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Universidad Nacional Autónoma de México Facultad de Filosofía y Letras Colegio de Letras Hispánicas Ciudad Universitaria, D. F. 2013 El Peregrino Indiano y la poesía épica del siglo de oro T E S I S Que para obtener el título de Licenciada en Lengua y Literaturas Hispánicas P r e s e n t a María de los Ángeles Herrera Lara Asesor Dr. José Arnulfo Herrera Curiel UNAM – Dirección General de Bibliotecas Tesis Digitales Restricciones de uso DERECHOS RESERVADOS © PROHIBIDA SU REPRODUCCIÓN TOTAL O PARCIAL Todo el material contenido en esta tesis esta protegido por la Ley Federal del Derecho de Autor (LFDA) de los Estados Unidos Mexicanos (México). El uso de imágenes, fragmentos de videos, y demás material que sea objeto de protección de los derechos de autor, será exclusivamente para fines educativos e informativos y deberá citar la fuente donde la obtuvo mencionando el autor o autores. Cualquier uso distinto como el lucro, reproducción, edición o modificación, será perseguido y sancionado por el respectivo titular de los Derechos de Autor. -II- Estudio introductorio 1. Sobre El Peregrino Indiano CORRÍA EL AÑO de 1599 en la ciudad de Madrid cuando salió publicado El Peregrino Indiano de Antonio de Saavedra y Guzmán. Se trata de un extenso poema épico, dividido en veinte cantos, que hace una crónica de la expedi- ción de Hernán Cortés y de la conquista de México. Para esos momentos el género literario no era nada novedoso, puesto que además de la extraordina- ria poesía épica en lengua italiana que habían escrito Ariosto, Pulci, Tasso, etcétera, los españoles habían visto en su propia lengua La Carolea (1560) de Jerónimo Sampere, el Carlo Famoso (1565) de Luis Zapata y La Austriada (1584) de Juan Rufo. En la poesía con temas americanos habían disfrutado las tres partes de La Araucana (1569-1578-1589) de Alonso de Ercilla y Zú- ñiga y una secuela inferior El Arauco domado (1596) de Pedro de Oña. Inclu- so en el ciclo de Hernán Cortés se habían publicado ya los dos poemas de Gabriel Lobo Lasso de la Vega: Primera parte de Cortés Valeroso, y Mexicana (1588) y Mexicana (1596). El capitán Hernán Cortés no despertaba los entu- siasmos de la Corte española y muy seguramente Saavedra y Guzmán habría costeado la mayor parte de los gastos de la publicación. Sin embargo, el in- terés del autor “indiano” (como se llamaba a los españoles nacidos en Amé- rica) se encontraba en otro punto muy diferente del interés literario: preten- día reivindicar a Cortés y ponderar las hazañas de sus soldados para rehabilitar con ellos a toda una clase social que se encontraba en dificultades de supervivencia e incluso veía su existencia amenazada. Por eso, tanto Hernán Cortés como el propio Saavedra, encarnaron al Peregrino indiano, una suerte de romero que había conquistado América para los españoles y ahora hacía una nueva expedición de vuelta a Europa para publicar su poe- ma, y con él acogerse al favor de Dios y del rey de España con el objeto de obtener un merecido reconocimiento y enaltecer su causa. -III- 2. El Peregrino Indiano EN UNO DE los sonetos laudatorios que se insertaron en las preliminares de El Peregrino Indiano (Madrid, Pedro Madrigal, 1599) hay un texto que, a pesar de su convencionalidad y de sus minuciosas referencias mitológicas, tanto en el ámbito de los Evangelios como en el de la gentilidad griega, alude a la justicia de una manera elocuentemente suspicaz. Es el segundo soneto del enorme libro y el primero de los dos poemas escritos para la ocasión por el licenciado Alonso Sánchez Arias: Título os dé de Peregrino Indiano, De vuestra historia el arte peregrino,1 Y de Cortés el renacer divino, De Jordán, que remoza al tiempo cano.2 Por vos vence al olvido el Marte Hispano, Que abrió en las aguas de la mar camino, Y desfrutó3 del Indio el vellocino,4 Mas qué no hará su espada en vuestra mano?5 Deberse a vuestras manos esta espada, Cual la del Griego al rayo de Milicia, No fue elección, sino forzosa herencia. Aquella pierde de Ayax la justicia, Que da en Ulises la eloquencia armada, Ésta os dan la justicia y la elocuencia.6 1 Peregrino significa “raro”, “singular”, “único”. El autor del soneto juega también con el otro sentido de la palabra, como sinónimo de “romero”. 2 Cambiando un poco la sintaxis, estos versos dicen: “El arte peregrino o singular de vuestra historia os dé el título de Peregrino Indiano y el renacer divino de Cortés os dé el título de Jor- dán”. El Jordán es el río de la purificación y el saneamiento de los hebreos, donde San Juan bau- tizó a Cristo y donde hasta la fecha se bautizan (o rebautizan) los cristianos; por eso dice el poeta que el Jordán remoza al tiempo cano (viejo). Saavedra y Guzmán adquiere el título de Jordán porque renueva el nombre de Cortés al rememorar con tanta singularidad sus hazañas. 3 Desfrutar es “llevarse el fruto de alguna posesión, cuya propiedad es de otro”. Véase el Tesoro de la lengua castellana o española de Sebastián de Covarrubias Horozco. Madrid, Iberoamericana- Vervuert, 2006. Edic. de Ignacio Arellano y Rafael Zafra. 4 Cortés es el Marte español que “abrió camino en el mar”, como Jasón en el “Argos” para llegar a los confines del mundo y rescatar el vellocino de oro. 5 En la mano de Saavedra y Guzmán la espada de Cortés hará muchas más cosas de las que hizo: este Marte español se salvó del olvido gracias a Saavedra, gracias a Saavedra abrió como Moisés un camino en el mar para llevar a los españoles a la victoria y recobrar como Jasón el vellocino de oro que tenían los indios. -IV- En los siglos XX y XXI7 hemos tendido a ver con ingenuidad los tex- tos laudatorios. Los leemos despojados de sutileza, apenas como ejemplos de una retórica intrincada y lisonjera. Pero la ingenuidad se encuentra en nuestra lectura apresurada —por no decir negligente— y solemos no com- prender el sentido ni, por tanto, los valores de las piezas literarias panegíri- cas. El autor del soneto concede a Saavedra y Guzmán el título de “Pere- grino Indiano” por el arte singular (o peregrino) de su historia, y le otorga los atributos del río Jordán por haber hecho renacer la figura del capitán Hernán Cortés. Esto, que pareciera un gesto de convencionalidad propio de los sonetos que inauguraban los libros antiguos, de los que tanto se burlaría Cervantes unos seis años después en el Quijote, en realidad nos remite a una situación política donde inevitablemente se manifestaba el despojo que ha- bían sufrido los conquistadores de América y sus descendientes a manos de los jueces. Una de las mayores contradicciones del derecho se resume en que muchas ocasiones la legalidad de un juicio no lo salva de agraviar a la justicia, especialmente cuando se aplica el ciceroniano summum jus, summa injuria. Por eso el licenciado Sánchez Arias actualiza en su soneto la leyenda de los personajes homéricos. Porque fue en el ámbito de la retórica, en los tribunales, en la Corte, con los miembros del Consejo de Indias presionados por todo tipo de quejas, azuzados por los frailes y los humanistas, donde los conquistadores perdieron las inestables concesiones ganadas con las armas y su estirpe se quedó sin herencia. 6 Según parece, el sentido de los versos es el siguiente: “a vuestras manos se debe esta espada (la de Cortés), pero no por elección, sino por herencia (por ser indiano y por haber hecho tan gran- de poema sobre Cortés); Ayax pierde injustamente las armas de Aquiles frente a la elocuencia de Odiseo por decisión o elección de los jueces (un mito sobre la injusticia que fue muy ponderado en el Renacimiento), mientras que Saavedra, por herencia, recibela espada tanto por la justicia que hay en otorgársela como por la elocuencia. Es decir, en Saavedra se juntan las virtudes y los merecimientos de Ayax y también las virtudes y los merecimientos de Odiseo. Se revela de este modo un sentido de la Justicia que subyace en el soneto y que puede estar ligado a esa justicia que Saavedra pedía a la Corona para reivindicar a los hijos de los conquistadores y a sí mismo, por eso dedicó su obra a Felipe III, aunque originalmente la había dedicado a Felipe II, pero éste murió en el proceso de la edición. 