Descarga la aplicación para disfrutar aún más
Vista previa del material en texto
UNIVERSIDAD NACIONAL AUTÓNOMA DE MÉXICO FACULTAD DE FILOSOFÍA Y LETRAS COLEGIO DE HISTORIA GOBERNAR AL ESPIRITU REFLEXIONES SOBRE LA HISTORIA DEL PODER Y LAS IDEAS DURANTE EL PRIMER IMPERIO CHINO (221 A. E. C. -906 E.C.). TESIS QUE PARA OBTENER EL GRADO DE: LICENCIADO EN HISTORIA PRESENTA: RICARDO CHAPARRO GONZÁLEZ ASESOR: DRA. LUCRECIA CLEMENTINA Y GONZÁLEZ Y TORRES MÉXICO, D.F. 2010 FACULTAD DE FILOSOFÍA Y LETRAS UNAM – Dirección General de Bibliotecas Tesis Digitales Restricciones de uso DERECHOS RESERVADOS © PROHIBIDA SU REPRODUCCIÓN TOTAL O PARCIAL Todo el material contenido en esta tesis esta protegido por la Ley Federal del Derecho de Autor (LFDA) de los Estados Unidos Mexicanos (México). El uso de imágenes, fragmentos de videos, y demás material que sea objeto de protección de los derechos de autor, será exclusivamente para fines educativos e informativos y deberá citar la fuente donde la obtuvo mencionando el autor o autores. Cualquier uso distinto como el lucro, reproducción, edición o modificación, será perseguido y sancionado por el respectivo titular de los Derechos de Autor. 2 Índice Página Introducción 3 Parte 1. Los primeros imperios de China. Poder y pensamiento desde la proclamación del Imperio (221 A.E.C.) a la caída de la dinastía Han (220 E.C.). Capítulo 1. La historia antigua del Imperio 8 Capitulo 2. El legalismo y el Imperio del Huangdi 皇帝 El Legalismo La interpretación legalista de la historia y la fundación de la investidura imperial El ritualismo imperial 25 25 29 34 Capítulo 3. Las implicaciones ideológicas de la transición imperial El fin de la época de los grandes maestros Los filósofos y las Cortes Reflexiones sobre la Quema de libros La forja del canon de textos Clásicos y el triunfo del clasicismo confuciano. 41 41 45 50 61 Parte II. El budismo como aglutinante del la espiritualidad china durante las invasiones nómadas y segunda reunificación (589 E.C.). 74 Capítulo 4. El hundimiento del Imperio y la China “bárbara” 74 Capítulo 5. La segunda unificación del Imperio. 86 Capítulo 6. El budismo en las Cortes. El budismo del otro lado del Himalaya Reflexiones sobre el monasterio budista. Budismo y política Confrontación y síntesis 101 102 109 114 120 Conclusiones 126 Anexo 1. Dinastías de China 129 Anexo 2. Historia del Budismo 130 Anexo 3. Apéndice Geográfico 132 Anexo 4. Ilustraciones 136 Bibliografía 138 3 Introducción. En esta investigación están plasmados los resultados de mis primeras aproximaciones al estudio de la historia china. Se plantean más problemas de los que se resuelven y más conjeturas de las que se confirman. Cada capítulo y cada apartado parecen ser ensayos distintos sobre historia china, algunos de los cuales resumen la historia política y social de extensos periodos de tiempo, otros que se tratan la historia del pensamiento. El hilo conductor es la construcción del Estado imperial y la identidad china ( 漢 han), tanto durante la unificación a cargo de las dinastías Qin (221-207 A.E.C.) y Han (206 A.E.C.- 221 E.C.), como durante la reunificación de las dinastías Sui (581-617 E.C.) y Tang (617-906). El proceso conducido por Qin y Han ocupa la primera parte de esta tesis. El primer capítulo aborda las tendencias políticas, sociales y económicas más importantes del periodo, entre las que se destaca la destrucción del antiguo sistema político sustentado en relaciones de parentesco y la forja de una nueva racionalidad política. En el campo de la historia de las ideas, al cual se dedican los capítulos segundo y tercero, el problema a tratar es la construcción de un nuevo discurso de legitimación para el poder político. Éste abrevaba de múltiples fuentes de pensamiento, rito y tradición filosófica, oral y escrita. Un capítulo está dedicado a la escuela legalista, insignia de la Primera Dinastía, y a sus vínculos con las tradiciones míticas y rituales antiguas. Esta corriente de pensamiento es inseparable de otras en boga anteriormente a la edificación del Imperio, y por ello las referencias al clasicismo confuciano, daoísmo y mohísmo, entre otras, son frecuentes. En el capítulo siguiente se revisa el ascenso del confucianismo como doctrina oficial durante la dinastía Han. En suma, la reconstrucción de la historia de la ideología imperial temprana nos conduce a tratar dos procesos estrechamente vinculados aunque regidos por dinámicas diferentes: la racionalización del horizonte de lo político y la conformación de tradiciones textuales sustentadas en un canon bien establecido de escrituras. Por dispares que parezcan en primera instancia estos fenómenos culturales, ambos cristalizaron en el mismo periodo, entre el siglo III y II A.E.C., al igual que la forja de la 4 institución imperial, vinculados por el esfuerzo de fundar el poder y la legitimidad del nuevo Soberano; y fueron producto de los conflictos políticos manifiestos así como de cambios sociales y económicos graduales ocurridos durante el periodo de los Reinos Combatientes (403 A.E.C.-221 A.E.C.), e incluso desde antes. Al hablar de la racionalización de lo político no se quiere expresar que anteriormente dominaran formas naturales de convivencia. La sugerencia, menos ambiciosa, es que, ante las circunstancias políticas, sociales y económicas cambiantes, proclives para la centralización del poder, tuvo lugar un reajuste, tanto en el marco de referencia desde el que se consolidaba anteriormente el gobierno junto con las múltiples relaciones y atribuciones que lo componían, como en las coordenadas del pensamiento político fuera y dentro del régimen político. Este reajuste, en su aspecto pragmático, respondía al imperativo pragmático de extender y asegurar el poder absoluto, luego de la fractura del orden político de la época de la dinastía Zhou (1050-251 A.E.C.), sustentado en lazos de parentesco y vínculos de vasallaje. Se manifestaría en la necesidad por fortalecer una burocracia contractual, integrada por hombres reclutados según sus méritos, así como en la creación de leyes de aplicación universal entre los súbditos para regular la conducta de los sometidos sin importar su linaje y sin excepciones debidas a su rango social. En su vertiente ideológica, sin embargo, se manifiesta el cambio en un largo proceso de suma constante de tradiciones de pensamiento reinterpretadas, que fortalecieran la investidura. Desde su origen, la institución imperial fue revestida con especial ahínco con un variado y complejo manto ideológico derivado de la mitología, la cosmología, la metafísica, la filosofía natural y moral... Las escuelas de pensamiento político, lo mismo que las sectas religiosas que a lo largo del tiempo habrían de proponer fundamentos y métodos para el gobierno ideal, tendiendo a vincular lo terreno con lo trascendente de múltiples formas, tejían sus soluciones diversas en torno a la figura privilegiada del Huangdi; conscientes de la realidad política ahora vigente, los ideólogos no pretendían sino justificar al que era el puntal esencial del modelo de estado centralizado fundado por Qin y Han, y reeditado, siglos 5 después, por caudillos de amplias miras y funcionarios convencidos de su superioridad. Aparecieron complejas relaciones entre escuelas de pensamiento y hombres cercanos al poder. Unos y otros, ya fueran mohistas, clasicistas, daoístas o budistas (cuyo devenir en las Cortes fue diverso, pero las cuales, al final de cuentas, llegaron a ocupar lugares preponderantes también, en distintos momentos históricos), apelaban a fondos textuales en los cuales aparecían numerosos referentes compartidos. Sus etapas formativas atestiguan la tendencia de varias escuelas a amalgamarse en torno, antes que nada, a escrituras agrupadas en un canon, si bien no inmutable, por lo menos claramente identificable, y luego a normas para realizarlos comentarios, a directrices comunes para conducir la interpretación, a figuras de sabios maestros e instituciones propias o impuestas desde el poder. Incluso los legalistas de fama iconoclasta compartían un bagaje común de conocimientos históricos sobre los que ejercían hermenéutica de pesadas implicaciones políticas, y se ataron firmemente al compromiso institucional y legal del Imperio a lo largo de los siglos. Es necesario, por ello abundar en la medida de lo posible en la composición y el funcionamiento de las corrientes que incubarían elementos posteriormente inseparables del firme entramado ideológico que sostenía la legitimidad del soberano, el cual nunca sería contestado en adelante por fundadores dinásticos, reformadores institucionales, usurpadores o invasores extranjeros, sino, por el contrario, decididamente adoptado. Tuvo lugar un esfuerzo por encuadrar al poder y al gobernante bajo distintas o renovadas coordenadas de pensamiento, esta vez en el nivel histórico, ritual y simbólico, capaces de expresar quizá con más vehemencia que la formalidad institucional la transformación que debía suponer la proclamación del imperio. La segunda parte de esta tesis trata el proceso de disolución y reunificación del Imperio Chino, desde la caída de la dinastía Han, en 220 E.C.. Este periodo, franqueado por invasiones recurrentes de pueblos nómadas, principalmente del norte desértico, implicó un reto para la identidad cultural y 6 política china que se había forjado ya hacía varios siglos. Factores externos, poderes, organizaciones de la sociedad, costumbres y creencias procedentes de otras áreas culturales cambiaban sin remedio la fisonomía de la civilización china, una apertura manifiesta aún en la reunificación acaudillada por los gobernantes de las dinastías de Sui y Tang. Una vez más, los imperativos pragmáticos de mantener y acrecentar el poder implicaban que las instituciones chinas emergieran y se afirmaran en circunstancias distintas. Pero la legitimación del Emperador no conllevó a la declaración de superioridad de una escuela por encima del resto. Tanto el legalismo como el clasicismo confuciano y el daoísmo debieron lidiar en plano de igualdad con una religión venida de la India. La penetración y difusión del budismo de tradición India en China -su “domesticación”, como le han llamado varios autores 1-, ocurrida entre los siglos III al VI E.C., coincide en su inicio con un periodo crítico para la historia imperial de China: la decadencia de la ya longeva dinastía Han (206 A.E.C.