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Actividad-mental-y-memoria-episodica-en-adultos-mayores

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UNIVERSIDAD NACIONAL AUTÓNOMA DE MÉXICO 
FACULTAD DE PSICOLOGÍA 
 
ACTIVIDAD MENTAL Y MEMORIA EPISÓDICA 
EN ADULTOS MAYORES 
 
 
T E S I S 
QUE PARA OBTENER EL TÍTULO DE: 
LICENCIADA EN PSICOLOGÍA 
P R E S E N T A: 
 
FABIOLA GARCÍA GUTIÉRREZ 
 
 DIRECTORA DE TESIS: 
 DRA. SELENE CANSINO ORTÍZ 
 
 REVISOR DE TESIS: 
 DR. ÓSCAR GALICIA CASTILLO 
 
 SINODALES: 
 DRA. DOLORES RODRÍGUEZ ORTÍZ 
 LIC. PABLO VALDERRAMA ITURBE 
 LIC. EVELIA RAMOS HERNÁNDEZ 
 
MÉXICO, D.F. 2009 
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UNAM – Dirección General de Bibliotecas 
Tesis Digitales 
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mencionando el autor o autores. Cualquier uso distinto como el lucro, 
reproducción, edición o modificación, será perseguido y sancionado por el 
respectivo titular de los Derechos de Autor. 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
RECONOCIMIENTOS 
 
 
El presente estudio se realizó con recursos otorgados por el Consejo Nacional de Ciencia y 
Tecnología (CONACyT) al proyecto No. 46092H. Así como por la Dirección General de Asuntos del 
Personal Académico de la Universidad Nacional Autónoma de México, a través del Programa de 
Apoyo a Proyectos de Investigación e Innovación Tecnológica (PAPIIT) a los proyectos: No. 
IN304202 y No. IN300206. 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
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AGRADECIMIENTOS 
 
 
Después del término de una maravillosa carrera de cuatro años y medio como lo es la de Psicología 
tras una excelente formación académica y personal me es de vital importancia agradecer de todo 
corazón a las personas responsables de que yo exista en este mundo, que gracias a sus cuidados, 
lecciones y enseñanzas han forjado en mi ser, la mejor herencia que pude recibir por parte suya, la 
educación. Por eso y por más les quiero agradecer a mis amorosos padres y a mis queridos 
hermanos que gracias a su apoyo, confianza y comprensión en esta etapa de mi vida he podido 
seguir adelante con todos mis propósitos. 
 
De la misma manera quisiera expresar mi más sincera gratitud a la Dra. Selene Cansino por abrirme 
las puertas de un gran equipo de trabajo como lo es el Laboratorio de NeuroCognición, que tras su 
guía y confianza he podido llegar al término de esta importante etapa de mi vida académica. 
 
A todos y a cada uno de los integrantes de ese gran equipo quienes siempre me alentaron en 
cualquier aspecto de mi vida. Andrea, Cinthya, Frine, Haydée, Joyce, Karla B, Karla F, Luisa, Lyss, 
Marco, Mariana y Tania. Quisiera ser mención de una manera muy especial a Evelia Hernández 
quién desde un principio confió en mi trabajo y me dio junto con la Dra. Selene la oportunidad de 
integrarme al Proyecto de Calidad de Vida, en donde tuve la fortuna de conocer e integrarme a la 
colaboración de la investigación con esas bellas personas. A su vez, mil gracias a cinco personitas 
que me brindaron la oportunidad de conocerlas no sólo en el plano puramente académico sino 
también en el plano personal y que me han demostrado que la amistad lo vale todo; Julys, Sandrita y 
Paty. A Elvia y Gaby por todos los maravillosos años de disfrutar junto a ustedes el desarrollo de 
esta carrera, en sus momentos buenos y malos; ¡¡¡chicas las quiero mucho!!!. 
 
Asimismo, deseo manifestar mi más profundo agradecimiento a los integrantes de mi comité: Dr. 
Óscar Galicia, Dra. Dolores Rodríguez, Lic. Pablo Valderrama y de nuevo a la Lic. Evelia Hernández; 
por su tiempo y su valiosa contribución a mi trabajo. 
 
 
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DEDICATORIAS 
 
 
Este trabajo esta dedicado a mis amorosos padres Fernando y María de Jesús, quienes siempre me 
inculcaron el amor por el estudio y por su enorme comprensión, y ayuda a lo largo de mi vida. A mis 
hermanos Luis Fernando, Ubaldo y mi gemela Gabriela, por todo su apoyo, confianza y comprensión 
en esta etapa de mi vida. A esa hermosa familia que amo con todo mi corazón, que gracias a los 
valores inculcados, hemos podido ser unidos y lograr cada meta que nos proponemos, por eso y 
más les dedico este trabajo que es fruto de un enorme esfuerzo que involucra tantas horas de 
trabajo, de estudio, de sufrimiento y de satisfacción personal. 
 
Asimismo a la familia García y a la familia Gutiérrez, que aunque se encuentran lejos de mi persona 
físicamente, siempre me han demostrado su valioso apoyo y amor. En especial a tres personas que 
desgraciadamente ya no pudieron ver la culminación de esta etapa tan importante en vida; a mis 
abuelitos: Rosalino García y José Guadalupe Gutiérrez, quienes siempre me brindaron el ejemplo de 
la unidad y la perseverancia, y a mi sobrinito Braulio que a pesar de su corta vida, me dejó la lección 
de disfrutarla cada momento con los seres que más amamos. Siempre los tendré en mi corazón. 
 
De la misma manera a la familia Camargo Hernández con quienes siempre he contado para 
cualquier aspecto de vida contribuyendo en mi persona con sus valiosos consejos llenos de 
sabiduría. 
 
A la máxima casa de estudios la Universidad Nacional Autónoma de México y en especial a la 
Facultad de Psicología, por permitirme ser parte de su excelencia académica y su gran calidad 
humana. 
 
Y a todas las personas que a lo largo de mi vida, han dejado una huella importante por su poca o 
mucha convivencia que me han brindado, les dedico el presente trabajo como fruto de la 
culminación de mi carrera. Especialmente a Adairis, Nare, Juancho, Leo, Carlitos, Carmen, Anayely, 
Edith, Geovanny, Jorge. A la banda Ceceachera que siempre hemos intentado estar unidos con una 
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maravillosa amistad: Esther, Karina, Erika, Estelis, Paty, Arichi, Naye, Gus, Esteban, Luis, Murallita, 
y Rodolfo. El orden de los productos no altera el resultado ok chicos. 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
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 “Sin nuestra capacidad de recordar experiencias pasadas, seríamos 
viajeros errantes en un mundo perpetuamente nuevo para nosotros” 
 “La memoria es una condición de la identidad” Paulo Cohelo. 
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ÍNDICE 
 
 
Resumen.……………………………………………………………………………………....1 
 
1. Introducción…..........................................................................................................2 
 
2. Antecedentes………………………………………………………………………….......4 
2.1 Calidad de vida en los Adultos Mayores…………………………….…......4 
2.2 El rol del ocio en el proceso de Envejecimiento y en el 
Funcionamiento Cognoscitivo…………………………………………………….6 
2.3 Memoria Episódica…………………………………………………………....15 
2.4 Paradigmas para evaluarla Memoria Episódica.……………………......17 
2.5 Modelos Teóricos que abordan Familiaridad y Recuerdo……………..18 
2.6 Memoria en Adultos Mayores……………………………………………….21 
2.7 El rol del contexto en la Memoria Episódica…………………………......23 
 2.8 Actividad Mental y Memoria………………………………………………... 25 
 
3. Justificación…………………………………………………………………………......30 
 
4. Método…………………………………………………………………………………....32 
4.1 Pregunta de Investigación………………………………………………......32 
4.2 Hipótesis……………………………………………………………………......32 
4.3 Variables……………………………………………………………………......33 
4.3.1 Atributivas………...………………………………………………....33 
4.3.2 Dependientes……………………………………………………......33 
4.4 Sujetos…………………………………………………………………………..34 
4.5 Instrumentos……………………………………………………………….......35 
4.6 Aparatos…………………………………………………………………….......36 
4.7 Estímulos………………………………………………………………………..36 
4.8 Procedimiento……………………………………………………………….....36 
4.8.1 Paradigma de Memoria de Contexto…………………………….37 
4.9 Análisis de Datos………………………………………………………………39 
 
5. Resultados………………………………………………………………………………..42 
 
6. Discusión………………………………………………………………………………….50 
 
7. Conclusiones……………………………………………………………………….….....68 
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8. Limitaciones y Sugerencias de la Investigación…………………………………70 
 
9. Referencias……………………………………………………………………………..71 
 
 
 
 
 
 
 