7 Es una generalización que tiene sus excepciones, pero que, si se miran las cosas de la manera esquemática que requieren los panoramas generales, puede admitirse que en el XIX se concedía aún menos profundidad a los despliegues retóricos de las épocas renacentista y barroca. -V- Los sonetos preliminares de los libros antiguos están agregados al azar, sin el orden discursivo que podría darles lo que se ha llamado un tanto abu- sivamente el sentido anagógico de los textos literarios. Tal vez no confor- men siempre un discurso unificado y coherente, pero es viable que su lectu- ra cuidadosa y su orden de sucesión puedan ayudarnos a comprender mejor las obras. Al menos, en El Peregrino Indiano, los dos sonetos del licenciado Sánchez Arias parecen llevar un mismo hilo discursivo que nos ilumina el propósito esencial de Antonio Saavedra Guzmán al escribir su poema. Pero están invertidos en el orden. El soneto que empieza “No son letras de plu- ma, las que ofrece”, aparece después de dos sonetos más (el de Saavedra al Archiduque Alberto y el de Gonzalo Berrio), pero debiera anteceder al que hemos copiado arriba y ambos estar juntos dada su hermandad temática y porque fueron escritos por el mismo autor. Simplemente se declara en este texto que la historia de Cortés no está escrita con letras sobre papel, sino con golpes sobre piedra, porque si un mundo no pudo resistir los golpes del gran capitán, mucho menos podrán resistirlos el papel y las letras. Sólo las piedras pueden servir de sepulcro a tantas muertes causadas por la “sagrada espada” que se llenó de sangre hasta la empuñadura (“roja sangre hasta la cruz guarnece”). No sería ocioso aclarar que el término “frase lapidaria” no implicaba en aquellos siglos lo que hoy significa para los periodistas: la frase contundente para liquidar una disputa verbal o insultar o difamar a alguien con un enunciado inapelable. Las frases lapidarias eran aquellas que, por su sabiduría o sus sentidos admirables, eran dignas de esculpirse en piedra y asegurar, con ello, su permanencia en la memoria de los hombres. Así, la historia de Cortés debe ser grabada en la piedra. El soneto dice: No son letras de pluma, las que ofrece La pluma heroica a Marte consagrada, Que golpes son de la sagrada espada, Que roja sangre hasta la cruz guarnece. No está en papel, aunque en papel parece, Del gran Cortés la historia dibujada, -VI- En piedra está, que la tendrá guardada Y hará crecer como la piedra crece. Porque mal de Cortés los golpes fuertes El papel y las letras resistieran, Pues las fuerzas de un mundo no pudieron. En piedras a la fama se ofrecieron, Porque fue justo que las piedras dieran, Sepulcro en que cupieran tantas muertes. Cortés fue un soldado, como Ayax, que ganó para su pueblo numero- sas batallas y que perdió después su botín en los tribunales que dictamina- ron en favor de la elocuencia de los juristas, los frailes y los interesados en acabar con la encomienda (junio de 1543, cuando se expidió la segunda de las disposiciones que conforma las llamadas “Leyes Nuevas”). Murió cuatro años más tarde, en diciembre de 1547, cansado, enfermo, quebrantado por las acusaciones de sus enemigos y las intrigas de los envidiosos. Antes de su muerte, el Emperador se negó a recibirlo y a escuchar todo lo que el Capi- tán tenía que decir en torno a los asuntos americanos. Pasaron muchos años, más de cinco décadas, hasta que un romero llegó a Madrid desde las Indias (Saavedra y Guzmán) para reivindicar a Cortés. En pleno cambio de siglo lo encontramos cuando estaba intentando abrir un expediente ya juz- gado. ¿Por qué? ¿En qué consistía su causa y de qué manera se había origi- nado? ¿Qué estaba sucediendo en esos momentos? Habrá que remontarse a los orígenes de la Nueva España para enterarnos de los pormenores que entrañan los sonetos del licenciado Alonso Sánchez Arias y para responder a las preguntas que nos permitirán entender los motivos que llevaron a la escritura de El Peregrino Indiano. -VII- 3. Crónica de un despojo AL TERMINAR EL siglo XVI, el mundo había dado un giro impredecible en la Nueva España. Los conquistadores que habían puesto su vida y sus bienes al servicio de la Corona española, que habían ganado tierras inmensas y muy ricas y habían vencido a miles de feroces indios guerreros y sojuzgado impe- rios poderosísimos, esos soldados españoles que recibieron a cambio de sus hazañas una encomienda de hombres y parcelas de cultivo y se volvieron colonos y fundaron nuevas sociedades, en un par de décadas habían dejado a sus descendientes en el desamparo más inconcebible y sin ninguna otra herencia que el orgullo de pertenecer a las familias de los vencedores. Fuera de este honroso prestigio, los hijos de los conquistadores o “criollos” con- templaban que a su muerte serían despojados legalmente de los bienes con- seguidos por sus padres y sus hijos, los nietos de los conquistadores, no tendrían nada. En cambio, los españoles que llegaron después, los advenedizos “de salud faltos y de dinero pobres” (como dice el famoso soneto de los “ga- chupines”8), sin haber calzado arneses, ni alzado una espada, sin más esfuer- zo que el de su actividad de medradores y mestureros, estaban colocados en puestos importantes de los gobiernos civil y eclesiástico, o eran poderosos terratenientes, ricos mineros o prósperos comerciantes. ¡Triste América, hasta cuándo se acabará tu desvelo…, Tus hijos midiendo el suelo y los ajenos mamando!9 8 Es el soneto atribuido a Mateo Rosas de Oquendo por Baltasar Dorantes de Carranza que em- pieza con el cuarteto “Viene de España por el mar salobre /a nuestro mexicano domicilio /un hombre tosco, sin algún auxilio, /de salud falto y de dinero pobre…” Véase Dorantes de Ca- rranza, Baltasar. Sumaria relación de las cosas de la Nueva España, con noticia individual de los conquistado- res y primeros pobladores españoles. México, Porrúa, 1987. Biblioteca Porrúa, núm. 87, pág. 138. Por otro lado, el término “gachupines” fue aplicado desde los primeros años de fundada la nueva sociedad a los españoles advenedizos que, aun viéndose beneficiados por el régimen colonial, se quejaban de las tierras americanas y seguían ponderando las cosas de su patria. 9 Segunda parte de las agudezas métricas o improvisaciones del célebre mexicano conocido en sus días por el Negro Poeta. Recopiladas por Simón Blanquel y editadas por Nicolás León, en Eduardo Matos Mocte- zuma. El Negrito poeta mexicano y el dominicano. ¿Realidad o fantasía? México, Porrúa, 1980. Col. “Se- pan cuantos…” núm. 344. Pág. 69. -VIII- ¿Cómo había surgido este “mundo al revés” en poco más de sesenta años? ¿En qué punto del tiempo se gestó esta iniquidad? Hacia finales de la década de los setentas, un notable criollo, hijo de un conquistador que había sido mayordomo de Hernán Cortés, “señor de pue- blos” y reconocido poeta, Francisco de Terrazas, en el poema épico incon- cluso que ha dado en llamarse Nuevo Mundo y conquista se quejaba de la situa- ción angustiosa en que se encontraban la mayoría de los descendientes de aquellos hombres que habían acompañado al audaz capitán hasta México: Que de mil y trescientos españoles Que al cerco de tus muros se hallaron, Y matizando claros arreboles Tus oscuras tinieblas alumbraron, Cuando con resplandor de claros solesDel poder de Satán te libertaron, Contados hijos, nietos y parientes, No quedan hoy trescientos descendientes. Los más por poblados escondidos Tan pobrísimos, solos y apurados, Que pueden ser de rotos y abatidos De entre la demás gente entresacados: Cual pequeñuelos pollos esparcidos Diezmados del milano10 y acosados, Sin madre, sin socorro y sin abrigo, Tales quedan los míseros que digo. Dejémoslos a solas padeciendo, Pues para solos y sin bien nacieron; Vayan en su miseria pereciendo Pues sus padres tan mal lo previnieron, Que es ir en infinito procediendo; Volvamos al origen que tuvieron, Que fue la causa deste mal notable Serles Cortés tan poco favorable.11 10 Ave de rapiña que es presa de otras aves como el halcón. Dice Covarrubias en su Tesoro de la lengua castellana que es cobarde y, para defenderse de sus depredadores, pelea con el pecho hacia arriba, de ahí que exista el término “amilanarse” como sinónimo de “acobardarse”. 11 Baltasar Dorantes de Carranza. Sumaria relación de las cosas de la Nueva España, con noticia individual de los conquistadores y primeros pobladores españoles, pág. 33. También puede verse el poema en la edi- ción de Antonio Castro Leal. Francisco de Terrazas. Poesías. México, Porrúa, 1941. Col. “Biblio- theca mexicana”, núm. 3. Versos 97-128 (págs. 87-88) de las Poesías de Terrazas en la edición de -IX- Está claro que, en octubre de 1524, Hernán Cortés había previsto la rendija por donde podrían colarse los primeros aires de corrupción institu- cional en la nueva sociedad y las adversidades que amenazaban los inesta- bles privilegios conseguidos por los conquistadores. En su Cuarta Carta de Relación, el Capitán había pedido a Carlos V que diera las órdenes necesarias para que en Cuba se pudiesen surtir los bastimentos sin que lo dificultasen las prohibiciones de Diego Velázquez y que, junto a las plantas y semillas útiles que se debían enviar de Europa para ser sembradas en México, era necesario el envío de religiosos honestos y de vida ejemplar para la enseñan- za de la doctrina a los naturales y el desempeño de los servicios eclesiásticos, imprescindibles para la comunidad de españoles.12 En el pasado, decía Cor- tés: …enviamos a suplicar a vuestra majestad mandase proveer de obispos u otros prelados para la administración de los oficios y culto divino y entonces pare- ciéndonos que así convenía; ahora, mirándolo bien hame parecido que Vuestra Sacra Majestad los debe mandar proveer de otra manera, para que los naturales de estas partes más aína13 se conviertan y puedan ser instruidos en las cosas de nuestra santa fe católica. La manera que a mí, en este caso, me parece que se debe tener, es que Vuestra Sacra Majestad mande que vengan a estas partes muchas personas religiosas, como ya he dicho y muy celosas de este fin de la conversión de estas gentes y que éstos se hagan casas y monasterios por las provincias que acá nos pareciere que convienen y que a éstas se les dé de los diezmos para hacer sus casas y sos- Castro Leal. Es muy notable la predisposición contra Hernán Cortés, a quien el poeta acusa de los males que aquejan a los descendientes de los conquistadores. 