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UNIVERSIDAD NACIONAL AUTÓNOMA DE MÉXICO PROGRAMA DE POSGRADO EN HISTORIA DEL ARTE FACULTAD DE FILOSOFIA Y LETRAS INSTITUTO DE INVESTIGACIONES ESTÉTICAS EL PINTOR Y DORADOR FRANCISCO MARTÍNEZ (ca. 1692-1758) TESIS QUE PARA OPTAR POR EL GRADO DE DOCTORA EN HISTORIA DEL ARTE PRESENTA: Ligia Alethia Fernández Flores TUTOR PRINCIPAL Mtro. Rogelio Ruiz Gomar Campos Instituto de Investigaciones Estéticas TUTORES Dra. Martha Fernández García Instituto de Investigaciones Estéticas Dr. Gustavo Curiel Méndez Instituto de Investigaciones Estéticas Dra. Elisa García Barragán Instituto de Investigaciones Estéticas Dra. Rocío Gamiño Ochoa Instituto de Investigaciones Estéticas CIUDAD DE MEXICO, NOVIEMBRE 2017 UNAM – Dirección General de Bibliotecas Tesis Digitales Restricciones de uso DERECHOS RESERVADOS © PROHIBIDA SU REPRODUCCIÓN TOTAL O PARCIAL Todo el material contenido en esta tesis esta protegido por la Ley Federal del Derecho de Autor (LFDA) de los Estados Unidos Mexicanos (México). El uso de imágenes, fragmentos de videos, y demás material que sea objeto de protección de los derechos de autor, será exclusivamente para fines educativos e informativos y deberá citar la fuente donde la obtuvo mencionando el autor o autores. Cualquier uso distinto como el lucro, reproducción, edición o modificación, será perseguido y sancionado por el respectivo titular de los Derechos de Autor. 3 AGRADECIMIENTOS A través de estas líneas, le expreso mi agradecimiento a las siguientes personas: A mi comité tutorial: a la maestra Juana Gutiérrez Haces (quien dirigió esta tesis en sus inicios); al maestro Rogelio Ruiz Gomar, a la doctora Martha Fernández García, al doctor Gustavo Curiel Méndez, a la doctora Elisa García Barragán y a la doctora Rocío Gamiño Ochoa; a todos ellos les agradezco la cuidadosa lectura del manuscrito, su orientación académica, sus observaciones y las correcciones que me hicieron a lo largo de la investigación, ya que redundaron en un mejor trabajo. A mi querida familia: a mis abuelas Divina Esperanza y Gloria; a mis padres Marcelo y Josefina; a mis tíos Enrique y Angélica; Adolfo y Eleonora; Héctor y Ana María; a mis hermanas Nelia, Marcela, Alejandra y Elisa; a mis primos Carolina, Elizabeth, Angélica, Enrique, Adolfo, Dorian, Fátima, Ileana, Luciana, Héctor, Andrés, Abraham, Federico, Jorge e Ivette; a mis sobrinos Lizi, Martín, Andrés, Mariana, Julián, Ruth, Guido, Tomás, Luciano y Jerónimo; todos ellos siempre me han demostrado su cariño incondicional y su apoyo en todos los aspectos de mi trabajo y de mi vida. A doña Martha Flores y Alejandra Flores, el mismo sentir y agradecimiento. A mis queridos amigos y colegas: Guadalupe Gómez-Aguado, Melinda Cásares Gil, José Luis Palacio, Roberto Paz Neri, Rommel Scorza, Paula Revenga, Ana María Torres, Erandi Hernández, Maribel Carmona, Roberto Muñoz, Claudia Cárdenas, Silvia Fernández, Patricia Bourdon, Diana Zúñiga, Luis Fernando Rodríguez, Claudia Hernández, Norma Rajz, Viridiana Figueroa, Gerardo Gervasio, Otilio Silva, Oscar Ruiz, Roberto Ferrer; a la maestra Rosario Gutiérrez Haces y a Mayavel Saborío, a todos ellos les agradezco su amistad, su cariño y su aliento. Gracias por estar conmigo y apoyarme de manera incondicional en los momentos más difíciles. También expreso mi agradecimiento a los siguientes académicos, colegas y autoridades de museos e instituciones públicas y privadas, quienes me facilitaron información bibliográfica, documental y fotográfica sobre Francisco Martínez y sus obras, así como la autorización para ingresar a las colecciones: Mtro. Rogelio Ruiz Gomar, Dr. Gustavo Curiel, Dr. Oscar Flores, Lic. Gerardo Vázquez, Dra. Clara Bargellini, Ing. Víctor Hugo Zamora y Lic. Cecilia Gutiérrez del Instituto de Investigaciones Estéticas de la UNAM. A Alena Robin Pare; a la Lic. Julieta Susana Ruiz Montes, Jefe del Departamento de Pago en Especie del Museo de Arte de la Secretaría de Hacienda y Crédito Público (Antiguo Palacio del Arzobispado); al Lic. Salvador Ortiz Valdez, Jefe del Archivo del Cabildo Metropolitano de la Arquidiócesis de México (q.e.p.d.); a la Lic. Elena Sánchez Cortina, directora del Museo de Vizcaínas; a las licenciadas Lizzeth Ariadnee 4 Armenta García e Itzel Sánchez Alonso, del ENCRyM; a la Lic. Oliva Fuentes Ortega, responsable de Catalogación del Museo de Bellas Artes de Toluca; a los Padres Carmelitas Descalzos de la Ciudad de Toluca: Rogelio Herrera García, Tomás Hostos Ríos y Carlos Martínez Aguilar; a la Lic. Gina Ulloa Cristóforo, directora del Museo Regional de Nuevo León y al fotógrafo Oscar Chávez Chávez, del mismo Museo; a la Lic. Alejandra Cortés, Directora del Museo Nacional del Virreinato y a su equipo de colaboradores; al padre Eloir Blanco, de la iglesia de Nuestra Señora de la Asunción Nonoalco; al maestro Adolfo Martínez Romero; a la Mtra. Citlalli Luna; al fotógrafo Hugo Uribe Velasco y al doctor Oscar Molina Palestina. También le agradezco todo su apoyo a Héctor Ferrer, Gabriela Sotelo, Brígida Priego y Teresita Rojas, colaboradores infatigables de la Coordinación del Posgrado de Historia del Arte, quienes con excelente disposición siempre me brindaron su apoyo y orientación durante mis estudios. Finalmente, a Oscar Flores, le agradezco su infinito amor y su generosidad; gracias por compartir conmigo tu sabiduría, tu espacio y tu tiempo. A la maestra Juana Gutiérrez Haces, a quien siempre recuerdo con nostalgia y cariño, le agradezco mi formación académica y su ejemplo al compartir sus profundos conocimientos y hacerme partícipe de numerosas experiencias, pues ella nunca dejó de ser una “maestra de vida”. 5 EL PINTOR Y DORADOR FRANCISCO MARTÍNEZ (ca. 1692-1758) Índice General Tomo I Introducción 7 Capítulo 1. Fortuna crítica 15 Capítulo 2. Perfil biográfico, formación artística y organización de su taller 2.1 Noticias biográficas 45 2.2 La formación de Francisco Martínez como pintor-dorador 67 y su vinculación con otras actividades artísticas 2.3 Consideraciones sobre la estructura interna, procedimientos y técnicas artísticas en el taller de Francisco Martínez 97 Capítulo 3. Francisco Martínez y los conflictos laborales de los artistas novohispanos 105 3.1 Los antecedentes. Usos laborales y prácticas gremiales 108 3.2 La transición: del gremio de pintores y doradores a las academias de pintura 132 3.2.1 La fundación de una Academia de Pintura en 1754-1755 152 3.3 La defensa de la “liberalidad de las artes” 174 Capítulo 4. El desarrollo artístico de Francisco Martínez 188 4.1 Pintor 189 4.2 Dorador 288 4.3 Retablista 327 6 4.4 Realizador de obras efímeras (túmulos, arcos de triunfo, tablados, monumentos de semana santa) y artefactos artísticos 367 4.5 Inspección de imágenes 387 4.6 Tasador de pintura y escultura 391 Catálogo de obra Catálogo de pintura 393 Catálogo de trabajos de dorado 611 Catálogo de retablos 621 Catálogo de obras efímeras 629 Conclusiones 643 Siglas 647 Lista de imágenes 649 Bibliografía 661 Tomo II Apéndice documental 1-492 7 INTRODUCCIÓN Una de las dificultades inherentes al estudio de los artistas novohispanos, particularmente el de los pintores del siglo XVIII, es la carencia de trabajos monográficos que ofrezcan un panorama general de su quehacer artístico, de sus relaciones con otros artífices -especialmentecon aquellos vinculados con su misma profesión-, así como de su participación en los procesos y desarrollo del arte virreinal. Después de revisar con atención la bibliografía especializada, es posible afirmar que se ha avanzado muy poco en este campo, en buena medida porque se han privilegiado las investigaciones sobre la pintura de los siglos XVI y XVII en comparación con la del último siglo virreinal. Por ello, el presente trabajo tiene como propósito estudiar la figura de Francisco Martínez (ca. 1692-1758), uno de los artistas novohispanos más importantes de la primera mitad del siglo XVIII, quien profesionalmente dedicó su vida a ejercer diferentes actividades como pintor, dorador, retablista y diseñador de arquitecturas efímeras. Francisco Martínez ha corrido con escasa fortuna crítica por parte de los autores que se han dedicado al estudio del arte virreinal. En términos generales se han referido a su trabajo como artista del pincel insertándolo en la nómina de maestros dedicados a esa profesión sin ahondar en las características plásticas de sus obras. También, en su faceta como dorador de retablos, se le ha abordado superficialmente, destacando su trabajo en esta especialidad sólo por la asociación laboral que mantuvo con Jerónimo de Balbás y Felipe de Ureña, dos de los principales maestros del periodo. Con relación a sus otras actividades, a pesar de que en los últimos años se han localizado un número considerable de noticias documentales relacionadas con su participación en la manufactura de retablos y obras efímeras, -lo que ha permitido tener una visión más amplia de sus actividades y mayores elementos de análisis para comprender su producción-, no se cuenta todavía con una obra en donde se analice, vincule y confronte esta información. Frente a esta carencia de estudios relacionada con el artista objeto de esta investigación, también se pueden mencionar otros ejemplos que permiten 8 constatar la escasa atención que en general se ha dado a las artes de todo el periodo, pues el mismo problema se presenta al estudiar a los arquitectos y a los maestros que trabajaron en la manufactura de retablos, básicamente escultores y ensambladores. A pesar de que contamos con algunas aproximaciones