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UNIVERSIDAD NACIONAL 
AUTÓNOMA DE MÉXICO 
 
FALCULTAD DE ESTUDIOS SUPERIORES 
ACATLÁN 
 
 
EL LENGUAJE Y LA ACTITUD FRENTE AL CONOCIMIENTO 
DENTRO DEL PROCESO ENSEÑANZA-APRENDIZAJE 
-Un eco desde Platón hasta nuestros días- 
 
TESIS 
 
QUE PARA OBTENER EL TÍTULO DE 
LICENCIADO EN FILOSOFÍA 
 
PRESENTA: 
 
VARGAS SALAZAR RODRIGO VICENTE 
 
Asesor: Dr. Antonio Marino López 
 
Santa Cruz, Acatlán, Edo. de México 
Mayo de 2017. 
 
UNAM – Dirección General de Bibliotecas 
Tesis Digitales 
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1 
 
EL LENGUAJE Y LA ACTUTUD FRENTE AL CONOCIMIENTO 
DENTRO DEL PROCESO ENSEÑANZA-APRENDIZAJE 
-Un eco desde Platón hasta nuestros días- 
 
 
 
 
 
 
 
CONTENIDO TEMÁTICO/ ÍNDICE 
 
 
 
 
Introducción . . . . . . . . . . 3 
 
Capítulo 1. Presentación del diálogo Cratilo y 
exposición de las teorías naturalista y convencionalista del lenguaje. . 9 
1.1 Presentación del diálogo . . . . . . . . 9 
1.2 Exposición y crítica de la teoría convencionalista. . . . . 12 
1.2.1 Presentación (argumentos a favor § 384d – 384e). . . . 12 
1.2.2 Refutación (argumentos en contra § 384e – 390e). . . . 13 
1.3 Exposición y crítica de la teoría naturalista . . . . . 17 
1.3.1 Presentación (argumentos a favor § 427d – 428d). . . . 17 
1.3.2 Refutación (argumentos en contra § 428d – 435d). . . . 19 
 
Capítulo 2. Síntesis y conciliación de las dos posturas. . . . . 23 
2.1 Insuficiencias de ambas teorías al dar razón 
de la relación mundo-lenguaje. . . . . . . . 24 
2.2 Las teorías no son excluyentes una de otra, 
si no que se complementan. . . . . . . . 27 
 
Capítulo 3. El lenguaje y el aprendizaje (§ 435d – 440e). . . . . 31 
3.1 La enseñanza presupone aprendizaje . . . . . . 33 
3.2 Los límites del lenguaje como medio de enseñanza. . . . . 34 
 
2 
 
Capítulo 4: La actitud frente al conocimiento 
y el proceso enseñanza-aprendizaje. . . . . . . . 36 
4.1 La actitud: una decisión personal. . . . . . . 37 
4.2 La actitud dogmática . . . . . . . . . 41 
4.3 La actitud filosófica. . . . . . . . . . 45 
4.4 La indiferencia. . . . . . . . . . 51 
4.5 La intención. . . . . . . . . . . 55 
4.6 ¿En qué deriva el conocimiento según 
la actitud que se tome frente a él dentro del proceso de enseñanza? . . 59 
 
Capítulo 5. Conclusiones . . . . . . . . 68 
5.1 Breve apología de la educación y la actitud filosófica. . . . 72 
 
APÉNDICES 
A. Reflexiones en torno al lenguaje 
 y sus diferentes manifestaciones. . . . . . 79 
B Sobre la importancia del lenguaje 
 en la educación de nuestros días. . . . . . . 82 
 B.1 La educación presencial 
 y la educación a distancia . . . . . . . 85 
 
BIBLIOGRAFÍA . . . . . . . . . . 90 
 
3 
 
EL LENGUAJE Y LA ACTUTUD FRENTE AL CONOCIMIENTO 
DENTRO DEL PROCESO ENSEÑANZA-APRENDIZAJE 
-Un eco desde Platón hasta nuestros días- 
 
INTRODUCCIÓN 
 
El hombre está inmerso en un mundo, un mundo que le pone en contacto con las cosas y 
otros seres, animados e inanimados, humanos y no humanos. Un mundo que le sitúa en una 
sociedad y una cultura; con ciertas ideas, ciertos valores y ciertas creencias; y con un 
lenguaje como modo de expresión y comunicación entre los individuos que forman parte de 
esa comunidad. Todo quehacer del hombre dentro de la cultura recae en el lenguaje. Desde 
que nacemos, a los pocos meses, se nos enseñan los primeros balbuceos, las primeras 
palabras, señas y gestos, para poco a poco ir conformando un lenguaje y un vocabulario 
mucho más extenso; y acaso adquirir cierto grado de conciencia respecto a lo que decimos y 
nos dicen, en tanto que más o menos nos vamos familiarizando con el sistema gramatical, 
los fonemas, la semántica, los símbolos, los gestos y demás elementos propios del lenguaje 
de nuestra cultura. 
 
Hemos dicho que nacemos ya dentro de una comunidad con una cultura y un lenguaje 
dados; y que aquello que tiene que ver con la vida humana tiene que ver de algún modo con 
el lenguaje. De cierto modo el lenguaje sirve para enseñar el mundo y para aprenderlo. En un 
principio, debido a la inmadurez e inexperiencia de nuestro pensamiento, podemos aceptar 
en la infancia todo aquello que nos dicen los demás como si fuera algo verdadero, pues no 
tenemos plena conciencia de la distinción entre lo verdadero y lo falso, entre lo real y lo 
ficticio. Así, por ejemplo, el niño puede creer que la luna es de queso sólo porque su mamá o 
su maestra se lo dicen bromeando; o al ver una película, puede también asustarse y pensar 
que los monstruos vendrán a espantarlo por las noches, sin poder distinguir la verdad de algo 
que le es dicho. 
 
Conforme se desarrolla el pensamiento y la visión se vuelve más amplia, podríamos decir 
casi por sentido común, que la luna no es de queso. Puede parecer evidente, si nos dicen 
que la luna es de queso y luego la apuntamos con un telescopio e investigamos un poco 
4 
 
sobre astronomía, podemos más o menos constatar que no es así, que la luna, según la 
astronomía, es un cuerpo celeste más dentro del orden del Sistema Solar. Sin embargo, la 
cosa se complica, por un lado, dependiendo de qué tan evidente sea aquello que nos están 
diciendo y qué tan fácil pueda ser comprobarlo por nosotros mismos o no; por otro lado, 
depende de la actitud que cada quien tome frente a eso que le es dicho. 
 
Respecto a qué tan evidente pueda ser aquello que nos dicen y qué tan fácil pueda ser 
comprobarlo por nosotros mismos, reflexionemos con el ejemplo anterior. Si al niño le dicen 
que la Luna es de queso y luego ve una caricatura infantil en la que, efectivamente, esta se 
puede comer a mordidas. Seguramente el niño espectador quedará contagiado por lo que 
observan sus ojos y puede pensar que así es en realidad, más no así al adulto. Sin embargo, 
luego vemos las primeras imágenes del hombre en la Luna y finalmente un documental de la 
NASA o de la Estación Espacial Internacional con fotografías y videos de la superficie de 
algún satélite que orbita a la Luna casi casi con transmisión en vivo y de alta definición, 
¿cómo podemos estar seguros cuál es la verdadera opinión, cuál es en todo caso la imagen 
real de la Luna? 
 
Evidentemente (a menos que seamos astronautas) no podemos viajar a la Luna para 
constatar con nuestra vista y nuestro tacto la sensación de su superficie ni sentir la 
ingravidez que nuestro cuerpo supuestamente experimentaría. Al crecer, el niño puede darse 
cuenta que la caricatura que solía mirar no era sino ficción y el adulto (salvo que padezca 
alguna patología mental o neuronal) no creerá que la Luna sea de queso. Pero ¿acaso el 
documental y los videos e imágenes del hombre caminando en la Luna son evidencia 
suficiente para asegurar que esa es la Luna real? Puedo pensar que fueron hechos reales y 
que los acontecimientos sucedieron tal como la televisión o el internet los muestra; o puedo 
suponer que fueron hechos en unos estudios de grabación de Hollywood con la mejor 
tecnología y los mejores efectos especiales de aquella época. 
 
Aquí es donde se nos aparece esa otra cuestión que determina que tan fácil o difícil pueda 
ser descubrir la verdad o falsedad de lo que nos es dicho, a saber: la actitud que asumimos 
frente a eso que se nos dice. Frente a esta problemática se alcanzan a distinguir tres tipos de 
actitud por destacaro, lo que es lo mismo, tres disposiciones de ánimo hacia el 
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conocimiento. La primera, una actitud dogmática en la cual acepto como verdad todo lo que 
me dicen sin cuestionarlo o ponerlo en duda, ni reflexionar sobre aquello que me enseñan o 
me hacen ver otros; y, tal como el niño, creo que la luna es de queso, o que el próximo 
presidente o algún otro político no va a ser injusto ni fraudulento sólo porque lo promete en 
un elaborado discurso público que seguramente lleva consigo muchas otras intenciones 
excepto la verdad, el bien o la justicia. Así también puedo aceptar algún tipo de precepto 
religioso o espiritual, o cualquier tipo de conocimiento o doctrina como revelación de la 
verdad, o de alguna verdad en particular y sin analizarlo, sin investigarlo, no lo cuestiono y lo 
asumo como parte de mí realidad. 
 
La segunda actitud o disposición de ánimo la llamaré una actitud crítica o filosófica, en la cual 
no se toma todo lo que se ve y lo que se escucha (o lo que se lee) como algo verdadero y 
acabado, o como el único modo de interpretar algún asunto, sino que uno es capaz de 
interpretar, analizar y poner lo que le enseñan en tela de juicio, no por el simple hecho de 
dudar y llevar la contraria, sino movido por un deseo de conocer la verdad respecto de algo, 
por una cierta pasión o amor al saber. Esta actitud involucra varios procesos como reconocer 
que una opinión o una interpretación de alguien en particular es tan sólo una entre cientos y 
miles (o cientos de miles) que puede haber en torno a un solo tema, y que puede que sea 
una o varias (¿o acaso ninguna?) las que tengan la razón sobre un determinado asunto. Así 
mismo, se involucra también ese interés que surge por querer conocer el auténtico ser de las 
cosas; interés que puede ser tan grande como para movernos a la investigación y a la 
reflexión por el simple hecho de comprender. 
 
