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Allouch Jean - El Psicoanalisis - Renata García

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Jean Allouch
El psicoanálisis, 
una erotología de pasaje
S em in a r io d e l o s d ía s 
25, 26 y 27 DE o c t u b r e d e 1997
C ó r d o b a
Traducción de SILVIO M a TTONI
Intervenciones de 
Ra ú l G io r d a n o , G r a c iela G r a h a m 
sobre L a etificación delpsicoanálisis
Transcripción y montaje de las discusiones 
M a rta O liv er a d e M a t t o n i
Litoral
Responsable de la publicación:
M arta Olivera de M attoni
Colaboración y notas de las discusiones: 
Liliana Ferro, Graciela López y 
M aría del Carmen Melegatti
ISBN: 987-99567-9-6
Cuadernos de Litoral y la revista Litoral son editadas 
por Ediciones de la école lacanienne depsychanalyse.
© 1998. Edelp. Tucumán 1841.
5001 Córdoba, Argentina
Im p r e so e n Ar g e n t in a
Envío
“El psicoanálisis: una erotología para el olvido”, éste había sido el 
título anunciado en primer término para un seminario dado los días 
25, 26 y 27 de octubre de 1997 en Córdoba (Argentina). Se hallará 
aquí una transcripción doblemente infiel. En efecto, revisada a poste- 
riori, contiene asimismo algunos análisis que, sobre todo en interés de 
dar lugar al debate, no pudieron ser presentados oralmente.
Al no haber sido íntegramente realizado el programa, particular­
mente en verdad, es decir, con respecto a que la verdad debía ser pre­
sentada como fálicamente erigida contra el olvido (su nombre de alét- 
heia expresa bien que ésta priva de lethé, de olvido), se había vuelto 
oportuno encontrar otro título para la publicación. El psicoanálisis, 
una erotología de pasaje pareció un buen título de apertura, porque 
no escamotea esa “opacidad sexual” a propósito de la cual Lacan de­
claraba, cuando alcanzaba además el fin de su camino, el 13 de ene­
ro de 1976, que a partir de ella todo debía ser retomado desde el prin­
cipio. Proferir los dos nombres de “hombre” y de “mujer”, hablar de 
“la diferencia sexual”, tener en cuenta una “bisexualidad” es ya en 
efecto resolver, ilusoriamente, el problema que pretendemos tratar. 
Lacan (Les non-dupes errent, sesión del 15 de enero de 1973):
[...] el hombre no es la mujer. ¡Ni Aristóteles se atrevió a re­
chistar contra eso! ¿Cómo lo habría hecho, en primer lugar, eh? 
¿Diciendo “Ningún hombre es mujer”? ¡Eso, eso habría sido te­
rriblemente caradura entonces, sobre todo en su época! Entonces 
no lo hizo... Si hubiera dicho “Todo hombre no es mujer”, ¿eh?
Y bien, vean el sentido que adquiere: el de una excepción. Hay al­
gunos que no lo son. Es en tanto que todo que no es mujer. V, 
allí, la A del cuantor, x, un punto, e y, barrada: Vx.y. Lo único 
molesto es que no es del todo cierto y que eso salta a la vista.
El psicoanálisis freudiano es una erotología- Ese estatuto lo 
separa de la ética dentro de la cual hoy se intenta, desde diversos 
ángulos, verterlo. En La etificación del psicoanálisis, creo haber 
mostrado —por el absurdo— que ese psicoanálisis no es una éti­
ca. Así el presente opúsculo, suplemento del precedente, indica­
ría esta vez positivamente lo que es.
Sobre la erotología analítica, Freud una vez más es quien la inau­
gura. Leemos, en plena mitad del seminario La ética del psicoaná­
lisis de Lacan, esto:
Tenemos que explorar lo que con el correr del tiempo el ser hu­
mano fue capaz de elaborar que transgrede esa Ley [la que nos ha­
ce desmesuradamente pecadores, dice el contexto], la coloca en una 
relación con el deseo que franquea ese lazo de interdicción e in­
troduce, por encima de la moral, una erótica. [...] Sin duda, ha­
blando de erótica, debemos hablar de lo que se fomentó con el co­
rrer del tiempo, de las reglas del amor.
Freud dice en algún lado que hubiera podido hablar de su doc­
trina como de una erótica, pero dice, no lo hice, pues esto hubie­
ra sido ceder sobre las palabras y quien cede sobre las palabras ce­
de sobre las cosas - hablé de teoría de la sexualidad. Es verdad, 
Freud colocó en un primer plano de la interrogación ética la sim­
ple relación del hombre y la mujer. Cosa muy singular, las cosas 
se limitaron a quedar en el mismo punto.
Sesión del 23 de diciembre de 1959, Paidós, p. 104.
Curioso cruce entre Lacan y Freud, puesto que Lacan, ese año 
y también los siguientes, reivindica explícitamente para el psicoa­
nálisis de Freud el nombre de erótica con respecto al cual Freud (se­
gún Lacan) pensaba que el de “teoría de la sexualidad” era más con­
veniente ya que cedía menos sobre la cosa sexual.
Lo contrario, aún hoy, es verdad. Incluso en el reconocimiento 
de que esa “verdad” es también un asunto erótico.
TEXTO ANUNCIO DEL SEMINARIO
El psicoanálisis: una erotología para el olvido
En Occidente, existe una especie de moderna desorien­
tación con respecto a eros. Prueba de ello, esta coincidencia: 
el momento en que Bataille lanza contra eros el último gri­
to de la soberanía vencida (1957), en que Klossowski publi­
ca Las leyes de la hospitalidad (1965), será también aquel en 
que un Stoller intenta enmarcar el sexo como género (1968), 
en que Lacan formula que no hay relación sexual (1969), en 
que Foucault propone su historia de la sexualidad (1976) y 
que a partir de esto se emprenden una serie de estudios his­
tóricos decisivos (cf. Bibliografía). Es también el momento 
en que con la ayuda de los psicoanalistas se intenta inventar 
otro sexo, el bi, y en que, última noticia del verano de 1997, 
son proclamados los derechos sexuales, en que la sexualidad 
se hace así... “patrimonio”. ¿Se ha encontrado ya una pala­
bra más inconveniente para el sexo?
Freud destaca que la erótica juega sus vueltas. Lo que no im­
pide que la teoría del coger, a pesar de los esfuerzos de Ferenc­
zi y de Reich, quede ampliamente descuidada, hasta que La­
can propone en 1962-63 algo así como una escritura de la 
relación sexual. Explícitamente, hacía así del psicoanálisis una 
erotología. Ella venía detrás de muchas otras. Citemos entre las 
mejor caracterizadas de esas erotologías: los cultos fálicos (tan 
poco, tan mal estudiados), el tantrismo, la homofilia griega, la 
cortesía, el libertinaje, el dandysmo, el romanticismo.
El gesto de Lacan contaba con el hecho de que una eroto­
logía puede producir otra, puede mutar en otra. Rushdie {Los
hijos de medianoche, p. 620): “ [...] la historia que terminamos 
tal vez no sea nunca la que habíamos comenzado”. El psicoa­
nálisis es una erotología mutante, una erotología mediadora: 
eros que transforma a eros.
¿Qué es entonces esa articulación estrafalaria, subrayada 
por Foucault, del falo (el fascinus) y la verdad? Se pondrá de 
relieve que el falo es la verdad de la verdad. Sucede que la ver­
dad, a-létheia, es lo que mejor funciona a manera de contra­
olvido. Ahora bien, el olvido (lethé) sucede cuando eso cae. 
La verdad es esa mentira, esa creencia o esa ilusión de que 
eso no cae(rá)... en el olvido. Se levanta contra esa caída que 
lo sexual, por su ausencia de huella, hace presente de entra­
da. La verdad de la verdad es por lo tanto falo, lo que Freud 
transcribiría haciendo del orgasmo la summa voluptas (en la­
tín porque ya los latinos advertían ese hecho), lo que Lacan 
metonímica y púdicamente indicaba haciendo decir a la ver­
dad: “Yo, la verdad, hablo”, dicho de otro modo: “Parlotean­
do, me levanto contra el olvido” . Aunque nada se levante 
verdaderamente contra el olvido.
La erotología es por lo tanto eros puesto al servicio del ol­
vido (la histérica en efecto sufre de recordar: el inconciente 
— Freud también lo advertía— vuelve casi inolvidable cual­
quier cosa que la represión inscriba ahí).
Si no obstante nada prevalece sobre el olvido, la palabra 
final del fin de la erótica partida analítica será la que Lacan 
expusiera en primer término, justo después de haber inven­
tado el objeto pequeño a (en enero de 1963): ni “travesía 
del fantasma”, ni “caída” o “pérdida” de ese objeto erótico 
si lo es, sino un acto pasivo con respecto a él, un “dejar 
caer”. Lacan (L’angoisse): “La cosa freudiana es lo que Freud 
ha dejado caer” .
BIBLIOGRAFÍA DEL SEMINARIOSANDOR FERENCZI, Thalassa, una teoría de la genitalidad, Buenos 
Aires, Ed. Letra Viva, 1997.
WlLHEM REICH, La función del orgasmo, México, Ed. Paidós, 1994.
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(hay traducciones en español de Roberte esta noche y de La re­
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F r a n c o i s JACOB, La souris, la mouche et l ’homme, París, Ed. O. Ja­
cob, 1997.
Primera sesión, sábado a la mañana
La tesis que durante estas tres jornadas de seminario deseo po­
ner a consideración de ustedes, discutir con ustedes, al menos cuya 
posibilidad me propongo hacerles entender, e incluso hacer que la 
“admitan en su creencia”, como decía felizmente Descartes, para ex­
traer de ella, dentro de la relación de ustedes con el psicoanálisis, al 
menos algunas de sus consecuencias decisivas, esa tesis es simple de 
formular. Expresa el estatuto del psicoanálisis en el campo, si no de 
la ciencia, en todo caso en el de la racionalidad; es pues una tesis ca­
pital. El psicoanálisis, digo, es una erotología. Agreguémosle de in­
mediato dos palabras, lo que da esta otra tesis cercana: el psicoaná­
lisis es una erotología hecha medio. O incluso: de pasaje.
