamos también en condiciones de discutir los conceptos matemáticos de dimensión, ca-dimensión y curvatura, que nos permitirán acercarnos a la teoría de la relatividad general . Nos faltará todavía el concepto de métrica, que apunta a algo intrín- ecamente constitutivo del ser humano. Al respecto me permito avanzar como conjetura que la emergencia del yo es correlativa de la ubicación del sujeto lingüístico como núcleo o punto de intersección de un sistema de coordenadas cartesiano, a partir del cual el entorno se hace mundo, porque cada cosa está en primer lugar localizada res pecto al centro, y en segundo lugar mantiene una distancia respecto a todas y cada una de las demás cosas . Y si armados de estas nociones elementales de la matemática y la física queremos explorar con mayor radicalidad el concepto de espacio o lugar (dos traducciones de tópos absolutamente diferentes) , 50 FILOSOFÍA. I NTERROGACIONES QUE A TODOS CONCIERNEN entonces daremos algún paso más . Nos introduciremos en el con cepto matemático de límite y el concepto a él correlativo de
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