a la vida y obra de artífices tan importantes como los arquitectos Pedro de Arrieta y José Eduardo de Herrera; los ensambladores Jerónimo de Balbás y Felipe de Ureña, - por citar sólo a cuatro destacados maestros-, tenemos enormes lagunas sobre los artistas de la primera mitad del siglo XVIII, ya que solo se les ha abordado de manera muy general, sin estudiar con cuidado sus obras y sin establecer las relaciones laborales que debieron existir entre ellos. Es por ello, que la finalidad de esta tesis es elaborar una monografía artística en donde se estudia la vida y la obra de Francisco Martínez de una manera integral, contextualizándola en el arte y cultura de su tiempo. Considero que esta forma de abordar el tema es imprescindible en el trabajo de reconstrucción histórico-artística, pues no solo permite conformar un perfil biográfico, sino que es posible identificar problemas, deducir influencias y modelos, comparar estilos y definir procesos de continuidad y ruptura; todo ello con la finalidad de conformar un panorama más completo de los variados y complejos aspectos de la historia del arte virreinal de México. El presente trabajo consta de cuatro capítulos, un catálogo de obra y un apéndice documental como referimos a continuación: El Capítulo 1 inicia con la revisión historiográfica en donde se retoman todas las noticias que han contribuido a la fortuna crítica sobre Francisco Martínez. En este apartado consigné la información bibliográfica sobre el artista, por lo que se incluyen obras escritas desde la época virreinal hasta nuestros días. En este sentido, el conocimiento y la revisión de la bibliografía especializada fue necesaria para poder entender la manera en que se gestó y desarrolló el conocimiento sobre el maestro, así como las aportaciones que diversos autores han realizado acerca de su obra a lo largo de tres siglos. El Capítulo 2 está dedicado a la biografía del pintor, su formación artística y la organización de su taller. En este apartado incluí las pocas 9 noticias documentales que reuní sobre su vida, a través de la consulta directa de la documentación procedente de archivos históricos y la que ha sido consignada en la bibliografía especializada. Cabe señalar que resultó muy difícil abordar esta primera parte del capítulo, ya que no localicé información más detallada sobre su entorno familiar más cercano, por lo que tampoco pude saber cuál fue su educación en los primeros años y qué lo motivó a dedicarse a la práctica artística, ya que los datos fragmentarios que se conservan para poder realizar un esbozo biográfico son los que refirió el propio artista en su testamento y los que pudimos establecer a través de la consulta de FamilySearch, base de datos creada por la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los últimos días, quienes han tenido acceso a los archivos parroquiales de México y pudieron consignar los datos resguardados en estos repositorios. Gracias a la información recopilada, indagué un poco más sobre el núcleo familiar compuesto por su esposa e hija fallecidas prematuramente, su sobrino y la adopción de dos huérfanas, quienes vivieron con él hasta el fin de sus días. En este capítulo también abordé la instrucción que Francisco Martínez pudo recibir en un taller novohispano, pues al desconocer con quién realizó su formación como pintor y dorador es difícil esclarecer en qué taller y con qué maestro inició su etapa de aprendizaje, lo cual sería de suma utilidad para poder vincular esos primeros años a un entorno profesional y definir sus influencias artísticas. Ante la carencia de estas noticias, traté de establecer, a través de instrumentos legales y estudiando la formación de los artistas del pincel y del dorado en España, cómo pudieron transcurrir esos años formativos en el entorno del obrador. Por otra parte, también sabemos que Francisco Martínez se dedicó a contratar la manufactura de retablos, tarea que lo vincula con otra actividad distinta a la de su formación como pintor y dorador. A este respecto, el maestro Jorge Alberto Manrique y Guillermo Tovar de Teresa ya había manifestado que no existía un tipo de profesionista específico para fabricar retablos, pues señalaron que podían contratar su fabricación lo mismo un arquitecto, un ensamblador, un pintor o un escultor, quienes a su vez –contraviniendo lo estipulado en las ordenanzas de sus respectivos gremios–, se inmiscuían en el 10 campo de otros artífices y subcontrataban a los maestros necesarios según las especialidades requeridas para la factura de estas obras. Así por ejemplo, cuando Francisco Martínez contrató la realización de numerosos retablos, además de revisar su participación, tuve que analizar las repercusiones en su quehacer artístico, por lo que otro aspecto de la investigación, estrechamente vinculada con ambas cuestiones, fue analizar la crisis gremial que se experimentó en el último tercio del siglo XVII y durante casi todo el siglo XVIII, tanto en los artistas del pincel, del dorado, como en los que trabajaban la madera. En este sentido, los conflictos de ambos gremios fueron analizados a partir de los trabajos llevados a cabo por Rogelio Ruiz Gomar, María del Consuelo Maquívar y Guillermo Tovar de Teresa, quienes no sólo han abordado la problemática del gremio de pintores y doradores, sino también el de los escultores, ensambladores, entalladores, carpinteros y violeros. Acorde con ello, fue necesario hacer una relectura de las respectivas ordenanzas, así como de su aplicación práctica y su vinculación a través del funcionamiento de los talleres y los mecanismosde trabajo en ellos desarrollados, para poder entender y explicar la participación de Francisco Martínez en un campo aparentemente ajeno al de su formación como pintor y dorador. Finalmente, en este capítulo incluí una serie de consideraciones sobre la estructura interna, los procedimientos y las técnicas que debieron de utilizarse en el taller de Francisco Martínez, ya que para el ámbito virreinal, hasta el momento no he localizado un documento que nos refiera estas cuestiones que considero de suma importancia para comprender la dinámica laboral al interior de su obrador. El capítulo 3 aborda la problemática gremial y el establecimiento de vínculos y relaciones sociales y profesionales entre artífices de diferentes corporaciones desde el siglo XVI, ya que a mi modo de ver estos antecedentes permiten entender cómo las dinámicas laborales incidieron en el desarrollo que tuvieron las artes durante la época virreinal. Por medio de la revisión bibliográfica, de las aportaciones que han hecho connotados investigadores del periodo novohispano y la consulta directa de las fuentes documentales, pude 11 comprobar que las relaciones que pudieron existir en el ámbito gremial no se deben restringir únicamente al aspecto laboral, habida cuenta que los artistas del siglo XVIII compartieron una misma y constante preocupación por el reconocimiento social y laboral de sus respectivas disciplinas. Considero que estos presupuestos crearon un ambiente propicio que hizo que los artífices, particularmente los de la primera mitad de la centuria, establecieran lazos más cercanos y dinámicos entre sí y un caso paradigmático de esta compleja y específica problemática es la figura de Francisco Martínez, quien realizó actividades en distintas ramas artísticas. Es importante señalar que recientemente se empezó a valorar el esfuerzo llevado a cabo por los pintores novohispanos de la primera mitad del siglo XVIII, entre los que se encuentra Francisco Martínez, como artistas cuya labor se enmarcaba en una serie de ideas en torno a la liberalidad de su arte. En consecuencia, el análisis de estas expectativas artísticas y sociales han planteado nuevas interrogantes en torno a los procesos y a las figuras que compartieron esta problemática, particularmente los intentos por cambiar radicalmente su posición social y laboral. Es por ello, que en este capítulo explico cómo en las primeras décadas del siglo XVIII se produjeron una serie de circunstancias favorables que propiciaron que numerosos artistas del pincel intentaran elevar su condición profesional y su estatus social; así pues se explica cómo su oposición sistemática a conformarse como gremio, la fundamentación de sus alegatos por medio de la teoría artística y la fundación de las academias, que buscaron convertirse en espacios de aprendizaje y discusión teórica, sirvieron para distanciarse de los gremios. También referimos que a pesar de todo ello, la resistencia y pasividad de las autoridades peninsulares y virreinales poco o nada se modificaron, ya que transcurrieron varias décadas hasta llegar a la fundación y establecimiento de la Real Academia de las tres Nobles Artes de San Carlos, en el último tercio del siglo, para oficializar las posturas anteriormente señaladas. Respecto a esta problemática y en el estado actual de mi investigación, no encontré ninguna referencia de que Francisco Martínez adoptara una posición teórica o vinculada con la tratadística, ya que en la documentación contractual no dejó constancia 12 sobre estos aspectos relacionados con su quehacer artístico, lo que contribuye a velar una faceta que me hubiera permitido valorar mejor su postura intelectual. Aunque carecemos de esta información, su decidida participación en los actos de encumbramiento y defensa de la pintura son la confirmación de su compromiso social e intelectual con sus colegas, y así lo explicamos al momento de abordar esta cuestión. El Capítulo 4 se refiere a la producción artística de