-220 E.C.), el fracaso de caudillos posteriores en su búsqueda por restaurar un régimen duradero que abarcara la totalidad del territorio dominado por aquella (durante el llamado periodo de las Tres Dinastías, 220-264 E.C., y la primera época de la dinastía Jin) y las invasiones de numerosos pueblos nómadas, a partir de 311 E.C., quienes finalmente lograrían establecer su dominio sobre la cuenca del Río Amarillo. El trauma dejado por estos trastornos sobre los herederos del que había sido considerado como el gobierno universal de la Civilización y la Moral, bien hubiera podido desembocar en la desaparición del ideal mismo de la institución imperial y de la práctica política forjada hasta entonces. En el último capítulo se aborda por ello el budismo chino. Sin embargo, por tratarse de un tema tan complejo y amplio, que ameritaría por sí sólo una tesis, y que requiere asimismo de múltiples conocimientos previos para su cabal comprensión, el capítulo sólo esboza planteamientos para comprender, como parte de un proyecto más amplio y a continuar posteriormente, la naturaleza del budismo que llegó y floreció en China durante más de medio milenio. 1 Arthur Wright, Buddhism in Chinese History; Kenneth Chen, Buddhism in China. A Historical Survey. 7 El sistema de transcripción para los vocablos chinos que se mencionan es el Pinyin, y varios términos se acompañan con los caracteres chinos tradicionales. 8 Parte 1. Los primeros imperios de China. Poder y pensamiento desde la proclamación del Imperio (221 A.E.C.) a la caída de la dinastía Han (220 E.C.). Capítulo 1. La historia antigua del Imperio En 221 A.E.C., el rey Zheng del reino de Qin creó la dignidad imperial y se proclamó el Primer Emperador (Qin Shi Huangdi 秦始皇帝). Se afirmaba de este modo como el vencedor luego de más de dos centurias de luchas intestinas entre los reinos asentados en los valles de los grandes ríos 2 que conformaban ya el núcleo de la civilización han3. Culminaba asimismo la transición de la China arcaica a la época imperial, y era resultado de una acumulación de cambios políticos, económicos y sociales, concentrados en el transcurso del llamado Periodo de los Reinos Combatientes (403-221 A.E.C.). Se trataba del colofón de una forma de sociedad y un sistema de relaciones políticas dominantes que duraría casi mil años. Para comprender la magnitud del cambio ocurrido entre ambas épocas es conveniente plantear, en términos esquemáticos, la naturaleza de los cambios políticos e intelectuales ocurridos entre la época anterior al Imperio y los siglos subsecuentes. En el transcurso de la mayor parte de la dinastía Zhou (1050-256 A.E.C.), una constelación de reinos y sus gobernantes 4, cuya autoridad derivaba directamente del parentesco y los pactos de 2 En términos generales, China al siglo III A.E.C. está conformada por los valles del Río Amarillo, el Huai, la parte baja del Yangzi, así como su principal afluente, el Han. Durante la primera mitad del primer milenio A.E.C., los reinos centrales como Zhou, Wei Zhao y Hann (para distinguirlo de la dinastía Han posterior, con la cual ésta no tendría nada que ver), constituían el núcleo de la civilización china. Cf. Apéndice geográfico, pp. 3 El término han 漢 puede entenderse como la filiación étnica de las poblaciones sedentarias en el valle del río Amarillo con nexos lingüísticos afines (misma rama lingüística). No obstante, para los fines de este trabajo, se definirá en un sentido más amplio como un forma cultural distintiva, vinculada por una cultura material, por prácticas religiosas y rituales semejantes, así como por una tradición histórica y literaria en desarrollo paulatino, así como por un desarrollo tecnológico compartido. Esta forma cultural se transformará en forma civilizatoria durante la época imperial (desde 221 A.E.C.), cuando se integre al modelo un modo concreto y agresivo de concebir y ejercer el poder. 4 La quíntuple jerarquía de la aristocracia que puede encontrarse en textos tardíos del periodo distinguía los rangos de gongjue 公爵 (duques), houjue 侯爵 (príncipes feudales), bojue 伯爵 (marqueses), zijue 子爵 (condes) y nanjue 男爵 (varones). Las traducciones de esos términos chinos a grados nobiliarios occidentales fueron legado socorrido hasta tiempos recientes de reconocidos traductores de obras arcaicas y Clásicos confucianos a la lengua inglesa, tales como James Legge (en The Chinese Classics, Hong Kong, Hong Kong University, 1950, 5 vols., entre otros muchos textos de diversas tradiciones) y Burton Watson (en su traducción de Sima Qian, Records of the Grand Historian of China, New York, Columbia University Press, 1962, 2 vols., entre otras obras histórcas que vertió a lengua inglesa). 9 fidelidad que mantenían con el Rey (wang 王) de Zhou, combatía y signaba pactos y alianzas en busca de poco más que el reconocimiento como primus inter pares 5. La garantía de orden en el Reino de en Medio (zhongguo 中國 ), el espacio propio de la civilización China, tanto como el límite a las aspiraciones de los vasallos, quedaban resguardados por la figura paternal del Rey, al cual ya se le veía como investido por un Mandato Divino6. Pero había grupos gobernantes de pobre linaje que, desde el siglo VII A.E.C., se consolidaban en la periferia de los estados centrales 7, y cuyo respeto por los lazos familiares y la autoridad arcaica era escaso,por decir lo menos. Era el caso de reinos como el de Qin, Wu y Yen, los cuales, a pesar de estar considerados por antiguas familias como linajes advenedizos, terminarían por desafiar el antiguo orden político en siglos posteriores gracias a su mayor ambición. Comenzaron a luchar por incrementar su poderío militar y así lograr el predominio absoluto y la destrucción de sus rivales, aprovechando para ello la mengua gradual del poder efectivo de los reyes de la dinastía de Zhou. Desconocían el vasallaje que los unía al rey y a los nobles de los que originalmente derivaba su poder y autoridad, fortalecidos por las capacidades específicas que les brindaba el manejo de métodos más sistemáticos de administración del territorio y organización militar en que se apoyaba el gobierno de sus estados. Algunos incluso comenzaban a dar prioridad a las capacidades de gobierno, administración y estrategia militar, antes que a la familiaridad con el gobernante, al momento de reclutar personal. Cada casa gobernante, fortalecida, se resistía ahora a aceptar con sumisión la preeminencia del Rey, y se adjudicaba ya cierta superioridad moral o divina, colocándose en los rudimentos de una intensa pugna ideológica por venir.8 Pronto las antiguas reglas de la guerra noble (la lucha a bordo de pesados carros de batalla, la 5 Cf. Hsu Cho-yun, Ancient China in Tansition. An Analysis of Social Mobility, 722-222 B.C., Stanford, Stanford University Press, 1965, capítulo 1. Este autor define la organización política del periodo anterior al imperial como una aristocracia familiar, donde las relaciones de parentesco configuran todos los referentes del sistema político. 6 El Mandato divino (Ming Tian 命天 ) en este periodo derivaba para diversos gobernantes locales o reyes dinasticos de divinidades protectoras específicas, no de un concepto abstracto como el que se instaurará en la época imperial. Cf. Hsu Cho-yun, op. cit., p. 40 y ss. Véase también el capítulo segundo de esta tesis, sobre las divinidades de diversas dinastías. 7 Aquellos asentados desde hacía varios milenios en las márgenes del Río Amarillo, como Zhao, Wey (para distinguirlo de la dinastía Wei del Norte, del siglo IV E.C., que se mencionará más adelante), Hann (diferente de las dinastías del clan Liu que gobernarán cuatro siglos China) y Zhou. Los principales estados de la periferia son Qin (del que surgirá la primera dinastía), Yen en el norte, Wu al sur y Shu, en el valle principal de la actual provincia del Sichuan. 8 Hsu Cho-yun, op. Cit., capítulo 2 10 preservación del decoro en el campo de lucha, la mera búsqueda de fama y honor así como el respeto al ritual como sostén de los pactos militares) fueron subvertidas por el arribo de los métodos de la guerra convencional. El derrocamiento del último gobernante de los Zhou, en 256 A.E.C., por parte de la fuerzas del vigoroso estado militar de Qin9, generó una situación de incertidumbre política que fue bien capitalizada por sus jefes en las cuatro décadas por venir y hasta la primera unificación de China bajo un sólo trono. El reino de Qin despuntaba precisamente en virtud de sus reformas militares que le daban enormes ventajas en el campo de batalla frente a sus rivales. Tenía un cuerpo castrense sustentado en la lealtad militar más que en vínculos familiares, cuya desventaja era dividir al ejército en una elite en virtud de su abolengo y una masa servil de soldados sin más motivación que respetar el pacto de fidelidad a sus superiores. Esta organización surgió del fogueo incesante con los pueblos nómadas que presionaban sus fronteras (de los que tomó numerosas técnicas militares y a los que dirigió su furia conquistadora tras apaciguar el centro de China). Serían los imperativos del valor en combate y la disciplina hacia el estratega a la hora de la lucha, más que lazos de sangre, lo que estructurarían su ejército, y semejante organización terminaría por penetrar en la incipiente estructura burocrática del estado10; destacados estrategas surgidos en estas campañas integraron la administración del reino. Tras casi treinta años de búsqueda de la unificación interna de su propio reino y de la expansión a expensas del territorio de sus adversarios 11, la proclamación por la cual el Primer Emperador se investía de una nueva legitimidad daba comienzo a un periodo de cambios mucho más profundos que los que desde hacía varios siglos ya pretendían la transformación y renovación de las formas inveteradas de ejercer el gobierno. La vasta pluralidad cultural, social y política que dominaba China debía ser reducida a la unidad 9 Este reino era gobernado entonces justamente por el abuelo del que a la postre se convertiría en el Primer Emperador. Sin otro rey sucesos de la dinastía Zhou que recibiera el Mandato Celeste, la historiografía posterior daría a los últimos tres gobernantes del estado de Qin el título de Reyes (wang 王) antes de la reunificación. 