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.. EL OTRO " EN LA POESIA DE LUIS RJUS 
TESIS 
QUE PARA OPTAR POR EL TiTULO 
DE: 
LICENCIADA EN LEl'iGUA 
\' LITERATURAS HlSPÁ.!'1CAS 
PRESENTA: 
Rosa Maria Batel Barbato 
ASESOR: 
Dra. Gradela Cándano Fierro 
MÉXICO. D. F. ~012 
 
UNAM – Dirección General de Bibliotecas 
Tesis Digitales 
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1
Dedicatorias
A Lena y a Johan, porque al decir
mis hijos lo digo todo
A Severina, porque me enseñó el amor por las letras y me 
heredó su corazón trasterrado 
A Celeste y a Cuauhtémoc, porque tienen alas
Epígrafe
¿A quién le hablaba, a quién,
ese hombre solo en medio de la tarde?
EL EXTRANJERO, Luis Ríus
I
2
Agradecimientos
 Si he tardado treinta y siete años en escribir este trabajo 
para obtener mi licenciatura, es evidente que a este ritmo la vida 
no me dará para más grados. Por ello, tengo que condensar en 
pocas líneas dedicatorias y agradecimientos que podrían haber 
tenido cabida individual en páginas más sesudas, de haber sido 
yo más prolífica o la vida más larga.
Tengo que agradecer, antes que a nadie a la Dra. Graciela 
Cándano, mi entrañable amiga y mentora, quien con paciencia y 
tesón me acompañó en el incierto camino de una tesis largamente 
anunciada. Quizá aún más que yo, será ella quien se sienta 
liberada cuando tenga un ejemplar impreso entre sus manos.
Gracias a la Dra. Dolores Bravo, maestra y ser humano de 
singular estirpe y al Dr. Aurelio González, compañero de entonces 
y docto asesor de ahora.
Y he de agradecer también a la memoria queridísima de Mercedes 
Díaz Roig, mi primera directora de una tesis que sucumbió antes 
las variantes del Romancero que intenté abordar y a la frecuencia 
de mis viajes.
Y a la Dra. Renée Dipardo, sin cuya palabra lúcida quizá me 
habría quedado en el camino.
Y finalmente al recuerdo de Luis Ríus, que me llevó de la mano 
palabra a palabra por los vericuetos de este breve homenaje a su 
poesía.
II
3
ÍNDICE
INTRODUCCIÓN ...............................................................1
I. LA POESÍA Y EL YO ......................................................7
1.1 La poesía como ámbito de indagación del yo ..................7
1.2 El “otro” en la tradición española .................................9
II. EL YO ESCINDIDO .................................................... 19
2.1 Los referentes de la identidad ...................................... 19
2.2 El exilio: la carencia de lo otro ....................................26
III. LA INTEGRACIÓN DEL YO ....................................... 31
3.1 El ser múltiple en el territorio poético .......................... 31
3.2 Luis Rius y el ser poético (su obra) ...............................34
IV. YO Y LA OTRA TIERRA/ EL OTRO ESPACIO ...............43
4.1 España y México ........................................................43
4.2 El espacio interno ......................................................49
V. YO Y EL OTRO TIEMPO .............................................. 57
5.1 La infancia ................................................................ 57
5.2 La edad adulta ...........................................................61
5.3 El tiempo de la poesía ................................................ 67
VI. YO Y LA OTRA ...........................................................71
6.1 La amada ..................................................................72
6.2 La danza ...................................................................68
6.3 La muerte/ la soledad .................................................77
CONCLUSIONES ............................................................85
La conjunción de lo imposible ............................................85
La otredad del poeta ........................................................89
La poesía como territorio del “yo”: el equilibrio recuperado 93
BIBLIOGRAFÍA ..............................................................97
III
1
INTRODUCCIÓN
Intentar aproximarnos a la poesía de Luis Ríus implica, antes 
que nada, entender que para el poeta de Tarancón, nombrar el 
mundo era pensarlo y sentirlo con una precisión casi obsesiva 
en la que, ni lo superfluo ni lo excesivo tenían cabida. Sólo la 
palabra concisa y la inflexión certera eran indisolubles de su 
encuentro con el arte y con la realidad. El esmero y afán de 
pulcritud extrema que ponía en cada uno de sus versos podría 
quizá explicar en parte lo escaso de su obra. Cuatro son los 
libros de poesía, antologados posteriermente, y a los que nos 
referiremos en los siguientes capítulos; y ocho son los trabajos 
en prosa: “Introducción a Novelas Ejemplares de Cervantes” 
(1962), “El Material poético (1918-1961) de Carlos Pellicer” 
(1962), “Sobre mi generación desterrada” (1965), “León 
Felipe, poeta de barro” (1966), “Poesía española en México” 
(1966), “Pedro Garfias” (1970), “La poesía” (1972) y “Los 
grandes textos de la literatura española hasta 1700” (1966)
 Si bien dentro de esta escasa producción hay poemas de 
una belleza y calidad rotundas y otros, más tempranos, carecen 
aún de logros tan contundentes, en todos ellos hay un amor 
innegable a la palabra y a su música. Una delicadeza en el sentir 
y una búsqueda permanente de correspondencia con la forma 
de expresarlo. Y, si el estilo es el hombre mismo, en el caso de 
Luis Rius, difícil sería referirnos a sus poemas distinguiéndolos 
de su personalidad. Luis Rius era y sigue siendo su poesía.
 Quizá es por ello que los pocos autores que se han dedicado a 
analizar su obra, principalmente Ángel González y Arturo Souto, 
hablan de sus versos tanto desde el aspecto literario como desde 
el afectivo. Hay una doble vertiente a partir de la cual indagan 
en sus palabras, porque con el hombre conocieron al poeta 
2
habitante en la suavidad de su decir cotidiano. Posiblemente 
por ello tan breve, o más que su obra, es la crítica que se ocupa 
de ella, puesto que su poesía llegó menos a un público extenso 
que a unos cuantos “iniciados” que la vivieron de cerca.
 Al hacer poesía, Ríus no pretendía abarcar a las multitudes. 
Era un sectario y su quehacer era un acto íntimo destinado a 
sí mismo y a esos pocos privilegiados en los que él mismo se 
encontraba. Se hablaba a él y a un “otro” mediante el cual 
descifraba su propia identidad. Un “otro” que soy yo, al mismo 
tiempo que yo soy mi palabra y mi palabra soy yo. Por ende, un 
“otro” que es mi palabra y que me completa. Tema que ocupa 
las siguientes páginas desde las posiciones más representativos 
de su vínculo con la ‘otredad’, hilo conductor de toda su poesía.
 El tema de ‘la otredad’ es sin duda algo que a todos nos atañe. 
Desde diversas perspectivas existenciales ha habido a lo largo del 
tiempo, un cuestionamiento inherente a nuestro lugar en el mundo 
y frente a todo aquello que no somos nosotros. Un extrañamiento 
esencial frente a lo ‘otro’ y a nuestra relación con ello. 
 Ya sea para identificarnos con eso que percibimos fuera 
de lo que creemos ser, para rechazar aquello que no llegamos 
a comprender y nos disgusta, o para encontrar en lo que nos 
distingue una forma de completar eso de lo que carecemos, ‘el 
otro’ es parte consustancial de nuestro ser y de nuestro estar. 
‘Yo’ soy ‘yo’, más todo lo que no soy, todo lo que me circunda y 
sin lo cual yo mismocarezco de identidad.
 Todos somos un ‘yo’ más un ‘otro’. Todos nos significamos 
mediante ‘la otredad’ que nos confiere realidad. Somos por y 
en nosotros, más aquello que el otro percibe de nuestro ser. No 
somos del todo sin referentes. Y, aunque podríamos considerar 
que el ‘yo’ esencial trasciende las contingencias de la realidad, 
en la dimensión de lo concreto no podemos prescindir de la 
confirmación de nuestra individualidad por su inserción en el 
mundo del ‘otro’.
El tema ha acompañado al hombre a lo largo de su historia 
y muchos son los escritores que, ya sea desde la filosofía o la 
literatura, hoy en día se ocupan por desentrañar el misterio que 
representa ‘la otredad’.
3
 A lo largo del trabajo citaremos a George Steiner, Octavio 
Paz y Maurice Blanchot a este respecto, pero quizá vale la pena 
hacer una breve referencia a novelistas contemporáneos que, 
desde diversas tierras y enfoques, abordan el enfrentamiento 
del ‘otro’ con el mundo que les circunda, para subrayar la 
importancia que el tema tiene en la actualidad.
 En Francia, Philippe Claudel aborda la alteridad en El 
informe de Brodeck, cuyo protagonista, Der Anderer (‘el otro’ 
en alemán), es amenazado por incursionar, siendo ajeno, en 
una pequeña y compacta comunidad en las montañas, al final 
de la guerra. Thomas Heams–Ogus, en Ciento dieciséis chinos 
y algunos más, otra historia en otra montaña, los Abruzos, 
también luego de la guerra, donde es confinado un grupo de 
chinos, ofrece una narración metafórica de lo que representa 
el exilio, la inmigración y la intolerancia. Otra visión de la 
amenaza que representa la incomprensión ante ‘los otros’.
 En Serbia, Branimir Scepanovic, con La boca llena de tierra, 
cuenta la persecución de un hombre por extraños que no saben 
por qué lo cazan. Habla de una relación entre un desconocido 
con una comunidad a la que no pertenece, de la relación entre 
un individuo ajeno y la colectividad, entre víctimas y verdugos.
 El brasileño Luis Ruffato narra en Estuve en Lisboa y me 
acordé de ti, las diferencias culturales y el extrañamiento aun 
entre hablantes de una misma lengua. Un libro sobre el destierro 
en el que el ‘otro’ “debe vivir entre la tierra encontrada y la 
perdida”, entre Brasil y Portugal.
 En todos ellos se conjuga el extrañamiento y el rechazo 
ante aquél que viene a quebrar la norma, aquél que por su 
sola presencia pone en entredicho nuestra identidad, individual 
y colectiva. Aquél susceptible de cuestionar lo establecido 
y romper la comodidad de lo que conocemos y la rutina que 
determina nuestro quehacer.
 A esta dimensión del ‘otro’ en tanto extraño frente a una 
comunidad o a un mundo al que no pertenece, y dentro de la que 
Ríus se inserta en tanto trasterrado, hemos de agregar la de esos 
muchos ‘otros yo’ que, pese a nosotros mismos o por ello, nos 
recuerda que no somos seres unívocos y que, en nuestra aparente 
4
unidad esencial, estamos entreverados de ‘yo’ múltiples que nos 
habitan en frecuente contradicción.
 ¿Quién no se ha imaginado vivir en el “tiempo de los 
subjuntivos”, como diría Ríus, en ese tiempo de la posibilidad 
insatisfecha, en el que la vida que hubiese podido ser nos 
recuerda que difiere de la que vivimos en el tiempo de los hechos 
concretos e inmodificables?
 ¿Quién no se ha sentido dividido entre múltiples “yo” 
internos más asiduamente en pugna que en armonía?
 ¿Quién no ha transitado alguna vez por la frágil línea que se 
vislumbra entre la realidad y el sueño?
 Estas preguntas al aire nos refieren a los cuestionamientos 
primordiales que dan sustancia a la poesía de Luis Ríus. Temas 
que él aborda desde una subjetividad marcada por un exilio 
geográfico, decisivo en su devenir existencial pero que, más allá 
de una expresión íntima y muy personal de sus propias vivencias 
y emociones, lo insertan dentro de una temática afín a los 
cuestionamientos primordiales del ser humano.
 Luis Ríus es un poeta marcado por su hispanidad y por la 
tradición poética que la nombra, pero más aún es un hombre 
que le habla a los hombres, a los ‘otros’ en quienes se busca a 
sí mismo. A los ‘otros’ fuera de sus páginas y al ‘otro yo’ que se 
escribe a sí mismo en su página interior.
 Por ello este trabajo no pretende más que hacer eco de sus 
preguntas y dar voz a ‘otra’ que recibe su mensaje y lo reelabora 
para dar continuidad a su afán de encuentro con aquél o aquélla 
que participen en el proceso de creación de su identidad.
 No hay análisis de la forma y muy someramente hay 
referentes a algunas de sus influencias. Se trata más bien de un 
encuentro poético desde las emociones de ‘otra’ asentada en su 
voz, de ‘otra voz’ asentada en su ‘yo’.
 La división de los capítulos trata de diferenciar algunas de 
las aproximaciones primordiales al ‘otro’ desde sus poemas. La 
‘otredad’ geográfica y temporal, la ‘otredad’ de sí mismo y la 
‘otredad’ amorosa, primordialmente.
 No es, evidentemente, un análisis exhaustivo. La complejidad 
del tema y los motivos excede con mucho los alcances de estas 
5
páginas y queda, por ello, más como esbozo que como desarrollo 
integral.
 Lo que Luis Ríus nos quiso decir queda inserto tanto en su 
obra, como en todo lo que quedó suspendido en sus inquietudes 
como posible sustancia poética. Aquello que la profundidad de 
sus preguntas, la belleza de su forma y la suavidad de su ritmo 
dejan como caudal abierto en quienes leemos sus poemas, nos 
recuerda que nosotros también somos lo que somos más aquello 
que nos falta. Y que en sus palabras encontramos parte de 
esa identidad múltiple que requiere ser integrada mediante la 
presencia de lo ‘otro’.
 Así, la poesía de Luis Ríus habita esa parte íntima y 
fracturada en la que nos buscamos a nosotros mismos. Sin ella, 
seguramente, tampoco acabaríamos por encontrarnos del todo.
6
7
I. LA POESÍA Y EL YO
1.1 La poesía como ámbito de indagación del yo
Cuestionar su propia identidad, el mundo que le rodea, su relación 
con ese entorno, es un quehacer inherente al creador de poesía 
que, en palabras de Johannes Pfeiffer, mediante ésta revela “ese 
punto medio en que esencia y palabra vienen a fundirse”.1 El 
poeta es filósofo, pregunta. Y para dar cuerpo a sus interrogantes 
se compromete en un trayecto mediante el cual, según Martin 
Heidegger, busca ahondar en aquello “inexpresado dentro de 
lo dicho por su poesía, […] el trayecto de la historia del ser 
(mediante el cual) el pensamiento llegará a un diálogo con la 
poesía en el marco de la historia del ser”.2 A través del acto 
poético, el poeta busca dotar de significado a esa realidad que 
observa, cuestiona y trasciende por medio de la palabra, para 
asignarle otro sentido allende el objetivo, e intenta aproximarse 
a nombrar lo innombrable. Ese diálogo pensamiento/poesía es 
aquello que da sustancia a la indagación del yo y proviene de las 
fibras más íntimas del ser y sus emociones. En este sentido, los 
signos externos no son sino mera aproximación a la verdad de 
lo inaprehensible y el poeta, que para Pfeiffer es un “narrador 
de emociones”, se torna en un gestor de incógnitas.
1 Johannes Pfeiffer, La Poesía, Fondo de Cultura Económica, México, 2005, 
p. 11.
2 Martin Heidegger, ¿Para qué poetas?, Universidad Autónoma de México, 
México, 2004, pp. 21-22.
8
 Al preguntarse sobre el mundo que intenta descifrar, el 
poeta indaga sobre su relación con todo aquello que de aquél 
le inquieta. Se afana por entender su razón de ser y al hacerlo, 
centra su mirada en esa interioridad suya desde la que observa 
y analiza lo que le rodea. ¿Quién soy yo frente a este mundo? 
¿Quién soy yo ante mí mismo, que me observo, mirando mirar? 
¿Cómo dar forma al discurso interno en permanente acecho? 
¿En qué territorio asentar los hallazgos? ¿Cómo expresar 
mi extrañamiento ante mi otredad? Será en la poesía donde 
estas cuestiones podrán “asentar su campo” y trascender 
el significado primario de una realidad que nunca abarca la 
verdadera respuesta. Y será la poesía la patria de quienes 
descubrenen ella lo que Saint-John Perse llamó “la ciencia 
del ser”. En palabras de Luis Ríus, retomando a Machado, 
podemos decir que: “El poeta no es poeta por lo que afirma, ni 
por lo que niega, sino por lo que duda”.
 Así, la poesía se vuelve la carne de lo vivido y sentido 
por el yo, y, al igual que la naturaleza, se torna el “ser” de 
lo “ente”, del que habla Heidegger.3 La palabra poética da 
cuerpo a la expresión individual, al lenguaje singular de las 
imágenes y experiencias acumuladas en la intimidad del yo. El 
poeta es por ende lo que dice, su palabra ‘es’ su interioridad 
manifiesta, su búsqueda de significado y en ese sentido ‘es’, 
en tanto la nombra. Y es ese lenguaje personal, gestado en 
las profundidades del yo, el que permite al poeta ‘ser’ lo que 
expresa; un individuo con una visión del mundo y un estilo 
propios: un yo que ‘es’ su lenguaje, único, frente a un mundo 
que ‘es’ porque se nombra y que mediante este ‘ser’ nombrado 
configura una aproximación de respuesta a sus preguntas 
existenciales.
 Para Pfeiffer lo original, que él llama lo “prístino”, es la 
verdadera expresión del yo; si no, soy alguien que se manifiesta 
a través de lo ya dicho por otros y de lo que me he apropiado, 
consciente o inconscientemente, por falta de lenguaje propio 
o desconocimiento de mi yo verdadero. El lenguaje es por 
3 Heidegger, op cit., p. 62.
9
tanto el medio, palabras que sólo a mí pertenecen y que nadie 
sino yo mismo podría enunciar porque sólo a mi mundo y sus 
incertidumbres corresponde.
 Por ello, para ser verdadero dueño de mi identidad, tengo 
que ser dueño así mismo de mi lenguaje, de mi propia forma de 
ordenarlo y significarlo. 
 
