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Universidad Nacional Autónoma de México Programa de Posgrado en Letras Facultad de Filosofía y Letras Instituto de Investigaciones Filológicas Ficciones de la memoria en la narrativa latinoamericana contemporánea Tesis que para optar por el grado de doctor en letras presenta: Armando Octavio Velázquez Soto TUTORA PRINCIPAL Dra. Angélica Tornero Salinas Facultad de Filosofía y Letras COMITÉ TUTOR Dra. Raquel Mosqueda Rivera Instituto de Investigaciones Filológicas Dra. Ute Seydel Facultad de Filosofía y Letras México DF, septiembre de 2015 UNAM – Dirección General de Bibliotecas Tesis Digitales Restricciones de uso DERECHOS RESERVADOS © PROHIBIDA SU REPRODUCCIÓN TOTAL O PARCIAL Todo el material contenido en esta tesis esta protegido por la Ley Federal del Derecho de Autor (LFDA) de los Estados Unidos Mexicanos (México). El uso de imágenes, fragmentos de videos, y demás material que sea objeto de protección de los derechos de autor, será exclusivamente para fines educativos e informativos y deberá citar la fuente donde la obtuvo mencionando el autor o autores. Cualquier uso distinto como el lucro, reproducción, edición o modificación, será perseguido y sancionado por el respectivo titular de los Derechos de Autor. Para mis padres, Carmen y Daniel, dadores de recuerdos. Esta investigación fue realizada gracias al Programa de Becas de Posgrado del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología. ÍNDICE PRESENTACIÓN .................................................................................................................. 5 CAPÍTULO 1. LAS FICCIONES DE LA MEMORIA COMO SUBGÉNERO NARRATIVO ....................................................................................................................... 10 LA MEMORIA EN EL TIEMPO ............................................................................................... 15 APROXIMACIÓN GENÉRICA A LAS FICCIONES DE LA MEMORIA ........................................... 46 CAPÍTULO 2. LA CONTINUIDAD DE LOS UNIVERSOS MEMORÍSTICOS EN EL HABLADOR .............................................................................. 73 «PRESIENTO QUE, EN CUALQUIER MOMENTO, SE ME ACABARÁ LA TINTA»: UNA LECTURA DESDE LA METAFICCIÓN ............................................................................. 82 «LA ETNOGRAFÍA ES UNA SEUDOCIENCIA INVENTADA POR LOS GRINGOS»: LAS DISTINTAS FORMAS DE LA MEMORIA ......................................................................... 106 CAPÍTULO 3. RECORDAR LA VIDA DE LOS OTROS EN ESTRELLAS MUERTAS ............................................................................................... 147 «ESTE ES EL SHOW DE LOS MUPPETS MUTANTES»: BREVE RECUENTO DE LA OBRA DE ÁLVARO BISAMA .................................................................................... 150 «EL PASADO ESTABA HECHO DE LUZ VIEJA»: POLÍTICAS Y POÉTICAS DE LA MEMORIA EN EL CHILE POSDICTATORIAL ............................................................... 159 «MI MEMORIA SE CONVIERTE EN ALGO QUE FUNCIONA SÓLO DE OÍDAS»: UN RELATO DE POSMEMORIA ........................................................................................... 192 CONSIDERACIONES FINALES ..................................................................................... 228 BIBLIOGRAFÍA ................................................................................................................ 233 5 PRESENTACIÓN Todo permanece «en mí» o «en nosotros», «entre nosotros», a la muerte del otro. Todo se me confía a mí; todo se lega o se da a nosotros, y ante todo a lo que llamo memoria: a la memoria, el lugar de ese extraño dativo. Al parecer sólo nos queda memoria, pues nada parece ser capaz de venir a nosotros, nada viene ni es venidero, desde el otro hacia el presente. JACQUES DERRIDA, «Memorias para Paul de Man» Las interrogantes en torno a las relaciones entre relatos literarios y memoria comenzaron en mí antes que esta investigación doctoral; el tema de la rememoración empezó a intrigarme desde la primera, deslumbrada y ciertamente ardua lectura que hice de En busca del tiempo perdido, obra a la que vuelvo cada vez con menos frecuencia, pero siempre seguro de que iniciar una frase al azar me arrastrará por algunas decenas de páginas. De los cientos de conflictos hilvanados por Proust el de la memoria me atrapó, como a tantos otros, y a partir de las meditaciones hechas por el narrador empecé a conformar mi propia colección sobre la memoria, tema infinito al que la literatura latinoamericana ha dedicado obras doblemente memorables, pues en ellas se despliegan discursivamente los caminos de la rememoración y, al mismo tiempo, se integran a los recuerdos de sus lectores. El último cuento de Julio Cortázar forma parte del vasto universo de relatos literarios que tienen, de alguna manera, las improntas de la memoria en su conformación narrativa; en «Diario para un cuento» (1982) un viejo escritor argentino, tanto el que habita el universo narrado como quien lo construye, enfrenta las dificultades de la escritura y se 6 pregunta por el sentido que tiene para él escribir un relato. Cuando la «cosquilla de cuento» logra imponerse, al escritor le gustaría ser Bioy Casares para «poder escribir sobre Anabel como lo hubiera hecho él si la hubiera conocido y si hubiera escrito un cuento sobre ella»1. Los hubieras distribuidos aquí y allá no bastan para cambiar los hechos: el escritor no puede ser otro más que él mismo, Bioy nunca conoció a Anabel y mucho menos escribió sobre ella. La joven prostituta que recorría las calles de Buenos Aires en la década de los cincuenta, llegó a París en una fotografía «puesta como señalador en nada menos que una novela de Onetti […] sacar una brazada de libros viejos de la estantería y ver asomar la foto, tardar en reconocer a Anabel» (491). La fotografía, ese objeto de memoria privilegiado, sustituto técnico de la madalena proustiana, despierta en el escritor la necesidad de contar a Anabel, narrar los meses de vida en común que vienen, de a poco y sin orden, desde ese «país extranjero» que es el pasado. Frente a su antigua máquina de escribir portátil, vieja como todo lo que lo rodea, el escritor asume que esta historia, la última, no podrá contarla, cuando menos no de la manera en la que «creo que debería de hacerlo». No obstante, la cosquilla de cuento está ahí, con él, que vive solo, sin saber que este diario de la imposibilidad de narrar, de los rodeos, silencios y fracasos, es su relato final. Mientras escribe sus dificultades, las asociaciones y el hábito se transforman en «las ganas de traducir ese fragmento de Jaques Derrida […] que no tiene absolutamente nada que ver con todo esto» (490). El texto traducido proviene de La verdad en pintura (1978) y aparece citado, en esa forma de la memoria literaria que es la intertextualidad, para proponer una interpretación por analogía: 1 Julio Cortázar, «Diario para un cuento», p. 489. En adelante indicaré el número de página entre paréntesis al final de la cita. 7 lo que Derrida dice de la contemplación estética, el escritor lo lleva a su propia experiencia frustrada de escritura: No (me) queda casi nada: ni la cosa, ni su existencia, ni la mía, ni el puro objeto ni el puro sujeto, ningún interés de ninguna naturaleza por nada. […] En último término, este placer que me doy, por el cual me doy, ni siquiera lo experimento, si experimentar quiere decir, fenomenalmente, empíricamente, en el espacio y en el tiempo de mi existencia interesada e interesante. Placer cuya experiencia es imposible. No lo tomo, no lo recibo, no lo devuelvo, no lodoy, no me lo doy jamás porque yo (yo, sujeto existente) no tengo jamás acceso a lo bello en tanto que tal. En tanto que existo no tengo jamás placer puro. (490) El escritor comprende que la imposibilidad del ingreso es lo que lo une a Derrida: mientras para éste el «placer puro» es inconseguible, para aquél las palabras nunca podrán traer a la joven de la fotografía, «porque hoy, después de tantos años, no me queda ni Anabel, ni la existencia de Anabel, ni mi existencia con relación a la suya, ni el puro objeto de Anabel, ni mi puro sujeto de entonces frente a Anabel» (491). En el momento de la escritura, el hoy en el que «nada viene ni es venidero, desde el otro hacia el presente», lo que permanece de esas ausencias es la memoria, relato en potencia que se ofrece como antídoto a la desaparición. No obstante, los recuerdos nunca son el otro, ni tampoco la experiencia: la Anabel que se recuerda no es la que pedía traducir cartas, los sucesos contados no son los realmente vividos, incluso lo dicho permanece en la bruma, parafraseando a Derrida, «en tanto que existo no tengo jamás pasado puro». El escritor del diario, el cuento irrealizable, descubre esto hacia el final del relato, después de haber mezclado en su escritura la historia que quería contar, la confesión de que no puede hacerlo y las citas traducidas: «buscar a Anabel en el fondo del tiempo es siempre caerme de nuevo en mí mismo» (509). Quizá rememorar a través de la escritura implique siempre volver a uno mismo, al «en mí» en el que permanecen las huellas a veces ilegibles de lo ya desaparecido, marcas que se alejan de su origen para ser dispuestas por «mí mismo» en los intentos fallidos de fijación del pasado que son cada uno de los relatos construidos con base en los recuerdos. Y a pesar de la 8 frustración, la cosquilla de contar a partir de la memoria se sigue imponiendo, como lo ha hecho desde hace décadas en la literatura latinoamericana. Es «Diario para un