12 Como podemos apreciar, la Cuarta Carta de Relación de Hernán Cortés está fechada en octubre de 1524 y es bien conocido que los primeros “doce apóstoles” (los franciscanos) llegaron a San Juan de Ulúa el 13 de mayo de 1524. Hay varias explicaciones para esta aparente contradicción, pero la más probable es que Cortés considerara, como es lógico, que doce frailes eran poquísi- mos para tan gran número de indios, sobre todo teniendo en cuenta que, de los tres primeros que habían llegado nueve meses antes (fray Juan de Tecto o Dekkers, fray Juan de Ayora o van der Auwera y fray Pedro de Gante), sólo quedaba uno. Y los otros doce misioneros, siguiendo las instrucciones de sus predecesores, comenzaron por aprender las lenguas y las costumbres y muy seguramente para octubre (cinco meses después) el trabajo de los franciscanos no se notaba aún. Por eso Cortés pedía muchos religiosos honestos que pudieran hacerse cargo de instruir a los indios en la fe cristiana. Para más información sobre el tema, véase el artículo de Joaquín García Icazbalceta titulado “Fray Pedro de Gante”, en Biografías. Estudios. México, Porrúa, 1998. Col. “Sepan cuantos…”, núm. 680. También la antología de Jerónimo de Mendieta compilada por Juan B. Iguíniz en 1945, Vidas franciscanas. México, UNAM, 1994 (2da. ed.). Col. Biblioteca del estudiante universitario, núm. 52. 13 Rápido. -X- tener sus vidas, y lo demás que restare de ellos sea para las iglesias y ornamen- tos de los pueblos donde estuvieren los españoles y para clérigos que las sirvan. Y que estos diezmos los cobren los oficiales de vuestra majestad y tengan cuen- ta y razón de ellos y provean de ellos a los dichos monasterios e iglesias que bastará para todo y aun sobra harto, de que Vuestra Majestad se puede servir. Y que Vuestra Alteza suplique a Su Santidad conceda a Vuestra Majestad los diezmos de estas partes para este efecto, haciéndole entender el servicio que a Dios Nuestro Señor se hace en que esta gente se convierta y que esto no se po- dría hacer sino por esta vía. Porque habiendo obispos y otros prelados no deja- rían de seguir la costumbre que, por nuestros pecados hoy tienen, en disponer de los bienes de la Iglesia, que es gastarlos en pompas y en otros vicios, en dejar mayorazgos a sus hijos o parientes y aun sería otro mayor mal que, como los naturales de estas partes tenían en sus tiempos personas religiosas que enten- dían en sus ritos y ceremonias y éstos eran tan recogidos, así en honestidad co- mo en castidad, que, si alguna cosa fuera de esto a alguno se le sentía, era puni- do14 con pena de muerte y si ahora viesen las cosas de la Iglesia y servicio de Dios en poder de canónigos u otras dignidades y supiesen que aquéllos eran ministros de Dios y los viesen usar de los vicios y profanidades que ahora en nuestros tiempos en esos reinos usan, sería menospreciar nuestra fe y tenerla por cosa de burla y sería tan gran daño, que no creo aprovecharía ninguna otra predicación que se les hiciese. Y pues que tanto en esto va y la principal intención de Vuestra Majestad es y debe ser que estas gentes se conviertan y los que acá en su real nombre residi- mos la debemos seguir y como cristianos tener de ellos especial cuidado, he querido en esto avisar a Vuestra Cesárea Majestad y decir en ello mi parecer; el cual suplico a Vuestra Alteza reciba como de persona súbdita y vasallo suyo, que así como con las fuerzas corporales, trabajo y trabajaré que los reinos y se- ñoríos de Vuestra Majestad por estas partes se ensanchen y su real fama y gran poder entre estas gentes se publique, que así deseo y trabajaré con el ánima para que Vuestra Alteza en ellas mande sembrar nuestra santa fe… Además del temor a los clérigos seculares, especialmente a las altas je- rarquías, Cortés expresó su temor a los abogados y tinterillos. No se equivo- caba porque, en el largo plazo, ellos serían los beneficiados. Sin embargo, el primero y mayor de los males para la estirpe de los conquistadores llegó a las colonias americanas por el lado del clero regular, debido a las protestas de los frailes que él mismo solicitó. Fueron los dominicos, representados principalmente por fray Bartolomé de las Casas, quienes más hicieron la guerra a los encomenderos. La causa fue que los dueños de las encomiendas sobreexplotaron a los indios y cometieron toda clase de abusos y tropelías. 14 Castigado. -XI- En colusión con las enfermedades que trajeron los españoles y las plagas que en distintos momentos se extendieronpor algunos territorios, el trabajo forzado en las minas y el campo, la esclavitud y el trato de bestias que los encomenderos practicaron con los naturales, el número de indígenas decre- ció de una manera alarmante.15 En las islas del Caribe, la población de indios prácticamente se extinguió. Ante esta situación, los frailes de las distintas religiones que llegaron a América, principalmente los dominicos y los fran- ciscanos, hicieron una fuerte campaña en la Corte peninsular para suprimir la encomienda, una forma de asignación de recompensas a los conquistado- res que la Corona había ideado para no conceder tierras y títulos a perpetui- dad, con el único fin de evitar una futura revuelta que acabara en separacio- nes territoriales y reinos independientes. Los alegatos duraron muchos años, hasta que se decretaron las “provisiones reales” de noviembre de 1542 y junio de 1543, que más tarde se conocerían con el nombre de “leyes nue- vas”. Estas disposiciones terminaron con la asignación de nuevas enco- miendas y la extinción de las existentes en la tercera generación. Esto es, que los nietos de los conquistadores ya no podrían gozar de las encomien- das que habían ganado sus abuelos. En la Nueva España el virrey Antonio de Mendoza fue prudente en la aplicación de estas leyes. A diferencia de su colega Blasco Núñez de Vela que se mostró muy riguroso en el Perú y desató una revuelta que le costó la vida en 1546. Sin embargo, pese a las numerosas protestas y a los conatos de rebelión, la Corona no dio marcha atrás. Debemos entender que los fac- tores más importantes para la promulgación de estas provisiones reales no fueron ni el humanismo renacentista ni la salud de los indios, tampoco la presión internacional que se abanderó con la “leyenda negra”;16 el acicate 15 Los encomenderos no actuaban solos; sufrían las presiones de las autoridades hacendarias para cumplir con una tasa impositiva basada en la extensión territorial y en el número de indios en- comendados. Así, pues, se debe señalar que el abuso era “sistemático” o institucional y no se debía únicamente a la avaricia personal del encomendero. 16 Tan sólo en el Valle de México, los cálculos más aceptados hasta ahora (los de Borah y Sim- pson) arrojan una población de un millón y medio de indios. Aunque se cree que, para el último cuarto del siglo XVI, la guerra de conquista, la brutal explotación de la fuerza de trabajo y en -XII- más importante para las autoridades fue la presión que ejercieron los nume- rosos grupos de futuros colonos que deseaban oportunidades en el Nuevo Mundo y para ello requerían de facilidades para colocarse y un régimen eco- nómico más abierto para el intercambio comercial. Europa se encontraba en la plenitud del mercantilismo y es algo que no podemos ignorar. ¿Cómo se reflejaron estas leyes en la vida cotidiana? Recordémoslo en la descripción de los cambios suscitados en la Nueva España con las palabras del cronista Juan Suárez de Peralta y estaremos en posibilidades de entender lo que su- cedió con los criollos: El servicio personal se sintió mucho, porque con él los vecinos tenían los bas- timentos de balde, pan y hierba, gallinas, el beneficio de sus haciendas y el ser- vicio de casa, la cual todos tenían muy llena; y el día que se quitó, empezaron a comprarlo todo, y a perdérseles las haciendas, y verse en mucha necesidad, la que nunca habían tenido ni sabían qué era, ni aun pobres mendicantes… Porque de esto se empezó, como he dicho, a sentir necesidad, que antes que se quitase el servicio personal, todos tenían sus casas llenas de todo cuanto se co- gía en la tierra, que era mucho, hasta frutas, miel blanca de abejas, riquísima, que se da en aquellas partes la mejor del mundo; miel negra, que llaman de ma- gueyes que en sabor no le hace ventaja esa otra, y aun hay gustos que dicen que es mejor que la de abejas; de ella hacen conservas y muchas cosas, y yo vi en es- te tiempo, que era muy muchacho, en casa de mi padre y tíos, derramar los cán- taros de la miel para echar la nueva que los indios traían de tributo, porque no se perdiese.17 especial las epidemias (sobre todo la viruela o cocoliztli) redujeron el número de indios a tan sólo setenta mil, es decir, había desaparecido el 95.4% de la población indígena. Es uno de los geno- cidios más grandes de la historia. Esta mortandad es lo que se conoce con el nombre de “leyenda negra” y fueron los franceses y los ingleses quienes la enarbolaron. 