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Aportes_teoricos_y_metodologicos_para_un - David Alberto Garduño Zozaya

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A Domingo Asún Salazar por su 
obstinación y compromiso constante 
con las transformaciones sociales y 
políticas de su contexto de acción: 
la comunidad y el aula.
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 Jimena Silva y Javier Bassi 
Coords.
Aportes teóricos y metodológicos 
para una investigación social situada
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Agradecimientos
Este libro fue desde su inicio un proyecto colectivo y no habría 
sido posible sin la colaboración y la disposición de diversas 
personas. Por ello, agradecemos a la Universidad Católica 
del Norte por apoyar este proyecto. Particularmente, a la 
Vicerrectoría de investigación y a su Directora, María Cecilia 
Hernández por su compromiso e interés por el desarrollo de 
la investigación social, a la Facultad de humanidades y a su 
Decana, Mariana Bargsted. También va nuestro agradecimiento 
y aprecio por el trabajo de los/as académicos/as que participaron 
en la elaboración de este libro ya que sin su dedicación este 
proyecto no habría sido posible. Agradecemos a Paulina 
Salinas y Constanza Castro por el arte desplegado en la edición 
final, así mismo la magnifca interpretación de la diseñadora, 
Xenia Steel. finalmente a María Luisa Tarrés y Paulina Salinas 
por prologar la obra que tienen en sus manos.
Jimena Silva y Javier Bassi
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Índice
Prólogo
Paulina Salinas Meruane
Presentación
María Luisa Tarrés
MIRADAS ACERCA DE LA INVESTIGACIÓN SOCIAL
 
Ciencias sociales: singuralidad histórica y reflexividad 
Manuel Canales Cerón, Antonino Opazo Baeza, Pablo 
Cottet Soto
La brecha teoría/praxis en investigación social: 
¿revolución o muerte? 
Javier Bassi
CON LOS PIES EN EL BARRO
Investigar en el contexto de pueblos originarios andinos: 
un relato autoetnográfico 
Jimena Silva Segovia
«Escuelita intercultural para el buen vivir»: relatos de 
una experiencia de intervención psicosocial comuniaria 
en Antofagasta, Chile 
Leyla Méndez Caro
Metodologías colaborativas entre artes y ciencias 
sociales 
Stella y Mónica Salineros
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Prólogo
El trabajo que a continuación presentamos, editado por 
Jimena Silva y Javier Bassi, trasunta dos objetivos importantes 
de destacar. El primero, se relaciona con la necesidad, histórica 
y no por eso menos contemporánea, de debatir sobre el 
devenir de las ciencias sociales y sus objetos de estudio, desde 
distintas perspectivas. El segundo, se asocia con los esfuerzos 
que significan integrar y confrontar la reflexión, a partir del 
quehacer teórico-epistemológico y la praxis investigativa. 
En el marco del primer objetivo, como asertivamente lo 
mencionan Manuel Canales, Antonio Opazo y Pablo Cottet, 
se releva el ímpetu incansable de los esfuerzos a través del 
tiempo por sistematizar y reflexionar sobre las ciencias 
sociales, su objeto y su relación, siempre conflictiva, entre 
el sujeto y el/la investigado/a. Sin duda que este trabajo, más 
que respuestas, nos abre nuevas interrogantes que, por una 
parte, vitalizan el debate y, por otra, nos muestra que más 
que nunca, frente a la vorágine investigativa, los basamentos 
del positivismo, neoliberalismo y androcentrismo, con rostro 
rejuvenecido y fuerza aplastante, se sedimentan en la vida 
social. Estos juglares se filtran en los intersticios de la vida, 
siendo esperanzador no claudicar en la reedición reiterada de 
estas discusiones fundamentales.
Será luego la reflexión de Javier Bassi la que nos 
desnude la precarización de la academia y las universidades, 
confrontándonos a la desvalorización del patrimonio material 
e inmaterial de las mismas. Con ello, Bassi derriba mitos que 
no son más que resabios de un pasado inexistente. Así, su 
trabajo nos cuestiona los sentidos, y los nuevos derroteros de 
la investigación y la práctica metodológica desde las ciencias 
sociales pues, por su naturaleza, se vuelven juez y parte en este 
escenario: investigan y son investigadas. 
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En el segundo objetivo, respecto a la reflexión a partir 
del quehacer teórico-epistemológico y la praxis investigativa, 
Jimena Silva, Leyla Méndez, Stella y Mónica Salineros 
reflotan en sus experiencias, por parte de Jimena, la 
profundidad de la reflexión autoetnografica, con una narración 
detallada del trayecto biográfico que recorrió en territorios 
bolivianos y que logra, a través de una profunda retrospectiva, 
recrear después de 18 años. Luego, Leyla Méndez, describe 
la experiencia intercultural de un proyecto anclado en el norte 
de Chile, en la ciudad minera de Antofagasta y discute las 
tensiones que se experimentan en el espacio, entre el ellos y el 
nosotros. Finalmente, Stella y Mónica Salineros, nos proponen 
la observación exhaustiva del arte, en tanto disciplina y su 
construcción como objeto de estudio. Allí, la creación y el 
trabajo colaborativo se posicionan como especificidades 
centrales, sobrepasando las lógicas tradicionales de la 
investigación social. 
Los trabajos de estas autoras, recrean las paradojas 
transversales que se han experimentado en el seno de las ciencias 
sociales y que se expresan por lo general en esquemas binarios, 
esto es: objetividad/subjetividad, universalidad/singularidad, 
centro/periferia, masculino/femenino, exclusión/integración, 
nacionalismos/interculturalidad, individualismo/colectivismos, 
extranjero/nativo, conformando un caleidoscopio asimétrico 
en el paisaje de estas disciplinas. Se devela, con ello, la 
inabarcable comprensión de nuestro objeto de estudio, como 
un principio genuino y punto de partida necesario, en cualquier 
empresa investigativa. Este peldaño, al constituirse como un 
eje rector en la construcción del conocimiento de la otredad, 
nos entrega mayores oportunidades de establecer diálogos 
genuinos, y relaciones más auténticas entre el/la investigador/a 
y el/la investigado/a.
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Desde otro plano, este libro nos invita también a reflexionar 
sobre las hegemonías que, aunque sean como una grieta en un 
paredón de granito, su cuestionamiento nos permite reforzar 
el valor del texto, la narración, el ejercicio de la memoria y la 
escucha activa (el zuhören de la sociología alemana). Todas 
estas pueden ser estrategias transformadoras de los sujetos y 
sus individualidades. Los relatos, al concebirse como espacios 
de liberación, cuando un otro emprende la tarea instrospectiva, 
su discurso se transforma en el reflejo de aquellos eventos 
que ha encapsulado su memoria y que son atesorados por 
sus significados. Es en este eje, donde las ciencias sociales 
emprenden su labor con una caja de herramientas, que sabemos 
imperfecta, inconclusa y que opera a veces a destiempo.
De este modo, es una invitación-provocación la que nos 
hacen estos autores, pues estamos en la fase final de un ciclo de 
desazones, desconcierto y de múltiples demandas. Por lo tanto, 
lo que viene implica desajustarse para no seguir haciendo más 
de lo mismo. Por el contrario, se debiese buscar reinventar, 
reconstruir nuestro objeto de estudio y sus aproximaciones. 
Es necesario salir del ensimismamiento de la investigación 
y práctica, repleta de estereotipos, códigos, buenos y malos, 
de los que saben y los que no, los que ganan y pierden, los 
que publican y los que no. Todo un lenguaje que atiborra los 
sentidos.
Con este trabajo, y el esfuerzo de muchos otros, estamos 
frente a un tremendo y renovado desafío de retomar los 
caminos. Para ello, me sumo a la invitación que nos hacen las 
hermanas Salineros, pues necesitamos más arte, más cultura, 
más diversidad, para ser capaces de mirar y re mirarnos de otro 
modo. ¡Buena lectura!
Paulina Salinas Meruane Ph.D
Académica asociada, Escuela de Periodismo, 
Universidad Católica del Norte (Chile)
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Hace algunos años, cuando gracias a una oleada de interés 
generalizado, los métodos cualitativos se recolocaron en 
la caja de herramientas de las ciencias sociales, escribí que 
esto se debía al surgimiento de una «necesidad fugitiva» tal 
como la llamó FRASER (1989) para referirse a un problema 
que no encuentra respuestaen los espacios institucionales 
o privados destinados a ofrecerla. Sin embargo, por la 
naturaleza de nuestro objeto de estudio, siempre escurridizo 
a las concepciones teóricas y aproximaciones metodológicas 
convencionales, dicha necesidad no se colmó, aunque sí 
denunció una preeminencia del paradigma cuantitativo.
Los «disidentes del punto decimal», aquellos que no se 
contentan con dar cuenta de la realidad social mediante la 
cifra o el dato crudo, se orientan a la búsqueda de significados, 
ideas y emociones latentes en las descripciones obtenidas de 
los discursos o conductas observadas. En este sentido es que 
el enfoque cualitativo aporta un acervo de instrumentos a la 
investigación que permite estudiar ciertos hechos sociales 
de forma renovada y surge para encarar un mundo empírico 
descuidado de la interpretación científica: el lado subjetivo de 
la vida social.