Los protagonistas
Al escuchar la primera formulación de esta tesis, sin duda ha­
brán oído el “digo”, que por cierto no pretendo erradicar, separar 
de la tesis como un elemento sin importancia, una especie de rui­
do que sólo podría ser nocivo para el enunciado en todo rigor de 
la tesis, para su estudio, para su validación. Muy por el contrario: 
si la tesis lo es verdaderamente y si es verdaderamente ésta, singu­
lar, entonces algo como este “digo” es exigible. En efecto, no vemos 
cómo una erotología podría ser dicha, y por lo tanto convocar a 
eros, de manera “acéfala”, fuera de la presencia del cuerpo, empe­
zando por la de la voz que pronuncia la convocatoria.
Que sea esencial no implica sin embargo que ese “digo” sea un 
representante exactamente apropiado para esta tesis, la cual no es 
solamente una tesis sobre eros sino que es en sí misma de un te-
ñor erótico, forma parte de una determinada maniobra de eros. 
De hecho, ese “digo” no es exactamente adecuado, antes que na­
da porque no fui el primero que dijo esta tesis. El primero fue La­
can; primero después de Freud por supuesto (cf., aquí mismo, el 
envío). Lacan en 1962-63, mientras estudiaba la angustia, cuan­
do inventaba, en un momento señalable casi en segundos, el ob­
jeto pequeño a ‘, en el mismo momento en que sucedían en Fran­
cia un determinado número de acontecimientos no desatendibles 
para nuestro propósito. Así es exigible otro enunciado de la tesis,
,1. £e trata del paso más importante dado por Lacan desde la invención del ter­
nario S I R en 1953- El 9 de abril de 1974, Lacan declaraba (seminario Les 
non-dupeserreni): “¿Qué es entonces lo que yo inventé? [...] Responderé de 
esta manera para poner las cosas en marcha: el objeto “pequeño a”. Leída a 
posteriori, esa invención se revela como producida sobre un terreno prepa­
rado de bastante larga data y podemos, como lo hizo Guy Le Gaufey en un 
seminario (no publicado) en 1994, señalar paso a paso algunos acontecimien­
tos capitales a ese respecto; ocurrieron contra un Fondo de ambigüedad en el 
punto de partida (desde la construcción del “grafo del deseo”), donde “pe­
queño a” designa un pequeño otro a la vez imagen y objeto: el 5 de enero de 
1958, aparición del objeto metonímico, en seguida llamado falo, el 20 de 
mayo de 1959 el objeto es situado “como corte y como intervalo”, el Io de 
febrero de 1961, introducción del agalma. La invención del objeto pequeño 
a sobreviene en un momento en que la distinción “Otro”/“otro” terminaba 
constituyendo un problema como tal insoslayable, desembocando en una 
crisis. Ahora bien, a partir del 9 de enero de 1963... terminado. Pequeño a, 
como objeto, ya no tendrá nada que ver con el pequeño otro. Ese paso deci­
sivo se da en una frase muy simple, de consecuencias inmediatas, numero­
sas, explícitas, capitales. Digámoslo en una palabra.
La construcción misma de Lacan vive un momento de perturbación, de 
vacilación. Es en efecto difícil, con respecto al esquema óptico, continuar lla­
mando “pequeño otro” 1/ el jarrón en el Otro y 2/el ramo de flores que es­
tá en el cuello del jarrón, el objeto cuya presencia en el Heim provoca la an­
gustia. Tanto más difícil cuanto que Lacan justamente ha señalado, via 
Ábraham, desde el seminario Le transferí..., que ese objeto es precisamente 
un resto que escapa del juego de la libido reversible entre i(a) e i’(a). Excep­
to en la confusión más grande, la letra “a” no puede designar a la vez al otro 
y lo que escapa del otro. Segundo punto de perturbación del álgebra lacania- 
na, esta vez legible en el grafo. No podemos plegar uno sobre otro dos estra-
que opera un cambio de persona gramatical y de tiempo: el psi­
coanálisis, dijo él [dit-il\, es una erotología.
Este ‘d it-il”no es exactamente el de Marguerite Duras, el de 
Détruire dit-elle [Destruir, dice ella\. ¿Saben ustedes que ella había 
titulado su texto simplemente Destruir? ¿Y que fue otro autor, Rob- 
be-Grillet, lector entonces en las ediciones de Minuit, quien ha­
bría agregado el “dice ella”? ¡Lo que parece lo puro de Duras fue
tos que el grafo distingue como dependiendo respectivamente del simbóli­
co y del imaginario. Si inscribimos i(a) en el lugar de pequeño a del fantas­
ma (y Lacan lo hace), anulamos el despliegue de esos dos estratos, lo que echa 
todo el grafo por tierra y destruye al mismo tiempo la distinción paradigmá­
tica del simbólico y del imaginario.
Un factor positivo esencial, que va a permitir salvar esa ambigüedad, pro­
viene de la topología. Desde el seminario L ’identification, el año antes de L ’an- 
goisse, Lacan puede distinguir dos diferentes tipos de objetos, los objetos lla­
mados “especulares” (el espejo da una imagen invertida de ellos) y los que nc 
lo son. De allí a poner en relación esos dos tipos de objetos con los dos peque­
ños otros que hasta entonces están no confundidos sino, en el equívoco ter­
minológico, confusamente distinguidos, no hay más que un paso. Paso que 
será justamente franqueado el 9 de enero de 1963. Se trata en efecto del mis­
mo paso por el cual Lacan inventa el objeto pequeño a. ¿Pero cómo?
He aquí pues el texto del 9 de enero yo subrayo laúltima frase:
Está claro que esto [entiéndase: los problemas que acaban de ser recor­
dadoí] supone un paso más en la situación de precisión de lo que en­
tendemos por ese objeto (a). Quiero decir, a ese objeto lo designamos 
mediante (a) justamente [entiéndase un eco de la observación que aca­
ba de hacerse sobre la letra a]. Destaco que esta notación algebraica 
tiene su función.
Ahí está todo dicho. Como a propósito de Hans en el seminario La re­
lación de objeto y las estructuras freuaianas, se subraya que la formalización 
es la cosa (clínicamente) decisiva. Sigamos la explicación que da Lacan. Es 
la continuación inmediata del texto:
Es [la notación algebraica como un hilo destinado a permitirnos re­
conocer, bajo las diversas incidencias en que se nos aparece, la identi­
dad. Su notación es algebraica: (a); justamente por responder a ese fin 
de localización pura [yo subrayo] de la identidad, habiendo sido ya 
planteado por nosotros que la localización mediante una palabra, me­
diante un significante, es siempre y no podría ser más que metafórica,
una invención de alguien más! A diferencia de ese ‘¿¿V”durasiano, 
el de la tesis está en pasado.
Sin duda quieren las referencias precisas. Se las daré tanto más 
gustosamente cuanto que ese gesto, puedo imaginármelo, pue­
den creerlo, me pone al amparo, o en el amparo, en el amparo 
de Lacan. En fin..., a primera vista. Porque el alumno, que in­
tento ser, el alumno que lo es, es decir, alguien que cuestiona, in­
terrogándolo, no está más al amparo que el maestro al que inte­
rroga y que por sus preguntas sale de su amparo — si es que el
es decir, dejando de alguna manera, afuera de la significación induci­
da por su introducción, la función del significante mismo.
La observación de que la letra a pertenece al álgebra realiza pues una de­
puración. Apelar a la metáfora sirve para indicar la distancia existente entre 
la palabra y la cosa, el hecho de que el lenguaje, como lo estableció Saussu- 
re, no es una nomenclatura. Pero en el paso que se da sobre todo no se tra­
ta de reducir esa distancia, sino por el contrario de ratificarla, de consolidar­
la. ¿Cómo? Dejando caer el valor metafórico de la letra a en tanto que nos 
remite al pequeño otro. Vale decir, al destacar que pequeño a pertenece al 
álgebra, Lacan efectúa un corte, una partición entre la significación de esa 
letra (el pequeño otro especular) y su función de designación (del objeto no 
especularizable). Hay partición entre la significación y la función del signi­
ficante como tal, en tanto que al designarlo éste constituye un objeto en su 
identidad. Como para hundir más su clavo, Lacan agrega (será el fin de nues­
tras citas):
El término bueno, aunque engendre la significación de bueno, no es 
bueno por sí mismo y está lejos de eso, ya que engendra al mismo tiem­
po el mal.
Tratando al término “otro” como a ese “bueno”, entendemos que al igual 
que el término bueno no es bueno, del mismo modo la letra a no es otro 
[autre]. He aquí pues el corte constitutivo del objeto pequeño a como tal. 
Realizado en cartón, fue por otra parte aquel día un regalo de Lacan para 
sus oyentes. La fórmula de ese don además no podía ser más notable. Les 
dice en su pasaje al acto:
La parte residual está aquí. La construí para ustedes, la hago circu­
lar. Tiene su pequeño interés porque, déjenme que se los diga, esto es 
(a). Se los doy como una hostia, ya que se servirán de él en adelante. 
Pequeño a está hecho así.
maestro* estuvo alguna vez al amparo, por ejemplo, el que le 
otorga Hegel por haber corrido el riesgo de muerte. Esta correc­
ción de Hegel, no obstante, se impone porque ya no podemos ig­
norar los trabajos recientes sobre el estatuto de eros {cf. bibliogra­
fía del seminario), sobre su ejercicio, sobre su función desde la 
Grecia arcaica hasta la decadencia romana, trabajos que atesti­
guan que cuando se trata de eros el amo ya no está al amparo2. 
Vale decir que, aun como vencedor del esclavo, no lo ha estado 
nunca, porque nunca se ha visto que un amo por ser amo se ha­
lle fuera del alcance de las flechas de eros.
Ustedes ven que citar de entrada a Lacan implica una relación 
erótica con él, una relación que también los incluye. Que por lo 
tanto este gesto instaura una partida fina** entre varios. En efecto, 
se ha vuelto preferible llamar a lo que se coloca así entre tres al me­
nos “partida fina” antes que “transferencia”. Y por otra parte, la teo­
ría de la transferencia forjada por Lacan nos impulsa a hacer esta 
diferenciación y dar este paso al costado. En efecto, poniendo en
2. No sin lógica, la Revolución francesa abolía la esclavitud: al decapitar al rey 
ponía fin no tanto a una realeza (muy lejos hoy con sus princesas de haber 
desaparecido) como al rey en tanto que soberano, es decir, en tanto que amo. 
