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Universidad Nacional Autónoma de México 
Facultad de Filosofía y Letras 
Colegio de Letras Hispánicas 
Ciudad Universitaria, D. F. 2013 
 
 
El Peregrino Indiano 
y la poesía épica del siglo de oro 
 
 
 
T E S I S 
 
Que para obtener el título de 
Licenciada en Lengua y Literaturas Hispánicas 
P r e s e n t a 
María de los Ángeles Herrera Lara 
 
 
 
 
Asesor 
Dr. José Arnulfo Herrera Curiel 
 
 
 
UNAM – Dirección General de Bibliotecas 
Tesis Digitales 
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respectivo titular de los Derechos de Autor. 
 
 
 
-II- 
 
Estudio introductorio 
 
 
1. Sobre El Peregrino Indiano 
CORRÍA EL AÑO de 1599 en la ciudad de Madrid cuando salió publicado El 
Peregrino Indiano de Antonio de Saavedra y Guzmán. Se trata de un extenso 
poema épico, dividido en veinte cantos, que hace una crónica de la expedi-
ción de Hernán Cortés y de la conquista de México. Para esos momentos el 
género literario no era nada novedoso, puesto que además de la extraordina-
ria poesía épica en lengua italiana que habían escrito Ariosto, Pulci, Tasso, 
etcétera, los españoles habían visto en su propia lengua La Carolea (1560) de 
Jerónimo Sampere, el Carlo Famoso (1565) de Luis Zapata y La Austriada 
(1584) de Juan Rufo. En la poesía con temas americanos habían disfrutado 
las tres partes de La Araucana (1569-1578-1589) de Alonso de Ercilla y Zú-
ñiga y una secuela inferior El Arauco domado (1596) de Pedro de Oña. Inclu-
so en el ciclo de Hernán Cortés se habían publicado ya los dos poemas de 
Gabriel Lobo Lasso de la Vega: Primera parte de Cortés Valeroso, y Mexicana 
(1588) y Mexicana (1596). El capitán Hernán Cortés no despertaba los entu-
siasmos de la Corte española y muy seguramente Saavedra y Guzmán habría 
costeado la mayor parte de los gastos de la publicación. Sin embargo, el in-
terés del autor “indiano” (como se llamaba a los españoles nacidos en Amé-
rica) se encontraba en otro punto muy diferente del interés literario: preten-
día reivindicar a Cortés y ponderar las hazañas de sus soldados para 
rehabilitar con ellos a toda una clase social que se encontraba en dificultades 
de supervivencia e incluso veía su existencia amenazada. Por eso, tanto 
Hernán Cortés como el propio Saavedra, encarnaron al Peregrino indiano, 
una suerte de romero que había conquistado América para los españoles y 
ahora hacía una nueva expedición de vuelta a Europa para publicar su poe-
ma, y con él acogerse al favor de Dios y del rey de España con el objeto de 
obtener un merecido reconocimiento y enaltecer su causa. 
 
-III- 
 
2. El Peregrino Indiano 
EN UNO DE los sonetos laudatorios que se insertaron en las preliminares de 
El Peregrino Indiano (Madrid, Pedro Madrigal, 1599) hay un texto que, a pesar 
de su convencionalidad y de sus minuciosas referencias mitológicas, tanto 
en el ámbito de los Evangelios como en el de la gentilidad griega, alude a la 
justicia de una manera elocuentemente suspicaz. Es el segundo soneto del 
enorme libro y el primero de los dos poemas escritos para la ocasión por el 
licenciado Alonso Sánchez Arias: 
 
Título os dé de Peregrino Indiano, 
De vuestra historia el arte peregrino,1 
Y de Cortés el renacer divino, 
De Jordán, que remoza al tiempo cano.2 
 
Por vos vence al olvido el Marte Hispano, 
Que abrió en las aguas de la mar camino, 
Y desfrutó3 del Indio el vellocino,4 
Mas qué no hará su espada en vuestra mano?5 
 
Deberse a vuestras manos esta espada, 
Cual la del Griego al rayo de Milicia, 
No fue elección, sino forzosa herencia. 
 
Aquella pierde de Ayax la justicia, 
Que da en Ulises la eloquencia armada, 
Ésta os dan la justicia y la elocuencia.6 
 
1 Peregrino significa “raro”, “singular”, “único”. El autor del soneto juega también con el otro 
sentido de la palabra, como sinónimo de “romero”. 
2 Cambiando un poco la sintaxis, estos versos dicen: “El arte peregrino o singular de vuestra 
historia os dé el título de Peregrino Indiano y el renacer divino de Cortés os dé el título de Jor-
dán”. El Jordán es el río de la purificación y el saneamiento de los hebreos, donde San Juan bau-
tizó a Cristo y donde hasta la fecha se bautizan (o rebautizan) los cristianos; por eso dice el poeta 
que el Jordán remoza al tiempo cano (viejo). Saavedra y Guzmán adquiere el título de Jordán 
porque renueva el nombre de Cortés al rememorar con tanta singularidad sus hazañas. 
3 Desfrutar es “llevarse el fruto de alguna posesión, cuya propiedad es de otro”. Véase el Tesoro de 
la lengua castellana o española de Sebastián de Covarrubias Horozco. Madrid, Iberoamericana-
Vervuert, 2006. Edic. de Ignacio Arellano y Rafael Zafra. 
4 Cortés es el Marte español que “abrió camino en el mar”, como Jasón en el “Argos” para llegar 
a los confines del mundo y rescatar el vellocino de oro. 
5 En la mano de Saavedra y Guzmán la espada de Cortés hará muchas más cosas de las que hizo: 
este Marte español se salvó del olvido gracias a Saavedra, gracias a Saavedra abrió como Moisés 
un camino en el mar para llevar a los españoles a la victoria y recobrar como Jasón el vellocino 
de oro que tenían los indios. 
-IV- 
 
En los siglos XX y XXI7 hemos tendido a ver con ingenuidad los tex-
tos laudatorios. Los leemos despojados de sutileza, apenas como ejemplos 
de una retórica intrincada y lisonjera. Pero la ingenuidad se encuentra en 
nuestra lectura apresurada —por no decir negligente— y solemos no com-
prender el sentido ni, por tanto, los valores de las piezas literarias panegíri-
cas. El autor del soneto concede a Saavedra y Guzmán el título de “Pere-
grino Indiano” por el arte singular (o peregrino) de su historia, y le otorga 
los atributos del río Jordán por haber hecho renacer la figura del capitán 
Hernán Cortés. Esto, que pareciera un gesto de convencionalidad propio de 
los sonetos que inauguraban los libros antiguos, de los que tanto se burlaría 
Cervantes unos seis años después en el Quijote, en realidad nos remite a una 
situación política donde inevitablemente se manifestaba el despojo que ha-
bían sufrido los conquistadores de América y sus descendientes a manos de 
los jueces. Una de las mayores contradicciones del derecho se resume en 
que muchas ocasiones la legalidad de un juicio no lo salva de agraviar a la 
justicia, especialmente cuando se aplica el ciceroniano summum jus, summa 
injuria. Por eso el licenciado Sánchez Arias actualiza en su soneto la leyenda 
de los personajes homéricos. Porque fue en el ámbito de la retórica, en los 
tribunales, en la Corte, con los miembros del Consejo de Indias presionados 
por todo tipo de quejas, azuzados por los frailes y los humanistas, donde los 
conquistadores perdieron las inestables concesiones ganadas con las armas y 
su estirpe se quedó sin herencia. 
 
6 Según parece, el sentido de los versos es el siguiente: “a vuestras manos se debe esta espada (la 
de Cortés), pero no por elección, sino por herencia (por ser indiano y por haber hecho tan gran-
de poema sobre Cortés); Ayax pierde injustamente las armas de Aquiles frente a la elocuencia de 
Odiseo por decisión o elección de los jueces (un mito sobre la injusticia que fue muy ponderado 
en el Renacimiento), mientras que Saavedra, por herencia, recibela espada tanto por la justicia 
que hay en otorgársela como por la elocuencia. Es decir, en Saavedra se juntan las virtudes y los 
merecimientos de Ayax y también las virtudes y los merecimientos de Odiseo. Se revela de este 
modo un sentido de la Justicia que subyace en el soneto y que puede estar ligado a esa justicia 
que Saavedra pedía a la Corona para reivindicar a los hijos de los conquistadores y a sí mismo, 
por eso dedicó su obra a Felipe III, aunque originalmente la había dedicado a Felipe II, pero éste 
murió en el proceso de la edición. 
7 Es una generalización que tiene sus excepciones, pero que, si se miran las cosas de la manera 
esquemática que requieren los panoramas generales, puede admitirse que en el XIX se concedía 
aún menos profundidad a los despliegues retóricos de las épocas renacentista y barroca. 
-V- 
 
Los sonetos preliminares de los libros antiguos están agregados al azar, 
sin el orden discursivo que podría darles lo que se ha llamado un tanto abu-
sivamente el sentido anagógico de los textos literarios. Tal vez no confor-
men siempre un discurso unificado y coherente, pero es viable que su lectu-
ra cuidadosa y su orden de sucesión puedan ayudarnos a comprender mejor 
las obras. Al menos, en El Peregrino Indiano, los dos sonetos del licenciado 
Sánchez Arias parecen llevar un mismo hilo discursivo que nos ilumina el 
propósito esencial de Antonio Saavedra Guzmán al escribir su poema. Pero 
están invertidos en el orden. El soneto que empieza “No son letras de plu-
ma, las que ofrece”, aparece después de dos sonetos más (el de Saavedra al 
Archiduque Alberto y el de Gonzalo Berrio), pero debiera anteceder al que 
hemos copiado arriba y ambos estar juntos dada su hermandad temática y 
porque fueron escritos por el mismo autor. Simplemente se declara en este 
texto que la historia de Cortés no está escrita con letras sobre papel, sino 
con golpes sobre piedra, porque si un mundo no pudo resistir los golpes del 
gran capitán, mucho menos podrán resistirlos el papel y las letras. Sólo las 
piedras pueden servir de sepulcro a tantas muertes causadas por la “sagrada 
espada” que se llenó de sangre hasta la empuñadura (“roja sangre hasta la 
cruz guarnece”). No sería ocioso aclarar que el término “frase lapidaria” no 
implicaba en aquellos siglos lo que hoy significa para los periodistas: la frase 
contundente para liquidar una disputa verbal o insultar o difamar a alguien 
con un enunciado inapelable. Las frases lapidarias eran aquellas que, por su 
sabiduría o sus sentidos admirables, eran dignas de esculpirse en piedra y 
asegurar, con ello, su permanencia en la memoria de los hombres. Así, la 
historia de Cortés debe ser grabada en la piedra. El soneto dice: 
 
No son letras de pluma, las que ofrece 
La pluma heroica a Marte consagrada, 
Que golpes son de la sagrada espada, 
Que roja sangre hasta la cruz guarnece. 
 
