Logo Studenta

Allouch Jean - Letra Por Letra - Santiago Bilardo

Vista previa del material en texto

Jean Allouch
letra por letra
transcribir, traducir, transliterar
Traducción de M arcelo Pástenme, N ora Pastem ac 
y Silvia Pastemac.
Edelp
ECOIE LACANIENNE DE PSYCHANALYSE
Revisión de la traducción: Elisa Molina 
Diseño de Tapa: Virginia Nembrini 
Producción Gráfica: March Ríos Producciones
© Jean Allouch
© Editorial Edelp S.A. Cerrito 520. 5° C. Cap. Fed.
Versión en español de la obra titulada lettre pour lettre, de Jean Allouch, publicada 
originalmente en francés por Editions Érés, Toulouse, Francia, 1984.
Hecho el depósito que previene la ley 11.723 
I.S.B.N. N° 987-99567-0-2
N i en lo que dice el ana lizan te , n i en lo que dice el analista h a y otra cosa 
que escritura...
J. Lacan, seminario del 20 de diciembre de 1977
En prim er lugar, con el pretexto de que he definido el significante como 
nadie se había atrevido a hacerlo, ¡ que no se im aginen que el signo no 
es asunto mío! Muy al contrario es el prim ero,-será tam bién el último. 
Pero es necesario este rodeo.
J. Lacan Radiophonie (Radiofonía) 
in Scillcet, 2/3, p. 65.
Al introducir en el psicoanálisis el tríptico transcripción, traducción, 
transliteración, este libro intenta ceñir este “asunto” dando su consisten­
cia de escrito a ese “rodeo”.
Se ha intentado m antener ese camino abierto más acá de aquel punto 
de caída señalado por Lichtenberg cuando hacía notar que « C o m o lo 
dice m agníficam ente Bacon (Novum Organon. L. 1, 45 apha) “Donde 
el hom bre percibe apenas un poco de orden, supone inm ediatam ente 
d e m a s ia d o " » (Aforismos, p. 233/234 de la trad. francesa)
Introducción
para una clínica 
psicoanalítica 
del escrito
"En si psicoanálisis todo es falso, 
fuera de las exageraciones. ”
Adorno 1
Un amigo interesado en el psicoanálisis, para quien mi opinión tiene 
importancia -sin que, por otro lado, ni él ni yo sepamos exactamente por qué-, 
me confió un día una pregunta que lo preocupaba: “¿Cómo definen ustedes, 
decía, la salud mental?”
Ocurre a veces, con personas que no pretenden tener ninguna competencia, 
que hasta pueden incluso considerarse como no muy enteradas dei asunto, 
que llegan a ciertas observaciones o interrogaciones de una contundencia 
muy particular. Me pareció que éste era el caso, y di, con la ayuda de la 
conversación, una respuesta que, inmediatamente después de haberla emiti­
do, pensé que era del tipo de enunciados de los cuales el locutor sabe, en el 
momento mismo en que los formula, que dicen más de lo que él quena decir 
originalmente. Lasalud mental, tal fue mi respuesta entonces, es pasar a otra 
cosa.
¡Vaya una definición! Notarán ante todo que nos dejaba a los dos en las 
mismas, puesto que, como yo, este amigo sabía que no basta con imaginarse 
que se pasa a otra cosa, ni siquiera con hacerlo todo para satisfacer esta 
imaginación, para que ése sea efectivamente el caso. ¿Existe por ventura 
siquiera una oportunidad en que se pueda algún día atribuirle ese pasar a otra 
cosa a un sujeto? ¿No debemos, por el contrario, rendirnos ante la evidencia 
de que io que aparece como cambio en una vida no es más que la tentativa (a 
veces última) en que esa vida no cesa de no pasar a otra cosa? En ese sentido,
' hitado por M. Jay, en L'imaginaticn dialecüque. Payot, 1977, p.131
el interés de esta definición de la salud mental tendría un valor independien­
temente de la cuestión de saber si existe quien la satisfaga; muestra así no ser 
incompatible con esa designación de los humanos como “tan necesariamente 
locos” de la cual Pascal excluía que alguien pudiera salvarse.
¿Qué es entonces el encuentro del psiquiatra y su loco sino un intento del 
primero por volver operante, con respecto al segundo, el deseo de que pase 
a otra cosa...que no sea su alienación? Evoquemos la figura de Pinel (se 
perfila siempre detrás de la de Charcot) organizando toda una puesta en 
escena, convocando a algunos colegas para hacerlos sesionar, vestidos como 
es debido, en un simulacro de tribunal revolucionario, para obtener de uno 
que creía ser objeto de una condena de muerte por haber dicho en público 
palabras de un patriotismo dudoso, y gracias a la absolución que le sería así 
(en las formas) significada que renuncie a su creencia delirante, que acepte 
finalmente cambiar lo que Pinel ño teme designar como “la cadena viciosa 
de sus ideas”. Se toma en cuenta aquí, de manera notable, el propio discurso 
del alienado 2. Sin embargo, se pasa al costado de la alienación (de hecho, 
si “tratamiento moral” fracasa) al apoyarse, para contradecirlo, sobre lo que 
quedaría de razón en el loco, sobre lo que le haría admitir, por ejemplo, puesto 
que un tribunal lo absuelve, que ya no le queda más que considerarse no 
culpable y expulsar de inmediato esos delirantes pensamientos que hacían 
de él un postrado permanente.
Esta forma de empujar al otro a pasar a otra cosa se encontró nuevamente, casi 
tal cual, en el psicoanálisis. Sin embargo, el hecho de que la cuestión de la 
salud mental sea planteada como tal, pero a pesar de todo en otro lugar 
diferente del lugar donde ejerce el psiquiatra, introduce un notable desfasaie, 
sugiere que hay algunos (no son excepcionales los casos de psicóticos que se 
encuentran en esta situación) que consideran, al menos como posible, otra 
forma de “salirse de eso”.
De hecho, es lo que dio a entender, en ciertos momentos privilegiados, el 
discurso de! psicoanálisis. Así, quien se dirige a un psicoanalista, cuando ya 
no puede sostener el no pasar a otra cosa, “sabe” (por lo menos con esa forma 
de saber que implica toda efectuación) que no hay otra vía para salir de tal 
situación que la de autorizarse a internarse en ella. Si hay aquí una 
posibilidad para el pasar a otra cosa, sólo podría advenir si uno pasa, una vez 
más, por la cosa del otro, lo que equivale a agregar más de lo mismo. El 
psicoanalista suscribe a eso en tanto acepta ante todo reducir su respuesta al 
monótono “asocie”, es decir, dando la palabra a quien se dirige a él, abriendo 
así el campo al desarrollo de la transferencia.
Pero, se dirá, Pinel tampoco ignoraba que sólo era posible pretender pasar a
: Ph Pinel, Traité médico-philosophíque sur l alié no ¡ion mentóle ou la manie, Año IX Réd. 
Cerde du livre précieux, París, 1965, p.53 y 233 a 237.
otra cosa si se pasaba por la cosa del otro. ¿Acaso no es justamente eso lo que 
él ponía enjuego cuando recomendaba “domesticar” , e incluso “domar” (son 
sus propias metáforas) al alienado? De aquí se desprende que esta forma de 
decir no es suficiente y que la cuestión estriba más bien en la distinción de 
los diferentes modos de ese pasaje; si bien es concebible, en efecto, que no 
son todos equivalentes, de cualquier forma conviene delimitar con precisión 
lo que los diferencia.
Como toda cuestión elemental, ésta es difícil de tratar. Si domesticar al 
alienado para alejarlo de su alienación aparece efectivamente como una 
forma de llevarlo a presentarse en un terreno que será otro para él (aquel 
donde todos están consagrados a “la utilidad pública” - última frase del 
tratado de Pinel), se intuye, sin embargo, que ese tipo de relación con ei otro 
difiere sensiblemente de la que se instituye para alguien a partir del momento 
en que se le da la palabra. Sin embargo, esto sigue siendo confuso en parte, 
y todo ocurre como si, en lo inmediato, no fuera posible explicitar los 
diversos modos de ese pasaje con las palabras de todos los días. Así, por 
ejemplo, no se está en condiciones de poder simplemente nombrarlos, 
establecer una lista de ellos y, de esta manera, contarlos.
Ante esta dificultad, ¿lograremos enfrentarnos, por ejemplo, a la oposición 
de lo que dependería de la sugestión y de lo que estaría exento de ella? 
Podemos, en efecto, pensar la domesticación como una forma de sugestión 
y recordar que este término, desde un punto de vista nocional, y también 
práctico, sirvió durante un tiempo para designar cierto modo de acceso -¿o 
quizás debamos decir de no-acceso?- a la alteridad. Sin embargo,incluso si 
consideramos el camino abierto por Freud como algo que se inscribe a 
contrapelo de ese intento, no podríamos extraer de allí ninguna bipartición 
para una clasificación de los diversos modos de este acceso/no acceso. En 
efecto, resulta evidente que la sugestión plantea una cuestión en el psicoaná­
lisis mismo (Freud da testimonio de esto) y no podría ser tomada entonces 
simplemente como lo que el psicoanálisis rechazó para constituirse.
El descartar toda oposición demasiado reduccionista parece acrecentar la 
dificultad. Con todo, ofrece la ventaja de dar un lugar a lo que se llama la 
experiencia. Se calificará a ésta de “clínica” por el hecho de que se podrá ver, 
en la clínica, uno de los intentos mayores de producir una descripción -si no 
un análisis- de los diversos modos de la relación con la alteridad, de las 
formas a la vez variadas y variables con que cierta alteridad no cesa de ser 
aquello alo que un sujeto se enfrenta, aquello a lo cual responde en su síntoma 
(neurosis), a veces aquello a lo que responde en su existencia (psicosis) o en 
su carne ( enfermedades llamadas “orgánicas”).
Al invitar al analizante a volver a pasar por la cosa del otro, el psicoanálisis 
ha introducido una forma nueva de recolectar el testimonio de la clínica. De 
ello resultó una clínica psicoanalítica, cuyo rasgo notable es que no ha roto 
radicalmente con la psiquiátrica, sino que ha introducido, con respecto a ella, 
cierto número de rupturas, de desenganches, de desfasamientos, de despla­
zamientos de cuestiones, de reformulaciones e incluso de objetos “nuevos”. 
Cada uno de esos elementos vale como la singularidad de una diferenciación 
que logró establecerse; ya se ha dicho: “Dios está en el detalle”. ¿Acaso no 
comprobamos que toda gran cuestión de doctrina psicoanalítica, cuando se 
la estudia de cerca, remite a un punto localizado de una observación clínica? 