Es una tentativa lograda de acabar con un dominio del amo que perduraba 
desde la noche griega de los tiempos. Producirá por lo tanto un amo, lo que 
Lacan ratificaba provocando a los revolucionarios de 1968: “¡Lo que ustedes 
quieren es un amo!”. Ese mismo querer señala que ya no hay más.
* En todo este párrafo debe tenerse en cuenta que “maestro” y “amo” son en 
francés la misma palabra, maitre. (N. del T.).
** En el original, partiefine, que traducimos literalmente como “partida fi­
na”, ya que no hay un equivalente en español. En una acepción del siglo 
XVII la expresión francesapartie fine se refiere a ciertos valores particulares 
del adjetivo “fino”, término por otra parte refinado hablando de la comi­
da; más que al conocedor en lo referente a los comensales. Una cena fina 
reúne a algunos finos gourmets ante las vituallas más exquisitas. En la par­
tie fine los placeres de la mesa deben ser acompañados de otros placeres de 
la carne, en el cual se tiene cuidado —dice Littrétn su diccionario— “de 
poner algún misterio”. [Agradecemos a Guy Le Gaufey su colaboración 
con estay otras referencias. (N. del E.)].
práctica la definición wittgensteiniana del alumno a la que me re­
fería hace un momento, cuestionando a Lacan, no le supongo un 
saber a Lacan, no estoy en transferencia con Lacan (y aun menos 
bajo la influencia de ese monstruo que Lacan puso por un tiempo 
en circulación y que llamó “transferencia de trabajo”). La transfe­
rencia es por el contrario la suposición de un saber en tanto que im­
pide (es la palabra exacta, cf. L’angoisse) plantear preguntas.
He aquí pues que mediante la legítima exigencia de ustedes yo 
le planteo preguntas al citarlo. Que por eso soy llevado a precisar 
que lo hago en cuanto alumno. ¿Qué quiere decir? Que en mi re­
lación erótica con Lacan no hubo esa pedagogía amorosa, que es­
tudiaremos pasado mañana, que a la manera antigua hubiera ter­
minado haciendo de mí un maestro, un erastés, luego de que Lacan 
me hubiera tomado, siendo erastés, como erómenos. Durante un 
tiempo, ustedes lo saben, Lacan hizo jugar estos términos en el ni­
vel de la pareja analizante/analista. Ahora bien, en oposición a es­
ta doble identificación, en nuestro encuentro, las dos parejas maes­
tro/alumno y analizan te/analista se revelaron cada día más como 
no superponibles. Fue así que no sobrevino ningún vaivén entre 
Lacan y yo con respecto a la pareja maestro/alumno. Lo que es 
más, esta última disparidad se acentuó cada vez más a medida que 
mi lectura de Lacan se ahondaba, o ahondaba a Lacan.
Producir estas citas de Lacan desde un principio vuelve a po­
nerlo en cuestión, en ascuas. Frente a y con cada uno de ustedes, 
cómplices activos, sean escépticos, crispados, poco confiados, ad­
vertidos, ya escandalizados, reacios, o que por el contrario aprue­
ben por adelantado, en acto, este acto más bien malévolo con 
respecto a Lacan — como por otra parte es necesariamente ma­
lévola, para el sistema yoico de la “complacencia”, toda lectura 
por poco que sea sustentada. Nada resiste, señalaba Thomas Bern- 
hard, a semejante lectura. Tomen la más hermosa sinfonía, el más 
hermoso cuadro, la más maravillosa novela e inclusoel más be­
llo poema, estúdienlo en detalle y se desfondará, no dejándoles 
en las manos más que notas, manchas, letras dispersas.
Las referencias
He aquí pues lo que decía Lacan en 1962-63, en primer lu­
gar el 14 de noviembre de 1962:
N o he seguido la vía dogmática de hacer preceder por una teo­
ría general de los afectos lo que tengo que decirles de la angustia. 
¿Por qué? Porque aquí no somos psicólogos; somos psicoanalis­
tas. No desarrollo ante ustedes una psicología [psicosis escribe la 
taquígrafa —-¡lo que el traductor al español retoma sin pestañear!\ di­
recta, lógica, un discurso de esa realidad irreal que se llama “psyk- 
hé”, sino una praxis que merece un nombre: erotología,3
Además de que un señalamiento semejante fuera formulado ya 
tres años antes en el seminario La ética del psicoanálisis, la prueba 
de que no se trata de una declaración aislada a la cual no habría 
que hacerle decir demasiado (como es frecuente en Lacan, de allí 
las dificultades para citarlo con justeza) es nada menos que todo 
el seminario de ese año. Demos aquí un solo rasgo: el sadismo y el 
masoquismo son presentados en él sin la omisión habitual a su res­
pecto, debido a que Dios está en el meollo del asunto4.
Dos meses después, hallamos en L’angoisse una segunda referen­
cia a la erotología. El 27 de febrero de 1963, Lacan entabla las co­
sas diciendo esto, que equivale a un determinado punto de partida:
Tomemos las cosas por el sesgo, por la entrada que define esa 
palabra que tiene un sentido, hecho presente en la época mis­
m a en la que vivimos, el erotism o.5
3. Jacques Lacan, L ’angoisse, sesión del 14 de noviembre de 1962.
4. El artículo “Kaaí c q j * £ade”, publicado durante el mismo período, está en­
tonces desde hace bastante tiempo caduco, desde el instante mismo de su 
producción pública, lo que una vez más confirma el alcance real del térmi­
no de “poubellication ” [de poubelle: "tacho de basura” y publication: “pu­
blicación”].
5. Lbíd., sesión del 27 de febrero de 1963. Algunos años después, Lacan to­
ma nota de que un viraje tuvo lugar en la erotología: “Hay algo cuya inci-
¿Qué es lo que hacía presente en esa época el erotismo? Es di­
fícil no convocar inmediatamente a Georges Bataille, a Pierre 
Klossowski, pero también a algunos pintores, en especial Balthus 
(para no decir nada del gesto, recibido como inaugural, de un 
Courbet que elevaba al cuadro el sexo mismo de una mujer). Los 
primeros escritos eróticos de Bataille son de los años veinte (co­
mo Historia del ojo) y sus conferencias sobre el erotismo son con­
temporáneas del “Informe de Roma”. En cuanto a Klossowski, 
tanto Las leyes de la hospitalidad como Le Baphomet aparecen en 
1965. Pero los textos reunidos en Las leyes... son anteriores. Ro- 
berte esta noche es de 1954, La revocación del edicto de Nantes de 
1959. Si la palabra “erotismo”, a comienzos de los años sesenta, 
anda rodando por alguna parte en Francia, es irrefutablemente 
por el lado de esos autores y artistas, a los cuales hay que unir el 
trabajo editorial censurado de Jean-Jacques Pauvert sobre Sade. 
Agreguemos que Lacan formó pareja con Sylvia Bataille, que una 
hija de Georges, Laurence, fue miembro de su escuela. Sabemos 
también que el texto de Lacan sobre Sade debía aparecer como 
prefacio a La filosofía en el tocador. Pero justamente, desde la dis­
tancia, debemos sin duda poner el aborto de ese proyecto 6 en la 
cuenta de un fracaso más global, el de la implantación en esa épo­
dencia quisiera designar, porque es el sesgo de un momento que es el que 
vivimos en la historia.
[...] lo que nosotros vivimos es muy precisamente esto: que curiosamen­
te la pérdida, la pérdida de lo que se soportaría de la dimensión del amor, 
si es ciertamente no la que yo digo —no puedo decirla, yo no puedo de­
cirla - a ese Nombre-def-Padre \Lacan acaba de decir que el amor se relacio­
na con el Nombre-del-Padre] se sustituye por una función que no es otra 
que la del ‘nombrar p a r a . {Les non-dupes errent, sesión del 19 de mar­
zo de 1974). ¿Podemos repetir que el psicoanálisis es una erotología de me­
jor manera que formulando lo que decía Lacan en este mismo seminario 
(exactamente el 18 de diciembre de 1973): “ [...] si el psicoanálisis es un 
medio, se sostiene en el lugar del amor”?
6. Ese artículo no estaría pues definitivamente en su lugar —salvo que se ad­
mita que así lo habría encontrado.
ca, en Francia, de una erotología. Evidentemente, fracaso de na­
die, porque ese género de cosas no se dirige, no se organiza. El he­
cho es que Bataille, Klossowski y otros escritores con y tras ellos 
aparecieron como autores para el infierno* de la Biblioteca Na­
cional, sin que nada se concrete, gracias a (o a causa de) ellos, co­
mo erotología. La “liberación sexual” por cierto no fue nada; pe­
ro ese movimiento colectivo tenía lugar, no sin razón, aparte de 
los autores mencionados. En 1963, el homenaje que la revista Tel 
Quelle rinde a Bataille sigue siendo marginal, un fomento de van­
guardia. El acontecimiento es pues exactamente contemporáneo 
de la cita de Lacan que leí hace un momento.
Con respecto a estas referencias y a la connivencia de Lacan 
con esos autores, ¿no es de lo más sorprendente que se haya 
mantenido dentro del análisis, durante un siglo, excepto La­
can, la palabra “erotismo” únicamente a propósito — es increí­
ble si uno lo piensa aunque más no sea por un segundo— del... 
autoerotismo? ¡Como si el análisis no pudiera acoger el erotis­
mo más que bajo una forma “auto”, masturbatoria! Tendremos 
ocasión de señalar que ese exceso de peso concedido a lo auto 
revestía recientemente algunos hábitos que no ocultan el em­
brollo (el hábito del fantasma, puesto en el seno del final de 
partida analítico).
Podemos leer además, en ese mismo seminario, cuatro meses 
después:
Si desconocemos que de lo que se trata en nuestra técnica es 
de un manejo, una interferencia, incluso en el límite una rec­
tificación del deseo, pero que deja enteramente abierta y en sus­
penso la noción del deseo m ism o, y que necesita su perpetuo 
cuestionamiento, seguramente no podemos sino por una par­
te o bien extraviarnos en la red infinita del significante, o bien,
* Petit Robert: “Departamento de una biblioteca donde son depositados los 
libros prohibidos al público.” (N. del T.).
para retomar, volver a caer <por otra p a r to en las vías más or­
dinarias de la psicología tradicional.7
No se puede expresar mejor la situación actual y lo que puede 
ser nuestra intervención en esta situación. “Rectificar el deseo”, va­
le decir, darle lugar, un determinado lugar capaz de darle también 
forma, como el vaso para el vino, es la ambición de toda erotolo­
gía. Pero en el texto arriba citado leemos también que a falta de esa 
ambición, que Lacan propone para el análisis, éste se transforma ya 
sea en lacanismo (cuyo ejemplo máximo será mucho más tarde pa­
ra Lacan la obra derridiana Le verbier de l ’homme aux loups8), ya 
sea en una psicología (e incluso allí Lacan no deja de estar concer­
nido desde el momento en que sus seguidores transforman su ca­
mino abierto en una psicología lacaniana).
