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/ María Angeles Durán Si Aristóteles levantara la cabeza Quince ensayos sobre las ciencias y las letras EDICIONES CÁTEDRA UNIVERSITAT DE VALENCIA INSTITUTO DE LA MUJER Feminismos Consejo asesor: Giulia Colaizzi: Universitat de Valencia María Teresa Gallego: Universidad Autónoma de Madrid Isabel Martínez Benlloch: Universitat de Valencia Mary Nash: Universidad Central de Barcelona Verena Stolcke: Universidad Autónoma de Barcelona Amelia Valcárcel: Universidad de Oviedo Instituto de la Mujer Dirección y coordinación: Isabel Morant Deusa: Universitat de Valencia Diseño de cubierta: Carlos Pérez-Bermúdez Ilustración de cubierta: Júpiter y sus satélites: lo, Calixto y Ganimedes N.I.P.O.: 207-00-008-5 © María Ángeles Durán © Ediciones Cátedra (Grupo Anaya, S. A.), 2000 Juan Ignacio Luca de Tena, 15. 28027 Madrid Depósito legal: M. 10.233-2000 I.S.B.N.: 84-376-1800-2 Prínted in Spain Impreso en Lavel, S. A. Prólogo Aristóteles pensaba que las mujeres no podían participar en el gobierno o en la política. Sin embargo, en los comien zos del siglo XXI la mayoría de las constituciones democrá ticas se han modificado o promulgado de nuevo para reco nocer la igualdad de hombres y mujeres en el derecho a ele gir y ser elegidos. La constatación de ese cambio, y de todo lo que el cambio significa, es lo que sintetiza el título del libro. Aristóteles no fue solamente uno de los fundadores de la teoría política, sino de gran parte de los campos o disciplinas que todavía hoy se siguen cultivando. La biología, la ética, la economía, la psicología, la lógica, la poética y el arte, entre otras materias, le reconocen como uno de sus principales ini ciadores. Igual que se han transformado las leyes, ahora es preciso rehacer y renovar la cultura en la que hunden sus raí ces. Si Aristóteles levantara la cabeza es un conjunto de ensayos sobre la ciencia y los procesos de conocimiento. Me hubiera gustado leer un libro de parecido talante en mis pri meros años universitarios o en los últimos de bachillerato. Pero entonces no lo había. Ha tenido que pasar mucho tiem po para estar en condiciones de fabricarlo por mí misma. Ahora puedo olvidar al autor y hacerme la ilusión de que por fin me ha llegado un regalo largamente prometido y retrasa do. Mientras escribía, la cabeza y la mano estaban frías pero no así el corazón, que ha conocido momentos de alegría, de temor, de esperanza y de ira. Incluso, en alguna ocasión, hu biera querido dejar el papel y el bolígrafo, y dar gracias por el privilegio de vivir en esta época y de poder exponer mi pensamiento con una libertad de la que carecieron millones de mujeres que, no obstante, han sido mis precursoras en el intento de reinterpretar la cultura desde su propia experiencia. Aunque no pretenda parangonarme con sus autores, quiero reconocer la deuda que tienén estas páginas con tres obras literarias. La primera es Doce cuentos peregrinos, de Gabriel García Márquez; si no fuese por ella no me habría metido en esta aventura. Cuando la leí, había recibido una invitación de Isabel Morant para presentar un original en esta colección que ella dirige. Pero no me sentía con fuerzas para ponerla en práctica, ya que los proyectos de investiga ción del CSIC suelen tener comprometida la edición desde el principio con sus promotores y me dejaban poco margen de maniobra y especialmente de tiempo. Del libro de García Márquez, que me gustó mucho, dice su autor en el prólogo que es una recopilación de textos breves, escritos en diversas épocas, entrelazados algunos de ellos entre sí, y finalmente puestos unos junto a otros, relativamente homogeneizados, en un volumen único. Se me ocurrió entonces que podría reunir en una sola obra, rehaciéndolos, textos publicados hace años con otros más recientes y añadir otros nuevos. La segunda deuda es con El cuarto de atrás de Carmen Martín Gaite, que no sabría si clasificar como análisis nove lado o como novela de investigación; en cualquier caso, radiografía magistralmente el proceso de escribir y permite a los escritores, incluso a los no literarios, reflejarse y recono cerse en el desarrollo de la acción. La tercera deuda y más reciente ha sido Memorial del convento, de José Saramago. Los diálogos que sus personajes de ficción mantienen sobre el poder, la ciencia, la ilusión y la ignorancia me han ense ñado más que cualquier obra formalmente dedicada a los mismos temas. Sin que tengan coincidencias aparentes, me recuerdan mucho a los diálogos de los personajes que inven tó Galileo en 1632 para defender sus teorías sobre el movi miento de la Tierra en tomo al Sol, en la obra Diálogo sobre los dos principales sistemas del mundo. A estos libros y autores, y a otros que no cito, debo mu cho en estos ensayos y en el conjunto de mi trabajo. Cuando Kuhn destacó la importancia del “contexto del descubri miento” en los avances del conocimiento científico estaba poniendo el dedo en la llaga de una interpretación de la cien cia, que quiere olvidarse de las circunstancias sociales en que se produce y de las consecuencias o sesgos que cada contexto acarrea al posterior desarrollo del conocimiento. Todo lo contrario a la imagen del investigador que presentan algunos profesionales, como si fuesen ajenos tanto personal mente como en su actividad laboral a las contiendas ideoló gicas de su época. Los investigadores viven tan intensamen te como cualquier otro ser humano estas tensiones. El resul tado no se traduce solamente en lo que se hace (no es que al “medir” o “experimentar” salgan resultados diferentes según la ideología del autor), sino sobre todo en lo que no se hace, en lo que queda por investigar y, consecuentemente, carente de la posibilidad de desarrollar técnicas que permitan modi ficarlo o controlarlo. A veces no hay tiempo, ni dinero, ni autoridad para investigar sobre cosas realmente importantes y hay que limitarse a exponer hipótesis o resultados sin pre tensiones científicas, como si fuesen una ficción. La cultura nos envuelve; fuera de ella ni siquiera pode mos pensamos a nosotros mismos, porque la base de la cul tura es el lenguaje y el lenguaje fija los nombres de las cosas y el modo en que podemos referimos a ellas. ¿Cuál es, pues, el nuevo desafío del acceso de las mujeres a la cultura? No lo es ya, en general, el acceso a las aulas, aunque en algunos sitios siga siendo un problema. Tampoco lo es, aunque aún falte mucho para resolverlo por completo, el acceso a pues tos decisivos en el sistema docente. Donde realmente se encuentra el reto intelectual para el siglo XXI es en la inno vación y reinterpretación de la cultura, acumulada durante la ausencia secular de las mujeres de los lugares de producción de ciencia y conocimiento. A lo largo de dieciocho meses he trabajado en dos doce nas de artículos, pero finalmente los he reducido a quince. Al núcleo de textos que ya estaban disponibles he añadido cinco nuevos ensayos escritos expresamente para este libro, así como la presentación de cada uno que refleja la intencio nalidad de la primera escritura, las vicisitudes recorridas por el texto y los cambios introducidos en la nueva versión. Todos los ensayos tienen en común que se refieren al proce so de conocimiento, pero entre la primera versión del más antiguo y el más reciente han pasado veinte años. Algunos han pasado de constar de dos o tres páginas a diez o doce. En otros casos, he refundido varios estudios previos en uno solo, muy abreviado. Por todos los artículos seleccionados siento cariño; de lo contrario, no me habría tomado la moles tia de llamarles y reencontrarme con ellos. En algunos casos el título se ha acuñado de nuevo, asociándolo con una idea básica que aparece en el texto pero no en las versiones ante riores. También he aligerado el texto de citas y referencias para hacerlo más liviano. He mantenido la trascendencia del tema de fondo, que no es otro que una reflexión sobrela ciencia y la cultura como proceso social, pero he intentado darle una forma más atractiva y accesible. Ha habido artículos en proyecto que no he tenido tiempo de desarrollar: por ejemplo, “Los pronombres opacos”, dedi cado al laísmo, o uno dedicado a la música, que tendrán que esperar nueva ocasión para ver la luz. Otros alcanzaron el tamaño mínimo para dejar de ser un guión o nota, pero lle van dentro argumentos e intenciones que aquí han podido asomar. A estos artículos o ensayos, que todavía no han dado de sí todo lo que pueden y que necesitan que pase el tiempo y maduren, les llamo “los grávidos”. Casi siempre acaban dando lugar, años más tarde, a un trabajo más extenso o, lo que es aún más prometedor, son continuados por otras per sonas que recogen el testigo y siguen haciendo crecer por su cuenta la idea apenas apuntada. Como no puede ser de otra manera, cada reflexión pone de manifiesto una perspectiva sociológica, atenta a las posi bilidades y límites del cambio social. Creo que el tema de cada ensayo me hubiera interesado igual, aunque mi ocupa ción principal fuera la farmacología, internet o me dedicase en exclusiva a llevar adelante las tareas de una casa, porque no son cuestiones técnicas o conocimientos concretos lo que los han motivado, sino una aspiración general a entender el mundo en que vivo. Al no tratarse de cuestiones directamen te relacionadas con mi actividad laboral y mi salario, pude disponer de total libertad para su tratamiento: sólo me apro ximé a los temas cuando respondían a una preocupación, y sólo he continuado trabajando en cada ensayo cuando los resultados que iba consiguiendo eran parejos al interés que me despertaba. Que no sea especialista en cada tema no quiere decir que no los haya abordado seriamente. Cuando se tiene la investigación por oficio hay un “modo de hacer” o “un modo de mirar” que es común a cualquier temática y que garantiza la seriedad de la mirada. Pero mi