1.2 el ‘otro’ en la tradición española
Si bien el cuestionamiento del yo mediante la indagación poética 
y la búsqueda del significado del otro no son rasgos exclusivos 
de la tradición española, en este trabajo tiene sentido iniciar 
con ella, ya que no puede abordarse la temática relativa a la 
otredad en la poesía de Luis Rius, sin entender los antecedentes 
de una sensibilidad marcada por los autores que forjaron esa 
identidad poética hispánica, a la vez presente y añorada por el 
poeta exiliado de Tarancón. Un poeta que indagó en sí mismo y 
encontró su lenguaje propio, sumergiéndose e incorporando en 
su expresión las ‘otras’ voces de los poetas de su España perdida 
y siempre añorada.
 Como señala Fanny Rubio, en su estudio sobre María 
Zambrano y las formas de lo sagrado en la poesía española, el 
‘otro’ en la tradición española tiene diversas caras.
 
 Desde las variantes históricas como la de Alfonso X, quien 
defendió sus aspiraciones imperiales mediante un hábil uso del 
folclore y de las leyes de la otredad. La principal ley de la otredad 
establecía que para vencer al otro, había que mezclarse con él, 
convertirse en el otro. Esta es la apropiación del otro, extraño, 
ajeno, el que hay que vencer para apropiarse de él e integrarlo a 
la ‘humanidad’, a la cristiandad.
 
 Es ‘otro’ cuerpo, un opuesto al que no se aspira a parecerse, 
sino a conocerlo para borrar su identidad y cambiarlo.
 Contrariamente a la formulación del ‘otro’ como el 
ajeno, aquél que no soy y a quien quiero convertir en ‘otro’ 
diferente a sí mismo, para acercarlo a mí, existe ese ‘otro’ 
que viene a colmar mi propio vacío, ya sea por carencia 
10
total o como parte complementaria de mi propia identidad. 
Ese ‘otro’ que fungirá como soporte de la aspiración nunca 
cabalmente satisfecha de abarcar la totalidad de mi ser. 
Tales son los casos de los poetas místicos o de aquellos 
poetas que necesitan encarar su otredad en la búsqueda de 
su casi nunca satisfecha completud; como plantea María 
Zambrano, “el místico se borra, pierde su identidad para 
dejarse habitar por ‘otro’ que es la divinidad por una parte 
y la poesía por el otro. Se deja vacío para que ‘otro’ ocupe 
esa nada en que se quedó para volverse él mismo parte del 
otro”.4 El poeta no místico buscará incorporar al territorio 
de sus palabras a ese ‘otro’ que le completa, a ese otro que, 
ya sea mediante el amor o a través de la cara desconocida de 
sí mismo, aspira a colmar el vacío de una existencia poblada 
de incógnitas respecto de su razón de ser.
 En el místico la ausencia del ‘otro’, del amado, es la muerte 
misma, y sólo su presencia colma ese vacío equiparable a la falta de 
vida. Al morir dejo de ser, y sólo la presencia del otro me restituye el 
soplo de vida y me remite a mi propia existencia. Tanto en San Juan 
como en Santa Teresa, vida y muerte se funden y completan cuando 
con su presencia el ‘otro’, Dios, les otorga la única existencia posible:
 […] 
 “En mí yo no vivo ya,
 y sin Dios vivir no puedo
 pues sin él y sin mí quedo,
 éste vivir, ¿qué será?
 mil muertes se me hará,
 pues mi vida misma espero,
 muriendo porque no muero:” 
 […]
4 Fanny Rubio, “María Zambrano y las formas de lo sagrado en la poesía 
española a partir de El hombre y lo divino”, Centro Virtual Cervantes <cvc.
cervantes.es/literatura/zambrano_roma/rubio.htm>.
11
Y en Santa Teresa:
 […]
 Vivo sin vivir en mí,
 Y de tal manera espero,
 Que muero porque no muero.5
 Vivo ya fuera de mí,
 después del amor;
 porque vivo en el Señor,
 que me quiso para sí;
 cuando el corazón le di
 puso en él este letrero
 Que muero porque no muero.6
 […]
 En estos casos el amor está indisolublemente ligado a la 
palabra y es el vehículo para acceder a ese otro que colma las 
ansias íntimas de plenitud…
 Más allá de la mística, a partir de los Siglos de Oro –dice 
Octavio Paz– “se consolida la visión de que el verdadero poeta no 
oye otra voz, ni escribe lo que le dicta otro.”7 La palabra se torna 
el vehículo mediante el cual el ‘yo’ se reafirma, o se extraña de sí 
mismo y del mundo circundante, pero le convierte en un ser humano 
dueño de sus preguntas. La poesía será el medio para formular sus 
propias respuestas o para inquirir sobre la naturaleza de aquello 
que parece no tenerlas. “Nadie habla por boca del poeta, excepto 
su propia conciencia”, agrega Paz.
 Ya en el siglo XX, Emilio Prados, poeta cuya influencia recayó no 
sólo en los poetas españoles de la preguerra, sino en aquéllos asentados 
en México luego de su exilio, es cercano a los místicos por su sentido de 
totalidad referida a su unión con Dios:
5 San Juan de la Cruz, “Coplas del alma que pena por ver a Dios”, en Ocho 
siglos de poesía española, Porrúa, México, 1965, p. 148.
6 Santa Teresa de Jesús, Vivo sin vivir en mí, en Ocho siglos de poesía espa-
ñola, Porrúa, México, 1965, p. 122.
7 Octavio Paz, El arco y la lira, Fondo de Cultura Económica, México, 
1998, p. 202.
12
 Ya soy, Todo: Unidad
 de un cuerpo verdadero.
 de este cuerpo que Dios llamó su cuerpo
 y hoy empieza a sentirse
 ya, sin muerte ni vida,
 como rosa en presencia constante
 de su verbo acabado y, en olvido
 de lo que antes pensó aun sin llamarlo
 y temió ser: Demonio de la Nada.8
 