Francisco Martínez, por lo que en este apartado analicé el catálogo de sus obras, tanto las que conciernen a la pintura, como al dorado, la manufactura de retablos y las obras de carácter efímero; también refiero su participación en otros trabajos relacionados con avalúos, inventarios de bienes e inspecciones. Respecto a su faceta como pintor, por el número de obras conservadas y por las fragmentarias noticias documentales que logré reunir, pude inferir que Francisco Martínez contó con un excelente taller, el cual produjo numerosos encargos pictóricos que actualmente se localizan en diversos lugares de la República Mexicana, como la Ciudad de México, el Estado de México, Puebla, Hidalgo, Guadalajara, Aguascalientes, Zacatecas, San Luis Potosí y Chihuahua, por citar solo algunos de los más importantes, así como en colecciones públicas y privadas de México y del extranjero. En este aspecto, Francisco Martínez atendió los encargos de una amplia clientela religiosa y civil para quienes realizó diversas obras con diferentes temáticas. Debido a que no pude encontrar mayores referencias documentales sobre su actividad en este ramo, decidí establecer una cronología estilística con base en las pocas obras fechadas que se conservan y a partir de ellas, abordar el análisis de los lienzos que carecen de ella. De esta manera, en el trabajo propongo estudiar el desarrollo pictórico del artista empleando todas las pinturas que pude localizar e integrando las que pueden atribuirse a su pincel, con lo cual conformé un corpus más completo y coherente de su producción plástica. Por el número de obras y por la extensión que ello supone, no pude analizar con el detalle y la minuciosidad que se requiere cada una de ellas, no obstante, explico brevemente las razones por las que fueron integradas en cada periodo. Tampoco fue posible realizar el análisis iconográfico (salvo en algunos casos), pues ese trabajo también rebasaba con mucho la extensión de 13 la tesis, por lo que decidí centrar mis esfuerzos en establecer una periodización estilística que nos permita valorar su desarrollo pictórico en el ámbito de los artistas del pincel activos en la primera mitad del siglo XVIII. Respecto a su labor como diseñador y tracista de retablos y obras efímeras, contamos con suficiente documentación que permite estudiar estas actividades desarrolladas desde los inicios de su carrera, lo que supuso un cambio que incidió sustancialmente en su carrera. En este sentido, es indiscutible la trascendencia y las repercusiones que tuvieron sus trabajos, particularmente por la relevancia de las empresas en las que participó, así como su colaboración con artistas tan destacados en el campo de la escultura y el ensamblaje como Juan de Rojas, Jerónimo de Balbás, Felipe de Ureña, José [Lázaro] Xuárez y Francisco de Anaya, con quienes estableció una relación laboral. Por ello, en este rubro también abordé el polifacético papel que desempeñó nuestro artista, quien al igual que los ensambladores y escultores de su época, fue capaz de llevar a cabo tanto el proyecto como la ejecución de un retablo, es decir, la realización del diseño o la traza y probablemente encargarse de la supervisión del trabajo de los operarios y en caso necesario, hacer el traslado a otro taller que lo pudiera manufacturar. Gracias a las restauraciones y a la luz de recientes investigaciones sobre las técnicas empleadas en los talleres novohispanos, es posible saber que en la factura de los retablos se desarrollaron diversos procedimientos cada vez más sencillos y expeditos. Dichos conocimientos nos permiten inferir la participación de nuestro artista en proyectos de diferente escala y magnitud. Cabe señalar que la investigación en diferentes archivos históricos y fondos documentales fue fundamental para poder abordar la vida y la trayectoria profesionalde Francisco Martínez, por lo que en la elaboración de los cuatro primeros capítulos de este trabajo, consulté los siguientes repositorios: Archivo General de la Nación, Archivo Histórico del Archivo General de Notarías de la Ciudad de México, Archivo del Cabildo de la Catedral de México, Archivo Histórico de la Ciudad de México, Archivo Histórico del Centro de Estudios de Historia de México CARSO, Archivo Histórico del Museo Nacional de Antropología e Historia y el Archivo General de Indias de Sevilla, 14 España. También fueron consultados los fondos bibliográficos de la Biblioteca Nacional de México, la Biblioteca Nacional de Madrid y la Biblioteca Nacional de Antropología e Historia, en donde se resguardan impresos y manuscritos que fueron revisados en el transcurso de la investigación. El apartado referente al Catálogo de obra fue dividido en cuatro secciones: pintura, dorado, retablos y monumentos efímeros. En este capítulo consigné la ficha técnica de las obras que pude localizar y documentar e incluí el registro fotográfico de cada una de ellas, de tal forma que se pueda consultar por apartados y de manera cronológica. Finalmente, en este trabajo incluyo un Apéndice documental conformado por ciento dos documentos que no sólo refieren la práctica artística de Francisco Martínez, sino también aquellos protocolos relacionados con las problemáticas expuestas a lo largo de toda la tesis. Cabe señalar la importancia de estas fuentes, ya que en su gran mayoría proceden de la bibliografía especializada, no obstante, estas noticias documentales no han sido paleografiadas y mucho menos publicadas. Por ello, mi intención fue incluirlas en este apéndice para actualizar, sistematizar y dar a conocer toda la información documental sobre este notable artífice, ya que a través de su consulta se logra un mejor entendimiento de su actividad artística y profesional y pueden servir para futuras investigaciones, ya que su utilidad no radica solo en la abundancia y la diversidad de información que se puede colegir en cada documento, sino en su constante relectura e interpretación. A este respecto, pude recopilar una cantidad importante de referencias vinculadas con sus trabajos como dorador y retablista, aunque las noticias en torno a su actividad pictórica siguen siendo escuetas y fragmentarias. Por lo anteriormente expuesto y a manera de conclusión de esta introducción, considero que la problemática que representa el análisis monográfico de un artista, en este caso el pintor y dorador Francisco Martínez, aún puede derivar en nuevas propuestas de interpretación, gracias a los testimonios documentales, bibliográficos y artísticos que aquí se presentan y que permitirán seguir bordando sobre la vida y la obra de los maestros novohispanos, así como de otras cuestiones inherentes al quehacer artístico y profesional de los artistas del siglo XVIII. 15 CAPÍTULO 1. FORTUNA CRÍTICA Durante muchos años la vida y la obra de los pintores novohispanos del siglo XVIII despertaron escasa atención entre los especialistas de la historia del arte virreinal, en parte por considerar que esa época fue poco afortunada en el plano pictórico, al quedar eclipsada por la magnífica producción de la centuria que le antecedió. No obstante, en la actualidad existe un enorme interés por revalorar a los maestros del pincel y estudiar las aportaciones que realizaron en sus diferentes facetas como artistas. Si bien es cierto que la figura de Francisco Martínez no ha dejado de interesar a los investigadores que han estudiado a los artífices novohispanos del siglo XVIII, particularmente en su faceta como pintor y dorador, en términos generales se puede afirmar que son dos aspectos fundamentales para abordar su biografía y su trayectoria profesional los que han prevalecido: la publicación de noticias documentales y el registro de las obras que han ido apareciendo. No obstante, las importantes aportaciones de los primeros historiadores que sentaron las bases del estudio del arte virreinal, todavía existe un conocimiento parcial e incompleto del personaje, pues muy pocos autores han contribuido a profundizar, revalorar, e incluso resignificar su figura como uno de los maestros más importantes de su época. Debido al carácter polifacético de las actividades que ejerció a lo largo de más de cuarenta años de vida profesional, Francisco Martínez (ca. 1692-1758) fue un artista paradigmático, cuya capacidad para diversificar y desempeñar con éxito las empresas en las que tuvo una activa participación, le permitieron ocupar un lugar destacado en el entorno artístico y social de la primera mitad del siglo XVIII en la Nueva España. Pintor, dorador, retablista, diseñador de arquitectura efímera y “escenógrafo”, Martínez fue autor de obras que en su época causaron admiración y reconocimiento, tanto en los círculos religiosos y civiles, como en el medio artístico en el que desarrolló su actividad profesional. Como se analizará en los siguientes párrafos (los cuales fueron sistematizados cronológicamente), las opiniones que reflejan la valoración sobre su figura a lo largo de tres centurias varían sustancialmente respecto de la de 16 otros pintores del periodo, y aunque su personalidad artística se ha destacado como una de las más importantes, muy poco se ha dicho de las características de su trabajo.1 Cabe señalar que en las opiniones y juicios de valor vertidos en torno al artista, ha prevalecido un criterio formalista afín a los enfoques teóricos y metodológicos de la época en la que fueron emitidos y acorde con ello, reflejan los intereses de los autores en destacar principalmente valores plásticos de sus obras. Siglo XVIII Aunque no se conservan numerosos testimonios