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Anarcofeminismo o nada - Yaneth Guzmán Figueroa

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ANARCOFEMINISMO 
O NADA 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
Edición: Semilla Negra |Anarquismos| 2018. 
Traducción de los textos en inglés: Concha Moral 
Portada: Reybum 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
Nihil est sine anarchism 
 
 
 
 
ÍNDICE 
 
 
El feminismo como un proceso anarquista 
Elaine Leeder ............................................................................ 5 
El futuro pertenece a la osadía: el movimiento anarcofeminista 
Anna Propos ............................................................................. 15 
Anarfofeminismo contra la misoginia institucionalizada, la 
homofobia y la transfobia en el populismo de derecha 
Sonia Muñoz Llort ................................................................... 21 
Feminismo y anarquismo 
María de los Ángeles García Maroto ....................................... 29 
¿Se puede ser anarquista sin ser feminista? 
Caroline Granier ..................................................................... 38 
Del ser humano masculino y femenino 
Joseph Déjacque ..................................................................... 42 
Las lecciones de Brukman 
Liliana Daunes ........................................................................ 47 
Látigo en mano, Emma Goldman, feminista y crítica del 
feminismo 
Colectivo Proyectil Fetal ......................................................... 53 
Partes de mí que me asustan 
Chris Crass .............................................................................. 59 
 
 
¿Quién teme al anarcofeminismo? Movimiento libertario, 
feminismo y violencia machista 
Mujeres Libres Madrid ........................................................... 76 
El club de la testosterona 
Mujeres Libres Madrid ........................................................... 82 
Entrevista con Zilan Diyar: la ciencia de las mujeres ............. 86 
 
 
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EL FEMINISMO COMO 
UN PROCESO ANARQUISTA 
LA PRÁCTICA DEL ANARCOFEMINISMO1 
 
Elaine Leeder 
 
 
DURANTE LOS ÚLTIMOS cuatro años me he llamado anarco-
feminista. He participado en grupos, reuniones y conferencias 
anarcofeministas y he impartido cursos en pequeños grupos. A 
través de mi experiencia, me he dado cuenta de que la interac-
ción en un grupo de mujeres tiene un sabor y estilo únicos y 
que esto es particularmente cierto en el caso de los grupos fe-
ministas. Este estilo ha sido llamado el proceso de «mosaico»2. 
Contrasta con el pensamiento tradicional «lineal» que ha em-
papado las interacciones humanas en esta sociedad. Los rasgos 
de competición y jerarquía son parte integral de un sistema 
capitalista. En los debates se usan los argumentos lineales y 
lógicos para perpetuar los valores de este sistema. Se utiliza el 
pensamiento lineal para fundamentar o argumentar una hipó-
tesis. Los valores de las mujeres sobre cooperación, emoción e 
instinto han tenido poca credibilidad en este tipo de pensa-
miento. El patrón de mosaico que utilizan las mujeres incluye 
una estructura de apoyo con una competitividad bastante me-
nor3. Este estilo utiliza material anecdótico, alienta la interpo-
sición de comentarios en la conversación, acepta datos emo-
 
1 Título: Feminism as an Anarchist Process. The Practice of Anar-
cha-Feminism. Tomado de: The Anarchist Library. 
2 Cooper, Babette, Kaxine Ethelchild and Lucy White. «The Feminist 
Process: Developing a non-competitive process with work groups», 
august, 1974, Unpublished. 
3 Ibid. 
 
| 6 
 
cionales como parte legítima de las discusiones intelectuales, 
usa narrativas, parafrasea, cambia de rumbo y mueve al grupo 
hacia una búsqueda de la comprensión mutua. Es un proceso 
orgánico, no jerárquico y no competitivo. De hecho, podría 
llamarse anarquista porque los principios de ausencia de lide-
razgo, de falta de jerarquía, de no competencia y de esponta-
neidad se han relacionado históricamente con el término anar-
quismo. Esos también son valores feministas. Por lo que he 
podido ver, este estilo se da con menos frecuencia en grupos 
mixtos de hombres y mujeres. De hecho, rara vez existe en 
grupos mixtos de hombres y mujeres anarquistas. La literatura 
anarquista está llena de documentación sobre la explotación de 
los hombres anarquistas a las mujeres de su entorno4. Mi pro-
pia y reciente experiencia entre los anarquistas de los viejos 
tiempos, e incluso entre los de la nueva generación, corrobora 
esta afirmación. 
Los principios del anarquismo y su práctica actual entran en 
conflicto. Hay sexismo dentro del anarquismo. Es importante 
que el anarquismo incorpore este «proceso feminista» en su 
práctica para que, finalmente, los principios y la práctica del 
anarquismo puedan convertirse en uno. Hay ciertas feminis-
tas, entre las que me incluyo, que nos hemos dado cuenta de 
que el anarquismo es inherente en nuestro proceso y hemos 
comenzado a trabajar en grupos para estudiar y crecer juntas 
como anarcofeministas. Este híbrido se desarrolló a finales de 
los años sesenta cuando muchas de nosotras participamos en 
organizaciones jerárquicas, competitivas y dominadas por 
hombres. En aquel momento (y hasta el día de hoy) en la lite-
ratura anarquista se les decía a las mujeres que trabajaran para 
el movimiento más grande. En cambio, muchas de nosotras 
formamos pequeños grupos de concienciación que trataban los 
asuntos personales de nuestras vidas. Fueron grupos espontá-
 
4 Emma Goldman and Alexander Berkman. Nowhere at Home. 
Richard Drinnon, Ed. Shocken Books. New York. 1975. pp. 185–107. 
 
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neos de acción directa organizados por nosotras mismas. Se 
parecían mucho a los grupos organizados en España antes de 
1936 y podrían llamarse grupos de afinidad. Estos grupos de 
afinidad se basaban en similitudes de intereses y tenían una 
democracia interna en la que las mujeres compartían informa-
ción y conocimiento. Esos grupos se componían, por lo gene-
ral, de mujeres blancas de clase media que por primera vez se 
encontraban en una situación en la que no competían entre sí. 
Las mujeres del tercer mundo y de la clase trabajadora gene-
ralmente no estaban involucradas en grupos de conciencia-
ción, lo cual sigue siendo el caso hoy en día en los grupos anar-
cofeministas. 
Al margen de estos comienzos, una teoría feminista evolu-
cionó lentamente. Algunas de nosotras comenzamos a estudiar 
teorías políticas en estos pequeños grupos y descubrimos el 
Anarquismo inherente en nuestro Feminismo. Comenzamos a 
usar un análisis anarquista para ayudar al desarrollo de la teo-
ría y la estrategia para el cambio social. Algunas de nosotras 
creíamos que el patriarcado era una jerarquía de dominación 
masculina y que la familia nuclear perpetuaba esa jerarquía. 
Descubrimos que la familia nos enseña a obedecer al Padre, a 
Dios, a los Maestros, a los Jefes, a quien quiera que esté por 
encima de nosotras5. Nos enseña competitividad, consumismo 
y aislamiento, y a tratar a las personas en una relación sujeto-
objeto. Lo he visto con claridad en el trabajo de terapia fami-
liar que realizo. Las familias nucleares, ahora lo sé, son la base 
de todos los sistemas jerárquicos y autoritarios. Como resulta-
do, si se lucha contra el patriarcado, se lucha contra todas las 
jerarquías. Si cambiamos la naturaleza de la familia nuclear, 
podemos comenzar a cambiar todas las formas de liderazgo, 
dominación y gobierno. 
 
5 Kornegger, Peggy. «Anarchism the Feminist Connection». Second 
Wave, 4: 1. Spring, 1975. p. 31 
 
| 8 
 
Como resultado de esta forma de pensar, algunas de noso-
tras ahora valoramos otras formas de ver las cosas. Ya no de-
bemos ver el mundo sólo a través de patrones lineales de pen-
samiento; racional frente a sensual, mente frente a cuerpo, 
lógica frente a intuición. Hemos empezado a abarcar las cosas 
en una continuidad en lugar de en términosdualísticos y com-
petitivos6. Hemos llegado a comprender que debe haber un 
lugar para los patrones lineales y de mosaico, y que ambos son 
métodos válidos de para pensar y funcionar. 
Si se continúa mirando el mundo en estos términos, se de-
duce que las anarcofeministas no dicen que las mujeres debe-
rían obtener una parte igual del poder. Por el contrario, deci-
mos que se deben abolir todas las relaciones de poder. No 
queremos una presidenta. No queremos ningún presidente. 
Para nosotras, igual salario por igual trabajo no es el tema cru-
cial. Lo es las jerarquías y la distribución de poder. 
Los grupos feministas siguen a menudo los principios anar-
quistas. Algunas de nosotras hemos expresado esa conexión. 
Otras no, pero la forma sigue ahí, ya sea consciente o no. Por lo 
general nuestros grupos son pequeños, y algunas veces estos 
grupos se alían para actuar junto a otros en ciertos temas. Esto 
es similar al concepto anarquista de Federaciones. En los gru-
pos se intenta que haya rotación de tareas y de intercambio de 
habilidades para que el poder nunca resida con la misma per-
sona. Según los principios anarquistas, el acceso a toda la in-
formación es igualitario, y estos grupos son voluntarios e in-
tencionales. Los grupos son no jerárquicos, y la autodisciplina 
es crucial. Se insta a las no calificadas a tomar posiciones de 
liderazgo, y las líderes locales traspasan sus habilidades a las 
que no tienen los conocimientos necesarios en ciertas áreas. 
Trabajamos en estos grupos para practicar la revolución en 
nuestras vidas diarias. Discutimos la experiencia inmediata de 
la opresión del poder que se da entre nosotras y con quienes 
 