La tercera actitud de la que hablaré será la indiferencia, pues si bien no se toma una actitud 
dogmática ni la filosófica (ni alguna otra) caemos efectivamente en la indiferencia, en la cual 
puede ser que, o bien me estén diciendo una gran y terrible mentira, o bien y ya sea que me 
estén diciendo la más grande revelación de todos los tiempos, sea como fuere en la 
indiferencia me da igual, pues simplemente no me importa lo que me están diciendo, al fin y 
al cabo vivimos en el torbellino de la fatal casualidad o en un profundo egoísmo. O peor aún, 
puede ser que tenga la certeza de que me están queriendo engañar y aun así no haga nada 
al respecto, simplemente me da igual caer víctima del engaño. Parece ser clara la distinción 
entre una actitud dogmática y la total indiferencia, una evoca una seguridad basada en un 
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dogma, la otra conduce al absurdo, veremos en el transcurso como ambas desembocan en 
consecuencias nefastas para la educación, la política y otros asuntos de la vida humana. 
 
Ahora bien, para realizar esta indagación en torno al lenguaje, al conocimiento y a la actitud 
que se toma frente a él dentro del proceso educativo, utilizaremos como pretexto el diálogo 
platónico Cratilo, pues en él se explora esta cuestión del lenguaje, desde la problemática de 
cómo se relacionan las palabras con las cosas; ahí se nos presentan dos teorías 
fundamentales que tratan de dar respuesta a dicha interrogante, a saber: la teoría naturalista 
y la teoría convencionalista. Ambas teorías tienen sus alcances y sus límites al momento de 
explicar la relación entre la palabra y la cosa, en otras palabras, en la relación mundo-
lenguaje. Ambas tienen sus supuestos y sus consecuencias que, en última instancia, cómo 
comprendamos el lenguaje y su relación con el mundo, determinará en gran medida nuestra 
propia actitud y relación con el conocimiento y con el mundo. Pues, aunque muchas veces no 
nos demos cuenta, el lenguaje (en sus diferentes modos de ser) sí permea en todos los 
ámbitos de la vida humana, salvo que sea el caso de un ermitaño que viva aislado del 
mundo, pero incluso así podríamos pensar, yendo un poco al extremo, que el ermitaño haría 
uso de algún lenguaje interno para hablar consigo mismo en el discurrir de su pensamiento, 
por ejemplo. 
 
En fin, la cuestión que aquí nos interesa es ver cómo nuestra comprensión del lenguaje 
determina en cierto sentido nuestra relación con el mundo y cómo influye en gran medida en 
todo el proceso enseñanza-aprendizaje, dependiendo también de la actitud que se tome 
frente al conocimiento tanto por parte del maestro, como por parte del aprendiz. Así, el 
Cratilo será solamente un pretexto para analizar estas dos posturas que se presentan 
respecto a la relación de las palabras con las cosas, o del pensamiento con la realidad. 
Apelando al aspecto dramático del diálogo, no se logra decir que una u otra teoría tenga la 
razón, Sócrates termina llevándolas a ambas a la aporía. Y aunque aparentemente una 
cancela la otra, también es válido pensar que no se excluyen o se cancelan mutuamente, 
sino que se complementan entre ellas para darnos una visión y una comprensión más amplia 
respecto al lenguaje, el mundo y respecto a nosotros mismos como seres humanos inmersos 
en el lógos, siendo lógos. 
 
7 
 
Me parece interesante el estudio de esta cuestión puesto que veo en ella, por un lado, que 
quizá, dependiendo de la comprensión que tengamos sobre qué es el lenguaje y qué 
importancia tiene éste en el proceso enseñanza-aprendizaje, podamos llevar a un mejor 
logro dicho proceso. Por otro lado, también la disposición de ánimo con la que tanto aprendiz 
y maestro, estudiante y profesor se involucran en ese flujo de conocimiento, determinará en 
gran medida si los resultados que se obtengan serán fértiles o infértiles en ese ámbito. La 
comunicación y el conocimiento es algo que se impregna en la vida de todo ser humano, bien 
por naturaleza o bien por necesidad, de cualquier modo, considero que vale la pena 
reflexionar acerca de la importancia del lenguaje en la vida humana y sobre nuestros 
modelos y métodos pedagógicos actuales desde esta mirada filosófica. Por lo que creo que 
es importante cuando menos formarnos una idea más clara al respecto de estas cuestiones. 
 
Además de lo ya mencionado, existe otro problema relacionado con la subjetividad del 
lenguaje, ya que, en efecto, en la vida cotidiana se observa que muchas veces las personas 
lo utilizan indiscriminadamente para su conveniencia, lo deforman o lo corrompen, ya sea 
debido a su contexto, su educación o alguna deficiencia fisiológica o psicológica, que deriva 
en una progresiva degeneración del lenguaje de sus significados más propios a los más 
impropios, cayendo en el error y la falsedad. Casi siempre lo anterior implica una cierta 
intencionalidad al emplear el discurso, una actitud frente al uso que se puede hacer de este, 
ya sea para mostrar mediante la palabra algo verdadero o mostrar algo falso; o bien, bajo el 
influjo de un afán de dominio, puede usarse el lenguaje sólo para querer convencer o para 
persuadir y ganar el control de una discusión o alguna ventaja personal en alguna situación. 
 
En todo caso, sea cual fuere la postura del maestro, será la actitud que el aprendiz tome 
frente éste, frente al conocimiento y frente a sí mismo, la que puede desembocar en un 
dogma que se transmita mecánicamente de generación en generación por los siglos de los 
siglos; o bien, puede desembocar en una reflexión más concienzuda que mueva al alumno a 
la investigación y a un pensamiento más profundo y crítico, hacia un aprendizaje auto dirigido 
en la búsqueda de la verdad y con aprendizajes significativos que no serán meros 
aprendizajes memorísticos, sino verdadero conocimiento suficientemente argumentado, bien 
entendido, comprendido y del cual podemos hallar relación y utilidad en la vida diaria de 
forma individual y colectiva. 
8 
 
 
La educación, en sentido filosófico, justamente va más allá, pues noha de limitarse sólo a 
enseñar como mera transmisión de datos a la memoria, sino que ha de mover a investigar, a 
poner en cuestión o analizar aquello que se ha enseñado o se ha aprendido, así como 
también las creencias propias y vitales. De modo que debemos realizar una revisión en los 
fundamentos de éstas en nosotros mismos y en la sociedad, lo cual nos salva de una postura 
dogmática; además de favorecer el despertar de la conciencia y el conocimiento de uno 
mismo bajo una suerte de educación al estilo socrático bajo el oráculo imperativo de 
‘Conócete a ti mismo’. Evidenciando, además, el carácter no definitivo del saber humano. 
 
9 
 
Capítulo 1. Presentación del diálogo Cratilo 
y exposición de las teorías naturalista y convencionalista del lenguaje. 
 
1.1 Presentación del diálogo 
 
El diálogo de Platón Cratilo, versa sobre el lenguaje o la rectitud de los nombres; en otras 
palabras, el tema central del diálogo es la situación de los nombres (o del lenguaje en 
general) frente a la antítesis naturaleza–convención [physis-nomos], es decir: ¿En qué 
consiste la verdad o la rectitud de los nombres, en la naturaleza misma de las cosas o en el 
acuerdo que se pueda establecer entre varios individuos respecto a cómo nombrar algo? 
Comienza con Hermógenes preguntando a Cratilo si está de acuerdo en incluir a Sócrates en 
la conversación. Hermógenes, por su lado, sostiene la idea de que los nombres son una 
convención impuestos con un previo acuerdo, mismo que puede cambiar entre unos 
individuos y otros según sea su voluntad. Por otro lado, Cratilo sostiene la postura de la tesis 
naturalista al afirmar que todo tiene un nombre naturalmente correcto, de acuerdo a la 
naturaleza de cada cosa. 
 
Ahora bien, no me parece una casualidad que Platón, atendiendo al aspecto dramático del 
diálogo, haya elegido utilizar e iniciar el diálogo con el nombre de Hermógenes, cuyo 
significado se relaciona en cierto sentido con la descendencia de Hermes, el olímpico 
mensajero de los dioses, que nos remite de inmediato a pensar en la hermenéutica, como la 
interpretación de aquella palabra divina. De modo que podemos pensar que más que ser un 
hecho aislado o una ocurrencia de Platón, sea más bien una sutil invitación a leer el diálogo 
bajo la mirada del hermeneuta, con la suficiente apertura y disposición de ánimo para realizar 
la labor interpretativa frente a las cuestiones y argumentos que se tocan a lo largo del 
diálogo. Aunado a ello, es el pretexto ideal para comenzar una disertación en torno al 
lenguaje y la rectitud de los nombres, al no corresponder el nombre con aquel a quien 
nombra (aparentemente), pues según se dice en la conversación, Hermógenes no es tal 
como su mismo nombre lo sugiere. 
 
Otro hecho que me parece digno de resaltar es el hecho de que la primera frase del diálogo 
sea de Hermógenes tratando de establecer un acuerdo con Cratilo, al preguntarle si acepta 
10 
 
comentar también con Sócrates su discusión en torno a la rectitud de los nombres. Tomando 
en cuenta que uno sostiene el naturalismo y otro el convencionalismo, lo anterior podría 
verse como una invitación más de Platón para pensar que, más que excluirse, ambas teorías 
deben dialogar entre sí mediante un intermediario, que en este caso es Sócrates, quien 
asegura que nada de lo que se dice es producto de su saber, pues él sobre dichas 
cuestiones se considera ignorante; empero, se muestra en buena disposición para analizar al 
modo del dialéctico (es decir, preguntando y ellos respondiendo) asumiendo la postura tanto 
de uno como de otro, llevándolas al extremo y hasta a una aparente exclusión. En distintos 
momentos, todo a lo largo del diálogo, Sócrates va argumentando tanto a favor de una 
postura como de la otra, hasta que finalmente la conversación lleva a ambos a aceptar que 
tanto naturalismo necesita convención para nombrar, como la convención reposa sobre una 
suerte de esencia natural de las cosas que permanece y que permite que sean lo que son 
para poder nombrarlas y comunicarlas. 
 