Los ensayos que componen este libro nos invitan a 
resignificar categorías como el tiempo, el espacio y la memoria a 
la luz de los problemas a los que se enfrenta el/la investigador/a 
en su práctica cotidiana. La mayoría de los/as autores/as se 
compromete con el uso de formas de investigación narrativas 
donde los relatos de los actores sociales devienen un recurso 
para acercarnos a la comprensión de:
Presentación
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—La configuración sociocultural y política de comunidades 
andinas a partir de un trabajo autoetnográfico que, según 
expresa Jimena SILVA, implica un desdibujamiento entre 
lo observado y lo interpretado, en el que su experiencia 
afectiva y cognitiva como investigadora atraviesan cada 
rincón del trabajo de campo. Esta vía metodológica le 
permite replantear la relación pensamiento-sujeto-sociedad 
que nace de una cosmovisión contrastante con las ideas de 
la modernidad occidental
—La construcción de la infancia como fenómeno 
psicosocial en el marco de un proyecto de intervención social 
comunitario dirigido a problematizar la visión progresista 
e individualista arraigada históricamente en la sociedad 
chilena. Las reflexiones de la observación in situ y de la 
recuperación de discursos, dibujos y juegos de un grupo 
de niños y niñas, proveen a Leyla MÉNDEZ elementos 
para dilucidar la tensión diferencia/igualdad presente en 
las relaciones cotidianas de este grupo a la vez que sus 
hallazgos señalan la necesidad de replantear la diversidad 
e interculturalidad desde una perspectiva descolonizadora
—Las diversas formas de producir conocimiento situado 
en intervenciones artísticas del espacio, en las que el 
trabajo colaborativo y cada obra que se describe en el texto 
convocan, en palabras de Mónica y Stella SALINERO, a 
«sentir el pasado para dibujar el futuro», a la creación de 
nuevos imaginarios sobre temáticas marginales que dan 
cuenta de la dimensión política del arte en lo social y de 
una transformación del artista en etnógrafo
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Por otro lado, nos encontramos con propuestas que, si 
bien no emprenden un viaje a terreno, abren camino a los 
esfuerzos anteriores al brindar un marco de análisis sobre 
los retos de una práctica investigativa que cuestiona el canon 
científico. Así, Manuel CANALES, Antonino OPAZO y 
Pablo COTTET fundamentan sus reflexiones en la necesidad 
de limitar las pretensiones de objetividad y universalización 
de la ciencias sociales dada la singularidad histórica de las 
realidades que se investigan y la reflexividad que compromete 
al científico social con la reformulación constante de prácticas 
y convenciones. En comunión con esta postura, Javier BASSI 
brinda una concepción extendida de la política que incluye al 
actuar científico en tanto «propone una determinada visión 
del mundo y no otra». Para ahondar en ello analiza diversas 
teorías y metodologías que pueden pensarse como prácticas 
micropolíticas de erosión que desestabilizan la brecha entre 
teoría y práctica en la vida académica.
El interés de los métodos cualitativos por la narración en 
sus distintas expresiones (historias de vida, autoetnografías, 
entrevistas, etc.) implica una apreciación activa de los 
individuos en cuanto se les considera productores y no 
meros receptores del orden y transformaciones sociales y 
culturales. Cuando el/la investigador/a acude al encuentro 
con la narración de la experiencia individual, invariablemente 
se asoma la implicación que ésta tiene en un mundo más 
amplio. Es decir, que la subjetivad como modo particular de 
representar y significar al mundo se halla íntimamente tejida 
con la organización de la vida social, las normas, valores y 
códigos simbólicos compartidos que se juegan en la interacción 
cotidiana. No basta entonces con «reconstruir trozo a trozo la 
imagen de un acontecimiento pasado para obtener un recuerdo. 
Es preciso que esta reconstrucción se haga a partir de datos o 
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nociones comunes que se encuentran tanto dentro de nosotros 
como de los demás, porque pasan sin tregua de nosotros a 
ellos y viceversa; esto es posible si todos forman parte —y 
continúan haciéndolo— de una misma sociedad. Solamente 
así se puede comprender que un recuerdo puede ser al mismo 
tiempo reconocido y reconstruido» (HALLBWACHS 2004, 
pp. 45-46). La narración como recurso metodológico es 
producto de una memoria tanto individual como colectiva 
que mediante el lenguaje actualiza y crea, al mismo tiempo, 
las representaciones, clasificaciones y acontecimientos del 
grupo social de pertenencia. Lenguaje, memoria y narración, 
como amalgama de la experiencia situada, permiten visibilizar 
una diversidad de sujetos y problemáticas ocultas tras las 
edificaciones de la «gran teoría».
La búsqueda de sistemas que subyacen al comportamiento 
y a los hechos sociales, es decir, la captación de recurrencias 
y de constantes que aparecen detrás de los contenidos 
evidentes (muchas veces velados también a la conciencia de 
quienes los ejecutan), constituye la médula de una variedad 
de esfuerzos teóricos desarrollados en las distintas disciplinas 
sociales. Recordemos simplemente los «patrones culturales» 
de Margaret MEAD, la «personalidad de base» de LINTON o 
de ERIKSON en antropología cultural, las «fantasías o deseos 
inconscientes» en psicoanálisis, la «representación social» en 
psicología o la propuesta de «habitus» de BOURDIEU y la de 
«etnométodo» de GARFINKEL y CICOUREL en sociología, 
por mencionar algunos.
Bajo esta óptica, el debate sobre la generación de 
conocimiento y el «hacer científico» en la práctica es sustituido 
por el uso de aproximaciones sucesivas a una porción de la 
realidad que se aborda desde una mirada multidimensional y 
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una pluralidad de metodologías y técnicas. Respecto a esto, las 
plumas contenidas en este volumen coinciden en la necesidad 
de crear marcos interpretativos propios e innovadores que 
respondan a la historia y singularidades latinoamericanas.
De modo que sus páginas realizan un análisis y crítica 
prospectiva de los paradigmas que han servido de fundamento 
para nuestra práctica científica, prospectiva en tanto nos 
permitirá encontrar nuevas claves para pensar la realidad 
cambiante que caracteriza a nuestras sociedades. Los ensayos 
que leerán a continuación responden a esta necesidad desde el 
flanco de la multidisciplinariedad en un diálogo entre sociólogos/
as, filósofos/as, historiadores/as, psicólogos/as y artistas con lo 
real-social que estudian. El abandono de posiciones univers 
alistas y de conceptos atemporales aplicables a cualquier 
situación pasada, presente o futura se sustituye, sobre todo 
en las investigaciones de carácter empírico, por un enfoque 
integrador que permite ver lo general en lo particular y hasta 
en lo singular, pero también a la inversa.
Se trata de un dificultad común, pues la ciencia que se está 
haciendo «en la cocina», tal como plantea una de las autoras, 
no cesa de reinventar estrategias teórico-metodológicas para 
decantar las cualidades de aquello que le interesa comprender. 
Y en esto coincide con BOURDIEU (2002) cuando refiriéndose 
al acto científico, escribeque no se trata sólo de interrogarse 
sobre la eficiencia y el rigor formal de las teorías y de los 
métodos, sino de examinar a las teorías y los métodos en su 
aplicación para determinar qué hacen con los objetos y qué 
objetos hacen.
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Tal como he señalado, la investigación cualitativa abre 
nuevos caminos para explorar lo social, sin embargo, al 
participar del «giro narrativo» corre algunos riesgos. Uno 
de ellos resulta de la postura que considera la realidad como 
independiente de nosotros/as y piensa el acto de narrar como 
un instrumento que revela «la verdad». Justo aquí radica la 
labor del/de la investigador/a, pues la memoria y el discurso, 
en tanto alterados por procesos que median tanto aquello que 
se percibe como aquello que se quiere comunicar, expresan 
un conocimiento finito y relativo del/de la hablante y su 
experiencia.
No sólo el paso del tiempo implica una reorganización 
del recuerdo, los intereses y hasta la mentira deliberada hacen 
al discurso y la memoria siempre propensos a la imprecisión 
y la falsedad. En tal caso debemos recordar que no son los 
acontecimientos en sí lo que nos interesa rescatar, no se trata 
de reconstruirlos objetivamente desde un punto de vista 
imparcial, sino de reconocerlos tal como se les presentan a 
los individuos y comprender qué significan para ellos. Nos 
embarcamos entonces en un viaje dialógico con el/la narrador/a 
y entregados/as, más que al valor directo de las palabras, a 
la tarea de establecer las conexiones entre éstas y el contexto 
social al que responden y sobre el que tienen efectos.
Tiempo, espacio, memoria e interpretación serían las 
coordenadas que guían nuestro quehacer en la difícil tarea de 
brindar la posibilidad de percibir la interrelación de hombre y 
mujeres y la sociedad, de la biografía y la historia, del yo y el 
mundo consiguiendo así, quizá, un avance hacia la necesaria 
renovación de la ciencia planteada por BASSI cuando analiza 
la situación académica en el marco del neoliberalismo.
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Recupero aquí la demanda de singularidad histórica en la 
comprensión de procesos, estructuras y formas sociales pues 
no existe acontecer, ni interpretación de dicho acontecer, que 
no esté históricamente condicionado. Y de esto ni siquiera 
el propio cuerpo, comúnmente pensado en la ajenidad de lo 
biológico, se encuentra fuera, pues, según plantea el trabajo de 
SILVA, el cuerpo es una base material sobre la cual también se 
anclan los procesos sociales, donde las inscripciones culturales 
lo regulan, restringen y ordenan.
Finalmente, me pregunto a dónde lleva la comprensión 
de lo social a nosotros/as como investigadores/as y a quienes 
encuentran en nuestra actividad un espacio de reflexión. ¿A 
la generación de conocimiento comunitariamente útil que 
sugieren Mónica y Stella SALINERO o, siguiendo a Leyla 
MÉNDEZ, a una memoria emancipadora?
Este conjunto de escritos más que discutir la superioridad 
de una metodología sobre otra, cuestiona el qué, cómo y para 
qué investigamos, esbozando nuevos caminos para pensar el 
compromiso de una ciencia social contemporánea.
María Luisa Tarrés Ph.D
Socióloga, investigadora de el Colegio de México
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Referencias
Bourdieu, Pierre (2002). El oficio del sociólogo. México: Siglo 
XXI.
Fraser, Nancy (1989). Unruly Practices. Power, discourse and 
gender in contemporary social theory. Minessota: University 
of Minnesota Press.
Hallbwachs, Maurice (2004). Los marcos sociales de la 
memoria. Barcelona: Antrophos.
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Miradas acerca de la 
investigación social
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Ciencias sociales: 
singularidad histórica y reflexividad
Manuel Canales, Antonino Opazo y Pablo Cottet
Resumen: En este escrito proponemos dos reflexiones que 
atraviesan a las ciencias sociales y que limitan la pretensión 
de plantear leyes universales sobre la sociedad: la singularidad 
histórica del saber científico social y la reflexividad de su 
objeto. La primera hace referencia a que en ciencias sociales 
vamos tras las huellas del tránsito histórico del que somos 
observadores y en el que estamos inscritos, ya que nuestro 
objeto está vivo por, y en este acontecer, transformándose 
y deviniendo en su propia temporalidad. La segunda hace 
referencia a que el sujeto es interior al objeto de estudio. De 
esta manera, el científico social es parte de la realidad social 
que estudia. 