6 Ibid. p. 32. 
 
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vivimos. Trabajamos en los problemas cotidianos que nos 
oprimen, no solo en las ideas teóricas y abstractas de la revolu-
ción. 
Como profesional, he visto que el tema de la resolución de 
conflictos es crucial en el desarrollo de la cohesión en estos 
grupos pequeños. Cuando surgen conflictos entre nosotras, se 
intenta utilizar la autodisciplina y ponernos en la posición de 
la otra persona. Rara vez he visto usar la coerción en pequeños 
grupos anarcofeministas. Se acepta el desacuerdo, se escucha y 
se aprende de él. A veces se le hacen objeciones a algún punto, 
y luego se produce un debate. Casi siempre se escucha y se 
comprende, porque muchas de nosotras nos damos cuenta de 
que nuestros conflictos provienen de diferentes experiencias 
de la vida. En general, al final de una sesión se resuelven los 
conflictos. Si no, lo haremos la próxima vez cuando hayamos 
pensado más sobre el tema. Luego lo discutimos o lo dejamos, 
según sea necesario. Hay espacio para el desacuerdo porque 
existe confianza mutua y ha crecido el respeto. Esta confianza 
es una cualidad difícil de desarrollar en grupos más grandes, lo 
que podría explicar por qué continuamente gravitamos hacia 
los más pequeños. Hemos aprendido que la comunicación es 
crucial, y que a través de ella podemos resolver nuestras dife-
rencias. Los conflictos pueden ocurrir y ocurren regularmente 
porque nos hemos visto a nosotras mismas superándolos. 
Como conocemos la necesidad de enfrentar el sexismo en 
nuestra vida cotidiana, algunas de nosotras hemos visto que es 
necesario confrontar a los hombres (anarquistas o no) que no 
viven sus vidas personales de acuerdo con lo que predican en 
sus vidas políticas. Se ha dicho que las mujeres a menudo prac-
tican el anarquismo y no lo saben, mientras que algunos hom-
bres se llaman a sí mismos anarquistas y no lo practican. Algu-
nas de nosotras hemos trabajado en la reestructuración de 
organizaciones políticas mixtas para que la intuición, la emo-
ción y la espontaneidad la experimenten personas que no sean 
 
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feministas. En algunos de estos grupos mixtos hemos tratado 
de introducir el proceso de toma de decisiones consensuado 
que habitualmente usamos en los grupos de mujeres. En su 
mayor parte, estos esfuerzos han tenido un éxito limitado. En 
general, la competitividad, la agresividad y el liderazgo domi-
nante han tomado el control, incluso en grupos mixtos que han 
intentado ser anarquistas. Los conflictos no se resuelven tan 
fácilmente como en los grupos de mujeres. 
Los grupos anarcofeministas se encuentran ahora en todo el 
mundo. Uno de esos grupos fue Tiamat, un grupo de afinidad 
anarcofeminista que existió en Ithaca, Nueva York, desde agos-
to de 1975 a agosto de 1978. Fui miembro de ese grupo y creo 
que Tiamat es un excelente ejemplo del feminismo anarquista 
en acción. Tomamos el nombre Tiamat del libro de Z. Buda-
pest que describe este mito: «Cuando Tiamat creó el mundo, lo 
creó entero y sin divisiones para que la vida fluyera espontá-
neamente entre la oscuridad y la luz, entre estación y estación, 
entre el nacimiento y la muerte, y todas las caras de la luna y el 
sol brillaban sobre la gente pensante, las personas, sin ser se-
paradas, puestas en categorías, analizadas, poseídas. Luego el 
hijo de Tiamat aumentó su poder y derrocó a su madre, la cor-
tó en muchos pedazos pequeños y los dispersó por todas par-
tes. Con sus piezas hizo su nuevo mundo, donde todo tenía su 
lugar, su número. Por esto los hombres lo llamaron el creador. 
El nombre de Tiamat aún era conocido, y las mujeres la adora-
ban, pero los hombres ahora la temían como a una diosa del 
Caos, de la destrucción, de la anarquía»7. 
Nuestro propósito comenzó como estudio, y durante el pri-
mer año y medio leímos la teoría anarquista juntas. Más tarde, 
cada una de nosotras presentó ideas y teorías que habíamos 
 
7 Jenny Reece lo ha tomado de Budapest, Z. and the Feminist Book of 
Lights and Shadow Collective. The Feminist Book of Lights and 
Shadow. The Feminist Wicca, Lincoln Boulevard, Venice, California. 
90291. 1975. Reprinted from Anarcha-Feminist Notes. Spring 1977, 
Volume 1, no. 2. 
 
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investigado. Más tarde publicamos un boletín informativo (No-
tas Anarco Feministas), patrocinamos una Conferencia Anar-
co Feminista y nos involucramos en asuntos políticos locales. 
Por ejemplo, protestamos por la construcción de un centro 
comercial local, recaudamos dinero para una guardería para 
disidentes políticos en Chile. Queríamos crecimiento político, 
reeducación, crítica, discusión y acción, y todo esto se logró. 
Nuestro proceso fue interesante. Usamos un procedimiento 
de «registro» en el cual cada una de nosotras hablaba de sus 
vidas en ese momento, de los temas a los que nos enfrentába-
mos personalmente, y cuánta era nuestra sintonía con lo que 
íbamos a discutir esa noche. A veces pasábamos toda la sesión 
«registrándonos» o discutiendo el «registro» de una persona, 
o tal vez un problema que había surgido durante el «registro». 
Otras veces lidiábamos con material intelectual. A través del 
«registro» empezamos a tener confianza entre nosotras y co-
menzamos a conocernos bastante bien. A veces se hacía de 
abogado del diablo para poder profundizar en un conflicto po-
lítico. Todo esto se hizo con un aire de confianza que se desa-
rrolló con el tiempo. A causa de las diferencias en nuestras 
percepciones y estilos de vida, pudimos aprender mucho unas 
de otras. Estas diferencias también fueron la fuente de muchos 
conflictos. La mitad del grupo era heterosexual y la otra mitad 
lesbiana. Debido a esto, nuestras vidas personales solían ser 
una fuente de tensión, pero nuestras similitudes en las pers-
pectivas y en los acuerdos sobre política y trabajo nos ayuda-
ron muchas veces a superar las diferencias. Éramos un grupo 
intelectual centrado en la mujer, pero orientado a la acción. A 
veces fuimos bastante lineales y lógicas en nuestros estudios, 
sin embargo, todavía había un lugar para la emoción y el apo-
yo. Todas sentimos que había algo inexplicable que nos man-
tuvo unidas a través de nuestras diferencias durante tres años. 
Nuestros estudios incluyeron el anarquismoruso, el anar-
quismo español, el anarcosindicalismo y el anarcocomunismo. 
 
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Estudiamos China, a los primeros anarquistas norteamerica-
nos, y cómo nosotras, como anarquistas, podíamos vivir estos 
principios en nuestras vidas. Debatíamos acerca de vivir con 
hombres, de estar casadas y tener hijos. Discutimos sobre el 
separatismo y sus efectos en el movimiento de mujeres. Anali-
zamos los salarios de las tareas domésticas y la energía nuclear 
y su relación con las mujeres. Tuvimos fiestas de cumpleaños, 
picnics y anti-celebraciones del 4 de julio. Marchamos juntas 
en manifestaciones, intentamos ayudar a empezar a otros gru-
pos anarcofeministas y nos proporcionábamos lecturas y apo-
yo. Nos preocupábamos profundamente las unas por las otras 
y cuando nos veíamos en otros lugares, teníamos fuertes sen-
timientos de unidad y camaradería. 
Después de tres años, dos de las nueve integrantes se muda-
ron fuera de la zona. Otra se retiró lentamente, pues en ese 
momento sentía la necesidad de más participación en la co-
munidad lésbica. Como resultado, las seis que quedamos sen-
timos que no sería apropiado reconstruir un grupo que había 
sido una entidad tan única. En cambio, nos enfrentamos a la 
desaparición de manera creativa, sintiendo que ya era hora de 
que cada una de nosotras se girara hacia nuevas direcciones. 
Algunas de nosotras nos unimos a un grupo de afinidad anti-
nuclear para mujeres, otras se unieron a Lesbian Alliance, otras 
trabajaron en un grupo mixto sobre temas de ecología. 
Antes de la disolución del grupo patrocinamos una Confe-
rencia Anarco-Feminista que reunió a ochenta y cinco mujeres 
de lugares tan lejanos como Italia, Toronto, Boston, Nueva York, 
Baltimore y Filadelfia. Aunque Tiamat y sus amigas fueron las 
organizadoras, una vez que las participantes llegaron la res-
ponsabilidad fue compartida por todas las presentes. Hubo 
numerosos talleres que incluyeron anarcofeminismo y ecolo-
gía, teoría anarcofeminista, sindicatos, visiones del futuro, 
mujeres de países en vías de desarrollo, trabajo con hombres y 
construcción de una red anarcofeminista, por nombrar solo 
 
| 13 
 
algunos. El entorno fue idílico. Estábamos en una reserva na-
tural con vistas al lago Cayuga. La cabaña rústica, la comida 
sana y sabrosa y el perfecto clima cálido y soleado hicieron que 
el fin de semana fuera ideal. Durante el día nos reunimos en 
grupos y por las tardes tocamos música, compartimos poesía y 
bailamos con música de mujeres. Una mujer, Kathy Fire, cantó 
canciones de su álbum «Songs from an Lesbian Anarchist». 
Descubrimos que era necesario que los grupos de discusión 
fueran pequeños. Grupos de más de diez inhibían la conversa-
ción. También parecía importante designar un liderazgo. El rol 
del líder podría haber sido rotativo, pero era importante que 
hubiera alguien que conociera a las que hablaban, que subra-
yara el debate, que resumiera y llevara al grupo a nuevos cam-
pos. Sin embargo, descubrimos que el liderazgo funcionaba 
mejor cuando no estaba en manos de unas pocas. En un mo-
mento de la conferencia, las participantes decidieron que el 
horario de los talleres era demasiado frenético y mediante la 
toma de decisiones consensuadas se implementó un nuevo 
sistema. Luchamos, se crearon tensiones, al final avanzamos 
juntas hasta un nuevo nivel. No hubo posiciones de poder, to-
das tomamos las decisiones, el intercambio fue espontáneo, 
doloroso, pero abierto, y se alternó el liderazgo. Este fue un 
ejemplo de anarquismo trabajando. Más tarde, en el acto de 
clausura, después de un fin de semana de estar sentadas des-
nudas al sol, 85 mujeres nos tomamos de las manos y éramos 
más fuertes actuando juntas. Estábamos unidas en la visión de 
una nueva sociedad y de lo que habíamos experimentado. Hi-
cimos contactos para el trabajo futuro. Ya nunca seríamos se-
res o grupos aislados. Éramos parte de una red más grande de 
mujeres que podían encontrarse en cualquier parte del mundo 
y que tenían ideas y esperanzas afines. Creamos diarios rotati-
vos, planeamos continuar nuestro diario Notas Anarco-
Feministas y muchas de nosotras proyectamos encontrarnos 
en Seabrook y en otras manifestaciones antinucleares. 
 