Con estas citas, en adelante saben que es legítimo articular 
esto: el psicoanálisis, dijo, es una erotología.
Reflujo
Escogí el pasado simple “dijo”, antes que el imperfecto “de­
cía”, porque en francés hay en esa diferencia entre pasado sim­
ple e imperfecto la distancia que separa la acción puntual que tu­
vo lugar y que ha terminado de la que ha durado en el tiempo*. 
Un decir verdaderamente tuvo lugar. Pero de allí a creer que pro­
sigue, o por lo menos que prosigue al menos por un momento, 
es otra cuestión. Parece incluso que está en la naturaleza de la 
erotología analítica el no poder mantenerse indefinidamente en 
el nivel en que sin embargo se plantea. Es un hecho curioso, aun­
7. Ibíd., sesión del 22 de mayo de 1963.
8. J. Lacan, L ’insu que sait. . seminario inédito, sesión del 11 de enero de 
1977.
* La misma diferencia existe en la traducciónentre el pretérito indefinido y 
el imperfecto españoles. (N. del T.).
que tal vez menos que otro, a saber, la erección, figura eminen­
te, viene al caso decirlo, de la excitación sexual. Tampoco está 
hecha para durar mucho tiempo, apenas incita a que uno se de­
tenga en ella. Infaltablemente, sigue el llamado “período refrac­
tario”, variable como pocos, puesto que la gama va de unos ins­
tantes a unas decenas de años.
Sin embargo, las consecuencias de ese hecho que no logra­
mos que quede regulado sobre el análisis como erotología son 
molestas. Lacan, en todo caso, las advierte como tales, y noso­
tros tendremos que sobrepujarlo a ese respecto. Hasta el punto 
de que llegamos a decirnos que, al igual que después de la erec­
ción viene el período refractario (ese momento libidinal que el 
psicoanálisis, hay que decirlo, casi no ha descripto ni a fortiori 
explicado), del mismo modo después de que se lograra cernir el 
psicoanálisis como erotología, viene un período en que uno se 
vuelve como alérgico a esa tesis. Pero de ello se deduce que es al 
mismo análisis a lo que uno se vuelve refractario. Esto está per­
fectamente indicado por Lacan al decir que la perspectiva klei- 
niana deriva de un retroceso semejante.
Estamos en un país donde Melanie Klein, se dice, fue muy 
seguida, donde algunos analistas son kleinianos, donde otros fue­
ron analizados por un kleiniano mientras que otros más pasaron 
de Klein a Lacan (por otra parté, en mi conocimiento, casi sin 
testimoniar de ese pasaje); razón de más para no olvidar esa his­
toria del movimiento analítico que Lacan escribió en algunas lí­
neas y para la cual el estatuto del psicoanálisis como erotología 
es una verdadera piedra de toque.
La historia contada por Lacan parte de un impás del que 
Freud toma nota en el artículo “Análisis terminable e intermina­
ble” 9, del que Lacan dice que no es un impás efectivo sino un 
callejón sin salida en el cual el psicoanálisis se extravió aun cuan­
9. Sigmund Freud, “Die endliche unddie unendliche Analyse”, 1937.
do tal extravío sigue siendo evitable, se vuelve evitable gracias a 
su camino abierto.
¡Que Lacan no dijo eso! Porque evidentemente más tarde no 
se ha dejado de oponerlo a Freud. Freud es el impás [impasse], La­
can es el pase [passé] I0. Pero no. El pase en Lacan no se opone al 
impás en Freud, ni siquiera al impás en Lacan. En efecto, el con­
cepto lacaniano de un “final de partida” es claramente el de un 
impás puesto que, una vez alcanzado el final de una partida, na­
die podría ir más lejos. ¿Hay un “impás” mayor que un jaque ma­
te o un ahogado — poco importa— en el ajedrez? Si el “final de 
partida” analítico es un concepto esencial en Lacan, cosa que na­
die duda, si es un rasgo, un acontecimiento decisivo de la eroto­
logía analítica, ese final de partida no podría ser sino un impás, a 
riesgo de perder toda existencia propia. Lo que es más, el pase no 
saca al analizante en final de partida de ese impás, si no... ¡eso no 
sería el impás de final de partida, por lo tanto tampoco sería el 
pase! Así la oposición impás de Freud/pase de Lacan muestra jus­
tamente que no es, según Lacan, una oposición: si en Lacan hay 
pase, es debido al impás y no oponiéndose al impás — mientras 
que en Freud, tal como lo lee por ejemplo Conrad Stein, nunca 
hay impás sino, al final del análisis didáctico, pasaje del análisis 
hecho ante y por alguien (el analista) al autoanálisis, lo que para 
terminar pone a cada uno en una posición, si no idéntica, al me­
nos cercana a la inaugural de Freud. Si en Lacan un pase linda 
con el impás, en ningún caso puede ser negándolo, ni como una 
antítesis, sino por el contrario poniendo de relieve el impás del fi­
nal de partida. Disparando sobre los mendigos de Lahore, el Vi­
cecónsul, justo al lado de ese acto que queda preso en un impás 
real (porque es imposible eliminar, matándolos, a los mendigos 
de Lahore), suscita su vínculo con su pasadora Anne-Marie Stret- 
ter y con nosotros, lectores del Arrebato de Lol. V. Stein y del Vi­
10. Tesis de Jacques-Alain Miller, en Caracas, en 1980.
cecónsul, espectadores de India songy de Son nom de Venise dans 
Calcutta désertn .
En 1963, Lacan no imagina que esa demarcación con respec­
to a Freud va a tener semejante consecuencia. Se desprende pues 
de “Análisis terminable e interminable” . Estos son los términos 
en que lo hizo:
[...] habiendo llegado con la experiencia de Freud a chocar 
con un impás, impás que les aseguro que sólo es aparente y nun­
ca franqueado hasta ahora, el del complejo de castración, [...] 
por el momento, recordemos su consecuencia en la teoría ana­
lítica, algo así como un-reflujo, como un retorno que conduce 
a la teoría a buscar en última instancia el funcionamiento más 
radical de la pulsión en el nivel oral.
Resulta singular que un análisis, que un bosquejo que inau­
guralmente ha sido el de la función nodal, en toda la forma­
ción del deseo, de lo que es propiamente sexual, haya sido lle­
vado en el curso de su evolución histórica a buscar cada vez más 
el origen de todos los accidentes, de todas las anomalías, de to­
das las hiancias que pueden producirse en el nivel de la estruc­
turación del deseo en algo de lo cual sería poco decir que es cro­
nológicamente original, la pulsión oral, pero de lo cual todavía 
hay que justificar que sea estructuralmente original.12
Lacan va entonces a releer, es decir, a reescribir una parte de 
sus recientes avances en ese seminario (los que conciernen al 
objeto oral) poniendo su análisis de la oralidad ( y más gene­
ralmente de lo que se ha dicho sobre la oralidad) en la cuenta 
del falicismo:
Asimismo, ya he abordado lo que, según creo, debe reabrir 
para nosotros la cuestión de esa reducción a la pulsión oral,
11. Cf. Jean Allouch, “La passe ratee du Vice-Consul”, Lettres de l ’école n° 22, 
marzo de 1978, 2a publicación (parcial) en Ornicar?n° 12-13.
12. J. Lacan, L'angoisse, sesión del 15 de mayo de 1963.
mostrando la manera en que actualmente funciona, a saber, co­
mo un modo metafórico de abordar lo que sucede en el nivel 
del objeto fálico, una metáfora que permite [permita] eludir lo 
que hay allí de impás creado por el hecho [de] que nunca fue 
resuelto por Freud, en último término [de] lo que es el funcio­
namiento del complejo de castración, lo que de algún modo lo 
vela, lo que perm ite hablar de ello sin reencontrar el impás.
He aquí desde ahora la continuación inmediata, porque allí 
se enuncia otra tesis capital de la erotología analítica, que el mis­
mo Lacan tal vez olvidará parcialmente, de la que en todo caso 
habría que seguir el devenir, las modulaciones, las variaciones, 
las transformaciones en la continuación de su recorrido:
Pero si la metáfora es justa, debemos ver en su mismo nivel 
el aliciente del que se trata, aquello por lo cual no es aquí sino 
metáfora. Y por lo cual es en el nivel de esa pulsión oral donde 
ya una vez intenté retomar la función relativa del corte del ob­
jeto, del lugar de la satisfacción y del de la angustia.
Tal cual, esta tesis es ilegible. Afirma que es posible distinguir el 
lugar del deseo, es decir, del deseo soportado por el fantasma, y el 
deseo en acto, es decir, la falta ligada a la satisfacción, siendo la an­
gustia la señal de que esa falta es colmada. Esta tesis es también la de 
la “separtición fundamental” 13. Retengan el nombre de separtición- 
porque señala la existencia de un problema teórico y clínico esen­
cial, que sin duda la noción confusional de separación oculta. Es po­
sible, precisa Lacan, definir esa separtición como siendo la separa­
ción del sujeto y del seno en tanto que ese seno es su objeto y no un 
objeto materno (la separtición es pues una separación interna del 
sujeto), así se la distingue de otra separación, la que está en juego en 
la relación del sujeto con el seno vaciado, cuya inexistencia produ­
ce la angustia. Lacan sostiene la necesidad de distinguir esas dos di­
ferentes separaciones destacando que el niño no es a pesarde todo 
un vampiro, que no va a buscar como el vampiro su alimento en su 
fuente, ni se sirve verdaderamente de sus dientes. El vampiro sí es­
tá en relación con el punto más allá del punto del fantasma, más allá 
del punto que liga al sujeto con su objeto seno.