Palabras clave: ciencias sociales, singularidad histórica, 
reflexividad, objeto de estudio
1. Introducción
«Si he llegado a ver más lejos, fue 
encaramándome a hombros de gigantes»
NEWTON citado en MERTON, 1990, p. 32
Cuando se comienza a explorar el mundo de las ciencias 
sociales —en nuestro caso de la Sociología— se tiene la 
pretensión, un tanto ingenua, de poder conocer algún día 
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un libro de «ciencia social general», en el que estuviese 
sistematizada la historia de un objeto, de un observador y 
su método, es decir, los postulados base de la disciplina, los 
hitos de su trayectoria y el sistema de leyes que forman su 
patrimonio de conocimiento. Más o menos lo que recibe un 
físico, y que puede así ver más lejos porque está «encaramado 
a hombros de gigantes» que le precedieron pues, en general, 
desde las ciencias naturales se entiende que «la ciencia, y de 
hecho el conjunto de la civilización, consiste en una serie de 
pequeños progresos, cada uno de los cuales se alza sobre los 
alcanzados anteriormente» (HAWKING 2005, p. 9). 
Es de notar ésta completa sintonía entre la ciencia y 
la ideología general de la época—así, todo progresa: la 
producción, los ingresos, el conocimiento, la civilización—. 
En esta pretensión de ser ciencia «progresiva» imaginamos a 
veces que nuestro objeto y método es como el de las ciencias 
naturales. 
No es el caso, y la mejor prueba son los múltiples libros de 
metodología de investigación social que necesitan ser escritos, 
una y otra vez, en pluralidades irreductibles, para las ciencias 
sociales, fenómeno inexistente en las ciencias naturales. Y es 
que la reflexión metodológica, permanentemente abierta como 
pregunta implosiva, es inherente a la investigación científico 
social. Las ciencias sociales no se quedan en la investigación 
del objeto —expresión de primer orden—, sino que deben 
constantemente realizar la investigación del objeto —expresión 
de segundo orden—. En esta tarea están obligadas a observar 
no sólo el objeto, sino también sus modos de producción del 
mismo, poniendo especial atención a las particularidades del 
proceso y en los instrumentos con que se observa. 
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El conocimiento de los modos de investigación —metodológico— 
permite dominar los actos de construcción y los efectos que 
estos traen aparejados, controlando la relación que se establece 
con el objeto de estudio. En definitiva, al mismo tiempo en que 
se construye conocimiento, reflexiona y explicita los procesos 
de su construcción. Por lo mismo, el investigador debe estar 
atento a dos procesos simultáneamente: el de la propia práctica 
investigativa y el de la realidad social que se investiga —esto 
es, estar atento a los procesos sociales en marcha y al modo 
en que aquellos van dejando su huella de desconocimiento 
progresivo de lo social—. En realidad, ambos procesos están 
articulados, pero de modo inestable y cambiante. Las agendas 
investigativas se modifican en el tiempo, de acuerdo a los 
contextos sociales.
En este sentido, en las ciencias sociales no se avanza en un 
proceso acumulativo de saber nuevo, al modo de una secuencia 
de descubrimientos, cada uno de los cuales desarrolla o refuta 
el saber precedente. Es decir, no existe progreso en un sentido 
ascendente hacia, digamos, una verdad superior a la que se 
llega subiendo peldaño a peldaño por una escala. La sociología 
no progresa. Nadie dentro de esta disciplina puede discutir 
la pertinencia y actualidad de los razonamientos de Weber, 
Durkheim o Marx. Tampoco dentro de nuestra época histórica 
perderán vigencia las argumentaciones de Habermas, Goffman, 
Bourdieu o Touraine, por nombrar algunos.El pensamiento 
sociológico no progresa y no es, sin embargo, su trayecto 
camino perdido. Cada vez las ciencias sociales acometen su 
tarea de siempre, reformuladas por las historias humanas que 
se viven, y siempre iluminadas por todas las épocas anteriores, 
ninguna de las cuales queda borrada en su saber por alguna 
subsecuente. Es un saber en y para una época, poder explicar y 
comprender filones de un mundo histórico es lo que le otorga 
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sentido a las ciencias sociales, y no su progreso lineal, como 
nos acostumbramos a pensar mecánicamente. 
En realidad, no somos ni ciencia experimental —las 
más de las veces— ni filosofías. No hacemos ciencias que 
hayan avanzado por experimentación, ni saberes que se 
fundan en la elaboración deductiva, lógico-racional abstracta. 
Las ciencias sociales han de buscar su propio camino, no 
homologable a las ciencias físicas, ni a las filosofías. Por ello, 
tampoco hay un sistema conceptual estabilizado, y probado 
experimentalmente, que ordene todos los estudios realizados 
en una estructura lógica y secuencial de conocimiento 
integrado y progresivo. Esto no significa, por supuesto, hacer 
tabla rasa, sino considerar el trabajo precedente como una caja 
de herramientas, para construir conocimiento que explique 
y comprenda los fenómenos sociales, los problemas que 
desbordan la praxis social. 
En el presente escrito abordaremos dos cuestiones que 
cruzan a las ciencias sociales: su singularidad histórica y la 
reflexividad de su objeto.
2. La singularidad histórica
«La ciencia social trata de problemas de biografía, de historia
y de sus intersecciones dentro de estructuras sociales»
(MILLS 1994, p. 157)
Las ciencias sociales son prácticas orientadas por las 
formaciones sociales históricas en que se vivencian, se 
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actualizan en tanto virtualidades reales y se virtualizan desde 
tales actualizaciones. Cada formación social histórica trae 
consigo sus preguntas, de lo que se trata es de problematizar 
esas interrogantes. Su potencia se mide en la capacidad para 
dar respuesta a estos cuestionamientos sociales.
Así, según atestiguan los comienzos de las ciencias sociales, 
éstas emergen y se reanudan cuando hay crisis de dirección social, 
o lo que es lo mismo, cuando las formaciones sociales no se 
conocen lo suficiente para dirigirse, o para auto-conducirse. Es esta 
necesidad de la emergencia social social —de saberse— la que 
abre de par en par a la posibilidad de unas ciencias sociales. 
Todo lo contrario a la pretensión de una ciencia escolástica y 
abstracta, lo que equivaldría a perseguir una verdad universal 
de lo social, como una entidad sin mapas, sujetos, ni tiempos. 
Por el contrario, se trata cada vez de unas ciencias históricas, 
que persiguen incansablemente la potencia histórica asociativa 
en su proceso abierto de autorreproducción y cambio. 
Las ciencias sociales se fundan en el cambio de época. La 
misma configuración de orden social que ya no es la que había 
sido, que además crecía vertiginosamente en nuevas formas y 
organizaciones, es la que obliga y posibilita el conocimiento 
de tales expresiones históricas. Es el centro de las ciencias 
sociales en su fundación: caracterizar, comprender, explicar la 
nueva experiencia histórico-antropológica.
Es en este sentido que las ciencias sociales no pueden 
aspirar a plantear leyes universales, por la historicidad que 
las constituyen. La pretensión nomotética que apunta al 
descubrimiento de leyes o reglas que describen un orden o 
relación estable y predecible, de validez y alcance universal, 
es inviable para este ámbito. La clave nomotética busca 
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establecer una regla conocida y validada como norma o 
forma constitucional del objeto en todos sus contextos. Es 
el significado de la noción de leyes naturales. Se conoce la 
naturaleza cuando pueden describirse las relaciones que la 
explican independiente de su contexto histórico. Es en lo que 
se basa la física mecánica. La ley de gravedad, por ejemplo, 
es una «ley», en la medida en que se aplicaría mecánicamente 
cada vez y en todo lugar «físico». La misma regla que opera en 
un caso lo hace en todos aquellos a los que da forma(1). 
Para que el planteamiento de leyes sea posible es necesario 
suponer la exterioridad del observador, a la que corresponde 
una legalidad interna del objeto. De allí que en la investigación 
nomotética, puede decirse, el sentido del acto investigativo 
viene desde dentro de la propia praxis científica; lo que se 
busque está ya encuadrado en el sistema científico al que 
pertenece, con su tradición, pues a él ha de volver como único 
destino. La perspectiva nomotética se asienta, además, en el 
principio del progreso por acumulación de conocimientos 
nuevos sobre un objeto estable, que van reemplazando a los 
anteriores. Lo que cambia o avanza es el saber, mientras que el 
objeto se supone inalterable. 
Así, la práctica está orientada a la identificación de las 
regularidades universales del objeto, a partir de la identificación 
progresiva de reglas que expanden el conocimiento en un 
sentido progresivo o ascendente, mediante la refutación de 
saberes previos. Es el supuesto, ya común, representado 
como progreso científico elevado a canon del conocimiento, 
como si no pudiera haber ciencia que no se guiara por ese 
direccionamiento. A contracorriente, la misma historia de la 
ciencia enseña que no es plausible un conocimiento innegable 
__________
1 Aunque dentro de las ciencias físicas se sabe ya de los alcances y limites de 
este planteamiento; la de la relatividad y la cuántica son las dos físicas en que 
aquello se discute, pero al mismo tiempo, se replantea de un modo, puede decirse, 
reflexionado.
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o absoluto. Es una ingenuidad pretender establecer verdades 
universales pues estas son siempre incompletas, provisorias, 
y mediadas por una historicidad intrínseca, «la historia de 
la óptica ofrece un ejemplo notable. En (…) la óptica desde 
Newton hasta los tiempos actuales encontramos que el rayo de 
luz es descrito primero como una corriente de partículas, luego 
como una onda y luego como algo que no es ni una corriente 
de partículas ni una onda» (CHALMERS 1990, p. 216). 