cuento» de Julio Cortázar una de las narraciones literarias construidas en torno al funcionamiento de la memoria, en él se encuentran elementos fundamentales de este tipo de obras: el narrador intradiegético, un relato conformado a base de analepsis, dudas acerca de la veracidad de lo contado, reflexiones sobre la memoria y el cuestionamiento de la posibilidad de acceder a los recuerdos, entre otros. Estas narraciones han sido nombradas por Birgit Neumann como «ficciones de la memoria», cuentos y novelas que representan y problematizan literariamente los trabajos de la memoria. A partir de la descripción inicial de Neumann, en esta investigación propongo que las ficciones de la memoria constituyen un subgénero del relato, tal como la narrativa policiaca o la fantástica; conservo la nomenclatura de la investigadora alemana para señalar el carácter de artificio literario de estas obras, en las cuales no se narran los recuerdos del autor real, sino que se reconstruyen discursivamente los mecanismos del funcionamiento de la memoria. Antes de caracterizar las ficciones de la memoria como un subgénero narrativo, realizo un recorrido por las nociones de memoria más importantes de Occidente, limitando mi indagación sólo a las transformaciones de la memoria que resultan útiles para los análisis que emprendo en este trabajo y sobre los que perfilo la definición genérica. La pertinencia de este recuento radica en que las ficciones de la memoria parten de las nociones de memoria culturalmente predominantes, a las cuales recurren y cuestionan desde el ámbito de lo literario; una de las consideraciones que se desprende de este recorrido es que las distintas concepciones de la memoria no se anulan mutuamente, ni desaparecen, parecieran sedimentarse en una gran noción en la que conviven, incluso, valoraciones contrapuestas. Posterior a este recorrido, vinculo los elementos descritos por 9 Neumann con los estudios sobre los géneros literarios para elaborar una caracterización de las ficciones de la memoria como un subgénero narrativo; tomo en cuenta los aspectos formales, temáticos y contextuales para esta definición genérica en la cual señalo la consolidación de un nuevo subgénero y las relaciones que establece con otros cercanos a él. Al proponer que las ficciones de la memoria son un subgénero narrativo, presente en otras literaturas además de la latinoamericana, no supongo que existan fronteras genéricas inamovibles y estoy consciente de que una obra literaria pude incluirse en más de un subgénero; sin embargo, pienso que la adscripción genérica es una herramienta fundamental para el estudio de un texto literario, inferir que una obra pertenece a determinado género y subgénero orienta el pacto de lectura que se establece con el lector y proporciona las coordenadas iniciales de la interpretación. En los apartados críticos de esta investigación estudio las novelas El hablador (1986) de Mario Vargas Llosa y Estrellas muertas (2012) de Álvaro Bisama; aunque la extensión, composición formal y temática de ambas obras es sumamente distinta, comparten el elemento fundamental de constituirse en torno a los problemas de la rememoración; como tema estructurante, la memoria incide en la configuración narrativa y discursiva de los relatos. Asimismo, en estas narraciones se abordan dos de las problemáticas más apremiantes en Latinoamérica: por un lado, en El hablador la subalternidad y la voz del otro indígena son los cuestionamientos fundamentales, partiendo de la rememoración realizada por el personaje narrador se presentan diversas perspectivas con respecto a estas conflictivas situaciones; por el otro, Estrellas muertas se centra en las dificultades de vivir y narrar después de una dictadura, los narradores de esta obra enfrentan el pasado que les ha sido legado a partir de los silencios y las historias de las generaciones que los precedieron. Con base en estos análisis, enriquecidos con 10 herramientas teóricas y críticas como la metaficción, las ficciones del archivo, la etnoficción, los estudios culturales sobre el trauma y la posmemoria, puede observarse que las ficciones de la memoria son un subgénero narrativo con rasgos sumamente dinámicos y cambiantes, vinculados a convenciones literarias y a los tratamientos del pasado activos en el momento de su escritura. Quizá después del recorrido que aquí inicia, volvamos con algunas respuestas a las dudas y preguntas que en «Diario para un cuento» se plantea el viejo escritor frente a su máquina de escritura: «No me acuerdo, cómo podría acordarme de ese diálogo. Pero fue así, lo escribo escuchándolo, o lo invento copiándolo, o lo copio inventándolo. Preguntarse de paso si no será eso la literatura» (500, cursivas en el original). CAPÍTULO 1 LAS FICCIONES DE LA MEMORIA COMO SUBGÉNERO NARRATIVO 11 Cercanas a formas narrativas no ficcionales, como las memorias, testimonios y autobiografías, y estrechamente ligadas a escrituras ficcionales como la novela histórica, las biografías noveladas y los relatos de posdictadura, las ficciones de la memoria se presentan como un subgénero narrativo que coexiste y a veces se funde con distintas modalidades de las narraciones memorialísticas. Antes de abordar las diversas problemáticas ligadas a la genología para deslindar las ficciones de la memoria de otras producciones narrativas, considero necesaria una breve revisión de lo que se ha entendido por memoria en distintos periodos de Occidente, lo cual no significa que haré una «historia de la memoria», tarea a todas luces interesante y de una extensión abrumadora, sino un repaso por las concepciones más representativas sobre esta facultad humana. El propósito de esta revisión es mostrar cómo la palabra memoria ha estado ligada a diferentes conceptos, valoraciones diversas y usos particulares; suponer que la nociónactual de memoria es la misma que la de hace siglos, tal vez milenios, implicaría desconocer una larga tradición de reflexiones e investigaciones sobre el tema, que van desde la filosofía y la retórica, hasta la anatomía y las neurociencias. La vastedad de las nociones de memoria obliga a dejar de lado los acercamientos realizados por distintas disciplinas, como la informática, la biología y la medicina, por alejarse del enfoque desde los estudios literarios que realizo en este trabajo; asimismo, las aproximaciones a la memoria que revisaré están estrechamente ligadas a las conceptualizaciones sobre el tema hechas en las novelas estudiadas en los capítulos posteriores de esta investigación. Una característica importante de las distintas nociones de memoria desarrolladas desde diversas disciplinas y épocas, es que en algunos momentos parecieran enfrentarse de 12 manera irreconciliable, mientras que en otros tienden a confundirse o, mejor dicho, sedimentarse en una gran definición de memoria que hace convivir elementos heterogéneos; por ejemplo, las delimitaciones planteadas desde la filosofía y la retórica, hace casi dos mil años, se transformaron y adaptaron a lo largo del tiempo, dejando de competir entre sí para mezclarse y oponerse a otras maneras de pensar la memoria; de igual manera, las reflexiones sobre este tema realizadas por Henri Bergson se vincularon con descubrimientos de las neurociencias, que rebaten científicamente las teorías sobre las localizaciones cerebrales tan cuestionadas por el propio filósofo francés; posteriormente, los trabajos pioneros de Maurice Halbwachs dotaron a la memoria de una dimensión social ignorada hasta ese momento, lo cual permitió pasar de una concepción individual y física a una colectiva y simbólica, que desembocó en la definición de memoria de los trabajos de Pierre Nora, en los que existe un vínculo estrecho entre sus lieux de mémoire y los loci memoriae de la retórica, lo cual pareciera indicar que las diferentes aproximaciones a la problemática del recuerdo y el olvido no se anulan mutuamente, sino que se acumulan en un vasto depósito de lo que puede ser la memoria. Posterior a la revisión planteada, me interesa enfatizar que mi investigación no está enfocada a las ficciones históricas, sino a las ficciones de la memoria; esta aclaración requiere ya no un deslinde entre ambos subgéneros narrativos, sino precisar qué es lo que entiendo por ficción de la memoria y cuál es su relación con otros géneros literarios y discursivos. El punto de arranque para la definición genérica de las ficciones de la memoria es la caracterización que hace Birgit Neumann sobre este tipo de relatos en su ensayo «The Literary Representation of Memory»; la autora señala una separación esencial entre las distintas formas que pueden adoptar las ficciones de la memoria: un primer grupo designa las historias individuales o colectivas que se cuentan sobre el pasado para responder la 13 pregunta ¿quién soy?, en este caso Neumann las denomina ficciones porque están relacionadas con la imaginación para reconstruir un pasado que responda a necesidades presentes; en el segundo grupo se inscriben las narraciones literarias o no referenciales, las cuales se asumen dentro de una tradición literaria como obras artísticas antes que como otro tipo de discurso. Son las ficciones de la memoria literarias sobre las que se enfoca mi investigación, para hacerlo partiré de las características esbozadas por Neumann, pero llevadas hacia una perspectiva de definición genérica que no sólo considere los aspectos temáticos y formales de los textos, sino también las necesidades humanas que los motivan, las relaciones que tienen con otros géneros literarios, las «demandas» que hacen tanto a autores como a lectores y la manera