 
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 1
RESUMEN 
 
 
Durante el envejecimiento normal las personas experimentan un gradual deterioro de sus funciones 
físicas y cognoscitivas, así como cambios en su funcionamiento social. En particular, la memoria 
episódica es una de las funciones cognoscitivas más afectadas. Este tipo de memoria se encarga de 
almacenar las experiencias autobiográficas vividas por las personas. Con la edad las personas 
experimentan cada vez menor capacidad para recordar el contexto temporal o espacial en el que 
ocurren las experiencias personales, esta dificultad se agrava cuando las personas no sólo olvidan el 
contexto sino el evento o experiencia en sí misma. Por ello, un procedimiento útil para detectar los 
cambios que ocurren en la memoria episódica con la edad es a través del empleo de tareas que 
evalúen la memoria de contexto. El presente proyecto tuvo por objetivo establecer si las personas 
que realizan más actividades cotidianas, individuales o sociales, se desempeñan de manera más 
eficiente en una tarea de memoria de contexto. Participaron 60 personas (30 hombres) entre 61 y 80 
años de edad. Los sujetos proporcionaron información sobre las actividades cotidianas que 
realizaban y efectuaron una tarea de memoria de contexto. En la tarea, las personas observaron 
imágenes presentadas al azar en uno de los cuadrantes del monitor de la computadora durante la 
fase de codificación y posteriormente, indicaron en qué cuadrante se había presentado cada una de 
las imágenes durante una fase de recuperación. Los resultados mostraron que la frecuencia del ver 
televisión se correlacionó positivamente con un mayor porcentaje de respuestas de contexto correcto 
(recordar el cuadrante) y la frecuencia y el tiempo invertido en el uso de la computadora se 
correlacionó positivamente con un mayor porcentaje de respuestas de contexto correcto (recordar el 
cuadrante) y con un mayor porcentaje de respuestas de reconocimiento correcto (recordar la 
imagen). Del mismo modo, se observó que el tiempo invertido por las personas en las actividades de 
lectura, radio y el uso de la computadora se correlacionó positivamente con los años de estudio de 
los participantes. Estos hallazgos sugieren que la realización de actividades cotidianas que 
representen un esfuerzo mental para el adulto mayor que aunado con el nivel de educación puede 
ayudar a retardar el gradual deterioro de la memoria episódica. 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
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 2
1. INTRODUCCIÓN 
 
 
La memoria es el proceso por medio del cual se codifica, almacena y recupera información 
(Feldman, 2000). De acuerdo con Squire (1992) una de las teorías más importantes y duraderas, 
acerca de los sistemas de almacenamiento de memoria es que se dividen en memoria declarativa 
(explícita) y no declarativa (implícita). La memoria declarativa se refiere al recuerdo intencional o 
consciente de la información. A su vez Tulving (1972) subdividió a este tipo de memoria, en 
episódica y semántica; la primera se refiere al almacenamiento de información referida al 
conocimiento sobre las experiencias vividas por cada persona; es decir, información sobre hechos: 
nombres, rostros, fechas, etc.; y la se segunda se refiere a la información del conocimiento general. 
La memoria no declarativa se refiere a la memoria para habilidades y hábitos. La memoria cumple 
una función muy importante en la vida de los individuos y muchas veces sólo se toma conciencia de 
ella cuando comienza a fallar. 
 
La memoria es una de las funciones cognoscitivas principales que se encuentra involucrada dentro 
del concepto de actividad mental, la cual se define como un proceso múltiple e interactivo que 
involucra armónicamente a todas las funciones cognoscitivas (Colombo & Stasiejko, 2006) y que su 
ejercicio mejora la concentración, la resolución de problemas y la memoria en adultos mayores (Teri, 
McCurry & Logdson, 1997). 
 
Se ha encontrado que en la memoria de las personas mayores existen cambios que hacen que el 
funcionamiento intelectual y cognoscitivo presente un deterioro gradual con la edad (McIntyre & 
Craik, 1987; Giambra & Arenberg, 1993; Park, Royal, Dudley & Morrell, 1988; Rybarczyk, Hart & 
Harkins, 1987). En estos cambios intervienen múltiples factores a parte de la edad, como: el nivel 
educativo y las actividades de la vida diaria (Faden & Germán, 1994; Harris, 1975; Binstock & 
George; Cumming & Henry, 1961; Havisghurst, 1973; Blau, 1973; Bertolucci Brucki, Campacci & 
Juliano, 1994). El conocimiento de qué variables influyen en el desempeño de los sujetos en tareas 
de memoria puede ayudar a mantener o mejorar la calidad de vida de los individuos. Una de estas 
variables es la realización de actividades cotidianas, individuales o sociales, las cuales son vitales en 
el funcionamiento social de las personas adultas, ya que estas pueden proporcionar información 
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 3
valiosa de los efectos que trae consigo la realización de actividades que sean cognitivamente 
demandantes y que sean útiles para el mantenimiento de una memoria activa. 
 
Esto es de suma importancia dado que en nuestro país, el proceso de envejecimiento demográfico 
será de un porcentaje de crecimiento del 6.0% al 12.0% para el año 2020 (CEPAL, 2000). 
 
Algunos investigadores se han dedicado al estudio de la longevidad con el fin de establecer los 
medios óptimos para prolongar la vida y mejorar las condiciones físicas, sociales y mentales de las 
personas mayores (Ríos, Ríos, & Radial 2000). Los estudios existentes se encuentran enfocados a 
explorar de manera general la relación que guardan distintas actividades cotidianas que realizan las 
personas y su desempeño en tareas de memoria, o incluso en tareas que evalúan otros procesos 
cognoscitivos en los adultos mayores. 
 
El presente trabajo tiene por objetivo: establecer si la frecuencia y el tiempo con que las personas 
realizan actividades cotidianas, individuales o sociales, se relaciona con la memoria episódica en 
adultos mayores. Para ello se empleará el Cuestionario de Calidad de Vida para estimar la 
frecuencia, la duración y el tipo de actividades que realizan los adultos mayores y se utilizará el 
paradigma de Cansino, Marquet, Dolan y Rugg (2002) para evaluar memoria de contexto. 
 
En los antecedentes del presente trabajo primero se define que es la calidad de vida y la calidad de 
vida en los adultos mayores, seguido del rol del envejecimiento y el funcionamiento cognoscitivo, 
posteriormente se aborda ampliamente lo que es la memoria episódica, los cambios esperados con 
el envejecimiento normal y, finalmente, se tratan los estudios que indagan la relaciónentre calidad 
de vida y memoria episódica. 
 
 
 
 
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2. ANTECEDENTES 
 
2.1 Calidad de Vida en Adultos Mayores 
 
El desarrollo de las ciencias de la salud y de la tecnología en las sociedades avanzadas o del primer 
mundo ha incrementado la estabilidad y el bienestar de los individuos lo que ha incidido en la 
esperanza de vida. Esto ha ocasionado un cambio global y radical en la distribución demográfica 
mundial (Río et al., 2000). 
 
El envejecimiento de la población en los países latinoamericanos se halla estrechamente vinculado a 
la etapa de transición demográfica en que se encuentra cada país. Aquéllos de transición más 
avanzada, y cuya población de 60 años de edad o más corresponde al 10% del total, son los 
primeros en enfrentar los desafíos sociales y económicos que implica el proceso de envejecimiento. 
En las próximas dos décadas, la población de 60 ó más años de edad se elevará en los países de 
América Latina del 7.3% al 12.2% (CEPAL, 2000). 
 
Numerosos investigadores en el mundo se dedican al estudio de la longevidad con el fin de 
establecer los medios óptimos para prolongar la vida y mejorar las condiciones físicas, sociales y 
mentales de las personas mayores, de tal forma que ha nacido lo que se denomina la nueva cultura 
de la longevidad. Desde una perspectiva social, se busca un modelo del envejecimiento que permita 
a las personas ser competentes, útiles y productivas; así como, fortalecer su salud y calidad de vida 
(Ríos et al., 2000). La calidad de vida se define como un estado de bienestar y existen diferentes 
aproximaciones para valorarla (Faden & Germán, 1994). 
 
Giusti (1991) define a la calidad de vida como un estado de bienestar físico, social, emocional, 
espiritual, intelectual y ocupacional que le permite al individuo satisfacer apropiadamente sus 
necesidades individuales y colectivas. Asimismo, Espinosa (2001) incluye en el término calidad de 
vida a las relaciones sociales del individuo, a sus posibilidades de acceso a bienes culturales, a su 
entorno ecológico-ambiental, y a los riesgos para su salud física y psíquica. 
 
De acuerdo con la OMS (1994), la calidad de vida es "la percepción que un individuo tiene de su 
lugar en la existencia, en el contexto de la cultura y del sistema de valores en los que vive y en 
relación con sus objetivos, sus expectativas, sus normas, sus inquietudes. Se trata de un concepto 
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muy amplio que está influido de modo complejo por la salud física del sujeto, su estado psicológico, 
su nivel de independencia, sus relaciones sociales, así como su relación con los elementos 
esenciales de su entorno". 
 
No obstante existe el consenso de que la calidad de vida debe abordarse desde una dimensión 
subjetiva; es decir, es relevante conocer lo que la persona considera calidad de vida sin restringirla a 
una dimensión objetiva (opinión de otras personas o de terceros), ya que lo fundamental es la 
percepción propia (Rojas, 1999; Rojas, 1997). 
 
En un contexto más cercano a la realidad latinoamericana, Fernández-Ballesteros y Macía (1993) y 
Fernández-Ballesteros y Zamarrón (1997) reportaron que los principales factores que contribuyeron 
a la calidad de vida de sus sujetos fueron el estado de salud, las habilidades funcionales, los 
recursos económicos, las relaciones familiares y sociales, las actividades de la vida diaria y 
recreativas, y los servicios sociales y de salud. Asimismo, observaron que estos factores no difieren 
por sexo, edad o condiciones socioeconómicas. 
 