 
No está en papel, aunque en papel parece, 
Del gran Cortés la historia dibujada, 
-VI- 
 
En piedra está, que la tendrá guardada 
Y hará crecer como la piedra crece. 
 
Porque mal de Cortés los golpes fuertes 
El papel y las letras resistieran, 
Pues las fuerzas de un mundo no pudieron. 
 
 
En piedras a la fama se ofrecieron, 
Porque fue justo que las piedras dieran, 
Sepulcro en que cupieran tantas muertes. 
 
Cortés fue un soldado, como Ayax, que ganó para su pueblo numero-
sas batallas y que perdió después su botín en los tribunales que dictamina-
ron en favor de la elocuencia de los juristas, los frailes y los interesados en 
acabar con la encomienda (junio de 1543, cuando se expidió la segunda de 
las disposiciones que conforma las llamadas “Leyes Nuevas”). Murió cuatro 
años más tarde, en diciembre de 1547, cansado, enfermo, quebrantado por 
las acusaciones de sus enemigos y las intrigas de los envidiosos. Antes de su 
muerte, el Emperador se negó a recibirlo y a escuchar todo lo que el Capi-
tán tenía que decir en torno a los asuntos americanos. Pasaron muchos 
años, más de cinco décadas, hasta que un romero llegó a Madrid desde las 
Indias (Saavedra y Guzmán) para reivindicar a Cortés. En pleno cambio de 
siglo lo encontramos cuando estaba intentando abrir un expediente ya juz-
gado. ¿Por qué? ¿En qué consistía su causa y de qué manera se había origi-
nado? ¿Qué estaba sucediendo en esos momentos? Habrá que remontarse a 
los orígenes de la Nueva España para enterarnos de los pormenores que 
entrañan los sonetos del licenciado Alonso Sánchez Arias y para responder 
a las preguntas que nos permitirán entender los motivos que llevaron a la 
escritura de El Peregrino Indiano. 
-VII- 
 
3. Crónica de un despojo 
AL TERMINAR EL siglo XVI, el mundo había dado un giro impredecible en la 
Nueva España. Los conquistadores que habían puesto su vida y sus bienes 
al servicio de la Corona española, que habían ganado tierras inmensas y muy 
ricas y habían vencido a miles de feroces indios guerreros y sojuzgado impe-
rios poderosísimos, esos soldados españoles que recibieron a cambio de sus 
hazañas una encomienda de hombres y parcelas de cultivo y se volvieron 
colonos y fundaron nuevas sociedades, en un par de décadas habían dejado 
a sus descendientes en el desamparo más inconcebible y sin ninguna otra 
herencia que el orgullo de pertenecer a las familias de los vencedores. Fuera 
de este honroso prestigio, los hijos de los conquistadores o “criollos” con-
templaban que a su muerte serían despojados legalmente de los bienes con-
seguidos por sus padres y sus hijos, los nietos de los conquistadores, no 
tendrían nada. 
En cambio, los españoles que llegaron después, los advenedizos “de 
salud faltos y de dinero pobres” (como dice el famoso soneto de los “ga-
chupines”8), sin haber calzado arneses, ni alzado una espada, sin más esfuer-
zo que el de su actividad de medradores y mestureros, estaban colocados en 
puestos importantes de los gobiernos civil y eclesiástico, o eran poderosos 
terratenientes, ricos mineros o prósperos comerciantes. 
 
¡Triste América, hasta cuándo 
se acabará tu desvelo…, 
Tus hijos midiendo el suelo 
y los ajenos mamando!9 
 
8 Es el soneto atribuido a Mateo Rosas de Oquendo por Baltasar Dorantes de Carranza que em-
pieza con el cuarteto “Viene de España por el mar salobre /a nuestro mexicano domicilio /un 
hombre tosco, sin algún auxilio, /de salud falto y de dinero pobre…” Véase Dorantes de Ca-
rranza, Baltasar. Sumaria relación de las cosas de la Nueva España, con noticia individual de los conquistado-
res y primeros pobladores españoles. México, Porrúa, 1987. Biblioteca Porrúa, núm. 87, pág. 138. Por 
otro lado, el término “gachupines” fue aplicado desde los primeros años de fundada la nueva 
sociedad a los españoles advenedizos que, aun viéndose beneficiados por el régimen colonial, se 
quejaban de las tierras americanas y seguían ponderando las cosas de su patria. 
9 Segunda parte de las agudezas métricas o improvisaciones del célebre mexicano conocido en sus días por el Negro 
Poeta. Recopiladas por Simón Blanquel y editadas por Nicolás León, en Eduardo Matos Mocte-
zuma. El Negrito poeta mexicano y el dominicano. ¿Realidad o fantasía? México, Porrúa, 1980. Col. “Se-
pan cuantos…” núm. 344. Pág. 69. 
-VIII- 
 
¿Cómo había surgido este “mundo al revés” en poco más de sesenta 
años? ¿En qué punto del tiempo se gestó esta iniquidad? 
Hacia finales de la década de los setentas, un notable criollo, hijo de un 
conquistador que había sido mayordomo de Hernán Cortés, “señor de pue-
blos” y reconocido poeta, Francisco de Terrazas, en el poema épico incon-
cluso que ha dado en llamarse Nuevo Mundo y conquista se quejaba de la situa-
ción angustiosa en que se encontraban la mayoría de los descendientes de 
aquellos hombres que habían acompañado al audaz capitán hasta México: 
 
Que de mil y trescientos españoles 
Que al cerco de tus muros se hallaron, 
Y matizando claros arreboles 
Tus oscuras tinieblas alumbraron, 
Cuando con resplandor de claros solesDel poder de Satán te libertaron, 
Contados hijos, nietos y parientes, 
No quedan hoy trescientos descendientes. 
 
Los más por poblados escondidos 
Tan pobrísimos, solos y apurados, 
Que pueden ser de rotos y abatidos 
De entre la demás gente entresacados: 
Cual pequeñuelos pollos esparcidos 
Diezmados del milano10 y acosados, 
Sin madre, sin socorro y sin abrigo, 
Tales quedan los míseros que digo. 
 
Dejémoslos a solas padeciendo, 
Pues para solos y sin bien nacieron; 
Vayan en su miseria pereciendo 
Pues sus padres tan mal lo previnieron, 
Que es ir en infinito procediendo; 
Volvamos al origen que tuvieron, 
Que fue la causa deste mal notable 
Serles Cortés tan poco favorable.11 
 
10 Ave de rapiña que es presa de otras aves como el halcón. Dice Covarrubias en su Tesoro de la 
lengua castellana que es cobarde y, para defenderse de sus depredadores, pelea con el pecho hacia 
arriba, de ahí que exista el término “amilanarse” como sinónimo de “acobardarse”. 
11 Baltasar Dorantes de Carranza. Sumaria relación de las cosas de la Nueva España, con noticia individual 
de los conquistadores y primeros pobladores españoles, pág. 33. También puede verse el poema en la edi-
ción de Antonio Castro Leal. Francisco de Terrazas. Poesías. México, Porrúa, 1941. Col. “Biblio-
theca mexicana”, núm. 3. Versos 97-128 (págs. 87-88) de las Poesías de Terrazas en la edición de 
-IX- 
 
Está claro que, en octubre de 1524, Hernán Cortés había previsto la 
rendija por donde podrían colarse los primeros aires de corrupción institu-
cional en la nueva sociedad y las adversidades que amenazaban los inesta-
bles privilegios conseguidos por los conquistadores. En su Cuarta Carta de 
Relación, el Capitán había pedido a Carlos V que diera las órdenes necesarias 
para que en Cuba se pudiesen surtir los bastimentos sin que lo dificultasen 
las prohibiciones de Diego Velázquez y que, junto a las plantas y semillas 
útiles que se debían enviar de Europa para ser sembradas en México, era 
necesario el envío de religiosos honestos y de vida ejemplar para la enseñan-
za de la doctrina a los naturales y el desempeño de los servicios eclesiásticos, 
imprescindibles para la comunidad de españoles.12 En el pasado, decía Cor-
tés: 
 
…enviamos a suplicar a vuestra majestad mandase proveer de obispos u otros 
prelados para la administración de los oficios y culto divino y entonces pare-
ciéndonos que así convenía; ahora, mirándolo bien hame parecido que Vuestra 
Sacra Majestad los debe mandar proveer de otra manera, para que los naturales 
de estas partes más aína13 se conviertan y puedan ser instruidos en las cosas de 
nuestra santa fe católica. 
 La manera que a mí, en este caso, me parece que se debe tener, es que Vuestra 
Sacra Majestad mande que vengan a estas partes muchas personas religiosas, 
como ya he dicho y muy celosas de este fin de la conversión de estas gentes y 
que éstos se hagan casas y monasterios por las provincias que acá nos pareciere 
que convienen y que a éstas se les dé de los diezmos para hacer sus casas y sos-
 
