Logo Studenta

La_sociologia_como_ciencia_de_la_poblacion_John_H_Goldthorpe - Joana Lidia Hernández Guel

¡Este material tiene más páginas!

Vista previa del material en texto

John	H.	Goldthorpe
La	sociología	como	ciencia	de	la	población
Traducción	de	M.ª	Teresa	Casado	Rodríguez
Índice
Reconocimientos
Introducción
1.	La	sociología	como	una	ciencia	de	la	población:	la	idea	central
2.	La	variabilidad	individual	en	la	vida	social	del	hombre
3.	El	paradigma	individualista
4.	Las	regularidades	de	la	población	como	explananda	básicos
5.	La	estadística,	los	conceptos	y	los	objetos	de	estudio	sociológico
6.	Estadística	y	métodos	de	recogida	de	datos
7.	Estadística	y	métodos	de	análisis	de	datos
8.	Los	límites	de	la	estadística:	la	explicación	causal
9.	La	explicación	causal	mediante	mecanismos	sociales
Conclusión
Referencias
Créditos
Para	Raffi,	que	llegó	tarde	al	anterior
Reconocimientos
Este	libro	empezó	su	andadura	siendo	un	borrador	para	un	artículo	de	revista
que,	como	Topsy,	«simplemente	creció».	Al	final	alcanzó	una	extensión	mucho
mayor	de	lo	que	sería	aceptable	para	cualquier	revista,	por	lo	que	tuve	que
decidir	si	recortarlo	o	ampliarlo	con	la	idea	de	convertirlo	en	un	libro.	Otra
opción	que	en	los	momentos	malos	parecía	atractiva	era	simplemente	meter
en	un	cajón	todo	lo	que	había	escrito	y	olvidarme	de	ello.	El	hecho	de	que	esta
obra	vea	finalmente	la	luz	se	debe	en	buena	parte	al	apoyo	que	recibí	de	mis
colegas,	de	los	que	tres	merecen	una	mención	especial.
En	un	momento	crítico	Francesco	Billari	leyó	mi	primer	borrador,	me	hizo
algunos	comentarios	útiles	y	se	pronunció	con	vehemencia	a	favor	de	que	lo
convirtiera	en	un	libro.	Aunque	sin	saberlo,	él	también	me	dio	todavía	más
aliento	porque	creó	un	contexto	donde	mi	esfuerzo	parecía	merecer	la	pena:
con	su	revitalización	de	la	sociología	en	Oxford	desde	que	llegó	en	2012.
Durante	mucho	más	tiempo	me	he	beneficiado	enormemente	de	los
conocimientos	y	el	sabio	asesoramiento	de	David	Cox.	Él	también	leyó	mi
primer	borrador,	además	de	la	primera	versión	del	presente	texto,	y	me	hizo
sugerencias	muy	valiosas,	en	especial,	aunque	no	únicamente,	respecto	de	las
cuestiones	estadísticas.	Los	conocimientos	sobre	esta	materia	los	he	ido
aprendiendo	en	mis	conversaciones	con	David,	pero	me	apresuro	a	añadir	que
él	no	es	en	absoluto	responsable	de	mis	posibles	deficiencias,	que	quizá	se
manifiesten	en	las	páginas	que	siguen.	De	forma	más	indirecta,	pero	no
menos	importante,	David	ha	sido	una	fuente	de	apoyo	constante	desde	que
fuera	nombrado	decano	de	Nuffield	College	en	1988	en	virtud	del	modelo	que
ha	sido	de	actitud	y	vida	científicas.
Durante	los	años	de	gestación	de	este	libro	he	colaborado	con	Erzsébet
Bukodi	en	una	serie	de	proyectos	de	investigación,	y	nuestras	muchas
discusiones	—que	a	menudo	eran	de	naturaleza	«vivaz»—	sobre	la	dirección	y
la	estrategia	de	nuestra	investigación	y	sobre	la	interpretación	de	nuestros
hallazgos	han	influido	de	muchas	formas	en	el	contenido	del	libro.	Más
valiosos	aún	han	sido	el	incansable	aliento	y	la	constante	ayuda	que	Erzsébet
me	proporcionó	no	dejándome	que	cejara	en	mi	empeño	e	infundiéndome
optimismo	cuando	más	lo	necesitaba.	Me	resulta	en	verdad	difícil	pensar
cómo	podría	haber	escrito	este	libro	si	ella	no	hubiese	estado	ahí.
Estoy	en	deuda	con	otros	colegas	que	leyeron	y	comentaron	el	contenido	de	la
primera	versión	del	libro,	en	su	totalidad	o	en	parte.	Entre	ellos	figuran
Michael	Biggs,	Ferdinand	Eibl,	Robert	Erikson,	Duncan	Gallie,	Michelle
Jackson	y	Jouni	Kuha,	con	mis	sentidas	disculpas	a	quienquiera	que	se	me
haya	pasado	por	alto.	Además,	Tak	Wing	Chan,	John	Darwin,	Nan	Dirk	De
Graaf,	Geoff	Evans,	David	Hand,	Colin	Mills,	Christiaan	Monden,	Reinhard
Pollak,	David	Rose,	Antonio	Schizzerotto,	Jan	Vandenbroucke	y	Yu	Xie,
proporcionaron	consejos	e	información	útiles.
Quiero	expresar	mi	agradecimiento	al	decano	y	a	los	miembros	de	Nuffield
por	su	generosidad	para	con	los	eméritos	al	ofrecernos	las	instalaciones	y
servicios	del	Colegio	Universitario,	de	los	que	merecen	especial	mención	los
del	personal	de	la	biblioteca	y	la	secretaría	y	los	del	personal	de	apoyo	de	las
tecnologías	de	la	información.
Por	último,	tengo	que	agradecer	a	mi	mujer	y	a	otros	miembros	de	mi	familia
su	tolerancia	con	mi	no	jubilación	del	trabajo	académico	y	con	las	ausencias
mentales,	que	no	físicas,	que	este	trabajo	implica	a	menudo.
Introducción
Este	libro	se	deriva	y	en	algunos	puntos	aprovecha	mi	anterior	obra	On
Sociology	[De	la	sociología	]	(2.ª	edición,	2007).	Tiene,	sin	embargo,	un
carácter	significativamente	diferente.	De	la	sociología	era	una	colección	de
ensayos	bastante	variados	que	se	dividieron	en	dos	partes	bajo	las	rúbricas
«Crítica	y	programa»	(Parte	I)	e	«Ilustración	y	retrospectiva»	(Parte	II).	Estos
ensayos	se	escribieron	a	finales	del	siglo	pasado,	un	momento	de	intenso
debate	sobre	cómo	debía	verse	la	sociología	como	empresa	intelectual	y
académica	y	de	gran	incertidumbre	ante	el	curso	futuro	de	su	desarrollo.	En
los	años	transcurridos	desde	entonces	me	he	percatado	de	que	la	situación
estaba	cambiando	de	forma	significativa.	Al	menos	algunos	de	los	tipos	de
sociología	que	critiqué	en	su	día	—por	ejemplo,	la	«gran»	sociología	histórica
y	la	etnografía	«posmodernista»—	parecen	estar	en	declive;	y,	lo	que	tiene
aún	más	trascendencia,	la	versión	de	la	sociología	que	yo	defendí	en	términos
programáticos	e	intenté	ilustrar	ha	florecido,	al	menos	en	ciertos	aspectos,	en
un	grado	sorprendente	—aunque,	desde	luego,	también	agradable—	para	mí.
Naturalmente,	me	encantaría	encontrar	aquí	evidencia	de	la	influencia	de	De
la	sociología,	pero,	como	buen	popperiano	que	soy,	debo	asignar	una
importancia	crucial	a	la	«lógica	de	la	situación».	Se	reconoce	cada	vez	más
que	la	investigación	que	aborda	problemas	sociológicos	bien	definidos	y	que
se	basa	en	el	análisis	cuantitativo	de	grandes	bases	de	datos	de	alta	calidad	—
incluso	si	no	está	respaldada	por	avances	teóricos	en	la	medida	en	que	yo
desearía—	tiene	resultados	excepcionales,	tanto	en	sus	aspectos	«puros»
como	«aplicados»,	y	es	cada	día	más	atractiva	tanto	para	los	sociólogos	en
ejercicio	como	para	las	entidades	de	financiación1.
Por	consiguiente	es	de	suponer	que	las	intervenciones	críticas	o
programáticas	son	menos	necesarias	hoy	que	antes.	Sin	embargo,	a	mí	me
gustaría	hacer	hincapié	en	el	siguiente	punto	respecto	del	presente	trabajo.
Al	tratar	de	defender	que	la	sociología	se	entienda	como	una	ciencia	de	la
población,	mi	preocupación	fundamental	no	es	sugerir	a	los	sociólogos	cómo
deben	concebir	y	practicar	su	trabajo.	Se	trata	más	bien	de	sugerir	una	razón
de	ser	más	completa	y	explícita	de	la	que	hasta	ahora	ha	estado	disponible
para	lo	que	una	cantidad	considerable	y	creciente	de	sociólogos	está	haciendo
ya	—aunque	quizá	sin	reflexionar	demasiado	sobre	el	asunto.	Si	se	me
preguntara	cuál	es	el	propósito	de	elaborar	esta	razón	de	ser,	mi	respuesta
sería	doble.	Primero,	creo	que	una	mayor	conciencia	de	estos	sociólogos
sobre	lo	que	están	haciendo	les	capacitará	para	proceder	con	más
sistematicidad	y	eficacia	en	su	trabajo	cotidiano.	Y	segunda,	creo	que,	además
de	contribuir	a	potenciar	esa	conciencia,	comprender	la	sociología	como	una
ciencia	de	la	población	proporcionará	la	mejor	base	para	que	esos	sociólogos
articulen	y	persigan	una	meta	que,	según	creo,	comparten	mayoritariamente:
la	meta	de	hacer	de	la	sociología	una	ciencia	en	el	sentido	de	que	permita	un
grado	significativo	de	continuidad	con	las	ciencias	naturales,	preservando,	al
mismo	tiempo,	su	singularidad.
Es	muy	posible	que	algunos	de	los	sociólogos	que	tengo	en	mente	no	estén
dispuestos	a	aceptar	mi	interpretación	de	que	la	sociología	que	practican
constituye	o	se	mueve	en	la	dirección	de	una	ciencia	de	la	población,	ni
tampoco	mi	idea	de	que	esa	es	la	orientación	más	prometedora	para	una
sociología	científica.	Considero	las	reacciones	a	mi	libro	en	esa	línea	muy
bienvenidas	—siempre	que	vengan	en	compañía	de	interpretaciones
alternativas	de	cómo	la	sociología	está	desarrollándose	como	ciencia	y	de
alguna	indicación	de	cómo	promover	ese	desarrollo.	La	discusión	que	es
probable	que	surja	en	torno	a	estas	cuestiones	podría	ser	degran	valor	en	el
momento	actual.
Desde	luego,	debo	admitir	que	hay	también	muchos	otros	sociólogos	que
disienten	de	mí	de	una	forma	más	fundamental:	es	decir,	que	dudan	de	que	la
sociología	pueda	reivindicar	un	estatus	científico	y	que	incluso	creen	que	ni
siquiera	es	deseable	que	lo	intente.	Para	mí	estos	sociólogos	minusvaloran	la
sociología	—porque	impiden	que	desarrolle	todo	su	potencial—	y	no	puedo
tener	casi	nada	en	común	con	ellos.	Además,	apenas	veo	la	necesidad	de
seguir	implicándome	en	los	ya	prolongados	debates	sobre	esta	cuestión.	El
futuro	dirá.
Para	escribir	este	libro	me	he	propuesto	claridad	y	brevedad.	En	aras	de	la
claridad,	el	libro	se	estructura	en	torno	a	nueve	propuestas.	Cada	capítulo
empieza	con	una	propuesta	y	se	ocupa	de	desarrollar	y	apoyar	esa	propuesta.
Los	lectores	que	quieran	hacerse	una	idea	inicial	del	argumento	del	libro
pueden	sencillamente	leer	las	propuestas.	Para	promover	la	defensa	de	la
sociología	como	una	ciencia	de	la	población	he	creído	necesario	cubrir	un
terreno	muy	extenso	y	referir	la	literatura	de	una	serie	de	campos	muy
diferentes	de	la	sociología.	No	obstante,	en	aras	de	la	brevedad	por	lo	general
sólo	he	indicado	lo	imprescindible	y	relevante	para	las	posiciones	que
defiendo.	Dejo	a	los	lectores	que	consulten	la	bibliografía	reseñada	para	que,
si	lo	desean,	comprueben	que	el	uso	que	hago	de	esas	fuentes	es	el
apropiado.	Nótese	que,	para	ser	un	libro	corto,	la	lista	de	referencias
bibliográficas	es	bastante	larga.
En	cierto	sentido	le	he	dado	más	importancia	a	la	claridad	que	a	la	brevedad.
