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UNIVERSIDAD NACIONAL A UTÓNO:'\IA DE l\b:XlCO u cn , T"'O O" FTI..OSOFiA y L"TRA S . . .. EL OTRO " EN LA POESIA DE LUIS RJUS TESIS QUE PARA OPTAR POR EL TiTULO DE: LICENCIADA EN LEl'iGUA \' LITERATURAS HlSPÁ.!'1CAS PRESENTA: Rosa Maria Batel Barbato ASESOR: Dra. Gradela Cándano Fierro MÉXICO. D. F. ~012 UNAM – Dirección General de Bibliotecas Tesis Digitales Restricciones de uso DERECHOS RESERVADOS © PROHIBIDA SU REPRODUCCIÓN TOTAL O PARCIAL Todo el material contenido en esta tesis esta protegido por la Ley Federal del Derecho de Autor (LFDA) de los Estados Unidos Mexicanos (México). El uso de imágenes, fragmentos de videos, y demás material que sea objeto de protección de los derechos de autor, será exclusivamente para fines educativos e informativos y deberá citar la fuente donde la obtuvo mencionando el autor o autores. Cualquier uso distinto como el lucro, reproducción, edición o modificación, será perseguido y sancionado por el respectivo titular de los Derechos de Autor. 1 Dedicatorias A Lena y a Johan, porque al decir mis hijos lo digo todo A Severina, porque me enseñó el amor por las letras y me heredó su corazón trasterrado A Celeste y a Cuauhtémoc, porque tienen alas Epígrafe ¿A quién le hablaba, a quién, ese hombre solo en medio de la tarde? EL EXTRANJERO, Luis Ríus I 2 Agradecimientos Si he tardado treinta y siete años en escribir este trabajo para obtener mi licenciatura, es evidente que a este ritmo la vida no me dará para más grados. Por ello, tengo que condensar en pocas líneas dedicatorias y agradecimientos que podrían haber tenido cabida individual en páginas más sesudas, de haber sido yo más prolífica o la vida más larga. Tengo que agradecer, antes que a nadie a la Dra. Graciela Cándano, mi entrañable amiga y mentora, quien con paciencia y tesón me acompañó en el incierto camino de una tesis largamente anunciada. Quizá aún más que yo, será ella quien se sienta liberada cuando tenga un ejemplar impreso entre sus manos. Gracias a la Dra. Dolores Bravo, maestra y ser humano de singular estirpe y al Dr. Aurelio González, compañero de entonces y docto asesor de ahora. Y he de agradecer también a la memoria queridísima de Mercedes Díaz Roig, mi primera directora de una tesis que sucumbió antes las variantes del Romancero que intenté abordar y a la frecuencia de mis viajes. Y a la Dra. Renée Dipardo, sin cuya palabra lúcida quizá me habría quedado en el camino. Y finalmente al recuerdo de Luis Ríus, que me llevó de la mano palabra a palabra por los vericuetos de este breve homenaje a su poesía. II 3 ÍNDICE INTRODUCCIÓN ...............................................................1 I. LA POESÍA Y EL YO ......................................................7 1.1 La poesía como ámbito de indagación del yo ..................7 1.2 El “otro” en la tradición española .................................9 II. EL YO ESCINDIDO .................................................... 19 2.1 Los referentes de la identidad ...................................... 19 2.2 El exilio: la carencia de lo otro ....................................26 III. LA INTEGRACIÓN DEL YO ....................................... 31 3.1 El ser múltiple en el territorio poético .......................... 31 3.2 Luis Rius y el ser poético (su obra) ...............................34 IV. YO Y LA OTRA TIERRA/ EL OTRO ESPACIO ...............43 4.1 España y México ........................................................43 4.2 El espacio interno ......................................................49 V. YO Y EL OTRO TIEMPO .............................................. 57 5.1 La infancia ................................................................ 57 5.2 La edad adulta ...........................................................61 5.3 El tiempo de la poesía ................................................ 67 VI. YO Y LA OTRA ...........................................................71 6.1 La amada ..................................................................72 6.2 La danza ...................................................................68 6.3 La muerte/ la soledad .................................................77 CONCLUSIONES ............................................................85 La conjunción de lo imposible ............................................85 La otredad del poeta ........................................................89 La poesía como territorio del “yo”: el equilibrio recuperado 93 BIBLIOGRAFÍA ..............................................................97 III 1 INTRODUCCIÓN Intentar aproximarnos a la poesía de Luis Ríus implica, antes que nada, entender que para el poeta de Tarancón, nombrar el mundo era pensarlo y sentirlo con una precisión casi obsesiva en la que, ni lo superfluo ni lo excesivo tenían cabida. Sólo la palabra concisa y la inflexión certera eran indisolubles de su encuentro con el arte y con la realidad. El esmero y afán de pulcritud extrema que ponía en cada uno de sus versos podría quizá explicar en parte lo escaso de su obra. Cuatro son los libros de poesía, antologados posteriermente, y a los que nos referiremos en los siguientes capítulos; y ocho son los trabajos en prosa: “Introducción a Novelas Ejemplares de Cervantes” (1962), “El Material poético (1918-1961) de Carlos Pellicer” (1962), “Sobre mi generación desterrada” (1965), “León Felipe, poeta de barro” (1966), “Poesía española en México” (1966), “Pedro Garfias” (1970), “La poesía” (1972) y “Los grandes textos de la literatura española hasta 1700” (1966) Si bien dentro de esta escasa producción hay poemas de una belleza y calidad rotundas y otros, más tempranos, carecen aún de logros tan contundentes, en todos ellos hay un amor innegable a la palabra y a su música. Una delicadeza en el sentir y una búsqueda permanente de correspondencia con la forma de expresarlo. Y, si el estilo es el hombre mismo, en el caso de Luis Rius, difícil sería referirnos a sus poemas distinguiéndolos de su personalidad. Luis Rius era y sigue siendo su poesía. Quizá es por ello que los pocos autores que se han dedicado a analizar su obra, principalmente Ángel González y Arturo Souto, hablan de sus versos tanto desde el aspecto literario como desde el afectivo. Hay una doble vertiente a partir de la cual indagan en sus palabras, porque con el hombre conocieron al poeta 2 habitante en la suavidad de su decir cotidiano. Posiblemente por ello tan breve, o más que su obra, es la crítica que se ocupa de ella, puesto que su poesía llegó menos a un público extenso que a unos cuantos “iniciados” que la vivieron de cerca. Al hacer poesía, Ríus no pretendía abarcar a las multitudes. Era un sectario y su quehacer era un acto íntimo destinado a sí mismo y a esos pocos privilegiados en los que él mismo se encontraba. Se hablaba a él y a un “otro” mediante el cual descifraba su propia identidad. Un “otro” que soy yo, al mismo tiempo que yo soy mi palabra y mi palabra soy yo. Por ende, un “otro” que es mi palabra y que me completa. Tema que ocupa las siguientes páginas desde las posiciones más representativos de su vínculo con la ‘otredad’, hilo conductor de toda su poesía. El tema de ‘la otredad’ es sin duda algo que a todos nos atañe. Desde diversas perspectivas existenciales ha habido a lo largo del tiempo, un cuestionamiento inherente a nuestro lugar en el mundo y frente a todo aquello que no somos nosotros. Un extrañamiento esencial frente a lo ‘otro’ y a nuestra relación con ello. Ya sea para identificarnos con eso que percibimos fuera de lo que creemos ser, para rechazar aquello que no llegamos a comprender y nos disgusta, o para encontrar en lo que nos distingue una forma de completar eso de lo que carecemos, ‘el otro’ es parte consustancial de nuestro ser y de nuestro estar. ‘Yo’ soy ‘yo’, más todo lo que no soy, todo lo que me circunda y sin lo cual yo mismocarezco de identidad. Todos somos un ‘yo’ más un ‘otro’. Todos nos significamos mediante ‘la otredad’ que nos confiere realidad. Somos por y en nosotros, más aquello que el otro percibe de nuestro ser. No somos del todo sin referentes. Y, aunque podríamos considerar que el ‘yo’ esencial trasciende las contingencias de la realidad, en la dimensión de lo concreto no podemos prescindir de la confirmación de nuestra individualidad por su inserción en el mundo del ‘otro’. El tema ha acompañado al hombre a lo largo de su historia y muchos son los escritores que, ya sea desde la filosofía o la literatura, hoy en día se ocupan por desentrañar el misterio que representa ‘la otredad’. 