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John H. Goldthorpe La sociología como ciencia de la población Traducción de M.ª Teresa Casado Rodríguez Índice Reconocimientos Introducción 1. La sociología como una ciencia de la población: la idea central 2. La variabilidad individual en la vida social del hombre 3. El paradigma individualista 4. Las regularidades de la población como explananda básicos 5. La estadística, los conceptos y los objetos de estudio sociológico 6. Estadística y métodos de recogida de datos 7. Estadística y métodos de análisis de datos 8. Los límites de la estadística: la explicación causal 9. La explicación causal mediante mecanismos sociales Conclusión Referencias Créditos Para Raffi, que llegó tarde al anterior Reconocimientos Este libro empezó su andadura siendo un borrador para un artículo de revista que, como Topsy, «simplemente creció». Al final alcanzó una extensión mucho mayor de lo que sería aceptable para cualquier revista, por lo que tuve que decidir si recortarlo o ampliarlo con la idea de convertirlo en un libro. Otra opción que en los momentos malos parecía atractiva era simplemente meter en un cajón todo lo que había escrito y olvidarme de ello. El hecho de que esta obra vea finalmente la luz se debe en buena parte al apoyo que recibí de mis colegas, de los que tres merecen una mención especial. En un momento crítico Francesco Billari leyó mi primer borrador, me hizo algunos comentarios útiles y se pronunció con vehemencia a favor de que lo convirtiera en un libro. Aunque sin saberlo, él también me dio todavía más aliento porque creó un contexto donde mi esfuerzo parecía merecer la pena: con su revitalización de la sociología en Oxford desde que llegó en 2012. Durante mucho más tiempo me he beneficiado enormemente de los conocimientos y el sabio asesoramiento de David Cox. Él también leyó mi primer borrador, además de la primera versión del presente texto, y me hizo sugerencias muy valiosas, en especial, aunque no únicamente, respecto de las cuestiones estadísticas. Los conocimientos sobre esta materia los he ido aprendiendo en mis conversaciones con David, pero me apresuro a añadir que él no es en absoluto responsable de mis posibles deficiencias, que quizá se manifiesten en las páginas que siguen. De forma más indirecta, pero no menos importante, David ha sido una fuente de apoyo constante desde que fuera nombrado decano de Nuffield College en 1988 en virtud del modelo que ha sido de actitud y vida científicas. Durante los años de gestación de este libro he colaborado con Erzsébet Bukodi en una serie de proyectos de investigación, y nuestras muchas discusiones —que a menudo eran de naturaleza «vivaz»— sobre la dirección y la estrategia de nuestra investigación y sobre la interpretación de nuestros hallazgos han influido de muchas formas en el contenido del libro. Más valiosos aún han sido el incansable aliento y la constante ayuda que Erzsébet me proporcionó no dejándome que cejara en mi empeño e infundiéndome optimismo cuando más lo necesitaba. Me resulta en verdad difícil pensar cómo podría haber escrito este libro si ella no hubiese estado ahí. Estoy en deuda con otros colegas que leyeron y comentaron el contenido de la primera versión del libro, en su totalidad o en parte. Entre ellos figuran Michael Biggs, Ferdinand Eibl, Robert Erikson, Duncan Gallie, Michelle Jackson y Jouni Kuha, con mis sentidas disculpas a quienquiera que se me haya pasado por alto. Además, Tak Wing Chan, John Darwin, Nan Dirk De Graaf, Geoff Evans, David Hand, Colin Mills, Christiaan Monden, Reinhard Pollak, David Rose, Antonio Schizzerotto, Jan Vandenbroucke y Yu Xie, proporcionaron consejos e información útiles. Quiero expresar mi agradecimiento al decano y a los miembros de Nuffield por su generosidad para con los eméritos al ofrecernos las instalaciones y servicios del Colegio Universitario, de los que merecen especial mención los del personal de la biblioteca y la secretaría y los del personal de apoyo de las tecnologías de la información. Por último, tengo que agradecer a mi mujer y a otros miembros de mi familia su tolerancia con mi no jubilación del trabajo académico y con las ausencias mentales, que no físicas, que este trabajo implica a menudo. Introducción Este libro se deriva y en algunos puntos aprovecha mi anterior obra On Sociology [De la sociología ] (2.ª edición, 2007). Tiene, sin embargo, un carácter significativamente diferente. De la sociología era una colección de ensayos bastante variados que se dividieron en dos partes bajo las rúbricas «Crítica y programa» (Parte I) e «Ilustración y retrospectiva» (Parte II). Estos ensayos se escribieron a finales del siglo pasado, un momento de intenso debate sobre cómo debía verse la sociología como empresa intelectual y académica y de gran incertidumbre ante el curso futuro de su desarrollo. En los años transcurridos desde entonces me he percatado de que la situación estaba cambiando de forma significativa. Al menos algunos de los tipos de sociología que critiqué en su día —por ejemplo, la «gran» sociología histórica y la etnografía «posmodernista»— parecen estar en declive; y, lo que tiene aún más trascendencia, la versión de la sociología que yo defendí en términos programáticos e intenté ilustrar ha florecido, al menos en ciertos aspectos, en un grado sorprendente —aunque, desde luego, también agradable— para mí. Naturalmente, me encantaría encontrar aquí evidencia de la influencia de De la sociología, pero, como buen popperiano que soy, debo asignar una importancia crucial a la «lógica de la situación». Se reconoce cada vez más que la investigación que aborda problemas sociológicos bien definidos y que se basa en el análisis cuantitativo de grandes bases de datos de alta calidad — incluso si no está respaldada por avances teóricos en la medida en que yo desearía— tiene resultados excepcionales, tanto en sus aspectos «puros» como «aplicados», y es cada día más atractiva tanto para los sociólogos en ejercicio como para las entidades de financiación1. Por consiguiente es de suponer que las intervenciones críticas o programáticas son menos necesarias hoy que antes. Sin embargo, a mí me gustaría hacer hincapié en el siguiente punto respecto del presente trabajo. Al tratar de defender que la sociología se entienda como una ciencia de la población, mi preocupación fundamental no es sugerir a los sociólogos cómo deben concebir y practicar su trabajo. Se trata más bien de sugerir una razón de ser más completa y explícita de la que hasta ahora ha estado disponible para lo que una cantidad considerable y creciente de sociólogos está haciendo ya —aunque quizá sin reflexionar demasiado sobre el asunto. Si se me preguntara cuál es el propósito de elaborar esta razón de ser, mi respuesta sería doble. Primero, creo que una mayor conciencia de estos sociólogos sobre lo que están haciendo les capacitará para proceder con más sistematicidad y eficacia en su trabajo cotidiano. Y segunda, creo que, además de contribuir a potenciar esa conciencia, comprender la sociología como una ciencia de la población proporcionará la mejor base para que esos sociólogos articulen y persigan una meta que, según creo, comparten mayoritariamente: la meta de hacer de la sociología una ciencia en el sentido de que permita un grado significativo de continuidad con las ciencias naturales, preservando, al mismo tiempo, su singularidad. Es muy posible que algunos de los sociólogos que tengo en mente no estén dispuestos a aceptar mi interpretación de que la sociología que practican constituye o se mueve en la dirección de una ciencia de la población, ni tampoco mi idea de que esa es la orientación más prometedora para una sociología científica. Considero las reacciones a mi libro en esa línea muy bienvenidas —siempre que vengan en compañía de interpretaciones alternativas de cómo la sociología está desarrollándose como ciencia y de alguna indicación de cómo promover ese desarrollo. La discusión que es probable que surja en torno a estas cuestiones podría ser degran valor en el momento actual. Desde luego, debo admitir que hay también muchos otros sociólogos que disienten de mí de una forma más fundamental: es decir, que dudan de que la sociología pueda reivindicar un estatus científico y que incluso creen que ni siquiera es deseable que lo intente. Para mí estos sociólogos minusvaloran la sociología —porque impiden que desarrolle todo su potencial— y no puedo tener casi nada en común con ellos. Además, apenas veo la necesidad de seguir implicándome en los ya prolongados debates sobre esta cuestión. El futuro dirá. Para escribir este libro me he propuesto claridad y brevedad. En aras de la claridad, el libro se estructura en torno a nueve propuestas. Cada capítulo empieza con una propuesta y se ocupa de desarrollar y apoyar esa propuesta. Los lectores que quieran hacerse una idea inicial del argumento del libro pueden sencillamente leer las propuestas. Para promover la defensa de la sociología como una ciencia de la población he creído necesario cubrir un terreno muy extenso y referir la literatura de una serie de campos muy diferentes de la sociología. No obstante, en aras de la brevedad por lo general sólo he indicado lo imprescindible y relevante para las posiciones que defiendo. Dejo a los lectores que consulten la bibliografía reseñada para que, si lo desean, comprueben que el uso que hago de esas fuentes es el apropiado. Nótese que, para ser un libro corto, la lista de referencias bibliográficas es bastante larga. En cierto sentido le he dado más importancia a la claridad que a la brevedad. Cuando los argumentos que presento son de carácter general y abstracto, he intentado clarificar las ideas principales que pretenden expresar proporcionando ilustraciones particulares y concretas. En el caso de los argumentos específicamente sociológicos, puede tal vez pensarse que estas ilustraciones se han tomado demasiado a menudo de mi propio campo de interés investigador, en particular de la estratificación y la movilidad