aportación es la del que viene de fuera, la del interdisciplinar que no se atiene a las acotaciones, cánones y sistemas de referencia que operan entre quienes trabajan profesionalmente dentro de cada campo específico. A mí me parece rasgo común de estas páginas su carácter inconformista, aunque no lo diga con letra impresa, porque pretenden ver las disciplinas cien tíficas de un modo diferente al usual, respetuosa pero no obedientemente. También creo que son ensayos bienhumo- rados, con su pizca de ironía a veces y con la necesaria dis tancia, pero básicamente optimistas y confiados en que a pesar de todo la evolución de la ciencia nos lleva hacia un mundo mejor. Varios de estos ensayos nacieron como una lectura personalizada o como una discusión con un autor clá sico en su campo que ha tenido repercusiones sociales por el contenido de sus ideas: Aristóteles, Galileo, Gonzalo de Ber- ceo, Fray Luis de León, Juan Luis Vives, Linneo, Ramón y Cajal, Ortega. No he llegado a ellos por necesidad de mi tra bajo, sino por curiosidad intelectual y para mirarlos más de cerca, con la atención de quien se considera ciudadana plena de nuestro siglo. Los quince ensayos son también reflexiones sobre la ciencia y el lenguaje, porque el modo inicial de nombrar un campo científico o una actividad ya prefigura lo que después va a dar de sí y sus consecuencias o usos sociales. Todos nacieron de una sorpresa, de un súbito extrañamiento inte lectual ante algo que venía pareciendo “neutral” o “normal” y que, sin embargo, podría considerarse “coyuntural” o “in teresado”. A diferencia de los trabajos de investigación en los que el investigador trata de desaparecer para que el resul tado del trabajo no parezca contaminado de su humanidad, en estos ensayos se ha hecho patente la relación afectiva que impulsa el trabajo de investigación. Los sentimientos (el rechazo, la confianza, el temor, la ilusión, la ironía) son un motor poderosísimo en la producción intelectual, probable mente incluso más que los recursos monetarios adscritos a cada proyecto. Aquí no se han ocultado, sino todo lo contra rio, especialmente en la presentación y en las últimas líneas de cada capítulo. En el tiempo transcurrido entre el más antiguo de los ensayos y el más reciente he sido editora de tres libros colec tivos que evidencian la continuidad de mi preocupación por los procesos de producción del conocimiento: son Libera ción y Utopía (Akal, 1983), La fotmación del pensamiento igualitario, (Castalia, 1998) y Mujeres y hombres en la for mación de la teoría sociológica (CIS, 1998). En el primero ya enumeraba algunas propuestas o programas de investiga ción, de los que todo lo demás no son otra cosa que desarro llos o puestas en práctica. A diferencia de estos ensayos de temática más dispar, los libros tienen una armazón más ho mogénea, más encajada en el modelo habitual académico o científico, pero carecen del grado de libertad, frescura e ima ginación que pueden depositarse en estos escritos breves y sueltos. En cuanto a su cronología, el primero fue “El Renaci miento que vivimos hoy”, una conferencia con la que se inauguraron las actividades del actual Instituto Universita rio de Investigación de Estudios de la Mujer, en la Univer sidad Autónoma de Madrid. Allí presenté críticamente una historia de la ciencia de las universidades y de las ideas so bre las mujeres. En los veinte años transcurridos desde entonces, la figura de Galileo ha cobrado para mí más y más relieve, y se ha convertido en un interlocutor relativa mente frecuente en mis disquisiciones intelectuales. A ello no es ajeno, probablemente, el paso por el Instituto Euro peo de Florencia, donde aparte de estudiar el análisis inter nacional comparado del Producto Interior Bruto, me im pactó la huella visible en las calles y en la vida cotidiana de éste y otros grandes hombres de las ciencias y las letras ita lianas. En la versión actual del ensayo, la reflexión sobre Galileo ha tomado mayor peso, porque ejemplifica el con flicto eterno entre libertad de pensamiento y obediencia al orden establecido, en el que participamos intensamente las mujeres de este cambio de milenio. El último ensayo, cro nológicamente, ha sido “Viaje a la Osa Mayor”: es un texto casi colectivo y muy abierto, que espero dé pie a (múlti ples) continuaciones y debates por otras personas. Su nú cleo central es la reflexión sobre el lenguaje y los mitos como creadores de identidad. Como he sido profesora en varias facultades de Ciencias Económicas y actualmente lo soy en el Departamento de Eco nomía del Consejo Superior de Investigaciones Científicas, era bastante lógico que me preguntase por el origen y evolu ción de la palabra “economía”. Treinta y tantos años de in vestigación sobre las relaciones entre economía y sociedad me han hecho ver que las palabras esconden muchos signifi cados y que la buena investigación tiene que someter a revi sión sus conceptos antes de poner en marcha procedimientos de medida. La revisión del concepto de economía me ha lle vado hasta buena parte de los trabajos reunidos en este volu men, aunque entre sí estén más unidos por el contacto, como las zarzas que se enganchan unas en otras, que por una filia ción lineal claramente visible. En el momento actual, son muchos los investigadores que desde diversas instituciones tratan de analizar y medir la evolución de algunos indicadores macroeconómicos, como la Renta Nacional o el Producto Interior Bruto. De ahí nos viene la necesidad de disntiguir entre recursos monetariza- dos y no monetarizados, o de reflexionar sobre el papel que juegan los acuerdos y convenciones en la preparación de las estadísticas. De ese tema trata el ensayo titulado “Los fabri cantes de espejos”. De la reflexión sobre el concepto actual de economía he pasado, de modo no sólo natural sino inevitable, a la bús queda de la raíz histórica de este concepto; y eso me hizo llegar casi directamente hasta el Oykonomikosde Jenofonte y la Oykonomia de Aristóteles, que son su raíz etimológica. Los dos están centrados en el oykos (casa). Los temas que hoy me preocupan son parecidos, pero con una aproxima ción casi opuesta a los que se supone que preocupaban a Sócrates cuando dialogaba en la avenida de columnas de la Acrópolis. De la comparación entre aquello y esto nació el ensayo titulado “De la Oykonomia a las ciencias econó micas”. En la vida de un autor, las obras no son compartimentos estancos. Unas influyen en otras, se complementan, se con tinúan. De la Oykonomia de Aristóteles no tuve más remedio que pasar a La política, siendo esta última más larga y explí cita que la primera. Pero Aristóteles otorga una fuerte base biológica al carácter, y por tanto a la conducta, tanto política como económica. Así que tuve que continuar la búsqueda en su Historia de los animales. Ahí podría haber cerrado, por que había material suficiente para ello. Pero, por buena o mala suerte, encontré en este último libro algo que me des concertó y espoleó los deseos de mayor investigación. Aris tóteles plantea una serie de condiciones biológicas generales que tienen su correlato en el carácter de machos y hembras, pero acepta dos excepciones, los osos y los leopardos. ¿Por qué aceptaría Aristóteles excepciones a su regla general y por qué consideraría excepcionales a estos animales? La pri mera cuestión plantea un problema epistemológico, y el es tatuto de las excepciones siempre es atractivo. ¿Por qué ésas y no otras? ¿Por qué pierde fuerza la regla general? ¿Son las excepciones los augures de un cambio o los restos de reglas anteriores? En cuanto a la segunda cuestión, la respuesta puede venir sobre todo de dos vías: las ciencias naturales o la historia de las ideas. En la primera he hecho sólo algunas tímidas incursiones, un par de calas en enciclopedias y un par de consultas en museos, y lo cierto es que no he encon trado nada que justifique la excepcionalidad que aceptó Aristóteles. La segunda vía, en cambio, me ha llevado por derroteros muy diferentes, a la búsqueda de mitologías del oso y del leopardo en Grecia o en pueblos limítrofes en la época anterior o simultánea a la que Aristóteles vivía. De estas correrías y tras varios meses de desaforada consulta a antropólogos, amigos, colegas y varias bibliotecas, ha naci do un ensayo muy diferente a la idea que inicialmente tenía en la cabeza. Lo que menos podía imaginar cuando empecé a trabajar en ello es que terminaría disfrutando de un hermo sísimo panorama de mitos antiguos en los que reconozco sin dificultad buena parte de mis propias creencias actuales. Tal vez no haya llegado a nada concluyente, pero, como decía Lévi-Strauss, los animales no son buenos para comer, sino para pensar. Y a pensar, eso no hay duda, me ha obligado muchísimo este capítulo dedicado a la Osa Mayor. Aunque distanciado en el tiempo y en la temática, hay otro ensayo de esta colección que guarda relación con la Oykonomia. Se titula “Matrimonio y división del trabajo”, y es una lectura en clave económica y psicológica de La per fecta casada de Fray Luis de León, que a su vez se inspiró parcialmente en Aristóteles. Después de trabajar en las conexiones entre el modelo español de “perfecta casada” y el de la Grecia clásica, era natural que tratase de conocer el contexto intelectual y normativo del Siglo de Oro en que vivió Fray Luis de León, aunque fuese una “derivación” fuera de horas. De ahí nació el ensayo sobre la Pedagogía de Luis Vives, cuya presencia como patrono en tantos centros docentes y de investigación siempre me había llamado la atención. Fray Luis de León es un personaje complejo. Aunque a mí me atraiga antagónicamente su interpretación de los deberes económicos de la casada ante la hacienda familiar, sin duda es un autor que maneja espléndidamente el lengua je. Tratando de entenderle mejor fui a dar con su traducción y comentarios del Cantar de los Cantares