contemporáneos acerca de la obra de nuestro personaje, existen tres elogios literarios que nos permiten entender el nivel de prestigio que alcanzó Francisco Martínez en su larga y prolífica carrera profesional. La elocuencia con la que enaltecen el trabajo que ejecutó son testimonios del aprecio que gozó en vida. Es bien sabido que en el virreinato no fue una práctica común el destacar, o incluso mencionar siquiera, el nombre del artífice que realizaba un trabajo determinado. Para los cronistas y escritores fue más relevante ensalzar aquellas empresas constructivas y artísticas relacionadas con un acontecimiento y describir, en ocasiones con gran detalle y grandilocuencia, una obra o varias de ellas, particularmente si su hechura se encontraba ligada a un patrono importante, a una corporación eclesiástica o laica, o bien, a un acto civil, político o religioso que exaltara el suceso. Así, el primer autor que nombra al pintor fue el criollo José de Villerías, quien en el opúsculo titulado Llanto de las estrellas al ocaso del sol anochecido en el Oriente… 2 refiere como las autoridades de la Ciudad de México 1 Me refiero concretamente a la valoración que la crítica historiográfica ha realizado en torno a la vida y obra de pintores como Juan y Nicolás Rodríguez Juárez, José de Ibarra y Miguel Cabrera, quienes son los más citados, en detrimento de artistas menos afortunados o escasamente reconocidos como es el caso del pintor que nos ocupa, así como de Antonio de Torres, Juan Francisco de Aguilera, Francisco Antonio Vallejo, Juan Patricio Morlete Ruiz, José de Páez, José de Alcíbar y otros, cuyos méritos artísticos siguen a la sombra de los maestros enunciados. 2 José de Villerías, Llanto de las estrellas al ocaso del sol anochecido en el Oriente. Solemnes exequias, que a la augusta memoria del serenissimo, y potentissimo señor Luis I. Rey de las Españas, celebro el Excmo. Sr. D. Juan de Acuña, Marqués de Casa-Fuerte, Cavallero del Orden de Santiago, y Comendador de Adelfa en la de Alcántara, General de los Reales Exèrcitos,Virrey 17 dispusieron realizar las honras fúnebres por la muerte del rey Luis I de Borbón en 1724. Para ello, se erigió el túmulo debajo del cimborrio de la catedral Metropolitana, por lo que los oidores Gerónimo de Soria y don Pedro Malo de Villavicencio contrataron al escultor Juan de Roxas para erigir el monumento y la pintura que lo decoraba le fue encargada a nuestro artista: “La pintura fe encomendò al Mrô. Francifco Martinez, que afsimifmo fuè el que fe convino â menos cofta, y eftá baftantemente acreditado en Mexico, por lo mucho y muy excelente, que fe trabaja en fus Obradores.”3 La descripción del tema estuvo a cargo del bachiller Francisco Xavier de Cárdenas. De acuerdo con el grabado publicado en el libro de Villerías, la pira fue construida encima de un gran zócalo y estaba compuesta por dos cuerpos y un remate; en el primero había ocho esculturas representando a los planetas y veinte emblemas de las constelaciones. Bajo el artesón y rodeado de numerosas columnas se colocó el catafalco con un cetro y una corona de oro y piedras preciosas. El segundo cuerpo tenía una gran pintura que representaba al rey en un carro tirado por cuatro caballos y remataba con un enorme pináculo coronado con una estrella. La segunda referencia de época virreinal, en donde se menciona a Francisco Martínez procede del presbítero Juan Francisco Sahagún de Arévalo y Ladrón de Guevara, quien en las Gacetas de México publicó una noticia acerca de los festejos de San José, patrono de la Nueva España, realizados en la capital el 15 de abril de 1731. Con motivo de tal celebración, los miembros de Governador, y Capitán General de esta Nueva España, y Presidente de la Real Audiencia, &c. A cuya disposición assistieron por comisión de su Exc. los Señores DD. D. Geronimo de Soria Velazquez, Marqués de Villa-hermosa de Alfaro, y D. Pedro Malo de Villavicencio, Cavallero del Abito de Calatrava, ambos del Consejo de S.M. y sus Oydores en esta Real Audiencia, &c. México, Joseph Bernardo de Hogal, año de 1725. Este libro fue consignado por primera ocasión en Francisco de la Maza, Las piras funerarias en la historia y en el arte de México. Grabados, litografías y documentos del siglo XVI al XIX, México, UNAM, Anales del Instituto de Investigaciones Estéticas, Imprenta Universitaria, 1946, pp. 67-71. De la Maza reproduce la descripción de la pira que hiciera Villerías e incluyó el grabado del monumento, en donde signan “Ioannes ab Roxas fecit”, “Martines pingit” y “Sylverius sculpit”. El autor también anotó que el padre Mariano Cuevas tenía un grabado que reproducía la misma pira, aunque en el segundo cuerpo, en lugar del rey figuraba una imagen femenina desnuda. De la Maza desconoce para quién fue diseñado este monumento efímero, el cual no hemos localizado pues no ha sido reproducido. En éste, como en todos los impresos que cito a lo largo de este trabajo, respeté la ortografía y la puntuación original. 3 Villerías, Llanto de las estrellas…, op. cit., p. 11 v. Hasta el momento no se ha localizado el contrato para su realización. 18 su Congregación contrataron a nuestro artista para llevar a cabo diversas obras en la capilla dedicada al Patriarca, misma que se localizaba en el ahora extinto colegio jesuita de San Gregorio. [Abril 1731] El 15. celebró su Fiesta principal del Patrocinio del Señor San Joseph su Congregacion, fundada en el Colegio de San Gregorio de la Compañía de Jesvs; predicando en ella con singular aceptación el P. Mró. Juan de Ortega, y aviendo el dia antes el R.P. Juan Antonio de Oviedo, Provincial de la misma Compañía, hecho la bendición de la Capilla del Santo; á la qual se añadió vna vobeda sobre el Altar, y vn alto, y bien trazado cimborio, hermoseado con estatuas, columnas, repisas, cortezas, dorado, y pintado con singular gusto, y lucimiento en que mostró sus primores el celebre Maestro Francisco Martinez; siendo Rector el R.P. Juan Maria Casat, y Prefecto el R.P. Juan Balhasari (sic, pro Balthazar?)4 [sic] El singular juicio que emitió Sahagún de Arévalo respecto a la destreza y el ingenio de Francisco Martínez en esta obra puede considerarse un verdadero elogio. En sus palabras se evidencia también, en el adjetivo “célebre”, el alto aprecio de que gozaba el pintor entre sus contemporáneos. Si tomamos en cuenta que durante el siglo XVIII el término “gusto” tuvo numerosas acepciones y diversas connotaciones en el campo de la estética y el arte (una de las cuales estaba relacionada con la cualidad innata que podía desarrollarse a través de la imaginación, la contemplación de la belleza y el ejercicio del intelecto),5 las palabras del bachiller adquieren mayor significado, pues al incluir en su descripción el término “gusto” le otorgó al artista una cualidad reservada solamente a determinados individuos, cuyos conocimientos y sensibilidad les daba un lugar destacado en la colectividad de la que formaban parte. Para el 4 Juan Ignacio María de Castorena y Ursúa y Juan Francisco Sahagún de Arévalo, Gacetas de México, vol. I: 1722 y 1728 a 1731, México, SEP, 1949 (Testimonios Mexicanos. Historiadores 4), pp. 319-320. En el original aparece consignado “(sic, pro Balthazar?)”. 5 El concepto de gusto es polisémico, por lo que su estudio ha merecido la atención de numerosos autores, quienes han expresado sus reflexiones en torno a su significado y sus implicaciones en el ámbito artístico, literario, filosófico y estético. En este sentido y para acotar el planteamiento, me remito a la consulta de dos autores: Helmut C. Jacobs, Belleza y buen gusto. Las teorías de las artes en la literatura española del siglo XVIII, Madrid, Iberoamericana, 2001, pp. 177-197 y Elio Franzini, La estética del siglo XVIII, Madrid, La balsa de la Medusa, 2000 (Léxico de Estética, 106), pp. 125-153. 19 caso que nos ocupa, Franzini sintetiza lo que a mi juicio puede aplicarse al ámbito novohispano: Considerar el gusto como una capacidad natural y sensible lleva a una fundamentación empírica del problema de la belleza que, enraizada en las capacidades psicológicas y orgánicas del sujeto, se identifica con el gusto mismo, o que, mejor dicho, gracias al gusto se organiza en una serie de reglas operativas que constituyen la base común para su recepción para poder así evaluar de la mejor manera, y a través del juicio, aquello que es inmediatamente captado por los sentidos y construido por la imaginación.6 Sobre este particular, con base en una revisión de todas las noticias publicadas en las Gacetas durante los años de 1728 a 1742, pude advertir que su editor sólo incluyó a seis artistas que gozaron de renombre en la capital virreinal por la importancia y repercusión que tuvieron sus obras: Juan Rodríguez Juárez (1728 y 1741), Francisco Martínez (1731), Nicolás Enríquez (1731), José de Ibarra (1732), Jerónimo de Balbás (1732) y Nicolás Rodríguez Juárez (1732 y 1734). 7 En este sentido, Martínez quedó inscrito en una generación de coetáneos cuyo éxito y reconocimiento marcaron el desarrollo artístico de la escuela local durante esa centuria. La fama del pintor quedó manifiesta nuevamente gracias a la pluma del jesuita criollo Joseph Mariano de Abarca, quien dejó la memoria escrita de las fiestas de proclamación celebradas en la Ciudad de México en 1747, con motivo del ascenso al trono del monarca español Fernando VI. Con la elocuencia barroca propia de la época, Abarca destacó la elección que hicieron los miembros del Ayuntamiento del pintor Francisco Martínez y el escultor Juan de Espinosa, quienes se encargaron de erigir los tablados de carácter efímero que sirvieron para decorar la ciudady solemnizar la jura. 6 Franzini, La estética…, op. cit., p. 141. 