Un ejemplo: por el hecho de que el análisis de Serguei Pankejeff no atribuye 
otro sentido al lobo más que el de sustituto del padre, Freud sitúa, lo cual 
estaba lejos de ser evidente, la oralidad como una pregenitalidad, como 
marcada por lo genital3.
Así, la experiencia del análisis reelabora, a veces por fragmentos, a veces por 
bloques enteros, el saber clínico. Este libro da cuenta, me parece, de esto. 
Establece primero cómo y en qué el camino abierto por Freud rompió con 
cierto abordaje clínico (será necesario precisar su estatus), introduciendo así 
una nueva manera de interrogar a la experiencia, otra posibilidad de acceso 
a la locura. A partir de esto, permite comprender cómo la clínicapsicoanalítica 
así inaugurada se encontró definida (pero también puesta en acción), con 
Lacan, como una clínica de lo escrito.
¿Cómo situar el camino abierto por Freud, el desenganche a partir del cual 
pudo comenzar a formularse una clínica psicoanalítica? Que la experiencia 
analítica haya ocupado el lugar mismo dor.de desfallece lo que la lengua 
francesa condensa bajo el término de “droga”, esa droga que debía, para 
Freud, asegurar la estabilidad de la relación médico/paciente, mantenerla en 
la evidencia triunfante de una bipartición no cuestionada, tabes lo que puede 
leerse en la aventura de Freud como cocainómano (cap. I). El caso es tanto 
más notable cuanto que es posible descubrir allí por qué vías puede cesar el 
enganche de un sujeto con su síntoma. Es en esa falta misma de un 
medicamento/síntoma, a partir de esa falta reconocida, que Freud iba a 
hacerse primero el incauto de la histérica presentándose como el heraldo de 
una teoría histérica de la histeria. De la desfalleciente cocaína al sueño de una 
inyección de trimetilamina, luego de la presentación de la trimetilamina 
como fórmula hay un recorrido, una serie de fracasos diferenciables si no es 
que ya diferenciados. El segundo de esos fracasos fue realizado por un 
Charcot, quien supo elevarlo a la calidad de bufonería pública gigantesca. 
Freud no lo suscribió en absoluto, pero puso su atención en esto y hasta tal 
punto que, para marcar su elección de Ana O. en lugar de Porcz o Pin (dos
3 Cfr. El '.énr.ino de "El hombre de ios lobos", J. Ál’ouch y E. Porge, en O m i c a r no. 22/23, 
1981, Lyse Ed., Pa/ís.
enfermos de Charcot que Freud conoció en la demasiado célebre presenta­
ción), dejó que su pluma fuera guiada por las sugestiones de la histérica 
(Capítulo dos). La cosa freudiana, es sabido, no se detuvo allí, y es el sueño
o, más exactamente, su interpretación analítica, lo que vino a desplazar el 
simple juego de una oposición entre una versión universitaria de la histeria 
y la teoría de la histeria tal como la propone la histeria misma.
Así, el análisis del desenganche al que le debemos poder hablar de una clínica 
psicoanalídca se cierra aquí con una retoma de la cuestión del sueño 
(Capítulo tres). Por lo menos provisoriamente, ya que ese hilo encuentra su 
prolongación en la transferencia. Que el revelamiento de la transferencia sea 
uno de los mayores trutos de la clínica analítica no quiere decir, sin embargo, 
que haya podido resolverla. Se verá cómo, únicamente al término de un 
camino a la vez clínico y doctrinario, es posible concebir un abordaje de la 
transferencia. En efecto, nada puede afirmarse hoy para situar a la transfe­
rencia (o sea: después de Lacan, sobre todo después de la disolución de la 
Escuela Freudiana de Paris tomada como un acontecimiento mayor del 
“retomo a Freud” de Lacan) sin tomar en cuenta lo que Lacan señaló como 
“el campo propiamente paranoico de las psicosis”. Por esta razón aquí se 
propone al final del recorrido un ciframiento de la transferencia (Capítulo 
nueve).
Se comenzó dicho recorrido clínico con la toxicomanía, y luego con la 
histeria. Pero el hecho de haber tomado el asunto cada vez al nivel del caso, 
de lo particular, no deja de procurar un beneficio de doctrina, que el análisis 
del sueño pone claramente al desnudo. La clínica abierta por Freud, al 
otorgarle al sueño, esto es el hecho decisivo, el valor de una formación literal, 
se define entonces como una clínica de !o escrito; a partir de allí, armado con 
esa clave, se pueden retomar algunas de las grandes cuestiones clínicas como 
la fobia (Capítulo cuatro), el fetichismo (Capítulo cinco) o aun la paranoia 
(Capítulo ocho). ¿En qué puede una clínica de lo escrito renovar al análisis 
de esos diversos modos de la relación con el otro? Tal es la cuestión de la que 
se espera que, de ser tratada, no deje de tener consecuencias sobre la práctica 
del psicoanálisis. Así es como el análisis de la apertura freudiana, del desfase 
del abordaje freudiano con respecto a cualquier otro establecido antes, se 
desarrolla en extensión, despejando algunas vías de una clínica analítica que, 
aún hoy, permanece en gran medida sin cultivar.
Sin embargo, a estos dos hilos enlazados (la historia del psicoanálisis, la 
formulación de una clínica analítica), se agrega un tercero, doctrinario esta 
vez (cfr. Tercera parte: doctrina de la letra). A decir verdad, no es pertinente 
oponer la doctrina a la clínica, puesto que se demuestra, al contrario (la
experiencia lo verifica en todas las ocasiones) que mientras más literal se 
haga una observación, más próxima resulta de lo que se da a leer, más 
fácilmente localizable será (a veces incluso formulado tal cual) el punto de 
doctrina que se encuentra implicado en ella. Sin embargo, sigue siendo cierto 
que la cosa no es retomada automáticamente en la-doctrina; que hay en ella 
algo de oportunidad, de una fortuna que depende de otro registro totalmente 
distinto al de la maestría. De no haber tenido lugar tal oportunidad, no creo 
que se hubiera justificado verdaderamente la recopilación de esos estudios 
clínicos en un libro; y quizá sin la puesta enjuego de la nominación de que 
se va a tratar ahora, la doctrina se habría encontrado una vez más no 
cuestionada por la clínica. Lacan: “La nominación es la única cosa de la que 
estamos seguros de que hace agujero.” 4
Una clínica de lo escrito,¿qué quiere decir? Basta con haber singularizado 
así la clínica analítica para que se presenten cierto número de cuestiones que 
resulta extraño que hayan sido tan poco abordadas. La primera es quizá la 
de la lectura; si un sueño debe ser tomado como un texto, ¿en qué consiste el 
hecho de leerlo? Y de manera más general, si el psicoanálisis opera a partir 
del hecho de que basta que un ser pueda leer su huella, para que pueda 
reinscribirse en un lugar distinto de aquel de donde la ha tom ado5, ¿qué se 
necesita que sea esta lectura para que produzca, sin otra intervención (cfr. el 
“basta”), una reinscripción del ser hablante en un lugar distinto?
Sobre este punto preciso, consultaremos a Lacan. Quiere decir que nos 
dirigimos a él en cuanto lector, capaz de aclarar (cuando estudiamos de cerca 
su manera de leer) lo que significa “leer” en psicoanálisis. Es claro que este 
sesgo es específico, incluso si se puede notar que está en la línea recta de la 
relación de Lacan con Freud, ya que es efectivamente como lector de Freud 
que Lacan se posicionó, y que por haberse enganchado a la letra de Freud su 
“retomo a Freud” pudo ser reconocido como efectivamente frswdiano.
A partir de ese lazo disimétrico de Lacan con Freud, no hay ninguna paradoja 
en elegir interrogar a Lacan, antes que a Freud, sobre lo que quiere decir 
“leer” desde un punto de vista freudiano. Esto se verifica en los hechos: la 
lectura freudiana del presidente Schreber o de Herbert Graf se vuelve más 
aguda, más precisa, más rigurosa cuando es retomada por Lacan. Hay una 
firme decisión metódica que contradice lo que se imagina de un plus de 
verdad concedido al testigo directo, a la presencia, a la inmediatez; esta 
decisión, al valorar, por el contrario, el testimonio indirecto, ya proporciona 
una indicación sobre lo que puede ser una clínica del escrito. Sabemos que 
Lacan, en la proposición llamada “de octubre de 1967”, al hacer depender la 
nominación al título de analista de la escuela del testimonio indirecto de
4 Lacan, R.S.I., Seminario desgraciadam ente inédito del 15 de abrí! de 1975.
5 Lacan, Seminario desgraciadam ente inédito de! 14 d e mayo de 1969-
“passeurs", dio todo su peso a esta forma de testimonio. Sin embargo, este 
peso no debe llevar a desconocer que la cosa era homologa al hecho de que 
un analista no va generalmente a verificar la exactitud de una declaración del 
analizante concerniente a un tercero, sino que se atiene, allí también, al 
•testimonio indirecto.
Sin embargo, la decisión de valorar el testimonio indirecto no podría 
justificarse a priori, puesto que depende de la verificación de la apuesta según 
la cual, en ciertas condiciones, el testimonio indirecto efectúa mejor el bien 
decir aquello de lo que se trata. Ahora bien, no elegiremos aquí construir el 
tratado que fundamentaría la pertinencia de estas condiciones, sino que nos 
internaremos en esta decisión a reserva de que algunas de ellas puedan 
encontrar su formulación en el camino. La cosa no se juzgará entonces por 
sus frutos, sino por una cierta calidad de estos frutos.
Hay aquí un eje metodológico para una clínica del escrito. Así, la fobia, el 
fetichismo y la paranoia se estudiarán a partir de lo que Lacan dio testimonio 
de haber leído acerca de ellos. Y ya que hay solidaridad entre la puesta en 
práctica del testimonio indirecto y el tomar en cuenta el caso como caso, el 
estudio del testimonio de Lacan se concentrará sobre algunas de sus lecturas, 
aquellas sobre las cuales se detuvo el tiempo que fue necesario para examinar 
las cosas en detalle; se tratará de su lectura de! “pequeño Hans”, de André 
Gide (con el testimonio indirecto que constituye ei estudio de J. Delay) y del 
presidente Schreber.