10 Una estructura donde las relaciones serían contractuales, sin importar las relaciones personales entre los individuos. 11 Mark Edward Lewis reconstruye el proceso de fortalecimiento del estado Qin y su expansionismo incesante desde mediados del siglo III A.E.C.. Cf. The Early Chinese Empires. Qin and Han, Cambridge, London, The Velknap Press of Harvard University Press, 2007, Capítulo 2, “A State Organized for War”. 11 y sometida al autócrata. Se buscó erradicar los antagonismos políticos latentes con los clanes enemigos aun después de su derrota mediante la supresión absoluta de los antiguos reinos, que serían sustituidos por una nueva forma de organización administrativa, basada en criterios recaudatorios y burocráticos. Se desconocían así por completo los añejos títulos nobiliarios que por siglos habían conformado en lo esencial el orden político y se les reemplazaba por cargos nombrados desde la Capital Imperial, sobre la base del mérito antes que de la pertenencia al grupo familiar. Además se desarraigaron los clanes mediante traslados forzados de población y se buscó destruir todas las tradiciones escritas que reivindicaran alguno de esos reinos y mantuvieran viva la memoria histórica de sus Cortes. El sistema de pesos y medidas, las monedas circulantes, la amplitud de los caminos y de los ejes de los carros, todo aquel elemento dependiente de los designios de antiguos poderes políticos debía ser unificado según el nuevo estándar imperial. El lenguaje se vertió en una escritura común, que no seguía sino la norma del reino de Qin. Una burocracia cuya autoridad emanaba del Centro se apoyaba en un reglamento judicial 12 que suplía toda otra disposición local y la superaba en razón de su igualitarismo extremo (que costaría la vida al mismo ministro que lo implementó, el legalista Li Si) tanto como de su tremenda crueldad (duro juicio de la historiografía posterior que, empero, apoyan los descubrimientos arqueológicos recientes al respecto). La suma de los sistemas de defensa en la frontera norte, organizados como la primera Gran Muralla (que no era sino la amalgama de murallas de los reinos septentrionales), establecía los nuevos límites tangibles del Reino de en Medio, mientras la fastuosa Ciudad Imperial, Xianyang, se tornaba en centro de la Civilización 13. Poco podemos decir, por razones de espacio, aquí sobre la monumental 12 Para ahondar en el código legal de la Primera dinastía puede verse el minucioso estudio de A. F. P. Hulsewé, An Annotated Translation of the Ch’in Legal and Administrative Rules of the 3 rd Century B. C. Discovered in Yün-Meng Prefecture, Hu-pei Province, in 1975, Leiden, E. J. Brill, 1985, 232 pp. 13 Mark E. Lews destaca el antagonismo geográfico (el valle del río Wei, afluente del Amarillo, aislado por cordilleras y abierto hacia la región seca del Gobi, frente al valle medio del Amarillo, relativamente más protegido de la inclemencia del exterior) que servía de trasfondo a la confrontación entre el reino deQin y sus rivales: los reinos centrales y los del sur. Se excluían mutuamente en virtud de sus características culturales distintas y de su histórica con escasos vasos comunicantes hasta el periodo de las conquistas de Qin y la naturaleza de las ambiciones de éste reino era en buena medida etnocéntrica. Cf. op. cit., p. 11-13. También lo menciona Nicola Di Cosmo en Ancient China and Its Enemies. The Rise of Nomadic Power in East Asian History, Cambridge, Cambridge University Press, 2002, cap. 1 12 arquitectura del Mausoleo de Shi Huangdi, representación de sus aspiraciones por fundar un Imperio que abarcara toda la Tierra. A pesar de sus pretensiones de gobernar largo tiempo sobre un sólido Reino Universal y de ser el primero de una muy larga sucesión de gobernantes (el carácter shi 始 del título que ostentaba puede traducirse como “el que comienza”), su dinastía apenas sobrevivió tres años a su muerte. Sin dar crédito pleno al desprestigio en su contra contenido en la historiografía posterior, podemos hacer algunas observaciones sobre el proceso de la primera unificación, que resultarán útiles para entender el destino del imperio durante el siguiente milenio. El aspecto más notorio es que el Primer Emperador logró llevar a buen puerto la primera unificación de China mediante el uso de métodos racionales de dominación y organización del territorio14. No se niega la enorme relevancia de la parafernalia ideológica que erigió el soberano de Qin para desmarcarse de toda fuente de legitimidad anterior, en su deseo por fundar un nuevo orden político. La manipulación ideológica, la integración y depuración de tradiciones históricas y míticas en boga, la incorporación en la figura imperial de funciones rituales, tanto arcaicas como transformadas acorde con nuevas circunstancias, fueron aspectos prioritarios al ser fundada esta dinastía y las venideras, y se revisarán con más detenimiento en el siguiente capítulo. Pero el evidente horizonte pragmático de las corrientes de pensamiento político que dominaron en la creación de las primeras instituciones y leyes del Imperio indica una tendencia de la época imperial: el predominio de lo político sobre lo religioso, de la administración y la ley como prioridades sobre el vínculo de parentesco y la costumbre. Según las ideas legalistas más socorridas en la época 15, el Estado era entendido como una 14 El reino de Qin siguió una ruta gradual, pero contundente en su expansionismo sobre el valle del río Amarillo, desde mediados del siglo III A.E.C. Aprovechando el esfuerzo de su abuelo por asegurar las fronteras al norte y el oeste (véase mapa 1), el rey Zheng, futuro Primer Emperador, avanzó sobre el reino de Shu, en el actual Sichuan, al sur, incorporando esta región además por completo como parte de la historia de los reinos del río Amarillo. Quedaba garantizado así para el reino de Qin los recursos y las defensas que le permitirían afirmarse en la conquista del reino de Zhou, cede de la última dinastía, y para lanzarse sobre sus rivales, Wu al sur y Yen al norte. Cf. Hebert Franke y Rolf Trauzettel, El imperio chino, 15a. ed., México, Siglo XXI Editores, 2006, pp. 65-70 15 El legalismo (fajia 法家 ) es una de las corrientes predominantes en la época de la unificación, y es posible definirla como una doctrina de administración de los recursos y del gobierno sobre los hombres con el fin de mantener el poder (nos basamos en la definición de Hsu Cho-yun en op. cit., p. 80). Su relevancia en el reino de Qin será tratada en el capítulo siguiente. 13 institución burocrática centralizada en torno a la figura del Soberano. En este edificio burocrático ministerios de funciones expresas conformaban la Corte, encargada de regular las distintas facetas de la vida social, desde la actividad económica y militar hasta la misma práctica ritual cortesana, a partir de regulaciones jurídicas precisas. Funcionarios subordinados a distintos niveles, asistentes y consejeros permitían difundir y ejecutar los lineamientos promulgados por el Emperador y sus ministros. A éstos últimos les correspondía también el nombramiento de los gobernadores provinciales, cuyo aparato era semejante al de sus superiores. La organización militar estaba ramificada del mismo modo y las provincias recién incorporadas eran gobernadas del todo por ellos16. Su remuneración ya no procedía más de dotaciones iniciales de tierras que se heredaban dentro del linaje dedicado en adelante a prestar incondicional servicio a un superior; devengaban salarios, pagados regularmente, por lo general en especie, al menos hasta la dinastía Tang (618-907 E.C.), por lo que su relación era más bien contractual. En consecuencia, el desempeño de un servicio (o de la lealtad militar en caso del ejército) era el aspecto a recompensar cuando fuese satisfactorio en sus resultados, y a ser castigado en caso de no ser así. El sistema legal, por su parte, regulaba la impartición de justicia, las atribuciones de los 16 La estructura de la burocracia desde tiempos Qin hasta Tang es extremadamente compleja. El estudio de Hans Bielenstein, The Bureaucracy of Han Times, New York, Cambridge University, 1980, señala que incluso los cargos más altos cambiaban constantemente, desaparecían o eran sucedidos por otros menores en un tiempo dado. En la cima de la escala burocrática se encontraban las Tres Excelencias (San gong 三公): 1) el Canciller (cheng xiang 丞相), dedicado a las finanzas y el presupuesto, a recomendar candidatos para ingresar al servicio del estado, y a presidir, cuando era la entidad predominante, el principal organismo de gobierno en la Corte: la Conferencia de la Corte (huiyi 會議); 2) el Gran Secretario (yushi daifu 御史大夫 ), principal órgano encargado prevenir el abuso de autoridad y las fallas en la disciplina de los funcionarios, encargado de la transmisión de los memoriales de los funcionarios hasta el trono, así como de los edictos hacia la administración local, y de las bibliotecas