En las ciencias sociales, estas nociones no resultan 
comprensibles ni orientadoras. Ni la idea de leyes generales, 
ni la idea de progreso por refutación de saberes previos. Por 
ejemplo, no se conoce ni siquiera una ley general en sociología 
y, en sentido contrario a la idea de progreso, no puede entenderse 
que la sociología actual sea superior en saber a la clásica o, en 
general, las ciencias actuales respecto a sus predecesoras. La 
diferencia entre ambas está en la transformación continua del 
objeto. Una formación está siempre más allá de sí misma. Al 
menos continuamente está cambiando y, a su paso, modifica 
sus propias regularidades o hace aparecer nuevas que no son 
captables o comprensibles desde los enfoques o esquemas de 
conocimientos previos. Es el desfase progresivo de nuestros 
esquemas observadores respecto de las nuevas formas que toma 
el acontecer social. Si lo social fuera estable, podríamos 
intentar progresar en una línea interna de la disciplina. 
Si lo social es cambiante, a la propia línea evolutiva de las 
disciplinas científico-sociales —aquel progreso interno de la 
ciencia— habrá que agregar la línea evolutiva o histórica del 
objeto —que curiosamente también llamaron, para su forma 
actual, «progreso» social—. 
Vamos tras las huellas de las realidades sociales en medio 
de los procesos de cambio que las caracterizan; avanzamos 
32
sobre las restricciones que muestra el conocimiento 
precedente (producido para conocer unas realidades sociales 
que ya cambiaron) para describir o entender, en general, las 
regularidades perceptibles presentes; no nos orientamos 
entonces desde atrás hacia adelante —como en el progreso— 
sino desde adelante hacia atrás, como en el regreso reflexivo, 
retrospectivo: la novedad social se muestra ante nuestros 
ojoscomo una realidad distinta a la existente, y entonces el 
observador vuelve su vista a sus conceptos y a sus proposiciones 
de entendimiento.
En este sentido, las ciencias sociales, en perspectiva 
ideográfica, no se orientan a la captación de formas universales 
—por ejemplo «lo social», «lo cultural» o «lo político»— 
sino al entendimiento de formas singulares en su propia 
formación histórica. Las investigaciones sociales buscan la 
comprensión de los procesos, de las estructuras y de las formas 
de actualizaciones sociales- históricas que (se) observan —de 
ellas parten y a ellas vuelven—.
El investigador se dispone, dentro de específicas 
condiciones existenciales e históricas, no fuera de ellas, y las 
entiende como formaciones complejas y singulares, cuyas 
regularidades, junto con definirlas, las diferencian. Así, cada 
vez se busca entender no «lo social» o «la sociedad», sino 
un acontecer social situado históricamente —o parte de tal 
acontecer social— en su propio contexto de tiempo y espacio. 
Por tanto, se trata siempre de la investigación de algún presente 
—con su pasado y su futuro— en algún lugar o geografía 
humana. 
Consecuentemente, sus proposiciones posibles, hallazgos 
y hasta el propio marco conceptual, se aplicarán —de nuevo, 
33
cada vez— sólo a los aconteceres sociales posibles de poner 
bajo algún tipo explícito de correspondencias, y no a todas las 
«sociedades» en todas sus épocas. Quizás esta sea una lectura 
plausible de la diferencia hecha por Bruno LATOUR (2008, p. 
13-19) entre «sociologías de lo social» y «sociologías de las 
asociaciones», lo social no está dado, no es una sustancia, ni 
un contexto específico distinto al «económico», «político», o 
«psíquico». Lo «social» no es una premisa para explicar otras 
dimensiones de la vida humana en la historia (dimensiones 
psíquicas, económicas, jurídicas, políticas, etc.), sino lo que 
hay que explicar cada vez en relación a casos de asociaciones 
de elementos heterogéneos. De allí que proponga como tarea 
de las investigaciones sociales el rastreo de asociaciones de 
elementos diferentes. 
Como consecuencia la producción de conocimiento de las 
ciencias sociales estará atravesada por la singularidad histórica 
de la formación social en la que se produce el conocimiento 
científico social. Desde un punto de vista ideográfico, esto 
significa que el saber producido nunca será universal, quedará 
determinado por una historicidad situada desde donde nace 
el propio pensamiento sobre el acontecer social. Es decir, la 
construcción de conocimiento de las ciencias sociales será 
siempre contingente al estar mediada por el propio acontecer 
social que contiene tal específica producción, históricamente 
condicionado. Las ciencias sociales son saberes determinados 
socialmente por las condiciones históricas en que nacen y se 
desenvuelven, que es a la vez el acontecer social que estudia. Ya 
J. P. SARTRE decía que «el sociólogo, de hecho, es objeto de 
la historia; la investigación es una relación viva entre hombres 
[…] De hecho el sociólogo y su objeto forman una pareja en 
la que cada uno tiene que ser interpretado por el otro y cuya 
relación tiene que ser descifrada también como un momento 
de la historia» (SARTRE 1968, p. 70).
34
 Así, las ciencias sociales son sincrónicas: dado que el 
cambio accede como determinante moderno de lo histórico, las 
ciencias sociales toman su lugar formulándose problemas cuya 
resolución permite ver, esto es, comprender, explicar, inteligir 
cada formación social y su acontecer, en cada momento 
de su historia. Entonces, tiene sentido, cada vez, según el 
entendimiento que permite del campo contextual histórico 
investigado —su cuestión, problema u objeto—. Después de 
todo, si bien las ciencias sociales no han producido, de hecho, 
leyes universales de lo social, sí han producido entendimientos 
potentes de las formaciones sociales y sus aconteceres 
investigados.
3. La reflexividad de su objeto
 «El sujeto es interior al objeto (los investigadores sociales 
son interiores al orden social — como los biólogos lo son al
Orden vital, y los físicos al orden físico —)»
(IBÁÑEZ 1990, p. 129)
En las ciencias sociales, las preguntas las ponen sujetos, 
actores, instituciones que actúan y actualizan el saber común 
histórico. Se trata de investigaciones sobre realidades sociales, 
observadas como(2) objeto, pero también una investigación 
desde las mismas realidades sociales, observadora como 
sujeto. No hay, entonces, unas ciencias de lo social en general 
que no sean de las preguntas/dilemas que cada vez se formulan 
en medio del acontecer de una formación social determinada y 
______
2 Ante la calificación gratuita de «positivista» a Emile Durkheim, especialmente 
asociada a aquella célebre sentencia de que «debemos tratar los hechos sociales 
como si fueran cosas» (DURKHEIM 2001, p. 31), habría que reparar en los sentidos 
posibles para ese cómo, toda vez que no dice que los hechos sociales sean cosas.
35
las respuestas que pueden producirse allí y entonces. Por ello, 
las ciencias sociales, a diferencia de las ciencias naturales, 
no pueden comprenderse como unos programas autónomos 
y desconectados de su objeto. Así, este se les escaparía 
siempre. Lo que hay, en cambio, es la búsqueda constante del 
advenimiento social, del acontecimiento de unas asociaciones 
situadas históricamente —como conjunto o partida en sus 
actores— por saberse o conocerse.
Unas ciencias que no progresan tienen la posibilidad de 
regresar una y otra vez a su objeto y seguirlo en su propio 
devenir, siendo parte del mismo. Es la imagen que proponemos 
de una sociología acompañante de las formaciones sociales 
históricamente situadas, unas sociologías hechas en medio 
de la vida social, ni fuera, ni dentro, sino en sus fronteras, en 
medio de sus límites interiores (intermedias, intersticiales, 
que traman o estrían el espacio social con jerarquías y 
reciprocidades), en medio de sus fronteras con lo que se 
pretende fuera de lo social (para observar lo social «como 
cosa»). La investigación social de frontera lo es siempre de su 
formación social respectiva, más que de la propia disciplina 
de las ciencias sociales, como suele decirse. Hay que buscar 
el acontecer social allí donde «lo social» está yendo más allá 
de sí mismo, o cuando está fracturada, o revela una falla que 
se marca como tema recurrente, inevitable pese a todos los 
esfuerzos de invisibilización u olvido. En las fronteras de lo 
que es y de lo que pudiera ser.
Esto permite una comprensión diversa de lo «nuevo» que 
se le exige al conocimiento científico moderno. Si en ciencias 
naturales lo nuevo se inscribe en la propia tradición científica, 
en las ciencias sociales remite a la propia renovación del objeto, 
a un «objeto» que solamente lo es para unas investigaciones 
36
y sus formaciones sociales. La «sociología de la juventud», 
por ejemplo, debe cada vez comenzar definiendo su referente, 
como si fuese sustancia cambiante, para así captar, comprender 
y comunicar el acontecer social históricamente situado. Así, 
lo que tal «sociología de la juventud» diga de los jóvenes 
actuales no puede tomarse como una superación del quehacer 
sociológico previo. Solo pasa que debe reconstruirse cada 
vez para entender su objeto en movimiento. Por su parte, en 
la sociología rural, lo que actualmente se discute e investiga 
no resulta de una superación de los programas investigativos 
previos, sino de un intento por re-encontrar al objeto que 
se perdió en los setenta, con la globalización capitalista de 
la agricultura. En general las preguntas —y, por lo mismo, 
las respuestas— están articuladas no como una cadena de 
superaciones sucesivas, sino con la historicidad constitutiva 
de sus objetos. 
En este sentido, una investigación no es de vanguardia 
porque se ubica en la última línea de avance del conocimiento 
científico, sino porque encuentra sus preguntas allí donde 
sujetos, actores, instituciones quedan interrogadospor 
expresiones desconocidas en ese tiempo y lugar. Porque su 
historia en curso, ha ido demasiado lejos respecto de la propia 
auto-comprensión social previa. La investigación social de 
frontera, como se la llama no sin cierta petulancia innecesaria, 
puede entenderse mejor como investigación en las fronteras de 
lo que es sabido social, de lo común y corriente del quehacer, 
aquella historicidad que desborda el orden de lo obvio, las 
rutinas de las más diversas circulaciones reproductivas de 
la vida cotidiana, donde esta no llega a conocerse. Allí, 
____________
3 En términos metodológicos se puede decir que «cada investigación científica 
se crea un método adecuado, una lógica propia cuya generalidad o universalidad 
consiste solo en ser conforme al fin» (GRAMSCI 2004, p. 287). Esto implica, 
abandonar la pretensión una ley de universalidad abstracta, sin caer tampoco en un 
particularismo indeterminado. La singularidad histórica permite generalizaciones 
conforme a una época y una formación social específica.