3 A lo largo del trabajo citaremos a George Steiner, Octavio Paz y Maurice Blanchot a este respecto, pero quizá vale la pena hacer una breve referencia a novelistas contemporáneos que, desde diversas tierras y enfoques, abordan el enfrentamiento del ‘otro’ con el mundo que les circunda, para subrayar la importancia que el tema tiene en la actualidad. En Francia, Philippe Claudel aborda la alteridad en El informe de Brodeck, cuyo protagonista, Der Anderer (‘el otro’ en alemán), es amenazado por incursionar, siendo ajeno, en una pequeña y compacta comunidad en las montañas, al final de la guerra. Thomas Heams–Ogus, en Ciento dieciséis chinos y algunos más, otra historia en otra montaña, los Abruzos, también luego de la guerra, donde es confinado un grupo de chinos, ofrece una narración metafórica de lo que representa el exilio, la inmigración y la intolerancia. Otra visión de la amenaza que representa la incomprensión ante ‘los otros’. En Serbia, Branimir Scepanovic, con La boca llena de tierra, cuenta la persecución de un hombre por extraños que no saben por qué lo cazan. Habla de una relación entre un desconocido con una comunidad a la que no pertenece, de la relación entre un individuo ajeno y la colectividad, entre víctimas y verdugos. El brasileño Luis Ruffato narra en Estuve en Lisboa y me acordé de ti, las diferencias culturales y el extrañamiento aun entre hablantes de una misma lengua. Un libro sobre el destierro en el que el ‘otro’ “debe vivir entre la tierra encontrada y la perdida”, entre Brasil y Portugal. En todos ellos se conjuga el extrañamiento y el rechazo ante aquél que viene a quebrar la norma, aquél que por su sola presencia pone en entredicho nuestra identidad, individual y colectiva. Aquél susceptible de cuestionar lo establecido y romper la comodidad de lo que conocemos y la rutina que determina nuestro quehacer. A esta dimensión del ‘otro’ en tanto extraño frente a una comunidad o a un mundo al que no pertenece, y dentro de la que Ríus se inserta en tanto trasterrado, hemos de agregar la de esos muchos ‘otros yo’ que, pese a nosotros mismos o por ello, nos recuerda que no somos seres unívocos y que, en nuestra aparente 4 unidad esencial, estamos entreverados de ‘yo’ múltiples que nos habitan en frecuente contradicción. ¿Quién no se ha imaginado vivir en el “tiempo de los subjuntivos”, como diría Ríus, en ese tiempo de la posibilidad insatisfecha, en el que la vida que hubiese podido ser nos recuerda que difiere de la que vivimos en el tiempo de los hechos concretos e inmodificables? ¿Quién no se ha sentido dividido entre múltiples “yo” internos más asiduamente en pugna que en armonía? ¿Quién no ha transitado alguna vez por la frágil línea que se vislumbra entre la realidad y el sueño? Estas preguntas al aire nos refieren a los cuestionamientos primordiales que dan sustancia a la poesía de Luis Ríus. Temas que él aborda desde una subjetividad marcada por un exilio geográfico, decisivo en su devenir existencial pero que, más allá de una expresión íntima y muy personal de sus propias vivencias y emociones, lo insertan dentro de una temática afín a los cuestionamientos primordiales del ser humano. Luis Ríus es un poeta marcado por su hispanidad y por la tradición poética que la nombra, pero más aún es un hombre que le habla a los hombres, a los ‘otros’ en quienes se busca a sí mismo. A los ‘otros’ fuera de sus páginas y al ‘otro yo’ que se escribe a sí mismo en su página interior. Por ello este trabajo no pretende más que hacer eco de sus preguntas y dar voz a ‘otra’ que recibe su mensaje y lo reelabora para dar continuidad a su afán de encuentro con aquél o aquélla que participen en el proceso de creación de su identidad. No hay análisis de la forma y muy someramente hay referentes a algunas de sus influencias. Se trata más bien de un encuentro poético desde las emociones de ‘otra’ asentada en su voz, de ‘otra voz’ asentada en su ‘yo’. La división de los capítulos trata de diferenciar algunas de las aproximaciones primordiales al ‘otro’ desde sus poemas. La ‘otredad’ geográfica y temporal, la ‘otredad’ de sí mismo y la ‘otredad’ amorosa, primordialmente. No es, evidentemente, un análisis exhaustivo. La complejidad del tema y los motivos excede con mucho los alcances de estas 5 páginas y queda, por ello, más como esbozo que como desarrollo integral. Lo que Luis Ríus nos quiso decir queda inserto tanto en su obra, como en todo lo que quedó suspendido en sus inquietudes como posible sustancia poética. Aquello que la profundidad de sus preguntas, la belleza de su forma y la suavidad de su ritmo dejan como caudal abierto en quienes leemos sus poemas, nos recuerda que nosotros también somos lo que somos más aquello que nos falta. Y que en sus palabras encontramos parte de esa identidad múltiple que requiere ser integrada mediante la presencia de lo ‘otro’. Así, la poesía de Luis Ríus habita esa parte íntima y fracturada en la que nos buscamos a nosotros mismos. Sin ella, seguramente, tampoco acabaríamos por encontrarnos del todo. 6 7 I. LA POESÍA Y EL YO 1.1 La poesía como ámbito de indagación del yo Cuestionar su propia identidad, el mundo que le rodea, su relación con ese entorno, es un quehacer inherente al creador de poesía que, en palabras de Johannes Pfeiffer, mediante ésta revela “ese punto medio en que esencia y palabra vienen a fundirse”.1 El poeta es filósofo, pregunta. Y para dar cuerpo a sus interrogantes se compromete en un trayecto mediante el cual, según Martin Heidegger, busca ahondar en aquello “inexpresado dentro de lo dicho por su poesía, […] el trayecto de la historia del ser (mediante el cual) el pensamiento llegará a un diálogo con la poesía en el marco de la historia del ser”.2 A través del acto poético, el poeta busca dotar de significado a esa realidad que observa, cuestiona y trasciende por medio de la palabra, para asignarle otro sentido allende el objetivo, e intenta aproximarse a nombrar lo innombrable. Ese diálogo pensamiento/poesía es aquello que da sustancia a la indagación del yo y proviene de las fibras más íntimas del ser y sus emociones. En este sentido, los signos externos no son sino mera aproximación a la verdad de lo inaprehensible y el poeta, que para Pfeiffer es un “narrador de emociones”, se torna en un gestor de incógnitas. 1 Johannes Pfeiffer, La Poesía, Fondo de Cultura Económica, México, 2005, p. 11. 2 Martin Heidegger, ¿Para qué poetas?, Universidad Autónoma de México, México, 2004, pp. 21-22. 8 Al preguntarse sobre el mundo que intenta descifrar, el poeta indaga sobre su relación con todo aquello que de aquél le inquieta. Se afana por entender su razón de ser y al hacerlo, centra su mirada en esa interioridad suya desde la que observa y analiza lo que le rodea. ¿Quién soy yo frente a este mundo? ¿Quién soy yo ante mí mismo, que me observo, mirando mirar? ¿Cómo dar forma al discurso interno en permanente acecho? ¿En qué territorio asentar los hallazgos? ¿Cómo expresar mi extrañamiento ante mi otredad? Será en la poesía donde estas cuestiones podrán “asentar su campo” y trascender el significado primario de una realidad que nunca abarca la verdadera respuesta. Y será la poesía la patria de quienes descubrenen ella lo que Saint-John Perse llamó “la ciencia del ser”. En palabras de Luis Ríus, retomando a Machado, podemos decir que: “El poeta no es poeta por lo que afirma, ni por lo que niega, sino por lo que duda”. Así, la poesía se vuelve la carne de lo vivido y sentido por el yo, y, al igual que la naturaleza, se torna el “ser” de lo “ente”, del que habla Heidegger.3 La palabra poética da cuerpo a la expresión individual, al lenguaje singular de las imágenes y experiencias acumuladas en la intimidad del yo. El poeta es por ende lo que dice, su palabra ‘es’ su interioridad manifiesta, su búsqueda de significado y en ese sentido ‘es’, en tanto la nombra. Y es ese lenguaje personal, gestado en las profundidades del yo, el que permite al poeta ‘ser’ lo que expresa; un individuo con una visión del mundo y un estilo propios: un yo que ‘es’ su lenguaje, único, frente a un mundo que ‘es’ porque se nombra y que mediante este ‘ser’ nombrado configura una aproximación de respuesta a sus preguntas existenciales. Para Pfeiffer lo original, que él llama lo “prístino”, es la verdadera expresión del yo; si no, soy alguien que se manifiesta a través de lo ya dicho por otros y de lo que me he apropiado, consciente o inconscientemente, por falta de lenguaje propio o desconocimiento de mi yo verdadero. El lenguaje es por 3 Heidegger, op cit., p. 62. 9 tanto el medio, palabras que sólo a mí pertenecen y que nadie sino yo mismo podría enunciar porque sólo a mi mundo y sus incertidumbres corresponde. Por ello, para ser verdadero dueño de mi identidad, tengo que ser dueño así mismo de mi lenguaje, de mi propia forma de ordenarlo y significarlo. 1.2 el ‘otro’ en la tradición española Si bien el cuestionamiento del yo mediante la indagación poética y la búsqueda del significado del otro no son rasgos exclusivos de la tradición española, en este trabajo tiene sentido iniciar con ella, ya que no puede abordarse la temática relativa a la otredad en la poesía de Luis Rius, sin entender los antecedentes de una sensibilidad marcada por los autores que forjaron esa identidad poética hispánica, a la vez presente y añorada por el poeta exiliado de Tarancón. Un poeta que indagó en sí mismo y encontró su lenguaje propio, sumergiéndose e incorporando en su expresión las ‘otras’ voces de los poetas de su España perdida y siempre añorada. Como señala Fanny Rubio, en su estudio sobre María Zambrano y las formas de lo sagrado en la poesía española, el ‘otro’ en la tradición española tiene diversas caras. Desde las variantes históricas como la de Alfonso X, quien defendió sus aspiraciones imperiales mediante un hábil uso del folclore y de las leyes de la otredad. La principal ley de la otredad establecía que para vencer al otro, había que mezclarse con él, convertirse en el otro. Esta es la apropiación del otro, extraño, ajeno, el que hay que vencer para apropiarse de él e integrarlo a la ‘humanidad’, a la cristiandad. Es ‘otro’ cuerpo, un opuesto al que no se aspira a parecerse, sino a conocerlo para borrar su identidad y cambiarlo. Contrariamente a la formulación del ‘otro’ como el ajeno, aquél que no soy y a quien quiero convertir en ‘otro’ diferente a sí mismo, para acercarlo a mí, existe ese ‘otro’ que viene a colmar mi propio vacío, ya sea por carencia 10 total o como parte complementaria de mi propia identidad. Ese ‘otro’ que fungirá como soporte de la aspiración nunca cabalmente satisfecha de abarcar la totalidad de mi ser. Tales son los casos de los poetas místicos o de aquellos poetas que necesitan encarar su otredad en la búsqueda de su casi nunca satisfecha completud; como plantea María Zambrano, “el místico se borra, pierde su identidad para dejarse habitar por ‘otro’ que es la divinidad por una parte y la poesía por el otro. Se deja vacío para que ‘otro’ ocupe esa nada en que se quedó para volverse él mismo parte del otro”.4 El poeta no místico buscará incorporar al territorio de sus palabras a ese ‘otro’ que le completa, a ese otro que, ya sea mediante el amor o a través de la cara desconocida de sí mismo, aspira a colmar el vacío de una existencia poblada de incógnitas respecto de su razón de ser. En el místico la ausencia del ‘otro’, del amado, es la muerte misma, y sólo su presencia colma ese vacío equiparable a la falta de vida. Al morir dejo de ser, y sólo la presencia del otro me restituye el soplo de vida y me remite a mi propia existencia. Tanto en San Juan como en Santa Teresa, vida y muerte se funden y completan cuando con su presencia el ‘otro’, Dios, les otorga la única existencia posible: […] “En mí yo no vivo ya, y sin Dios vivir no puedo pues sin él y sin mí quedo, éste vivir, ¿qué será? mil muertes se me hará, pues mi vida misma espero, muriendo porque no muero:” […] 4 Fanny Rubio, “María Zambrano y las formas de lo sagrado en la poesía española a partir de El hombre y lo divino”, Centro Virtual Cervantes <cvc. cervantes.es/literatura/zambrano_roma/rubio.htm>. 