| 14 
 
Tiamat y la Conferencia Anarco-Feminista son solo dos 
ejemplos del proceso anarcofeminista. Muchas veces los gru-
pos encarnan estos principios sin darse cuenta del anarquismo 
que conlleva. Hace poco he estado enseñando en la universi-
dad el proceso de grupos pequeños. En estas clases trato de 
transmitirles a los estudiantes blancos, de clase media y de 
sexo masculino, todos los principios que he comentado ante-
riormente, organizando las sesiones de forma muy parecida a 
una reunión anarcofeminista. Aquí se trata a los estudiantes 
con respeto e interés. Poco a poco comienzan a compartir inte-
lectual y personalmente. Al final del semestre se dan cuenta de 
que pueden aprender unos de otros y mirar dentro de sí mis-
mos en lugar de buscar en la jerarquía a un experto que les 
imparta conocimiento. A través del proceso adquieren poder 
sobre sus propias vidas y al final disuelven las relaciones de 
poder dentro de la clase. Aquí he tenido la experiencia de ver 
cómo estos estudiantes privilegiados han pasado directamente 
de la conciencia de ser fervientes capitalistas a ser colectivistas 
en ciernes sin haber pasado por la izquierda revolucionaria. Es 
posible llegar a estas conclusiones anarquistas a través de ex-
periencias como estas. 
A partir de mi experiencia con mujeres en diversos grupos, 
es evidente que ha llegado el momento de que las feministas 
clarifiquen y expresen el anarquismo en nuestro feminismo. 
Necesitamos llamarlo por su nombre y comenzar a crearlo co-
mo una alternativa viable y aceptable. Ya no se debe susurrar 
la palabra «anarquismo». Lo estamos viviendo ahora en nues-
tros pequeños grupos. El siguiente paso es dejarnos a nosotras 
mismas, y a los demás, saber quiénes somos y para qué es 
nuestra visión, ahora y para el futuro. 
 
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EL FUTURO PERTENECE A LA OSADÍA: 
EL MOVIMIENTO ANARCOFEMINISTA8 
Anna Propos 
 
EL MOVIMIENTO ANARQUISTA ha promovido durante mucho 
tiempo a las feministas por varias razones bastante obvias. 
Principalmente, los conceptos y la ideología básica del anar-
quismo son muy similares a los de las feministas, porque la 
sociedad que los anarquistas buscan derrocar se basa princi-
palmente en la supremacía masculina. Por esta razón, durante 
el apogeo del anarquismo bastantes feministas consideraron a 
los primeros anarquistas como sus influencias. Sin embargo, 
muchos anarquistas masculinos de la corriente principal las 
rechazaron, usando los puntos de vista típicos de la época en 
donde las mujeres estaban destinadas a cuidar de los asuntos 
internos. Por esta razón, muchas mujeres anarquistas se iden-
tificaron con el movimiento feminista en lugar de asociarse con 
hombres anarquistas. 
Las mujeres anarquistas centraron su atención sobre todo 
en la estructura de la familia tradicional. Vieron la desigualdad 
sexual en la familia nuclear, y creían que no bastaba con re-
formar las leyes para lograr la igualdad, y por lo tanto lucharon 
principalmente por la causa anarcocomunista. La mayoría de 
las mujeres apoyaban a los anarquistas comunistas porque creían 
que una estructura social menos regulada ayudaba a satisfacer 
las necesidades de las anarcofeministas. Si todo el mundo fue-
ra igual en su comunidad ideal, entonces las mujeres no serían 
oprimidas. 
 
8 Título: To the Daring Belongs the Future: The Anarcha-Feminist 
Movement. Tomado de: The Anarchist Library. 
 
| 16 
 
Otra causa por la que lucharon las anarcofeministas fue por 
el control de la natalidad. Dado que las principales preocupa-
ciones del anarquismo en Estados Unidos eran sexuales, fue 
sobre todo el anarquismo estadounidense el que promovió la 
anticoncepción. En Europa se debatió menos el tema porque la 
mayoríade los países tenían más libertad sexual que Estados 
Unidos. A principios del siglo XX, se argumentó que el parto 
frecuente debilitaba a las mujeres y producía niños enfermos. 
Más tarde, con la creciente demanda de libertad sexual, las 
mujeres también adujeron que no podrían ser libres si no te-
nían la seguridad de saber que contaban con un medio para 
prevenir el embarazo. Goldman dijo que para muchas mujeres 
la atracción sexual era lo único que daba color a sus vidas, y 
que no se las debería forzar a suprimir su sexualidad, ni a su-
frir un aborto o a vivir la maternidad a solas. 
Feministas como Emma Goldman y Voltairine de Cleyre lu-
charon por los derechos de las mujeres, pero se opusieron con 
fuerza al sufragio. De Cleyre dijo, «el voto no ha liberado al 
hombre y no nos hará libres a nosotras». Goldman, como de 
Cleyre, condenó la lucha por el sufragio de la mujer, e incluso 
dijo de él que era perverso. Goldman argumentó que el voto 
daba a las personas la ilusión de que tenían poder y eran escla-
vizadas por el gobierno. También cuestionó que la gente se 
sometiera con facilidad si creían que lo hacían por su propia 
elección. (Marsh 60-61). 
La mayoría de las mujeres anarquistas lucharon por los de-
rechos de los homosexuales y las mujeres heterosexuales. Aun-
que muchas mujeres apoyaban a los homosexuales, Emma 
Goldman fue la que más se implicó con las lesbianas en el mo-
vimiento anarquista. Su conocida más destacada fue Margaret 
Anderson, una bohemia de Chicago que finalmente se sintió 
atraída por el movimiento anarquista a causa de su admiración 
hacia Goldman. Ella sugirió que la homosexualidad podría ser 
más natural que las relaciones heterosexuales. Goldman alentó 
 
| 17 
 
la creencia de Anderson de que la liberación sexual y la auto-
rrealización eran lo mismo. La admiración de Anderson por 
Goldman pronto se desvaneció cuando comenzó a ver las debi-
lidades de Goldman. Cuando Anderson se dio cuenta de que 
sus creencias anteriores eran erróneas, se alejó del movimiento 
anarquista. (Marsh 41-42, 94). 
También se especuló con que Goldman tuvo una relación 
lésbica con una activista política y ex prostituta, Almeda Sperry. 
Aunque Sperry le escribió cartas de amor a Goldman, no hay 
forma de probar que Goldman tuviera ninguna relación sexual 
con la joven mujer. De hecho, Goldman parecía tener dificul-
tades con las amigas. Ella las veía como rivales políticas y se-
xuales. Si bien elogió a muchas mujeres activistas, encontró 
difíciles las relaciones personales. (Morton 68). 
Muchos de los primeros anarquistas como Pierre-Joseph 
Proudhon aplicaron sus doctrinas de la igualdad solo a los va-
rones europeos. Dijo que hay «razas mal nacidas y bastardas». 
(Marshal 256). Otro anarquista, Piotr Kropotkin, esperaba que 
las mujeres fueran políticamente activas, pero al mismo tiem-
po desaprobaba a las mujeres que ponían al feminismo por 
encima de su fidelidad y su devoción a los varones de la clase 
trabajadora. (Marsh 19). 
Aunque unos pocos hombres censuraron a las mujeres por 
ser inferiores, la mayoría de los hombres simplemente ignora-
ron a las mujeres anarquistas. Muchos anarquistas hombres, 
anarquistas comunistas e individualistas creían que las muje-
res alcanzarían la libertad sexual después de una revolución. 
Estos hombres instaron a las mujeres a dejar de lado su lucha 
por la igualdad y ayudar a los hombres en su lucha por derro-
car a la jerarquía. Estos hombres, como Piotr Kropotkin y Vic-
tor Yarros, insistieron en que una lucha por los trabajadores 
allanaría el camino para el movimiento de liberación de las 
mujeres. (Marsh 54). 
 
| 18 
 
Los derechos por los que lucharon las mujeres anarquistas 
fueron básicamente los mismos que los de los anarquistas de la 
corriente principal, pero las anarcofeministas en realidad prac-
ticaron lo que predicaba el hombre anarquista común. Mien-
tras que el hombre anarquista abogó por la libertad y la igual-
dad, su hogar era una estructura familiar nuclear clásica. Las 
mujeres anarquistas, sin embargo, trabajaron para conseguir 
la libertad sexual, y la practicaron en la medida en que pudie-
ron, ya que muchos hombres reprimieron sus derechos de con-
trol de la natalidad. 
Incluso con sus ideas radicales, muchos hombres anarquis-
tas eran muy convencionales, no solo en sus creencias, tam-
bién dentro de sus propias familias. Estos hombres se dejaban 
influir por los prejuicios comunes de una sociedad más grande 
que su pequeña comunidad anarquista. Esto violaba la moral 
que los mantenía unidos a su sistema de creencias. Aunque 
lucharon por la igualdad absoluta, la practicaron de forma se-
lectiva en los grupos que consideraban oportuno liberar. 
Entre los anarquistas varones hubo algunos partidarios del 
movimiento feminista. Mijaíl Bakunin dijo: «Exigimos, junto 
con la libertad, la igualdad de derechos y deberes para hom-
bres y mujeres» (Burman 200). Hugh Pentecost creía que las 
mujeres eran intelectualmente inferiores a los hombres, pero 
que esto era sólo el resultado de su falta de libertad. Un socia-
lista libertario británico, Edward Carpenter, exigió un mundo 
en el que «...los hombres y las mujeres puedan ser amantes y 
amigos» (Marshal 169). Moses Harman, otro anarquista, y tal 
vez el feminista más influyente, publicaba su periódico Lucifer 
y lo dedicó a la «emancipación de las mujeres de la esclavitud 
sexual». «Sin embargo, debido a su apoyo al movimiento por 
los derechos de las mujeres, ni siquiera otros hombres anar-
quistas tomaron en serio a Harman ni a Lucifer» (Marsh 55-56). 
Muchos anarquistas que apoyaron a las mujeres en sus lu-
chas fueron anarquistas del gobierno por consentimiento. Es-
 