 Prados es por otra parte, el poeta que se engendra a sí 
mismo buscando en su propio yo dividido y en el amor del otro, 
aquello que podrá aproximarlo a su verdadera identidad.
 Tanto he llamado al silencio;
 tanto he nombrado al olvido,
 tanto entré en mi soledad
 que, hoy, en mi cuerpo cautivo
 ando y no puedo encontrar
 la salida de mí mismo…9 
 […]
 Esa indagación del yo y esa búsqueda del otro en sí mismo 
es constante en su poesía:
 ¿Qué tendré? ¿qué tengo o tuve?...
 ¿Salí, voy, entré, me pierdo?...
 No hay nada que se aventure
 en mí, si busca su cuerpo,
 y, nada que no halle en mí
 que en mí vive sin saberlo.
 Yo no sé si cuando vuelvo
 de donde pensé que estuve,
 vuelvo de mí, o estoy saliendo…
 Mas… si el pensar es salir:
8 Emilio Prados, Jardín cerrado, Losada, Buenos Aires 1960, p. 206.
9 Ibid., p. 148.
13
 desde dos confines vengo
 por buscar un solo fin.
 ¡Ay, espejos de mi eterno!10 
 La visión de Prados es que el que ama cada minuto se 
engendra a sí mismo a cadainstante, como reflejo del poder 
creador del amor que inspira el “otro”. Y hablando de espejos, 
para seguir con la visión zambranista, según Rubio, de la visión 
del prójimo como espejo de la vida propia, Luis Cernuda encaja 
perfectamente dentro de esta concepción de que “la visión del 
semejante es necesaria precisamente porque el hombre necesita 
verse y vive en plenitud cuando se mira, no en el espejo muerto 
que le devuelve la propia imagen, sino cuando se ve vivir en 
el vivo espejo del semejante”: ‘Sólo al verme en otro, me veo 
en realidad, sólo en el espejo de otra vida semejante a la mía 
adquiero certidumbre de mi realidad.”11 
 En el poema “Lázaro”, éste, a punto de perderse en la noche 
de su muerte, se levanta luego de su percepción de la otredad:
 
 Alguien dijo palabras
 De nuevo nacimiento.
 Mas no hubo allí sangre materna
 Ni vientre fecundado
 Que crea con dolor nueva vida doliente.
 Quise cerrar los ojos
 Buscar la vasta sombra
 La tiniebla primaria
 […]
 Cuando un alma doliente en mis entrañas
 Gritó, por las oscuras galerías
 […]
10 Ibid., p. 139.
11 Rubio, op.cit.
14
 Entonces, hondos bajo una frente, vi unos ojos
 Llenos de compasión, y hallé temblando un alma
 Donde mi alma se copiaba inmensa
 Por el amor, dueño del mundo.12
 Si soy español, lo soy
 A la manera de aquellos que no pueden
 Ser otra cosa…
 […]
 Soy español sin ganas
 Que vive como puede bien lejos de su tierra
 Sin pesar y sin nostalgia…13 
 Cernuda se aproxima también a la visión mística de San 
Juan, en tanto lleva dentro de sí los ojos del otro:
 
 Arañando la sombra
 con inútil ternura
 ahora. La hermosura es paciencia.
 Sé que el lirio del campo,
 tras de su humilde oscuridad en tantas noches
 con larga espera bajo tierra,
 del tallo verde erguido a la corola alba,
 irrumpe un día en gloria triunfante.
 
 Son muchos los elementos de la poesía machadiana de los 
que abreva Luis Rius para nutrir la suya; sin embargo, no es 
el objetivo principal de este trabajo enumerarlos y por ello 
haremos breve referencia al punto esencial en lo referente a la 
‘otredad’.
 Para Antonio Machado la realidad interior está teñida de 
una constante añoranza de la infancia como el paraíso perdido 
que “otorga eternidad a lo fugaz porque inventa mundos a cada 
instante”. Y esta añoranza de la infancia perdida está inmersa 
a su vez en una irremediable conciencia del paso del tiempo y 
12 Luis Cernuda, Voz viva de México, Universidad Nacional Autónoma de 
México, México, 1975, p. 7.
13 Ibid., vv. 41, 237, 238.
15
del sentimiento de muerte como una permanente reflexión sobre 
el sentido de la vida y de sí mismo frente a su propia identidad 
y frente al que mira y se hace mirar.
 El viajero
 III
 (…)
 ¡Alegría infantil en los rincones
 de las ciudades muertas!...
 ¡Y algo de nuestro ayer, que todavía
 vemos vagar por estas calles viejas!14 
 Para Zambrano, dentro de él, la ‘otredad’ es una forma de 
luchar contra la muerte y su tiranía desde la creación poética. A 
través del sueño o los recuerdos, Machado va a intentar buscar 
otros caminos que lo conduzcan a un nuevo estado de serenidad 
y paz que no encuentra en la realidad inmediata; y al lograrlo, 
escapa al vacío de la nada y el absurdo de la existencia. La 
literatura le brinda la oportunidad de vivir y adquirir otras 
personalidades, de buscar su ‘otro’.
 Proverbios y cantares
 XV
 Busca a tu complementario,
 que marcha siempre contigo
 y suele ser tu contrario.
 