Castro Leal. Es muy notable la predisposición contra Hernán Cortés, a quien el poeta acusa de 
los males que aquejan a los descendientes de los conquistadores. 
12 Como podemos apreciar, la Cuarta Carta de Relación de Hernán Cortés está fechada en octubre 
de 1524 y es bien conocido que los primeros “doce apóstoles” (los franciscanos) llegaron a San 
Juan de Ulúa el 13 de mayo de 1524. Hay varias explicaciones para esta aparente contradicción, 
pero la más probable es que Cortés considerara, como es lógico, que doce frailes eran poquísi-
mos para tan gran número de indios, sobre todo teniendo en cuenta que, de los tres primeros 
que habían llegado nueve meses antes (fray Juan de Tecto o Dekkers, fray Juan de Ayora o van 
der Auwera y fray Pedro de Gante), sólo quedaba uno. Y los otros doce misioneros, siguiendo 
las instrucciones de sus predecesores, comenzaron por aprender las lenguas y las costumbres y 
muy seguramente para octubre (cinco meses después) el trabajo de los franciscanos no se notaba 
aún. Por eso Cortés pedía muchos religiosos honestos que pudieran hacerse cargo de instruir a 
los indios en la fe cristiana. Para más información sobre el tema, véase el artículo de Joaquín 
García Icazbalceta titulado “Fray Pedro de Gante”, en Biografías. Estudios. México, Porrúa, 1998. 
Col. “Sepan cuantos…”, núm. 680. También la antología de Jerónimo de Mendieta compilada 
por Juan B. Iguíniz en 1945, Vidas franciscanas. México, UNAM, 1994 (2da. ed.). Col. Biblioteca 
del estudiante universitario, núm. 52. 
13 Rápido. 
-X- 
 
tener sus vidas, y lo demás que restare de ellos sea para las iglesias y ornamen-
tos de los pueblos donde estuvieren los españoles y para clérigos que las sirvan. 
Y que estos diezmos los cobren los oficiales de vuestra majestad y tengan cuen-
ta y razón de ellos y provean de ellos a los dichos monasterios e iglesias que 
bastará para todo y aun sobra harto, de que Vuestra Majestad se puede servir. 
Y que Vuestra Alteza suplique a Su Santidad conceda a Vuestra Majestad los 
diezmos de estas partes para este efecto, haciéndole entender el servicio que a 
Dios Nuestro Señor se hace en que esta gente se convierta y que esto no se po-
dría hacer sino por esta vía. Porque habiendo obispos y otros prelados no deja-
rían de seguir la costumbre que, por nuestros pecados hoy tienen, en disponer 
de los bienes de la Iglesia, que es gastarlos en pompas y en otros vicios, en dejar 
mayorazgos a sus hijos o parientes y aun sería otro mayor mal que, como los 
naturales de estas partes tenían en sus tiempos personas religiosas que enten-
dían en sus ritos y ceremonias y éstos eran tan recogidos, así en honestidad co-
mo en castidad, que, si alguna cosa fuera de esto a alguno se le sentía, era puni-
do14 con pena de muerte y si ahora viesen las cosas de la Iglesia y servicio de 
Dios en poder de canónigos u otras dignidades y supiesen que aquéllos eran 
ministros de Dios y los viesen usar de los vicios y profanidades que ahora en 
nuestros tiempos en esos reinos usan, sería menospreciar nuestra fe y tenerla 
por cosa de burla y sería tan gran daño, que no creo aprovecharía ninguna otra 
predicación que se les hiciese. 
Y pues que tanto en esto va y la principal intención de Vuestra Majestad es y 
debe ser que estas gentes se conviertan y los que acá en su real nombre residi-
mos la debemos seguir y como cristianos tener de ellos especial cuidado, he 
querido en esto avisar a Vuestra Cesárea Majestad y decir en ello mi parecer; el 
cual suplico a Vuestra Alteza reciba como de persona súbdita y vasallo suyo, 
que así como con las fuerzas corporales, trabajo y trabajaré que los reinos y se-
ñoríos de Vuestra Majestad por estas partes se ensanchen y su real fama y gran 
poder entre estas gentes se publique, que así deseo y trabajaré con el ánima para 
que Vuestra Alteza en ellas mande sembrar nuestra santa fe… 
 
Además del temor a los clérigos seculares, especialmente a las altas je-
rarquías, Cortés expresó su temor a los abogados y tinterillos. No se equivo-
caba porque, en el largo plazo, ellos serían los beneficiados. Sin embargo, el 
primero y mayor de los males para la estirpe de los conquistadores llegó a 
las colonias americanas por el lado del clero regular, debido a las protestas 
de los frailes que él mismo solicitó. Fueron los dominicos, representados 
principalmente por fray Bartolomé de las Casas, quienes más hicieron la 
guerra a los encomenderos. La causa fue que los dueños de las encomiendas 
sobreexplotaron a los indios y cometieron toda clase de abusos y tropelías. 
 
14 Castigado. 
-XI- 
 
En colusión con las enfermedades que trajeron los españoles y las plagas 
que en distintos momentos se extendieronpor algunos territorios, el trabajo 
forzado en las minas y el campo, la esclavitud y el trato de bestias que los 
encomenderos practicaron con los naturales, el número de indígenas decre-
ció de una manera alarmante.15 En las islas del Caribe, la población de indios 
prácticamente se extinguió. Ante esta situación, los frailes de las distintas 
religiones que llegaron a América, principalmente los dominicos y los fran-
ciscanos, hicieron una fuerte campaña en la Corte peninsular para suprimir 
la encomienda, una forma de asignación de recompensas a los conquistado-
res que la Corona había ideado para no conceder tierras y títulos a perpetui-
dad, con el único fin de evitar una futura revuelta que acabara en separacio-
nes territoriales y reinos independientes. Los alegatos duraron muchos años, 
hasta que se decretaron las “provisiones reales” de noviembre de 1542 y 
junio de 1543, que más tarde se conocerían con el nombre de “leyes nue-
vas”. Estas disposiciones terminaron con la asignación de nuevas enco-
miendas y la extinción de las existentes en la tercera generación. Esto es, 
que los nietos de los conquistadores ya no podrían gozar de las encomien-
das que habían ganado sus abuelos. 
En la Nueva España el virrey Antonio de Mendoza fue prudente en la 
aplicación de estas leyes. A diferencia de su colega Blasco Núñez de Vela 
que se mostró muy riguroso en el Perú y desató una revuelta que le costó la 
vida en 1546. Sin embargo, pese a las numerosas protestas y a los conatos 
de rebelión, la Corona no dio marcha atrás. Debemos entender que los fac-
tores más importantes para la promulgación de estas provisiones reales no 
fueron ni el humanismo renacentista ni la salud de los indios, tampoco la 
presión internacional que se abanderó con la “leyenda negra”;16 el acicate 
 
15 Los encomenderos no actuaban solos; sufrían las presiones de las autoridades hacendarias para 
cumplir con una tasa impositiva basada en la extensión territorial y en el número de indios en-
comendados. Así, pues, se debe señalar que el abuso era “sistemático” o institucional y no se 
debía únicamente a la avaricia personal del encomendero. 
16 Tan sólo en el Valle de México, los cálculos más aceptados hasta ahora (los de Borah y Sim-
pson) arrojan una población de un millón y medio de indios. Aunque se cree que, para el último 
cuarto del siglo XVI, la guerra de conquista, la brutal explotación de la fuerza de trabajo y en 
-XII- 
 
más importante para las autoridades fue la presión que ejercieron los nume-
rosos grupos de futuros colonos que deseaban oportunidades en el Nuevo 
Mundo y para ello requerían de facilidades para colocarse y un régimen eco-
nómico más abierto para el intercambio comercial. Europa se encontraba en 
la plenitud del mercantilismo y es algo que no podemos ignorar. ¿Cómo se 
reflejaron estas leyes en la vida cotidiana? Recordémoslo en la descripción 
de los cambios suscitados en la Nueva España con las palabras del cronista 
Juan Suárez de Peralta y estaremos en posibilidades de entender lo que su-
cedió con los criollos: 
 
El servicio personal se sintió mucho, porque con él los vecinos tenían los bas-
timentos de balde, pan y hierba, gallinas, el beneficio de sus haciendas y el ser-
vicio de casa, la cual todos tenían muy llena; y el día que se quitó, empezaron a 
comprarlo todo, y a perdérseles las haciendas, y verse en mucha necesidad, la 
que nunca habían tenido ni sabían qué era, ni aun pobres mendicantes… 
Porque de esto se empezó, como he dicho, a sentir necesidad, que antes que se 
quitase el servicio personal, todos tenían sus casas llenas de todo cuanto se co-
gía en la tierra, que era mucho, hasta frutas, miel blanca de abejas, riquísima, 
que se da en aquellas partes la mejor del mundo; miel negra, que llaman de ma-
gueyes que en sabor no le hace ventaja esa otra, y aun hay gustos que dicen que 
es mejor que la de abejas; de ella hacen conservas y muchas cosas, y yo vi en es-
te tiempo, que era muy muchacho, en casa de mi padre y tíos, derramar los cán-
taros de la miel para echar la nueva que los indios traían de tributo, porque no 
se perdiese.17 
 
especial las epidemias (sobre todo la viruela o cocoliztli) redujeron el número de indios a tan sólo 
setenta mil, es decir, había desaparecido el 95.4% de la población indígena. Es uno de los geno-
cidios más grandes de la historia. Esta mortandad es lo que se conoce con el nombre de “leyenda 
negra” y fueron los franceses y los ingleses quienes la enarbolaron. 
17 Suárez de Peralta, fragmento del capítulo XXIV de su Tratado del descubrimiento de las Indias). Mé-
xico, Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, 1990. Col. «Cien de México», s. n. Estudio 
prel. Teresa Silva Tena. (Esta crónica fue escrita alrededor de la llegada del Marqués del Valle a la 
Nueva España hacia 1563, se terminó de escribir en 1589 pero fue conocida y publicada hasta 
1878). Por otro lado, hay que señalar que las ganancias obtenidas de la encomienda y del comer-
cio se trasladaron a la adquisición de tierras y, por lo tanto, a la consolidación de un régimen de 
propiedad privada. A principios del siglo XVII los latifundios se habían expandido en el centro y 
en el norte del país a costa de las tierras que con mil argucias y con violencia les quitaron a los 
indios. Las grandes haciendas se convirtieron entonces en las proveedoras de hortalizas, granos y 
de carne para la Ciudad de México y los demás centros poblacionales. Mediante los “repartimien-
tos” que ejecutaban los corregidores, los indios fueron obligados a trabajar sin salario, de modo 
que el “servicio personal” al que alude Suárez de Peralta es el tributo y no el trabajo forzado. El 
servicio se terminó hasta 1632 cuando la Corona dispuso que se eliminaran los repartimientos y 
que la mano de obra indígena se alquilara libremente a cambio de un jornal pagadero en efectivo 
o en ropa, comida, vivienda o el permiso de cultivar pequeñas parcelas de autoconsumo. Como 
-XIII- 
 
Los nietos de los conquistadores no solamente perdieron los bienes de 
sus padres, también vieron perder el suministro de los alimentos y el servi-
cio doméstico que tan abundantes habían sido. Aunque protestaron y envia-
ron toda clase de escritos a la Corte y aunque el virrey Mendoza se fue con 
tiento en la aplicación de las “leyes nuevas”, nada detuvo el proceso. La his-
teria ocasionada por lo ocurrido en el Perú y el temor de posibles levanta-
mientos armados, hizo necesario aplicar mano dura a las inconformidades, 
tal como ocurrió durante la fuerte represión de 1549 en la Ciudad de Méxi-
co: 
 