7 Durante los años de 1732 y 1734 Sahagún se refiere a un pintor a quien sólo denomina Enríquez, por lo que inferimos que se trata del mismo Nicolás. Sin embargo, debemos señalar que en su nómina, Manuel Toussaint dio a conocer el nombre de otros tres artistas del pincel apellidados Enríquez: Blas, José y Antonio, éste último activo en la ciudad de Guadalajara. El orden en el que enuncié a los artífices, es el de los años en los cuales se publicó la noticia en las Gacetas. 20 La primera diligencia, que se tomò, fuè elegir los mas primorosos Artífices de este Reyno, assi de la Pintura, como de la Escultura, para que construyessen los magnificos Theatros, donde se avia de celebrar la Jura. Ni hubo dificultad en la elección: porque lo muy acreditados, que están en esta Corte, por las primorosas Obras, que se dexan admirar en sus Obradores, el Maestro Fra[n]cisco Martinez, y el Maestro Juan de Espinosa, determinò a los Señores Comissarios, a cometerles tan grande Empleo, esperando, que su destreza, y pericia, junta con el humilde rendimiento de vassallos, prorrumpiría esta vez en milagros de el Arte.8 Un aspecto fundamental de El Sol en León…, es que su autor ofrece una exhaustiva descripción acerca de la magnificencia y esplendor de las fiestas barrocas y refiere con exquisita minuciosidad el lujo, boato y munificencia demostrada por los miembros más acaudalados de la sociedad novohispana, la participación de los gremios con engalanados carros alegóricos, amén de la pormenorizada relación de los “teatros” o escenarios levantados para conmemorar el acontecimiento, lo que permite inferir la importancia de cada uno de los monumentos efímeros construidos para tal fin. En este sentido, el vincular las cualidades artísticas con las virtudes morales a fin de obtener una obra de arte perfecta, acorde con la dignidad real del acontecimiento, es un fiel reflejo de los valores de la época, cuyos antecedentes se remontan al Renacimiento como se puede apreciar en las biografías que Vasari escribió sobre los más ilustres maestros italianos que le habían precedido. Incluso, si se hace una revisión de la literatura artística española de los siglos XVI, XVII y XVIII, se advierte la importancia que las virtudes morales y las habilidades técnicas siempre tuvieron en la vida y obra de los grandes maestros del pasado. Por ello, es significativo que el “primor” del 8 Manuel Toussaint, en Pintura Colonial en México, [ca.1934], edición de Xavier Moyssén, 3ª ed., México, UNAM, IIE, 1990, p. 152 dio a conocer este impreso y la referencia que se consigna sobre nuestro artista. Vid., Joseph Mariano de Abarca, El Sol en León. Solemnes Aplausos con que, el Rey Nuestro Señor D. Fernando VI. Sol de las Españas, Fuè celebrado el día 11. de Febrero del año de 1747. En que se proclamò su Magestad exaltada al Solio de dos Mundos por la Muy Noble, y Muy Leal Imperial Ciudad de México, Quien lo dedica a la Reyna N. Señora Dª. María Barbara Xavier, México, en la Imprenta del Nuevo Rezado de Doña María de Ribera, en el Empedradillo. Año de 1748, pp. 20-21. Las cursivas son mías. 21 arte demostrado por Francisco Martínez y Juan de Espinosa esté asociado a la destreza y la pericia, es decir, de nueva cuenta se vuelve a elogiar el ingenio y a quien es capaz de practicarlo. En mi opinión, con la lectura del impreso de Abarca se puede dimensionar con justeza la actuación de Francisco Martínez y confirmar que su labor respondió con creces a las demandas de su clientela. La obtención de esta comisión demuestra la consolidación de su quehacer en el ámbito social, así como el desarrollo de las habilidades artísticas y su notable capacidad de asumir encargos de gran envergadura, ya que la elaboración de los teatros no se limitó a la mera ejecución de las cuestiones prácticas, sino al ejercicio intelectual que implicó diseñar y elaborar un proyecto digno de los más grandes elogios, como continuó Abarca relatando: “Y assi se viò cumplido; pues agotando todos los primores de el Arte, y dexando el deseo vagamundo de mas belleza, formaron con tal gracia, y pulidez tan portentosos Theatros, que puede la Erudicion sin algun escrupulo, numerar a cada uno de ellos en el Archivo de la Fama por octava maravilla, y sin que alguna de las que por tales celebra la Antiguedad, pueda quedar zelosa en su cotejo, como se verà despues en su Descripcion.”9 Finalmente, en su Breve y compendiosa narración de la Ciudad de México, Juan de Viera da cuenta de los pintores más célebres en la Nueva España, entre ellos mencionó a Francisco Martínez, aunque no hace ninguna alusión concreta sobre el artista.10 Siglo XIX Posteriormente a esta última noticia, la ausencia de referencias acerca del maestro se dejó sentir hasta 1861-1862, año en el que el José Bernardo Couto concluyó su Diálogo sobre la historia de la pintura en México,11 obra señera que 9 Ibidem, p. 21. Las cursivas son mías. En este apartado, la presencia del mundo clásico fue el referente obligado para poder destacar los valores de la obra, cuyas características formales le otorgaban la anhelada celebridad. 10 Juan de Viera, Breve y compendiosa narración de la Ciudad de México [1777], México, Instituto Mora, 1992. 11 José Bernardo Couto, Diálogo sobre la historia de la pintura en México, estudio introductorio de Juana Gutiérrez Haces y notas de Rogelio Ruiz Gomar, México, CONACULTA, 1995 (Cien de 22 forma parte de los esfuerzos de su autor por rescatar la “memoria” artística del periodo virreinal y que marcó un hito para las futuras aproximaciones y la consiguiente valoración que se dio a los artistas novohispanos por parte de los estudiosos que le sucedieron.12 En el Diálogo, publicado de manera póstuma en 1872, Couto sostiene con su primo el poeta José Joaquín Pesado y el pintor catalán Pelegrín Clavé, la siguiente conversación sobre los pintores del periodo: Clavé: Villalpando se me ha hecho notable, en primer lugar, por la gran desigualdad de sus obras. En algunas se detiene la vista por su mérito, al paso que en otras la mano del artista cae hasta parecer menos que mediano […] Aquel hombre manejaba el lápiz y el pincel a grandes tajos. Pesado: Alguna vez he considerado esos cuadros, y me ha parecido que su autor concebía como un poeta [se refiere a los cuadros de la sacristía de la Catedral de México].13 Si recordamos que tanto Couto, como sus interlocutores están “describiendo” las pinturas de la galería con un criterio academicista, vinculado con los gustos de su época, los juicios de valor que están expresando difícilmente podrían favorecer las cualidades de las obras de los maestros novohispanos del último tercio del siglo XVII y el primero del XVIII. Este es el caso de la pintura de Villalpando, cuyo estilo suelto y desenfadado, en donde prevalece el manejo del color sobre el uso del dibujo, era contrario a los ideales pictóricos de la época en que se escribió el Diálogo. No obstante, el autor no deja de reconocer que ciertos valores plásticos son encomiables en la obra del artista y el estilo empleado por los maestros de la primera mitad del siglo XVIII: México). También se recomienda la consulta de la misma obra publicada en 1947 y reeditada en 1979 por el Fondo de Cultura Económica, cuya edición, prólogo y notas estuvieron a cargo de Manuel Toussaint. Vid., José Bernardo Couto, Diálogo sobre la historia de la pintura en México, [1872] edición, prólogo y notas de Manuel Toussaint,México, FCE, [1947] 1979. 12 Puede consultarse el “Estudio introductorio” de Juana Gutiérrez Haces, quien magistralmente destaca la importancia del personaje y las razones que lo impulsaron a escribir su obra, con una conciencia absolutamente nacionalista y el deseo de rescatar el legado cultural de su patria; Ibid, pp. 9-64. 13 Couto, Diálogo…, op. cit., p. 104. 23 Couto: Sí, como un poeta, pero del tiempo de Góngora y Villegas. 14 Por lo demás, de Villalpando he visto obras más chicas, cuadros de caballete, en que me ha parecido encontrar juicio y mejor gusto […] Respecto del colorido, tiene razón el señor Clavé: Villalpando no adoptó el de Juan Rodríguez y sus secuaces, sino que usó siempre el suyo propio. Ignoro si sería de la misma familia otro Villalpando, el bachiller Carlos, de quien tenemos aquí ese cuadrito de perspectiva que presenta el interior de la iglesia de Belén. Suyo es también un medio punto grande que está en la iglesia de San Agustín, sobre la puerta que da frente a la del costado, y tiene por asunto la Predicación de San Javier a los indios. En éste se nota algo del nuevo colorido que se iba introduciendo en nuestra escuela, y que fuera del Cristóbal, adoptaron como he dicho, todos los pintores de la época.15 En este tema como en tantos otros, es evidente el talento de Couto para diferenciar los distintos modos de pintar de los maestros novohispanos, ya que en términos generales, su propuesta de periodización continúa vigente. Un ejemplo muy claro es la forma en que reconoce las transformaciones pictóricas iniciadas por Villalpando y su posterior desarrollo, circunstancia que le permitió vincularlo “formalmente” con los maestros que le sucedieron, pero diferenciarlo por su personal uso del color. Pertenece a ese número, un tercer Correa (Miguel) de quien vi en el comulgatorio de la iglesia de San Francisco, en Texcoco, una mala Purísima del año de 1704; Juan de Aguilera, superior a él,16 que pintó hacia 1714 algunos cuadros del Apostolado, que hay en el noviciado de Santo Domingo, en que también trabajó Ibarra; Francisco de León que dejó un valiente cuadro de la Gloria de la Virgen del Rosario en el corredor de la escalera del mismo convento, el año 1727; Antonio de Torres, nombrado en 1721 con los dos Rodríguez Juárez para reconocer el lienzo de Nuestra Señora de Guadalupe, y de quien he visto una Asunción de regular mérito, con fecha de ese mismo año, y en San Francisco alguna 14 Couto se refiere a los poetas Luis de Góngora y Francisco de Quevedo y Villegas, figuras emblemáticas de la poesía del Siglo de Oro español; para los valores artísticos decimonónicos, su obra encarnaba todos los “vicios” de la estética barroca. 