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El desarraigo - Juana Ramirez

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pierre bourdieu 
abdelmalek sayad 
el desarraigo
la violencia del capitalismo 
en una sociedad rural
edición al cuidado de amín pérez
traducción de texto y apéndices: ángel abad 
revisión de apéndices y traducción 
de tramos inéditos: luciano padilla lópez
\ X / 1 siglo veintiuno
^ ^ 1 editores
m
grupo editorial 
siglo veintiuno
siglo xxl edHorn, méxJco
CERRO DEL AGUA 248. ROMERO DE TEJTCflOS, 04310 MÉXICO, DF 
s.com.mx
siglo xxl editores, eryentina
GUATEMALA 4824, C1425BUP. BUENOS ARES, ARGENTINA 
vwvyv.stgtoxxiedrtares.com.ar
anthropos
LEPANT 241, 243 00013 BWCELONA, ESPAÑA 
vwvw.anthropos-editorial.com
Bourdieu, Pierre
El desarraigo: La violencia del capitalismo en una sociedad rural / / 
Pierre Bourdieu y Abdelmalek Sayad.- i * ed.- Buenos Aires: Siglo 
Veintiuno Editores, 20 17 .
272 p.; 2 1x 14 cm.- (Biblioteca clásica de Siglo Veintiuno) 
Traducción: Angel Abad y Luciano Padilla López 
ISBN 978-987-629-719-6
1 . Argelia. I. Sayad, Abdelmalek. II. Abad, Angel, trad.
III. Padilla López, Luciano, trad.
CDD 630.7
Título original: Le déracinement. La crise de Vagriculture traditionnelle 
en Algérie
© 1964, Les Editions de Minuit 
© 20 17 , Siglo Veintiuno Editores Argentina S.A.
Diseño de colección: Tholón Kunst 
ISBN 978-987-629-719-6
Impreso en Arcángel Maggio - División Libros / / Lafayette 1695, 
Buenos Aires, en el mes de marzo de 2017
Hecho el depósito que marca la ley 11.723 
Impreso en Argentina / / Made in Argentina
Indice
Nota del editor 5
La liberación del conocimiento. Bourdieu 
y Sayad frente al colonialismo 7
Amín Pérei
Introducción 27
1. Los reagrupamientos de población
y la lógica del colonialismo 31
2. Dos historias, dos sociedades 47
3. Los reagrupamientos y la crisis
de la agricultura tradicional 69
4. El descubrimiento del trabajo 85
5. ThafaUah’th o el campesino realizado 1 13
6. Una agricultura sin agricultores 131
7. Ciudadanos sin ciudad 153
8. Mezcolanza cultural 199
Apéndices
i. Los reagrupamientos del macizo de Collo
4 EL DESARRAIGO
(distrito de Collo) 221
11. Los reagrupamientos del valle del Chelif
(departamento de Orléansville) 241
ni. Un aspecto de la descampesinización 253
IV. Las dos sintaxis 261
Siglas 269
NOTA DEL EDITOR
La presente edición reproduce la versión publicada en 
1965 por el sello Nova Terra, de Barcelona, con el título Argelia 
entra en la historia. Los apéndices han sido revisados y se han incor­
porado tramos faltantes y un anexo inédito. Pese a los esfuerzos 
realizados, no ha sido posible contactar a los titulares de los dere­
chos correspondientes a esa primera edición.
La liberación del conocimiento
Bourdieu y Sayad frente al 
colonialismo
Amín Pérez*
Por mil razones científicas y humanas, los reagrupamien- 
tos de poblaciones realizados en Argelia por el ejército 
francés constituían un objeto de estudio eminente, por el 
hecho de que será imposible comprender la sociedad rural 
argelina sin tener en cuenta la transformación extraordi­
naria e irreversible que estos determinaron. 
p i e r r e b o u r d i e u , Travail et travaiUeurs en Algérie
Pierre Bourdieu y Abdelmalek Sayad son hoy en día refe­
rencias fundamentales para comprender el funcionamiento visible 
e invisible del mundo social.1 Cuarenta años marcan la colabora­
ción entre ambos autores, desde los estudios sobre las transforma­
ciones de la sociedad cabilia hasta La miseria del mundo;2 esa misma 
colaboración constituyó una nueva manera de hacer ciencia social 
comprometida con los problemas políticos que les tocó vivir. Y pre­
* Sociólogo, investigador del LabEx TEPS1S (Ecole des Hautes Etudes 
en Sciences Sociales, París) asociado al Institut de Recherche Inter- 
disciplinaire sur les Enjeux Sociaux. Es miembro del comité científico 
del Fondo de Archivos Pierre Bourdieu. Sus investigaciones abordan 
los lazos entre las ciencias sociales y la política, así como las migracio­
nes entre Francia y Argelia, y en el Caribe. Es editor de la obra postu­
ma de Abdelmalek Sayad (L’immigration ou les paradoxes de l ’aüerité. i. 
La fabrication des identités cultureües, París, Raisons d ’agir, 2014) y autor 
del libro Faite de la politiqve avec la sociologie. Abdelmalek Sayad et Piem 
Bourdieu dans la guem d ’Algérie (Marsella, Agone, 2017).
1 En América Latina, conocemos m ejor la obra de Bourdieu. Un acer­
camiento a la reflexión de Sayad sobre los procesos migratorios pue­
de lograrse a partir de su volumen La doble ausencia. De las ilusiones del 
emigrado a los padecimientos del inmigrado, Barcelona, Anthropos, 2010.
2 Pierre Bourdieu (dir.), La miseria del mundo, México, FCE, 1999.
8 EL DESARRAIGO
cisamente con el libro que presentamos aquí, El desarraigo, los dos 
dan sus primeros pasos en la sociología.8 En esta obra renuevan su 
práctica tanto por la convicción asumida, el rigor epistemológico, 
cuanto por los resultados obtenidos. En una Argelia bajo el fuego 
de la guerra de independencia, foijan las bases metodológicas que 
los llevarán a develar los mecanismos de dominación que estructu­
ran el orden social.
Su punto de partida es el estudio de las políticas coloniales de ex­
propiación de tierras, los efectos del desplazamiento y reagrupamien­
to forzado de obreros y campesinos para evitar sus contactos con re­
beldes independentistas, así como el impacto del capitalismo en una 
economía basada sobre la reciprocidad y la solidaridad. Bourdieu y 
Sayad recorren tugurios, suburbios y campos argelinos para observar 
con ojo clínico los cambios de una sociedad que no quedará indem­
ne luego de su liberación nacional. Su interés es el de trascender la 
inaceptable realidad de la guerra, evadir las teorías generales que im­
pone la coyuntura, para comprender lo que realmente está enjuego. 
Como revelan varias notas de Bourdieu en sus archivos personales, 
el objetivo es armarse del conocimiento para transformar la domi­
nación. Reconstruyamos la historia que constituyó la originalidad de 
este libro.4
3 Pierre Bourdieu y Abdelmalek Sayad, Le déracinement. La crise de 
l ’agriculture traditionnelle en Algérie, París, Minuit, “Documents", 1964. 
En castellano, sólo se publicó una edición de circulación limitada -en 
1965 con el sello barcelonés Nova Terra-, cuyo cambio de título reve­
la el carácter político del contexto de descolonización: Argelia entra en 
la historia. Aquí reproducimos esta edición, aumentada con imáge­
nes pertenecientes a la publicación inicial en francés y un apéndice 
inédito recuperado de los archivos de Bourdieu y Sayad.
4 Parto principalmente de mi investigación doctoral, basada en los 
archivos personales de ambos autores: Amín Pérez, Rendre le social 
plus politique. Guerre colonial*, immigration et pratiques sociologiques 
dAbdelmalek Sayad et de Piem Bourdieu, París, EHESS, 2015, que 
reelaboré como libro (Faite de la politique avec lasociologie..., ob. cit.). 
Agradezco a Gustavo Sorá y Ezequiel Grisendi por haber propiciado 
la reedición de este libro en Iberoamérica.
LA LIBERACIÓN DEL CONOCIMIENTO 9
RAÍCES BIOGRÁFICAS DE UN COMBATE
Bourdieu y Sayad se encuentran en las aulas de la Universidad de 
Argel en 1958. Han pasado cuatro años del inicio formal de una de 
las guerras de liberación nacional más feroces de la historia. El pueblo 
argelino ha decidido terminar con un sistema colonial instalado des­
de 1830, basado sobre la represión y la segregación entre autóctonos 
argelinos (denominados “musulmanes”) y franceses (denominados 
“europeos”). Bajo este régimen, la población argelina fue sometida a 
la expropiación masiva de tierras, impedida de acceder a empleos pú­
blicos y puestos políticos, relegada a una escolaridad específica y a un 
modo de nacionalidad francesa sin cualidad ciudadana, así como suje­
ta a masacres en momentos de manifestaciones por la independencia 
de la colonia. Ante la insurrección popular desatada en 1954, Francia 
no tardó en reprimir militarmente, al mismo tiempo que proponía 
políticas compensatorias para las desigualdades sociales y económicas.Pero ya era tarde. La consigna “Argelia para los argelinos” fue la nueva 
ruta trazada hasta alcanzar la independencia en 1962.
En este contexto el joven profesor de filosofía Pierre Bourdieu y 
su alumno Abdelmalek Sayad afianzan sus lazos. Los debates que el 
primero propone sobre la actualidad colonial crean de inmediato un 
vínculo intelectual y afectivo entre ellos. Esta afinidad tiene mucho 
que ver con la similitud de sus trayectorias. Sólo tres años median 
entre el nacimiento de Bourdieu (1930-2002) y el de Sayad (1933- 
1998). Ambos provienen de medios sociales modestos y cursan una 
escolaridad de excelencia. El primero, hijo de un funcionario postal 
de un pueblo piral del sur de Francia, transitó la institución académi­
ca de mayor prestigio de su país: la Escuela Normal Superior de París. 
El segundo es descendiente de una pequeña élite rural, arruinada 
en el momento de su nacimiento por conflictos con grupos locales 
cercanos a la administración colonial. Su padre logró escolarizarlo 
en las instituciones destinadas a europeos, y eso también posibilitó 
que el joven pasase luego al núcleo de la intelectualidad autóctona: 
la Escuela Normal del Magisterio de Bouzareah. En sus escolarizacio- 
nes, Bourdieu y Sayad fueron objeto de burlas y discriminaciones por 
sus orígenes populares (y étnicos, en el caso del segundo). Estas res­
pectivas experiencias en universos radicalmente opuestos a sus oríge­
ÍO EL DESARRAIGO
nes los dotan de un reflejo crítico particular, en que se mezclan una 
sólida formación académica con la sensibilidad sobre el significado 
de vivir en un mundo que no deja de remitir a la condición social 
propia de cada cual. Esta forma de conciencia de clase se reafirma en 
Argelia al estallar la guerra de independencia.