de Salomón, que me emocionó. ¡Es tan difícil para nosotras, las investigado ras de hoy, relacionamos con la memoria de los maestros! ¡Han dicho tantas cosas que tenemos que arrancar de nues tra cultura y, al mismo tiempo, les debemos tanto! Comencé el ensayo sobre el Cantar de un modo muy académico, con sulté varias ediciones críticas y me interesé sobre todo por el trasfondo de la lucha por la libertad, por la que pagó Fray Luis tan alto precio. Pero a la mitad de la redacción ya me había ganado la mera belleza de su escritura, y mi última página en este ensayo es en realidad un acto de homenaje y agradecimiento al hombre que junto a la terrible perfecta casada de los Proverbios abrió para todos nosotros el acceso en lengua vulgar a los poemas de amor del rey hebreo. Si la relación con Fray Luis de León como creador y difusor de modelos femeninos hoy periclitados es compleja, no lo es menos la relación con casi todos los grandes funda dores de las disciplinas científicas recientes, cuyas ideas a propósito de las mujeres no han conservado la vigencia ge neral de su producción intelectual o científica. Aunque se produzca un salto de siglos en los personajes que dan cuer po a la reflexión, el ensayo sobre “La difícil relación con los Padres Fundadores”, es una continuación de la reflexión sobre estos mismos temas. Igual que las ideas o las institu ciones, los maestros acumulan y sintetizan visiones del mun do, propuestas de actuación. Ante ellos no tenemos más remedio que tomar posiciones, desmarcándonos o identifi cándonos, y es más fácil y probable que la necesidad de po- sicionamiento se haga consciente y explícita ante una perso na con voz y rostro que cuando se trata de una corriente difu sa y envolvente de autores muertos, conocidos indirecta mente o sólo a través de sus obras u otras señales aún más sutiles o perecederas. Por eso se dedica un ensayo a las rela ciones de filialidad, recepción y rechazo parcial de la heren cia cultural recibida, centrándolo en dos grandes maestros del pensamiento español de principios del siglo XX: uno en el campo de las Ciencias, Ramón y Cajal, y el otro en el de las Letras, Ortega y Gasset. Galileo se posicionó ante Aris tóteles; Ortega, ante Galileo; y yo, desde la ventana del si glo XXI y consciente de mi limitada estatura personal, pero también de la pertenencia a un gran movimiento colectivo, ante todos ellos. Los ensayos restantes no tienen que ver directamente con la economía, ni han surgido como desviaciones en la búsqueda de conceptos próximos. Más bien tienen que ver con la reflexión sobre el propio proceso de investigación, sobre la vida cotidiana en la que nos movemos los investiga dores y cuya influencia sobre nuestra obra es innegable, aun que raramente explícita. A mí me divierte la pretensión de algunos científicos de colocarse en un “se” impersonal, como si el trabajo saliera de sus manos o de sus probetas limpio de toda contaminación humana, directamente insu flado por un nuevo viento de Pentecostés laico que les atra vesase sin romperlos ni mancharlos, haciendo de ellos un mero instrumento en el desarrollo del conocimiento. En con traposición a esta postura, que esconde como con vergüenza en un cajón cerrado el contexto de sus descubrimientos, me gusta pararme a reflexionar sobre las circunstancias en que tiene lugar mi propio trabajo. No puedo hacerlo a todas horas, porque un exceso de consciencia impediría que se fuera realizando la investigación básica, que en mi caso, ya lo dije al principio, consiste en sacar adelante proyectos colectivos sobre economía no monetaria. Pero de vez en cuando, como antídoto frente a esta limitación o concentra ción en un foco único de interés, respiro hondo y miro hacia otros sitios: hacia dentro de mí misma o hacia lo que me rodea y constituye mi vida, fuera del marco institucional en que trabajo. Creo que estas pausas son muy necesarias, muy vivificadoras; y aunque puedan parecer interrupciones, sirven para profundizar y ver más lejos en el propio trabajo principal, el de todos los días. De lenguaje y de literatura se ocupa también el ensayo sobre “La abadesa preñada” que transcribe fragmentos de la versión antigua de la obra de Berceo. El lector perspicaz pro bablemente hallará una línea de continuidad entre el conflic to ético que se trata en el Milagro (los embarazos no desea dos) y las reflexiones sobre la sumisión a la naturaleza con que se abría el capítulo sobre Aristóteles; porque, a fin de cuentas, el problema de la abadesa preñada es la imposición de las leyes ciegas de la biología sobre su voluntad y su pro yecto humano. Su personaje simboliza a todas las mujeres que sufren gestaciones no deseadas, así como a los hombres que sufren con ellas. La abadesa representa un arquetipo, y pide a gritos que alguien con más capacidad literaria que la mía la convierta en un personaje universal. La rebelión fren te a las leyes mecánicas de la biología, el enfrentamiento con el sistema judicial y la remisión a órdenes morales superio res a los de las jerarquías inmediatas son elementos que pue den dar de sí para una gran figura épica o trágica, o desarro llarse en un análisis minucioso e intimista, casi proustiano. El conflicto de la abadesa es muy actual, afecta de un modo u otro a millones de mujeres en todo el mundo y merece un tratamiento literario y filosófico a la altura de su intensidad. Este es uno de los ensayos con cuya escritura más he disfru tado. No me he sentido solo autora al hacerlo, sino también ciudadana de un país que reconoce estos problemas en los mismos inicios de su lengua. “La abadesa” se relaciona cronológicamente con “Auto res y lectores”. Fue en la preparación de unas jomadas sobre “Literatura y vida cotidiana”, a las que este ensayo sirvió de prólogo, cuando oí hablar por primera vez del personaje de la abadesa en la literatura medieval. Creo que la mejor mane ra de entender el texto es buscar la analogía entre literatura y producción científica, porque ambas son procesos en los que un autor/científico trata de un tema, y su trabajo, sea escritu ra o investigación, implica una selección y una perspectiva respecto al tema tratado. En ambos casos se produce una recepción de los resultados, y hay un público o audiencia que rechaza, soporta o recibe activamente la obra. El placer de escribir toma forma distinta, pero es esencialmente el mismo que en la investigación empírica; el autor hace hablar, da música a las palabras; y el investigador escucha la música de los números, de los materiales, y les da un sentido, lo trasla da a una partitura. A la literatura, como se reconoce que es fantasía y ficción, se le perdonan muchas cosas; por eso es más fácil escudriñar en la poesía o en la novela que en la medicina o la economía, aunque por sus condicionantes so ciales haya poca diferencia entre ellas. Por una vía distinta, la Historia de los animales de Aris tóteles me llevó hacia la botánica y zoología del Siglo de las Luces. Una vez destapada la caja de los truenos de las clasi ficaciones, y el papel de los humanos en el conjunto de los animales, era casi inevitable recalar en Linneo, tanto por su clasificación de los mamíferos como del homo sapiens. Se concretó en un ensayo sobre su época, titulado Femina Sa piens, Homo Testiculans. Más que sobre el ilustre botánico, de lo que trata es del poder del lenguaje y sus evocaciones en el campo de las ciencias naturales. En el siglo XVIII, la tensión ideológica daba lugar a cierto tipo de polémicas, centradas alrededor del gradacionismo: en el siglo XXI pue de dar lugar a otro tipo de discusiones motivadas por las nuevas demandas de los movimientos sociales, entre los que juegan un papel relevante los movimientos sociales de mujeres. En la última parte, los ensayos no tienen filiación los unos con los otros, pero todos ellos son como hermanos e hijos de la misma madre. “Los nombres en las calles de la ciudad” y “La escalera en el lenguaje, el cine y la arquitectura”, son filtrajes de mi vida cotidiana. Después de tantos años de guiarme en la ciu dad por los nombres de sus calles, de detenerme junto a las estatuas, o de subir y bajar escalones, he encontrado un rato para preguntarme qué significado tienen para mí y para los otros. Creo que los científicos sociales han perdido un filón magnífico de conocimiento al renunciar a la introspección, sacrificada a favor de la observación externa de los hechos. Con estos dos ensayos, que no pretenden ser de experta o erudita sino de ciudadana que busca dentro de sí misma, he compensado esta sequedad intelectual ocasionada por el exceso en el hábito de mirar afuera. El primero es una refle xión sobre el poder de los nombres en la evocación de la memoria y, por tanto, en la construcción de la identidad colectiva y personal: la ideología se extiende a la humaniza ción de los lugares físicos a través de la toponimia (nombra miento de los lugares) y de la ectoponimia (lugares privados de nombres y nombres privados de lugares que los perpe túen). El callejero de Madrid da cabida a una reflexión sobre el conformismo e inconformismo en geografía. En cuanto al ensayo sobre “La escalera” fue el objeto de un seminario sobre los límites entre el espacio público y el espacio priva do en el Colegio de Arquitectos de Málaga; como en mi caso no cabía esperar conocimiento técnico sobre resistencias de materiales ni nada parecido, la escalera acabó convirtiéndo se en la excusa para un viaje interior, una metáfora sobre el proceso de conocimiento que se apoyó en los materiales ofrecidos por la arquitectura, el lenguaje y el cine. El último de los ensayos es diferente. Toma la forma de un diario y relata el proceso cotidiano de la relación que tie ne el investigador con las bibliotecas y los libros en el desa rrollo de su trabajo. No es que los diarios sean cosa rara, pero por su forma externa difieren bastante de