Para apuntalarlo más, Lacan hace funcionar el mismo esque­
ma a propósito del nacimiento. Allí también cabe distinguir la 
separtición del niño de sus envolturas (las que le pertenecen em­
briológicamente, plenamente) de la separación de ese conjunto 
(niño más sus envolturas) de la madre14. Y Lacan cita al ornito­
rrinco que una vez separado de la madre vive todavía, sobre el 
vientre materno, en sus propias envolturas15. Ya sea para el na­
cimiento (aun cuando la embriología lacaniana sea juzgada hoy 
como un tanto aproximativa) o para la oralidad, la fórmula de 
esos dos cortes diferentes será pues ésta:
[...] la relación con la falta se sitúa más allá del lugar en que 
ocurrió la distinción del objeto parcial [ ...] .16
Lo cual es perfectamente válido en el nivel del falicismo: del mis­
mo modo el punto masturbatorio, añadiré, no es el del acto sexual. 
Uno se acuerda de que Freud decía que lo importante en la mas­
turbación era el fantasma al que se había apelado. Y bien, hay una 
diferencia clínica perfectamente notable entre masturbarse o inclu­
so coger con el fantasma y el coger propiamente dicho.
Ese análisis lacaniano de la oralidad es el de un gran clínico. 
Pero sin embargo no le hace perder su norte a Lacan, ya que por 
el contrario le sirve para indicar que el norte no es la oralidad:
14. Ibíd.
15. Ibíd.
16. Ibíd.
Sin duda que no es debido al azar, tam poco sin duda a un 
mal momento, que som os llevados a buscar en fantasmas más 
antiguos la justificación de lo que no sabemos muy bien cómo 
justificar en el nivel de la fase fálica,17
Una vez más, Lacan seguirá pues ese reflujo, aunque para afe­
rrar los problemas allí donde deben ser aferrados, es decir, en el 
nivel fálico. Así tendremos que referirnos en este seminario a lo 
que hay que llamar en verdad una escritura de la relación sexual, 
mejor dicho (¿o peor?), a una homología entre esa escritura y la 
de la subjetivación, la de la división del sujeto.
Conclusión
He aquí pues una primera y doble conclusión: el psicoaná­
lisis de Freud es una erotología; se apartó de ese estatuto du­
rante todo un período de su historia, el comprendido entre el 
falso impás de “Análisis terminable e interminable” y el semi­
nario L’angoisse.
Decíamos en pasado: el psicoanálisis, dijo, es una erotología. 
De lo que resulta que con razón podemos preguntarnos si la lec­
tura que hizo Lacan en 1962-63 del reflujo de ese “bosquejo”, 
como él lo llama, no es, para terminar, igualmente aplicable a él 
mismo. Algunos indicios irían en ese sentido, y en especial el cen­
trado que parece haberse producido unos años después del final 
de partida analítico en el fantasma. Sin embargo, desde la cons­
trucción del primer grafo, llamado el del deseo, el fantasma no 
es más que un tiempo o un elemento de una estructura, mien­
tras que en 1963 Lacan se esforzaba en distinguir cuidadosamen­
te punto de angustia y punto del fantasma — lo que por otra par­
te hay que hacer, si no, no comprenderíamos que todo fantasma 
automáticamente, desde que se apela a él, no angustie.
Resulta que si el fantasma hubiera prevalecido, entonces sí, 
la tesis debería enunciarse como la dije al comienzo de todo: el 
psicoanálisis, digo, es una erotología.
¿Están ustedes por eso en relación con un “yo” (je) de maes­
tro? Solamente con una repetición, vale decir, con un “yo” que 
no es más que la tercera persona implicada por el beckettiano 
“ ¡Qué importa quién habla!” y que además, como pronombre 
del repitente, depende de lo cómico.
¿No es algo cómico que haya que leer la reiteración de su pro­
posición erotológica por parte de Lacan al final de la sesión del 
12 de marzo de 1974 de su seminario Les non-dupes errent? Lea­
mos, en efecto, en ese registro, las líneas que siguen:
Si ocurriera, si ocurriera que el amoi se vuelva un juego del 
que... se sabrían las reglas, tal vez eso tendría con respecto al 
goce muchos inconvenientes. Pero lo arrojaría, si puedo decir­
lo así, hacia su término conjunto. Y si ese término conjunto es 
en verdad lo que yo expongo del real (del cual, lo ven, me con­
tento con ese delgado soporte del número — no he dicho de la 
cifra— tres), si el amor, volviéndose un juego cuyas reglas sa­
bemos, se hallara un día, puesto que es su función, al término 
de eso que es uno de los unos de esos tres, si funcionara para 
conjugar el goce del real con el real del goce, ¿acaso no sería al­
go que equivaldría al juego?18
18. ¿Respondería esta declaración como por adelantado a un interrogante, e 
incluso a una preocupación de Lacan, que se halla formulada en particu­
lar el 8 de abril de 1975 (RSI): “Desafío a cada uno de ustedes a que yo no 
le pruebo que cree en la existencia de Dios. Eso mismo es el escándalo que 
sólo el psicoanálisis pone de relieve. [...] Formalmente, esto no se debe si­
no a la tradición judía de Freud, la cual es una tradición literal que lo liga 
a la ciencia y al mismo tiempo al real. Éste es el escollo que hay que supe­
rar: Dios es padre-verso \pbe-vers homófono a perverso (pervers)]. Es algo 
hecho patente por el mismo judío. Pero en verdad terminaremos — en fin, 
no puedo decir que lo espero, digo, al remontar esa corriente terminare­
mos en verdad inventando algo menos estereotipado que la perversión. Es 
incluso la única razón por la que me intereso en el psicoanálisis”?
D isc u sió n
DelIA BOURNISSEN: Haré un comentario respecto de lo que usted 
decía sobre las traducciones y la erotología. En las Ediciones Belles 
lettresáe los textos griegos, por ejemplo de los Diálogos de Platón, 
tanto el Fedro como el Simposio, como el Parménides, hacen referen­
cia en sus comienzos a la Paidiká. Esta palabra griega que denomi­
na esa práctica erastés-erómenos, en las ediciones Belles lettres se tra­
duce como «ternura». De allí la derivación, con esa traducción y con 
otras como esta, se pudo hacer un amor platónico. Cuando uno 
puede leer el texto en griego, se da cuenta que el amor platónico es 
insostenible. Se puede pensar que la erótica griega se desexualiza 
cuando pasa a las lenguas latinas a través de la traducción.
JEAN Al l o u c h : Previ la posibilidad de hablar de ese problema 
especialmente apoyándome en el libro de Claude Caíame L’Eros 
dans la Grece antique.
Lacan, en el seminario La transferencia .se enteró del pro­
blema a nivel de Platón, es la Grecia clásica del siglo V, toda la 
producción de ese momento es tardía. Caíame estudia ese jue­
go erastés-erómenos en el momento en que surge en la Grecia 
arcaica. Una respuesta increíble se produjo a continuación de 
la aparición de La historia de la sexualidad. Un conjunto de uni­
versitarios decidieron leer a Foucault y sostenían que eso que 
él decía no era posible, que no era así. Se pusieron a trabajar, 
comenzaron a ver los textos más de cerca y trataron de probar 
que Foucault se había equivocado. Cuanto mas intentaban eso, 
mas profundizaban el problema erótico. Este movimiento pro­
dujo numerosos trabajos sobre la erótica, sobre todo de la An­
tigüedad Griega y Romana; hoy en día hay una bibliografía 
muy importante al respecto, conozco unos quince libros que 
no existían en el tiempo de Lacan. No se pueden ignorar todos 
esos trabajos. En lo que respecta a los argentinos o para los his­
panohablantes, sería importante publicar esos trabajos. Son li­
bros que se venden aún menos que los míos.
ADRIÁN ORTIZ: En esta manera de volver sobre la historia del 
psicoanálisis, sobre el flujo y el reflujo a partir de cercar el psi­
coanálisis com o una erotología, ¿Ud. interpreta la produc­
ción del kleinismo en relación a un reflujo?
JEAN A l l o u c h : Fue un reflujo desde Análisis terminable e in­
terminable, allí empieza el reflujo , ya está allí, esta es la tesis de 
Lacan en 1962-63.ADRIÁN ORTIZ: Y en relación a esta tesis de Lacan de que Aná­
lisis terminable e interminable es la construcción de un impasse 
de Freud, en relación a la erotología analítica ¿Ud. no considera 
que la fórmula del Edipó completo, de cuatro términos, ese dos 
por dos, marca una diferencia?
JEAN Al l o u c h : Si, claro, tiene razón. ¿Qué ocurrió en Freud que 
le impidió plantear el fin del análisis con el complejo de Edipo 
completo? No sé si alguien estudió este problema. Freud no se sir­
vió del complejo de Edipo para el final de análisis, ¿por qué?
ADRIÁN ORTIZ: En esa interpretación suya de la tesis de Lacan, 
en que “Análisis terminable e interminable” es el punto-donde 
llega Freud desde una erotología en el sentido de erección, y que 
luego viene un período refractario; erección/caída. ¿Puede ser 
una forma erótica y no erotológica de concebir la historia del 
psicoanálisis?
El momento que se produjo en Francia, con ese movimien­
to singular que presentificaba el erotismo, ¿puede ser puesto en 
relación con Viena a finales del siglo XIX? En ese momento con 
Freud y Fliess se produce algo, había en el lazo social algo que 
plantea un salto, un salto en relación a una erotología, no en el 
sentido erótico erección/detumescencia.
JEAN A l l o u c h : Una manera que existe de evacuar el problema 
de la erotología, es la teoría de la bisexualidad que hoy en día
continúa siendo defendida por algunos autores, por eso se ape­
ló a Fliess, para darle consistencia a esta bisexualidad.
El caso de Otto Weininger es ejemplar. Weininger produce 
una escritura de la relación sexual en términos de bisexualidad: 
esto para la mujer, esto para el hombre. Cuando se hace esto, lo 
que se obtiene (en relación con la ética) es otra diferencia distin­
ta que se crea en otro lugar, a nivel de la iniciación. Si esa es la 
sexualidad, en todo caso lo que se obtiene en otro lado, es la pro­
ducción , que no está sistematizada, de una escisión entre inicia­
do y no iniciado. Weininger se había vuelto antisemita.
Esta consecuencia es lógica. Un estudio que hice titulado Un 
sexo o el otro. Sobre la segregación urinaria, publicado en Littoral 
en español n° 11-12, muestra que se produce la misma lógica 
que encuentro en Weininger, cuando se fabrica la relación hom- 
bre-mujer, en otro lado se fabrica una relación no cifrable entre 
iniciado y no iniciado.