En los primeros años de la revolución, ambos trazan caminos de 
un lado y otro del conflicto. Bourdieu recién termina su servicio mi­
litar en la sede del gobierno en Argel (1956-1958). Sayad es maestro 
de primaria y militante anticolonial. Ambos quedan profundamente 
marcados por las circunstancias de la guerra y rechazan las vías de una 
consagración académica. Bourdieu desiste de la carrera filosófica tra­
zada por su mentor, Georges Canguilhem, y decide quedarse en Argel 
como profesor auxiliar en la Facultad de Letras. Sayad, luego de meses 
de estudio en Francia en procura de ingresar a la Escuela Normal del 
Magisterio, retoma a Argel para seguir su activismo y cursar la carrera 
de Psicología. Ambos son movidos por la necesidad de sentirse útiles 
ante el panorama político que viven.
Muy pronto, desde sus primeras clases en septiembre de 1958, 
maestro y alumno entablan una estrecha relación. Las múltiples car­
tas que intercambian revelan la agudeza con la cual debaten las di­
ferentes posturas intelectuales sobre la situación colonial, matizadas 
por teorías que legitiman ese orden impuesto, otras que proponen su 
reforma y otras que reivindican su fin. Los recursos académicos y po­
líticos de Bourdieu y Sayad imprimen a sus ideas el toque preciso de 
compromiso y cientificidad. Esta articulación entre reflexión y acción 
resulta decisiva para romper con los análisis abstractos entonces en 
boga sobre la realidad argelina, y los impulsa a partir de un trabajo 
de campo directo como medio de conocimiento de los profundos 
cambios de este pueblo.
Las condiciones de vida en los campos de concentración estableci­
dos por el ejército francés constituían una de las temáticas más espino­
sas de la guerra. Estos “centros de reagrupamiento” (según la designa­
ción oficial de entonces) eran utilizados esencialmente con el objetivo 
de impedir que las poblaciones rurales pudieran prestar asistencia a 
la guerrilla independentista. Hacia 1960, un cuarto de la población 
reside allí, reagrupada en condiciones infrahumanas, coartadas en sus 
modos y medios habituales de existencia. Bajo la presión de tribunas y
LA LIBERACIÓN DEL CONOCIMIENTO 1 1
denuncias internacionales, el ejército se ve obligado a investigar lo que 
sucede. Bourdieu es convocado por Jacques Breil, cristiano de izquier­
da y director de la Oficina de Estadística General de Argelia, quien 
le da carta blanca para realizar estas y otras investigaciones junto con 
un grupo de economistas franceses en el marco de la Asociación para 
la Investigación Demográfica, Económica y Social (ARDES). Bourdieu 
asocia rápidamente a Sayad, quien recluta a varios estudiantes y mili­
tantes para las investigaciones etnográficas. Nace un programa socioló­
gico de fondo sobre la sociedad argelina.
DEVENIR SOCIÓLOGOS EN TIEMPOS DE GUERRA
¿Cómo estudiar una sociedad profundamente transformada por la 
guerra y el capitalismo? Diversas problemáticas son investigadas de 
manera simultánea en varios escenarios. El objetivo es conocer los 
efectos provocados por los campos de concentración, los cambios de 
la relación con el trabajo y la vivencia del desempleo ante el auge de 
la economía monetaria, así como los nuevos modos de consumo se­
gún las clases sociales y la adaptación de poblaciones rurales al hábitat 
moderno. Para comprender estas mutaciones, Bourdieu y Sayad no 
desestiman ninguna herramienta. Así, emprenden una experimenta­
ción científica en que todos los métodos son válidos, en particular la 
realización de entrevistas, monografías y estadísticas, a la cual se suma 
el uso de la fotografía.
El trabajo etnográfico medular se inicia durante el verano de 1960 
y se prolonga de manera puntal hasta 1962. Se basa principalmente 
en dúos compuestos por encuestadores locales y europeos. La con­
frontación directa con las poblaciones permite conocer la honda in­
terioridad que mueve a las masas argelinas ante la desvalorización de 
las estructuras sociales que daban sentido al modo de vida tradicional. 
Según Sayad, Bourdieu y él pasan
noches enteras en las cuales eran minuciosamente debatidas 
y desmenuzadas las informaciones compiladas, las observa­
ciones registradas; todo esto fue un verdadero laboratorio,
12 EL DESARRAIGO
donde se forjaron las hipótesis, donde se probaban las inter­
pretaciones, donde se ponían a prueba las teorías.5
En ese momento ambos se convierten realmente a la sociología me­
diante la práctica misma. Bourdieu atestigua esta experiencia en un 
contexto en que la guerra cobra su mayor número de víctimas.
Anduvimos los puntos más recónditos de Argelia: los cen­
tros de reagrupamiento de la península de Collo, el llano de 
Orléansville, las carreteras prohibidas del Ouarsenis,6 entre 
puestos de control y alertas de minas, la Gran Cabilia y la 
Pequeña Cabilia, los tugurios y barrios populares de Argel y 
de Constantina, entre otros tantos lugares. Tenemos muchos 
recuerdos en común, a menudo trágicos: las noches de inves­
tigación en los campos de concentración, mientras los demás 
dormían, nos quedábamos hasta las 2 o 3 de la mañana para 
discutir y transcribir las observaciones del día.7
Hacer sociología en pleno conflicto armado conlleva elevados riesgos, 
sobre todo porque en ocasiones Bourdieu y Sayad, para ganar la con­
fianza de los pobladores, rechazan la custodia militar exigida por la 
ARDES. En uno de sus diarios, Sayad relata la sensación de tensión 
que se vivió con la llegada del equipo de investigación a los campos de 
concentración del noreste argelino. Algunos encuestadores desertaron 
ante los incesantes bombardeos; otros continuaron, convencidos de
5 Abdelmalek Sayad, Histone et nchmhe identitam. Sutvi d'un entretien 
avec Hassan Arfaoui, Saint-Denis, Bouchéne, 2002, pp. 65-66.
6 Cualquier circulación de personas queda terminantemente proscrita 
en las “zonas prohibidas" instituidas por el ejército francés. Esta políti­
ca de guerra “contrarrevolucionaria" va de la mano con el desplaza­
miento forzado de las poblaciones rurales hacia centros de reagru­
pamiento. Se estima que, durante los años de guerra (1954-1962),
1 175 000 personas se ven obligadas a desalojar las zonas prohibidas 
y más de 2 350 000, trasladadas a los reagrupamientos.Esta política 
militar contribuirá decisivamente a la desorganización social y econó­
mica del mundo rural argelino.
7 Pierre Bourdieu, “Pour Abdelmalek Sayad”, en Esquisses algérimnes, 
París, Seuil, 2008, p. 357.
LA LIBERACIÓN DEL CONOCIMIENTO 1 3
la utilidad de estas investigaciones: “Situación dramática. No se pue­
de creer que sea exagerada, los encuestadores están desmoralizados. 
Operaciones [militares] en pleno avance. [...] Yo creo que lo que aquí 
hace falta es demostrar [lo que sucede], no las comodidades [para 
hacerlo]”.8
La situación misma de guerTa obliga a la reflexión. Los autores per­
ciben que la verdad que la ciencia crea es también tributaría del pro­
ceso que la produce, y de ahí surge el interés por vigilar y restituir la 
elaboración del conocimiento. Un dispositivo reflexivo y metodológico 
es minuciosamente desplegado para diferenciarse de militares o perio­
distas que orienten los pareceres de sus informantes, evitar imponerles 
sus ideas y saber cuestionarlos para neutralizar respuestas inducidas 
por el contexto de guerTa. Bourdieu y Sayad se proveen de los medios 
para comprender de forma objetiva las experiencias vividas en una so­
ciedad en plena transformación.
Poco a poco, los jóvenes investigadores se ven embarcados en un 
programa sociológico que no se limita a restituir y a denunciar las con­
diciones de vida generadas por la guerTa y la dominación colonial. El 
trabajo de campo les deja entrever que las secuelas de los campos de 
concentración en la condición campesina y el desarrollo del capitalis­
mo en el sistema solidario sobre el que se asentaba el mundo tradicio­
nal trascenderán el fin de la colonización. Ambos están decididos a 
analizar estas repercusiones y a posicionarse en el debate público. De 
esta decisión nacen varios estudios -algunos de ellos, aún inéditos-, 
una serie de artículos9 y dos libros: Travail et travailleurs en Algérié0 y El 
desarraigo.
Estas obras, además de analizar el proceso de descomposición social 
del mundo tradicional aigelino, describen y explican las arbitrarieda­
des y dificultades que viven las categorías rurales y urbanas más vul­
nerables para adaptarse al nuevo orden económico y social que se les 
impone. Si El desarraigo se concentra en el espacio rural, sus reflexiones
8 Amín Pérez, Rendw le social plus politique..., ob. cit., p. 117.
9 Pierre Bourdieu, Algman Sketches, Malden, Polity Press, 2013.
10 Una síntesis de este brillante estudio fue publicado en Pierre
Bourdieu, Argelia 60. Estructuras económicas y estructuras temporales, 
Buenos Aires, Siglo XXI, 2013.
1 4 EL DESARRAIGO
se nutren constantemente del conjunto de las demás investigaciones. 
Cuatro cuestionamientos principales desfilan en esta obra: ¿cómo va­
lerse de sus razones estructurales para comprender el desplazamiento 
de poblaciones rurales hacia los campos de concentración, los subur­
bios locales o Francia? ¿Cuáles son las repercusiones íntimas y colec­
tivas para estas poblaciones marginadas que afrontan la desaparición 
del campesinado sin las disposiciones sociales y culturales requeridas 
para trabajar en nuevos sectores productivos? ¿Cómo manejan estas 
contradicciones? ¿Qué condiciones se necesitan para trascender este 
presente?
