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Jean Allouch letra por letra transcribir, traducir, transliterar Traducción de M arcelo Pástenme, N ora Pastem ac y Silvia Pastemac. Edelp ECOIE LACANIENNE DE PSYCHANALYSE Revisión de la traducción: Elisa Molina Diseño de Tapa: Virginia Nembrini Producción Gráfica: March Ríos Producciones © Jean Allouch © Editorial Edelp S.A. Cerrito 520. 5° C. Cap. Fed. Versión en español de la obra titulada lettre pour lettre, de Jean Allouch, publicada originalmente en francés por Editions Érés, Toulouse, Francia, 1984. Hecho el depósito que previene la ley 11.723 I.S.B.N. N° 987-99567-0-2 N i en lo que dice el ana lizan te , n i en lo que dice el analista h a y otra cosa que escritura... J. Lacan, seminario del 20 de diciembre de 1977 En prim er lugar, con el pretexto de que he definido el significante como nadie se había atrevido a hacerlo, ¡ que no se im aginen que el signo no es asunto mío! Muy al contrario es el prim ero,-será tam bién el último. Pero es necesario este rodeo. J. Lacan Radiophonie (Radiofonía) in Scillcet, 2/3, p. 65. Al introducir en el psicoanálisis el tríptico transcripción, traducción, transliteración, este libro intenta ceñir este “asunto” dando su consisten cia de escrito a ese “rodeo”. Se ha intentado m antener ese camino abierto más acá de aquel punto de caída señalado por Lichtenberg cuando hacía notar que « C o m o lo dice m agníficam ente Bacon (Novum Organon. L. 1, 45 apha) “Donde el hom bre percibe apenas un poco de orden, supone inm ediatam ente d e m a s ia d o " » (Aforismos, p. 233/234 de la trad. francesa) Introducción para una clínica psicoanalítica del escrito "En si psicoanálisis todo es falso, fuera de las exageraciones. ” Adorno 1 Un amigo interesado en el psicoanálisis, para quien mi opinión tiene importancia -sin que, por otro lado, ni él ni yo sepamos exactamente por qué-, me confió un día una pregunta que lo preocupaba: “¿Cómo definen ustedes, decía, la salud mental?” Ocurre a veces, con personas que no pretenden tener ninguna competencia, que hasta pueden incluso considerarse como no muy enteradas dei asunto, que llegan a ciertas observaciones o interrogaciones de una contundencia muy particular. Me pareció que éste era el caso, y di, con la ayuda de la conversación, una respuesta que, inmediatamente después de haberla emiti do, pensé que era del tipo de enunciados de los cuales el locutor sabe, en el momento mismo en que los formula, que dicen más de lo que él quena decir originalmente. Lasalud mental, tal fue mi respuesta entonces, es pasar a otra cosa. ¡Vaya una definición! Notarán ante todo que nos dejaba a los dos en las mismas, puesto que, como yo, este amigo sabía que no basta con imaginarse que se pasa a otra cosa, ni siquiera con hacerlo todo para satisfacer esta imaginación, para que ése sea efectivamente el caso. ¿Existe por ventura siquiera una oportunidad en que se pueda algún día atribuirle ese pasar a otra cosa a un sujeto? ¿No debemos, por el contrario, rendirnos ante la evidencia de que io que aparece como cambio en una vida no es más que la tentativa (a veces última) en que esa vida no cesa de no pasar a otra cosa? En ese sentido, ' hitado por M. Jay, en L'imaginaticn dialecüque. Payot, 1977, p.131 el interés de esta definición de la salud mental tendría un valor independien temente de la cuestión de saber si existe quien la satisfaga; muestra así no ser incompatible con esa designación de los humanos como “tan necesariamente locos” de la cual Pascal excluía que alguien pudiera salvarse. ¿Qué es entonces el encuentro del psiquiatra y su loco sino un intento del primero por volver operante, con respecto al segundo, el deseo de que pase a otra cosa...que no sea su alienación? Evoquemos la figura de Pinel (se perfila siempre detrás de la de Charcot) organizando toda una puesta en escena, convocando a algunos colegas para hacerlos sesionar, vestidos como es debido, en un simulacro de tribunal revolucionario, para obtener de uno que creía ser objeto de una condena de muerte por haber dicho en público palabras de un patriotismo dudoso, y gracias a la absolución que le sería así (en las formas) significada que renuncie a su creencia delirante, que acepte finalmente cambiar lo que Pinel ño teme designar como “la cadena viciosa de sus ideas”. Se toma en cuenta aquí, de manera notable, el propio discurso del alienado 2. Sin embargo, se pasa al costado de la alienación (de hecho, si “tratamiento moral” fracasa) al apoyarse, para contradecirlo, sobre lo que quedaría de razón en el loco, sobre lo que le haría admitir, por ejemplo, puesto que un tribunal lo absuelve, que ya no le queda más que considerarse no culpable y expulsar de inmediato esos delirantes pensamientos que hacían de él un postrado permanente. Esta forma de empujar al otro a pasar a otra cosa se encontró nuevamente, casi tal cual, en el psicoanálisis. Sin embargo, el hecho de que la cuestión de la salud mental sea planteada como tal, pero a pesar de todo en otro lugar diferente del lugar donde ejerce el psiquiatra, introduce un notable desfasaie, sugiere que hay algunos (no son excepcionales los casos de psicóticos que se encuentran en esta situación) que consideran, al menos como posible, otra forma de “salirse de eso”. De hecho, es lo que dio a entender, en ciertos momentos privilegiados, el discurso de! psicoanálisis. Así, quien se dirige a un psicoanalista, cuando ya no puede sostener el no pasar a otra cosa, “sabe” (por lo menos con esa forma de saber que implica toda efectuación) que no hay otra vía para salir de tal situación que la de autorizarse a internarse en ella. Si hay aquí una posibilidad para el pasar a otra cosa, sólo podría advenir si uno pasa, una vez más, por la cosa del otro, lo que equivale a agregar más de lo mismo. El psicoanalista suscribe a eso en tanto acepta ante todo reducir su respuesta al monótono “asocie”, es decir, dando la palabra a quien se dirige a él, abriendo así el campo al desarrollo de la transferencia. Pero, se dirá, Pinel tampoco ignoraba que sólo era posible pretender pasar a : Ph Pinel, Traité médico-philosophíque sur l alié no ¡ion mentóle ou la manie, Año IX Réd. Cerde du livre précieux, París, 1965, p.53 y 233 a 237. otra cosa si se pasaba por la cosa del otro. ¿Acaso no es justamente eso lo que él ponía enjuego cuando recomendaba “domesticar” , e incluso “domar” (son sus propias metáforas) al alienado? De aquí se desprende que esta forma de decir no es suficiente y que la cuestión estriba más bien en la distinción de los diferentes modos de ese pasaje; si bien es concebible, en efecto, que no son todos equivalentes, de cualquier forma conviene delimitar con precisión lo que los diferencia. Como toda cuestión elemental, ésta es difícil de tratar. Si domesticar al alienado para alejarlo de su alienación aparece efectivamente como una forma de llevarlo a presentarse en un terreno que será otro para él (aquel donde todos están consagrados a “la utilidad pública” - última frase del tratado de Pinel), se intuye, sin embargo, que ese tipo de relación con ei otro difiere sensiblemente de la que se instituye para alguien a partir del momento en que se le da la palabra. Sin embargo, esto sigue siendo confuso en parte, y todo ocurre como si, en lo inmediato, no fuera posible explicitar los diversos modos de ese pasaje con las palabras de todos los días. Así, por ejemplo, no se está en condiciones de poder simplemente nombrarlos, establecer una lista de ellos y, de esta manera, contarlos. Ante esta dificultad, ¿lograremos enfrentarnos, por ejemplo, a la oposición de lo que dependería de la sugestión y de lo que estaría exento de ella? Podemos, en efecto, pensar la domesticación como una forma de sugestión y recordar que este término, desde un punto de vista nocional, y también práctico, sirvió durante un tiempo para designar cierto modo de acceso -¿o quizás debamos decir de no-acceso?- a la alteridad. Sin embargo,incluso si consideramos el camino abierto por Freud como algo que se inscribe a contrapelo de ese intento, no podríamos extraer de allí ninguna bipartición para una clasificación de los diversos modos de este acceso/no acceso. En efecto, resulta evidente que la sugestión plantea una cuestión en el psicoaná lisis mismo (Freud da testimonio de esto) y no podría ser tomada entonces simplemente como lo que el psicoanálisis rechazó para constituirse. El descartar toda oposición demasiado reduccionista parece acrecentar la dificultad. Con todo, ofrece la ventaja de dar un lugar a lo que se llama la experiencia. Se calificará a ésta de “clínica” por el hecho de que se podrá ver, en la clínica, uno de los intentos mayores de producir una descripción -si no un análisis- de los diversos modos de la relación con la alteridad, de las formas a la vez variadas y variables con que cierta alteridad no cesa de ser aquello alo que un sujeto se enfrenta, aquello a lo cual responde en su síntoma (neurosis), a veces aquello a lo que responde en su existencia (psicosis) o en su carne ( enfermedades llamadas “orgánicas”). Al invitar al analizante a volver a pasar por la cosa del otro, el psicoanálisis ha introducido una forma nueva de recolectar el testimonio de la clínica. De ello resultó una clínica psicoanalítica, cuyo rasgo notable es que no ha roto radicalmente con la psiquiátrica, sino que ha introducido, con respecto a ella, cierto número de rupturas, de desenganches, de desfasamientos, de despla zamientos de cuestiones, de reformulaciones e incluso de objetos “nuevos”. Cada uno de esos elementos vale como la singularidad de una diferenciación que logró establecerse; ya se ha dicho: “Dios está en el detalle”. ¿Acaso no comprobamos que toda gran cuestión de doctrina psicoanalítica, cuando se la estudia de cerca, remite a un punto localizado de una observación clínica? Un ejemplo: por el hecho de que el análisis de