Cuando	los	argumentos	que	presento	son	de	carácter	general	y	abstracto,	he
intentado	clarificar	las	ideas	principales	que	pretenden	expresar
proporcionando	ilustraciones	particulares	y	concretas.	En	el	caso	de	los
argumentos	específicamente	sociológicos,	puede	tal	vez	pensarse	que	estas
ilustraciones	se	han	tomado	demasiado	a	menudo	de	mi	propio	campo	de
interés	investigador,	en	particular	de	la	estratificación	y	la	movilidad	sociales.
Pero,	en	la	medida	en	la	que	mi	conocimiento	me	lo	ha	permitido,	he	entrado
también	en	otros	campos.
El	libro	se	dirige	principalmente	a	sociólogos	profesionales	y	a	estudiantes
avanzados.	Así,	he	dado	por	supuesta	una	formación	básica	fundamental,
incluyendo	algunos	conocimientos	técnicos	elementales	de	los	métodos	de
recogida	y	análisis	de	datos.	Sin	embargo,	he	intentado	que	el	texto	sea	lo
menos	técnico	posible:	no	contiene	ni	fórmulas	ni	ecuaciones.	Y	al	mismo
tiempo	he	creído	más	ventajoso	por	razones	expositivas	adoptar	un	enfoque
histórico,	en	especial	en	los	capítulos	relativos	a	la	recogida	y	el	análisis	de
datos.	Robert	Merton	se	lamentaba	(1957:	4)	de	que	en	las	discusiones	de
teoría	sociológica	se	prestaba	demasiada	atención	a	la	historia	a	expensas	de
lo	que	él	llamaba	«sistemática».	Pero	en	lo	que	se	refiere	al	análisis	de	los
métodos	de	investigación	en	sociología,	se	podría	decir	lo	contrario.	Es	decir,
se	presta	demasiada	poca	atención	a	por	qué	los	métodos	en	uso	son	como
son.	¿Por	qué	se	utilizan	esos	métodos	y	no	otros?	¿Qué	métodos	los	han
precedido?	¿Cuáles	eran	los	problemas	para	los	que	proporcionaban	las
mejores	soluciones	y	cómo?	Responder	a	estas	preguntas	a	menudo	me
resulta	muy	esclarecedor.
Para	dar	por	concluida	esta	introducción,	hay	dos	ulteriores	observaciones	de
índole	más	personal	que	me	gustaría	hacer.	La	primera	se	refiere	al
comentario	que	hice	al	principio	de	que	en	los	últimos	años	he	llegado	a
percatarme	de	un	cambio	significativo	en	los	estilos	de	investigación	en	la
sociología	que	están	destacando	—un	cambio	que	encuentro	muy	apreciable	y
que	me	ha	llevado	a	pensar	que	escribir	un	libro	como	este	podía	tener
sentido.	Me	gustaría	añadir	aquí	que	el	principal	contexto	en	el	que	este
cambio	ha	tenido	lugar	ha	sido	la	comunidad	de	investigación	sociológica
europea:	en	particular,	las	conferencias	y	los	seminarios	organizados	por	el
European	Consortium	for	Sociological	Research	y	bajo	los	auspicios	de	dos
«redes	de	excelencia»	en	sociología	financiadas	por	la	UE:	CHANGEQUAL	y
su	sucesor	EQUALSOC2.
Pensando	sobre	todo	en	los	lectores	de	los	Estados	Unidos,	debo	añadir	aquí
que	en	la	sociología	estadounidense	ha	existido	una	cierta	tendencia	a
considerar	que	las	contribuciones	europeas	más	distintivas	se	elaboraban
mediante	unos	niveles	de	teoría	bastante	enrarecidos	o	en	la	intersección	de
cuestiones	filosóficas	y	metodológicas	(con	una	concomitante	exageración	de
la	importancia	de	algunos	autores,	principalmente	franceses	y	alemanes).
Esta	perspectiva	siempre	fue	cuestionable,	pero	ahora	está	claro	que	ha
quedado	obsoleta.	En	los	últimos	veinte	años	más	o	menos,	la	investigación
sociológica	de	índole	primordialmente	cuantitativa	se	ha	expandido	en	casi
todos	los	grandes	países	europeos	—una	investigación	con	un	nivel	técnico
bastante	comparable	al	de	la	investigación	estadounidense	y	a	menudo	un
interés	teórico	al	menos	potencialmente	superior	debido	a	su	perspectiva
comparada	entre	naciones	o	regiones3.	A	menudo	acudo	a	este	cuerpo	de
investigación	para	mis	propósitos	ilustrativos.	Además,	habría	que	resaltar
que	han	sido	los	sociólogos	europeos	los	más	prominentes	en	el	desarrollo	del
enfoque	«basado	en	los	mecanismos»	de	la	explicación	causal,	un	enfoque
que,	como	veremos	detenidamente	en	el	capítulo	9,	es	para	mí	el	más
apropiado	para	la	sociología	entendida	como	una	ciencia	de	la	población.
La	segunda	observación,	más	personal,	es	la	siguiente.	He	escrito	este	libro
hacia	el	final	de	una	larga	vida	dedicada	a	la	academia	(una	circunstancia	que
por	sí	misma	favorece	la	concisión),	y	es	obvio	que	mis	ideas	han	estado	en
varios	sentidos	influidas	por	mis	propias	experiencias	a	lo	largo	de	esos	años.
He	explicitado	esto	muy	claramente	en	algunos	casos,	y	en	especial	cuando
tengo	que	reconocer	la	influencia	de	un	maestro	o	un	colega.	Me	gustaría
pensar	que	de	este	modo	el	libro	se	beneficia	también	de	una	perspectiva
histórica	—una	perspectiva	que	es,	yo	sugeriría,	muy	necesaria	para
compensar	la	manifiesta	falta	de	memoria	colectiva	de	la	sociología	que
conduce	a	un	desgraciado	olvido	de	los	auténticos	orígenes	de	los	problemas
actuales	y,	a	su	vez,	al	redescubrimiento	de	la	rueda.	Pero	me	doy	cuenta	de
que	también	podría	interpretarse	que	me	remonto	indebidamente	a
cuestiones	que	llevan	mucho	tiempo	olvidadas	y	por	buenas	razones4.	En	todo
caso,	los	ejemplos	de	lo	que	podría	considerarse	mi	anecdotario	están
principalmente	en	las	notas.
1	Por	desgracia,	la	principal	excepción	a	esta	tendencia	general	es	mi	propio
país,	Gran	Bretaña,	donde	especialmente	en	los	departamentos	universitarios
—a	diferencia	de	los	centros	de	investigación,	que	suelen	ser
interdisciplinares—	persiste	una	fuerte	hostilidad	hacia	la	sociología
cuantitativa.	Curiosamente,	la	versión	original	de	mi	libro	anterior	y	sus
versiones	italiana,	polaca	y	española	han	sido	reseñadas	en	muchas	partes,
pero	no	en	Sociology,	la	revista	oficial	de	la	British	Sociological	Association,
ni	en	Sociological	Review	.	Pero	quizá	incluso	en	Gran	Bretaña	«los	tiempos
están	cambiando».	El	objetivo	del	programa	Q-Step,	lanzado	en	2013	con	un
presupuesto	de	19,5	millones	de	libras	esterlinas,	es	aumentar	y	revitalizar
considerablemente	la	formación	cuantitativa	de	los	estudiantes	de	grado	en
ciencias	sociales.	Espero	que	logre	sus	fines	en	el	campo	de	la	sociología,	a
pesar	de	los	esfuerzos	que	al	parecer	intentan	subvertirlo.	Últimamente	se
han	hecho	algunas	declaraciones	notablemente	mal	informadas	que
mantienen	que	los	métodos	cuantitativos	calificados	de	«convencionales»
están	en	general	pasados	de	moda,	son	irrelevantes	y	deben	sustituirse	por
otros	(por	ej.,	Byrne,	2012;	Castellani,	2014).	Algunos	de	los	métodos
alternativos	que	se	proponen	son	objeto	de	análisis	crítico	en	los	siguientes
capítulos.
2	Las	entidades	colaboradoras	en	la	red	CHANGEQUAL	eran	el	Economic	and
Social	Research	Institute,	Dublín;	el	Centre	National	de	la	Recherche
Scientifique	EHSS	LASMAS,	París;	el	Swedish	Institute	for	Social	Research,
Universidadde	Estocolmo;	el	Zentrum	für	Europäische	Sozialforschung,
Universidad	de	Mannheim,	y	mi	propia	institución,	Nuffield	College,	Oxford.
En	la	red	EQUALSOC,	la	institución	CNRS	se	convirtió	en	GENES/GRECSTA	y
se	sumaron	ocho	instituciones	más:	el	Institute	for	Advanced	Labour	Studies,
Universidad	de	Ámsterdam;	el	Centre	for	Social	Policy,	Amberes;	la
Universita	Degli	Studi	di	Milano	Bicocca;	el	Departamento	de	Ciencias
Políticas	y	Sociales,	Universidad	Pompeu	Fabra,	Barcelona;	el	Departamento
de	Sociología	y	Política	Social,	Universidad	de	Tartu;	el	Departamento	de
Ciencias	Sociales,	Universidad	de	Turín;	el	Departamento	de	Sociología	e
Investigación	Social,	Universidad	de	Trento;	y	la	Wissenschaftzentrum	für
Sozialforschung,	Berlín.
3	Una	vez	más,	hay	que	advertir	la	excepción	británica.	En	las	conferencias	y
seminarios	referidos	en	el	texto,	ha	quedado	tristemente	de	manifiesto	la
virtual	ausencia	de	investigadores	británicos	jóvenes.
4	El	revisor	de	un	artículo	que	un	colega	tan	añoso	como	yo	y	yo	mismo
enviamos	hace	poco	tiempo	a	una	revista	puntera	de	sociología	objetaba	el
hecho	de	que	los	artículos	que	se	citaban	se	habían	publicado	antes	de	que	él
o	ella	naciese.	Claramente,	nada	importante	podía	haber	sucedido	antes	de
esa	fecha.
1.	La	sociología	como	una	ciencia	de	la	población:	la	idea	central
La	sociología	debe	comprenderse	como	una	ciencia	de	la	población	en	el
sentido	de	Neyman	(1975).
Con	ocasión	del	quingentésimo	aniversario	del	nacimiento	de	Nicolás
Copérnico	(1473-1543),	la	Academia	Nacional	de	Ciencias	de	Estados	Unidos
patrocinó	una	colección	de	ensayos	sobre	las	revoluciones	científicas
«cuasicopernicanas».	El	volumen	lo	editó	el	estadístico	de	origen	polaco	Jerzy
Neyman,	quien	escribió	breves	introducciones	a	sus	diferentes	partes.	En	una
de	estas	introducciones	a	una	serie	de	ensayos	sobre	«The	Study	of	Chance
Mechanisms	–	A	Quasi-Copernican	Revolution	in	Science	and	Mathematics»
[El	estudio	de	los	mecanismos	de	azar:	una	revolución	cuasicopernicana	en	la
ciencia	y	las	matemáticas],	Neyman	(1975:	417)	hizo	la	siguiente	observación:
Desde	el	siglo	XIX	y	cada	vez	más	a	lo	largo	del	XX,	la	ciencia	ha	producido
objetos	de	estudio	«pluralistas»,	categorías	de	entidades	que	satisfacen
determinadas	definiciones	pero	que	varían	en	sus	propiedades	individuales.
Técnicamente,	tales	categorías	se	llaman	«poblaciones».
Neyman	subrayó	que,	en	este	sentido	técnico,	las	poblaciones	podían	ser,	en
lo	sustantivo,	de	tipos	bastante	diferentes.	Podían	ser	humanas	u	otras
poblaciones	animales,	pero	también,	por	ejemplo,	poblaciones	de	moléculas	o
de	galaxias.	El	rasgo	común	de	estas	poblaciones	era	que,	aunque	sus
elementos	individuales	estaban	sujetos	a	una	variabilidad	considerable	y
podían	parecer,	al	menos	en	algunos	aspectos,	indeterminados	en	sus	estados
y	comportamientos,	podían	no	obstante	exhibir	regularidades	de	tipo
probabilístico	en	el	nivel	agregado	5.
La	meta	de	una	ciencia	que	trata	de	esos	objetos	plurales	de	estudio	—o	de	lo
que	podría	llamarse	una	«ciencia	de	la	población»—	era	por	tanto	doble.	La
meta	inicial	era	investigar	y	establecer	las	regularidades	probabilísticas	que
caracterizan	a	una	población	o	a	sus	subpoblaciones	adecuadamente
definidas.	A	este	respecto,	Neyman	consideraba	esencial	el	uso	de	métodos
estadísticos	de	recogida	y	análisis	de	datos.	De	hecho,	cincuenta	años	antes,
R.	A.	Fisher	(1925:	2)	había	definido	ya	la	estadística	como	«el	estudio	de
poblaciones	o	de	agregados	de	individuos»,	y	había	presentado	la	estadística
como	una	disciplina	fundacional	para	todas	las	ciencias	que	se	ocupaban
primordialmente	de	las	propiedades	de	los	agregados	más	que	de	las	de	sus
miembros	individuales.	Se	puede	asimismo	advertir,	a	la	vista	de	lo	que	sigue,
que	Fisher	añadió	entonces	la	observación	de	que	«los	métodos	estadísticos
son	esenciales	para	los	estudios	sociales,	y	es	principalmente	con	la	ayuda	de
esos	métodos	como	esos	estudios	pueden	elevarse	al	rango	de	ciencia»6.