En una investigación (Mora, Villalobos, Araya & Ozols, 2004) se estudió la relación entre las 
variables soporte social, autonomía, salud mental y actividad físico-recreativa. La encuesta que 
evaluó las actividades físico-recreativas contempló 3 partes: actividad física en el trabajo, actividad 
física en el deporte y actividad física en el tiempo libre; las actividades físicas se agruparon por el 
nivel de intensidad que éstas involucraron, en niveles bajo, medio y alto; a su vez se tomó en 
consideración la frecuencia semanal, tiempo diario de la actividad, disfrute y duración de estas 
actividades físicas realizadas habitualmente por los adultos mayores. Los resultados mostraron una 
relación positiva significativa entre las variables autonomía y soporte social, autonomía y estado 
mental, autonomía y frecuencia de actividades físico-recreativas (en el trabajo, en el deporte y en el 
tiempo libre), autonomía y duración de las actividades físico-recreativas. Los autores de este estudio 
concluyeron que la calidad de vida era percibida de manera equivalente en hombres y mujeres, y 
que las actividades físico-recreativas tienen un rol importante en la experiencia de mayor bienestar y 
calidad de vida de los adultos mayores. Otra aproximación para evaluar la calidad de vida de las 
personas longevas se orienta a establecer los efectos que producen los medicamentos o las 
enfermedades. Aragó (1986) encontró que los problemas físico-funcionales se relacionaron a la 
pérdida de la fuerza muscular, de la flexibilidad, del equilibrio, de la vista, de la memoria y de la 
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audición; mientras que los problemas psicosociales son consecuencia de la pérdida de salud, de la 
sensación de tristeza, del deterioro de las capacidades funcionales y de la discriminación familiar. 
Sobresale el hecho de que en varias de las concepciones arribas descritas sobre calidad de vida, las 
actividades cotidianas físicas y recreativas, así como las relaciones sociales contribuyen al bienestar 
de los adultos mayores. Céspedes y Brito (1987) señalaron que existen importantes carencias 
afectivas en los adultos mayores por falta de interacción social y por problemas de movilización 
bastante acentuados. 
 
2.2 El rol del ocio en el proceso de Envejecimiento y en el Funcionamiento Cognoscitivo 
 
Frecuentemente se estigmatiza de manera errónea a la vejez. Por ejemplo, la concepción de que la 
vejez implica soledad es imprecisa, ya que numerosas personas de este grupo de edad son aún 
miembros activos de la sociedad; aunque sus patrones y forma de comportamiento social son 
diferentes a los de las personas más jóvenes (Feldman, 2002). Se han propuesto dos enfoques que 
explican el ambiente social de los adultos mayores: 
 
*La Teoría del Retiro señala que el envejecimiento consiste en un aislamiento gradual del mundo en 
los niveles físico, psicológico y social (Cumming & Henry, 1961). El retiro proporciona a las personas 
mayores la oportunidad de reflexionar, ya que disminuye la inversión emocional en los demás en una 
época de la vida en la que las relaciones sociales inevitablemente terminarán con la muerte. La 
teoría del retiro ha sido fuertemente criticada (Havighurst, 1973) por sugerir que el envejecimiento es 
un proceso automático, que implica un rompimiento abrupto con los patrones previos de 
comportamiento. La evidencia en contra de esta teoría es el hecho de que las personas de la tercera 
edad que aseguran ser muy felices, son aquellas que se mantienen más activas y sociables 
(Havighurst, 1973). 
 
*La Teoría de la actividad señala que las personas que se mantienen más activas durante su vejez 
son aquellas que mantienen los intereses y las actividades que tenían durante su edad adulta 
intermedia y que se niegan a disminuir el grado y el tipo de interacción que tienen con los demás 
(Blau, 1973). La Teoría de la Actividad no está exenta de críticas. No todas las personas de la 
tercera edad, tienen una vida llena de actividades y de interacción social para ser felices; como en 
todas las etapas de la vida, existen algunas personas que se sienten muy satisfechas de llevar una 
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existencia relativamente inactiva y solitaria (Hanson & Carpenter, 1994; Harlow & Cantor, 1996). Es 
imposible establecer si la teoría del Retiro o de la Actividad ofrece la visión más precisa de las 
personas de la tercera edad, tal vez, debido a que existen numerosasdiferencias individuales en las 
formas en que las personas enfrentan el proceso de envejecimiento. 
 
De acuerdo con estos autores (Gordon, Gaitz & Scout, 1975) demuestran que los adultos mayores, 
lejos de ser un grupo de edad sin obligaciones e inactivo, es un grupo que ocupa gran parte de su 
tiempo libre en actividades destinadas a proporcionar una recuperación psicológica positiva. La 
interrogante sobre cómo configuran los adultos mayores su tiempo libre ha sido objeto de estudio 
(Schooler & Mulatu, 2001). Algunos (Rubeisntein, 1989; Schooler & Mulatu, 2001) han confirmado la 
opinión ampliamente extendida de que con la vejez se reducen las actividades destinadas al tiempo 
libre, tanto en número como en intensidad. Sin embargo, un análisis detallado de algunas de estas 
investigaciones (Rowles, 1981) revela que en realidad existe un incremento de las actividades 
durante el tiempo libre o al menos éstas se mantienen. Varios estudios (Regnier, 1981; Gordon et 
al., 1975; Schooler & Mulatu, 2001) demuestran que las personas mayores tienden a mantener su 
estilo de vida y sus costumbres rutinarias diarias. En este sentido, la vida en la vejez se puede definir 
como la continuación de la vida anteriormente desarrollada, que ahora, sin embargo, se desarrolla 
bajo condiciones diferentes, como la jubilación y la reducción de la familia. 
 
Aún cuando las actividades que las personas de la tercera edad realizan en su tiempo libre no 
difieren mucho de las que realizan los adultos jóvenes, los cambios físicos y cognoscitivos durante el 
envejecimiento pueden provocar que estas actividades sean experimentadas de manera diferente 
(Aragó, 1986). La vivienda de las personas mayores se vuelve el lugar en donde pasan el mayor 
tiempo libre y este puede explicar indirectamente la tendencia a realizar actividades como leer, 
escuchar el radio o ver la televisión. Los medios de comunicación ocupan un lugar muy importante 
del tiempo libre de las personas mayores. Entre los 50 y los 70 años de edad se produce un lento 
pero progresivo aumento en el número de horas dedicadas a la televisión, llegando a alcanzar 
alrededor de 30 a 35 horas a la semana (Aragó, 1986). 
 
Sin embargo, Munné (1995) rechaza identificar al “tiempo libre” con el “ocio”, ya que el primero es 
aquél del que la persona dispone una vez que se ha liberado de la obligación de trabajar, lo que no 
implica que éste sea necesariamente tiempo dedicado al “ocio”. Por su parte, Neulinger (1974) 
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propuso que cuando una actividad es libremente elegida por la persona, y se lleva a cabo sin tener 
otro propósito adicional distinto a la propia satisfacción que supone realizarla, esta actividad puede 
considerarse como “ocio”. 
Kaplan (1975) destaca seis grandes aproximaciones o perspectivas a partir de las cuales es posible 
abordar el concepto de ocio: 
• Definición clásica o humanista, basada en la premisa de que el ser humano necesita 
libertad de acción. 
• Perspectiva terapéutica, desde la que se concibe el ocio como un tipo de 
intervención orientado a las personas que por cuestiones de salud, lo requieren. 
• Modelo cuantitativo, que identifica el ocio con el tiempo que se emplea en 
actividades de esparcimiento. 
• Concepto institucional, que lo identifica con un elemento del sistema social que 
cumple una serie de funciones necesarias para la sociedad. 
• Aproximación epistemológica, basada en los valores que están contenidos en la 
concepción de ocio de cada cultura particular. 
• Perspectiva social, que se basa en la idea de que el ocio, al igual que el resto de la 
realidad, se define en un contexto en el que intervienen actores sociales que crean 
su propio sistema o universo de significados acordados. 
 
De lo anterior se deduce que hay una gran diversidad de actividades que pueden incluirse dentro de 
la categoría general de "ocio". Por este motivo, ha habido diversos intentos de clasificar estas 
actividades. Ragheb (1980) las agrupa en seis categorías: medios masivos (massmedia) (ver 
televisión o leer un periódico); actividades culturales (teatro, conciertos, danza, etc.); actividades 
deportivas; actividades al aire libre (acampar, jardinería, caza, etc.); actividades sociales (visitas a 
amigos, asistir a fiestas, etc.); y hobbies o pasatiempos (fotografía, pintura, coleccionismo, etc.). 
Richie (1975) analizó una serie de actividades tradicionalmente consideradas como ocio, y extrajo 
cuatro grandes dimensiones: actividades activas versus pasivas, individuales versus grupales, 
simples versus complejas y aquellas que son para pasar el rato frente a aquellas que requieren de 
mayor compromiso. 
 
Las actividades sociales y de ocio, por lo tanto, deben incluirse también en los modelos explicativos 
sobre la competencia diaria que experimentan las personas durante la vejez (Baltes, Mayr, Borchelt, 
Maas & Wilms, 1993). 
 
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Es de gran interés la revisión llevada a cabo por Lawton (1993) en su análisis del ocio durante el 
envejecimiento. Este autor, en un intento de sistematización de las múltiples connotaciones a que ha 
dado lugar el concepto de ocio, destacó una serie de agrupaciones o categorías de los significados 
más representativos que aparecen recogidos en la literatura psicológica. Concretamente, estas 
categorías reflejan: el ocio como experiencia, como desarrollo personal y como actividad social. 
 
Uno de los primeros intentos por clasificar las actividades de ocio en los adultos mayores fue el de 
Overs, Taylor, Cassell y Chernov (1977), quienes agruparon estas actividades cualitativamente en 
nueve categorías: juegos, educación y entretenimiento cultural, deportes, naturaleza, arte, 
coleccionismo, artesanía, actividades voluntarias y participación en organizaciones. Kelly (1987) 
utilizó ocho categorías: culturales, viajes, actividades relacionadas con la casa, ejercicio físico, 
familia, actividades fuera de casa, actividades comunitarias y actividades sociales. Stones y Kozma 
(1986) optaron por clasificarlas en función del contexto en el que se realizan, lo que les llevó a 
considerar cuatro grandes entornos de actividad en las personas mayores: actividades relacionadas 
con la familia, actividades solitarias, actividades en la comunidad y actividades relativas al hogar. 
Bammel y Burrus-Bammel (1996) consideraron a la actividad física y a la socialización como los ejes 
básicos en la clasificación de las actividades de ocio en las personas mayores. El cruce de ambas 
dimensiones da lugar a cuatro categorías (activo-social, activo-aislado, sedentario-social y 
sedentario-aislado) de actividades, con diferentes efectos sobre la salud física y psíquica del adulto 
mayor. 
 