La publicación originaria de El desarraigo, en 1964, tuvo escaso im­
pacto en el espacio público francés. Su inclusión en la colección de 
compromiso anticolonial de Editions de Minuit," el contexto de des­
colonización y la configuración del campo académico en que surge 
contribuyen a su olvido. En el plano político, la obra pasa inadvertida 
en una Francia que ya quiere dar vuelta la página de la derrota co­
lonial, mientras la nueva Argelia independiente privilegia ignorar sus 
conclusiones sobre las posibles derivas hacia el socialismo autoritario y 
sus propuestas políticas para una educación racional de la clase campe­
sina y proletaria. En el plano académico, queda relegada ante la oleada 
universitaria dominante que -basada sobre la distorsión del principio 
de “neutralidad axiológica” de Max Weber, quien abogaba por la nece­
sidad de neutralizar nuestros valores en el quehacer científico, lo que 
no inhibe el compromiso social-12 deslegitimaba el carácter científico 
de una ciencia eminentemente política. En fin su carácter profunda­
mente innovador lo posiciona a contracorriente y a destiempo de las 
perspectivas teóricas dominantes de ese entonces. La articulación de 
diversas metodologías y problemáticas y la reflexividad constante del 
proceso de investigación, así como la intención analítica y crítica, que 
configuran El desarraigo son claves en la revolución reflexiva emprendi­
da por Bourdieu y Sayad. Esa apuesta indisociablemente científica y po­
lítica renovó profundamente las miradas sobre las realidades sociales.
11 La colección "Documente” fue clave en la publicación de una señe de 
textos que erigieron una denuncia fundamentada de la dominación 
de Estado durante la guerra de Argelia.
12 Max Weber, El político y el científico, Madrid, Alianza, 2012.
LA LIBERACIÓN DEL CONOCIMIENTO 1 5
RUPTURAS d e u n a a n t r o p o l o g í a p o l í t i c a
Una sociedad en mutación requería un estudio desde un saber en mo­
vimiento como clave para revelar mecanismos políticos obviados por las 
ciencias sociales del momento. Dos rupturas epistemológicas son parti­
cularmente decisivas. Primero, aquella con las problemáticas y miradas 
de la etnología colonial, que atribuían la situación de “subdesairollo” 
del pueblo argelino a su esencia cultural y hacían de esta el principio 
de cualquier irracionalidad. Las conclusiones de Bourdieu y Sayad son 
contundentes: resulta imposible abstraerse de la situación colonial -y, 
por ende, política- que genera esa condición social de precariedad.13 
Los campos de concentración forman parte de esta “cirugía social” colo­
nialista que ha precipitado el proceso de descomposición y miseria de las 
poblaciones rurales cortando sus ritmos temporales y espaciales de vida.
La segunda gran ruptura se produce con la “mirada distante” de 
la antropología estructuralista y sus descripciones de reglas y compor­
tamientos estáticos de las sociedades “primitivas”.14 Para esto, la utili­
zación de las vivencias personales es determinante. Bourdieu y Sayad 
adoptan una postura comparativa, confrontan sus propias experiencias 
y encuestan a sus allegados, familiares y amigos. Así lo deja en claro el 
siguiente extracto de una carta que Bourdieu dirige a Sayad luego de 
terminar un escrito sobre las relaciones sociales y económicas basadas 
sobre el fumaren la sociedad cabilia:15
Le hice leer el artículo sobre el honor a mi padre, quien tuvo 
la reacción que yo esperaba: “Pero si aquí es igual”. Y me citó 
mil observaciones análogas (aptitudes para juego, el café, [cul­
to del] secreto familiar, etc.). Yo creo que en Navidad podre­
mos hacer un buen trabajo. Será muy divertido y tendrás fi­
13 Bourdieu y Sayad se inspiran en el trabajo del antropólogo Georges 
Balandier, quien reposiciona la dimensión política en el análisis colo­
nial en su escrito “La situation coloniale: approche théorique", Cahien 
Intemationaux de Sociologie, vol. 11, 1951, pp. 44-79.
14 Claude Lévi-Strauss, Tristes trópicos, Barcelona, Planeta, 2012.
15 Pierre Bourdieu, “El sentido del honor", en Sociología de Argelia y 
Tres estudios de etnología Cabilia, Madrid, Centro de Investigaciones 
Sociológicas, “Clásicos del pensamiento social", 2006, pp. 249-287.
l 6 EL DESARRAIGO
nalmente a tus “indígenas”. Yo pienso terminar hoy el artículo 
sobre el honor. Al menos en su estado actual (Pierre Bourdieu 
a Abdelmalek Sayad, Denguin, Francia, invierno de 1959).16
Resulta evidente señalar que las comparaciones aquí expuestas entre 
el campesinado beamés y la sociedad cabilia (los “indígenas”, como 
los designa Bourdieu, en alusión etnológica a los pobladores locales 
e irónica a la designación oficial de los habitantes de las colonias de 
“ultramar”) invitan a estrechar vínculos entreambos mundos. Esto es 
determinante para romper con las miradas que solían distanciar las 
sociedades con igual historia y temporalidad, las mismas que constitu­
yeron diferencias entre el mundo moderno (nosotros) y el “primitivo” 
(los otros).17 De este modo, la concepción de sociedades perpetuadas 
en el tiempo se ve suplantada por la descripción de comunidades que 
estaban ya en transformación. En otras palabras, se pasa de esbozar 
las dinámicas de una población como una cuestión de aculturación a 
identificarlas como un asunto de relación de dominación constante.18
Estas experiencias etnográficas y comparativas representan el pilar 
de lo que se constituirá como teoría de la práctica.19 Bourdieu y Sayad 
observan minuciosamente cómo los campesinos y obreros viven sus 
desarraigos e interactúan en una economía asalariada. Ambos consta­
tan las dinámicas de este presente a dos velocidades: si bien la tarea de 
cuidar del ganado o del cultivo en temporadas no productivas formaba 
parte de la vida social que dignificaba al campesino, la nueva economía
16 Amín Pérez, Renán le social plus politique..., ob. cit., p. 122.
17 Un análisis sobre el pensamiento concomitante establecido entre 
Cabilia y el Beame (Pierre Bourdieu, El baile de los solteros, Barcelona, 
Anagrama, 2004), consta en Loic Wacquant, “Foliowing Pierre 
Bourdieu into the field”, Ethnography, vol. 5, n° 4, 2004, pp. 387-414.
18 Estos trabajos de campo renovaron los primeros estudios de Pierre 
Bourdieu, inspirados en los enfoques de la antropología cultural 
estadounidense. Para un análisis en detalle de este proceso, véase 
Enrique Martín Criado, “Las dos Argelias de Pierre Bourdieu”, en 
Pierre Bourdieu, Sociología de Argelia..., ob. cit., pp. 15-119.
19 Basta observar la constancia y la base empírica de esta conceptuali- 
zación en los estudios posteriores de Bourdieu: Sociología de Argelia 
y Tres estudios..., ob. cit.; Outline of a Theory of Practice, Cambridge, 
Cambridge University Press, 1977; El sentido práctico, Buenos Aires, 
Siglo XXI, 2007; La dominación masculina, Barcelona, Anagrama, 2013.
la califica como “tiempo muerto” y “desempleo”; las transacciones de 
bienes y servicios basadas sobre el honor y el prestigio ceden al cálculo 
de la rentabilidad entre el tiempo y el esfuerzo laboral; tener un salario 
prima sobre los valores que instituían el orden jerárquico dentro del 
espacio doméstico, e incluso acelera la ruptura de la indivisión fami­
liar, en fin, la abundancia y el consumo ostentoso rompen también 
gradualmente con las lógicas de solidaridad que sustentaba la existen­
cia misma del grupo.20 Fuera de su hábitat, en un estado de precariza- 
ción social y espacial, pero sobre todo sin trabajo o en dificultades para 
adaptarse al nuevo mercado, la población rural queda atrapada en un 
día a día que le imposibilita vislumbrar (y prevenir) el futuro. Del estu­
dio de este proceso, matizado por la apropiación de una nueva cultura 
y desapropiado de la que le pertenece, nace la teoría del habitus.
El interés de Bourdieu y Sayad es develar los determinantes que inci­
den en las representaciones y comportamientos de los grupos sociales 
según las situaciones en que estén. Los dos investigadores revelan que 
los individuos no son agentes plenamente libres de sus acciones ni si­
guen al pie de la letra las reglas de la sociedad: todos somos herederos 
de una historia y no cesamos de apropiamos de ella ni de reinterpre- 
tarla cotidianamente. Estas reflexiones serán cruciales para trascender 
la dicotomía entre el objetivismo estructuralista y el subjetivismo feno- 
menológico; pero también para renovar los enfoques globales en tér­
minos de grupos culturales al sacar a la luz un análisis acabado sobre la 
estratificación social y los mecanismos que participan de la reproduc­
ción de las desigualdades según las trayectorias y disposiciones sociales, 
culturales, económicas y políticas de las poblaciones.
LA LIBERACIÓN DEL CONOCIMIENTO 1 7
TRASCENDER LA DOMINACIÓN
Antes que suscitar una ambición puramente academicista, las circuns­
tancias políticas llamaban a contrarrestar los esquemas teóricos pre­
20 La lectura que Bourdieu y Sayad hacen de Max Weber es crucial 
para comprender el aprendizaje de este nuevo espíritu capitalista y
l8 EL DESARRAIGO
fabricados que trazaban un retrato simplista de la realidad argelina. 
Precisamente estas razones foijan la innovación científica. Bourdieu 
y Sayad se distancian de la etnología colonial no tanto por “colonialis­
ta”, sino por su ineficacia para tratar los problemas de la actualidad. 
Adoptan esa misma actitud ante las perspectivas de la antropología 
cultural y algunos preceptos del estructuralismo, porque estos no se 
corresponden con las complejidades y dinámicas confrontadas por las 
poblaciones en ese entonces. Ambos construyen la sociología como el 
medio de comprensión indispensable para la liberación de una socie­
dad en transformación.21
A medida que llevan adelante el trabajo de campo, los jóvenes et­
nógrafos constatan que la independencia no necesariamente implica 
emancipación. Sus aprensiones de ver a una élite reproducir el sistema 
colonial sin colonia se van haciendo realidad. En estas circunstancias, 
el objetivo no es liberar en clave subjetiva a los campesinos y obreros 
de la coyuntura en que vivían, sino constituir un conocimiento que 
suministre medios para cambiar el trasfiondo de sus condiciones obje­
tivas, esas que sólo se pueden trascender si nos percatamos de cómo 
irremediablemente somos copartícipes de la dominación.