Pero consultar a Lacan en tanto lector (y por lo tanto consultarlo sobre lo que 
es leer) reservaba una sorpresa. El cuestionamiento así entablado debía 
conducir a evidenciar una forma de lectura en Lacan, forma que, una vez 
enunciada, no podía más que ser reconocida por cualquiera que aceptara ver 
la cosa más de cerca. En efecto, podemos comprobar que cada una de estas 
lecturas que Lacan prosiguió hasta recibir él mismo una enseñanza de ellas 
(y así hacer enseñanza de esta enseñanza) se caracteriza por la puesta enjuego 
de un escrito para la lectura, para el acceso al texto leído, a su literalidad. 
Lacan lee con el escrito; y una clínica del escrito revela así ser una clínica 
donde la lectura se confía al escrito, se deja engañar por el escrito, acepta 
dejar que el escrito la maneje a su antojo.
Esto no quiere decir por cieno que cualquier escrito sirva igualmente. 
Pensemos solamente en los seminarios consagrados por Lacan a la construc­
ción del grafo que le iba a permitir leer uno de los más comentados chistes 
recopilados por Freud. ¡Dos años! Pero hablar del cuidado que esto puede 
a veces reclamar no significa responder a la pregunta sobre lo que funda la 
pertinencia de tal escrito para ser el escrito que conviene a! objeto de esta
lectura. Ahora bien, la pregunta es decisiva puesto que la lectura escogió 
ponerse bajo la dependencia del escrito, puesto que el objeto es quizás tan 
sólo lo que resulta de la puesta en práctica del escrito en la lectura.
Lo abrupto de la cuestión no quiere decir que no se sepa que ésta encontró, 
en otros campos, su solución. Implica que haya lectura y lectura y que no sean 
todas equivalentes; ahora bien, hay un terreno, como el de la egiptología, 
donde estas diferencias han entrado en juego en el punto preciso en que, como 
consecuencia de cierta lectura, esta disciplina pudo ser reconocida como tal, 
es decir, como un procedimiento razonado. ¿Por qué se olvida que se “leían” 
(esas “ ” constituyen todo el problema) los jeroglíficos mucho antes de que 
Champollion los descifrara? ¿Y acaso no tenemos la impresión justificada 
de que cierta lectura clínica es exactamente de! mismo tipo que cierta lectura 
de los jeroglíficos antes de Champollion? Tuvo razón ese analizante que se 
despidió discretamente de su psicoanalista luego de esa sesión donde lo oyó 
proferir la obscenidad según la cual, con lo que le decía ese día, él, el 
analizante, realizaba “la castración sadico-anal de su padre” . ¡No hay que 
dudar que este analista creía leer! ¡E incluso, al hacer esto, interpretar! Y 
ciertamente no es la sustitución aquí de términos de Freud por términos 
lacanianos lo que cambiará algo del estatus de ese tipo de lectura6.
Si bien hay efectivamente lectura y lectura, es necesario también captar 
mejor lo que es leer con lo escrito -no solamente para establecer una especie 
de abanico de diferentes lecturas, sino también para poner obstáculo al 
desarrollo, en el psicoanálisis, de algunas de ellas. ¿Acaso fue una casualidad 
que haya sido a propósito de la lectura lacaniana del “pequeño Hans”, es 
decir, de un caso de fobia, de un caso bisagra entre la neurosis y la psicosis, 
que se produjo la nominación que iba a permitir ordenar el conjunto de la 
cuestión?7. De todas maneras, una vez franqueado el paso de esta nomina­
ción, vista aprés coup, la cosa parece, hablando con propiedad, trivial. En 
efecto, leer con el escrito es poner en relación lo escrito con el escrito, lo que 
se llama, allí donde ocurre frecuentemente que se deba pasar por esta 
operación -es decir, en la filología- una transliteración. Reconoceremos, 
entre diversas formas posibles de “leer” , la que se distingue como una lectura 
con el escrito cuando se descubra que esta lectura no constituye callejón sin 
salida sobre la transliteración.
La transliteración interviene en la lectura al enlazar el escrito a lo escrito; da 
así su alcance a lo que se admite generalmente (y particularmente en Lacan. 
quien sigue en esto la opinión general) como la secundariedad de lo escrito. 
Esta secundariedad no adquiere importancia tanto con relación aunapalabra;
á Lo que distingue a esta aventura de la práctica más com ún hoy consiste en que aquí 
el analizante supo que e! coso (ei de su analista)era incurable, que no quedaba más, 
por i o tanto, que despedirse y dar testimonio. Cfr. F. Pe raid i, revista Interpretación, no. 
Z .1,
7 Hemos escogido un orden de presentación que difiere de! o rden de elaboración.
sino que más exactamente, ia secundariedad de lo escrito con respecto a la 
palabra es sóio ¡a secuela de la secundariedad fundamental de lo escrito con 
respecto a sí mismo. Lo escrito, esto es, lo que resulta de su definición por 
la transliteración, tiene ya, una vez más, que ver con lo que Queneau inventó 
creando el nombre de “segundo grado”. ¿Por qué imaginar menos presencia 
en esta secundariedad cuando basta con admitir que es adyacente a ella otro 
modo de presencia? Sobre lo que anuda a lo escrito con cierto modo de la 
presencia del otro, no es posible no consultar la experiencia psicótica; ella 
permitirá que este cuestionamiento se prolongue, que se delimite mejor la 
manera en q îe el escrito puede desactivar cierta presencia respecto de la que 
nos limitaremos a mostrar nuestro juego, en estas páginas introductorias 
llamándola persecutoria8.
La transliteración es una operación a la que se apela tanto más cuanto más 
difiere lo que hay para leer, en su escritura, del tipo de escritura con el cual 
se constituirá la lectura. Sabremos aprés-coup si esta lectura literal habrá 
sido efectivamente eso. Ahora bien, escribir lo escritoes cifrarlo y esta forma 
de leer con el escrito merece entonces ser designada como un desciframiento.
La referencia de Freud a Champollion para la interpretación de los sueños, 
pero también, y de manera más general, para el análisis de toda formación del 
inconsciente, la nominación por Lacan de estas formaciones como cifrados 
(“cifrado inconsciente”), ¿confirmarían la revelación de cierta forma de 
lectura para el psicoanálisis? ¿Confluirían con el privilegio otorgado en el 
psicoanálisis freudiano a cierto tipo de lectura tal como su localización se 
había revelado posible en Lacan? Más allá de esta eventual confirmación, 
¿resultaba posible precisar mejor en qué se especificaba esta lectura?
Esta prueba debía mostrar que ia transliteración no basta, por sí sola, para 
definir una forma de la lectura; que ponerla en juego en la lectura es una 
operación simbólica que revela estar articulada, en cada caso, con otras dos 
operaciones que son la traducción (del registro de lo imaginario) y la 
transcripción (operación real). Así, la cuestión de los diferentes tipos cíe 
lectura encontró su formulación al construirse como la cuestión de los 
diversos modos posibles de articulación de estas tres operaciones.
Es claro que, tanto en Freud como en Lacan, el empleo de los términos 
“traducción” o “transcripción” está poco precisado. Así, Freud habia, a 
propósito de la interpretación de los sueños, de “traducción” , pero es para 
corregir la cosa diciendo que no se trata propiamente de la transmisión de un 
sentido de una lengua a otra, sino más bien de un desciframiento como el de 
Champollion. Ciertamente, descifrar no es traducir, pero se necesitó la 
ubicación de la transliteración tanto en. el desciframiento de Champollion
8 Cfr. Ei discordio paranoico, capítulo siete.
como en el trabajo de la elaboración del sueño para poder, a partir de eso, 
definir lo que focalizaba la traducción y la transcripción. Escribir se llama 
transcribir cuando el escrito se ajusta al sonido; traducir, cuando se ajusta 
al sentido, y transliterar cuando se ajusta a la letra.
El objeto de este libro es la introducción de este tríptico en la doctrina 
psicoanalítica, y luego el estudio de una primera ubicación de lo que se 
encuentra aclarado, e incluso modificado por él.
Transcribir, traducir, transliterar. Cuando se mira tal o cual caso con un poco 
de detalle, estas operaciones no aparecen nunca puestas enjuego indepen­
dientemente unas de otras. Por eso, las definiciones que siguen, si bien no 
dejan de tener efectos prácticos, consecuencias acentuadas, designan con 
todo operaciones que son todas aislables, pero que no se encuentran en estado 
completamente aislado; se tratamás bien de lapredominanciade una de ellas, 
de una especie de juego que consiste en tomar ventaja y poder más, o incluso 
en tomar el paso y ganar de maño (en contrapunto radical, entonces, con un 
“no tomar”).
* Transcribir es escribir ajustando lo escrito a algo que está fuera del campo 
del lenguaje. Por ejemplo (es el caso de transcripción más frecuente, o, por 
lo menos, el mejor estudiado) el sonido, reconocido fuera de este campo a 
partir del momento en que lalingüísticasabedistiguir “fonética” y “fonología”. 
No olvidaremos hacer notar, con respecto a esto, lo que separa a la lingüística 
del psicoanálisis: allí donde un Jakobson se contenta con los dos términos, 
sonido y sentido, y entonces, tan sólo con la transcripción y la traducción9, 
se hace aquí referencia, no a dos sino a tres operaciones, no a dos sino a tres 
términos. Se notará, además, que nos ejercitamos en transcribir -desde los 
movimientos complejos de la danza hasta el simple juego de cara o cruz- 
muchos otros objetos además de los sonidos.
Haremos observar aj usto título que a partir del momento en que transcribimos, 
entramos en el campo del lenguaje y que el objeto producido per la 
transcripción nunca es otra cosa que objeto determinado, él también, por el 
lenguaje. Sin embargo, la transcripción toma esta de terminación a contrape­
lo, quiere anotar la cosa misma, como si la anotación no interviniera en la 
toma en cuenta del objeto anotado 10. Hay ahí, para la transcripción, un 
tropiezo real, ya que el objeto al que se apunta no será nunca el objeto 
obtenido, pues es imposible que produzca el tal cual del objeto. La
,J R. Jakobson, SU legons sur le sun el lesens. Les cdiúons de minuit, París, 1984.