en que influyen en el trabajo interpretativo desarrollado por los críticos, entre otros aspectos abordados por los estudios genológicos. Como lo explicaré más adelante, conservo la expresión «ficciones de la memoria» para referirme a la serie de relatos literarios, tanto cuentos como novelas, cuyo tema estructurador es la representación literaria de los procesos de recuerdo y olvido, para lo cual recurren a una serie de estrategias narrativas que si bien no son privativas de ellos, al interrelacionarse entre sí tematizan la memoria y modelan la arquitectura del texto literario. En este sentido, soy consciente de que la «ficción» no es un género ni tampoco un subgénero literario, tampoco equivale a narrativa o relato, al emplear la noción ficciones de la memoria destaco las diferencias que estas obras tienen con otros relatos memorialísticos no ficcionales. En uno de los acercamientos más claros y abarcadores a la cuestión de los géneros literarios, Claudio Guillén propone pensarlos desde diferentes perspectivas que proporcionen mayores elementos para realizar una descripción abierta; las seis perspectivas formuladas por Guillén son: la histórica, que concibe la transformación de los géneros a lo largo del tiempo; la sociológica, vinculada a la concepción de la literatura como una 14 institución integrada por componentes «considerados como complejos sociales establecidos y determinantes»; la pragmática, en la cual se toma en cuenta al lector y el contrato de lectura; la estructural, que concibe al género como integrante de un todo e interrelacionado con otros géneros; la conceptual, en la cual se presenta al género como una idea-tipo que contenga los rasgos predominantes de un conjunto de obras; y finalmente la comparativa, que explora el desarrollo de un género en diversas tradiciones literarias y en épocas diferentes2. Las líneas de investigación propuestas por este teórico tratan de dar cuenta de los distintos contextos y problemáticas en los que se inscribe un género literario, además de señalar algunas de las tendencias de la genología; sin embargo, la elección de una de las vías arriba señaladas predetermina la respuesta a qué es un género literario, cuestión central en el estudio de la literatura debido a que repercute no sólo en los creadores y lectores, sino también en los críticos: suponer que una obra pertenece a determinado género condiciona la forma en que es interpretada. Uno de los aspectos centrales que se desprende de la caracterización de las ficciones de la memoria como género literario, más precisamente un subgénero narrativo, se vincula al problema de la ficción; la proximidad de esta forma narrativa con «relatos referenciales» como memorias, diarios y autobiografías, además de la ya señalada cercanía con la novela histórica, hacen indispensable detenerse en la teoría de la ficción literaria. La vastedad de reflexiones sobre este asunto ha encontrado en la Poética de Aristóteles no sólo el arranque de la teoría de la literatura, sino también el principio de las teorizaciones sobre la ficción, las cuales han abordado al texto en solitario, en relación con la tradición literaria y también en contacto con las visiones de mundo de los receptores; la ficción ha recorrido un largo camino desde sus orígenes en los que se le equiparaba a la mentira, pasando por las 2 Vid. Claudio Guillén, «Los géneros: genología», p. 137-145. 15 definiciones que la reducían a razonamientos lógicamente falsos o imposibles, hasta los estudios que la abordan como una propuesta de mundo posible, necesariamente en diálogo con la «realidad» y con otras formas discursivas tanto literarias como referenciales3. La pertinencia de abordar el problema de la ficción para caracterizar a las ficciones de la memoria consiste en que este tipo de relatos pueden ser literarios o no, además de que al centrarse en el tratamiento de la memoria es común confundirlos con narraciones autobiográficas. En este sentido, el deslinde genérico opera en dos direcciones:distinguir las ficciones de la memoria literarias de las que no lo son para, a su vez, diferenciarlas de otro tipo de narraciones literarias cercanas. Al incluir el problema de la ficción busco aportar a la descripción genérica un componente que al mismo tiempo que distingue y vincula las ficciones de la memoria con otros géneros literarios, también las orienta hacia el mundo a través de las relaciones que guardan con diversos discursos. LA MEMORIA EN EL TIEMPO La memoria del hombre no es una suma; es un desorden de posibilidades indefinidas. San Agustín, si no me engaño, habla de los palacios y cavernas de la memoria. La segunda metáfora es la más justa. En esas cavernas entré. JORGE LUIS BORGES, «La memoria de Shakespeare» 3 La distinción entre discursos referenciales y discursos literarios no implica que estos últimos «no hablen» de la realidad o anulen cualquier posibilidad referencial, además considero esta distinción menos riesgosa que la falsa oposición entre «discursos ficcionales» frente a «discursos reales». Es indudable que la literatura habla del mundo al mismo tiempo que propone mundos distintos al nuestro; sin embargo, lo hace de una manera diferente a los discursos referenciales al romper con la inmediatez del circuito de la comunicación, y al apelar a una doble referencialidad dirigida tanto al mundo como a la tradición literaria. Más adelante abordaré este problema central. 16 Incontables son los espacios construidos y poblados por la literatura; desplegados en la sucesión de palabras que los forman, los lugares de la ficción se muestran al mismo tiempo que se constituyen, como el imposible círculo de manos concebido por Escher. Soportados por la descripción que se sustrae al tiempo narrativo, estos espacios son más que simples marcos para el desarrollo de las acciones: cada elemento que contienen desempeña un papel en la significación del relato. Los lugares de la literatura no se circunscriben a una extensión figurada o verbal, algunos son breves como habitaciones mientras que otros representan universos enteros; ciertos espacios caben en una frase, en tanto que otros requieren cientos de páginas para conformarse. Asimismo, la referencialidad de los lugares ficcionales conoce distintas modalidades, desde aquellos que intentan representar con el mayor apego sitios existentes en nuestro mundo, hasta los que se alejan en grado superlativo de cualquier coordenada reconocible, basta una breve hojeada al Diccionario de lugares imaginarios, de Alberto Manguel y Gianni Guadalupi, para observar las casi infinitas variaciones de estos últimos. Dentro de las paradojas posibilitadas por la descripción, en algunos casos los lugares se muestran desapareciendo, como el hogar paulatinamente clausurado en «Casa tomada» de Julio Cortázar. Hay al sur de nuestro continente una ciudad imposible doblemente imaginada, cuyos habitantes experimentaron a lo largo de la saga su comienzo, incendio y transformación final; surgida en las páginas de La vida breve (1950), Santa María es el espacio ficcional ideado por el demiurgo onettiano Juan María Brausen, protagonista de esta novela y futuro hacedor de casi todos los relatos del ciclo sanmariano. Al igual que la mayoría de los espacios ficcionales, Santa María se conforma en un conjunto de descripciones, cada una de ellas añade información y modifica la manera en la que está distribuida y organizada la ciudad; sin embargo, una de las peculiaridades de este espacio 17 se relaciona con su origen: Santa María proviene del recuerdo y está anclada en la memoria. Instigado por la convalecencia de su esposa, Brausen acepta escribir un guión por encargo de Julio Stein, su único «amigo»; el principio de la historia inventada por Brausen es difícil de aprehender, los personajes son proyecciones de él mismo y de su mujer, y la trama aparece fragmentada, dispersa en acciones carentes de un eje que las estructure. Lo único cierto es el espacio, la ciudad irrumpe para no salir jamás: «Veo una mujer que aparece de golpe en el consultorio del médico. El médico vive en Santa María, sólo una vez estuve allí, un día apenas, en verano; pero recuerdo el aire, los árboles frente al hotel, la placidez con que llegaba la balsa por el río. Sé que hay junto a la ciudad una colonia suiza»4. En las descripciones posteriores Brausen no dirá más de su primera estancia en Santa María, pero al apelar al recuerdo pareciera buscar un asidero firme para la ciudad que empezará a transformarse cada vez que sea nombrada; de esta manera, el recuerdo se presenta como una huella, la marca garante que permite las certezas que comienzan con una afirmación: «sé». El vínculo entre el espacio y la memoria, apenas tocado por Onetti en esta obra, y la conceptualización del recuerdo como una marca, son las concepciones más antiguas que la cultura occidental posee sobre la memoria; sin embargo, es necesario precisar que cuando se habla de la marca y del espacio, en realidad se alude «a las metáforas de la tablilla de cera y el almacén de la memoria»5, metáforas provenientes de la retórica y la filosofía: a la primera le corresponde la imagen de un almacén y a la segunda la de una tablilla. A pesar de los siglos transcurridos, ambas nociones han cabalgado con el tiempo, primero opuestas entre sí de forma casi irreconciliable y después en pugna con otras concepciones de la memoria. 4 Juan Carlos Onetti, La vida breve, p. 18. Cursivas mías. 5 Harald Weinrich, Leteo. Arte y crítica del olvido, p. 222. 