No es casual que en plena guerra de descolonización Bourdieu y 
Sayad busquen conocer los recursos de que dispone cada agente social 
para desenvolverse según las situaciones. Confrontan las condiciones 
de vida y las aspiraciones de los campesinos y obreros, para así restituir 
la racionalidad de sus acciones en el campo económico, pero también 
en el político. En la mira, las teorías desarrolladas en ese momento por 
Jean-Paul Sartre y Frantz Fanón sobre el campesinado como única fuer­
za revolucionaria.22 Para Bourdieu y Sayad no basta pensar que la efer­
vescencia de la revolución moverá a la gente. El punto es entender quié­
nes disponen de condiciones para proyectarse en un futuro “racional”.
las tensiones suscitadas en esta transición. Véase Max Weber, La ética 
protestante y el espíritu del capitalismo, Madrid, Akal, 2013.
21 Sobre el carácter indisociablemente político y científico de la obra 
de Bourdieu, véase Franck Poupeau y Thierry Discepolo, “Textos y 
contextos de un modo específico de compromiso político”, en Pierre 
Bourdieu, intervenciones políticas. Un sociólogo en la barricada, Buenos 
Aires, Siglo XXI, 2015, pp. 17-31.
22 Frantz Fanón, Los condenados de la tierra, México, FCE, 2009.
LA LIBERACIÓN DEL CONOCIMIENTO i g
Las investigaciones permiten una mirada informada sobre estas 
aspiraciones posibles de los argelinos. El pueblo de origen de Sayad 
-Aghbala, situado en la Pequeña Cabilia y con un amplio historial 
revolucionario contra la colonización, así como de emigración hacia 
Francia- será uno de los puntos privilegiados de estudio. De ahí sale a 
relucir cómo, en un estado de crisis, la necesidad del presente prima so­
bre cualquier previsión a largo plazo, sobre todo para aquellos campe­
sinos y obreros agrícolas que disponen de pocos medios para adaptarse 
al mundo urbano y se ven obligados a empleos precarios e instables. 
De igual modo, los investigadores constatan que los nuevos modos de 
consumo de la vida citadina son distintos según la estabilidad y la po­
sición profesional; a modo de ejemplo, véase cómo aquellas categorías 
familiarizadas con la economía monetaria son las más propensas a des­
envolverse en distintas situaciones de economía tradicional tanto como 
en la moderna. Tanto es así que el retomo de los emigrantes no sólo 
transforma los comportamientos del campesino, sino que se constituye 
por igual en el medio para perpetuar el orden social tradicional,en una 
experiencia de desdoblamiento que da la clave para escapar a las con­
tradicciones de dos mundos opuestos y proyectar un mejor porvenir.
Este último aspecto constituye un aporte decisivo en la comprensión 
de las estrategias y los juegos posibles de las categorías sociales domi­
nadas. Bourdieu y Sayad no limitan sus análisis al cotidiano turbio de 
una situación de guerra y precarización económica: el gran valor de El 
desarraigo reside también en la restitución de los márgenes de manio­
bra y las modalidades que adopta la solidaridad en dichos contextos. 
En este libro se develan las nuevas formas de ayuda mutua que surgen 
del sentimiento de vivir las mismas condiciones de miseria y que per­
miten sobrellevar los desafíos de la cotidianidad. Eso es posible a causa 
de la mirada profunda con la que Bourdieu y Sayad examinan esta 
sociedad. A diferencia de grandes etnólogos que estudiaron las socia­
bilidades en sociedades precapitalistas,28 ellos observan el proceso de 
transición hacia una economía capitalista. Este caso inédito les permite 
no sólo identificar cómo es otro mundo, sino también comprender
23 A modo de ejemplo, véase el riguroso estudio de Pierre Clastres, La
sociedad contra el Estado, Barcelona, Virus, 2014.
20 EL DESARRAIGO
cómo otras formas de organización social e intercambios posibles resis­
ten a un nuevo modelo económico dominante.
***
Estamos frente a una obra revolucionaria en términos científicos y 
profundamente política. El desarraigo renueva la práctica de las cien­
cias sociales y rompe con esquemas disciplinarios que dividían nues­
tros comportamientos y representaciones entre etnología del Tercer 
Mundo y sociología de Occidente. Su carácter interdisciplinario y re­
flexivo hicieron de aquello más evidente el objeto mismo de la ciencia, 
al develar las fuerzas que inciden en las conductas y estructuran las 
desigualdades sociales. Gana vigor gracias al conjunto de investigacio­
nes utilizadas, las distintas problemáticas abordadas, la articulación et­
nográfica y estadística y su perspectiva comparativa; también gracias a 
la convicción que sostienen los autores sobre el valor de este trabajo. 
Bourdieu y Sayad erigen la sociología como un aporte político a la so­
ciedad. Esto explica por qué ambos siguieron trabajando los procesos 
de dominación en la poscolonialidad tanto en el campo de la educa­
ción y la cultura como en el migratorio, dos caminos que se deben a 
un mismo principio: la constitución del conocimiento como medio de 
acción para cambiar la realidad social.
Iberoamérica cuenta ahora con la reedición ampliada de una de 
las obras más importantes del patrimonio de las ciencias sociales. El 
desarraigo no sólo marca un hito en la innovación teórica y empírica. 
Sus reflexiones la convierten en indispensable para la historia pasada y 
presente de nuestra región. Aportan a la comprensión de las dinámicas 
que inciden en los desplazamientos de poblaciones hacia campos de 
concentración, de refugiados o zonas de tránsito. También contribuye 
a pensar las fronteras sociales que se tejen y afianzan incluso dentro de 
nuestras sociedades, esas que marcan el cotidiano de hombres y muje­
res que habitan entre la esperanza de mejorar sus condiciones y salir 
del callejón sin salida donde los dejan las reglas y los efectos del orden 
neoliberal. Este libro propone una nueva manera de pensar estas con­
tradicciones para así poder trascenderlas.
París, diciembre de 2016
A Hénine Moula
Agradecemos a los señores Alain Accardo, Mohamed Azi, 
Salah Budemagh, Raymond Cipolin, Mohamed Derruiche, 
Samuel Guedj, Mahfud Nechem, Ahmed Titah y Ali Trad 
su inapreciable participación en la realización de las en­
cuestas llevadas a cabo en el marco de la ARDES en 1960. 
Vaya también nuestro agradecimiento al Centre de Socio- 
logie Européenne de l’École des Hautes Études, que nos 
ha proporcionado los medios necesarios para el tratamiento 
de los materiales recogidos y al Laboratoire de Cartogra- 
phie de l’École Pratique des Hautes Études.
«Dios entregó al cuervo, que en aquel entonces 
era blanco, dos sacos: uno repleto de oro y el 
otro lleno de piojos.
El cuervo dio el oro a los franceses y los pio­
jos a los argelinos.
Fue entonces cuando se volvió negro.»
(Tradición oral recogida en La Arba)
INTRODUCCION
Los estragos ocasionados por los reagrupamientos de 
población son, sin duda, los más profundos y de mayores 
consecuencias a largo plazo de cuantos ha sufrido la socie­
dad rural argelina entre 1955 y 1962. Estos desplazamientos, 
en su primera fase, estuvieron ligados a la instauración de 
«zonas prohibidas». Entre 1954 y 1957 muchos campesi­
nos fueron pura y simplemente expulsados de sus pueblos: 
solamente a partir de 1957, y en ciertas regiones —como el 
Norte de Constantina—, la política de reagrupamiento em­
pezó a adquirir un carácter metódico y sistemático. Según 
las instrucciones oficiales, el objetivo primordial de las zo­
nas prohibidas era «evacuar un país incontrolado y sustraer 
la población a la influencia rebelde»; el reagrupamiento 
masivo de la población en centros situados cerca de los 
puestos militares permitiría al ejército ejercer sobre ella 
un control directo, e impedirle que informase, guiase, apro­
visionase y albergase a los soldados de la ALN (*); al mis­
mo tiempo debía facilitar las operaciones de represión, ya 
que de este modo se podía considerar «rebelde» a cualquier 
persona que permaneciese en las zonas prohibidas. En la 
práctica, siempre fue necesario emplear la fuerza para efec­
(*) E jército do L iberación N acional (N. del T.)
28 EL DESARRAIGO
tuar esta evacuación. En un principio, y al menos en la 
región de Collo, parece ser que el ejército aplicó de forma 
sistemática la política de tierra quemada; se echó mano 
de todos los medios para obligar a los campesinos a aban­
donar sus tierras y casas. No faltaron los incendios de bos­
ques ni la aniquilación de las reservas alimenticias y de 
fía nado (1).
A pesar de todo, la población oponía una resistencia fe­
roz (2). «Muchos (...) preferían el riesgo de una muerte 
violenta al hacinamiento, la sujeción o la muerte lenta en 
las chozas de paja, las tiendas y las bidonvilles del reagru­
pamiento (...). Estas mujeres, detenidas por las razzias y 
cuyos mechtas habían sido casi totalmente destruidos, se 
habían visto obligadas a trasladarse cuatro o cinco veces 
al poblado del distrito, pero siempre regresaban a su 
aduar» (3).
En esta primera fase, e l ejército, cuyos objetivos eran 
puramente estratégicos, parece que se preocupó solamente 
de evacuar a los habitantes de las zonas que le resultaba 
difícil controlar, sin ocuparse excesivamente de ellos y sin 
la menor intención de organizar su instalación y, en con­
secuencia, toda su existencia. Los campesinos arrancados 
de su residencia habitual fueron trasladados a centros des­
mesuradamente grandes y cuya localización respondía la 
mayoría de las veces a razones puramente m ilitares; es 
sobradamente conocida la miseria material y moral que 
padecieron los habitantes de estos reagrupamientos primi­
tivos, como Tamalus, Om-Tub o Bessomburg en la región 
de Collo (4). Estas acciones se llevaron a cabo sin ningún 
plan ni método. Sería inútil buscar algún orden en el tor­
bellino de desplazamientos anárquicos provocados por la 
acción represiva (5).