10 Los distribuidores en Francia (y en los países de hablaespañola) de ta película estadounidense 
titulada con ¡a acrofonía E. T. eligieron no transcribir este título, lo que hubiera dado, una vez 
escrito, IT!, sino transliterar E.T. (se trata de un grado débil de transliteración pues opera de una 
escritura alfabética a otra escritura también alfabética y. además, con dos alfabetos que denen 
un origen común). Asi, la clase culta pronuncia “iri" donde el pueblo dice “e té E lim in e m o s 
el hecho de la influencia cultural y entonces aparece más puro ei fenómeno que diferencia la 
transcripción de la transliteración: si se translitera, se produce otra pronunciación, sí se 
transcribe, se pro-'.uce otra escritura.
transcripción se obstina (en el sentido en que no suelta su presa) sobre este 
punto de tropiezo y, a] obstinarse, tropieza, choca con él. De ahí su ubicación 
como operación real en el sentido en que Lacan, con Koyré, define el real per 
lo imposible. Pero la transcripción no podría por sí sola tener acceso a este 
real. Porque el escrito que pone en acción no encuentra en ella su estatus y 
así ella no puede, manejando algo de lo que no sabe dar cuenta, de ninguna 
manera auto-fundarse.
*Traducir<¡s escribir ajustando lo escrito al sentido. La operación correspon­
de tanto más al imaginario cuanto que el traductor, al tomar el sentido como 
referencia, se ve impulsado a desconocer su dimensión imaginaria. Aparece 
así como una necesidad que no baya teoría de la traducción -no a causa de tal 
o cual desfallecimiento o dificultad, superable en principio - sino porque ia 
traducción es una práctica no teorizable; el sentido tornado como objeto da 
en efecto inmediatamente demasiado asidero para la aprehensión (una de las 
figuras de lo inaprehensible), aunque más no sea porque siempre es posible 
que intervenga el infaltable astuto que interrogue a cualquiera que pretenda 
haber captado un sentido con un ‘Pero ¿qué sentido tiene ese sentido?" El 
sentido, de esta manera, al menos por lo que se dice, “se profundiza”, se 
vuelve más denso, más pesado, y el enredo sirve al astuto que, con el pretexto 
de decir el verdadero sentido profundo de la cosa, intenta imponer supropia 
visión. De esta inclinación, el psicoanálisis extrajo su desagradable defini­
ción de “psicología de las profundidades”. Vemos, con el caso de “la 
castración sádico-anal de su padre”, citada más arriba, hasta qué punto la 
profundidad del sentido crece en relación inversa a la literalidad de la toma 
en cuenta de lo que se traduce.
Por eso generalmente la traducción pretende ser “literal” , lo que no designa 
otra cosa que su búsqueda de puntos de anclaje fuera del solo transporte del 
sentido al que se consagra; la traducción necesita otra referencia además del 
sentido para luchar contra lo que Lacan hacía notar cuando decía que el 
sentido pierde como un recipiente agujereado. Con sentido no se detiene la 
pérdida del sentido 11.
* Transliterar es escribir ajustando lo escrito al escrito; por eso la especificidad 
de esta operación se advierte allí donde se trata de dos escrituras diferentes 
en su principio mismo. Podremos ver y,- me parece, demostrar, cómo esta 
transferencia de una escritura (la que escribimos) a otra (ia que escribe) 
permite señalar como simbólica la instancia de la letra. Pero esta definición 
de la letra por la transliteración no implica que debamos suponer algo como 
una autonomía radical del escrito, que haya que mantenerlo como cerrado 
sobre sí. Al contrario, la secundariedad de la cual la transliteración extrae, 
de alguna manera, las consecuencias, pide que se reconozca que el escrito se
11 J. Lacan, "Intervención", en Leltres de l'Ecnle Freudienne, no. 15, junio tíe 1975, p.72.
constituyó primero apoyándose sobre algo de un orden diferente al de la letra, 
de un orden que la historia de la escritura muestra haber sido el del 
significante -lo que designa también al orden numérico, o geométrico, o 
musical..., etc. Esto quiere decir que la transliteración parte de la transcrip­
ción; incluso si es de la primera que la segunda puede, aprés-coup, extraer 
su razón. Por otro lado, debe hacerse notar que, en su articulación más común 
-no a la transcripción sino a la traducción- la transliteración, cuando se 
impone concretamente, está al servicio de esta última o, más exactamente, al 
servicio del anclaje de la traducción en la literalidad.
Si transcripción, traducción y transliteración; si escritura del sonido, del 
sentido y de la letra no se ponen a actuar de manera aislada, ¿cómo se 
articulan estas operaciones? ¿Y cómo definir, desde estas diferentes articu­
laciones, lo que serían los diversos modos de la lectura?
No hemos pretendido forjar aquí una respuesta apriori desarrollando como 
conceptos los términos “transcripción” , “traducción” y “transliteración” ; 
una búsqueda de este tipo hubiera dejado escapar, en efecto, el hilo mismo 
de la cuestión que no se refiere al estatus del concepto, sino al de la letra. Por 
lo tanto, el estudio literal de ciertos casos debía, mejor que cualquier otro 
procedimiento, mostrar algunas articulaciones posibles (en tanto que testifi­
cadas) de estas tres operaciones. Esta forma clínica ofrece el inconveniente 
(o lo que parece serlo) de no permitir encarar la exhaustividad de las diversas 
articulaciones dibujadas; pero cada caso estudiado, por ser un caso concreto, 
por provenir de un análisis literal se ofrece como susceptible de ser discutido. 
Respondemos así en los hechos a la contundente afirmación de K. Popper 
para quien eran refutables las interpretaciones analíticas. Ciertamente, 
Popper es confirmado cuando la interpretación pretende ser una traducción 
de las profundidades; pero una interpretación que consiste en una lectura- 
desciframiento puede ser objeto de un examen racional!2.
El análisis de la secuencia incidente de la víspera/sueño/interpretación del 
sueño (se necesita no un sueño solo, sino una secuencia así para que la 
cuestión cifrada en un sueño se pueda cerrar) que introduce aquí el tríptico 
transcripción-traducción-transliteración (Cap. II!) muestra cómo un 
psicoanalizante, por haber traducido (sin saberlo, por otro lado) una frase 
escuchada la víspera y haberobtenido así algo inaceptable para su Yo, puede 
verse llevado a retomar el asunto en sueños, a leerlo (transliterándolo con el 
escrito que es el sueño) de otro modo. Mostraremos también cómo ei juego 
de estas tres operaciones interviene en algunas lecturas de Lacan. Finalmen­
te, con el señalamiento de su puesta en juego en el desciframiento de los 
jeroglíficos, mostraremos que no se trataba, en la referencia de Freud a
, : Pnra u n desarr ol lo de es ín cuestión, cfr. aquípp. 210-11. Cfr. j, Lacan: '‘No hay ninguna razón 
para que no se pueda poner mi enseñanza en falte.” Scm. del 13 de enero de 1977.
Champollion, de una simple alusión capaz de aclarar el camino abierto por 
Freud, sino de ese camino mismo.
Toda formación del inconsciente es un jeroglífico, en el sentido elemental 
de resistirse a la captura inmediata, de no ser transparente y de que sólo se deja 
leer con un trabajo de desciframiento. Pero si este trabajo reclama la 
asociación libre, y apela con justa razón a la palabra del analizante, ¿qué es 
lo que enlaza a ésta con aquél?
En Lacan, esta cuestión es la de la relación entre el significante y la letra. Al 
presentar lo que es la conjetura de Lacan sobre el origen de la escritura (Cap. 
VII), mostraremos cómo la letra toma a su cargo el significante y hasta lo 
separa de su referente (el objeto es metonímico) en la unión precisa donde la 
letra encuentra su estatus literal en la transliteración.
De este modo, resulta coherente que haya sido un psicoanalista -Lacan- quien 
hay a llegado a redefinir las modalidades de la lógica clásica a partir de “lo que 
cesa de escribirse”. Sólo un abordaje de lo escrito en cuanto tal puede, en 
efecto, dar cuenta del hecho de que es posible a veces que se desvanez.ca lo 
necesario del síntoma; que aquello que, de escribirse, no cesa, llegue a cesar 
de no escribirse. Tan sólo con citarlas así se pone inmediatamente de 
manifiesto que estas definiciones lacanianas de las modalidades implican 
dos modos de lo escrito; la transliteración es el nombre de lo escrito en tanto 
que sólo toma existencia como escrito por ese redoblamiento.
Pero esa relación literal con la letra como “estructura esencialmente locali­
zada del significante” ¿no es acaso exactamente lo que presentifica el 
psicótico? Y sí hay que asociar' así, incluso asimilar la interpretación 
delirante y la interpretación analítica, ¿qué es lo que vendrá a diferenciar, a 
fin de cuentas, un psicoanálisis de lo que Lacan llamaba un “autismo de dos” n? 
Aquí se confirma que no deja de tener consecuencias, e incluso frutos, la 
diferenciación de la transcripción, de la traducción y de la transliteración. 
Como veremos resulta que da la posibilidad de precisar el estatuto de lo que 
fue señalado por Lacan como “Nombre-del-Padre”, de enunciar lo que 
particulariza a este significante y, al mismo tiempo, aquello en lo queconsiste 
el proceso de la forclusión.
“En el psicoanálisis -escribía Adorno- todo es falso fuera de las exageracio­
nes” ; esto era otorgar un gran crédito al psicoanálisis. Diremos, más 
limitativamente, que exagerar sobre lo escrito es la única posibilidad para el 
pasar a otra cosa; eso el paranoico lo dice. La experiencia psicoanalítica 
(“paranoia dirigida”, decía Lacan) bordea así la experiencia psicótica. Entre 
las dos, está la fina hoja de la transferencia, ¿Hace la transferencia corte 
cuando se cierra su efectividad? Dejando por el momento de lado la cuestión
,J J. Lacan. Seminan o inédito del 19 de abril de 1977.
de saber lo que, como falta, se obtiene de esto -o no-, nos limitaremos, en el 
presente recorrido de la clínica analítica, a ciirar y así descifrar su forma de 
ejecución de la intención con que Freud había marcado la necesidad diciendo 
que nadie podía ser matado [tué] (Lacan, puesto que su punto de partida es 
la paranoia, escribe “tu es” [tú eres]) in absentia aut ín effigie.
¿Qué ocurre con la letra cuando, tras un tiempo de sufrir una demora en latransferencia, y de perder luego -a veces- por ella, su valor neuróticamente 
estimable de lo inédito, alcanza así su público? ¿El discurso viene entonces 
a tomar el relevo al acogerla? Mostraremos que la discursividad no puede ser 
recibida como la palabra final. Y que la letra que sufre una demora, en su 
insistencia, no cesa de interrogar al análisis sobre el estatus -precario- que da 
a lo sexual.
Primera parte
acerca del camino abierto por Freiid
Este camino abierto es presentado aquí como lo que abre el campo de una 
clínica psicoanálitica.