18 La metáfora de la tablilla de cera está fuertemente ligada a la valoración que se tenía de la escritura en la antigüedad, principalmente a la formulada por Platón en el Fedro; en las argumentaciones que presenta Sócrates frente a Fedro se encuentran varios mitos, al parecer algunos de ellos fueron inventados ex profeso por Platón, mientras que otros provienen de la tradición; dentro de estos últimos está el que narra la invención de la escritura, entre otras cosas, por el dios egipcio Theuth, quien ofrece su descubrimiento a Thamus, rey de todo Egipto. Después de ponderar el valor de cada uno de sus inventos con muchas observaciones, que Sócrates omite porque «sería muy largo referirlas», Theuth llega a la escritura y la valora de la siguiente forma: «Este conocimiento, oh rey, hará más sabios a los egipcios y aumentará su memoria. Pues se ha inventado como un remedio de la sabiduría y la memoria». Y aquél [Thamus] replicó: «Oh, Theuth, excelso inventor de artes, unos son capaces de dar el ser a los inventos del arte, y otros de discernir en qué medida son ventajosos o perjudiciales para quienes van a hacer uso de ellos. Y ahora tú, como padre que eres de las letras, dijiste por cariño a ellas el efecto contrario al que producen. Pues este invento dará origen en las almas de quienes lo aprendan al olvido, por descuido del cultivo de la memoria, ya que los hombres, por culpa de su confianza en la escritura, serán traídos al recuerdo desde fuera, por unos caracteres ajenos a ellos, no desde dentro, por su propio esfuerzo. Así que no es un remedio para la memoria, sino para suscitar el recuerdo lo que es tu invento. Apariencia de sabiduría y no sabiduría procuras a tus discípulos (…)»6. Se ha observado que «este pasaje puede representar una supervivencia de las tradiciones de la memoria oral, en la época anterior a la escritura»7 y también se ha señalado la paradójica relación de Platón con la escritura, pues a pesar de condenarla de forma tan severa legó su obra a través de ella. En el fondo de esta censura está la teoría platónica del conocimiento, en la que se sostiene que aprender es recordar, de aquí que se señale que la escritura ocasionará que los recuerdos provengan de un soporte ajenoy exterior al ser humano, y no de su propia interioridad. La escritura es una forma de huella no impresa en el alma, por lo que no puede considerarse como verdadera sabiduría; el recuerdo verdadero, por otra parte, 6 Platón, Fedro, 274 E-275 B. Cursivas mías. 7 Frances A. Yates, El arte de la memoria, p. 59. 19 es una huella grabada en el alma, a él se puede recurrir en cualquier momento. Esta consideración del recuerdo puede rastrearse en otro diálogo platónico, el Teeteto. Sócrates: Concédeme, entonces, en atención al razonamiento, que hay en nuestras almas un bloque maleable de cera: mayor en unas personas, menor en otras; de una cera más pura para unos y más adulterada para otros; unas veces, más dura, otras, más blanda, y en algunos, en el término medio. Teeteto: Lo concedo. Sócrates: Pues bien, digamos que es un don de Memoria, la madre de las Musas: aquello de que queremos acordarnos de entre lo que vimos, oímos o pensamos, lo imprimimos en este bloque como si imprimiéramos el cuño de un anillo. Y lo que se imprimió, lo recordamos y lo sabemos en tanto su imagen permanezca ahí; pero lo que se borre o no se pudo imprimir, lo olvidamos, es decir, no lo conocemos8. A raíz de esta descripción hecha por Sócrates surge la metáfora de la tablilla de cera y la noción del recuerdo como una huella o marca impresa en ella. A diferencia de la escritura, marca realizada sobre un soporte ajeno al alma, el recuerdo es una huella localizada en el bloque o tablilla de cera que es nuestra memoria. De la calidad de la cera, referida por Sócrates, dependerá la disposición de la memoria: la cera pura permite una mejor conservación de los recuerdos, mientras que la impura produce su corrupción; la dureza hace que sea más difícil memorizar, en tanto que la blandura favorece esta actividad. Otro de los aspectos relevantes de esta metáfora es la estrecha relación que guarda con la historia misma de la escritura y de los artefactos desarrollados en torno a ella. En la época en la que Platón escribe sus diálogos, la tablilla de cera era un soporte para la escritura mucho más barato y común que otros; en ella se escribía lo que más tarde se aprendería de memoria, después de lo cual la cera se alisaba para poder utilizarla de nuevo, a esta actividad se le conoce como «hacer tabula rasa», una expresión empleada a menudo para referirse al olvido voluntario. «Con la modernización de los útiles de escritura cambian también las metáforas del recuerdo y el olvido»9. 8 Platón, Teeteto, 191 D. Apud Paul Ricoeur, La memoria, la historia, el olvido, p. 25. Cursivas mías. 9 Harald Weinrich, op. cit., p. 23. 20 Paul Ricoeur señala que el término «huella» (eikōn) empleado por Platón en el Teeteto ha suscitado un sinfín de problemas a lo largo del tiempo, no sólo en relación con el estudio de la memoria, sino también en lo referente a la historia, que Marc Bloch definiera como una «ciencia por huellas». Para disipar esta problemática, el filósofo francés propone sustituir «huella» por «impronta», aunque a lo largo de su propia exposición recurre a ambos términos aparentemente dándolos por sinónimos; además de la diferenciación señalada, Ricoeur distingue tres empleos de la noción de huella sumamente pertinentes para comprender algunas de las transformaciones de la metáfora de la tablilla de cera a lo largo del tiempo. En primer lugar, se encuentran las «huellas sobre las que trabaja el historiador: son huellas escritas y eventualmente archivadas»10, corresponden a las «marcas exteriores» que Platón condena en el mito del Fedro. En segundo lugar está «la impresión en cuanto afección que resulta del choque de un acontecimiento del que se puede decir que es llamativo, destacado. Esta impresión afecta el meollo del alma»11; esta noción de huella corresponde a la imagen platónica de la impresión del recuerdo en la cera de la memoria, opuesta a las marcas externas de la escritura. Finalmente, y en tercer lugar, está «la impronta corporal, cerebral, cortical, de la que tratan las neurociencias» y que Ricoeur aborda desde la fenomenología12. Las tres nociones de huella descritas por Ricoeur, como marca sobre un objeto, impronta hecha en el alma e impresión corporal en alguna parte del cerebro, implican la coexistencia de la huella, propiamente dicha, y la «superficie» que la soporta; la marca no existe en sí misma, sino en relación con la materia en la que ha sido ejercida. De esto se 10 Paul Ricoeur, La memoria, la historia, el olvido, p. 30. 11 Ídem, p. 31. 12 Ídem, p. 32. Aunque las investigaciones de la memoria hechas por las neurociencias parecieran ser un problema ajeno a una aproximación desde los estudios literarios, considero pertinente señalar que ellas han revolucionado las concepciones tradicionales de la memoria; sin embargo, su influencia en la literatura aún no se ha desarrollado. 21 desprende que el recuerdo y su correlato obligado el olvido, no son sólo consecuencia de la cualidad de la marca, sino también de las características de la superficie que alberga la impronta. La distinción señalada por Ricoeur, pero esbozada tanto por Platón como por Aristóteles, permite abordar dos aspectos muchas veces pasados por alto: primero, la memoria no es el recuerdo; segundo, el olvido no se opone al recuerdo, ambos forman parte de la memoria. El primer aspecto puede rastrearse en el tratado aristotélico De la memoria y el recuerdo, en el cual el Estagirita presenta su propia teoría de la memoria, ciertamente cercana a la esbozada por su maestro, pero con una diferencia fundamental: para Aristóteles la memoria no remite a impresiones ideales, sino a la propia experiencia de los seres humanos en este mundo, sólo se puede recordar lo que se ha experimentado13. El Estagirita comparte la metáfora de la tablilla de cera, aunque para él la huella, o «afección», plantea un problema central: «¿qué es lo que uno recuerda, la afección presente o el objeto que dio origen a ella? Si lo primero, entonces no recordaríamos nada una vez ausente; si lo otro, ¿cómo podemos, percibiendo la afección, recordar el hecho ausente que no percibimos?»14. Estas preguntas, a su vez, dirigen hacia distintas problemáticas que tienen que ver con la relación entre la afección y el objeto que la produjo y el estrecho vínculo entre memoria, percepción e imaginación. En lo que respecta al primer asunto, Aristóteles piensa en el recuerdo como una «pintura mental» , que al mismo tiempo es un «objeto de contemplación en sí mismo» y remite a algo distinto; si sólo se le concibe como objeto entonces es más cercano a la imaginación, pero al relacionarse a través de la semejanza con una cosa o situación «es también un recuerdo», por tanto, el recuerdo es una representación. 13 En el tercer capítulo de esta investigación abordaré la problemática de la «posmemoria», que parte precisamente de la memoria no experiencial que se transmite generacionalmente. 14 Aristóteles, De la memoria y el recuerdo, p. 45. 