Otro caso que muestra la misma exigencia doctrinaria es Pla­
tón. Lacan ha dejado de lado el Fedro, donde también se plan­
tean grandes cuestiones sobre erastés-erómenos, no solo en El 
banquete-, y le venía muy bien dejar caer el Fedro, porque allí la 
manera en que Platón retoma el problema erastés-erómenos, es 
tomando el amor filosófico, que también desemboca en una re­
lación iniciado-no iniciado.
Uno de los datos mayores de la erotología analítica, luego de 
las observaciones de Lacan según las cuales no hay iniciación, es 
que el psicoanálisis no es una iniciación; si lo fuera habría en el 
psicoanálisis una escritura de la relación sexual.
DELIA BOURNISSEN: El problema es que Platón no habla de se­
xual, habla de Eros.
JEAN A l l o u c h : Eros pone en juego la sexualidad.
Segunda sesión, sábado por la tarde 
Intervenciones y discusiones acerca de
La etificación del psicoanálisis, Calamidad
N ada más fascinante que sorprender a l espíritu 
hábil de la obligación m oral que, desterrado de un 
sector de activ id ad hum ana, em pieza a p lan ear 
am enazante por encima de otro.
John Cowper Powys, 
E l arte de olvidar el descontento
Se me ocurrió no p u b lic a rá ética del psicoaná­
lisis. En aquel tiempo, p ara m í eso era una form a 
de la cortesía. ¡Después de ustedes, se los ruego!¡Yo 
suspeoro! * Pasen prim ero ustedes. Con el tiempo, 
adqu irí el hábito de advertir que después de todo 
podía decir un poco más. Y luego, me di cuenta de 
que lo que constituía m i camino era algo del orden 
del no quiero saber nada de ello.
Jacques L acan 1
1. Jacques Lacan, Aún, apertura de la primera sesión, el 21 de noviembre de 
1972. Que se pueda leer aquí que Lacan llegó a no querer saber nada de la 
ética es confirmado por lo que viene poco después: habiendo recordado al­
gunas tesis capitales del seminario La ética del psicoanálisis, Lacan conclu­
ye: “Los dejo pues sobre esa cama, con sus aspiraciones, salgo, y una vez 
más escribiré en la puerta, a fin de que a la salida acaso ustedes puedan dar­
se cuenta de los sueños que sobre esa cama habrán perseguido, la frase si­
guiente: “El goce del Otro [...] no es el signo del amor””.
* En el original “j'ousoupire”, neologismo cuya pronunciación se asemeja a 
la de la frase anterior: “j ’v ’s en prie”; prie (ruego) y pire (peor) son anagra­
mas en francés. Además hay un juego homofónico entre oupire (o peor) y 
soupire (suspiro) (N. delT.).
¿Nos encontramos allí?
R aú l Giordano
El libro La etificación del psicoanálisis - Calamidad de Jean 
Allouch, está tramado por esa lectura crítica que caracteriza sus 
escritos, y en esta trama se desliza un abordaje doctrinario y clí­
nico de lo que en psicoanálisis se ha entendido por ética. La his­
toria del psicoanálisis es también un blanco de esa crítica, ya que 
a veces los relatos históricos están construidos o interpretados 
por el historiador, de tal modo que en el momento del estable­
cimiento de un texto, los datos están rodeados por un cierto ha­
lo borroso, que permiten organizar un relato coherente a la vez 
que inexacto.
Recordemos que el concepto de ética en psicoanálisis se re­
monta a 1911. En esa época James Putnam, en algunas cartas 
que le escribe a Freud, le propone no olvidar la ética en psicoa­
nálisis y lo invita a que intervenga en ese sentido, durante el con­
greso de Weimar. La respuesta de Freud a Putnam se basó en los 
conceptos que él tenía acerca de que “el psicoanálisis no vuelve 
más bueno a la persona en sí ni para sí” . Pero agrega que, “tal vez 
más adelante cuando los conocimientos acerca del alma sean me­
jor estudiados, recién entonces se sabrá lo que es posible en el 
dominio de la ética” .
Esta respuesta deja establecida las posturas entre los dos hom­
bres respecto de la ética. Nos queda en claro la prudencia de 
Freud frente a este tema, aunque no por eso deja de ser expedi­
tivo. En tanto que Putnam por el contrario, no tiene dudas res­
pecto de su necesaria aplicación en la clínica. Quizás esa sea la
razón para entender porqué la ética fue entendida por Putnam 
como una moral, lo que aparece claramente cuando dice: “Creo 
que una regeneración moral en los pacientes contribuye a elimi­
nar sus síntomas” y eso lo expresa cuando se refiere a la ética. La 
traza de esta moralina perduró en las instituciones que justifica­
ban su existencia con programas sobre la enseñanza y la difusión 
del psicoanálisis.
La tensión y la incompatibilidad existente entre método y éti­
ca, tendrían como origen la conversación que sostienen Putnam 
y Freud luego de una de las conferencias de éste en Worcester. 
Siguiendo la lectura del trabajo de Allouch que estamos comen­
tando, comprobamos que tampoco él olvida aquel encuentro, ni 
la correspondencia que le siguió. Por el contrario esta referencia 
está fuertemente marcada, a tal punto que pareciera que si en 
psicoanálisis se tiene en cuenta la ética, el método cae en el olvi­
do. Este método que fue inventado por Freud y luego adoptado 
por Lacan, lo retoma Allouch como “método freudiano del ca­
so”, tema que desarrolla sobre todo en su libro “Freud y después 
Lacan” 1 donde pone de relieve el sentido y la importancia para 
el psicoanálisis de la acogida del caso.
Revelar cómo fue entendida y empleada la ética, en relación 
con el psicoanálisis, es quizás la intención fundamental de este 
trabajo. Pero hay que destacar que el seminario de Lacan sobre 
la ética sólo es mencionado en algunos aspectos pero no aborda­
do cabalmente. En cambio tiene como referente principal a un 
hecho histórico del psicoanálisis en Brasil.
El resultado así obtenido, constituye un textoque es frontal 
y a prim a facie provocador en sus efectos. Es provocador de dis­
cusiones concernientes al psicoanálisis y convoca a revisar cier­
tos conceptos doctrinarios, eso nos hace preguntar: ¿invita a se­
parar la paja del trigo? Decimos esto porque hay temas que son
1. Allouch, Jean: Freud y después Lacan, edelp, Bs. As. 1995. 
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abordados de tal modo que dan la sensación de no reencontrar­
nos con el psicoanálisis establecido por las diferentes escuelas o 
institutos. Ese es otro aspecto de la lectura. No se trata de un Un- 
heimlich, sino que ése abordaje permite recorrer y recordar cual 
fue la práctica y la teoría utilizada por los analistas tanto de la 
IPA como también por algunos lacanianos.
Esto aún más porque cuestiona, en eso que reconocemos del 
psicoanálisis, cual es el modo para organizarse y sostenerse con 
escuelas o instituciones, que se crean con el fin de trasmitirlo y 
difundirlo. También por el modo de adjetivarlo y eso es a través 
de rasgos geográficos, como el psicoanálisis francés, americano 
o inglés. Otros podrían agregar: kleiniano, lacaniano o freudia- 
no. ¿Acaso Allouch propone otro psicoanálisis que el estableci­
do? En principio el estilo que emplea para el cuestionamiento de 
ciertas organizaciones psicoanalíticas, parecieran dirigidas a re­
velar un funcionamiento que no tiene en cuenta ciertos aspec­
tos de las doctrinas de Freud y de Lacan.
Este libro nos lleva a recordar que las instituciones psicoana­
líticas también se sostienen con escisiones y con refundaciones, 
al menos en Argentina. Entonces cabe preguntar si ellas serían 
causadas por una ética generalizada o sea una etificación del psi­
coanálisis.
También podemos relacionar el efecto provocador de la lectu­
ra con la evocación de las represiones sociales y las dictaduras en 
Argentina. Durante ese período existían palabras prohibidas y el 
psicoanálisis debía ajustarse a esa prohibición. A modo de ejem­
plo: una de esas palabras era “subversión”, de manera que para 
reunirse y trabajar el texto de Lacan “La subversión del sujeto” 
había que fabricar nuevas palabras que permitieran poder convo­
car. Otra palabra prohibida era “represión”, había entonces que 
hablar de “censura endopsíquica” . Aún hoy no existe un texto que 
de cuenta de aquella realidad ni del efecto que provocó tal censu­
ra en la práctica del psicoanálisis en la Argentina.
La transmisión y la historia del psicoanálisis parecieran tener 
en La etificación la ocasión de ponerse de relieve. El hecho his­
tórico tiene como escenario a las instituciones psicoanalíticas de 
Brasil y de la IPA. En febrero de 1997 en París, la Société Inter­
national d ’Histoire de la Psychiatrie et de la Psychanalyse y la Asso- 
ciationpour études freudiennes, convocaron para discutir un libro 
de Helena Besserman Vianna: Politique de la psychanalyse face á 
la dictature et a la torture2, donde trata un tema delicado para las 
instituciones psicoanalíticas. El libro tiene un subtítulo: “No ha­
ble con nadie” . Siendo el psicoanálisis el lugar de la palabra se­
mejante subtítulo desconcierta.
Lectura del libro de Besserman Vianna
La autora sitúa un hecho histórico del psicoanálisis de Brasil 
revelado en 1973 por la edición Cuestionamos 2, publicada en 
Argentina y dirigida por Marie Langer. En ese número se repro­
duce parte de un artículo publicado por el diario Voz Operaría 
perteneciente al Partido Comunista Brasileño. Allí se denuncia­
ba que un médico, Amílcar Lobo Moreira da Silva participaba 
en equipos de tortura. El artículo fue enviado a Marie Langer 
con una nota manuscrita que decía: Amílcar Lobo es un psicoa­
nalista en formación en la Sociedad Psicoanalítica de Río de Ja­
neiro. Esta nota no estaba firmada.
La reacción de las instituciones psicoanalíticas fue inmedia­
ta y defensiva, ellos decían que “ese caso estaba lejos de ser la re­
gla general” . La vertiente proteccionista terminó por radicalizar­
se a tal punto, que convirtió al caso Lobo en un problema 
institucional.