Serguei Pankejeff no atribuye otro sentido al lobo más que el de sustituto del padre, Freud sitúa, lo cual estaba lejos de ser evidente, la oralidad como una pregenitalidad, como marcada por lo genital3. Así, la experiencia del análisis reelabora, a veces por fragmentos, a veces por bloques enteros, el saber clínico. Este libro da cuenta, me parece, de esto. Establece primero cómo y en qué el camino abierto por Freud rompió con cierto abordaje clínico (será necesario precisar su estatus), introduciendo así una nueva manera de interrogar a la experiencia, otra posibilidad de acceso a la locura. A partir de esto, permite comprender cómo la clínicapsicoanalítica así inaugurada se encontró definida (pero también puesta en acción), con Lacan, como una clínica de lo escrito. ¿Cómo situar el camino abierto por Freud, el desenganche a partir del cual pudo comenzar a formularse una clínica psicoanalítica? Que la experiencia analítica haya ocupado el lugar mismo dor.de desfallece lo que la lengua francesa condensa bajo el término de “droga”, esa droga que debía, para Freud, asegurar la estabilidad de la relación médico/paciente, mantenerla en la evidencia triunfante de una bipartición no cuestionada, tabes lo que puede leerse en la aventura de Freud como cocainómano (cap. I). El caso es tanto más notable cuanto que es posible descubrir allí por qué vías puede cesar el enganche de un sujeto con su síntoma. Es en esa falta misma de un medicamento/síntoma, a partir de esa falta reconocida, que Freud iba a hacerse primero el incauto de la histérica presentándose como el heraldo de una teoría histérica de la histeria. De la desfalleciente cocaína al sueño de una inyección de trimetilamina, luego de la presentación de la trimetilamina como fórmula hay un recorrido, una serie de fracasos diferenciables si no es que ya diferenciados. El segundo de esos fracasos fue realizado por un Charcot, quien supo elevarlo a la calidad de bufonería pública gigantesca. Freud no lo suscribió en absoluto, pero puso su atención en esto y hasta tal punto que, para marcar su elección de Ana O. en lugar de Porcz o Pin (dos 3 Cfr. El '.énr.ino de "El hombre de ios lobos", J. Ál’ouch y E. Porge, en O m i c a r no. 22/23, 1981, Lyse Ed., Pa/ís. enfermos de Charcot que Freud conoció en la demasiado célebre presenta ción), dejó que su pluma fuera guiada por las sugestiones de la histérica (Capítulo dos). La cosa freudiana, es sabido, no se detuvo allí, y es el sueño o, más exactamente, su interpretación analítica, lo que vino a desplazar el simple juego de una oposición entre una versión universitaria de la histeria y la teoría de la histeria tal como la propone la histeria misma. Así, el análisis del desenganche al que le debemos poder hablar de una clínica psicoanalídca se cierra aquí con una retoma de la cuestión del sueño (Capítulo tres). Por lo menos provisoriamente, ya que ese hilo encuentra su prolongación en la transferencia. Que el revelamiento de la transferencia sea uno de los mayores trutos de la clínica analítica no quiere decir, sin embargo, que haya podido resolverla. Se verá cómo, únicamente al término de un camino a la vez clínico y doctrinario, es posible concebir un abordaje de la transferencia. En efecto, nada puede afirmarse hoy para situar a la transfe rencia (o sea: después de Lacan, sobre todo después de la disolución de la Escuela Freudiana de Paris tomada como un acontecimiento mayor del “retomo a Freud” de Lacan) sin tomar en cuenta lo que Lacan señaló como “el campo propiamente paranoico de las psicosis”. Por esta razón aquí se propone al final del recorrido un ciframiento de la transferencia (Capítulo nueve). Se comenzó dicho recorrido clínico con la toxicomanía, y luego con la histeria. Pero el hecho de haber tomado el asunto cada vez al nivel del caso, de lo particular, no deja de procurar un beneficio de doctrina, que el análisis del sueño pone claramente al desnudo. La clínica abierta por Freud, al otorgarle al sueño, esto es el hecho decisivo, el valor de una formación literal, se define entonces como una clínica de !o escrito; a partir de allí, armado con esa clave, se pueden retomar algunas de las grandes cuestiones clínicas como la fobia (Capítulo cuatro), el fetichismo (Capítulo cinco) o aun la paranoia (Capítulo ocho). ¿En qué puede una clínica de lo escrito renovar al análisis de esos diversos modos de la relación con el otro? Tal es la cuestión de la que se espera que, de ser tratada, no deje de tener consecuencias sobre la práctica del psicoanálisis. Así es como el análisis de la apertura freudiana, del desfase del abordaje freudiano con respecto a cualquier otro establecido antes, se desarrolla en extensión, despejando algunas vías de una clínica analítica que, aún hoy, permanece en gran medida sin cultivar. Sin embargo, a estos dos hilos enlazados (la historia del psicoanálisis, la formulación de una clínica analítica), se agrega un tercero, doctrinario esta vez (cfr. Tercera parte: doctrina de la letra). A decir verdad, no es pertinente oponer la doctrina a la clínica, puesto que se demuestra, al contrario (la experiencia lo verifica en todas las ocasiones) que mientras más literal se haga una observación, más próxima resulta de lo que se da a leer, más fácilmente localizable será (a veces incluso formulado tal cual) el punto de doctrina que se encuentra implicado en ella. Sin embargo, sigue siendo cierto que la cosa no es retomada automáticamente en la-doctrina; que hay en ella algo de oportunidad, de una fortuna que depende de otro registro totalmente distinto al de la maestría. De no haber tenido lugar tal oportunidad, no creo que se hubiera justificado verdaderamente la recopilación de esos estudios clínicos en un libro; y quizá sin la puesta enjuego de la nominación de que se va a tratar ahora, la doctrina se habría encontrado una vez más no cuestionada por la clínica. Lacan: “La nominación es la única cosa de la que estamos seguros de que hace agujero.” 4 Una clínica de lo escrito,¿qué quiere decir? Basta con haber singularizado así la clínica analítica para que se presenten cierto número de cuestiones que resulta extraño que hayan sido tan poco abordadas. La primera es quizá la de la lectura; si un sueño debe ser tomado como un texto, ¿en qué consiste el hecho de leerlo? Y de manera más general, si el psicoanálisis opera a partir del hecho de que basta que un ser pueda leer su huella, para que pueda reinscribirse en un lugar distinto de aquel de donde la ha tom ado5, ¿qué se necesita que sea esta lectura para que produzca, sin otra intervención (cfr. el “basta”), una reinscripción del ser hablante en un lugar distinto? Sobre este punto preciso, consultaremos a Lacan. Quiere decir que nos dirigimos a él en cuanto lector, capaz de aclarar (cuando estudiamos de cerca su manera de leer) lo que significa “leer” en psicoanálisis. Es claro que este sesgo es específico, incluso si se puede notar que está en la línea recta de la relación de Lacan con Freud, ya que es efectivamente como lector de Freud que Lacan se posicionó, y que por haberse enganchado a la letra de Freud su “retomo a Freud” pudo ser reconocido como efectivamente frswdiano. A partir de ese lazo disimétrico de Lacan con Freud, no hay ninguna paradoja en elegir interrogar a Lacan, antes que a Freud, sobre lo que quiere decir “leer” desde un punto de vista freudiano. Esto se verifica en los hechos: la lectura freudiana del presidente Schreber o de Herbert Graf se vuelve más aguda, más precisa, más rigurosa cuando es retomada por Lacan. Hay una firme decisión metódica que contradice lo que se imagina de un plus de verdad concedido al testigo directo, a la presencia, a la inmediatez; esta decisión, al valorar, por el contrario, el testimonio indirecto, ya proporciona una indicación sobre lo que puede ser una clínica del escrito. Sabemos que Lacan, en la proposición llamada “de octubre de 1967”, al hacer depender la nominación al título de analista de la escuela del testimonio indirecto de 4 Lacan, R.S.I., Seminario desgraciadam ente inédito del 15 de abrí! de 1975. 5 Lacan, Seminario desgraciadam ente inédito de! 14 d e mayo de 1969- “passeurs", dio todo su peso a esta forma de testimonio. Sin embargo, este peso no debe llevar a desconocer que la cosa era homologa al hecho de que un analista no va generalmente a verificar la exactitud de una declaración del analizante concerniente a un tercero, sino que se atiene, allí también, al •testimonio indirecto. Sin embargo, la decisión de valorar el testimonio indirecto no podría justificarse a priori, puesto que depende de la verificación de la apuesta según la cual, en ciertas condiciones, el testimonio indirecto efectúa mejor el bien decir aquello de lo que se trata. Ahora bien, no elegiremos aquí construir el tratado que fundamentaría la pertinencia de estas condiciones, sino que nos internaremos en esta decisión a reserva de que algunas de ellas puedan encontrar su formulación en el camino. La cosa no se juzgará entonces por sus frutos, sino por una cierta calidad de estos frutos. Hay aquí un eje metodológico para una clínica del escrito. Así, la fobia, el fetichismo y la paranoia se estudiarán a partir de lo que Lacan dio testimonio de haber leído acerca de ellos. Y ya que hay solidaridad entre la puesta en práctica del testimonio indirecto y el tomar en cuenta el caso como caso, el estudio del testimonio de Lacan se concentrará sobre algunas de sus lecturas, aquellas sobre las cuales se detuvo el tiempo que fue necesario para examinar las cosas en detalle; se tratará de su lectura de! “pequeño Hans”, de André Gide (con el testimonio indirecto que constituye ei estudio de J. Delay) y del presidente Schreber. Pero consultar a Lacan en tanto lector (y por lo tanto consultarlo sobre lo que es leer) reservaba una sorpresa. El cuestionamiento así entablado debía conducir a evidenciar una forma de lectura