Mostraremos que esta apertura sólo fue posible al precio de rupturas 
( Charcot, Breuer, Fliess) que, más allá de los conflictos de personas, 
debieron apelar nada menos que a cambios de discurso.
Leeremos entonces algunas de esas rupturas, tomadas entre las primeras, 
con la escritura lacaniana de los cuatro discursos.
Habrá sido necesario que Freud encontrara serios obstáculos -y que haya 
sabido no descuidarlos- para que se autorizara a apartarse del discurso 
dominante.
El asunto de la cocaína es uno de esos obstáculos; Freud coquero habría 
sido, como tal, un médico según su anhelo; este obstáculo es entonces el 
lugar mismo de su ruptura con la medicina.
En su ruptura con Charcot encuentra otro punto de obstáculo: a llí lo vemos 
obligado a dar la razón a la histérica, convirtiéndola por un tiempo (ei del 
método llamado "catártico") en la víctima de su discurso.
C O C A 
C O R D I A L .
— A —
P A L A T A B L E
P R E PA R A T IO N
O F
COCA 
SSYTflBOX-
CONTAiNlNG
In an agreeuMc vubiclt 
t h e actí VLM»H*diciiml 
principie, freí* írom 
th r bittcr ii*trui- 
gesit ei)iíMt¡t!icnlM 
t>¿ thi* dnig.
n n is K s e d a t i v e , t o m e , a n d s t i m u l a n í a e f~ 
f p c t s o f c o c a c v y t h r o x y l o n a n d i t s p r e ­
p a r a ! io n » . a n d tl if i l* « id» - m|»|*1 ¡«*:tti-mi i n 
m e d ic a l p n ir lii* » ' un* II ..w t<x» w c ll k im w n t n 
tlu* m e d ic a l p m f i '.-M im t n m -od e x t e n d e d 
t o tn in i-n i.
C o ca h a - l>«en ex tc m n v u Jv u>ed w íii i it»*hí- 
ifviliv? 'HWC*!* toi" tile iv l ie f o f '<111-
d i t io u > dcpiM idin*? o n n f iv m i.n c x l i a i M ........ ...
t l ic n e r v n i i s i r r i t a b i l i t y fiilliH W O jí « w w n «»f 
1111 v kUi<( . ¡»* n e n ra - t l ic n ÍM . tn f a c i l í t a l e d * 
• j e - t io n in , t<» r e l i e v e l l i r m o rl> i.|
dcitr<t»i»l<Hi « 'f ' i ' t iu - » iw « lh l l» r f r o n t e x l ia n ^ l - 
Í iilt m e n ta l l a b o r . in n au > e :i a n d v u .n ; t .n y o f 
r e t íe x n r i* r in , a n d in t h e h T i i l i i l c i i t o f t ln : a l ­
c o h o l a n d o p iu m .lsa i¡it> .
In a g rc a f v a r ie tv o f u f f ec t iom s it ha* p r o v - 
ed i t s e l f l o >»c a i l r u p r a n k in g r in t l n v a p e n t i c 
im p o r t a m - c \vñ!i o p i u m : ind q u in in e .
T h e ( 'u i-a O i rd i f t ! j i r eve i i tx t h e d ru i r i■ t a 
p u la t a h l e f o r m , c o m m e n d i n p i t c s p c c iu Hy '(<> 
th e l a r a ^ e el asa o f p e rd ó n o f d e l í e a t e n e r v - 
o u s o r g a n i z a t i u n , f o r w h o m it i«* m o br o f i c n 
in d i c a t e d .
Íu i t s p r e p a r a ! i o n t h e a«fcnnj¿cnl a n d h i t - 
i r r c o n s t i t u c u t * o f C o c a w h ir l i a r e im t v * -
-« 111iüi to it* m e d ic in a l ac ta .» Iw ve lieeur
i’l i i t i ii ii itcd , vvliiUí c a ro h a * b e e n f a k e n l o rc- 
la in u n c h a n j i e d fh e a c t i v e p r i n c i p i e c o c a in c . 
O n e Huid m i n n - n f t h *5 co rd ia l r e p r e s e n t a HO 
p d a s n f r o r a Ic a v e * o f p»i»d «pia l i tv , t h e ve- 
hie le e m p l o y e d l>ein«r a u agm*al»!e c o r d i a l 
n f a r ich víimmik fluvnr .
Hh-*ií W n i tm » rn ^ •« * fisp*
fnUr íaUy 4t«oi|»<lTr «j <'»m «sd ila
’• » . 3in<« rsv 3nt#l ¡^/bV-4*w i wjJI 
»>*«r ttm Ua fcn»>
« t t t e i* iw Ja s- es* i t U ' . IU * Í? i * W * 4
e íé j i s»< wM*a s-e í i
3 3£sídtí Street. I Liberty
P A R K E , D A V I S & C O .f
M aim íaciuring Cheniist»,
| N e w Y o r k , D E T R O IT , M IO H .
Coca cordihl extraido de R. Byck, Sigmund Freud, De la coaSine, Ed 
Complexe, París, 1976. p .140.
Capítulo i
Freud coquero
En los primeros pasos del camino abierto por Freud del psicoanálisis, está - 
se dice- la histérica. La aserción es ciertamente fundada, salvo si nos 
deslizamos de allí hasta convertir a la histérica en una teórica a la que Freud 
le habría raptado su saber. Esta tesis -feminista- deja de lado lo que realiza 
la histérica, que no es destacar una teoría sino producir, con respecto a su 
interlocutor, la sugestión de que una teoría existiría efectivamente. Deja a 
cargo de ese interlocutor la elaboración ds lo que ella sólo le indica con 
medias palabras, aún a riesgo de tener que rectificar el tiro; llegado el caso.
La operación de diferenciación en que Freud, con la histérica, renuncia a 
hacer de bardo de! discurso universitario será el objeto dei próximo capítulo. 
Se suele descuidar, en efecto, que hay para Freud en ese tiempo otro asunto, 
el de la cocaína, no menos ineludible puesto que debía converger con la 
cuestión de la histeria en un punto muy precisamente situable, o sea el sueño 
llamado de la "Inyección a Irma" y su análisis, el primero, como se sabe, 
inaugural del método fundado ese día.
Todavía hoy los especialistas se rompen las narices toda vez que se ocupan 
del tema de la intoxicación. ¡Qué no imaginan emprender, con tal de lograr 
que un sujeto cese de atenerse a un objeto de satisfacción!
Freud coquero (es decir cocainómano)... : un caso que habría podido 
interesarles. ¿No lo considerarán ejemplar? Se privarán así de interrogar la 
relación del sujeto con el tóxico de una manera que vuelva encarable lo que 
hay que designar por su nombre, a saber, una separación. Esta posibilidad es, 
en efecto, lo que diferencia el testimonio de Freud dei de aquel otro drogado
célebre que fue Moreau de Tours.
Es verdad que el drogado solicita un médico que está más cerca del cura que 
del docto: pero, ¿es esto acaso una razón suficiente para plegarse a su 
solicitud? Esto sería tanto como desconocerlo queFreud consideró necesario 
hacer saber a la comunidad de doctos a quienes se dirigía. Formularé la 
cuestión de este modo: es por haber escrito su experiencia con la cocaína en 
términos, ligados por las exigencias universitarias, de un discurso científico, 
que Freud llegó a renunciar a los “beneficios” de esta substancia tan 
ponderada. Si entonces se da un estatus dé síntoma a este uso, la eliminación 
del síntoma se vuelve posible para Freud cuando él lo escribe. El síntoma 
entonces cesse, de s'écrire, cesa, de escribirse; cesa por escribirse.
Esto quiere decir, solamente, que Freud lee y liga (homófonos en francés: lit 
y lie), con este escrito, la relación del coquera con su objeto y, a partir de ello, 
como coquero, se separa de él. Por participar de lo escrito el síntoma se 
vuelve inscriptible. Esta participación (convendrá precisar su estatus) funda 
lo necesario del síntoma que, no cesa... en francés ne cesse, incluso al 
escribirse... como síntoma. Que su real llegue a ser suprimido de s'écrire, es 
decir, en español, por escribirse, esto es lo que constituye una cuestión, un 
problema.
El interés del apoyo tomado aquí en las definiciones lacanianas de las 
modalidades lógicas usuales depende del hecho de que permiten plantear con 
más precisión esta cuestión del síntoma y de su supresión. La intervención 
de las modalidades de lo necesario y de lo posible la desplaza en efecto, la 
transforma en esta otra que va a tratar sobre el escrito: el termino escribirse 
¿tiene el mismo alcance, ofrece las mismas consecuencias y tiene, finalmen­
te, el mismo sentido en los registros de lo necesario y de lo posible?
Dicho en otras palabras, elde s ’ecrire, en francés, de escribirse, por 
escribirse, en español, en acción en esas definiciones, escondería en su forma 
singular un plural; lo escondería pero también manifestaría su existenciacon 
el equívoco que aporta allí la coma, en francés, entre “de escribirse” y “por 
escribirse” . La coma escribe ese plural, designa que hay maneras de escribir 
y permite entrever que hay allí una relación entre el escrito y lo que Lacan 
llama jugando con las palabras l'effagons, es decir las maneras (fagons) y los 
borramientos (ejfagons), y, entonces, que hay un posible borramiento del 
síntoma.
La cosa es demasiado abrupta para ser abordada de frente. Pero ¿cómo 
descifrarla de una manera que no hipoteque su solución? Respondo: con el 
escrito. En efecto, es la única respuesta isomorfa con aquello de lo que se 
trata. Si Freud lee su relación con el objeto cocaína con el escrito y con ello 
cesa de depender de él, no podemos más que redoblar aquí su operación
leyéndola, a ella misma -puesto que es nuestro objeto- con el escrito. Escojo 
para hacerlo la escritura propuesta por Lacan de lo que él llamó “discursos”.
Cada uno de esos discursos se encuentra definido por el hecho de que una 
serie ordenada de letras (S el significante-amo, S2 el saber, a el plus de gozar, 
el sujeto dividido) ocupa allí cuatro lugares fijos y marcados. He aquí esos 
lugares:
El agente — -------------- > el otro
la verdad la producción
A partir de uno cualquiera las tres permutaciones, únicas posibles (pues la 
cuarta reconduciría al punto de partida) escriben los otros discursos:
S, -> s_2
S" a
,s -> s , 
i s :
a -> S
^ A
S2 -> a
's , s"
del Amo histérica analítico de la universidad
A falta de la disponibilidad de los seminarios que introdujeron y comentaron 
esta escritura de los cuatro discursos, el lector podrá remitirse al número 
2/3 de Scilicet, en páginas 96-971 y 391 a 3992.