Siguiendo el relato que hace Besserman Vianna en su libro, 
los acontecimientos se desarrollaron del siguiente modo. El pre-
2. El libro fue publicado en Brasil en 1994. No hay traducción al castellano.
sidente de la IPA, Serge Levobici, se dirigió a David Zimermann, 
presidente de COPAL (Confederación Psicoanalítica de Améri­
ca Latina) quien a su vez se dirigió a Leao Cabernite, presidente 
de la SPRJ, (Sociedad Psicoanalítica de Río de Janeiro) y analis­
ta de Amílcar Lobo, con el fin de obtener información respecto 
de Lobo y del artículo publicado por Cuestionamos. La respues­
ta a la carta de Levobici fue concreta: “Amílcar Lobo a sido ca­
lumniado” . Reconocemos que por los movimientos que poste­
riormente se llevaron a cabo, S. Levobici creyó en las respuestas 
que le dieron las autoridades de la COPAL y de la SPRJ. Con lo 
que puede, por su acto, considerarse un error de parte suya, ya 
que al plegarse a esas conclusiones permitió que se produzca un 
giro fundamental en la investigación y que incluye de lleno a la 
IPA. Desde entonces las asociaciones psicoanalíticas aliadas bus­
caron los medios para desviar la atención puesta sobre Lobo. La 
estrategia utilizada era desviar la atención sobre el objetivo per­
seguido, sosteniendo una política que pretendía ahogar toda la 
información que comprometiera a la persona de Lobo y a la mis­
ma IPA. El argumento más poderoso que tenían era el de hacer 
creer que se trataba de “rumores” y “calumnias” hacia ciertas per­
sonas, y agregaban además que “en realidad, las verdaderas in­
tenciones de esos detractores, eran atacar al psicoanálisis mis­
mo”. Estas razones sirvieron para desviar la atención existente 
sobre Lobo. El interés se dirigió entonces hacia otro blanco, que 
pretendía encontrar la identidad de la autora de la nota manus­
crita y dirigida a Marie Langer. Como primera medida Leao Ca­
bernite pidió a expertos grafólogos las pruebas para reconocer las 
escritura anónima. Las conclusiones de esa investigación revela­
ron que Helena Besserman Vianna era la autora de la nota. Ella 
fue acusada de “calumniadora” por los Consejos de las dos So­
ciedades de Río. La designación de un culpable era la prueba ob­
jetiva que sirvió para desviar la atención del caso.
Ese fue el comienzo de una historia larga y compleja que du­
ra desde hace más de 25 años. Su desarrollo se sostuvo con los 
cargos que se hicieron entre el director del Instituto de enseñan­
za Ernesto La Porta y Leao Cabernite, quien adoptó posiciones 
de víctima y se defendió atacando. Los descargos fueron los ar­
gumentos utilizados por todos los integraban el etablisheman psi- 
coanalítico brasileño y de la IPA.
Ciertos grupos de analistas descontentos por los procedimien­
tos que se llevaban a cabo para develar el caso, comenzaron a reu­
nirse en asamblea con el fin de aclarar y acelerar la causa. Para 
ello se creó en 1980 el “Forum de debates” y también la “Orden 
de abogados de Brasil”, quienes publicaron una carta contenien­
do las declaraciones hechas ante la Comisión de los Derechos 
Humanos donde detallaba la participación de Lobo en los equi­
pos de tortura. En tanto que el “Consejo Federal de Medicina”, 
declaró que la deontología médica era incompatible con la tor­
tura. Respecto de Lobo se adoptaron algunas resoluciones, en­
tre ellas, la suspensión de su formación varias veces anunciada 
que sólo se logró en 1980, pero su expulsión definitiva de la So­
ciedad Psicoanalítica recién fue posible en 1993 y las razones ofi­
ciales que se dieron a conocer de ese alejamiento, reconocieron 
que eran por “causas de orden administrativo”.
Entre 1986 y 1989 Amílcar Lobo otorgó dos entrevistas pe­
riodísticas y publicó su autobiografía: A hora do Lobo a hora do 
carneiro3. Durante ese período se le prohibió a Lobo el ejercicio 
de la medicina y también a L. Cabernite, pero éste se defendió 
ante la justicia. Su sentencia fue revisada y modificada, obtenien­
do una pena de sólo un mes de prohibición en el ejerciciode la 
profesión médica.
Un grupo de analistas descontentos por estas resoluciones 
decidieron alejarse de la SPRJ para fundar el grupo Pro Etica
3. No hay publicación en español.
que se dedicaría a estudiar y difundir lo que consideran es la 
ética del psicoanálisis.
Conclusión
Los hechos históricos que Helena Besserman Vianna cuenta 
en su libro produce una lectura amena donde todo pareciera co­
rresponder y articularse. Su relato está organizado con persona­
jes buenos y malos. En su historia, leemos que los personajes bue­
nos eran acusados por los malos, y los malos primero estaban 
protegidos por las instituciones que los amparaban, pero luego 
serían apresados por sus propios amigos que finalmente los de­
jarían en libertad.
No obstante ese no es todo el relato de la autora, ya que si se 
lee minuciosamente el texto, otra lectura puede hacerse de él. 
Por ejemplo Helena Besserman Vianna no trasmite toda la in­
formación sobre los hechos que aborda o lo hace sólo a medias. 
Esto es evidente respecto de la nota anónima que dirige a Marie 
Langer, donde en ningún momento revelará la identidad de quien 
la escribió. En el libro leemos que fue ella la autora de dicha no­
ta, pero eso está dicho por otros, no por ella misma o ella tal vez 
lo diga porque no lo desmiente.
También ocultó toda información concerniente a la persona 
que dio la noticia al diario Voz Operaría acerca de ese hecho, só­
lo se sabe que Besserman Vianna hizo una referencia pública don­
de aludió a que se trataría de una analizante del mismo Amílcar 
Lobo. Al ocultar esa identidad ella ocupa o se superpone con 
aquella que habló. Los enmascaramientos y desplazamientos su­
cesivos que hemos relevado son los que condujeron a estas sus­
tituciones que se leen en el texto de Politique de la psychanalyse 
face a la dictature e ct la torture.
Tal como lo hace notar Jean Allouch, las sustituciones son el 
punto de partida que lo desligan de la clínica, perdiéndose con 
ello la experiencia del análisis. Entonces nos preguntamos ¿Qué
lugar ocupó Besserman Vianna en esta historia? En tanto que 
denunciadora, ella se sustituye a una exanalizante y en ese acto 
condena al caso, reenviándolo al olvido. De ese modo el caso 
queda ausente, y por lo tanto expuesto a un “idealismo moral”; 
allí mismo donde “la ética psicoanalítica ocupe el lugar del mé­
todo freudiano” 4. Este modo de relatar esa historia nos condu­
ce directamente a recordar el subtítulo elegido por la autora del 
libro: No hable con nadie.
4. J. Allouch, La etificación del psicoanálisis. Calamidad, Edelp, Buenos Ai­
res, 1997, pág. 11.
Apun es a propósito del libro de Jean Allouch
La etificación del psicoanálisis
Graciela Graham
Ante la propuesta de participar en una mesa redonda sobre el 
libro de Jean Allouch, aparecido recientemente, la primera refle­
xión fue, sobre la dificultad en la que me encontraba para interve­
nir sobre este libro, puesto que inevitablemente coloca a aquél que 
tome éste riesgo, de un lado o del otro. Es decir del lado de la éti­
ca o del lado del método; y ésta elección sería una elección forza­
ba. Se debería elegir forzosamente el método, con lo que obten­
dríamos un método desmochado de ética y le diríamos adiós a 
Antígona. Porque elegir la ética, implicaría de inmeditato quedar 
fuera del psicoanálisis, es decir caerse del campo freudiano.
Si fuera cierto, es decir si estuviera probado que ética y mé­
todo se excluyen mutuamente, y que la aseveración de Lacan a 
la que hace referencia J. Allouch en su libro1 “el psicoanalista 
no cede en su deseo” fuese solamente una aseveración acotada 
y circunstancial; y si dejar de lado a Antígona no volviera im­
practicable el psicoanálisis, como también sostiene J. Allouch 
en otra parte2; si esto fuera así, no se podría hacer más que un
1. J. Allouch, La etificación delpsicoanálisis. Calamidad, Edelp, Buenos Aires, 
1997, pág. 45
2. J. Allouch, “La OPA de la IPA”, en Fragments n° 11, publicación interna 
de la elp, París, 1989.
comentario, una reseña sobre el libro o quizas relatar las im­
presiones que su lectura causó en una lectora sudamericana que 
vivió una dictadura o dos.
La impresión más fuerte es el efecto provocador que produ­
ce el tratamiento de un caso de tortura, ya la palabra tortura pro­
voca en muchos de nosotros el efecto de la sal sobre la herida y 
esto no tiene relación con lo ideológico, no es la tortura de de­
recha o de izquierda, no es el método de la tortura aplicado por 
los buenos o por los malos.
Y luego un temor. ¿Qué efecto causaría este libro entre los 
analistas argentinos, especialmente en Buenos Aires?. Los lec­
tores, presos de las impresiones provocadoras del libro, dirían 
que J. Allouch justifica la tortura, podría incluso imaginar a 
estos analistas decir que la Escuela Lacaniana de Psicoanálisis 
reivindica la tortura.
Pero no, lo que el autor reivindica es:
“Yo reivindico poder decir que un torturador —o un cóm­
plice de torturador— dice la verdad cuando dice la verdad, se­
ñala algo pertinente cuando señala algo pertinente y, por supues­
to, poder decir que miente y se engaña o nos engaña cuando 
miente y se engaña o nos engaña; reivindico igualmente poder 
juzgar que una víctima —o que un simpatizante de una vícti­
ma— miente o se engaña o nos engaña cuando miente y se en­
gaña o nos engaña y, por supuesto, que dice la verdad cuando 
dice la verdad, señala algo pertinente cuando señala algo perti­
nente. Exactamente: reivindico poder proceder así sin ser inme­
diatamente calificado, en el primer caso, de cómplice del verdu­
go, y en el segundo, de simpatizante de la víctima. Yo reivindico 
poder disponer de un poco de aire en la trama cerrada de los jui­
cios éticos, poder juzgar en un plano distinto a ese.”3
3. J. Allouch, La etificación del psicoanálisis. Calamidad, Edelp, Buenos Aires, 
1997, pág. 23.
Esta reivindicación que el autor hace fuertemente y en pri­
mera persona, me reencuentra con Antígona. ¿Acaso esta reivin­
dicación no tiene carácter ético?