11 Y en Santa Teresa: […] Vivo sin vivir en mí, Y de tal manera espero, Que muero porque no muero.5 Vivo ya fuera de mí, después del amor; porque vivo en el Señor, que me quiso para sí; cuando el corazón le di puso en él este letrero Que muero porque no muero.6 […] En estos casos el amor está indisolublemente ligado a la palabra y es el vehículo para acceder a ese otro que colma las ansias íntimas de plenitud… Más allá de la mística, a partir de los Siglos de Oro –dice Octavio Paz– “se consolida la visión de que el verdadero poeta no oye otra voz, ni escribe lo que le dicta otro.”7 La palabra se torna el vehículo mediante el cual el ‘yo’ se reafirma, o se extraña de sí mismo y del mundo circundante, pero le convierte en un ser humano dueño de sus preguntas. La poesía será el medio para formular sus propias respuestas o para inquirir sobre la naturaleza de aquello que parece no tenerlas. “Nadie habla por boca del poeta, excepto su propia conciencia”, agrega Paz. Ya en el siglo XX, Emilio Prados, poeta cuya influencia recayó no sólo en los poetas españoles de la preguerra, sino en aquéllos asentados en México luego de su exilio, es cercano a los místicos por su sentido de totalidad referida a su unión con Dios: 5 San Juan de la Cruz, “Coplas del alma que pena por ver a Dios”, en Ocho siglos de poesía española, Porrúa, México, 1965, p. 148. 6 Santa Teresa de Jesús, Vivo sin vivir en mí, en Ocho siglos de poesía espa- ñola, Porrúa, México, 1965, p. 122. 7 Octavio Paz, El arco y la lira, Fondo de Cultura Económica, México, 1998, p. 202. 12 Ya soy, Todo: Unidad de un cuerpo verdadero. de este cuerpo que Dios llamó su cuerpo y hoy empieza a sentirse ya, sin muerte ni vida, como rosa en presencia constante de su verbo acabado y, en olvido de lo que antes pensó aun sin llamarlo y temió ser: Demonio de la Nada.8 Prados es por otra parte, el poeta que se engendra a sí mismo buscando en su propio yo dividido y en el amor del otro, aquello que podrá aproximarlo a su verdadera identidad. Tanto he llamado al silencio; tanto he nombrado al olvido, tanto entré en mi soledad que, hoy, en mi cuerpo cautivo ando y no puedo encontrar la salida de mí mismo…9 […] Esa indagación del yo y esa búsqueda del otro en sí mismo es constante en su poesía: ¿Qué tendré? ¿qué tengo o tuve?... ¿Salí, voy, entré, me pierdo?... No hay nada que se aventure en mí, si busca su cuerpo, y, nada que no halle en mí que en mí vive sin saberlo. Yo no sé si cuando vuelvo de donde pensé que estuve, vuelvo de mí, o estoy saliendo… Mas… si el pensar es salir: 8 Emilio Prados, Jardín cerrado, Losada, Buenos Aires 1960, p. 206. 9 Ibid., p. 148. 13 desde dos confines vengo por buscar un solo fin. ¡Ay, espejos de mi eterno!10 La visión de Prados es que el que ama cada minuto se engendra a sí mismo a cadainstante, como reflejo del poder creador del amor que inspira el “otro”. Y hablando de espejos, para seguir con la visión zambranista, según Rubio, de la visión del prójimo como espejo de la vida propia, Luis Cernuda encaja perfectamente dentro de esta concepción de que “la visión del semejante es necesaria precisamente porque el hombre necesita verse y vive en plenitud cuando se mira, no en el espejo muerto que le devuelve la propia imagen, sino cuando se ve vivir en el vivo espejo del semejante”: ‘Sólo al verme en otro, me veo en realidad, sólo en el espejo de otra vida semejante a la mía adquiero certidumbre de mi realidad.”11 En el poema “Lázaro”, éste, a punto de perderse en la noche de su muerte, se levanta luego de su percepción de la otredad: Alguien dijo palabras De nuevo nacimiento. Mas no hubo allí sangre materna Ni vientre fecundado Que crea con dolor nueva vida doliente. Quise cerrar los ojos Buscar la vasta sombra La tiniebla primaria […] Cuando un alma doliente en mis entrañas Gritó, por las oscuras galerías […] 10 Ibid., p. 139. 11 Rubio, op.cit. 14 Entonces, hondos bajo una frente, vi unos ojos Llenos de compasión, y hallé temblando un alma Donde mi alma se copiaba inmensa Por el amor, dueño del mundo.12 Si soy español, lo soy A la manera de aquellos que no pueden Ser otra cosa… […] Soy español sin ganas Que vive como puede bien lejos de su tierra Sin pesar y sin nostalgia…13 Cernuda se aproxima también a la visión mística de San Juan, en tanto lleva dentro de sí los ojos del otro: Arañando la sombra con inútil ternura ahora. La hermosura es paciencia. Sé que el lirio del campo, tras de su humilde oscuridad en tantas noches con larga espera bajo tierra, del tallo verde erguido a la corola alba, irrumpe un día en gloria triunfante. Son muchos los elementos de la poesía machadiana de los que abreva Luis Rius para nutrir la suya; sin embargo, no es el objetivo principal de este trabajo enumerarlos y por ello haremos breve referencia al punto esencial en lo referente a la ‘otredad’. Para Antonio Machado la realidad interior está teñida de una constante añoranza de la infancia como el paraíso perdido que “otorga eternidad a lo fugaz porque inventa mundos a cada instante”. Y esta añoranza de la infancia perdida está inmersa a su vez en una irremediable conciencia del paso del tiempo y 12 Luis Cernuda, Voz viva de México, Universidad Nacional Autónoma de México, México, 1975, p. 7. 13 Ibid., vv. 41, 237, 238. 15 del sentimiento de muerte como una permanente reflexión sobre el sentido de la vida y de sí mismo frente a su propia identidad y frente al que mira y se hace mirar. El viajero III (…) ¡Alegría infantil en los rincones de las ciudades muertas!... ¡Y algo de nuestro ayer, que todavía vemos vagar por estas calles viejas!14 Para Zambrano, dentro de él, la ‘otredad’ es una forma de luchar contra la muerte y su tiranía desde la creación poética. A través del sueño o los recuerdos, Machado va a intentar buscar otros caminos que lo conduzcan a un nuevo estado de serenidad y paz que no encuentra en la realidad inmediata; y al lograrlo, escapa al vacío de la nada y el absurdo de la existencia. La literatura le brinda la oportunidad de vivir y adquirir otras personalidades, de buscar su ‘otro’. Proverbios y cantares XV Busca a tu complementario, que marcha siempre contigo y suele ser tu contrario. XXXVI No es el yo fundamental eso que busca el poeta sino el tú esencial.15 14 Antonio Machado, Obras, poesía y prosa, Losada, Buenos Aires, 1973, p. 63.15 Ibid., vv. 41, 237, 238. 15 Ibid., p. 273. 16 XXXIX Busca en tu prójimo espejo; para no afeitarte, ni para teñirte el pelo.16 Para Zambrano, Juan Ramón Jiménez, en “Animal de Fondo”, “En el otro costado”, “Dios deseado y deseante”, manifiesta una obsesión por la búsqueda de la verdad, la belleza y la eternidad a través de la poesía; es una etapa indagatoria en la que el yo esencial cobra cuerpo por medio de la palabra poética. Siguiendo con su planteamiento, la “conciencia asume el lugar predominante entre los conceptos de la poesía juanramoniana de esos años. El yo histórico, contingente, deja paso al yo total, esencial, que no está ya en el mundo, sino que es un mundo a través de la conciencia del todo, uniéndose y fundiéndose en ella como si de experiencia mística se tratase. Fundidos, mundo y poeta conforman un todo que Juan Ramón nombra como Dios: un mundo.” Para todos estos poetas −de una forma u otra vinculados con la “otredad”, principalmente a través de la mística−, Zambrano concluye que el amor será la emoción más vinculada con la palabra. Vibra en ella como “manifestación de la palabra poética”, una palabra que, a su juicio, también lo es de lo que puede llegar a ser palabra. Los anteriores son sólo algunos pocos ejemplos de un tema que tocan muchos más autores y épocas de las que aquí se mencionan, y cuya índole no es exclusivamente española sino universal. Y ello tan sólo como muestra de que el tema de la ‘otredad’ en todas sus variantes, es algo que se vincula con uno de los aspectos más íntimos del ‘ser’ humano, con el ansia de entenderse a uno mismo y con la necesidad de significarse frente a lo ‘otro’, a eso que no soy ‘yo’, y que me sume tanto en el extrañamiento como en el reconocimiento. Aquello que mediante sus diferencias representa lo que anhelo o rechazo de 16 Ibid., p. 277. 17 mí o de la imagen que me devuelve el espejo de lo ajeno y que busco sin tregua porque me completa. O como dirá Octavio Paz, ‘el otro’ se presenta como “un regreso a algo del que fuimos arrancados. Cesa la dualidad, estamos en la otra orilla”.17 En este sentido, para Paz la soledad es una experiencia continua en la que el ser humano está separado de su ser mismo y existe en tanto el extraño y el doble, inmerso en una dualidad que le lleva a buscar sin tregua ese ‘otro’ único capaz de dotarle de su mitad perdida y acercarlo a su integridad. 