Sin	embargo,	Neyman	aclaró	también	que	una	vez	establecidas
empíricamente	las	regularidades	de	una	población,	la	siguiente	meta	de	una
ciencia	de	la	población	debía	ser	determinar	los	procesos	o	«mecanismos»
que	operaban	en	el	nivel	individual	para	producir	esas	regularidades.	Y	como
las	regularidades	—los	explananda	de	una	ciencia	de	la	población—	eran
probabilísticas,	los	mecanismos	en	los	que	había	que	pensar	serían	aquellos
que,	en	lugar	de	regirse	completamente	por	leyes	deterministas,
incorporaban	el	azar	.	Todo	esto	implicaba	una	nueva	forma	de	explicación
científica.
La	afirmación	de	Neyman	de	que	desde	el	siglo	XIX	y	a	lo	largo	del	XX	el
estudio	creciente	de	entidades	«plurales»	basado	en	la	estadística	marcó	una
revolución	científica	ha	sido	justificada	plenamente	por	el	trabajo	posterior	de
la	historia	de	la	ciencia.	Lo	que	de	hecho	vino	a	llamarse	la	«revolución
probabilística»	(Krüger,	Daston	y	Heidelberger,	1987;	Krüger,	Gigerenzer	y
Morgan,	1987)	se	reconoce	hoy	día	ampliamente	como	uno	de	los	desarrollos
intelectuales	más	trascendentales,	si	no	el	más	trascendental,	de	ese	periodo
en	cuestión.	«En	1800»,	por	citar	a	Hacking	(1987:	52),	«estamos	en	el
mundo	determinista	que	Laplace	nos	describe	tan	acertadamente.	En	1936
estamos	firmemente	anclados	en	un	mundo	que	es	en	última	instancia
indeterminado...	El	azar	que,	para	Hume,	no	era	‘nada	real’	era,	para	von
Neumann,	tal	vez	la	única	realidad»7.	Sin	embargo,	como	Hacking	continúa
subrayando	(véase	también	Hacking,	1990),	es	importante	apreciar	que	«la
erosión	del	determinismo»	se	complementó	con	«la	domesticación	del	azar»,
es	decir,	el	proceso	de	hacer	inteligibles	y	manejables	el	azar	y	sus
consecuencias	sobre	la	doble	base	del	ensamblaje	de	datos	numéricos	y	la
aplicación	de	la	teoría	de	la	probabilidad.
De	hecho,	en	las	primeras	fases	de	la	revolución	probabilística,	las	ciencias
sociales	desempeñaron	un	papel	importante.	En	particular,	la	aplicación	de
Quetelet	(1835/1842,	1846,	1869)	de	la	«curva	de	error»	gaussiana	—o
distribución	normal—	para	visualizar	las	regularidades	en	las	«estadísticas
morales»	del	matrimonio,	los	nacimientos	fuera	del	matrimonio,	el	suicidio	y
la	delincuencia	representó	un	intento	pionero	de	mostrar	cómo	podría
emerger	un	orden	probabilístico	de	nivel	superior	a	partir	de	acciones
individuales	que	por	lo	general	se	consideraban	de	índole	no	determinista,	es
decir,	un	intento	de	expresar	la	voluntad	y	la	elección	individuales	(Porter,
1986:	caps.	2	y	6	especialmente).	Y	lo	notable	de	ese	desarrollo	fue	que	la
influencia	de	la	obra	de	Quetelet	se	extendió	desde	las	ciencias	sociales	hasta
las	ciencias	naturales	—algo	en	cierto	modo	paradójico,	dada	la	gran
ambición	de	Quetelet	de	crear	una	«física	social».	Como	Krüger	(1987:	80)	ha
observado,	en	ese	momento	«la	conocida	jerarquía	de	las	disciplinas»	se
invirtió.
Más	notable	aún	es	que	el	uso	que	Quetelet	hizo	de	la	curva	de	error
proporcionó	a	James	Clerk	Maxwell	un	modelo	para	su	desarrollo	de	la	teoría
cinética	de	los	gases	(Gillispie,	1963;	Porter,	1982).	En	un	gas,	los	procesos
de	nivel	inferior	de	colisión	de	moléculas	estaban,	en	principio,	sujetos	a	las
leyes	newtonianas	deterministas;	pero	las	grandes	cantidades	de	moléculas
afectadas	implicaban	que,	en	la	práctica,	se	necesitaba	un	tratamiento
probabilístico	—«una	física	estadística».	En	los	trabajos	que	realizó	a	finales
de	la	década	de	1860,	Maxwell	utilizó	una	versión	de	la	curva	de	error	para
representar	la	distribución	de	las	velocidades	moleculares	en	un	gas	ideal,	de
forma	tal	que,	mientras	no	se	podía	decir	nada	sobre	las	moléculas
individuales,	sí	era	posible	calcular	la	proporción	de	moléculas	con
velocidades	dentro	de	unos	determinados	límites	y	a	cualquier	temperatura
dada.	Maxwell	fue	generoso	en	su	reconocimiento	de	las	ideas	que	tomó
prestadas	de	Quetelet	y	sus	seguidores.	Dirigiéndose	a	la	British	Association
for	the	Advancement	of	Sciences	(Asociación	británica	para	el	avance	de	las
ciencias),	recomendó	a	los	físicos	que	adoptaran	un	método	de	análisis	nuevo
paraellos	pero	que	«llevaban	mucho	tiempo	usando	en	la	estadística»	(citado
en	Gigerenzer	et	al.,	1989:	62;	véase	también	Mahon,	2003:	cap.	6)8.
Posteriormente,	Fisher	(1922),	con	la	idea	de	integrar	el	mendelismo	en	la
teoría	de	la	evolución	de	Darwin,	adoptó	un	modelo	análogo	al	que	Maxwell
había	tomado	de	Quetelet,	con	poblaciones	biológicas	en	lugar	de	poblaciones
de	moléculas.	Bajo	este	modelo,	la	selección	natural	operaba	entre	una
multiplicidad	de	causas	aleatorias	—cualquiera	de	ellas	podía	tener	una
influencia	predominante	en	el	nivel	de	un	individuo	particular—	mientras	los
procesos	probabilísticos	de	la	selección	natural	seguían	siendo	los
determinantes	clave	de	la	evolución	de	la	población	en	su	conjunto	(Morrison,
2002).
Junto	a	estos	desarrollos,	la	biología	evolutiva,	como	ha	descrito	Ernst	Mayr
(2001;	véase	también	1982:	cap.	2),	pasó	a	ser	el	campo	en	el	que	se	produjo
el	desarrollo	más	explícito	del	«pensamiento	poblacional».	En	un	mundo
científico	dominado	por	la	física	y	la	química	había	prevalecido	lo	que	Mayr
denomina	el	«pensamiento	tipológico»,	centrado	en	las	propiedades	de
entidades	—y	en	las	leyes	deterministas	aplicadas	a	ellas—	de	un	tipo
supuestamente	homogéneo	más	que	«pluralista»,	tales	como	las	partículas
nucleares	o	los	elementos	químicos.	Pero	la	biología	evolutiva	empezó	a
reconocer	cada	vez	más	la	variación	existente	dentro	de	las	entidades
estudiadas	—es	decir,	la	variación	entre	los	individuos	que	forman	una
población—	y	al	mismo	tiempo	a	centrar	su	interés	en	las	regularidades
probabilísticas	discernibles	en	medio	de	esa	variación	y	en	los	procesos	o
mecanismos	que	creaban	esas	regularidades9.
En	cambio,	las	ciencias	sociales,	a	pesar	de	su	influyente	papel	en	los
orígenes	de	la	revolución	probabilística,	no	consiguieron	explotar	las
posibilidades	que	esta	ofrecía	tanto	para	la	investigación	como	para	la	teoría.
De	la	sociología	al	menos	puede	pensarse	(véase	Goldthorpe,	2007:	vol.	2,
capítulos	8	y	9)	que	todavía	no	ha	resuelto	del	todo	su	relación	con	esa
revolución	y	con	las	nuevas	maneras	de	pensamiento	científico	que
promovió10.	Pocos	sociólogos	hoy	en	día	se	creen	en	la	obligación	de
formular	leyes	deterministas	como	lo	intentaron	Comte,	Spencer	o	Marx	a	fin
de	proporcionar	un	entendimiento	integral	de	la	estructura,	el	funcionamiento
y	el	desarrollo	de	las	sociedades	humanas.	Pero	para	los	que	siguen
manteniendo	que	la	sociología	es,	al	menos	en	potencia,	una	ciencia	de	algún
tipo,	todavía	existe	el	problema	—que	apenas	ha	sido	abordado—	de	decidir
qué	tipo	de	ciencia	debe	ser.	Más	concretamente,	si	la	búsqueda	de	leyes
deterministas	en	sociología	es	un	propósito	descabellado,	entonces	podemos
preguntarnos:	¿cuáles	son	los	objetivos	hacia	los	que	debe	orientarse	la
sociología	y	cómo	hay	que	entender	el	fundamento	de	las	actividades	de
investigación	que	se	realizan	para	alcanzarlos?	Como	he	mencionado	en	la
Introducción,	la	propuesta	de	que	la	sociología	debe	comprenderse	como	una
ciencia	de	la	población	intenta	responder	a	estas	preguntas	y,	al	mismo
tiempo,	anclar	firmemente	la	sociología	dentro	de	la	revolución	probabilística.
Lo	que	esto	implica,	en	su	sentido	más	amplio,	es	lo	siguiente.	La	sociología
debe	ocuparse	de	las	poblaciones	o	subpoblaciones	de	Homo	sapiens	(o	quizá
mejor	—véase	el	capítulo	2—	de	las	poblaciones	o	subpoblaciones	de	Homo
sapiens	sapiens	)	ubicadas	en	el	tiempo	y	el	espacio;	y	la	meta	de	la
investigación	sociológica	debe	ser	una	comprensión	no	de	los	estados	y	el
comportamiento	de	los	miembros	individuales	de	esas	poblaciones	en	toda	su
variabilidad,	sino	de	las	regularidades	que	son	propiedades	de	esas	mismas
poblaciones,	aunque	sólo	se	puedan	inferir	a	partir	del	comportamiento	o	—
más	concretamente,	como	se	argüirá	más	adelante—	de	las	acciones	de	sus
miembros	individuales.
Explicar	mejor	qué	implica	esta	propuesta	primordial	será	el	objetivo	de	los
próximos	capítulos,	encabezados	todos	por	su	propia	propuesta	subsidiaria.
Para	concluir	este	capítulo	voy	a	añadir	algunos	comentarios	preliminares
sobre	las	regularidades	en	las	poblaciones	humanas	y	su	determinación	y
explicación.	Esto	puede	contribuir	a	proporcionar	un	contexto	a	la	línea	del
argumento	subsiguiente	y	a	señalar	algunos	importantes	problemas	que	van	a
surgir.
Las	regularidades	que	se	pueden	identificar	en	las	poblaciones	humanas,	y
más	en	concreto	en	la	vida	social	humana,	son	diversas	en	su	rango	y
complejidad.	Las	regularidades	en	«las	estadísticas	morales»	a	las	que
Quetelet	prestó	atención	inicialmente	eran	regularidades	relativamente
simples	relacionadas	con	la	estabilidad	en	el	tiempo	de	las	tasas	de	acciones
individuales	de	diferentes	tipos	y	de	sus	productos	en	poblaciones	nacionales
o	regionales.	Pero,	al	final,	el	propio	Quetelet	se	vio	obligado	a	admitir	no	sólo
diferencias	de	tasas	entre	unas	y	otras	de	esas	poblaciones,	sino	también
diferencias	significativas	entre	sus	diversas	subpoblaciones;	es	decir,	entre
las	diferentes	agrupaciones	de	individuos	definidos	por	su	edad,	género,
etnia,	ocupación,	etc.	Y	en	relación	con	este	último	punto	se	vio	abocado	a
moverse	desde	los	análisis	esencialmente	bivariados	hacia	lo	que	puede
reconocerse	como	los	primeros	intentos	de	análisis	multivariados	de	las
regularidades	sociales	de	un	tipo	que	ha	llegado	a	ser	normal	en	la
investigación	actual	(véase	especialmente	Quetelet,	1835/1842:	Parte	3	sobre
las	tasas	de	delincuencia).