El diálogo se puede dividir en tres momentos. En un primer momento Hermógenes y Cratilo 
acuerdan involucrar a Sócrates en su discusión y éste, junto con Hermógenes, explora en 
qué sentido la rectitud de los nombres consiste en el convenio o el acuerdo que se realice en 
cuanto al nombre y aquello que nombra; y la refuta mostrando hasta qué punto, para lograr 
un acuerdo sobre qué nombrar y cómo nombrarlo, es necesario que exista una naturaleza o 
esencia de las cosas -si atendemos al lenguaje como medio de comunicación-, y que el 
nombre, aunque sea impuesto por común acuerdo, debe adecuarse a dicha naturaleza para 
poder comunicar lo que la cosa es. 
 
El segundo momento del diálogo consiste en un análisis etimológico que Sócrates lleva a 
cabo para mostrar la rectitud natural de los nombres en la lengua griega, argumentando que 
los nombres, incluso en sus elementos básicos (las letras), deben adecuarse a la naturaleza 
de las cosas; de tal suerte que hay ciertas características de la naturaleza de las que las 
letras y los nombres son imagen, como la ρ (gr. Ro) que, según se dice, representa el 
movimiento y la traslación, además de sonidos fuertes, de modo que la ρ (la letra ‘R’ 
atendiendo a nuestra propia lengua) estaría bien dicha en palabras como guerra, carro, 
perro, arte, por mencionar algunos ejemplos que involucran implícitamente esa idea de la 
fuerza y el movimiento. Tal es el segundo momento del diálogo que, no abordaremos aquí 
11 
 
con profundidad; sin embargo, sí se tomará en cuenta considerando el diálogo en su 
totalidad para la las reflexiones que aquí se pretenden plantear. 
 
En el tercer momento del diálogo Cratilo entra por fin en la conversación y explora junto con 
Sócrates esta vez la tesis naturalista y cómo es que la rectitud del nombrar consiste en que 
el nombre sea un reflejo de la esencia de las cosas y en qué medida; luego la refuta 
mostrando hasta donde llegan los límites del lenguaje como imitación de la realidad y que 
para lograr su función comunicativa es necesario formular cierto acuerdo en relación al 
nombre y lo nombrado. Sócrates sugiere que el lenguaje es natural en la medida en que le es 
natural el habla al hombre según su propia naturaleza, pero en cuanto al significado 
simbólico es convencional. Al concluir la refutación Sócrates sugiere que tanto puede que las 
cosas sean así como las examinaron, como puede que no sean así, sino de otro modo; 
invitando a sus amigos a seguir indagando y no aceptar nada a la ligera, pero mostrando una 
buena disposición para seguir aprendiendo si posteriormente alguien, habiendo descubierto 
algo al respecto, quisiera enseñárselo. 
 
Esa es, a grandes rasgos, la estructura unitaria del diálogo. Para los fines que aquí interesan 
nos enfocaremos a la primera y última sección, que tienen que ver con la presentación y 
refutación de ambas posturas, con la intención de mostrar cómo es que se complementan 
mutuamente, ofreciendo una visión, si no acabada, por lo menos sí más amplia respecto a la 
relación palabra-cosa o lenguaje y realidad. Podemos pasar entonces a la exposición crítica 
de ambas posturas. 
 
12 
 
1.2 Exposición y crítica de la teoría convencionalista. 
 
1.2.1 Presentación (argumentos a favor § 384d – 384e). 
 
Esta postura es defendida por Hermógenes cuando dice que a él no le parece que la rectitud 
natural sea otra distinta que la convención o el acuerdo; y que cada nombre que alguien 
ponga a una cosa es correcto, aún si lo cambia en seguida por otro dejando a un lado el 
anterior, sigue siendo igualmente correcto éste que aquél, de modo que son exactos todos 
los nombres que puede recibir una misma cosa con la única condición de que tal o cual 
nombre sea aceptado por común acuerdo. Y sostiene al inicio que “no hay en absoluto 
ningún nombre que convenga por naturaleza a ninguna cosa concreta, sinopor ley y 
costumbre de los que adquieren el hábito de hablar”1. Con ello podemos ver que, de entrada, 
se rechaza la tesis naturalista, pues si pensamos que no existe una cosa tal como ‘la 
naturaleza de las cosas’ y no se nos manifiesta dicha naturaleza o esencia, entonces las 
cosas y los nombres pueden cambiar y variar tanto como se quiera, siendo igualmente 
exactos todas las veces. Igualmente vemos que se sugiere la idea de que hablar es un 
hábito, de modo que es una práctica constante en nuestra vida cotidiana, es un modo de 
nuestro habitar el mundo. 
 
Más adelante, en el parágrafo §385e, Hermógenes admite que cada cosa puede tener tantos 
nombres como se le quieran atribuir, pues a cada quien le es permitido atribuir un nombre a 
cada cosa, así como a lo que aquí en nuestra lengua llamamos perro y en la lengua inglesa 
se dice dog, o en alemán Hund, y así en todas las distintas lenguas; todos esos nombres 
nombran un mismo modo particular de ser: el ser perro, y cada uno dicho en la comunidad en 
la que se habla su respectiva lengua, es igualmente correcto. Esta postura tal como lo 
sugiere Sócrates, parece tener su fundamento en la doctrina de Protágoras, según la cual: el 
hombre es la medida de todas las cosas, de modo que “tal como a mí me parecen las cosas, 
así son para mí, y tal como a ti te parecen, así son para ti”2. Bajo esta perspectiva, los 
nombres son simples etiquetas válidas en función de la costumbre, destinadas a la 
manifestación de la visión particular del mundo de un individuo o de una colectividad 
determinada. 
 
1 PLATÓN, Cratilo o de la rectitud de los nombres. Madrid, Ed. Trotta, 2002. Pág. 75 §384d. 
2 Ibíd. Pág. 77, §385e. 
13 
 
 
Hermógenes, por su parte, a pesar de sostener la postura convencionalista no piensa que las 
cosas sean tal como las dijo Protágoras –al menos no en el sentido en el que Sócrates lo 
está interpretando-; sin embargo Sócrates, llevando el convencionalismo hasta este extremo, 
inicia a partir de aquí la refutación de dicha postura. 
 
 1.2.2 Refutación (argumentos en contra § 384e – 390e). 
 
Sócrates presenta varios argumentos para la refutación de la tesis convencionalista, pero 
como primer paso, lleva a Hermógenes a admitir la diferencia entre los nombres públicos y 
los nombres privados; así como la posibilidad de la existencia tanto del discurso verdadero, 
como del discurso falso, siendo verdaderos aquellos discursos que muestran el ser de las 
cosas y falsos los que no muestran el ser, o muestran el no ser. En cuanto a la relación del 
todo con las partes, se admite además que: si puede haber discursos verdaderos y falsos, 
pueden entonces ser los nombres también verdaderos o falsos, pues los nombres son los 
elementos más pequeños de los que se compone el discurso. 
 
Una vez aceptado lo anterior y que una cosa puede recibir tantos nombres como se le 
quieran dar, Sócrates conduce a pensar que debajo del convencionalismo está la doctrina 
protagórica. Y aunque a Hermógenes no le parece que las cosas sucedan según lo plantea 
Sócrates al interpretar la tesis de Protágoras, se dedican a examinar dicha tesis. El primer 
argumento que se plantea es que existe la posibilidad de distinguir a los hombres buenos de 
los malos y los hombres sensatos de los insensatos, de modo que no podemos decir que 
éstos son aquellos, es decir, que el hombre bueno no puede ser bueno y malo al mismo 
tiempo, ni el insensato puede ser tal y ser sensato a la vez. Así pues, puesto que podemos 
decir con seguridad que existen cosas tales como el bien y el mal, o la sabiduría y la 
estupidez, no podemos decir ya que las cosas sean tal como a cada quien le parezcan, pues 
todos en su sano juicio pueden distinguir lo que por su naturaleza podría llamarse un acto 
bueno o virtuoso de uno malvado e injusto. 
 
En seguida Hermógenes asiente con Sócrates que tampoco es de la opinión de Eutidemo, la 
cual sugiere (con la doctrina de Parménides de trasfondo) que “las cosas son iguales para 
14 
 
todos en un momento dado y siempre”3, pues, si así fuera, virtud y vicio serían para todos 
siempre iguales, lo cual vemos que tampoco es así. De lo anterior se sigue entonces que: si 
no todas las cosas son iguales para todos siempre, ni tampoco que siempre puedan ser 
como según le parezcan a cada cual, entonces: 
 
“está claro que las cosas tienen por sí mismas una esencia estable; algo que no es relativo a 
nosotros ni depende de nosotros […], sino que tienen por sí mismas la esencia que a cada 
una por naturaleza les corresponde.”4 
 
Vemos ahora que la refutación de la tesis convencionalista recae en la tesis naturalista que 
afirma una esencia de las cosas; y así como las cosas tienen una naturaleza que les es 
propia, así también las acciones, que son otra forma de los seres, de modo que las acciones 
deben realizarse también conforme a su propia naturaleza, y no según la opinión de cada 
quien, pues en un caso tal podríamos hacer lo que según nuestra opinión esté bien, siendo 
que para otro particular sea un mal, o que sea contrario a las leyes del estado, por ejemplo. 
Dicha naturaleza no depende de nosotros, pues podemos decir que golpear abuelitas en la 
calle está bien, sin embargo, a todas luces, aunque bajo nuestra opinión digamos que es 
bueno, no por ello deja de ser por sí mismo un acto vil, violento, injusto y barbárico que 
provoca daños y lesiones en las victimas; y que además es contra la ley cívica. 
 