sociales. Pero, en la medida en la que mi conocimiento me lo ha permitido, he entrado también en otros campos. El libro se dirige principalmente a sociólogos profesionales y a estudiantes avanzados. Así, he dado por supuesta una formación básica fundamental, incluyendo algunos conocimientos técnicos elementales de los métodos de recogida y análisis de datos. Sin embargo, he intentado que el texto sea lo menos técnico posible: no contiene ni fórmulas ni ecuaciones. Y al mismo tiempo he creído más ventajoso por razones expositivas adoptar un enfoque histórico, en especial en los capítulos relativos a la recogida y el análisis de datos. Robert Merton se lamentaba (1957: 4) de que en las discusiones de teoría sociológica se prestaba demasiada atención a la historia a expensas de lo que él llamaba «sistemática». Pero en lo que se refiere al análisis de los métodos de investigación en sociología, se podría decir lo contrario. Es decir, se presta demasiada poca atención a por qué los métodos en uso son como son. ¿Por qué se utilizan esos métodos y no otros? ¿Qué métodos los han precedido? ¿Cuáles eran los problemas para los que proporcionaban las mejores soluciones y cómo? Responder a estas preguntas a menudo me resulta muy esclarecedor. Para dar por concluida esta introducción, hay dos ulteriores observaciones de índole más personal que me gustaría hacer. La primera se refiere al comentario que hice al principio de que en los últimos años he llegado a percatarme de un cambio significativo en los estilos de investigación en la sociología que están destacando —un cambio que encuentro muy apreciable y que me ha llevado a pensar que escribir un libro como este podía tener sentido. Me gustaría añadir aquí que el principal contexto en el que este cambio ha tenido lugar ha sido la comunidad de investigación sociológica europea: en particular, las conferencias y los seminarios organizados por el European Consortium for Sociological Research y bajo los auspicios de dos «redes de excelencia» en sociología financiadas por la UE: CHANGEQUAL y su sucesor EQUALSOC2. Pensando sobre todo en los lectores de los Estados Unidos, debo añadir aquí que en la sociología estadounidense ha existido una cierta tendencia a considerar que las contribuciones europeas más distintivas se elaboraban mediante unos niveles de teoría bastante enrarecidos o en la intersección de cuestiones filosóficas y metodológicas (con una concomitante exageración de la importancia de algunos autores, principalmente franceses y alemanes). Esta perspectiva siempre fue cuestionable, pero ahora está claro que ha quedado obsoleta. En los últimos veinte años más o menos, la investigación sociológica de índole primordialmente cuantitativa se ha expandido en casi todos los grandes países europeos —una investigación con un nivel técnico bastante comparable al de la investigación estadounidense y a menudo un interés teórico al menos potencialmente superior debido a su perspectiva comparada entre naciones o regiones3. A menudo acudo a este cuerpo de investigación para mis propósitos ilustrativos. Además, habría que resaltar que han sido los sociólogos europeos los más prominentes en el desarrollo del enfoque «basado en los mecanismos» de la explicación causal, un enfoque que, como veremos detenidamente en el capítulo 9, es para mí el más apropiado para la sociología entendida como una ciencia de la población. La segunda observación, más personal, es la siguiente. He escrito este libro hacia el final de una larga vida dedicada a la academia (una circunstancia que por sí misma favorece la concisión), y es obvio que mis ideas han estado en varios sentidos influidas por mis propias experiencias a lo largo de esos años. He explicitado esto muy claramente en algunos casos, y en especial cuando tengo que reconocer la influencia de un maestro o un colega. Me gustaría pensar que de este modo el libro se beneficia también de una perspectiva histórica —una perspectiva que es, yo sugeriría, muy necesaria para compensar la manifiesta falta de memoria colectiva de la sociología que conduce a un desgraciado olvido de los auténticos orígenes de los problemas actuales y, a su vez, al redescubrimiento de la rueda. Pero me doy cuenta de que también podría interpretarse que me remonto indebidamente a cuestiones que llevan mucho tiempo olvidadas y por buenas razones4. En todo caso, los ejemplos de lo que podría considerarse mi anecdotario están principalmente en las notas. 1 Por desgracia, la principal excepción a esta tendencia general es mi propio país, Gran Bretaña, donde especialmente en los departamentos universitarios —a diferencia de los centros de investigación, que suelen ser interdisciplinares— persiste una fuerte hostilidad hacia la sociología cuantitativa. Curiosamente, la versión original de mi libro anterior y sus versiones italiana, polaca y española han sido reseñadas en muchas partes, pero no en Sociology, la revista oficial de la British Sociological Association, ni en Sociological Review . Pero quizá incluso en Gran Bretaña «los tiempos están cambiando». El objetivo del programa Q-Step, lanzado en 2013 con un presupuesto de 19,5 millones de libras esterlinas, es aumentar y revitalizar considerablemente la formación cuantitativa de los estudiantes de grado en ciencias sociales. Espero que logre sus fines en el campo de la sociología, a pesar de los esfuerzos que al parecer intentan subvertirlo. Últimamente se han hecho algunas declaraciones notablemente mal informadas que mantienen que los métodos cuantitativos calificados de «convencionales» están en general pasados de moda, son irrelevantes y deben sustituirse por otros (por ej., Byrne, 2012; Castellani, 2014). Algunos de los métodos alternativos que se proponen son objeto de análisis crítico en los siguientes capítulos. 2 Las entidades colaboradoras en la red CHANGEQUAL eran el Economic and Social Research Institute, Dublín; el Centre National de la Recherche Scientifique EHSS LASMAS, París; el Swedish Institute for Social Research, Universidadde Estocolmo; el Zentrum für Europäische Sozialforschung, Universidad de Mannheim, y mi propia institución, Nuffield College, Oxford. En la red EQUALSOC, la institución CNRS se convirtió en GENES/GRECSTA y se sumaron ocho instituciones más: el Institute for Advanced Labour Studies, Universidad de Ámsterdam; el Centre for Social Policy, Amberes; la Universita Degli Studi di Milano Bicocca; el Departamento de Ciencias Políticas y Sociales, Universidad Pompeu Fabra, Barcelona; el Departamento de Sociología y Política Social, Universidad de Tartu; el Departamento de Ciencias Sociales, Universidad de Turín; el Departamento de Sociología e Investigación Social, Universidad de Trento; y la Wissenschaftzentrum für Sozialforschung, Berlín. 3 Una vez más, hay que advertir la excepción británica. En las conferencias y seminarios referidos en el texto, ha quedado tristemente de manifiesto la virtual ausencia de investigadores británicos jóvenes. 4 El revisor de un artículo que un colega tan añoso como yo y yo mismo enviamos hace poco tiempo a una revista puntera de sociología objetaba el hecho de que los artículos que se citaban se habían publicado antes de que él o ella naciese. Claramente, nada importante podía haber sucedido antes de esa fecha. 1. La sociología como una ciencia de la población: la idea central La sociología debe comprenderse como una ciencia de la población en el sentido de Neyman (1975). Con ocasión del quingentésimo aniversario del nacimiento de Nicolás Copérnico (1473-1543), la Academia Nacional de Ciencias de Estados Unidos patrocinó una colección de ensayos sobre las revoluciones científicas «cuasicopernicanas». El volumen lo editó el estadístico de origen polaco Jerzy Neyman, quien escribió breves introducciones a sus diferentes partes. En una de estas introducciones a una serie de ensayos sobre «The Study of Chance Mechanisms – A Quasi-Copernican Revolution in Science and Mathematics» [El estudio de los mecanismos de azar: una revolución cuasicopernicana en la ciencia y las matemáticas], Neyman (1975: 417) hizo la siguiente observación: Desde el siglo XIX y cada vez más a lo largo del XX, la ciencia ha producido objetos de estudio «pluralistas», categorías de entidades que satisfacen determinadas definiciones pero que varían en sus propiedades individuales. Técnicamente, tales categorías se llaman «poblaciones». Neyman subrayó que, en este sentido técnico, las poblaciones podían ser, en lo sustantivo, de tipos bastante diferentes. Podían ser humanas u otras poblaciones animales, pero también, por ejemplo, poblaciones de moléculas o de galaxias. El rasgo común de estas poblaciones era que, aunque sus elementos individuales estaban sujetos a una variabilidad considerable y podían parecer, al menos en algunos aspectos, indeterminados en sus estados y comportamientos, podían no obstante exhibir regularidades de tipo probabilístico en el nivel agregado 5. La meta de una ciencia que trata de esos objetos plurales de estudio —o de lo que podría llamarse una «ciencia de la población»— era por tanto doble. La meta inicial era investigar y establecer las regularidades probabilísticas que caracterizan a una población o a sus subpoblaciones adecuadamente definidas. A este respecto, Neyman consideraba esencial el uso de métodos estadísticos de recogida y análisis de datos. De hecho, cincuenta años antes, R. A. Fisher (1925: 2) había definido ya la estadística como «el estudio de poblaciones o de agregados de individuos», y había presentado la estadística como una disciplina fundacional para todas las ciencias que se ocupaban primordialmente de las propiedades de los agregados más que de las de sus miembros individuales. Se puede asimismo advertir, a la vista de lo que sigue, que Fisher añadió entonces la observación de que «los métodos estadísticos son esenciales para los estudios sociales, y es principalmente con la ayuda de esos métodos como esos estudios pueden elevarse al rango de ciencia»6. Sin embargo, Neyman aclaró también