17 El arco y la lira, op. cit., p. 133. 18 19 II. EL YO ESCINDIDO ii. los referentes de la identidad En la sección “Juventud” del Diario de a Bordo del sábado 24 de junio de 1939 del Ipanema, buque que emprendió el camino del destierro trayendo consigo a aquéllos que tuvieron que dejar España en “su trágica y miserable situación”, se lee: “A la mayoría de cuantos españoles emprendemos el camino de la emigración, se nos plantea el problema de empezar nuestras vidas. Esperanzas, temores, ilusiones, incertidumbres…”18 Para unos −los que empiezan otra vez− la perspectiva es incierta, ardua la labor, aunque ésta se verá, sin embargo, esclarecida y ayudada por el sentido de orientación, la experiencia y los conocimientos que proporcionan los años. Para otros, para la juventud “–empezar simplemente–, el problema debe tener más clara solución, menos obstáculos. La falta de experiencia y conocimientos tiene su compensación en la alegría e independencia de que disponemos al emprender el camino.”19 Quien haya hecho tal afirmación en nombre de los que cargaban su historia y su pedazo de España en las entrañas, poco intuía entonces las disyuntivas y vicisitudes de los pequeños que habrían de despegar hacia una vida en la nueva tierra que, si bien los acogía, no era suficiente para colmar las nostalgias de los senderos que se dejaban detrás. Si los adultos que emigraron tuvieron que aprender a vivir con una España rota y abandonada a cuestas, los niños del exilio no pudieron tampoco llegar a su nueva patria para “empezar simplemente”, pues su “falta de experiencia y de 18 “Los barcos de la libertad, diarios de viaje, Sinaia, Ipanema y Mexique (Mayo- Julio 1939)”, presentación de Fernando Serrano Migallón, El Cole- gio de México, México, 2006, p. 211. 19 Ibidem. 20 conocimientos” no eran suficientes para borrar los recuerdos de la tierra quelos trajo al mundo y los nutrió durante su primera infancia. Ni la “solución fue tan clara” ni estuvieron exentos de “obstáculos” derivados del exilio. Estos niños estuvieron marcados no sólo por aquello que fue delineando su creciente nostalgia, sino por el destierro del alma que sus padres perpetuaban en un intento perenne por mantener viva una pequeña España dentro de su país de acogida. Colegios como la Academia Hispano-Mexicana, donde realizó sus estudios Rius, tertulias, clubes y restaurantes, espacios transitorios de reencuentro con los hábitos, sabores y acento de quienes recordaban que era cierta la memoria de otro tiempo y otro lugar, donde el ‘ser español’ quedaba inserto dentro de una identidad nacional y no como la marca de ser ‘otro’ en tierra de muchos. Espacios marcados por una ‘hispanidad’ orgullosa de sí misma, en la que se mezclaba un ambivalente afán por integrar una especie de ‘mestizaje’ cultural, no siempre exento de cierto paternalismo o distancia respecto de la cultura nativa. Junto con esos niños creció una dualidad y permanente inquietud de ser ‘parte de’, al mismo tiempo que ajeno. Ellos venían de la España perdida al mismo tiempo que echaban raíces en suelo otrora conquistado por distintos españoles, embarcados siglos atrás en el exilio voluntario del sueño aventurero y del que algunos de los nuevos exiliados cargaban aún la huella que prolongaba la sensación de extrañamiento ante las diferencias culturales. Y esos niños del exilio cargaron con ‘lo otro’ del otro añorante, el depositario y transmisor de ‘lo otro’ del “otro lado del mar”. De aquél que llegó y pensó siempre que pronto volvería y esperaba todos los días la caída de Franco. Los niños eran producto del exilio y sin embargo, crecían y se desenvolvían inmersos en la ‘otra’ cultura de la que eran a la vez ajenos y partícipes. Al partir de Tarancón, niño castellano-manchego, Luis Rius fue una víctima más del desasosiego producto del desprendimiento. Fue uno de esos hijos de españoles republicanos que asentaron su campo en México, formando 21 un heterogéneo grupo que se cohesionó bajo el nombre de “Refugiados”. Hombres y mujeres de las más diversas profesiones y niveles socioculturales se hermanaron con la sangre de la herida República, todos ellos “Refugiados”, sin más, españoles exiliados para los que el vocablo era signo indiscutible de orgullosa identidad. Y para estos “Refugiados”, los hijos que trajeron consigo fueron de alguna manera los vestigios de ‘su’ España, las semillas de una vida trasplantada a México, el ‘refugio’ en el que sus brotes pudieron germinar mediante la permanente añoranza de la tierra rota que tuvieron que dejar en cuerpo y habitaron por siempre en alma. Señala Ángel González en su prólogo a Cuestión de amor y otros poemas:20 “El exilio deja a España sin una parte importante de sí misma”. A ello habría que añadir que también deja a los exiliados sin una parte importante de ellos mismos y que quedan por siempre anhelantes del encuentro con esa parte que resuena cada vez más como un eco remoto. Y agrega: El exilio queda así definido como una experiencia radical y desoladora (‘andrajos y silencio’), y el exiliado desposeído de toda tierra, no sólo de la suya originaria. El sueño de mundo perdido, disuelto en memoria y lejanía, le impide el acceso al mundo presente, real, en el que tampoco su antagonista –la mitad de sí mismo– le permite vivir. La evocación y la añoranza son, como todo en su vida, dobles: el aquí y el allá, el presente y el pasado, motivan una idéntica nostalgia”.21 En este sentido el “Refugiado” siempre ‘es’ lo que ‘es’ por carencia de su contraparte, de ‘lo otro’. Es lo que “es, más la parte que le falta”, ese otro que completa la identidad dividida. Para los niños, agrega en el prólogo, la tierra perdida se convirtió en el “fantástico mapa de un país que acaso no coincidía en sus detalles con ninguna geografía verdadera, un espacio tan 20 Ángel González, “Prologo”, en Luis Rius, Cuestión de amor y otros poemas, Universidad de Castilla-La Mancha, Cuenca, 1998, p. 15. 21 Ibid., p. 19. 22 insuficiente e irreal que sólo podría cobrar relieve en el dominio inestable de la imaginación y los sueños…” (Cuestión de amor, p. 17). Los jóvenes exiliados que llegaron de niños a México, sienten una vocación de escritores, y precisamente poetas casi todos, probablemente influida por su situación de extraterritorialidad […] Se reconocen pertenecientes a una doble instancia o doblemente exiliados, pues no participan íntimamente de la cultura que les acoge, pero desconocen realmente la tierra, la realidad inmediata española, en especial la que se desarrolla a partir de la guerra, aunque discuten de su historia y sus valores. De ahí la sentencia con que resume su opinión Eduardo Mateo: “Mi impresión es que, si bien en un principio el exilio de esta generación era un exilio de patria, acaba siendo un exilio de la realidad.”22 Podríamos quizás afirmar que, más que lo señalado por Ángel González, al ser aquí y allá, se vuelve ni aquí ni allá, ni pasado ni presente, sino un tiempo indefinido ubicado en una nostalgia perenne, que sólo cobra cuerpo y patria en el territorio de la poesía. Que da voz a esa escisión interna: yo frente al otro yo, que soy el mismo y ninguno por ser siempre un corazón dividido ante un “ayer muerto” que sin embargo vive y perdura en la pérdida. Si yo pudiera, tristeza mía, darte mi ayer muerto; pero no hay savia que fluya en ti ni tierra en mi huerto. Sueño de ayer, sueño errante de mañana, siempre sueño, mi corazón es camino sin final y sin comienzo: (Canciones de Ausencia, en Cuestión de amor, p. 36) En este caso el poeta se desprende de su otro yo nombrándolo tristeza, sueño o corazón, que no es sino esa otra parte de sí 22 Paulino, op. cit., p.195. 23 mismo que no encuentra su lugar y que se torna interlocutor con quien compartir esa sensación de falta de vida y de rumbo, ese “ayer muerto” y ese “sueño errante” producto del desarraigo. La imagen del corazón como interlocutor es un recurso frecuente para referirse a esa parte de sí mismo dolida y a la que el poeta da cuerpo para desdoblarse y formularle preguntas a las que nunca encontrará respuesta. “Ay mi corazón tan triste […] Corazón desarraigado […] Ay, mi corazón doliente […] Ay mi corazón indócil […] Ay, mi corazón, sol viejo” que no es sino el reflejo de un “yo” cual “sol consumido”,23 un sol cansado y triste por el destierro. […] Si a ti no fuera, corazón, el sueño, ¿quién a tu nido? ¿quién a tu nido llegaría, desierto? Son tan grandes las horas, tan grande el pensamiento y el camino y el mar y el horizonte, y es corazón, tu nido tan pequeño. (Cuestión de amor, en Verso y prosa, p. 88) El corazón es una vez más el pequeño depositario de una enorme ausencia, de un camino tan largo como el pensamiento que lo piensa y contiene en su añoranza la inmensidad del mar y lo inalcanzable del horizonte. Idea que se repite para enfatizar esa desproporción entre lo inabarcable del cielo y de los campos, que nunca serán los mismos pues pertenecen a distintos continentes, y lo pequeño del corazón que los anhela y que, en su partición, los contiene como a uno solo. Qué inmenso, qué inabarcable sobre los campos, el cielo. En la mañana, desnudo mi corazón, ¡qué pequeño! 23 Ibid., p. 37. 