17 Suárez de Peralta, fragmento del capítulo XXIV de su Tratado del descubrimiento de las Indias). Mé- xico, Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, 1990. Col. «Cien de México», s. n. Estudio prel. Teresa Silva Tena. (Esta crónica fue escrita alrededor de la llegada del Marqués del Valle a la Nueva España hacia 1563, se terminó de escribir en 1589 pero fue conocida y publicada hasta 1878). Por otro lado, hay que señalar que las ganancias obtenidas de la encomienda y del comer- cio se trasladaron a la adquisición de tierras y, por lo tanto, a la consolidación de un régimen de propiedad privada. A principios del siglo XVII los latifundios se habían expandido en el centro y en el norte del país a costa de las tierras que con mil argucias y con violencia les quitaron a los indios. Las grandes haciendas se convirtieron entonces en las proveedoras de hortalizas, granos y de carne para la Ciudad de México y los demás centros poblacionales. Mediante los “repartimien- tos” que ejecutaban los corregidores, los indios fueron obligados a trabajar sin salario, de modo que el “servicio personal” al que alude Suárez de Peralta es el tributo y no el trabajo forzado. El servicio se terminó hasta 1632 cuando la Corona dispuso que se eliminaran los repartimientos y que la mano de obra indígena se alquilara libremente a cambio de un jornal pagadero en efectivo o en ropa, comida, vivienda o el permiso de cultivar pequeñas parcelas de autoconsumo. Como -XIII- Los nietos de los conquistadores no solamente perdieron los bienes de sus padres, también vieron perder el suministro de los alimentos y el servi- cio doméstico que tan abundantes habían sido. Aunque protestaron y envia- ron toda clase de escritos a la Corte y aunque el virrey Mendoza se fue con tiento en la aplicación de las “leyes nuevas”, nada detuvo el proceso. La his- teria ocasionada por lo ocurrido en el Perú y el temor de posibles levanta- mientos armados, hizo necesario aplicar mano dura a las inconformidades, tal como ocurrió durante la fuerte represión de 1549 en la Ciudad de Méxi- co: …con unos pobres infelices que no podían ser capaces de alzarse con la tierra, “ni aun con un cesto de higos”, pues vivían de las propinas que les daban en las casas de juego.18 Como describe Terrazas, veinticinco años después de la promulgación de estas leyes, sólo quedaban veintitrés de cada cien descendientes de los conquistadores, casi todos completamente depauperados y en condiciones sociales lamentables. Mientras tanto las olas sucesivas de emigrantes habían prosperado rápidamente en las diversas actividades económicas de la Colo- nia y se habían ido colocando en los puestos estratégicos y habían amasado fortunas y bienes gracias a su industria y a su capacidad para lucrar con amistades compradas en las Cortes madrileña y mexicana. Por eso, el poeta Terrazas le pregunta retóricamente a Cortés: ¿Do está la fe de serles que pusistes No señor, sino padre verdadero, Cuando en Cuba al partir les ofrecistes no había costumbre de trabajar “libremente” (a cambio de un salario), fue necesario asegurar el suministro de trabajadores quitándolesla movilidad, por eso se llamaron “peones encasillados”. En el caso de los obrajes, se les llegó a despojar de sus ropas con el fin de que no pudieran esca- parse y, si lo hacían, se les detuviese por andar desnudos en las calles. Para ampliar esta materia, puede leerse los dos capítulos relativos a la economía novohispana del libro Oligarquía y propiedad en Nueva España 1550-1624. José F. de la Peña. México, F. C. E., 1983. (Sección obras de histo- ria). Págs. 30-71 y 72-105. 18 Son palabras de Juan Suárez de Peralta. Véase el capítulo XXIII de su obra citada Tratado del descubrimiento de las Indias. Para más información sobre el tema, véase el libro de José Ignacio Ru- bio Mañé. El virreinato II. Expansión y defensa. Primera parte. México, F. C. E.-UNAM, Instituto de Investigaciones Históricas, 1983. Págs. 3-4. -XIV- Por premio a cada cual un reino entero? Riquezas, honra y gloria prometistes19 Para el felice20 tiempo venidero, Y sólo han ido siempre en tantos años Siguiendo unos daños a otros daños. Ya que no fueron títulos ni estados, De que tan dignos sus servicios eran Que así como por vos fueran nombrados Para siempre jamás permanecieran; Siquiera ya que sólo encomendados Las encomiendas que perpetuas fueran, Y no que ya las más han fenecido Y los hijos de hambre perecido.21 Y algunas también quedan sucedidas Por líneas transversales procediendo, Que no habiendo llegado a las tres vidas Quedan por matrimonios poseyendo; Las propias partes ya destituidas Mil miserias y afrentas padeciendo, Y el fruto habido sangre derramando Viéndolo a extraño dueño estar gozando.22 Al cabo no hubo ningún “felice tiempo venidero”. Todos los bienes quedaron perdidos por caducidad o, sucedidos por herencia matrimonial, fueron a parar a las manos ajenas de los parientes políticos. Y clama Terra- zas contra la deplorable situación ante la prosopopeya de la Patria, personi- ficada como madrastra, en la más famosa octava de su inconcluso poema: Madrastra nos has sido rigurosa, Y dulce madre pía a los extraños, Con ellos, de tus bienes generosa, Con nosotros repartes de tus daños. Ingrata Patria, adiós, vive dichosa Con hijos adoptivos largos años, 19 Pusistes, ofrecistes, prometistes son terminaciones para el pretérito del modo indicativo de segunda persona que se utilizaban por “pusisteis”, “ofrecisteis”, “prometisteis”. En la actualidad se em- plean todavía entre los hablantes de las provincias mexicanas cuyo desempeño lingüístico es propenso a los arcaísmos. 20 “Felice” es un arcaísmo utilizado por “feliz”. Para el siglo XVI sólo se usaba en la poesía. Aquí tiene función eufónica pues sirve para que el verso complete las once sílabas. 21 Las cursivas son nuestras. 22 Baltasar Dorantes de Carranza. Ob. Cit., pág. 33. Y en la citada edición que Antonio Castro Leal hizo de Francisco de Terrazas. Versos 161-184, págs. 89-90. -XV- Que con tu disfavor fiero, importuno, Consumiendo nos vamos uno a uno. En la última década del siglo XVI, los criollos sobrevivientes habían acumulado una gran cantidad de memoriales, de relaciones de méritos y de cartas de petición, ya no para que la Corona reconsiderase su postura con respecto a las encomiendas y reivindicase a todo el grupo social afectado, sino para que en el nivel individual se les socorriese con algún modesto be- neficio que les permitiera remediar sus carencias y levantarse provistos con un modo honesto de ganar la vida.23 Ése es el entorno en el que vuelve a surgir la figura ya mitificada de Hernán Cortés. Fue izado por los criollos como una bandera que representaba las hazañas de sus abuelos y de la cual podían servirse para solicitar mercedes al rey de España. Aunque pedían limosna, ellos entendían que no era una causa de caridad; asumían sus súpli- cas como una empresa de justicia. Decía Saavedra a su interlocutor literario, el rey Felipe III: “Y el quejarnos a vos no es defendido, /Que en justicia y en ley es permitido”.24 El Peregrino Indiano compuesto por Antonio de Saavedra y Guzmán se inscribe en este panorama de los criollos que pedían justicia y ansiaban ga- nar un poco de influencia en la Metrópoli donde curiosamente la figura del 23 Claro que las iniciativas de los criollos para buscar en las cortes alguna recompensa no salían de ellos espontáneamente. Sus esperanzas renacían por los ordenamientos reales, como el que Felipe II hizo en marzo de 1596 al virrey Gaspar de Zúñiga y Acevedo, Conde de Monterrey: “Una de las cosas que yo más deseo y con más cuidado procuro es que los premios, honras, y acrecentamientos que se han de distribuir en aquellas partes se conviertan en las personas que allá me sirvieren y porque se acierte cómo conviene cosa que tanto importa, os mando que ten- gáis particular cuidado de informaros y saber las personas más beneméritas que hubiere en cada estado para la provisión de lo eclesiástico y temporal, y en los despachos ordinarios de cada año me enviaréis relación de todas refiriendo en ellas las partes, cualidades y servicios de cada una, distinguiendo en los eclesiásticos clérigos y religiosos, cuáles serán buenos para prelacías, y de los clérigos cuáles para dignidades, canonjías y beneficios, y de qué iglesias y pueblos, y de los otros estados los letrados para qué placas y de los de capa y espada, cuáles para gobiernos y cuáles para la guerra y oficios de pluma y de mi real hacienda”. Fuente: Los Virreyes españoles en América durante el gobierno de la casa de Austria. México, Atlas, Madrid, 1976-1978. Edición de Lewis Hanke, con la colaboración de Celso Rodríguez, Biblioteca de Autores Españoles, 5 volúmenes. (Volumen 2, 1977, pp. 127-144). Consultado en: http://www.biblioteca.tv/artman2/publish/1596_387/Instrucci_n_del_Consejo_de_Indias_al_ Virrey_de_Nue_1177.shtml 24 Canto XV, versos 95-96. -XVI- gran conquistador Hernán Cortés parecía estar borrada. No es que fuera tenida en menos, todo mundo ponderaba sus logros, lo que pasó es que a Carlos V no le agradó nunca el Capitán y todo el tiempo lo evadió y le dio largas a sus solicitudes. Había una suerte de acuerdo tácito sobre la mengua de sus conquistas porque los cortesanos, con Felipe II a la cabeza, también lo relegaron. Desde que López de Gómara publicó su exitosa Historia general de la Indias en 1551 y que, según el consenso de aquellos años, contenía de- masiados elogios para Hernán Cortés (por eso fray Bartolomé de las Casas lo llamó “capellán de Cortés” y todos consideraron que había sido su pania- guado25), el 17 de noviembre de 1553, luego de cuatro ediciones y dos reedi- ciones en tan solo tres años,26 el príncipe Felipe se hizo cargo de prohibir el libro de López de Gómara. Felipe no era aún el rey de España; lo sería hasta la abdicación de Carlos V en 1556. El encono contra la figura de Cortés, quien había muerto en 1547, se mantuvo por el resto del siglo y después el desdén se hizo costumbre. Tal vez por esa razón el famoso romance atribu- ye a Felipe II los desaires de interminables antesalas. En la corte está Cortés del católico Felipe, viejo y cargado de pleitos y así medra quien bien sirve.27 No por anacrónicas, las verdades literarias son menos exactas. Cortés no llegó a ver en el trono a Felipe II. La precisión histórica cedió su lugar a 25 Para ese momento, Hernán Cortés llevaba cuatro años de haber muerto. 26 Las ediciones fueron: la de Agustín Millán, Zaragoza, 1551 y sus reediciones de 1553 y 1554; la de Medina del Campo, Guillermo Millis, 1553. Las de 1554 de Juan Steelsio o Juan Lacio según el colofón y la de Juan Bellero o Juan Lacio también según el colofón. Es posible que hayan existido ediciones piratas. A partir de 1556, la obra sólo se pudo conseguir en las distintas edicio- nes italianas. En 1569 aparecióla primera edición francesa y de 1578 data la primera edición inglesa. 