15 Couto, Diálogo…, op. cit., p. 104. 16 Si se piensa en la monumental obra La Purísima Concepción con jesuitas, actualmente en las colecciones del Museo Nacional de Arte, de la Ciudad de México, la cual presenta un dibujo más cuidadoso, una gama cromática más mesurada y reducida, se puede entender que Couto consideró a Juan Francisco de Aguilera como un artista superior a Correa y Villalpando. 24 cosita con la de 1715; Francisco Martínez, notario de la Inquisición, como Arteaga, de quien hay allí mismo [convento de San Francisco] en el antecoro un cuadro alegórico de la gloria del Santo de su Orden, en San Diego todos los que cubren las paredes de los corredores bajos del primer patio, en el muro exterior del coro de Catedral dos del Martirio de San Lorenzo a los lados de su altar, pintados en 1736, y aquí en esta galería esos dos Evangelistas que nos regaló la Escuela de Medicina, y fueron ejecutados en 1740; fray Miguel de Herrera, agustino, de bastante rasgo en la ejecución, autor del gran lienzo que se colocó en la portería del Carmen […] finalmente, Nicolás Enríquez, de quien posee […] la Universidad una Purísima grande, adorada por los siete arcángeles, que le dimos en cambio de aquélla de Cabrera, y acá conservamos este cuadrito en que La Virgen y el Salvador se dejan ver de algunos santos, fundadores de órdenes religiosas. Y concluyen sus interlocutores: Clavé: Las figuras de estos últimos son lindas y sacan bastante ventaja al Cristo y a la Virgen. Pesado: Parece que con estudio han colocado ustedes ese cuadrito cerca de los de Ibarra, a quien mencionabas hablando de Aguilera. En el colorido noto que Enríquez e Ibarra se parecían mucho, y que los dos caminaron sobre las pisadas de Juan Rodríguez Juárez.17 Consideré importante incluir el largo coloquio de los tres personajes, a fin de mostrar que José Bernardo Couto planteó problemas, se pronunció sobre la diversidad y calidad de las obras expuestas y emitió con agudeza (aunque en ocasiones brevemente) juicios críticos derivados del conocimiento adquirido a lo largo de los años de las obras de todos los pintores a los cuales pasó revista, exceptuando las de Francisco Martínez. 18 En efecto, en la nómina de los maestros consignados en este fragmento del Diálogo, en donde incluyó a Cristóbal de Villalpando, Miguel Correa, Carlos de Villalpando, Juan Rodríguez Juárez, Juan Francisco de Aguilera, Francisco de León, Antonio de Torres, fray 17 Ibidem, pp. 104-105. En estas palabras se aprecia nuevamente la notable intuición de este autor para poder percibir las afinidades formales entre los artistas mencionados, derivadas de la influencia de los Rodríguez Juárez. 18 Para enfatizar lo expuesto, marqué en cursivas los juicios de Bernardo Couto y se respetó las cursivas de los títulos de las pinturas de la edición consultada. Ibid. 25 Miguel de Herrera y Nicolás Enríquez, el autor centró su atención y expresó sus opiniones sobre diversos aspectos de tipo formal o estilístico, o bien, utilizó adjetivos de la antigua retórica como “notable”, “superior” y “valiente”, para destacar sus méritos. En cambio, omitió cualquier comentario, crítico o elogioso sobre las obras de Francisco Martínez; sólo se limitó a repasar la ubicación de aquellas que conocía y las dos que ya se habían integrado a las colecciones de la Academia. Si pensamos qué pudo justificar este silencio, nunca tendremos una explicación segura a esta interrogante. No obstante, puedo argumentar que, tal vez para Couto, lo que definió la “personalidad” de Martínez fue su cargo como notario del Santo Oficio, por lo que esta observación contribuyó a velar cualquier otro comentario o juicio acerca de sus obras y, con ello, su “identidad” artística quedó relegada. 19 Este criterio selectivo quizás se vio reforzado de manera inconsciente por el interés que mostró hacia el estilo que percibió en la producción artística de los grandes hitos de la pintura virreinal, Cristóbal de Villalpando y Juan Rodríguez Juárez. En la misma centuria, se publicaron en la prensa mexicana dos artículos en donde se menciona que la Academia de Bellas Artes envió a la Exposición Universal de Nueva Orleáns de 1885, varios cuadros de pintores mexicanos. Entre los de la escuela virreinal, se incluyeron dos de nuestro pintor, que son los mismos que menciona Couto y de los que actualmente se desconoce su paradero: Oportunamente dimos la noticia de que en el establecimiento de ese nombre [Academia de Bellas Artes] se iban a remitir a la exposición de Nueva Orleáns, cincuenta y dos cuadros de autores mexicanos. Ahora publicamos la lista de esos cuadros que es la siguiente: 1. La adoración de los Reyes Magos, de don Baltasar de Echave. 2. La Sagrada Familia, de don Luis Juárez. 3. La aparición de la Virgen a San Francisco, de don José Juárez. 4. Santo Tomás, de don Sebastián de Arteaga. 19 A este respecto debo señalar que en las obras deMartínez consignadas por Couto, debió existir la leyenda que hace referencia a su cargo inquisitorial junto con la firma del artista. Este hecho es relevante sobre todo si se considera que estos cuadros ya no existen. 26 5. La caída de los ángeles, de don Cristóbal de Villalpando 6. Retrato del duque de Linares, virrey de México, de don Juan Rodríguez Juárez. 7. Retrato de un niño, de don Nicolás Rodríguez Juárez. 8. San Lucas y 9. San Marcos, de don Francisco Martínez. 10. La circuncisión, de don José de Ibarra 11. San Bernardo y 12. San Anselmo, de don Miguel Cabrera.20 Con base en un criterio cronológico, marcado probablemente por las pautas enunciadas en el Diálogo de Couto,21 el orden que se asignó al momento de exponer las pinturas fue el siguiente: […] La Academia Nacional de Bellas Artes envía una magnífica colección de cuarenta pinturas; Román G. Lascuráin es el director general, José S. Pina el director de los alumnos y Jesús Ocádiz el subdirector. Las siguientes pinturas representan las primitivas escuelas de México. Principios del siglo XVII La adoración de los Reyes, por Baltasar Echave; La Sagrada Familia, por Luis Juárez. Mitad del siglo XVII La caída de los ángeles rebeldes, por Cristóbal Villalpando; Aparición de la Virgen a San Francisco, por José Juárez. Principios del siglo XVIII El virrey duque de Linares, por Juan Rodríguez Juárez; Juan de Santa Cruz, por Nicolás Rodríguez; San Lucas y San Marcos, por Francisco Martínez. Mediados del siglo XVIII La circuncisión, por José Ibarra; San Bernardo y San Anselmo, por Miguel Cabrera. Estas dos noticias adquieren un significado particular, si se toma en cuenta la gran importancia que tuvieron las exposiciones universales durante 20 “La Academia de Bellas Artes”, en El Siglo XIX. México, jueves 6 de noviembre de 1884, t. 86, núm. 13, 969, en Ida Rodríguez Prampolini, La crítica de arte en México en el siglo XIX. Estudios y documentos III (1879-1902), 2ª ed., México, UNAM, IIE, 1997 (Estudios y Fuentes del Arte en México, XVIII), t. III, p. 174. 21 Juana Gutiérrez Haces, “Algunas consideraciones sobre el término “estilo” en la historiografía del arte virreinal mexicano”, en Rita Eder (coord.), El arte en México: autores, temas, problemas, México, CONACULTA, Lotería Nacional para la Asistencia Pública, FCE, 2001, pp. 90-103. 27 la segunda mitad del siglo XIX. Al ser los escaparates en donde las naciones participantes mostraban con orgullo sus principales aportaciones en los campos de la ciencia y la tecnología, las autoridades de los países que asistían consideraron pertinente exponer también muestras destacadas de su cultura. En este contexto se ubicó la exhibición de obras de arte antiguas y contemporáneas que con frecuencia fueron incluidas en dichas exposiciones. Aun cuando estos actos tuvieron un carácter eminentemente comercial, desde su establecimiento en Londres en 1851, las exposiciones universales repercutieron de manera directa en el ámbito político, al ser utilizadas como medio de propaganda por los países que enviaban representaciones. En el caso de naciones como México, cuyo desarrollo en dichos ámbitos tenía grandes limitaciones, su presencia estuvo más destinada a promover su imagen como una nación culta, por lo que la exhibición de obras artísticas, arqueológicas y tipográficas (como fue en el caso de esta exposición) estuvieron destinadas a reforzar dicho objetivo. Seguramente en la selección de las obras privó un criterio riguroso, en donde los objetos debieron responder a determinados cánones de calidad e intereses propios de la época, por lo que considero que no fue casual la elección de las pinturas virreinales que fueron seleccionadas, debido a que sus características pictóricas respondían a los objetivos y expectativas que se buscaban en estas exposiciones. Así, cada periodo y cada estilo fue dignamente representado por las pinturas y sus autores. No obstante, y como se verá más adelante, es en este siglo cuando la estima y el gusto hacia la producción pictórica del siglo XVIII se encaminó paulatinamente hacia una valoración distinta, por lo que varios autores, utilizando como paradigma la obra de artistas como Miguel Cabrera, denostaron sus cualidades plásticas.22 22 Véanse los ejemplos citados en el libro de Abelardo Carrillo y Gariel, El pintor Miguel Cabrera, México, INAH, 1966, (Memorias X), pp. 13 y 14. 