las caracterís ticas habituales de los ensayos. Para mí, los cuatro meses que duró su escritura fue un proceso interesantísimo, y tal vez al lector le interese repetir y hacer suya la experiencia. Por su tono intimista y la progresiva aceleración del ritmo, ofrece una contrapartida al quehacer habitual de la investigación, del que sólo se conocen los resultados finales, independien temente del modo en que el autor haya vivido el proceso. Galileo vuelve a aparecer fugazmente como una referencia última y permanente a la tensión entre la razón y los condi cionantes históricos que dificultan su avance. Se concluye el texto con un breve epílogo titulado “Cien cia para la Vida, ciencia para la Libertad”. Tenía que ir el úl timo, aunque lo escribí casi al principio, porque es un resu men de mi propósito y una despedida al lector. Hay muchos investigadores que justifican la ciencia por sí misma, el co nocer por el conocer. O la ciencia y la investigación como oficio, como motivo para recibir un sueldo a fin de mes. Yo no podría investigar si no recibiese mi manutención por ello, pero no considero que estas razones sean suficientes, aunque sí necesarias. No me importa reconocer que la investigación, el diálogo del pensamiento, es para mí la más apasionante aventura, que se lleva las horas por delante sin sentir y no entiende de calendarios ni jomadas. Pero no la ciencia por la ciencia, sino la ciencia humanizada, la que trata de agrandar los límites de la libertad y de la vida. C a p í t u l o p r i m e r o Si Aristóteles levantara la cabeza P r e s e n t a c i ó n Aristóteles fue el fundador de casi todo. O, al menos, de casi todo lo que hoy permanece dando nombre a las ramas de las Ciencias y las Letras. En este ensayo he buscado sus ideas sobre la Política, tan influyentes que durante dos mil años se han invocado como autoridad en el tema. Aunque amarga un poco, he expuesto con claridad lo que Aristóteles dijo, para que el lector/a vea cuáles son las raíces denuestro pensamiento social y político. Las huellas de Aristóteles asoman todavía en muchas partes, en campos aparentemente alejados de la filosofía. Hasta 1978 estuvo en vigor en España una legislación que consagraba la subordinación de las mujeres. De la reflexión sobre el papel de la ideología en las Leyes y en el concepto de Justicia, he pasado después, inevitablemente, a la refle xión sobre la Biología, porque Aristóteles ponía en la Natu raleza las bases del orden social. Por comparación entre lo que veía Aristóteles y lo que hoy ven mis ojos, me alegro de haber nacido en esta época y no en aquélla; no obstante, todavía espero que la Historia depare a mis sucesoras una experiencia más igualitaria que la mía. Aristóteles pensaba que lo intrínsecamente humano es la palabra, y que mediante la palabra se construye el hogar, la ciudad y la justicia. Aquí van mis palabras modes tas, en busca de otras que se le junten para equilibrar las palabras ajenas que hemos tenido que asumir durante tantos siglos como propias. Ante los cambios legales y los cambios en la presencia de mujeres en las instituciones en el siglo XXI, ¿qué diría Aristóteles, el fundador de la Política? Quiero pensar que si Aristóteles levantara la cabeza, reaccionaría con grandeza. Y en lugar de pugnar por la restauración de las viejas épocas, se alegraría al reconocer que estaba equivocado. I . O r d e n n a t u r a l y s u b o r d i n a c i ó n e n “La P o l í t i c a ” d e A r i s t ó t e l e s 1.1 .La complacencia del intérprete La Política de Aristóteles (384-322 a.C.) es una inter pretación de la naturaleza en lo que afecta a la vida social de los hombres1. La naturaleza es “cada cosa, una vez aca bada su generación”: lo que, leído en sentido contrario, obliga a comenzar el análisis de las cosas por su final, que es lo que le da el sentido. Pero el final de las cosas, y espe cialmente el de las cosas humanas, es menos evidente de lo que los humanos desearían y hay que recurrir a los intér pretes. Aristóteles fue un intérprete complacido de lo que la na turaleza le revelaba: música celestial debió de parecerle esta revelación, porque le permitía ordenar el mundo reservándo 1 Todas las citas de La Política provienen de la edición bilingüe de Ju lián Marías y María Araujo, Madrid, Instituto de Estudios Políticos, 1951. se para sí un lugar excelente. Fuera de la naturaleza (de su interpretación de la naturaleza) no tienen cabida los hom bres: o son monstruos o son dioses, como dice parafrasean do a Homero. Para las aspiraciones expansionistas y subyugadoras de cualquier persona o grupo social, no hay nada mejor que encontrar un teórico que justifique sus deseos. Si algún intérprete complaciente de la naturaleza, algún “intelectual orgánico”, define la naturaleza de estos colectivos (varones, cristianos, blancos, ilustrados o cualquier otro de los muchos que en la Historia ha habido) como superior, la dominación de los demás no será oprobio ni delito, sino virtud. Justifica rá, por tanto, la dominación de unas naciones sobre otras, la ocupación, la guerra y la conquista. Como diría Aristóteles aplicando esta lógica: “es justo que los griegos manden so bre los bárbaros” (pág. 2). Tribu, ley y hogar son para Aristóteles los tres pilares de la socialidad del hombre. El hogar es una entidad natural: pero “natural” en este caso significa la disponibilidad de buey y de mujer. Ambos son necesarios para el manteni miento de la casa, porque “el buey es el criado del pobre”, el que hace las tareas más duras de la agricultura. La aso ciación entre casa, mujer y buey llega incólume desde Aris tóteles hasta la cultura de la Edad Moderna en España, y Fray Luis de León recogerá sus palabras casi textualmente en La perfecta casada. En el hogar del modelo aristotélico se producen tres ti pos de relaciones: 1) La del amo y el esclavo. 2) La del marido y la mujer. 3) La del padre y los hijos. La casa perfecta aristotélica consta de esclavos y li bres. El esclavo, según Aristóteles, por naturaleza no se pertenece a sí mismo, sino a otro. En cuanto a la mujer, por naturaleza es inferior al hombre. Los hijos, por natura leza obedecerán al padre, porque el gobierno doméstico es una monarquía, y toda casa debe ser gobernada por uno sólo. Mientras Aristóteles reconoce que el gobierno político es “de libres e iguales”, para la casa reclama una organiza ción monárquica. En los regímenes de ciudadanos, “éstos alternan sucesivamente en las funciones de gobernante y gobernado, pues son iguales en cuanto a su naturaleza” (pág. 23). Aristóteles otorga un importante papel a los sig nos externos de jerarquía, como el atavío, los tratamientos y los honores, que son necesarios precisamente para distin guir a los que en lo esencial son iguales. Los “signos exter nos” no son naturales, sino temporales y sustituibles. De alguna manera, esta reflexión anticipa la importancia del consumo y los “signos externos” en la identidad de los ciu dadanos de las sociedades democráticas y móviles de los siglos XX y XXI. Frente a la igualdad de los varones libres entre sí, Aris tóteles establece que “salvo excepciones antinaturales, el varón es más apto para la dirección que la hembra,... y el de más edad más que el joven y todavía inmaduro... El padre y marido gobierna a su mujer y a sus hijos como libres en ambos casos, pero no con la misma clase de autoridad: sino a la mujer como un ciudadano y a sus hijos como vasallos” (op. cit., pág. 22). La estructura jerarquizada de la casa no sólo es monár quica (el padre-rey), sino en cierto modo divina (el padre- dios), porque Aristóteles establece que los dioses se gobier nan monárquicamente. Leído en sentido contrario, no desde la perspectiva del mantenimiento del orden sino desde la de su ruptura, es evidente que tanto la emancipación de los esclavos como la de las mujeres requiere enfrentarse a la naturaleza, a la ley política y a la divina. 1.2. Los que nacen para obedecer: esclavos, mujeres y animales Según La Política, ya desde el nacimiento unos seres están destinados a ser regidos y otros a regir. Con esta afir mación, Aristóteles y quienes después han desarrollado y mantenido sus doctrinas se enfrentan tanto a los principios igualitarios como al reconocimiento de la labor transforma dora de la educación. Sostienen que el mando es inherente a la complejidad y, dondequiera que haya varios elementos, éstos se ordenarán jerárquicamente. Quienes son “capaces de prever con la mente” son por naturaleza "jefes y señores” y los que sólo ejecutan las previsiones son, también por naturaleza, súbditos y esclavos. En sentido contrario podría hoy decirse que si el recono cimiento de la unidad del oykos u hogar entraña la inevitable subordinación de las partes, éstas no tendrán otro medio de escapar a la subordinación que constituirse en unidades indi viduales o islotes sociales. Si no hay formas mixtas, com partidas, la jerarquización extrema llevará precisamente hacia la fragmentación y la anarquía, hacia la disolución del “hogar” y la “polis” en la forma en que Aristóteles creía que las había creado la naturaleza. Para Aristóteles, regir y ser regidos no son sólo cosas necesarias, sino convenientes. Los que nacen para obedecer son los esclavos, las mujeres y los animales. Los esclavos son aquellos cuyo “rendimiento es el uso del cuerpo, y esto es lo mejor que pueden aportar”, por lo que para ellos es mejor “estar sometidos a esta clase de imperio”. El esclavo es “el que es capaz de ser de otro” y “participa de la razón en medida suficiente para reconocerla pero sin poseerla”. Aris tóteles lleva su convicción de que la naturaleza decide quié nes han de ser esclavos, hasta el punto de que ésta “estable ce una diferencia entre los cuerpos de los libres y los de los esclavos, haciendo los de éstos fuertes para los trabajos ser viles y los de aquéllos erguidos e inútiles para estos menesteres, pero