37
donde el ordenamiento social queda interrogado. Se pone en 
juego una posibilidad fronteriza de comprender la idea de 
generalización, más acá de las universales, pero más de allá 
de lo singular absoluto(3). Por indicarlo en un ejemplo: cuando 
una investigación en el ámbito de «las nuevas formas sociales 
de la agricultura» identifica una regularidad, que observa 
en un momento dado, y en un lugar determinado, aquella 
puede sostener una comparación con las formas que adopte 
en otra singularidad histórica, durante procesos análogos, 
quedando tal equivalencia a cargo de justificarse conceptual y 
empíricamente por esa investigación.
Se avanza, pero no unilinealmente, sino gracias al 
desarrollo de programas y prácticas de observación recurrente, 
sobre aquello que se asume como realidad social por (necesaria 
de) investigar en las formaciones sociales históricas, que 
cada vez saben de un mayor campo de regularidades, en 
sistemas proposicionales más complejos y diferenciados. En 
otras palabras, esos programas y aproximaciones sucesivas 
desarrollan la capacidad de entendimiento del acontecer social 
que se investiga. 
Entonces, podríamos decir que se avanza hacia adentro, no 
hacia adelante. El proceso de interiorización o adentramiento, 
de dominio cognitivo, concluye cuando el observador agota su 
capacidad de aprendizaje del objeto —cuando cree conocerlo 
en sus reglas— o, lo que es también común, cuando el objeto 
ya no está donde lo dejamos. Y se vuelve a iniciar un ciclo de 
aprendizaje de la vida social. Así, el conocimiento producido 
es superado por la historia de su objeto, antes que por su propia 
dinámica progresiva.
38
Se indica así, un rasgo decisivo de las prácticas 
científico-sociales en general: se observan siempre realidades 
sociales «vivas», esto es, que llevan su agenda y su cuestionario, 
con sus agentes y sus posibilidades.
El esfuerzo está en captar regularidades nuevas y, por lo 
mismo, poner a prueba la capacidad de creatividad teórica, como 
resultado de la autoproducción histórica de las formaciones 
sociales. La adherencia histórica de la ciencia social a las 
formaciones sociales modernas, sólo señala la imbricada 
conexión con su objeto que entabla el sujeto, en el interjuego 
de ser observador y parte en el asunto. Pues existe una doble 
referencia en el proceso de investigación, donde se articula a 
una formación social como observadora y como observada. La 
investigación social es ese circuito de auto-reflexión de 
los sistemas sociales. Las ciencias sociales son un elemento 
inherente de la reflexividad moderna.
En este sentido, hay que seguir la recomendación hecha 
hace décadas sobre «sustituir el presupuesto de objetividad 
por el presupuesto de reflexividad» (IBÁÑEZ 1991, p. 129). 
En el presupuesto de objetividad se entiende la relación 
sujeto/objeto como una contienda, una oposición, o mejor 
aún, una caza, el sujeto (predador) va en busca de su objeto 
(presa), totalmente exterior y del cual se sirve para realizar la 
investigación, por eso «investigar viene de vestigo (=seguir las 
huellas que la presa deja en el camino)» (IBÁÑEZ 1991, p. 
110). El presupuesto de reflexividad toma conciencia de que 
la presa (objeto) es otro predador (sujeto), los sujetos siempre 
han puesto resistencia a la objetivación que de ellos se hace, 
nunca se dejan tomar como si fueran del todo objetos, siempre 
queda un reducto negativo de subjetividad. 
 
39
Si la relación sujeto/objeto colapsa, en ambos lados de la 
línea divisoria se revelan sujetos que observan y orientan sus 
acciones. Esto implica, asumir que en ciencias sociales el sujeto 
de conocimiento no está separado del objeto a conocer y que 
en la investigación-construcción del objeto inevitablemente 
habrán huellas del sujeto, porque la objetivación es producto 
del trabajo realizado por el sujeto de conocimiento.
Mientras el presupuesto de objetividad pretende la ausencia 
de la subjetividad del investigador y de los sujetos investigados, 
en el presupuesto de reflexividad la actividad de conocimiento 
es siempre realizada por un sujeto, no hay forma de escapar 
a la dialéctica sujeto-objeto, sólo historizando esta dualidad 
es que es posible el conocimiento. Para ser más precisos, no 
existe un objeto «allá afuera», inmutable, independiente del 
sujeto cognocente posible de ser «representado» o «reflejado», 
por artilugios o herramientas inocentemente técnicas.
Esta ilusión es propia de una concepción «naturalista» 
del objeto científico social, donde, presuntamente, se recogen 
datos o recolectan discursos —como si fueran manzanas— 
para luego cartografiarlos. Se presentan como objetos-mapa, 
estadígrafos, análisis discursivos o informes etnográficos, y se 
ausenta la subjetividad puesta en juego en toda la realización 
de la empresa investigativa: subjetividad del investigador y 
subjetividad de los investigados. Dejando las puertas abiertas 
para la entrada del empirismo abstracto (MILLS 1994). En 
este modo de hacer y pensar, la ciencia social es concebida 
como un instrumento exterior, que permite medir, una realidad 
también exterior. Las ciencias sociales y las realidades sociales 
preexisten y subsisten al sujeto, son tratados como objeto 
inalterable, donde no hay espacio para el sujeto. Tal cual como, 
se supone, se observan fenómenos de la naturaleza. 
40
La reflexividad postula al sujeto interior al objeto, es 
exactamente lo que propone Velásquez en su ya famosa 
pintura Las meninas, en el juego de espejos interiores donde el 
observador —sujeto— del cuadro se encuentra en el lugar de 
observado —objeto— del pintor. En palabras de FOUCAULT 
(2005, p. 14) «el pintor sólo dirige la mirada hacia nosotros en 
la medida en que nos encontramos en el lugar de su objeto», el 
espectador queda atrapado por la dinámica interna del cuadro. 
Pero también el pintor, autor del cuadro, es representado en la 
obra. El sujeto, tanto el observador como el autor del cuadro, 
son interiores al objeto, en este caso están representados 
en la pintura. En una palabra, están implicados en él. Esta 
implicación se refiere a los determinismos sociales que 
operan sobre cualquier sujeto social, es por eso mismo que 
el observador implicado está sujetado a lo social histórico y a 
las distintas instituciones que ha atravesado en su trayectoria. 
Hay que hacer notar que todo objeto es producido por el 
trabajo humano, o lo que es lo mismo, el objeto de las ciencias 
sociales es un producto, no está allá afuera y es descubierto, es 
producido dentro de las formaciones históricas que, como las 
ciencias sociales, también son productos humanos. 
41
Conclusiones
La pretensión de establecer leyes nomotéticas en ciencias 
sociales, trae como efecto la evacuación del sujeto y de la 
historia del proceso de investigación, ambos elementos 
constitutivos de la ciencia social. Al ser el sujeto interior a 
su objeto —reflexividad— y la historia el marco en que se 
encuadra el razonamiento—singularidad—, las ciencias 
sociales «gozan del triste privilegio de tener que afrontar 
incesantemente la cuestión de su cientificidad» (BOURDIEU 
2000, p. 21).
Dos son las conclusiones que podemos sacar de estas 
reflexiones. La primera es que nuestro objeto está vivo al 
modo histórico de la vida social, deviniendo en su propia 
temporalidad. Ocurre que las ciencias sociales nacen 
precisamente cuando la vida humana en occidente activa 
el modo de cambio continuo, de lanzamiento por el tiempo 
histórico de los cambios radicales —las revoluciones—. En 
este sentido, nuestro objeto se mueve, los hechos sociales 
pueden comprenderse en tanto objetos producidos por actores 
sociales. 
Partimos en busca de un lenguaje que pueda dar cuenta, 
verosímilmente, de los procesos, estructuras y formas sociales 
que van formándose, en la transformación continua del objeto. 
El objeto no se nos hace visible solo desde las ciencias que 
hemos venido construyendo. A diferencia del biólogo, nuestro 
conocimiento no sigue a nuestro conocimiento, no vamos 
tras nuestros propios pasos fallidos, sino que vamos sobre 
las huellas, o vestigios, del tránsito histórico del que somos 
observadores y en el que estamos inscritos. En todos los 
lugares, o momentos, o fases, en que el acontecer social sale 
42
de procesos, estructuras y formas sociales previas, fuera de sí, 
o tras de sí misma. Por ejemplo, allí en las zonas donde todo es 
nuevo, emergente, construcción reciente, proyecto histórico.
 La segunda conclusión es que las ciencias sociales van 
siempre tras su objeto. Falla cuando no encuentra los nuevos 
presentes que se anuncian. Por ejemplo, cuando, en Chile, vino 
el movimiento estudiantil del 2011, las encuestas y los grupos 
de discusión sólo podían captar desde la escucha anterior. Ya 
para Antonio GRAMSCI (GRAMSCI 1999, p. 37) «la crisis 
consiste precisamente en el hecho de que lo viejo muere y 
lo nuevo no puede nacer: en este interregno se verifican los 
fenómenos morbosos más variados». Las ciencias sociales 
deben dar explicaciones a la crisis, pues se hacen necesarias 
cuando los sujetos, actores e instituciones se desconocen, no 
se comprende lo que está ocurriendo, pues es un presente que 
no resulta mera continuación del pasado. 
Pero también donde el acontecer social no se deja ver, o se 
muestra en su falla, en las grietas por donde la representación 
y la reproducción social revelan también la escena de la 
dominación y la violencia.