en Lacan, forma que, una vez enunciada, no podía más que ser reconocida por cualquiera que aceptara ver la cosa más de cerca. En efecto, podemos comprobar que cada una de estas lecturas que Lacan prosiguió hasta recibir él mismo una enseñanza de ellas (y así hacer enseñanza de esta enseñanza) se caracteriza por la puesta enjuego de un escrito para la lectura, para el acceso al texto leído, a su literalidad. Lacan lee con el escrito; y una clínica del escrito revela así ser una clínica donde la lectura se confía al escrito, se deja engañar por el escrito, acepta dejar que el escrito la maneje a su antojo. Esto no quiere decir por cieno que cualquier escrito sirva igualmente. Pensemos solamente en los seminarios consagrados por Lacan a la construc ción del grafo que le iba a permitir leer uno de los más comentados chistes recopilados por Freud. ¡Dos años! Pero hablar del cuidado que esto puede a veces reclamar no significa responder a la pregunta sobre lo que funda la pertinencia de tal escrito para ser el escrito que conviene a! objeto de esta lectura. Ahora bien, la pregunta es decisiva puesto que la lectura escogió ponerse bajo la dependencia del escrito, puesto que el objeto es quizás tan sólo lo que resulta de la puesta en práctica del escrito en la lectura. Lo abrupto de la cuestión no quiere decir que no se sepa que ésta encontró, en otros campos, su solución. Implica que haya lectura y lectura y que no sean todas equivalentes; ahora bien, hay un terreno, como el de la egiptología, donde estas diferencias han entrado en juego en el punto preciso en que, como consecuencia de cierta lectura, esta disciplina pudo ser reconocida como tal, es decir, como un procedimiento razonado. ¿Por qué se olvida que se “leían” (esas “ ” constituyen todo el problema) los jeroglíficos mucho antes de que Champollion los descifrara? ¿Y acaso no tenemos la impresión justificada de que cierta lectura clínica es exactamente de! mismo tipo que cierta lectura de los jeroglíficos antes de Champollion? Tuvo razón ese analizante que se despidió discretamente de su psicoanalista luego de esa sesión donde lo oyó proferir la obscenidad según la cual, con lo que le decía ese día, él, el analizante, realizaba “la castración sadico-anal de su padre” . ¡No hay que dudar que este analista creía leer! ¡E incluso, al hacer esto, interpretar! Y ciertamente no es la sustitución aquí de términos de Freud por términos lacanianos lo que cambiará algo del estatus de ese tipo de lectura6. Si bien hay efectivamente lectura y lectura, es necesario también captar mejor lo que es leer con lo escrito -no solamente para establecer una especie de abanico de diferentes lecturas, sino también para poner obstáculo al desarrollo, en el psicoanálisis, de algunas de ellas. ¿Acaso fue una casualidad que haya sido a propósito de la lectura lacaniana del “pequeño Hans”, es decir, de un caso de fobia, de un caso bisagra entre la neurosis y la psicosis, que se produjo la nominación que iba a permitir ordenar el conjunto de la cuestión?7. De todas maneras, una vez franqueado el paso de esta nomina ción, vista aprés coup, la cosa parece, hablando con propiedad, trivial. En efecto, leer con el escrito es poner en relación lo escrito con el escrito, lo que se llama, allí donde ocurre frecuentemente que se deba pasar por esta operación -es decir, en la filología- una transliteración. Reconoceremos, entre diversas formas posibles de “leer” , la que se distingue como una lectura con el escrito cuando se descubra que esta lectura no constituye callejón sin salida sobre la transliteración. La transliteración interviene en la lectura al enlazar el escrito a lo escrito; da así su alcance a lo que se admite generalmente (y particularmente en Lacan. quien sigue en esto la opinión general) como la secundariedad de lo escrito. Esta secundariedad no adquiere importancia tanto con relación aunapalabra; á Lo que distingue a esta aventura de la práctica más com ún hoy consiste en que aquí el analizante supo que e! coso (ei de su analista)era incurable, que no quedaba más, por i o tanto, que despedirse y dar testimonio. Cfr. F. Pe raid i, revista Interpretación, no. Z .1, 7 Hemos escogido un orden de presentación que difiere de! o rden de elaboración. sino que más exactamente, ia secundariedad de lo escrito con respecto a la palabra es sóio ¡a secuela de la secundariedad fundamental de lo escrito con respecto a sí mismo. Lo escrito, esto es, lo que resulta de su definición por la transliteración, tiene ya, una vez más, que ver con lo que Queneau inventó creando el nombre de “segundo grado”. ¿Por qué imaginar menos presencia en esta secundariedad cuando basta con admitir que es adyacente a ella otro modo de presencia? Sobre lo que anuda a lo escrito con cierto modo de la presencia del otro, no es posible no consultar la experiencia psicótica; ella permitirá que este cuestionamiento se prolongue, que se delimite mejor la manera en q îe el escrito puede desactivar cierta presencia respecto de la que nos limitaremos a mostrar nuestro juego, en estas páginas introductorias llamándola persecutoria8. La transliteración es una operación a la que se apela tanto más cuanto más difiere lo que hay para leer, en su escritura, del tipo de escritura con el cual se constituirá la lectura. Sabremos aprés-coup si esta lectura literal habrá sido efectivamente eso. Ahora bien, escribir lo escritoes cifrarlo y esta forma de leer con el escrito merece entonces ser designada como un desciframiento. La referencia de Freud a Champollion para la interpretación de los sueños, pero también, y de manera más general, para el análisis de toda formación del inconsciente, la nominación por Lacan de estas formaciones como cifrados (“cifrado inconsciente”), ¿confirmarían la revelación de cierta forma de lectura para el psicoanálisis? ¿Confluirían con el privilegio otorgado en el psicoanálisis freudiano a cierto tipo de lectura tal como su localización se había revelado posible en Lacan? Más allá de esta eventual confirmación, ¿resultaba posible precisar mejor en qué se especificaba esta lectura? Esta prueba debía mostrar que ia transliteración no basta, por sí sola, para definir una forma de la lectura; que ponerla en juego en la lectura es una operación simbólica que revela estar articulada, en cada caso, con otras dos operaciones que son la traducción (del registro de lo imaginario) y la transcripción (operación real). Así, la cuestión de los diferentes tipos cíe lectura encontró su formulación al construirse como la cuestión de los diversos modos posibles de articulación de estas tres operaciones. Es claro que, tanto en Freud como en Lacan, el empleo de los términos “traducción” o “transcripción” está poco precisado. Así, Freud habia, a propósito de la interpretación de los sueños, de “traducción” , pero es para corregir la cosa diciendo que no se trata propiamente de la transmisión de un sentido de una lengua a otra, sino más bien de un desciframiento como el de Champollion. Ciertamente, descifrar no es traducir, pero se necesitó la ubicación de la transliteración tanto en. el desciframiento de Champollion 8 Cfr. Ei discordio paranoico, capítulo siete. como en el trabajo de la elaboración del sueño para poder, a partir de eso, definir lo que focalizaba la traducción y la transcripción. Escribir se llama transcribir cuando el escrito se ajusta al sonido; traducir, cuando se ajusta al sentido, y transliterar cuando se ajusta a la letra. El objeto de este libro es la introducción de este tríptico en la doctrina psicoanalítica, y luego el estudio de una primera ubicación de lo que se encuentra aclarado, e incluso modificado por él. Transcribir, traducir, transliterar. Cuando se mira tal o cual caso con un poco de detalle, estas operaciones no aparecen nunca puestas enjuego indepen dientemente unas de otras. Por eso, las definiciones que siguen, si bien no dejan de tener efectos prácticos, consecuencias acentuadas, designan con todo operaciones que son todas aislables, pero que no se encuentran en estado completamente aislado; se tratamás bien de lapredominanciade una de ellas, de una especie de juego que consiste en tomar ventaja y poder más, o incluso en tomar el paso y ganar de maño (en contrapunto radical, entonces, con un “no tomar”). * Transcribir es escribir ajustando lo escrito a algo que está fuera del campo del lenguaje. Por ejemplo (es el caso de transcripción más frecuente, o, por lo menos, el mejor estudiado) el sonido, reconocido fuera de este campo a partir del momento en que lalingüísticasabedistiguir “fonética” y “fonología”. No olvidaremos hacer notar, con respecto a esto, lo que separa a la lingüística del psicoanálisis: allí donde un Jakobson se contenta con los dos términos, sonido y sentido, y entonces, tan sólo con la transcripción y la traducción9, se hace aquí referencia, no a dos sino a tres operaciones, no a dos sino a tres términos. Se notará, además, que nos ejercitamos en transcribir -desde los movimientos complejos de la danza hasta el simple juego de cara o cruz- muchos otros objetos además de los sonidos. Haremos observar aj usto título que a partir del momento en que transcribimos, entramos en el campo del lenguaje y que el objeto producido per la transcripción nunca es otra cosa que objeto determinado, él también, por el lenguaje. Sin embargo, la transcripción toma esta de terminación a contrape lo, quiere anotar la cosa misma, como si la anotación no interviniera en la toma en cuenta del objeto anotado 10. Hay ahí, para la transcripción, un tropiezo real, ya que el objeto al que se apunta no será nunca el objeto obtenido, pues es imposible que produzca el tal cual del objeto. La ,J R. Jakobson, SU legons sur le sun el lesens. Les cdiúons de minuit, París, 1984. 