27 “Romances del viejo Cortés en la Corte”, recogidos por Winston A. Reynolds en su Romancero de Hernán Cortés. Reynolds los marca como anónimos y sólo recoge dos poemas. En el Ensayo de una biblioteca de libros raros y curiosos de Bartolomé José Gallardo (I, 1305-1306), al menos el prime- ro de los romances se encuentra atribuido al bachiller Engrava en un pliego suelto que lleva por título Aquí se contienen siete romances de los mejores que hasta agora se han hecho. Madrid, Imprenta Real, 1653. -XVII- la intuición popular. El romancero de Hernán Cortés llevó este sentimiento hacia el único lugar posible en el camino de la sinceridad pública: a la ingra- titud del Monarca y de sus aduladores. En el segundo romance, ya como personaje, el Capitán señala: Por mí se puede decir el refrán, y es verdadero: “quién más sirve en este mundo siempre viene a valer menos”. El soneto de Sánchez Arias habla de la espada que posee justamente Saavedra puesto que le viene de su capacidad retórica para defender la figura de Hernán Cortés y le viene de la herencia que le dejaron sus antepasados. Pero hay otra justicia en el aire, una que parecía estar pendiente en aquellos años y que debía ejecutarse, aunque fuera post-mortem como los renacentistas imaginaron la justicia que al fin se le dio al guerrero homérico Ayax Tela- món: Mas qué no hará su espada en vuestra mano? Deberse a vuestras manos esta espada, Cual la del Griego al rayo de Milicia, No fue elección, sino forzosa herencia. Aquella pierde de Ayax la justicia, Que da en Ulises la eloquencia armada, Ésta os dan la justicia y la elocuencia. Indudablemente es una justicia que va dedicada a Saavedra y Guzmán, así como a los criollos de su grupo social. Para entender mejor las alusiones mitológicas, hay que ir más allá de la simple identificación de los personajes y de la historia que los liga, es necesario reponer el contexto renacentista que los anima. Una manera directa y simple de recrear la forma en que la cultura europea del siglo XVI interpretó el conflicto entre Ayax y Odiseo, es con el emblema XXVIII de Andrea Alciato cuyo mote dice “Tandem, tandem, iustitia obtinet”. La mayor parte de los emblemas28 contenidos en el Emblema- 28 Un emblema es un texto de codificación híbrida que se compone de tres partes que corres- ponden, cada una, a los distintos códigos de los signos involucrados: el mote (que consiste en una -XVIII- tum liber 29 era del dominio común, incluso entre la gente de poca instruc- ción. Porque los emblemas se difundieron en tapices, en estampas, en la pintura de las iglesias y los palacios, en medallas y botones, en el arte efíme- ro que se ponía en las plazas cuando se erigían arcos triunfales de recibi- miento o piras funerarias, cuando se construían palestras para las beatifica- ciones y los certámenes literarios convocados con motivo de alguna fiesta religiosa, etcétera. Por esa razón es muy seguro que el autor del soneto pen- só en el tópico de la justicia a través de la literatura emblemática. Este tópi- co se resume en la res picta del emblema citado.30 En la figura hay una tumba que, cargada a la izquierda, ocupa la mayor parte del espacio. La tumba está apostada en un promontorio, a la orilla del mar y, pese a que tiene ornamen- tos en las molduras de piedra, el “campo” de la lápida se encuentra vacío, sin ninguna inscripción que indique la identidad y la calidad del difunto. Al lado derecho se encuentra flotando un escudo que el agua del mar va apro- ximando a la tumba. Al fondo se esbozan dos barcos con las velas desple- gadas, uno cercano y otro muy alejado. También al fondo, en la parte dere- cha, sobre la primera de unas montañas toscamente delineadas, apenas como una sugerencia, se bosqueja una ciudad amurallada. Al final, el epi- grama despeja las dificultades que presenta la identificación de los objetos: Aeacidae Hectoreo perfusum sanguine scutum, Quod Graecorum Ithaco contio iniqua dedit, Iustior arripuit Neptunus in aequora iactum Naufragio, ut dominum posset adire suum: Littoreo Aiacis tumulo namque intulit unda, Quae boat, et tali voce sepulchra ferit: frase “lapidaria” generalmente extraída de los aurea dicta y escrita en latín, suele colocarse en la parte superior del emblema, a veces va inscrita en una filacteria); la res picta o figura (generalmente el impreso de un grabado, aunque puede ser la descripción lingüística de una figura) y el epigrama (un texto breve en verso). 29 Fue uno de los libros más famosos del Renacimiento y tal vez el único que se mantuvo vigente y con autoridad tanto en el bando de la Reforma como en el de la Contrarreforma. Desde 1531 (fecha de la primera edición) y hasta finales del siglo XVII, tuvo cerca de ciento cincuenta edi- ciones en latín y en las lenguas más importantes de Europa. 30 Aun cuando las figuras cambiaron en las diferentes ediciones, ésta es una de las imágenes que más se repitieron. -XIX- Vicisti, Telamoniade, tu dignior armis: Affectus fas est cedere iustitiae.31 La ciudad bosquejada es, por lo tanto, Troya y entonces la tumba re- presentada contiene los restos de Ayax Telamón. Este héroe aqueo, el más notable en las batallas después de su primo (por línea paterna) Aquiles, ven- ció a Héctor en dos ocasiones, protegió y recuperó el cadáver de Patroclo y, en una acción posterior a los acontecimientos narrados en la Ilíada, fue apo- yado por Odiseo, Hermes y Atenea para rescatar el cadáver de Aquiles 31 En la edición de Santiago Sebastián (Madrid, Akal, 1985) la traducción de Pilar Pedraza dice “Manchado con la sangre de Héctor, el escudo del Eácida que la injusta asamblea de los griegos le dio al Itacense, estando en las olas tras una naufragio, lo arrastró Neptuno, más justo, para que pudiera ir hacia su verdadero dueño. Lo llevaron al túmulo costero de Ayax las olas que golpean el sepulcro y resuenan con estas voces «Venciste, Talamónida, tú eres más digno de poseer estas armas. Justo es que se haga justicia»”. En la primera edición española, la de Bernardino Daza Pinciano (Los emblemas de Alciato traducidos en rimas españolas, Lion, 1549), éste traduce en verso: “Perdido había el merecido escudo/ de la falsa elocuencia Ayax vencido./ Mas el justo Neptuno tanto pudo/ que por las ondas del mar traído/ vino a la tumba de Ayax, y aunque mudo /diciendo va con un bravo ruido,/ Ayax venciste. Pasión y malicia / al fin dan su lugar a la justi- cia.” -XX- quien había sido muerto por una de las flechas envenenadas de Paris.32 In- dudablemente, por parentesco, por su genealogía y por sus acciones, era el que merecía quedarse con las armas del Pélida, sin embargo, como se las disputara Odiseo, Tetis propuso un juicio que se basó en la elocuencia: cada uno defendería su causa en un discurso persuasivo. Con el respaldo de Agamenón y de Atenea, los jueces —designados entre los teucros para ma- yor imparcialidad33— se inclinaron a favor del Laertíada. Ayax se volvió lo- co y confundió los ganados de los aqueos con los jefes del ejército griego. Cuando descubrió que había mancillado su espada con la sangre de los ani- males domésticos, lleno de vergüenza, se suicidó.34 La posteridad recreó con dos sentimientos encontrados el suceso: por una parte, debido a los logros en las escaramuzas de la Ilíada, Ayax tenía la preeminencia; por otra parte, la importancia de las acciones emprendidas por Odiseo fue decisiva para la causa de los argivos; se puede afirmar que, gracias a él, ganaron la guerra. Pese a que la mayor fuente mitológica del renacimiento europeo fue las Me- tamorfosis de Ovidio y que en el juicio de las armas sepone en evidencia que las aportaciones de Odiseo fueron muy superiores a las de Ayax, a quien además se le dibuja como un hombre tosco, incapaz de comprender el signi- ficado de los elementos labrados por Hefestos en el primoroso escudo de Aquiles35 (quae non intellegit, arma!), en los siglos XVI y XVII dominó la idea 32 En la pintura de un ánfora ática que data del siglo V a. C. se figura a Ayax rescatando el cadá- ver de Aquiles. Sin embargo, en el imaginado certamen oratorio de las Metamorfosis (libro XIII, 1, versos 284-285), Odiseo dice haber sido él quien cargó con las armas y el cadáver del Pélida para salvarlo de los troyanos: his umeris, his inquam, umeris ego corpus Achillis /et simul arma tuli, quae nunc quoque ferre laboro. La existencia de las dos versiones es sintomática de que existe la duda desde la antigüedad más remota y que todos los humanistas tomaron partido por alguno de los dos hé- roes. 33 Odisea, XI, 541-562. Ovidio dice que Agemenón (el Tantálida) quiso alejar de sí la responsabi- lidad (onus) de un juicio y por eso reunió a los jefes griegos y a los hombres alrededor de la dispu- ta para que todos fueran árbitros del certamen (litis). Véase Metamorfosis XII, 9, versos 626-628): a se Tantalides onus invidiamque removit /Argolicosque duces mediis considere castris /iussit et arbitrium litis traiecit in omnes. 34 Ovidio. Metamorfosis, XIII, 2. 