De igual modo, al diseñar y construir una casa no debe realizarse según cualquier opinión, 
sino de acuerdo a la naturaleza de lo que se quiere realizar y de acuerdo a la opinión 
correcta, que en este caso será la del buen arquitecto o el buen ingeniero civil, de modo que 
la casa sea hecha de acuerdo a como su naturaleza lo exige, ya que de lo contrario se corre 
el riesgo de perder incluso la vida o el patrimonio. En el caso contrario, hablando del 
nombrar, si no se nombraran las cosas en orden a su naturaleza, conseguiríamos 
únicamente el error. 
 
Otro argumento que Sócrates arroja durante la refutación de la tesis convencionalista está 
orientado a examinar cómo es que el nombre es un instrumento (órganon) para la 
enseñanza, es decir, para enseñar y distinguir la esencia de las cosas; y cómo es que no 
 
3 Ibíd. Pág. 78, §386d. 
4 Ibídem. §386e. 
15 
 
cualquier hombre es capaz de imponer correctamente un nombre de acuerdo a la esencia de 
las cosas, sino sólo aquel que posea la técnica o el arte de ver dichas esencias y nombrarlas 
según su naturaleza. Dicho hacedor de nombres, según apunta Sócrates, es el legislador, 
pues es la ley la que nos da los nombres de los que hacemos uso al enseñar las cosas 
dentro de un sistema educativo. Así, el artesano de nombres debe mirar la forma o el eidos 
de las cosas para nombrarlas; y es necesario que sepa poner los nombres según la 
naturaleza de las cosas hasta en los sonidos y las sílabas que convengan a cada una. Sin 
embargo, si un legislador hace un nombre distinto del que hace otro para nombrar una 
misma cosa, no es algo para extrañarse, pues no todo artesano “cuando hace el mismo 
instrumento y para el mismo fin, lo realiza con el mismo hierro. Sin embargo, con tal que le 
dé la misma forma, aunque en hierro distinto, el instrumento será adecuado”5, ya sea que se 
ponga un nombre aquí y otro en otro lugar para nombrar la misma cosa; y así, no habrá un 
legislador peor que otro en ese sentido. 
 
Enseguida se plantea la pregunta ¿quién será entonces aquél que sepa distinguir si el 
nombre de cada cosa se adecua a la naturaleza de cada cosa a la que ponga nombre el 
legislador? Ante tal interrogante Sócrates y Hermógenes convienen en que será aquel que 
haga uso de los nombres, quien sepa preguntar y así mismo responder, ese a quien llaman 
el dialéctico. De modo que el dialéctico alhacer uso de los nombres sabrá si estos están bien 
puestos o no, pues así como el que toca la lira hace uso del instrumento hecho por el 
artesano y puede decir si está bien hecho o no, de acuerdo a la naturaleza misma de la 
acción de tocar y a la naturaleza del instrumento; así el dialéctico, haciendo uso de los 
nombres sabrá si tales son buenos y adecuados a la naturaleza de las cosas que nombran. 
La obra del artesano (del legislador) queda entonces bajo la dirección del dialéctico, si es que 
en verdad se quiere que un nombre sea correcto. Ambos, legislador y dialéctico -éste 
guiando a aquél-, son quienes pueden dirigir “su mirada hacia el nombre que corresponde 
por naturaleza a cada cosa, y que es capaz de poner su forma en las letras y sílabas”6. 
 
La refutación de la teoría convencionalista no termina aquí, pues Sócrates, para aclarar a 
Hermógenes la rectitud de los nombres a la que se refiere, lleva a cabo un análisis 
etimológico de muchas palabras del griego antiguo como nombres de dioses, o algunos 
 
5 Ibíd. Pág. 82. §390a. 
6 Ibíd. Pág. 84. §390e. 
16 
 
conceptos filosóficos como el movimiento, el devenir y la permanencia, entre muchos otros; 
mostrando cómo es que –según parece-, originalmente los nombres primitivos tienen una 
composición gráfica y fonética que efectivamente parece adecuarse a la naturaleza de las 
cosas a las que se aplican. De modo que en la naturaleza podemos apreciar cosas de 
texturas suaves, que se nombran con sonidos suaves, como por ejemplo las nubes; o cosas 
ruidosas que se representan con sonidos más ruidosos como perro, por mencionar otro 
ejemplo. En tal caso, podríamos pensar que, tanto se adecuan las palabras a las cosas, que 
las palabras podrían resultar ser la cosa misma, o cuando menos una imitación fiel de la 
naturaleza de las cosas; y al conocer la palabra casi casi deberíamos poder decir que 
conocemos la cosa. 
 
Sin embargo, dicho análisis etimológico es bastante extenso (va desde §391d hasta §427d), 
por lo que no nos dedicaremos aquí a tratarlo, pues recordemos que lo que nos interesa es 
ver qué se dice a favor y en contra de una y otra teoría, los supuestos que subyacen a cada 
una y las consecuencias de aceptarlas como una excluyendo a la otra, llevándolas un poco a 
sus extremos; para posteriormente ver cómo dicha comprensión/concepción del lenguaje 
determina en cierta medida (o en gran medida) nuestra relación con el mundo, asumiendo 
cierta actitud frente a nuestro mundo, frente al lenguaje y frente al conocimiento en general, 
dentro del proceso enseñanza-aprendizaje. 
 
Pasemos pues a la exposición y la crítica de la teoría naturalista, a fin de ver los argumentos 
que giran en torno a la aprobación y refutación de dicha tesis y cumplir el objetivo antes 
planteado. 
 
 
17 
 
1.3 Exposición y crítica de la teoría naturalista 
 
1.3.1 Presentación (argumentos a favor § 427d – 428d). 
 
Esta postura, defendida por Cratilo, es examinada en lo que podría considerarse como el 
tercer momento del diálogo, cuando Hermógenes insiste de nuevo en que Cratilo lo mete en 
aprietos al asegurar que hay una rectitud natural de los nombres, sin decir en qué consiste 
dicha rectitud, expresándose más bien de manera imprecisa, sin que Hermógenes pueda 
distinguir si lo hace a propósito o sin querer. Es hasta este momento del diálogo en el que 
Cratilo vuelve a hacer uso de la palabra, tomando parte en la discusión para examinar a qué 
se refiere con la tesis naturalista que sostiene; la cual plantea que existe una naturaleza o 
esencia de las cosas, de modo que los nombres son una expresión de dicha naturaleza, un 
duplicado que, en todo caso, nos es dado por las cosas mismas como un reflejo de su 
esencia. 
 
La rectitud natural del nombre, según se ha dicho, “es aquella que muestra cómo es la 
realidad”7, lo cual asiente Cratilo según le interroga Sócrates, quien añade además que los 
nombres se pronuncian con una finalidad pedagógica: enseñar la naturaleza de las cosas. 
Así, todos los nombres son correctos en tanto que muestren la naturaleza de aquello a lo que 
pertenecen, con lo cual Cratilo sostiene también que no es posible decir nada falso. De aquí 
podría derivarse que, si las cosas tienen una esencia fija y estable, entonces las cosas 
deberían ser las mismas para todos al mismo tiempo y no debería haber distintos nombres 
para una misma cosa. Sin embargo, esto no es así, pues vemos que un mismo objeto puede 
recibir varios nombres, tanto dentro de una misma lengua como en diferentes. 
 
Ahora bien, según Sócrates, por naturaleza los nombres deben tener una propiedad, y ésta 
consiste en representar la cosa tal como es, pues el nombre es una especie de imitación de 
la cosa. Siendo así, los nombres nos enseñarían la esencia de los objetos. De donde 
resultaría que el lenguaje se puede encontrar dentro del arte de la mimesis, pues, como ya 
se dijo, el nombre es una imitación de la esencia. Esto último traería un nuevo problema, 
pues si el nombre es una imitación no es ni la esencia ni la cosa misma, ¿entonces qué es y 
 
7 Cfr. Cratilo. Pág. 134. §428e. 
18 
 
cómo es que se puede afirmar la verdad del discurso en la tesis naturalista si lo que se dice 
no es lo que se dice sino sólo una imitación parcial o imperfecta de la realidad? 
 
Ya adentrados en la cuestión de la naturaleza de las cosas, es preciso decir que si los 
objetos tienen una esencia propia, debe haber, como ya se veía antes, alguien que para 
poder nombrarlos sea capaz de ver dichas esencias y, a su vez, nombrar como le es propio a 
cada cosa para que al enseñar los nombres a los demás, todos por igual puedan contemplar 
también la esencia de las cosas que muestran los nombres y aprenderlas; ese alguien es el 
Legislador, que bajo la dirección del Dialéctico, es el más adecuado para imponer nombres. 
Esto debe ser así, ya que no hay nadie mejor para el arte de nombrar, que aquel que hará 
uso de los mismos, es decir, tanto el que sabe interrogar como el que sabe responder, es 
decir, el Dialéctico. 
 
Así pues, si las cosas y los nombres se tienen que dar por naturaleza y si el que debe dar los 
nombres debe ver a su vez ésta, entonces cabe cuestionarnos quién es el más adecuado 
para dicho fin, es decir, saber distinguir el buen Legislador del malo, tal como distinguimos el 
buen pintor del malo, o el buen médico del malo, y así en muchas otras ciencias; y explorar, 
si luego de impuesto el nombre por el legislador y el dialéctico, todos los demás, aún con el 
significado más propio de los nombres, podríamos ver la esencia de la que son reflejo. Esta 
teoría del lenguaje parece tener de trasfondo la doctrina de Parménides según la cual todo 
permanece, al contrario del convencionalismo que parece descansar en la tesis protagórica y 
ésta a su vez en la doctrina de Heráclito. Pero pasemos a ver también, al igual que con la 
anterior, cómo es que Sócrates lleva a cabo la refutación. 
 