útiles en cambio para la vida política, sea guerre ra o pacífica” (pág. 9). En una lectura “sensu contrario” podría entenderse que el que consiente en ser de otro se hace esclavo, y que la pose sión de razón requiere su demostración expresa, porque el entender no es signo suficiente de tenerla plenamente. Tam poco podrá mostrar, quien quiera ser libre, habilidad para los trabajos que los otros definen como serviles, porque sería como reclamar para sí la condición de esclavo. Mucho de este pensamiento queda todavía vivo hoy en España, donde sigue latiendo el temor a desempeñar oficios de bajo rango aunque la alternativa sea el paro. Y, sin duda, afecta a la ima gen de las mujeres emancipadas que siguen ejecutando los antiguos trabajos reservados a las mujeres subordinadas. En cuanto a la naturaleza obediente de las mujeres, requiere para Aristóteles menos argumentación que la de los esclavos y le basta con afirmarla: tratándose de la relación entre macho y hembra, el pri mero es superior y la segunda inferior: por eso, el prime ro rige y la segunda es regida (pág. 8). Si la naturaleza les hace nacer inferiores y los destina a ser regidos, ¿puede esperarse que desarrollen virtudes los esclavos, las mujeres y los niños? Si todos tuvieran virtud, ¿por qué unos habían de mandar y los otros de obedecer? Aristóteles reconoce que ésta es una cuestión difícil y que hasta los sabios se dividen en la controversia. “En todos ellos existen las partes del alma, pero existen de distinto modo; el esclavo carece por completo de facultad delibera tiva: la hembra la tiene, pero desprovista de autoridad; el niño la tiene, pero imperfecta.” En cuanto a las virtudes morales, sólo el que rige debe poseer la virtud moral per fecta; y cada uno de los demás, “en la medida en que le co rresponda” (pág. 24). Para lograr la reconciliación entre inferioridad y virtud, Aristóteles necesita adjetivar las virtudes de los inferiores, establecerles gradación y, simultáneamente, inferiorizarlas. Por eso dice que el esclavo necesita de poca virtud, la indis pensable para no faltar al trabajo por intemperancia o cobardía. En cuanto a la mujer, aun siendo como reconoce el pro pio Aristóteles “la mitad de la población libre”, tampoco le corresponde desarrollar las virtudes más valiosas del modo como deben hacerlo los varones. No es la misma templanza la de la mujer que la del hombre, ni la misma fortaleza, como creía Sócrates, sino que la del hombres es una fortaleza para mandar y la de la mujer para servir (pág. 25). Hasta las virtudes se interpretan finalistamente: y si el final es la obediencia, sólo las virtudes que desarrollen esta condición serán reconocidas como virtudes. Con lo que, podría concluirse con una óptica distinta, la misma virtud se convierte en vicio cuando es ejercitada por quien no tiene derecho a ella. 1.3. La naturaleza de los vencidos Aristóteles es consciente de que un revés militar puede llevar a la esclavitud a los varones griegos. El riesgo de un levantamiento social de los esclavos (como el que protagoni zaría siglos más tarde Espartaco), de consecuencias durade ras, es pequeño. En cuanto a la rebelión de las mujeres y sus posibilidades de trastocar realmente el orden social, es aún menor. En cambio, de las derrotas militares había clara memoria histórica en la Grecia del siglo IV a.C. Incluso en épocas expansivas y victoriosas, como el reinado de Alejan dro Magno, de quien Aristóteles fue maestro, no son raros los reveses parciales que pueden ocasionar el aprehendi- miento de campesinos y soldados por los pueblos bárbaros. Aristóteles reconoce que existe una convención, un acuerdo generalmente aceptado, de que “lo cogido en la guerra es de los vencedores” (pág. 9). Pero también existe el temor a que, por este procedimiento, “no siendo justa la causa que origi na la guerra, los mejor nacidos sean esclavos e hijos de esclavos si son hechos prisioneros y vendidos” (pág. 10). Los griegos “no quieren llamarse a sí mismos esclavos, sino a los bárbaros” (pág. 10), porque su condición de libres o de nobles es tan consustancial que no deberían afectarles la circunstancia concreta en que se encuentren. Los nobles se consideran como tales “no sólo entre ellos sino en todas par tes” (pág. 10), mientras que a los bárbaros esta condición sólo se les reconoce en su propio país. Por eso, Aristóteles recoge la opinión de quienes denun cian esta ley o derecho, porque “es cosa tremenda que el que puede ejercer la violencia y es superior en fuerza, haga de su víctima su esclavo y su vasallo”, y “no se puede llamar de ninguna manera esclavo a quien no merece la esclavitud” (págs. 9 y 10). La distinción entre esclavos por naturaleza y esclavos por derrota es, pues, esencial, y en su reconocimiento desem peña un papel esencial el factor tiempo. Sin embargo, Aris tóteles se plantea el tema con unos horizontes de tiempo muy cortos y no da cabida a la reflexión sobre el hábito o el entrenamiento. La reflexión sobre la derrota colectiva de las mujeres, o la de los esclavos, no cabe en su esquema. Aun recogiendo la controversia entre quienes opinan que la justi cia estriba en la benevolencia y los que opinan que la justicia está precisamente en que mande el más fuerte, a la larga, lo que es y lo que deber ser tienden a fundirse en su exposición, porque “la virtud, cuando ha conseguido recursos, tiene la máxima capacidad de imperar por la fuerza, y el vencedor descuella siempre por algo bueno” (pág. 10). El paso del tiempo consolida la dominación, que es la otra cara del perfeccionamiento de la naturaleza, pues “lo mismo que las bestias engendran bestias, los hombres bue nos engendran hombres buenos” (pág. 11). Visto con mayor distancia temporal, los esclavos por accidente acaban convirtiéndose en “verdaderos” esclavos, en esclavos por naturaleza. Para estos últimos, según Aristó teles, la esclavitud es a la vez conveniente y justa: sus intere ses son los mismos que los del amo, y por eso surgirá entre ellos la amistad recíproca. Sólo cuando la esclavitud sea re sultado de convención y violencia sucederá lo contrario. En sentido inverso, podríamos interpretar que la falta de amistad con los vencedores es una forma de reconocimiento de la condición forzada de la relación. Tal vez ése sea un paso necesario para la identificación con el segundo grupo al que se refiere el propio Aristóteles al decir que “unos son escla vos en todas partes y otros no lo son en ninguna” (pág. 10). Aristóteles es, decididamente, un determinista biológico que justifica en la naturaleza la esclavitud, el dominio de los otros pueblos y la inferioridad y exclusión de la vida política de las mujeres. No obstante, es suficientemente inteligente como para admitir que en su interpretación finalista del mundo hay puntos difíciles de justificar. Aunque sólo sea para rebatirlos, reconoce que otros sabios mantienen opinio nes distintas: y por ello acepta que en este grandioso esque ma de ordenación, “la naturaleza no siempre consigue” sus propósitos y tienen cabida las excepciones (pág. 11). 1.4. El papel de la voz y la palabra La voz es signo del placer y del dolor, y no es exclusiva del hombre: también los animales expresan placer y descon tento y se lo comunican a otros. Pero la palabra es exclusiva mente humana. Aristóteles pone la palabra en los fundamen tos mismos de la ciudad, la polis, porque “la palabra es para manifestar lo conveniente y lo dañoso, lo justo y lo injusto, el sentido del bien y del mal” (pág. 4). La palabra permite la ciudad, porque sin ella no podría expresarse la Justicia, que es el orden de la comunidad civil. Por eso, cuando Aristóteles dice que “el esclavo carece en absoluto de facultad deliberativa; la hembra la tiene, pero desprovista de autoridad” (pág. 24), está privando a ambos del acceso a la palabra; a los esclavos, plenamente; a las mu jeres, de modo parcial, porque ¿de quésirve deliberar sobre lo justo y lo injusto, lo conveniente y lo dañoso, si luego ha de guardarse silencio sobre las conclusiones? Desafortunadamente, el robo de la palabra ha caracteri zado la vida de las mujeres durante siglos, tal vez milenios. Ante la ausencia de la palabra pública, la voz se aniña y enreda en expresiones inmediatas. Reclama Aristóteles para las mujeres “el ornato del silencio”. El silencio del discerni miento sobre el bien y el mal, sobre la organización de la jus ticia, sobre los asuntos de Dios y de los hombres. De la pérdida de la palabra no nos ha levantado todavía en España la Constitución democrática de 1978, aunque reconozca el pleno derecho al voto y a ser elegidas. El silen cio se ha hecho huella espesa, ausencia, cobijo de aparentes amistades y aceptaciones. Nuestros mejores humanistas del Siglo de Oro, como más adelante veremos, seguirán espar ciendo a los cuatro vientos, dos mil años más tarde, las con signas de silencio que Aristóteles plantó en La Política. A falta de palabra, casi hemos perdido también la capa cidad de oír lo que otros dicen. ¿Cómo recuperar los siglos de mudez, la descompensada acumulación de las palabras de otros que enmudecen nuestra lengua? II. A r i s t ó t e l e s y e l d e t e r m i n i s m o b i o l ó g i c o II. 1. La “Historia de los animales ” Aristóteles fue un gran impulsor del determinismo bio lógico, el exponente más ilustre en la antigüedad de una corriente de pensamiento que ha llegado hasta nuestros días bajo la forma de sociobiologismo. Anteriormente nos hemos referido al papel que Aristóte les hace desempeñar a la naturaleza en la asignación de los papeles sociales de esclavos y mujeres, que se expone en su libro sobre La Política. En la Historia de los animales, que es un compendio de zoología, Aristóteles pone las bases para una psicología biologista, asignando rasgos de carácter a las personas y a los animales, en virtud de su sexo. Aristóteles incurrió en varios errores anatómicos, en