 XXXVI
 No es el yo fundamental
 eso que busca el poeta
 sino el tú esencial.15 
 
14 Antonio Machado, Obras, poesía y prosa, Losada, Buenos Aires, 1973, p. 
63.15 Ibid., vv. 41, 237, 238.
15 Ibid., p. 273.
16
 XXXIX
 Busca en tu prójimo espejo;
 para no afeitarte,
 ni para teñirte el pelo.16 
 Para Zambrano, Juan Ramón Jiménez, en “Animal de 
Fondo”, “En el otro costado”, “Dios deseado y deseante”, 
manifiesta una obsesión por la búsqueda de la verdad, la belleza 
y la eternidad a través de la poesía; es una etapa indagatoria 
en la que el yo esencial cobra cuerpo por medio de la palabra 
poética.
 Siguiendo con su planteamiento, la “conciencia asume 
el lugar predominante entre los conceptos de la poesía 
juanramoniana de esos años. El yo histórico, contingente, deja 
paso al yo total, esencial, que no está ya en el mundo, sino que 
es un mundo a través de la conciencia del todo, uniéndose y 
fundiéndose en ella como si de experiencia mística se tratase. 
Fundidos, mundo y poeta conforman un todo que Juan Ramón 
nombra como Dios: un mundo.”
 Para todos estos poetas −de una forma u otra vinculados 
con la “otredad”, principalmente a través de la mística−, 
Zambrano concluye que el amor será la emoción más vinculada 
con la palabra. Vibra en ella como “manifestación de la palabra 
poética”, una palabra que, a su juicio, también lo es de lo que 
puede llegar a ser palabra.
 Los anteriores son sólo algunos pocos ejemplos de un tema 
que tocan muchos más autores y épocas de las que aquí se 
mencionan, y cuya índole no es exclusivamente española sino 
universal. Y ello tan sólo como muestra de que el tema de la 
‘otredad’ en todas sus variantes, es algo que se vincula con 
uno de los aspectos más íntimos del ‘ser’ humano, con el ansia 
de entenderse a uno mismo y con la necesidad de significarse 
frente a lo ‘otro’, a eso que no soy ‘yo’, y que me sume tanto 
en el extrañamiento como en el reconocimiento. Aquello que 
mediante sus diferencias representa lo que anhelo o rechazo de 
16 Ibid., p. 277.
17
mí o de la imagen que me devuelve el espejo de lo ajeno y que 
busco sin tregua porque me completa.
 O como dirá Octavio Paz, ‘el otro’ se presenta como “un 
regreso a algo del que fuimos arrancados. Cesa la dualidad, 
estamos en la otra orilla”.17 
 En este sentido, para Paz la soledad es una experiencia 
continua en la que el ser humano está separado de su ser mismo 
y existe en tanto el extraño y el doble, inmerso en una dualidad 
que le lleva a buscar sin tregua ese ‘otro’ único capaz de dotarle 
de su mitad perdida y acercarlo a su integridad.
17 El arco y la lira, op. cit., p. 133.
18
19
II. EL YO ESCINDIDO
ii. los referentes de la identidad
En la sección “Juventud” del Diario de a Bordo del sábado 24 
de junio de 1939 del Ipanema, buque que emprendió el camino 
del destierro trayendo consigo a aquéllos que tuvieron que 
dejar España en “su trágica y miserable situación”, se lee: “A 
la mayoría de cuantos españoles emprendemos el camino de la 
emigración, se nos plantea el problema de empezar nuestras 
vidas. Esperanzas, temores, ilusiones, incertidumbres…”18 
 Para unos −los que empiezan otra vez− la perspectiva 
es incierta, ardua la labor, aunque ésta se verá, sin embargo, 
esclarecida y ayudada por el sentido de orientación, la 
experiencia y los conocimientos que proporcionan los años. Para 
otros, para la juventud “–empezar simplemente–, el problema 
debe tener más clara solución, menos obstáculos. La falta de 
experiencia y conocimientos tiene su compensación en la alegría 
e independencia de que disponemos al emprender el camino.”19 
 Quien haya hecho tal afirmación en nombre de los que 
cargaban su historia y su pedazo de España en las entrañas, 
poco intuía entonces las disyuntivas y vicisitudes de los pequeños 
que habrían de despegar hacia una vida en la nueva tierra que, 
si bien los acogía, no era suficiente para colmar las nostalgias 
de los senderos que se dejaban detrás.
 Si los adultos que emigraron tuvieron que aprender a 
vivir con una España rota y abandonada a cuestas, los niños 
del exilio no pudieron tampoco llegar a su nueva patria para 
“empezar simplemente”, pues su “falta de experiencia y de 
18 “Los barcos de la libertad, diarios de viaje, Sinaia, Ipanema y Mexique 
(Mayo- Julio 1939)”, presentación de Fernando Serrano Migallón, El Cole-
gio de México, México, 2006, p. 211.
19 Ibidem.
20
conocimientos” no eran suficientes para borrar los recuerdos de 
la tierra quelos trajo al mundo y los nutrió durante su primera 
infancia. Ni la “solución fue tan clara” ni estuvieron exentos de 
“obstáculos” derivados del exilio.
 Estos niños estuvieron marcados no sólo por aquello que 
fue delineando su creciente nostalgia, sino por el destierro 
del alma que sus padres perpetuaban en un intento perenne 
por mantener viva una pequeña España dentro de su país 
de acogida. Colegios como la Academia Hispano-Mexicana, 
donde realizó sus estudios Rius, tertulias, clubes y restaurantes, 
espacios transitorios de reencuentro con los hábitos, sabores 
y acento de quienes recordaban que era cierta la memoria 
de otro tiempo y otro lugar, donde el ‘ser español’ quedaba 
inserto dentro de una identidad nacional y no como la marca 
de ser ‘otro’ en tierra de muchos. Espacios marcados por una 
‘hispanidad’ orgullosa de sí misma, en la que se mezclaba 
un ambivalente afán por integrar una especie de ‘mestizaje’ 
cultural, no siempre exento de cierto paternalismo o distancia 
respecto de la cultura nativa. 
 Junto con esos niños creció una dualidad y permanente 
inquietud de ser ‘parte de’, al mismo tiempo que ajeno. Ellos 
venían de la España perdida al mismo tiempo que echaban 
raíces en suelo otrora conquistado por distintos españoles, 
embarcados siglos atrás en el exilio voluntario del sueño 
aventurero y del que algunos de los nuevos exiliados cargaban 
aún la huella que prolongaba la sensación de extrañamiento 
ante las diferencias culturales. Y esos niños del exilio cargaron 
con ‘lo otro’ del otro añorante, el depositario y transmisor de 
‘lo otro’ del “otro lado del mar”. De aquél que llegó y pensó 
siempre que pronto volvería y esperaba todos los días la caída 
de Franco. Los niños eran producto del exilio y sin embargo, 
crecían y se desenvolvían inmersos en la ‘otra’ cultura de la 
que eran a la vez ajenos y partícipes.
 Al partir de Tarancón, niño castellano-manchego, 
Luis Rius fue una víctima más del desasosiego producto 
del desprendimiento. Fue uno de esos hijos de españoles 
republicanos que asentaron su campo en México, formando 
21
un heterogéneo grupo que se cohesionó bajo el nombre de 
“Refugiados”.
 Hombres y mujeres de las más diversas profesiones y 
niveles socioculturales se hermanaron con la sangre de la 
herida República, todos ellos “Refugiados”, sin más, españoles 
exiliados para los que el vocablo era signo indiscutible de 
orgullosa identidad. Y para estos “Refugiados”, los hijos que 
trajeron consigo fueron de alguna manera los vestigios de ‘su’ 
España, las semillas de una vida trasplantada a México, el 
‘refugio’ en el que sus brotes pudieron germinar mediante la 
permanente añoranza de la tierra rota que tuvieron que dejar en 
cuerpo y habitaron por siempre en alma.
 Señala Ángel González en su prólogo a Cuestión de amor 
y otros poemas:20 “El exilio deja a España sin una parte 
importante de sí misma”. A ello habría que añadir que también 
deja a los exiliados sin una parte importante de ellos mismos y 
que quedan por siempre anhelantes del encuentro con esa parte 
que resuena cada vez más como un eco remoto. Y agrega:
El exilio queda así definido como una experiencia radical y 
desoladora (‘andrajos y silencio’), y el exiliado desposeído de 
toda tierra, no sólo de la suya originaria. El sueño de mundo 
perdido, disuelto en memoria y lejanía, le impide el acceso al 
mundo presente, real, en el que tampoco su antagonista –la mitad 
de sí mismo– le permite vivir. La evocación y la añoranza son, 
como todo en su vida, dobles: el aquí y el allá, el presente y el 
pasado, motivan una idéntica nostalgia”.21
 
 En este sentido el “Refugiado” siempre ‘es’ lo que ‘es’ por 
carencia de su contraparte, de ‘lo otro’. Es lo que “es, más la 
parte que le falta”, ese otro que completa la identidad dividida.
 Para los niños, agrega en el prólogo, la tierra perdida se 
convirtió en el “fantástico mapa de un país que acaso no coincidía 
en sus detalles con ninguna geografía verdadera, un espacio tan 
20 Ángel González, “Prologo”, en Luis Rius, Cuestión de amor y otros poemas, 
Universidad de Castilla-La Mancha, Cuenca, 1998, p. 15.
21 Ibid., p. 19.
22
insuficiente e irreal que sólo podría cobrar relieve en el dominio 
inestable de la imaginación y los sueños…” (Cuestión de amor, 
p. 17).
 Los jóvenes exiliados que llegaron de niños a México, 
sienten una vocación de escritores, y precisamente poetas 
casi todos, probablemente influida por su situación de 
extraterritorialidad […] Se reconocen pertenecientes a una 
doble instancia o doblemente exiliados, pues no participan 
íntimamente de la cultura que les acoge, pero desconocen 
realmente la tierra, la realidad inmediata española, en especial 
la que se desarrolla a partir de la guerra, aunque discuten de 
su historia y sus valores. De ahí la sentencia con que resume su 
opinión Eduardo Mateo: “Mi impresión es que, si bien en un 
principio el exilio de esta generación era un exilio de patria, 
acaba siendo un exilio de la realidad.”22 
 Podríamos quizás afirmar que, más que lo señalado por 
Ángel González, al ser aquí y allá, se vuelve ni aquí ni allá, ni 
pasado ni presente, sino un tiempo indefinido ubicado en una 
nostalgia perenne, que sólo cobra cuerpo y patria en el territorio 
de la poesía. Que da voz a esa escisión interna: yo frente al 
otro yo, que soy el mismo y ninguno por ser siempre un corazón 
dividido ante un “ayer muerto” que sin embargo vive y perdura 
en la pérdida.
 Si yo pudiera, tristeza
 mía, darte mi ayer muerto;
 pero no hay savia que fluya en ti ni tierra en mi
 huerto.
 Sueño de ayer, sueño errante
 de mañana, siempre sueño,
 mi corazón es camino
 sin final y sin comienzo:
 (Canciones de Ausencia, en Cuestión de amor, p. 36)
 En este caso el poeta se desprende de su otro yo nombrándolo 
tristeza, sueño o corazón, que no es sino esa otra parte de sí 
22 Paulino, op. cit., p.195.
23
mismo que no encuentra su lugar y que se torna interlocutor con 
quien compartir esa sensación de falta de vida y de rumbo, ese 
“ayer muerto” y ese “sueño errante” producto del desarraigo.
 La imagen del corazón como interlocutor es un recurso 
frecuente para referirse a esa parte de sí mismo dolida y a la 
que el poeta da cuerpo para desdoblarse y formularle preguntas 
a las que nunca encontrará respuesta. “Ay mi corazón tan triste 
[…] Corazón desarraigado […] Ay, mi corazón doliente […] 
Ay mi corazón indócil […] Ay, mi corazón, sol viejo” que no 
es sino el reflejo de un “yo” cual “sol consumido”,23 un sol 
cansado y triste por el destierro.
 […]
 Si a ti no fuera, corazón, el sueño,
 ¿quién a tu nido?
 ¿quién a tu nido llegaría, desierto?
 Son tan grandes las horas,
 tan grande el pensamiento
 y el camino y el mar y el horizonte,
 y es corazón, tu nido tan pequeño.
 (Cuestión de amor, en Verso y prosa, p. 88)
 El corazón es una vez más el pequeño depositario de una 
enorme ausencia, de un camino tan largo como el pensamiento 
que lo piensa y contiene en su añoranza la inmensidad del mar 
y lo inalcanzable del horizonte.
 Idea que se repite para enfatizar esa desproporción entre 
lo inabarcable del cielo y de los campos, que nunca serán los 
mismos pues pertenecen a distintos continentes, y lo pequeño 
del corazón que los anhela y que, en su partición, los contiene 
como a uno solo.
 Qué inmenso, qué inabarcable
 sobre los campos, el cielo.
 En la mañana, desnudo
 mi corazón, ¡qué pequeño!
23 Ibid., p. 37.
24
 (Cuestión de amor, en Verso y prosa, p. 92)
 ¡Qué pequeño yo! Nos dice el poeta, frente a la inmensidad 
de lo perdido y los recuerdos, ¡qué pequeña la mirada! para 
abarcar un mismo cielo que comprenda el que está al alcance de 
sus ojos a la vez que aquél que cobija la tierra que se abandonó.
 Al confrontar “su pequeñez” con lo inconmensurable de la 
naturaleza, Rius se ubica frente a este cuestionamiento relativo 
a la dimensión del hombre frente a aquello que lo rebasa. Un 
corazón, la parte más íntima de mi yo, no alcanza para guardardentro de sí todos los misterios de la existencia, llámense cielo, 
mar, tristeza, recuerdos o exilio; yo mismo. Dichos elementos 
sirven como vehículo de la revelación que lo conduce a su 
otredad manifiesta en la realidad poética, revelación entendida 
por Octavio Paz: “en el sentido de don o gracia que viene del 
exterior, [que] se transforma en un abrirse del hombre a sí 
mismo”. Dios yace oculto en el corazón del hombre y, citando 
a Novalis, agrega: “Cuando el corazón se siente a sí mismo… 
entonces nace la poesía”.24
 
 Tiéntame el corazón, Señor, que sea
 un instante siquiera luminoso.
 […]
 Oh, noche, oh pensamiento; oh, infinita
 desolación donde el corazón −rosa
 de ausencia, rosa de esperanza, rosa
 de desampara y de pasión− habita.
 (Canciones de ausencia, en Verso y prosa, p. 90)
 En Canciones de amor y sombra (1965), Rius vuelve 
a plantearse las interrogantes respecto de la vida y su 
dimensión frente a ellas y se coloca de nuevo con un “yo” 
dividido en el que su propia sombra le acompaña como 
testigo de las incertidumbres y engaños de la vida contra 
la cual su “voz embravecida”, la que manifiesta su propia 
existencia, nada puede:
24 Paz, El arco y la lira, op. cit., pp. 140-141.
25
 Engaño de la vida hora tras hora,
 repetido, constante, terco engaño.
 Mis ojos miran brillar la luz que antaño
 Otros vieron brillar, engañadora.
 