que una vez establecidas empíricamente las regularidades de una población, la siguiente meta de una ciencia de la población debía ser determinar los procesos o «mecanismos» que operaban en el nivel individual para producir esas regularidades. Y como las regularidades —los explananda de una ciencia de la población— eran probabilísticas, los mecanismos en los que había que pensar serían aquellos que, en lugar de regirse completamente por leyes deterministas, incorporaban el azar . Todo esto implicaba una nueva forma de explicación científica. La afirmación de Neyman de que desde el siglo XIX y a lo largo del XX el estudio creciente de entidades «plurales» basado en la estadística marcó una revolución científica ha sido justificada plenamente por el trabajo posterior de la historia de la ciencia. Lo que de hecho vino a llamarse la «revolución probabilística» (Krüger, Daston y Heidelberger, 1987; Krüger, Gigerenzer y Morgan, 1987) se reconoce hoy día ampliamente como uno de los desarrollos intelectuales más trascendentales, si no el más trascendental, de ese periodo en cuestión. «En 1800», por citar a Hacking (1987: 52), «estamos en el mundo determinista que Laplace nos describe tan acertadamente. En 1936 estamos firmemente anclados en un mundo que es en última instancia indeterminado... El azar que, para Hume, no era ‘nada real’ era, para von Neumann, tal vez la única realidad»7. Sin embargo, como Hacking continúa subrayando (véase también Hacking, 1990), es importante apreciar que «la erosión del determinismo» se complementó con «la domesticación del azar», es decir, el proceso de hacer inteligibles y manejables el azar y sus consecuencias sobre la doble base del ensamblaje de datos numéricos y la aplicación de la teoría de la probabilidad. De hecho, en las primeras fases de la revolución probabilística, las ciencias sociales desempeñaron un papel importante. En particular, la aplicación de Quetelet (1835/1842, 1846, 1869) de la «curva de error» gaussiana —o distribución normal— para visualizar las regularidades en las «estadísticas morales» del matrimonio, los nacimientos fuera del matrimonio, el suicidio y la delincuencia representó un intento pionero de mostrar cómo podría emerger un orden probabilístico de nivel superior a partir de acciones individuales que por lo general se consideraban de índole no determinista, es decir, un intento de expresar la voluntad y la elección individuales (Porter, 1986: caps. 2 y 6 especialmente). Y lo notable de ese desarrollo fue que la influencia de la obra de Quetelet se extendió desde las ciencias sociales hasta las ciencias naturales —algo en cierto modo paradójico, dada la gran ambición de Quetelet de crear una «física social». Como Krüger (1987: 80) ha observado, en ese momento «la conocida jerarquía de las disciplinas» se invirtió. Más notable aún es que el uso que Quetelet hizo de la curva de error proporcionó a James Clerk Maxwell un modelo para su desarrollo de la teoría cinética de los gases (Gillispie, 1963; Porter, 1982). En un gas, los procesos de nivel inferior de colisión de moléculas estaban, en principio, sujetos a las leyes newtonianas deterministas; pero las grandes cantidades de moléculas afectadas implicaban que, en la práctica, se necesitaba un tratamiento probabilístico —«una física estadística». En los trabajos que realizó a finales de la década de 1860, Maxwell utilizó una versión de la curva de error para representar la distribución de las velocidades moleculares en un gas ideal, de forma tal que, mientras no se podía decir nada sobre las moléculas individuales, sí era posible calcular la proporción de moléculas con velocidades dentro de unos determinados límites y a cualquier temperatura dada. Maxwell fue generoso en su reconocimiento de las ideas que tomó prestadas de Quetelet y sus seguidores. Dirigiéndose a la British Association for the Advancement of Sciences (Asociación británica para el avance de las ciencias), recomendó a los físicos que adoptaran un método de análisis nuevo paraellos pero que «llevaban mucho tiempo usando en la estadística» (citado en Gigerenzer et al., 1989: 62; véase también Mahon, 2003: cap. 6)8. Posteriormente, Fisher (1922), con la idea de integrar el mendelismo en la teoría de la evolución de Darwin, adoptó un modelo análogo al que Maxwell había tomado de Quetelet, con poblaciones biológicas en lugar de poblaciones de moléculas. Bajo este modelo, la selección natural operaba entre una multiplicidad de causas aleatorias —cualquiera de ellas podía tener una influencia predominante en el nivel de un individuo particular— mientras los procesos probabilísticos de la selección natural seguían siendo los determinantes clave de la evolución de la población en su conjunto (Morrison, 2002). Junto a estos desarrollos, la biología evolutiva, como ha descrito Ernst Mayr (2001; véase también 1982: cap. 2), pasó a ser el campo en el que se produjo el desarrollo más explícito del «pensamiento poblacional». En un mundo científico dominado por la física y la química había prevalecido lo que Mayr denomina el «pensamiento tipológico», centrado en las propiedades de entidades —y en las leyes deterministas aplicadas a ellas— de un tipo supuestamente homogéneo más que «pluralista», tales como las partículas nucleares o los elementos químicos. Pero la biología evolutiva empezó a reconocer cada vez más la variación existente dentro de las entidades estudiadas —es decir, la variación entre los individuos que forman una población— y al mismo tiempo a centrar su interés en las regularidades probabilísticas discernibles en medio de esa variación y en los procesos o mecanismos que creaban esas regularidades9. En cambio, las ciencias sociales, a pesar de su influyente papel en los orígenes de la revolución probabilística, no consiguieron explotar las posibilidades que esta ofrecía tanto para la investigación como para la teoría. De la sociología al menos puede pensarse (véase Goldthorpe, 2007: vol. 2, capítulos 8 y 9) que todavía no ha resuelto del todo su relación con esa revolución y con las nuevas maneras de pensamiento científico que promovió10. Pocos sociólogos hoy en día se creen en la obligación de formular leyes deterministas como lo intentaron Comte, Spencer o Marx a fin de proporcionar un entendimiento integral de la estructura, el funcionamiento y el desarrollo de las sociedades humanas. Pero para los que siguen manteniendo que la sociología es, al menos en potencia, una ciencia de algún tipo, todavía existe el problema —que apenas ha sido abordado— de decidir qué tipo de ciencia debe ser. Más concretamente, si la búsqueda de leyes deterministas en sociología es un propósito descabellado, entonces podemos preguntarnos: ¿cuáles son los objetivos hacia los que debe orientarse la sociología y cómo hay que entender el fundamento de las actividades de investigación que se realizan para alcanzarlos? Como he mencionado en la Introducción, la propuesta de que la sociología debe comprenderse como una ciencia de la población intenta responder a estas preguntas y, al mismo tiempo, anclar firmemente la sociología dentro de la revolución probabilística. Lo que esto implica, en su sentido más amplio, es lo siguiente. La sociología debe ocuparse de las poblaciones o subpoblaciones de Homo sapiens (o quizá mejor —véase el capítulo 2— de las poblaciones o subpoblaciones de Homo sapiens sapiens ) ubicadas en el tiempo y el espacio; y la meta de la investigación sociológica debe ser una comprensión no de los estados y el comportamiento de los miembros individuales de esas poblaciones en toda su variabilidad, sino de las regularidades que son propiedades de esas mismas poblaciones, aunque sólo se puedan inferir a partir del comportamiento o — más concretamente, como se argüirá más adelante— de las acciones de sus miembros individuales. Explicar mejor qué implica esta propuesta primordial será el objetivo de los próximos capítulos, encabezados todos por su propia propuesta subsidiaria. Para concluir este capítulo voy a añadir algunos comentarios preliminares sobre las regularidades en las poblaciones humanas y su determinación y explicación. Esto puede contribuir a proporcionar un contexto a la línea del argumento subsiguiente y a señalar algunos importantes problemas que van a surgir. Las regularidades que se pueden identificar en las poblaciones humanas, y más en concreto en la vida social humana, son diversas en su rango y complejidad. Las regularidades en «las estadísticas morales» a las que Quetelet prestó atención inicialmente eran regularidades relativamente simples relacionadas con la estabilidad en el tiempo de las tasas de acciones individuales de diferentes tipos y de sus productos en poblaciones nacionales o regionales. Pero, al final, el propio Quetelet se vio obligado a admitir no sólo diferencias de tasas entre unas y otras de esas poblaciones, sino también diferencias significativas entre sus diversas subpoblaciones; es decir, entre las diferentes agrupaciones de individuos definidos por su edad, género, etnia, ocupación, etc. Y en relación con este último punto se vio abocado a moverse desde los análisis esencialmente bivariados hacia lo que puede reconocerse como los primeros intentos de análisis multivariados de las regularidades sociales de un tipo que ha llegado a ser normal en la investigación actual (véase especialmente Quetelet, 1835/1842: Parte 3 sobre las tasas de delincuencia). En la sociología actual la complejidad de las regularidades en las que se centra la atención ha aumentado sin duda de forma considerable. Por ejemplo, el interés podría dirigirse no sólo a las regularidades expresadas en la estabilidad de formas particulares de acción individual y sus productos en las poblaciones o a las diferencias prevalecientes entre poblaciones o en sus subpoblaciones, sino también a las regularidades en los cambios de estas materias a lo largo del tiempo —donde el tiempo puede tratarse con referencia a periodos históricos, a la sucesión de cohortes de nacimiento o al curso de vida