19 
 
1.3.2 Refutación (argumentos en contra § 428d – 435d). 
 
Sócrates comienza la refutación de la tesis naturalista a partir de la consideración del 
lenguaje como imitación de la naturaleza, ya que según Cratilo, todos los nombres son 
verdaderos en tanto que son una imitación fiel de la cosa a la que nombran. En una serie de 
preguntas que el ahora interlocutor de Sócrates parece no contestar con claridad, afirma que 
no se puede decir nada falso, o que decir algo falso es igual a no decir lo que es, en otras 
palabras no decir nada. La primera parte de la refutación atiende primeramente a que, así 
como en la pintura –que también son, aunque de otro modo, imitaciones de las cosas- puede 
haber unas mejores y otras peores, de modo que las mejores serán aquellas que mejor 
atiendan a representar la naturaleza de las cosas. Sócrates sugiere que lo mismo puede 
pasarcon los nombres y los legisladores, es decir que haya unos mejores y otros peores; sin 
embargo, Cratilo reafirma su postura sobre que decir algo falso en realidad es no decir nada. 
Así, si algún extranjero se dirigiese a Cratilo interpelándole con el nombre de Hermógenes, 
aquel extranjero no diría nada en absoluto, o sólo emitiría sonidos sin articular nada que 
pudiera ser verdadero o falso. 
 
Al aceptar que los nombres son una imitación de las cosas, estamos dando por supuesto que 
una cosa es el nombre y otra cosa distinta es aquello de lo que es nombre -aquello que 
nombra-, pero se corresponden. Así, la imagen de hombre se atribuirá al hombre, y la 
imagen de la mujer a la mujer, de modo que también se puede atribuir la imagen de ésta a 
aquél o viceversa, pero sólo sería correcta la primera atribución en la que cada imagen se 
corresponde con aquello de lo que es imagen, lo que le conviene de acuerdo a su 
semejanza; y en el caso de los nombres no sólo es correcto, sino también verdadero. De tal 
suerte que, si se impone o se atribuye lo desemejante sin que haya correspondencia entre la 
imagen y la cosa, diremos que es una atribución incorrecta; y en el caso de los nombres no 
sólo incorrecta, sino también falsa. Frente a esto, Cratilo parece querer seguir sosteniendo 
que, aun así, la distribución de los nombres es siempre correcta, sin embargo más adelante 
reconoce que de hecho así suceden las cosas muchas veces, mostrando que sí es posible 
no distribuir correctamente los nombres ni atribuir a cada cosa los nombres que le convienen. 
 
20 
 
Dicho lo anterior, se hace presente que el nombre en tanto que imitación de la naturaleza de 
la cosa no puede ser total, sino sólo una imitación parcial; o bien, puede que sea un nombre 
mal hecho si al momento de nombrar la cosa se omite algo de su esencia en las letras y 
sílabas que conforman dicho nombre. Si se omite o se añade algo al nombre, puede quedar 
igualmente escrito y así utilizarse, pero no de manera correcta. En otras palabras, no queda 
escrito, sino que se transforma en otro nombre completamente distinto si llega a sufrir algún 
cambio en alguna letra o en alguna sílaba que cambie en algo su sonido y su significado, de 
modo que el nombre ya no sea tan parecido a la esencia de la cosa. Para ejemplificar lo 
anterior Sócrates pone el caso de los números, en donde, si se le añade o se le resta algo, 
se convierte de inmediato en otro número. 
 
Ahora bien, la imagen, en tanto que es tal, no debe ofrecer la totalidad de los detalles de la 
cosa que está imitando; mejor dicho, no puede imitar la cosa a la perfección pues si así lo 
hiciera, no habría distinción entre nombres y cosas, ambos serían una sola y misma cosa, o 
por el contrario todas las cosas serían dobles y no podríamos decir cuál es la cosa misma y 
cuál es el nombre. Pero es evidente que las imágenes de las cosas distan mucho de poseer 
exactamente las mismas características de aquello de lo que son imagen, no es lo mismo 
tener frente a los ojos la imagen de una mujer hermosa a tener frente a los ojos a la mujer 
real; definitivamente la imagen, aunque aparentemente sea semejante a la mujer, no se 
iguala en los detalles que se pueden apreciar teniendo de frente a la mujer real a la que 
imita, ni tampoco en la forma de impactar los sentidos de quien la contempla. 
 
Podemos admitir entonces, como luego hace Cratilo, que algunos nombres están bien 
puestos y otros no, que no importa que el nombre tenga todas las letras y sílabas para que 
sea exactamente igual a la cosa que nombra, o incluso que lleve una letra que no le 
convenga, siempre y cuando se mantenga el carácter esencial de una cosa y del discurso. 
Mientras se mantenga ese carácter esencial, aunque no sea una imitación total de la cosa y 
no posea todos los rasgos que le convienen, la cosa será dicha; sólo que será bien dicha si 
posee todos los rasgos y mal dicha si posee sólo algunos cuantos. Los nombres estarán bien 
construidos cuando las letras en ellos empleadas sean adecuadas y semejantes a la cosa 
que se desea nombrar; por el contrario, no están bien construidos si tienen algo que no le 
21 
 
sea adecuado según la naturaleza de la cosa nombrada, aunque en su mayoría conste de 
letras adecuadas y semejantes. 
 
Otro de los argumentos orientados a la refutación del naturalismo es aquel que sugiere la 
idea de que el nombre, siendo una manifestación o imitación de la esencia de las cosas, 
aunque su condición primordial sea la de conservar el carácter esencial de la cosa nombrada 
y que sean semejantes en naturaleza las cosas y los elementos que conforman los nombres; 
exige llevar a cabo cierta convención, pues ya desde el hecho de nombrar es necesario, por 
un lado, ponerse de acuerdo respecto a los materiales con los que se formarán los nombres, 
es decir, los sonidos y los signos gráficos en sus elementos más pequeños; por otro lado, se 
debe llegar a un acuerdo en el que se establezca que dichos elementos efectivamente 
poseen alguna semejanza con los objetos de los cuales serán nombre a modo de imitación y, 
una vez impuesto el nombre, lograr un acuerdo para aceptar su significado. 
 
“¿Se formarían jamás nombres semejantes a un objeto cualquiera, si no existieran primero aquellos 
materiales con los que se forman los nombres […]?”8 
 
Siguiendo la idea anterior, los nombres, aunque sean primitivos o derivados de otra raíz, y 
aunque deban representar lo esencial de las cosas, ya sea una imitación total o ya una 
parcial; en cualquier caso, los nombres han de ser puestos para ser utilizados. Y no sólo 
utilizados por el legislador y el dialéctico, que son los mejores y más aptos para realizar la 
tarea de poner nombres, sino que, en último término se crean para que sean utilizados por 
todas las demás personas para enseñar y aprender, tanto una palabra o una cosa, como un 
discurso entero e infinidad de cosas. Así pues, el uso de los nombres se vuelve una 
costumbre, y dentro de la costumbre se da la posibilidad de que, al pronunciar un nombre 
cualquiera, pueda yo entenderlo y saber que los demás lo entienden, y que a su vez, ellos 
entiendan que yo lo entiendo. Es evidente que para utilizar un nombre como de costumbre es 
necesario un acuerdo implícito o explícito respecto a lo simbólico, para que quienes hacemos 
uso de tal o cual nombre podamos saber que entendemos lo mismo y no cada quien cosas 
distintas. 
 
8 Ibid. Cratilo. §434b. Pág. 142. 
22 
 
De tal modo que podemos conocer algo mediante su nombre en virtud de la costumbre “¿Y 
cuando dices costumbre crees decir algo distinto de convención?”9 Así pues, cuando 
conocemos algo y alguien lo pronuncia, lo entendemos por ese previo acuerdo dado por la 
costumbre, y en última instancia, llegamos incluso a un acuerdo con nosotros mismos para, a 
partir de ahí, entender la cosa en relación con su nombre según como nos fue enseñado. Así 
pues, es manifiesto que de algún modo es necesaria la convención para manifestar las cosas 
que pensamos al hablar, que aunque el nombre deba adecuarse lo más posible a la esencia 
de las cosas, es necesario para la rectitud de los nombres echar mano también de la 
convención. 
Vemos pues que la teoría naturalista no puede apelar puramente a la rectitud de los nombres 
según la naturaleza, pues, como ya se mostró, requiere cierto acuerdo para fijar los 
elementos de los nombres y los nombres con sus significados. Antes teníamos el problema 
de, si aunque el legislador y el dialéctico puedan ver la esencia de las cosas y en ese sentido 
formar los nombres e imponerlos a las cosas, el problema sería hacer ver las esencias a 
aquellos que por sí mismos no pueden, pero quizá ese problema se salva mediante el uso 
del nombre dentro de la costumbre mediante el acuerdo, pues el acuerdo establece el 
significado propio de las palabras. Con esto termina larefutación de la teoría naturalista y 
más que excluir a la convencionalista, parece más bien al final necesitar de ella como 
recurso para instituir la rectitud natural de los nombres. 
Podemos pasar ahora a puntualizar y contrastar los puntos débiles y las insuficiencias de 
cada teoría, no para refutar a ambas ni cancelarlas como podría pensarse de manera 
superficial; más bien, luego de lo que hemos visto podemos vislumbrar y distinguir ciertos 
puntos que nos sugieren que las teorías no se pelean ni se excluyen, sino que en última 
instancia se incluyen, una incluye a la otra y ambas, complementándose mutuamente, nos 
brindan una visión más amplia respecto al fenómeno del hombre como ser con logos y como 
ser en el mundo. 
 
 
 
9 Íbid. Cratilo. §434e. Pág. 143. 
 
23 
 
Capítulo 2. Síntesis y conciliación de las dos posturas. 
 
En este segundo apartado realizaremos primeramente una síntesis de lo visto en el anterior, 
con la finalidad de mostrar cómo es que las tesis convencionalista y naturalista del lenguaje, 
que a un inicio puede parecer que se excluyen mutuamente en su intento por explicar la 
relación hombre-mundo-lenguaje, en realidad resultan insuficientes y hasta contradictorias 
consigo mismas al querer explicar la relación lenguaje-mundo; y posteriormente veremos 
cómo es que no se cancelan, sino que se puede lograr una conciliación en la que ambas se 
complementen y permitan lograr mediante el diálogo y la reflexión una mejor interpretación 
de dicha relación. 
 