35 Como sabemos, es la mayor obra de écfrasis de la literatura universal y, por el poema de He- síodo (El escudo de Heracles), desde muy temprano se convirtió en el paradigma de las descripcio- nes que hemos dado en llamar “écfrasis”. Por eso el escudo es la sinécdoque de todas las armas y el objeto más importante en la res picta del emblema de Alciato. -XXI- de que se había fallado injustamente en contra de Ayax, puesto que esta imagen del guerrero insensible y burdo había sido creada por la elocuencia de Odiseo para inclinar a su favor la decisión de los jueces. Por eso se enal- tece el gesto de justicia tardía que tuvieron el mar y los vientos cuando, inci- tados por Poseidón,36 provocaron los naufragios de Odiseo e hicieron que perdiera todo el botín que había cobrado en la guerra y en las incursiones que hizo durante los diez años que duró el asedio de Troya. Con el desastre de sus barcos se logró que el escudo de Aquiles volviera a quien realmente le correspondía. Al final, las olas arrastraron el escudo hasta la costa donde quedó la tumba y tandem, tandem, iustitia obtinet. A esto pudo referirse el licenciado Sánchez Arias con su primer sone- to. En los tercetos que conforman el desenlace del poema, habla de la espa- da37 de Hernán Cortés que, a semejanza de lo ocurrido en la leyenda homé- rica, donde debió recibirla “el rayo de Milicia” (Ayax) y que, no obstante, se la otorgaron a “la elocuencia armada” (Ulises), a Saavedra y Guzmán se la conceden ambas fuerzas: la justicia, por ser heredero de los conquistadores, y la elocuencia por haber enaltecido sus hazañas con el “arte peregrino” de su poema. Si ligamos éste al otro soneto que le publicaron al licenciado Alonso Sánchez Arias, entonces vamos a encontrar completo el ideal renacentista. Cortés fue un soldado fuerte que entintó con sangre su espada hasta la em- puñadura (hasta la cruz) y, como ni los pueblos de indios ni el papel ni las letras pudieron resistir sus golpes, sólo las piedras podrían guardar la ins- cripción de sus hazañas (fueron dignas de la piedra o “lapidarias”). Sus ac- 36 Poseidón estaba en el bando de los dioses que protegían a los troyanos. Junto con Hércules y Apolo fue el constructor de las intraspasables murallas de Ilión. Pero su verdadera inquina contra Odiseo se debió a que éste engañó y cegó a su hijo Polifemo, además de burlarse de él. 37 Se entiende que tanto el escudo de Aquiles como la espada de Hernán Cortés son sinécdoques de las armas en disputa. O, para decirlo en términos de Vladimir Propp, son objetos que cum- plen una misma “función” y, por lo tanto, aunque distintos en su especificidad morfológica, son idénticos en su actuación como elementos narratológicos Véase Morfología del cuento. Madrid, Fundamentos, 1977. Pág. 47 y ss. -XXII- ciones fueron su elocuencia y, como Ayax, perdió lo que había ganado por no tener la facundia suficiente para convencer a los árbitros. Sabemos que la analogía no es exacta porque Cortés fue el único que obtuvo un título nobiliario (“Marqués del Valle de Oaxaca”), pero su causa fue la de sus hombres quienes perdieron las encomiendas. Como en la disputa imaginada por Ovidio, el hombre rudo sucumbió ante la sutileza del orador y la injusticia radica en que el enfrentamiento no se dio en el campo de batalla, un ámbito donde el soldado podía mostrar su competencia, sino en un terreno que no había sido el de sus hazañas.38 Pero Antonio de Saavedra y Guzmán, el Peregrino Indiano, estaba ahí, en la Corte, como en un santuario (el de la Justicia quizá) para rehabilitar con su extenso poema la figura epónima del caudillo de los criollos no- vohispanos. Él sí podría defender con elocuencia lo que no pudo defender el soldado rudo. Era el poseedor de la espada por su habilidad retórica y por la herencia de sus abuelos los conquistadores. Porque ésa era la pequeña diferencia que no advirtieron o no quisieron señalar los autores de los sone- tos panegíricos: Saavedra —del mismo modo que había procedido Terrazas en su poema— no pretendía enaltecer la figura de Cortés únicamente, sino hacer una relación “verdadera” donde se ponderasen los hechos en su justa dimensión; la conquista fue una empresa colectiva y los méritos debían re- partirse entre todos los participantes. No hay que poner en juego ninguna ciencia para resaltar los intereses políticos que se rezumaban en El Peregrino indiano. Tanto el poema épico de Saavedra y Guzmán como el poema épico de Francisco de Terrazas, como la crónica de Baltasar Dorantes de Carranza e incluso la crónica de Suárez de Peralta, junto a muchas otras obras y acciones más que llegaban a España desde América, conforman el impulso finisecular donde se expresaba la an- gustia de un grupo de criollos que se sentía asfixiado por las circunstancias históricas. En sentido estricto, los nietos de los conquistadores fueron los 38 Otra vez, la analogía es inexacta porque Cortés supo ganar la guerra a los numerosos pueblos de indios de México mediante alianzas y gran habilidad persuasiva. -XXIII- hijos de los primeros mexicanos. Destinados en principio para gobernar el Nuevo Mundo, en menos de tres décadas fueron despojados de sus benefi- cios sin que hubieran podido defenderse de las acusaciones ni expresar ar- gumentos a favor de su causa. Así lo entendía Saavedra y Guzmán: También han mis abuelos gobernado, Amparando aquel Reino en paz segura, Fueron de los primeros que han poblado La tierra, que aún estaba en apretura. Y el premio que de todo esto he sacado, Mirad señor do llega mi ventura, Que estoy arrinconado, viendo el fruto Que a otros da mi sangre por tributo. Hay como yo otros muchos olvidados,39 Hijos y nietos, todos descendientes De los conquistadores desdichados, Capitanes y alféreces valientes: Los más de éstos están arrinconados, En lugares humildes diferentes, Sin tener en la tierra más que al Cielo, De quien sólo esperando están consuelo. (El Peregrino indiano. Canto XV, versos 57-72) Hernán Cortés no tuvo nunca la suficiente fuerza para ser escuchado y tanto en el Consejo de Indias como en la Corte madrileña los intereses esta- ban puestos en abrir oportunidades para las olas de inmigrantes que suce- dieron a los conquistadores. De allí los de otras partes ven juzgando Las provincias más gruesas del estado, Y al otro que ayer vino gobernando, Donde sangre, ni pelo no ha tocado. Y si aquestosse fuesen numerando, Y con los beneméritos restado, No sé si habrá uno solo entre cincuenta, Que a caso, por errar, salió en la cuenta. (El Peregrino indiano. Canto XV, versos 73-80) 39 “Ay, como yo, otros muchachos olvidados”, es obvio que, si convenimos con esta lectura, estaremos condescendiendo con un verso hipermétrico. -XXIV- Éste fue el origen del llamado “resquemor criollo”; a este sentimiento acabarían sumándose una larga lista de agravios que los españoles peninsula- res hicieron a los mexicanos y todo esto junto, más la torpe política de los Borbones y la invasión francesa a España, llevarían a la guerra de indepen- dencia en el siglo XIX. En esto radica la importancia de El Peregrino indiano: Saavedra y Guz- mán fue el primer criollo que publicó en España. La imprenta madrileña de Pedro Madrigal estaba en el negocio de imprimir poemas heroicos de temas americanos y temas religiosos.40 En 1587 publicó la exitosa traducción espa- ñola de la Jersualem libertada de Torcuato Tasso que había hecho Juan Sede- ño. Luego publicó la primera versión (1588) del Cortés valeroso, y Mexicana de Gabriel de Lasso de la Vega; al año siguiente hizo la primera edición de la tercera parte de La Araucana (1589) y, un año después, en 1590, imprimió la primera edición completa de las tres partes juntas del poema de Ercilla y Zúñiga. Este inmenso libro debió ser un negocio redituable puesto que le siguieron las ediciones de Barcelona (1592), Perpiñán (1596), Amberes (1597), etcétera, los sitios donde el “privilegio” de Madrigal no tenía juris- dicción. Y aunque El Peregrino no reunía, ni por asomo, la calidad y la de- manda de La Araucana, el riesgo de un impresor en aquella época era míni- mo. Además seguramente el propio Saavedra costeó una gran parte de la impresión de su obra. Madrigal no era el mejor impresor de la Corte, puesto que Alonso Gómez y después su viuda gozaron del título de “impresor de Su Majestad” o “impresor del Rey Nuestro Señor” y la edición de El Pere- grino distaba mucho del preciosismo de libros como el de Diego de Ximénez Ayllón, Los famosos, y eroycos hechos del ynuencible y esforçado Cauallero, onrra y flor de las Españas, el Cid Ruydiaz de Bivar, editado en Amberes por la viuda de Juan Lacio (1568). Pese a todo, la publicación de su poema le confirió un gran prestigio a Saavedra y Guzmán y le concedió un registro en la historia de la literatura. 