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tos hombres, como S. P. Andrews y Josiah Warren, prometie-
ron a las mujeres que «liberarían a la mujer de la familia, de la 
total servidumbre de yegua de molino...». (DeLeon 78). 
Muchas anarcofeministas encontraron sólo un poco más 
fortuna con las feministas de la corriente principal que la que 
tuvieron con los anarquistas masculinos. La feminista común 
se preocupaba poco de la economía y del gobierno e ignoró a 
las anarquistas. Para las anarquistas esto era ridículo. Ellas veían 
el estado y el patriarcado como uno solo, y lo presentaron co-
mo una prueba más a favor de la destrucción de todas las es-
tructuras de poder dominadas por hombres. 
Un factor que dividió a las mujeres de los dos movimientos 
fragmentados fue la separación de clases. De una muestra de 
diez mujeres de cada grupo, el cincuenta por ciento de las anar-
quistas pertenecían a la clase baja, mientras que el setenta por 
ciento de las feministas convencionales eran de clase media y 
el treinta por ciento eran de clase alta. (Marsh 178). Esto signi-
ficaba que las feministas simplemente luchaban por un dere-
cho en una sociedad que podría funcionar para ellas, mientras 
que las anarcofeministas querían una parte de un mundo que 
todavía no existía. 
Las anarcofeministas se vieron rechazadas por dos mundos 
en los que deberían haber sido bienvenidas. La mayoría de los 
anarquistas varones veían la lucha por la igualdad de derechos 
como una pérdida de tiempo. Ellos valoraron más su lucha 
contra el gobierno que la idea de que la igualdad de derechos 
crearía una comunidad más fuerte. Las feministas convencio-
nales veían a los anarquistas como ideólogos, principalmente 
porque las mayores defensoras del sufragio eran socialmente 
privilegiadas y no tenían ningún problema con el sistema en el 
que vivían. Si se les otorgaban los mismos derechos, las femi-
nistas sentían que podían vivir en su sociedad. Debido a la 
desaprobación de los grupos de ambos lados, las anarco-
feministas progresaron poco, pero sí influyeron en una genera-
 
| 20 
 
ción posterior de mujeres anarquistas en la década de 1960. 
Entonces, el trabajo anarcofeminista no fue en vano, aunque 
su causa debió parecerles desesperada en un momento en que 
sólo dos o tres de ellas eran bien conocidas por su lucha contraun estado hecho de jerarquía, corrupción y patriarcado. 
 
Obras citadas: 
Avrich, Paul. Voces Anarquistas: Historia oral del anarquismo 
en Estados Unidos. Fundación de Estudios Libertarios Anselmo Lo-
renzo, 2004. 
Berman, Paul, ed. Quotations From the Anarchists. New York: 
Praeger Publishers, 1972. 
DeLeon, David. The American as Anarchist: Reflections on In-
digenous Radicalism. Baltimore: The Johns Hopkins University 
Press, 1978. 
Falk, Candace. Love, Anarchy, and Emma Goldman. New York: 
Holt, Rinehart and Winston, 1984. 
Goldman, Emma. Red Emma Speaks: Selected Writings and 
Speeches. Ed. Alix Kates Shulman. New York: Random House, 1972. 
Marsh, Margaret S. Anarchist Women: 1870–1920. Philadelphia: 
Temple University Press, 1981. 
 
| 21 
 
ANARFOFEMINISMO CONTRA LA MISOGINIA 
INSTITUCIONALIZADA, LA HOMOFOBIA Y LA 
TRANSFOBIA EN EL POPULISMO DE DERECHA9 
Sonia Muñoz Llort 
 
 
EL POPULISMO DE DERECHA es una ideología política que com-
bina políticas de derecha con retórica y temas populistas. En 
Europa, el populismo de derecha es una expresión que se usa 
para describir a grupos, a políticos y a partidos políticos gene-
ralmente conocidos por su oposición a la inmigración, princi-
palmente del mundo islámico y, en la mayoría de los casos, del 
euroescepticismo. El populismo de derecha en el mundo occi-
dental por lo general, pero no exclusivamente, está asociado 
con ideologías como el Nuevo Nacionalismo, la antiglobaliza-
ción, el innatismo, el proteccionismo de la supremacía blanca, 
así como el miedo a la diversidad y la oposición a la inmigra-
ción. Muchos autores y eruditos consideran que el populismo 
de derecha y los movimientos de extrema derecha son parte 
del mismo fenómeno. 
Su retórica a menudo consiste en sentimientos anti-
elitistas, oposición al sistema socialista y hablar en nombre de 
la «gente común». Sin embargo, su retórica e ideología tienen 
una comprensión limitada de quiénes son las personas comu-
nes. Cuando hablan de «gente común», se refieren a hombres 
blancos heterosexuales de clase media como norma. Es obvio 
 
9 Título: Anarcha-feminism against institutionalized misogyny, 
homophobia and transphobia in right-wing populism. Texto escrito 
para el grupo de debate «Right-wing mysogyny» en «Brøl, the many 
voices of feminism» organizado por la Liga de Mujeres en Noruega 
(Oslo, 28 octubre, 2017). Tomado de: The Anarchist Library. 
 
| 22 
 
que podemos encontrar mujeres, conocidas como femonacio-
nalistas10, que son parte de estos movimientos independiente-
mente de su punto de vista conservador y misógino contra las 
mujeres, las personas no binarias, fluidas de género, interse-
xuales y trans, ya que todas somos vistas como subordinadas 
de los hombres. Sorprendentemente, esto ha provocado muy 
pocas críticas de las llamadas feministas de la corriente princi-
pal en Europa y en Occidente en general. Desde una perspecti-
va anarcofeminista no voy a utilizar los conceptos de feminis-
mo convencional o mayoritario porque ambos son creadores 
de una jerarquía inherente que es extremadamente negativa 
para los movimientos feministas y porque por lo general hace 
referencia a mujeres blancas occidentales de clase media. So-
mos una diversidad de grupos feministas con problemas parti-
culares basados en nuestras diferentes identidades, mientras 
que al mismo tiempo compartimos parte de las luchas contra 
la opresión de sistemas comunes como el capitalismo, el esta-
do o la religión. 
En los últimos años ha quedado claro que los movimientos 
de derecha están aumentando en presencia y fuerza, y con 
ellos, el peligro de violencia contra varios grupos de personas 
que no coinciden con su descripción exclusivista de «gente 
común». Particularmente, las mujeres y otros grupos de per-
sonas que no se identifican como hombres son vistas como 
inferiores a los hombres en su opresiva idea de la jerarquía 
social, y reuniendo otros factores en nuestras identidades, es-
tos movimientos son una amenaza directa para la mayoría de 
la sociedad. Intentan controlarnos mientras nos deshumanizan 
con su retórica canalizada por el abuso autoritario organizado 
por el Estado, objetivando nuestra salud y nuestros cuerpos, 
 
10 El femonacionalismo es la ultilización o aprovechamiento del femi-
nismo —de la defesa feminista de la mujer— con fines nacionalistas, 
xenófobos o racistas. Son femonacionalistas quienes sostienen que la 
propia etnia es la única que trata correctamente a la mujer. Y los 
extranjeros, no. 
 
| 23 
 
minando nuestras ideas y negándonos nuestros derechos hu-
manos. 
Centrándonos en esta exclusión natural de las personas en 
el núcleo de la ideología de los movimientos populistas de de-
recha, el anarcofeminismo es un antagonista natural del popu-
lismo de derecha. El anarcofeminismo se describe como una 
filosofía antiautoritaria, anticapitalista y anti-represiva, con el 
objetivo de crear un «terreno de igualdad» entre todos los gé-
neros. El término «anarcofeminismo» propone la autonomía y 
la libertad social de las mujeres y de otros grupos que no se 
definen como hombres, que no están subordinados a otros 
grupos o partidos. El populismo de derecha se nutre de la au-
toridad masculina violenta representada por el capital que cre-
ce a expensas de los oprimidos que no son vistos como perso-
nas comunes. 
El choque ideológico es innegable; la lucha por nuestra li-
bertad es inevitable. Además, un despertar del anarcofeminis-
mo podría ser la clave necesaria, en estos tiempos inciertos, 
para recuperar nuestra independencia creando un nuevo sis-
tema y lograrlo; debemos unirnos a otros movimientos que 
compartan nuestra lucha para terminar con el capitalismo y la 
autoridad en la sociedad, además de compartir nuestro objeti-
vo de construir un nuevo sistema. 
Como señalé antes, desde un punto de vista anarcofeminis-
ta, se critica a las feministas blancas occidentales de clase me-
dia que se han tomado demasiado a la ligera la misoginia y la 
fobia del populismo de derecha contra otras personas con di-
versas identidades de género y orientaciones sexuales. En 
realidad, han elegido un papel muy peligroso dejando que el 
silencio se haga cargo de esta amenaza, y me hace ser espe-
cialmente crítica hacia esta falta de compromiso. La razón de-
trás de este silencio puede tener varias causas, una de ellas es 
la falta de conciencia de nuestros privilegios blancos de clase 
 
| 24 
 
media y la consiguiente amenaza de perderlos desde que en los 
últimos años ha aumentado la retórica de derecha. 
 
Reconociendo nuestros privilegios 
 
Los privilegios blancos de la clase media son una realidad 
que las feministas blancas debemos reconocer para cambiar 
todos los sistemas opresivos que nos rodean. Históricamente, 
nos gusta vernos a nosotras mismas como pioneras en la lucha 
por los derechos de las mujeres, dándole a esto un papel in-
trínsecamente etnocéntrico en la lucha de las mujeres, siendo 
esa la razón que hay detrás de conceptos como el feminismo 
dominante o mayoritario. Sin embargo, no somos ni mayoría 
ni pioneras. Esta retórica es parte de nuestros privilegios, que 
la corriente del empoderamiento ha vendido a las feministas 
occidentales. El empoderamiento no desafía las estructuras en 
absoluto, y menos aún las destruye para construir nuevas es-
tructuras basadas en la igualdad. 
Por ejemplo, convertirse en parte del sistema al asumir ro-
les de liderazgo en empresas privadas o altas posiciones políti-
cas en el gobierno no trae cambios automáticos del sistema 
opresivo. En realidad, parece tener el efecto opuesto, que las 
mujeres desarrollen un síndrome de Estocolmo hacia el capita-
lismo y se conviertan en defensoras indiscutibles del sistema, 
excluyendo a la mayoría de los otros grupos que permanecen 
oprimidos e invisibilizados. 
Solo tenemos que entender y admitir que las que somos 
mujeres heterosexualesblancas occidentales, tenemos ciertos 
privilegios que no tienen la mayoría de nuestros hermanos 
humanos en otras partes del mundo. Además, por estos privi-
legios también somos responsables de criticar y luchar contra 
los movimientos de derecha con más fuerza de lo que lo hemos 
estado haciendo hasta ahora. Además, debemos aprender a 
respetar, alentar y apoyar las luchas de otros grupos abriendo 
 