Haremos nótar como es que al final, en varios sentidos, una debe servirse de la otra y 
viceversa, luego de que Sócrates lleva ambas teorías al extremo, es decir, que en el lenguaje 
y su uso hay tanta naturalidad como convencionalidad; de modo que la visión y la 
comprensión del mundo no se limita a una explicación de una única teoría, tanto aquí en al 
ámbito del lenguaje, como en otros ámbitos de la ciencia y la filosofía, y en general de la vida 
humana. Veremos cómo naturalismo y convencionalismo no se excluyen, sino que cada una 
está en el fondo de la otra y si bien son dos interpretaciones distintas de la relación lenguaje-
mundo, juntas nos pueden brindar una comprensión más amplia al respecto. 
 
Ya se han visto en el apartado anterior las tesis principales de ambas posturas, así como las 
aporías a las que son llevadas para aceptar que necesitan algo más para adquirir y/o dar 
sentido cuando se intentan explicar cosas como lo uno y lo múltiple, lo que cambia y lo que 
permanece, lo mismo y lo otro, como se ha visto. Pero puntualicemos lo más importante, en 
donde se puede ver la necesidad mutua que existe entre ambas teorías. Sócrates parece 
sugerir dicha conciliación una vez que muestra hasta qué punto el lenguaje no alcanza a dar 
razón completa de la relación de éste con las cosas del mundo, así que analicemos qué de lo 
antes dicho nos habla de tales insuficiencias del lenguaje y nos abre la puerta para pensar en 
la complementación entre naturalismo y convencionalismo. 
 
 
 
24 
 
2.3 Insuficiencias de ambas teorías al dar razón de la relación mundo-lenguaje. 
 
Hablemos primero sobre el convencionalismo. Como primer punto tenemos la distinción que 
Sócrates sugiere entre los nombres privados y los nombres públicos, y vemos cómo 
Hermógenes sostiene que para él ambos pueden ser igualmente verdaderos según se 
utilicen, aunque se cambien arbitrariamente de un momento a otro. “El hombre es la medida 
de todas las cosas”. Parece ser la doctrina de Protágoras la que subyace en la opinión de 
Hermógenes. De modo que la refutación de Sócrates va encaminada a aceptar la tesis 
naturalista que afirma la existencia de la esencia de las cosas. Para ello, se pregunta si 
existe la posibilidad de que exista tanto el discurso verdadero como el falso, lo cual es 
evidente dado que hay discursos que se pronuncian prometiendo cumplir alguna cosa que 
nunca se cumple, o cuando se dice algo que en realidad no pasó en lugar de decir lo que 
verdaderamente pasó en alguna situación, lo cual también puede tomarse como un 
encubrimiento de la verdad, una falsedad, una mentira, o acaso un error. Y junto con lo 
anterior, se acepta la posibilidad del nombre falso y el nombre verdadero, en orden a que son 
los elementos que componen el discurso, y si el todo es falso o verdadero, entonces también 
las partes pueden serlo. 
 
Además de aceptarse la posibilidad del discurso verdadero y el discurso falso, se acepta 
también que hay cosas que pueden ser reconocidas y no tomarse como otras; es decir que 
se puede saber con certeza cuando algo es bueno o malo, cuando alguien es sabio y 
prudente, o estúpido y desenfrenado, por ejemplo. Reconocemos cosas y acciones que 
parecen tener una naturaleza propia, ya que cada quien podemos distinguirlas y 
reconocerlas como si de un sentido común se tratara, mismo que nos dice cuando se está 
cometiendo un acto malvado e injusto o deshonesto; o por el contrario un acto honrado y 
caritativo. En cualquier caso, el reconocimiento de tales sentires es tan claro y a veces tan 
fuerte que en muchas ocasiones llegamos a sentir, además de la emoción, alguna reacción 
corporal como vértigo, mareo, dolor en el pecho, escalofríos, el vómito, nudos en la garganta, 
temblores incontrolables y hasta el llanto tanto de alegría como de tristeza según sea el caso, 
entre otras cosas. 
 
25 
 
En fin, aceptando que hay cosas que tienen de sí una naturaleza propia que no puede 
tomarse por alguna otra, entonces ya no podemos decir que las cosas son tal como a mí o 
como a cada quien le parezcan. No podríamos entonces cambiar el nombre de las cosas 
arbitrariamente como sostiene Hermógenes, ni decir que el bien es el mal o viceversa, pues 
un acto de una u otra naturaleza es claramente reconocible. Siguiendo esta idea, recordemos 
que el nombre es un instrumento de enseñanza, se utiliza para enseñar y distinguir las 
cosas, pero para que aquello que quiero enseñar con el nombre pueda ser enseñado, es 
necesario que la cosa que nombra permanezca de algún modo siendo lo que es, que exista, 
por así decirlo, una esencia o una naturaleza propia de lo que es. De modo que la cosa que 
se enseña con el nombre no cambie de un momento a otro, dando como resultado la 
imposibilidad de la enseñanza y del aprendizaje y aún del conocimiento siquiera. El nombre 
es pues, recordemos, un instrumento para enseñar y distinguir las esencias. 
 
Pasemos ahora a los puntos de la tesis naturalista en los que se pueda vislumbrar algún 
hueco por donde se pueda colar la convención. Sócrates conduce a Cratilo a aceptar que el 
nombre, en tanto que se considere como una imitación de la cosa que nombra, no puede ser 
nunca una imitación total, de tal suerte que tanto mejor imiten los nombres a la cosa estarán 
mejor hechos y mejor dichos; y peores serán mientras menos fiel sea la imitación de la cosa 
con las sílabas y letras. En efecto, una imagen no muestra todos los detalles del objeto que 
imita, sino sólo sus aspectos más esenciales; como sucede en la pintura, que, siendo 
imitación del paisaje, no es el paisaje mismo y no agota todos sus detalles, sino que sólo es 
una copia más o menos imperfecta según el empeño con el que se haya realizado. Así, no 
podemos tomar el nombre como la cosa misma, pues todas las cosas serían dobles y no 
podríamos distinguir claramente entre el nombre y la cosa misma, estaríamos en el 
interminable debate de si la cosa origina el nombre o el nombre da ser a la cosa en tanto que 
es nombrada, o alguna cuestión por el estilo. 
 
Aceptando que el nombre es imagen de la cosa, según el naturalismo, y retomando la idea 
del párrafo anterior, podemos aceptar que hay nombres que están bien puestos y otros que 
no, en función de que el nombre esté constituido de tal forma que contenga en sus sonidos y 
grafías la totalidad de los rasgos propiosde la cosa que nombra, pero principalmente un 
nombre puede estar bien o mal empleado en función de que, más que mostrar cada detalle 
26 
 
de la cosa, mantenga y muestre el carácter esencial de la misma. Así como en la pintura, no 
importa qué técnica se utiliza, o qué tan detallado sea el acabado, podríamos decir que será 
una buena pintura en tanto que conserve los rasgos esenciales de aquello que imita y que 
así pueda ser mostrado y comprendido/aprehendido por los demás. Pero de ahí surge la 
necesidad de buscar una rectitud de los nombres distinta, pues el nombre, al ser una 
imitación imperfecta, no basta para enseñar y tener conocimiento sobre lo que la cosa 
nombrada es por sí misma y en su totalidad. 
 
Por otro lado, aceptamos también la naturaleza de los sonidos que conforman nuestro 
hablar, aceptamos incluso que de forma natural dichos sonidos pueden asemejarse a cosas, 
como el cuco o cuckoo (cucu), aquella ave tan simpática cuyo rasgo esencial y distintivo es 
ese sonido tan peculiar que produce en su canto. Así, construyendo y articulando un nombre 
que contenga y que muestre su rasgo más esencial y que lo distingue de entre toda la 
inmensa variedad de aves, lo llamamos cuckoo, así lo nombramos y así lo reconocemos, 
imitando su sonido. Tal cosa parece sencilla, pero porque es el caso del algo relativamente 
sencillo; sin embargo la cuestión se vuelve más problemática cuando se nombra algo que no 
produce algún sonido que imitar, o cuando el nombre no necesariamente parece ser 
imitación de alguna cosa por ser algún concepto abstracto como la libertad, la justicia, 
etcétera. Y más aún cuando es un nombre completamente nuevo y extraño, quizá hasta de 
una lengua extranjera, aunado a la mala fortuna de no tener diccionario ni tampoco, en última 
instancia, el objeto o la cosa que se nombra frente a nosotros para poder señalarla, en el 
peor de los casos ¿Cómo podemos entonces aprender lo que el nombre nos quiere enseñar 
si no tenemos la más remota idea de lo que puede significar? También en este caso, el 
naturalismo parece quedarse un poco atorado en la explicación de su nombrar. Por lo cual 
parece que debemos apelar al hábito y a la costumbre del uso de los nombres, lo que es 
claramente una convención social. 
 
Junto con lo anterior, se alcanza a ver otra problemática: ¿cómo podríamos distinguir 
entonces si lo que para mí significa de manera natural un sonido, para otra persona 
significará el mismo sonido algo completamente distinto? O cuando un mismo sonido 
parezca pertenecer por su naturaleza a dos o más cosas distintas. Hablamos aquí de 
sonidos asumiendo que en nuestra lengua los sonidos se representan gráficamente mediante 
27 
 
las letras y los signos; y de cómo Sócrates le hace reconocer a Cratilo, que esos sonidos y 
esas letras son las unidades mínimas de las que los nombres están compuestos: son los 
elementos con los que hay que construir los nombres. Sin embargo, como se planteó la 
interrogante líneas arriba, un sonido puede significar de forma natural una o más cosas 
distintas para una o más personas, lo que nos plantea un serio problema de comunicación y 
de entendimiento, pues ¿cómo saber si al dialogar con alguien y nombrar una cosa nos 
referimos a lo mismo o a una cosa distinta? ¿O acaso también es algo natural? Más adelante 
retomaremos esta cuestión y veremos cómo es que aún la naturalidad del lenguaje requiere 
cierta convención. 
 
Esperamos haber aclarado suficientemente los puntos en los que tanto convencionalismo 
como naturalismo se muestran en apuros al tener que reconocer que de algún modo no todo 
puede ser puramente naturaleza ni todo puede ser puramente convención, pero que es cierto 
que sí hay algo de ambas en el nombrar y en general en el lenguaje. Pero tratemos de hacer 
esto último todavía más evidente. 
 