del individuo. O podría dirigirse a las regularidades que hay entre las pautas de la acción individual y la ubicación de los individuos en contextos sociales de nivel macro, meso o micro, como los que representan, por ejemplo, los grupos primarios, las redes sociales, las asociaciones y organizaciones o los cambiantes aspectos institucionales y de otro tipo de la estructura social en general. Además, el interés podría encaminarse a buscar regularidades exclusivamente en el nivel supraindividual: por ejemplo, entre los rasgos estructurales de sociedades «totales» —naciones o estados. Sin embargo, hay otros dos aspectos de las regularidades de la vida social humana que, en la medida en que están asociados a su grado de complejidad, tienen a los presentes efectos una relevancia más directa: lo que podría llamarse su visibilidad y su transparencia . Consideremos el siguiente ejemplo. Hay una marcada regularidad en el número de individuos que pasan en coche delante de mi casa los días laborables entre las 7 y las 9 de la mañana, y una considerable y regular disminución en la cantidad que pasa los sábados y los domingos. Estas regularidades son evidentes en su forma general para cualquier observador casual, y cualquier recuento estandarizado de tráfico serviría para establecerlas con alguna precisión. Además, en este caso podríamos construir de inmediato una explicación simple —que, como veremos más adelante, podría sin embargo seguir considerándose paradigmática— de cómo se producen esas regularidades. Es decir, una narrativa causal formulada en términos de los fines del individuo —en los días laborales, típicamente los de ir al trabajo o llevar los niños al colegio— y de los cursos de acción por medio de los cuales pretenden lograr esos fines, dadas las diversas constricciones y oportunidades que definen las condiciones de su acción. En suma, las regularidades en cuestión podría considerarse que son visibles y transparentes. Es relativamente fácil verlas y «ver a su través», esdecir, ver a través de ellas los procesos sociales mediante los que se generan y mantienen. Pero, en cambio, las regularidades que típicamente interesan más a la sociología como una ciencia de la población son aquellas que no son ni enseguida visibles, ni tampoco transparentes una vez que se hacen visibles. De aquí se siguen implicaciones de gran alcance para la práctica de la sociología entendida como esa ciencia. Así, cumplir el primer objetivo de una ciencia de la población —es decir, establecer empíricamente las regularidades de una población— por lo general exigirá, en el caso de las sociedades humanas, un esfuerzo considerable de recogida y análisis de datos. Lo que esto exige es el diseño y la aplicación de procedimientos de investigación capaces de revelar regularidades en el nivel agregado que quizá hayan sido ya percibidas sólo de una forma vaga, si es que no eran del todo desconocidas, en las sociedades en las que se dan. Por ejemplo, volviendo a las regularidades que preocupaban a Quetelet y sus seguidores en las tasas de matrimonio, nacimientos fuera del matrimonio, suicidio y delincuencia, la posibilidad de establecerlas de forma fiable no se presentó hasta que los gobiernos nacionales empezaron a desarrollar lo que hoy llamamos «estadísticas oficiales», incluyendo los censos de población y diferentes sistemas de registro11. Volviendo al presente, se podría decir que el principal logro científico de la investigación sociológica basada en encuestas de población de diferentes diseños y en el análisis de los datos producidos ha sido hasta ahora su capacidad demostrada para revelar las regularidades de la población en las formas más complejas antes mencionadas —regularidades que simplemente no se podrían haber identificado sin la metodología en cuestión, reforzada poderosamente por equipos informáticos cada vez más potentes para el almacenaje y el análisis de los datos. Para ilustrar este asunto pondré un ejemplo de mi propio campo de investigación, aunque se podrían dar muchos otros. Se han realizado muchos estudios sobre las pautas y tendencias de la movilidad social intergeneracional que se caracterizan por una creciente sofisticación conceptual. En particular, se ha hecho una distinción crucial entre las tasas de movilidad absoluta y relativa, refiriéndose las primeras a la movilidad real experimentada por los individuos y comparando las segundas las oportunidades que tienen los individuos de diferentes orígenes sociales de llegar a diferentes destinos de clase (véanse, por ejemplo, Grusky y Hauser, 1984; Goldthorpe, 1987; Erikson y Goldthorpe, 1992; Breen, 2004; Ishida, 2008). El extenso trabajo de recogida de datos y el desarrollo de modelos estadísticos conceptualmente informados han revelado tanto regularidades poblacionales como rasgos históricamente específicos de las sociedades estudiadas de un tipo que no podría haberse observado de otra manera — ciertamente no por los «miembros legos» de esas sociedades en el transcurso de sus vidas cotidianas, a pesar de la estrecha conexión que de hecho existe entre las regularidades y las especificidades en cuestión y sus propias oportunidades y elecciones vitales12. Sin embargo, regresando a mi anterior distinción, hacer visibles las regularidades de la población no implica hacerlas transparentes; es decir, no implica cumplir el segundo objetivo de una ciencia de la población: la de determinar los procesos —podríamos llamarles mecanismos causales— por los que las regularidades establecidas en el nivel agregado se producen en el nivel individual. En el caso de la sociología esto implicará demostrar cómo esas regularidades se derivan en última instancia de la acción y la interacción individuales. Y debe reconocerse que, si la sociología puede reivindicar por ahora algún éxito genuino como ciencia de la población en lo que concierne a revelar regularidades poblacionales, sus logros hasta la fecha en la tarea de hacer transparentes estas regularidades —es decir, de dar cuenta de ellas de la forma indicada— han sido bastante menos impresionantes. Las regularidades que se han descrito de una forma bastante detallada a menudo siguen siendo más o menos opacas. Desgraciadamente, la investigación sobre la movilidad social nos ofrece una buena ilustración de esta opacidad13. Distinguir entre las dos tareas de una ciencia de la población orientada a hacer las regularidades poblacionales primero visibles y luego transparentes —siendo la primera esencialmente una labor descriptiva y la segunda explicativa— tiene una importancia clave. Esto se hará cada vez más evidente a medida que el argumento se desarrolle en los siguientes capítulos. 5 La primera vez que leí las observaciones de Neyman fue en una referencia a ellas que había en Duncan (1984: 96). Como se pondrá de manifiesto más adelante, Dudley Duncan es un autor con el que estoy en deuda en muchos otros sentidos. Se le puede considerar como uno de los grandes pioneros en conceptualizar y practicar la sociología como una ciencia de la población. Otro autor que ha contribuido de forma significativa, aunque menos explícita, ha sido mi antiguo maestro en la London School of Economics, David Glass — ahora tristemente olvidado por la sociología británica—, quien experimentó la influencia de su propio maestro, el extraordinario polímata Lancelot Hogben (véase Hogben, 1938). 6 Neyman y Fisher fueron sin duda los adversarios principales en lo que ha venido a describirse como «la mayor fractura en la estadística» en torno a la cuestión de la comprobación de hipótesis. Pero, como Louça (2008: 4) ha observado, en relación con su idea de la estadística como lenguaje para un nuevo tipo de ciencia, estaban, en realidad, «muy cerca». 7 Hacking se refiere aquí a la formulación matemática que von Neumann hizo de la teoría cuántica. Esta perseguía excluir la posibilidad de «variables ocultas» que, si se pudieran identificar, permitirían entender como determinísticos los fenómenos que en caso contrario aparecían como probabilísticos —como si las partículas tuvieran una posición y velocidad definidas en todo momento. Para una presentación accesible, véase Kumar (2008: cap. 14). 8 Ludwig Boltzmann, otro pionero de la física estadística, recibió la influencia de la obra de Quetelet y sus seguidores e intérpretes (Porter, 1986: 125-128). 9 Estoy en deuda con Yu Xie por atraer mi atención sobre la remarcable obra de Mayr y sobre su relevancia para los problemas actuales de la sociología, como veremos más adelante. Véase Xie (2005). 10 Para una discusión interesante sobre la acomodación —final— de la economía a la revolución probabilística, véanse las contribuciones en Krüger, Gigerenzer y Morgan (1987: parte III). 11 Se puede considerar que fue la falta de datos de este tipo lo que principalmente obstaculizó los esfuerzos de los «aritméticos políticos» británicos del siglo XVII y principios del XVIII como John Graunt, William Petty, Gregory King y Edmond Hally. En sus pioneros esfuerzos en el campo de la demografía, concebida en sentido amplio, se vieron obligados a trabajar —a menudo con gran capacidad e ingenio— con una miscelánea de datos limitados y con frecuencia imperfectos procedentes de catastros, pago de impuestos, registros parroquiales de nacimientos y muertes, boletines de defunción, etc. He aprendido mucho sobre estos primeros científicos de la población a partir de la investigación de David Glass (1973) y después de la de Richard Stone (1997), habiendo tenido el privilegio en la década de 1960 de formar parte del Department of Applied Economics (Departamento de economía aplicada) de Cambridge, que fue creado principalmente por Stone. 