Los «reagrupados» se encontraban en situación de de­
pendencia absoluta con respecto a la S.A.S. En consecuen­
cia, e l ejército, bajo la presión de una situación que él 
mismo había creado, hubo de preocuparse de las condicio­
nes de vida de unas gentes que hasta entonces tan sólo 
pretendía neutralizar y controlar. Se inició, pues, una 
política de «desagrupación» y «separación». Al parecer, sólo 
m uy tardíamente dejó la reagrupación de ser una conse­
cuencia pura y simple de la evacuación, para convertirse 
en fuente inmediata de preocupaciones e incluso, progre­
INTRODUCCIÓN 2 9
s iv a m e n te , en el centro de una políticasistemáticamente 
elaborada y realizada. A pesar de la prohibición decretada 
a principios de 1959, de proceder a desplazamientos de po­
b lación sin autorización de las autoridades civiles, los re­
agrupamientos se multiplican: en 1960 el número de arge­
linos reagrupados se elevaba a 2.157.000, es decir, una 
cuarta parte de la población total. Si, además, se tiene en 
cuenta el éxodo hacia las ciudades, puede estimarse que 
como mínimo tres millones de personas se encontraban le­
jos de su residencia habitual en 1960. lo que representa la 
mitad de la población rural. Este desplazamiento de pobla­
ción es uno de los más brutales que registra la historia.
(1) Por supuesto, hubiésemos necesitado demasiado tiempo 
para derribar los mechtas «prohibidos» del sector, pero finalmente 
conseguimos realizar un buen trabajo en un área de cuatro o cinco 
kilómetros cuadrados. En prim er lugar, algunos hombres se subían 
a los tejados y arrojaban las tejan a tierra, mientras otros se dedi­
caban a romper los pucheros, jarras y las tejas aún enteras (...). Al 
acabar el día y a dominábamos a la perfección esta técnica, un tan­
to lenta al principio; amontonábamos en las casas las reservas de 
madera y ramas y les prendíamos fuego: generalmente las vigas no 
resistían y las techumbres se derrumbaban con bastante rapidez; 
luego terminábamos la operación con un garrote» (J. P. Talbo-Ber- 
nif;aud. Les zones interdites. Les Temps modernes, dic. 1960-enero 
1961, p. 719).
(2) Según un documento oficial referente a la región de Collo, 
fechado en noviembre de 1959; «A pesar de las prohibiciones, un 
80 % de la población ha permanecido en sus residencias tradicio­
nales (...). Se ha logrado concentrar una pequeña parte de los habi­
tantes en Kanua, Bessomburg, Ai'n-Kechera, Budukha. Om-Tub y 
Tamalus. Más tarde algunos habitantes de los aduares de Taabna, 
Aín Tabia y Demnia se concentraron voluntariamente en Budukha, 
Kanua y, sobre todo, Tamalus. En 1959, se habían reagrupado 
29.675 personas, esto es, el 29 % de la población total. Los H.L.L. 
< «lucra de la ley») ejercen de hecho un control total en las zonas 
prohibidas donde las tropas, faltas de efectivos, no se aventuran 
sino raramente, en especial a partir de 1958. La población cultiva 
huertas y pequeñas parcelas, especialmente en Ued Zhur; si se 
aproximan fuerzas militares, abandonan Jos zribat y se esconden 
en las montañas».
(3) J. P. Talbo-Bernigaud, loe. cil., p. 711.
(4) L a situación de los reagrupados durante los años 1958 y 
1959, semejante a la de los campos de concentración, ha sido des­
crita en diversos artículos y en particular en el informe de monse­
ñor Rhodain (Témoignages et Documevts, n.° 12, mayo de 1959). En 
la obra del Sr. P. Vidal-Naquet, (La Raison d'Etat, Ed, de Minuit, 
1961) puede encontrarse una amplia reseña de los principales a r ­
3 0 EL DESARRAIGO
tículos que, en aquella época, expusieron el problema de los reagru­
pamientos a la opinión pública francesa (pp. 204-234).
(5) El informe de la oficina de ordenación rural de la prefec­
tu ra de Orleánsville. publicado en 1961. indicaba que 185.000 «reagru­
pados» del departamento, es decir, el 60 % del total, debían ser 
devueltos a sus residencias habituales, debido al bajísimo nivel de 
vida y a las desastrosas condiciones higiénicas a aue estaban so­
metidos.
C a pít u lo P r im e r o
LOS REAGRUPAMIENTOS DE POBLACION 
Y LA LOGICA DEL COLONIALISMO
«Lo esencial, en efecto, es agrupar a este pue­
blo que está en todas partes y que no está en 
ninguna: lo esencial es hacérnoslo aprehendible. 
Cuando lo tengamos cogido, podremos hacer mu­
chas cosas que nos son imposibles en la ac­
tualidad y que, tal vez, nos permitirán apropiar­
nos de su espíritu tras habernos apropiado de 
su cuerpo.»
Capitán Charles Richard,
Etude sur l'insurrection du Dahra (1845-1846). 
«Soy lorenés. Me gustan las líneas rectas. Aquí, 
la gente está reñida con la línea recta.»
(Un teniente de Kerkera, 1960)
De todas las medidas económicas y sociales adoptadas 
en el marco de la «pacificación», el reagrupamiento de la 
población rural es, sin duda, la que más claramente res-
3 2 EL DESARRAIGO
ponde a la línea de las grandes leyes agrarias del siglo x ix , 
principalmente el Acantonamiento (1856-1857), el senado- 
consulto de 1863 y la Ley Warnier de 1873. Lo que atrae 
poderosamente la atención es el hecho de que, colocados 
con un siglo de intervalo ante situaciones idénticas, los fun­
cionarios encargados de la aplicación del senadoconsulto y 
los oficiales responsables de los reagrupamientos han re­
currido a medidas semejantes.
Reagrupam ientos y leyes agrarias/;
La política agraria que tuvo como finalidad transformar 
la propiedad indivisa en bienes individuales, contribuyó efi­
cazmente a disgregar las unidades sociales tradicionales al 
romper un equilibrio económico cuya m ejor protección era 
la propiedad tribal o de clan, al mismo tiempo que facili­
tó la apropiación de las mejores tierras por los colonos 
europeos m ediante el procedimiento de las subastas y las 
ventas inconsideradas. Y ello independientemente del he­
cho de que se autocalificase cínicamente como «máquina 
de guerra» (1), capaz de «desorganizar la tribu», principal 
obstáculo a la «pacificación» o de que pretendiese reves­
tirse de una ideología asimilacionista más generosa en in­
tención. Las grandes leyes agrarias tenían como objetivo 
manifiesto establecer condiciones favorables para el des­
arrollo de una economía moderna fundada en la empresa 
privada y en la propiedad individual, suponiéndose que la 
integración jurídica era la base indispensable para la trans­
formación económica. Pero el verdadero objetivo de esta 
política era otro. Se trataba, a un primer nivel, de favo­
recer la expropiación de los argelinos dotando a los colonos 
de medios de apropiación legales en apariencia, es decir, 
instaurando un sistema jurídico que suponía una actitud 
económica, y más precisamente, una actitud con respecto a 
la época totalm ente extraña al espíritu de la sociedad cam­
pesina. A un segundo nivel, la disgregación de las unida­
des tradicionales (la tribu, por ejemplo), que habían sido 
el alma de la resistencia contra la colonización, debía de 
ser una consecuencia natural de la destrucción de las bases 
económicas de su integración. Y efectivamente, así suce­
dió: el año 1875 señala el fin de las grandes insurrecciones 
tribales (2).
LOS REAGRUPAMIENTOS DE POBLACIÓN 3 3
Campesinos sin tierra.
Los campesinos argelinos se han visto sumergidos en un 
movimiento catastrófico bajo la influencia combinada de 
diversos factores, entre los que destacan la apropiación por 
los colonos franceses de buena parte de sus tierras, la pre­
sión demográfica y el paso de una economía de trueque a 
una economía de mercado. El censo agrícola de 1950-1951 
indica que 438.483 explotaciones agrícolas poseídas por ar­
gelinos, esto es el 69 % del total, tenían una extensión in­
ferior a diez hectáreas y ocupaban una superficie de 
1.378.464 hectáreas, o sea, el 18,8 % del total, siendo la su­
perficie media de las propiedades de 3,1 hectáreas (4,7 en 
1940), extensión ésta muy inferior al mínimo indispensable 
para el mantenimiento de una familia campesina. Entre 
1940 y 1950, el número de propietarios de explotaciones de 
menos de diez hectáreas aumentó en 50.000, esto es, en un 
12 %, en tanto que la superficie total disminuyó en 471.000 
hectárea. Pero, a un n ivel más profundo, puede afirmarse 
que la estructura de la sociedad rural ha sufrido un cambio 
decisivo en los últimos treinta años: entre 1930 y 1954, el 
número de propietarios de tierras disminuyó en un 20 %, 
en tanto que e l de obreros agrícolas, fijos o estacionales, 
aumentaba en un 29 %.
A consecuencia de la pérdida de la propiedad territo­
rial y de la proletarización, se han abandonado numerosas 
tradiciones agrícolas. De este modo, por ejemplo, la escasez 
de tierras y la presión demográfica, que hacen ineludible 
aumentar acualquier precio la producción, han obligado a 
numerosos fellah’in a dejar de practicar la vieja rotación 
bienal: en 1950-1951 los barbechos sólo representaban el 
62,7 % de la sementera. No obstante, esta rotación bienal 
adquiere mayor extensión conforme aumenta el tamaño de 
las fincas, lo cual constituye una prueba de que su aban­
dono es una innovación forzada y no resultado de un cam­
bio de la actitud económica. Lo mismo puede decirse de la 
extensión de los sembrados a expensas de la ganadería, que 
viene determinada por el deseo de la máxima seguridad. 
«Varios factores influyen sobre el cultivo —escribe el ad­
ministrador del municipio mixto de Chellala— : la irregu­
laridad de las lluvias, las heladas de primavera y la natu­
34 e l d e s a r r a i g o
raleza rocosa de las tierras. Es penoso constatar que cada 
año gana importantes extensiones a costa de la ganadería, 
a pesar de que esta actividad es más rentable. El cultivo 
de cereales no compensa suficientemente. Aunque exige 
pocos gastos, apenas si permite al fellah obtener una parte 
del trigo y la cebada que necesita para su consumo. Pero 
le mantiene en un estado de hipnopsia del que es necesario 
liberarlo» (3). Esta misma obsesión alucinada, que deter­
mina conductas impacientes e irritadas, se descubre entre 
los fellah’in (campesinos) que dejan de practicar el bar­
becho y entre los que cultivan los pastos. Es evidente que 
el cultivo de cereales no es remunerador. Pero hay que 
preguntarse si el objetivo que persigue es la producción 
con miras a la venta en el mercado. En realidad, la verda­
dera meta de estos campesinos es la obtención, al menor 
precio, y con la mayor brevedad, del alimento imprescin­
dible para mantener y alimentar a sus familias. En conse­
cuencia, sacrifican sin vacilar el futuro de la producción, 
futuro incierto e imposible de controlar, al por-venir del 
consumo, inminente y urgente (4).