En este sentido entonces, la tercera edad puede ser considerada según Blau (1973), como una 
época de maduración y desarrollo continuo, tan importante como cualquier otro período de la vida. 
Asimismo, se ha propuesto que existen dos etapas durante el envejecimiento: una caracterizada por 
un "envejecimiento activo", que abarca aproximadamente hasta los 75 años de edad; y otra a partir 
de esta edad, caracterizada por un mayor grado de dependencia que condiciona, restringe y, en 
ocasiones, imposibilita las oportunidades de ocio. Debido al aumento gradual de dependencia, 
algunos autores incluyen una tercera etapa de transición entre las dos anteriores (Kelly & Godbey, 
1992). Durante el período caracterizado por la independencia funcional del adulto mayor, las 
posibilidades de participación en actividades de ocio permanecen tan abiertas como en la vida adulta 
de la edad media (García, 2002). La anticipación voluntaria de la edad de jubilación provoca que las 
personas se enfrenten a este período de sus vidas en condiciones biopsicosociales de gran 
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competencia y potencialidad de acción (García, 2002). Esto les permite participar en un gran número 
de actividades. No obstante, el patrón característico durante esta etapa serála continuidad de las 
actividades de ocio desarrolladas con anterioridad (Atchely, 1989). 
 
Independientemente de las diferencias culturales que afectan a los patrones de ocio, los resultados 
del estudio de Searle, Mactavish y Brayley (1993) (Figura 1) muestran que la mayoría de los 
mayores tienden a mantener el mismo patrón de ocio que habían desarrollado anteriormente. En 
este estudio se examinaron los cambios en las actividades de ocio de los adultos mayores, los 
cambios en las características sociodemográficas y los cambios en la salud durante 8 años. Los 
datos proceden de un estudio longitudinal realizado en Winnipeg, Manitoba y Canadá. En este 
estudio fueron entrevistados 380 adultos mayores entre 1985 y 1993. Se examinaron los cambios en 
nueve actividades (televisión, deportes, viajes, actividades sociales, teatro, cine, lectura, arte, 
hobbies) y el número total de actividades que continuaron desarrollándose en ese período. Estas 
actividades se clasificaron en cuatro categorías: 
 
1.-Continuadores: personas que continuaron realizando de manera regular una misma actividad 
durante al menos un año previo al estudio, y que no comenzaron actividades nuevas durante el 
mismo período. 
2.-Reemplazadores: personas que dejaron de realizar una actividad en el año previo al estudio y que 
comenzaron a realizar en una nueva actividad durante el mismo período. 
3.-Incrementadores: personas que continuaron realizando de manera regular una misma actividad 
durante al menos un año previo al estudio y que comenzaron a realizar una nueva actividad durante 
el mismo período. 
4.-Reductores: personas que dejaron de realizar alguna de sus actividades durante el año previo al 
estudio, y que no comenzaron actividades nuevas durante el mismo período. 
 
Los resultados mostraron que las actividades de teatro, cine, deportes y viajes fueron las que menos 
se continuaron desarrollando durante los 8 años; y las actividades como ver la televisión y la lectura 
fueron las más susceptibles de ser continuadas. Los cambios en las actividades fueron influidos por 
la edad, el sexo, la educación y la salud de las personas en 1985, así como por los cambios en el 
estado civil, y la capacidad funcional entre 1985 y 1993. 
 
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Figura 1. Patrones de ocio a lo largode la vida. Fuente: Adaptado de Searle, Mactavish y Brayley 
(1993, pág. 399). 
 
En este estudio, los autores concluyeron que las personas mayores tienen tendencia a buscar 
formas de ocio familiares y tienen poca afinidad por actividades que suponen una gran novedad. Las 
actividades preferidas son aquéllas vinculadas con la familia y la comunidad cercana (amigos y 
vecinos). En otro estudio (Subirats, 1992) se observó que los hombres suelen involucrarse en tareas 
que giran en torno al hogar (bricolaje, jardinería, cuidado de animales, etc.), así como, en actividades 
sociales como reunirse con amigos para charlar, jugar juegos de mesa o simplemente, pasar el 
tiempo en compañía. Mientras que Kelly y Godbey (1992) reportaron que las mujeres, una vez 
liberadas de las obligaciones de cuidar la casa, suelen reforzar los vínculos con sus familiares 
próximos a través de visitas y de ayuda informalmente. 
 
Asimismo, se ha visto que durante la vejez predominan las actividades que suponen un bajo costo 
económico (ver la televisión, visitar a amigos y familiares, y realizar las rutinas cotidianas) (García, 
2002). Dupuis y Smale (1995) reportaron que la mayoría de las personas mayores participan más en 
actividades pasivas y centradas en el hogar que en actividades de ocio estructuradas, aunque se 
desconoce el bienestar subjetivo que tienen las actividades del hogar. Smale y Dupuis (1993) 
realizaron un estudio para determinar qué actividades son las que se encuentran más relacionadas 
con el bienestar subjetivo de las personas mayores. Estos autores diferenciaron entre tres tipos de 
actividades: pasivas (hobbies y manualidades), físicas (caminar y nadar) y sociales (visitar a amigos 
y asistencia a clubes). Las manualidades y los hobbies fueron las actividades de ocio que mostraron 
una más clara asociación positiva con el bienestar psicológico (Figura 2), medido a través de la 
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Escala de Balance Afectivo -Bradburn Affect Balance Scale- (Bradburn, 1969) y de la escala de 
depresión CES-D (Centre for Epidemiological Studies Depression Scale) (Radloff & Locke, 1986). 
 
Figu
ra 2. Relación entre participación en hobbies o manualidades y bienestar en adultos mayores. 
Fuente: Dupuis y Smale (1995, pág. 85). 
 
Riquelme (1997) estudió el tiempo que dedican las personas mayores (n = 237) a distintas 
actividades de ocio y la satisfacción que de ellas obtenían (Tabla 1). Los porcentajes que se 
muestran en la tabla corresponden a las personas que eligieron las opciones "bastante" o "mucho" 
con relación a la dedicación o satisfacción con cada tipo de actividad. Como se puede apreciar en la 
tabla, las dos actividades a las que los adultos mayores dedicaron más tiempo y de las que obtienen 
mayor satisfacción fueron la actividad social y ver la televisión. La primera de ellas fue calificada 
como “bastante” y “muy satisfactoria”. 
 
Tabla 1. Dedicación en actividades de ocio y satisfacción por realizarlas en personas 
mayores residentes de una comunidad de ancianos. 
Actividad Dedicación Satisfacción 
 (%) (%) 
Televisión 62.1 65.9 
Actividad Social 61.8 74.8 
Deporte 40.2 59.2 
Viajes y Excursiones 36.9 61.4 
Actividades Manuales 30.7 48.8 
Juegos de Mesa 30.6 44.6 
Animales de Companía 17.7 36.7 
Otras 16.6 21.6 
Bares/Cantina 10.3 18.4 
Arte (pintar, leer, escribir, etc) 10 30.2 
 
Fuente: Riquelme (1997). 
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En un intento entonces por determinar qué tipo de actividades de ocio tienen una mayor repercusión 
sobre el bienestar y la satisfacción, de las personas mayores, se han perfilado algunas 
características. Para Mannell (1993) las actividades que se desarrollan durante un tiempo continuo, y 
que requieran esfuerzo y disposición de destrezas, son las que tienen una mayor repercusión 
benéfica sobre el funcionamiento cognoscitivo de la persona que las realiza. 
 
Una hipótesis frecuente en la literatura sobre gerontología (Teri et al., 1997) es la que propone que 
los sujetos con mayor nivel de vida (directamente relacionado con la satisfacción de vida, calidad de 
vida y poder adquisitivo de las personas), status social más elevado y mayor participación social 
muestran menor declive cognoscitivo evaluado a través de programas de entrenamiento de la 
memoria en los que se enseña a los sujetos el manejo de técnicas mnemotécnicas que aquellos 
sujetos que puntúan más bajo en estas dimensiones. Existe evidencia empírica que ha demostrado 
que las actividades físicas y sociales pueden facilitar el funcionamiento cognoscitivo en la edad 
adulta de las personas (Arbuckle, Gold & Andres, 1986; Gribben, Schaie & Parham, 1980; Hultsch, 
Hammer & Small, 1993; Schaie, 1983). 
 
Schaie (1983) observó que los adultos mayores que mantenían una vida activa mostraron menor 
deterioro de sus funciones cognoscitivas. El efecto benéfico de mantener una vida activa se observaprincipalmente en actividades con una alta demanda cognoscitiva (leer, viajar, asistir a actos 
culturales, actividades sociales, hobbies e interacción social) (Arbuckle et al., 1986; Fabrigoule et al., 
1995; Hultsch et al., 1993; Smith, Van, Jonker & Deeg, 1995; Schaie, 1994). 
 
En un estudio realizado por Arbuckle et al., (1986), se examinaron las diferencias por la edad en 
tareas de memoria y en medidas subjetivas como personalidad, ajuste y estilo de vida. Los 
participantes fueron 285 hombres y mujeres de edades comprendidas entre 65 a 93 años. Las 
medidas de memoria fueron obtenidas a través de tareas de recuerdo de dígitos y de palabras. Los 
autores reportaron que las diferencias observadas entre los sujetos en las tareas de memoria se 
explicaban por variables como educación y actividad intelectual. Las medidas subjetivas, obtenidas 
mediante el Eysenck Personality Inventory, también explicaron el rendimiento de las personas en las 
tareas de memoria. Se reveló una proporción mayor en la diferencia de edad y las diferentes clases 
sociales en las tareas de memoria, que podría ser explicado por variables contextuales como la 
educación, la actividad intelectual o la personalidad, y se encontró que la autopercepción del 
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funcionamiento de la memoria no se correlacionó con el rendimiento en las tareas de memoria. Los 
resultados mostraron que los factores como la salud, la actividad intelectual, el nivel de escolaridad y 
la personalidad predijeron un menor declive intelectual y un mejor rendimiento en las tareas de 
memoria. Estos autores encontraron que las personas mayores que realizaban más actividades 
intelectuales y que tenían un mayor nivel educativo mostraron mayores habilidades en tareas de 
memoria de corto plazo. 
 