| 25 
 
nuestras alianzas en solidaridad con cualquier otro grupo de 
personas que esté excluido del actual sistema perverso. Debo 
dejar perfectamente claro que nuestro papel como feministas 
debería ser el de aliadas entre nosotras. Desafortunadamente, 
con frecuencia leo comentarios, artículos escritos por feminis-
tas de clase media que están completamente sesgados por sus 
buenas actitudes samaritanas hacia los movimientos de muje-
res de las clases más bajas e incluso en otros países. Esta es 
una actitud imperialista condescendiente de la que debemos 
ser conscientes, para deshacernos de ella por completo, ya que 
forja una diferencia jerárquica entre nosotras y otros grupos 
feministas que no queremos ni necesitamos, porque esa dife-
rencia ha sido creada y tenemos que deconstruirla. 
Este es uno de nuestros prejuicios más peligrosos, nuestra fal-
ta de conocimiento sobre nuestros propios privilegios. Debe-
mos mirar cuidadosamente, reconocerlos y reemplazarlos. No 
podemos ni debemos intentar liderar las luchas de otras muje-
res y otros grupos. Como feministas occidentales de clase me-
dia, solemos ser más escuchadas y visibles, mientras que nues-
tras hermanas y hermanos son invisibles a pesar de que lidian 
con luchas más complicadas y profundas que son el resultado 
de siglos de sistema capitalista occidental abusivo, que se ex-
pandió a través del colonialismo y el imperialismo capitalista. 
Reconocer nuestros privilegios de clase media blanca podría 
ser el primer paso para luchar contra la jerarquía que debilita 
nuestra lucha común dentro de los grupos feministas. Somos 
aliadas en la lucha, pero cada grupo sabe cómo organizarse y 
conoce las herramientas necesarias para asumir la responsabi-
lidad de liberarse del sistema. Cuando el populismo de derecha 
intenta dividirnos nos organizamos en solidaridad combinada. 
Entonces, la solidaridad debe construirse sobre el respeto por 
la lucha, la retórica y las herramientas de cada cual, elegidas 
para liberarnos. No existe una sola solución universal para al-
canzar nuestro objetivo común de construir un nuevo sistema 
 
| 26 
 
basado en la igualdad y la diversidad, los movimientos tienen 
que apoyarse unos a otros hacia la creación de un nuevo sistema. 
Las feministas blancas de clase media deben aprender a ha-
cerse a un lado cuando otros movimientos sociales tratan de 
establecer objetivos y elegir métodos. Tenemos que hacer una 
declaración contra la misoginia y otras fobias relacionadas con 
el género, siendo conscientes para alentar y apoyar la represen-
tación diversa en la sociedad. Representación no como desea-
mos, sino como lo eligen otros grupos. Podemos ser aliadas, 
como otras nos muestran, de qué manera y hasta qué punto. 
En las maneras cotidianas noto que muchas de mis compa-
ñeras feministas occidentales de clase media blanca están sa-
tisfechas con lo que lograron nuestras antecesoras, pero sin 
darse cuenta de que la mayoría de estos logros solo enriquecie-
ron y mejoraron a una pequeña minoría. Debemos pensar co-
mo anarquistas, nadie es libre hasta que todos sean libres. 
Aunque podría sentirme libre, la amenaza de la ideología de 
derecha es real porque aumenta violentamente nuestra opre-
sión. Este incremento de la violencia de derecha, tanto política 
como práctica por los movimientos fascistas y supremacistas 
blancos, es mortal para muchas personas. Así que la pregunta 
sigue siendo: ¿qué se necesita para organizar los movimientos 
feministas en solidaridad contra esta amenaza común? 
Una vez que seamos conscientes reconociendo nuestros pri-
vilegios y las capacidades de otros movimientos para elegir sus 
propios métodos de lucha contra la opresión, debemos unirnos 
al combate que soportamos traspasando las fronteras y más 
allá de las identidades. 
 
 
Sin fronteras, abrazar la diversidad, compartir la lucha 
 
En muchas culturas, hemos desarrollado conceptos y eti-
quetas para autodefinirnos. Estas herramientas lingüísticas 
 
| 27 
 
son útiles para conocernos, definir nuestra identidad y poder 
mostrarnos y expresarnos al resto del mundo. Desafortunada-
mente, se abusa de estas mismas herramientas lingüísticas 
para dividirnos como seres humanos. Además, se han utilizado 
para categorizar, discriminar y crear falsas diferencias entre las 
personas; en sus tácticas misóginas, los movimientos de dere-
cha hacen mal uso de esto en un alto grado. 
Las herramientas lingüísticas nos empoderan como indivi-
duos, pero pueden ser una carga para los colectivos. Creo que 
cuanto mejor nos conozcamos, más claro podremos decidir 
qué objetivos queremos alcanzar y qué herramientas y méto-
dos necesitamos para hacerlo. 
Dado que los movimientos de derecha están ideológicamen-
te basados en la homogeneidad nacionalista y el proteccionis-
mo, los movimientos feministas deben pensar detenidamente 
sobre la necesidad de luchar contra las fronteras y el sistema 
capitalista que se utilizan para separarnos. Volcano y Rogue 
explicaron el anarcofeminismo interseccional en su artículo 
«Insurrecciones en las intersecciones: feminismo, interseccio-
nalidad y anarquismo» como el concepto donde se hace «un 
llamamiento al fin de toda explotación y opresión y esto inclu-
ye el fin de la sociedad de clases. Las interpretaciones liberales 
de la interseccionalidad pasan por alto la singularidad de la 
clase al verla como una identidad y tratarla como si fuera lo 
mismo que el racismo o el sexismo, añadiendo un "ismo" al 
final. Erradicar el capitalismo significa el fin de la sociedad de 
clases; significa guerra de clases. Del mismo modo, la raza, el 
género, la sexualidad, la discapacidad, la edad —la gama de 
relaciones sociales organizadas jerárquicamente—, son a su 
manera únicas. Como anarquistas, podríamos señalar esas 
cualidades únicas en lugar de igualar todas esas relaciones 
sociales en un marco único». 
Los movimientos derechistas quieren crear la idea falsa de 
diferencia y separación entre nosotras, donde luchamos unas 
 
| 28 
 
contra otras, y estamos divididas en grupos que tienen jerar-
quías basadas en identidades, pretendiendo que no tenemos 
objetivos comunes debido a nuestra diversidad. Pero eso es 
absolutamente falso. 
Nuestra lucha debe combatirse en base a la solidaridad so-
bre nuestras diferencias. Las diferencias entre los grupos femi-
nistas son la fuerza interseccional que teme la ideología homo-
génea de derecha. Saben que, si trabajamos juntas en nuestros 
objetivos comunes, podemos vencer el sistema tras el que se 
esconden. Esto es algo que han entendido muchos grupos Na-
tivos de todo el mundo y con lo que algunas feministas occi-
dentales tienen que trabajar. Su lucha es nuestra lucha. 
 
| 29 
 
FEMINISMO Y ANARQUISMO11 
María de los Ángeles García Maroto 
 
LA HISTORIA NOS DEMUESTRA que los acontecimientos nunca 
suceden de manera casual; son consecuencia de una larga serie 
de circunstancias, de muy diversos tipos y orígenes, encadena-
das entre sí. 
Tanto el feminismo como el anarquismo tuvieron como an-
tecedentes numerosas historias de desigualdades, injusticias y 
atropellos y su enclave histórico se sitúa en una sociedad de-
cimonónica donde la burguesía, gestante de la revolución in-
dustrial y política, veía cómo la clase obrera se rebelaba, can-
sada de soportar todas las cargas sin poder disfrutar de los 
privilegios. Pero hay ciertos aspectos que diferencian funda-
mentalmente la lucha de los trabajadores de la específicamente 
femenina. En la primera se da una conciencia de clase que no 
existe entre las mujeres, ya que ellas se sientenmás unidas a 
los varones de su propio estatus que a sus compañeras de gé-
nero pertenecientes a estatus diferentes. Así mismo, habría 
que añadir la escasa conciencia social femenina, consecuencia 
de muchos siglos de sumisión y tutelaje. Es cierto que hubo 
pensadores como Stuart Mill que se implicaron en la defensa 
de los derechos femeninos, pero ninguna revolución puede 
hacerse sin sus protagonistas. La mujer tenía que suprimir una 
mentalidad que la alienaba al varón y aprender a valorarse y 
sentirse autosuficiente. 
El sentido de confusión en que se han movido histórica-
mente los vocablos feminismo y anarquismo contribuye a que, 
tanto las personas defensoras como las detractoras de estos 
 
11 Tomado de Nodo50.org. Mujeres creativas. 
 
| 30 
 
términos, descarguen sobre ellos golpes ciegos sin saber mu-
chas veces qué defienden o que combaten. 
El feminismo primitivo, propulsor del derecho de la mujer a 
una participación política, ha dado paso a numerosas formas 
de feminismo que sería demasiado largo analizar. Algunas de 
ellas ven al hombre como un oponente a quien combatir a 
cualquier precio, pero no son esas las que interesan a las muje-
res anarquistas, ya que estas consideran al varón como un 
compañero que necesita ser concienciado, ya que se encuentra 
tan castrado por la sociedad patriarcal como la propia mujer. 
Feminismo y anarquismo no son dos ideas contrapuestas, 
sino complementarias. Ambas aspiran a una sociedad formada 
por seres iguales, libres y responsables. El anarquismo lucha 
por la emancipación del individuo y, como tal, también por la 
mujer, pero ella sabe que sólo puede llevarse a cabo una revo-
lución igualitaria si todos los individuos que participan en ella 
lo hacen en las mismas condiciones. 
La subordinación de la mujer al hombre no se ha debido 
nunca a cuestiones de tipo biológico, sino ideológico y econó-
mico. 
Salvo en casos excepcionales, debido a situaciones de privi-
legio, la mujer no tuvo conciencia de su opresión como género 
hasta finales del s. XVIII. En 1791, la Revolución Francesa 
asumió en parte las inquietudes femeninas con la publicación 
de «Los derechos de la mujer y la ciudadana», que redactó 
Olimpia de Gouges basándose en la «Declaración de los Dere-
chos del Hombre». Casi simultáneamente, Mary Wollstone-
craft, seguidora ideológica de Saint Simón y Fourier, publicaba 
en Gran Bretaña «Vindicación de los derechos de la mujer» y 
provocaba una catarsis en una sociedad donde los derechos 
femeninos eran inexistentes y las normas legales sometían a la 
mujer a una total obediencia y dependencia del varón. Este 
debía ser ciegamente obedecido por las mujeres de su familia, 
era quien fijaba el domicilio conyugal, quien debía autorizar a 
 