28 Siglo XX Después de estas referencias historiográficas decimonónicas, debo añadir que en las obras publicadas por diferentes autores en las primeras décadas del siglo XX, no existen noticias concretas sobre Francisco Martínez.23 Así, el primer autor que abordó la vida y obra del artista fue Manuel Toussaint, estudioso que contribuyó a impulsar los estudios sobre la pintura virreinal. Recopilando información procedente de un gran número de fuentes, tanto documentales como bibliográficas y apoyándose en registros fotográficos, el investigador acometió su labor y hacia 1934 terminó su obra Pintura colonial en México.24 Este trabajo quedó inédito hasta el año de 1965, cuando en una edición póstuma, el historiador del arte Xavier Moyssén la publicó respetando el texto original de su autor. Asimismo, Moyssén preparó un aparato crítico que no sólo le permitió rectificar algunos datos, sino también enriqueció el manuscrito, pues incluyó noticias inéditas que le proporcionaron connotados investigadores del arte virreinal, como Francisco de la Maza y Enrique Berlin. También amplió la nómina de las obras de los artistas registrados por Toussaint, la bibliografía e incrementó el material gráfico.25 23 Así por ejemplo, ni Francisco Diez Barroso, El arte en Nueva España, México, edición del autor, 1921, pp. 241-244, ni José Juan Tablada, Historia del Arte en México, México, Compañía Nacional Editora “Aguilas”, 1927, pp. 115-144, lo incluyeron en la nómina de los maestros que consideraron figuras representativas de la pintura novohispana. 24 Manuel Toussaint, Pintura colonial…, op. cit. Es necesario señalar que en su libro Arte colonial en México, cuya primera edición data de 1948, en el capítulo XI “La pintura barroca en México” en la sección cinco titulada “Astros de segunda magnitud”, el autor retomó la información consignada en su obra inédita y aunque amplió los datos biográficos, continuó dándole mayor peso a su labor como dorador. No obstante, a diferencia de lo anotado en Pintura.., en Arte colonial en México no emitió ninguna opinión peyorativa sobre el artista, solo se limitó a decir “Francisco Martínez, fecundísimo pintor anterior a Ibarra y Cabrera, seguramente de los famosos de su tiempo”. Vid. Manuel Toussaint, Arte colonial en México [1948], 5ª ed., México, UNAM, IIE, 1990, p.125. 25 En la Advertencia a esta obra, Xavier Moyssén refiere lo siguiente: “No se habría realizado esta edición sin la ayuda inestimable de diferentes personas e instituciones. Mucho es lo que se debe al entusiasmo y empeño del doctor Justino Fernández. Otro tanto podría decirse respecto al doctor Francisco de la Maza, quien aparte de leer el original, facilitó la nómina de pinturas que ha ido formando a través del tiempo. La edición se enriqueció notablemente gracias a la desinteresada colaboración del señor Enrique Berlin, al permitir que se utilizaran sus ficheros con las noticias inéditas provenientes del Archivo General de la Nación. La señora Margarita Latapí viuda de Toussaint entregó el manuscrito a la Universidad Nacional Autónoma de México para su publicación, y, generosamente, cuanto material se encontraba en su poder.” Vid. Toussaint, Pintura…, op. cit., p. X. 29 Las opiniones de don Manuel son un reflejo de la críticaeuropea que se gestó a fines del siglo XIX y principios del XX26 en torno a los pintores del siglo XVIII, particularmente las teorías de afamados historiadores y filósofos como Manuel Bartolomé Cossío, Marcelino Menéndez Pelayo, Salomón Reinach, Rafael Doménech, Jacob Burckhardt, Heinrich Wölfflin, Eugenio d´Ors, Hipólito Taine entre otros, que calificaron la pintura del siglo XVIII como decadente.27 Acorde con ello, Toussaint emitió juicios poco favorables acerca de los artistas y sus obras, por lo que para don Manuel la decadencia de la pintura colonial inició en el último tercio del siglo XVII y se prolongó durante todo el siglo XVIII; argumentó que su declive no sólo se circunscribió a cuestiones de índole plástica, ya que también incidieron factores de tipo social, como la incursión de los indios en las prácticas artísticas y la aceptación de la clientela, puesto que “La pintura pierde en calidad, se vuelve ordinaria […] Pero la causa principal de la decadencia estaba en el público que admitía esa pintura ordinaria lo mismo que la de los maestros.”28 Para fundamentar sus argumentos el investigador partió del estudio de las figuras más señeras, cuya actividad se produjo a finales del siglo XVII y principios del XVIII, como Juan Correa (ca. 1646-1716), Cristóbal de Villalpando (ca. 1649-1714), Nicolás (1666/1667-1734) y Juan (1675-1728) Rodríguez Juárez. Aunque los ubicó en un periodo de transición hacia la “decadencia”, Toussaint reconoció los méritos artísticos de los cuatro maestros y explicó la calidad de sus obras, aunque a decir del autor, todos se caracterizaron por la “desigualdad” en su producción y en el caso de los dos últimos, por marcar la 26 Vid. Juana Gutiérrez Haces, Fortuna y decadencia de una generación. De prodigios de la pintura a glorias nacionales, edición a cargo de Gustavo Curiel, México, UNAM, IIE, 2011. Este ensayo fue concebido por la maestra Gutiérrez como el capítulo V de su tesis doctoral titulada Los pintores del siglo XVIII: una generación en busca de identidad y lo redactó durante el 2004. En este sentido, quiero destacar que su autora realizó una pormenorizada relación historiográfica, en donde analizó los vaivenes de la crítica y confrontó la opinión de numerosos autores mexicanos y extranjeros que expresaron sus juicios sobre el arte y los artistas del siglo XVIII, los problemas vinculados con la utilización del término barroco y “barroquismo”, así como las repercusiones que tuvo la valoración de la pintura en la bibliografía especializada del arte del periodo virreinal. 27 Ibid, p. 147. 28 Toussaint, Pintura…, op. cit., p. 136. Al finalizar el apartado dedicado a Juan Rodríguez Juárez, el investigador insistió en esta idea: “En la época colonial, como creo haberlo probado, la personalidad del artista, por vigorosa que fuera, estaba sujeta, como ninguna otra, al vaivén caprichoso y ondulante del público que pagaba las obras”, Ibid., p. 149. 30 orientación de los pintores que les sucedieron. Por ejemplo, a Juan Correa lo calificó de “fecundo y distinguido artista” (p. 142); de Villalpando señaló que la calidad de algunos de sus lienzos era “magnífica” (p. 143) y “hay que asignarle un sitio en nuestro arte del virreinato junto al de Correa, de quien es inseparable en modalidad y espíritu” (p. 144); de Nicolás y Juan afirmó: “Los dos hermanos Rodríguez Juárez terminan con brillantez digna de mejor época este periodo” (p. 146), no obstante, en el caso de Nicolás consignó lo siguiente: “cuando el murillismo se apodera por completo de su hermano Juan, él se doblega y sigue el nuevo estilo que, a fuerza de buscar suavidad y gracia, se vuelve completamente deleznable” (p. 148). Aunque a Juan lo califica de “notable” y retoma con gran sabiduría los juicios de José Bernardo Couto respecto al cambio de estilo, Toussaint terminó por concluir: “el arte plástico se torna en arte suave, de tonos azulosos, de ambientes grises y rompimientos ocres, que acaba por degenerar en un todo” (p. 149).29 Manuel Toussaint consignó la información referente a Francisco Martínez en el Capítulo XXIII, titulado Pintores secundarios del siglo XVIII, anteriores a Ibarra y a Cabrera. En este apartado reunió a un grupo de artistas “[…] que florecieron en México en la primera mitad del siglo XVIII. Pasado el momento de transición del anterior a éste, que estudiamos en el capítulo pasado, se inicia francamente la decadencia; así, ninguno de los artistas que ahora enumeramos es de primer orden […]”30 Además de Francisco Martínez, en esta impresionante nómina ordenada alfabéticamente, don Manuel incluyó a cuarenta y un pintores, entre los que podemos mencionar a Juan [Francisco] de Aguilera, fray Miguel de Herrera, Antonio de Torres, Juan Antonio de Arriaga, Mateo Gómez y Bonifacio Guerrero, maestros que gracias a las investigaciones más recientes, debieron de tener un papel destacado y pudieron influir de manera particular 29 Ibidem, pp. 140-149. Para un mayor conocimiento sobre este problema remito al lector al trabajo citado de Juana Gutiérrez, Fortuna…, op. cit. Asimismo, la investigadora anotó que tras los comentarios negativos del autor, hay un tímido reconocimiento al arte del periodo cuando analizó las figuras de José de Ibarra y Miguel Cabrera. 30 Toussaint, Pintura…, op. cit., p. 149. 