24 (Cuestión de amor, en Verso y prosa, p. 92) ¡Qué pequeño yo! Nos dice el poeta, frente a la inmensidad de lo perdido y los recuerdos, ¡qué pequeña la mirada! para abarcar un mismo cielo que comprenda el que está al alcance de sus ojos a la vez que aquél que cobija la tierra que se abandonó. Al confrontar “su pequeñez” con lo inconmensurable de la naturaleza, Rius se ubica frente a este cuestionamiento relativo a la dimensión del hombre frente a aquello que lo rebasa. Un corazón, la parte más íntima de mi yo, no alcanza para guardardentro de sí todos los misterios de la existencia, llámense cielo, mar, tristeza, recuerdos o exilio; yo mismo. Dichos elementos sirven como vehículo de la revelación que lo conduce a su otredad manifiesta en la realidad poética, revelación entendida por Octavio Paz: “en el sentido de don o gracia que viene del exterior, [que] se transforma en un abrirse del hombre a sí mismo”. Dios yace oculto en el corazón del hombre y, citando a Novalis, agrega: “Cuando el corazón se siente a sí mismo… entonces nace la poesía”.24 Tiéntame el corazón, Señor, que sea un instante siquiera luminoso. […] Oh, noche, oh pensamiento; oh, infinita desolación donde el corazón −rosa de ausencia, rosa de esperanza, rosa de desampara y de pasión− habita. (Canciones de ausencia, en Verso y prosa, p. 90) En Canciones de amor y sombra (1965), Rius vuelve a plantearse las interrogantes respecto de la vida y su dimensión frente a ellas y se coloca de nuevo con un “yo” dividido en el que su propia sombra le acompaña como testigo de las incertidumbres y engaños de la vida contra la cual su “voz embravecida”, la que manifiesta su propia existencia, nada puede: 24 Paz, El arco y la lira, op. cit., pp. 140-141. 25 Engaño de la vida hora tras hora, repetido, constante, terco engaño. Mis ojos miran brillar la luz que antaño Otros vieron brillar, engañadora. […] A los que no han nacido va la vida a amanecer, dejándome olvidado. Nada puede mi voz embravecida contra su terco son. A su llamado ya otros vienen tras mí. Queda encendida esta engañosa luz; mi sombra a un lado. (Canciones de ausencia, en Verso y prosa, p. 95) En este poema Rius se coloca frente a esta engañosa vida reminiscente de la tradición española con su ‘otro yo’ como sombra, pero también con ‘el otro’, con ‘los otros’ que le antecedieron y con ‘los otros’ que le sucederán. Con ese ‘otro’ con el que se hermana en la impotencia de ser escuchado por esa vida empeñada en perpetuar su engaño y que sin embargo es un otro extraño que no le responde ni acude cuando “lanza su voz” y por lo tanto le deja solo consigo mismo. “Mientras lanzo mi voz/ […] Ninguno/ me ha oído. Nadie acude. (Cuestión de amor, p. 48). El motivo de la sombra como el ‘otro’ de sí mismo a la vez que ‘los otros’ que le rondan se reitera: […] La breve espiga de oro de la lámpara brilla sobre mi mesa. Sombras en las paredes me vigilan. […] Inmóvil, yo también soy sombra hambrienta del hambre de vivir mañana todavía. (Cuestión de amor, p. 50) 26 Pareciera que esa sombra es la marca indeleble que trajeron esos “refugiados” cuando llegaron a México, la sombra de otra vida, otro tiempo y otra tierra que viven en un ‘yo’ permanentemente escindido y que, como en la Caverna, busca encontrarse. Para George Steiner “lo que no puede comunicarse, manifestar su existencia ontológica y sus necesidades elementales, no está vivo. ‘Habla y anúnciame a mí mismo’. Es en el carácter recíproco de la manifestación de identidad, en la necesidad de un eco aunque sea radicalmente opuesto, donde están las raíces de la paradoja hegeliana: la necesidad de todo ser viviente de la presencia de otro, y el miedo y el odio que surgen de esa necesidad.”25 En Rius, esa comunicación que da fe de su existencia mediante el “habla poética” es el eco de su propia voz a través del extraño que también es él: “A quién le hablaba, a quién,/ Ese hombre solo en medio de la tarde?” (Cuestión de amor, p. 56). Es ese hombre-poeta que se mira a sí mismo mirando mirar, del que hablamos en capítulo anterior. ¿Quién es ese hombre que pregunta y quién aquél hombre solo que habla en medio de la tarde, sino el mismo poeta desdoblado, necesitado de la presencia de su propia otredad, al mismo tiempo que inquieto por no reconocerse? Sólo mediante el logos los dos extraños se confunden y adquieren una misma identidad. Exiliado de sí mismo (como isla infinita). 2.2 el exilio: la carencia de lo otro Para Steiner, decir Soy yo y experimentar el propio ser, y de modo concomitante impiden sentirse otro, salvo por un acto de proyección imaginativa, una ficción proyectiva de semejanza −se basan absolutamente en la condición lingüística. […] El reconocimiento de la identidad diferenciada de la otredad es un logro difícil y extremadamente importante. Las leyendas de 25 George Steiner, Extraterritorial, Adriana Hidalgo, Buenos Aires, 2000, p. 90. 27 denominación recíproca que encontramos en todas las culturas (Jacobo y el Ángel, Edipo y la Esfinge, Roland y Oliver) […] pueden contener el oscuro indicio de la antigua duda: ¿quién soy yo, quién eres tú, cómo sabremos que nuestra identidad es estable, que no pasaremos como una corriente de agua a integrar el río de la otredad como sucede con la luz o el viento? […] Todo el proceso, la manifestación del ser y la respuesta del “no ser”, es de estructura dialéctica y de naturaleza lingüística. El habla constituye el movimiento de sístole y diástole del ser; ofrece pruebas externas e internas. […] Nuestra identidad es un pronombre de la primera persona.26 En este sentido, la ausencia de palabra es ausencia de identidad, si no digo no soy, porque no me manifiesto y si callo puedo ser cualquier cosa y de dejar de ser lo que pude haber sido: […] Callar, callar, callar. Que las canciones se me queden dentro, las canciones tardías que nunca florecieron cuando podía cantar. Esas que no nacieron que no nazcan. Ya no, no, ya no es tiempo. Cantar otra vez más, cantar… Silencio (Cuestión de amor, p. 54) Aquello que pudo haber sido y no fue, ese que pude haber sido y no fui, que no se cante y por lo tanto que no sea nunca, y que su imposibilidad de ser quede inscrita en el silencio. En ese silencio dentro del cual se gesta el hombre a sí mismo para brotar al mundo mediante la palabra que afirma su humanidad o le hace caer en la identidad perdida, en el “distinto ser”: 26 Ibid., pp. 96-97. 28 Si ángeles fuimos y nos despeñamos ¿cómo saber ser hombres todavía? […] En el tiempo caímos y cobramos distinto ser. Total fue la caída. Sólo nos queda amar la primavera por ver la tierra tibia y florecida −¿cuántas veces aún?− y no pensar que tal vez fuimos ángeles un día. (Verso y prosa, p. 55) La incomprensión respecto de aquello que fuimos en el origen se manifiesta en esa falta de memoria de nuestro nacimiento, que no puede recobrarse porque el poeta no sabe qué palabras usar para conferirle realidad y entenderla; ni al nacimiento primero ni al consuetudinario de “aquél hombre” “que va entregando su vida lo mismo que a diario la recibe: […] Yo no recuerdo haber nacido nunca. ¿Cómo habré de decirlo para entender yo mismo cómo fue mi nacimiento de hoy? (Cuestión de amor, p. 63) Es como si hubiese sido otro el que nació, pues yo carezco de conciencia de mi principio. Ese otro que miro como a un hombre distinto de mí y que olvida las llaves pero de cuyas palabras me apropio y que también soy yo, que afirmo mi olvido: Lo diré cuando abra la puerta de su casa aquel hombre que siempre ha olvidado la llave, con sus mismas palabras: siempre olvido olvidar; recuerdo siempre por esta horrible falta de memoria. (Cuestión de amor, p.63) 29 En otro momento se refiere a la palabra escrita como el vínculo entre ese que soy y que pregunta y el ‘otro’ que se me parece porque también carece de un lugar preciso en el mundo y con el que se ‘identifica’. A ese hombre marcado por la soledad y el extrañamiento ante la realidad circundante: Yo aquí. Yo ¿aquí? ¿Por qué? Para otro como yo dejo esta página, para otro hombre a la orilla al margen de su mundo. Yo dejo esta señal. Soledad alta. Para cuando no queden bosques ni árboles solos. Soledad alta como un pino. (Cuestión de amor, p. 62) En Rius esta búsqueda de palabra que dé sentido a un ‘yo’ en permanenteruptura y que busca a su ‘otro’, tiene una doble vertiente: la inquietud existencial del poeta en tanto hombre que cuestiona el mundo que le rodea, así como el exilio que lo quebró de tajo y le dejó inmerso en una especie de orfandad que nunca sacia su necesidad de encontrarse con aquello que le falta. En palabras de Ángel González, El exilio queda así definido como una experiencia radical y desoladora (‘andrajos y silencio’), y el exiliado como un desposeído de toda tierra, no sólo de la suya originaria. El sueño de un mundo perdido, disuelto en memoria y lejanía, le impide el acceso al mundo real, en el que tampoco su antagonista −la mitad de sí mismo− le permite vivir. La evocación y la añoranza son, como todo en su vida, dobles: el aquí y el allá, el presente y el pasado, motivan una idéntica nostalgia. ‘Si a ti no fuera, corazón cautivo’ La situación de estar y no estar, de ser y no ser, da lugar a un complejo y casi vertiginoso juego de desplazamientos, oposiciones e identidades [con] ilimitada serie de variantes, angustiosas todas 30 porque, ocurra lo que ocurra la voz que las expone habla siempre desde la irrealidad (Cada vez que me… con lo que no soy voy siempre a dar).27 Se podría agregar que más que la ‘irrealidad’ o el tiempo de los subjuntivos que, como Rius, “tampoco saben ir al mar”, el poeta teje ‘otra’ realidad: la realidad poética. Ésta se torna el único territorio en el que se conjugan lo posible y lo imposible, fuera del ámbito de la irrealidad, o de la realidad “posible” en “subjuntivo”. Más allá de la ilusión de lo que pudo haber sido y nunca será, la nueva realidad creada por el poeta esplende y se concreta mediante la palabra que se confronta con la ‘otra’ realidad. 