12 Por supuesto, en el campo de la investigación sobre la movilidad social, como en otros, se da el caso de que puede surgir cierto desacuerdo en lo relativo a cuáles son exactamente las regularidades que se evidencian: por ejemplo, sobre si se puede observar una tendencia en el largo plazo hacia la igualación de las tasas de movilidad relativa o si fluctúansin una tendencia definida. Pero si bien estos desacuerdos pueden ocupar una posición destacada en la literatura actual de la investigación, no hay que permitir que le resten valor al importante grado de consenso que se ha establecido respecto de otros aspectos: por ejemplo, en el caso de la investigación sobre la movilidad, sobre el hecho de que el cambio en las tasas absolutas se debe principalmente a efectos estructurales más que al cambio en las tasas relativas; o sobre el hecho de que cuando se producen cambios en las tasas relativas, sean direccionales o de otro tipo, suelen ser muy lentos, en el sentido de que tienden a ser más un resultado de los efectos de sustitución de las cohortes que de los efectos de periodo. 13 Se puede encontrar mi esfuerzo inicial por remediar esta situación, sobre el que espero avanzar en el transcurso de la investigación a la que ahora estoy dedicado, en Goldthorpe, 2007: vol. 2, cap. 7. 2. La variabilidad individual en la vida social del hombre La sociología debe concebirse como una ciencia de la población debido principalmente al evidente grado de variabilidad que se da en la vida social del hombre en el nivel de las entidades socioculturales, pero también, y de for ma crucial, en el nivel individual. El paradigma «holístico» de investigación, que lleva mucho tiempo prevaleciendo en la sociología pero que se cuestiona cada vez más, no trata de forma adecuada esta última variabilidad. La vida social del hombre se caracteriza por una gran variabilidad en el espacio y en el tiempo. Esto se puede comprender como la consecuencia de las diferentes capacidades del Homo sapiens sapiens —los humanos modernos — para la cultura y la sociabilidad. Lo que sigue se admite, creo yo, ampliamente. Aunque la capacidad para la cultura no es única de los seres humanos, en el caso de estos últimos ha evolucionado hasta un grado excepcional y principalmente por medio de su dominio del lenguaje o, en términos más generales, de la comunicación simbólica (véanse, por ejemplo, Barrett, Dunbar y Lycett, 2002: caps. 2, 3; Jablonska y Lamb, 2005: cap. 6). En un alcance muy distintivo, los humanos son capaces de adquirir, almacenar y transmitir lo que en un sentido amplio entendemos por información . Es decir, información sobre el mundo material y social donde viven, en la forma de conocimiento y su conversión en habilidades y tecnologías; y también información sobre sus propias respuestas a este mundo, en la forma de creencias y valores expresados en mitos, religiones, rituales, costumbres y convenciones, códigos morales y legales, filosofías e ideologías, formas de arte, etc. Pero mientras la capacidad para la cultura es genérica, las culturas son, en sí mismas, específicas. Y a lo largo y ancho de muchas poblaciones humanas separadas en el espacio y el tiempo, el contenido real de las culturas y de las subculturas que las componen se ha demostrado que es extraordinariamente diverso. Los humanos son mucho más variables que los miembros de otras especies de animales: no tanto debido a la gran variación en sus genes o en las condiciones ecológicas en las que viven, sino más bien debido al conocimiento, las creencias y los valores que adquieren por medio de procesos de aprendizaje de otros de su especie (Richerson y Boyd, 2005: 55-57; Plotkin, 2007). De forma similar, la capacidad humana para la sociabilidad, aunque no es exclusiva de los humanos, es excepcional en términos de grado, en particular porque se extiende a quienes no son parientes. Parece que lo que subyace a esta capacidad es una «teoría de la mente» altamente evolucionada en los humanos (Baron-Cohen, 1991, 1995; Barrett, Dunbar y Lycett, 2002: cap. 11; Dunbar, 2004: cap. 3, 2014: cap. 2), que les permite no sólo ser conscientes de sus propios estados mentales, sino, además, formarse ideas de los estados mentales de los demás, y en grados diferentes («Creo que él siente que ella quiere...» etc.)14. Una teoría de la mente de este tipo ofrece la posibilidad de la intersubjetividad y, por lo tanto, de una acción social diferenciada del comportamiento, o al menos de una forma especial de comportamiento. Permite a los individuos empatizar con otros y así anticipar, tener en cuenta e influir en lo que otros pueden hacer; y, a su vez, aumenta enormemente la gama cualitativa de las relaciones sociales en las que se ven involucrados. Subyace, por ejemplo, a todas las relaciones que implican confianza o engaño, cooperación o defección, alianza u oposición. Se puede considerar que, junto a la capacidad de los humanos para la cultura, esta «ultrasociabilidad» es una fuente de enorme variabilidad en las características institucionales y en otras características sociales estructurales documentadas a lo largo y ancho de las sociedades humanas y que, una vez creadas, proporcionan contextos correspondientemente diversos que motivan y limitan las diferentes pautas de la acción social. Sin embargo, una pregunta crucial que surge en el análisis social es cómo encaja este grado de variabilidad en la vida social del hombre . Dentro del paradigma al que me voy a referir como «paradigma holístico», se trata la variabilidad como si se diera esencialmente entre entidades culturales en cualquiera de los niveles, más micro o más macro, que se diferencien —por ejemplo, tribus, comunidades locales, agrupaciones étnicas, clases sociales o incluso sociedades totales como naciones o Estados. Estas entidades se representan como «todos» más o menos coherentes y diferenciados que se consideran las unidades clave de análisis. Carrithers (1992: 17-19) ha descrito acertadamente esta perspectiva mencionando la idea de la «caracola» para representar las culturas o las sociedades: es decir, como especímenes-tipo que se pueden disponer, como en un museo, para propósitos de comparación y clasificación. Y, en efecto, dentro del paradigma holístico enseguida podemos reconocer el tipo de pensamiento tipológico que, como mencioné en el capítulo 1, Mayr consideraba prevaleciente en las ciencias sociales y naturales antes de plantearse el desafío del pensamiento poblacional. Dentro del paradigma holístico se han realizado muchos trabajos de tipo manifiestamente ideográfico: es decir, centrados en culturas o sociedades determinadas y en una descripción detallada de sus características. Pero cuando se ha perseguido un objetivo de mayor alcance, este ha sido el de obtener una comprensión de la variación que se manifiesta en el nivel de las entidades socioculturales per se . Es decir, primero catalogando esta variación de la manera más extensa posible y, segundo, buscando pautas de asociación entre las características específicas que varían, con el objetivo último de proporcionar una base teórica sistemática a la construcción de tipologías y a la asignación de casos a esas tipologías. La investigación y el análisis en esta línea han ocupado de hecho una posición prominente en la sociología —igual que en la antropología social y cultural— desde finales del siglo XIX y hasta mediados del XX. Entre los primeros trabajos sobre las sociedades tribales y agrarias tempranas destacan notablemente la vasta Descriptive Sociology de Spencer (1983-1934), los esfuerzos de Tylor (1889) por demostrar las «afinidades» entre diferentes formas de instituciones económicas y familiares, y el intento de Hobhouse, Wheeler y Ginsberg de ampliar el alcance de los análisis de Tylor abandonando, sin embargo, algunos de sus supuestos evolutivos más controvertidos. Inmediatamente después de estos trabajos se sitúan el de Murdock (1949) y otros sobre la estructura social comparada a partir de los Archivos del Área de Relaciones Humanas de Yale, un desarrollo sobre el que se admite la gran influencia de Spencer (Murdock, 1965: cap. 2). Y, aunque no siempre se ha reconocido, podemos advertir una clara continuidad (véase Ginsberg, 1965) entre estos primeros estudios y buena parte de la extensa literatura que se produjo desde los años cincuenta a los setenta sobre la transición de las formasde vida social «tradicionales» a las «modernas» (por ejemplo, Hoselitz, 1952; Mead, 1953; Kerr et al., 1960; Lerner, 1964), centrada en el cambio en las culturas y estructuras sociales de las comunidades locales o de sociedades totales. A este último respecto, lo que puede considerarse como la expresión definitiva del paradigma holístico en su forma más ambiciosa apareció en dos libros que escribió Talcott Parsons hacia el final de su notable carrera sociológica. En estos libros, Societies: Evolutionary and Comparative Perspectives (Parsons, 1966) y The System of Modern Societies (Parsons, 1971), el propósito explícito de Parsons era «poner algo de orden» en «la inmensa variedad de tipos de sociedad» entendidos como «sistemas sociales» (1966: 1)15. La «contención» holística del problema de la variabilidad tiene atractivos evidentes, en particular para demarcar un dominio sociológico bastante específico. Las entidades socioculturales se pueden describir como realidades sui generis que deben estudiarse como tales más que de un modo que implique su «reducción» al nivel individual. Se crea así la posibilidad de sustanciar posiciones programáticas clásicas como las que representaba el aserto de Durkheim (1895/1938: caps. I y V) de que los fenómenos sociales deben tratarse como «cosas en sí» y los «hechos sociales» pueden explicarse sólo en referencia a otros hechos sociales, o la insistencia de Kroeber (1917) en que las culturas deben considerarse «superorganismos» no reductibles y la máxima metodológica suya y de Robert Lowie de que omnis cultura ex cultura . Sin embargo, hay un importante problema que en el pasado reciente ha dado lugar a una crítica creciente del paradigma holístico o, en todo caso, a un menor compromiso de facto con él. Lo que está crucialmente en juego es el grado de variabilidad que ocurre dentro y entre las entidades socioculturales, ya sean sociedades totales o componentes de ellas: es decir, la variabilidad en el nivel de los individuos. Por ejemplo, una pregunta que surge