10 Los distribuidores en Francia (y en los países de hablaespañola) de ta película estadounidense titulada con ¡a acrofonía E. T. eligieron no transcribir este título, lo que hubiera dado, una vez escrito, IT!, sino transliterar E.T. (se trata de un grado débil de transliteración pues opera de una escritura alfabética a otra escritura también alfabética y. además, con dos alfabetos que denen un origen común). Asi, la clase culta pronuncia “iri" donde el pueblo dice “e té E lim in e m o s el hecho de la influencia cultural y entonces aparece más puro ei fenómeno que diferencia la transcripción de la transliteración: si se translitera, se produce otra pronunciación, sí se transcribe, se pro-'.uce otra escritura. transcripción se obstina (en el sentido en que no suelta su presa) sobre este punto de tropiezo y, a] obstinarse, tropieza, choca con él. De ahí su ubicación como operación real en el sentido en que Lacan, con Koyré, define el real per lo imposible. Pero la transcripción no podría por sí sola tener acceso a este real. Porque el escrito que pone en acción no encuentra en ella su estatus y así ella no puede, manejando algo de lo que no sabe dar cuenta, de ninguna manera auto-fundarse. *Traducir<¡s escribir ajustando lo escrito al sentido. La operación correspon de tanto más al imaginario cuanto que el traductor, al tomar el sentido como referencia, se ve impulsado a desconocer su dimensión imaginaria. Aparece así como una necesidad que no baya teoría de la traducción -no a causa de tal o cual desfallecimiento o dificultad, superable en principio - sino porque ia traducción es una práctica no teorizable; el sentido tornado como objeto da en efecto inmediatamente demasiado asidero para la aprehensión (una de las figuras de lo inaprehensible), aunque más no sea porque siempre es posible que intervenga el infaltable astuto que interrogue a cualquiera que pretenda haber captado un sentido con un ‘Pero ¿qué sentido tiene ese sentido?" El sentido, de esta manera, al menos por lo que se dice, “se profundiza”, se vuelve más denso, más pesado, y el enredo sirve al astuto que, con el pretexto de decir el verdadero sentido profundo de la cosa, intenta imponer supropia visión. De esta inclinación, el psicoanálisis extrajo su desagradable defini ción de “psicología de las profundidades”. Vemos, con el caso de “la castración sádico-anal de su padre”, citada más arriba, hasta qué punto la profundidad del sentido crece en relación inversa a la literalidad de la toma en cuenta de lo que se traduce. Por eso generalmente la traducción pretende ser “literal” , lo que no designa otra cosa que su búsqueda de puntos de anclaje fuera del solo transporte del sentido al que se consagra; la traducción necesita otra referencia además del sentido para luchar contra lo que Lacan hacía notar cuando decía que el sentido pierde como un recipiente agujereado. Con sentido no se detiene la pérdida del sentido 11. * Transliterar es escribir ajustando lo escrito al escrito; por eso la especificidad de esta operación se advierte allí donde se trata de dos escrituras diferentes en su principio mismo. Podremos ver y,- me parece, demostrar, cómo esta transferencia de una escritura (la que escribimos) a otra (ia que escribe) permite señalar como simbólica la instancia de la letra. Pero esta definición de la letra por la transliteración no implica que debamos suponer algo como una autonomía radical del escrito, que haya que mantenerlo como cerrado sobre sí. Al contrario, la secundariedad de la cual la transliteración extrae, de alguna manera, las consecuencias, pide que se reconozca que el escrito se 11 J. Lacan, "Intervención", en Leltres de l'Ecnle Freudienne, no. 15, junio tíe 1975, p.72. constituyó primero apoyándose sobre algo de un orden diferente al de la letra, de un orden que la historia de la escritura muestra haber sido el del significante -lo que designa también al orden numérico, o geométrico, o musical..., etc. Esto quiere decir que la transliteración parte de la transcrip ción; incluso si es de la primera que la segunda puede, aprés-coup, extraer su razón. Por otro lado, debe hacerse notar que, en su articulación más común -no a la transcripción sino a la traducción- la transliteración, cuando se impone concretamente, está al servicio de esta última o, más exactamente, al servicio del anclaje de la traducción en la literalidad. Si transcripción, traducción y transliteración; si escritura del sonido, del sentido y de la letra no se ponen a actuar de manera aislada, ¿cómo se articulan estas operaciones? ¿Y cómo definir, desde estas diferentes articu laciones, lo que serían los diversos modos de la lectura? No hemos pretendido forjar aquí una respuesta apriori desarrollando como conceptos los términos “transcripción” , “traducción” y “transliteración” ; una búsqueda de este tipo hubiera dejado escapar, en efecto, el hilo mismo de la cuestión que no se refiere al estatus del concepto, sino al de la letra. Por lo tanto, el estudio literal de ciertos casos debía, mejor que cualquier otro procedimiento, mostrar algunas articulaciones posibles (en tanto que testifi cadas) de estas tres operaciones. Esta forma clínica ofrece el inconveniente (o lo que parece serlo) de no permitir encarar la exhaustividad de las diversas articulaciones dibujadas; pero cada caso estudiado, por ser un caso concreto, por provenir de un análisis literal se ofrece como susceptible de ser discutido. Respondemos así en los hechos a la contundente afirmación de K. Popper para quien eran refutables las interpretaciones analíticas. Ciertamente, Popper es confirmado cuando la interpretación pretende ser una traducción de las profundidades; pero una interpretación que consiste en una lectura- desciframiento puede ser objeto de un examen racional!2. El análisis de la secuencia incidente de la víspera/sueño/interpretación del sueño (se necesita no un sueño solo, sino una secuencia así para que la cuestión cifrada en un sueño se pueda cerrar) que introduce aquí el tríptico transcripción-traducción-transliteración (Cap. II!) muestra cómo un psicoanalizante, por haber traducido (sin saberlo, por otro lado) una frase escuchada la víspera y haberobtenido así algo inaceptable para su Yo, puede verse llevado a retomar el asunto en sueños, a leerlo (transliterándolo con el escrito que es el sueño) de otro modo. Mostraremos también cómo ei juego de estas tres operaciones interviene en algunas lecturas de Lacan. Finalmen te, con el señalamiento de su puesta en juego en el desciframiento de los jeroglíficos, mostraremos que no se trataba, en la referencia de Freud a , : Pnra u n desarr ol lo de es ín cuestión, cfr. aquípp. 210-11. Cfr. j, Lacan: '‘No hay ninguna razón para que no se pueda poner mi enseñanza en falte.” Scm. del 13 de enero de 1977. Champollion, de una simple alusión capaz de aclarar el camino abierto por Freud, sino de ese camino mismo. Toda formación del inconsciente es un jeroglífico, en el sentido elemental de resistirse a la captura inmediata, de no ser transparente y de que sólo se deja leer con un trabajo de desciframiento. Pero si este trabajo reclama la asociación libre, y apela con justa razón a la palabra del analizante, ¿qué es lo que enlaza a ésta con aquél? En Lacan, esta cuestión es la de la relación entre el significante y la letra. Al presentar lo que es la conjetura de Lacan sobre el origen de la escritura (Cap. VII), mostraremos cómo la letra toma a su cargo el significante y hasta lo separa de su referente (el objeto es metonímico) en la unión precisa donde la letra encuentra su estatus literal en la transliteración. De este modo, resulta coherente que haya sido un psicoanalista -Lacan- quien hay a llegado a redefinir las modalidades de la lógica clásica a partir de “lo que cesa de escribirse”. Sólo un abordaje de lo escrito en cuanto tal puede, en efecto, dar cuenta del hecho de que es posible a veces que se desvanez.ca lo necesario del síntoma; que aquello que, de escribirse, no cesa, llegue a cesar de no escribirse. Tan sólo con citarlas así se pone inmediatamente de manifiesto que estas definiciones lacanianas de las modalidades implican dos modos de lo escrito; la transliteración es el nombre de lo escrito en tanto que sólo toma existencia como escrito por ese redoblamiento. Pero esa relación literal con la letra como “estructura esencialmente locali zada del significante” ¿no es acaso exactamente lo que presentifica el psicótico? Y sí hay que asociar' así, incluso asimilar la interpretación delirante y la interpretación analítica, ¿qué es lo que vendrá a diferenciar, a fin de cuentas, un psicoanálisis de lo que Lacan llamaba un “autismo de dos” n? Aquí se confirma que no deja de tener consecuencias, e incluso frutos, la diferenciación de la transcripción, de la traducción y de la transliteración. Como veremos resulta que da la posibilidad de precisar el estatuto de lo que fue señalado por Lacan como “Nombre-del-Padre”, de enunciar lo que particulariza a este significante y, al mismo tiempo, aquello en lo queconsiste el proceso de la forclusión. “En el psicoanálisis -escribía Adorno- todo es falso fuera de las exageracio nes” ; esto era otorgar un gran crédito al psicoanálisis. Diremos, más limitativamente, que exagerar sobre lo escrito es la única posibilidad para el pasar a otra cosa; eso el paranoico lo dice. La experiencia psicoanalítica (“paranoia dirigida”, decía Lacan) bordea así la experiencia psicótica. Entre las dos, está la fina hoja de la transferencia, ¿Hace la transferencia corte cuando se cierra su efectividad? Dejando por el momento de lado la cuestión ,J J. Lacan. Seminan o inédito del 19 de abril de 1977. de saber lo que, como falta, se obtiene de esto -o no-, nos limitaremos, en el presente recorrido de la clínica analítica, a ciirar y así descifrar su forma de ejecución de la intención con que Freud había marcado la necesidad diciendo que nadie podía ser matado [tué] (Lacan, puesto que su punto de partida es la paranoia, escribe “tu es” [tú