31 III. LA INTEGRACIÓN DEL YO 3.1 el ser múltiple en el territorio poético En El arco y la lira, Octavio Paz comenta que “el hombre lanzado a ser todos los contrarios que lo constituyen […] puede llegar a ser todos ellos porque al nacer ya los lleva en sí, ya es ellos. Al ser él mismo, es otro. Otros. Manifestarlos, realizarlos, es la tarea del hombre y del poeta. […] La experiencia poética es un abrir las fuentes del ser.”28 En este sentido, es en el territorio poético donde el hombre privilegiado por el don de trascender el significado de las palabras podrá integrar su multiplicidad, dar voz a sus muchos “yo” confrontados con sus muchos “otros” y dar coherencia a una identidad fragmentada. Paz agrega que: “El lenguaje poético revela la condición paradójica del hombre, su ‘otredad’ y así lo lleva a realizar lo que es.” Así Rius asume mediante la poesía que su realidad es vivir exiliado de sí mismo, ser el que es sin ser en el presente, ese ‘otro’ que fue en otro tiempo y que, sin embargo tampoco, era entonces. Dos ‘otros’ siempre ajenos a sí mismos, a la vez que conciliados como dos imposibilidades en los campos de la poesía. Yo fui, no soy, y mi verdad es ésta, mi presencia conmigo, la más mía; ser tan sólo memoria y lejanía, jugador ya sin carta y sin apuesta. Si ahora digo que fui, que tuve puesta la vida en ejercicio, que vivía, muy bien me sé que igual melancolía 28 Paz, El arco y la lira, op. cit., p. 155. 32 me daba entonces similar respuesta. Entonces ya también había vivido sin vivir ni esperar un venidero instante, un presente no cumplido. Siempre he sido pasado. Así me muero: no recordando ser, sino haber sido, sin tampoco haber sido antes primero. (Verso y prosa, p. 123) Desde esta perspectiva la poesía será el terreno de la multiplicidad y de una nueva realidad con identidad propia, lejos de la verdad unívoca. En ella pueden confundirse yo y el otro, luz y tinieblas, tierra y mar, vigilia y sueño, vida y muerte. En ella el tiempo se borra y permanece tan sólo como espacio por el que transita la palabra como sustancia poética. Mediante ésta, el ser plural del poeta inquiere sobre la realidad que observa y cuestiona, y se la devuelve depurada a través del tamiz de su experiencia íntima. El tiempo detiene el flujo que nos conduce hacia el fin y sólo la palabra permanece como su vehículo, transmutada en poesía que todo lo contiene. Luis Rius es poeta. Luis Rius es el ser múltiple que se debate entre sus ambigüedades existenciales para conciliarlas en el territorio poético. Luis Rius es el ser poético que se sirve de la “palabra en el tiempo” para conjugar su ‘otredad’. En su trabajo La poesía, Rius anota: “Porque no existe perfecta conmesurabilidad –dice Mairena– entre el sentir y el hablar, el poeta ha acudido siempre a formas indirectas de expresión, que pretenden ser las que directamente expresan lo inefable.”29 En esta cita de Antonio Machado parece sintetizar Rius su vínculo con la poesía en tanto forma de expresión de aquello que de otra manera no podría ser significado. Todo la pulsión de lo suspendido entre la experiencia vital y la complejidad de las emociones que ella suscita, la dificultad implícita en pretender confrontar mediante la palabra los cuestionamientos ante una realidad inabarcable, necesitan para el poeta de una forma de expresión que trascienda su propio 29 Luis Rius, La poesía, ANUIES, México, 1972, p. 17. 33 significado. Porque, continúa Rius, citando a Carlos Bousoño, “la lengua no comunica intuiciones sino conceptos”30 y por ende requiere de otorgar al significado de las palabras otro que las individualice. Siguiendo esta concepción de lo que implica el lenguaje metafórico en la expresión individual del poeta, para aproximarnos a lo que sería el lenguaje personal de Luis Rius, y a lo que serían sus rasgos constitutivos, concluiríamos que ante todo, a un “ser del exilio” se corresponde una poesía en la que éste determina su esencia. En su estudio sobre la poesía de Luis Rius, José Paulino anota: La realidad del destierro, la identidad y universalidad como exiliado no la inventa él, pero la descubre en sí mismo como rasgo esencial del yo lírico. Si pudo decir que en los poetas mayores notaba una hondura humana, y por consiguiente, artística superior a la expresada antes del destierro, en él no hay antes y después: su hondura humana y poética es la del destierro como origen y fundamento. […] una poesía del exilio: intimista, falta de expresa dimensión histórico-política y centrada en la individualidad del sujeto lírico.31 De esta manera, el lenguaje individual de Luis Rius es el de la palabra, cuyo destino final es nombrar la pérdida y el desarraigo, la expresión de un ser a medias que se debate entre dos mundos geográficos, temporales y anímicos que quedaron escindidos con el destierro y que le convirtieron en un “mestizo espiritual”, según su propia definición. Sin embargo, Rius no vive ni le canta al destierro y a la tierra perdida con el dolor y la amargura frente a los horrores de la guerra, ni a la injusticia de su propia historia. Rius aborda el desarraigo desde la perspectiva personal y afectiva, filtrándolo siempre en todos los aspectos de su intimidad: el amor, la soledad, la razón de ser en el mundo, el desasosiego de la vida. 30 Ibid., p. 16. 31 Paulino, op. cit., pp.199-200. 34 Hay en su poesía un tono sostenido en el que prevalece la nostalgia, la conciencia del no retorno, expuestos mediante una finura exacerbada del sentir, una delicadeza esmerada en el decir. Y si bien su poesía queda inserta dentro de la generación llamada del “medio siglo”, vinculada con una hispanidad trasterrada, la hondura de sus indagaciones lo acercan más a los cuestionamientos universales del hombre frente a la existencia. Rius es un hacedor de poesía pura, diáfana, en la que establece un diálogo íntimo entre él, −el “yo” poeta− y la palabra, para trascender un mundo que es tan sólo el escenario de sus vivencias, carencias y afectos. La palabra ‘es’ su vida, su existencia transmutada en arte que le abre la posibilidad de conjugar la vida posible y la soñada. Las palabras confieren cuerpo a sussentimientos y sustancia a su razón de ser en el mundo, son el punto de confluencia entre la verdad interior y la realidad externa. La concordancia entre verdad y belleza, entre fondo y forma, inconsciente y consciente, dan identidad a un hombre de tradición española, que se debate entre el sueño y la realidad, nunca seguro del todo del terreno que pisa ni dueño por completo de sí mismo ni de su historia. 3.2 luis rius y el ser poético: su obra En su trabajo La poesía, Rius anota: “Porque no existe perfecta conmesurabilidad –dice Mairena– entre el sentir y el hablar, el poeta ha acudido siempre a formas indirectas de expresión, que pretenden ser las que directamente expresan lo inefable.”32 En esta cita de Antonio Machado parece sintetizar Rius su vínculo con la poesía en tanto forma de expresión de aquello que de otra manera no podría ser significado. Todo la pulsión de lo suspendido entre la experiencia vital y la complejidad de las emociones que ella suscita, la dificultad implícita en pretender confrontar mediante la palabra los cuestionamientos ante una realidad inabarcable, necesitan para el poeta de una forma de expresión que trascienda su propio significado. Porque, continúa Rius, citando a Carlos Bousoño, “la lengua no comunica intuiciones sino conceptos” y por ende requiere 32 Luis Rius, La poesía, ANUIES, México, 1972. 35 otorgar al significado de las palabras otro que las individualice. Siguiendo esta concepción de lo que implica el lenguaje metafórico en la expresión individual del poeta, para aproximarnos a lo que sería el lenguaje personal de Luis Rius, y a lo que serían sus rasgos constitutivos, concluiríamos que ante todo, a un “ser del exilio” se corresponde una poesía en la que éste determina su esencia. En su estudio sobre la poesía de Luis Rius, José Paulino anota: La realidad del destierro, la identidad y universalidad como exiliado no la inventa él, pero la descubre en sí mismo como rasgo esencial del yo lírico. Si pudo decir que en los poetas mayores notaba una hondura humana, y por consiguiente, artística superior a la expresada antes del destierro, en él no hay antes y después: su hondura humana y poética es la del destierro como origen y fundamento.33 Más adelante añade que la suya, es “una poesía del exilio: intimista, falta de expresa dimensión histórico-política y centrada en la individualidad del sujeto lírico”. Así, el lenguaje individual de Luis Rius es el de la palabra cuyo destino final es nombrar la pérdida y el desarraigo, la expresión de un ser a medias que se debate entre dos mundos geográficos, temporales y anímicos que quedaron escindidos con el destierro y que le convirtieron en un “mestizo espiritual”, según su propia definición. Sin embargo, Rius no vive, ni le canta al destierro y a la tierra perdida con el dolor y la amargura frente a los horrores de la guerra ni a la injusticia de su propia historia; Rius aborda el desarraigo desde la perspectiva personal y afectiva, filtrándolo siempre en todos los aspectos de su intimidad: el amor, la soledad, la razón de ser en el mundo, el desasosiego de la vida. 33 José Paulino, “La poesía de Luis Rius. Estudio”, en Luis Rius, Cuestión de amor y otros poemas, Universidad de Castilla-La Mancha, Madrid, 1998, pp.199-200. 