inmediatamente con el paradigma holístico es qué implica exactamente que una entidad sociocultural se caracterice por una forma institucional determinada —como, por ejemplo, la del matrimonio o la familia o la de la propiedad privada y la herencia. ¿Implica que esta forma institucional opera con carácter universal dentro de la población o subpoblación en cuestión, o en la mayoría de los casos con algunas excepciones? ¿O tal vez representa sólo la forma modal con una cantidad considerable de la correspondiente variación? En el trabajo sociológico del estilo al que me he referido antes parece que este tipo de preguntas se evitan de forma más o menos rutinaria en lugar de abordarse seriamente. En efecto, el paradigma holístico descansa principalmente en el supuesto de que las entidades que se toman como las unidades de análisis tienen un grado elevado de homogeneidad interna, resultado del consenso de valores y creencias y de la conformidad normativa. En la formulación específica de Parsons (1952), las normas, derivadas de creencias y valores compartidos, se «institucionalizan» en la estructura social, pero al mismo tiempo se «internalizan» en el desarrollo de la personalidad individual por medio de los procesos de aculturación y socialización. A su vez, a efectos descriptivos, se supone al mismo tiempo que el conocimiento de las formas institucionales puede proporcionar por sí mismo una sinopsis adecuada y suficiente de las pautas prevalecientes de la acción social, necesitándose sólo algún grado pequeño, bastante limitado, de variación individual que podría tratarse como una «desviación» reconocida16. Además, cuando se hacen intentos de dar cuenta de las características de entidades socioculturales y de las variaciones que exhiben en el espacio y el tiempo, se pueden adoptar teorías en las que la acción individual apenas tiene importancia. En esas teorías, que casi invariablemente han demostrado ser dependientes de alguna forma de lógica explicativa funcionalista, los individuos sólo intervienen como agentes para la realización de los «imperativos» o «exigencias» del sistema, y de una forma que hace que su acción —o, a todos los efectos, su comportamiento socioculturalmente programado— sea esencialmente epifenoménica. El muy limitado éxito explicativo que estas teorías han logrado en la práctica y las dificultades en principio inherentes a ellas —en particular su falta de «micro-fundamentos» apropiados (véanse Elster, 1979: cap. 5, 1983: cap. 2; Boudon, 1990; Coleman, 1990: cap. 1)— son ciertamente unos de los factores del decreciente atractivo del holismo17. Sin embargo, se ha planteado una objeción aún más fundamental contra el paradigma holista que tiene aquí más relevancia para nuestros propósitos; a saber: que el grado en que desatiende la variación individual que ocurre dentro de las entidades socioculturales —o, en otras palabras, la heterogeneidad de sus poblaciones— es inaceptable, en primer lugar, por razones simplemente empíricas y, en un nivel más básico, por la gravemente limitada concepción del individuo humano que implica. Volviendo a la discusión del capítulo 1 sobre la sociabilidad humana, se puede decir que otro de sus rasgos distintivos es que aunque (o quizás debido a que) se desarrolla en un grado excepcional, permite al mismo tiempo un grado de individualidad mucho mayor que entre las demás especies de animales «sociales». En particular, los individuos humanos, incluso cuando se ven involucrados en formas muy complejas de relaciones sociales, pueden seguir concibiendo intereses y fines como propios, diferenciados y separados de los de las colectividades a las que pertenecen (véase, por ejemplo, Boyd y Richerson, 1999)18. Así, en lugar de buscar la aprobación de los demás mediante la conformidad sociocultural, pueden perseguir sus propios fines de distintas maneras, ignorando o contraviniendo conscientemente las creencias, valores y normas asociadas que pueden considerarse establecidas, y de otras maneras que pueden ir más allá de la desviación individual y apuntar, quizá en acción conjunta con otros, a la modificación, la reinterpretación o incluso el cambio radical de las normas. Básicamente fue esta cuestión la que resaltaron algunos de los primeros críticos del paradigma holístico en sociología al llamar la atención sobre la concepción «super-socializada» del actor individual y sobre la teoría extrema del «molde social» de la naturaleza humana que este paradigma implica. Pensadores como Wrong (1961) y Homans (1964) observaron que, mientras los procesos de la socialización son en efecto fundamentales para hacer «humanos» a los individuos en el sentido de que los dotan de atributos exclusivamente humanos, no por ello implican que en unas culturas o subculturas determinadas o en sociedades o grupos particulares los individuos se asemejen en las creencias, valores y normas que aceptan o en los fines que persiguen (véase además Boudon, 2003a). Al contrario, cabe esperar siempre un alto grado de variabilidad a este respecto. En relación con esta cuestión, en un trabajo posterior Wrong (1999) acentuó la importancia de la diversidad en los cursos de vida individuales. Observamos que, al mismo tiempo que se ven involucrados en «redes recurrentes» de relaciones sociales, los individuos —señala aquel— tienen, incluso en lo que puede parecer que son contextos socioculturales muy estables y homogéneos, historias personales muy distintas como consecuencia de los muy diferentes factores que pueden afectar a sus vidas, incluyendo fenómenos bastante azarosos (véase también el capítulo 4). La investigación que se ha realizado en muchos campos diferentes de la sociología puede ofrecer ya una amplia base para cuestionar el paradigma holístico en la línea indicada. Consideremos, simplemente como un ejemplo más, la investigación sobre las creencias y los valores políticos o religiosos y su expresión en las formas de acción política o religiosa. Esta investigación revela una enorme variaciónindividual. Mientras los análisis que incluyen una serie de indicadores sobre las afiliaciones del individuo a grupos sociales o subculturas son efectivamente capaces de revelar aspectos sistemáticos de esa variación —o, en otras palabras, regularidades probabilísticas en el nivel de la población de gran interés sociológico (véase, por ejemplo, Evans y De Graaf, 2013)—, se da el caso que de esta forma se explica sólo una parte bastante modesta de la variació n total; y, es importante advertir, mucha menos de la que cabría esperar sobre la base de supuestos holísticos (véase también el capítulo 7). Otra manera en la que podría expresarse este problema central sería indicando que dentro del paradigma holístico se ha hecho el intento —sin éxito— de «endogenizar» los fines de la acción individual y las creencias y valores de los que se derivan. Por lo general, en la corriente mayoritaria de la economía se acepta la exogeneidad de los gustos o preferencias. Pero los sociólogos se han mostrado reticentes a adoptar una posición análoga. Así, incluso en la obra temprana de Parsons (1937: 58-65 esp.), el supuesto de «la aleatoriedad de los fines» que identificó en los trabajos de los utilitaristas y los economistas clásicos era, para él, un importante defecto; un defecto que, si fuese correcto, haría la idea del orden social muy problemática a su juicio. Porque para que una sociedad se cohesione, los fines que sus miembros individuales persiguen no pueden ser aleatorios, sino que tienen que estar integrados a través de la congruencia normativa en los niveles institucional e individual. Sin embargo, los intentos de Parsons en sus obras posteriores de endogeneizar los fines apenas fueron más allá de la fase programática, y podemos apreciar la misma limitación en los esfuerzos posteriores de otros autores (véase Goldthorpe, 2001: vol. 1, cap. 8). De hecho, parece que en realidad las sociedades humanas son capaces de existir, y persistir, en condiciones mucho menos integradas de las que los partidarios del paradigma holístico supusieron. Así, lo que debe reconocerse, aunque sólo sea de forma programática, es que aun en el caso de que la idea de la aleatoriedad de los fines individuales sea una exageración en el sentido de que esos fines y los modos en los que se forman y persiguen están socioculturalmente estructurados en alguna medida, esta medida sigue siendo bastante limitada; y también que, como Elster (1997: 753) ha observado, la pregunta de por qué la gente tiene los fines particulares —metas, deseos, gustos o preferencias— que de hecho tiene, quizá siga siendo «el problema no resuelto más importante de las ciencias sociales». Y lo que deber reconocerse también es la posibilidad de que se trate de un problema que no podrá resolverse nunca en la medida en que la elección de los fines representa el indeterminismo último en la vida social humana. En todo caso, es difícil vislumbrar, al menos por el momento, otra alternativa para la sociología que no sea la de seguir a la economía y considerar los fines del individuo como los «supuestos dados» básicos del análisis19. De lo anterior se deducen por tanto muchas implicaciones para la investigación en sociología. Primero, como los estados y el comportamiento de los individuos no se pueden colegir a partir del conocimiento de las normas institucionales, es necesario estudiar de forma directa a los individuos y sus acciones. Y, segundo, han de estudiarse con métodos adecuados a dos propósitos diferentes. Por un lado, estos métodos tienen que ser capaces de dar cabida y revelar, más que suprimir efectivamente, todo el rango de variabilidad en el nivel individual que existe en las entidades socioculturales; y, por otro, tienen que permitir hacer demostraciones empíricas fiables de cualquier regularidad —probabilística— que pueda surgir de esa variabilidad. En otras palabras, lo que se requiere es un enfoque metodológico tanto para la recogida como para el análisis de datos mediante el cual el pensamiento poblacional pueda sustituir al pensamiento