 […]
 A los que no han nacido va la vida
 a amanecer, dejándome olvidado.
 Nada puede mi voz embravecida
 contra su terco son. A su llamado
 ya otros vienen tras mí. Queda encendida
 esta engañosa luz; mi sombra a un lado.
 (Canciones de ausencia, en Verso y prosa, p. 95)
 En este poema Rius se coloca frente a esta engañosa vida 
reminiscente de la tradición española con su ‘otro yo’ como 
sombra, pero también con ‘el otro’, con ‘los otros’ que le 
antecedieron y con ‘los otros’ que le sucederán. Con ese ‘otro’ 
con el que se hermana en la impotencia de ser escuchado por esa 
vida empeñada en perpetuar su engaño y que sin embargo es un 
otro extraño que no le responde ni acude cuando “lanza su voz” 
y por lo tanto le deja solo consigo mismo. “Mientras lanzo mi 
voz/ […] Ninguno/ me ha oído. Nadie acude. (Cuestión de amor, 
p. 48).
 El motivo de la sombra como el ‘otro’ de sí mismo a la vez 
que ‘los otros’ que le rondan se reitera:
 
 […]
 La breve espiga de oro
 de la lámpara brilla
 sobre mi mesa. Sombras
 en las paredes me vigilan.
 […]
 Inmóvil, yo también soy sombra hambrienta
 del hambre de vivir mañana todavía.
 (Cuestión de amor, p. 50)
26
 Pareciera que esa sombra es la marca indeleble que trajeron 
esos “refugiados” cuando llegaron a México, la sombra 
de otra vida, otro tiempo y otra tierra que viven en un ‘yo’ 
permanentemente escindido y que, como en la Caverna, busca 
encontrarse.
 Para George Steiner “lo que no puede comunicarse, 
manifestar su existencia ontológica y sus necesidades 
elementales, no está vivo. ‘Habla y anúnciame a mí mismo’. Es 
en el carácter recíproco de la manifestación de identidad, en 
la necesidad de un eco aunque sea radicalmente opuesto, donde 
están las raíces de la paradoja hegeliana: la necesidad de todo 
ser viviente de la presencia de otro, y el miedo y el odio que 
surgen de esa necesidad.”25 
 En Rius, esa comunicación que da fe de su existencia 
mediante el “habla poética” es el eco de su propia voz a través 
del extraño que también es él: “A quién le hablaba, a quién,/ Ese 
hombre solo en medio de la tarde?” (Cuestión de amor, p. 56).
 Es ese hombre-poeta que se mira a sí mismo mirando mirar, 
del que hablamos en capítulo anterior. ¿Quién es ese hombre 
que pregunta y quién aquél hombre solo que habla en medio 
de la tarde, sino el mismo poeta desdoblado, necesitado de la 
presencia de su propia otredad, al mismo tiempo que inquieto 
por no reconocerse? Sólo mediante el logos los dos extraños 
se confunden y adquieren una misma identidad. Exiliado de sí 
mismo (como isla infinita).
2.2 el exilio: la carencia de lo otro
Para Steiner, decir 
Soy yo y experimentar el propio ser, y de modo concomitante 
impiden sentirse otro, salvo por un acto de proyección 
imaginativa, una ficción proyectiva de semejanza −se 
basan absolutamente en la condición lingüística. […] El 
reconocimiento de la identidad diferenciada de la otredad es 
un logro difícil y extremadamente importante. Las leyendas de 
25 George Steiner, Extraterritorial, Adriana Hidalgo, Buenos Aires, 2000, p. 
90.
27
denominación recíproca que encontramos en todas las culturas 
(Jacobo y el Ángel, Edipo y la Esfinge, Roland y Oliver) […] 
pueden contener el oscuro indicio de la antigua duda: ¿quién 
soy yo, quién eres tú, cómo sabremos que nuestra identidad 
es estable, que no pasaremos como una corriente de agua a 
integrar el río de la otredad como sucede con la luz o el viento? 
[…] Todo el proceso, la manifestación del ser y la respuesta del 
“no ser”, es de estructura dialéctica y de naturaleza lingüística. 
El habla constituye el movimiento de sístole y diástole del ser; 
ofrece pruebas externas e internas. […] Nuestra identidad es un 
pronombre de la primera persona.26
 
 En este sentido, la ausencia de palabra es ausencia de 
identidad, si no digo no soy, porque no me manifiesto y si callo 
puedo ser cualquier cosa y de dejar de ser lo que pude haber sido:
 […]
 Callar, callar, callar.
 Que las canciones se me queden dentro,
 las canciones tardías
 que nunca florecieron
 cuando podía cantar.
 Esas que no nacieron
 que no nazcan. Ya no,
 no, ya no es tiempo.
 Cantar otra vez más, cantar…
 Silencio
 (Cuestión de amor, p. 54)
 Aquello que pudo haber sido y no fue, ese que pude haber 
sido y no fui, que no se cante y por lo tanto que no sea nunca, 
y que su imposibilidad de ser quede inscrita en el silencio. En 
ese silencio dentro del cual se gesta el hombre a sí mismo para 
brotar al mundo mediante la palabra que afirma su humanidad 
o le hace caer en la identidad perdida, en el “distinto ser”:
26 Ibid., pp. 96-97.
28
 Si ángeles fuimos y nos despeñamos
 ¿cómo saber ser hombres todavía?
 […]
 En el tiempo caímos y cobramos
 distinto ser. Total fue la caída.
 Sólo nos queda amar la primavera
 por ver la tierra tibia y florecida
 −¿cuántas veces aún?− y no pensar
 que tal vez fuimos ángeles un día.
 (Verso y prosa, p. 55)
 La incomprensión respecto de aquello que fuimos en el origen se 
manifiesta en esa falta de memoria de nuestro nacimiento, que no puede 
recobrarse porque el poeta no sabe qué palabras usar para conferirle realidad 
y entenderla; ni al nacimiento primero ni al consuetudinario de “aquél 
hombre” “que va entregando su vida lo mismo que a diario la recibe:
 […]
 Yo no recuerdo haber nacido nunca.
 ¿Cómo habré de decirlo
 para entender yo mismo cómo fue
 mi nacimiento de hoy?
 (Cuestión de amor, p. 63)
 
 Es como si hubiese sido otro el que nació, pues yo carezco de 
conciencia de mi principio. Ese otro que miro como a un hombre 
distinto de mí y que olvida las llaves pero de cuyas palabras me 
apropio y que también soy yo, que afirmo mi olvido:
 
 Lo diré cuando abra
 la puerta de su casa
 aquel hombre que siempre
 ha olvidado la llave,
 con sus mismas palabras:
 siempre olvido olvidar; recuerdo siempre
 por esta horrible falta de memoria.
 (Cuestión de amor, p.63)
29
 En otro momento se refiere a la palabra escrita como el 
vínculo entre ese que soy y que pregunta y el ‘otro’ que se me 
parece porque también carece de un lugar preciso en el mundo y 
con el que se ‘identifica’. A ese hombre marcado por la soledad 
y el extrañamiento ante la realidad circundante:
 Yo aquí. Yo ¿aquí? ¿Por qué?
 Para otro como yo dejo esta página,
 para otro hombre a la orilla
 al margen de su mundo.
 Yo dejo esta señal.
 Soledad alta.
 Para cuando no queden
 bosques ni árboles solos.
 Soledad alta como un pino.
 (Cuestión de amor, p. 62)
 En Rius esta búsqueda de palabra que dé sentido a un ‘yo’ 
en permanenteruptura y que busca a su ‘otro’, tiene una doble 
vertiente: la inquietud existencial del poeta en tanto hombre 
que cuestiona el mundo que le rodea, así como el exilio que lo 
quebró de tajo y le dejó inmerso en una especie de orfandad 
que nunca sacia su necesidad de encontrarse con aquello que le 
falta. En palabras de Ángel González,
 