36 Hay en su poesía un tono sostenido en el que prevalece la nostalgia, la conciencia del no retorno, expuestos mediante una finura exacerbada del sentir, una delicadeza esmerada en el decir. Y si bien su poesía queda inserta dentro de la generación llamada del “medio siglo”, vinculada con una hispanidad trasterrada, la hondura de sus indagaciones lo acercan más a los cuestionamientos universales del hombre frente a la existencia. Rius es un hacedor de poesía pura, diáfana, en la que establece un diálogo íntimo entre él, −el “yo” poeta− y la palabra, para trascender un mundo que es tan sólo el escenario de sus vivencias, carencias y afectos. La palabra ‘es’ su vida, su existencia transmutada en arte que le abre la posibilidad de conjugar la vida posible y la soñada. Las palabras confieren cuerpo a sus sentimientos y sustancia a su razón de ser en el mundo, son el punto de confluencia entre la verdad interior y la realidad externa. La concordancia entre verdad y belleza, entre fondo y forma, inconsciente y consciente, brindan identidad a un hombre de tradición española, que se debate entre el sueño y la realidad, nunca seguro del todo del terreno que pisa ni dueño por completo de sí mismo ni de su historia. La poesía de Luis Rius es, como voz del exilio, la expresión de una permanente dualidad, la voz de un ser dividido entre eros y tánatos, entre la búsqueda de autoafirmación y la negación de lo que es. El territorio en el que vida y muerte se confunden y que manifiesta “la heterogenidad del ser”, en palabras del Mairena de Machado, estado interior que deviene “palabra en el tiempo”. Octavio Paz señala que “entre nacer y morir la poesía nos abre una posibilidad, que no es la vida eterna de las religiones ni la muerte eterna de las filosofías, sino un vivir que implica y contiene el morir, un ser esto que es también un ser aquello.”34 Afirmación que condensa el sentido último de la obra poética de Rius y su ambivalencia existencial. En cuanto a forma, José Paulino escribe que La obra poética de Luis Rius tiene un valor propio […] su 34 Octavio Paz, El arco y la lira, Fondo de Cultura Económica, México, 1998, p.155. 37 calidad lírica, su matizada intensidad, la depuración final en la dicción que le otorga esa categoría. Su base tradicional es muy fuerte (la recreación del estilo del Romancero al comienzo, por ejemplo) y en sus preferencias de versos no encontramos experimentación métrica ni rítmica, sino adaptación de los recursos a su necesidad expresiva íntima. Tampoco hay experimentación con el lenguaje. […] Igualmente le es ajena la dimensión de crítica social o la descripción patética e irónica de la realidad urbana y cotidiana; mucho más cualquier significado político.35 Y añade: “Hay en sus versos ecos de invisibles interlocutores –Garcilaso, Fray Luis, San Juan de la Cruz, y otros aún más antiguos o más modernos, pero siempre ilustres– [que añaden] una especial hondura y amplitud al “lugar del canto” que su palabra define. Su producción literaria no fue extensa, quizá por la densidad del contenido afectivo desplegado en cada uno de sus poemas, por sus profundos matices reflexivos y por el cuidado meticuloso del estilo. Por un afán casi obsesivo de buscar la concordancia entre fondo y forma, entre verdad y belleza. Su ritmo, pausado y sostenido, recuerda su propio transcurrir por el mundo: suave, discreto, enamorado de la palabra, ocasionalmente un cauteloso desbordamiento por la pasión. Un ritmo que prolonga el eco de su sentir personal y da sustancia a lo intransferible de su interioridad. Rius es un poeta que con el exilio, pierde patria, pero no hispanidad. Y si bien él se autonombra “fronterizo” y “mestizo espiritual”, lo cierto es que poco, o casi nada, incorpora de mexicanidad en su poesía y que ésta está profundamente definida por su vinculación con lo español. No sólo en la añoranza de la tierra abandonada e idealizada, sino en la incorporación de la tradición poética española, como “el modelo de romance y la canción, la lengua clásica, de Fray Luis a Quevedo, o de Machado y Juan Ramón, [así como] los 35 Paulino, op. cit., p. 198. 38 mitos fundacionales. La continuidad de Rius con los exilios literarios anteriores se hace a través de su recreación de la literatura”.36 Rius, perteneció a la llamada “Generación del medio siglo”, que en el México de los años cincuenta trató de manifestar “una nueva posición estética que tendió a liberarse de los compromisos ideológicos que entonces predominaban […] El grupo hispano-mexicano participaba de una ruptura [...] respecto del muralismo o la creciente influencia de Ocatvio Paz”,nos dice Arturo Souto en su introducción a la obra de Luis Rius, Verso y prosa.37 Su primer libro, Canciones de Vela, se publicó en 1951. En él se reunieron 26 poemas, “pulcramente escrito en tono menor”, y del que Julio Torri, autor del epílogo comentó: “El carácter de las ‘Canciones’ es más bien amatorio como es razón que sea tratándose de un poeta de veinte años. Entre estos lindos poemas −como el primero, lograda joyita de antología− se percibe un vago influjo becqueriano.”38 En el estudio antes citado, Paulino cita a Arturo Souto en referencia a este poemario: Hay razones para que en ‘Canciones de Vela’ no haya gritos, ni maldiciones ni reproches políticos. Lo que sí hay, en vez, es una profundísima melancolía. Una tristeza radical, definitiva. Una desolación original que se explica precisamente por el clima angustiado y condicional en que nació el hombre que canta su canción y no la del otro. Esta melancolía de raíz aparece en el primer libro de Rius y seguirá −constante fiel, identidad leal a sí misma− en los siguientes. Sólo que cada vez más clara, más definida, más a fondo vivida.39 Con su segundo libro, Canciones de ausencia, publicado en 1954, Rius mantiene y perfecciona en sus 29 poemas los temas 36 Ibid., pp. 199-200. 37 Arturo Souto, “Introducción”, en Luis Rius, Verso y prosa, Fondo de Cul- tura Económica, México, 2011, p. 19. 38 Ibid., p. 19. 39 Paulino, op.cit., p. 175. El énfasis es mío. 39 que aborda en su libro anterior. Hay en éste una doble vertiente que oscila entre la indagación existencial y el impulso vital, en el que prevalece, como en su obra posterior, un tono mesurado y reflexivo, elegante y sutil. En él, nos comenta Arturo Souto, tras mudarse a la ciudad de Guanajuato, queda plasmada la “ausencia [...] no ya del entorno, sino de una relación amorosa interrumpida, y a la vez, aunque en segundo plano, sentimiento de exilio que en él, como en otros, fue pasando del extrañamiento a una soledad irremediable.”40 En estos versos la tristeza es compañera constante del poeta que en ella encuentra remanso, y “dulce” su “desconsuelo” y su “desvarío”. Si yo pudiera, tristeza mía, darte un ayer muerto (ansiada tristeza, carne de fruto verdadero madurado en rama viva de savia, de tierra y viento) para mis labios entonces qué dulce tu desconsuelo, qué plácido el corazón, tristeza, tu llanto auténtico. (Verso y prosa, p. 84) Y en otro poema: Ay, mi corazón, tan triste, tan dulce tu desvarío. Corazón desarraigado, sol a la tarde nacido para correr horizontes largos de ausencia y olvido. (Verso y prosa, p. 85) 40 Souto, op. cit., pp. 21-22. 40 En 1965 se publica su tercer libro, Canciones de amor y sombra, en el que los claroscuros de su posición ante la vida se expresan con un estilo más maduro y definido, más breve y conciso. De éste, apunta Souto, “aparece en la poesía de Rius un tema central, quizá el más esencial de todos los que ha tocado: el sentimiento de sentirse extraño en el mundo que le rodea.”41 Aparecen en éste también poemas de un erotismo cauto y fino que, si por momentos pudiera prefigurar un desbordamiento, queda al fin circunscrito dentro de los matices que el sentimiento amoroso delinea en el encuentro. Qué confusión de sedas y de olvido hasta romper el claustro de tus pechos. […] Cabe en su redondez todo el amor; y en mis dos manos ellos. (Cuestión de amor, p. 103) Y en otro poema: […] Oh, qué despacio aceleran tus besos en mi cintura el frío y el calor en mis ingles agolpado. ...Y el sabor de tu lengua, que humedece como el rocío las hojas de mis labios. Valiente es el amor, y me enamora saber que temes tú también, amado. Árbol soy de una flor, de una flor sola, y para ti es la flor, mi enamorado. Nada es la vida ya, nada el mañana, amor, nada el pasado. Llega, ven, entra, rompe, gime, entrega... Todo era ya silencio desmayado. (Cuestión de amor, p. 104) 41 Ibid., p. 25. 41 Con Canciones a Pilar Rioja, publicado en 1968, Rius parece encontrar respuesta a sus cuestionamientos existenciales mediante el arte. A través de la fugacidad y belleza del movimiento, el poeta no sólo se adentra en el erotismo y el amor, sino en la aprehensión de la esencia, del ser inserto entre la realidad y el sueño. [...] Todo es ser y no ser. Lo que fue ahora verdad dejó de serlo, así al desgaire. ¿Qué es lo que ven los ojos, qué enamora, si lo invisible es lo real: el aire, y lo irreal: Pilar, la bailaora? (Canciones a Pilar Rioja, p. 130) Al igual que en sus libros anteriores, estos poemas prolongan la mesura y cuidado de su forma en armonía, con un ritmo sostenido y suave, en consonancia con el delicado asombro que suscita en él el encuentro con la belleza pura y, en este sentido, con la verdad. Su último libro, publicado poco después de su muerte y que él dio por terminado en 1983, Cuestión de amor y otros poemas, reúne una selección de los cuatro libros anteriores y otros no recogidos en ninguno. Algunos de los poemas en él incluidos fueron retomados por el autor en su afán incesante de perfeccionar su forma y, por ello, cambió o modificó palabras y aún versos enteros. Esta necesidad de pulcritud, de buscar casi obsesivamente la palabra o el giro adecuado, el implacable rigor autocrítico que lo caracterizó a lo largo de su vida, lo acompañó en sus últimos días en la búsqueda perenne de la palabra precisa, “le mot juste” de Flaubert, que significara con plenitud los delicados matices de su sentir. Como lo define Souto: “Luis Rius es un poeta breve y esencial”, es un poeta que supo transmutar en belleza el dolor y el desasosiego provocados por la ruptura y el exilio. Fue capaz de convertir su escisión existencial en delicada forma y expresar la 42 profundidad de sus cavilaciones mediante la cadencia sosegada de su ritmo. Para tratar de sintetizar a Luis Rius y su expresión poética podemos citar a Ciorán cuando escribe que: “El espíritu florece sobre las ruinas de la vida”,42 y que: “Un arquitecto exiliado de la tierra podría construir, con nuestras amarguras, un monasterio en el cielo”.43 Así florecen las palabras del poeta sobre los vestigios del exilio y construyen un espacio allende la tierra, como morada para el ser que la trasciende. 