…con unos pobres infelices que no podían ser capaces de alzarse con la tierra, 
“ni aun con un cesto de higos”, pues vivían de las propinas que les daban en las 
casas de juego.18 
 
Como describe Terrazas, veinticinco años después de la promulgación 
de estas leyes, sólo quedaban veintitrés de cada cien descendientes de los 
conquistadores, casi todos completamente depauperados y en condiciones 
sociales lamentables. Mientras tanto las olas sucesivas de emigrantes habían 
prosperado rápidamente en las diversas actividades económicas de la Colo-
nia y se habían ido colocando en los puestos estratégicos y habían amasado 
fortunas y bienes gracias a su industria y a su capacidad para lucrar con 
amistades compradas en las Cortes madrileña y mexicana. Por eso, el poeta 
Terrazas le pregunta retóricamente a Cortés: 
 
¿Do está la fe de serles que pusistes 
No señor, sino padre verdadero, 
Cuando en Cuba al partir les ofrecistes 
 
no había costumbre de trabajar “libremente” (a cambio de un salario), fue necesario asegurar el 
suministro de trabajadores quitándolesla movilidad, por eso se llamaron “peones encasillados”. 
En el caso de los obrajes, se les llegó a despojar de sus ropas con el fin de que no pudieran esca-
parse y, si lo hacían, se les detuviese por andar desnudos en las calles. Para ampliar esta materia, 
puede leerse los dos capítulos relativos a la economía novohispana del libro Oligarquía y propiedad 
en Nueva España 1550-1624. José F. de la Peña. México, F. C. E., 1983. (Sección obras de histo-
ria). Págs. 30-71 y 72-105. 
18 Son palabras de Juan Suárez de Peralta. Véase el capítulo XXIII de su obra citada Tratado del 
descubrimiento de las Indias. Para más información sobre el tema, véase el libro de José Ignacio Ru-
bio Mañé. El virreinato II. Expansión y defensa. Primera parte. México, F. C. E.-UNAM, Instituto de 
Investigaciones Históricas, 1983. Págs. 3-4. 
-XIV- 
 
Por premio a cada cual un reino entero? 
Riquezas, honra y gloria prometistes19 
Para el felice20 tiempo venidero, 
Y sólo han ido siempre en tantos años 
Siguiendo unos daños a otros daños. 
 
Ya que no fueron títulos ni estados, 
De que tan dignos sus servicios eran 
Que así como por vos fueran nombrados 
Para siempre jamás permanecieran; 
Siquiera ya que sólo encomendados 
Las encomiendas que perpetuas fueran, 
Y no que ya las más han fenecido 
Y los hijos de hambre perecido.21 
 
Y algunas también quedan sucedidas 
Por líneas transversales procediendo, 
Que no habiendo llegado a las tres vidas 
Quedan por matrimonios poseyendo; 
Las propias partes ya destituidas 
Mil miserias y afrentas padeciendo, 
Y el fruto habido sangre derramando 
Viéndolo a extraño dueño estar gozando.22 
 
Al cabo no hubo ningún “felice tiempo venidero”. Todos los bienes 
quedaron perdidos por caducidad o, sucedidos por herencia matrimonial, 
fueron a parar a las manos ajenas de los parientes políticos. Y clama Terra-
zas contra la deplorable situación ante la prosopopeya de la Patria, personi-
ficada como madrastra, en la más famosa octava de su inconcluso poema: 
 
Madrastra nos has sido rigurosa, 
Y dulce madre pía a los extraños, 
Con ellos, de tus bienes generosa, 
Con nosotros repartes de tus daños. 
Ingrata Patria, adiós, vive dichosa 
Con hijos adoptivos largos años, 
 
19 Pusistes, ofrecistes, prometistes son terminaciones para el pretérito del modo indicativo de segunda 
persona que se utilizaban por “pusisteis”, “ofrecisteis”, “prometisteis”. En la actualidad se em-
plean todavía entre los hablantes de las provincias mexicanas cuyo desempeño lingüístico es 
propenso a los arcaísmos. 
20 “Felice” es un arcaísmo utilizado por “feliz”. Para el siglo XVI sólo se usaba en la poesía. Aquí 
tiene función eufónica pues sirve para que el verso complete las once sílabas. 
21 Las cursivas son nuestras. 
22 Baltasar Dorantes de Carranza. Ob. Cit., pág. 33. Y en la citada edición que Antonio Castro 
Leal hizo de Francisco de Terrazas. Versos 161-184, págs. 89-90. 
-XV- 
 
Que con tu disfavor fiero, importuno, 
Consumiendo nos vamos uno a uno. 
 
En la última década del siglo XVI, los criollos sobrevivientes habían 
acumulado una gran cantidad de memoriales, de relaciones de méritos y de 
cartas de petición, ya no para que la Corona reconsiderase su postura con 
respecto a las encomiendas y reivindicase a todo el grupo social afectado, 
sino para que en el nivel individual se les socorriese con algún modesto be-
neficio que les permitiera remediar sus carencias y levantarse provistos con 
un modo honesto de ganar la vida.23 Ése es el entorno en el que vuelve a 
surgir la figura ya mitificada de Hernán Cortés. Fue izado por los criollos 
como una bandera que representaba las hazañas de sus abuelos y de la cual 
podían servirse para solicitar mercedes al rey de España. Aunque pedían 
limosna, ellos entendían que no era una causa de caridad; asumían sus súpli-
cas como una empresa de justicia. Decía Saavedra a su interlocutor literario, 
el rey Felipe III: “Y el quejarnos a vos no es defendido, /Que en justicia y 
en ley es permitido”.24 
El Peregrino Indiano compuesto por Antonio de Saavedra y Guzmán se 
inscribe en este panorama de los criollos que pedían justicia y ansiaban ga-
nar un poco de influencia en la Metrópoli donde curiosamente la figura del 
 
23 Claro que las iniciativas de los criollos para buscar en las cortes alguna recompensa no salían 
de ellos espontáneamente. Sus esperanzas renacían por los ordenamientos reales, como el que 
Felipe II hizo en marzo de 1596 al virrey Gaspar de Zúñiga y Acevedo, Conde de Monterrey: 
“Una de las cosas que yo más deseo y con más cuidado procuro es que los premios, honras, y 
acrecentamientos que se han de distribuir en aquellas partes se conviertan en las personas que 
allá me sirvieren y porque se acierte cómo conviene cosa que tanto importa, os mando que ten-
gáis particular cuidado de informaros y saber las personas más beneméritas que hubiere en cada 
estado para la provisión de lo eclesiástico y temporal, y en los despachos ordinarios de cada año 
me enviaréis relación de todas refiriendo en ellas las partes, cualidades y servicios de cada una, 
distinguiendo en los eclesiásticos clérigos y religiosos, cuáles serán buenos para prelacías, y de los 
clérigos cuáles para dignidades, canonjías y beneficios, y de qué iglesias y pueblos, y de los otros 
estados los letrados para qué placas y de los de capa y espada, cuáles para gobiernos y cuáles para 
la guerra y oficios de pluma y de mi real hacienda”. Fuente: Los Virreyes españoles en América durante 
el gobierno de la casa de Austria. México, Atlas, Madrid, 1976-1978. Edición de Lewis Hanke, con la 
colaboración de Celso Rodríguez, Biblioteca de Autores Españoles, 5 volúmenes. (Volumen 2, 
1977, pp. 127-144). Consultado en: 
http://www.biblioteca.tv/artman2/publish/1596_387/Instrucci_n_del_Consejo_de_Indias_al_
Virrey_de_Nue_1177.shtml 
24 Canto XV, versos 95-96. 
-XVI- 
 
gran conquistador Hernán Cortés parecía estar borrada. No es que fuera 
tenida en menos, todo mundo ponderaba sus logros, lo que pasó es que a 
Carlos V no le agradó nunca el Capitán y todo el tiempo lo evadió y le dio 
largas a sus solicitudes. Había una suerte de acuerdo tácito sobre la mengua 
de sus conquistas porque los cortesanos, con Felipe II a la cabeza, también 
lo relegaron. Desde que López de Gómara publicó su exitosa Historia general 
de la Indias en 1551 y que, según el consenso de aquellos años, contenía de-
masiados elogios para Hernán Cortés (por eso fray Bartolomé de las Casas 
lo llamó “capellán de Cortés” y todos consideraron que había sido su pania-
guado25), el 17 de noviembre de 1553, luego de cuatro ediciones y dos reedi-
ciones en tan solo tres años,26 el príncipe Felipe se hizo cargo de prohibir el 
libro de López de Gómara. Felipe no era aún el rey de España; lo sería hasta 
la abdicación de Carlos V en 1556. El encono contra la figura de Cortés, 
quien había muerto en 1547, se mantuvo por el resto del siglo y después el 
desdén se hizo costumbre. Tal vez por esa razón el famoso romance atribu-
ye a Felipe II los desaires de interminables antesalas. 
 
En la corte está Cortés 
del católico Felipe, 
viejo y cargado de pleitos 
y así medra quien bien sirve.27 
 
No por anacrónicas, las verdades literarias son menos exactas. Cortés 
no llegó a ver en el trono a Felipe II. La precisión histórica cedió su lugar a 
 
25 Para ese momento, Hernán Cortés llevaba cuatro años de haber muerto. 
26 Las ediciones fueron: la de Agustín Millán, Zaragoza, 1551 y sus reediciones de 1553 y 1554; la 
de Medina del Campo, Guillermo Millis, 1553. Las de 1554 de Juan Steelsio o Juan Lacio según 
el colofón y la de Juan Bellero o Juan Lacio también según el colofón. Es posible que hayan 
existido ediciones piratas. A partir de 1556, la obra sólo se pudo conseguir en las distintas edicio-
nes italianas. En 1569 aparecióla primera edición francesa y de 1578 data la primera edición 
inglesa. 
27 “Romances del viejo Cortés en la Corte”, recogidos por Winston A. Reynolds en su Romancero 
de Hernán Cortés. Reynolds los marca como anónimos y sólo recoge dos poemas. En el Ensayo de 
una biblioteca de libros raros y curiosos de Bartolomé José Gallardo (I, 1305-1306), al menos el prime-
ro de los romances se encuentra atribuido al bachiller Engrava en un pliego suelto que lleva por 
título Aquí se contienen siete romances de los mejores que hasta agora se han hecho. Madrid, Imprenta Real, 
1653. 
-XVII- 
 
la intuición popular. El romancero de Hernán Cortés llevó este sentimiento 
hacia el único lugar posible en el camino de la sinceridad pública: a la ingra-
titud del Monarca y de sus aduladores. En el segundo romance, ya como 
personaje, el Capitán señala: 
 
Por mí se puede decir 
el refrán, y es verdadero: 
“quién más sirve en este mundo 
siempre viene a valer menos”. 
 