Gribben et al., (1980), midieron las características actuales como retrospectivas del estilo de vida de 
las persona y su microentorno mediante el Life Complexity Inventory (LCI). Participaron en este 
estudio 140 personas de 40 a 88 años de edad a quienes también se les evaluó su personalidad y 
funcionamiento intelectual a través del Primary Mental Abilities Test y el Behavioral Rigidity Test en 
tres ocasiones 1956, 1963 y 1970. El LCI explora el estilo de vida, la relación familiar y la relación 
con el medio ambiente. Estos instrumentos se utilizaron con el fin de investigar las variables 
presentes en su experiencia cotidiana y su relación con la estabilidad o la disminución de la 
capacidad intelectual de las personas. Este estudio mostró que el papel de las actividades de estilo 
de vida pueden estar mediando el funcionamiento cognoscitivo. Los resultados mostraron que las 
personas que mantenían menor relación con el medio ambiente manifestaron un mayor cambio 
negativo en la función cognoscitiva. Ya que un estilo de vida activo tanto física, cognitiva como 
socialmente hablando pueden facilitar el funcionamiento cognoscitivo en la vejez. 
 
Hasta el momento se ha propuesto que las variables relacionadas con el estilo de vida de las 
personas que podrían influir sobre su desempeño en tareas cognoscitivas. En particular, la 
participación en actividades sociales se ha asociado con un mejor funcionamiento en tareas de 
memoria no verbal (memoria episódica) en personas de edades avanzadas (Christensen & 
Mackinnon, 1993). Las variables de contacto social (como número de contactos telefónicos o 
contacto personal con amigos y parientes) han sido consideradas como un factor importante para 
mantener un proceso de envejecimiento satisfactorio (Garfein & Herzog, 1995). Asimismo, se ha 
observado que uno de los factores relacionados con menor riesgo de declive cognoscitivo en la 
vejez es la participación en actividades que normalmente sólo están disponibles en ambientes 
complejos e intelectualmente estimulantes (leer, viajar, asistir a actos culturales, entre otras) (Schaie, 
1994). La cantidad de tiempo dedicado a dichas actividades se asoció a mejores estados de salud 
(Fried, Freedman, Endres & Wasik, 1997). 
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A pesar de que se conoce que la función cognoscitiva en los adultos mayores puede ser facilitada 
por actividades del estilo de vida de una persona (Weber, 1922; Cockreham, Abel, Lûschen & 
Weber, 1993; Cockreman, Rûtten & Abel, 1997), aún se desconocen los mecanismos por los cuales 
los distintos estilos de vida activos influyen en el funcionamiento cognoscitivo. Tampoco se conoce 
con exactitud cuáles son los procesos cognoscitivos que se benefician y a través de qué actividades 
de la vida cotidiana en particular se benefician cada una de las distintas funciones cognoscitivas. 
 
En un estudio realizado por Aartsen, Simits, Tilburg, Knipscheer y Degg (2002), se analizó el impacto 
de tres tipos de actividades cotidianas (sociales, experiencias y vivencias personales) y desarrollo 
(aprendizaje de información nueva) en cuatro funciones cognoscitivas (recuerdo inmediato, 
aprendizaje, inteligencia fluida y velocidad en el procesamiento de la información) y en un indicador 
global del funcionamiento cognoscitivo (Mini-Mental State Exam). En el estudio participaron 2,076 
personas entre 55 y 85 años de edad durante un período de 6 años. Los hallazgos revelaron que 
prácticamente en todas las actividades evaluadas se observó un mejor desempeño conforme los 
sujetos se mantenían activos en las distintas actividades cotidianas, independientemente del tipo de 
actividad. Estos resultados sugieren que las actividades cotidianas en general contribuyen al 
mantenimiento de las funciones cognoscitivas. Esto coincide con lo reportado con (Newson & 
Kemps, 2005; Verghese et al., 2003) han reportado que el incremento en las actividades cotidianas 
se asocia a un mejoramiento de la salud y de las funciones cognoscitivas en los adultos mayores. 
 
 
2.3 Memoria Episódica 
 
 
La memoria es un sistema activo que codifica, almacena y recupera información (Feldman, 2002). 
Cada una de estas etapas representa un proceso diferente, lo que se asemeja a los procesos que 
lleva a cabo una computadora de acuerdo con Papalia (2001): 
 
a) Codificación: proceso mediante el cual la información se registra de manera que la memoria 
pueda utilizarla (teclado). 
b) Almacenamiento: mantener el material en el sistema de memoria. Si el material no se almacena 
adecuadamente, no podrá ser recordado más tarde (disco). 
c) Recuperación: localización del material almacenado, llevarlo a la conciencia y utilizarlo (pantalla). 
 
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Squire (1992) divide a la memoria en declarativa (explícita) y no declarativa (implícita). La memoria 
no declarativa se refiere a la recuperación no consciente de información, como las habilidades 
motoras; mientras que la memoria declarativa o explícita se refiere a un recuerdo intencional o 
consciente de la información; y comprende información sobre nuestros conocimientos del mundo y 
experiencias personales, 
 
Según Squire (1992), sólo la memoria declarativa puede tener una dimensión temporal (memoria a 
corto o a largo plazo), no así la no declarativa. En el caso de este último tipo de memoria, se 
produce un aprendizaje permanente en función de la práctica, el cual no se olvida (por ejemplo, 
andar en bicicleta). La memoria declarativa fue subdividida en memoria semántica y episódica por 
Tulving (1972). La memoria episódica se refiere a los recuerdos autobiográficos por lo que 
almacena información de sucesos que ocurrieron mucho tiempo atrás (Reynolds & Takooshian, 
1988). La memoria episódica contiene información de acontecimientos que ocurrieron en un 
contexto espacial y temporal específico; aunque recordar el contexto en que ocurrieron las 
experiencias personales no siempre es posible (Tulving, 1972). Algunas características de la 
memoria episódica de acuerdo con Tulving (1972) son las siguientes: 
 
a) Naturaleza de la información almacenada: la memoria episódica contiene información 
acompañada de su contexto espacio temporal. Así como,de otros contextos perceptivos, afectivos y 
sociales. 
b) Referencia autobiográfica. Un componente del recuerdo episódico es su referencia al sujeto, 
quien recuerda algo que le ocurrió a él. 
c) Condiciones y consecuencias de la recuperación. La memoria episódica sólo puede recuperar, 
con mayor o menor fidelidad, información que ha sido previamente almacenada. Sin embargo, un 
acto de recuerdo puede convertirse en sí mismo en un episodio, y a su vez, alterar la recuperación 
del hecho recordado en ocasiones posteriores. 
d) Interferencia y olvido. La información episódica es mucho más sensible que la memoria semántica 
a todas las variables que interfieren con el recuerdo y más susceptible al olvido. 
 
2.4 Paradigmas para evaluar la Memoria Episódica 
 
Para estudiar la memoria episódica se han creado paradigmas como remember/know y el paradigma 
nuevo/viejo (Rugg, Schloerscheidt & Mark, 1998). En este procedimiento los sujetos deben de 
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reflexionar si reconocen a los ítems apoyándose en el proceso de “remember” (recuerdo de 
informaciones episódicas del evento estudiado); es decir ellos recuperan información contextual o en 
el proceso de “know” (el ítem es familiar en la ausencia del recuerdo), cuando la información 
contextual es ausente (Tulving, 1985). 
 
Por otro lado el paradigma de reconocimiento viejo/nuevo, consiste en indicar durante el 
reconocimiento, si el estímulo fue presentado (viejo) o no (nuevo) durante la fase de estudio (Fabiani 
& Friedman, 1997; Henson, Rugg, Shallice & Dolan, 2000; Buckner, Wheeler & Sheridan, 2001; 
Duzel & Heinze, 2002; Johnson, Barnhardt & Zhu, 2004; Nessler, Friedman & Bersick, 2004). 
 
La memoria episódica contiene dos aspectos básicos: el evento y el contexto del evento (Johnson, 
Hashtroudi & Lindsay, 1993). El primero se refiere al recuerdo de qué episodios sucedieron, estos 
son ordenados con base en información espacial o temporal en el qué ocurrieron estos episodios y 
este ocurre con una sola aparición dentro de un experimento (por ejemplo, una imagen). El recuerdo 
del contexto se refiere al dónde (información espacial), cuándo (información temporal) y cómo 
(origen), en el qué sucedieron dichos episodios (Cabeza, 1999). Su recuperación contiene la 
propiedad de que se puede presentar a través de una serie de estímulos (por ejemplo, estímulos 
sobre diferentes bases de colores, o mediante diferentes voces) o ubicación, como en el presente 
estudio (Trott et al., 1997; Trott et al., 1999; Friedman & Trott, 2000; Wegesin, Friedman, Varughese 
& Stern, 2002. 
 