En	la	sociología	actual	la	complejidad	de	las	regularidades	en	las	que	se
centra	la	atención	ha	aumentado	sin	duda	de	forma	considerable.	Por
ejemplo,	el	interés	podría	dirigirse	no	sólo	a	las	regularidades	expresadas	en
la	estabilidad	de	formas	particulares	de	acción	individual	y	sus	productos	en
las	poblaciones	o	a	las	diferencias	prevalecientes	entre	poblaciones	o	en	sus
subpoblaciones,	sino	también	a	las	regularidades	en	los	cambios	de	estas
materias	a	lo	largo	del	tiempo	—donde	el	tiempo	puede	tratarse	con
referencia	a	periodos	históricos,	a	la	sucesión	de	cohortes	de	nacimiento	o	al
curso	de	vida	del	individuo.	O	podría	dirigirse	a	las	regularidades	que	hay
entre	las	pautas	de	la	acción	individual	y	la	ubicación	de	los	individuos	en
contextos	sociales	de	nivel	macro,	meso	o	micro,	como	los	que	representan,
por	ejemplo,	los	grupos	primarios,	las	redes	sociales,	las	asociaciones	y
organizaciones	o	los	cambiantes	aspectos	institucionales	y	de	otro	tipo	de	la
estructura	social	en	general.	Además,	el	interés	podría	encaminarse	a	buscar
regularidades	exclusivamente	en	el	nivel	supraindividual:	por	ejemplo,	entre
los	rasgos	estructurales	de	sociedades	«totales»	—naciones	o	estados.
Sin	embargo,	hay	otros	dos	aspectos	de	las	regularidades	de	la	vida	social
humana	que,	en	la	medida	en	que	están	asociados	a	su	grado	de	complejidad,
tienen	a	los	presentes	efectos	una	relevancia	más	directa:	lo	que	podría
llamarse	su	visibilidad	y	su	transparencia	.
Consideremos	el	siguiente	ejemplo.	Hay	una	marcada	regularidad	en	el
número	de	individuos	que	pasan	en	coche	delante	de	mi	casa	los	días
laborables	entre	las	7	y	las	9	de	la	mañana,	y	una	considerable	y	regular
disminución	en	la	cantidad	que	pasa	los	sábados	y	los	domingos.	Estas
regularidades	son	evidentes	en	su	forma	general	para	cualquier	observador
casual,	y	cualquier	recuento	estandarizado	de	tráfico	serviría	para
establecerlas	con	alguna	precisión.	Además,	en	este	caso	podríamos	construir
de	inmediato	una	explicación	simple	—que,	como	veremos	más	adelante,
podría	sin	embargo	seguir	considerándose	paradigmática—	de	cómo	se
producen	esas	regularidades.	Es	decir,	una	narrativa	causal	formulada	en
términos	de	los	fines	del	individuo	—en	los	días	laborales,	típicamente	los	de
ir	al	trabajo	o	llevar	los	niños	al	colegio—	y	de	los	cursos	de	acción	por	medio
de	los	cuales	pretenden	lograr	esos	fines,	dadas	las	diversas	constricciones	y
oportunidades	que	definen	las	condiciones	de	su	acción.	En	suma,	las
regularidades	en	cuestión	podría	considerarse	que	son	visibles	y
transparentes.	Es	relativamente	fácil	verlas	y	«ver	a	su	través»,	esdecir,	ver	a
través	de	ellas	los	procesos	sociales	mediante	los	que	se	generan	y
mantienen.
Pero,	en	cambio,	las	regularidades	que	típicamente	interesan	más	a	la
sociología	como	una	ciencia	de	la	población	son	aquellas	que	no	son	ni
enseguida	visibles,	ni	tampoco	transparentes	una	vez	que	se	hacen	visibles.
De	aquí	se	siguen	implicaciones	de	gran	alcance	para	la	práctica	de	la
sociología	entendida	como	esa	ciencia.	Así,	cumplir	el	primer	objetivo	de	una
ciencia	de	la	población	—es	decir,	establecer	empíricamente	las	regularidades
de	una	población—	por	lo	general	exigirá,	en	el	caso	de	las	sociedades
humanas,	un	esfuerzo	considerable	de	recogida	y	análisis	de	datos.	Lo	que
esto	exige	es	el	diseño	y	la	aplicación	de	procedimientos	de	investigación
capaces	de	revelar	regularidades	en	el	nivel	agregado	que	quizá	hayan	sido
ya	percibidas	sólo	de	una	forma	vaga,	si	es	que	no	eran	del	todo
desconocidas,	en	las	sociedades	en	las	que	se	dan.	Por	ejemplo,	volviendo	a
las	regularidades	que	preocupaban	a	Quetelet	y	sus	seguidores	en	las	tasas
de	matrimonio,	nacimientos	fuera	del	matrimonio,	suicidio	y	delincuencia,	la
posibilidad	de	establecerlas	de	forma	fiable	no	se	presentó	hasta	que	los
gobiernos	nacionales	empezaron	a	desarrollar	lo	que	hoy	llamamos
«estadísticas	oficiales»,	incluyendo	los	censos	de	población	y	diferentes
sistemas	de	registro11.
Volviendo	al	presente,	se	podría	decir	que	el	principal	logro	científico	de	la
investigación	sociológica	basada	en	encuestas	de	población	de	diferentes
diseños	y	en	el	análisis	de	los	datos	producidos	ha	sido	hasta	ahora	su
capacidad	demostrada	para	revelar	las	regularidades	de	la	población	en	las
formas	más	complejas	antes	mencionadas	—regularidades	que	simplemente
no	se	podrían	haber	identificado	sin	la	metodología	en	cuestión,	reforzada
poderosamente	por	equipos	informáticos	cada	vez	más	potentes	para	el
almacenaje	y	el	análisis	de	los	datos.
Para	ilustrar	este	asunto	pondré	un	ejemplo	de	mi	propio	campo	de
investigación,	aunque	se	podrían	dar	muchos	otros.	Se	han	realizado	muchos
estudios	sobre	las	pautas	y	tendencias	de	la	movilidad	social
intergeneracional	que	se	caracterizan	por	una	creciente	sofisticación
conceptual.	En	particular,	se	ha	hecho	una	distinción	crucial	entre	las	tasas
de	movilidad	absoluta	y	relativa,	refiriéndose	las	primeras	a	la	movilidad	real
experimentada	por	los	individuos	y	comparando	las	segundas	las
oportunidades	que	tienen	los	individuos	de	diferentes	orígenes	sociales	de
llegar	a	diferentes	destinos	de	clase	(véanse,	por	ejemplo,	Grusky	y	Hauser,
1984;	Goldthorpe,	1987;	Erikson	y	Goldthorpe,	1992;	Breen,	2004;	Ishida,
2008).	El	extenso	trabajo	de	recogida	de	datos	y	el	desarrollo	de	modelos
estadísticos	conceptualmente	informados	han	revelado	tanto	regularidades
poblacionales	como	rasgos	históricamente	específicos	de	las	sociedades
estudiadas	de	un	tipo	que	no	podría	haberse	observado	de	otra	manera	—
ciertamente	no	por	los	«miembros	legos»	de	esas	sociedades	en	el	transcurso
de	sus	vidas	cotidianas,	a	pesar	de	la	estrecha	conexión	que	de	hecho	existe
entre	las	regularidades	y	las	especificidades	en	cuestión	y	sus	propias
oportunidades	y	elecciones	vitales12.
Sin	embargo,	regresando	a	mi	anterior	distinción,	hacer	visibles	las
regularidades	de	la	población	no	implica	hacerlas	transparentes;	es	decir,	no
implica	cumplir	el	segundo	objetivo	de	una	ciencia	de	la	población:	la	de
determinar	los	procesos	—podríamos	llamarles	mecanismos	causales—	por	los
que	las	regularidades	establecidas	en	el	nivel	agregado	se	producen	en	el
nivel	individual.	En	el	caso	de	la	sociología	esto	implicará	demostrar	cómo
esas	regularidades	se	derivan	en	última	instancia	de	la	acción	y	la	interacción
individuales.	Y	debe	reconocerse	que,	si	la	sociología	puede	reivindicar	por
ahora	algún	éxito	genuino	como	ciencia	de	la	población	en	lo	que	concierne	a
revelar	regularidades	poblacionales,	sus	logros	hasta	la	fecha	en	la	tarea	de
hacer	transparentes	estas	regularidades	—es	decir,	de	dar	cuenta	de	ellas	de
la	forma	indicada—	han	sido	bastante	menos	impresionantes.	Las
regularidades	que	se	han	descrito	de	una	forma	bastante	detallada	a	menudo
siguen	siendo	más	o	menos	opacas.	Desgraciadamente,	la	investigación	sobre
la	movilidad	social	nos	ofrece	una	buena	ilustración	de	esta	opacidad13.
Distinguir	entre	las	dos	tareas	de	una	ciencia	de	la	población	orientada	a
hacer	las	regularidades	poblacionales	primero	visibles	y	luego	transparentes
—siendo	la	primera	esencialmente	una	labor	descriptiva	y	la	segunda
explicativa—	tiene	una	importancia	clave.	Esto	se	hará	cada	vez	más	evidente
a	medida	que	el	argumento	se	desarrolle	en	los	siguientes	capítulos.
5	La	primera	vez	que	leí	las	observaciones	de	Neyman	fue	en	una	referencia	a
ellas	que	había	en	Duncan	(1984:	96).	Como	se	pondrá	de	manifiesto	más
adelante,	Dudley	Duncan	es	un	autor	con	el	que	estoy	en	deuda	en	muchos
otros	sentidos.	Se	le	puede	considerar	como	uno	de	los	grandes	pioneros	en
conceptualizar	y	practicar	la	sociología	como	una	ciencia	de	la	población.
Otro	autor	que	ha	contribuido	de	forma	significativa,	aunque	menos	explícita,
ha	sido	mi	antiguo	maestro	en	la	London	School	of	Economics,	David	Glass	—
ahora	tristemente	olvidado	por	la	sociología	británica—,	quien	experimentó	la
influencia	de	su	propio	maestro,	el	extraordinario	polímata	Lancelot	Hogben
(véase	Hogben,	1938).
6	Neyman	y	Fisher	fueron	sin	duda	los	adversarios	principales	en	lo	que	ha
venido	a	describirse	como	«la	mayor	fractura	en	la	estadística»	en	torno	a	la
cuestión	de	la	comprobación	de	hipótesis.	Pero,	como	Louça	(2008:	4)	ha
observado,	en	relación	con	su	idea	de	la	estadística	como	lenguaje	para	un
nuevo	tipo	de	ciencia,	estaban,	en	realidad,	«muy	cerca».
7	Hacking	se	refiere	aquí	a	la	formulación	matemática	que	von	Neumann	hizo
de	la	teoría	cuántica.	Esta	perseguía	excluir	la	posibilidad	de	«variables
ocultas»	que,	si	se	pudieran	identificar,	permitirían	entender	como
determinísticos	los	fenómenos	que	en	caso	contrario	aparecían	como
probabilísticos	—como	si	las	partículas	tuvieran	una	posición	y	velocidad
definidas	en	todo	momento.	Para	una	presentación	accesible,	véase	Kumar
(2008:	cap.	14).
8	Ludwig	Boltzmann,	otro	pionero	de	la	física	estadística,	recibió	la	influencia
de	la	obra	de	Quetelet	y	sus	seguidores	e	intérpretes	(Porter,	1986:	125-128).
9	Estoy	en	deuda	con	Yu	Xie	por	atraer	mi	atención	sobre	la	remarcable	obra
de	Mayr	y	sobre	su	relevancia	para	los	problemas	actuales	de	la	sociología,
como	veremos	más	adelante.	Véase	Xie	(2005).
10	Para	una	discusión	interesante	sobre	la	acomodación	—final—	de	la
economía	a	la	revolución	probabilística,	véanse	las	contribuciones	en	Krüger,
Gigerenzer	y	Morgan	(1987:	parte	III).
11	Se	puede	considerar	que	fue	la	falta	de	datos	de	este	tipo	lo	que
principalmente	obstaculizó	los	esfuerzos	de	los	«aritméticos	políticos»
británicos	del	siglo	XVII	y	principios	del	XVIII	como	John	Graunt,	William
Petty,	Gregory	King	y	Edmond	Hally.	En	sus	pioneros	esfuerzos	en	el	campo
de	la	demografía,	concebida	en	sentido	amplio,	se	vieron	obligados	a	trabajar
—a	menudo	con	gran	capacidad	e	ingenio—	con	una	miscelánea	de	datos
limitados	y	con	frecuencia	imperfectos	procedentes	de	catastros,	pago	de
impuestos,	registros	parroquiales	de	nacimientos	y	muertes,	boletines	de
defunción,	etc.	He	aprendido	mucho	sobre	estos	primeros	científicos	de	la
población	a	partir	de	la	investigación	de	David	Glass	(1973)	y	después	de	la
de	Richard	Stone	(1997),	habiendo	tenido	el	privilegio	en	la	década	de	1960
de	formar	parte	del	Department	of	Applied	Economics	(Departamento	de
economía	aplicada)	de	Cambridge,	que	fue	creado	principalmente	por	Stone.