42 Emil Ciorán, El crepúsculo del pensamineto, Nueva Imagen, México, 2003, p. 211. 43 Obid., p. 214. 43 IV. YO Y LA OTRA TIERRA/EL OTRO ESPACIO 4.1. españa y méxico Si en Luis Ríus la experiencia del exilio es el detonador de la ruptura entre el ‘yo’ que pude haber sido, y el ‘yo’ que nunca acabo de ser, es también la frontera que separa la tierra que fue mía y donde pude haber sido ‘otro yo’, de aquella que parece ser mía y de la que nunca acabo de formar parte. Ríus se debate entre la añoranza perenne por la España perdida y las ansias de apego a un México en el que será permanentemente extranjero. Es una sierpe herida que se arrastra en la noche congelada de un invierno sin tierra. […] La noche sin estrellas. El silencio sin lágrimas. Enorme y silenciosa, por los parajes de España, es la oscura sierpe del destierro que en la noche se arrastra. (“Destierro (2)”, Arte de extranjería, en Cuestión de amor, p. 31) El destierro aparece como una “noche oscura del alma” en la que, a diferencia de la carencia del amado de San Juan, es la ausencia de la tierra amada, de los “parajes de España”, que priva a su noche de estrellas y en la que el dolor por el desarraigo se “arrastra” tornándola fría y silenciosa. Ese 44 dolor, cual sierpe, está al acecho para descargar el veneno que en cualquier momento puede herir de ausencia a su víctima. Más aún, la ambivalencia entre identidad personal y tierra de pertenencia se superponen hasta confundirse en un verso que parece ser la síntesis expresiva de esta constante dualidad: Gráname, lluvia, gráname. No quiero ser, por ti, másque tierra. Yo no soy en verdad más que un trocito olvidado de tierra. […] Si no, lluvia, ¿qué llanto, sin sentido eres tú?, qué deleznable llanto tan sólo verdadero para la vasta tierra descubierta, la tierra sin voz ya, sin corazón, sin tiempo. (Arte de extranjería, en Cuestión de amor, p.47) Si “yo no soy en verdad más que un trocito olvidado de tierra”, −la tierra yerma por la que se arrastra la sierpe en la noche helada del destierro sin lágrimas−, sólo la lluvia puede darle voz y alumbrar con la humedad de su llanto a la noche oscura del pequeño pedazo de España que soy yo. El tema del “llanto callado” por la tierra perdida se reitera para dar paso al llanto de la palabra poética, que con su voz nombra lo que en “el camino del alma” sólo se llora en silencio, el camino de la ascensión espiritual que conduce a la tierra perdida, a la patria. Mediante el canto al “compañero”, ese ‘otro’ que soy yo mismo, a la vez que el lejano compañero español, el poeta marca la oposición entre “esta tierra alta” que es México y el lugar donde mora ese que no soy, en las planicies y “los campos de España”. Conmigo, compañero, en esta tierra alta, 45 […] Era el llanto callado y era diáfana el alba. Miraremos las tierras que allá quedan, lejanas. El horizonte es claro y limpia la mirada. Tierras fuertes, corridas, de raíces amargas, de hondas quebraduras. ¡qué dulce de mirarlas! […] Espera aquí conmigo, ya nadie nos aguarda; que tus ojos se llenen de tiempo y de distancia. Era el llanto callado y era diáfana el alba Cómo buscan los ojos el camino del alma. Compañero, allá lejos, desde esta tierra alta (era el llanto callado): son los campos de España. Era el llanto callado y era diáfana el alba. (“Destierro (1)”, Arte de extranjería, en Cuestión de amor, p. 43) Al mirar desde la tierra alta con sus volcanes, −a los que Ríus aludía como símbolo de claridad y agudeza internas (para 46 él, el mundo se dividía entre aquellos que “habían visto los volcanes” y la verdad les había sido revelada, y aquéllos que no)− el horizonte es claro y el pasado aparece diáfano, recorriendo las recias tierras con una nostalgia dulce que las envuelve. Pareciera que el aire puro de la tierra montañosa es propicio para el exhorto al sí mismo desdoblado, para que reconozca que por más que se añore lo perdido ya nadie aguarda en esa tierra de “raíces amargas”, tanto por lo yermo de su suelo, como por las razones que desembocaron en el desprendimiento; y por ello, en vez de lágrimas, que los “ojos se llenen de tiempo y distancia”, que son los dos elementos que dan cuerpo a la nostalgia. México es el ‘otro espacio’, la ‘otra tierra’, en la que ‘yo, exiliado’ me sitúo ante esa doble incógnita de mi identidad: ¿quién soy yo en la Tierra? ¿Y quién soy en esta tierra donde moro sin acabar de entenderla, siempre extranjero? ¿Quién soy aquí… −en este ‘aquí’ que se reitera en su poesía como el sitio que se precisa para enfatizar su cualidad de ajeno−, un aquí que es fortuito y que en realidad no me pertenece? ¿Quién soy yo aquí, quién soy en esta tierra de hombres que trabajan y luchan noche y día entre hierro y petróleo para construir máquinas con sus seguras manos de alfareros idólatras? (Arte de Extranjería, en Cuestión de amor, p. 75 El poeta marca esa distancia entre ‘yo’ y ‘los hombres’ idólatras que trabajan la tierra con sus manos, personajes verdaderamente terrenos que extraen el petróleo de su seno, ajenos por oposición a mi cristiandad. Este poema es de los que más clara y concretamente alude a México como el país en el que es y se siente un intruso; un país que comparte una lengua con el suyo y que sin embargo 47 no es la misma. No sólo por las variantes lingüísticas locales, sino porque refiere un mundo que no alcanza a incorporar como propio: [...] ¿Quién soy yo que no entiendo su lenguaje preciso de fórmulas y siglas sin que se altere el signo de sus voces? […] Soy un intruso ahora. ¿Quién soy yo aquí? […] Oráculos, oráculos, decid quién es esta pequeña cosa que no puede adoraros. Juzgadme. Soy culpable de esta soledad súbita. Dadle nombre a mi culpa. (Cuestión de amor, p. 75) La preocupación metafísica sobre la identidad se suma a la de ser ese extranjero que se enfrenta con las “fórmulas y siglas” del lenguaje cifrado de la adivinación y la magia. Un hombre solo, cuya culpa es no ser capaz de asimilarse a una cultura que mira desde fuera pese a estar inmerso en ella. Es esa soledad a la que nos referimos en capítulo anterior, de los refugiados españoles que, por más que intentan, nunca acaban de “desterrar” la sensación, aunque matizada y más paternalista, de ser un poco aquellos conquistadores hispanos que llegaron a tierra de bárbaros. Decid quién soy para que sea mi nombre escarmiento de otros posibles desertores. 48 En este caso hay una invocación al oráculo de ‘los otros’, para que sean ellos quienes den un nombre a este estado intermedio marcado por la culpa entre estar y no estar en esta nueva tierra, entre ser y no ser parte de esta cultura ajena de la que se querría desertar para ir en pos del paraíso perdido. En Acta de extranjería la demarcación del espacio físico es el referente para delimitar el espacio de la identidad. Hay una búsqueda de la geografía territorial para poder determinar el origen de la geografía interna. La falta de precisión en cuanto al origen ‘terrenal’ se vuelve oscuridad respecto del origen ‘Terrenal’: ¿De qué tierra será? ¿Dónde su mar? dicen, ¿cuál es su sol, su aire, su río? Mi origen se hizo de pronto algo sombrío y cuando a él vuelvo no lo vuelvo a hallar. Cada vez que me pongo a caminar hacia mí pierdo el rumbo, me desvío. No hay aire, río, mar, tierra, sol mío. Con lo que no soy voy siempre a dar. (Acta de extranjería, en Cuestión de amor, p. 78) La búsqueda de mí mismo es un intento reiteradamente equívoco por encontrarme con aquello que soy. Más allá de que pudiera precisar la geografía que me pertenece físicamente, el rumbo que me lleva hacia mí mismo es permanentemente fallido. No hay camino que me lleve a encontrar la certeza de quien soy. Aquí ya no se trata del exilio de la tierra abandonada con su sol, su aire, su río, sino del exilio de mí mismo, en cuyo espacio interno sólo encuentro aquello que no soy. De mí a mí seré siempre un yo errante en el camino equivocado. Si acaso alguna vez logré mi encuentro −fue camino al amor−, me hallé contigo piel a piel, sombra a sombra, dentro a dentro, 49 el frágil y hondo espejo se rompió, y ya de mí no queda más testigo que ese otro extraño que también soy yo. (Acta de extranjería, en Cuestión de amor, p. 78) El primer terceto prefigura el tema del amor que, en Cuestión de amor y en Canciones a Pilar Rioja, veremos más adelante como medio de encuentro consigo mismo. La falta de rumbo cuando se dirige hacia sí mismo se encuentra en la vía hacia el ser amado. En la ruta amorosa los referentes pertenecen a la geografía de los cuerpos: la piel, la sombra y la interioridad, propios y de la amada quien, como espejo, le devuelve su propia imagen, confiriéndole identidad. El espejo del amor se torna entonces el único espacio donde habita su verdadera imagen ya que, cuando éste desaparece, con él se va la certeza de ser él mismo. Entonces la identidad se obtiene por negación y al final el poeta sólo sabe que es un extraño a él mismo, que “yo soy un no yo”. 4.2 el espacio interno Si bien Rius hace referencia constante a esa España añorada, idealizada, en la que “el pueblo tierra dentro” es casi la tierra mítica, no se refiere a ella como a la patria en un sentido nacionalista. En realidad no es un patriota, sino un nostálgico. No añora España como país de origen, sino la tierra perdida: ‘el otro lugar’. El paisaje, ocasionalmente
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