Un método que se ha empleado para explorar de manera independiente estos aspectos de la 
memoria episódica, es a tráves del paradigma familiaridad/recolección, donde la familiaridad, 
únicamente hace referencia al reconocimiento del estímulo, sin información sobre la situación en la 
que se estudió, es decir, sin el recuerdo de los detalles de la experiencia y la persona cuenta con la 
sensación incierta de haberlo experimentado previamente el estímulo. Mientras que la recolección se 
refiere al reconocimiento del estímulo, teniéndo la certeza de haber experimentado el estímulo 
(Jacoby, 1991; Jacoby & Kelley, 1992; Jacoby, Kelley & Dywan, 1989; Tulving & Markowitsch, 1998; 
Nyberg, Cabeza & Tulving, 1996; Wheeler, Stuss, & Tulving, 1997; Yonelinas, 1999; Yonelinas, Kroll, 
Dobbins & Soltani, 1999). 
A su vez el indicar el contexto especifíco en el que se aprendió una cierta información, se lleva a 
cabo a tráves de métodos más objetivos. El concepto de memoria de contexto que se emplea 
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cuando se evalúa la capacidad de los sujetos para recordar el contexto específico en qué ocurrió un 
evento Ésta se define como la recuperación de los múltiples factores presentes durante una 
situación vivida: emocionales, cognoscitivos, físicos y espacio-temporales (Johnson et al., 1993). 
 
 
2.5 Modelos Teóricos que abordan Familiaridad y Recuerdo 
 
El reconocimiento de la información refleja dos procesos distintos; el recuerdo (certeza de haber 
experimentado el estímulo) y la familiaridad (la sensación incierta de haber experimentado el 
estímulo) (Smith, 1993). Esa distinción es apoyada por diferentes hallazgos empíricos, que indican 
que la familiaridad y el recuerdo son funcionalmente distintos y que cada proceso depende de 
substratos cerebrales totalmente diferente (Yonelinas, 2002). A continuación se muestran algunos 
modelos que tratan de explicar esta distinción: 
 
El modelo de Tulving 
 
Tulving y colaboradores (Tulving & Markowitsch, 1998; Nyberg et al., 1996; Wheeler et al., 1997) 
argumentaron que existen diversos sistemas de memoria funcionalmente distintos, como por 
ejemplo, la memoria episódica que origina la experiencia consciente de acordarse (recuerdo) y, la 
memoria semántica, que origina la experiencia consciente de “saber” (el sentimiento de familiaridad 
en la ausencia del recuerdo). 
 
El sistema episódico almacena experiencias personales y sus relaciones temporales, mientras que el 
sistema semántico almacena los conocimientos generales acerca del mundo. Además, los autores 
argumentan que el hipocampo es esencial para la memoria episódica. En contraposición, los 
alrededores de esta región son esenciales para la memoria semántica (Tulving & Markowitsch, 
1998). A parte de ello, las regiones prefrontales derechas son responsables por la recuperación de la 
información que pertenece a la memoria episódica, mientras que las regiones frontales izquierdas 
son importantes para la recuperación de informaciones de la memoria semántica y la codificación de 
la memoria episódica (Nyberg et al., 1996). 
 
El modelo de Jacoby 
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Jacoby y colaboradores (Jacoby, 1991; Jacoby & Kelley, 1992; Jacoby et al., 1989) proponen que la 
decisión por medio de la memoria de reconocimiento puede apoyarse tanto en la evaluación de 
fluencia de procesamiento (familiaridad) como en la recuperación del contexto de un ítem estudiado 
(recuerdo). Una diferencia fundamental entre los dos procesos es que el recuerdo es un proceso 
analítico y conscientemente controlado, mientras que la familiaridad es un proceso relativamente 
automático. A diferencia de otros modelos, la familiaridad no es considerada una característica 
inherente al ítem o evento, sino que surge cuando el procesamiento fluente de un ítem es atribuido a 
una experiencia pasada con el mismo ítem. 
 
El Modelo de Yonelinas 
 
Este modelo (Yonelinas 1999, 2001a, 2001b; Yonelinas et al., 1999) propone que el recuerdo y la 
familiaridad se diferencian en dos aspectos: el tipo de información que producen y como influyen en 
el reconocimiento. 
 
Los sujetos pueden recuperar muchos aspectos de un evento estudiado (por ejemplo, el contexto 
temporal y espacial o las asociaciones entre distintos componentes del ítem), pero cuando no son 
capaces de acordarse de las informaciones cualitativas precisas de algunos ítems (los que están 
abajo del umbral), utilizan la evaluación por familiaridad. Así que el recuerdo propicia decisiones de 
reconocimiento relativamente más confiables si comparado con la familiaridad, ya que soporta un 
amplio rango de respuestas de reconocimiento confiables. Según este modelo, tanto el recuerdo 
como la familiaridad soportan el aprendizaje de nuevas asociaciones, pero la familiaridad sólo bajo 
condiciones muy limitadas (Yonelinas, 1999; Yonelinas et al., 1999). 
 
Para evaluar los argumentos teóricos de los distintos modelos descritos fueron desarrollados 
algunos métodos capaces de medir los procesos involucrados. Dichos métodos utilizados para 
examinar el recuerdo y la familiaridad pertenecen a la clase general del método de estimación de 
proceso. 
 
Métodos de estimación del proceso 
 
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El recuerdo es medido como la capacidad para recordar dónde o cuándo un ítem fue estudiado 
previamente. Si un sujeto es capaz de recordar un ítem, debería ser capaz de determinarcuándo o 
dónde este fue inicialmente estudiado, mientras que la familiaridad no soporta dicha discriminación 
(Jacoby, 1991). La medida del recuerdo es la capacidad del sujeto para rescatar alguna de las 
características del evento estudiado (codificación incidental o intencional, a cual lista pertenece el 
ítem y la modalidad auditiva o visual) y usar la información como base para excluir el ítem. 
 
El proceso remember/know 
 
Tulving (1985) desarrolló un modelo con el objetivo de medir la contribución de diferentes tipos de 
procesos para un desempeño total de la memoria. Así que los sujetos deben reflexionar sobre la 
base de sus decisiones y relatar si reconocen a los ítems apoyándose en el proceso de “acordarse” 
(recuerdo de informaciones episódicas del evento estudiado) o en el proceso de “saber” (el ítem es 
familiar en la ausencia del recuerdo). 
 
Los modelos descritos coinciden en algunos argumentos fundamentales, lo que caracterizan como 
procesos dobles del reconocimiento de la información. Atkinson (Atkinson & Juola, 1974) propone 
dos sistemas de almacenamiento distintos, ellos podrían involucrar mecanismos de codificación 
independientes. En cambio, Tulving (Tulving & Markowitsch, 1998) argumenta que los procesos 
actúan según una secuencia durante la codificación, aunque puedan operar independientemente 
durante la recuperación. 
 
Algunos modelos también coinciden en que la familiaridad suele ser descrita como un indicador de la 
fuerza de la memoria, mientras el recuerdo refleja la recuperación de informaciones especificas del 
evento estudiado (Atkinson & Juola, 1974; Jacoby, 1991; Yonelinas, 2001b). Además, se asemejan 
en la consideración de que el recuerdo es un proceso conceptual y la familiaridad, perceptivo. 
 
Yonelinas (2001b) y algunos de los modelos neuroanatómicos sugieren que el hipocampo es 
fundamental para el proceso de recuerdo, mientras que regiones alrededor de esa estructura (como 
el girus hipocampal) son importantes para la familiaridad. 
 
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Los desacuerdos entre los modelos se deben a las diferencias en los abordajes y procedimientos 
propuestos para su investigación. A pesar de ello, los modelos de proceso doble han sido 
fundamentales en los estudios de la memoria en los últimos 30 años y han sido de extrema 
importancia tanto para la elaboración de una base teórica como para la diferenciación entre los 
procesos involucrados. 
 
2.6 Memoria en Adultos Mayores 
 
El estudio de (McIntyre & Craik, 1987) ha encontrado que el funcionamiento intelectual y 
cognoscitivo disminuye con la edad, especialmente funciones como la memoria (Giambra & 
Arenberg, 1993; Park, Royal, Dudley & Morrell, 1988; Rybarczyk, Hart & Harkins, 1987). La memoria 
es una de las funciones cognoscitivas que más preocupa a las personas mayores. Durante la vejez, 
las personas constantemente se quejan de que olvidan las cosas, el nombre de las personas, el 
lugar dónde dejan las cosas, etc. Estas experiencias son vividas como un proceso de deterioro o el 
anuncio de una patología, y por ende un problema de autonomía (Schade, 2002). La memoria 
cumple una función muy importante en la vida de los individuos y muchas veces sólo se toma 
conciencia de ella cuando comienza a fallar. La memoria no es un proceso aislado sino que actúa 
junto con otros procesos, por ejemplo, con la percepción, que permite el análisis inicial de la 
información para ser posteriormente manipulada o almacenada en algún sistema mnemónico (Medin 
& Ross, 1997). Durante el envejecimiento las funciones auditivas y visuales sufren un claro deterioro 
que puede contribuir a incrementar el déficit de la memoria con la edad (Feldman, 2002). 
 
Existe controversia (Rice, 1997) sobre el grado en que la memoria semántica a largo plazo 
disminuye con la edad; sin embargo, la disminución de la memoria episódica ha sido más observada 
(Brody, 1987; Kloter-Cope & Camp, 1990; Papalia & Wendkos, 1997; Perlmutter & Michael, 1986; 
Ratner, Shell, Crimmins & Mittelman, 1987; Russo & Parkin, 1993; Verhaeghen, Marchen & Goosen, 
1992; West, 1995). La memoria episódica es un registro “autobiográfico” de experiencias personales, 
estructuradas en un tiempo subjetivo o personal. Almacena acontecimientos (o “episodios”) de la 
vida día tras día, año tras año (Reynolds & Takooshian, 1988). 
 