12	Por	supuesto,	en	el	campo	de	la	investigación	sobre	la	movilidad	social,
como	en	otros,	se	da	el	caso	de	que	puede	surgir	cierto	desacuerdo	en	lo
relativo	a	cuáles	son	exactamente	las	regularidades	que	se	evidencian:	por
ejemplo,	sobre	si	se	puede	observar	una	tendencia	en	el	largo	plazo	hacia	la
igualación	de	las	tasas	de	movilidad	relativa	o	si	fluctúansin	una	tendencia
definida.	Pero	si	bien	estos	desacuerdos	pueden	ocupar	una	posición
destacada	en	la	literatura	actual	de	la	investigación,	no	hay	que	permitir	que
le	resten	valor	al	importante	grado	de	consenso	que	se	ha	establecido
respecto	de	otros	aspectos:	por	ejemplo,	en	el	caso	de	la	investigación	sobre
la	movilidad,	sobre	el	hecho	de	que	el	cambio	en	las	tasas	absolutas	se	debe
principalmente	a	efectos	estructurales	más	que	al	cambio	en	las	tasas
relativas;	o	sobre	el	hecho	de	que	cuando	se	producen	cambios	en	las	tasas
relativas,	sean	direccionales	o	de	otro	tipo,	suelen	ser	muy	lentos,	en	el
sentido	de	que	tienden	a	ser	más	un	resultado	de	los	efectos	de	sustitución	de
las	cohortes	que	de	los	efectos	de	periodo.
13	Se	puede	encontrar	mi	esfuerzo	inicial	por	remediar	esta	situación,	sobre
el	que	espero	avanzar	en	el	transcurso	de	la	investigación	a	la	que	ahora
estoy	dedicado,	en	Goldthorpe,	2007:	vol.	2,	cap.	7.
2.	La	variabilidad	individual	en	la	vida	social	del	hombre
La	sociología	debe	concebirse	como	una	ciencia	de	la	población	debido
principalmente	al	evidente	grado	de	variabilidad	que	se	da	en	la	vida	social
del	hombre	en	el	nivel	de	las	entidades	socioculturales,	pero	también,	y	de	for
ma	crucial,	en	el	nivel	individual.	El	paradigma	«holístico»	de	investigación,
que	lleva	mucho	tiempo	prevaleciendo	en	la	sociología	pero	que	se	cuestiona
cada	vez	más,	no	trata	de	forma	adecuada	esta	última	variabilidad.
La	vida	social	del	hombre	se	caracteriza	por	una	gran	variabilidad	en	el
espacio	y	en	el	tiempo.	Esto	se	puede	comprender	como	la	consecuencia	de
las	diferentes	capacidades	del	Homo	sapiens	sapiens	—los	humanos	modernos
—	para	la	cultura	y	la	sociabilidad.	Lo	que	sigue	se	admite,	creo	yo,
ampliamente.
Aunque	la	capacidad	para	la	cultura	no	es	única	de	los	seres	humanos,	en	el
caso	de	estos	últimos	ha	evolucionado	hasta	un	grado	excepcional	y
principalmente	por	medio	de	su	dominio	del	lenguaje	o,	en	términos	más
generales,	de	la	comunicación	simbólica	(véanse,	por	ejemplo,	Barrett,
Dunbar	y	Lycett,	2002:	caps.	2,	3;	Jablonska	y	Lamb,	2005:	cap.	6).	En	un
alcance	muy	distintivo,	los	humanos	son	capaces	de	adquirir,	almacenar	y
transmitir	lo	que	en	un	sentido	amplio	entendemos	por	información	.	Es	decir,
información	sobre	el	mundo	material	y	social	donde	viven,	en	la	forma	de
conocimiento	y	su	conversión	en	habilidades	y	tecnologías;	y	también
información	sobre	sus	propias	respuestas	a	este	mundo,	en	la	forma	de
creencias	y	valores	expresados	en	mitos,	religiones,	rituales,	costumbres	y
convenciones,	códigos	morales	y	legales,	filosofías	e	ideologías,	formas	de
arte,	etc.	Pero	mientras	la	capacidad	para	la	cultura	es	genérica,	las	culturas
son,	en	sí	mismas,	específicas.	Y	a	lo	largo	y	ancho	de	muchas	poblaciones
humanas	separadas	en	el	espacio	y	el	tiempo,	el	contenido	real	de	las	culturas
y	de	las	subculturas	que	las	componen	se	ha	demostrado	que	es
extraordinariamente	diverso.	Los	humanos	son	mucho	más	variables	que	los
miembros	de	otras	especies	de	animales:	no	tanto	debido	a	la	gran	variación
en	sus	genes	o	en	las	condiciones	ecológicas	en	las	que	viven,	sino	más	bien
debido	al	conocimiento,	las	creencias	y	los	valores	que	adquieren	por	medio
de	procesos	de	aprendizaje	de	otros	de	su	especie	(Richerson	y	Boyd,	2005:
55-57;	Plotkin,	2007).
De	forma	similar,	la	capacidad	humana	para	la	sociabilidad,	aunque	no	es
exclusiva	de	los	humanos,	es	excepcional	en	términos	de	grado,	en	particular
porque	se	extiende	a	quienes	no	son	parientes.	Parece	que	lo	que	subyace	a
esta	capacidad	es	una	«teoría	de	la	mente»	altamente	evolucionada	en	los
humanos	(Baron-Cohen,	1991,	1995;	Barrett,	Dunbar	y	Lycett,	2002:	cap.	11;
Dunbar,	2004:	cap.	3,	2014:	cap.	2),	que	les	permite	no	sólo	ser	conscientes
de	sus	propios	estados	mentales,	sino,	además,	formarse	ideas	de	los	estados
mentales	de	los	demás,	y	en	grados	diferentes	(«Creo	que	él	siente	que	ella
quiere...»	etc.)14.	Una	teoría	de	la	mente	de	este	tipo	ofrece	la	posibilidad	de
la	intersubjetividad	y,	por	lo	tanto,	de	una	acción	social	diferenciada	del
comportamiento,	o	al	menos	de	una	forma	especial	de	comportamiento.
Permite	a	los	individuos	empatizar	con	otros	y	así	anticipar,	tener	en	cuenta	e
influir	en	lo	que	otros	pueden	hacer;	y,	a	su	vez,	aumenta	enormemente	la
gama	cualitativa	de	las	relaciones	sociales	en	las	que	se	ven	involucrados.
Subyace,	por	ejemplo,	a	todas	las	relaciones	que	implican	confianza	o	engaño,
cooperación	o	defección,	alianza	u	oposición.	Se	puede	considerar	que,	junto
a	la	capacidad	de	los	humanos	para	la	cultura,	esta	«ultrasociabilidad»	es	una
fuente	de	enorme	variabilidad	en	las	características	institucionales	y	en	otras
características	sociales	estructurales	documentadas	a	lo	largo	y	ancho	de	las
sociedades	humanas	y	que,	una	vez	creadas,	proporcionan	contextos
correspondientemente	diversos	que	motivan	y	limitan	las	diferentes	pautas	de
la	acción	social.
Sin	embargo,	una	pregunta	crucial	que	surge	en	el	análisis	social	es	cómo
encaja	este	grado	de	variabilidad	en	la	vida	social	del	hombre	.	Dentro	del
paradigma	al	que	me	voy	a	referir	como	«paradigma	holístico»,	se	trata	la
variabilidad	como	si	se	diera	esencialmente	entre	entidades	culturales	en
cualquiera	de	los	niveles,	más	micro	o	más	macro,	que	se	diferencien	—por
ejemplo,	tribus,	comunidades	locales,	agrupaciones	étnicas,	clases	sociales	o
incluso	sociedades	totales	como	naciones	o	Estados.	Estas	entidades	se
representan	como	«todos»	más	o	menos	coherentes	y	diferenciados	que	se
consideran	las	unidades	clave	de	análisis.	Carrithers	(1992:	17-19)	ha	descrito
acertadamente	esta	perspectiva	mencionando	la	idea	de	la	«caracola»	para
representar	las	culturas	o	las	sociedades:	es	decir,	como	especímenes-tipo
que	se	pueden	disponer,	como	en	un	museo,	para	propósitos	de	comparación
y	clasificación.	Y,	en	efecto,	dentro	del	paradigma	holístico	enseguida
podemos	reconocer	el	tipo	de	pensamiento	tipológico	que,	como	mencioné	en
el	capítulo	1,	Mayr	consideraba	prevaleciente	en	las	ciencias	sociales	y
naturales	antes	de	plantearse	el	desafío	del	pensamiento	poblacional.
Dentro	del	paradigma	holístico	se	han	realizado	muchos	trabajos	de	tipo
manifiestamente	ideográfico:	es	decir,	centrados	en	culturas	o	sociedades
determinadas	y	en	una	descripción	detallada	de	sus	características.	Pero
cuando	se	ha	perseguido	un	objetivo	de	mayor	alcance,	este	ha	sido	el	de
obtener	una	comprensión	de	la	variación	que	se	manifiesta	en	el	nivel	de	las
entidades	socioculturales	per	se	.	Es	decir,	primero	catalogando	esta
variación	de	la	manera	más	extensa	posible	y,	segundo,	buscando	pautas	de
asociación	entre	las	características	específicas	que	varían,	con	el	objetivo
último	de	proporcionar	una	base	teórica	sistemática	a	la	construcción	de
tipologías	y	a	la	asignación	de	casos	a	esas	tipologías.
La	investigación	y	el	análisis	en	esta	línea	han	ocupado	de	hecho	una	posición
prominente	en	la	sociología	—igual	que	en	la	antropología	social	y	cultural—
desde	finales	del	siglo	XIX	y	hasta	mediados	del	XX.	Entre	los	primeros
trabajos	sobre	las	sociedades	tribales	y	agrarias	tempranas	destacan
notablemente	la	vasta	Descriptive	Sociology	de	Spencer	(1983-1934),	los
esfuerzos	de	Tylor	(1889)	por	demostrar	las	«afinidades»	entre	diferentes
formas	de	instituciones	económicas	y	familiares,	y	el	intento	de	Hobhouse,
Wheeler	y	Ginsberg	de	ampliar	el	alcance	de	los	análisis	de	Tylor
abandonando,	sin	embargo,	algunos	de	sus	supuestos	evolutivos	más
controvertidos.	Inmediatamente	después	de	estos	trabajos	se	sitúan	el	de
Murdock	(1949)	y	otros	sobre	la	estructura	social	comparada	a	partir	de	los
Archivos	del	Área	de	Relaciones	Humanas	de	Yale,	un	desarrollo	sobre	el	que
se	admite	la	gran	influencia	de	Spencer	(Murdock,	1965:	cap.	2).	Y,	aunque
no	siempre	se	ha	reconocido,	podemos	advertir	una	clara	continuidad	(véase
Ginsberg,	1965)	entre	estos	primeros	estudios	y	buena	parte	de	la	extensa
literatura	que	se	produjo	desde	los	años	cincuenta	a	los	setenta	sobre	la
transición	de	las	formasde	vida	social	«tradicionales»	a	las	«modernas»	(por
ejemplo,	Hoselitz,	1952;	Mead,	1953;	Kerr	et	al.,	1960;	Lerner,	1964),
centrada	en	el	cambio	en	las	culturas	y	estructuras	sociales	de	las
comunidades	locales	o	de	sociedades	totales.	A	este	último	respecto,	lo	que
puede	considerarse	como	la	expresión	definitiva	del	paradigma	holístico	en	su
forma	más	ambiciosa	apareció	en	dos	libros	que	escribió	Talcott	Parsons
hacia	el	final	de	su	notable	carrera	sociológica.	En	estos	libros,	Societies:
Evolutionary	and	Comparative	Perspectives	(Parsons,	1966)	y	The	System	of
Modern	Societies	(Parsons,	1971),	el	propósito	explícito	de	Parsons	era
«poner	algo	de	orden»	en	«la	inmensa	variedad	de	tipos	de	sociedad»
entendidos	como	«sistemas	sociales»	(1966:	1)15.
La	«contención»	holística	del	problema	de	la	variabilidad	tiene	atractivos
evidentes,	en	particular	para	demarcar	un	dominio	sociológico	bastante
específico.	Las	entidades	socioculturales	se	pueden	describir	como	realidades
sui	generis	que	deben	estudiarse	como	tales	más	que	de	un	modo	que
implique	su	«reducción»	al	nivel	individual.	Se	crea	así	la	posibilidad	de
sustanciar	posiciones	programáticas	clásicas	como	las	que	representaba	el
aserto	de	Durkheim	(1895/1938:	caps.	I	y	V)	de	que	los	fenómenos	sociales
deben	tratarse	como	«cosas	en	sí»	y	los	«hechos	sociales»	pueden	explicarse
sólo	en	referencia	a	otros	hechos	sociales,	o	la	insistencia	de	Kroeber	(1917)
en	que	las	culturas	deben	considerarse	«superorganismos»	no	reductibles	y	la
máxima	metodológica	suya	y	de	Robert	Lowie	de	que	omnis	cultura	ex	cultura
.