El soneto de Sánchez Arias habla de la espada que posee justamente 
Saavedra puesto que le viene de su capacidad retórica para defender la figura 
de Hernán Cortés y le viene de la herencia que le dejaron sus antepasados. 
Pero hay otra justicia en el aire, una que parecía estar pendiente en aquellos 
años y que debía ejecutarse, aunque fuera post-mortem como los renacentistas 
imaginaron la justicia que al fin se le dio al guerrero homérico Ayax Tela-
món: 
 
Mas qué no hará su espada en vuestra mano? 
Deberse a vuestras manos esta espada, 
Cual la del Griego al rayo de Milicia, 
No fue elección, sino forzosa herencia. 
Aquella pierde de Ayax la justicia, 
Que da en Ulises la eloquencia armada, 
Ésta os dan la justicia y la elocuencia. 
 
Indudablemente es una justicia que va dedicada a Saavedra y Guzmán, 
así como a los criollos de su grupo social. Para entender mejor las alusiones 
mitológicas, hay que ir más allá de la simple identificación de los personajes 
y de la historia que los liga, es necesario reponer el contexto renacentista 
que los anima. Una manera directa y simple de recrear la forma en que la 
cultura europea del siglo XVI interpretó el conflicto entre Ayax y Odiseo, es 
con el emblema XXVIII de Andrea Alciato cuyo mote dice “Tandem, tandem, 
iustitia obtinet”. La mayor parte de los emblemas28 contenidos en el Emblema-
 
28 Un emblema es un texto de codificación híbrida que se compone de tres partes que corres-
ponden, cada una, a los distintos códigos de los signos involucrados: el mote (que consiste en una 
-XVIII- 
 
tum liber 29 era del dominio común, incluso entre la gente de poca instruc-
ción. Porque los emblemas se difundieron en tapices, en estampas, en la 
pintura de las iglesias y los palacios, en medallas y botones, en el arte efíme-
ro que se ponía en las plazas cuando se erigían arcos triunfales de recibi-
miento o piras funerarias, cuando se construían palestras para las beatifica-
ciones y los certámenes literarios convocados con motivo de alguna fiesta 
religiosa, etcétera. Por esa razón es muy seguro que el autor del soneto pen-
só en el tópico de la justicia a través de la literatura emblemática. Este tópi-
co se resume en la res picta del emblema citado.30 En la figura hay una tumba 
que, cargada a la izquierda, ocupa la mayor parte del espacio. La tumba está 
apostada en un promontorio, a la orilla del mar y, pese a que tiene ornamen-
tos en las molduras de piedra, el “campo” de la lápida se encuentra vacío, 
sin ninguna inscripción que indique la identidad y la calidad del difunto. Al 
lado derecho se encuentra flotando un escudo que el agua del mar va apro-
ximando a la tumba. Al fondo se esbozan dos barcos con las velas desple-
gadas, uno cercano y otro muy alejado. También al fondo, en la parte dere-
cha, sobre la primera de unas montañas toscamente delineadas, apenas 
como una sugerencia, se bosqueja una ciudad amurallada. Al final, el epi-
grama despeja las dificultades que presenta la identificación de los objetos: 
 
Aeacidae Hectoreo perfusum sanguine scutum, 
Quod Graecorum Ithaco contio iniqua dedit, 
Iustior arripuit Neptunus in aequora iactum 
Naufragio, ut dominum posset adire suum: 
Littoreo Aiacis tumulo namque intulit unda, 
Quae boat, et tali voce sepulchra ferit: 
 
frase “lapidaria” generalmente extraída de los aurea dicta y escrita en latín, suele colocarse en la 
parte superior del emblema, a veces va inscrita en una filacteria); la res picta o figura (generalmente 
el impreso de un grabado, aunque puede ser la descripción lingüística de una figura) y el epigrama 
(un texto breve en verso). 
29 Fue uno de los libros más famosos del Renacimiento y tal vez el único que se mantuvo vigente 
y con autoridad tanto en el bando de la Reforma como en el de la Contrarreforma. Desde 1531 
(fecha de la primera edición) y hasta finales del siglo XVII, tuvo cerca de ciento cincuenta edi-
ciones en latín y en las lenguas más importantes de Europa. 
30 Aun cuando las figuras cambiaron en las diferentes ediciones, ésta es una de las imágenes que 
más se repitieron. 
-XIX- 
 
Vicisti, Telamoniade, tu dignior armis: 
Affectus fas est cedere iustitiae.31 
 
 
La ciudad bosquejada es, por lo tanto, Troya y entonces la tumba re-
presentada contiene los restos de Ayax Telamón. Este héroe aqueo, el más 
notable en las batallas después de su primo (por línea paterna) Aquiles, ven-
ció a Héctor en dos ocasiones, protegió y recuperó el cadáver de Patroclo y, 
en una acción posterior a los acontecimientos narrados en la Ilíada, fue apo-
yado por Odiseo, Hermes y Atenea para rescatar el cadáver de Aquiles 
 
31 En la edición de Santiago Sebastián (Madrid, Akal, 1985) la traducción de Pilar Pedraza dice 
“Manchado con la sangre de Héctor, el escudo del Eácida que la injusta asamblea de los griegos 
le dio al Itacense, estando en las olas tras una naufragio, lo arrastró Neptuno, más justo, para que 
pudiera ir hacia su verdadero dueño. Lo llevaron al túmulo costero de Ayax las olas que golpean 
el sepulcro y resuenan con estas voces «Venciste, Talamónida, tú eres más digno de poseer estas 
armas. Justo es que se haga justicia»”. En la primera edición española, la de Bernardino Daza 
Pinciano (Los emblemas de Alciato traducidos en rimas españolas, Lion, 1549), éste traduce en verso: 
“Perdido había el merecido escudo/ de la falsa elocuencia Ayax vencido./ Mas el justo Neptuno 
tanto pudo/ que por las ondas del mar traído/ vino a la tumba de Ayax, y aunque mudo 
/diciendo va con un bravo ruido,/ Ayax venciste. Pasión y malicia / al fin dan su lugar a la justi-
cia.” 
-XX- 
 
quien había sido muerto por una de las flechas envenenadas de Paris.32 In-
dudablemente, por parentesco, por su genealogía y por sus acciones, era el 
que merecía quedarse con las armas del Pélida, sin embargo, como se las 
disputara Odiseo, Tetis propuso un juicio que se basó en la elocuencia: cada 
uno defendería su causa en un discurso persuasivo. Con el respaldo de 
Agamenón y de Atenea, los jueces —designados entre los teucros para ma-
yor imparcialidad33— se inclinaron a favor del Laertíada. Ayax se volvió lo-
co y confundió los ganados de los aqueos con los jefes del ejército griego. 
Cuando descubrió que había mancillado su espada con la sangre de los ani-
males domésticos, lleno de vergüenza, se suicidó.34 La posteridad recreó con 
dos sentimientos encontrados el suceso: por una parte, debido a los logros 
en las escaramuzas de la Ilíada, Ayax tenía la preeminencia; por otra parte, la 
importancia de las acciones emprendidas por Odiseo fue decisiva para la 
causa de los argivos; se puede afirmar que, gracias a él, ganaron la guerra. 
Pese a que la mayor fuente mitológica del renacimiento europeo fue las Me-
tamorfosis de Ovidio y que en el juicio de las armas sepone en evidencia que 
las aportaciones de Odiseo fueron muy superiores a las de Ayax, a quien 
además se le dibuja como un hombre tosco, incapaz de comprender el signi-
ficado de los elementos labrados por Hefestos en el primoroso escudo de 
Aquiles35 (quae non intellegit, arma!), en los siglos XVI y XVII dominó la idea 
 
32 En la pintura de un ánfora ática que data del siglo V a. C. se figura a Ayax rescatando el cadá-
ver de Aquiles. Sin embargo, en el imaginado certamen oratorio de las Metamorfosis (libro XIII, 1, 
versos 284-285), Odiseo dice haber sido él quien cargó con las armas y el cadáver del Pélida para 
salvarlo de los troyanos: his umeris, his inquam, umeris ego corpus Achillis /et simul arma tuli, quae nunc 
quoque ferre laboro. La existencia de las dos versiones es sintomática de que existe la duda desde la 
antigüedad más remota y que todos los humanistas tomaron partido por alguno de los dos hé-
roes. 
33 Odisea, XI, 541-562. Ovidio dice que Agemenón (el Tantálida) quiso alejar de sí la responsabi-
lidad (onus) de un juicio y por eso reunió a los jefes griegos y a los hombres alrededor de la dispu-
ta para que todos fueran árbitros del certamen (litis). Véase Metamorfosis XII, 9, versos 626-628): a 
se Tantalides onus invidiamque removit /Argolicosque duces mediis considere castris /iussit et arbitrium litis 
traiecit in omnes. 
34 Ovidio. Metamorfosis, XIII, 2. 
35 Como sabemos, es la mayor obra de écfrasis de la literatura universal y, por el poema de He-
síodo (El escudo de Heracles), desde muy temprano se convirtió en el paradigma de las descripcio-
nes que hemos dado en llamar “écfrasis”. Por eso el escudo es la sinécdoque de todas las armas y 
el objeto más importante en la res picta del emblema de Alciato. 
-XXI- 
 
de que se había fallado injustamente en contra de Ayax, puesto que esta 
imagen del guerrero insensible y burdo había sido creada por la elocuencia 
de Odiseo para inclinar a su favor la decisión de los jueces. Por eso se enal-
tece el gesto de justicia tardía que tuvieron el mar y los vientos cuando, inci-
tados por Poseidón,36 provocaron los naufragios de Odiseo e hicieron que 
perdiera todo el botín que había cobrado en la guerra y en las incursiones 
que hizo durante los diez años que duró el asedio de Troya. Con el desastre 
de sus barcos se logró que el escudo de Aquiles volviera a quien realmente 
le correspondía. Al final, las olas arrastraron el escudo hasta la costa donde 
quedó la tumba y tandem, tandem, iustitia obtinet. 
A esto pudo referirse el licenciado Sánchez Arias con su primer sone-
to. En los tercetos que conforman el desenlace del poema, habla de la espa-
da37 de Hernán Cortés que, a semejanza de lo ocurrido en la leyenda homé-
rica, donde debió recibirla “el rayo de Milicia” (Ayax) y que, no obstante, se 
la otorgaron a “la elocuencia armada” (Ulises), a Saavedra y Guzmán se la 
conceden ambas fuerzas: la justicia, por ser heredero de los conquistadores, 
y la elocuencia por haber enaltecido sus hazañas con el “arte peregrino” de 
su poema. 
Si ligamos éste al otro soneto que le publicaron al licenciado Alonso 
Sánchez Arias, entonces vamos a encontrar completo el ideal renacentista. 
Cortés fue un soldado fuerte que entintó con sangre su espada hasta la em-
puñadura (hasta la cruz) y, como ni los pueblos de indios ni el papel ni las 
letras pudieron resistir sus golpes, sólo las piedras podrían guardar la ins-
cripción de sus hazañas (fueron dignas de la piedra o “lapidarias”). Sus ac-
 