A pesar de que los adultos mayores han sido estigmatizados de manera generalizada como 
incapaces de utilizar su memoria de manera eficaz, existe evidencia empírica que sustenta el hecho 
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de que sólo algunos tipos de memoria se ven afectados con la edad. En particular, la memoria 
episódica, encargada de almacenar las experiencias personales, se deteriora durante el 
envejecimiento (Russo & Parkin, 1993). 
 
Se ha encontrado que existe un declive lento, en la memoria episódica conforme aumenta con la 
edad de las personas. Esta pérdida de los recuerdos episódicos a menudo puede ser producto de 
los cambios en el estilo de vida. Por ejemplo, no es sorprendente que una persona retirada o 
jubilada, que ya no enfrenta el mismo tipo de desafíos intelectuales que consistentemente 
encontraba en el trabajo, tenga menos práctica en el empleo de la memoria o incluso estar menos 
motivado para recordar cosas, lo que conduce a una aparente disminución en la memoria 
(Perlmutter & Michael, 1986; Brody, 1987; Ratner et al., 1987; Kloter-Cope & Camp, 1990; 
Verhaeghe et al., 1992; West, 1995). 
 
Para su estudio la memoria se concibe como integrada por tres procesos: la codificación, el 
almacenamiento y la recuperación. El estudio de estos procesos en adultos mayores ha revelado 
que la codificación, aún cuando se proporcionen instrucciones que favorecen la formación de huellas 
de memoria adecuadas, es menor en las personas mayores que en las personas jóvenes (Craik & 
Byrd, 1982; Craik, 1992; Rabinowitz, Ackerman, Craik & Jennings, 1992). El estudio del proceso de 
almacenamiento de manera aislada es difícil debido a que no es posible aislarlo de los procesos de 
codificación y recuperación. Cuando se ha logrado una codificación inicial semejante entre adultos 
jóvenes y mayores, las diferencias en la memoria son relativamente pequeñas (Giambra & Arenberg, 
1993; Park et al., 1988; Rybarczyk et al., 1987). El estudio de los procesos de recuperación en 
adultos mayores ha sido extensamente abordado (Craik & McDowd, 1987; Rabinowitz, 1984; Smith, 
1977). Los hallazgos indican que cuando se emplean claves que facilitan la recuperación, los adultos 
mayores se desempeñan mejor que cuando se emplean tareas de recuerdo libre (Craik & McDowd; 
Rabinowitz et al., 1982; Smith, 1994). Del mismo modo, en tareas de reconocimiento requieren poco 
esfuerzo, los adultos mayores y los jóvenes se desempeñan de manera equivalente (Angel & Gross, 
1998 citados en Papalia et al., 2001). Otro estudio (Pérez del Tío, Chaminade, Selles & Bustos, 
2003) que evaluó el desempeño de los adultos mayores en tres tareas de memoria episódica 
(recuerdo libre que consiste en reproducir un material presentado con anterioridad en el orden que 
se quiera y sin ayuda externa, recuerdo con clave que consiste en un estímulo que nos permite 
recordar información localicalizada en memoria a largo plazo y reconocimiento que tiene lugar 
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cuando se presenta a las personas un estímulo y se les pregunta si han estado expuestas o no a 
éste con anterioridad) y una tarea de memoria implícita (priming léxico) encontró que los sujetos 
tuvieron un mejor desempeño en la tarea de recuerdo con clave, seguida de la de reconocimiento, y 
como era de esperarse, la tarea de recuerdo libre resultó ser la más difícil. En cambio, en la tarea de 
priming el desempeño de los adultos mayores fue equivalente al esperado en adultos jóvenes. 
 
En un estudio semejante en donde intervienen el empleo de tareas de diferentes tipos de memoria, 
realizado por Schade, Gutiérrez, Uribe y Sepúlveda (2003), se analizó la relación entreemociones, 
nivel sociocultural, percepción de la capacidad de la memoria y ejecución en las distintas tareas de 
memoria en adultos jóvenes y mayores. Los resultados mostraron correlaciones significativas 
positivas entre edad con la percepción de la capacidad de la memoria implícita y semántica. 
También se encontró una correlación significativa positiva entre la percepción de la capacidad de la 
memoria con el nivel sociocultural; aunque esta percepción no se correlacionó con la ejecución en 
las tareas de memoria. Del mismo modo se encontró una correlación negativa entre la percepción 
con la ejecución en tareas de memoria de trabajo y memoria episódica. 
 
Los adultos mayores muestran un decremento en la memoria acerca de aspectos contextuales como 
la exposición de estímulos que incluyen voz o género del habla, localización o color del estímulo, etc. 
Un hallazgo constante es que a pesar de que hay una disminución significativa tanto en el recuerdo 
del contenido como en la recuperación del contexto, por parte del grupo de mayor edad, dicho 
decremento es más severo en la recuperación de detalles del contexto (Spencer & Raz, 1994; 
Schacter, Koutstaal, Johnson, Gross & Angell, 1997; Wegesin, Jacobs, Zubin, Ventura, & Stern, 
2000; Glisky, Rubin & Davidson, 2001). 
 
 
2.7 El rol del contexto en la Memoria Episódica 
 
El contexto que se codifica junto con el evento de manera incidental, puede ayudar a la 
reinstauración del entorno físico original del evento cuando éste es recordado (Alonso & Fernández, 
1999). El recuerdo del contexto propicia un recuerdo más eficiente del evento si las condiciones, 
tanto externas como internas, en las que intentamos recordar son similares a las condiciones en las 
que hemos aprendido la información originalmente (Alonso & Fernández, 1999). 
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De hecho, la codificación y la posterior recuperación de información no están determinadas 
exclusivamente por las propiedades del estímulo, sino también por el contexto en que se aprendió 
dicha información (Alonso & Fernández, 1999). La probabilidad de recordar un evento será mayor si 
los indicios utilizados para recordar coinciden con la representación que tenemos de ese evento en 
la memoria (Alonso & Fernández, 2002). Una biblioteca se asemeja a la memoria humana en el 
sentido de que si la información es eficaz y está organizada, su recuperación será más fácil. Por lo 
tanto, depende de una codificación inicial adecuada de la información (Fernández & Glenberg, 
1985). Los estudios de Tulving (1967) sobre memoria demuestran que la información está 
disponible; sin embargo, acceder a ella no es siempre posible debido a que en ocasiones no se 
encuentran las señales que conducen a una recuperación eficiente de la información. Tulving y Osler 
(1968) evaluaron mediante tareas de recuerdo libre el número de palabras que podían recordar sus 
sujetos a través de varios ensayos. Sus resultados demostraron que en cada ensayo, los 
participantes recordaron aproximadamente el mismo número de palabras, pero las palabras 
recordadas variaban de ensayo a ensayo. Tulving (1967) concluyó que todas las palabras habían 
sido almacenadas pero no todas estaban siempre disponibles. Tulving y Thomson (1973) 
propusieron el principio de codificación específica en el que se plantea que las claves asociadas a 
un elemento durante la fase de codificación facilitan su recuperación ulterior. Por ejemplo, palabras 
estudiadas en un determinado contexto, una habitación determinada, se recordaron mejor cuando la 
prueba de memoria se realizó en el mismo contexto que cuando se realizó en un contexto diferente 
(otra habitación) (Godden & Baddeley, 1980; Smith, Glenberg & Bjork, 1978). Sin embargo, otros 
estudios (Fernández & Glenberg, 1985) no confirman estos hallazgos. 
 
El estudio del contexto es relevante por su importancia para recuperar de manera más precisa la 
información en la vida cotidiana (Koriat & Goldsmith, 1996). McGeoch (1932) planteó que el olvido 
puede deberse a la falta de indicios o de información contextual que ayudan a la recuperación de los 
eventos en sí mismos. A su vez, este autor distinguió dos tipos de contextos internos y externos. Los 
primeros hacen referencia a los pensamientos y sentimientos del sujeto durante la fase de 
aprendizaje, así como a su estado fisiológico (condiciones intra-orgánicas). Mientras que el contexto 
externo se refiere al entorno físico en que ocurre el aprendizaje. Los dos tipos de contexto funcionan 
como indicios para recuperar información. El contexto lo constituyen estímulos incidentales, ya que 
no están explícitamente relacionados con la información (Smith, 1988). Si los contextos (interno o 
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externo) cambian entre el momento de la codificación y el momento de la recuperación, aumenta las 
probabilidades de que se produzca el olvido (Wright & Shea, 1991, 1994; Wright, Shea, Li & 
Whitacre, 1996). Aunque otros estudios (Alonso & Fernández, 1997, 1999; Bjork & Richardson-
klavehn, 1989; Fernández & Alonso, 1994; McDaniel, Anderson, Einstein & O`Halloran, 1989; Smith 
& Vela 2001) no muestran mayor probabilidad de olvido. 
 
Bjork y Richardson-klavehn (1989) propusieron que los sujetos tienden, de manera espontánea, a 
reinstaurar mentalmente el contexto original por lo que no afecta el cambio del contexto original. Por 
su parte, Smith (1988, 1994) sugirió que los indicios contextuales tienen un papel relativo en los 
procesos de recuperación. Utilizar ciertos indicios en una situación concreta depende de la mayor o 
menor presencia de otros indicios alternativos y potencialmente eficaces. Es decir, la presencia física 
del mismo contexto pude funcionar como un buen indicio de la recuperación, siempre y cuando no 
existan otros aspectos más relevantes que el sujeto pueda usar como indicios de recuperación, ya 
sean estos internos o externos. 
 
Los adultos mayores muestran un desempeño menor que los adultos jóvenes en varias tareas de 
memoria episódica (Poon, 1985). Esta diferencia parece estar relacionada, al menos en parte, con el 
hecho de que los adultos mayores tienen mayor dificultad que los jóvenes para generar por sí 
mismos indicios de la recuperación, por ello son más dependientes de las claves contextuales 
externas (Craick, 1986; Craick & Jennings, 1992; Fernández & Alonso, 2001). 
 