imperiales, y 3) el Gran Comandante de Justicia (daiwei 太尉 ), encargado de impartir y vigilar la impartición de justicia a nivel local, de dirigir el Gran Ministerio de Obras y del Tutor Imperial (luego se transformaría en Comandante en Jefe, encargado por completo de los ejércitos). Cada Excelencia tendría por lo menos 15 secretarías diferentes, subdivididas en oficinas, divisiones principales y Asociados, encargadas de desempeñar las mismas funciones (desde las finanzas al ritual), a pesar de que cada Gran Secretaría tuviera atribuciones específicas (que, por lo demás, parecen asignadas arbitrariamente, según las necesidades de la época, y cambiaron con frecuencia). La distribución de tareas como las comisiones de censores enviadas a las provincias para combatir la corrupción era labor compartida, para generar contrapesos y superar la corrupción de alguna área del gobierno con la condena por otra. También la presentación de memoriales y edictos pasaba por órganos de distintas grandes secretarias. Además existían los Nueve Ministerios de la Corte, encargados una vez más de supervisar las administraciones locales, además de ser consejeros imperiales. Entre estos ministerios estaba el Gran Maestro de Ceremonias, el Superintendente de la Casa Imperial, el Comandante de Guardias, El Gran Ministro de Agricultura, etc. Y en ocasiones tuvo presencia el Gran Tutor imperial (daifu 大夫), que se encontraba a la altura de las Tres Excelencias. Se añadía a este complejo sistema las administraciones locales y el sistema militar. 14 funcionarios, el orden fiscal y la relación de los súbditos con la familia Imperial y los lugares propios de la Corte y el ejercicio del poder. Pero no se trataba de un sistema que acotara funciones y circunscribiera responsabilidades. Por el contrario, la lógica jurídica a la que respondía dictaba la duplicación de censores, de tal manera que dos ramas de la administración podían supervisar al mismo funcionarioo conocer la misma causa, como manera de contrarrestar el juicio del otro y detectar corrupción o yerros. Sin embargo, la prematura caída de la primera dinastía parece indicar que el proceso no estuvo exento de tensiones producidas por la introducción de un modelo tan agresivo en contra de las instituciones antes reconocidas y los intereses regionales bien arraigados. Los métodos de la centralización imperial encontrarían en adelante la abierta oposición de fuerzas centrífugas que forzarían la flexibilidad en el sistema para que éste pudiera prosperar. Es por ello que, aunque las dinastías venideras asumieron rasgos fundamentales de un modelo institucional y jurídico semejante al de la Primera Dinastía, como el medio para instaurar la autoridad imperial, introdujeron adecuaciones al original para que fuera viable en circunstancias con frecuencia poco favorables para instaurar de una vez la centralización del poder. Es así como, pese a los intereses del gobernante Qin, la realidad obligaría a otros fundadores y estadistas a conciliar entre los poderes locales y las aspiraciones autocráticas por consolidar un dominio absoluto. Ambas dinámicas fueron resueltas de distinta forma en la dinastía Han (206 A.E.C.-221 E.C.) y en las posteriores dinastías “bárbaras” (siglo IV E.C. al VI E.C.), por establecer un contraste entre dos periodos muy diferentes en cuanto a la naturaleza de sus relaciones políticas. Pero en cada época la tónica era la tensión social y el cambio constante en el orden político predominante, así como en los parámetros de la institucionalización del poder. Liu Bang (256-195 A.E.C.), fundador de la dinastía Han 17, debió dar pasos en la dirección 17 Aunque comúnmente hablamos de la Dinastía Han como de una época completa, en realidad el periodo que va de 206 A.E.C. a 221 E.C. estuvo ocupado por tres dinastía distintas: Han Anterior ( 後漢 206 A.E.C. -6 E.C.), Han Posterior (前漢 24-221 A.E.C.), y la dinastía usurpadora Xin (6-21 A.E.C.), con su único soberano, Wang Mang (véase más adelante p.). La dinastía de los Han posteriores fue una restauración del linaje Liu, pero no sólo fue conducida por una rama distinta y distante, sino que significó el traslado del centro político de Chang’an a Luoyang, más al Este, y un giro en varios aspectos de la administración, la actividad económica y la cultura. A pesar de los rasgos comunes entre las tres dinastías, 15 opuesta a la tomada por el Primer Emperador, a fin de ganarse el apoyo de los descontentos con el régimen de Qin (quienes tampoco confiaban sin más en un campesino sublevado llegado al trono), y de asegurar, a la vez, la lealtad de sus seguidores y sublevados. Repartió para ello el gobierno del territorio conquistado en las guerras por el trono entre los caudillos de baja estirpe que lo apoyaron, a manera de prebendas, y permitió el resurgimiento de reinos 18 de amplia autonomía, dependientes del centro principalmente por vínculos personales de fidelidad 19. También relajará la fuerza del brazo judicial del poder imperial, que junto con la desmesurada exigencia de tributos en trabajo con el fin de edificar las suntuosas obras que engrandecían al Primer Emperador, fueron los aspectos de insatisfacción social cruciales que condujeron a la caída de su dinastía, según consigna la historiografía Han20. Los emperadores Wen y Jing (sucesores suyos que gobernaron entre 179-141 A.E.C.) fueron quienes intentaron retomar de manera gradual la senda de la centralización del poder sobre el territorio y el sistema de recaudación, apartándose de una política conciliadora con las tendencias centrífugas. Un primer paso en este sentido sería la sustitución de antiguos caudillos por miembros de la familia imperial, que reforzaba vínculos políticos mediante el estrechamiento de los familiares. Pero esa unificación quedaría afianzada al consolidar justamente la base institucional legada por la dinastía Qin, tan criticada por el mismo Liu Bang. Ambos emperadores aprovecharon que las instituciones burocráticas se hallaban ya firmemente establecidas en sus líneas básicas tanto en la Corte como en los reinos locales, en virtud de su reconocida eficacia como instrumentos de administración gubernamental, y sólo procedieron los gobernantes Han a integrarlos por completo al poder central. Pese a todo, tocaría al Emperador Jing enfrentar las rebeliones desatadas a mediados de siglo por gobernadores descontentos a causa de la en realidad constituyeron dinastías distintas. 18 La permanencia de linajes nobles (por lo general encumbrados al comienzo de cada dinastía) al frente de unidades territoriales delimitadas como “reinos” (guo 國 ) se mantendrá durante toda la historia dinástica, sus atribuciones será variables y tenderán a ser el punto de partida para la balcanización del Imperio luego del debilitamiento de una dinastía. Por eso varios gobernantes buscaron que miembros de la misma familia imperial, incluso herederos al trono, los administraran. 19 Cf. Mark E. Lewis, op. cit., pp. 21-22 20 Los confucianos que dominaron la Corte de la época Han, desde finales del siglo II A.E.C. (véase capítulo 3) se encargaron asimismo de escribir la historiografía y construir el mito del malévolo Primer Emperador, entregado a la excentricidad a costa de la vida del pueblo campesino, destructor de los Clásicos y cruel en cuanto a los castigos. La proclividad de Sima Qian hace que esta interpretación del periodo Qin esté presente en sus Registros Históricos. 16 pérdida paulatina de sus privilegios; superada esa difícil prueba, el poder imperial tendrá garantizado su predominio en zonas lejanas, al menos hasta que los descalabros de comienzos del primer siglo E.C. reviertan ese estado de cosas21. Las regiones fronterizas 22, por lo demás, al haber sido integradas al Imperio como resultado de las decididas campañas de Conquista de Wudi (reinó de 141 a 87 A.E.C.), serán administradas libremente por el sistema burocrático ordinario, sin la presión de antiguas tradiciones políticas regionales aún latentes que respetar. Durante un periodo posterior a la dinastía Han, sin embargo, conocido como el de las Dinastías del Norte y el Sur (Nanbei Chao 南北朝 , 311-589 E.C.), el predominio de la concepción aristocrática del gobierno se sobrepuso de tal manera al recuerdo mismo del orden institucional de antaño, que cuando los gobernantes de la dinastía Wei del Norte (386-534 E.C.) pretendieron asimilar las instituciones chinas asumieron como un aspecto primordial la construcción de un linaje chino en su base y denominación23. Parece ser que durante el primer milenio del Imperio convivieron y alternaron dos nociones en apariencia incompatibles sobre el poder político, reflejo de sendos sistemas sociales: en uno se privilegiaba la organización institucional, el imperio de la ley, la igualdad jurídica (cuando menos teórica) entre todos los hombres bajo su autoridad, así fueran de alto rango o parientes próximos del Emperador, además de que se tenía en alta estima el mérito como vía de acceso al ejercicio del poder político y la orientación pragmática como criterio de selección de funcionarios; en otro era mayor la importancia del ritual, del nacimiento y de la posición social, así como la voluntad del individuo por 21 Coincide este desarrollo de los acontecimientos con la reconstrucción que hace Mark E. Lewis en op. cit., pp. 23-26 22 En lo fundamental, las regiones fronterizas se encontraban en tiempos del Emperador Wudi en el corredor de Gansu y los pueblos en torno a la Cuenca del Tarim, hacia el oeste, el territorio de la actual Mongolia Exterior (más allá del trazado histórico de la Gran Muralla), hacia el norte, y las regiones al sur de los Grandes Lagos de Hunan y Jiangxi, además del territorio de Guangdong y el norte de Vietnam. 