36 Poseidón estaba en el bando de los dioses que protegían a los troyanos. Junto con Hércules y 
Apolo fue el constructor de las intraspasables murallas de Ilión. Pero su verdadera inquina contra 
Odiseo se debió a que éste engañó y cegó a su hijo Polifemo, además de burlarse de él. 
37 Se entiende que tanto el escudo de Aquiles como la espada de Hernán Cortés son sinécdoques 
de las armas en disputa. O, para decirlo en términos de Vladimir Propp, son objetos que cum-
plen una misma “función” y, por lo tanto, aunque distintos en su especificidad morfológica, son 
idénticos en su actuación como elementos narratológicos Véase Morfología del cuento. Madrid, 
Fundamentos, 1977. Pág. 47 y ss. 
-XXII- 
 
ciones fueron su elocuencia y, como Ayax, perdió lo que había ganado por 
no tener la facundia suficiente para convencer a los árbitros. 
Sabemos que la analogía no es exacta porque Cortés fue el único que 
obtuvo un título nobiliario (“Marqués del Valle de Oaxaca”), pero su causa 
fue la de sus hombres quienes perdieron las encomiendas. Como en la 
disputa imaginada por Ovidio, el hombre rudo sucumbió ante la sutileza del 
orador y la injusticia radica en que el enfrentamiento no se dio en el campo 
de batalla, un ámbito donde el soldado podía mostrar su competencia, sino 
en un terreno que no había sido el de sus hazañas.38 
Pero Antonio de Saavedra y Guzmán, el Peregrino Indiano, estaba ahí, 
en la Corte, como en un santuario (el de la Justicia quizá) para rehabilitar 
con su extenso poema la figura epónima del caudillo de los criollos no-
vohispanos. Él sí podría defender con elocuencia lo que no pudo defender 
el soldado rudo. Era el poseedor de la espada por su habilidad retórica y por 
la herencia de sus abuelos los conquistadores. Porque ésa era la pequeña 
diferencia que no advirtieron o no quisieron señalar los autores de los sone-
tos panegíricos: Saavedra —del mismo modo que había procedido Terrazas 
en su poema— no pretendía enaltecer la figura de Cortés únicamente, sino 
hacer una relación “verdadera” donde se ponderasen los hechos en su justa 
dimensión; la conquista fue una empresa colectiva y los méritos debían re-
partirse entre todos los participantes. 
No hay que poner en juego ninguna ciencia para resaltar los intereses 
políticos que se rezumaban en El Peregrino indiano. Tanto el poema épico de 
Saavedra y Guzmán como el poema épico de Francisco de Terrazas, como 
la crónica de Baltasar Dorantes de Carranza e incluso la crónica de Suárez 
de Peralta, junto a muchas otras obras y acciones más que llegaban a España 
desde América, conforman el impulso finisecular donde se expresaba la an-
gustia de un grupo de criollos que se sentía asfixiado por las circunstancias 
históricas. En sentido estricto, los nietos de los conquistadores fueron los 
 
38 Otra vez, la analogía es inexacta porque Cortés supo ganar la guerra a los numerosos pueblos 
de indios de México mediante alianzas y gran habilidad persuasiva. 
-XXIII- 
 
hijos de los primeros mexicanos. Destinados en principio para gobernar el 
Nuevo Mundo, en menos de tres décadas fueron despojados de sus benefi-
cios sin que hubieran podido defenderse de las acusaciones ni expresar ar-
gumentos a favor de su causa. Así lo entendía Saavedra y Guzmán: 
 
También han mis abuelos gobernado, 
Amparando aquel Reino en paz segura, 
Fueron de los primeros que han poblado 
La tierra, que aún estaba en apretura. 
Y el premio que de todo esto he sacado, 
Mirad señor do llega mi ventura, 
Que estoy arrinconado, viendo el fruto 
Que a otros da mi sangre por tributo. 
 
Hay como yo otros muchos olvidados,39 
Hijos y nietos, todos descendientes 
De los conquistadores desdichados, 
Capitanes y alféreces valientes: 
Los más de éstos están arrinconados, 
En lugares humildes diferentes, 
Sin tener en la tierra más que al Cielo, 
De quien sólo esperando están consuelo. 
(El Peregrino indiano. Canto XV, versos 57-72) 
 
Hernán Cortés no tuvo nunca la suficiente fuerza para ser escuchado y 
tanto en el Consejo de Indias como en la Corte madrileña los intereses esta-
ban puestos en abrir oportunidades para las olas de inmigrantes que suce-
dieron a los conquistadores. 
 
De allí los de otras partes ven juzgando 
Las provincias más gruesas del estado, 
Y al otro que ayer vino gobernando, 
Donde sangre, ni pelo no ha tocado. 
Y si aquestosse fuesen numerando, 
Y con los beneméritos restado, 
No sé si habrá uno solo entre cincuenta, 
Que a caso, por errar, salió en la cuenta. 
(El Peregrino indiano. Canto XV, versos 73-80) 
 
 
39 “Ay, como yo, otros muchachos olvidados”, es obvio que, si convenimos con esta lectura, 
estaremos condescendiendo con un verso hipermétrico. 
-XXIV- 
 
Éste fue el origen del llamado “resquemor criollo”; a este sentimiento 
acabarían sumándose una larga lista de agravios que los españoles peninsula-
res hicieron a los mexicanos y todo esto junto, más la torpe política de los 
Borbones y la invasión francesa a España, llevarían a la guerra de indepen-
dencia en el siglo XIX. 
En esto radica la importancia de El Peregrino indiano: Saavedra y Guz-
mán fue el primer criollo que publicó en España. La imprenta madrileña de 
Pedro Madrigal estaba en el negocio de imprimir poemas heroicos de temas 
americanos y temas religiosos.40 En 1587 publicó la exitosa traducción espa-
ñola de la Jersualem libertada de Torcuato Tasso que había hecho Juan Sede-
ño. Luego publicó la primera versión (1588) del Cortés valeroso, y Mexicana de 
Gabriel de Lasso de la Vega; al año siguiente hizo la primera edición de la 
tercera parte de La Araucana (1589) y, un año después, en 1590, imprimió la 
primera edición completa de las tres partes juntas del poema de Ercilla y 
Zúñiga. Este inmenso libro debió ser un negocio redituable puesto que le 
siguieron las ediciones de Barcelona (1592), Perpiñán (1596), Amberes 
(1597), etcétera, los sitios donde el “privilegio” de Madrigal no tenía juris-
dicción. Y aunque El Peregrino no reunía, ni por asomo, la calidad y la de-
manda de La Araucana, el riesgo de un impresor en aquella época era míni-
mo. Además seguramente el propio Saavedra costeó una gran parte de la 
impresión de su obra. Madrigal no era el mejor impresor de la Corte, puesto 
que Alonso Gómez y después su viuda gozaron del título de “impresor de 
Su Majestad” o “impresor del Rey Nuestro Señor” y la edición de El Pere-
grino distaba mucho del preciosismo de libros como el de Diego de Ximénez 
Ayllón, Los famosos, y eroycos hechos del ynuencible y esforçado Cauallero, onrra y flor 
de las Españas, el Cid Ruydiaz de Bivar, editado en Amberes por la viuda de 
Juan Lacio (1568). Pese a todo, la publicación de su poema le confirió un 
gran prestigio a Saavedra y Guzmán y le concedió un registro en la historia 
de la literatura. 
 
40 En 1587 publicó las Grandezas y excelencias de la Virgen señora nuestra de Pedro de Padilla. 
-XXV- 
 
Habría que hacer a todo esto una pequeña observación y es que, en 
1594, en la portada de Las Navas de Tolosa de Cristóbal de Meza (también un 
poema heroico) aparece la leyenda referida al impresor que dice: “Madrid 
por la biuda de P. Madrigal”; lo que significa que, cuando se publicó El Pere-
grino, en 1599, Madrigal ya había muerto y sus descendientes continuaban 
con la misma línea editorial. 
Menéndez Pelayo había señalado que El Peregrino era menos un poema 
épico que un memorial.41 Y es que no sólo por el tema es evidente su pro-
pósito de reivindicar a los criollos y obtener un beneficio personal o colecti-
vo, sino porque directamente lo expresó de esta manera Saavedra en el Can-
to XV de su poema: 
 
Mas no permita el Cielo, ni lo quiera, 
Que os oculte señor lo que yo entiendo, 
Desde la primer causa a la postrera, 
De las que aquí os pudiere ir refiriendo. 
Sabe Dios que no quiero, aunque pudiera 
Mostrar mucha pasión, y voyla huyendo, 
Porque aunque desta causa, el más paciente 
Soy, quien menos lo estima llora y siente. 
 
Y digo bien, que soy quien más padece, 
Pues de mi sucesión me han despojado, 
Y el que menos lo siente, porque crece 
Más que el mío, el dolor del pueblo amado: 
Y pues Fortuna la ocasión me ofrece 
Para decir. Sabed que soy casado 
Con nieta del segundo, sin segundo, 
Que ganó con Cortés el Nuevo Mundo. 
 