31 en los derroteros que siguió la pintura virreinal durante la primera mitad de la centuria.31 Al referirse al pintor, objeto de este estudio, Toussaint hizo la siguiente relación: Francisco Martínez. No sólo pintor, sino dorador, y acaso el más famoso después de los Rodríguez Juárez y antes de Ibarra y Cabrera. Sin embargo, como pintor fue menos que mediano y sus trabajos como dorador y estofador, notabilísimos, no han sido conocidos como suyos antes de ahora. Fue Notario del Santo Oficio, como Arteaga, pero no poseemos datos históricos acerca de este cargo, ni siquiera otra información acerca de su vida […] La lista de sus obras pictóricas es numerosa, pero, lo repetimos, sus pinturas son francamente defectuosas y, si gustaron en su tiempo, prueba ello la decadencia del gusto […] He dicho que fue también dorador y que en este oficio dejó obras notabilísimas: puede decirse que, a juzgar por ellas, es el más famoso dorador de que nos quede noticia […] conservamos el gran retablo de la capilla de los Reyes que también fue dorado por nuestro pintor el año de 1743, según consta de documentos del archivo de la catedral. Ofreciéronse para hacer esta obra, don Nicolás Nadal, maestro examinado en las artes de dorador, estofador y encarnador, y don José de Ibarra; sin 31 A este respecto, remito las aportaciones bibliográficas que me parecen más importantes; las referencias fueron ordenadas cronológicamente: Xavier Moyssén, “La primera Academia de pintura en México”, en Anales del Instituto de Investigaciones Estéticas, n° 34, México, UNAM, IIE, 1965, pp. 15-29; Mina Ramírez Montes, “El testamento del pintor Antonio de Torres”, en Anales del Instituto de Investigaciones Estéticas, nº 59, México, UNAM, IIE, 1988, pp. 265-272; Guillermo Tovar de Teresa, “Nuevas investigaciones sobre el barroco estípite”, en Boletín de Monumentos Históricos 10, México, INAH, 1990, pp. 2-23; del mismo autor Miguel Cabrera. Pintor de Cámara de la Reina Celestial, México, Inver-México, 1995; Luisa Elena Alcalá, “La obra del pintor novohispano Francisco Martínez”, en Anales 7. Museo de América, Madrid, Museo de América, Ministerio de Educación y Cultura, 1999, pp. 175-187; Mina Ramírez Montes, “En defensa de la pintura. Ciudad de México, 1753”, en Anales del Instituto de Investigaciones Estéticas, n° 78, México, UNAM, IIE, 2001, pp. 103-128; Rogelio Ruiz Gomar, “Juan Franciscode Aguilera, “La Purísima Concepción con jesuitas”, en Rogelio Ruiz Gomar, Nelly Sigaut, Jaime Cuadriello, et. al., Catálogo comentado del acervo del Museo Nacional de Arte. Nueva España. Tomo II, México, MUNAL, Patronato del Museo Nacional de Arte, IIE, UNAM, CONACULTA-INBA, 2004, pp. 58-65; del mismo autor “Unique Expressions: Painting in New Spain”, en Donna Pierce, Rogelio Ruiz Gomar y Clara Bargellini, Painting a New World. Mexican Art and Life, 1521-1821, introducción de Jonathan Brown, Denver, Frederick and Jan Mayer Center, Pre-Columbian and Spanish Colonial Art, Denver Art Museum, 2004, pp. 70-71 y Rogelio Ruiz Gomar, “Nueva España: en búsqueda de una identidad pictórica”, en Juana Gutiérrez (coord.), Pintura de los Reinos. Identidades compartidas. Territorios del mundo hispánico, siglos XVI-VIII, Madrid, Grupo Financiero Banamex, 2008, vol. II, pp. 542-641; Paula Mues Orts, La libertad del pincel. Los discursos sobre la nobleza de la pintura en Nueva España, México, Universidad Iberoamericana, 2008, pp. 253-278. 32 embargo, fue preferido Martínez, quien nos dejó en este retablo muestra de la excelencia de su arte.32 Por lo que se refiere a la cita, sólo retomé las opiniones de su autor sobre la obra de Francisco Martínez. Así pues, es necesario destacar que don Manuel fue el primer estudioso del arte virreinal que le dedicó un apartado específico, en donde consignó la escasa información de tipo biográfico33 que pudo obtener de la documentación y logró reunir y sistematizar por colecciones y siguiendo un orden cronológico, una significativa nómina de sus pinturas. A esta contribución, también he de agregar que fue el primero en registrar todas las noticias bibliográficas y documentales que se conocían hasta ese momento, referentes a sus trabajos como dorador y su participación en otro tipo de encargos, como los tablados para la jura de Fernando VI y el arreglo de una Tarasca para el Ayuntamiento de la Ciudad de México. Con todas estas aportaciones, la “construcción” biográfica de Francisco Martínez cobró una nueva dimensión histórica al estar fundamentada en fuentes primarias. Asimismo, se puede afirmar que al destacar sus méritos como dorador en detrimento de los de pintor, Toussaint consolidó su personalidad artística en el campo del dorado, lo que propició la inclinación de la historiografía hacia esa faceta de su actividad profesional.34 A partir de la publicación de su libro en 1965, los criterios estéticos con los que don Manuel estudió a los pintores de dicha centuria fueron retomados por los historiadores que le sucedieron, quienes al igual que sus contrapartes españoles, compartían ideas semejantes en torno a la pintura del siglo XVIII, que era considerada por ellos como convencional. 32 Toussaint, Pintura…,op. cit., pp. 152-153. Cabe señalar que en esta referencia, el investigador confundió el dorado del altar mayor con el dorado del retablo de los Reyes. 33 Aunque el investigador no pudo localizar mayor información de tipo biográfico, fue el primero en registrar el padrón realizado en la Ciudad de México en 1753, donde consta que para ese año el artista era viudo, residía en compañía de su sobrino el bachiller Pedro Díaz de Cuellar y tenía a su cargo cuatro aprendices, los que vivían con él y a quienes les enseñaba el oficio en su taller: Joseph Escobar, de 16 años; Antonio Pardo, de 17 años; Mariano de Estrada, de quien no se especifica su edad y Manuel Parra, de 15 años. Ibid. 34 Este aspecto en la obra Toussaint, ya lo había señalado Luisa Elena Alcalá en su artículo “La obra del pintor…”, op. cit., p. 175. 33 Una somera mención, aunque no por ello menos importante, es la realizada por Justino Fernández en 1958 de una obra suya. Se trata de una descripción del retrato del virrey duque de Linares realizado por Martínez en 1723, en donde el autor anotó lo siguiente: “Es una figura de pie, llena de dignidad con su casaca bordada y gran peluca blanca según la moda del tiempo; el rostro tiene carácter y buen dibujo. Es obra de calidad”. 35 Aún cuando se trata de una mención descriptiva, considero que su importancia radica en el hecho de que el autor partió de criterios puramente estéticos y de un análisis formal en el que no estableció ningún punto de referencia anterior, por lo que a diferencia de sus predecesores, la pintura fue descrita a partir de sus propios valores plásticos y no en comparación con otra. Otro de los autores que contribuyó al estudio de diferentes aspectos del arte virreinal, fue sin lugar a dudas Francisco de la Maza, cuyas investigaciones señeras fueron fundamentales dado el rigor histórico que las caracterizó. Varias obras salieron de su pluma, aunque en particular nos interesa mencionar dos, puesto que en ellas hizo referencias concretas a nuestro artista: El Churrigueresco en la Ciudad de México y El Arte Colonial en San Luis Potosí, ambas publicadas por primera ocasión en 1969.36 En la segunda, el autor consignó las obras de Francisco Martínez que se conservan en el extinto convento de San Francisco de San Luis Potosí, en donde además registró varios cuadros de Antonio de Torres, Miguel Cabrera y Francisco Antonio Vallejo. Al pasar revista a las obras de Martínez, hizo referencia a las que se localizan en la sacristía, atribuidas al pincel de Cabrera: “La más espectacular es […] San Francisco con el ángel de la redoma, de Francisco Martínez. La pintura es floja, 35 Justino Fernández, Arte mexicano. De sus orígenes a nuestros días, [1958], 7ª ed., México, Porrúa, 1989, p. 108. 36 Respecto a las dos obras, para este trabajo se consultaron las segundas ediciones; curiosamente, ambas fueron reeditadas el mismo año; vid. Francisco de la Maza, El Churrigueresco en la Ciudad de México, 2ª ed., México, FCE, 1985 (Colección Popular 314), pp.18, 21, 29, 53. En ella, de la Maza sólo menciona de manera general la actividad del pintor al lado de Jerónimo de Balbás y Felipe de Ureña. Cabe mencionar que estos vínculos con ambos artistas fueron retomados posteriormente por Guillermo Tovar de Teresa. También de Francisco de la Maza podemos citar El Arte Colonial en San Luis Potosí, 2ª ed., México, UNAM, IIE, Imprenta Universitaria 1935-1985, 1985, pp. 43-48. Remito a la bibliografía para la consulta de otras obras de este autor, en donde consignó noticias bibliográficas vinculadas con la erección de las piras funerarias de Luis I en 1725 y los tablados con motivo del asenso al trono de Fernando VI. 34 como casi todo lo de Martínez, pero se preocupó por la figura del ángel, la central, y sobre todo, en el paisaje […]”.37 Xavier Moyssén fue otro de los investigadores que se ocupó de los artistas del pincel y en sus artículos clásicos publicados en 196538 y 198239 aportó información novedosa para el conocimiento de los pintores del siglo XVIII. En “La primera academia de pintura en México”, incluyó cuatro importantes documentos relacionados con la fundación de una academia de pintura que los artistas novohispanos propusieron ante las autoridades peninsulares entre 1754 y 1755. Además de reproducir la documentación, el investigador hizo una revisión de las implicaciones que tuvo para el arte de la Nueva España la asociación de los pintores más connotados. Aunque específicamente no se refirió a Francisco Martínez, sus juicios se refieren a todos los artistas que trataron de conformar la Academia, por considerar que su fundación respondía más a sus aspiraciones particulares, que a un interés por mejorar la calidad de sus obras. Dice Moyssén: […] pues es indudable que muchos de ellos, con las imágenes que pintaron, fueron más allá de la simple chabacanería; pasar lista de las múltiples obras que estos pintores hicieron es tarea ociosa; piénsese, tan sólo,
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