Para finalizar, es preciso entender que al contrario de lo 
que Thomas KUHN (2004) llamó ciencia normal, las ciencias 
sociales no se constituyen en configuraciones paradigmáticas, 
se conforman en un campo de disputas entre una diversificación 
creciente de programas de investigación (LAKATOS 1989), 
tanto de enfoques teóricos —marcos conceptuales— como 
metodológicos —métodos de investigación— produciendo 
un complejo juego al interior de las ciencias sociales. Es 
dentro de este campo de disputas, que las ciencias sociales 
deben plantearse abierta y problemáticamente, tendiendo a 
una comunicación entre teoría y trabajo empírico. Hacerse 
cargo de esta articulación implica pensar la relación teoría/
empiria como una producción, y más precisamente como una 
43
producción situada, entendiendo el conocimiento científico 
ubicado en un orden histórico-social. Sin esta necesaria 
reflexión epistemológica, el conocimiento metodológico y 
técnico queda ciego a su entorno y a su objeto —cualquier 
formación social, siempre histórica y concreta—, y la reflexión 
científico-social sólo queda como residuo de una lógica 
abstracta, es decir, un protocolo sistematizado de reglamentos. 
44
Referencias
Bourdieu, Pierre (2000). Cuestiones de sociología. Madrid: 
Istmo. 
Chalmers, Alan Francis (1990). ¿Qué es esa cosa llamada 
ciencia? Una valoración de la naturaleza y el estatuto de la 
ciencia y sus métodos. Madrid: Siglo XXI.
Durkheim, Émile (2001). Las reglas del método sociológico. 
México, D.F.: Fondo de cultura económica.
Foucault, Michel (2005). Las palabras y las cosas. México: 
Siglo XXI.
Gramsci, Antonio (1999). Cuadernos de la cárcel. Tomo 2. 
Edición crítica del Instituto Gramsci a cargo de Valentino 
Gerratana. México D. F: Era y Puebla: Benemérita Universidad 
Autónoma de Puebla.
Gramsci, Antonio (2004). Antología. Buenos Aires: Siglo XXI. 
Hawking, Stephen (2005). A hombros de gigantes. Barcelona: 
Egedsa.
Ibáñez, Jesús (1991). El regreso del sujeto: la investigación 
social de segundo orden. Santiago de Chile: Amerinda.
Ibáñez, Jesús (1990). Autobiografía (Los años de aprendizaje 
de Jesús Ibáñez). Anthropos, 0(113), 9-25. 
Kuhn, Thomas (2004). La estructura de las revoluciones 
científicas. Buenos Aires: Fondo de cultura económica. 
Lakatos, Imre (1989). La metodología de los programas de 
investigación científica. Madrid: Alianza. 
Latour, Bruno (2008). Reensamblar lo social. Buenos Aires: 
Manantial.
Merton, Robert K. (1990). A hombros de gigantes. Barcelona: 
Península.
Mills, Charles Wright (1994). La imaginación sociológica. 
México D. F.: Fondo de cultura económica.
45
Sartre, Jean-Paul (1968). Critica de la razón dialéctica. Buenos 
Aires: Losada. 
Autores 
Manuel Canales Cerón
Doctor en sociología, Universidad Complutense de Madrid. 
Académico de la Universidad de Chile.
Contacto:
Departamento de Sociología
Universidad de Chile
Av. Ignacio Carrera Pinto 1045
Tel.: 29787767
E-mail: mcanalesc@gmail.com
Antonino Opazo Baeza
Sociólogo, Universidad de Chile. Director de desarrollo e 
investigación en Fundación Portas.
Contacto:
Fundación Portas
Av. Pedro de Valdivia 2921
Tel.: 29787767
E-mail: antoninoopazo@gmail.com
Pablo Cottet Soto
Doctor en Filosofía, Mención Estética y Teoría del Arte, 
Universidad de Chile. Académico de la Universidad de Chile.
Contacto:
Departamento de Sociología
Universidad de Chile
Av. Ignacio Carrera Pinto 1045
Tel.: 29787826
E-mail: pcottet@yahoo.com
46
47
La brecha teoría/praxis en 
investigación social: ¿revolución o 
muerte?
Javier Bassi
Resumen: En este trabajo problematizo la noción de brecha 
entre teoría y praxis y la acusación de incoherencia entre la 
palabra y el gesto, habitualmente hecha a los/as académicos/as 
de las universidades. 
En primer lugar, sostengo que la noción parte del supuesto
—en la actualidad y desafiado por el proceso de neoliberalización 
de la Universidad en tanto institución— de que los/as 
académicos/as son una elite privilegiada que escribe, desde 
«torres de marfil», acerca de aquello que no vive y en buena 
medida desconoce. Defiendo que en la actualidad, buena parte 
del cuerpo académico no encaja en esa descripción, ya que la 
profesión se halla en proceso de pérdida de estatus y derechos.
En segundo lugar, es más probable que la acusación de 
incoherencia se dirija a los/as académicos que suscriben 
y/o actualizan formas contrahegemónicas de producción de 
conocimiento, en la medida que se hallan en la constante 
paradoja de hacer ciencia social, desde y contra la ciencia 
social misma. 
En tercer lugar, sostengo que la acusación de incoherencia 
parte de una concepción reduccionista de «lo político» que 
lo limita a la acción directa. Al contrario, y en la medida que 
se considere que las ciencias sociales son inherentemente 
políticas, en tanto proponen versiones socialmente legitimadas 
del mundo, la opción dicotómica acción/inacción puede ser 
reemplazada por el análisis de los efectos diferenciales de cada 
tradición teórica y/o praxis académica. 
48
Finalmente, presento algunas de tales tradiciones que, 
sin ser abiertamente revolucionarias, son contrahegemónicas 
y contribuyen a la transformación de la ciencia social y al 
acercamiento entre teoría y praxis.
Palabras clave: investigación social, teoría/praxis, 
universidad, estudios poscoloniales, metodologías 
participativas, autoetnografía, diseños flexibles 
1. La acusación
La discusión acerca de la brecha entre la teoría y la praxis 
es casi tan antigua como las ciencias socialesmismas. De hecho, 
es ya un lugar común criticar la distancia que separa la retórica 
encendida de algunos/as académicos/as, particularmente los/as 
auto-rotulados/as como «críticos/as», y su praxis concreta, 
tanto dentro como fuera de la sala de clases. ¿Hay algo que 
revisar en este lugar común? 
En principio, tiendo a creer que la crítica está parcialmente 
justificada. Después de todo, la ciencia social según se 
practica —también en Chile— es mayormente una tarea 
llevada a cabo por una elite ilustrada, a menudo encapsulada 
y autorreferencial, en una institución socialmente legitimada 
como la Universidad (en el caso chileno, en muy pocas de 
ellas) e influenciada de modo marginal o nulo por parte de 
los/as (apropiadamente llamados/as) «informantes», respecto 
de la elección, construcción y abordaje de los problemas de 
investigación y, muy particularmente, respecto del uso del 
conocimiento generado. 
Insistiré sobre el último punto: habitualmente, los/as 
investigadores/as detentan el control de la totalidad de 
49
los procesos investigativos y rara vez incorporan a los/as 
informantes como algo más que proveedores/as de información, 
para una causa que les es ajena (para un tratamiento más extenso 
de la cuestión, ver BASSI 2013a). 
Parece que poco puede agregarse a este respecto: la crítica 
ya ha sido hecha (y es a menudo auto-reconocida), y las 
alternativas al estado de cosas ya han sido planteadas. En efecto, 
tal como en otras áreas de funcionamiento social/teorización, 
no nos encontramos ante una carencia de posibles caminos 
secundarios. Considérese la crítica a la cárcel en tanto institución 
(su naturaleza, su sentido, sus efectos) (MORRIS 1974/2009; 
WACQUANT 1999/2008; DAVIS 2003); considérese la 
crítica a la psiquitaría, su gnoselología y sus derivaciones 
(SZASZ 1961/1994; COOPER; 1967; PÉREZ SOTO 2014); 
considérese la crítica foucaultiana a las disciplinas «de raíz 
psi-» y los efectos de sus prácticas (FOUCAULT 1975/2005; 
ROSE, 1985); considérese la actual crítica a la creciente 
neoliberalización de la Universidad (SISTO 2007; PARKER 
2013). 
En fin, se han formulado críticas radicales —disolventes— 
que no parecen haber llevado a cambios radicales. Más bien, 
la cárcel, las disciplinas «psi-» y la Universidad, para seguir 
con los ejemplos y según las conocemos, son, con suerte, el 
emergente (en el sentido que lo entiende la primera horneada de 
teóricos/as sistémicos/as) de un sistema complejo de factores, 
uno de los cuales —y, ciertamente, no el más influyente— es 
la producción y la actividad académica.
Por lo dicho, parecería haber algo digno de atención en 
la acusación en la medida que los/as académicos/as suscriben 
50
y difunden la crítica, pero no la realizan (al menos no en la 
misma medida): así, el peritaje, el diagnóstico, el examen. Por 
lo tanto, a regañadientes o no, los/as académicos/as contribuyen 
a sostener aquellas instituciones que tan ardientemente atacan 
en la sala de clases. Así, la cárcel, el hospital, la escuela. 
2. Sí, pero
A pesar de lo dicho hasta aquí, entiendo que la acusación 
puede objetarse en tres sentidos:
—Buena parte de los/as académicos/as, tanto a nivel global 
como en el contexto chileno, ya no constituye una elite 
privilegiada
—La brecha teoría/praxis no se distribuye de forma equitativa 
por toda la academia
—La acción directa no es la única forma de acción política.
Veamos estos argumentos en detalle
2.1 ¿Torre de marfil o choza?
La crítica a la brecha teoría/praxis se apoya en una imagen 
tópica: los/as académicos/as como una elite privilegiada, 
apoltronada, que mira hacia abajo un mundo ajeno, desde su 
«torre de marfil». Esa imagen es válida, globalmente, para la 
Universidad antes de la segunda mitad del siglo XX y, para 
el caso chileno y en la actualidad, para una parte ínfima del 
cuerpo docente. Poco queda de aquella Universidad «sin 
condición» de la que hablara DERRIDA (2001/2002, p. 9): de 
la Universidad de hoy puede decirse de todo… menos que no 
tiene condiciones (RIPALDA 2013). 
