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T e o l o g í a y l e n g u a j e DEL P O D E R DE D I O S AL JU EG O DE LOS N I Ñ O S G i o r g i o A G A M BEN T r a d u c t o r : m a t i 'a s h . r a í a C o lecc ión M itm a T e o l o g í a y l e n g u a j e DEL P O D E R DE D I O S AL JUEGO DE LOS N I Ñ O S G lO R G IO A G A M BEN L A S C U A R E N T A Agambcn, Giorgio Teología y lenguaje : del poder de Dios al juego de los niños . - la ed. - Buenos Aires : Las Cuarenta, 2012. 72 p . ; 21x13-5 cm. - (Mitma) Traducido por: Matías Raia ISBN 978-987-1501-40-3 1. Filosofía Contem poránea. I. Raia, Matías, trad. II. Título. C D D 190 Diseño de tapa y diagramación interior: Las cuarenta Imagen de tapa: Beto Martínez, “El trompo del ángel”, dibujo, Buenos Aires, 2 0 1 2 . Teología y lenguaje Giorgio Agatnben © Las cuarenta, 2012 Puan 376, Ciudad Autónoma de Buenos Aires www.lascuarentalibros.com.ar Primera edición ISBN 978-987-1501-40-3 http://www.lascuarentalibros.com.ar índice In troducción ....................................................................... 11 por Matías H. Raia Bataille y la paradoja de la soberanía............................. 13 Por una filosofía de la in fancia...................................... 25 La liturgia y el Estado m o d ern o ......................................33 ¿Qué es una o rden?........................................................... 47 Introducción Tal vez sea lícito realizar la siguiente pregunta: ¿por qué publicar estos cuatro textos del filósofo italiano Giorgio Agamben? Mi tarea de prologuista sería inten tar argumentaciones sesudas y referencias bibliográficas intensas para justificar un libro como Por una filosofía de la infancia y otros pre-textos. Pero no lo voy a hacer. No porque no existan razones para publicar un pseudo-ma- nifiesto como “Por una filosofía de la infancia” o un work in progrtss como “¿Qué es una orden?”, los textos por sí solos lo demuestran. Más bien prefiero pensar que estos textos funcionan juntos en consonancia y en disonancia, como extensiones y como derivas del pensamiento agam- beniano. Prefiero pensar que dependiendo de la lectura, el modo en que puede funcionar este artefacto. Entre Infancia e historia (1978) y Altísim a pobreza (2011), por proponer dos referencias arbitrarias pero tem porales, la filosofía agambeniana ha ido cam biando (los temas benjaminianos de la experiencia y la historia pasa ron a convivir con los temas foucaulteanos de la biopolí- tica), incorporando temas (la reflexión filosófica en torno del lenguaje y del sujeto se fue desplazando hacia la deriva teológico-política) y encontrando un tono (ciertas figuras poéticas, ciertos interrogantes abismales, cierta segmenta ción textual). Los artículos y conferencias que aquí reco gemos se distribuyen en esa línea temporal trazada entre un libro y otro: “Bataille y la paradoja de la soberanía” es de 1986; “Por una filosofía de la infancia” es de 1996; “La liturgia y el Estado m oderno” es de 2009; y “¿Qué es una orden?” de 2011. Cada uno dialoga a su m odo con la obra-Agamben y, por eso, podrían ser pensados como pre textos, como cajas de resonancias textuales. Así, por ejem plo, durante la lectura de “Por una filosofía de la infancia", sería inevitable pensar en Infancia e historia o en un artí culo com o “Forma-de-vida”; o en las páginas de “¿Qué es una orden?” notar una preocupación concom itante con la de E l sacramento del lenguaje. U n lector ya experimentado en el pensamiento agambeniano podría leer Por una filo sofía de la infancia y otrospre-textos como un conjunto de propuestas, como una serie de proto-libros imaginarios. Sin embargo, estos textos tam bién pueden servir de introducción al pensamiento de Agamben (a pesar de / por su lateralidad, a pesar de /p o r ser inéditos). En ellos se vuelve sobre conceptos centrales de su obra (hom o sa- cer y soberanía, por poner dos ejemplos) y se ponen en juego los planos del pensamiento sobre los que despliega su filosofía el autor de E l reino y la gloria-, la teología y la filosofía política pero también la estética y la lingüística. Aquel que quisiera introducirse, entonces, en el fascinan te m undo