Fácilm ente se comprenderá por qué los rendimientos 
permanecen a un nivel tan bajo (4,65 quintales por hectá­
rea en 1955) si se tiene en cuenta que no se introduce nin­
guna mejora con vistas a compensar el empobrecimiento 
del suelo, ocasionado por una explotación más intensiva y 
que la presión de la necesidad obliga a cultivar tierras en 
extremo mediocres. El cultivo de tierras que en otros tiem ­
pos estaban ocupadas por baldíos y bosques, no ha hecho 
sino acelerar la erosión: entre 1940 y 1954, la superficie cul­
tivada por los argelinos ha disminuido en 321.000 hectáreas 
sin que la propiedad de los colonos europeos haya aumen­
tado paralelamente. Existen pocas posibilidades de que tal 
extensión haya sido devuelta al baldío, dada el hambre de 
tierras que padecen los fellah’in. Más bien es necesario 
creer que han sido destruidas por la erosión que aniquila 
cada año varias decenas de millares de hectáreas (5).
El hecho de que los pequeños propietarios siembren sus 
campos sin interrupción hasta casi agotarlos, que el trigo 
duro y la cebada, indispensables para la elaboración del 
alcuzcuz y la galleta, ocupen el 87 % de las tierras de los 
pequeños agricultores, que casi todos los fellah’in se de­
diquen al cultivo de los cereales, que la parte dejada a los
LOS REAGRUPAMIENTOS DE POBLACIÓN 3 5
rebaños, m uy escasa en las pequeñas oropiedades, crezca 
paralelamente a la superficie total de la propiedad, consti­
tuye un claro indicio de que la actividad agrícola no tiene 
ni sabría tener otra finalidad que la satisfacción de las ne­
cesidades más perentorias, ya que la intensificación de la 
explotación del suelo no debe atribuirse al deseo de aumen­
tar la productividad, sino a la presión de la necesidad. Más 
aún, si la asociación cereales-ganadería se mantiene con 
independencia de la dimensión de la propiedad —si bien 
los propietarios de fincas de más de cien hectáreas cultivan 
los cereales mediante el sistema de año y vez y sólo prac­
tican la ganadería extensiva—, si el policultivo domina 
exclusivam ente en las explotaciones de menos de una hec­
tárea, si la rentabilidad directa disminuye paralelamente 
al tamaño de la explotación, si la agricultura argelina, que 
dispone de superficies tres veces superiores a la europea, 
emplea menos asalariados permanentes (2,4 veces menos) 
y estacionales 1,2 veces menos) y recurre al kham m essat 
—tipo de asociación característico de la economía y de la 
mentalidad pre-capitalistas (6)—, es porque la actividad 
económica está en todas las ocasiones dirigida hacia la sub­
sistencia y no hacia la productividad, ya que la mayor par­
te de las veces las innovaciones no son otra cosa que vio­
laciones de las normas tradicionales impuestas por la 
miseria. El fellah’ se encierra más estrechamente en con­
ductas que se inspiran en la persecución de la mayor se­
guridad, en la medida en que el futuro se le presenta car­
gado de mayores incertidumbres. Cuanto más se le escapa 
su propio presente, más se repliega sobre sí mismo, sa­
crificando toda actividad que implique la consideración de 
un futuro a largo plazo, a la búsqueda de la satisfacción 
directa de las necesidades inmediatas. El grado de previ­
sión que exigían las conductas tradicionales ha dejado de 
existir para los más pobres. En cuanto han sido rotos los 
equilibrios tradicionales, ha desaparecido, junto a las segu­
ridades mínimas que lo hacían posible, todo esfuerzo por 
prevenirse de los riesgos que pueda implicar el porvenir. 
Al adquirir conciencia de que le es totalmente imposible 
restaurar tales equilibrios, el fellah’ se resigna a vivir al 
día recurriendo al crédito y completando la renta que le 
produce la tierra con los jornales ganados trabajando al­
gunos días en las propiedades de los colonos. Esta impre­
visión forzada es la expresión de una desconfianza total 
en el futuro que condena a las masas campesinas argelinas 
a un abandono fatalista.
36 EL DESARRAIGO
El tradicionalismo de la desesperación.
Este tradicionalismo patológico se opone a la previsión 
de la vieja sociedad rural que, mediante los sistemas tra­
dicionales, aseguraba la máxima previsión posible dentro 
de los estrechos límites marcados por la escasez de los me­
dios de producción y la incertidumbre de las condiciones 
naturales. Por otra parte, y especialmente en las regiones 
de colonización intensa, casi siempre se asocia al conoci­
miento y al reconocimiento de la superioridad de los m é­
todos de explotación racional utilizados por el colono. Si 
los fellah’in siguen utilizando e l arado sin juego delantero, 
a pesar de conocer la eficacia de los tipos más evoluciona­
dos y de los tractores, si producen con vistas al consumo 
familiar en lugar de hacerlo para el mercado, si reducen 
la inversión al mínimo y se conforman con obtener pro­
ductos mediocres y si no emplean abonos ni modifican en 
lo más mínimo los sistemas de cultivo, no es siempre a 
causa del viejo tradicionalismo que ha sido ya a menudo 
herido por la miseria. Si no realizan mejoras a largo plazo, 
como los bancales para la conservación y reparación del 
suelo, no es siempre porque no quieran sacrificar un ma­
ñana tangible a un futuro imaginario, sino, sobre todo, por­
que no tienen medios suficientes para esperar. Por mu­
cho que reconozcan de buen grado, a un n ivel abstracto e 
ideal, la mayor eficacia de las técnicas empleadas por el 
colono y la rentabilidad superior de los cultivos de mer­
cado, están obligados a ceñirse a las normas tradicionales 
de comportamiento, porque este tipo de explotación requie­
re abundantes medios técnicos y financieros, porque no han 
asegurado suficientemente su subsistencia como para poder 
lanzarse a la búsqueda del beneficio, porque la producción 
de mercado se les aparece como una apuesta demasiado 
arriesgada, en tanto las necesidades del grupo no estén to­
talmente satisfechas. «Los colonos —dice un fellah’ de la 
región de Camot— pueden producir para el mercado por­
que tienen asegurado el consumo. Pueden dedicarse a lo
LOS REAGRUPAMIENTOS DE POBLACIÓN3 7
superfluo porque poseen ya lo esencial o porque tienen la 
certeza de que no les ha de faltar». De este modo el tradi­
cionalismo ancestral que convenía a una sociedad fuer­
temente integrada que reposaba en una economía relativa­
mente equilibrada, ha sido sustituido por el tradicionalismo 
de la desesperación, unido inseparablemente a una econo­
mía de supervivencia y a una sociedad disgregada y a la 
medida de unos sub-proletarios encadenados a un pasado 
que saben muerto y enterrado.
Teniendo como única esperanza cosechar lo indispensa­
ble para vivir, a los más miserables sólo les queda una 
elección entre este fatalismo de los desesperados —que 
nada tiene que ver con e l Islam— y la emigración obliga­
da a las ciudades o a Francia. Este exilio forzado, más que 
el resultado de una decisión libre basada en el deseo de 
instalarse realm ente en las ciudades es, en la inmensa ma­
yoría de los casos, el final ineludible de una larga serie 
de renuncias y derrotas: una mala cosecha, y hay que ven­
der el asno o los bueyes; se piden préstamos a intereses 
exorbitantes, para equilibrar el balance o para comprar si­
m iente; en fin, tras haber agotado todos los recursos no 
puede decirse que estos campesinos em igren: más bien, son 
desahuciados de sus residencias ancestrales. O en otro caso, 
cansados de trabajar agotadoramente para seguir malvi­
viendo, marchan a la aventura dejando la tierra a un kham- 
més (7). En cualquiera de estos casos, la emigración hacia 
la ciudad es una especie de huida forzada por la miseria. 
Los más ricos, los que disponen de algunos ahorros, esperan 
instalarse como comerciantes en la pequeña ciudad vecina 
que acostumbran a frecuentar en los días de mercado. Efec­
tivamente, el comercio, junto al artesanado tradicional, es 
el único tipo de actividad que se adecúa a los propietarios 
agrícolas que quieren evitar descender en la jerarquía so­
cial, particularmente cuando permanecen en su región, 
donde conocen a todo el mundo (8). Por su parte, los pe­
queños propietarios que han tenido que vender sus tierras, 
los viejos kham m és o los obreros agrícolas, que carecen en 
absoluto de preparación para la vida urbana y de las ac­
titudes y aptitudes necesarias para adaptarse a ella, sólo 
pueden aspirar a ser jornaleros, pequeños vendedores am­
bulantes o, en numerosos casos, parados que esperan su 
«paraíso»: el empleo permanente.
La guerra, y especialmente los reagrupamientos, no han 
hecho sino acelerar el proceso de pauperización de las ma­
sas rurales ; en 1954 existían unos 560.000 no-asalariados, 
propietarios, kham m és y aparceros, mientras que en 1960 
esta cifra se había reducido a 373.000, lo que significa una 
pérdida del 33 %; a su vez, e l número de asalariados, obre­
ros agrícolas permanentes y estacionales, caía a 421.000, lo 
que significa una disminución del 28 % (9). Sin duda, una 
parte de estas diferencias se debe al hecho de que un buen 
número de quienes en 1954 se consideraban cultivadores u 
obreros agrícolas se han declarado parados en 1960, ya sea 
porque hayan perdido su empleo, total o parcialmente, ya 
porque hayan adoptado una actitud nueva con respecto a 
sus ocupaciones. Pero, en cualquier caso, los reagrupamien­
tos han acelerado el éxodo hacia las ciudades de gentes que 
ya no tenían nada que perder, al acabar de destruir un 
equilibrio económico precario, romper los ritmos tempora­
les y espaciales que constituían los pilares de toda la exis­
tencia social y fraccionar las unidades sociales tradiciona­
les. Entre 1954 y 1960, la población global de las ciudades 
y de las villas ha aumentado en un 67 % en el departa­
mento de Argel, el 63 % en el de Constantina y el 48 % 
en el de Orán. La amplitud de este crecimiento está «n 
función de la existencia de ciudades dotadas, tradicional­
mente, de un fuerte poder de atracción, como Argel, y, 
sobre todo, de la importancia del movimiento de agrupa­
ción en la región considerada.