[…] 
 
Suplicoos sacro César, que mirando 
La razón y justicia que tenemos, 
Váis42 algo de lo dicho remediando, 
Que es grande la miseria en que nos vemos: 
Y a los más beneméritos premiando, 
 
41 Menéndez y Pelayo, Marcelino. Historia de la poesía hispanoamericana. Madrid, Librería General de 
Victoriano Suárez, 1911-1913. Vol. I, pág. XXXV. Por la detallada numeración de su ascendencia 
hasta el Infante don Juan Manuel e Isabel de Francia en los siglos XII y XIII. 
42 Quiere decir “vayáis”, pero resultaría un verso hipermétrico. 
-XXVI- 
 
Que se dé a los demás también queremos, 
Que no es tan poco justo limitarlo 
A quien cualquier virrey quisiere darlo. 
 
Y además asumía como perfectamente válido el hecho de solicitar be-
neficios alegando estricta justicia, repetimos el señalamiento del Canto XV: 
“Y el quejarnos a vos no es defendido, /Que en justicia y en ley es permiti-
do”. No es casualidad que, junto a su apariencia de memorial, se dedique 
este capítulo de El Peregrino a la narración de la ponderada batalla de Otum-
ba que destacó López de Gómara y que Bernal se limitaría a mencionar co-
mo un incidente del paso de Cortés hacia Tlaxcala después de los eventos 
ocurridos en “la noche triste”: 
 
había cerca un pueblo que se dice Otumba: la cual batalla tienen muy bien pin-
tada, y en retratos entallada los mexicanos y los tlaxcaltecas, entre muchas otras 
batallas que con los mexicanos hubimos hasta que ganamos a México… y fue 
esta nombrada batalla de Otumba a 14 del mes de julio.43 
 
Saavedra tenía que aprovechar la oportunidad de narrar la batalla de 
Otumba y destacar que “jamás victoria igual puede decirse /ni en humanas 
historias referirse” porque en la arenga de Cortés a sus soldados se centraba 
el objetivo primordial de los conquistadores: 
 
Hoy con vuestras hazañas restauramos 
La ofensa hecha a Dios injustamente, 
Y la de Carlos Quinto, en quien miramos 
Lo que a su honor es justo y conveniente.44 
 
Consignada la lisonja y con la historia de Gómara en las manos, Saave-
dra se apresuró a exaltar en el contexto la enorme desigualdad numérica que 
sólo pudo compensar el deseo de honra (“cuando un hombre el honor tiene 
ofendido /nunca jamás aquella afrenta olvida”) 
 
43 Seguramente para contradecir a López de Gómara sólo se limitó a señalar el inmenso número 
de muertos y los trabajos que los cronistas nombran como “si ya estuvieran hechos”. Véase Díaz 
del Castillo, Bernal. Historia verdadera de la conquista de la Nueva España. Madrid, Instituto “Gonzalo 
Fernández de Oviedo”, Consejo Superior de Investigaciones Científicas-Instituto de Investiga-
ciones Históricas, UNAM, 1982. Edición de Carmelo Sáenz de Santa María. Capítulo CXXVIII. 
44 Canto XV, versos 289-292. 
-XXVII- 
 
Fue el trance más terrible y riguroso, 
Que en el mundo jamás pudo ofrecerse, 
Y el más lucido campo y más vistoso 
Que en Indias ni en España puede verse, 
Por ser tan grande que era más copioso, 
Que con la pluma puede encarecerse, 
Para un solo español, dos mil había, 
Y uno a dos y a tres mil los ofendía.45 
 
La inverosimilitud de la descripción está basada en la fama que había 
creado la batalla donde un número muy grande de indios desordenados mi-
litarmente al mando de Cuitláhuac, fueron abatidos por los desesperados 
españoles y sus numerosos aliados que huían maltrechos después del desas-
tre de Tenochtitlan. Lo importante no es la verdad práctica o inmediata de 
Otumba, cuya dimensión no podemos determinar con los documentos que 
nos quedaron, sino la verdad que produjeron las crónicas posteriores y que 
retomó Saavedra para justificar su petición en la Corte madrileña: 
 
Ésta fue la batalla tan nombrada 
De Otumba, tierra llana y suficiente, 
Donde la gran victoria celebrada 
Es justo no olvidarlo eternamente.46 
 
 
45 Íbid., versos 305-312. 
46 Íbid.,versos 457-460. 
-XXVIII- 
 
4. Una segunda oportunidad para la poesía épica 
LA POESÍA ÉPICA en la lengua española se formuló en romance, el género 
más abundante y popular de nuestra lengua. El “monumento” épico de ma-
yor antigüedad que conocemos es el Poema de Mío Cid, pues empezó a circu-
lar de manera oral entre los juglares hacia el año 1050 de nuestra era y entre 
ellos alcanzó la forma y la trama que debió tener, porque seguramente en 
alguna época estuvo completo.47 Mucho tiempo después, el poema quedó 
fijado en la escritura, pero no ha llegado íntegro hasta nosotros. Actualmen-
te lo poseemos casi completo, salvo unas cuantas partes que se han restaña-
do con mucho ingenio gracias a la existencia del Carmen Campidoctoris y sobre 
todo de la Crónica de Veinte Reyes. El enorme corpus del romancero antiguo 
contiene otros poemas con el mismo tono (el del rey Rodrigo o la pérdida 
de España, el de los Infantes de Lara, el de Mudarra, el de la Condesa trai-
dora, etc.) que, junto con el Poema de Mío Cid, constituyen el núcleo de la 
poesía épica española y envuelven las referencias a los orígenes y a la forma-
ción de la cultura castellana. Para los aragoneses, los catalanes, los gallegos, 
los vascos y otras comunidades de la península ibérica, debieron existir, en 
su propia lengua, las gestas correspondientes sobre su origen y desarrollo 
local. El caso es que, siendo el castellano la lengua y la cultura dominantes, 
han adquirido, por antonomasia, la categoría de “españolas”. 
En los comienzos de la cultura escrita, el romance fue consignado co-
mo si se compusiera de versos hexadecasílabos monórrimos asonantes con 
 
47 Es difícil sostener esta afirmación. Seguramente hacia esta época sólo se había compuesto un 
primer ciclo que contenía los cantares del rey don Fernando y el de Sancho II. Para Menéndez 
Pidal el poema tuvo al menos dos etapas de creación que son posteriores a esta fecha: en la pri-
mera etapa, fue un juglar de San Esteban de Gormaz quien lo escribió unos cuatro años después 
de la muerte del Cid, entre el 1103 y el 1109. Trazó el plan general de la obra, pero sólo escribió 
la primera parte y algunos tramos de la segunda. Por su cercanía cronológica, le debemos a él 
cierta precisión de los hechos históricos. En la segunda etapa intervino un juglar de Medinaceli 
quien completó la segunda parte y escribió la tercera. Por las formas del contenido y por el estilo, 
del cual destacan las rimas, parece muy factible esta división en dos partes creativas. Para otros 
autores, el poema se compuso hacia 1207 (fecha consignada por Per Abbat en su manuscrito) 
sobre la base de las composiciones juglarescas. Para más detalles, véase el libro de Menéndez 
Pidal. El Cid Campeador. Buenos Aires, Espasa-Calpe, 1950. Col. Austral, núm. 1000. 
-XXIX- 
 
una cesura intensa,48 lo cual era menos apropiado para la realidad sonora 
que el formato de octosílabos sin rima en los versos nones (porque su final 
correspondía a la cesura de los versos de dieciséis sílabas) y con rima aso-
nante en los versos pares, tal como lo escribimos hoy. 
 
Antes 
Versos hexadecasílabos, de secuencia monórrima asonante 
con cesura intensa 
Actualmente 
Octosílabos, con rima asonante en los 
versos pares 
Quién hubiera tal ventura � sobre las aguas del mar 
 
Como la hubo el conde Arnaldos � la mañana de San 
Juan 
Quién hubiera tal ventura 
Sobre las aguas del mar 
Como la hubo el conde Arnaldos 
La mañana de San Juan 
 
El caso es que los sintagmas de ocho golpes silábicos aparecen a nues-
tra percepción como la forma más natural de “realizar” la lengua española. 
Por eso el octosílabo y, por ende, el romance con sus variantes (la canción 
popular y el corrido, entre otros subgéneros) se convirtió en la forma más 
abundante y popular de nuestra poesía. Sin embargo no siempre ha sido el 
verso de mayor uso. Hubo un espacio temporal de casi medio siglo en que 
el octosílabo fue desplazado por el heptasílabo o por una combinación de 
heptasílabos con endecasílabos para configurar la canción italiana con que 
los poetas cultos del primer siglo de oro llenaron sus cancioneros. Fue el 
espacio situado entre la introducción exitosa de los versos italianizantes ha-
cia 152649 y el surgimiento del llamado “romancero nuevo” hacia 1580. El 
 
48 Sin tomar en cuenta la posibilidad de que el Poema de Mío Cid esté en soriano con enorme influ-
jo del aragonés, y sumándonos a la idea de que está en un castellano plagado de mozarabismos, al 
complejo problema de su anisosilabismo, cuyos versos oscilan entre las diez y las veinte sílabas 
con cesura intensa, debemos señalarle una idea pragmática: la “irregularidad” en la medida de los 
versos castellanos antiguos es algo muy discutible porque en un poema, como en una canción, 
no puede haber irregularidad métrica. La hay, por momentos, si el ritmo lo pide así para provo-
car algún efecto; pero los ritmos se forman con la regularidad de los acentos, incluso los rompi-
mientos de ritmo tienen una regularidad o se insertan para detener momentáneamente el ritmo. 
Lo más probable es que la supuesta “irregularidad” de los romances antiguos (si es que están 
bien “registrados” en la escritura) se deba a la probable supervivencia de vocales largas y cortas 
que aún quedaban del latín y a los sonidos consonánticos tempranamente desaparecidos en el 
castellano que, al momento de la pronunciación, arrojaban una regularidad silábica que hoy no 
podemos “cuadrar” porque los ignoramos. 
49 Aunque no hay razón para dudar de las palabras del poeta Juan Boscán quien en su famosa 
“Carta-prólogo” a la Duquesa de Soma afirma haber introducido estos versos después de la con-
versación que sostuvo con el embajador veneciano Andrea Navagero durante las bodas del Em-
-XXX- 
 
resultado es que, justo en este periodo, durante el Renacimiento, cuando 
muchas cosas del antiguo mundo grecolatino “renacieron” o, más bien, se 
inventaron en la cultura europea, surgió la necesidad de volver a escriturar la 
épica y, con ella, se buscó la forma más idónea de imitar los hexámetros 
grecolatinos de La Ilíada, La Odisea, La Eneida, La Farsalia y otros poemas 
de los antiguos.50 Como ocurrió siempre por aquellos siglos, fueron los ita-
lianos quienes plantearon el modelo en que las lenguas romances —que ca-
recían del efecto producido por la cantidad silábica de las vocales largas y 
cortas— conseguirían un acuerdo sobre la manera de sustituir el metro épi-
co clásico. Sin la musicalidad de Homero y Virgilio se llegó a la convención 
de emplear la octava rima que andaba en la poesía popular medieval. Luigi 
Pulchi (1432-1484), Mateo Maria Boiardo (1441-1491), Ludovico Ariosto 
(1474-1533), Torquato Tasso (1544-1595), escribieron sus famosos poemas 
usando las formas métricas que había consagrado Boccaccio en el Filostrato, 
probablemente compuesto entre los años 1335 y 1340. La octava consta de 
seis versos con rimas alternadas (ABABAB) y dos versos más que confor-
man “la llave”, es decir, un pareado con una nueva rima (CC): 
 