Escogerlos aquí para la lectura es ciertamente un hecho contingente, tan 
contingente como la supresión de un síntoma. Es decir que, lejos de 
considerar que habría allí una debilidad de la lectura, reivindico esta 
contingencia como esencialmente ligada a esta manera de leer que promueve 
el psicoanálisis. Este libro apunta a ponerla a la luz. Para hacerlo, de entrada, 
nada mejor que practicar esa manera de leer.
Se impone aquí un poco de historia; la razón pronto se verá. La construcción 
del término de neurosis data de 1785. Es decir que los primeros balbuceos de 
una medicina centrada en lo anátomo-clínico le dieron un basamento 
epistemológico. Esto es subrayar también que esta construcción, el término 
mismo de neurosis lleva la marca de ello, se sostiene con un modelo lesional. 
Los radicales itis y osis inscriben la oposición de las lesiones inflamatorias 
y no inflamatorias. En 1889, Grasset quien, pese a todo (o sea, pese a 
Laségue, que había escrito que “no fue dada nunca la definición de la histeria, 
y no lo será jam ás”), quería proponer algo que fuera contra esta impotencia,
! En español: Psicoanálisis Radiofonía & Televisión, Ed. Anagrama, Barcelona, 1977, pp. 73-76.
2 J. Lacan, "Allocutior. prononcée pour la clóture du congrés de l’Ecole Freudienne de Paris le 
avril 1970, par son cirecteur”, Scilicet 2/3, Senil, París, 1970, pp 391-399
afirm a lo siguiente: “L a histeria es una neurosis es decir (subrayado mío) que 
no conocem os su lesión característica” En contra del adagio, aquí lo 
desconocido explica lo conocido, pues la operación que define la histeria 
com o neurosis no se ha vuelto para nada nula por el hecho de que la lesión 
sea aquí sólo supuesta.
Ahora bien, la apertura de vías freud iana no se efectuó en el interior de la 
teoría lesional de la histeria com o una nueva edición de esta teoría (com o en 
Janet, por ejem plo) sino que procedió a una reelaboración radical de la 
articulación de la neurosis con la lesión. Establecer este punto será el objeto 
del capítulo siguiente.
Propongo por ahora anotar con S2 la relación de la lesión (Sx) con el saber
X
clínico (SO que la lesión ordena. El lector podrá observar que, escrita así, esa 
relación no puede corresponder más que al discurso que Lacan llam a de la 
universidad. R esu lta de esto cierto número de consecuencias. Ante todo 
escribir con S L la lesión equivale a darle estatus de significante-am o. La cosa 
es, en efecto, adm isible si se nota que la lesión, com o pedestal sobre el que 
la observación clínica se apoya, presenta esto de particular: que no rem ite a 
nada observado. La lesión no tiene, entonces, valor de un signo -com o es el 
caso en la neuritis, por ejem plo- que representaría algo para alguien. Freud 
se esfuerza, en un prim er tiempo, por volver tangible esta lesión cuando en 
el ñ n de su artículo Ü ber Coca de 1884, propone utilizar la coca en el 
tratam iento del asm a, del vértigo y “de otras neurosis del nervio vago” 
(p. 121 )3. Supone entonces una acción fisiológica directa de la coca en el lugar 
m ism o en que se supone que interviene activam ente, la lesión nerviosa. La 
coca apunta a la lesión com o verdad última de la neurosis. Es así legítim o 
escribir con S L la lesión, en el lugar de la verdad en el discurso de la 
universidad. E scrib irla S i consiste en tom arla com o significante, desprender­
la de esta m anera de la idea de que sería signo de un objeto. ¿Por qué 
mantener, pues, tan resueltam ente la suposición de esta lesión siem pre 
im aginada y nunca delim itada, en la histeria particularm ente, si no es porque 
ella responde a una exigencia del discurso?
En Radiofonía , Lacan escribe ios cuatro discursos estableciendo entre ellos 
ciertas relaciones. Señala, para lo que nos im porta aquí, que el discurso de la 
universidad se esclarece con su “progreso” en el discurso del an a lis ta4. La 
palabra progreso es puesta irónicam ente entre com illas, puesto que no 
designa más que la operación del cuarto de giro cuando la serie de térm inos, 
al m ismo tiem po que se m antiene com o serie ordenada, gira en el sentido
3 Las indicaciones de página de este capítulo rem iten, salvo advertencia diferente, al libro: 
Sigm und Freud, Escritos sobre la cocaína, edición y prólogo de R oberí Byck, traducción ai 
español de Enrique H egew ics, Ed. Anagrama, Barcelona, 1980. (La edición en francés es: 
Sigm und Freud - De la cocatne, Ed. Complexe, 1976).
4 Cfr. S ciiice t 2/3 p.99 (En español: J. Lacan, Psicoanálisis. Radiofonía & Televisión, Ed. 
Anagram a. Barcelona, 1977. p. 77).
levógiro. Así, escribir con S, la relación de la lesión con el saber clínico de
X
la neurosis, situar esta lesión como la verdad de ese saber puesto en posición 
de agente de la acción terapéutica, reclama admitir -de conformidad con ese 
progreso- el punto de partida de Freud como algo que corresponde al discurso 
universitario. El interés de Freud por la cocaína es a la vez personal y 
científico. Esta doble polaridad, mantenida por él a todo lo largo de su 
tentativa con el objeto cocaína, va a hacer de ésta una tentativa fracasada, y 
fracasada allí mismo donde logra inscribir los efectos de la cocaína en un tipo 
de escritura sometido a las exigencias de un campo médico que corresponde 
fundamentalmente al discurso universitario. La cocaína habría sido ese 
objeto que habría venido a confirmar ese discurso al ofrecer un garante a la 
definición de la neurosis como soportada por el significante-amo de la lesión.
El 30 de abril de 1884 Freud experimenta por primera vez sobre sí mismo los 
efectos de la cocaína. No vacilará en hacer de entrada un uso terapéutico de 
ella: en el momento de escribir a su novia, al dirigirse a una recepción donde 
deberá hacer un buen papel, cuando se sienta deprimido o sometido a dolores 
demasiado violentos de estómago, encontrará en una pequeña dosis de coca 
con qué afrontar fácilmente la dificultad, calmar sus dolores, superar sus 
desfallecimientos. Envía cocaína a Marta, la da a sus hermanas y colegas, 
tanto para ellos mismos como para sus enfermos. Apartir del mes de mayo, 
la administra a su amigo y colega Fleischl. Continuará recomendando su uso 
hasta 1895, fecha de los Estudios sobre la histeria, aunque, es verdad, de una 
manera mucho más limitada. Ei 18 de junio de 1884, puso punto final a Über 
Coca que, aparecido en julio, debía asentar su reputación al ligar su nombre 
a la cocaína. Tendrá en efecto el testimonio de Nothnagel (p, 139) pero 
también, más inesperado, el de Knapp, primer oftañnólogo de New York a 
quien encuentra en casa de Charcot.
Para situar la repercusión de este artículo, debemos dejar de lado lo que hoy 
evoca el término de cocaína, y acomodarnos al hecho de que ésta no era 
entonces para nada un producto prohibido. La prohibición data de 1906. En 
los años 1880, la cocaína gozaba en los Estados Unidos de una inocente 
preferencia que superaba ampliamente los círculos médicos. El consumo de 
vinos que contenían cocaína -los vinos Mariani- era cosa popular. La Coca 
Cola iba a contenerla hasta 1903. La asociación contra la fiebre dei heno 
había adoptado la cocaína como remedio oficial. En resumen, el entusiasmo 
era casi general con respecto a este maravilloso sustento que fortifica el 
sistema nervioso, ayuda a la digestión, estimula los cuerpos fatigados, calma
los dolores, libera de la toxicomanía a aquellos que están enredados en ella. 
Freud, que leía The Detroit Therapeutic Gazene, tenia conocimiento de los 
informes acerca de las victorias obtenidas sobre la opiomanía o el alcoholis­
mo gracias a el erytroxy Ion-coca 5. Una cita de Bentley retomada de ira 
comentario deí Louisville M edical News muestra el tono de las gacetas 
especializadas: “Aunque uno no sea opiómano, se tienen ganas de probarla 
coca. Un remedio inofensivo contra la tristeza, ¡qué maravilla!” . En los 
Estados Unidos, las cosas llegan al punto de que no se vacila en contar que 
los policías del sud habían debido adoptar una nueva pistola de calibre 3 8 _ 
¡pues los negros coqueras estaban protegidos, gracias a la cocaína, contra las 
balas calibre 32! No eran entonces sólo peruanas esas leyendas queatribnían 
a la cocaína las virtudes de una “planta divina que sacia a los hambrientos^ 
fortifica a los débiles y les permite olvidar su miserable destino” (UbeT Cocar 
p.93).
El tono era diferente en la vieja Europa: se hablaba muy poco de la cocaína. 
No hay que excluir que el interés suscitado por Über Cacase. haya debido al 
hecho de que se trataba de! mejor estudio europea escrito hastaentonces-Este 
trabajo, muy cuidadoso en el plano bibliográfico, confirmaba además expe­
rimentalmente los efectos milagrosos del remedio nuevo cuya apología 
realizaba; y se sabe que, en su prolongación, Koller, “Coca-Koller”, según 
el sobrenombre que ,ingeniosamente,Freudlehabfapuesto, debía descubrir, 
justo un mes después de su publicación, las propiedades de anestésico local 
de ese alcaloide. Pero, además del producto mismo, lo que retoma Freud, lo 
que le importa, es un tono de entusiasmo cuyos indicios en Über Coca 
Bemfeld6 no deja de destacar: Freud escribe por ejemplo acerca de un “don” 
(Cabe) de cocaína allí donde hubiese debido hab iarec términos científicos,, 
más prosaicamente, de una dosis, Bemfeld extrae de ello, con razón, la 
conclusión de que ese texto está atravesado por una “'corriente subyacente 
muy persuasiva” . Freud le escribe a M arthay había allí de su texto como de 
un “cántico a la gloria de la cocaína”, confirmando así lo que le decía ya el 
25 de mayo de 1884 cuando acababa de obtener un brillante triunfo aí curar 
con 1a coca a un enfermo afectado de un catarro gástrico. “Si todo va bien, 
escribiré sobre esto un artículo y espero que la cocaína se colocará al lado y 
por encima de la morfina. Ella hace nacer en m í otras esperanzas y otros 
proyectos. La tomo regularmente en muy pequeñas dosis para combatir la 
depresión y la mala digestión y esto con el más brillante é x i to . Espero lograr 
suprimir los vómitos más tenaces, incluso si son debidos a algún grave 
padecimiento; en resumen, sólo ahora me siento médico pues he podido 
acudir en ayuda de un enfermo y espero socorrer a otrosT (subrayado mío).