Así, este flujo migratorio hacia las ciudades, que ha 
sido notablemente impulsado por la implantación de re­
agrupamientos, se ha visto acelerado por la urbanización, 
que incluso cuando se da con carácter temporal, determina 
transformaciones irreversibles de la actitud económica, al 
mismo tiempo que acelera el «efecto demostración» (10); 
el contacto con la sociedad urbana ha desarrollado la con­
ciencia de las disparidades (en continuo crecimiento) exis­
tentes entre e l nivel de vida de las ciudades y el de las 
regiones rurales acuciadas por la subalimentación y pobres 
en asistencia médica y equipo escolar. Todos los campesi­
nos que han pasado una temporada en una ciudad, han po­
dido experimentar de una manera concreta aquello que la 
estadística afirma en un plano abstracto y objetivo; esto es. 
que las ciudades, y especialmente las mayores, ofrecen más
3 8 EL DESARRAIGO
LOS REAGRUPAMIENTOS DE POBLACIÓN 39
amplias perspectivas de obtener un empleo asalariado, es 
decir, un verdadero trabajo, por oposición a la agricultura 
que, al no producir (o hacerlo en pequeña proporción) ren­
tas monetarias, aparece al mismo tiempo como mera ocu­
pación ; que aseguran salarios más regulares y elevados 
(sobre todo las de mayor tamaño, en las que se concentran 
las grandes empresas modernas) ; en una palabra, que pro­
curan un nivel de vida más confortable, ya que el consumo 
urbano es mucho más elevado que el rural. Así, por ejem­
plo, el consumo de los comerciantes de los municipios ur­
banos (que son los que están más cercanos a los rurales) 
es de 96,45 F por persona y mes, mientras que, en los mu­
nicipios rurales, sólo se eleva a 65,97 F (11). De este modo, 
tanto en forma indirecta —acelerando el éxodo rural y fa­
voreciendo la difusión de los modelos urbanos— como in­
directa —arrancando a los campesinos de sus formas de 
vida habituales y determinando una ruptura decisiva con 
las rutinas tradicionales—, los reagrupamientos han ace­
lerado el proceso de abandono de las ocupaciones agrícolas 
va iniciado.
Desestimación y errores.
La guerra y la represión han terminado el proceso ini­
ciado por la política colonial y la generalización de los 
cambios monetarios. Las regiones que han sufrido en ma­
yor grado las consecuencias de esta acción, son las que 
habían sido relativamente respetadas hasta entonces por­
que habían permanecido resguardadas de las empresas de 
colonización. Efectivamente, las regiones montañosas han 
servido de refugio a pequeñas comunidades rurales reple­
gadas sobre sí mismas y obstinadamente fieles a sus tra­
diciones, que habían podido salvaguardar los rasgos esen­
ciales de una cultura de la que, de ahora en adelante, sólo 
se podrá hablar en pasado. De este modo fue en las Kaby­
lias. Aurés, las Nemencha. Bibans, Hodna, A tlas Medio y 
la Cadena del Titteri y Uarsenis, donde la cultura tradicio­
nal se había mantenido relativamente intacta, a pesar de 
los embargos y secuestros que seguían a las insurrecciones, 
de la creación de nuevas unidades administrativas, de tan­
tas otras medidas e incluso de las transformaciones provo­
cadas por el simple contagio cultural (12). En 1960, práctica­
40 EL DESARRAIGO
mente todos los habitantes de las zonas montañosas —de 
las que se había adueñado más rápida y sólidamente el 
Ejército de Liberación Nacional— y de las zonas fronteri­
zas habían sido evacuados y reinstalados en los llanos que 
se extienden al pie de las montañas o habían emigrado a 
las ciudades.
Parece como si todo hubiese estado preparado para que 
esta guerra proporcionase la ocasión de llevar hasta sus 
últim as consecuencias la intención oculta de la política co­
lonial, intención profundamente contradictoria: desintegrar 
o integrar, desintegrar para integrar o integrar para desin­
tegrar: la política colonial ha oscilado siempre entre estos 
polos opuestos, sin que se haya aplicado nunca clara y sis­
temáticamente una elección cualquiera, de modo que dis­
tintos responsables podían estar animados en un mismomomento por intenciones contradictorias, y lo mismo un 
único responsable en momentos distintos. Efectivamente, 
la voluntad de destruir las estructuras específicas de la 
sociedad argelina ha podido encontrar su inspiración en 
ideologías opuestas: una, dominada exclusivam ente por 
consideraciones acerca de los intereses de los colonizado­
res y por preocupaciones estratégicas, tácticas o de prose- 
litismo, y que a menudo se ha expresado con cinismo; otra, 
asimilacionista o integracionista, que sólo en apariencia es 
más generosa.
Para algunos responsables, dominados primordialmentc 
por la preocupación de «conquistar a las poblaciones», el 
papel del ejército estaba definido por el «tríptico: prote­
ger, comprometer, controlar». «Y —escribe Alain Jacob— 
proteger es, ante todo, reagrupar». En cada reagrupamien­
to una «célula militar», compuesta por un soldado por cada 
treinta o cincuenta personas, asegura la protección, censa 
a los habitantes, llena las fichas y procede a frecuentes in­
terrogatorios. El compromiso depende de la «estructuración» 
de la población, lo que supone disponer de responsables 
formados en centros especiales (...). En fin (...), sólo un 
control total y permanente permite que estos métodos rin­
dan todos sus frutos (13). Algunos «teóricos» de la acción 
psicológica han ido aún más lejos, concibiendo la desestruc­
turación sistemática y provocada, como el medio para aca­
bar con toda clase de resistencia.
En oposición a esta ideología dominada por considera­
LOS REAGRUPAMIENTOS DE POBLACIÓN 4 1
ciones de índole estratégica y táctica, existe una ideología 
humanitaria que se encarna en el oficial S.A.S., según lo 
presenta la imaginería oficial, que es a la vez construc­
tor, maestro, alcalde y en ocasiones médico: de acuerdo 
con ella, e l objetivo último de la instalación en pueblos 
provistos de los medios necesarios para la vida colectiva y 
situados en las proximidades de las grandes vías de co­
municación de las poblaciones que hasta entonces vivían 
en una habitat disperso o en regiones apartadas y que, en 
consecuencia, resultaba muy difícil y costoso asistir médi­
camente, y dotar de escuelas y administración, no era otro 
que desencadenar una «evolución acelerada». En una pa­
labra, los reagrupamientos, que, en un principio, fueron con­
siderados como un medio de «controlar» la población si­
tuándola en las proximidades de alguna guarnición, fue­
ron poco a poco presentados por algunos como un «factor 
de emancipación». Esta confusión de fines era autorizada 
y fomentada por la convicción de que la mejor técnica para 
acabar con la resistencia que oponía esta sociedad, era ha­
cer pedazos sus estructuras (14).
Y, de hecho, independientemente de cuál fuera la inten­
ción de los individuos, esta acción «humanitaria» continua­
ba siendo objetivamente un arma de guerra orientada ha­
cia el control de la población.
No es sorprendente que el colonialismo haya encontrado 
su último refugio en una ideología integracionista: efec­
tivamente, el conservadurismo segregacionista y el asimi- 
lacionismo sólo se oponen en apariencia. En el primer caso, 
se invocan las diferencias de hecho, para negar la igualdad 
jurídica; en e l segundo, se niegan las diferencias de hecho en 
nombre de la identidad de derecho. Es decir, o se conside­
ra seres humanos tan sólo a los franceses virtuales, o bien 
se rehúsa tal reconocimiento invocando la originalidad de 
la civilización mogrebí, originalidad revestida exclusiva­
mente de caracteres negativos.
Los políticos o los responsables administrativos y m ili­
tares, prisioneros de los intereses de la colonización —o de 
lo que Ruth Benedict llama «la universalidad maciza de 
la civilización occidental»— son incapaces de concebir ma­
yor generosidad que la de conceder a los argelinos el dere­
cho a ser lo que deben se r : hombres hechos a imagen y se­
mejanza de los europeos, lo que equivale a negarles lo que
42 EL DESARRAIGO
son de hecho, su originalidad como seres particulares que 
forman parte de una cultura específicam ente suya. Desde 
este momento, y en nombre de unas mismas generalizacio­
nes. cabe abandonarlos a lo que son. abandonarlos a fin de 
subordinarlos, o concederles el derecho a ser m ediante la 
renuncia a seguir siendo lo que son.
La negativa, (consciente o inconsciente) a reconocer 
Argelia como cultura original y como nación, raíz común 
del asimilacionismo y del colonialismo, ha servido siempre 
de base a una política intervencionista desconsiderada e 
inconsecuente, ignorante de su fuerza y de su debilidad, que 
ha sido capaz de destruir el orden pre-colonial, sin susti­
tuirlo por otro superior. Esta política, que conjuga el ci­
nismo y la inconsciencia, ha determinado la ruina de la 
economía rural y e l hundimiento de la sociedad tradicional, 
y ha encontrado su expresión más cabal en los reagrupa­
mientos de población.
A pesar de que, en la mayor parte de los casos, se ha 
concedido una amplia autonomía a las autoridades subal­
ternas, los pueblos de reagrupación son todos ellos esencial­
mente idénticos, ya que han surgido no tanto por la obser­
vancia explícita o implícita de disposiciones de carácter 
general, como por la aplicación de modelos inconscientes. 
Estos modelos son prácticamente idénticos a los que per­
filaron, un siglo antes, el establecim iento de los pueblos 
de colonización. Argelia ha sido un terreno de experimen­
tación sobre e l que el espíritu militar, como en un test pro- 
yectivo, ha plasmado sus estructuras. A menudo, investidos 
de una autoridad casi absoluta, los cuadros del ejército 
han decidido hasta en sus últimos detalles e l emplazamien­
to de los pueblos, su plano, la amplitud de sus calles, la 
distribución interior de las casas, ignorando o queriendo ig­
norar las normas y los modelos tradicionales. Poco inclina­
dos a consultar a la población interesada y situados en una 
posición tal que, si la hubiesen buscado, esta participación 
habría sido rehusada tácitamente, han impuesto su orden 
sin percibir, en la mayor parte de los casos, la confusión 
y el malestar que suscitaban sus iniciativas.