tipológico. Con el fin de dar una expresión más específica a los problemas aquí planteados, utilizaré un pasaje de la historia de la antropología social y cultural —bastante poco analizado pero, en mi opinión, muy revelador— que tiene sus orígenes en la obra de Bronislaw Malinowski. En su libro Crime and Custom in Savage Society, Malinowski planteó un desafío directo a la ortodoxia holística prevaleciente. En particular, cuestionó la idea —asociada por él a Durkheim, Hobhouse, Lowie y otros— de que «en las sociedades primitivas el individuo está completamente dominado por el grupo», de que «obedece los mandatos de su comunidad, sus tradiciones, su opinión pública, sus decretos con una obediencia esclava, fascinada, pasiva», y que «está totalmente atenazado por las costumbres de su pueblo» (Malinowski, 1926: 3- 4, 10). Basándose en su trabajo de campo entre los isleños trobiandeses, Malinowski intentó mostrar que esta idea era muy exagerada. Aunque los trobiandeses eran muy conscientes de las constricciones sociales, también tenían una comprensión clara de sus propios intereses y de cómo estos podían entrar en conflicto con los de su comunidad y con sus normas legales y consuetudinarias. Por consiguiente, en especial las normas consuetudinarias estaban sujetas no sólo a una amplia interpretación, sino también a una frecuente elusión bastante sistemática porque los individuos perseguían abierta y conscientemente sus propios fines. Con espléndida ironía, Malinowski formula la pregunta de si la solidaridad tribal o de clan es «una fuerza universal tan avasalladora» o «si el pagano puede ser tan egoísta e interesado como cualquier cristiano» (1926: ix). Además, Malinowski hizo una puntualización metodológica con implicaciones de mayor alcance, si cabe. Alertó contra las deficiencias de la etnografía de «veranda» o «de oídas», en la que se confiaba mucho en los «informantes» en lugar de en la observación sistemática y directa de las personas objeto de estudio —método del que él fue precursor. Los informantes, sostenía Malinowski, tendían a decir a sus entrevistadores mucho más sobre las normas prevalecientes que sobre lo que la gente pensaba y hacía en realidad (1926: 120-121). El peligro estaba entonces —sobre todo bajo los supuestos holísticos— en que las dos cosas no se distinguiesen adecuadamente. Posteriormente, una de las discípulas más leales y talentosas de Malinowski, Audrey Richards (1957), desarrolló con perspicacia lo que debía deducirse de sus argumentos sustantivos y metodológicos considerados conjuntamente. Subrayó el modo en que en los informes sobre su trabajo de campo Malinowski siempre presenta datos exhaustivos tanto sobre los individuos como sobre los grupos, tanto sobre la variación en el comportamiento individual como sobre la conformidad. Puede decirse con seguridad que su posición contrastaba con el gran rival y contemporáneo de Malinowski, A. R. Radcliffe-Brown, en cuyos análisis, como hizo notar otro discípulo de Malinowski, «la gente... brillaba por su ausencia» (Kaberry, 1957: 88)20. E interesa más para nuestros propósitos aquí que Richards procedió luego a describir qué significaba esta obligación para la práctica de la investigación que, manteniendo su lógica interna, quería ir más allá de los avances en el trabajo de campo que el propio Malinowski había hecho. Su conclusión fue que «una vez admitida la variación individual en el comportamiento humano, y necesariamente ha de ser admitida, los antropólogos... tienen que usar obligatoriamente datos cuantitativos». Estos datos deben derivarse del apropiado muestreo de los individuos de las poblaciones estudiadas, de forma que se pueda tratar adecuadamente el grado de variabilidad, y deben analizarse mediante la aplicación de varias técnicas estadísticas a fin de poder descubrir las posibles regularidades dentro de esa variabilidad (Richards, 1957: 28-30). Richards no fue la única que vio las implicaciones radicales de la obra de Malinowski—las implicaciones de lo que Leach (1957: 119) describió como la transformación de la etnografía «desde el estudio museístico de ítems de costumbres hasta el estudio sociológico de los sistemas de acción». Sin embargo, para los defensores del paradigma holístico —o, como significativamente lo expresa Richards, de «las tipologías sociales»— estas implicaciones parecían una seria amenaza. Lo que más preocupación suscitó no fue el requisito del uso de los métodos cuantitativos en sí mismo, porque esos métodos habían sido ampliamente aplicados —aunque no siempre de forma muy convincente— dentro del paradigma holístico en los intentos antes mencionados de construir tipologías21. Más inquietante aún fue que el interés por la variabilidad individual pero al mismo tiempo por las regularidades emergentes de la población, tal y como demostraban los métodos cuantitativos, ponía en cuestión la práctica del pensamiento tipológico y, de hecho, su propio sentido. El tipo de crítica que con más frecuencia se hizo contra Malinowski equivalía efectivamente a la acusación de que su investigación revelaba demasiadas cosas. Así, como Richards (1957: 28) relata, Evans-Pritchard consideraba que los análisis de Malinowski estaban «sobrecargados de realidad (cultural)», y Gluckman calificó sus datos de «demasiado complejos para un trabajo comparado». Pero, dado su compromiso con el pensamiento tipológico, lo que esas críticas no podían —o no querían— reconocer era la posibilidad de que, con el pensamiento poblacional y sus métodos asociados de recogida y análisis de datos, la variabilidad individual y la regularidad sociocultural se pudiera tratar simultáneamente. A modo de conclusión a esta ilustración hay que señalar que ni la propia obra de Malinowski ni el intento de Richards de resaltar la necesidad de los métodos cuantitativos para dar cabida a la variedad individual tuvieron al parecer como consecuencia inmediata un cuestionamiento del paradigma holístico en la antropología22. Como su resistencia se ha debilitado recientemente, podemos identificar una influencia probablemente más poderosa: el estudio cada vez más histórico de unas sociedades que antes se suponían «sin historia» (véase Carrithers, 1992: cap. 2 especialmente). Este tipo de investigación ha demostrado, procediendo de otra forma, que entender las sociedades campesinas o tribales como «objetos internamente homogéneos y externamente distintivos y limitados» (Wolf, 1982: 6) no es un enfoque viable, y que tiene que reconocerse que esas sociedades están sometidas a la división, la inestabilidad y a menudo al cambio turbulento, inducido tanto interna como externamente. A este respecto es quizá más notable la obra de Jan Vansina sobre la historia de África Ecuatorial y su crítica de la práctica de considerar las tribus como unidades de análisis suponiendo que eran «perennes» y «de una edad casi indeterminada», y que sus miembros tenían, tradicionalmente, «las mismas creencias y prácticas» y que «cada tribu difería de sus tribus vecinas» (Vansina, 1990: 19-20). Contra esto, Vansina subraya el «cambio incesante» entre las poblaciones de la región —incluyendo el cambio en las identidades étnicas y tribales— y propone que, en lugar de considerar que «tradición» implica falta de cambio, se comprendan las tradiciones como «procesos» dependientes de la autonomía individual que «necesitan cambiar continuamente para seguir estando vivas» (1990: 257-260)23. Se puede afirmar que también en la sociología la investigación histórica —a menudo fundamentada en material archivístico cuantitativo— ha proporcionado la base para una crítica eficaz del paradigma holístico y el pensamiento tipológico, sobre todo al respecto de la idea de las subculturas y las comunidades tradicionales. Por ejemplo, Thernstrom (1964) mostró que Newburyport, la «ciudad yanqui» estudiada por Lloyd Warner y sus socios en los años treinta, no era la comunidad estática relativamente aislada y bien integrada que ellos habían sugerido (véase, especialmente, Warner y Lunt, 1941, 1948), sino una comunidad que había experimentado una inmigración y emigración considerables, un conflicto social recurrente y niveles altos de movilidad social24. De forma similar, Baines y Johnson (1999) han observado que la comunidad de clase trabajadora supuestamente tradicional que Young y Willmott (1957) afirmaron haber encontrado en Bethnal Green en los años cincuenta, debía ser, si de hecho había existido, un producto relativamente reciente de la situación de posguerra, porque esa zona del este de Londres en los años de entreguerras era bastante inestable y se caracterizaba por altas tasas de movilidad, tanto residenciales como ocupacionales. Sin embargo, se puede afirmar que en la sociología en general el paradigma holístico ha perdido su influencia debido principalmente a su muy manifiesta inadecuación en el caso de las sociedades en las que el grado de variabilidad individual y, por lo tanto, de heterogeneidad poblacional, no se puede ignorar —en todo caso, no en el desarrollo real de la investigación. Como se verá más adelante, en la transición —lenta y a menudo más implícita que explícita— que hoy día se está produciendo desde el pensamiento tipológico al poblacional, la ineludible necesidad de los métodos cuantitativos de recogida y análisis de datos constituye una fuerza motriz crucial para dar cabida y explotar de varias formas esta variabilidad y heterogeneidad. 14 Se ha debatido mucho y se sigue debatiendo si hay otros animales —por ejemplo los chimpancés— que operan en alguna medida con una teoría de la mente. Sabemos que en los humanos la teoría de la mente se desarrolla rápidamente entre los primeros tres y cinco años de edad, pero es significativa la dificultad de los niños autistas para desarrollarla (Baron- Cohen, 1995; Barrett, Dunbar y Lycett, 2002: 303-315). 