23 Se promulgarían para ello estrictas legislaciones que forzaban la unión entre las aristocracias Tuoba y las han y la determinaciónde los puestos públicos según la clasificación y jerarquía del abolengo (William Jenner, Memories of Loyang, Yang Hsüan-chih and the Lost Capital, 493-534, p. 59-9); los matrimonios eran reglamentados incluso entre la población en general, limitándolos a ciertas “castas” definidas según oficio y ascendencia (Gernet, El mundo chino, p. 168). Un proceso semejante de formación de aristocracias diferenciadas del “pueblo común” en función de la pureza de su abolengo tendría lugar en las dinastías chinas del sur durante el mismo periodo. 17 encima del marco legal24. Era una contradicción fundamental dentro del sistema Qin, sin embargo, que el Emperador se hallara siempre por encima de cualquier disposición legal y que de su autoridad emanara toda la fuerza de la institución y la ley. Su soberanía , en última instancia, se legitimaba por sí misma, en virtud de la superioridad militar que lo respaldaba y como expresión de su voluntad política. El Emperador como institución fundamental del régimen, se asimilaba con la persona imperial, la sucesión recaía en un linaje como ningún cargo público lo hacía y no hay que perder de vista que, en última instancia, fue un hombre quien dio impulso al nuevo orden institucional, su voluntad la que se expresó a través de éste y su muerte la que lo llevó al colapso, dada la fragilidad de su dinámica propia. Estas aparentes ambigüedades permanecían latentes y conciliadas por las mismas instituciones imperiales de las dinastías consolidadas 25. Sus arquitectos supieron presentar muchas veces formas opuestas de entender el poder como un solo cuerpo complementario de ideología que se apoyaba y complementaba26. El esfuerzo más importante para reforzar la ideología que respaldaba al Emperador mediante la conciliación de distintas tradiciones de pensamiento político tuvo lugar ya avanzada la dinastía Han, cuando nuevos y poderosos argumentos en torno a la función ritual del gobernante y la legitimación moral del poder cobrarían mayor énfasis. Se trata de la cosmología y la filosofía moral del confucianismo, las cuales intentarían subsanar de forma directa las incómodas contradicciones con el 24 El historiador estadounidense Charles Orzech plantea en su obra Politics and Trascendent Wisdom: The Scripture for Humane Kings in the Creation of Chinese Buddhism, Pennsylvania, The Pennsylvania State University Press, 1998, pp. 23-26, que estas son incongruencias existentes entre un punto de vista estructural o posicional con respecto a la sociedad, que concibe las instituciones y a los cargos públicos como instancias jurídicas, administrativas o militares, independientes de los sujetos que los manejan, y un enfoque personal, que hace confluir la sustancia del individuo con la del poder que se ejerce. 25 Un aspecto relevante de la legislación penal china desde la dinastía Han hasta la Tang (617-906 E.C), por lo menos, era el castigo diferenciado para los crímenes, según la posición social de quien los cometía. El esquema consideraba más de veinte rangos distintos, para todos los hombres adultos que fueran súbditos del emperador, según su extracción social, sus medios de vida y los servicios que hubiesen prestado al gobierno en acciones militares o en la organización de la población en cuanto líderes locales. Se aprecia la noción de una sociedad estamentaria, pero también se deja ver la intensión del poder central de imponer una jerarquía social nueva y unificada que sustituyera todo sistema regional precedente y fortaleciera los vínculos de las comunidades rurales y urbanas con el poder central. Lewis, Op. cit., p. 67-8; para el sistema en la dinastía Tang, véase Jacques Gernet, El mundo chino, Barcelona, Crítica, 1999, p. 214-5. 26 No fueron raras, pese a todo, las disputas en el seno de la corte imperial, como la que refiere Orzech para ilustrar su análisis, referido a cuando el soberano Shizong (reinó de 1522-1566) de la dinastía Ming, sobrino del emperador que lo precedió, deseaba rendir culto a su padre como ancestro, en contra de la opinión de los funcionarios del ritual, quienes recomendaban hacerlo ante la tablilla de su tío (al cargo y no al progenitor) Orzech, Ibid. 18 paradigma nobiliario que seguía identificando abolengo con superioridad moral y mayor capacidad política; más agudas eran dichas contradicciones por el hecho de que el linaje Liu del fundador no era noble en absoluto27. Pero la búsqueda de ideología que legitimara la autoridad del soberano sería constante, dados los condicionantes con que quedaba revestida toda institución humana a la luz de la filosofía de la historia en China. Sometido al tiempo y al desgaste, el estatus especial del Huangdi carecía de fundamento permanente, pues cada monarca y cada dinastía estaba condenada a su caída, un destino marcado por el ciclo de la naturaleza. Una legitimidad que apelara sólo al Mandato Celeste terminaba por justificar peligrosamente su mengua conforme pasaran las generaciones, e incluso su revocación en caso de grave declive moral del monarca, pues la voluntad del Cielo podía cambiar por completo en tal caso28. Era necesario mitigar el carácter temporal con el que inevitablemente parecía quedar marcado el predominio de su linaje. También se volvía más patente la contradicción entre pragmática política y moral; se volvía una pregunta acuciante si la legitimidad del gobernante se sustentaba en la moral o en el carisma (en el sentido weberiano), y ya fuese una u otra la respuesta, cómo se conciliaba ello con la brutalidad política necesaria para imponer la autocracia. Por otro lado, entrará en juego una disyuntiva ideológica más vaga pero no menos relevante: el emperador debía ser considerado como un hombre de naturaleza común al resto, aunque elevado en dignidad por haber recibido el Mandato Celeste, o como un sujeto de esencia distinta y opuesta al resto de los mortales en virtud de ese Mandato, ya fuese por nacimiento, ya por investidura (de ésta última caracterización deriva que se le conociera también como el Hijo del Cielo Tianzi 天子 o el Santo de las Alturas Sheng Shang聖上). Estos aspectos encontrados de la investidura imperial, a la vez transmitida por herencia y conquistada por la virtud constante, explicarían otro fenómeno muy frecuente en la historia dinástica: la tendencia recurrente en varias épocas a retraer las decisiones políticas del campo del Consejo de 27 Este periodo de forja de nuevas ideas sobre la base de pensamiento político heredad de la Primera dinastía se revisa en el tercer capítulo. 28 De ahí la obsesión de tantos Emperadores por obtener la inmortalidad, atemorizados por el declive que seguiría a su dinastía naturalmente, luego de su muerte, pues su dignidad menguaría de sucesor a sucesor. 19 Estado, la cancillería y las altas instancias dirigidas por ministros y funcionarios especializados en conducir la administración central, es decir, del nivel institucional, para llevarlas a los terrenos del recinto imperial y el ámbito íntimo del emperador. El poder, en ese caso, recaía en personajes como los eunucos del harem imperial, la familia de la emperatriz y los consejeros letrados más próximos al trono, los cuales formarían partidos que intentaron hacerse con el control sobre los asuntos públicos cooptando o neutralizando el sistema institucional, muchas veces con éxito y apoyándose en masacres. Quienes conducían este cambio juzgaban que el poder residía en la persona imperial antes que en el aparato de Estado, y que su vínculo privilegiado con el monarca les garantizaba cierta legitimidad. Instancias de estas situaciones son tanto la usurpación de Wang Mang (reinó entre 9 y 23 E.C.) como la lucha de facciones que se desataría entre el partido de los eunucos y los jefes militares después de la Rebelión de los Turbantes Amarillos (184 E.C.). Ambos periodos constituyeron las mayores crisis para el linaje de Liu y desembocaron dos veces en su caída. Enel primer caso, el medio hermano de una emperatriz, hábil en escalar puestos militares con la confianza del Emperador, tanto como en ganarse un grupo de funcionarios adictos a su causa, logró penetrar aún más en la familia imperial cuando hizo de su hija consorte imperial y de él mismo regente. Habiendo propagado su fama mediante pactos, prebendas y la interpretación favorable de augurios, aventuró la promulgación de la dinastía Xin, la “Nueva Dinastía”, que reforzaba la autocracia, aunque su escasa capacidad para remontar circunstancias adversas determinaría su corta duración (concluiría en 23 E.C., año en que otros miembros de la familia Liu recuperarían la sucesión). Las rebeliones campesinas de la década de los años ochenta del siglo segundo E.C., por otro lado, acaudilladas por grupos de inspiración religiosa tales como los Turbantes Amarillos y la Secta de las Cinco Fanegas de Arroz, fueron apaciguadas a cuenta de una polarización entre los los eunucos que controlaban el Palacio Imperial y los militares cuyo poder había sido fortalecido intencionalmente por el Emperador para enfrentar a los sublevados. La destrucción de los eunucos y letrados, en 189 E.C., puede considerarse como un golpe de estado luego del cual el emperador fue recluido por parte de los 20 militares en Luoyang hasta la desaparición formal de la dinastía. Como puede verse, ambas situaciones se relacionaron con el traslado de las decisiones de la administración a la Corte privada29. Sin embargo, no hay que creer que la debilidad institucional siempre condujo al colapso de dinastías. En varias ocasiones un gobierno resuelto desde la alcoba imperial se extendió por muchas décadas. La Emperatriz Lü, viuda de Liu Bang, sostuvo durante casi una década (desde 187 A.E.C.) al Imperio de los Han en sus albores, pues tomó el mando junto con su clan durante la regencia de sus dos hijos menores de edad. El ascenso del Emperador Wen de Han implicó, no obstante, el exterminio