2.4 Las teorías no son excluyentes una de otra, sino que se complementan. 
 
Hemos visto con el desarrollo del diálogo que el mismo lenguaje se puede prestar para 
defender tanto una postura como otra, podemos dar argumentos a favor y en contra de 
ambas. En otras palabras, el lenguaje se ha utilizado como un instrumento o un medio para 
demostrar; es un medio de instruir en alguna doctrina, o enseñar algo, para argumentar en 
favor de algo o igualmente construir una crítica. Si la función del lenguaje es mediadora, y se 
puede argumentar hacia una dirección o su contraria, entonces el punto medio hacia el que 
se nos apunta (entre ambas posturas en el diálogo) es la interpretación10, que se lleva a cabo 
mediante el ejercicio de la dialéctica. La presentación de una tesis, una antítesis y su 
posterior conjunción en una síntesis como producto de un entendimiento y un razonamiento 
hace posible pensar en una conjunción entre naturalismo y convencionalismo mediante el 
diálogo, no mediante el debate o la discusión que a nada conducen. 
 
 
10 HERMENÉUTICA: “La voz hermeneia significa primariamente expresión de un pensamiento; de ahí explicación y, sobre 
todo interpretación del mismo. En Platón encontramos la frase: ´´La razón [de lo dicho] era la explicación (hermeneia) de la 
diferencia”. FERRATER MORA, José. 1958. Pág. 639. 
28 
 
Por otro lado, considerar el nombre como una imitación parcial, como plantea el naturalismo, 
nos lleva a pensar que el nombrar requiere entonces cierta convención pues no sabemos con 
claridad qué quiere mostrar el nombre; y que aunque la naturaleza de la cosa se nos revele y 
nos plantee la necesidad de nombrarla lo más acorde posible a dicha naturaleza, aun así 
necesitamos llegar a un acuerdo previo sobre los sonidos y las letras que hemos de utilizar y 
con los que hemos de conformar el nombre más apropiado para la cosa. Y en última 
instancia, aun construyendo el nombre lo más apegado posible a la esencia de la cosa, 
resultará que con su uso y costumbre se convertirá en una convención de una determinada 
comunidad para nombrar algo de determinado modo para que pueda ser entendido y 
enseñado a las generaciones futuras. 
 
Aunado a ello, aún si creemos y estamos a favor de la naturalidad del lenguaje y del nombrar 
y si nos apegamos todo lo posible a la naturaleza de la cosa para nombrarla, para poder 
referirnos a algo de manera común con otros y poder lograr la comprensión, es necesario 
llegar a un acuerdo mínimo respecto a los sonidos y las grafías que han de usarse para 
representar y conformar cada nombre; pero más importante aún: hemos de ponernos de 
acuerdo respecto al significado (o los significados) que puede tener un sonido, una letra o un 
nombre para una comunidad, pues el nombre es público al momento que se pronuncia y se 
utiliza dentro del habla cotidiana de las personas. Mientras no sea un nombre que yo dé a 
algo sólo para mis adentros, mientras sea exteriorizado y compartido con otros, entonces 
tendrá que haber acuerdo sobre el uso y el significado, o de lo contrario no habrá 
comunicación, no habrá conocimiento ni posibilidad de enseñar o aprender algo tampoco. 
 
Vemos entonces cómo se entrelazan naturalismo y convencionalismo, pues ahora es 
evidente que el nombrar, como se ha venido mostrando, involucra uno y otro aspecto tanto 
de manera epistemológica como de manera ontológica. Es decir, así son tales las cosas que 
algo de ellas se nos presenta de forma natural y aquello sobre lo que nos ponemos de 
acuerdo es sobre el conocimiento que de dichas cosas formulamos, ese es nuestro modo de 
conocer. Y como dice Sócrates: 
 
29 
 
“también a mí me agrada que, en la medida de lo posible, los nombres sean semejantes a las cosas. 
Pero a fin de que no resulte exagerada la propia atracción por la semejanza, quizá sea necesario, para 
la rectitud de los nombres, servirse también de este burdo recurso, la convención.”11 
 
Efectivamente hay una naturaleza de las cosas, algo que las hace únicas y que las hace 
seguirsiendo lo que son aún dentro de una multiplicidad, el eidos del cual ya se ha hecho 
mención. Así, puedo reconocer, volviendo al ejemplo del perro, que hay una naturaleza del 
ser perro, algo propio que le hace ser lo que es y distinguirlo de todo aquello que no es él, 
independientemente de los accidentes del perro como el color, el tamaño y la raza. Entonces 
reconozco el ser del perro, lo nombro genéricamente y así lo señalo y enseño a los demás, 
describiendo sus características esenciales; sin embrago, debe haber justo en el nombrar un 
acuerdo sobre si queremos llamarlo perro, o dog, o Hund, o como se quiera. Acuerdo que es 
dado por la costumbre, es dado por la cultura, pero no significa que no podamos salirnos de 
él y aproximarnos al conocimiento de otras lenguas u otras culturas o de otras ideas. Es claro 
que manifestamos las cosas según lo hemos convenido, pero luego de haberlas aprendido 
de alguien más. 
 
Sócrates plantea una disyuntiva en la que pregunta qué clase de aprendizaje será el más 
hermoso, si aprender la cosa a partir de la imagen y si ésta es correcta, aprender a la vez la 
verdad de la cosa; o aprender a partir de la verdad de la cosa misma y de ahí si su imagen 
ha sido realizada correctamente. Ambos son dos modos distintos de conocer, sin embargo, 
parece claro que es mejor aprender de la verdad misma de la cosa más que del estudio del 
puro nombre o imagen, tal como convienen Sócrates y Cratilo. Hay que aprender de los 
seres e indagarlos a ellos mismos en vez de partir sólo del nombre. Pero indudablemente es 
necesaria la convención para crear la red de significados y establecer un sistema eficaz para 
la comunicación. 
 
Poseemos ahora los elementos necesarios para aventurarnos a decir que tenemos ya una 
noción más amplia respecto a la relación del habla con las cosas, respecto al nombrar y a la 
famosa relación triangular entre hombre-lenguaje-mundo, al menos lo suficiente como para 
no enfrascarnos en la necedad de plantarnos en una sola postura para querer dar explicación 
de dicha relación, como se ha venido mostrando hay cuestiones que una teoría por sí sola no 
 
11 Íbid. Cratilo. §435c. Pág. 144. 
30 
 
puede salvar, de suerte que su único recurso es acudir a su contraparte. Podemos reconocer 
que establecer un código de comunicación, un abecedario, algún lenguaje musical o 
matemático, requiere de acuerdos entre la sociedad que utilizará dicho lenguaje, ellos se 
comunicarán y entenderán las cosas de acuerdo a la naturaleza según como a ellos se les 
presente. No ven ni piensan el mundo del mismo modo un matemático o un antropólogo, ni 
un historiador; no ve lo mismo un diseñador gráfico que un programador. Todos ven algo que 
es, ciertamente ven cosas distintas y de modos distintos, pero ven y estudian algo que existe 
y se ponen de acuerdo para hablar de ello. Como en los congresos y simposios de filosofía o 
de la ciencia, o en el ámbito del conocimiento que se quiera. Así desde el abogado y el 
albañil, el médico hasta el zapatero, etcétera, cada esfera del saber tiene su red de 
significados. 
 
Así, creemos haber cumplido el objetivo de este segundo apartado, la conciliación entre 
naturalismo y convencionalismo en el acto del nombrar, su convergencia en el lenguaje, en el 
habla y en la escritura, su permanencia en la naturaleza de las cosas y su convención dada 
por la tradición susceptible de cambio. Podemos pasar a explorar ahora el siguiente 
apartado, que tiene que ver con el lenguaje y su función pedagógica; y cómo es que éste y el 
grado de conciencia que sobre él tengamos, influyen de manera decisiva en ese flujo de 
conocimiento conocido como el proceso de enseñanza-aprendizaje. Tema sobre el cual 
también se pueden rastrear varios indicios en el Cratilo. 
 
 
31 
 
Capítulo 3. El lenguaje y aprendizaje (§ 435d – 440e). 
 
En este apartado nos dedicaremos a explorar la función pedagógica del leguaje como medio 
o instrumento de enseñanza. Hablaremos un poco sobre cómo se da dicho proceso desde el 
lenguaje mismo, de lo más simple a lo más complejo, posteriormente rastrearemos algunos 
fragmentos del diálogo que nos hablen de esta particular función del lenguaje y del nombrar: 
la enseñanza. Veremos, tal como Sócrates hace notar, que la enseñanza presupone ya un 
aprendizaje; veremos finalmente los límites del lenguaje como medio de enseñanza antes de 
abordar en el capítulo siguiente el tema de la actitud frente al conocimiento. 
 
Ya se ha dicho en varios momentos del diálogo que los nombres son un instrumento de 
enseñanza, que con ellos nos enseñamos unos a otros y podemos distinguir las cosas según 
conviene. Se utilizan para mostrar o manifestar de cierto modo las cosas. Así pues, desde 
pequeños, cuando nos enseñan a hablar, lo hacen siempre dentro de un lenguaje ya dado, 
transmitido de generación en generación, con sus propias reglas gramaticales, un sistema 
fonético y gráfico ya integrados, y que obedece a cierto desarrollo cultural, que inclusive 
puede traer consigo alguna determinada comprensión del cosmos o cosmovisión. Cuando 
nos enseñan las primeras palabras, lo que se acostumbra hacer es mostrar la cosa ante la 
vista, e inmediatamente acompañar esa visión, esa experiencia, con el nombre que le 
corresponde. 
 
Cuando conocemos la cosa y el que nos la muestra pronuncia inmediatamente el nombre, 
entonces recibimos en cierto sentido algo que el otro nos manifiesta, el nombre que le 
corresponde a cada cosa, según lo dicho por Sócrates: “Así pues, si tú conoces, al 
pronunciar yo, es que recibes de mi parte algo que para ti se hace manifestación”12 Por 
ejemplo, si alguien quiere que el niño aprenda qué es un perro, lo que hará será, o bien 
mostrarle al perro real de carne y hueso, o bien le mostrará una imagen o una fotografía de 
algún perro e inmediatamente pronunciará la palabra ”perro”, así, el niño establece la 
relación y la correspondencia entre la cosa y el nombre al momento en el que ambos se le 
manifiestan; posteriormente, gracias a la facultad de la memoria podrá recordar tanto la 
imagen como el nombre y relacionar uno con el otro. 
 