51
El proceso de neoliberalización de la Universidad puede 
rastrearse hasta principios del siglo XX, pero se hace más 
evidente, en EEUU y Europa a partir de 1960 (GALCERÁN 
2013). En Chile, dicho proceso se halla en pleno desarrollo y 
su referente cercano es las reformas a la educación superior, 
particularmente la de 1981, llevada a cabo durante la dictadura 
militar (MIRANDA 2015). El proceso puede sintetizarse en 
dos tendencias interrelacionadas: la tendencia a transformar 
a la Universidad en un epifenómeno del mercado de trabajo 
o de las «necesidades del capital» (GALCERÁN 2013, p. 
162) y la tendencia a gestionar las universidades bajo lógicas 
empresariales toyotistas de costo/beneficio o managerización 
de la Universidad (SISTO 2007). 
El efecto que este proceso —insisto, global— ha tenido 
sobre las universidades es enorme: desde el cierre de carreras 
humanistas y la priorización de la formación técnica, hasta la 
consideración de los/as estudiantes como clientes que —desde 
una lógica de rational choice— (WILLIAMS 2015) eligen, en 
la medida de sus posibilidades, carreras y universidades, en 
tanto productos en competencia; desde la gestión universitaria 
orientada al espectáculo hasta la producción en serie de artículos 
científicos (GARCÍA-QUERO 2014) para su publicación en 
revistas indexadas como forma de mejorar la posición de las 
universidades en los ránquines (HAZELKORN 2011) y, por 
tanto, su appeal en tanto productos. Otro efecto destacado del 
proceso de neoliberalización de las universidades del que hablo 
es el encogimiento y flexibilización de la estructura de las 
universidades. Es éste último aspecto en el quiero detenerme. 
En principio, los términos académico/a o catedrático/a 
—como el de professor en inglés— llevan a equívocos en 
52
virtud de las asociaciones que producen. En un artículo en The 
Guardian, Sarah CHURCHWELL, profesora en la University 
of East Anglia, se hacía eco del estereotipo (PRESTON 
2015, la traducción es mía): un mundo de «diletantes 
paseándose en pantuflas, fumando en pipa y bebiendo jerez» 
(dilettantes lounging around with pipe and slippers sipping 
sherry). Renglón seguido, dice CHURCHWELL: ese mundo 
«desapareció hace décadas». 
En el contexto chileno, el término profesores/as taxi resulta 
más adecuado en la medida que casi el 80% de los/as profesores/as 
universitarios/as no trabajan a tiempo completo en ninguna universidad 
(SALAZAR 2014). Carmen María MACHADO (2015) describe la 
situación de los/as profesores/as «adjuntos/as», como son llamados 
en el contexto anglosajón y que representan el 
40% del total de profesores/as en EEUU (la traducción es mía):
La estampa que pinta MACHADO respecto de EEUU 
es también representativa de Chile: los/as académicos/as, en 
general, trabajan en varias universidades al mismo tiempo, 
son vinculados/as a ellas mediante «convenios» de honorarios 
semestrales (en virtud de lo cual no se los/as reconoce como 
trabajadores/as sino como prestadores externos de servicios).
No hacen aportes al sistema de pensiones, deben recuperar 
clases perdidas por enfermedad, tienen nula influencia en 
Los/as adjuntos/as están en general vinculados/as mediante 
contratos semestrales; no se les brinda cobertura de salud, 
beneficios de pensión, oficina o desarrollo profesional y se los/as 
provee de pocos recursos de la universidad. (…) Muchos/as 
adjuntos/as enseñan en varias universidades, moviéndose entre 
dos o tres para cubrir los gastos (make ends meet) y a menudo, 
no pueden avanzar con su propio trabajo académico o artístico 
debido a sus agendas.
53
las decisiones que hacen de la Universidad lo que es y están 
sujetos/as a las arbitrariedades y vaivenes propios de una gestión 
esencialmente antidemocrática, cortoplacista y orientada al 
rédito económico. 
Así, podría decirse que en una imagen más ajustada de 
los/s académicos/as debería reemplazarse el privilegio por 
la precariedad, la poltronavitalicia por la alta rotación y la 
impredictibilidad del futuro, la intocabilidad por la fácil 
prescindencia, el poder omnímodo por un disciplinamiento 
simple y sin consecuencias en virtud de la fragilidad del 
vínculo, que une a los/as profesores/as con las universidades, 
la «torre de marfil» por el trabajo desde casa o «la oficina a 
cuestas». 
En definitiva, poco o nada queda de los/as académicos/
as de la primera mitad del siglo XX y hacia atrás. Puede 
objetarse, claro, que incluso habiendo perdido buena parte de 
sus privilegios y de ser, cada vez más, un número en la columna 
del Debe, los/as académicos/as son aún una elite ilustrada e 
incluso económica, si se atiende a la altísima desigualdad que 
caracteriza a la sociedad chilena. 
No obstante, matizar los privilegios de los/as académicos/
as cambia la forma de concebir la brecha entre teoría y praxis 
a la que me he referido, en la medida que ya no se trata de una 
casta superior que declama acerca de los problemas del mundo 
y manda a otros/as a solucionarlos desde la impenetrabilidad 
de su torre, sino que se trata de un grupo social en pleno 
proceso de pérdida de estatus, que se halla no fuera sino justo 
en medio de uno de los procesos de cambio más significativos 
de su época: la expansión del capitalismo neoliberal. 
54
2.2 ¿Incoherencia o plena coherencia?
Otra objeción que quiero hacer está relacionada con, 
por así decirlo, la distribución de la incoherencia al interior 
de la academia. Sostendré que la brecha teoría/praxis 
afecta, como es de esperar, más a quienes proponen miradas 
contrahegemónicas de la realidad social y no tanto a quienes 
se funden en el Zeitgeist. Veamos esto en detalle. 
La crítica acerca de la brecha teoría/praxis puede 
sintetizarse en dos ideas relacionadas:
—la ciencia social es una práctica elitista desarrollada por una 
casta privilegiada desde esas «torres de marfil» que son las 
universidades y 
—los/as académicos/as no hacen lo que declaman tan 
fervorosamante (y son, por tanto, incoherentes)
He tratado la primera idea en el punto anterior. Pasemos a 
la segunda. No puede formularse un juicio grueso acerca de la 
influencia del trabajo académico. La versión de dicho trabajo 
que mayores sinergias y estímulos encuentra en su camino 
hacia la institucionalización (BERGER & LUCKMANN 
1967/2008) es en diversa medida dócil al signo de los tiempos, 
es decir, al capitalismo neoliberal: de esa docilidad emana, 
justamente, su capacidad de influencia. 
Para seguir con los ejemplos que mencioné antes —la 
cárcel, las disciplinas de raíz psi- y la Universidad—, podríamos 
mencionar la producción de conocimiento pretendidamente 
técnico, para mejorar la fiabilidad de los peritajes clínico-
jurídicos, para «detectar» de forma más rápida y económica 
las «patologías psiquiátricas», que el Manual de trastornos 
psiquiátricos (DSM por sus siglas en inglés) de la American 
Psychological Association postula que existen, para optimizar 
55
la relación costo/beneficio en la gestión de las universidades 
(por ejemplo, CENTER FOR COLLEGE AFFORDABILITY 
AND PRODUCTIVITY 2010). 
Esta versión de las ciencias sociales es escuchada con 
atención por los/as decission makers. Buenos ejemplos 
históricos de esta comunión de intereses y potenciación mutua 
son el conductismo, la (llamada) Escuela de Chicago y la 
psicología organizacional en tanto disciplina. Veamos estos 
ejemplos en mayor detalle. 
En La psicología tal como la ve el conductista de 1913, 
texto conocido como el «Manifiesto conductista», WATSON 
decía (1913/1990, p. 7): «Si la psicología siguiera este plan 
que estamos proponiendo, nuestros datos podrían ser utilizados 
en la práctica por el educador, médico, jurista, hombre de 
negocios, inmediatamente después de haber sido obtenidos 
por el método experimental». Esta apelación al uso práctico 
de la psicología no pasó desapercibida. Dice DANZIGER 
(1979/1997, p. 11): 
Respecto de la Escuela de Chicago, se da la misma 
situación: su progresiva constitución como referente en 
El argumento de Watson era irresistible: dos años después fue 
elegido presidente de la American Psychological Association. 
La razón de que su mensaje encontrara una resonancia masiva 
e inmediata, era que la mayoría de los psicólogos americanos, 
ya aceptaban la premisa de que el negocio de su disciplina era 
producir datos para ser utilizados «de manera práctica» por 
educadores, hombres de negocios y así sucesivamente, y de 
producirlos rápidamente. Dada esta premisa, la prescripción 
de Watson, despojada de unas pocas exageraciones polémicas, 
estaba, obviamente, en la línea correcta.
56
la institucionalización de las metodologías cualitativas de 
investigación en ciencias sociales y su vinculación a una forma 
«progresista» de concebir el conocimiento —antipositivista en 
lo epistemológico, antiindividualista y centrado en la interacción 
social en lo teórico y ecléctica en lo metodológico—, nos hace 
olvidar que su dominio en el ámbito de la sociología entre 
1900 y 1920 (GARRIDO & ÁLVARO 2007) se debió, en 
buena medida, a su orientación hacia la investigación empírica 
y la solución de problemas sociales. En efecto, siendo Chicago 
una ciudad revolucionada por el desarrollo industrial y la 
inmigración, los/as decission makers vieron con buenos ojos 
una propuesta que, apoyada en el pragmatismo y no en una 
versión contemplativa de la filosofía, miraba a la ciudad misma 
como su objeto de estudio: «la organización del inmigrante, 
la definición de la situación del delincuente, los distintos 
asentamientos de la Costa Dorada de Boston, la interacción en 
los salones de baile o, en fin, las bandas callejeras colonizando 
las esquinas de los barrios» (ZARCO 2004/2006, p. 35). No 
es de sorprender, así, que la Escuela fuera posible «bajo el 
patrocinio privado del filántropo John D. Rockefeller Senior» 
(ibíd, p. 29) y recibiera sostenido «apoyo financiero» e 
«importantes ayudas del Local Community Research Project 
y de la Rockefeller Foundation» (COLLIER, MINTON & 
REYNOLDS 1991/1996, p. 169).