parte explicables porque no realizó disecciones humanas, como tampoco lo hacían los hipocráticos; pero sobre todo porque sus valores sociales le impulsaban a establecer diferencias anatómicas inexistentes entre las mujeres (gyné) y los varones (ánthro- pos), entre los blancos y los negros, o entre los rubios y los morenos. Por ejemplo, sostiene que el cráneo de la mujer presenta una sola sutura de forma circular, mientras que en el hombre con frecuencia son tres (García Gual, pág. 59). Sus errores se concentran en las explicaciones sobre el pro ceso de gestación, muy teñidas de ideología inferiorizada hacia las mujeres. Dice, por ejemplo, que “las mujeres que no pueden concebir sin un medicamento o alguna otra cir cunstancia favorable, normalmente dan a luz más niñas que niños” (García Gual, pág. 400), o que la menstruación rea parece antes de treinta días tras quedarse la mujer encinta si el embrión es hembra, y alrededor de cuarenta si es macho (García Gual, pág. 391). Los embriones se mueven hacia la derecha (que es el lado “noble”) y a los cuarenta días si son masculinos, pero hacia la izquierda y en noventa días si son femeninos. Los fetos de varón abortados a los noventa días adquieren ya cierta apariencia humana, pero los feme ninos de tres meses son todavía una masa inarticulada (pági na 392). Estas cuestiones, que Aristóteles consideraba pro badas, han tenido consecuencias de tipo legal y moral: por ejemplo, un grado diferente de penalización en los abortos según el género del feto, por entender que a los tres meses aún no se había producido la “animación” en los fetos femeninos, pero sí en los masculinos. También afirmó que el feto hem bra alcanza más lentamente que el varón el desarrollo com pleto de sus partes y exige más a menudo que el varón una gestación de diez meses (pág. 393). A continuación se repro ducen los párrafos que mejor reflejan su pensamiento2: 2 Todas las citas provienen de la edición de la Historia animalium de En todos los géneros en los que se hallan diferencias entre macho y hembra, la Naturaleza hace una diferen ciación similar en las características mentales de los dos sexos. Esta diferenciación es máximamente visible en el caso de la especie humana y en el de los mayores anima les cuadrúpedos. En todos los casos, excepto el del oso y el leopardo, la hembra es menos animosa que el macho; en cuanto a los dos casos excepcionales, el coraje es de la hembra. En todos los demás animales, la hembra tiene una dispo sición más suave que el macho, es más maliciosa, menos simple, más impulsiva y más atenta a la alimentación de los hijos. Por otra parte, el macho es más animoso que la hembra, más salvaje, más simple y menos astuto. La naturaleza del hombre es la más acabada y com pleta; consecuentemente en el hombre las cualidades o capacidades antes referidas se han perfeccionado. Por tanto, la mujer es más compasiva que el hombre, llora más fácilmente, y al mismo tiempo es más celosa, más quejosa, más propensa a regañar y golpear. Además, ella es más propensa al abatimiento y menos esperanzada que el hombre, más desprovista de vergüenza o respeto por sí misma, más falta de palabra, más engañosa, y tie ne mayor retentividad de memoria. También es más aler ta, más amilanada, más difícil de ponerse en acción y requiere menos cantidad de nutrición. Aristóteles realizada por W. Thompson, Oxford, Clarendon Press, 1910, Libro IX. La traducción del inglés es mía. Posteriormente, he trabajado con la cuidada edición de C. García Gual (Aristóteles, Investigación sobre los animales, Madrid, Gredos, 1992), y me hubiese ahorrado muchos esfuerzos si hubiera empezado con ella desde el principio. Gar cía Gual no repara en la referencia a osos y leopardos que da pie a estos epígrafes, ni hace comentarios sobre ella. En el índice de citas de anima les utiliza indistintamente las que se refieren a leopardo y pantera (pár- dalis, he, género femenino), mientras que respecto a los osos (arktos) recoge ho y he, masculino y femenino. En el prólogo comenta breve mente los principales errores anatómicos que comete Aristóteles, deriva dos de su inferiorización de las mujeres. En cambio no comenta los erro res referentes a blancos y negros o a rubios y morenos. Como antes se dijo, el macho es más valiente que la hembra y propicio a prestar ayuda. Incluso en el caso de los moluscos, cuando la sepia es golpeada con el triden te, el macho se queda para ayudar a la hembra; pero cuando el macho es atacado, la hembra huye. En resumen, los rasgos que Aristóteles asigna a los ani males machos son los siguientes: a) son animosos; b) son simples; c) son salvajes; d) no son astutos; e) son propicios a prestar ayuda. En cuanto a las hembras, los rasgos que des taca son: a) son suaves; b) son maliciosas; c) no son simples; d) son impulsivas; e) están atentas a la alimentación de sus hijos. En el paso de las características de los animales, espe cialmente las de los cuadrúpedos vivíparos que son los más próximos a los humanos, estas cualidades se transforman en condiciones morales. La constatación de que las mujeres necesitan menos cantidad de nutrición se asociará en la cul tura occidental posterior con la obligación moral de la fruga lidad. La astucia, la complejidad y la maliciosidad son cuali dades muy próximas al discernimiento, a la habilidad para conocer y prever que Aristóteles describía precisamente como características del hombre libre, y que son opuestas a la simpleza o falta de astucia que adscribe a los varones. Pero no entra en la visión del mundo y de las relaciones de género de Aristóteles el reconocimiento de que una cualidad tan importante pueda haber sido dispuesta por la naturaleza en las mujeres. Aunque, según sus propias palabras, la natu raleza se perfecciona en el hombre, que es el más acabado de los animales, las cualidades más notables de las hembras cua drúpedas no se “perfeccionan” enlas mujeres, sino que desa parecen. O, al menos, el intérprete no puede reconocerlas. De las cualidades intelectuales, Aristóteles sólo asigna a las mujeres su capacidad de “estar alerta”, y la de “retentividad de memoria”. La compasión no es para Aristóteles una virtud de rango tan elevado como la prudencia, el sentido de la justicia, la fortaleza o la templanza, y puede considerarse emparentada con la general característica de las hembras de ocuparse de la alimentación de los hijos; además, para restar importancia a este rasgo, Aristóteles señala que el macho es más propicio a prestar ayuda, especialmente en el caso de ataques. La faci lidad de las mujeres para llorar no indica sólo su mayor com pasión; sino su impresionabilidad y falta de control. Podría ser signo de virtud, pero no es así como se interpreta, sino que se degrada hasta asemejarse a un vicio. La retahila de condiciones caracterológicas que Aristó teles atribuye a las mujeres es muy larga, y atravesada de jui cios morales. Entre paréntesis señalamos la contra-lectura que puede hacerse de estos caracteres: a) celosa (de la conducta libre de otros), b) quejosa (de los bienes de otros y de los males propios), c) propensa a regañar y golpear (a ejercer la educación sin autoridad), d) propensa al abatimiento (ante sus condiciones de vida), e) poco esperanzada (con memoria y capacidad de pre ver), f) desprovista de vergüenza o respeto por sí misma (des tinada a obedecer), g) falsa de palabra y engañosa (el silencio es su ornato; no se le permite usar la palabra salvo en asuntos me nores), h) le es difícil ponerse en acción (porque depende de autorizaciones y recursos ajenos). II.2. Osos y leopardos: dos excepciones en el sistema de clasificación aristotélico En una lectura rápida de los párrafos anteriores puede pasar casi desapercibida la referencia al oso y al leopardo. Sin embargo, desde un punto de vista epistemológico, las excepciones tienen un valor extraordinario. Son, con pala bras de Celia Amorós, “puntos hemorrágicos”3. O dicho de otro modo, agujeros por los que se desangra o pierde fuerza una construcción o cadena de conceptos, que evidencia ahí su punto débil. Probablemente Aristóteles había recibido noticias a tra vés de sus informantes, o era una creencia generalizada en su época, que los leopardos y los osos diferían del resto de los animales en sus caracteres de base sexual. Aristóteles tenía que rechazar o aceptar tal información, y resolvió aceptarla y consignarla en su obra. En la actualidad, en cam bio, los biólogos no señalan peculiaridades a estos animales; lo que sí constatan es que los osos son animales que viven la mayor parte del tiempo solitarios, uniéndose sólo para el apareamiento. También constatan que, a pesar de su gran tamaño y capacidad destructiva, los osos no suelen atacar a otros animales, y la mayor parte de los ataques son realiza dos por hembras cuando sienten amenazadas sus crías. En el párrafo reseñado, Aristóteles no hace ningún juicio o valoración moral sobre la situación de osos y leopardos, limitándose a reseñarla. Pero si esta situación se hubiese pro ducido entre humanos, por ejemplo en algún pueblo bárbaro, le hubiera sido difícil prescindir de las valoraciones o conde nas morales y sin duda lo hubiese definido como antinatural, igual que dice en La Política respecto a los hogares en los que rige la esposa. Si una clasificación asocia el género con las característi cas del comportamiento, la capacidad determinante de la expresión “todos los animales” se quiebra al introducir la ex cepción. Si no obliga a unos, puede no obligar a otros: por que no es una asociación tan fuerte como parecía. Según cuál sea la valoración que merezca la asociación de categorías a la que se refiere, puede concluirse que la regla no “protege” o no “castiga” plenamente y sus efectos son evitables. En el 3 Agradezco a Celia Amorós y a Dolores Juliano los comentarios in formales sobre este tema que me regalaron durante