22 Para separar la memoria de la percepción se opone una distinción fundamental que implica la experiencia del tiempo: no existe memoria del futuro, sólo conjeturas y, tal vez, adivinación; tampoco hay memoria del presente, sino percepción porque a través de ella «no conocemos ni lo que es futuro ni lo que es pasado, sino solamente lo que es presente. Ahora bien, la memoria tiene por objeto el pasado; nadie podría recordar el presente mientras sea presente», de esto se desprende que «toda memoria o recuerdo implica, pues, un intervalo de tiempo»15. La percepción puede desencadenar el recuerdo, pero en sí misma no es memoria; sólo cuando la afección se ha impresopuede hablarse del recuerdo. Si bien la separación entre memoria, percepción e imaginación es esbozada brevemente por Aristóteles en este tratado, las cuestiones que él plantea serán retomadas por Henri Bergson, entre otros, en Materia y memoria, aunque desde una perspectiva que no sólo considera la filosofía, sino también la psicología y los descubrimientos neurocientíficos de la época. En consonancia con estas distinciones, tampoco puede confundirse el recuerdo con la rememoración; de acuerdo con Ricoeur, los griegos designaban como mnēmē al recuerdo que aparece en la mente y como anamnēsis al recuerdo producto de la búsqueda o rememoración. «Acordarse es, o tener un recuerdo, o ir en su búsqueda, y si se trata de ir en su búsqueda acordarse es hacer algo»16. Al presentar la rememoración como una actividad, tanto Aristóteles como Ricoeur introducen en el campo de la memoria un aspecto de suma importancia: la relación del sujeto con el recuerdo no es sólo pasiva, también hay una dimensión dinámica que influye en la forma en que nos relacionamos con el pasado que no sólo aparece de pronto, sino que también puede traerse al presente a través de la representación operada por la rememoración. A pesar de la relevancia de todas las 15 Ídem, p. 43. 16 Paul Ricoeur, op. cit., p. 20. 23 precisiones señaladas por Aristóteles en De la memoria y el recuerdo, lo cierto es que su concepción de la memoria parte de la metáfora de la tablilla de cera proveniente del Fedro; aunque el Estagirita también dedicó su atención al estudio de la retórica, serán las obras de Quintiliano, Cicerón y la Retórica a Herenio donde se desarrolle la metáfora de la memoria como almacén, dotando a esta facultad humana de una espacialidad que pervive hasta nuestros días. El tratamiento literario dado a la metáfora espacial de la memoria en la retórica destaca en uno de los incontables lugares surgidos de la literatura, como la Santa María onettiana mencionada hace algunas páginas. En Las ciudades invisibles (1972) Ítalo Calvino hace desfilar ante nuestros ojos un imponente conjunto de ciudades, cada una de ellas tiene nombre de mujer y pertenece a un grupo unido por ciertos rasgos. Zora se llama la cuarta ciudad del conjunto «Las ciudades y la memoria» y su característica principal es que «quien la ha visto una vez no puede olvidarla jamás», rasgo que no se debe a la belleza inusitada de la ciudad, mucho menos a una fealdad inconcebible; los comerciantes y el peluquero, las calles y casas, las fuentes, torres y relojes de la ciudad se «graban» en la mente de quien los ha visto. La permanencia de Zora en la memoria permite lo siguiente: Esta ciudad que no se borra de la mente es como un armazón o retícula en cuyas casillas cada uno puede disponer las cosas que quiere recordar: nombres de varones ilustres, virtudes, números, clasificaciones vegetales y minerales, fechas de batallas, constelaciones, partes del discurso. Entre cada noción y cada punto del itinerario podrá establecer un nexo de afinidad o de contraste que sirva de llamada instantánea a la memoria. De modo que los hombres más sabios del mundo son aquellos que conocen Zora de memoria17. En este fragmento se condensan las enseñanzas que el «arte de la memoria», míticamente atribuido a Simónides de Ceos, legó a los rétores de la antigüedad como la técnica infalible para conservar en la memoria las «partes del discurso» que habrían de pronunciarse en 17 Ítalo Calvino, «La ciudades y la memoria. 4», p. 30-31. Cursivas mías. 24 público, sin el menor auxilio del soporte escrito. Como todo arte o técnica, la retórica está organizada en distintas etapas con la finalidad de elaborar un objeto y darlo a conocer, en este caso se trata de un discurso y de su pronunciación en público; las primeras tres fases de este proceso competen a la creación del discurso (inventio, dispositio y elocutio), mientras que en las últimas dos se desarrollan los aspectos necesarios para la eficaz presentación frente al auditorio (memoria y actio). A pesar de que todas las partes de la retórica son fundamentales para lograr su objetivo, de la memoria depende que el discurso permanezca en la mente del rétor, quien no puede auxiliarse de ningún soporte. Convencidos de que la memoria, como otras facultades humanas, puede fortalecerse, los rétores de la antigüedad desarrollaron una técnica dirigida en contra del olvido; la mnemotecnia o arte de la memoria está constituido por complejos ejercicios destinados a ensanchar la limitada capacidad de la memoria natural para crear una poderosa memoria artificial que pueda albergar ordenadamente y en distintos espacios todos los elementos que se requieran. Como una primera y esencial aclaración, Frances A. Yates señala que «el primer hecho básico que el estudioso del arte clásico de la memoria ha de recordar es que este arte pertenecía a la retórica, como técnica por la que el orador podría perfeccionar su memoria, lo que le capacitaría para extraer de la memoria largos discursos con infalible precisión»18, de esta forma tenemos la memoria como capacidad humana y, también, como una parte de la retórica y la mnemotecnia para fortalecer dicha capacidad en el orador. A la memoria común de los seres humanos se le conoce como memoria natural, mientras que a la que es producida a través del entrenamiento mnemotécnico se le llama memoria artificial, no porque dependa de un soporte externo a la mente (una tablilla, una hoja o un dispositivo electrónico), sino debido a que es producto de un arte o técnica inventado por el hombre. 18 Frances A. Yates, op. cit., p. 18. 25 Las bases de este arte se encuentran en el fortuito descubrimiento de Simónides, recordemos que él pudo identificar a los asistentes al banquete por el sitio que ocupaban en la estancia de Scopas, de esto se desprende que la mnemotecnia consiste en la relación entre un espacio y lo que se quiere recordar, en el estrecho vínculo entre lugares (loci) e imágenes (imaginibus) radica la eficacia del arte de la memoria. Todo practicante de la mnemotecnia debe empezar guardando en su mente un espacio, «el método más utilizado consiste en la memorización de la secuencia de las salas de un edificio, y de las diversas partes de las salas (ángulos, puertas, ventanas, muebles, estatuas, objetos decorativos)»19; estos lugares son la «armazón o retícula en cuyas casillas cada uno puede disponer las cosas que quiere recordar» que menciona Calvino al referirse a Zora. Lo que se quiere recordar son las imágenes, que pueden ser «formas, marcas o simulacros» destinados a despertar en nuestra mente el recuerdo. Yates señala que la composición y memorización de los lugares es de fundamental importancia porque de ellos depende que los recuerdos se organicen adecuadamente; los lugares no desaparecen cada vez que deseamos memorizar algo, permanecen estables y son las imágenes las que cambian y se distribuyen en los espacios. Los lugares de la memoria deben estar organizados de tal forma que puedan ser «recorridos» en órdenes diversos, de adelante hacia atrás o de un lado al otro, del orden depende que el recorrido se realice sin problemas, por lo tanto es fundamental que los lugares de la memoria estén distribuido de la mejor manera posible; también tienen que contar con la «iluminación» adecuada para que las imágenes resulten visibles, y su tamaño debe ser acorde a las capacidades humanas: ni tan grandes que resulten fatigosos, ni tan pequeños que no puedan albergar nada. 19 Roberto Pellerey, «Tres memorias antiguas», p. 26. 26 Pareciera que con la mnemotecnia se da una total «espacialización» de la memoria, que latransforma de una edificación ordenada en un recipiente casi infinito. En los capítulos que San Agustín dedica a la memoria en sus Confesiones la describe como el «anchuroso campo y espaciosa jurisdicción de mi memoria, donde se guarda el tesoro de innumerables imágenes de todos los objetos que de cualquier modo sean sensibles, las cuales han pasado al depósito de la memoria por la aduana de los sentidos», más adelante continúa: «este capacísimo recipiente de la memoria recibe, en no sé qué inexplicables senos que tiene, todas estas cosas, que por las diferentes puertas de los sentidos entran en la memoria, y en ella se depositan y guardan»20. El mismo San Agustín fue profesor de retórica y, por lo tanto, es seguro que conociera los lineamientos de la mnemotecnia; sin embargo, en la forma en que aborda la memoria en sus Confesiones, las imágenes y lugares han dejado de estar vinculados al arte retórico para convertirse en una nueva metáfora del almacén que ya no se basa en el rigor de la construcción de una memoria artificial, sino en el traslape de dos nociones antes separadas: la memoria común al ser humano ahora se concibe como un espacio, recipiente o depósito en el que se almacenan los recuerdos sin ningún tipo de método; la memoria común es igual a la memoria artificial, pero sin orden. Aunque el arte de la memoria prosiguió durante varios siglos después de la muerte de San Agustín, es indudable que su esfera de acción se fue reduciendo considerablemente, abandonó su orientación práctica a favor de investigaciones ocultistas y mágicas. En esta vertiente de olvidos, reducciones y desapariciones inscribe Calvino el destino de Zora, su penúltima ciudad de la memoria: «Pero inútilmente [dice Marco Polo] emprendí viaje para visitar la ciudad: obligada a permanecer inmóvil e igual a sí misma para ser recordada 20 San Agustín, Confesiones, p. 