A semejanza del colonizador romano, los oficiales encar­
gados de organizar las nuevas colectividades empiezan por 
disciplinar el espacio, como si a través de él esperasen dis­
ciplinar a los hombres. Todo está colocado bajo el signo de
LOS REAGRUPAMIENTOS DE POBLACIÓN 4 3
la uniformidad y de la alineación: las casas, construidas 
s e g ú n normas impuestas y en emplazamientos impuestos, 
se colocan rectilíneamente a lo largo de las calles que di­
bujan el plano de un castrum romano o de un poblado de 
colonización. En el centro, la plaza con la tríada caracterís­
tica de los pueblos franceses: escuela, ayuntamiento y mo­
numento a los muertos. Y cabe pensar que de haber te­
nido tiempo y medios necesarios, los oficiales S.A.S., 
enamorados de la geometría, hubiesen asimismo sometido 
el terreno a centuriación.
Debido a ignorancia deliberada o a desconocimiento de 
las realidades, las autoridades locales imponen casi siem­
pre un orden totalmente extraño a los «reagrupados», or­
den para el que no están hechos y que no ha sido hecho 
para ellos. Animados por el sentim iento de ser los heraldos 
de un destino trascendente —hacer evolucionar a las ma­
sas—, exaltados por la pasión de ordenar y crear, compro­
metiendo a veces todo su entusiasmo y todos sus medios en 
su acción, los oficiales aplican sin matizarlos, esquemas in­
conscientes de organización que constituyen la esencia de 
toda empresa de dominación total y sistemática. Es como 
si el colonizador encontrase de nuevo la vieja ley etnoló­
gica según la cual la reorganización del habitat, proyección 
simbólica de las estructuras culturales fundamentales, im­
plicase una transformación generalizada del sistema cultu­
ral. Por ejemplo, el señor Levi-Strauss subraya que los 
misioneros han considerado que la transformación del ha­
bitat de los Bororo es el medio másseguro para obtener 
su conversión (15). De una forma oscura e instintiva, se con­
sidera que la reorganización del espacio habitado es una 
forma decisiva de acabar con el pasado, imponiendo un 
marco de existencia enteramente nuevo, a la vez que 
un medio de imprimir sobre el terreno la marca de la toma 
de posesión (16). Si la política de reagrupación ha encon­
trado entre los m ilitares una adhesión tan unánime y en­
tusiasta, es porque expresa un sueño tan viejo como la 
colonización: «modificar», como decía Bugeaud, «restruc- 
turar», como decían los coroneles, una sociedad entera. Mos- 
tefa Lacheraf cita al capitán Richard que, desde 1845, pre­
conizaba la reagrupación masiva de la población argelina: 
«Lo primero que hay que hacer para dejar a los agitadores 
sin fuerza, es aglomerar a los miembros esparcidos del
4 4 EL DESARRAIGO
pueblo, organizar en zémálas a las tribus sometidas (...). 
Los diferentes aduares estarían separados por cercados de 
azufaifo salvaje o de cualquier otra clase de maleza. En 
fin, toda la zém ala estaría rodeada de un amplio foso lleno 
de cactus»; «lo esencial, en efecto, es agrupar a este pue­
blo que está en todas partes y que no está en ninguna, lo 
esencial es hacérnoslo aprehensible. Cuando lo hayamos 
asido, podremos hacer numerosas cosas que nos son impo­
sibles en la actualidad y que, tal vez, nos permitirán apro­
piarnos de su espíritu tras habernos apropiado de su cuer­
po (17).
Las constantes y las repeticiones de la política colonial 
no tienen nada sorprendente: tras un siglo de intervalo, 
una situación que ha permanecido idéntica, segrega los mis­
mos métodos, prescindiendo de algunas diferencias super­
ficiales. La política de reagrupación, respuesta enfermiza 
a la crisis mortal del sistema colonial, pone claramente 
de manifiesto la intención patológica que lo dominaba.
(1) El capitán Vaissiére escrib ía : «El senado-consulto de 1863 
es, en efecto, la máquina de guerra más eficaz que cabe imaginar 
contra el estado social indígena y el instrumento más poderoso y 
más fecundo con que se puede dotar a nuestros colonos.» (Les Ouled 
Fechaich, Argel, 1863, p. 90.)
(2) A. de Broglie, uno de los promotores del senado-consulto, 
declaraba que esta medida tenía un doble objetivo: en prim er lu­
gar, «provocar una liquidación general de la tierra», una parte de 
la cual permanecería en poder de sus antiguos propietarios, pero 
ya no como herencia colectiva de la tribu, sino como «propiedad 
personal definida y dividida», siendo el resto destinado a «atraer y 
recibir a la inmigración procedente de Europa»; en segundo lugar, 
«desorganizar la tribu», «obstáculo principal a la "pacificación”» 
(A. de Broglie, Une réforme administrative en Algérie, París, 1860). 
Podrían multiplicarse los ejemplos de declaraciones del mismo es­
tilo: cf. Mostefa Lacheraf, «Constantes politiques e t m ilitaires dans 
les guerres coloniales d'Algérie (1830-1960), Temps modernes, nú­
mero 144, pp. 749-756.
(3) L ’Algérie du demi-siécle, S.L.N.A. Argel, 1950.
(4) Cf. Bourdieu, «La société traditionnelle», Sociologie du Tra- 
vail, enero-marzo 1963, pp. 24-44.
(5) Puede encontrarse un cuadro sintético de las transformacio­
nes experimentadas por la economía rural entre 1930 y 1954 en la 
obra de André Nouschi, La Naissance du nationalisme algérien 
(Ed. de Minuit, 1962, cap. V). Un análisis lúcido del censo agrícola 
de 1950-1951 puede verse en el artículo del Sr. H. Isnard. «Struc- 
tures de l’agriculture musulmane en Algérie á la veille de l’in- 
surrection», Mediterranée, abril-septiembre de 1960, pp. 49-59.
LOS REAGRUPAMIENTOS DE POBLACIÓN 4 5
(b) «K1 64 % de las explotaciones de menos de 10U hectáreas y
e l t>2,8 % de su superficie dependen, más o menos, del khammet- 
sat» (H. Isnard, art. cit., p. 58). El khammés es un aparcero que 
p e r c i b e una q u i n t a parte de los frutos de las tierras que cultiva.
(7) El censo agrícola de 1950 pone de manifiesto que muchas 
propiedades pertenecen a dueños que no las explotan directamente 
y que las confían a algún khammés.
(8) «¿Qué hacer en la ciudad?, se pregunta un viejo fellah', 
propietario de unas veinte hectáreas, que se había instalado en Car- 
nol (...)». Los que en su aduar eran ya obreros, encuentran con 
cierta facilidad un trabajo como «obreros del campo» o como 
peones. Pero yo no puedo ir a trabajar a las granjas (...). La única 
actividad que puedo desempeñar aquí es la de comerciante, pero 
para ello se necesita tener dinero.»
(9) Cf. Travail et travailleurs en Algérie, 1.“ parte, p. 83. Podrá 
verse cómo los reagrupamientos han acelerado la formación en el 
mundo rural de una clase acomodada compuesta por unos campesi- 
nos que han podido explotar las tierras abandonadas por los em i­
grantes, ya que habían conservado medios de producción (ganado), 
por comerciantes y también por funcionarios o empleados nom bra­
dos por el ejército. En los centros estudiados, algunas familias con­
seguían acum ular estos tres tipos de ventajas.
(10) «Ahora tengo muchas necesidades nuevas —dice un refu­
giado de Carnot—. Es necesario vivir como se acostumbra a ha­
cerlo en la ciudad». Los hombres del campo recientemente instala­
dos en las ciudades, son en extremo conscientes de este aumento de 
las necesidades: «Un fellah’ que acaba de establecerse en la ciudad 
se acostumbra al baño y a guisar con k&s butano. Le resulta impo­
sible regresar a su aduar, donde para cocinar es necesario ir a bus­
car leña y agua a dos kilómetros de distancia y para bañarse ir 
hasta el ued. Yo, que he nacido y vivido en la miseria, puedo seguir 
viviendo así. Pero la nueva generación, la generación «atómica» no 
será capaz de hacerlo. Por ejemplo, a éste (señalando un niño de 
catorce años), si no se le da para comer chuletas y queso no está 
contento». (Antiguo fellah’ refugiado en Tlemcen). Después de la 
independencia se ha podido observar la virtualidad del «efecto de­
mostración» determinado por la urbanización tem poral: aparatos 
de radio, gas butano, refrigeradores a petróleo, etc., se han m ulti­
plicado hasta en los pueblos más apartados (por ejemplo, Aghbala, 
en la pequeña Kabylia, Ain-Aghbel, en la Kabylia de Collo).
(11) Cf. Alain Darbel, La consommation des familles en Algé­
rie, PUF, 1900.
(12) Por ejemplo, a 48 kilómetros al oeste de Orléansville, en 
las montañas que dominan el bajo valle del Chélif —zona de colo­
nización intensa—, la tribu de los Uled-Ziad ha perpetuado todos 
los caracteres de una sociedad tradicional fuertemente integrada, 
aprovechándose del aislamiento que les perm ite el relieve.
(13) Fin d’une guerre d’Algérie, Études méditerranéennes, oto­
ño de 1961 (págs. 33-34).
(14) En una nota de servicio del general Crépin, de fecha 7 de 
abril de 1960, puede lee rse : «De este modo las preocupaciones m i­
litares se unen a las consideraciones de orden político y humanitario
4 6 EL DESARRAIGO
para imponer la implantación de reagrupamientos viables». (Citado 
por Alain Jacob, loe. cit., p. 35.) La confusión entre estos objetivos 
contradictorios encontraba un campo abonado en la situación crea­
da por la guerra colonial: la política de reagrupación se presentaba 
como una tarea positiva, a la vez q u e «humanitaria» y eficaz, por 
oposición a la decepcionante empresa de la pacificación; perm itía 
justificar una visión maniqueísta de la guerra revolucionaria, según 
la cual la acción constructiva del ejército respondía a las «destruc­
ciones» de los «rebeldes»; proporcionaba en gran manera un sen­
timiento de conciliación moral y política.
(15) Tristes Trapiques, p. 229. Cf. también Georges Bastide, Les 
religions africaines du Brasil, pp. 114-115.
(16) Tal era la intención casi explícita de la centuriación ro­
mana, «verdadero sistema de coordenadas trazado sobre el terreno». 
«Al menos en las prim eras etapas de la colonización, Roma acabó 
con el pasado imponiendo un nuevo marco a sus conquistas; ya 
por indiferencia, ya por desprecio, ignoraba la organización adm

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