5 Jussieu, en 1749, coloca la planta en eí género Erj'troxyictu En 1786, Lamaik lo nombra 
"* Ery tro xy loa-coca”. El alcaloide es aislado ea 1S5S porWtJhier^quirnu'O de la universidad de 
Colinga que había recibido fioias de coc í oranspoftaihcv por la fragata Novara.
\Siegfrid Bemfeld, Ijjs estudios de Frz’Mi '¡obre la cocat'M, l 953. Textos retomados-en 3. 
Freud, Escritos sobre lü cocaína. op. cit., 309-352.
Esta esperanza desmesurada (el término vuelve cuatro veces en seis líneas), 
este entusiasmo contagioso, son aquí, hay que subrayarlo, señalados como 
tales por Freud, efectos de la cocaína, su magia. Efectos directos, por qué no 
pues nada prohibe pensar que Freud haya ingurgitado -el hecho es incluso 
muy verosímil- una dosis de cocaína para escribir más fácilmente Üker Coca. 
Ahora bien, se trata de un texto que satisface en todos los puntos las 
exigencias que corresponden a este género de ejercicio: descripción botánica 
precisa de la planta, datos históricos detallados d t su utilización en el Perú, 
recorrido completo de la literatura científica que le había sido consagrada, 
fórmula química del alcaloide, estudio de sus efectos en los animales, 
repertorio de lo que se sabe de sus efectos en el hombre con aporte de una 
experimentación original y, para terminar, como se debe, análisis argumen­
tado de sus numerosas indicaciones en función de hipótesis que conciernen 
a las vías y a los modos de acción fisiológica de! producto. Es esencial notar 
que hay aquí solidaridad entre una presentación de un rigor universitario 
incuestionable y una creencia ciega en la acción mágica del objeto así 
introducido.
En efecto, las lecturas que se han propuesto sobre lo q uc designamos como 
“el episodio de la cocaína” pasan todas al costado de esta solidaridad. De ahí 
esta designación que hace de él un accesorio, episodion. O bien considera­
mos, como lo hace Jones, que aunque Freud pudo, por primera vez en su 
carrera, saür de los caminos trillados apoyándose sobre “un hecho aislado”, 
no supo, en cambio, mostrar suficiente espíritu crítico como para dar su 
verdadero valor a ese hecho. (La lectura del texto Contribución al conoci­
miento de la acción de la cocaína, de enero de 1885, muestra cuán errónea 
es esta opinión de Jones.) O bien, opuestamente, y esta es la posición de 
Byck, hacemos de Freud un precursor de nuestra modernapsicofarmacologia 
(el término es de 1920) en la línea de Moreau de Tours (1845): se señala 
entonces el carácter cuidadoso de sus experiencias, ei valo^paradigmático en 
psicofarmacología de la figura del experimentador que se toma a sí mismo 
como cobayo, pero nos condenamos así a no poder dar ya cuenta de! hecho 
de que Freud, finalmente, renunció bastante Tapidamente a proseguir sus 
investigaciones “psicofarmacológicas”. Ahora bien, es claro que hay lugar 
para dar cuenta a la vez acerca del interés de Freud por la cocaína y sobre 
la brusca mudanza que puso fin a ese interés. Si Jones minimiza su alcance, 
Byck, al elogiarlo, lo eterniza a! hacer de él un modelo. La dificultad nace 
aquí de que uno y otro intentan escindir en dos dominios distintos los trabajos 
científicos de Freud sobre la cocaína y su creencia en las virtudes milagrosas 
del producto.
De ahíla especie de enceguecimiento que hace escribirá Bemield, quien sin
7 (Carta Jel 29 de junio Je ÍS84, traducción de Joaquín Merino Pére2, en Sigmund Freud, 
Epistolario 1, Plaza y Janes. Barcelona, 1970. p. 110). Lo misrrw er. una carta del 2 de junio de 
! 334: “Y ú fe muestras indócil, ya verás quien de nosotros dos es el más fuerte: si ia dulce niña 
que no come suficientemente o e! gran señor fisgóse que tiene cocaína en el cuerpo” .
embargo estudió la cuestión en sus menores detalles, que Freud no tuvo jamás 
la idea de utilizar las capacidades recuperadas gracias a la cocaína con otros 
finesque los de trabajo. El día mismo, en efecto, en que terminaba Über 
Coca, Freud escribía a Martha anticipando su próximo encuentro: “Si no te 
molestan los graves hamburgueses, y eres capaz de darme un beso en cuanto 
me veas y otros mientras vamos a Wandsbeck y un tercero... etc., me rendiré. 
No llegaré cansado pues pienso hacer el viaje bajo la influencia de la coca 
para dominar mi terrible impaciencia”7. En la correspondencia con Martha 
se puede notar la fuerza de la metáfora guerrera, organizadora para Freud de 
la reí ación con su novia. La cocaína absorbida por Freud viene a acentuar esta 
fuerza, puesto que es lo que transforma a un soldado fatigado y torpe en un 
conquistador lozano y glorioso s.
E sta metáfora guerrera remite a un artículo publicado en 1883 por 
Aschenbrandt quien relata que, en ocasión de unas maniobras de la artillería 
bávara, pudo comprobar sobre seis casos, entre ellos el de él mismo, que la 
cocaína vuelve a un hombre “más apto para ejercer un gran esfuerzo, para 
soportar el hambre y la sed” ; que ella es efectivamente este “alimento 
benéfico para los nervios” cuyos efectos maravillosos había alabado 
Mantegazza. Pero no hay que descuidar que se trata de un alimento muy 
particular, en cuanto actúa en el punto mismo en que el desfallecimiento es 
inevitable, caso de las maniobras militares en que se incita a los hombres a 
desvivirse hasta el límite extremo de sus fuerzas. Entonces interviene 1a 
cocaína que les permite, sin más alimento ni reposo, volver al combate 
lozanos y dispuestos, como si la fatiga no los hubiese poseído un instante 
antes.
Freud emprende sus primeras experiencias y publica Über Coca sólo algunos 
meses después de la aparición del artículo de Aschenbrandt. El confirma, a 
su vez, las virtudes del milagroso producto. En este punto de coalescencia de
lo mágico y de lo científico, se siente y se dice, por primera vez, al fin 
verdaderamente médico. Y con razón. Si el discurso médico en el cual se 
inscribe así está efectivamente caracterizado por tomar su apoyo sobre el 
significante-amo de la lesión, la cocaína será ese objeto que, en el lugar del 
Otro, dará consistencia a lo supuesto de esta lesiónal ratificaren contrapun­
to su verdad.
De ahí el hecho de que la cocaína no es y no podría ser un medicamento como 
los otros; es decir, un medicamento entre otros. Ella encarna, por confirmar 
la lesión, lo que es necesario designar como lo que es el medicamento. 
Resulta de ello que su acción no podría ser unívoca pues esta univocidad 
dejaría lugar a otra acción posible y, entonces, a otro medicamento. Über 
Coca marca perfectamente esta posición eminente. Hablando de “la acción
* En una corta del 30 de junio de 1884, Freud, a] evocar su úlüma separación, se describe a sí 
mismo en esta situación como un soidado consciente de que debe defender una posición “perdida 
por anticipado
estimulante prodigiosa” de la coca, Freud escribe: “Un trabajo mental o 
muscular de largo aliento puede ser realizado sin fatiga; se tiene la impresión 
de haberse desembarazado de la necesidad de comer y dormir que general­
mente se hace insistente en ciertos momentos de la jomada. Bajo el efecto de 
la cocaína podemos, si nos lo proponen, comer copiosamente y sin repugnan­
cia pero se tiene la impresión evidente de poder prescindir de comidas. 
Cuando la acción de la cocaína se debilita, uno puede dormirse si se mete en 
la cama, pero se puede igualmente continuar despierto sin dificultad. D uran te 
las primeras horas en que la cocaína actúa no es posible dormir pero, esta 
ausencia de sueño no tiene nada, de penoso” (p.l 10). La cocaína abre al 
coquero el acceso a una dimensión en que a la vez puede y puede no, sin que 
nada displacentero se produzca para él por la elección de una u otra 
posibilidad ni tampoco por mantener en suspenso la alternativa. La potencia 
se encuentra así elevada a la omnipotencia, incluyendo en ella misma la 
potencia de poder no (lo que habitualmente se nombra impotencia). Este 
campo de cohabitación de los posibles es el imaginario mismo.
En 1924,, Freud escribe, a propósito del asunto de la cocaína: “El estudio de 
la coca era un allotrion que yo teníaprisa por terminar”. Según ei testimonio 
de Bemfeld, el término allotrion servía a los profesores de gimnasia para 
designar peyorativamente “lo que aparta del cumplimiento de! deber en 
provecho de unamanía o de cualquier acción mala” (p. 327). Concluir de eso 
que Freud “se apartaba de su trabajo científico serio en neuropatología” -es 
la tesis de Jones- equivale a dejar escapar lo que el término mismo de 
allotrion indica sobre ana relación con el Otro. La. cocaína interroga la 
alteridad, una alteridad que imaginariza el lej ano Perú del mismo modo que 
ei haciiísdeM oreau deTours encarnas! Oriente. El coquero es esa figura en 
que se vuelve efectiva una manera de ser otro, otra manera de ser que no es 
justam ente calificable de nada en particular. Moreau de Tours la llama 
Fantasía; Freud aloja allí un ideal demás y más potencia. Pero con el mismo 
movimiento, apunta a demostrar, en términos que adopta por su alcance 
científico', que lo que es verdad en Pera lo es también en Viena, que la magia 
de la droga no corresponde en nada a una elucubración imaginativa local. 
Über Coca es un. texto antiracista. Ahora bien, tal intención no puede 
encontrar realización, en Freud, más que al pasar por el zigzag simbólico 
exigido por la ética de ía ciencia.
Como dan testimonio sus artículos ulteriores, el trabajo de Freud sobre la 
cocaína consistió en [levar la interrogación científica siempre más adelante 
hasta cierto punto de choque.
Esta cientificidad puede incluso ser designada como el punto en que Freud 
diverge radicalmente de Moreau de Tours.