| 31 
 
la compra o venta de cualquier bien y quien se quedaba con 
todo el patrimonio en caso de separación o abandono. 
No obstante, debido a la indiferencia social, las corrientes 
de opinión favorables a la emancipación femenina no tomaron 
cuerpo hasta mediados del s. XIX. Mujeres como Flora Tristán, 
E. Cady Stanton o Lucretia Mott sembraron las primeras semi-
llas de rebeldía. Numerosos grupos femeninos se organizaron 
en Francia, EEUU y Gran Bretaña, y salieron a la calle solici-
tando su derecho al voto como elemento de presión política 
para conseguir ciertas mejoras. Incluso hubo inmolaciones a 
favor de la causa, como el suicidio de Emily Davison que se 
arrojó a los pies de los caballos que corrían el Derby de Epsom. 
Así comenzó un imparable movimiento sufragista que sería 
el germen del feminismo. Millicent G. Fawcett fundó en Gran 
Bretaña una asociación que, tras cincuenta años de lucha con-
siguió en 1918, una ley aceptando el voto de las mujeres mayo-
res de 30 años. Así mismo, Emmeline Pankhurst fundó en 
Londres, en 1903, la Unión política y social de mujeres y Cécile 
Brunschvicg, en 1909, fue la creadora de la Unión francesa 
para el voto de las mujeres. 
En Alemania hasta 1908, se consideraba a la mujer solo ap-
ta para «el hogar, los niños y la iglesia» y en Gran Bretaña, 
universidades tan prestigiosas como Oxford Harvard o Cam-
bridge, siguieron manteniendo cerradas sus puertas a la mujer. 
Ni la burguesía ni el proletariado facilitaban la incorporación 
social del mundo femenino. Pese a todo, una nación tras otra 
fue reconociendo el derecho de las mujeres al voto, con excep-
ción, entre otras, de Francia y Suiza. Pero como pudo compro-
barse muy pronto, el voto no había dado a la mujer su libertad 
y, tras un corto letargo, el feminismo surgió de nuevo con otras 
reivindicaciones y metas diferentes. 
Paralelo al despertar de la conciencia femenina en el s. XIX, 
estaba tomando cuerpo el anarquismo. William Godwin (1756-
1936) atacaba la propiedad privada y acusaba al estado de ba-
 
| 32 
 
sar su existencia en la fuerza y en la opresión del individuo, y 
posteriormente Proudhon (1809-1865), que también condena-
ba la propiedad privada, rechazaba la actividad política y de-
fendía un sistema social en el cual la libertad no surgiría de un 
orden, sino que sería el origen de este. 
El Anarquismo nunca hizo diferenciación de géneros, pero 
sus ideólogos, resultado de la época que les tocó vivir, ignora-
ron por completo a la mujer. 
Fue la Revolución Industrial, con la incorporación de millo-
nes de mujeres al trabajo asalariado, lo que sirvió como revul-
sivo a una situación en exceso injusta; aunque bien es verdad 
que el cambio se inició muy lenta y paulatinamente. La socie-
dad burguesa admitió a la mujer en el mundo laboral, pero 
considerándola un individuo de segunda clase. Trabajadora 
poco cualificada y por tanto mano de obra barata, era fácil-
mente manipulable debido a unos rígidos principios religiosos 
y morales y estaba llena de miedos y prejuicios. 
La inhumana situación que empezaron a soportar las muje-
res en las fábricas situó la reivindicación de la emancipación 
femenina en el centro de una lucha social y política. Se produjo 
así una alianza histórica, la del feminismo con los movimientos 
obreros. 
A pesar todo lo dicho anteriormente, la mujer obrera, sin 
acceso a la cultura, sin derechos legales y con muy baja autoes-
tima debido a su secular sometimiento al varón, no se encon-
traba capacitada para iniciar su propia revolución. 
Debemos observar cómo las primeras mujeres sufragistas 
no sólo surgieron de la burguesía, lo que les permitía tener una 
saneada economía, sino que estuvieron unidas a hombres con 
inquietudes sociales. Podemos mencionar, entre otros muchos 
ejemplos, a Mary Wollstonecraft que estaba casada con el ya 
mencionado William Godwin, considerado por muchas perso-
nas como el primer teórico anarquista, y a Millicent Fawcett, 
esposa de Henry Fawcett, discípulo de los economistas Smith y 
 
| 33 
 
Stuart Mill, profesor de economía política en Cambridge y mi-
nistro de Correos británico en 1880. 
Como podemos deducir del anterior análisis, los movimien-
tos feministas tienen una raíz burguesa y sufragista. Preten-
dían conseguir la igualdad de los géneros tomando como base 
la posición del varón en la sociedad; es decir, no buscaban una 
transformación social, sino la participación de la mujer en los 
privilegios, el poder y los estamentos jerárquicos que hasta 
entonces eran exclusivamente masculinos. Por esto, las muje-
res anarquistas nunca se consideraron feministas e incluso 
llegaron a ridiculizar a quienes eran consideradas como tales. 
Se automarginaron y a la vez fueron marginadas por el femi-
nismo. Sin embargo, todas ellas desencadenaron una lucha 
férrea contra la sociedad patriarcal y dejaron patente su volun-
tad de enfrentarse tanto al estado que las alienaba en cuanto 
personas, como al patriarcado que les impedía su liberación 
como mujeres. Sin ellas mismas saberlo estaban actuando co-
mo verdaderas feministas puesto que se desvinculaban de la 
lucha masculina en cuanto género. 
Mientras, en el resto de Europa, losmovimientos feministas 
surgieron de la concienciación de las mujeres, en España fue-
ron los intelectuales varones quienes se preocuparon del femi-
nismo. La falta de un desarrollo industrial, de una clase media 
fuerte y numerosa y la inestabilidad política que dominó Espa-
ña hasta 1975, frenaron los avances educativos de la mujer y la 
imposibilitaron para tomar conciencia de su situación. El siglo 
XX comenzó con una población analfabeta del 63,7 por 100, 
solo algo inferior a la de Portugal que estaba en 79,1 por 100 y 
Bulgaria que se encontraba en el 80 por 100. Y la mayoría de 
ese analfabetismo se daba entre las mujeres. 
Solo dos mujeres, María Egipcíaca Demaner y Gongoreda y 
Josefa Amar y Borbón, se interesaron por el tema de la ins-
trucción femenina en el s. XVIII y lo hicieron de una manera 
elitista, en la que se identificaban dinero e inteligencia, y la 
 
| 34 
 
mujer del pueblo era valorada exclusivamente como elemento 
productivo. 
No podemos hablar de movimientos feministas hasta el s. 
XX, aunque sí de feminismo, ya que aparecieron corrientes, 
aunque no organizadas, que lucharon por la emancipación de 
la mujer; como las surgidas en torno a Emilia Pardo Bazán, 
Concepción Arenal o Cecilia Böll de Faber (Fernán Caballero), 
traductoras de numerosas obras de feministas francesas y bri-
tánicas. 
Como precursora de los movimientos feministas aparece en 
Cataluña en 1871 la Asociación para la enseñanza de la mujer. 
En ese mismo año, Teresa Claramunt organizó un sindicato 
para trabajadoras del textil y en 1903 Belén Sárraga fundó la 
Federación de mujeres malagueñas. 
Teresa Mañé, conocida en los medios libertarios como Sole-
dad Gustavo, fue una de las grandes feministas de principios 
de siglo pese a no haber utilizado nunca ese apelativo. Junto 
con su compañero, Juan Montseny (escritor anarquista cono-
cido con el pseudónimo de Federico Urales) fue editora de La 
Revista Blanca, publicación que llegó a dirigir mientras Urales 
se veía obligado a un exilio interior por orden gubernamental. 
En 1896, la Ley de Asociaciones dio paso a la formación del 
Sindicato UGT que agrupó a los trabajadores, casi de manera 
exclusiva, hasta la aparición del anarcosindicalismo con la 
CNT, que alcanzaría su máximo esplendor en 1931. 
En junio-julio de 1908, se celebró un congreso anarquista, 
del que saldría la «Federación Regional de Trabajadores», em-
brión de la futura CNT, en la cual se trató la organización de la 
mujer en la lucha obrera y los medios a seguir para conseguir-
lo. El Congreso declaró «obligación ineludible procurar por 
todos los medios lícitos la organización de los sindicatos de 
mujeres (compañera, hijas etc.) que empleando su actividad en 
alguna industria u oficio convivan con los cenetistas. En los 
sindicatos mixtos, deberán las Juntas Administrativas ser mix-
 
| 35 
 
tas también, a fin de que la mujer se interese por sus luchas y 
defienda directamente su emancipación económica». 
La CNT se preocupó de atraer a la mujer española a su mili-
tancia, de resolver sus problemas laborales y de lograr su plena 
integración social. 
En 1910 se fundó en Barcelona la «Biblioteca popular per la 
Dona» y ese mismo año tuvo lugar el Congreso fundacional de 
la Confederación nacional del Trabajo. En él se reconoció ofi-
cialmente la necesidad del empleo femenino como base para la 
consecución de la independencia de la mujer mediante un sa-
lario que, en todo momento, debía ser equiparable al del hom-
bre. No obstante, acostumbrado el varón a tutelar a la mujer 
como si de una menor de edad se tratase, debemos señalar que 
le costaba mucho poner en práctica lo que defendía de manera 
teórica. 
Al tratarse de un sindicato con planteamientos anarquistas, 
la CNT no apoyó ni participó en ningún momento de las aspi-
raciones de los denominados movimientos feministas. Partida-
ria de la acción directa, su lucha no se encaminó a la obtención 
del voto femenino, sino a la consecución de igualdades labora-
les y salariales para los dos géneros. 
A pesar de todo, el número de trabajadoras continuaba 
siendo minoritario. En 1921, con el Desastre de Annual, mu-
chos combatientes prefirieron morir en inmundos barracones 
acondicionados como hospitales sin ninguna ayuda médica, 
antes que ser curados por manos femeninas. A esa descalifica-
ción de la mujer en los comienzos del s. XX, se debe en parte el 
subdesarrollo de España en años posteriores. 
En 1920 se creó en Valencia la Sociedad Concepción Arenal 
y en 1922, Margarita Nelken publicó «La condición social de la 
Mujer» que contribuyó a la concienciación de buena parte da 
la sociedad femenina. 
En 1928 se fundó la Asociación Nacional de Mujeres Espa-
ñolas, de tendencia izquierdista. Dos años después, Hildegart 
 