El exilio queda así definido como una experiencia radical y 
desoladora (‘andrajos y silencio’), y el exiliado como un desposeído 
de toda tierra, no sólo de la suya originaria. El sueño de un mundo 
perdido, disuelto en memoria y lejanía, le impide el acceso al 
mundo real, en el que tampoco su antagonista −la mitad de sí 
mismo− le permite vivir. La evocación y la añoranza son, como 
todo en su vida, dobles: el aquí y el allá, el presente y el pasado, 
motivan una idéntica nostalgia. ‘Si a ti no fuera, corazón cautivo’
 La situación de estar y no estar, de ser y no ser, da lugar a un 
complejo y casi vertiginoso juego de desplazamientos, oposiciones 
e identidades [con] ilimitada serie de variantes, angustiosas todas 
30
porque, ocurra lo que ocurra la voz que las expone habla siempre 
desde la irrealidad (Cada vez que me… con lo que no soy voy 
siempre a dar).27 
 Se podría agregar que más que la ‘irrealidad’ o el tiempo de 
los subjuntivos que, como Rius, “tampoco saben ir al mar”, el 
poeta teje ‘otra’ realidad: la realidad poética. Ésta se torna el 
único territorio en el que se conjugan lo posible y lo imposible, 
fuera del ámbito de la irrealidad, o de la realidad “posible” en 
“subjuntivo”.
 Más allá de la ilusión de lo que pudo haber sido y nunca será, 
la nueva realidad creada por el poeta esplende y se concreta 
mediante la palabra que se confronta con la ‘otra’ realidad.
31
III. LA INTEGRACIÓN DEL YO
3.1 el ser múltiple en el territorio poético
En El arco y la lira, Octavio Paz comenta que “el hombre 
lanzado a ser todos los contrarios que lo constituyen […] puede 
llegar a ser todos ellos porque al nacer ya los lleva en sí, ya es 
ellos. Al ser él mismo, es otro. Otros. Manifestarlos, realizarlos, 
es la tarea del hombre y del poeta. […] La experiencia poética 
es un abrir las fuentes del ser.”28 
 En este sentido, es en el territorio poético donde el hombre 
privilegiado por el don de trascender el significado de las 
palabras podrá integrar su multiplicidad, dar voz a sus muchos 
“yo” confrontados con sus muchos “otros” y dar coherencia a 
una identidad fragmentada.
 Paz agrega que: “El lenguaje poético revela la condición 
paradójica del hombre, su ‘otredad’ y así lo lleva a realizar lo 
que es.” Así Rius asume mediante la poesía que su realidad es 
vivir exiliado de sí mismo, ser el que es sin ser en el presente, 
ese ‘otro’ que fue en otro tiempo y que, sin embargo tampoco, 
era entonces. Dos ‘otros’ siempre ajenos a sí mismos, a la vez 
que conciliados como dos imposibilidades en los campos de la 
poesía.
 Yo fui, no soy, y mi verdad es ésta,
 mi presencia conmigo, la más mía;
 ser tan sólo memoria y lejanía,
 jugador ya sin carta y sin apuesta.
 Si ahora digo que fui, que tuve puesta
 la vida en ejercicio, que vivía,
 muy bien me sé que igual melancolía
28 Paz, El arco y la lira, op. cit., p. 155.
32
 me daba entonces similar respuesta.
 Entonces ya también había vivido
 sin vivir ni esperar un venidero
 instante, un presente no cumplido.
 Siempre he sido pasado. Así me muero:
 no recordando ser, sino haber sido,
 sin tampoco haber sido antes primero.
 (Verso y prosa, p. 123)
 Desde esta perspectiva la poesía será el terreno de la 
multiplicidad y de una nueva realidad con identidad propia, lejos 
de la verdad unívoca. En ella pueden confundirse yo y el otro, 
luz y tinieblas, tierra y mar, vigilia y sueño, vida y muerte. En 
ella el tiempo se borra y permanece tan sólo como espacio por el 
que transita la palabra como sustancia poética. Mediante ésta, 
el ser plural del poeta inquiere sobre la realidad que observa y 
cuestiona, y se la devuelve depurada a través del tamiz de su 
experiencia íntima. El tiempo detiene el flujo que nos conduce 
hacia el fin y sólo la palabra permanece como su vehículo, 
transmutada en poesía que todo lo contiene.
 Luis Rius es poeta. Luis Rius es el ser múltiple que se debate 
entre sus ambigüedades existenciales para conciliarlas en el 
territorio poético. Luis Rius es el ser poético que se sirve de la 
“palabra en el tiempo” para conjugar su ‘otredad’.
 En su trabajo La poesía, Rius anota: “Porque no existe 
perfecta conmesurabilidad –dice Mairena– entre el sentir y 
el hablar, el poeta ha acudido siempre a formas indirectas de 
expresión, que pretenden ser las que directamente expresan lo 
inefable.”29 En esta cita de Antonio Machado parece sintetizar 
Rius su vínculo con la poesía en tanto forma de expresión de 
aquello que de otra manera no podría ser significado. Todo 
la pulsión de lo suspendido entre la experiencia vital y la 
complejidad de las emociones que ella suscita, la dificultad 
implícita en pretender confrontar mediante la palabra los 
cuestionamientos ante una realidad inabarcable, necesitan para 
el poeta de una forma de expresión que trascienda su propio 
29 Luis Rius, La poesía, ANUIES, México, 1972, p. 17.
33
significado. Porque, continúa Rius, citando a Carlos Bousoño, 
“la lengua no comunica intuiciones sino conceptos”30 y por 
ende requiere de otorgar al significado de las palabras otro que 
las individualice. 
 Siguiendo esta concepción de lo que implica el lenguaje 
metafórico en la expresión individual del poeta, para 
aproximarnos a lo que sería el lenguaje personal de Luis Rius, y 
a lo que serían sus rasgos constitutivos, concluiríamos que ante 
todo, a un “ser del exilio” se corresponde una poesía en la que 
éste determina su esencia.
En su estudio sobre la poesía de Luis Rius, José Paulino anota: 
La realidad del destierro, la identidad y universalidad como 
exiliado no la inventa él, pero la descubre en sí mismo como rasgo 
esencial del yo lírico. Si pudo decir que en los poetas mayores 
notaba una hondura humana, y por consiguiente, artística superior 
a la expresada antes del destierro, en él no hay antes y después: 
su hondura humana y poética es la del destierro como origen y 
fundamento. […] una poesía del exilio: intimista, falta de expresa 
dimensión histórico-política y centrada en la individualidad del 
sujeto lírico.31 
 De esta manera, el lenguaje individual de Luis Rius es el 
de la palabra, cuyo destino final es nombrar la pérdida y el 
desarraigo, la expresión de un ser a medias que se debate entre 
dos mundos geográficos, temporales y anímicos que quedaron 
escindidos con el destierro y que le convirtieron en un “mestizo 
espiritual”, según su propia definición.
 Sin embargo, Rius no vive ni le canta al destierro y a la 
tierra perdida con el dolor y la amargura frente a los horrores 
de la guerra, ni a la injusticia de su propia historia. Rius 
aborda el desarraigo desde la perspectiva personal y afectiva, 
filtrándolo siempre en todos los aspectos de su intimidad: el 
amor, la soledad, la razón de ser en el mundo, el desasosiego de 
la vida.
30 Ibid., p. 16.
31 Paulino, op. cit., pp.199-200. 
34
 Hay en su poesía un tono sostenido en el que prevalece la 
nostalgia, la conciencia del no retorno, expuestos mediante una 
finura exacerbada del sentir, una delicadeza esmerada en el 
decir. Y si bien su poesía queda inserta dentro de la generación 
llamada del “medio siglo”, vinculada con una hispanidad 
trasterrada, la hondura de sus indagaciones lo acercan más a los 
cuestionamientos universales del hombre frente a la existencia.
 Rius es un hacedor de poesía pura, diáfana, en la que 
establece un diálogo íntimo entre él, −el “yo” poeta− y la 
palabra, para trascender un mundo que es tan sólo el escenario 
de sus vivencias, carencias y afectos. La palabra ‘es’ su vida, 
su existencia transmutada en arte que le abre la posibilidad de 
conjugar la vida posible y la soñada. Las palabras confieren 
cuerpo a sussentimientos y sustancia a su razón de ser en el 
mundo, son el punto de confluencia entre la verdad interior y 
la realidad externa. La concordancia entre verdad y belleza, 
entre fondo y forma, inconsciente y consciente, dan identidad a 
un hombre de tradición española, que se debate entre el sueño y 
la realidad, nunca seguro del todo del terreno que pisa ni dueño 
por completo de sí mismo ni de su historia.
3.2 luis rius y el ser poético: su obra
En su trabajo La poesía, Rius anota: “Porque no existe perfecta 
conmesurabilidad –dice Mairena– entre el sentir y el hablar, el 
poeta ha acudido siempre a formas indirectas de expresión, que 
pretenden ser las que directamente expresan lo inefable.”32 
 En esta cita de Antonio Machado parece sintetizar Rius su 
vínculo con la poesía en tanto forma de expresión de aquello 
que de otra manera no podría ser significado. Todo la pulsión de 
lo suspendido entre la experiencia vital y la complejidad de las 
emociones que ella suscita, la dificultad implícita en pretender 
confrontar mediante la palabra los cuestionamientos ante una 
realidad inabarcable, necesitan para el poeta de una forma de 
expresión que trascienda su propio significado.
 Porque, continúa Rius, citando a Carlos Bousoño, “la lengua 
no comunica intuiciones sino conceptos” y por ende requiere 
32 Luis Rius, La poesía, ANUIES, México, 1972.
35
otorgar al significado de las palabras otro que las individualice.
 Siguiendo esta concepción de lo que implica el lenguaje 
metafórico en la expresión individual del poeta, para 
aproximarnos a lo que sería el lenguaje personal de Luis Rius, y 
a lo que serían sus rasgos constitutivos, concluiríamos que ante 
todo, a un “ser del exilio” se corresponde una poesía en la que 
éste determina su esencia.
 En su estudio sobre la poesía de Luis Rius, José Paulino anota: 
La realidad del destierro, la identidad y universalidad como 
exiliado no la inventa él, pero la descubre en sí mismo como rasgo 
esencial del yo lírico. Si pudo decir que en los poetas mayores 
notaba una hondura humana, y por consiguiente, artística 
superior a la expresada antes del destierro, en él no hay antes y 
después: su hondura humana y poética es la del destierro como 
origen y fundamento.33 
 Más adelante añade que la suya, es “una poesía del exilio: 
intimista, falta de expresa dimensión histórico-política y 
centrada en la individualidad del sujeto lírico”.
 Así, el lenguaje individual de Luis Rius es el de la palabra 
cuyo destino final es nombrar la pérdida y el desarraigo, la 
expresión de un ser a medias que se debate entre dos mundos 
geográficos, temporales y anímicos que quedaron escindidos 
con el destierro y que le convirtieron en un “mestizo espiritual”, 
según su propia definición. 
 Sin embargo, Rius no vive, ni le canta al destierro y a la 
tierra perdida con el dolor y la amargura frente a los horrores 
de la guerra ni a la injusticia de su propia historia; Rius 
aborda el desarraigo desde la perspectiva personal y afectiva, 
filtrándolo siempre en todos los aspectos de su intimidad: el 
amor, la soledad, la razón de ser en el mundo, el desasosiego de 
la vida.
33 José Paulino, “La poesía de Luis Rius. Estudio”, en Luis Rius, Cuestión 
de amor y otros poemas, Universidad de Castilla-La Mancha, Madrid, 1998, 
pp.199-200.
36
 Hay en su poesía un tono sostenido en el que prevalece la 
nostalgia, la conciencia del no retorno, expuestos mediante una 
finura exacerbada del sentir, una delicadeza esmerada en el 
decir. Y si bien su poesía queda inserta dentro de la generación 
llamada del “medio siglo”, vinculada con una hispanidad 
trasterrada, la hondura de sus indagaciones lo acercan más a los 
cuestionamientos universales del hombre frente a la existencia.
 Rius es un hacedor de poesía pura, diáfana, en la que 
establece un diálogo íntimo entre él, −el “yo” poeta− y la 
palabra, para trascender un mundo que es tan sólo el escenario 
de sus vivencias, carencias y afectos. La palabra ‘es’ su vida, 
su existencia transmutada en arte que le abre la posibilidad de 
conjugar la vida posible y la soñada. Las palabras confieren 
cuerpo a sus sentimientos y sustancia a su razón de ser en el 
mundo, son el punto de confluencia entre la verdad interior y la 
realidad externa. La concordancia entre verdad y belleza, entre 
fondo y forma, inconsciente y consciente, brindan identidad a 
un hombre de tradición española, que se debate entre el sueño y 
la realidad, nunca seguro del todo del terreno que pisa ni dueño 
por completo de sí mismo ni de su historia.
 La poesía de Luis Rius es, como voz del exilio, la expresión 
de una permanente dualidad, la voz de un ser dividido entre eros 
y tánatos, entre la búsqueda de autoafirmación y la negación de 
lo que es. El territorio en el que vida y muerte se confunden y que 
manifiesta “la heterogenidad del ser”, en palabras del Mairena 
de Machado, estado interior que deviene “palabra en el tiempo”.
 Octavio Paz señala que “entre nacer y morir la poesía nos 
abre una posibilidad, que no es la vida eterna de las religiones 
ni la muerte eterna de las filosofías, sino un vivir que implica y 
contiene el morir, un ser esto que es también un ser aquello.”34 
Afirmación que condensa el sentido último de la obra poética de 
Rius y su ambivalencia existencial.
 En cuanto a forma, José Paulino escribe que 
La obra poética de Luis Rius tiene un valor propio […] su 
34 Octavio Paz, El arco y la lira, Fondo de Cultura Económica, México, 1998, 
p.155.
37
calidad lírica, su matizada intensidad, la depuración final en 
la dicción que le otorga esa categoría. Su base tradicional 
es muy fuerte (la recreación del estilo del Romancero al 
comienzo, por ejemplo) y en sus preferencias de versos 
no encontramos experimentación métrica ni rítmica, 
sino adaptación de los recursos a su necesidad expresiva 
íntima. Tampoco hay experimentación con el lenguaje. 
[…] Igualmente le es ajena la dimensión de crítica social 
o la descripción patética e irónica de la realidad urbana y 
cotidiana; mucho más cualquier significado político.35
 Y añade: “Hay en sus versos ecos de invisibles interlocutores 
–Garcilaso, Fray Luis, San Juan de la Cruz, y otros aún más 
antiguos o más modernos, pero siempre ilustres– [que añaden] 
una especial hondura y amplitud al “lugar del canto” que su 
palabra define.
 Su producción literaria no fue extensa, quizá por la densidad 
del contenido afectivo desplegado en cada uno de sus poemas, 
por sus profundos matices reflexivos y por el cuidado meticuloso 
del estilo. Por un afán casi obsesivo de buscar la concordancia 
entre fondo y forma, entre verdad y belleza.
Su ritmo, pausado y sostenido, recuerda su propio transcurrir 
por el mundo: suave, discreto, enamorado de la palabra, 
ocasionalmente un cauteloso desbordamiento por la pasión. Un 
ritmo que prolonga el eco de su sentir personal y da sustancia a 
lo intransferible de su interioridad.
 Rius es un poeta que con el exilio, pierde patria, pero no 
hispanidad. Y si bien él se autonombra “fronterizo” y “mestizo 
espiritual”, lo cierto es que poco, o casi nada, incorpora de 
mexicanidad en su poesía y que ésta está profundamente 
definida por su vinculación con lo español. No sólo en la 
añoranza de la tierra abandonada e idealizada, sino en la 
incorporación de la tradición poética española, como “el 
modelo de romance y la canción, la lengua clásica, de Fray 
Luis a Quevedo, o de Machado y Juan Ramón, [así como] los 
35 Paulino, op. cit., p. 198.
38
mitos fundacionales. La continuidad de Rius con los exilios 
literarios anteriores se hace a través de su recreación de la 
literatura”.36 
 Rius, perteneció a la llamada “Generación del medio siglo”, 
que en el México de los años cincuenta trató de manifestar 
“una nueva posición estética que tendió a liberarse de los 
compromisos ideológicos que entonces predominaban […] 
El grupo hispano-mexicano participaba de una ruptura [...] 
respecto del muralismo o la creciente influencia de Ocatvio 
Paz”,nos dice Arturo Souto en su introducción a la obra de 
Luis Rius, Verso y prosa.37 
 Su primer libro, Canciones de Vela, se publicó en 1951. 
En él se reunieron 26 poemas, “pulcramente escrito en tono 
menor”, y del que Julio Torri, autor del epílogo comentó: “El 
carácter de las ‘Canciones’ es más bien amatorio como es razón 
que sea tratándose de un poeta de veinte años. Entre estos 
lindos poemas −como el primero, lograda joyita de antología− 
se percibe un vago influjo becqueriano.”38
En el estudio antes citado, Paulino cita a Arturo Souto en 
referencia a este poemario: Hay razones para que en ‘Canciones 
de Vela’ no haya gritos, ni maldiciones ni reproches políticos. Lo 
que sí hay, en vez, es una profundísima melancolía. Una tristeza 
radical, definitiva. Una desolación original que se explica 
precisamente por el clima angustiado y condicional en que nació 
el hombre que canta su canción y no la del otro. Esta melancolía 
de raíz aparece en el primer libro de Rius y seguirá −constante 
fiel, identidad leal a sí misma− en los siguientes. Sólo que cada 
vez más clara, más definida, más a fondo vivida.39
 