de la familia de su madre. Por otro lado, tampoco se debe perder de vista que la fortaleza de los militares que comúnmente estaban detrás de la caída de las dinastías y lideraban el ascenso de otras nuevas se encontraba en la propensión del sistema político en crisis a concentrar un poder excesivo en el brazo castrense de la administración imperial; se trataba, por ello, de un defecto propio de la institución. Las dos tendencias, empero, tanto la personalización del poder como la autonomía incontrolable de la institución militar, conviviendo con el poder formal de los ministros y burócratas, flanquean la historia imperial por lo menos hasta la caída de la dinastía Tang30. La reflexión sobre la permeable frontera que separaba lo público y lo privado en la antigüedad china permite establecer la naturaleza, profundidad y complejidad del gobierno burocrático en el Imperio, siempre inserta en un sistema social y dependiente de intereses locales, tradiciones de pensamiento y costumbres de las que no se podía abstraer fácilmente. Igualmente permite determinar la importancia de las creencias del soberano al integrarse la ideología que le daría legitimidad. Tanto el pensamiento político como todas las demás áreas de la vida política durante la época Han se concebían 29 Mark E. Lewis, traza periodos de fuerte centralización en torno a instituciones y otros, mayoritarios de hecho, en los que intereses personales, regionales o privados imperaban en la administración: establece épocas fuertes para el Estado imperial, desde los gobiernos de Jing y Wendi de Han, hasta el reinado de Wudi, con un subsecuente proceso de debilitamiento que culminaría en la usurpación de Wang Mang. El siglo I E.C. fue otra época de fortalecimiento, en oposición a las tendencias propias de la centuria siguiente. Durante la dinastía Tang (617-906 E.C.), como se verá en el capítulo cuarto, este juego de intereses formales y personales también será discernible. 30 Durante la dinastía Song (960-1279) ocurrieron dos cambios decisivos en favor de la institucionalización duradera del régimen y un nivel de centralización política no vista: los ejércitos mercenarios sustituyeron casi por completo a las fuerzas regulares y funcionarios civiles se hicieron cargo casi por completo del gobierno, incluso por encima de la figura imperial, Jacques Gernet, Op. cit., p. 266. A partir de la invasión mongola, por el contrario, el componente autocrático se tornará dominante. 21 como instituciones de gobierno (oficinas para la determinación del calendario, los rituales, los textos de historia, el protocolo oficial, memoriales y edictos), pero no por ello eran instancias inalterables ante las preferencias del Emperador y sus allegados, quienes al final decidían entre una amplia gama de corrientes filosóficas para dirigir el trabajo de los eruditos. Pero, dejando a un lado los periodos de crisis y las contradicciones que enfrentó el régimen Han, no debe perderse de vista el rotundo éxito que alcanzaron los más célebres gobernantes de las dos dinastías de Han, en cuanto a la consolidación y preservación del poder centralizado se refiere, logros firmes que se convertirían en paradigma para las dinastías posteriores en muchos sentidos. Cuatro siglos de estabilidad institucional, pese altibajos, se constatan por comparación con periodos anteriores y posteriores en los que la integridad de las fronteras y del núcleo definible de un sistema burocrático como objeto de las luchas por el poder, la restauración luego de periodos críticos de usurpación, un ejército estable, aspectos fácilmente asequibles durante Han, difícilmente podían darse por garantizadas. Durante el primer milenio de historia imperial, sólo la dinastía Tang (618-907 E.C.) podrá adjudicarse una solidez semejante. En buena medida el éxito de los Han responde al proyecto bien definido de gobernantes como Wudi (reinó de 141 a 87 A.E.C.) y, luego de la caída de Wang Mang, del emperador Guangwu (r. 25-57 E.C.). Sus políticas se volvieron guías para los gobernantes de dinastías posteriores incluso, transmitidas a través de los textos historiográficos. Y es que el entrelazamiento de un ideal absolutista y centralizado del poder con un conjunto de nociones culturales bien arraigadas entre las elites y difundidas por los intelectuales del periodo forjó un modelo civilizatorio que identificaba el predominio político y militar de los ejércitos imperiales con la superioridad cultural han. Puntal de esta forja ideológica son los Registros Históricos (Shiji 史記 , alrededor del 100 A.E.C.), completados por el célebre Sima Qian (145-90 A.E.C.), así como el Han Shu, la primera historia 22 dinástica propiamente dicha, escrita por Ban Gu (32-92 E.C.) y otros letrados (varios parientes suyos, como su hermana Ban Zhao). Ambas obras servirían de modelo, en adelante, para el género literario de la historia dinástica, el primer proyecto letrado en la agenda de toda dinastía bien asentada. A partir de estos textos, la tradición histórica asumía una dimensión prioritaria en la justificación de la autoridad moral del Emperador; surgía además un nuevo paradigma para la comprensión y la reflexión política, que resultará de larga duración en el imaginario político de la China imperial. La Historia Universal sería comprendida en adelante como el devenir de la institución imperial, garante de la Civilización y la Alta Cultura31. Entre otros de sus logros duraderos se encuentran los éxitos cosechados por su política expansionista, que posibilitaron a ejércitos y funcionarios penetrar en los desiertos del sur de Mongolia y la cuenca del Tarim. La épica pacificación de esas regiones, a cargo de Zhan Qian, Li Kuang y Wei Qing en el siglo II A.E.C., y de Ban Chao en el I E.C., dio pie al primer auge de China como punto de partida de la Ruta de la Seda. Compañías y estrategas militares consiguieron también mantenerse durante siglos en las antes inexploradasregiones montañosas de China meridional 32, a expensas de los pueblos indígenas, desplazados gradualmente a tierras altas, mientras que sus reinos, extraños para los han, serían destruidos o diezmados. La beligerancia del fundador de la dinastía Tang encontraría en la expansión armada hacia estos rumbos apreciados desde antaño (además de Corea y la actual Mongolia) su expresión natural. La prosperidad económica del periodo se manifestó en un comercio boyante, cuya importancia en la vida económica del Imperio crecía gradualmente y puso en contacto a las metrópolis chinas con el centro y el este de Asia. Los funcionarios del gobierno imperial, especialmente durante los Han Anteriores (206 A.E.C.- 6 E.C.), mantenían grandes reservas respecto del comercio, pues los mercaderes no eran vistos como creadores de riqueza según la economía política dominante 33. En consecuencia, 31 El término huaxia 華夏 , de origen arcaico y todavía vigente, enfatiza la refinación de la cultura china, que en la época antigua conllevaba graves implicaciones religiosas, políticas y estéticas. Aquí se traduce como la Alta Cultura China. 32 Se fundan los primeros enclaves en la costa suroeste, desde el actual Fujian hasta la desembocadura del Río Rojo, son aseguradas las fronteras del Sichuan y se conecta este distrito con los puertos incipientes de lo que hoy es Guangdong, una proeza para la exploración y la logística militar de la época. 33 Según consideraban ya los funcionarios del Primer Emperador, el intercambio de mercancías no producía nueva riqueza, 23 durante la primera mitad de la dinastía se fortalecieron los monopolios estatales sobre productos como la sal y el acero, y se introducen controles estatales sobre el intercambio mercantil con los pueblos fronterizos34. Para el Emperador y sus consejeros el método más confiable para fortalecer el Tesoro y mejorar la capacidad del Imperio para garantizar el bienestar de los súbditos 35, en esta época, como en otras más adelante36, era incrementar la productividad agrícola. El sistema fiscal de los Han se edificó sobre un cobro racional y regular de los impuestos, calculado con ayuda de detallados censos de población y estimaciones catastrales. La imposición tributaria por capitación sería la base del sistema hasta la segunda mitad de la dinastía Tang y el reparto de tierras entre los desposeídos fue una política recurrente entre posteriores reformadores políticos de las dinastías Wei del Norte (386-534 E.C.), Sui y Tang (581-906 E.C.) como medio para ampliar la recaudación, pues sólo podían pagar impuestos en especie (no así en mano de obra) quienes tuvieran tierras. También se buscaba limitar de este modo a las grandes propiedades de vocación autárquica que ocupaban relativamente pocos trabajadores, mantenían sin producir grandes superficies y pagaban muy baja tributación en consecuencia 37. Las teorías legalistas sobre sobre la economía del imperio suponían la actividad del gobierno para imponer orden en los campos y mercados. También prescribían la edificación de obras hidráulicas y la obturación de nuevos suelos. No se puede garantizar que estas prácticas de política económica se implementaran en un grado absoluto o de forma permanente, pero sí fueron norma reguladora respetada para la administración pública. El censo de principios de la Era Común arrojará más de 50 millones de como sí los campesinos con cada nueva cosecha; las jugosas ganancias derivadas del mero transporte de bienes superfluos les parecía injustificada. 34 Que se consignaba como un “tributo” de los pueblos vasallos hacia el emperador, en las historias dinásticas del periodo, pero en virtud de cuyo monto, es más factible definirlo como intercambio mercantil bien regulado por el gobierno. 