Finalmente, podemos considerar, desde esta perspectiva, 
a la psicología organizacional toda, como poco más que un 
epifenómeno —un brazo técnico— de los intereses de las 
grandes corporaciones (BASSI 2000). Si se analiza con cuidado 
tanto la definición que los manuales dan de la disciplina y los 
objetivos que le adjudican como los temas tratados, se notará 
que son perfectamente convergentes con la optimización del 
57
beneficio. Así, por «psicología organizacional» ha de entenderse 
una psicología organizacional de la gran empresa según la 
entiende su dirección y no una psicología organizacional de las 
escuelas o las ONG (¡que son también organizaciones!). No 
una psicología organizacional de las pequeñas empresas (que, 
en su mayoría, no cuentan con la estructura ni los recursos 
que los manuales le suponen a toda organización) y menos 
aún una psicología organizacional del conflicto, del cambio 
o de la organización de los/as trabajadores/as. Por otra parte, 
temas como «liderazgo», «comunicación efectiva», «grupos 
de trabajo», «resistencia al cambio» y demás clásicos de los 
manuales no son, claramente, fenómenos que los/as psicólogos 
/as organizacionales hayan descubierto y analizado, sino las 
versiones cognoscitivas de intereses de las direcciones.
Creo que no hace falta abundar más: desde un punto de 
vista foucaultiano de poder/saber, resulta relativamente fácil 
ver, interesante estudiar y perturbador conocer la incesante 
e íntima danza que la ciencia social ha mantenido con los 
poderes fácticos, desde su mismo origen (FOUCAULT 
1975/2002), pasando por el servicio prestado a los «war 
efforts» por la psicología social y llegando a la ayuda 
«técnica» brindada por los psicólogos James MITCHELL y 
Bruce JESSEN en el diseño y supervisión de las «enhanced 
interrogation techniques» que la CIA utilizó en Guantánamo y 
otras cárceles ilegales entre 2001 y 2009 (Senado de Estados 
Unidos 2014).Momento en que la American Psychological 
Association (APA), es bueno recordarlo, en su Report of the 
American Psychological Association Presidential Task Force 
de 2005, declaraba que: «Es consistente con el Código de ética 
de la APA que psicólogos/as sirvan en roles consultivos acerca 
de la interrogación y la reunión de información en procesos 
58
vinculados a la seguridad nacional» (APA, 2005, p. 1, la 
traducción es mía). 
Pasemos a lo siguiente. La versión contrahegemónica 
de la vida y de las producciones académicas, en cambio, 
resiste —por ejemplo, en determinados espacios de ciertas 
universidades— y, al modo de una realpolitik, se realiza en 
las grietas de lo instituido: el/la psiquiatra que, trabajando en 
un centro de salud gestionado bajo lógica toyotista, asigna 
más tiempo del exigido a cada persona que atiende; el/la 
académico/a que utiliza el espacio (semi)protegido de la sala 
y la libertad (vigilada) de cátedra para conspirar contra la 
universidad que lo precariza; el/la investigador/a que invierte 
su tiempo y esfuerzo en temas por completo «irrelevantes» y, 
consecuentemente, de financiación improbable.
En la medida que vive con un pie dentro y uno fuera 
del statu quo, esta forma de hacer ciencia social y de estar-
en-la-academia puede entenderse como un conflicto de baja 
intensidad: no tumba nunca nada, pero tampoco se vence. En 
algunas ocasiones la crítica se realiza plenamente y, en tanto 
un cuestionamiento serio al orden institucional, es disciplinada 
con diversos grados de violencia: un llamado al orden, una 
sustitución, el desplazamiento a los márgenes, la exclusión 
abierta: el/la psiquiatra es conminado a cumplir el reglamento 
respecto de los tiempos de consulta, el/la académico/a es 
advertido/a de que no puede hablar de esto o aquello en clase, 
al/a la investigador/a se le sugiere que cambie de problema de 
investigación, que adecue su escritura al canon o que publique 
en revistas indexadas para mejorar su visibilidad e impacto.
Por lo dicho, podríamos dividir, someramente, la 
producción académica en prohegemónica y contrahegemónica 
59
en la medida que contribuya o no al orden establecido. Además, 
podríamos analizar las consecuencias derivadas de cada 
posicionamiento. Es evidente que quienes opten por la primera 
opción, no sólo encontrarán más sinergias en su camino sino 
que, además, podrán enorgullecerse de unir más fácilmente la 
palabra y el gesto. Inversamente, quienes optan por la segunda, 
encontrarán una senda previsiblemente más escarpada y se 
verán interpelados/as, en términos de la coherencia entre sus 
posiciones asumidas y sus actos. 
De este modo, no es sólo esperable que los/as académicos/as 
que circulan a contrapelo de la hegemonía estén más expuestos a 
la acusación de incoherencia, sino que también podría pensarse 
tal acusación como un acto reflejo fácil que tiene la propiedad 
de estigmatizar el cambio social y mantener indemne a los/as 
conformistas en nombre de su coherencia. 
2.3 ¿Revolución o muerte?
Pasemos a la tercera objeción, la acusación de incoherencia. 
A pesar de las dos objeciones anteriores, es decir, que 
los/as académicos/as no son la elite que solían ser y de que la 
incoherencia amenaza más a quienes reman a contracorriente, 
la ciencia social muestra un panorama, como el que describí 
al principio: ¿qué puede agregarse a las críticas marxistas 
y posmarxistas (la Escuela de Frankfurt, ALTHUSSER, 
etc.), feministas, las provenientes de la sociología de la 
ciencia (particularmente FEYERABEND), foucaultianas, 
latinoamericanistas (FALS BORDA, ROIG & DUSSEL, 
CARDOSO & FALETTO, FREIRE, MARTÍN-BARÓ, 
etc.) y de enfoques metodológicos «antisistémicos» como la 
investigación-acción participativa (IAP) y la sistematización 
de experiencias (SE). La ciencia en tanto ideología de la 
60
Modernidad (PÉREZ SOTO 1998/2008), epifenómeno y 
coadyuvante del ejercicio del poder por parte de grupos 
dominantes (ALTHUSSSER 1989), ya ha sido suficientemente 
atacada y creo que hay poco que agregar al respecto. De lo 
que se trataría al parecer, y en la línea de la undécima tesis, 
sobre FEUERBACH (MARX 1888/1970), no es de conocer el 
mundo, aún «críticamente», sino de transformarlo. 
En lo que respecta a la producción de conocimiento 
científico, una de las propuestas de transformación radical o 
respuesta de «reconstrucción» —para seguir la terminología 
de COLLIER, MINTON & REYNOLDS (1991/1996, p. 
485)— de la ciencia social proviene de Latinoamérica, 
según postulan los/as defensores/as de la IAP (MONTERO 
2006) y de la SE (JARA 2006). Sólo es posible transformar 
(radicalmente) la ciencia si se incorpora a los/as informantes 
en tanto coinvestigadores/as de pleno derecho. Es decir, 
practicando una ciencia comunitaria que disuelva los límites 
entre investigadores/as e informantes, de manera que todos/as 
los/as actores/actrices sociales puedan decidir qué constituye 
un problema de investigación y, de este modo, contribuir 
en igualdad de condiciones a la discusión acerca de cómo 
abordarlo, realizar la investigación correspondiente y, sobre 
todo, servirse de los resultados generados. Mientras esto no sea 
así, los/as científicos/as sociales seguirán, en buena medida, 
«hablando por otros/as».
Esta respuesta de «reconstrucción» supone cambios 
estructurales. Quizás, mediante la revolución: esa «“técnica” 
que funciona a nivel macro» que sugería Jesús IBÁÑEZ 
(1986/2010, p. 69). Como fuere, no se trata de cosmética 
si, desde la mirada de poder/saber, se concibe la ciencia 
61
como una práctica social isomorfa a factores estructurales, 
resulta sospechoso cuestionar sus aspectos centrales dejando 
indemnes tales factores (que son, insisto, los que dan forma y 
sentido a lo que la ciencia es, y a la forma en que la hacemos). 
De este modo, es difícil hacer «otra ciencia» sin cuestionar 
de forma importante el orden que la sustenta. Por ejemplo, 
es poco probable contar con recursos «sistémicos» —como 
fondos concursables— al tiempo que se cuestiona la lógica 
que inspira dichos recursos o los criterios con los que son 
administrados. Estoy seguro que cualquiera que haya debido 
llenar un casillero explicando la «relevancia para el país» de 
un proyecto de investigación entiende a qué me refiero. 
Esa (radicalmente) «otra ciencia», que, en buena medida, 
cerraría la brecha teoría/praxis, está aún por hacerse y no la 
veo despuntar en el horizonte cercano. En la misma línea y 
retomando los ejemplos que mencioné antes —la cárcel, las 
disciplinas de raíz psi-, la Universidad—, pueden pensarse 
respuestas radicales (y, por tanto, igualmente improbables 
en las actuales condiciones) análogas a la investigación 
participativa: el fin de la cárcel, la desaparición de los trastornos 
psiquiátricos, una Universidad popular. Esta (radicalmente) 
otra sociedad también está aún por hacerse y tampoco la veo 
despuntar en el horizonte cercano.
Esto es así en virtud de lo que decía antes: es difícil hacer 
«otra ciencia» sin cuestionar de forma importante el orden 
que la sustenta. Ahora diré: es difícil, sí, pero no imposible. 
PÉREZ SOTO (1998/2008), en tanto concibe la ciencia como 
un fenómeno histórico producto de la Modernidad, entiende 
que puede dejar de ser lo que ha sido: «Los límites temporales 
de la Modernidad son, ni más ni menos, (…) los de la ciencia. 
62
Si la Modernidad es superable la ciencia también debe serlo» 
(p. 215, las cursivas son mías). La tarea es, entonces, «(…) 
realizar la ciencia y llevarla más allá de sí misma a través de 
sí misma». 
En efecto, la realidad social no es binaria: no se trata, 
digamos, de la revolución o la muerte. Hay grises. De hecho, 
¡lo que más hay es grises! Los grandes cambios —llamémoslos 
«paradigmáticos»— se producen tras un periodo variable de 
desestabilizaciones, de pequeños movimientos contrainstitucionales, 
que deriva en lo que se nos aparece como un colapso de lo conocido. 
Así, queda por considerar los efectos difusos que esta 
ciencia

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