 Con su segundo libro, Canciones de ausencia, publicado en 
1954, Rius mantiene y perfecciona en sus 29 poemas los temas 
36 Ibid., pp. 199-200.
37 Arturo Souto, “Introducción”, en Luis Rius, Verso y prosa, Fondo de Cul-
tura Económica, México, 2011, p. 19.
38 Ibid., p. 19.
39 Paulino, op.cit., p. 175. El énfasis es mío.
39
que aborda en su libro anterior. Hay en éste una doble vertiente 
que oscila entre la indagación existencial y el impulso vital, en 
el que prevalece, como en su obra posterior, un tono mesurado y 
reflexivo, elegante y sutil.
 En él, nos comenta Arturo Souto, tras mudarse a la ciudad 
de Guanajuato, queda plasmada la “ausencia [...] no ya del 
entorno, sino de una relación amorosa interrumpida, y a la 
vez, aunque en segundo plano, sentimiento de exilio que en él, 
como en otros, fue pasando del extrañamiento a una soledad 
irremediable.”40 
 En estos versos la tristeza es compañera constante del poeta 
que en ella encuentra remanso, y “dulce” su “desconsuelo” y su 
“desvarío”.
 
 Si yo pudiera, tristeza
 mía, darte un ayer muerto
 (ansiada tristeza, carne
 de fruto verdadero
 madurado en rama viva
 de savia, de tierra y viento)
 para mis labios entonces
 qué dulce tu desconsuelo,
 qué plácido el corazón,
 tristeza, tu llanto auténtico.
 (Verso y prosa, p. 84)
 
Y en otro poema:
 
 Ay, mi corazón, tan triste,
 tan dulce tu desvarío.
 Corazón desarraigado, 
 sol a la tarde nacido
 para correr horizontes
 largos de ausencia y olvido.
 (Verso y prosa, p. 85)
40 Souto, op. cit., pp. 21-22.
40
 En 1965 se publica su tercer libro, Canciones de amor y 
sombra, en el que los claroscuros de su posición ante la vida 
se expresan con un estilo más maduro y definido, más breve y 
conciso. De éste, apunta Souto, “aparece en la poesía de Rius un 
tema central, quizá el más esencial de todos los que ha tocado: 
el sentimiento de sentirse extraño en el mundo que le rodea.”41 
Aparecen en éste también poemas de un erotismo cauto y fino 
que, si por momentos pudiera prefigurar un desbordamiento, 
queda al fin circunscrito dentro de los matices que el sentimiento 
amoroso delinea en el encuentro.
 