. que mi hermano sea todo lo que vosotros queráis, el cri­
minal, aquel que ha querido incendiar los muros de la patria y 
conducir a los compatriotas a la esclavitud, quien ha llevado a 
los enemigos alrededor del territorio de la ciudad, pero al fin él 
es lo que es . .. podéis relatarme lo que quieras, que uno es el 
héroe, el amigo, y el otro el enemigo; pero yo les respondo es­
to: para mí las cosas se juzgan de otra manera” . 4
¿Pero porqué sería necesaria tanta argumentación para exponer 
delante de aquellos, que supuestamente interpelarían a la escuela, 
por la aparición de este libro?. En este punto caí en la cuenta que 
la persecución estaba ya allí nuevamente produciendo sus efectos.
Ahora bien ¿no se dificulta el ejercicio del método en la perse­
cución? ¿no se hace difícil, y hasta a veces imposible, la práctica 
del método freudiano en ciertas circunstancias? Ejemplos hay mu­
chos: había palabras prohibidas como “subversión”, lo que hacia 
difícil reunirse alrededor de ese escrito de Lacan “La subversión 
del sujeto”. La dificultad de militantes políticos o de derechos hu­
manos para encontrar el analista a quien dirigir su demanda. La 
posición del analista que recibía a alguien perteneciente a los ser­
vicios de seguridad por temor a rechazarlo.
Sería un ejercicio importante llegar ha hacer caso de alguno 
de eso ejemplos; y entonces demostrar a partir de un caso que en 
condiciones como esas, los elementos del método “asociación li­
bre”, “interpretación” y “función secretarial” son posibles. ¿O po­
dría surgir, como en el caso de Leo Strauss y tantos otros, que se
4. J. Lacan, seminario La ética del psicoanálisis, sesión del 8 de junio de 1960, 
Paidós, Barcelona, 1988.
trate de responder a la persecución, no de la letra sino de su fal­
ta, de una manera que parecería cercana a la iluminación?
Si la iluminación tiene que ver con la falta de pruebas, y el no 
advenimiento de estas hace a la especificidad del modo de la ilu­
minación; creopoder afirmar que algo de ese orden acontecía en 
los tiempos de la dictadura. El tristemente famoso “por algo se­
rá”, podría tener relación con: “algo habrá hecho, no hay prue­
bas pero ya llegarán”.
Quizá el caso Amílcar Lobo tendría que incluir en su diluci­
dación la situación persecutoria en la que se encontraban todos 
sus protagonistas, y los efectos que esta situación crea, es decir 
los modos de respuesta que se fabrican. ¿No se explicaría quizás 
mejor algunos anónimos, algunas imprecisiones de la historia, 
algunos blancos, algunas acusaciones sin prueba?
“Curiosamente quien se encuentra atrapado por una ilumi­
nación sin prueba, se encuentra el mismo parecido a la KGB; 
acusa sin pruebas ... la KGB permanece a la vez incomprensi­
ble y semejante a aquellos a los cuales persigue. El punto de in- 
compresibilidad es absolutamente importante y general.” 5
Ahora bien, el libro de Besserman Vianna apareció luego de 
la dictadura, y el acontecimiento escandaloso que J. Allouch re­
lata en su libro, sucedió en París a principios de 1997. Es cierto, 
pero se trata de la IPA y de las instituciones que se desprendie­
ron de ella en los años ’70 en latinoamérica. Este acontecimien­
to parece más relevante porque toma estado público, toca el pun­
to álgido de los derechos humanos, y puede traerle un descrédito 
a esa institución en esta sociedad supuestamente democrática en 
la que hoy vivimos.
5. J. Allouch, “Interpretación e iluminación”, en Revuedu littoraln0 31/32, 
EPEL, París, 1991.
Entonces, nos estamos ocupando de la calamidad que signi­
fica la adjetivación (para J. Allouch esta adjetivación es ética) de 
la palabra analista por el adjetivo torturador. Pero sí se puede tra­
tar de otro sintagma: “psicoanalista médico”. No olvidemos que 
hasta no hace mucho tiempo la IPA no aceptaba entre sus can­
didatos a psicólogos, sólo los médicos estaban habilitados para 
recibir formación analítica, es decir análisis individual, semina­
rios y supervisión; cada una de estas actividades tiene una canti­
dad de horas estipuladas de antemano, si se quiere acceder el tí­
tulo de “psicoanalista” . Estas instituciones consideraron siempre 
al psicoanálisis como una profesión y el “psicoanalista” como un 
título, que como tal, podría ser acompañado por cualquier ad­
jetivo que conviniera: “psiconalista infantil”, “psicoanalista de 
grupo”, “psicoanalista de pareja”. ¿No es esto ya una calamidad? 
¿No tiene esto también relación con lo ideológico? ¿Porqué pe­
dirle a la IPA que respecto del caso Amílcar Lobo procediera de 
distinto modo que en los ejemplos anteriores?
Llegado este punto, creo que se puede efectivamente desligar 
este asunto de toda localización geográfica, y relacionarlo direc­
tamente con el “psicoanálisis de la institución oficial” en latinoa- 
mérica y en cualquier lado.
Entonces si acordamos con J. Allouch que la especificidad del 
método freudiano, delimita el campo freudiano6; campo que fue 
trazado por Freud, y unido al nombre da Freud por Lacan en 
1964, en su seminario Los fundamentos del psicoanálisis-, y si mé­
todo y ética se excluyen mutuamente, entonces las instituciones 
y los analistas involucrados en el caso Lobo ¿se cayeron del cam­
po freudiano? No están dentro del campo aquellos que hacen del 
psicoanálisis profesión (salvo que se tratara de profesión deliran­
te, como las llamaba Valery). Si seguimos fielmente estos enun­
ciados, el campo queda bastante despoblado.
6. J. Allouch, Freud, y después Lacan, Edelp, Buenos Aires, 1994.
No es en tanto psicoanalista que Amílcar Lobo es torturador, 
como no es en tanto psicoanalista que Freud le responde a Max 
Eastman, ante la pregunta: — "¿Qué es usted politicamente?” , 
respuesta: — “Politicamente, no soy nada”; o que la señora Bes- 
serman Vianna milita en los derechos humanos.
Es en tanto torturador que Lobo tortura, y en tanto tal ha­
ce dupla, pareja, con el torturado, lo que J. Allouch llama ver­
dugo y víctima, preguntándose a renglón seguido7: ¿por qué 
llamamos a los simpatizantes del verdugo “cómplices” y a los 
de la víctima “simpatizantes”? ¿esta última no es una valora­
ción ética que hace el cristianismo, en relación al valor que se 
le concede al sufrimiento?
Creo que en realidad no se trata del acto mismo de la tortu­
ra, sino de la tortura como método ejercido en distintas partes 
del mundo, con fines totalmente distintos. Quizá no habría que 
considerar esto en un plano simplemente ideológico; la tortura 
es un delito la aplique quien la aplique y se aplique sobre quien 
se aplique. Claro que si el torturado es un delincuente podrá te­
ner cómplices; se es cómplice de un delito y simpatizante de una 
idea política, pero se trata sólo de un lenguaje jurídico.
Y si no es en tanto psicoanalista que Lobo es torturador, 
tampoco es en tanto tal que se lo condena; puesto que en tan­
to psicoanalista sólo sería señalable en el momento del acto y 
en forma negativa.
Además si la tortura es un método, es por supuesto imposi­
ble la aplicación de dos método en forma simultánea, un méto­
do excluye lógicamente al otro. La exclusión del método freu- 
diano entonces hace impracticable el psicoanálisis. La tercera 
sustitución que marca J. Allouch al principio del libro, la de la 
ética por el método, es la que no permite que sea tomado el ca­
so Lobo justamente como eso, como un caso.
7. J. Allouch, La etificación .pág. 24. 
46
D isc u sió n
RAQUEL CAPURRO: Quería retomar algunos puntos lanzados en 
el panel y en particular algo que señalaron, y que tiene que ver 
con el sintagma “psicoanalista-torturador” . Este libro que me pa­
reció removedor por muchas cosas, entre otras porque está la dis­
yunción entre método-ética, pero también porque me hizo pen­
sar en cosas que circulan sobre todo en esta última década, y es 
sobre lo que quisiera volver en este momento, retomar lo del sin­
tagma “psicoanalista-torturador” . Me parece que cuando J. 
Allouch interroga, ¿quién dijo eso? es porque la respuesta a esta 
pregunta decide la pertinencia o no del sintagma. Me parece que 
en el panel sostenían que nunca es pertinente el sintagma por­
que el analista no puede ser calificado más que por su acto.
Creo que lo que J. Allouch interroga y muestra, y que está fa­
llido en el libro de Besserman Vianna, es que no se constituye el 
caso, un caso, sino que derivamos de una situación de persecu­
ción política a una situación de persecución institucional. Pasa­
mos de la tortura practicada como método de terrorismo de es­
tado al problema de la persecución dentro de la institución, y 
finalmente al reconocimiento por un título, de alguien como psi­
coanalista o no, al debate sobre la práctica de esa persona, lo cu¿l 
es un problema absolutamente menor, incluso desde el punto de 
vista político, respecto de lo que pasaba en ese momento.
Entonces si la pregunta esa es pertinente es porque sí había 
un analizante en juego que había reconocido a su analista en ese 
torturador. Entiendo que es porque podía de esa manera identi­
ficar un modo de practicar el psicoanálisis, que de alguna forma 
podía ser homologa a la práctica de la tortura, y por lo tanto eso 
calificaba de una cierta manera su análisis.
No es que era por un lado el método de la tortura y por el otro 
el método analítico; podía suceder que en este caso era la misma 
cosa y eso es lo que no se puede aclarar. Eso es lo que el libro 
muestra, que el trabajo de Besserman Vianna al poner el acento
en la institución, al hacer una historia de todos los tejes y mane­
jes de la IPA, desvía desde el punto de vista político y desde el 
punto de vista analítico y yo creo que una de las cosas fuertes del 
libro es que plantea justamente la importancia de no evacuar nin­
guna de estas dos dimensiones.
Hay un caso que ocurrió en Montevideo, que conmovió un 
poco a la opinión pública montevideana y es el caso de un sacer­
dote torturador. Torturador no al servicio del estado, sino tortu­
rador por cuenta propia en una comunidad que fundó. Este sa­
cerdote al

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