un largo viaje en automóvil, entre Baeza y Madrid, en octubre de 1999. texto de Aristóteles que comentamos, la biología, o sea el “orden natural”, parece exigir una correlación entre los atri butos morfológicos o fisiológicos y las formas de comporta miento. Sin embargo, el propio Aristóteles tiene que enfren tarse a la constatación de que el “orden inmutable de la natu raleza” no siempre se mantiene. O lo que es lo mismo: que incluso dentro de la naturaleza existe la excepción y, por tan to, la posibilidad de cambio. Lo curioso es el modo u ocasión que obliga a Aristóteles a desdecirse, a abrir un boquete en el muro de sus conclusio nes sobre hembras y machos o sobre varones y mujeres. Si se contempla desde la perspectiva de la evolución temporal que ha llevado a la situación presente, la excepción es la emisaria de un tiempo nuevo, que aún no se ha implanta do extensamente; o, por el contrario, es el vestigio de un tiem po arcaico, ya desaparecido. Si lo que presagia es un tiempo futuro distinto, lo que ahora es excepción acabará por con vertirse en regla; y si la excepción no es más que un resto, terminará por desaparecer definitivamente. Pero la evolu ción en el tiempo en una dirección única para todas las espe cies, como si fuesen ordenadas desde el comienzo de la crea ción hacia un solo fin, también puede contestarse con inter pretaciones no finalistas ni unitarias de la Creación. Las excepciones son nudos intelectualmente poderosos, que obligan a poner en duda y re-pensar temas que anterior mente se daban por sentado. ¿Se tratará no de una excepción sino de un error en la observación y recogida de datos? ¿Será una confusión o desajuste lingüístico, introducido a lo laigo de sucesivas copias y traducciones? Según el viejo refrán castellano, las excepciones confir man la regla. Este aparente despropósito viene a significar que, de no ser por las excepciones que la contradicen o ame nazan, la regla pasaría desapercibida y no nos daríamos cuenta de su existencia. Sin embargo, se adquiere conscien cia de ella al resaltar lo insólito de la excepción. Por este pro cedimiento, la regla se hace más afirmativa, más explícita, y acaba fortalecida. Éste podría ser el sentido de la excepcional idad de los osos y leopardos de Aristóteles, aunque no es seguro. Tal vez Aristóteles o sus informantes tuviesen noticias del culto al oso y lo asociaran con los bárbaros vecinos del Norte, igual que asociasen el leopardo con los bárbaros vecinos asiáticos del Sur, con Egipto o Mauritania. Si así fuera, la “ajenidad” del animal se reforzaría aceptando que algunos de sus hábi tos de conducta eran distintos de los de los animales próxi mos y “normales”. Pero es difícil saber concluyentemente si esta construcción del “otro” por inversión del “sí mismo”, que frecuentemente funciona como un mecanismo de crea ción y refuerzo de identidades, la aplicó o no Aristóteles a los osos y leopardos, aunque sin duda “construya” a las mu jeres con las “anticualidades” de los hombres. Como la cla sificación se construye por asociaciones de conceptos, que da vacío el espacio que correspondería a las mujeres valien tes, alegres, con respeto de sí mismas, que mantienen su palabra y confían en sus parejas, que disfrutan de su condi ción, tienen autoridad, confían en el futuro y son capaces de organizarse para la acción. A Aristóteles no se le ocurre que tal cosa pueda suceder entre las mujeres griegas: pero el es pacio vacío lo llenan los mitos de sus contemporáneos, crean do el pueblo de las amazonas. Las amazonas representan la antítesis de las mujeres “normales”: son guerreras, y no for man hogar con varones aunque copulen con ellos. Para los varones griegos, representaban la monstruosidad y tenían que incorporarlas a sus mitos para potenciar el valor de las mujeres subordinadas que tenían a su lado. Hoy, los expertos piensan que a Aristóteles le faltaba información directa sobre losanimales, pero nadie niega su enorme impacto sobre las ideas que han estado circulando y desarrollándose en Europa en los últimos veinticinco siglos. Esto podría hacemos pensar en cuántas de las cosas que han dicho los sabios y expertos estaban basadas en informacio nes deficientes que pasaron por buenas durante milenios hasta que alguien las puso en duda. O lo que es lo mismo: que la duda y la desconfianza metódica siguen siendo una de las mejores armas intelectuales contra la inercia de lo “ya sabido”, y que los movimientos sociales que aspiran a intro ducir cambios generales tienen que adoptar este cartesiano hábito ante todas las manifestaciones de la cultura que han heredado. III. Si A r i s t ó t e l e s l e v a n t a r a l a c a b e z a III. 1. Rebeldía intelectual e innovación social Para una investigadora del siglo XXI resulta difícil leer a Aristóteles sin que se le dispare la adrenalina. Incluso cuan do ponía los fundamentos de las futuras Ciencias Naturales o cuando iniciaba el estudio de la anatomía, fisiología, eco logía y etología, sus palabras estaban envenenando el futuro desarrollo de la ciencia. Nadie pone en duda que Aristóteles fue un hombre de gran talla intelectual, un compilador y un maestro: pero las consecuencias sociales de su pensamiento han llegado vivas hasta nuestros días y los varones que han construido el saber de las Universidades y las Academias no se han dado apenas cuenta de que esas consecuencias eran radicalmente contrarias a los intereses de las mujeres. O, si se dieron cuenta, prefirieron pensar que ellos tenían derecho a llevarse la mejor parte. Tampoco debe Aristóteles cargar en solitario con las cul pas de un pensamiento con tres mil años de historia, en el que han dejado su impronta tantos hombres ilustres. Como toda obra colectiva, los resultados finales dependen de muchos, y no sólo por lo que hacen, sino por lo que dejan de hacer. Quizá uno de los pasajes más hermosos y emocionan tes de La Política es aquél en que Aristóteles reconoce, a pesar de su proclividad a dar por bueno todo lo que del poder dimana, que “hay hombres que son esclavos en todas partes y otros que no lo son en ninguna”. O lo que es lo mismo, que nada puede acabar con el deseo radical de libertad, ni siquie ra las circunstancias externas más adversas. Para las mujeres, y también para los varones proceden tes de grupos sociales históricamente sojuzgados, la rebeldía intelectual es un paso necesario en la búsqueda de la igual dad. La rebeldía pone en cuestión el orden establecido, tanto el orden intelectual como la organización de la producción y las instituciones. La rebeldía comienza por la duda, y en ese sentido, cada cartesiano es un rebelde y cada rebelde, un car tesiano. Pero la rebeldía no sólo cuestiona las ideas o el pen samiento, sino que desata pasiones y sentimientos podero sos. La rebeldía pone en marcha energías considerables, que pueden amedrantar a muchos o terminar, si no encuentran cauce, volviéndose en contra de quienes les dan albergue. Para que la rebeldía intelectual rebase el estricto límite del sujeto capaz de sentirla tiene que transmitirse, arraigar en otros, extenderse: hacerse motor de la innovación social. En ese sentido, los/las investigadores lúcidos tienen que enfren tarse al desafío de prever las consecuencias sociales de su obra; y los líderes de movimientos sociales tienen que en contrar los fundamentos intelectuales, teóricos, de sus pro puestas concretas. Dejar de hacer es una forma de hacer. Los intelectuales e investigadores que miran para otro lado, que se encastillan en un trabajo “técnico”, que se escudan en una posición “cientifista”, contribuyen a que las raíces discrimi natorias de las ciencias en que investigan sigan produciendo efectos, porque nadie sabe cómo detectar esos orígenes y los sesgos a los que conducen, ni cómo enfrentarlos y sustituir los por otros más acordes con las transformaciones sociales que requieren los nuevos tiempos. Si para todos es necesaria la reflexión sobre los orígenes, para las mujeres es una cuestión vital, porque no pueden pre tender cambios igualitarios en la estructura social y en su vida cotidiana si la cultura de la que se nutren es antiiguali taria. Y no pueden esperar que el precio de esa revisión lo paguen solamente algunos o algunas, porque en ese caso el precio sería lapidario para estos pocos (por eso volveremos insistentemente sobre la figura de Galileo) y además corren el riesgo de que los resultados se demoren indefinidamente o sean tan débiles que apenas se noten. II 1.2. Las mujeres y la política en el siglo XXI Desde que Aristóteles dijo en La Política que las mu jeres son inferiores y no deben participar en el gobierno de la polis, hasta hoy, han pasado casi veinticinco siglos. En España, la incorporación de las mujeres a la vida política es un hecho muy reciente. El cambio social ha ido precedido de movimientos intelectuales que propugnaban la igualdad. En ocasiones, esos movimientos ideológicos han cuajado en leyes que se adelantaban a las prácticas sociales y servían como acicate o meta más que como reflejo4. Según la Constitución de 1978: España se constituye en un Estado social y democrá tico de Derecho, que propugna como valores superiores de su ordenamiento jurídico la libertad, la justicia, la igualdad y el pluralismo político (1.1). En este título preliminar, la igualdad se interpreta y pro pone como un valor, junto a otros tres valores superiores. Si el orden de enumeración tuviese algún significado jerárqui co o de evidencia, la igualdad estaría situada en la escala axiológica por debajo de la libertad y de la justicia. El artículo 14 de la Constitución ofrece una interpreta ción de los orígenes o fuentes de la desigualdad, ya que al condenar explícitamente algunas formas de discriminación, reconoce de hecho su existencia y destaca la multicausali- dad, la apertura, el papel de los sujetos individuales y la capacidad generadora de desigualdad de las condiciones sociales. Los españoles son iguales ante la ley, sin que pueda prevalecer discriminación alguna por razón de nacimien to, raza, sexo, religión, opinión o cualquier otra condi ción o circunstancia personal o social. 