| 36 
 
Rodríguez publicó «Al servicio de la Nueva Generación» y un 
año más tarde, otra obra que despertó una encendida polémica 
en todo el país, «Educación sexual». 
Pero no fue hasta 1936, cuando anarquismo y feminismo 
unidos tomaron cuerpo en una organización que sirvió de re-
vulsivo social. En ese mismo año se fundó la Agrupación Muje-
res Libres, formada por mujeres militantes de la CNT, cons-
cientes de que una revolución de mujeres solo podría ser 
realizada por mujeres. 
Mujeres Libres, propiciada por Lucia Sánchez Saornil, Mer-
cedes Comaposada y Amparo Poch, llegó a contar con 119 agru-
paciones, de las cuales 22 estaban en Madrid y 6 en Barcelona. 
El resto se dispersaban por Bélgica, Checoslovaquia, Francia, 
Holanda, Inglaterra, Polonia, Suecia, Argentina, EEUU, etc. 
Por mucho que se escriba sobre Mujeres Libres y por mu-
chos homenajes que se le tributen, nunca se le podrá hacer 
justicia. 
Quisieron ser una rama más del Movimiento Libertario; lo 
mismo que la CNT, la FAI o JJLL, lucharon por su emancipa-
ción de la triple esclavitud de género, cultural y laboral. Desea-
ban estar en la vanguardia de la Revolución Social que preco-
nizaba el Anarquismo, y crear una conciencia solidaria entre 
hombres y mujeres para convivir sin ningún tipo de exclusio-
nes y asumiendo una obra común. 
Aquellas mujeres tenían muy claro algo que actualmente 
defendemos otras muchas que nos consideramos anarquistas. 
El cambio social no supondrá la terminación feliz de todas las 
marginaciones femeninas. El Estado extiende los tentáculos de 
su poder sobre tres pilares sociales fundamentales, el laboral, 
el familiar y el educativo. Para esto necesita ejercer su fuerza 
sobre la mujer, pero como hay muchas facetas de la cotidiani-
dad que se le escapan, ha buscado el apoyo del hombre convir-
tiéndolo en su cómplice. Este es manipulado para que ejerza 
por delegación su fuerza sobre la mujer. 
 
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El tipo de relación que la mujer se ve obligada a mantener 
con su entorno, es decir los roles de esposa y madre que la so-
ciedad patriarcal ha establecido para ella, hace que asuma los 
valores ideológicos dominantes a través de la educación, en-
tendida como tal no sólo la escolarización, sino la socialización 
global. 
Ningún género puede ser realmente libre si no lo es el otro y 
esa sociedad en anarquía justa e igualitaria con que soñamos, 
no podrá conseguirse jamás si la mitad de la humanidad per-
manece en silencio subyugada por la otra mitad. 
 
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¿SE PUEDE SER ANARQUISTA 
SIN SER FEMINISTA?12 
Caroline Granier 
 
 
 
«Sed pues abierta y enteramente anarquistas, y no un cuarto, un 
octavo o un dieciseisavo de anarquista, del mismo modo que se es 
un cuarto, un octavo o un dieciseisavo de agente de cambio». 
J. Déjacque a P.J. Proudhon 
 
¿MACHISTA, PERO ANARQUISTA? Hemos podido leer en un ar-
tículo titulado «La cadena o las bragas» firmado por el Grupo 
Libertario de Ivry las siguientes palabras a propósito de 
Proudhon: «Se puede ser anarquista y defender el peor de los 
machismos». Es posible, pero lo que no dicen los autores del 
artículo es si tal declaración es legítima. Joseph Déjacque, hace 
más de un siglo, era más radical cuando interpelabaasí a 
Proudhon (admirándolo, por otra parte): «No se considere 
anarquista o séalo hasta el final». Me parece interesante hacer 
un breve viaje al siglo XIX con el fin de ver cuáles eran por en-
tonces los vínculos entre anarquismo y feminismo. En efecto, 
si la misoginia de Proudhon ha constituido durante mucho 
tiempo un referente para la clase obrera, se olvida muy a me-
nudo que en esa época se elevaron otras voces que fueron 
comprendidas. Joseph Déjacque o André Léo, respondiendo a 
las tesis inadmisibles (y no anarquistas) de Proudhon, demos-
traron hasta qué punto los ámbitos políticos y privados esta-
ban indisociablemente ligados y afirmaron que no se puede 
 
12 Publicado en Le monde libertaire. Extraído y copiado de la versión 
impresa de Tierra y Libertad, marzo 2004. 
 
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uno considerar anarquista si no es feminista. Me parece im-
portante recordar estos viejos debates de hace más de un siglo, 
porque si con frecuencia nos lamentamos que los anarquistas 
hayan sido eliminados de la historia oficial, olvidamos también 
decir que las/os anarquistas feministas forman parte de la his-
toria del anarquismo... 
 
 
Los vínculos entre feminismo y anarquismo en el si-
glo XIX 
 
Si sobre la cuestión del feminismo los anarquistas del siglo 
XIX han estado por detrás de sus ideas revolucionarias, y si, 
siguiendo a Proudhon, se oyeron numerosas declaraciones 
antifeministas en los medios revolucionarios, anarquistas o 
socialistas, existe no obstante una corriente feminista que se 
opone, en el seno mismo del anarquismo, a la ideología domi-
nante. Se puede considerar que nace con Joseph Déjacque, que 
se enfrenta a Proudhon en el tema de los derechos de las muje-
res. 
Joseph Déjacque (1821-1864) puede ser considerado discí-
pulo de Proudhon y de Fourier. Pierre Leroux ve en él al prin-
cipal representante del anarquismo en Francia. En un artículo 
sobre los orígenes de las teorías socialistas (1885) escribió: «Ya 
no es Proudhon, en efecto, el que puede representar hoy a esta 
secta, debido a la conclusión (la mujer esclava de la autoridad 
marital) a que ha dado lugar. Hacía falta otro. El estandarte de 
la libertad está hoy en manos de uno de sus discípulos, de un 
anarquista mucho más en serio que él. Se trata de Joseph Dé-
jacque». En una carta dirigida a Proudhon en mayo de 1857, 
Déjacque demuestra cómo Proudhon, al negar los derechos de 
las mujeres, se muestra «igual que sus amos». Déjacque plan-
tea el reto esencial de la igualdad de los sexos: una revolución 
que hace desaparecer una forma de alienación pero que deja 
 
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subsistir otra forma de dominación no es tal. La familia que 
defiende Proudhon, basada en el orden patriarcal, «concede al 
patriarcado lo mismo que el gobierno representativo es para la 
mayoría absoluta». La esclavitud de la mujer tiene consecuen-
cias a la vez directamente políticas (hablamos aquí del princi-
pio de autoridad absoluta) y morales: del mismo modo que 
ningún hombre puede ser libre sin que lo sean los demás, nin-
gún ser masculino podrá considerarse independiente mientras 
mantenga a las mujeres en situación de inferioridad, porque 
«quien ha sido amamantado por una esclava tendrá sangre de 
esclavo en sus venas». Negar los derechos y la inteligencia de 
la mujer es reproducir lo que hacen los burgueses y aristócra-
tas cuando niegan los derechos y la inteligencia al proletariado. 
Joseph Déjacque es uno de los primeros, junto a Proudhon, en 
reivindicar el término anarquista (tras la revolución de 1848); 
de origen popular y autodidacta elaboró y publicó, él solo, Le 
Libertaire en el exilio. 
Pero no fue el único, a finales del siglo XIX, que insistió en 
la construcción de la igualdad entre hombres y mujeres como 
condición del anarquismo. En «La conquista del pan» (1892), 
Kropotkin insiste en la alienación producida por el trabajo 
doméstico, y se enfrenta explícitamente a los revolucionarios 
que quieren la liberación del género humano sin trabajar por 
los derechos de la mujer. Mencionaremos igualmente a André 
Léo, una de las escasas feministas [francesas] cercanas al 
anarquismo. Ella no sólo lucha en el terreno de las leyes, sino 
también en el de las mentalidades. Lejos de limitarse a exigir el 
sufragio universal, se opone sobre todo a los revolucionarios 
poco consecuentes: los revolucionarios de la calle son muchas 
veces reaccionarios en sus hogares. Ataca, por tanto, al sistema 
patriarcal en «La mujer y las costumbres». En «Monarquía o 
libertad» escribe en respuesta a las tesis misóginas de 
Proudhon, donde denuncia a los llamados partidarios de la 
libertad que se convierten en déspotas cuando entran en sus 
 
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casas, y afirma que un Estado en el que la mujer está oprimida 
no puede ser sino autoritario. 
Este género de críticas ha sido largamente recogido en los 
periódicos de la época, especialmente en los de Jean Grave. La 
Revolté, por ejemplo, reproduce el 17 de febrero de 1889 una 
carta de un lector que se indigna porque «los peores revolucio-
narios [ciertos revolucionarios] son soberanos no sólo en el 
hogar y a la mesa, sino también en la cama, donde transfor-
man a sus mujeres en prostitutas». En Le Trimard, en 1896, el 
escritor anarquista Mécislas Golberg denuncia el hecho de que 
la mujer haya sido situada en el rango de la propiedad, e invo-
ca a los revolucionarios: «Nosotros, seres sociales y antifami-
liares, debemos ante todo hacer a la mujer consciente de su 
fuerza social». Golberg va más allá al esbozar una visión radi-
calmente distinta de la sexualidad. A diferencia de otros colec-
tivos poco inclinados a abordar los problemas de la vida se-
xual, los anarquistas consideran a menudo la liberación sexual 
como parte de la emancipación integral del individuo. En sus 
«Cartas a Alexis (historia sentimental de un pensamiento)» 
podemos leer, en el capítulo titulado «Del amor», lo siguiente: 
«El amor es el sentimiento que una voluntad extraña nos da de 
nuestra propia voluntad. A menudo se produce entre personas 
de sexo distinto, otras veces entre gentes del mismo sexo. Eso 
importa poco en el fondo [...] yo creo que hombre y hombre, o 
mujer y mujer pueden también formar una unidad. Es ridículo 
creer que toda división de la materia viva establece contradic-
ciones». 
Vemos, pues, que incluso en el siglo XIX, hay suficientes 
anarquistas conscientes del vínculo entre política y sexualidad, 
que han comprendido la necesidad de un feminismo anarquis-
ta, para poder dispensar de este tema a Proudhon. 
 