Sin	embargo,	hay	un	importante	problema	que	en	el	pasado	reciente	ha	dado
lugar	a	una	crítica	creciente	del	paradigma	holístico	o,	en	todo	caso,	a	un
menor	compromiso	de	facto	con	él.	Lo	que	está	crucialmente	en	juego	es	el
grado	de	variabilidad	que	ocurre	dentro	y	entre	las	entidades	socioculturales,
ya	sean	sociedades	totales	o	componentes	de	ellas:	es	decir,	la	variabilidad	en
el	nivel	de	los	individuos.	Por	ejemplo,	una	pregunta	que	surge
inmediatamente	con	el	paradigma	holístico	es	qué	implica	exactamente	que
una	entidad	sociocultural	se	caracterice	por	una	forma	institucional
determinada	—como,	por	ejemplo,	la	del	matrimonio	o	la	familia	o	la	de	la
propiedad	privada	y	la	herencia.	¿Implica	que	esta	forma	institucional	opera
con	carácter	universal	dentro	de	la	población	o	subpoblación	en	cuestión,	o
en	la	mayoría	de	los	casos	con	algunas	excepciones?	¿O	tal	vez	representa
sólo	la	forma	modal	con	una	cantidad	considerable	de	la	correspondiente
variación?	En	el	trabajo	sociológico	del	estilo	al	que	me	he	referido	antes
parece	que	este	tipo	de	preguntas	se	evitan	de	forma	más	o	menos	rutinaria
en	lugar	de	abordarse	seriamente.
En	efecto,	el	paradigma	holístico	descansa	principalmente	en	el	supuesto	de
que	las	entidades	que	se	toman	como	las	unidades	de	análisis	tienen	un	grado
elevado	de	homogeneidad	interna,	resultado	del	consenso	de	valores	y
creencias	y	de	la	conformidad	normativa.	En	la	formulación	específica	de
Parsons	(1952),	las	normas,	derivadas	de	creencias	y	valores	compartidos,	se
«institucionalizan»	en	la	estructura	social,	pero	al	mismo	tiempo	se
«internalizan»	en	el	desarrollo	de	la	personalidad	individual	por	medio	de	los
procesos	de	aculturación	y	socialización.	A	su	vez,	a	efectos	descriptivos,	se
supone	al	mismo	tiempo	que	el	conocimiento	de	las	formas	institucionales
puede	proporcionar	por	sí	mismo	una	sinopsis	adecuada	y	suficiente	de	las
pautas	prevalecientes	de	la	acción	social,	necesitándose	sólo	algún	grado
pequeño,	bastante	limitado,	de	variación	individual	que	podría	tratarse	como
una	«desviación»	reconocida16.
Además,	cuando	se	hacen	intentos	de	dar	cuenta	de	las	características	de
entidades	socioculturales	y	de	las	variaciones	que	exhiben	en	el	espacio	y	el
tiempo,	se	pueden	adoptar	teorías	en	las	que	la	acción	individual	apenas	tiene
importancia.	En	esas	teorías,	que	casi	invariablemente	han	demostrado	ser
dependientes	de	alguna	forma	de	lógica	explicativa	funcionalista,	los
individuos	sólo	intervienen	como	agentes	para	la	realización	de	los
«imperativos»	o	«exigencias»	del	sistema,	y	de	una	forma	que	hace	que	su
acción	—o,	a	todos	los	efectos,	su	comportamiento	socioculturalmente
programado—	sea	esencialmente	epifenoménica.
El	muy	limitado	éxito	explicativo	que	estas	teorías	han	logrado	en	la	práctica
y	las	dificultades	en	principio	inherentes	a	ellas	—en	particular	su	falta	de
«micro-fundamentos»	apropiados	(véanse	Elster,	1979:	cap.	5,	1983:	cap.	2;
Boudon,	1990;	Coleman,	1990:	cap.	1)—	son	ciertamente	unos	de	los	factores
del	decreciente	atractivo	del	holismo17.	Sin	embargo,	se	ha	planteado	una
objeción	aún	más	fundamental	contra	el	paradigma	holista	que	tiene	aquí	más
relevancia	para	nuestros	propósitos;	a	saber:	que	el	grado	en	que	desatiende
la	variación	individual	que	ocurre	dentro	de	las	entidades	socioculturales	—o,
en	otras	palabras,	la	heterogeneidad	de	sus	poblaciones—	es	inaceptable,	en
primer	lugar,	por	razones	simplemente	empíricas	y,	en	un	nivel	más	básico,
por	la	gravemente	limitada	concepción	del	individuo	humano	que	implica.
Volviendo	a	la	discusión	del	capítulo	1	sobre	la	sociabilidad	humana,	se	puede
decir	que	otro	de	sus	rasgos	distintivos	es	que	aunque	(o	quizás	debido	a	que)
se	desarrolla	en	un	grado	excepcional,	permite	al	mismo	tiempo	un	grado	de
individualidad	mucho	mayor	que	entre	las	demás	especies	de	animales
«sociales».	En	particular,	los	individuos	humanos,	incluso	cuando	se	ven
involucrados	en	formas	muy	complejas	de	relaciones	sociales,	pueden	seguir
concibiendo	intereses	y	fines	como	propios,	diferenciados	y	separados	de	los
de	las	colectividades	a	las	que	pertenecen	(véase,	por	ejemplo,	Boyd	y
Richerson,	1999)18.	Así,	en	lugar	de	buscar	la	aprobación	de	los	demás
mediante	la	conformidad	sociocultural,	pueden	perseguir	sus	propios	fines	de
distintas	maneras,	ignorando	o	contraviniendo	conscientemente	las	creencias,
valores	y	normas	asociadas	que	pueden	considerarse	establecidas,	y	de	otras
maneras	que	pueden	ir	más	allá	de	la	desviación	individual	y	apuntar,	quizá
en	acción	conjunta	con	otros,	a	la	modificación,	la	reinterpretación	o	incluso
el	cambio	radical	de	las	normas.
Básicamente	fue	esta	cuestión	la	que	resaltaron	algunos	de	los	primeros
críticos	del	paradigma	holístico	en	sociología	al	llamar	la	atención	sobre	la
concepción	«super-socializada»	del	actor	individual	y	sobre	la	teoría	extrema
del	«molde	social»	de	la	naturaleza	humana	que	este	paradigma	implica.
Pensadores	como	Wrong	(1961)	y	Homans	(1964)	observaron	que,	mientras
los	procesos	de	la	socialización	son	en	efecto	fundamentales	para	hacer
«humanos»	a	los	individuos	en	el	sentido	de	que	los	dotan	de	atributos
exclusivamente	humanos,	no	por	ello	implican	que	en	unas	culturas	o
subculturas	determinadas	o	en	sociedades	o	grupos	particulares	los
individuos	se	asemejen	en	las	creencias,	valores	y	normas	que	aceptan	o	en
los	fines	que	persiguen	(véase	además	Boudon,	2003a).	Al	contrario,	cabe
esperar	siempre	un	alto	grado	de	variabilidad	a	este	respecto.	En	relación	con
esta	cuestión,	en	un	trabajo	posterior	Wrong	(1999)	acentuó	la	importancia
de	la	diversidad	en	los	cursos	de	vida	individuales.	Observamos	que,	al	mismo
tiempo	que	se	ven	involucrados	en	«redes	recurrentes»	de	relaciones
sociales,	los	individuos	—señala	aquel—	tienen,	incluso	en	lo	que	puede
parecer	que	son	contextos	socioculturales	muy	estables	y	homogéneos,
historias	personales	muy	distintas	como	consecuencia	de	los	muy	diferentes
factores	que	pueden	afectar	a	sus	vidas,	incluyendo	fenómenos	bastante
azarosos	(véase	también	el	capítulo	4).
La	investigación	que	se	ha	realizado	en	muchos	campos	diferentes	de	la
sociología	puede	ofrecer	ya	una	amplia	base	para	cuestionar	el	paradigma
holístico	en	la	línea	indicada.	Consideremos,	simplemente	como	un	ejemplo
más,	la	investigación	sobre	las	creencias	y	los	valores	políticos	o	religiosos	y
su	expresión	en	las	formas	de	acción	política	o	religiosa.	Esta	investigación
revela	una	enorme	variaciónindividual.	Mientras	los	análisis	que	incluyen	una
serie	de	indicadores	sobre	las	afiliaciones	del	individuo	a	grupos	sociales	o
subculturas	son	efectivamente	capaces	de	revelar	aspectos	sistemáticos	de
esa	variación	—o,	en	otras	palabras,	regularidades	probabilísticas	en	el	nivel
de	la	población	de	gran	interés	sociológico	(véase,	por	ejemplo,	Evans	y	De
Graaf,	2013)—,	se	da	el	caso	que	de	esta	forma	se	explica	sólo	una	parte
bastante	modesta	de	la	variació	n	total;	y,	es	importante	advertir,	mucha
menos	de	la	que	cabría	esperar	sobre	la	base	de	supuestos	holísticos	(véase
también	el	capítulo	7).
Otra	manera	en	la	que	podría	expresarse	este	problema	central	sería
indicando	que	dentro	del	paradigma	holístico	se	ha	hecho	el	intento	—sin
éxito—	de	«endogenizar»	los	fines	de	la	acción	individual	y	las	creencias	y
valores	de	los	que	se	derivan.	Por	lo	general,	en	la	corriente	mayoritaria	de	la
economía	se	acepta	la	exogeneidad	de	los	gustos	o	preferencias.	Pero	los
sociólogos	se	han	mostrado	reticentes	a	adoptar	una	posición	análoga.	Así,
incluso	en	la	obra	temprana	de	Parsons	(1937:	58-65	esp.),	el	supuesto	de	«la
aleatoriedad	de	los	fines»	que	identificó	en	los	trabajos	de	los	utilitaristas	y
los	economistas	clásicos	era,	para	él,	un	importante	defecto;	un	defecto	que,
si	fuese	correcto,	haría	la	idea	del	orden	social	muy	problemática	a	su	juicio.
Porque	para	que	una	sociedad	se	cohesione,	los	fines	que	sus	miembros
individuales	persiguen	no	pueden	ser	aleatorios,	sino	que	tienen	que	estar
integrados	a	través	de	la	congruencia	normativa	en	los	niveles	institucional	e
individual.	Sin	embargo,	los	intentos	de	Parsons	en	sus	obras	posteriores	de
endogeneizar	los	fines	apenas	fueron	más	allá	de	la	fase	programática,	y
podemos	apreciar	la	misma	limitación	en	los	esfuerzos	posteriores	de	otros
autores	(véase	Goldthorpe,	2001:	vol.	1,	cap.	8).	De	hecho,	parece	que	en
realidad	las	sociedades	humanas	son	capaces	de	existir,	y	persistir,	en
condiciones	mucho	menos	integradas	de	las	que	los	partidarios	del	paradigma
holístico	supusieron.
Así,	lo	que	debe	reconocerse,	aunque	sólo	sea	de	forma	programática,	es	que
aun	en	el	caso	de	que	la	idea	de	la	aleatoriedad	de	los	fines	individuales	sea
una	exageración	en	el	sentido	de	que	esos	fines	y	los	modos	en	los	que	se
forman	y	persiguen	están	socioculturalmente	estructurados	en	alguna
medida,	esta	medida	sigue	siendo	bastante	limitada;	y	también	que,	como
Elster	(1997:	753)	ha	observado,	la	pregunta	de	por	qué	la	gente	tiene	los
fines	particulares	—metas,	deseos,	gustos	o	preferencias—	que	de	hecho
tiene,	quizá	siga	siendo	«el	problema	no	resuelto	más	importante	de	las
ciencias	sociales».	Y	lo	que	deber	reconocerse	también	es	la	posibilidad	de
que	se	trate	de	un	problema	que	no	podrá	resolverse	nunca	en	la	medida	en
que	la	elección	de	los	fines	representa	el	indeterminismo	último	en	la	vida
social	humana.	En	todo	caso,	es	difícil	vislumbrar,	al	menos	por	el	momento,
otra	alternativa	para	la	sociología	que	no	sea	la	de	seguir	a	la	economía	y
considerar	los	fines	del	individuo	como	los	«supuestos	dados»	básicos	del
análisis19.
De	lo	anterior	se	deducen	por	tanto	muchas	implicaciones	para	la
investigación	en	sociología.	Primero,	como	los	estados	y	el	comportamiento
de	los	individuos	no	se	pueden	colegir	a	partir	del	conocimiento	de	las	normas
institucionales,	es	necesario	estudiar	de	forma	directa	a	los	individuos	y	sus
acciones.	Y,	segundo,	han	de	estudiarse	con	métodos	adecuados	a	dos
propósitos	diferentes.	Por	un	lado,	estos	métodos	tienen	que	ser	capaces	de
dar	cabida	y	revelar,	más	que	suprimir	efectivamente,	todo	el	rango	de
variabilidad	en	el	nivel	individual	que	existe	en	las	entidades	socioculturales;
y,	por	otro,	tienen	que	permitir	hacer	demostraciones	empíricas	fiables	de
cualquier	regularidad	—probabilística—	que	pueda	surgir	de	esa	variabilidad.
En	otras	palabras,	lo	que	se	requiere	es	un	enfoque	metodológico	tanto	para
la	recogida	como	para	el	análisis	de	datos	mediante	el	cual	el	pensamiento
poblacional	pueda	sustituir	al	pensamiento	tipológico.