Con Moreau de Tours, el hachís abre al psiquiatra la vía iniciática -la palabra 
viene de su pluma ’- que le permitirá tener acceso a la fuente misma de la 
locura. Decir la fuente se impone en efecto pues los diferentes “trastornos del 
espíritu” no son más que los “signos exteriores” que se originan, todos, en un 
supuesto “hecho primitivo” 10. “Al develar el hecho primitivo -escribe 
Moreau de Tours-, la lesión funcional primordial de la que proceden todas las 
formas de la locura como varios arroyos de una misma fuente, espero extraer 
de ello algunas enseñanzas útiles con relación al mejor modo de tratamiento 
de esta enfermedad” u . “Esta enfermedad” : la locura es una enfermedad en 
singular cuyo modelo es la excitación maníaca 12 presentada como el modo 
de ser loco que mejor corresponde a la actividad del pensamiento entregado 
a sí mismo. “Nada es comparable con la variedad casi infinita de los matices 
del delirio si no es la actividad misma del pensamiento”, observa Moreau de 
Tours no sin pertinencia. De allí la analogía para él fundamental del sueño y 
del delirio. Si en esos estados de locura, delirio o sueño, el pensamiento está 
entregado a sí mismo, es porque ha sido lesionada la vida que resulta “de 
nuestras relaciones con el mundo exterior, con ese gran todo que llamamos 
universo” Entonces la otra vida (pues según esta teoría al hombre le han 
sido otorgadas dos vidas) que es imaginación y memoria y ya no voluntad, 
se encuentra excitada y puede más así que la primera, y realiza con ella una 
“fusión imperfecta” , resultado de la lesión supuesta. Al realizar, también, 
esta fusión imperfecta en el que la consume, el hachís le abre de este modo 
un acceso a esta otra vida, pero con la especificidad de que deja intactas su 
facultad de observación e incluso de acción. De allí el interés para el 
psiquiatra quien encuentra una confirmación de su teoría de la acción 
específica del hachís en el hecho de que el nombre de los bebedores de hachís, 
hach.ich.lya. dio en lengua francesa el término assassin, asesino, término que 
al principio nombró a los sectarios sirios que no vacilaban en matar con el 
mayor salvajismo a los jefes cristianos o musulmanes, ferocidad que se 
atribuía a la influenciadel hachís.
La lesión aparecía así, en Moreau de Tours, como el elemento explicativo 
último de toda locura. El fin de su obra está consagrado14 a dar una respuesta 
a un problema controvertido apasionadamente: ¿lesión orgánica o lesión 
funcional? Que se las arregle con una pirueta al imaginar la existencia de una 
lesión orgánica no localizable como tal en el organismo, indica suficiente­
mente que lo importante es mantener el apoyo tomado sobre la lesión como 
significante. Pues ¿qué podría ser, entonces, si no un significante, esta lesión
9 Du hachisch ei de la aliénalion mencale. 1845. p.29.
10 Op. cit.. p.392 y 31.
11 Op. c¿í.,p.32.
12 Op. cit., p.36.
13Op. cit...p. -i.
14Op. cíí., p.391 ¿i 400"
orgánica sin órgano lesionado? Esta observación toma todo su alcance por su 
corolario: la ubicación en un segundo plano de las diferencias que la locura 
presentifica, que no son más que contingencias formales, secundarias con 
respecto al hecho primordial. Pero, justamente, por ser consideradas como el 
colmo de la extravagancia, por ser tomadas como insignificantes, esas 
diferencias son, de hecho, aceptadas como ligadas exclusivamente con el 
juego del significante: “Una vez que ha sido roto el lazo de las asociaciones 
regulares de las ideas, entonces los pensamientos más extravagantes, más 
curiosos, las combinaciones de ideas más extrañas se forman y se instalan, 
por decir así, de manera imperati vaen el espíritu. La causa más insignificante 
puede darles nacimiento exactamente como en el estado de sueño”15. Moreau 
de Tours ilustra con un caso tomado de Esquirol esta extravagancia de! 
significante: “La ciudad de Die está ^ominada por una roca que llaman la V. 
A un joven se le ocurre agregar la letra U a la palabra Die, con virtiéndola en 
ia palabra DÍEU (Dios), y todos los habitantes de Die son dioses para él. 
Pronto reconoce el absurdo de este politeísmo y concentra entonces la 
divinidad en la persona de su padre como el individuo más respetable de esta 
comarca”. La teoría psiquiátrica que funda la verdad de la locura en ¡a lesión 
desconoce correlativamente los efectos de significante de los cuales sin 
embargo da testimonio, al menos en su tierna infancia.
En los años 1884-1885, Freud no está interesado en la psiquiatría sino en la 
neurología. El hecho es fundamental para comprender en qué debió di verger 
su proceder del de Moreau de Tours, siendo que partía de datos y experiencias 
similares y que ambos trabajaban sobre la base de las mismas exigencias 
epistemológicas. Mientras Moreau de Tours, al fundar' su teoría sobre la 
analogía, no choca jamás con el hecho que constituiría un tope, Freud se 
atiene resueltamente, en cuanto a su manera de interrogar los efectos de la 
cocaína, al primer principio de la termodinámica y cuestiona con ese 
principio los citados efectos. Ahora4?ien, es por eso que'ía cocaína llegará 
a sobrevenir para Freud como un objeto caído. Tai es la tesis que hay que 
demostrar ahora.
Sea O el estado dado de un organismo. Dispone en este estado de una cantidad 
de “fuerza vital”16 F. Esta fuerza puede ser convertida en una cantidad de 
trabajo W, también determinada perfectamente a partir de O. De donde 
tenemos la secuencia:
O -> F -> W
Ahora bien, el efecto estimulante de la cocaína, el milagro que realiza, puede 
escribirse como un valor W ’ superior a W: W ’>W. La elaboración teórica de 
Freud a partir de Über Coca consiste en interrogar cómo esto es posible y, 
más aún, si no hay allí, con la experiencia dei coquero, un cuestionaniento
15 Op. d i., d .1 0 6 .
I6S. Freud, Escritos sobre Li cocaína, cp. c it, p. 1 i 6.
del principio de conservación de la energía. En efecto la intervención en O 
de la cocaína tiene por consecuencias:
O (+ cocaína) -> F ’ -> W ’
Si F ’>F y W ’>W, entonces la dificultad corresponde al hecho deque se tiene 
igualmente que (O + cocaína) = O. Es que nadie imagina que la débil dosis 
de cocaína ingurgitada pueda ser en si misma portadora de la considerable 
energía (convertida en trabajo) que procura al coquero; tampoco se concibe 
que lacocaína pueda liberar en O una energía que sin ella subsistiría al lí fijada 
como una energía permanentemente no disponible. Al no haberse encarado 
estas dos hipótesis, Freud se enfrenta en efecto con una acción de la cocaína 
que contradice el principio de conservación de la energía. Según este 
principio, los valores máximos se escriben así:
1. 0 - > F - > W
mientras que con la cocaína se obtienen valores todavía superiores:
2. O -> F ’-> W ’
Freud discute el asunto como un hecho polémico que intentará reintegrar en 
el saber científico constituido. A la primera hipótesis de una transformación 
milagrosa de F en F’, hipótesis de la que no se puede decir nada, él conjuga 
una segunda que sería más explicativa: la cocaína intervendría no en F sino 
sobre la relación F -> W produciendo así F -> W ’. Permitiría que un trabajo 
dado exija menos gasto de fuerza vital; de donde, a una fuerza vital igual 
corresponde la posibilidad de efectuar un mayor trabajo. Esto define a la 
cocaína como “medio de ahorro”.
Pero, además de que el fenómeno encarado sigue siendo enigmático, es 
contradicho por los resultados de experiencias hechas sobre animales. 
Sometiendo al hambre a animales con y sin cocaína, ciertos investigadores 
comprobaron que los que habían sido tratados con cocaína sucumbían tan 
rápidamente como los otros. Sin embargo esto no molesta realmente aFreud, 
pues había tomado la precaución de rechazar, al comienzo de su trabajo sobre 
la cocaína, la idea de que la acción de ésta debería ser semejante en los 
animales y en el hombre. Le es posible admitir, entonces, como no contradic­
torios los resultados de esas experiencias con el testimonio de un cronista que 
relataba que, en ocasión de una hambruna que hacía estragos en la ciudad de 
La Paz, sólo sobrevivieron los coqueras (!).
Con este testimonio,encontramos de nuevo la cocaína como medio de ahorro. 
Sin embargo, Freud introduce una tercera hipótesis: la acción de la cocaína 
sería situable en W. Los habitantes hambrientos de La Paz que tomaban la 
coca habrían tenido sobre los otros la ventaja de luchar mejor contra ia
consunción por gastar menos energía para permanecer con vida. Dicho de 
otro modo, si W parecía transformado en W’, de hecho no era así para nada; 
más bien W había permanecido constante pero lo que era utilizado para 
sobrevivir no era W sino co, tal que co < W. Esta hipótesis respeta la 
preeminencia del principio de conservación de la energía incluso si sigue 
siendo opaca la razón por ía cual la sobrevivencia exige del coquero un gasto 
reducido de energía.
Resumamos esas tres hipótesis:
Fórmula de partida : O -> F -> W
Ia hipótesis O -> F’-> W ’
2* hipótesis O -> F - W ’
3a hipótesis O -> F -> co... W
Sólo la tercera hipótesis está en conformidad con la fórmula de partida, salvo 
en que introduce una separación entre energía utilizada y energía disponible, 
entre y W. La cocaína sería ese objeto que permitiría que haya -¿siempre? 
(ese siempre, como apuesta imaginaria, es lo que constituye un problema)- 
un excedente de energía disponible con respecto de la energía efectivamente 
gastada. Hay que notar que el conjunto de la argumentación de Freud permite 
situar, sobre la fórmula de partida, cada una de las hipótesis:
0 — > F > W
1° 2o 3o
Ahora bien, esta focalización del estudio energético de la acción de la cocaína 
va a la par -la cosa es decisiva- con la afirmación de que la cocaína actúa 
indirectamente, es decir por la intervención de los centros nerviosos o 
también de lo que Freud, en líber Coca, llama “las influencias psíquicas” . Sin 
embargo, si biSh el papel de los centros nerviosos estaba planteado desde el 
comienzo con el postulado del carácter no convincente de las experiencias 
hechas sobre animales, esos centros no son considerados en Über Coca más 
que como uno de los lugares posibles en que puede intervenir, con un efecto 
terapéutico benéfico, la cocaína.

Otros materiales