eres]) in absentia aut ín effigie. ¿Qué ocurre con la letra cuando, tras un tiempo de sufrir una demora en latransferencia, y de perder luego -a veces- por ella, su valor neuróticamente estimable de lo inédito, alcanza así su público? ¿El discurso viene entonces a tomar el relevo al acogerla? Mostraremos que la discursividad no puede ser recibida como la palabra final. Y que la letra que sufre una demora, en su insistencia, no cesa de interrogar al análisis sobre el estatus -precario- que da a lo sexual. Primera parte acerca del camino abierto por Freiid Este camino abierto es presentado aquí como lo que abre el campo de una clínica psicoanálitica. Mostraremos que esta apertura sólo fue posible al precio de rupturas ( Charcot, Breuer, Fliess) que, más allá de los conflictos de personas, debieron apelar nada menos que a cambios de discurso. Leeremos entonces algunas de esas rupturas, tomadas entre las primeras, con la escritura lacaniana de los cuatro discursos. Habrá sido necesario que Freud encontrara serios obstáculos -y que haya sabido no descuidarlos- para que se autorizara a apartarse del discurso dominante. El asunto de la cocaína es uno de esos obstáculos; Freud coquero habría sido, como tal, un médico según su anhelo; este obstáculo es entonces el lugar mismo de su ruptura con la medicina. En su ruptura con Charcot encuentra otro punto de obstáculo: a llí lo vemos obligado a dar la razón a la histérica, convirtiéndola por un tiempo (ei del método llamado "catártico") en la víctima de su discurso. C O C A C O R D I A L . — A — P A L A T A B L E P R E PA R A T IO N O F COCA SSYTflBOX- CONTAiNlNG In an agreeuMc vubiclt t h e actí VLM»H*diciiml principie, freí* írom th r bittcr ii*trui- gesit ei)iíMt¡t!icnlM t>¿ thi* dnig. n n is K s e d a t i v e , t o m e , a n d s t i m u l a n í a e f~ f p c t s o f c o c a c v y t h r o x y l o n a n d i t s p r e p a r a ! io n » . a n d tl if i l* « id» - m|»|*1 ¡«*:tti-mi i n m e d ic a l p n ir lii* » ' un* II ..w t<x» w c ll k im w n t n tlu* m e d ic a l p m f i '.-M im t n m -od e x t e n d e d t o tn in i-n i. C o ca h a - l>«en ex tc m n v u Jv u>ed w íii i it»*hí- ifviliv? 'HWC*!* toi" tile iv l ie f o f '<111- d i t io u > dcpiM idin*? o n n f iv m i.n c x l i a i M ........ ... t l ic n e r v n i i s i r r i t a b i l i t y fiilliH W O jí « w w n «»f 1111 v kUi<( . ¡»* n e n ra - t l ic n ÍM . tn f a c i l í t a l e d * • j e - t io n in , t<» r e l i e v e l l i r m o rl> i.| dcitr<t»i»l<Hi « 'f ' i ' t iu - » iw « lh l l» r f r o n t e x l ia n ^ l - Í iilt m e n ta l l a b o r . in n au > e :i a n d v u .n ; t .n y o f r e t íe x n r i* r in , a n d in t h e h T i i l i i l c i i t o f t ln : a l c o h o l a n d o p iu m .lsa i¡it> . In a g rc a f v a r ie tv o f u f f ec t iom s it ha* p r o v - ed i t s e l f l o >»c a i l r u p r a n k in g r in t l n v a p e n t i c im p o r t a m - c \vñ!i o p i u m : ind q u in in e . T h e ( 'u i-a O i rd i f t ! j i r eve i i tx t h e d ru i r i■ t a p u la t a h l e f o r m , c o m m e n d i n p i t c s p c c iu Hy '(<> th e l a r a ^ e el asa o f p e rd ó n o f d e l í e a t e n e r v - o u s o r g a n i z a t i u n , f o r w h o m it i«* m o br o f i c n in d i c a t e d . Íu i t s p r e p a r a ! i o n t h e a«fcnnj¿cnl a n d h i t - i r r c o n s t i t u c u t * o f C o c a w h ir l i a r e im t v * - -« 111iüi to it* m e d ic in a l ac ta .» Iw ve lieeur i’l i i t i ii ii itcd , vvliiUí c a ro h a * b e e n f a k e n l o rc- la in u n c h a n j i e d fh e a c t i v e p r i n c i p i e c o c a in c . O n e Huid m i n n - n f t h *5 co rd ia l r e p r e s e n t a HO p d a s n f r o r a Ic a v e * o f p»i»d «pia l i tv , t h e ve- hie le e m p l o y e d l>ein«r a u agm*al»!e c o r d i a l n f a r ich víimmik fluvnr . Hh-*ií W n i tm » rn ^ •« * fisp* fnUr íaUy 4t«oi|»<lTr «j <'»m «sd ila ’• » . 3in<« rsv 3nt#l ¡^/bV-4*w i wjJI »>*«r ttm Ua fcn»> « t t t e i* iw Ja s- es* i t U ' . IU * Í? i * W * 4 e íé j i s»< wM*a s-e í i 3 3£sídtí Street. I Liberty P A R K E , D A V I S & C O .f M aim íaciuring Cheniist», | N e w Y o r k , D E T R O IT , M IO H . Coca cordihl extraido de R. Byck, Sigmund Freud, De la coaSine, Ed Complexe, París, 1976. p .140. Capítulo i Freud coquero En los primeros pasos del camino abierto por Freud del psicoanálisis, está - se dice- la histérica. La aserción es ciertamente fundada, salvo si nos deslizamos de allí hasta convertir a la histérica en una teórica a la que Freud le habría raptado su saber. Esta tesis -feminista- deja de lado lo que realiza la histérica, que no es destacar una teoría sino producir, con respecto a su interlocutor, la sugestión de que una teoría existiría efectivamente. Deja a cargo de ese interlocutor la elaboración ds lo que ella sólo le indica con medias palabras, aún a riesgo de tener que rectificar el tiro; llegado el caso. La operación de diferenciación en que Freud, con la histérica, renuncia a hacer de bardo de! discurso universitario será el objeto dei próximo capítulo. Se suele descuidar, en efecto, que hay para Freud en ese tiempo otro asunto, el de la cocaína, no menos ineludible puesto que debía converger con la cuestión de la histeria en un punto muy precisamente situable, o sea el sueño llamado de la "Inyección a Irma" y su análisis, el primero, como se sabe, inaugural del método fundado ese día. Todavía hoy los especialistas se rompen las narices toda vez que se ocupan del tema de la intoxicación. ¡Qué no imaginan emprender, con tal de lograr que un sujeto cese de atenerse a un objeto de satisfacción! Freud coquero (es decir cocainómano)... : un caso que habría podido interesarles. ¿No lo considerarán ejemplar? Se privarán así de interrogar la relación del sujeto con el tóxico de una manera que vuelva encarable lo que hay que designar por su nombre, a saber, una separación. Esta posibilidad es, en efecto, lo que diferencia el testimonio de Freud dei de aquel otro drogado célebre que fue Moreau de Tours. Es verdad que el drogado solicita un médico que está más cerca del cura que del docto: pero, ¿es esto acaso una razón suficiente para plegarse a su solicitud? Esto sería tanto como desconocerlo queFreud consideró necesario hacer saber a la comunidad de doctos a quienes se dirigía. Formularé la cuestión de este modo: es por haber escrito su experiencia con la cocaína en términos, ligados por las exigencias universitarias, de un discurso científico, que Freud llegó a renunciar a los “beneficios” de esta substancia tan ponderada. Si entonces se da un estatus dé síntoma a este uso, la eliminación del síntoma se vuelve posible para Freud cuando él lo escribe. El síntoma entonces cesse, de s'écrire, cesa, de escribirse; cesa por escribirse. Esto quiere decir, solamente, que Freud lee y liga (homófonos en francés: lit y lie), con este escrito, la relación del coquera con su objeto y, a partir de ello, como coquero, se separa de él. Por participar de lo escrito el síntoma se vuelve inscriptible. Esta participación (convendrá precisar su estatus) funda lo necesario del síntoma que, no cesa... en francés ne cesse, incluso al escribirse... como síntoma. Que su real llegue a ser suprimido de s'écrire, es decir, en español, por escribirse, esto es lo que constituye una cuestión, un problema. El interés del apoyo tomado aquí en las definiciones lacanianas de las modalidades lógicas usuales depende del hecho de que permiten plantear con más precisión esta cuestión del síntoma y de su supresión. La intervención de las modalidades de lo necesario y de lo posible la desplaza en efecto, la transforma en esta otra que va a tratar sobre el escrito: el termino escribirse ¿tiene el mismo alcance, ofrece las mismas consecuencias y tiene, finalmen te, el mismo sentido en los registros de lo necesario y de lo posible? Dicho en otras palabras, elde s ’ecrire, en francés, de escribirse, por escribirse, en español, en acción en esas definiciones, escondería en su forma singular un plural; lo escondería pero también manifestaría su existenciacon el equívoco que aporta allí la coma, en francés, entre “de escribirse” y “por escribirse” . La coma escribe ese plural, designa que hay maneras de escribir y permite entrever que hay allí una relación entre el escrito y lo que Lacan llama jugando con las palabras l'effagons, es decir las maneras (fagons) y los borramientos (ejfagons), y, entonces, que hay un posible borramiento del síntoma. La cosa es demasiado abrupta para ser abordada de frente. Pero ¿cómo descifrarla de una manera que no hipoteque su solución? Respondo: con el escrito. En efecto, es la única respuesta isomorfa con aquello de lo que se trata. Si Freud lee su relación con el objeto cocaína con el escrito y con ello cesa de depender de él, no podemos más que redoblar aquí su operación leyéndola, a ella misma -puesto que es nuestro objeto- con el escrito. Escojo para hacerlo la escritura propuesta por Lacan de lo que él llamó “discursos”. Cada uno de esos discursos se encuentra definido por el hecho de que una serie ordenada de letras (S el significante-amo, S2 el saber, a el plus de gozar, el sujeto dividido) ocupa allí cuatro lugares fijos y marcados. He aquí esos lugares: El agente — -------------- > el otro la verdad la producción A partir de uno cualquiera las tres permutaciones, únicas posibles (pues la cuarta reconduciría al punto de partida) escriben los otros discursos: S, -> s_2 S" a ,s -> s , i s : a -> S ^ A S2 -> a 's , s" del Amo histérica analítico de la universidad A falta de la disponibilidad de los seminarios que introdujeron y comentaron esta escritura de los cuatro discursos, el lector podrá remitirse al número 2/3 de Scilicet, en páginas 96-971 y 391 a 3992. Escogerlos aquí para la lectura es ciertamente un hecho contingente, tan contingente como la supresión de un síntoma. Es decir que, lejos de considerar que habría allí una debilidad de la lectura, reivindico esta contingencia como esencialmente ligada a esta manera de leer que promueve el psicoanálisis. Este libro apunta a ponerla a la luz. Para hacerlo, de entrada, nada mejor que practicar esa manera de leer. Se impone aquí un poco de historia; la razón pronto se verá. La construcción del término de neurosis data de 1785. Es decir que los primeros balbuceos de una medicina centrada en lo anátomo-clínico le dieron un basamento epistemológico. Esto es subrayar también que esta construcción, el término mismo de neurosis lleva la marca de ello, se sostiene con un modelo lesional. Los radicales itis y osis inscriben la oposición de las lesiones inflamatorias y no inflamatorias. En 1889, Grasset quien, pese a todo (o sea, pese a Laségue, que había escrito que “no fue dada nunca la definición de la histeria, y no lo será jam ás”), quería proponer algo que fuera contra esta impotencia, ! En español: Psicoanálisis Radiofonía & Televisión, Ed. Anagrama, Barcelona, 1977, pp. 73-76. 