40 En 1587 publicó las Grandezas y excelencias de la Virgen señora nuestra de Pedro de Padilla. -XXV- Habría que hacer a todo esto una pequeña observación y es que, en 1594, en la portada de Las Navas de Tolosa de Cristóbal de Meza (también un poema heroico) aparece la leyenda referida al impresor que dice: “Madrid por la biuda de P. Madrigal”; lo que significa que, cuando se publicó El Pere- grino, en 1599, Madrigal ya había muerto y sus descendientes continuaban con la misma línea editorial. Menéndez Pelayo había señalado que El Peregrino era menos un poema épico que un memorial.41 Y es que no sólo por el tema es evidente su pro- pósito de reivindicar a los criollos y obtener un beneficio personal o colecti- vo, sino porque directamente lo expresó de esta manera Saavedra en el Can- to XV de su poema: Mas no permita el Cielo, ni lo quiera, Que os oculte señor lo que yo entiendo, Desde la primer causa a la postrera, De las que aquí os pudiere ir refiriendo. Sabe Dios que no quiero, aunque pudiera Mostrar mucha pasión, y voyla huyendo, Porque aunque desta causa, el más paciente Soy, quien menos lo estima llora y siente. Y digo bien, que soy quien más padece, Pues de mi sucesión me han despojado, Y el que menos lo siente, porque crece Más que el mío, el dolor del pueblo amado: Y pues Fortuna la ocasión me ofrece Para decir. Sabed que soy casado Con nieta del segundo, sin segundo, Que ganó con Cortés el Nuevo Mundo. […] Suplicoos sacro César, que mirando La razón y justicia que tenemos, Váis42 algo de lo dicho remediando, Que es grande la miseria en que nos vemos: Y a los más beneméritos premiando, 41 Menéndez y Pelayo, Marcelino. Historia de la poesía hispanoamericana. Madrid, Librería General de Victoriano Suárez, 1911-1913. Vol. I, pág. XXXV. Por la detallada numeración de su ascendencia hasta el Infante don Juan Manuel e Isabel de Francia en los siglos XII y XIII. 42 Quiere decir “vayáis”, pero resultaría un verso hipermétrico. -XXVI- Que se dé a los demás también queremos, Que no es tan poco justo limitarlo A quien cualquier virrey quisiere darlo. Y además asumía como perfectamente válido el hecho de solicitar be- neficios alegando estricta justicia, repetimos el señalamiento del Canto XV: “Y el quejarnos a vos no es defendido, /Que en justicia y en ley es permiti- do”. No es casualidad que, junto a su apariencia de memorial, se dedique este capítulo de El Peregrino a la narración de la ponderada batalla de Otum- ba que destacó López de Gómara y que Bernal se limitaría a mencionar co- mo un incidente del paso de Cortés hacia Tlaxcala después de los eventos ocurridos en “la noche triste”: había cerca un pueblo que se dice Otumba: la cual batalla tienen muy bien pin- tada, y en retratos entallada los mexicanos y los tlaxcaltecas, entre muchas otras batallas que con los mexicanos hubimos hasta que ganamos a México… y fue esta nombrada batalla de Otumba a 14 del mes de julio.43 Saavedra tenía que aprovechar la oportunidad de narrar la batalla de Otumba y destacar que “jamás victoria igual puede decirse /ni en humanas historias referirse” porque en la arenga de Cortés a sus soldados se centraba el objetivo primordial de los conquistadores: Hoy con vuestras hazañas restauramos La ofensa hecha a Dios injustamente, Y la de Carlos Quinto, en quien miramos Lo que a su honor es justo y conveniente.44 Consignada la lisonja y con la historia de Gómara en las manos, Saave- dra se apresuró a exaltar en el contexto la enorme desigualdad numérica que sólo pudo compensar el deseo de honra (“cuando un hombre el honor tiene ofendido /nunca jamás aquella afrenta olvida”) 43 Seguramente para contradecir a López de Gómara sólo se limitó a señalar el inmenso número de muertos y los trabajos que los cronistas nombran como “si ya estuvieran hechos”. Véase Díaz del Castillo, Bernal. Historia verdadera de la conquista de la Nueva España. Madrid, Instituto “Gonzalo Fernández de Oviedo”, Consejo Superior de Investigaciones Científicas-Instituto de Investiga- ciones Históricas, UNAM, 1982. Edición de Carmelo Sáenz de Santa María. Capítulo CXXVIII. 44 Canto XV, versos 289-292. -XXVII- Fue el trance más terrible y riguroso, Que en el mundo jamás pudo ofrecerse, Y el más lucido campo y más vistoso Que en Indias ni en España puede verse, Por ser tan grande que era más copioso, Que con la pluma puede encarecerse, Para un solo español, dos mil había, Y uno a dos y a tres mil los ofendía.45 La inverosimilitud de la descripción está basada en la fama que había creado la batalla donde un número muy grande de indios desordenados mi- litarmente al mando de Cuitláhuac, fueron abatidos por los desesperados españoles y sus numerosos aliados que huían maltrechos después del desas- tre de Tenochtitlan. Lo importante no es la verdad práctica o inmediata de Otumba, cuya dimensión no podemos determinar con los documentos que nos quedaron, sino la verdad que produjeron las crónicas posteriores y que retomó Saavedra para justificar su petición en la Corte madrileña: Ésta fue la batalla tan nombrada De Otumba, tierra llana y suficiente, Donde la gran victoria celebrada Es justo no olvidarlo eternamente.46 45 Íbid., versos 305-312. 46 Íbid.,versos 457-460. -XXVIII- 4. Una segunda oportunidad para la poesía épica LA POESÍA ÉPICA en la lengua española se formuló en romance, el género más abundante y popular de nuestra lengua. El “monumento” épico de ma- yor antigüedad que conocemos es el Poema de Mío Cid, pues empezó a circu- lar de manera oral entre los juglares hacia el año 1050 de nuestra era y entre ellos alcanzó la forma y la trama que debió tener, porque seguramente en alguna época estuvo completo.47 Mucho tiempo después, el poema quedó fijado en la escritura, pero no ha llegado íntegro hasta nosotros. Actualmen- te lo poseemos casi completo, salvo unas cuantas partes que se han restaña- do con mucho ingenio gracias a la existencia del Carmen Campidoctoris y sobre todo de la Crónica de Veinte Reyes. El enorme corpus del romancero antiguo contiene otros poemas con el mismo tono (el del rey Rodrigo o la pérdida de España, el de los Infantes de Lara, el de Mudarra, el de la Condesa trai- dora, etc.) que, junto con el Poema de Mío Cid, constituyen el núcleo de la poesía épica española y envuelven las referencias a los orígenes y a la forma- ción de la cultura castellana. Para los aragoneses, los catalanes, los gallegos, los vascos y otras comunidades de la península ibérica, debieron existir, en su propia lengua, las gestas correspondientes sobre su origen y desarrollo local. El caso es que, siendo el castellano la lengua y la cultura dominantes, han adquirido, por antonomasia, la categoría de “españolas”. En los comienzos de la cultura escrita, el romance fue consignado co- mo si se compusiera de versos hexadecasílabos monórrimos asonantes con 47 Es difícil sostener esta afirmación. Seguramente hacia esta época sólo se había compuesto un primer ciclo que contenía los cantares del rey don Fernando y el de Sancho II. Para Menéndez Pidal el poema tuvo al menos dos etapas de creación que son posteriores a esta fecha: en la pri- mera etapa, fue un juglar de San Esteban de Gormaz quien lo escribió unos cuatro años después de la muerte del Cid, entre el 1103 y el 1109. Trazó el plan general de la obra, pero sólo escribió la primera parte y algunos tramos de la segunda. Por su cercanía cronológica, le debemos a él cierta precisión de los hechos históricos. En la segunda etapa intervino un juglar de Medinaceli quien completó la segunda parte y escribió la tercera. Por las formas del contenido y por el estilo, del cual destacan las rimas, parece muy factible esta división en dos partes creativas. Para otros autores, el poema se compuso hacia 1207 (fecha consignada por Per Abbat en su manuscrito) sobre la base de las composiciones juglarescas. Para más detalles, véase el libro de Menéndez Pidal. El Cid Campeador. Buenos Aires, Espasa-Calpe, 1950. Col. Austral, núm. 1000. -XXIX- una cesura intensa,48 lo cual era menos apropiado para la realidad sonora que el formato de octosílabos sin rima en los versos nones (porque su final correspondía a la cesura de los versos de dieciséis sílabas) y con rima aso- nante en los versos pares, tal como lo escribimos hoy. Antes Versos hexadecasílabos, de secuencia monórrima asonante con cesura intensa Actualmente Octosílabos, con rima asonante en los versos pares Quién hubiera tal ventura � sobre las aguas del mar Como la hubo el conde Arnaldos � la mañana de San Juan Quién hubiera tal ventura Sobre las aguas del mar Como la hubo el conde Arnaldos La mañana de San Juan El caso es que los sintagmas de ocho golpes silábicos aparecen a nues- tra percepción como la forma más natural de “realizar” la lengua española. Por eso el octosílabo y, por ende, el romance con sus variantes (la canción popular y el corrido, entre otros subgéneros) se convirtió en la forma más abundante y popular de nuestra poesía. Sin embargo no siempre ha sido el verso de mayor uso. Hubo un espacio temporal de casi medio siglo en que el octosílabo fue desplazado por el heptasílabo o por una combinación de heptasílabos con endecasílabos para configurar la canción italiana con que los poetas cultos del primer siglo de oro llenaron sus cancioneros. Fue el espacio situado entre la introducción exitosa de los versos italianizantes ha- cia 152649 y el surgimiento del llamado “romancero nuevo” hacia 1580. El 48 Sin tomar en cuenta la posibilidad de que el Poema de Mío Cid esté en soriano con enorme influ- jo del aragonés, y sumándonos a la idea de que está en un castellano plagado de mozarabismos, al complejo problema de su anisosilabismo, cuyos versos oscilan entre las diez y las veinte sílabas con cesura intensa, debemos señalarle una idea pragmática: la “irregularidad” en la medida de los versos castellanos antiguos es algo muy discutible porque en un poema, como en una canción, no puede haber irregularidad métrica. La hay, por momentos, si el ritmo lo pide así para provo- car algún efecto; pero los ritmos se forman con la regularidad de los acentos, incluso los rompi- mientos de ritmo tienen una regularidad o se insertan para detener momentáneamente el ritmo. Lo más probable es que la supuesta “irregularidad” de los romances antiguos (si es que están bien “registrados” en la escritura) se deba a la probable supervivencia de vocales largas y cortas que aún quedaban del latín y a los sonidos consonánticos tempranamente desaparecidos en el castellano que, al momento de la pronunciación, arrojaban una regularidad silábica que hoy no podemos “cuadrar” porque los ignoramos. 