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Flores Magón, Ricardo - Predicar la paz es un crimen - [Discurso pronunciado en Los Ángeles (Estados Unidos), 10 de noviembre de 1911] - Judith Reyes Luna

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Predicar la paz es un crimen
Ricardo Flores Magón
Trémulo y pálido, inquieta la mirada, colgante el
belfo, un hombre se abre paso por entre la multi-
tud, y dando tropezones, arrastrando los pies como
si fueran de plomo, sube a la tribuna: es el Miedo
quien va a hablar. Filosofía de bestias de cuadra es
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la que predica. La paz es buena, dice; la paz es un gran
bien, La vida es dulce y es amable, prosigue; cuidemos,
pues, la vida.
Momentos antes, altivos tribunos habían sacudido
a aquella multitud, y el heroísmo, el arrojo y la re-
belde audacia habían hecho vibrar aquellas almas,
almas proletarias, espíritus taciturnos de vencidos
seculares que, al grito de rebelión, habían sentido
levantarse de los más escondidos rincones de su ser
el ansia de los héroes, el coraje de los bravos. Un
grito más, y aquellos esclavos habrían dejado caer
con rabia ese fardo que los encorva y los somete
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con más efcacia que el presidio y el cadalso: el res-
peto a los de arriba. Pero el Miedo se encarama y
habla; sus palabras pasan sobre aquellas cabezas
como un soplo de invierno; y los entusiasmos se
apagan, el ansia ardiente se entumece, y aquellos
seres humanos, que habían podido llegar a los um-
brales del heroísmo e iban ya a franquear sus puer-
tas, abren los ojos con espanto y retroceden para
caer de nuevo envilecidos y sumisos a los pies de
sus verdugos, repitiendo las palabras malditas: la
paz es buena; la paz es un gran bien.
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Esta es la historia de todos los humanos esfuerzos
hacia la libertad y la felicidad. Poniendo en riesgo
su vida y su bienestar, habla el apóstol. Los escla-
vos se enderezan y escuchan. La vívida palabra del
apóstol cae sobre las almas entristecidas por el se-
cular dolor como un bálsamo bienhechor. Es un
consuelo saber que todos, por el solo hecho de na-
cer, tenemos derecho a vivir y a ser felices. ¿No so-
mos felices? Es que hay alguien que pone obstácu-
los al libre disfrute de la felicidad. Y el apóstol ha-
bla entonces del amo, del fraile, del soldado y del
gobernante. Estos pesan sobre los proletarios desde
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que apareció el primer ladrón que dijo: este pedazo
de tierra es mío, y desde entonces han moldeado a su
antojo la inteligencia humana, amedrentándola
unos con el temor al inferno y aterrorizándola
otros con el calabozo y la muerte. De aquí deriva el
religioso respeto a los de arriba; respeto al fraile
que embrutece; respeto al soldado que asesina; res-
peto al gobernante que oprime; respeto al amo que
vive del trabajo de los parias, y ese respeto prescri-
to por las leyes, tan admirablemente dispuestas que
con ellas sólo se benefcian los de arriba y se perju-
dican los de abajo, oprime a la humanidad, la hace
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esclava, la hace desgraciada porque quita el dere-
cho al libre examen, arrebata la prerrogativa de go-
zar de todos los bienes con que nos brinda la natu-
raleza, nos tienta la civilización y hace al hombre
incapaz de levantar la vista y mirar de frente a sus
opresores.
Contra ese respeto habla el apóstol y sus palabras
son inyecciones de santa soberbia que vigoriza a las
multitudes. El deseo de ser libres se apodera y el
espíritu de la justicia inmortal parece que al fn se
decide a echar sus raíces en el corazón del hombre.
Pero viene el Miedo y habla; se sobrecogen de te-
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rror los corazones; los brazos más frmes dejan caer
con desaliento las armas libertarias y de los labios
envilecidos brotan una por una las odiosas pala-
bras: la vida es dulce y amable; cuidemos, pues, la vida.
Y bien, predicar la paz es un crimen. Predicar la
paz cuando el tirano nos deshonra imponiéndonos
su voluntad; cuando el rico nos extorsiona hasta
convertirnos en sus esclavos; cuando el Gobierno, y
la Burguesía y el Clero matan toda aspiración y
toda esperanza; predicar la paz en tales circunstan-
cias es cobarde, es vil, es criminal. La paz con cade-
nas es una afrenta que se debe rechazar. Hay paz
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en la ergástula, hay paz en el cementerio, hay paz
en el convento; pero esa paz no es vida; esa paz no
enaltece; esa es la paz de Porfrio Díaz, la paz en
que medra el eunuco y se prostituye el ciudadano;
la paz de los Faraones, la paz de los Czares, la paz
de los Césares, la paz de los sátrapas del Oriente.