2 J. Lacan, "Allocutior. prononcée pour la clóture du congrés de l’Ecole Freudienne de Paris le avril 1970, par son cirecteur”, Scilicet 2/3, Senil, París, 1970, pp 391-399 afirm a lo siguiente: “L a histeria es una neurosis es decir (subrayado mío) que no conocem os su lesión característica” En contra del adagio, aquí lo desconocido explica lo conocido, pues la operación que define la histeria com o neurosis no se ha vuelto para nada nula por el hecho de que la lesión sea aquí sólo supuesta. Ahora bien, la apertura de vías freud iana no se efectuó en el interior de la teoría lesional de la histeria com o una nueva edición de esta teoría (com o en Janet, por ejem plo) sino que procedió a una reelaboración radical de la articulación de la neurosis con la lesión. Establecer este punto será el objeto del capítulo siguiente. Propongo por ahora anotar con S2 la relación de la lesión (Sx) con el saber X clínico (SO que la lesión ordena. El lector podrá observar que, escrita así, esa relación no puede corresponder más que al discurso que Lacan llam a de la universidad. R esu lta de esto cierto número de consecuencias. Ante todo escribir con S L la lesión equivale a darle estatus de significante-am o. La cosa es, en efecto, adm isible si se nota que la lesión, com o pedestal sobre el que la observación clínica se apoya, presenta esto de particular: que no rem ite a nada observado. La lesión no tiene, entonces, valor de un signo -com o es el caso en la neuritis, por ejem plo- que representaría algo para alguien. Freud se esfuerza, en un prim er tiempo, por volver tangible esta lesión cuando en el ñ n de su artículo Ü ber Coca de 1884, propone utilizar la coca en el tratam iento del asm a, del vértigo y “de otras neurosis del nervio vago” (p. 121 )3. Supone entonces una acción fisiológica directa de la coca en el lugar m ism o en que se supone que interviene activam ente, la lesión nerviosa. La coca apunta a la lesión com o verdad última de la neurosis. Es así legítim o escribir con S L la lesión, en el lugar de la verdad en el discurso de la universidad. E scrib irla S i consiste en tom arla com o significante, desprender la de esta m anera de la idea de que sería signo de un objeto. ¿Por qué mantener, pues, tan resueltam ente la suposición de esta lesión siem pre im aginada y nunca delim itada, en la histeria particularm ente, si no es porque ella responde a una exigencia del discurso? En Radiofonía , Lacan escribe ios cuatro discursos estableciendo entre ellos ciertas relaciones. Señala, para lo que nos im porta aquí, que el discurso de la universidad se esclarece con su “progreso” en el discurso del an a lis ta4. La palabra progreso es puesta irónicam ente entre com illas, puesto que no designa más que la operación del cuarto de giro cuando la serie de térm inos, al m ismo tiem po que se m antiene com o serie ordenada, gira en el sentido 3 Las indicaciones de página de este capítulo rem iten, salvo advertencia diferente, al libro: Sigm und Freud, Escritos sobre la cocaína, edición y prólogo de R oberí Byck, traducción ai español de Enrique H egew ics, Ed. Anagrama, Barcelona, 1980. (La edición en francés es: Sigm und Freud - De la cocatne, Ed. Complexe, 1976). 4 Cfr. S ciiice t 2/3 p.99 (En español: J. Lacan, Psicoanálisis. Radiofonía & Televisión, Ed. Anagram a. Barcelona, 1977. p. 77). levógiro. Así, escribir con S, la relación de la lesión con el saber clínico de X la neurosis, situar esta lesión como la verdad de ese saber puesto en posición de agente de la acción terapéutica, reclama admitir -de conformidad con ese progreso- el punto de partida de Freud como algo que corresponde al discurso universitario. El interés de Freud por la cocaína es a la vez personal y científico. Esta doble polaridad, mantenida por él a todo lo largo de su tentativa con el objeto cocaína, va a hacer de ésta una tentativa fracasada, y fracasada allí mismo donde logra inscribir los efectos de la cocaína en un tipo de escritura sometido a las exigencias de un campo médico que corresponde fundamentalmente al discurso universitario. La cocaína habría sido ese objeto que habría venido a confirmar ese discurso al ofrecer un garante a la definición de la neurosis como soportada por el significante-amo de la lesión. El 30 de abril de 1884 Freud experimenta por primera vez sobre sí mismo los efectos de la cocaína. No vacilará en hacer de entrada un uso terapéutico de ella: en el momento de escribir a su novia, al dirigirse a una recepción donde deberá hacer un buen papel, cuando se sienta deprimido o sometido a dolores demasiado violentos de estómago, encontrará en una pequeña dosis de coca con qué afrontar fácilmente la dificultad, calmar sus dolores, superar sus desfallecimientos. Envía cocaína a Marta, la da a sus hermanas y colegas, tanto para ellos mismos como para sus enfermos. Apartir del mes de mayo, la administra a su amigo y colega Fleischl. Continuará recomendando su uso hasta 1895, fecha de los Estudios sobre la histeria, aunque, es verdad, de una manera mucho más limitada. Ei 18 de junio de 1884, puso punto final a Über Coca que, aparecido en julio, debía asentar su reputación al ligar su nombre a la cocaína. Tendrá en efecto el testimonio de Nothnagel (p, 139) pero también, más inesperado, el de Knapp, primer oftañnólogo de New York a quien encuentra en casa de Charcot. Para situar la repercusión de este artículo, debemos dejar de lado lo que hoy evoca el término de cocaína, y acomodarnos al hecho de que ésta no era entonces para nada un producto prohibido. La prohibición data de 1906. En los años 1880, la cocaína gozaba en los Estados Unidos de una inocente preferencia que superaba ampliamente los círculos médicos. El consumo de vinos que contenían cocaína -los vinos Mariani- era cosa popular. La Coca Cola iba a contenerla hasta 1903. La asociación contra la fiebre dei heno había adoptado la cocaína como remedio oficial. En resumen, el entusiasmo era casi general con respecto a este maravilloso sustento que fortifica el sistema nervioso, ayuda a la digestión, estimula los cuerpos fatigados, calma los dolores, libera de la toxicomanía a aquellos que están enredados en ella. Freud, que leía The Detroit Therapeutic Gazene, tenia conocimiento de los informes acerca de las victorias obtenidas sobre la opiomanía o el alcoholis mo gracias a el erytroxy Ion-coca 5. Una cita de Bentley retomada de ira comentario deí Louisville M edical News muestra el tono de las gacetas especializadas: “Aunque uno no sea opiómano, se tienen ganas de probarla coca. Un remedio inofensivo contra la tristeza, ¡qué maravilla!” . En los Estados Unidos, las cosas llegan al punto de que no se vacila en contar que los policías del sud habían debido adoptar una nueva pistola de calibre 3 8 _ ¡pues los negros coqueras estaban protegidos, gracias a la cocaína, contra las balas calibre 32! No eran entonces sólo peruanas esas leyendas queatribnían a la cocaína las virtudes de una “planta divina que sacia a los hambrientos^ fortifica a los débiles y les permite olvidar su miserable destino” (UbeT Cocar p.93). El tono era diferente en la vieja Europa: se hablaba muy poco de la cocaína. No hay que excluir que el interés suscitado por Über Cacase. haya debido al hecho de que se trataba de! mejor estudio europea escrito hastaentonces-Este trabajo, muy cuidadoso en el plano bibliográfico, confirmaba además expe rimentalmente los efectos milagrosos del remedio nuevo cuya apología realizaba; y se sabe que, en su prolongación, Koller, “Coca-Koller”, según el sobrenombre que ,ingeniosamente,Freudlehabfapuesto, debía descubrir, justo un mes después de su publicación, las propiedades de anestésico local de ese alcaloide. Pero, además del producto mismo, lo que retoma Freud, lo que le importa, es un tono de entusiasmo cuyos indicios en Über Coca Bemfeld6 no deja de destacar: Freud escribe por ejemplo acerca de un “don” (Cabe) de cocaína allí donde hubiese debido hab iarec términos científicos,, más prosaicamente, de una dosis, Bemfeld extrae de ello, con razón, la conclusión de que ese texto está atravesado por una “'corriente subyacente muy persuasiva” . Freud le escribe a M arthay había allí de su texto como de un “cántico a la gloria de la cocaína”, confirmando así lo que le decía ya el 25 de mayo de 1884 cuando acababa de obtener un brillante triunfo aí curar con 1a coca a un enfermo afectado de un catarro gástrico. “Si todo va bien, escribiré sobre esto un artículo y espero que la cocaína se colocará al lado y por encima de la morfina. Ella hace nacer en m í otras esperanzas y otros proyectos. La tomo regularmente en muy pequeñas dosis para combatir la depresión y la mala digestión y esto con el más brillante é x i to . Espero lograr suprimir los vómitos más tenaces, incluso si son debidos a algún grave padecimiento; en resumen, sólo ahora me siento médico pues he podido acudir en ayuda de un enfermo y espero socorrer a otrosT (subrayado mío). 