12 Íbid. §435a, Pág. 144. 
32 
 
 
“SOCRATES: ¿qué fuerza tienen para nosotros los nombres y qué bien diremos que nos 
producen? 
CRATILO: Me parece a mí, Sócrates, que el de enseñar y que esto es muy sencillo, ya que 
quien conoce bien los nombres, conoce también las cosas.”13 
 
Los nombres se pronuncian en orden a la enseñanza, para ello es para lo que los 
confeccionan el legislador y el dialéctico. ¿Acaso, por ejemplo, no se confeccionaron 
nombres para estudiar y enseñar las diferentes etapas del pensamiento y de la humanidad? 
Prehistoria, Edad Antigua, Edad Media, Renacimiento, Modernidad, Ilustración, etcétera, son 
los nombres que han confeccionado los grandes legisladores de la educación para poder 
enseñarlos de un modo más ordenado dentro de los planes de estudio de diferentes 
carreras. Nombres que contienen en sí lo esencial de una época, pero es tan sólo un ejemplo 
del nombrar. Los grandes legisladores de la educación de nuestros días serían los 
investigadores de las universidades, los lingüistas, los pedagogos, los especialistas de cada 
materia, son quienes saben nombrar las cosas de acuerdo a su naturaleza. Quizá incluso los 
políticos, que aunque muchas veces no posean conocimientos en muchas materias, sí 
deciden que se enseñará como ‘educación oficial’ y qué no y, en ese sentido, legislan al 
respecto; fuerzan la convención pero sin atender a la naturaleza de las cosas. 
Independientemente de eso, es el nombre el que posibilita la enseñanza, es esa 
contradicción del cambio y la permanencia que guarda dentro de sí, la conjunción de 
naturaleza y convención lo que da pie al lenguaje, al conocimiento y a su comunicación 
mediante la educación y lapalabra. 
 
Veamos cómo el lenguaje implica aprendizaje y cómo, al mismo tiempo, tiene algunas 
limitaciones como medio de enseñanza, reflexionemos sobre la contraposición que aquí se 
nos presenta pues, por un lado, el lenguaje es el principal medio de enseñanza y pareciera 
que sin lenguaje dicho proceso no sería posible pero, por el otro, también presenta limitantes 
al momento de comunicar, o que pueden conducir a la malinterpretación de las palabras. Ya 
iremos viendo dichas cuestiones para pensarlo en relación a lo anterior y con lo que tiene 
que ver con la actitud que se toma tanto por parte del maestro como del aprendiz frente al 
conocimiento y frente a la enseñanza-aprendizaje. 
 
13 Íbid. §435d, Pág. 145. 
33 
 
3.1 La enseñanza presupone aprendizaje. 
 
Hasta donde hemos visto, se ha dicho que el lenguaje es un instrumento de enseñanza; tal 
parece que su virtud consiste en poder significar las cosas. También podemos ver de forma 
más o menos clara que el lenguaje le es natural al hombre, pero quizá sólo en la medida en 
la que éste puede articularlo, crearlo y utilizarlo. Sin embargo, toda la parte simbólica propia 
del lenguaje, es decir todo lo que tiene que ver con los significados, los referentes y las 
referencias, del lenguaje como símbolo, etcétera; todo eso se funda primordialmente en el 
terreno de la convención y la costumbre. Así pues, según la costumbre nos enseñan 
mediante los nombres, bajo el supuesto de que efectivamente podemos aprender lo que nos 
enseñan, y en efecto lo hacemos, algunos en mayor otros en menor grado, pero que 
comenzamos a aprender descubrir y aprender el mundo desde el momento en el que 
nacemos, de eso parece que no puede haber duda. 
 
Qué tanto interés y empeño le pongamos al aprendizaje en el transcurso de nuestras vidas, 
es algo que ya dependerá de los gustos, deseos, posibilidades y aspiraciones de cada quien 
y la madurez de su pensar. Pero lo que sí se puede afirmar es que: si el nombre sirve para 
enseñar, es porque entonces también se puede aprender. Y más aún, si existe un nombre 
para designar una cosa, es porque, de cierto modo, dicha cosa ya ha sido aprendida por la 
tradición e incorporada al uso común del lenguaje. Y si ya fue aprendida una primera vez, 
entonces puede seguirse reproduciendo su aprendizaje mediante la enseñanza. Si se 
convierte en un dogma estéril o en un conocimiento fructífero también dependerá del empeño 
y la actitud que el estudiante y el profesor muestren durante ese proceso. 
 
La enseñanza mediante el nombre, mediante el lenguaje, presupone que puede haber 
aprendizaje del mismo, pues éstos ayudan tanto a buscar como a descubrir algún 
conocimiento. Cuando buscamos algo preguntamos por ese algo mentando su nombre; así 
mismo, cuando descubrimos algo lo primero que hacemos es nombrarlo. Buscar y descubrir 
es lo que debe mover al buen estudiante, que verdaderamente estudie e investigue sobre 
aquello que le interesa, aquello que desea saber o comprender y, cuando sea necesario, 
aquello que le presente el maestro; quien, además de buscar y descubrir como hace el 
estudiante, lo que hace con los nombres es mostrar y enseñárselos a aquel. Y podríamos 
34 
 
preguntar ¿acaso no un excelente maestro enseñará no sólo el nombre, sino también –y más 
importante- la experiencia o la cosa a la que nombra cada nombre? Tal parece que eso sería 
lo ideal, pues de lo contrario podríamos considerarle entonces una educación incompleta o 
deficiente, pues, aunque muchas veces puede pasar que una palabra o un nombre bastan 
para producir una gran comprensión; también es cierto que muchas veces un nombre, por sí 
solo, tampoco dice gran cosa o acaso nada. 
 
3.2 Los límites del lenguaje como medio de enseñanza. 
 
Se nos presentan varios inconvenientes al considerar los nombres como medio de 
enseñanza. Podemos decir que uno de los principales problemas es que el conocimiento del 
nombre no garantiza para nada el conocimiento de la cosa a la que nombra, no sin tener 
mínimamente la experiencia de la cosa. Quizá un ciego no puede ver un perro, pero puede 
distinguirle por sus sonidos o sus ladridos, incluso por el sonido de sus patas al pisar. Sin 
embrago, en ese caso ¿qué tanto se conoce realmente al perro? Quizá podría completar su 
percepción con la sensación del suave pelaje del can acariciándolo con sus manos, quizá 
incluso hasta olerlo; así, aunque no pudiera verlo, podría captar los rasgos característicos 
propios de lo perruno, de la perreidad. Pero definitivamente en ese caso el puro nombre no 
diría nada si no hay ningún referente que se pueda establecer como significado para el 
nombre, si no hay ninguna manera de tener una experiencia mínima sobre el ser llamado 
perro. Así también en el caso de las lenguas extranjeras, por mencionar otro ejemplo, no 
importa si nos hablan en alemán, en mandarín o en inglés o la lengua que sea, sin la 
experiencia de la cosa que nombra el nombre no podemos saber a qué se están refiriendo, 
quizá con grandes dificultades en el mejor de los casos. Pero debemos estar dentro de la 
convención respecto al significado de las palabras para que efectivamente pueda haber 
comunicación, si no tomamos parte en dicho acuerdo o no nos hacen partícipes, entonces no 
hay comunicación. 
 
Además de lo antes dicho, también en muchas ocasiones el lenguaje parece resultar, en 
efecto, muy impreciso al momento de querer comunicar adecuadamente y de manera clara 
una idea; y muchas veces más difícil parece aún el comunicar una emoción o un sentimiento. 
Pues la experiencia nos muestra que ciertamente, en algunas pocas ocasiones de la vida 
35 
 
experimentamos emociones que nos dan la impresión de no poderlas comunicar mediante la 
palabra. Y verdaderamente hay cosas que tienen nombre pero no se pueden definir, el 
ejemplo al que más comúnmente se recurre es el del amor: todos hablan del amor pero nadie 
puede decir qué es exactamente, hablan de lo que creen que es el amor, lo que les recuerda, 
o de lo que dicen otros que es el amor, se hace poesía sobre él y sin embargo, ni aun 
cuando se está enamorado se hallan palabras para expresar ese sentimiento desbordante 
que parece elevar a las personas de lo más mundano y humano a lo más sutil y divino. Es 
difícil comunicar la experiencia del estar enamorado y así con otras emociones por el estilo, 
por lo cual se puede pensar que existen cosas que no se pueden expresar o que resulta muy 
difícil poder hacerlo sin tener que recurrir a otros recursos como las metáforas y las 
analogías. 
 
Otro ejemplo de ese sentimiento de asombro, de pequeñez y de intimidad con el universo es 
aquel que se experimenta ante alguna maravilla de la naturaleza, como lo alto e imponente 
de una montaña, el precipitado y majestuoso rugir de una gran cascada o del incandescente 
cráter de un volcán; o la contemplación del majestuoso cielo estrellado en una noche clara, 
dirigiendo la mirada hacia otros lugares del cosmos, entre otras maravillas similares. En fin, 
experimentamos eso que algunos llaman con el nombre de inefable, aquello que no puede 
ser dicho o explicado con palabras, la experiencia divina o mística y otras cosas asombrosas 
y de una naturaleza tan sutil que no puede narrarse ni expresarse. Y en verdad resulta 
curioso que haya una palabra para referirse a aquello que precisamente no se puede referir 
con palabras, la palabra inefable. Pero es otro ejemplo de los alcances y, al mismo tiempo, 
los límites del lenguaje. 
 
Con ello cabría hacer la pregunta de si es posible enseñar o aprender por otros medios que 
no requieran de la utilización del discurso o de algún tipo de lenguaje. Parece difícil pensar 
en algo de esa naturaleza. Quizá el silencio sea un modo de aprender aquello que, por su 
propia naturaleza u origen, no es posible llevar al ámbito de la palabra. Sin duda habrá 
también quienes

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