206, 207. Cursivas mías. 27 mejor, Zora languideció, se deshizo y desapareció. La Tierra la ha olvidado»21. A pesar de los ingentes esfuerzos de investigación dedicados a la retórica desde la segunda mitad del XIX, es inobjetable que nuestros conocimientos actuales sobre el arte de la memoria son pálidas visiones de esta técnica inconmensurable; esto no significa que sea imposible desarrollar hoy en día las enseñanzas de la mnemotecnia clásica, pero para hacerlo tendríamos que olvidar una de las «tecnologías de la palabra» más importantes de nuestra cultura: la escritura. Aunque la metáfora de la tablilla de cera es considerada por Yates, Weinrich y Ricoeur como anterior a la del almacén, en sus respectivos trabajos es claro que ambas concepciones de la memoria convivieron y compitieron desde sus inicios y tal vez hasta la actualidad; lejos de ser nociones superadas, se han ido adaptando a la invención de nuevos artefactos: la tablilla cedió frente al papel y el pergamino, mientras que el almacén puede ser concebido hoy en día como un espacio físico y también como uno virtual que existe en una computadora o en la red. Ricoeur incluso considera que la metáfora del almacén es una reformulación de la inscripción: la tablilla de cera es sustituida por el lugar y las letras inscritas son desplazadas por las imágenes. Este nuevo tratamiento implica, en un nivel más profundo, una relación distinta entre la memoria y el tiempo: los recuerdos se convierten en «saberes aprendidos, ordenados en un espacio mental», escapan a la propia «sucesividad» de la experiencia temporal para instalarse en la continuidad de la distribución espacial22, lo cual da lugar tanto a la creencia en la inalterable permanencia del recuerdo en la mente, como a la de la perniciosa influencia del olvido: lo que desaparece de la memoria no puede ser recuperado jamás pues su inscripción o imagen ha sido borrada del «espacio mental». 21 Ítalo Calvino, op. cit., p. 31. Cursivas mías. 22 Vid. Paul Ricoeur, op. cit., p. 88 y ss. 28 La espacialidad de la memoria, ya sea como tablilla o almacén, pareciera ser la concepción más extendida de esta capacidad que los humanos compartimos con muchos otros seres vivos; a pesar de los vaivenes en la valoración de la memoria, su «cualidad de espacio» se ha mantenido a lo largo del tiempo. Durante la primera mitad del siglo XIX se dio un giro aún más drástico que pasó del espacio metafórico a la suposición de que «las facultades del alma tenían su asiento en las circunvoluciones cerebrales»; el médico alemán Franz Joseph Gall pensaba que en las protuberancias cerebrales se localizaban las funciones mentales que determinaban el comportamiento, también sostenía que el cráneo se conformaba sobre la forma misma del cerebro, por lo que se podía estudiar la personalidad de un individuo realizando mediciones de la cabeza y el rostro. A lo largo de ese siglo varios anatomistas estudiaron el cerebro para identificar en qué partes se localizaban las facultades humanas, con lo cual se marcó una clara tendencia que vinculó el funcionamiento mental con el componente físico de la mente. En medio de esta tendencia de materialismo cientificista surgen los trabajos de Henri Bergson, el «filósofo de la memoria», quien «apelará al análisis psicológico contra los excesos de la teoría de las localizaciones cerebrales»23; su crítica al materialismo no desemboca en el idealismo, sino en el interés por comprender cómo se relaciona la «materia» con las «imágenes» del mundo. Aunque el pensamiento de Bergson no puede englobarse dentro de la fenomenología, una de sus intenciones en Materia y memoria (1896) es investigar el funcionamiento de la «percepción pura» y de la «memoria pura», es decir, de la percepción en la que no interviene la memoria y la memoria libre de la influencia de la percepción. El 23 Vid. Jesús Rodolfo Santander, «La memoria ante la relación del espíritu con la materia, en Henri Bergson», p. 40. 29 asunto central es que «no hay percepción que no esté impregnada de recuerdos. A los datos inmediatos y presentes de nuestros sentidos les mezclamos miles de detalles de nuestra experiencia pasada» 24 , recuerdos que desplazan las percepciones y las convierten en «signos» que nos recuerdan lo ya vivido. Esta forma de percepción anclada en la memoria puede vincularse con la automatización, descrita por Shklovski como un proceso en el que la percepción es sustituida por el mero reconocimiento, «el objeto se encuentra delante nuestro, nosotros lo sabemos, pero ya no lo vemos»25. Para llegar a la percepción pura, Bergson irá perfilando las diferencias entre ésta y la memoria; la delimitación progresiva le permitirá realizar la distinción clave entre percepción y memoria y al mismo tiempo sentará las bases para comprender cómo se relaciona el cuerpo, a través de la acción, con las imágenes del mundo percibidas a través de los sentidos. Lo que Bergson destaca es que los «órganos sensoriales» no son herramientas pasivas que sólo reciben el impacto de lo que las rodea, sino que pueden o no interesarse activamente. «Percibir conscientemente significa escoger, y la conciencia consiste ante todo en ese discernimiento práctico»26; además de ser una actividad, la percepción está orientada hacia la «acción posible sobre la cosas». A pesar de las diferencias que Bergson distingue entre percepción y memoria, concluye afirmando el fuerte vínculo entre ambas: «Sin dudas nuestras percepciones están impregnadas de recuerdos, e inversamente un recuerdo no vuelve a ser presente más que tomando del cuerpo alguna percepción en la que se inscribe»27. La estrecha relación entre percepción y memoria da lugar a una concepción distinta del recuerdo; si con Aristóteles la memoria es del pasado y la percepción del presente, con24 Henri Bergson, Materia y memoria, p. 48. 25 Víctor Shklovski, «El arte como artificio», p. 61. 26 Henri Bergson, op. cit., p. 62. 27 Ídem, p. 78. 30 Bergson ambas estarán dirigidas hacia el ahora y también hacia el porvenir. «Los recuerdos son atraídos por una voluntad tendida hacia el futuro, un futuro hueco cuyo vacío, digamos, atrae a la memoria, pide el complemento de la memoria y de lo que ella sabe»28; la memoria no es sólo un almacén de huellas, sino también el cúmulo de «ayudas» para elegir la forma más adecuada de lidiar con el mundo. Además de esta orientación hacia el futuro, Bergson distingue entre dos tipos distintos de memoria: la «memoria hábito» y la «memoria pura», la primera es explicada con el ejemplo del aprendizaje de una lección escolar que se lee varias veces para lograr que cada lectura imprima una parte más de la lección en la memoria, hasta que pueda ser repetida por entero. La memoria hábito forma los mecanismos que permiten la acción en la vida práctica, «en rigor, esta forma de la memoria no tiene que ver nada con el pasado sino con el presente»29. Pero el aprendizaje de la lección puede «diseccionarse» para centrar la atención en las lecturas que lo constituyen, pues cada uno de los repasos genera recuerdos diferentes. Las lecturas individuales son «un acontecimiento de mi vida» que es, por propia naturaleza, irrepetible; la memoria pura registra cada suceso de nuestra existencia de manera independiente y es posible acceder a cada recuerdo en su propia singularidad o en la suma de sus repeticiones: se puede recordar una a una las veces que se leyó la lección (memoria pura) y, también, se puede recordar la lección aprendida (memoria hábito). Las dos maneras de recordar explicadas por Bergson han entrado al universo de la literatura a través de la clasificación proustiana de «memoria voluntaria» y «memoria involuntaria», ésta última es la más valiosa para el escritor francés y puede identificarse con la memoria 28 Jesús Rodolfo Santander, op. cit., p. 51. 29 Ídem, p. 59. 31 pura, mientras que la primera se construye en torno a la memoria hábito30. En los distintos volúmenes de En busca del tiempo perdido las incontables reflexiones en torno a la memoria tienen como telón de fondo los trabajos de Bergson; el novelista incluso mencionó en una de sus cartas el arduo trabajo que implicaba «convertir la filosofía del señor Bergson en una novela»31. La distinción entre memoria voluntaria y memoria involuntaria puede rastrearse desde las primeras páginas de la obra de Proust; en Por el camino de Swann, el volumen inicial de la gran novela proustiana, el narrador refiere el momento en el que ocurrió la revelación que habría de iluminar su vida al «aclararle» los mecanismos que sostienen el recuerdo y el olvido. Después de referir largamente los sinsabores del beso nocturno que su madre le escatimaba y la frustración suscitada al obtener en una ocasión no sólo el beso, sino la compañía de su madre durante toda una noche, el narrador menciona cómo años después, quizá ya en París, habría de despertar por las noches para entregarse al recuerdo del lejano espacio de su infancia, recorriendo los pasillos y habitaciones de la casa de sus padres, además del camino que conducía a la casa de Carlos Swann, el amigo más querido de la familia; sin embargo, esta manera de recordar estaba ligada a la voluntad expresa de internarse en Combray, lo que da lugar a que el narrador exprese lo siguiente: «Pero como lo que yo habría recordado de eso serían cosas venidas por la memoria voluntaria, la memoria de la inteligencia, y los datos que ella da respecto al pasado no conservan de él nada, nunca tuve gana de pensar en todo los demás de Combray. En realidad, aquello estaba muerto para mí». La búsqueda deliberada de los recuerdos es para Proust una actividad 30 Jacques Le Goff señala que la influencia de Bergson es claramente identificable en Proust, pero también en algunos surrealistas, que recurrirán tanto a la obra del filósofo francés como a la Interpretación de los sueños de Freud. Vid. El orden de la memoria, p. 177. 