Los autores (Wright & Shea, 1991, 1994; Wright et al., 1996) que proponen que la repetición del 
contexto durante el aprendizaje y la recuperación disminuye el olvido consideran que esto ocurre 
debido a que el entorno físico e interno en el que tiene lugar el aprendizaje se codifica junto con la 
información que se recordará, por los que funcionan como indicios de recuperación eficaces. 
 
2.8 Actividad Mental y Memoria 
 
El desarrollo de la ciencia cognoscitiva ha tenido en los últimos años no sólo fuertes repercusiones 
filosóficas en el debate contemporáneo en torno al funcionamiento de lo mental, sino que también ha 
suscitado un renovado interés por diversos investigadores (Colombo & Stasiejko, 2006; Ghosh & 
Shatz, 1992; Teri et al., 1997) respecto al conocimiento de las capacidades mentales centrándose 
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en la preocupación del alcance, funcionamiento y estimulación de estas capacidades. Dentro de la 
capacidad del conocer o cognoscitiva se encuentra el despliegue del concepto de “actividad mental” 
(Wolff, 1995). 
 
Existen diversas definiciones acerca del término actividad mental, sin embargo, la mayoría coincide 
en que es un proceso múltiple e interactivo que involucra armónicamente a todas las funciones 
cognoscitivas, como: percepción, memoria, pensamiento, lenguaje, creatividad, imaginación, 
intuición, interés, atención, motivación, conciencia e incluso creencias, valores, emociones, etc. 
(Colombo & Stasiejko, 2006). 
 
Ghosh y Shatz (1992), resaltaron que la actividad mental es decisiva para la actividad neuronal. De 
acuerdo con (Teri et al., 1997) reveló queel ejercicio mental mejora, la concentración, la resolución 
de problemas y la función cognoscitiva de la memoria en los mayores de 65 años. También 
encontraron que el ejercitar la memoria retrasa el desarrollo de enfermedades neurodegenerativas y 
retrasa el deterioro cognoscitivo asociado envejecimiento (Teri et al., 1997). 
 
A lo largo del proceso del envejecimiento normal, el cerebro presenta cambios cuantitativos: 
patrones de atrofia, declive funcional y muerte celular; y cambios cualitativos en: número de 
neuronas, extensión dendrítica, y número y estructura de sinápsis (Coleman & Flood, 1987). Estos 
cambios son más específicos en la región del hipocampo ya que se encontró que las personas que 
han sido más activas mentalmente durante sus vidas tienen un hipocampo más grande que las que 
han realizado menores esfuerzos mentales (Walsh & Opello, 1992). 
 
De acuerdo con el proceso de envejecimiento, el adecuado funcionamiento del proceso de la 
memoria que según los neurólogos Barbizet y Duizabo (1977) señalan que va a depender no sólo de 
la experiencia sino también de la estimulación ambiental en la que se encuentra expuesta la persona 
mayor. 
 
La estimulación de la memoria busca como propósito principal conservar la capacidad intelectual y 
enseñar estrategias que permitan enlentecer y compensar los cambios en el procesamiento mental 
que se producen con el aumento de edad. Asimismo, busca favorecer la participación activa y el 
desempeño autónomo y funcional de los adultos mayores en las actividades que desempeñan 
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normalmente o en otras nuevas que deseen aprender (Rey, Gutiérrez, Prieto, Cancela, Táboas & 
Canales, 2006). 
 
De acuerdo con Schaie (1994) el mantenerse activo intelectualmente hablando ayuda a proteger la 
memoria y otras funciones cognoscitivas a medida que las personas envejecen. Esto coincide con el 
estudio realizado por (Roberts et al., 2008) donde participaron 197 personas de entre 70 y 89 años 
con deterioro cognoscitivo leve o diagnosticados con pérdidas de memoria y 1, 124 personas con 
ese mismo rango de edad sin problemas de memoria. Ambos grupos contestaron preguntas sobre 
sus actividades diarias durante el año anterior y cuando tenían entre 50 y 65 años. Los resultados 
mostraron que durante los años anteriores, leer libros, participar en actividades lúdicas, usar la 
computadora o realizar actividades manuales como la cerámica o la confección, conducía a entre un 
30% y un 50% de disminución en el riesgo de desarrollar pérdida de memoria en comparación con 
personas que no realizaron estas actividades. Ellos concluyeron que las personas que realizan 
actividades mentales como leer revistas o realizar trabajos manuales, como la cerámica, a partir de 
los 50 años podrían retrasar o evitar la pérdida de memoria. Este estudio también permitió mostrar 
que los adultos mayores que participaban en actividades sociales y practicaban la lectura durante la 
mediana edad eran un 40% menos propensos a las pérdidas de memoria en comparación con los 
adultos mayores que no participaban en estas actividades. 
 
El estudio demuestra que el proceso del envejecimiento no tiene que ser un proceso de disminución 
de capacidades cognoscitivas; sino todo lo contrario, debido a que sólo participando en actividades 
que contribuyan a una estimulación cognoscitiva es posible proteger contra el deterioro de la 
memoria al que se encuentran expuestos los adultos mayores (Roberts et al., 2008). Por lo mismo 
se recomienda que los adultos mayores mantengan actividades intelectuales como lectura, 
pasatiempos favoritos, etc y desempeñe nuevas actividades mentales. Esto incluiría desde cursos 
de idiomas o música, pasando por otras propuestas comó la de aficionarse a leer libros o prensa, 
aprender a navegar en Internet o simplemente conversar. Todo esto juega un papel protector para 
mantener el cerebro sano del declive cognoscitivo (Seeman, Berkman, Charpentier, Blazer, Albert & 
Tineth, 1995). 
 
Hultsch, Small, Hertzog y Dixon (1999) realizaron un estudio con 250 adultos mayores para explorar 
el rol de las actividades de alta demanda cognoscitiva en el mantenimiento de funciones 
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cognoscitivas. Los autores evaluaron el estatus socioeconómico, actividades cotidianas, actividades 
físicas, actividades sociales, hobbies y actividades que requieren el procesamiento de información 
(lectura de novelas). Los resultados mostraron que las variables nivel socioeconómico, actividades 
cotidianas y procesamiento de información explicaron significativamente el funcionamiento 
cognoscitivo de las personas. Se encontró una relación positiva entre el estilo de vida con la función 
cognoscitiva. 
 
Varios estudios (Albert, Jones & Savage, 1995; Broe, Creasey, & Jorm, 1998; Laurin, Verreault, 
Lindsay, Macpherson & Rockwood, 2001; Lytle, Vander, Pandav, Dodge & Ganguli, 2004; Schuit, 
Feskens, Launer & Kromhout, 2001; Weuve et al., 2004; Wilson, Mendes de Leon & Barnes, 2002; 
Yaffe, Barnes, Nevitt, Lui & Covinsky, 2001) han examinado la asociación entre actividad física y 
distintas funciones cognoscitivas en la vejez. Un emjemplo de estos estudios es el de Sturman, 
Morris, de Leon, Bienias, Wilson & Evans (2005). Participaron en este estudio 4055 adultos de 65 
años de edad o más de la zona sur de Chicago. Emplearon como instrumentos el East Boston 
Delayed Recall, el Mini Mental State Examination, el Symbol Digit Modalities Test y el Health 
Interview Survey. Este último evalúa las siguientes actividades físicas: (1) pasear, (2) correr, (3) 
trabajo de patio, (4) baile, (5) calisthenics o ejercicio general, (6) ejercicio en bicicleta, (7) natación o 
ejercicios de agua, (8) bolos y (9) golf. La función cognoscitiva fue evaluada mediante los resultados 
estándares de cada una de las pruebas y el promedio de los puntajes de la combinación de esos 
test. En las preguntas se les pidió a las personas que indicarán si realizaron las actividades durante 
las últimas 2 semanas, y si lo hicieron, deben mencionar el número de veces y el tiempo dedicado a 
cada una de ellas. Las actividades cognoscitivas fueron evaluadas mediante una entrevista en la que 
las personas indicaron la frecuencia (una vez al año, varias veces al año, varias veces al mes, varias 
veces a la semana y todos los días o casi todos los días) con la que veían la televisión, leían, 
asistían a museos, escuchaban la radio y jugaban con cartas, crucigramas rompecabezas o damas 
chinas. Los resultados revelaron que la actividad física por sí sola no protege el deterioro 
cognoscitivo, sino la combinación tanto de la actividad física como de la actividad cognoscitiva. 
 
Otro ejemplo de estos estudios el de Van Boxtel, Langerak, Houx & Jolles (1996) observaron que la 
aptitud física (como la capacidad aeróbica) se correlacionó con el rendimiento cognoscitivo en una 
muestra de 80 adultos sanos de más 55 años de edad. La actividad física se asoció a medidas 
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cognoscitivas como la velocidad y la fluidez, pero no al desempeño de los sujetos en una tarea de 
memoria. 
 
Quizá la realización de actividades intelectuales estimulantes sea uno de los principales factores que 
ayudan a proteger el funcionamiento adecuado de la memoria, sin embargo, también se debe incluir 
cómo el nivel de educación proporciona ese efecto protector. Ya que la educación a su vez 
promueve la realización de actividades intelectuales a lo largo del ciclo vital, que contribuyen a 
mantener la función cognoscitiva de la memoria (Rowe & Kahn, 1997). 
 
Christensen (1996) examinó en una muestra de 858 adultos mayores si el rendimiento cognoscitivo 
variaba en función de variables tales como el sexo, el funcionamiento o la discapacidad sensorial, la 
salud y el nivel educativo. Estas variables fueron predictores confiables del rendimiento cognoscitivo 
según Christensen (1996) y Hultsch et al., (1993), quienes señalaron que el mantenimiento de 
niveles altos de

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