Una paz así, ¡maldita sea!
Contra una paz así debemos rebelarnos todos los
que todavía andamos en dos pies. La muerte en
medio de la Revolución es más dulce que la vida en
medio de la opresión. La libertad o la muerte, debe
ser nuestro grito, y a su conjuro levantémonos to-
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dos para aplastar, primero, a los cobardes que pre-
dican la paz; en seguida, a los tiranos.
Primero a los cobardes, porque ellos son el más se-
guro apoyo de todo despotismo y los enemigos
más peligrosos de todo progreso. Blasfemia, gritan
los cobardes. Sí, bendita blasfemia, responde el re-
volucionario; blasfemia creadora; blasfemia viden-
te; blasfemia sabia; blasfemia justa. La blasfemia
puso sus manos en los altares y los tronos de la Tie-
rra, y los hizo pedazos; la blasfemia se elevó al cielo
donde otra corte, la celestial, imperaba y la hizo
añicos con la razón dejando en su lugar soles mag-
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nífcos cuya composición química nos dio a cono-
cer; la blasfemia rompió el freno con que la igno-
rancia tenía fja a la Tierra en un punto del espacio
y la echó a rodar en su elipse gloriosa alrededor del
Sol; la blasfemia arrancó el rayo de las manos de Jú-
piter y lo redujo a prisión en la botella de Leyden, e
infatigable y audaz la blasfemia, después de haber
llegado al cielo y derribado dioses; después de ha-
ber encadenado las fuerzas ciegas de la naturaleza;
después de haber descubierto la impostura del de-
recho divino de los llamados señores de la Tierra;
después de haber escudriñado los mares hasta en-
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contrar el protoplasma, o sea la más pequeña raíz
del árbol zoológico cuyo más bello fruto es el hom-
bre, se levanta serena, con la serenidad augusta de
la Ciencia, para formular ante el Capital esta senci-
lla pregunta: ¿por qué reinas?
Obreros de la Revolución: cultivad la irreverencia.
[Regeneración, 17 de septiembre de 1910]
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Los mártires de Chicago
Ricardo Flores Magón
Camaradas:
Apóstoles del pacifsmo; creyentes de la acción po-
lítica del proletariado, como el mejor medio para al-
canzar la emancipación económica, volved los ojos
hacia Chicago, donde cuatro negros zanjones, prac-
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ticados en la tierra, guardan los restos de cuatro
mártires, cuyo silencio es el testimonio elocuente de
que la justicia gemirá encadenada mientras no bri-
lle el arma en la mano de cada trabajador, y no hier-
va en los pechos robustos este formidable senti-
miento: ¡Rebeldía!
Los cuatro sepulcros donde duermen Spies, Engel,
Fischer y Parsons proclaman esta verdad: la razón
debe armarse; y esta otra: la violencia contra la violen-
cia.
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No os crucéis de brazos; no pidáis. Pedir es el cri-
men del humilde: ¡por eso se le mata! Si se os ha de
matar por pedir, ¡mejor tomad!
Escuchad lo que os dicen esos cuatro sepulcros:
«Aquí guardamos los restos de los mejores de los
vuestros. Aquí, en nuestras entrañas sombrías,
duermen cuatro hombres generosos que soñaron
conquistar el bienestar de la humanidad por la vir-
tud de este solo hecho: cruzarse de brazos en la
huelga general.»
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Cruzarse de brazos en la huelga pacífca es tanto
como tender el pescuezo para que el verdugo des-
cargue el golpe de su hacha.
La libertad no se conquista de rodillas, sino de pie,
devolviendo golpe por golpe, infringiendo herida
por herida, muerte por muerte, humillación por hu-
millación, castigo por castigo. Que corra la sangre a
torrentes, ya que ella es el precio de su libertad.
¿Qué paso hacia delante, qué progreso, qué adelan-
to humano en las relaciones políticas y sociales de
los hombres ha tenido éxito sin el grito de rabia de
los oprimidos, sin el grito de cólera de los opreso-
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res, sin el derramamiento generoso de sangre, sinel
incendio, reduciendo a cenizas cosas e institucio-
nes, sin la catástrofe que bajo sus escombros sepulta
cadenas, cetros y altares?
¿De qué se trata? ¿No se trata de destruir, de ani-
quilar un sistema que está en pugna abierta con la
Naturaleza? Pues bien, el sistema no puede ser des-
truido cruzándonos de brazos. Mejor que solicitar
del enemigo un favor, ¡aplastémoslo! La burguesía
nunca ha de dar. Si un movimiento contra ella toma
proporciones que constituyan una amenaza, por
pacífco que sea ese movimiento, por tranquila y
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serenamente que sea conducida la contienda, cuan-
do ésta amenace llegar a un punto en que –aun por
el mero cruzamiento de brazos puedan caer en los
bolsillos de los proletarios unas cuantas monedas
más o se disminuya, en unos cuantos minutos de
duración la jornada de trabajo– la burguesía, de
acuerdo con el gobierno, fabricará un proceso y las
cabezas de los más dignos de nuestros hermanos
caerán por tierra a los golpes de las hachas de los
verdugos. ¡Eso fue lo que pasó en Chicago el 11 de
noviembre de 1887!