Alcun di Giove sogliono il favore 
Ne’ lor principii pietosi invocare, 
Altri d’Apollo chiamano il valore; 
Io di Parnaso le Muse pregare 
Solea ne? Miei bisogni, ma Amore 
Novellamente m’ha fatto mutare, 
 
Il mio costume antico e usitato, 
Po’ fui di te, madonna, innamorato.51 
 
perador, en 1526, debemos tomar con prudencia la afirmación porque los poetas españoles ve-
nían intentando aclimatar los versos italianos desde mucho tiempo antes, como lo prueban los 
“sonetos fechos al itálico modo” del Marqués de Santillana. 
50 Esta re-invención de la épica fue el resultado de la inmersión en las culturas grecolatinas, pero 
se acentuó por el incipiente nacionalismo que comenzaba a surgir con el absolutismoeuropeo y 
la consiguiente formación de los estados modernos. 
51 El ejemplo es del Filostrato (I, 1-8) de Bocaccio. De la octava dice el divino Herrera: “Sin duda 
alguna fue autor de las estanzas o rimas otavas Iuan Bocacio, i el primero qu’ con aquel nuevo i 
no usado canto celebró las guerras… después comenzó Ángelo Policiano a vestir estas rimas de 
las flores latinas, hasta que el Ariosto las hizo merecedoras de su canto, i las puso en perfeción. 
Estas por explicarse en ocho versos, i comenzar i cerrarse en ellos la conclusión i el sentido del 
-XXXI- 
 
El modelo fue utilizado casi doscientos años después por Garcilaso en 
su famosísima Tercera égloga, que aun cuando no forma parte de la épica cas-
tellana, es uno de los primeros y más notables ejemplos del empleo sistemá-
tico de las octavas reales: 
 
Cerca del Tajo, en soledad amena, 
de verdes sauces hay una espesura, 
toda de hiedra revestida y llena, 
que por el tronco va hasta el altura, 
y así la teje arriba y encadena, 
que el sol no halla paso a la verdura; 
el agua baña el prado con sonido 
alegrando la vista y el oído. 
 
Con la descripción del paisaje del Tajo, con los relatos que hacen las 
ninfas de los amores infelices (Orfeo y Eurídice, Apolo y Dafne, Afrodita y 
Adonis) y con todos los detalles de la historia que envuelve a la lusitana Eli-
sa con el pastor Nemoroso, Garcilaso mostró para el castellano las posibili-
dades narrativas de la octava real y se puede decir que la preparó para la 
poesía épica.52 
Ahora bien, la poesía épica tradicional de la lengua española no se po-
día re-escribir en las nuevas estrofas y en endecasílabos como pedían los 
influyentes modelos italianos, el Morgante (Florencia, 1483) de Pulci, el Or-
lando innamorato (Florencia, 1498) de Boiardo y sobre todo el Orlando furioso 
(1516 y la versión definitiva de 1532) de Ariosto que tuvo un enorme éxito 
en la traducción española de Jerónimo Jiménez de Urrea (Amberes, Martín 
 
argumento propuesto o narración, se llaman del número dellos otava rima, y se responden alter-
nadamente desde el primero hasta el sesto verso en las vozes postreras, que se terminan semejan-
temente a los dos, que restan, que perfecionan i acaban el sentido, i por esso se llaman la llave en 
toscano, tienen unas mesmas cadencias, diferentes de las primeras, esta voz rima es alterada de 
rythmos…” Véase Obras de Garci Lasso de la Vega con anotaciones de Fernando de Herrera. Sevilla, 
Alonso de la Barrera, 1580. Págs. 648-649. 
52 Para encontrar información detallada sobre los ingredientes literarios e históricos que conflu-
yeron en la composición de esta égloga garcilasiana, véase el excelente artículo de Eugenia Fosal-
ba Vela titulado “Implicaciones teóricas del alegorismo autobiográfico en la égloga III de Garci-
laso. Estancia en Nápoles”, en Studia Aurea 5 (2009). Universidad de Girona. Disponible en la 
red: www.studiaaurea.com/articulo.php?id=98 
-XXXII- 
 
Nucio, 154953) y generó la celebrada secuela de Nicolás Espinosa La segunda 
parte del Orlando, con el verdadero suceso de la famosa batalla de Roncesvalles, fin y 
muerte de los doce Pares de Francia (Zaragoza, Pedro Bernuz, 1555), reimpreso 
en Amberes en la imprenta de Martín Nucio en 1556, 1557 y 1559 y luego 
en Alcalá en 1579. El texto de Boiardo y el de Ariosto compusieron el lla-
mado “Canon de Ferrara”, es decir, el modelo que habría de seguir la poesía 
épica culta del Renacimiento en las lenguas europeas, al que casi medio siglo 
más tarde se habría de agregar el ingrediente cristiano que aportó el poema 
de Torcuato Tasso (Gerusalemme liberata, 1575) y toda su teoría.54 Tal vez por 
eso, por su adaptación a las nuevas formas épicas europeas, por esa suerte 
de formato “moderno” que incorporaba el canon de Ferrara, tuvo tanta 
demanda la traducción española en octavas reales de la Eneida virgiliana he-
cha por Gregorio Hernández de Velasco en 1555. Se hicieron catorce edi-
ciones que desde luego contribuyeron a fijar el modelo de la poesía épica. 
Aunque seguramente hubo intentos por refrescar la antigua poesía épica 
española en las nuevas estrofas, como fue el caso de Diego Ximénez de Ay-
llón con Los famosos, y eroycos hechos del ynuencible y esforçado Cauallero, onrra y flor 
de las Españas, el Cid Ruydiaz de Bivar… (Amberes, Viuda de Juan Lacio, 
1568), indudablemente la tradición y la historia pesaban sobre la moda y 
acabaron imponiéndose para dejar en paz el corpus de romances que se re-
ferían a la “Reconquista” y orientar la nueva poesía épica hacia los temas 
actuales: las supuestas hazañas de Carlos V en sus logros militares.55 Surgie-
 
53 Frank Pierce contó diecinueve ediciones de esta traducción. Véase La poesía épica del siglo de oro. 
Madrid, Gredos, 1968. (Biblioteca Románica-Hispánica, Estudios y ensayos, núm. 51). Pág. 222. 
54 El poema de Tasso se leyó en italiano aunque la traducción española de Juan Sedeño fue bien 
acogida (Ierusalem libertada, poema heroico de Torquato Tasso, traduzido, al sentido, de lengua Toscana en 
Castellana. Madrid, Pedro Madrigal, 1587). La teoría de Tasso consta de tres famosas obras en 
prosa: Discorsi dell’ Arte poetica e in particolare sopra il poema eroico (en tres partes compuestas en 1564, 
1567 y 1570), fueron publicados hasta 1587 y se encuentran disponibles en la red: 
http://www.classicitaliani.it/index082.htm, la segunda obra se titula Discorsi del poema eorico (1594) 
y la tercera es la Apologia in difesa della “Gerusalemme liberata” (1585, disponible en internet, en la 
dirección: http://www.classicitaliani.it/tasso/prosa/Tasso_apologia_Gerusalemme.htm). 
55 Aunque Pedro Piñero Ramírez en su excelente artículo menciona que la épica renacentista 
tomó dos caminos, el de la “reconquista” y el tema americano, basta ver el catálogo de Frank 
Pierce para percatarse de la ausencia casi total de los temas épicos tradicionales en este período. 
-XXXIII- 
 
ron así los enormes poemas épicos de Jerónimo Sempere (La Carolea, Va-
lencia, 156056) o el de Luis Zapata (Carlo Famoso, Valencia, 156657). Y, unos 
años después, con motivo del suceso más grande “que vieran los siglos pa-
sados y verán los venideros” —como decía Cervantes de la batalla de Le-
panto—, el Austriadis Carmen de Juan Latino (1573), La Naval de Pedro 
Manrique (Ms. Inédito BNM 3942), el poema de Jerónimo de Corte Real 
Felicísima victoria concedida del cielo al señor don Juan de Austria, en el golfo de Lepan-
to de la poderosa armada otomana, en el año de nuestra salvación de 1572 (Lisboa, 
Antonio Ribero, 1578) y La Austriada de Juan Rufo (Madrid, Alonso Gó-
mez, 1584).58 Y, con éstos, naturalmente aparecieron los temas de las con-
quistas americanas y con ellos el mejor poema épico que se escribiera en 
castellano bajo el influjo de la poesía italianizante: la primera parte de La 
Araucana de Alonso de Ercilla y Zúñiga (1569). Tuvo un éxito editorial sin 
precedentes y alcanzó la rarísima suerte de que tanto la segunda parte (1578) 
como la tercera (1590) fueran igualmente acogidas por los lectores.59 Sus 
logros literarios (lenguaje, formas, temas) representaron una nueva oportu-
nidad para la épica española en el sentido más pleno, puesto que en un for-
mato moderno, totalmente actualizado, mostraba a los lectores peninsulares 
la fuente de identificación nacional y, con el ingrediente cristiano, el recono-
cimiento de la encomienda divina que habían recibido los españoles con el 
descubrimiento y la conquista de América. 
 
 
 
Véase el artículo de Piñero “La épica hispanomericana colonial” en la Historia de la literatura hispa-
noamericana coordinada por Luis Íñigo Madrigal. Madrid, Cátedra, 1992. Págs. 161-188.

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