35 Pues según se entendían los designios del Cielo y las experiencias en torno a rebeliones agrarias, alejar catástrofes del pueblo significaba paz y continuidad para la dinastía reinante. Existían incluso funcionarios encargados de revisar que se encontrara en orden el equilibrio de las fuerzas Yin Yang en el imperio, para lo cual recurrían a observaciones constantes de los fenómenos naturales o los comportamientos cotidianos de la población, a fin de identificar cualquier problema que requiriera la rectificación política y la compensación del pueblo. Cf. Fung Yu-lan, A History of Chinese Philosophy, vol. 2 trad. Derk Bodde, Princeton, Princeton University, 1952, p. 114. 36 Esta clase conservadurismo económico retornaría bajo distintos matices durante el periodo de las Dinastías del Norte y el Sur (316-431 E.C.) y de nuevo durante la dinastía Qing, ya en el segundo milenio E.C. 37 Sin control fiscal en este sentido, el latifundio crecerá bastante tras la caída de la dinastía Han (221 E.C.) y tendrá que ser contenido mediante políticas semejantes desde la dinastía Wei del Norte. Cf. Wright, Arthur F., Buddhism in Chinese History, Stanford, California, Stanford University Press, 1959, p. 14 24 habitantes (población semejante a la del Imperio Romano en el periodo) y política militar fronteriza que implicaría gran flujo de recursos durante décadas, indica la existencia de riqueza suficiente para erigir un imperio inédito. El intervencionismo extremo, sin embargo, estaba siendo reconsiderado entre algunos círculos cortesanos, a mediados del siglo I A.E.C., como muestran los argumentos en contra de los monopolios contenidos en las Discusiones sobre la Sal y el Acero (Yantielun). El contrabando que involucraba a una pléyade de funcionarios corruptos y calculadores señalaba las fisuras del sistema 38. Aún así, los atavismos que pesaban sobre el comercio comenzaron a sucumbir hasta que las expediciones militares al Centro de Asia, en la segunda mitad de la dinastía, requirieron de los comerciantes para su abastecimiento, lo cual dio inicio a una relación de dependencia. En adelante serían éstos quienes constituirían las principales líneas de suministro en regiones remotas, a cambio de protección para sus caravanas39. La vida urbana crecería ayudada no sólo por las exigencias de la Corte, sino también y en buena medida por la relevancia de los mercaderes y sus vínculos con la aristocracia; aquellos adquirirán a finales de la dinastía una influencia inédita también en la Corte. Varios consejeros de oficio comerciantes ascenderían durante la dinastía de los Han Posteriores, vaticinando ya el papel fundamental del comercio y sus consecuencias en la época Tang40. 38 Sima Qian, Records of the Grand Historian of China, New York, Columbia, Columbia University Press, 1963, Vol. II, p. 176. 39 Ban Chao aprovechava sus misiones militares y diplomáticas para obtener pingües beneficios del comercio, cf. Nicola di Cosma, Ancient China and Its Enemies, p. 164 40 Luego del desmoronamiento de la dinastía Han, surgirán nuevos esbozos de un imperio unificado bajo esos modelos, como el de Cao Cao (155-220 E.C.), quien se nombró a sí mismo canciller de los Han hasta su muerte y cuyo hijo depuso al último emperador de la dinastía, o el del clan Sima, formado por descendientes de antiguos altos funcionarios de Han y fundador de la dinastía Jin, que en un primer momento (265-316 E.C.) consiguió reunificar el territorio imperial original. Una rama lejana de la familia Liu incluso estableció una prolongación de la dinastía en el Sichuan, también de corta vida, el Reino de Shu (221-263 E.C.), absorbido posteriormente por el clan de Cao Cao, primero, y por la familia Sima, después. Con sus empeños, los herederos de esta última lograrían conciliar a las influyentes familias de caudillos que se habían hecho fuertes en sus reinos, apelando además a ideologías e interpretaciones divergentes de las que habían sido consideradas ortodoxas por los Han. Así consiguió mantener vigente tanto la forma imperial de gobierno dirigida desde las capitales del norte, como el mismo predominio de los chinos en la vida política en la cuenca del RíoAmarillo durante el siglo IV. 25 Capitulo 2. El legalismo y el Imperio del Huangdi 皇帝 Con el Primer Emperador se estaba gestando una nueva manera de legitimación que abrevaba de fuentes antiguas, pero las proyectaba sobre un paradigma absolutista del poder. Pero este discurso de ninguna forma puede entenderse como libre de tensiones ni como un producto refinado de una vez y para siempre. Por el contrario, la pluralidad de pensamiento propia del agitado Periodo de los Reinos Combatientes (403-221 A.E.C.) quedó asentada en la época imperial en una doctrina oficial sintética, bastante compleja, suma, podríamos decir, de diversos niveles discursivos. En los siguientes apartados revisamos someramente aquellos acumulados durante la dinastía Qin, a saber, las ideas legalistas que dirigían las dinámicas del Estado imperial, su bagaje mitológico e histórico expuesto en el concepto del Huangdi, el Emperador, y los basamentos de la ritualidad imperial antigua. Entre las dinastías Qin y Han hubo tanto oposición directa como complementariedad y continuidad en lo institucional y simbólico, por lo que los saltos entre una y otra para entender las transformaciones del pensamiento antiguo serán recurrentes. El Legalismo La historia institucional predominante en la narración expuesta en el capítulo anterior pretendía poner en relación, a grandes rasgos, los acontecimientos en torno al origen del imperio con la expansión de la racionalidad política, entendida como el despliegue de las ideas legalistas sobre la administración, la burocracia y la legislación. Se establece así un primer nivel de discusión en el ámbito de las ideas políticas: el de aquellas relacionadas más estrechamente con el horizonte pragmático de la política en la unificación de China. Y es que, al revisar con detenimiento el desarrollo específico de cada corriente de pensamiento hasta el advenimiento del Imperio, la escuela de las Leyes 41 (fajia 法家 ) aparece como un baluarte 41 Hsu, Cho-yun en Ancient China in Transition. An Analysis of Social Mobility, p. 40, afirma la pertinencia de esta traducción y juzga que los legalistas no estaban interesados en una política entendida en sentido estricto, sino en los 26 ideológico de primera línea, por cuanto que se trataba de la doctrina privilegiada por el reino de Qin, artífice del sometimiento y la unificación de todos los estados rivales en la pugna por la hegemonía en el mundo conocido, el Tianxia 天下. Más que concentrarse en textos o maestros, el legalismo en los albores de la época imperial era un sistema de pensamiento jurídico, social y económico cuya función era aportar a las Oficinas de la alta burocracia lineamientos legales eficaces para ser implementados bajo la forma de edictos, medidas tributarias y políticas de direccionamiento de la economía, a fin de garantizar el dominio territorial intensivo (militar, jurídico, económico, social), extensivo (expansionismo militar, preeminencia cultural allende fronteras, prestigio diplomático) y duradero, del Soberano y la Corte. A diferencia de otras corrientes de pensamiento, la identidad legalista no se sustentaba en un conjunto de escrituras o la tutela de una autoridad casi legendaria. Como la primera corriente en fundirse con el aparato político, su distinción de entre el resto de las corrientes derivaría directamente de su participación del conglomerado institucional del Estado, y su cometido sería desarrollar un sistema jurídico depurado adaptado a las exigencias del gobierno. Con todo, conocemos de algunas obras relevantes como el Libro del Duque de Shang, (supuestamente escrito por Shang Yang, funcionario y primer reformador del reino de Qin) y el Shenzi (obra perdida de pretendida autoría a cargo de Shen Buhai, consejero del reino predinástico de Han), ambas del siglo IV A.E.C. La obra más conocida de este género, con todo, parecer ser el Hanfeizi, del siglo III A.E.C., de autor homónimo, que contiene asimismo dichos y teorías de aquellos y de otros maestros de la escuela, con las cuales, por cierto, no pocas veces está en franco descuerdo. Los códigos y edictos de Qin, así como los testimonios de Lisi (280-208 A.E.C.), canciller de Shi Huangdi, y de otros ministros, consejeros y funcionarios también recabados por Sima Qian en sus Registros Históricos, delatan una marcada influencia de conceptos legalistas, pero no se reconocerán deudas doctrinales con estos u otros personajes u obras. Tampoco ocurrirá en dinastías venideras. De hecho puede apreciarse cierta iconoclastia en la actitud tanto de éste funcionario, como del términos más amplios que implicaría la administración del poder en las diversas esferas de la vida social. 27 mismo Han Feizi, respecto de su maestro, el confuciano Xunzi (siglo III A.E.C.), quien los formaría en un moralismo un tanto más pesimista, en comparación con las ideas de Mengzi sobre la naturaleza humana42. El punto más álgido de esta iconoclastía en contra de tradiciones distintas sería ubicado para la posteridad por los clasicistas confucianos durante el célebre episodio de la Quema de Libros (un suceso fundamental para el imaginario de la antigüedad china, a revisar críticamente en el siguiente capítulo). Pese a ello Sima Qian destacaba el compromiso sincero con las ideas legalistas por parte de los justos y honestos funcionarios que reseña 43, e indica el fuerte sentido de identificación con una causa política, entrelazada con otros vínculos más relevantes que una tradición textual. El más notorio quizá es una manera afín de pensar el horizonte de lo político y lo humano en general. Los legalistas buscaban determinar las leyes, normas, regularidades y técnicas indispensables para organizar y gobernar a la sociedad desde un centro político. La comunidad humana era concebida como un conjunto humano presionado por los imperativos naturales de la subsistencia, estable para el Soberano de lograr su cabal cumplimiento, levantisco de no ser así. El gobierno imponía la paz y regulaba las relaciones entre los hombres mediante un sistema de castigos y recompensas; según las leyes promulgadas por el soberano (por las Grandes Secretarías, en la práctica, adjudicada al Mandatario Celeste cuando se inquiriera por la fuente de su legitimidad) se castigaría sin ambages todo crimen. El sistema meritocrático juzgaría con justicia los actos, virtuosos o criminales, de súbditos y funcionarios, con ascensos, reducción de cargas tributarias, destierro o penas corporales, según fuera el caso. Las normas requeridas surgían de la caracterización de las circunstancias históricas específicas así como del análisis de las tensiones sociales presentes en cada época, por lo que respondían a las exigencias de los tiempos. El mismo Emperador Qin muestra su proclividad por el pragmatismo y el cálculo político propio de la doctrina legalista en una inscripción donde afirma que “llevar a cabo las 42 Xunzi concedía más importancia que éste a las leyes como normativa de la conducta en sociedad, necesaria para el despliegue de las potencias del hombre. Hacia sus ideas, no obstante, sus discípulos no tendrían sino críticas. 