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Mexicanos: ni nos crucemos de brazos ni nos con-
formemos con mejoras. ¡Todo o nada! ¡Tierra y Li-
bertad o muerte! ¡Ser o no ser! La huelga ha pasado
de moda: ¡Viva la expropiación! ¡Viva la bandera
roja de los libertarios de México!
Por el hierro y por el fuego debe ser exterminado lo
que por el hierro y por el fuego se sostiene. La fuer-
za es el derecho de los hartos: ¡pues que sea la fuer-
za el derecho de los hambrientos! Así hablan los re-
beldes que en estos momentos en México hacen pe-
dazos las leyes solapadoras de los crímenes de los
de arriba, incendian los archivos en que duermen
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los papelotes que amparan el robo de los ricos, eje-
cutan a las autoridades defensoras del privilegio y
ponen la reata en el pescuezo de los que hasta ayer
fueron los amos de los pobres, y gritan al pueblo:
Eres libre; organiza por ti mismo la producción y sé feliz,
tanto cuanto puedas.
¿Qué es esto, crimen? No: ¡es justicia a secas! Es la
justicia que, por ser justicia, no está escrita en leyes.
Es la justicia soñada por la especie humana desde
que aparecieron entre los pueblos estos tres bandi-
dos: El que dijo: esto es mío; el que gritó: ¡Obedeced-
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me! Y el que, alzando los ojos al cielo, balbuceó hi-
pócritamente: Soy el ministro de Dios.
Es la justicia, cuyo sentimiento purísimo hace que el
corazón se oprima de indignación al ver cómo en las
grandes casas de los que nada hacen existe la abun-
dancia, y cómo en las casitas de los que todo hacen
existe la miseria. Esto es: los bandidos, arriba, go-
zando cuanto placer puede imaginarse, mientras los
trabajadores, los que sudan, los que se sacrifcan
bajo los rayos del sol, entre las tinieblas de las minas,
en esos presidios que se llaman barcos y en todos los
lugares de explotación, viven en el inferno de la mi-
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seria, escuchando, en lugar de risas, los sollozos de
los niños que tienen hambre.
Toda conciencia honrada se subleva ante tanta
injusticia amparada por la ley y sostenida por el go-
bierno. Contra una injusticia así, sólo existe un re-
medio: ¡La rebelión! Pero no la rebelión que tenga
por objeto quitar a Pedro para poner en su lugar a
Juan, sino la revolución salvadora que vaya hasta el
fondo de las cosas, que destruya privilegios, que es-
trangule prejuicios, que se encare con lo que hasta
aquí era considerado sagrado: el principio de auto-
ridad y el derecho de propiedad individual, y, con
toda la fuerza de la cólera tragada en silencio du-
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rante siglos y siglos de miseria y de humillaciones,
rotas las cadenas, abiertos los presidios y vibrante
intensamente la gran campana de la libertad de la
especie humana, aniquilar de una vez y para siem-
pre el viejo sistema e implantar el nuevo de Liber-
tad, de Igualdad y de Fraternidad.
Esto es lo que están haciendo los mexicanos. La re-
volución no murió el 26 de mayo con el pacto de
dos bandidos. La revolución siguió su marcha por-
que no tenía como causa la ambición de un payaso,
sino la necesidad largamente sentida por un pueblo
despojado de todo. Es el león que ha despertado y
lanza a los cuatro vientos, como un reto a la injusti-
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cia, estas bellas palabras: ¡Tierra y Libertad! Y toma
la tierra, incendia las guaridas de sus verdugos, y
sobre las humeantes ruinas clava, con puño frme, la
bandera de los libres, la gloriosa bandera roja.
Contra la ley armada hasta los dientes, el derecho
del proletario armado también; contra el fusil, el
fusil; contra la tiranía, la barricada y la expropia-
ción. ¡Viva la Revolución Social!
[Discurso pronunciado en Los Ángeles (Estados Uni-
dos), 10 de noviembre de 1911]
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Ricardo Flores Magón (Oaxaca, México, 16 de
septiembre de 1873). Fue el principal referente del
Partido Liberal Mexicano, organización comunista
anárquica de destacada actuación antes y durante
la Revolución Mexicana. Activa tanto en territorio
mexicano como estadounidense. Su órgano de
difusión fue el periódico Regeneración. Flores
Magón fue asesinado en la prisión de Leavenworth,
Kansas, el 21 de noviembre de 1922.
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