5 Jussieu, en 1749, coloca la planta en eí género Erj'troxyictu En 1786, Lamaik lo nombra "* Ery tro xy loa-coca”. El alcaloide es aislado ea 1S5S porWtJhier^quirnu'O de la universidad de Colinga que había recibido fioias de coc í oranspoftaihcv por la fragata Novara. \Siegfrid Bemfeld, Ijjs estudios de Frz’Mi '¡obre la cocat'M, l 953. Textos retomados-en 3. Freud, Escritos sobre lü cocaína. op. cit., 309-352. Esta esperanza desmesurada (el término vuelve cuatro veces en seis líneas), este entusiasmo contagioso, son aquí, hay que subrayarlo, señalados como tales por Freud, efectos de la cocaína, su magia. Efectos directos, por qué no pues nada prohibe pensar que Freud haya ingurgitado -el hecho es incluso muy verosímil- una dosis de cocaína para escribir más fácilmente Üker Coca. Ahora bien, se trata de un texto que satisface en todos los puntos las exigencias que corresponden a este género de ejercicio: descripción botánica precisa de la planta, datos históricos detallados d t su utilización en el Perú, recorrido completo de la literatura científica que le había sido consagrada, fórmula química del alcaloide, estudio de sus efectos en los animales, repertorio de lo que se sabe de sus efectos en el hombre con aporte de una experimentación original y, para terminar, como se debe, análisis argumen tado de sus numerosas indicaciones en función de hipótesis que conciernen a las vías y a los modos de acción fisiológica de! producto. Es esencial notar que hay aquí solidaridad entre una presentación de un rigor universitario incuestionable y una creencia ciega en la acción mágica del objeto así introducido. En efecto, las lecturas que se han propuesto sobre lo q uc designamos como “el episodio de la cocaína” pasan todas al costado de esta solidaridad. De ahí esta designación que hace de él un accesorio, episodion. O bien considera mos, como lo hace Jones, que aunque Freud pudo, por primera vez en su carrera, saür de los caminos trillados apoyándose sobre “un hecho aislado”, no supo, en cambio, mostrar suficiente espíritu crítico como para dar su verdadero valor a ese hecho. (La lectura del texto Contribución al conoci miento de la acción de la cocaína, de enero de 1885, muestra cuán errónea es esta opinión de Jones.) O bien, opuestamente, y esta es la posición de Byck, hacemos de Freud un precursor de nuestra modernapsicofarmacologia (el término es de 1920) en la línea de Moreau de Tours (1845): se señala entonces el carácter cuidadoso de sus experiencias, ei valo^paradigmático en psicofarmacología de la figura del experimentador que se toma a sí mismo como cobayo, pero nos condenamos así a no poder dar ya cuenta de! hecho de que Freud, finalmente, renunció bastante Tapidamente a proseguir sus investigaciones “psicofarmacológicas”. Ahora bien, es claro que hay lugar para dar cuenta a la vez acerca del interés de Freud por la cocaína y sobre la brusca mudanza que puso fin a ese interés. Si Jones minimiza su alcance, Byck, al elogiarlo, lo eterniza a! hacer de él un modelo. La dificultad nace aquí de que uno y otro intentan escindir en dos dominios distintos los trabajos científicos de Freud sobre la cocaína y su creencia en las virtudes milagrosas del producto. De ahíla especie de enceguecimiento que hace escribirá Bemield, quien sin 7 (Carta Jel 29 de junio Je ÍS84, traducción de Joaquín Merino Pére2, en Sigmund Freud, Epistolario 1, Plaza y Janes. Barcelona, 1970. p. 110). Lo misrrw er. una carta del 2 de junio de ! 334: “Y ú fe muestras indócil, ya verás quien de nosotros dos es el más fuerte: si ia dulce niña que no come suficientemente o e! gran señor fisgóse que tiene cocaína en el cuerpo” . embargo estudió la cuestión en sus menores detalles, que Freud no tuvo jamás la idea de utilizar las capacidades recuperadas gracias a la cocaína con otros finesque los de trabajo. El día mismo, en efecto, en que terminaba Über Coca, Freud escribía a Martha anticipando su próximo encuentro: “Si no te molestan los graves hamburgueses, y eres capaz de darme un beso en cuanto me veas y otros mientras vamos a Wandsbeck y un tercero... etc., me rendiré. No llegaré cansado pues pienso hacer el viaje bajo la influencia de la coca para dominar mi terrible impaciencia”7. En la correspondencia con Martha se puede notar la fuerza de la metáfora guerrera, organizadora para Freud de la reí ación con su novia. La cocaína absorbida por Freud viene a acentuar esta fuerza, puesto que es lo que transforma a un soldado fatigado y torpe en un conquistador lozano y glorioso s. E sta metáfora guerrera remite a un artículo publicado en 1883 por Aschenbrandt quien relata que, en ocasión de unas maniobras de la artillería bávara, pudo comprobar sobre seis casos, entre ellos el de él mismo, que la cocaína vuelve a un hombre “más apto para ejercer un gran esfuerzo, para soportar el hambre y la sed” ; que ella es efectivamente este “alimento benéfico para los nervios” cuyos efectos maravillosos había alabado Mantegazza. Pero no hay que descuidar que se trata de un alimento muy particular, en cuanto actúa en el punto mismo en que el desfallecimiento es inevitable, caso de las maniobras militares en que se incita a los hombres a desvivirse hasta el límite extremo de sus fuerzas. Entonces interviene 1a cocaína que les permite, sin más alimento ni reposo, volver al combate lozanos y dispuestos, como si la fatiga no los hubiese poseído un instante antes. Freud emprende sus primeras experiencias y publica Über Coca sólo algunos meses después de la aparición del artículo de Aschenbrandt. El confirma, a su vez, las virtudes del milagroso producto. En este punto de coalescencia de lo mágico y de lo científico, se siente y se dice, por primera vez, al fin verdaderamente médico. Y con razón. Si el discurso médico en el cual se inscribe así está efectivamente caracterizado por tomar su apoyo sobre el significante-amo de la lesión, la cocaína será ese objeto que, en el lugar del Otro, dará consistencia a lo supuesto de esta lesiónal ratificaren contrapun to su verdad. De ahí el hecho de que la cocaína no es y no podría ser un medicamento como los otros; es decir, un medicamento entre otros. Ella encarna, por confirmar la lesión, lo que es necesario designar como lo que es el medicamento. Resulta de ello que su acción no podría ser unívoca pues esta univocidad dejaría lugar a otra acción posible y, entonces, a otro medicamento. Über Coca marca perfectamente esta posición eminente. Hablando de “la acción * En una corta del 30 de junio de 1884, Freud, a] evocar su úlüma separación, se describe a sí mismo en esta situación como un soidado consciente de que debe defender una posición “perdida por anticipado estimulante prodigiosa” de la coca, Freud escribe: “Un trabajo mental o muscular de largo aliento puede ser realizado sin fatiga; se tiene la impresión de haberse desembarazado de la necesidad de comer y dormir que general mente se hace insistente en ciertos momentos de la jomada. Bajo el efecto de la cocaína podemos, si nos lo proponen, comer copiosamente y sin repugnan cia pero se tiene la impresión evidente de poder prescindir de comidas. Cuando la acción de la cocaína se debilita, uno puede dormirse si se mete en la cama, pero se puede igualmente continuar despierto sin dificultad. D uran te las primeras horas en que la cocaína actúa no es posible dormir pero, esta ausencia de sueño no tiene nada, de penoso” (p.l 10). La cocaína abre al coquero el acceso a una dimensión en que a la vez puede y puede no, sin que nada displacentero se produzca para él por la elección de una u otra posibilidad ni tampoco por mantener en suspenso la alternativa. La potencia se encuentra así elevada a la omnipotencia, incluyendo en ella misma la potencia de poder no (lo que habitualmente se nombra impotencia). Este campo de cohabitación de los posibles es el imaginario mismo. En 1924,, Freud escribe, a propósito del asunto de la cocaína: “El estudio de la coca era un allotrion que yo teníaprisa por terminar”. Según ei testimonio de Bemfeld, el término allotrion servía a los profesores de gimnasia para designar peyorativamente “lo que aparta del cumplimiento de! deber en provecho de unamanía o de cualquier acción mala” (p. 327). Concluir de eso que Freud “se apartaba de su trabajo científico serio en neuropatología” -es la tesis de Jones- equivale a dejar escapar lo que el término mismo de allotrion indica sobre ana relación con el Otro. La. cocaína interroga la alteridad, una alteridad que imaginariza el lej ano Perú del mismo modo que ei haciiísdeM oreau deTours encarnas! Oriente. El coquero es esa figura en que se vuelve efectiva una manera de ser otro, otra manera de ser que no es justam ente calificable de nada en particular. Moreau de Tours la llama Fantasía; Freud aloja allí un ideal demás y más potencia. Pero con el mismo movimiento, apunta a demostrar, en términos que adopta por su alcance científico', que lo que es verdad en Pera lo es también en Viena, que la magia de la droga no corresponde en nada a una elucubración imaginativa local. Über Coca es un. texto antiracista. Ahora bien, tal intención no puede encontrar realización, en Freud, más que al pasar por el zigzag simbólico exigido por la ética de ía ciencia. Como dan testimonio sus artículos ulteriores, el trabajo de Freud sobre la cocaína consistió en [levar la interrogación científica siempre más adelante hasta cierto punto de choque. Esta cientificidad puede incluso ser designada como el punto en que Freud diverge radicalmente de Moreau de Tours. Con Moreau de Tours, el hachís abre al psiquiatra la vía iniciática -la palabra viene de su pluma ’- que le permitirá tener acceso a la fuente misma de la locura. Decir la fuente se impone en efecto pues los diferentes “trastornos del espíritu” no son más que los “signos exteriores” que se originan, todos, en