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DEL SER HUMANO MASCULINO Y FEMENINO13 
Joseph Déjacque 
 
[Esta carta apareció en Les libertaires, firmada por Joseph Déjacque 
en mayo de 1857. Se inscribe en la polémica desencadenada por la 
publicación en la Revue philosophique de un artículo de Jenny 
d’Hericourt, «M. Proudhon et la question des femmes» (El señor 
Proudhon y la cuestión de las mujeres) en diciembre de 1856. La 
carta de Proudhon a la que alude Déjacque se publicó en esa misma 
revista en enero de 1857]. 
[...] ¿Es verdaderamente posible, célebre propagandista, que 
bajo su piel de león haya tanta burricie? [...] 
Su nerviosa y poco flexible lógica en las cuestiones de pro-
ducción y consumo industriales no es más que una endeble 
caña sin fuerza en las cuestiones morales de la producción y 
consumo. Su inteligencia, viril, plena para todo lo que ha trai-
cionado al hombre, es como si estuviera castrada para lo que 
trata de la mujer. Cerebro hermafrodita, su pensamiento tiene 
la monstruosidad del doble sexo bajo el mismo cráneo, del sexo-
luz y el sexo-oscuridad, y se desarrolla y se retuerce en vano 
sobre sí mismo sin poder llegar a parir la verdad social [...] 
Cito sus palabras: 
«No, señora, usted no sabe nada de su sexo; usted no cono-
ce ni la primera palabra de la cuestión que usted y sus honora-
bles coaligadas agitan con tanto ruido y tan poco éxito. Y si 
usted no la comprende, si en las ocho páginas derespuestas 
que da usted a mi carta hay cuarenta razonamientos falsos, eso 
se debe precisamente, como ya le he dicho, a su imperfección 
 
13 Extractos de una carta a P. J. Proudhon. Copiado y extraído de la 
edición impresa de Tierra y Libertad, marzo 2004. 
 
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sexual. Por esta palabra, cuya exactitud no puede reprocharse, 
entiendo la calidad de su entendimiento, que no le permite 
captar la relación de las cosas si nosotros, los hombres, no se 
las hacemos tocar con el dedo. Hay en ustedes las mujeres, 
tanto en el cerebro como en el vientre, cierto órgano incapaz 
por sí mismo de vencer su inercia innata, y que sólo el espíritu 
masculino puede hacer funcionar, cosa que no logra siempre. 
Ese es, señora, el resultado de mis observaciones directas y 
positivas: lo dejo a su sagacidad obstetricia y para que calcule, 
para su tesis, las consecuencias incalculables [...]». 
La emancipación o la no emancipación de la mujer, la 
emancipación o la no emancipación del hombre ¿qué quiere 
decir? ¿Es que —naturalmente— puede haber derechos para 
uno que no lo sean para el otro? ¿Es que el ser humano no es el 
mismo ser humano en plural que en singular, en femenino que 
en masculino? [...] 
Plantear la cuestión de la emancipación de la mujer a la vez 
que la cuestión de la emancipación del proletario, hombre-
mujer o, por decir la misma cosa con otras palabras, hombre-
esclavo —carne de harén o carne de taller— se comprende, y es 
revolucionario; pero poner esa cuestión en relación con el 
hombre-privilegio, ¡oh! entonces, desde el punto de vista del 
progreso social carece de sentido, es reaccionario. Para evitar 
cualquier equívoco, habría que hablar de emancipación del ser 
humano. En estos términos, la cuestión queda completa; plan-
tearla de este modo es resolverla: el ser humano, en sus rota-
ciones de cada día, gravita de revolución en revolución hacia su 
ideal de perfectibilidad, la libertad [...] 
Su entendimiento, atormentado por las pequeñas vanidades, 
le hace ver la posteridad del hombre-estatua, erigido sobre el 
pedestal-mujer como hombre-patriarca, de pie ante la mujer-
sirviente. 
Escritor fustigador de las mujeres, siervo del hombre abso-
luto, Proudhon-Heynau, que tiene por látigo la palabra, como 
 
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el verdugo croata, y parece disfrutar de todas las lubricidades 
de la codicia al desvestir a sus bellas víctimas sobre el papel del 
suplicio y flagelarlas con sus invectivas. Anarquista a medias, 
liberal y no libertario, exige usted el libre cambio para el algo-
dón y otras naderías y preconiza sistemas de protección del 
hombre contra la mujer en la circulación de las pasiones hu-
manas; clama contra las altos barones del capital y quiere re-
edificar la alta baronía del hombre sobre el vasallo mujer; filó-
sofo con anteojos, ve al hombre por el cristal de aumento y a la 
mujer por el reductor; pensador afectado de miopía, no sabe 
distinguir más que lo que deja tuerto en el presente o en el 
pasado, y no puede descubrir nada de lo que está arriba o a 
distancia, la perspectiva del devenir: ¡es usted un inválido! [...] 
¡Ah! Si en este mundo hay tantas criaturas hembras abyec-
tas y tan pocos hombres y mujeres ¿a qué recurrir? Dandin-
Proudhon, ¿de qué os quejáis? Vosotros lo habéis querido... 
Y, no obstante, está usted provisto, lo reconozco, de formi-
dables ataques al servicio de la Revolución. Ha llegado hasta la 
médula del tronco secular de la propiedad, y ha hecho volar 
lejos los resplandores, ha despojado de su corteza el objeto y lo 
ha expuesto en su desnudez a la mirada de los proletarios; ha 
hecho resquebrajarse y caer a su paso, del mismo modo que las 
ramas secas o las hojas, los impotentes rebrotes autoritarios, 
las teorías renovadas de los griegos del socialismo constitucio-
nal, incluida la vuestra; ha arrastrado con usted, en la carrera 
de fondo a través de las sinuosidades del futuro, toda la jauría 
de los apetitos físicos y morales. Ha hecho camino. Se lo ha 
hecho hacer a otros. Está cansado y querría descansar; pero las 
voces de la lógica están ahí y le obligan a seguir con sus deduc-
ciones revolucionarias, a seguir hacia adelante, bajo el riesgo de, 
si desdeña el anuncio fatal, sentir las zancadillas de los que 
pueden destrozarle [...] En el terreno de la verdadera anarquía, 
de la libertad absoluta, existiría sin contradicción la diversidad 
entre los seres, habría personas en la sociedad de distinta 
 
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edad, sexo o aptitudes: la igualdad no es la uniformidad. Y esta 
diversidad de todos los seres y de todos los instantes es justa-
mente lo que hace imposible cualquier gobierno, cualquier cons-
titución o contracción. ¿Cómo comprometerse por un año, por 
un día, o por una hora, cuando en una hora, un día o un año se 
puede pensar de forma totalmente diferente al momento en 
que uno se ha comprometido? Con la anarquía radical habría 
mujeres, como habría hombres, de mayor o menor valor relati-
vo; habría niños como habría ancianos; pero todos indistinta-
mente serían seres humanos y serían igual y absolutamente 
libres de moverse en el círculo natural de sus atracciones, li-
bres de consumir y producir como les conviniera sin que nin-
guna autoridad paternal, marital o gubernamental, sin que 
ninguna reglamentación legal o restrictiva pudiera alcanzarles. 
En una sociedad así comprendida —y debe usted compren-
derla de este modo si alardea de ser anarquista— ¿qué tiene 
que decir sobre la inferioridad sexual de la mujer o del hombre 
entre los seres humanos? 
Escuche, maestro Proudhon, no hable de la mujer o, antes de 
hablar, estúdiela; vaya a la escuela. No se considere anarquista, 
o séalo hasta el final. Háblenos, si quiere, de lo conocido y lo 
desconocido, de Dios que es el mal, de la Propiedad que es el 
robo. Pero cuando hable del hombre, no haga de él una divini-
dad autocrática, porque yo le responderé: ¡el hombre es el mal! 
No le atribuya un capital de inteligencia que no le pertenece 
por derecho de conquista, por el comercio del amor, riqueza 
usurera que le viene por entero de la mujer, que es el producto 
de su dueño; no lo engalane con los despojos de otro, porque 
entonces yo le responderé: ¡La propiedad es un robo! [...] 
Sea más fuerte que sus debilidades, más generoso que sus 
mezquindades; proclame la libertad, la igualdad, la fraterni-
dad, la indivisibilidad del ser humano. Diga eso: es por salud 
pública. Declare a la humanidad en peligro; convoque en masa 
al hombre y a la mujer para que rechacen fuera de las fronteras 
 
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sociales los prejuicios invasores, proponga un dos y tres de 
septiembre contra esa alta nobleza masculina, esa aristocracia 
del sexo que querría llevarnos al Antiguo Régimen. Diga eso: 
¡Es necesario! Dígalo con pasión, con genio, fúndalo en bronce, 
hágalo retumbar... y habrá logrado mérito para los demás y 
para usted. 
 
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LAS LECCIONES DE BRUKMAN14 
 
Liliana Daunes 
 
Brukman15 fue, hace unos años, el apellido de una familia que 
vivía de la estafa sistemática de los trabajadores y trabajadoras 
de su fábrica. Los hermanos Brukman no eran más perversos 
 
14 Esta ponencia fue presentada por Liliana Daunes en el foro «Obre-
ras, movimiento de mujeres y feminismo: dos años de una experien-
cia de lucha y solidaridad con Brukman», realizado el viernes 12 de 
diciembre en el Centro Cultural Rosa Luxemburgo, Buenos Aires. 
15 Brukman es una fábrica textil recuperada de Balvanera, Buenos 
Aires, Argentina. Actualmente está bajo control de una cooperativa 
de trabajo llamada «18 de Diciembre». Todo empezó cuando bajaron 
las ventas, se despidió a 180 personas, se acumularon las deudas, 
empezaron a pagar a la plantilla con vales, la empresa se fue endeu-
dando con los trabajadores. En 2001, ante los rumores de cierre, 50 
personas, la mayoría mujeres, pidieron un subsidio para transporte. 
Los Brukman prometieron entregar

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