43 Sima Qian, Op. cit., vol II, cap. 119, “Biographies of Upright Officials” 28 cosas en concordancia con los tiempos es lo que el Emperador Hace”. 44 Según estas palabras, el presente tiene un valor intrínseco y no meramente derivado de su concordancia con el pasado, como otras escuelas parecían propugnar, entre ellas las confucianas. Del análisis social surgían las soluciones para resolver puntos de conflicto mediante la ampliación de las facultades y capacidades del gobierno en áreas que anteriormente se dirimían localmente, como manejo de tierras, reclutamiento, cobro de impuestos y obras públicas. Al igual que el resto de las Escuelas del periodo de los Reinos Combatientes, los Legalistas daban por supuesta la primacía de la capacidad personal por encimadel linaje. Han Feizi afirma al respecto que la sociedad humana responde al interés egoísta de quien espera recibir una recompensa o compensación a cambio de sus buenos actos o servicios. Los convencionalismos que rigen las relaciones familiares no tienen en verdad una relevancia objetiva a la hora de definir las relaciones ordinarias, por lo que mucho menos deben considerarse como basamento firme para un gobierno burocrático45. Partícipes del espíritu de la época que animaba a gobernantes, estrategas e intelectuales de diversa extracción social, los legalistas consideraban como indispensable la sustitución de un sistema de relaciones políticas que se percibía como superado, por otro acorde con los tiempos. Ellos, en específico, consideraban a la centralización del poder mediante las instituciones y la ley como la ruta preferente para lograr estos objetivos. Tenía divergencias, pese a ello, en cuanto a los medios propuestos para centralizar el gobierno en torno a la figura del gobernante, variando las ideas según la tradición de cada estado. Algunos proponían la limitación del poderío de los nobles y la introducción gradual de la meritocracia como criterio de reclutamiento de personal (como Han Feizi), mientras otros hablaban en favor de la militarización plena del aparato de Estado (como Shang Yang). Para unos el énfasis del soberano debía enfocarse en reanimar y fomentar la economía agrícola, y para otros debía traducirse en leyes que premiaran y castigaran justamente (posturas que sintetiza Lisi, consejero del 44 La inscripción aparece como apéndice en Hardy, Grant and Anne Behnke Kinney, The Establishment of the Han Empire and Imperial China, p. 164-65 45 W. K. Liao (trans.), The Complete Works Of Han Fei Tzŭ. Vol. 2, p. 47 29 Primer Emperador). Pero lo común a todos, el principal rasgo de identidad del legalismo, se hallaba en su consideración de que el Soberano era la autoridad suprema a la cual se buscaba fortalecer. La relación de un Canciller o un Ministro con el Soberano, como empleados contratados en beneficio de la institución, constituía un vínculo con la burocracia y el Estado claramente diferenciados del entre maestro y discípulo, presente entre otras comunidades de pensadores. El perfeccionamiento de la institución y la ley bien pudo ser para los funcionarios el equivalente al canon que estaba todavía por ser culminado, pues la historia de la legislación hasta la dinastía Tang (617-906 E.C.) no es sino la de un sistema jurídico en perpetua refinación, hasta el minucioso código de Taizong. Los consejeros fajia eran, en consecuencia, dependientes más que cualquier otra escuela de las Cortes para desempeñar su oficio. El punto de encuentro de estos teóricos del Estado era el ejercicio efectivo del poder y su lugar estaba en las oficinas de administración gubernamental, donde podían desempeñar funciones en las áreas del gobierno; su estudio, reflexión y actividad carecían de sentido de no realizarse concretamente en el servicio gubernamental. Parecían superfluos los lazos propios de otras Escuelas cuando se tenía en cuenta el ligazón de los estudiosos legalistas con el gobierno. Un Confucio o un Laozi legalista, recluidos en sus viviendas, carentes de influencia y poder, carecería de sentido. La interpretación legalista de la historia y la fundación de la investidura imperial Pese a todo, la tradición de funcionarios legalistas del Primer Emperador tenía en alta estima el cultivo de la historia, no sólo a juzgar por el gran conocimiento recabado en los Anales de Qin, contenidos en los Registros Históricos y testimonios fundamentales sobre el periodo, sino especialmente por las notables resonancias míticas que intervinieron en la creación de la investidura imperial, en cuyo diseño llevaban ellos la voz cantante. 30 La disputa con los clasicistas sobre la forma de interpretar el pasado puede dejar la impresión de que rechazaban la validez de historia, pero a lo que en verdad se oponían era a cierta interpretación de la misma, según la cual ésta debía ser guía para la toma de decisiones políticas en el presente. En ningún momento pretendieron que se rechazara el pasado, sin más, y negar el mérito que se daba a los gobernantes legendarios; conservaban muy presente el valor simbólico de sus atribuciones y logros. Intentarían más bien hallar en la interpretación de la tradición histórica respaldo apropiado para su pragmatismo. Buscarían cimentar así las bases tanto del título imperial como del ritualismo que rodearía a la figura en el Trono. El bagaje histórico de la escuela legalista sirvió a los consejeros del rey Zheng (265-210 A.E.C.), futuro Primer Emperador, cuando decidieron fundar la institución imperial y acuñar el apelativo Huangdi 皇帝 , con el que sería conocido el soberano del Reino de en Medio para la posteridad. Enfrentaba entonces dificultades muy concretas que lo llevaron a buscar una ideología que lo distinguiera de entre quienes fueron oponentes suyos en las décadas anteriores a su triunfo como unificador de China concurrentes por el predominio en el Reino de en Medio, a saber, el grueso de Duques y Marqueses vasallos del rey de Zhou (1050-256 A.E.C.)46. La mayoría de éstos alegaba que les correspondía el Mandato del Cielo por derivar sus familias de los linajes de Zhou o de Shang (como hacía el reino de Song, por ejemplo) por lo que era importante para el Emperador hallar legitimidad a un nivel superior al que apelaban sus predecesores dinásticos 47. Asimismo era consciente del carácter radical de sus reformas, que atentaban con fuerza en contra de los usos políticos del pasado y los intereses de ideólogos muy relevantes. Ambas eran dificultades ligadas con la interpretación histórica y en ese terreno se buscaba resolverlas. Era necesario, en primer instancia, combatir la idea de que desviar el rumbo político que se mantenía desde el pasado equivalía a resquebrajar el fundamento de la política en sí. Anteponer la búsqueda de la paz del reino al respeto pasivo a las formas y tradiciones era un medio para ello. Uno de 46 E incluso más tarde, pues no hay que olvidar que las antiguas Casas gobernantes habían sido trasladadas a la Capital tras la abolición de sus estados como forma de sometimiento y debilitamiento de su poder local. 47 Hsu, Cho-yun, Op. cit., p. 25-7 31 sus funcionarios, según sabemos, argumentaba en favor de la ruptura con el orden anterior y en contra del llamado de los letrados de formación clásica a volver a la idealizada usanza política de la Antigüedad concluyendo de los textos históricos que aquellos sabios soberanos habían implementado la política según la época y no de acuerdo con el principio de la imitación y continuidad de formas heredadas de gobernar 48. Así defendía que las disposiciones del soberano debieran corresponderse con las circunstancias cambiantes del presente. Otro de ellos anteponía la capacidad personal a las familiaridades y los vasallajes cuando afirmaba que, en razón de la “perspicacia y sagacidad” del Emperador, un reino antes débil y de pobre tradición arcaica, ahora había “pacificado las tierras entre los mares” y sometido a la gente, “dondequiera que brilla la luna y el sol”, y había logrado tales proezas justo cuando urgía fundar un estado que saliera al paso de la situación de auténtica anarquía predominante durante el periodo de los Reinos Combatientes (desde 403 A.E.C.). Ese consejero sentenciaba delante de él: “desde la antigüedad, nadie ha tenido el prestigio y las virtudes de Su Majestad”49. A la luz de los turbulentos siglos precedentes, no es de sorprender que equiparara los inauditos alcances de los logros políticos de Shi Huangdi con los de los reyes de la historia arcaica, reconocidos como pródigos forjadores de civilización. El gobierno dinástico de Zhou (1050-256 A.E.C.) había terminado catastróficamente, minado desde hacía siglos por sus mismos
Compartir