un supuesto “hecho primitivo” 10. “Al develar el hecho primitivo -escribe Moreau de Tours-, la lesión funcional primordial de la que proceden todas las formas de la locura como varios arroyos de una misma fuente, espero extraer de ello algunas enseñanzas útiles con relación al mejor modo de tratamiento de esta enfermedad” u . “Esta enfermedad” : la locura es una enfermedad en singular cuyo modelo es la excitación maníaca 12 presentada como el modo de ser loco que mejor corresponde a la actividad del pensamiento entregado a sí mismo. “Nada es comparable con la variedad casi infinita de los matices del delirio si no es la actividad misma del pensamiento”, observa Moreau de Tours no sin pertinencia. De allí la analogía para él fundamental del sueño y del delirio. Si en esos estados de locura, delirio o sueño, el pensamiento está entregado a sí mismo, es porque ha sido lesionada la vida que resulta “de nuestras relaciones con el mundo exterior, con ese gran todo que llamamos universo” Entonces la otra vida (pues según esta teoría al hombre le han sido otorgadas dos vidas) que es imaginación y memoria y ya no voluntad, se encuentra excitada y puede más así que la primera, y realiza con ella una “fusión imperfecta” , resultado de la lesión supuesta. Al realizar, también, esta fusión imperfecta en el que la consume, el hachís le abre de este modo un acceso a esta otra vida, pero con la especificidad de que deja intactas su facultad de observación e incluso de acción. De allí el interés para el psiquiatra quien encuentra una confirmación de su teoría de la acción específica del hachís en el hecho de que el nombre de los bebedores de hachís, hach.ich.lya. dio en lengua francesa el término assassin, asesino, término que al principio nombró a los sectarios sirios que no vacilaban en matar con el mayor salvajismo a los jefes cristianos o musulmanes, ferocidad que se atribuía a la influenciadel hachís. La lesión aparecía así, en Moreau de Tours, como el elemento explicativo último de toda locura. El fin de su obra está consagrado14 a dar una respuesta a un problema controvertido apasionadamente: ¿lesión orgánica o lesión funcional? Que se las arregle con una pirueta al imaginar la existencia de una lesión orgánica no localizable como tal en el organismo, indica suficiente mente que lo importante es mantener el apoyo tomado sobre la lesión como significante. Pues ¿qué podría ser, entonces, si no un significante, esta lesión 9 Du hachisch ei de la aliénalion mencale. 1845. p.29. 10 Op. cit.. p.392 y 31. 11 Op. c¿í.,p.32. 12 Op. cit., p.36. 13Op. cit...p. -i. 14Op. cíí., p.391 ¿i 400" orgánica sin órgano lesionado? Esta observación toma todo su alcance por su corolario: la ubicación en un segundo plano de las diferencias que la locura presentifica, que no son más que contingencias formales, secundarias con respecto al hecho primordial. Pero, justamente, por ser consideradas como el colmo de la extravagancia, por ser tomadas como insignificantes, esas diferencias son, de hecho, aceptadas como ligadas exclusivamente con el juego del significante: “Una vez que ha sido roto el lazo de las asociaciones regulares de las ideas, entonces los pensamientos más extravagantes, más curiosos, las combinaciones de ideas más extrañas se forman y se instalan, por decir así, de manera imperati vaen el espíritu. La causa más insignificante puede darles nacimiento exactamente como en el estado de sueño”15. Moreau de Tours ilustra con un caso tomado de Esquirol esta extravagancia de! significante: “La ciudad de Die está ^ominada por una roca que llaman la V. A un joven se le ocurre agregar la letra U a la palabra Die, con virtiéndola en ia palabra DÍEU (Dios), y todos los habitantes de Die son dioses para él. Pronto reconoce el absurdo de este politeísmo y concentra entonces la divinidad en la persona de su padre como el individuo más respetable de esta comarca”. La teoría psiquiátrica que funda la verdad de la locura en ¡a lesión desconoce correlativamente los efectos de significante de los cuales sin embargo da testimonio, al menos en su tierna infancia. En los años 1884-1885, Freud no está interesado en la psiquiatría sino en la neurología. El hecho es fundamental para comprender en qué debió di verger su proceder del de Moreau de Tours, siendo que partía de datos y experiencias similares y que ambos trabajaban sobre la base de las mismas exigencias epistemológicas. Mientras Moreau de Tours, al fundar' su teoría sobre la analogía, no choca jamás con el hecho que constituiría un tope, Freud se atiene resueltamente, en cuanto a su manera de interrogar los efectos de la cocaína, al primer principio de la termodinámica y cuestiona con ese principio los citados efectos. Ahora4?ien, es por eso que'ía cocaína llegará a sobrevenir para Freud como un objeto caído. Tai es la tesis que hay que demostrar ahora. Sea O el estado dado de un organismo. Dispone en este estado de una cantidad de “fuerza vital”16 F. Esta fuerza puede ser convertida en una cantidad de trabajo W, también determinada perfectamente a partir de O. De donde tenemos la secuencia: O -> F -> W Ahora bien, el efecto estimulante de la cocaína, el milagro que realiza, puede escribirse como un valor W ’ superior a W: W ’>W. La elaboración teórica de Freud a partir de Über Coca consiste en interrogar cómo esto es posible y, más aún, si no hay allí, con la experiencia dei coquero, un cuestionaniento 15 Op. d i., d .1 0 6 . I6S. Freud, Escritos sobre Li cocaína, cp. c it, p. 1 i 6. del principio de conservación de la energía. En efecto la intervención en O de la cocaína tiene por consecuencias: O (+ cocaína) -> F ’ -> W ’ Si F ’>F y W ’>W, entonces la dificultad corresponde al hecho deque se tiene igualmente que (O + cocaína) = O. Es que nadie imagina que la débil dosis de cocaína ingurgitada pueda ser en si misma portadora de la considerable energía (convertida en trabajo) que procura al coquero; tampoco se concibe que lacocaína pueda liberar en O una energía que sin ella subsistiría al lí fijada como una energía permanentemente no disponible. Al no haberse encarado estas dos hipótesis, Freud se enfrenta en efecto con una acción de la cocaína que contradice el principio de conservación de la energía. Según este principio, los valores máximos se escriben así: 1. 0 - > F - > W mientras que con la cocaína se obtienen valores todavía superiores: 2. O -> F ’-> W ’ Freud discute el asunto como un hecho polémico que intentará reintegrar en el saber científico constituido. A la primera hipótesis de una transformación milagrosa de F en F’, hipótesis de la que no se puede decir nada, él conjuga una segunda que sería más explicativa: la cocaína intervendría no en F sino sobre la relación F -> W produciendo así F -> W ’. Permitiría que un trabajo dado exija menos gasto de fuerza vital; de donde, a una fuerza vital igual corresponde la posibilidad de efectuar un mayor trabajo. Esto define a la cocaína como “medio de ahorro”. Pero, además de que el fenómeno encarado sigue siendo enigmático, es contradicho por los resultados de experiencias hechas sobre animales. Sometiendo al hambre a animales con y sin cocaína, ciertos investigadores comprobaron que los que habían sido tratados con cocaína sucumbían tan rápidamente como los otros. Sin embargo esto no molesta realmente aFreud, pues había tomado la precaución de rechazar, al comienzo de su trabajo sobre la cocaína, la idea de que la acción de ésta debería ser semejante en los animales y en el hombre. Le es posible admitir, entonces, como no contradic torios los resultados de esas experiencias con el testimonio de un cronista que relataba que, en ocasión de una hambruna que hacía estragos en la ciudad de La Paz, sólo sobrevivieron los coqueras (!). Con este testimonio,encontramos de nuevo la cocaína como medio de ahorro. Sin embargo, Freud introduce una tercera hipótesis: la acción de la cocaína sería situable en W. Los habitantes hambrientos de La Paz que tomaban la coca habrían tenido sobre los otros la ventaja de luchar mejor contra ia consunción por gastar menos energía para permanecer con vida. Dicho de otro modo, si W parecía transformado en W’, de hecho no era así para nada; más bien W había permanecido constante pero lo que era utilizado para sobrevivir no era W sino co, tal que co < W. Esta hipótesis respeta la preeminencia del principio de conservación de la energía incluso si sigue siendo opaca la razón por ía cual la sobrevivencia exige del coquero un gasto reducido de energía. Resumamos esas tres hipótesis: Fórmula de partida : O -> F -> W Ia hipótesis O -> F’-> W ’ 2* hipótesis O -> F - W ’ 3a hipótesis O -> F -> co... W Sólo la tercera hipótesis está en conformidad con la fórmula de partida, salvo en que introduce una separación entre energía utilizada y energía disponible, entre y W. La cocaína sería ese objeto que permitiría que haya -¿siempre? (ese siempre, como apuesta imaginaria, es lo que constituye un problema)- un excedente de energía disponible con respecto de la energía efectivamente gastada. Hay que notar que el conjunto de la argumentación de Freud permite situar, sobre la fórmula de partida, cada una de las hipótesis: 0 — > F > W 1° 2o 3o Ahora bien, esta focalización del estudio energético de la acción de la cocaína va a la par -la cosa es decisiva- con la afirmación de que la cocaína actúa indirectamente, es decir por la intervención de los centros nerviosos o también de lo que Freud, en líber Coca, llama “las influencias psíquicas” . Sin embargo, si biSh el papel de los centros nerviosos estaba planteado desde el comienzo con el postulado del carácter no convincente de las experiencias hechas sobre animales, esos centros no son considerados en Über Coca más que como uno de los lugares posibles en que puede intervenir, con un efecto terapéutico benéfico, la cocaína.
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