Con	el	fin	de	dar	una	expresión	más	específica	a	los	problemas	aquí
planteados,	utilizaré	un	pasaje	de	la	historia	de	la	antropología	social	y
cultural	—bastante	poco	analizado	pero,	en	mi	opinión,	muy	revelador—	que
tiene	sus	orígenes	en	la	obra	de	Bronislaw	Malinowski.	En	su	libro	Crime	and
Custom	in	Savage	Society,	Malinowski	planteó	un	desafío	directo	a	la
ortodoxia	holística	prevaleciente.	En	particular,	cuestionó	la	idea	—asociada
por	él	a	Durkheim,	Hobhouse,	Lowie	y	otros—	de	que	«en	las	sociedades
primitivas	el	individuo	está	completamente	dominado	por	el	grupo»,	de	que
«obedece	los	mandatos	de	su	comunidad,	sus	tradiciones,	su	opinión	pública,
sus	decretos	con	una	obediencia	esclava,	fascinada,	pasiva»,	y	que	«está
totalmente	atenazado	por	las	costumbres	de	su	pueblo»	(Malinowski,	1926:	3-
4,	10).	Basándose	en	su	trabajo	de	campo	entre	los	isleños	trobiandeses,
Malinowski	intentó	mostrar	que	esta	idea	era	muy	exagerada.	Aunque	los
trobiandeses	eran	muy	conscientes	de	las	constricciones	sociales,	también
tenían	una	comprensión	clara	de	sus	propios	intereses	y	de	cómo	estos	podían
entrar	en	conflicto	con	los	de	su	comunidad	y	con	sus	normas	legales	y
consuetudinarias.	Por	consiguiente,	en	especial	las	normas	consuetudinarias
estaban	sujetas	no	sólo	a	una	amplia	interpretación,	sino	también	a	una
frecuente	elusión	bastante	sistemática	porque	los	individuos	perseguían
abierta	y	conscientemente	sus	propios	fines.	Con	espléndida	ironía,
Malinowski	formula	la	pregunta	de	si	la	solidaridad	tribal	o	de	clan	es	«una
fuerza	universal	tan	avasalladora»	o	«si	el	pagano	puede	ser	tan	egoísta	e
interesado	como	cualquier	cristiano»	(1926:	ix).
Además,	Malinowski	hizo	una	puntualización	metodológica	con	implicaciones
de	mayor	alcance,	si	cabe.	Alertó	contra	las	deficiencias	de	la	etnografía	de
«veranda»	o	«de	oídas»,	en	la	que	se	confiaba	mucho	en	los	«informantes»	en
lugar	de	en	la	observación	sistemática	y	directa	de	las	personas	objeto	de
estudio	—método	del	que	él	fue	precursor.	Los	informantes,	sostenía
Malinowski,	tendían	a	decir	a	sus	entrevistadores	mucho	más	sobre	las
normas	prevalecientes	que	sobre	lo	que	la	gente	pensaba	y	hacía	en	realidad
(1926:	120-121).	El	peligro	estaba	entonces	—sobre	todo	bajo	los	supuestos
holísticos—	en	que	las	dos	cosas	no	se	distinguiesen	adecuadamente.
Posteriormente,	una	de	las	discípulas	más	leales	y	talentosas	de	Malinowski,
Audrey	Richards	(1957),	desarrolló	con	perspicacia	lo	que	debía	deducirse	de
sus	argumentos	sustantivos	y	metodológicos	considerados	conjuntamente.
Subrayó	el	modo	en	que	en	los	informes	sobre	su	trabajo	de	campo
Malinowski	siempre	presenta	datos	exhaustivos	tanto	sobre	los	individuos
como	sobre	los	grupos,	tanto	sobre	la	variación	en	el	comportamiento
individual	como	sobre	la	conformidad.	Puede	decirse	con	seguridad	que	su
posición	contrastaba	con	el	gran	rival	y	contemporáneo	de	Malinowski,	A.	R.
Radcliffe-Brown,	en	cuyos	análisis,	como	hizo	notar	otro	discípulo	de
Malinowski,	«la	gente...	brillaba	por	su	ausencia»	(Kaberry,	1957:	88)20.	E
interesa	más	para	nuestros	propósitos	aquí	que	Richards	procedió	luego	a
describir	qué	significaba	esta	obligación	para	la	práctica	de	la	investigación
que,	manteniendo	su	lógica	interna,	quería	ir	más	allá	de	los	avances	en	el
trabajo	de	campo	que	el	propio	Malinowski	había	hecho.	Su	conclusión	fue
que	«una	vez	admitida	la	variación	individual	en	el	comportamiento	humano,
y	necesariamente	ha	de	ser	admitida,	los	antropólogos...	tienen	que	usar
obligatoriamente	datos	cuantitativos».	Estos	datos	deben	derivarse	del
apropiado	muestreo	de	los	individuos	de	las	poblaciones	estudiadas,	de	forma
que	se	pueda	tratar	adecuadamente	el	grado	de	variabilidad,	y	deben
analizarse	mediante	la	aplicación	de	varias	técnicas	estadísticas	a	fin	de
poder	descubrir	las	posibles	regularidades	dentro	de	esa	variabilidad
(Richards,	1957:	28-30).
Richards	no	fue	la	única	que	vio	las	implicaciones	radicales	de	la	obra	de
Malinowski—las	implicaciones	de	lo	que	Leach	(1957:	119)	describió	como	la
transformación	de	la	etnografía	«desde	el	estudio	museístico	de	ítems	de
costumbres	hasta	el	estudio	sociológico	de	los	sistemas	de	acción».	Sin
embargo,	para	los	defensores	del	paradigma	holístico	—o,	como
significativamente	lo	expresa	Richards,	de	«las	tipologías	sociales»—	estas
implicaciones	parecían	una	seria	amenaza.	Lo	que	más	preocupación	suscitó
no	fue	el	requisito	del	uso	de	los	métodos	cuantitativos	en	sí	mismo,	porque
esos	métodos	habían	sido	ampliamente	aplicados	—aunque	no	siempre	de
forma	muy	convincente—	dentro	del	paradigma	holístico	en	los	intentos	antes
mencionados	de	construir	tipologías21.	Más	inquietante	aún	fue	que	el
interés	por	la	variabilidad	individual	pero	al	mismo	tiempo	por	las
regularidades	emergentes	de	la	población,	tal	y	como	demostraban	los
métodos	cuantitativos,	ponía	en	cuestión	la	práctica	del	pensamiento
tipológico	y,	de	hecho,	su	propio	sentido.	El	tipo	de	crítica	que	con	más
frecuencia	se	hizo	contra	Malinowski	equivalía	efectivamente	a	la	acusación
de	que	su	investigación	revelaba	demasiadas	cosas.	Así,	como	Richards	(1957:
28)	relata,	Evans-Pritchard	consideraba	que	los	análisis	de	Malinowski
estaban	«sobrecargados	de	realidad	(cultural)»,	y	Gluckman	calificó	sus	datos
de	«demasiado	complejos	para	un	trabajo	comparado».	Pero,	dado	su
compromiso	con	el	pensamiento	tipológico,	lo	que	esas	críticas	no	podían	—o
no	querían—	reconocer	era	la	posibilidad	de	que,	con	el	pensamiento
poblacional	y	sus	métodos	asociados	de	recogida	y	análisis	de	datos,	la
variabilidad	individual	y	la	regularidad	sociocultural	se	pudiera	tratar
simultáneamente.
A	modo	de	conclusión	a	esta	ilustración	hay	que	señalar	que	ni	la	propia	obra
de	Malinowski	ni	el	intento	de	Richards	de	resaltar	la	necesidad	de	los
métodos	cuantitativos	para	dar	cabida	a	la	variedad	individual	tuvieron	al
parecer	como	consecuencia	inmediata	un	cuestionamiento	del	paradigma
holístico	en	la	antropología22.	Como	su	resistencia	se	ha	debilitado
recientemente,	podemos	identificar	una	influencia	probablemente	más
poderosa:	el	estudio	cada	vez	más	histórico	de	unas	sociedades	que	antes	se
suponían	«sin	historia»	(véase	Carrithers,	1992:	cap.	2	especialmente).	Este
tipo	de	investigación	ha	demostrado,	procediendo	de	otra	forma,	que
entender	las	sociedades	campesinas	o	tribales	como	«objetos	internamente
homogéneos	y	externamente	distintivos	y	limitados»	(Wolf,	1982:	6)	no	es	un
enfoque	viable,	y	que	tiene	que	reconocerse	que	esas	sociedades	están
sometidas	a	la	división,	la	inestabilidad	y	a	menudo	al	cambio	turbulento,
inducido	tanto	interna	como	externamente.	A	este	respecto	es	quizá	más
notable	la	obra	de	Jan	Vansina	sobre	la	historia	de	África	Ecuatorial	y	su
crítica	de	la	práctica	de	considerar	las	tribus	como	unidades	de	análisis
suponiendo	que	eran	«perennes»	y	«de	una	edad	casi	indeterminada»,	y	que
sus	miembros	tenían,	tradicionalmente,	«las	mismas	creencias	y	prácticas»	y
que	«cada	tribu	difería	de	sus	tribus	vecinas»	(Vansina,	1990:	19-20).	Contra
esto,	Vansina	subraya	el	«cambio	incesante»	entre	las	poblaciones	de	la
región	—incluyendo	el	cambio	en	las	identidades	étnicas	y	tribales—	y
propone	que,	en	lugar	de	considerar	que	«tradición»	implica	falta	de	cambio,
se	comprendan	las	tradiciones	como	«procesos»	dependientes	de	la
autonomía	individual	que	«necesitan	cambiar	continuamente	para	seguir
estando	vivas»	(1990:	257-260)23.
Se	puede	afirmar	que	también	en	la	sociología	la	investigación	histórica	—a
menudo	fundamentada	en	material	archivístico	cuantitativo—	ha
proporcionado	la	base	para	una	crítica	eficaz	del	paradigma	holístico	y	el
pensamiento	tipológico,	sobre	todo	al	respecto	de	la	idea	de	las	subculturas	y
las	comunidades	tradicionales.	Por	ejemplo,	Thernstrom	(1964)	mostró	que
Newburyport,	la	«ciudad	yanqui»	estudiada	por	Lloyd	Warner	y	sus	socios	en
los	años	treinta,	no	era	la	comunidad	estática	relativamente	aislada	y	bien
integrada	que	ellos	habían	sugerido	(véase,	especialmente,	Warner	y	Lunt,
1941,	1948),	sino	una	comunidad	que	había	experimentado	una	inmigración	y
emigración	considerables,	un	conflicto	social	recurrente	y	niveles	altos	de
movilidad	social24.	De	forma	similar,	Baines	y	Johnson	(1999)	han	observado
que	la	comunidad	de	clase	trabajadora	supuestamente	tradicional	que	Young
y	Willmott	(1957)	afirmaron	haber	encontrado	en	Bethnal	Green	en	los	años
cincuenta,	debía	ser,	si	de	hecho	había	existido,	un	producto	relativamente
reciente	de	la	situación	de	posguerra,	porque	esa	zona	del	este	de	Londres	en
los	años	de	entreguerras	era	bastante	inestable	y	se	caracterizaba	por	altas
tasas	de	movilidad,	tanto	residenciales	como	ocupacionales.
Sin	embargo,	se	puede	afirmar	que	en	la	sociología	en	general	el	paradigma
holístico	ha	perdido	su	influencia	debido	principalmente	a	su	muy	manifiesta
inadecuación	en	el	caso	de	las	sociedades	en	las	que	el	grado	de	variabilidad
individual	y,	por	lo	tanto,	de	heterogeneidad	poblacional,	no	se	puede	ignorar
—en	todo	caso,	no	en	el	desarrollo	real	de	la	investigación.	Como	se	verá	más
adelante,	en	la	transición	—lenta	y	a	menudo	más	implícita	que	explícita—
que	hoy	día	se	está	produciendo	desde	el	pensamiento	tipológico	al
poblacional,	la	ineludible	necesidad	de	los	métodos	cuantitativos	de	recogida
y	análisis	de	datos	constituye	una	fuerza	motriz	crucial	para	dar	cabida	y
explotar	de	varias	formas	esta	variabilidad	y	heterogeneidad.
14	Se	ha	debatido	mucho	y	se	sigue	debatiendo	si	hay	otros	animales	—por
ejemplo	los	chimpancés—	que	operan	en	alguna	medida	con	una	teoría	de	la
mente.	Sabemos	que	en	los	humanos	la	teoría	de	la	mente	se	desarrolla
rápidamente	entre	los	primeros	tres	y	cinco	años	de	edad,	pero	es
significativa	la	dificultad	de	los	niños	autistas	para	desarrollarla	(Baron-
Cohen,	1995;	Barrett,	Dunbar	y	Lycett,	2002:	303-315).