31 Jonah Lehrer sostiene que Proust también asistió a las conferencias que Bergson impartió en la Sorbona entre 1891 y 1893, además de haber leído Materia y memoria alrededor de 1909, tiempo antes de empezar a escribir Por el camino de Swann. Vid. «Marcel Proust. El método de la memoria», p. 105-106. 32 inútil debido a la incapacidad de la inteligencia para tratar con las experiencias del pasado; al igual que para Bergson, la memoria voluntaria o memoria hábito persigue un fin práctico que anula la distancia entre el pasado y el presente, este tipo de memoria al orientarse a la acción no permite experimentar de nuevo lo ya ocurrido pues su intención no es recobrar el pasado como pasado. Más adelante, el narrador hablará de la relación del recuerdo con los «objetos de memoria», lo cual marca una ruptura determinante con las perspectivas de la filosofía y la retórica: la memoria no es un almacén de recuerdos al cual puede acudirse a voluntad, la verdadera memoria se construye en relación con los objetos externos al propio cuerpo. «Es trabajo perdido querer evocarlo [nuestro pasado], e inútiles todos los afanes de nuestra inteligencia. Ocúltase fuera de sus dominios y de su alcance, en un objeto material (en la sensación que ese objeto material nos daría) que no sospechamos. Y del azar depende que nos encontremos con ese objeto antes de que nos llegue la muerte, o que no le encontremos nunca»32. El azar y no la voluntad es lo que permitirá que Marcel, el personaje de la obra, encuentre en distintos «trozos de materia» el acceso a la memoria involuntaria y, con ella, el paso a un universo narrativo clave para comprender las transformaciones de los conceptos de memoria durante el siglo XX. Fatigado por los trabajos de la vida, quizá por la vida misma, y rodeado por el frío que despertaba en él las visiones más oscuras y melancólicas del porvenir, el futuro habitué de la casa Guermantes rechaza un té que le ofrece su madre, aunque después lo acepta sin saber a qué se debe esta nueva resolución; el 32 Marcel Proust, Por el camino de Swann, p. 61. La importancia de los objetos de memoria es fundamental en las ficciones de la memoria, en los capítulos de análisis podrá observarse que las fotografías son objetos de memoria privilegiados que encontramos en muchos relatos y que cumplen una función en específico: detonar los recuerdos de quien mira la imagen. 33 té es acompañado por uno de esos panes «que tienen por molde una valva de concha de peregrino». […] me llevé a los labios una cucharada de té en el que había echado un trozo de magdalena. Pero en el mismo instante en que aquel trago, con las migas del bollo, tocó mi paladar me estremecí, fija mi atención en algo extraordinario que ocurría en mi interior. Un placer delicioso me invadió, me aisló, sin noción de lo que le causaba. Y él me convirtió las vicisitudes de la vida en indiferentes, sus desastres en inofensivos y su brevedad en ilusoria, todo del mismo modo que opera el amor, llenándose de una esencia precisa; pero, mejor dicho, esa esencia no es que estuviera en mí, es que era yo mismo. Dejé de sentirme mediocre, contingente y mortal. ¿De dónde podría venirme aquella alegría tan fuerte? Me daba cuenta de que iba unida al sabor del té y del bollo, pero le excedía en mucho, y no debía de ser de la misma naturaleza.33 Bergson buscó desligar la percepción pura de la memoria pura y concluyó en que el vínculo que las une es casi infranqueable; en este fragmento Proust describe y narra la existencia casi simultánea de las facultades estudiadas por el filósofo francés: el contactocon la magdalena remojada en té desencadena una emoción que pareciera anular la relevancia del presente y el irremediable transcurrir de la vida. La alegría proviene del «brebaje», pero no comparte su naturaleza; la felicidad que desencadena no se debe a la percepción en sí, sino al detonarse de un recuerdo que en este momento aún no es claro para el propio Marcel, quien consciente de que la infusión ha operado el milagro busca repetirlo bebiendo varias veces y se da cuenta de la imposibilidad de que la bebida le revele de dónde proviene la emoción que ha despertado. La materia desata una emoción ligada al recuerdo, pero no al recuerdo mismo. Marcel quiere saber qué ha liberado el brebaje, pero comprende que ya no puede preguntarle a la materia, sino a su propia alma, a su propia memoria; también sabe que el acecho consciente, la memoria voluntaria, es inútil para tratar con el pasado, por eso busca distraerse, andar hacia atrás en el tiempo dando rodeos hasta convencerse de que el recuerdo no llegará a su conciencia, lo mejor es volver al té y a las preocupaciones del momento. Justo en este instante ocurre la revelación: «Y de pronto el recuerdo surge. Ese 33 Ídem, p. 62. 34 sabor es el que tenía el pedazo de magdalena que la tía Leoncia me ofrecía, después de mojado en su infusión de té o de tila, los domingos por la mañana en Combray (porque los domingos yo no salía hasta la hora de misa) cuando iba a darle los buenos días a su cuarto»34. De la cucharada de té germina el cuarto y la casa de la anciana tía ya muerta, arrastrando tras de sí las calles, los jardines, las casas, la iglesia y al pueblo entero de Combray que Marcel era incapaz de recordar cuando lo intentaba. En esa taza nace el «monumento» a la memoria que es En busca del tiempo perdido. La relevancia de los trabajos de Bergson y su influencia en Proust, además de la importancia misma de la obra del escritor francés, en conjunto con algunas de las apreciaciones de Freud referentes a las diferencias entre memoria y sueño, prepararon el terreno para el giro hacia la memoria social que se dio con los trabajos del sociólogo e historiador Maurice Halbwachs. Freud descartó que el sueño consistiera sólo en recordar y también se opuso a considerar la memoria «como un gran depósito», para él los sueños están unidos a la memoria latente, y sólo raramente a una forma consciente del recordar; dentro de sus investigaciones sobre la construcción de los sueños también le interesaba la forma en que la «memoria colectiva» censura sucesos del pasado que surgen cuando dormimos 35 . Hablar de una memoria grupal, colectiva, social o cultural implica una transformación de las nociones de memoria provenientes de la antigüedad y de la obra de Bergson y Proust, en cada una de estas perspectivas la memoria se presenta como una facultad humana netamente individual, metaforizada como tablilla o almacén, y posteriormente vinculada a objetos tangibles aprehendidos por los sentidos; sin embargo, 34 Ídem, p. 64. 35 Vid. Jacques Le Goff, op. cit., p. 177-178. En «El material onírico. La memoria en el sueño», Freud analiza la forma en que el sueño recurre a la memoria para formarse, al mismo tiempo que modifica los recuerdos y establece nuevas relaciones entre ellos. Uno de los rasgos de esta relación que enfatiza es la forma en que el sueño elige recuerdos triviales o aparentemente olvidados y, a partir de ellos, construye «historias». Vid. La interpretación de los sueños, p. 72-82. 35 los trabajos de Halbwachs se orientaron a la comprensión de la memoria es su dimensión social, para identificar cuáles son las relaciones, quizá determinaciones, que ejercen las memorias de los grupos sobre las de los individuos y, también, a la inversa. El primer capítulo de Los marcos sociales de la memoria (1925) está dedicado al estudio del comportamiento de la memoria en el sueño, pero desde una perspectiva distinta a la de Freud; si para el psicólogo austriaco lo más relevante es cómo el sueño transforma los recuerdos, al parecer por la acción ejercida por el inconsciente, el sociólogo francés busca comprender por qué mientras dormimos los recuerdos aparecen «libres», desprovistos de las referencias que nos ayudan a comprenderlos cuando estamos despiertos. Para Halbwachs ningún sueño es idéntico a un recuerdo, y esto se debe a que en los sueños los recuerdos de épocas y lugares distintos se mezclan de las maneras más sorprendentes, lo cual no produce ninguna extrañeza, sino una aceptación de la que depende el desarrollo mismo del sueño. Para que los sueños ocurran es necesario desaparecer «los casilleros» que empleamos durante la vigilia para repartir y organizar nuestra percepción del mundo; estos casilleros son, entre otros, las relaciones temporales, espaciales, sociales y de parentesco, al suspenderlas el sueño desarrolla una nueva distribución acorde a su propia lógica. «Salido del mundo real, olvidando las leyes físicas al igual que las convenciones sociales, el soñador, como el alienado, prosigue sin duda un monólogo interior; pero al mismo tiempo crea un mundo físico y social en donde nuevas leyes, nuevas convenciones aparecen, que cambian por lo demás sin cesar»36. La «suspensión del mundo real» es lo que permite la irrupción del sueño y, con él, la redistribución de los recuerdos en una red distinta de convenciones que los hacen convivir de manera aproblemática. Los casilleros o convenciones son lo que Halbwachs posteriormente llamará «marcos sociales de la 36 Maurice Halbwachs, Los marcos sociales de la memoria, p. 31. 