4 M. A. Duran (ed.), La formación del pensamiento igualitario..., Ma drid, Castalia, 1993. El artículo 32.1 se refiere a la igualdad en el matrimo nio, y el 35.1 a la igualdad en el trabajo. El artículo 35.1 con dena expresamente la discriminación por sexo en el trabajo, y no cita los otros factores de desigualdad (nacimiento, raza, religión, opinión) mencionados conjuntamente en el artícu lo 14, porque no los considera de tan probable riesgo o tan dignos de ser protegidos. La Constitución es también un proyecto de acción. Las menciones más relevantes a la igualdad en este proyecto de acción se contienen en el artículo 9.2: Corresponde a los poderes políticos promover las condiciones para que la libertad y la igualdad del indivi duo y de los grupos en que se integra sean reales y efec tivas: remover los obstáculos que impidan o dificulten su plenitud y facilitar la participación de todos los ciudada nos en la vida política, económica, cultural y social. Como proyecto político/administrativo, la Constitución señala la obligación de los sujetos intermedios (“los poderes políticos”) de contribuir a una tarea gigantesca: la de promo ver las condiciones y la de remover los obstáculos que difi culten la aplicación del valor básico de la igualdad. Este es el punto de la Constitución que más se aproxima al modelo del igualitarismo radical, puesto que se trata de un objetivo de gran alcance en extensión y profundidad, no limitado a la infracción de la ley sino a situaciones generales en las que resulta difícil su aplicación. La participación implica un ele vado grado de presencia en los grupos y las instituciones; no se agota en el “derecho” a participar sino en su correlativo“deber de participación”. Y, si no es una forma disfrazada de obediencia, los participantes tienen que ser co-responsables en la toma de decisiones y en el acceso a los riesgos y las recompensas. Recién inaugurado el nuevo milenio, la incorporación de las mujeres a la vida política sigue siendo más débil que la de los varones, pero los cambios que han tenido lugar en Europa en el último siglo son espectaculares. Para ello hubo que modificar la concepción del oykos, la familia u hogar. Todavía hoy sigue siendo difícil la conciliación entre la vida de familia y la participación en los organismos legislativos, judiciales o ejecutivos: pero en muchos países se han reali zado modificaciones constitucionales para recoger la nueva ideología igualitaria y para facilitar medidas que favorezcan la democracia paritaria. La proporción de mujeres en el Congreso español en la última legislatura del siglo ha sido de un 22% y en el Sena do, de un 16%. La proporción de mujeres entre los represen tantes españoles en el Parlamento Europeo es del 34%5. Todavía no es la paridad, pero el salto respecto a las legisla turas anteriores es considerable. 5 Vid. M. A. Duran (dir)., Conciliación entre vida familiar y política, Senado, 1999. Vid. especialmente J. Astelarra, La representación parla mentaria de las mujeres españolas, págs. 127-151. Viaje a la Osa Mayor P r e s e n t a c i ó n Este ensayo lo acabé de escribir el 2 de febrero del año 2000, fiesta de las Candelas. Por orden de escritura, ha sido el último de los que componen el volumen que debía haber entregado a la editorial para las fiestas de mayo del año an terior. Inicialmente pensé que iba a hacer un ensayo casi humo rístico sobre los osos y los leopardos. Ambos son hoy ani males tan exóticos y mediatizados por el cómic (el oso Yogui y Baboo son los más conocidos) que resulta chocante situar los contra el trasfondo severo de Aristóteles. Creí que el tema me brindaba la posibilidad de hacer unas bromas y unas risas, igual que ofrecen risas y bromas el carnaval o las fiestas de disfraces. Sin embargo, poco a poco las risas ini ciales dejaron paso a una indagación sobre las historias, apa rentemente sin sentido, que se cuentan en estas fiestas. La búsqueda del sentido de la excepción ya no era un juego, aunque siguiese siendo interesante. Entre la Candelaria y el comienzo del verano tienen lugar en toda Europa las fiestas de renovación de la prima- vera, a las que los antropólogos e historiadores han dedicado tantas y tan hermosas páginas. Después de terminar el pri mer capítulo, que encierra la Historia de los animales de Aristóteles, necesitaba un contrapunto, un desentumeci miento. Para intentar comprender y respirar aire fresco tiré del ovillo de la Osa Mayor. Los epígrafes que siguen eslabonan muchas y variadas voces. Son las voces de las personas que me ayudaron a avanzar tras las huellas de Aristóteles, sus leopardos y sus osas. Como en un poema que oí recitar a Gloria Fuertes dedicado a las vecinas (“Me ha prestado una cebolla”), empecé pidiendo ayuda a mi cuñada Eugenia, que no sólo es experta, sino enamorada del mundo griego. En una hojita de agenda, después de la sopa de almendras del día de Navidad, me pasó las primeras pistas sobre Arktos, la osa. Seguí luego con amigos y amigas, con colegas e inclu so con desconocidos investigadores de museos y otras insti tuciones científicas que por su trabajo se ocupan hoy de osos vivientes. He recurrido a documentalistas, bibliotecarios, biólogos, lingüistas, antropólogos e historiadores de la cien cia. Cuando ya casi se cerraba el círculo, recibí la última sor presa: mientras visitaba el Ayuntamiento de Madrid, la guía nos obsequió espontáneamente con unos bienhumorados comentarios sobre La Osa y el Madroño. Con tantas pistas y dádivas'habría materiales para un libro, pero he tenido que cortar los caminos, apenas inicia dos. Aunque las osas y los leopardos se me han escapado, disfruté muchísimo con las mitologías antiguas. Tal vez sea conveniente que, en lugar de excavar en los mitos antiguos, pongamos en circulación otros nuevos. Así, transformándo se, es como han llegado hasta hoy los que ahora conocemos. La aventura por los abiertos caminos de la leyenda y el mito tiene ahora que hacer una pausa. Necesito volver a la relativa seguridad del quehacer cotidiano: a esa lucha con centrada, unifocal y sistemática, y a esa pelea silenciosa con los silogismos y con las mediciones a la que llamamos inves tigación científica. Durante los meses de peregrinaje tras osos y mitos me han vuelto a la memoria las tardes de mayo de hace mucho tiempo, cuando yo llevaba velos de organdí blanco y cintas azules en el pecho. Entonces no sabía que las arktoi de Brauron se habían arrodillado en sitios parecidos para agra decer el triunfo dulce de la vida y la llegada de la primave ra. Me alegro de saberlo ahora, de reconocer que un hilo de siglos me une a ellas, igual que me unirá a las nietas de mis nietas, en siglos venideros. Llevarán quizá, estas últimas, brillantes rayos de luz láser o tendrán las rodillas ingrávidas, acostumbradas a las atmósferas espaciales. Junto a todos los conocimientos científicos, que verán estos míos de hoy como apenas atisbos de protociencia, seguirán necesitando de mitos propios y elegirán algunos que las diferencien de los “otros” y les permitan saber que son ellas mismas. Con fío en que las nietas de mis nietas sepan crear y conservar sus mitos protectores, mientras manejan la más avanzada tecnología. I . L O S A N IM A L E S Y L A V IS IÓ N D E L M U N D O 1.1. La excepción de arktos, la osa Aristóteles pensaba que los osos eran excepcionales en tre los restantes animales porque las hembras eran más valientes que los machos. Como Aristóteles ponía las bases de la exclusión de las mujeres de la vida política en sus con diciones morfológicas de hembras de la especie humana, resulta del mayor interés la interpretación de por qué el gran compilador de la ciencia en la Grecia clásica llega a estas conclusiones. ¿Qué tenían los osos y las osas de aquella épo ca que les hacían distintos a los demás animales, incluido el hombre? Para tratar de dar respuesta a esta pregunta vamos a rea lizar un viaje alrededor de arktos, el término griego que nombra al oso. Es un viaje iniciático, en que abriremos tantas puertas como tipos de conocimiento hemos solicita do; empezaremos situando a los osos en su más concreta realidad física, para continuar con los procesos de culturi- zación o apropiación cultural de diversos animales. Distin guiremos entre el intento científico de conocimiento de los animales y la fabulación en torno a ellos. No sólo los ani males, sino la naturaleza entera, sirven de campo de pro yección de la cultura, que refleja los temores, deseos, valo raciones y jerarquías humanas sobre las plantas, los anima les y los planetas. Si entre el lugar asignado a los animales y el lugar que el hombre se reserva a sí mismo en los mitos hay algún tipo de asociación, el descolocamiento de los osos en cuanto al carácter diferencial de machos y hembras tendría que res ponder a algún tipo de excepcionalidad en los mitos, o a algún mito específico que llenase este hueco de excepciona lidad. La puerta abierta al campo de los mitos ha servido sobre todo para subrayar su inabarcabilidad, su carácter intrincado y laberíntico. Entre la multitud de historias entre lazadas se destacan dos referencias de mayor peso; por una parte, las que llevan hacia Artemisa, protectora de las muje res; y por otra, las que llevan hacia arktos, la osa, en el con texto próximo a Artemisa o fundida con ella. El camino hacia Artemisa se desdobla en múltiples vericuetos arqueo lógicos, antropológicos y lingüísticos. ¿Existió, realmente, una época anterior a la Edad del Bronce en que los humanos creían en la Gran Diosa? ¿Hubo un derrocamiento y sustitu ción de antiquísimos sistemas
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