 Qué confusión de sedas y de olvido
 hasta romper el claustro de tus pechos.
 […]
 Cabe en su redondez todo el amor;
 y en mis dos manos ellos.
 (Cuestión de amor, p. 103)
Y en otro poema:
 […]
 Oh, qué despacio
 aceleran tus besos en mi cintura el frío
 y el calor en mis ingles agolpado.
 ...Y el sabor de tu lengua, que humedece
 como el rocío las hojas de mis labios.
 Valiente es el amor, y me enamora
 saber que temes tú también, amado.
 Árbol soy de una flor, de una flor sola,
 y para ti es la flor, mi enamorado.
 Nada es la vida ya,
 nada el mañana, amor, nada el pasado.
 Llega, ven, entra, rompe, gime, entrega...
 Todo era ya silencio desmayado.
 (Cuestión de amor, p. 104)
41 Ibid., p. 25.
41
 Con Canciones a Pilar Rioja, publicado en 1968, Rius 
parece encontrar respuesta a sus cuestionamientos existenciales 
mediante el arte. A través de la fugacidad y belleza del 
movimiento, el poeta no sólo se adentra en el erotismo y el 
amor, sino en la aprehensión de la esencia, del ser inserto entre 
la realidad y el sueño.
 [...]
 Todo es ser y no ser. Lo que fue ahora
 verdad dejó de serlo, así al desgaire.
 ¿Qué es lo que ven los ojos, qué enamora,
 si lo invisible es lo real: el aire,
 y lo irreal: Pilar, la bailaora?
 (Canciones a Pilar Rioja, p. 130)
 Al igual que en sus libros anteriores, estos poemas prolongan 
la mesura y cuidado de su forma en armonía, con un ritmo 
sostenido y suave, en consonancia con el delicado asombro que 
suscita en él el encuentro con la belleza pura y, en este sentido, 
con la verdad.
 Su último libro, publicado poco después de su muerte y que 
él dio por terminado en 1983, Cuestión de amor y otros poemas, 
reúne una selección de los cuatro libros anteriores y otros no 
recogidos en ninguno.
 Algunos de los poemas en él incluidos fueron retomados por 
el autor en su afán incesante de perfeccionar su forma y, por 
ello, cambió o modificó palabras y aún versos enteros.
 Esta necesidad de pulcritud, de buscar casi obsesivamente la 
palabra o el giro adecuado, el implacable rigor autocrítico que 
lo caracterizó a lo largo de su vida, lo acompañó en sus últimos 
días en la búsqueda perenne de la palabra precisa, “le mot 
juste” de Flaubert, que significara con plenitud los delicados 
matices de su sentir.
 Como lo define Souto: “Luis Rius es un poeta breve y 
esencial”, es un poeta que supo transmutar en belleza el dolor y 
el desasosiego provocados por la ruptura y el exilio. Fue capaz de 
convertir su escisión existencial en delicada forma y expresar la 
42
profundidad de sus cavilaciones mediante la cadencia sosegada 
de su ritmo.
 Para tratar de sintetizar a Luis Rius y su expresión poética 
podemos citar a Ciorán cuando escribe que: “El espíritu florece 
sobre las ruinas de la vida”,42 y que: “Un arquitecto exiliado 
de la tierra podría construir, con nuestras amarguras, un 
monasterio en el cielo”.43 Así florecen las palabras del poeta 
sobre los vestigios del exilio y construyen un espacio allende la 
tierra, como morada para el ser que la trasciende.
42 Emil Ciorán, El crepúsculo del pensamineto, Nueva Imagen, México, 
2003, p. 211.
43 Obid., p. 214.
43
IV. YO Y LA OTRA TIERRA/EL OTRO ESPACIO
4.1. españa y méxico
Si en Luis Ríus la experiencia del exilio es el detonador de la 
ruptura entre el ‘yo’ que pude haber sido, y el ‘yo’ que nunca 
acabo de ser, es también la frontera que separa la tierra que 
fue mía y donde pude haber sido ‘otro yo’, de aquella que 
parece ser mía y de la que nunca acabo de formar parte.
 Ríus se debate entre la añoranza perenne por la España 
perdida y las ansias de apego a un México en el que será 
permanentemente extranjero.
 Es una sierpe herida
 que se arrastra en la noche congelada
 de un invierno sin tierra.
 […]
 La noche sin estrellas.
 El silencio sin lágrimas.
 Enorme y silenciosa,
 por los parajes de España,
 es la oscura sierpe del destierro
 que en la noche se arrastra.
 (“Destierro (2)”, Arte de extranjería,
 en Cuestión de amor, p. 31)
 El destierro aparece como una “noche oscura del alma” 
en la que, a diferencia de la carencia del amado de San Juan, 
es la ausencia de la tierra amada, de los “parajes de España”, 
que priva a su noche de estrellas y en la que el dolor por el 
desarraigo se “arrastra” tornándola fría y silenciosa. Ese 
44
dolor, cual sierpe, está al acecho para descargar el veneno que 
en cualquier momento puede herir de ausencia a su víctima.
 Más aún, la ambivalencia entre identidad personal y tierra 
de pertenencia se superponen hasta confundirse en un verso que 
parece ser la síntesis expresiva de esta constante dualidad:
 Gráname, lluvia, gráname. No quiero
 ser, por ti, másque tierra.
 Yo no soy en verdad más que un trocito
 olvidado de tierra.
 […]
 Si no, lluvia, ¿qué llanto,
 sin sentido eres tú?,
 qué deleznable llanto
 tan sólo verdadero
 para la vasta tierra descubierta,
 la tierra sin voz ya, sin corazón, sin tiempo.
 (Arte de extranjería, en Cuestión de amor, p.47)
 Si “yo no soy en verdad más que un trocito olvidado de 
tierra”, −la tierra yerma por la que se arrastra la sierpe en la 
noche helada del destierro sin lágrimas−, sólo la lluvia puede 
darle voz y alumbrar con la humedad de su llanto a la noche 
oscura del pequeño pedazo de España que soy yo.
El tema del “llanto callado” por la tierra perdida se reitera 
para dar paso al llanto de la palabra poética, que con su voz 
nombra lo que en “el camino del alma” sólo se llora en silencio, 
el camino de la ascensión espiritual que conduce a la tierra 
perdida, a la patria.
 Mediante el canto al “compañero”, ese ‘otro’ que soy yo 
mismo, a la vez que el lejano compañero español, el poeta 
marca la oposición entre “esta tierra alta” que es México y el 
lugar donde mora ese que no soy, en las planicies y “los campos 
de España”.
 Conmigo, compañero,
 en esta tierra alta,
45
 […]
 Era el llanto callado
 y era diáfana el alba.
 Miraremos las tierras
 que allá quedan, lejanas.
 El horizonte es claro
 y limpia la mirada.
 Tierras fuertes, corridas,
 de raíces amargas,
 de hondas quebraduras.
 ¡qué dulce de mirarlas!
 […]
 Espera aquí conmigo,
 ya nadie nos aguarda;
 que tus ojos se llenen
 de tiempo y de distancia.
 Era el llanto callado
 y era diáfana el alba
 Cómo buscan los ojos
 el camino del alma.
 Compañero, allá lejos,
 desde esta tierra alta
 (era el llanto callado):
 son los campos de España.
 Era el llanto callado
 y era diáfana el alba.
 (“Destierro (1)”, Arte de extranjería,
 en Cuestión de amor, p. 43)
 Al mirar desde la tierra alta con sus volcanes, −a los que 
Ríus aludía como símbolo de claridad y agudeza internas (para 
46
él, el mundo se dividía entre aquellos que “habían visto los 
volcanes” y la verdad les había sido revelada, y aquéllos que no)− 
el horizonte es claro y el pasado aparece diáfano, recorriendo 
las recias tierras con una nostalgia dulce que las envuelve. 
Pareciera que el aire puro de la tierra montañosa es propicio 
para el exhorto al sí mismo desdoblado, para que reconozca 
que por más que se añore lo perdido ya nadie aguarda en esa 
tierra de “raíces amargas”, tanto por lo yermo de su suelo, 
como por las razones que desembocaron en el desprendimiento; 
y por ello, en vez de lágrimas, que los “ojos se llenen de tiempo 
y distancia”, que son los dos elementos que dan cuerpo a la 
nostalgia.
 México es el ‘otro espacio’, la ‘otra tierra’, en la que ‘yo, 
exiliado’ me sitúo ante esa doble incógnita de mi identidad: 
¿quién soy yo en la Tierra? ¿Y quién soy en esta tierra donde 
moro sin acabar de entenderla, siempre extranjero? ¿Quién soy 
aquí… −en este ‘aquí’ que se reitera en su poesía como el sitio 
que se precisa para enfatizar su cualidad de ajeno−, un aquí 
que es fortuito y que en realidad no me pertenece?
 ¿Quién soy yo aquí, quién soy
 en esta tierra de hombres
 que trabajan y luchan noche y día
 entre hierro y petróleo
 para construir máquinas
 con sus seguras manos
 de alfareros idólatras?
 (Arte de Extranjería, en Cuestión de
 amor, p. 75
 El poeta marca esa distancia entre ‘yo’ y ‘los hombres’ 
idólatras que trabajan la tierra con sus manos, personajes 
verdaderamente terrenos que extraen el petróleo de su seno, 
ajenos por oposición a mi cristiandad.
 Este poema es de los que más clara y concretamente alude 
a México como el país en el que es y se siente un intruso; un 
país que comparte una lengua con el suyo y que sin embargo 
47
no es la misma. No sólo por las variantes lingüísticas locales, 
sino porque refiere un mundo que no alcanza a incorporar como 
propio:
 [...]
 ¿Quién soy yo que no entiendo 
 su lenguaje preciso
 de fórmulas y siglas
 sin que se altere el signo de sus voces?
 […]
 Soy un intruso ahora.
 ¿Quién soy yo aquí?
 […]
 Oráculos, oráculos,
 decid quién es esta pequeña cosa
 que no puede adoraros.
 Juzgadme. Soy culpable
 de esta soledad súbita.
 Dadle nombre a mi culpa.
 (Cuestión de amor, p. 75)
 La preocupación metafísica sobre la identidad se suma a la 
de ser ese extranjero que se enfrenta con las “fórmulas y siglas” 
del lenguaje cifrado de la adivinación y la magia. Un hombre solo, 
cuya culpa es no ser capaz de asimilarse a una cultura que mira 
desde fuera pese a estar inmerso en ella. Es esa soledad a la que 
nos referimos en capítulo anterior, de los refugiados españoles que, 
por más que intentan, nunca acaban de “desterrar” la sensación, 
aunque matizada y más paternalista, de ser un poco aquellos 
conquistadores hispanos que llegaron a tierra de bárbaros.
 Decid quién soy para que sea mi nombre
 escarmiento de otros
 posibles desertores.
48
 En este caso hay una invocación al oráculo de ‘los otros’, 
para que sean ellos quienes den un nombre a este estado 
intermedio marcado por la culpa entre estar y no estar en esta 
nueva tierra, entre ser y no ser parte de esta cultura ajena de la 
que se querría desertar para ir en pos del paraíso perdido.
 En Acta de extranjería la demarcación del espacio físico es 
el referente para delimitar el espacio de la identidad. Hay una 
búsqueda de la geografía territorial para poder determinar el 
origen de la geografía interna. La falta de precisión en cuanto 
al origen ‘terrenal’ se vuelve oscuridad respecto del origen 
‘Terrenal’:
 ¿De qué tierra será? ¿Dónde su mar?
 dicen, ¿cuál es su sol, su aire, su río?
 Mi origen se hizo de pronto algo sombrío
 y cuando a él vuelvo no lo vuelvo a hallar.
 Cada vez que me pongo a caminar
 hacia mí pierdo el rumbo, me desvío.
 No hay aire, río, mar, tierra, sol mío.
 Con lo que no soy voy siempre a dar.
 (Acta de extranjería, en Cuestión de amor, p. 78)
 La búsqueda de mí mismo es un intento reiteradamente 
equívoco por encontrarme con aquello que soy. Más allá de que 
pudiera precisar la geografía que me pertenece físicamente, 
el rumbo que me lleva hacia mí mismo es permanentemente 
fallido. No hay camino que me lleve a encontrar la certeza de 
quien soy.
 Aquí ya no se trata del exilio de la tierra abandonada con 
su sol, su aire, su río, sino del exilio de mí mismo, en cuyo 
espacio interno sólo encuentro aquello que no soy. De mí a mí 
seré siempre un yo errante en el camino equivocado.
 Si acaso alguna vez logré mi encuentro
 −fue camino al amor−, me hallé contigo
 piel a piel, sombra a sombra, dentro a dentro,
49
 el frágil y hondo espejo se rompió,
 y ya de mí no queda más testigo
 que ese otro extraño que también soy yo.
 (Acta de extranjería, en Cuestión de amor, p. 78)
 El primer terceto prefigura el tema del amor que, en 
Cuestión de amor y en Canciones a Pilar Rioja, veremos más 
adelante como medio de encuentro consigo mismo.
 La falta de rumbo cuando se dirige hacia sí mismo se 
encuentra en la vía hacia el ser amado. En la ruta amorosa los 
referentes pertenecen a la geografía de los cuerpos: la piel, la 
sombra y la interioridad, propios y de la amada quien, como 
espejo, le devuelve su propia imagen, confiriéndole identidad.
 El espejo del amor se torna entonces el único espacio donde 
habita su verdadera imagen ya que, cuando éste desaparece, 
con él se va la certeza de ser él mismo. Entonces la identidad 
se obtiene por negación y al final el poeta sólo sabe que es un 
extraño a él mismo, que “yo soy un no yo”.
4.2 el espacio interno
Si bien Rius hace referencia constante a esa España añorada, 
idealizada, en la que “el pueblo tierra dentro” es casi la tierra 
mítica, no se refiere a ella como a la patria en un sentido 
nacionalista. En realidad no es un patriota, sino un nostálgico. 
No añora España como país de origen, sino la tierra perdida: 
‘el otro lugar’.
 El paisaje, ocasionalmente

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