36 memoria», es decir, el conjunto de orientaciones externas a nosotros mismo que nos permiten no sólo situar un recuerdo dentro de la experiencia colectiva, sino incluso el acceso mismo al pasado a través de la memoria. Si para Bergson y Proust la materia es un componente esencial tanto en el proceso de percepción como en el de recuerdo, Halbwachs añadirá la dimensión social como un elemento básico que incide en lo que recordamos y, también, en lo que olvidamos. Mudarse de residencia, cambiar de profesión o experimentar un evento que interrumpa el desarrollo «normal» de la existencia (la guerra, un accidente), son algunos de los casos que modificarán el grupo social al que pertenecemos, con lo cual los referentes de memoria también serán cambiados37. El sociólogo francés señala que las «indicaciones» a las que accedemos estando en determinados grupos no son en sí mismas provocadoras de recuerdos, sino que «ayudan a reencontrar y a reproducir un estado interno desvanecido», es decir, que no basta el contacto con un elemento externo para que aparezca el recuerdo, sino que deben existir las «condiciones de memoria» para que el encuentro funcione. La inscripción de la memoria dentro de marcos sociales explica por qué los sueños no son igual que los recuerdos, «la facultad de acordarse está en relación estrecha con el conjunto de las facultades de la mente despierta: aquéllas disminuyen al mismo tiempo que éstas flaquean»38. Dentro de los marcos sociales de la memoria las fechas y los nombres de lugares son algunos de los indicadores más importantes para la ubicación de nuestros recuerdos; si bien es cierto que sólo en algunas ocasiones somos capaces de precisar el día exacto en el que ocurrió algo, frecuentemente nos valemos de «conmemoraciones» 37 A partir de los trabajos de Halbwachs sobre la dimensión social de la memoria se han desarrollado diversas propuestas teóricas como las de la memoria cultural, la memoria comunicativa y la postmemoria, a esta última me referiré por extenso en el capítulo de análisis dedicado a Estrellas muertas de ÁlvaroBisama. 38 Ídem, p. 44. 37 establecidas dentro de la colectividad a la que pertenecemos para disponer los recuerdos personales en un cuadro más amplio. Asimismo, «nuestros desplazamientos, nuestras estadías aquí y allá, próximas de tales o cuales parientes, de tales o cuales amigos, o lejos de ellos, deben concordar con la distribución general de los lugares, tal como se la representa en nuestra sociedad»39. La existencia de los marcos sociales no sólo implica que la memoria requiere de una adecuada «contextualización» para poder ser interpretada; al ubicar los recuerdos en determinada fecha y lugar lo hacemos desde la perspectiva del presente, auxiliándonos de los referentes con los que contamos en el momento de recordar, y no con los que existían en el lapso en el que ocurrió lo que está en nuestra memoria. Al contextualizar un recuerdo también lo «presentificamos», transformándolo de acuerdo a lo que nos interesa en la actualidad, como señala Pierre Nora «la memoria es vida, siempre cargada por grupos vivos y, en este sentido, está en permanente evolución, abierta a la dialéctica del recuerdo y del olvido, inconsciente de sus deformaciones sucesivas, vulnerable a todos los usos y manipulaciones, susceptible de largas latencias y de repentinas revitalizaciones»40. A pesar de lo señalado por Bergson y Proust, las nociones sociales de la memoria no conciben la existencia del recuerdo puro; al margen de las «amenazas del olvido», el funcionamiento de la memoria, tanto individual como colectiva, se orienta a la «plasticidad» de lo que recordamos y olvidamos. En esta misma línea, Todorov señala que casi todas las rememoraciones no sólo están condicionadas por la situación presente, sino también por la subsiguiente «utilización» del recuerdo; para este teórico, todo acto de memoria busca 39 Ídem, p. 50. 40 Pierre Nora, «Entre mémoire et histoire: la problématique des lieux», p. XXIV. Apud César González Ochoa, «Memoria y formas urbanas», p. 209. 38 emplear lo recordado para alcanzar algún fin a futuro41. Más que pensar en la memoria individual y en la colectiva como dos formas opuestas, Astrid Erll plantea que constituyen dos niveles claramente interrelacionados; asimismo, señala que el hablar de memoria «cultural» o «colectiva» es una operación metafórica que traslada el acto de recordar (que ocurre en «cerebros individuales») al nivel de la cultura. Nuestros recuerdos frecuentemente son provocados y también moldeados por factores externos, que van de las conversaciones con amigos hasta libros y lugares. En resumen, recordamos en contextos socioculturales. En relación con este primer nivel [individual], «memoria» se usa en el sentido literal, mientras que el atributo «cultural» es una metonimia, «puesta por el contexto sociocultural y su influencia en la memoria». […] El segundo nivel de la memoria cultural se refiere al orden simbólico, los medios de comunicación, instituciones y prácticas por las cuales los grupos sociales construyen un pasado compartido. Aquí «memoria» se usa metafóricamente42. La precisión señalada por Erll, del empleo metafórico de la palabra memoria al ligarla a lo grupal, resulta pertinente para cuestionar la tajante afirmación de Todorov, quien sostiene que «la memoria, en el sentido de huellas mnésicas, es siempre y sólo individual; la memoria colectiva no es una memoria sino un discurso que se mueve en el espacio público»43. Para la investigadora alemana, y en general desde la perspectiva de los Cultural Memory Studies, la distinción entre memoria individual y memoria colectiva puede hacerse sólo desde una perspectiva de análisis, pero en la práctica ambas están en una interacción permanente, pues así como no hay una memoria individual anterior a la cultura, tampoco hay una memoria cultural o colectiva separada de las formas individuales. Otra de las distinciones señaladas por Astrid Erll es la de la oposición entre memoria e historia, en la 41 Vid. Tzvetan Todorov, Los abusos de la memoria, p. 16-18. 42 «Our memories are often triggered as well as shaped by external factors, ranging from conversation among friends to books and to places. In short, we remember in sociocultural contexts. With regard to this first level, “memory” is used in a literal sense, whereas the attribute “cultural” is a metonymy, standing for the socio- cultural contexts and their influence on memory.” […] The second level of cultural memory refers to the symbolic order, the media, institutions, and practices by which social groups construct shared past. “Memory”, here, is used metaphorically», Astrid Erll, «Cultural Memory Studies: An Introduction», p. 5. Cursivas mías. Salvo indicación en contrario, las traducciones de textos son mías. 43 Tzvetan Todorov, Memoria del mal, tentación del bien, p. 158. 39 que van implícitas una serie de cargas emocionales que definen a la primera como buena, orgánica, viva y ligada al «abajo», mientras que la segunda es mala, artificial, muerta y del «arriba»44; Erll plantea que esta oposición resulta inútil, y propone que tanto la memoria como la historia son diferentes «modos de recordar», que parten de situaciones distintas y persiguen diversas finalidades; lo que no debe perderse de vista es que «el pasado no está dado, continuamente debe de ser reconstruido y representado. Por lo tanto, nuestros recuerdos (individuales y colectivos) de eventos pasados pueden variar ampliamente»45; la irreparable ausencia de lo ya ocurrido, aunada a la variabilidad de los modos de recordar, ocasiona que no sólo se recuerden sucesos diferentes, también un mismo evento puede ser recordado de maneras diversas. La dimensión social de la memoria, introducida por Maurice Halbwachs, ha transformado las nociones que se tenían sobre los procesos de recuerdo y olvido; la existencia grupal de la memoria, más allá de su mera puesta en discurso, ha permitido el surgimiento de toda una corriente de pensamiento dedicada al estudio, análisis y discusión en torno a lo que recordamos y a la manera en la que lo hacemos. Los Cultural Memory Studies se asumen como herederos directos del pensamiento de Halbwachs, al que enriquecen con investigaciones sobre múltiples aspectos de la cultura, considerada en una acepción amplia que toma en cuenta las relaciones sociales, las producciones materiales y el pensamiento, es decir, las mentalidades. A pesar de la aparente equivalencia entre memoria colectiva y memoria cultural, Jan Assman ha precisado en qué consiste cada término y cuáles son los puntos de contacto y divergencia entre ambos; partiendo de los trabajos de Halbwachs, el investigador alemán ha destacado que el «nivel social» de la 44 Vid. Astrid Erll, op. cit., p. 6. 45 «The past is not given, but must instead continually be re-constructed and re-presented. Thus, our memories (individual and collective) of past events can vary to a great degree», idem, p. 7. 40 memoria depende de la comunicación y la interacción social; asimismo, señala que la noción de memoria colectiva del sociólogo francés cuidadosamente excluye aspectos relacionados con la transmisión de tradiciones culturalmente asentadas, centrándose en la comunicación de sucesos ocurridos en un lapso de cien años, que equivalen a tres generaciones 46 . Con base en esto, Assman propone conservar la noción de memoria colectiva, pero separándola en dos esferas interrelacionadas: por un lado tenemos la «memoria comunicativa», que corresponde a lo que Halbwachs definiera como memoria colectiva, y por el otro la «memoria cultural»47. Assman aclara que no busca sustituir un término con otro, sino señalar las diferencias que existen entre dos maneras de recordar; más adelante define la memoria
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