15	A	menudo	se	ha	advertido	la	ironía	de	que	la	primera	gran	obra	de	Parsons
(1937)	—en	la	que	él	se	propuso	desarrollar	una	«teoría	voluntarista	de	la
acción»—	empiece	con	la	pregunta	retórica	de	Crane	Brinton:	«¿Quién	lee
hoy	a	Spencer?».	Admitiendo	que	Spencer	ha	«muerto»,	Parsons	señala	que
el	problema	clave	que	hay	que	abordar	es	«¿quién	lo	mató	y	cómo?».	Pero	de
una	forma	que	ilustra	las	dificultades	de	los	sociólogos	para	alejarse	del
paradigma	holístico,	Parsons	regresó	al	final	a	un	estilo	de	pensamiento
sociológico	bastante	próximo	al	de	Spencer	—primero	adoptó	una	versión	de
la	teoría	funcionalista	en	The	Social	System	(Parsons,	1952)	y	luego	la
combinó	con	una	perspectiva	evolutiva	en	las	obras	citadas	en	el	texto.
16	A	finales	de	los	años	cincuenta,	cuando	yo	era	estudiante	de	posgrado	en
el	Departamento	de	Sociología	de	la	London	School	of	Economics,	Ginsberg
seguía	siendo	una	presencia	influyente,	y	algunos	miembros	del	departamento
aún	definían	la	sociología	como	el	estudio	de	las	instituciones	sociales	y
consideraban	que	la	investigación	por	encuesta	realizada	en	el	nivel	del
individuo	tenía	poco	interés	sociológico.
17	Un	problema	básico	y	hasta	ahora	muy	reconocido	de	las	teorías
funcionalistas	en	sociología	es	que	casi	no	explican	por	qué	los	individuos
deben	actuar	—incluso	en	detrimento	suyo—	en	congruencia	con	los	rasgos
de	los	«sistemas	sociales»	que	cumplen	las	funciones	que	se	les	atribuyen.	A
falta	de	tal	explicación,	las	explicaciones	funcionalistas	tienen	que	basarse	en
la	existencia	de	«entornos»	muy	selectivos	tales	que,	si	un	sistema	social	no
cumple	los	imperativos	funcionales	que	afronta,	simplemente	desaparecerá	y
no	existirá	por	tanto	como	ejemplo	contrario	a	la	teoría.	Pero,	aunque	haya
ejemplos	de	sociedades	«extintas»,	hay	pocas	razones	para	pensar	que	en
general	opere	una	selectividad	lo	suficientemente	poderosa.	Parece	que
pueden	existir	sociedades	con	niveles	muy	diferentes	de	eficiencia	o	de	éxito,
cualesquiera	que	sean	los	criterios	que	se	tengan	en	cuenta	a	este	respecto.
18	Esta	cuestión	se	ha	planteado	muy	amenamente	en	la	película	de
animación	Antz	(Hormigaz).	La	hormiga	desviada	—porquees	antropomorfa
—,	Z-4195,	se	lamenta	amargamente	(con	la	voz	de	Woody	Allen):	«Ese
concepto	entusiasta	del	superorganismo,	no	lo	entiendo	.	Lo	intento,	pero	no
lo	capto.	Bueno...	¿en	qué	consiste?	Se	supone	que	todo	es	por	la	colonia...	¿Y
mis	necesidades?».	Es	importante	advertir	que,	adoptando	la	terminología	de
Sen	(1986:	7-8),	«la	elección	de	una	meta	propia»,	como	algo	opuesto	a	«la
elección	de	una	meta	de	otro»,	no	necesita	ser	egoísta	en	el	sentido	de
preocuparse	sólo	de	los	«fines	del	bienestar	propio».	Puede	ser	una	elección
altruista	y	al	mismo	tiempo	desviada	normativamente	como,	digamos,	la
acción	de	Robin	Hood,	que	robaba	a	los	ricos	para	dárselo	a	los	pobres.
19	Sin	embargo,	es	importante	advertir	que	desde	un	punto	de	vista
sociológico	no	hay	razón	alguna	para,	como	propusieron	los	economistas
Stigler	y	Becker	(1977),	dar	un	paso	adelante	y	tratar	los	fines	o	«gustos»
como	estables	en	el	tiempo	y	similares	entre	individuos,	porque	el	propósito
de	tales	suposiciones	—escasamente	verosímiles—	es	simplemente	permitir
que	todos	los	análisis	económicos	se	hagan	por	referencia	a	los	cambios	en
los	precios	y	rentas.
20	Malinowski	y	Radcliffe-Brown	suelen	ser	considerados	los	dos	pioneros	del
análisis	funcionalista	en	sociología.	Pero	sus	funcionalismos	eran	de	muy
diferente	tipo.	A	Malinowski	le	interesaban	sobre	todo	las	funciones	de	las
prácticas	culturales	y	las	instituciones	sociales	destinadas	a	satisfacer	las
necesidades	psicológicas	y	biológicas	del	individuo,	más	que	a	mantener	las
necesidades	societales	de	integración	y	estabilidad.	Para	una	explicación	de
sus	posiciones	diferentes	sobre	esta	y	otras	cuestiones,	véase	Kuper	(1973:
caps.	1,	2).
21	Por	ejemplo,	Hobhouse,	Wheeler	y	Ginsberg	(1915)	consideraban	su
trabajo	«un	ensayo	de	correlación»,	aunque	los	métodos	de	correlación	que
aplicaban	eran	muy	rudimentarios,	incluso	para	los	estándares	de	la	época.
Murdock	(1949)	usó	el	coeficiente	de	asociación	de	Yule,	Q,	y	los	test	de
significación.	Habría	que	añadir,	sin	embargo,	que	una	dificultad	estadística
básica	que	este	tipo	de	trabajo	en	cuestión	planteaba	era	que	los	resultados
de	los	análisis	realizados	se	basaban	ampliamente	en	el	supuesto	de	las
observaciones	independientes,	mientras	Galton	(1889b)	ya	había	señalado	en
un	comentario	sobre	Tylor	que	ese	supuesto	era	muy	cuestionable.	Bien
podría	ser	que	las	asociaciones	entre	las	características	institucionales	se
derivaran	no	sólo	de	los	requisitos	funcionales	internos,	sino	también	de	los
procesos	de	difusión	entre	culturas	y	sociedades.	Parece	que	el	«problema	de
Galton»	nunca	se	ha	llegado	a	resolver	totalmente	en	la	investigación
comparada	dentro	del	paradigma	holístico.
22	En	los	años	de	la	posguerra,	la	posición	de	Richards	en	la	antropología
social	británica	devino	extrañamente	marginal	—incluso	en	su	propio
departamento	en	Cambridge,	donde	la	conocí	en	los	años	sesenta.	En	la
antropología	se	habían	hecho	pocos	intentos	de	aplicar	los	métodos
cuantitativos	para	tratar	la	variabilidad	en	el	nivel	individual,	siendo	el	más
importante	la	investigación	del	Instituto	Rhodes-Livingstone,	en	Lusaka,
sobre	la	posición	de	los	trabajadores	migrantes	africanos	en	los	centros
urbanos	del	Cinturón	de	Cobre.	Véase,	por	ejemplo,	la	obra	de	Clyde	Mitchell
(1969),	de	quien	más	tarde	aprendí	mucho	cuando	se	incorporó	al	Nuffield
College,	Oxford.	Curiosamente,	Kuper	(1973:	188)	comenta	que	esta
investigación	se	vio	acompañada	de	un	movimiento	hacia	el	«individualismo
metodológico»	—la	base	del	paradigma	individualista	frente	al	paradigma
holístico	en	sociología,	como	veremos	en	el	capítulo	3.
23	Estoy	en	deuda	con	mi	colega	John	Darwin	por	llamar	mi	atención	sobre	la
notable	obra	de	Vansina.
24	Hay	que	señalar	que	Warner	y	muchos	de	sus	colegas	eran,	de	hecho,
antropólogos	formados	bajo	la	influencia	principal	de	Radcliffe-Brown.	Pero
se	comprometieron	a	llevar	a	la	sociología	los	métodos	de	investigación	y	las
teorías	de	la	antropología	y	por	tanto	optaron	por	trabajar	sobre	todo	en	las
sociedades	modernas.
3.	El	paradigma	individualista
En	la	sociología,	comprendida	como	una	ciencia	de	la	población,	en	vez	de	un
paradigma	holístico	se	requiere	un	paradigma	«individualista»	debido	al
grado	de	variabilidad	existente	en	el	nivel	individual	y,	además,	a	que	a	la
acción	individual,	aun	sometida	al	condicionamiento	y	las	constricciones
socioculturales,	hay	que	concederle	la	primacía	causal	en	la	vida	social	del
hombre	dado	el	grado	de	autonomía	que	retiene.
Boudon	(1990;	véase	también	1987)	ofrece	un	claro	alegato	en	favor	del
paradigma	de	investigación	individualista	frente	al	holístico	en	sociología
reconociendo	sus	orígenes	en	la	obra	de	Max	Weber	(véase,	especialmente,
1922/1968:	cap.	1).	Boudon	hace	hincapié	en	que	el	paradigma	individualista
no	implica	«una	perspectiva	atomista	de	las	sociedades»	ni	una	negación	de
la	realidad	sui	generis	de	los	fenómenos	socioculturales	y	de	los	modos	en
que	estos	pueden	motivar,	constreñir	o	pautar	de	algún	modo	la	acción
individual	(1990:	57).	En	otras	palabras,	no	implica	un	individualismo
ontológico:	es	decir,	no	supone	que	sólo	existen	los	individuos	(o,	por	citar	a
la	sra.	Thatcher,	que	«no	existe	tal	cosa	como	la	sociedad»).	Antes	bien,	el
alegato	es	en	pro	del	individualismo	metodológico	(Popper,	1945:	vol.	2,	cap.
14;	1957:	cap.	iv):	es	decir,	en	favor	de	la	posición	de	que	los	fenómenos
socioculturales	deben	explicarse,	en	última	instancia,	en	términos	de	la
acción	individual.	Aunque	para	los	propósitos	de	muchas	investigaciones
sociológicas	es	totalmente	razonable	dar	por	supuestos	algunos	de	esos
fenómenos	en	vez	de	considerarlos	explananda	de	interés	inmediato,	ocurre
que	si	queremos	explicarlos	sólo	podremos	hacerlo	por	referencia	a	la	acción
individual	y	sus	consecuencias	presentes	o	pasadas,	intencionadas	o	no
intencionadas,	directas	o	indirectas	(véanse	Hedström	y	Sweldberg,	1998a;
Elster,	2007:	cap.	1)25.
El	principio	del	individualismo	metodológico	bien	podría	considerarse
«trivialmente	cierto»	(Elster,	1989:	13).	La	dificultad	para	aceptarlo	parece
en	efecto	surgir	bien	porque	no	se	comprende	que	el	individualismo
metodológico	no	implica	individualismo	ontológico,	bien	porque	se	insiste	en
que	la	acción	individual	está	siempre	influida	por	las	condiciones	sociales	en
las	que	ocurre,	una	afirmación	que	podría	considerarse	también	trivialmente
cierta,	pero	en	absoluto	perjudicial	para	el	individualismo	metodológico26.	El
aspecto	crucial	que	hay	que	abordar	es	dónde	podría	residir,	en	la	vida	social
del	hombre,	más	capacidad	causal	real	que	en	la	acción	de	los	individuos,
bajo	cualesquiera	condiciones	que	se	considere.	La	forma	principal,	aunque
no	única,	de	teoría	sociológica	que	ha	intentado	ignorar	esta	capacidad	es	la
del	funcionalismo,	siguiendo	la	lógica	de	la	explicación	del	capítulo	2,	según
la	cual	la	acción	individual	se	reduce	efectivamente	a	un	comportamiento
epifenoménico	y	socioculturalmente	programado.	Pero,	como	vimos	también
en	ese	capítulo,	mientras	el	funcionalismo	representa	el	principal	recurso
teórico	del	paradigma	holístico,	sólo	puede	proclamar,	en	su	aplicación	real,
un	muy	escaso	éxito	explicativo.
Lo	que	se	sigue	de	la	aceptación	del	paradigma	individualista	es,	por	lo	tanto,
que	las	normas	y	su	plasmación	en	tradiciones	culturales	o	instituciones
sociales	no	pueden	servir	de	«línea	de	referencia»	para	las	explicaciones
sociológicas	(véase	además	Boudon,	2003a).	Estas	explicaciones	deben
basarse	en	relatos	de	la	acción	individual,	y	cuando	se	invoque	la	influencia
de	las	normas	sociales	siempre	han	de	formularse	las	preguntas	adicionales
de	por	qué	son	esas	normas	las	que	operan	y	no	otras	y	por	qué	los	individuos
las	cumplen	—si	es	que	lo	hacen—	en	lugar	de	desviarse	de	ellas	o	desafiarlas
abiertamente.	No	se	puede	considerar	adecuada	ninguna	lógica	explicativa	en
la	que	las	acciones	de	los	individuos	siguen,	por	así	decir,	un	guion
predeterminado27.
Sin	embargo,	para	nuestros	propósitos,	lo	que	hay	que	resaltar	con	claridad
son	las

Continuar navegando