49 Aunque no hay razón para dudar de las palabras del poeta Juan Boscán quien en su famosa “Carta-prólogo” a la Duquesa de Soma afirma haber introducido estos versos después de la con- versación que sostuvo con el embajador veneciano Andrea Navagero durante las bodas del Em- -XXX- resultado es que, justo en este periodo, durante el Renacimiento, cuando muchas cosas del antiguo mundo grecolatino “renacieron” o, más bien, se inventaron en la cultura europea, surgió la necesidad de volver a escriturar la épica y, con ella, se buscó la forma más idónea de imitar los hexámetros grecolatinos de La Ilíada, La Odisea, La Eneida, La Farsalia y otros poemas de los antiguos.50 Como ocurrió siempre por aquellos siglos, fueron los ita- lianos quienes plantearon el modelo en que las lenguas romances —que ca- recían del efecto producido por la cantidad silábica de las vocales largas y cortas— conseguirían un acuerdo sobre la manera de sustituir el metro épi- co clásico. Sin la musicalidad de Homero y Virgilio se llegó a la convención de emplear la octava rima que andaba en la poesía popular medieval. Luigi Pulchi (1432-1484), Mateo Maria Boiardo (1441-1491), Ludovico Ariosto (1474-1533), Torquato Tasso (1544-1595), escribieron sus famosos poemas usando las formas métricas que había consagrado Boccaccio en el Filostrato, probablemente compuesto entre los años 1335 y 1340. La octava consta de seis versos con rimas alternadas (ABABAB) y dos versos más que confor- man “la llave”, es decir, un pareado con una nueva rima (CC): Alcun di Giove sogliono il favore Ne’ lor principii pietosi invocare, Altri d’Apollo chiamano il valore; Io di Parnaso le Muse pregare Solea ne? Miei bisogni, ma Amore Novellamente m’ha fatto mutare, Il mio costume antico e usitato, Po’ fui di te, madonna, innamorato.51 perador, en 1526, debemos tomar con prudencia la afirmación porque los poetas españoles ve- nían intentando aclimatar los versos italianos desde mucho tiempo antes, como lo prueban los “sonetos fechos al itálico modo” del Marqués de Santillana. 50 Esta re-invención de la épica fue el resultado de la inmersión en las culturas grecolatinas, pero se acentuó por el incipiente nacionalismo que comenzaba a surgir con el absolutismoeuropeo y la consiguiente formación de los estados modernos. 51 El ejemplo es del Filostrato (I, 1-8) de Bocaccio. De la octava dice el divino Herrera: “Sin duda alguna fue autor de las estanzas o rimas otavas Iuan Bocacio, i el primero qu’ con aquel nuevo i no usado canto celebró las guerras… después comenzó Ángelo Policiano a vestir estas rimas de las flores latinas, hasta que el Ariosto las hizo merecedoras de su canto, i las puso en perfeción. Estas por explicarse en ocho versos, i comenzar i cerrarse en ellos la conclusión i el sentido del -XXXI- El modelo fue utilizado casi doscientos años después por Garcilaso en su famosísima Tercera égloga, que aun cuando no forma parte de la épica cas- tellana, es uno de los primeros y más notables ejemplos del empleo sistemá- tico de las octavas reales: Cerca del Tajo, en soledad amena, de verdes sauces hay una espesura, toda de hiedra revestida y llena, que por el tronco va hasta el altura, y así la teje arriba y encadena, que el sol no halla paso a la verdura; el agua baña el prado con sonido alegrando la vista y el oído. Con la descripción del paisaje del Tajo, con los relatos que hacen las ninfas de los amores infelices (Orfeo y Eurídice, Apolo y Dafne, Afrodita y Adonis) y con todos los detalles de la historia que envuelve a la lusitana Eli- sa con el pastor Nemoroso, Garcilaso mostró para el castellano las posibili- dades narrativas de la octava real y se puede decir que la preparó para la poesía épica.52 Ahora bien, la poesía épica tradicional de la lengua española no se po- día re-escribir en las nuevas estrofas y en endecasílabos como pedían los influyentes modelos italianos, el Morgante (Florencia, 1483) de Pulci, el Or- lando innamorato (Florencia, 1498) de Boiardo y sobre todo el Orlando furioso (1516 y la versión definitiva de 1532) de Ariosto que tuvo un enorme éxito en la traducción española de Jerónimo Jiménez de Urrea (Amberes, Martín argumento propuesto o narración, se llaman del número dellos otava rima, y se responden alter- nadamente desde el primero hasta el sesto verso en las vozes postreras, que se terminan semejan- temente a los dos, que restan, que perfecionan i acaban el sentido, i por esso se llaman la llave en toscano, tienen unas mesmas cadencias, diferentes de las primeras, esta voz rima es alterada de rythmos…” Véase Obras de Garci Lasso de la Vega con anotaciones de Fernando de Herrera. Sevilla, Alonso de la Barrera, 1580. Págs. 648-649. 52 Para encontrar información detallada sobre los ingredientes literarios e históricos que conflu- yeron en la composición de esta égloga garcilasiana, véase el excelente artículo de Eugenia Fosal- ba Vela titulado “Implicaciones teóricas del alegorismo autobiográfico en la égloga III de Garci- laso. Estancia en Nápoles”, en Studia Aurea 5 (2009). Universidad de Girona. Disponible en la red: www.studiaaurea.com/articulo.php?id=98 -XXXII- Nucio, 154953) y generó la celebrada secuela de Nicolás Espinosa La segunda parte del Orlando, con el verdadero suceso de la famosa batalla de Roncesvalles, fin y muerte de los doce Pares de Francia (Zaragoza, Pedro Bernuz, 1555), reimpreso en Amberes en la imprenta de Martín Nucio en 1556, 1557 y 1559 y luego en Alcalá en 1579. El texto de Boiardo y el de Ariosto compusieron el lla- mado “Canon de Ferrara”, es decir, el modelo que habría de seguir la poesía épica culta del Renacimiento en las lenguas europeas, al que casi medio siglo más tarde se habría de agregar el ingrediente cristiano que aportó el poema de Torcuato Tasso (Gerusalemme liberata, 1575) y toda su teoría.54 Tal vez por eso, por su adaptación a las nuevas formas épicas europeas, por esa suerte de formato “moderno” que incorporaba el canon de Ferrara, tuvo tanta demanda la traducción española en octavas reales de la Eneida virgiliana he- cha por Gregorio Hernández de Velasco en 1555. Se hicieron catorce edi- ciones que desde luego contribuyeron a fijar el modelo de la poesía épica. Aunque seguramente hubo intentos por refrescar la antigua poesía épica española en las nuevas estrofas, como fue el caso de Diego Ximénez de Ay- llón con Los famosos, y eroycos hechos del ynuencible y esforçado Cauallero, onrra y flor de las Españas, el Cid Ruydiaz de Bivar… (Amberes, Viuda de Juan Lacio, 1568), indudablemente la tradición y la historia pesaban sobre la moda y acabaron imponiéndose para dejar en paz el corpus de romances que se re- ferían a la “Reconquista” y orientar la nueva poesía épica hacia los temas actuales: las supuestas hazañas de Carlos V en sus logros militares.55 Surgie- 53 Frank Pierce contó diecinueve ediciones de esta traducción. Véase La poesía épica del siglo de oro. Madrid, Gredos, 1968. (Biblioteca Románica-Hispánica, Estudios y ensayos, núm. 51). Pág. 222. 54 El poema de Tasso se leyó en italiano aunque la traducción española de Juan Sedeño fue bien acogida (Ierusalem libertada, poema heroico de Torquato Tasso, traduzido, al sentido, de lengua Toscana en Castellana. Madrid, Pedro Madrigal, 1587). La teoría de Tasso consta de tres famosas obras en prosa: Discorsi dell’ Arte poetica e in particolare sopra il poema eroico (en tres partes compuestas en 1564, 1567 y 1570), fueron publicados hasta 1587 y se encuentran disponibles en la red: http://www.classicitaliani.it/index082.htm, la segunda obra se titula Discorsi del poema eorico (1594) y la tercera es la Apologia in difesa della “Gerusalemme liberata” (1585, disponible en internet, en la dirección: http://www.classicitaliani.it/tasso/prosa/Tasso_apologia_Gerusalemme.htm). 55 Aunque Pedro Piñero Ramírez en su excelente artículo menciona que la épica renacentista tomó dos caminos, el de la “reconquista” y el tema americano, basta ver el catálogo de Frank Pierce para percatarse de la ausencia casi total de los temas épicos tradicionales en este período. -XXXIII- ron así los enormes poemas épicos de Jerónimo Sempere (La Carolea, Va- lencia, 156056) o el de Luis Zapata (Carlo Famoso, Valencia, 156657). Y, unos años después, con motivo del suceso más grande “que vieran los siglos pa- sados y verán los venideros” —como decía Cervantes de la batalla de Le- panto—, el Austriadis Carmen de Juan Latino (1573), La Naval de Pedro Manrique (Ms. Inédito BNM 3942), el poema de Jerónimo de Corte Real Felicísima victoria concedida del cielo al señor don Juan de Austria, en el golfo de Lepan- to de la poderosa armada otomana, en el año de nuestra salvación de 1572 (Lisboa, Antonio Ribero, 1578) y La Austriada de Juan Rufo (Madrid, Alonso Gó- mez, 1584).58 Y, con éstos, naturalmente aparecieron los temas de las con- quistas americanas y con ellos el mejor poema épico que se escribiera en castellano bajo el influjo de la poesía italianizante: la primera parte de La Araucana de Alonso de Ercilla y Zúñiga (1569). Tuvo un éxito editorial sin precedentes y alcanzó la rarísima suerte de que tanto la segunda parte (1578) como la tercera (1590) fueran igualmente acogidas por los lectores.59 Sus logros literarios (lenguaje, formas, temas) representaron una nueva oportu- nidad para la épica española en el sentido más pleno, puesto que en un for- mato moderno, totalmente actualizado, mostraba a los lectores peninsulares la fuente de identificación nacional y, con el ingrediente cristiano, el recono- cimiento de la encomienda divina que habían recibido los españoles con el descubrimiento y la conquista de América. Véase el artículo de Piñero “La épica hispanomericana colonial” en la Historia de la literatura hispa- noamericana coordinada por Luis Íñigo Madrigal. Madrid, Cátedra, 1992. Págs. 161-188.
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