15 A menudo se ha advertido la ironía de que la primera gran obra de Parsons (1937) —en la que él se propuso desarrollar una «teoría voluntarista de la acción»— empiece con la pregunta retórica de Crane Brinton: «¿Quién lee hoy a Spencer?». Admitiendo que Spencer ha «muerto», Parsons señala que el problema clave que hay que abordar es «¿quién lo mató y cómo?». Pero de una forma que ilustra las dificultades de los sociólogos para alejarse del paradigma holístico, Parsons regresó al final a un estilo de pensamiento sociológico bastante próximo al de Spencer —primero adoptó una versión de la teoría funcionalista en The Social System (Parsons, 1952) y luego la combinó con una perspectiva evolutiva en las obras citadas en el texto. 16 A finales de los años cincuenta, cuando yo era estudiante de posgrado en el Departamento de Sociología de la London School of Economics, Ginsberg seguía siendo una presencia influyente, y algunos miembros del departamento aún definían la sociología como el estudio de las instituciones sociales y consideraban que la investigación por encuesta realizada en el nivel del individuo tenía poco interés sociológico. 17 Un problema básico y hasta ahora muy reconocido de las teorías funcionalistas en sociología es que casi no explican por qué los individuos deben actuar —incluso en detrimento suyo— en congruencia con los rasgos de los «sistemas sociales» que cumplen las funciones que se les atribuyen. A falta de tal explicación, las explicaciones funcionalistas tienen que basarse en la existencia de «entornos» muy selectivos tales que, si un sistema social no cumple los imperativos funcionales que afronta, simplemente desaparecerá y no existirá por tanto como ejemplo contrario a la teoría. Pero, aunque haya ejemplos de sociedades «extintas», hay pocas razones para pensar que en general opere una selectividad lo suficientemente poderosa. Parece que pueden existir sociedades con niveles muy diferentes de eficiencia o de éxito, cualesquiera que sean los criterios que se tengan en cuenta a este respecto. 18 Esta cuestión se ha planteado muy amenamente en la película de animación Antz (Hormigaz). La hormiga desviada —porquees antropomorfa —, Z-4195, se lamenta amargamente (con la voz de Woody Allen): «Ese concepto entusiasta del superorganismo, no lo entiendo . Lo intento, pero no lo capto. Bueno... ¿en qué consiste? Se supone que todo es por la colonia... ¿Y mis necesidades?». Es importante advertir que, adoptando la terminología de Sen (1986: 7-8), «la elección de una meta propia», como algo opuesto a «la elección de una meta de otro», no necesita ser egoísta en el sentido de preocuparse sólo de los «fines del bienestar propio». Puede ser una elección altruista y al mismo tiempo desviada normativamente como, digamos, la acción de Robin Hood, que robaba a los ricos para dárselo a los pobres. 19 Sin embargo, es importante advertir que desde un punto de vista sociológico no hay razón alguna para, como propusieron los economistas Stigler y Becker (1977), dar un paso adelante y tratar los fines o «gustos» como estables en el tiempo y similares entre individuos, porque el propósito de tales suposiciones —escasamente verosímiles— es simplemente permitir que todos los análisis económicos se hagan por referencia a los cambios en los precios y rentas. 20 Malinowski y Radcliffe-Brown suelen ser considerados los dos pioneros del análisis funcionalista en sociología. Pero sus funcionalismos eran de muy diferente tipo. A Malinowski le interesaban sobre todo las funciones de las prácticas culturales y las instituciones sociales destinadas a satisfacer las necesidades psicológicas y biológicas del individuo, más que a mantener las necesidades societales de integración y estabilidad. Para una explicación de sus posiciones diferentes sobre esta y otras cuestiones, véase Kuper (1973: caps. 1, 2). 21 Por ejemplo, Hobhouse, Wheeler y Ginsberg (1915) consideraban su trabajo «un ensayo de correlación», aunque los métodos de correlación que aplicaban eran muy rudimentarios, incluso para los estándares de la época. Murdock (1949) usó el coeficiente de asociación de Yule, Q, y los test de significación. Habría que añadir, sin embargo, que una dificultad estadística básica que este tipo de trabajo en cuestión planteaba era que los resultados de los análisis realizados se basaban ampliamente en el supuesto de las observaciones independientes, mientras Galton (1889b) ya había señalado en un comentario sobre Tylor que ese supuesto era muy cuestionable. Bien podría ser que las asociaciones entre las características institucionales se derivaran no sólo de los requisitos funcionales internos, sino también de los procesos de difusión entre culturas y sociedades. Parece que el «problema de Galton» nunca se ha llegado a resolver totalmente en la investigación comparada dentro del paradigma holístico. 22 En los años de la posguerra, la posición de Richards en la antropología social británica devino extrañamente marginal —incluso en su propio departamento en Cambridge, donde la conocí en los años sesenta. En la antropología se habían hecho pocos intentos de aplicar los métodos cuantitativos para tratar la variabilidad en el nivel individual, siendo el más importante la investigación del Instituto Rhodes-Livingstone, en Lusaka, sobre la posición de los trabajadores migrantes africanos en los centros urbanos del Cinturón de Cobre. Véase, por ejemplo, la obra de Clyde Mitchell (1969), de quien más tarde aprendí mucho cuando se incorporó al Nuffield College, Oxford. Curiosamente, Kuper (1973: 188) comenta que esta investigación se vio acompañada de un movimiento hacia el «individualismo metodológico» —la base del paradigma individualista frente al paradigma holístico en sociología, como veremos en el capítulo 3. 23 Estoy en deuda con mi colega John Darwin por llamar mi atención sobre la notable obra de Vansina. 24 Hay que señalar que Warner y muchos de sus colegas eran, de hecho, antropólogos formados bajo la influencia principal de Radcliffe-Brown. Pero se comprometieron a llevar a la sociología los métodos de investigación y las teorías de la antropología y por tanto optaron por trabajar sobre todo en las sociedades modernas. 3. El paradigma individualista En la sociología, comprendida como una ciencia de la población, en vez de un paradigma holístico se requiere un paradigma «individualista» debido al grado de variabilidad existente en el nivel individual y, además, a que a la acción individual, aun sometida al condicionamiento y las constricciones socioculturales, hay que concederle la primacía causal en la vida social del hombre dado el grado de autonomía que retiene. Boudon (1990; véase también 1987) ofrece un claro alegato en favor del paradigma de investigación individualista frente al holístico en sociología reconociendo sus orígenes en la obra de Max Weber (véase, especialmente, 1922/1968: cap. 1). Boudon hace hincapié en que el paradigma individualista no implica «una perspectiva atomista de las sociedades» ni una negación de la realidad sui generis de los fenómenos socioculturales y de los modos en que estos pueden motivar, constreñir o pautar de algún modo la acción individual (1990: 57). En otras palabras, no implica un individualismo ontológico: es decir, no supone que sólo existen los individuos (o, por citar a la sra. Thatcher, que «no existe tal cosa como la sociedad»). Antes bien, el alegato es en pro del individualismo metodológico (Popper, 1945: vol. 2, cap. 14; 1957: cap. iv): es decir, en favor de la posición de que los fenómenos socioculturales deben explicarse, en última instancia, en términos de la acción individual. Aunque para los propósitos de muchas investigaciones sociológicas es totalmente razonable dar por supuestos algunos de esos fenómenos en vez de considerarlos explananda de interés inmediato, ocurre que si queremos explicarlos sólo podremos hacerlo por referencia a la acción individual y sus consecuencias presentes o pasadas, intencionadas o no intencionadas, directas o indirectas (véanse Hedström y Sweldberg, 1998a; Elster, 2007: cap. 1)25. El principio del individualismo metodológico bien podría considerarse «trivialmente cierto» (Elster, 1989: 13). La dificultad para aceptarlo parece en efecto surgir bien porque no se comprende que el individualismo metodológico no implica individualismo ontológico, bien porque se insiste en que la acción individual está siempre influida por las condiciones sociales en las que ocurre, una afirmación que podría considerarse también trivialmente cierta, pero en absoluto perjudicial para el individualismo metodológico26. El aspecto crucial que hay que abordar es dónde podría residir, en la vida social del hombre, más capacidad causal real que en la acción de los individuos, bajo cualesquiera condiciones que se considere. La forma principal, aunque no única, de teoría sociológica que ha intentado ignorar esta capacidad es la del funcionalismo, siguiendo la lógica de la explicación del capítulo 2, según la cual la acción individual se reduce efectivamente a un comportamiento epifenoménico y socioculturalmente programado. Pero, como vimos también en ese capítulo, mientras el funcionalismo representa el principal recurso teórico del paradigma holístico, sólo puede proclamar, en su aplicación real, un muy escaso éxito explicativo. Lo que se sigue de la aceptación del paradigma individualista es, por lo tanto, que las normas y su plasmación en tradiciones culturales o instituciones sociales no pueden servir de «línea de referencia» para las explicaciones sociológicas (véase además Boudon, 2003a). Estas explicaciones deben basarse en relatos de la acción individual, y cuando se invoque la influencia de las normas sociales siempre han de formularse las preguntas adicionales de por qué son esas normas las que operan y no otras y por qué los individuos las cumplen —si es que lo hacen— en lugar de desviarse de ellas o desafiarlas abiertamente. No se puede considerar adecuada ninguna lógica explicativa en la que las acciones de los individuos siguen, por así decir, un guion predeterminado27. Sin embargo, para nuestros propósitos, lo que hay que resaltar con claridad son las
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