agambeniano, podría tranquilam ente empezar por alguno de estos textos y luego partir hacia los libros centrales del filósofo italiano. En todo caso, es válido pensar Por una filosofía de la infancia y otros pre-textos como un manojo de textos agambenianos, como una máquina que se pone en fun cionam iento cuando el lector abre el libro, y así evitar una posible justificación para publicarlo (o darla sin quererlo, a pesar suyo). Matías H . Raía O toño de 2012 Bataille y la paradoja de la soberanía Bataille y la paradoja de la soberanía' Las reflexiones que siguen se refieren a una anéc dota que me fue contada hace algunos años por Pierre Klossowski, con quien me fui a encontrar en su pequeña oficina de la calle Vergniot para que me hablara de sus en cuentros con W alter Benjamín. Pierre lo recordó perfec tamente, con más de cuarenta años de distancia, “de ros tro infantil, sobre el que parecía que habían sido pegados unos bigotes”. En aquel instante, entre las imágenes que todavía estaban muy vivas en su memoria, estaba también aquella de Benjamín con las manos levantadas en un ges to de advertencia (Klossowski en aquel m om ento se puso de pie para imitarlo) quien, a propósito de las activida des del grupo Acéphale y, en particular, las ideas expuestas por Bataille en su ensayo “La noción de gasto” (que había sido publicado tres años antes en Critique sociale), repetía “Vous travaillez pour lefascisme! [¡Ustedes trabajan para el fascismo!]”. " Giorgio Agamben brindó esta charla durante el seminario sobre Georges Bataille, en el inicio de 1986, realizado en Italia y orga nizado por el Centro Cultural Francés de Roma, bajo la curadu ría de Jacqueline Risset con la colaboración de Marina Galleti y Annamaria Laserra. El texto, “Bataille e il paradosso della sovranita”, fue recopilado por primera vez en la publicación Georges Bataille: il político e il sacro. [Risset, Jacqueline (org.). Georges Bataille: il po lítico e il sacro. Napoli, Liguori Editore, 1987, p. 115-119]. Me he preguntado frecuentem ente lo que Benjamín pretendía con esta frase. Él no era ni un marxista orto doxo ni un racionalista influenciado por coiunctivis pro- fessoria, que, incluso después de tantos años de cultura italiana de posguerra, pudiera escandalizarse por los te mas que ocupaban el pensam iento de Bataille. El “m ate rialismo antropológico”, del que había procurado trazar un perfil ya en su ensayo sobre el surrealismo de 1929, no parece tan distante -a l menos, a prim era v ista- del pro yecto batailleano de ampliar el horizonte teórico-práctíco del marxismo (basta pensar en el tem a de la embriaguez que, en ese ensayo, ocupa una posición central). Además, Benjamín conocía bien la fuerte aversión de Bataille por el fascismo, que se expresa precisamente esos años en una serie de artículos y análisis extrem adam ente agudos. Si no podía ciertam ente tratarse de los temas y los contenidos en el pensam iento de Bataille, ¿qué era lo que podía en tonces entender Benjamín con esa oscura sentencia? N o creo poder proporcionar una respuesta inmediata a esta pregunta. Pero como estoy convencido de la per sistente actualidad de los problemas que ocupaban la re flexión de esos años, me gustaría in ten tar ampliar el ámbi to cronológico de la advertencia de Benjamín y preguntar: ¿en qué sentido se podría decir hoy que tam bién nosotros trabajamos, sin saber, para el fascismo? O , invirtiendo la pregunta, ^ n qué sentido podemos asegurar que no esta- m o . i rabajando para lo que Benjamín podía entender con esc término? I'.n .1 poder establecer esta pregunta, me gustaría prime- iii miii.iiI' i ii relación a los intentos que me parecen más ni ,ci |> ".i iticdir la herencia teórica del pensam ientode Bataille y desenvolverla en dirección de una teoría de la comunidad. Me refiero al im portante ensayo de Jean- Luc Nancy sobre La communauté desouvrée [La com uni dad desobrada] (publicado en Aléa, 4, 1983) y al texto de Blanchot L a communauté inavouable [La com unidad in confesable] (Paris, 1983) que constituyen de algún modo una reanudación y una prolongación. T an to Nancy como Blanchot se mueven por la consta tación de la crisis radical y la disolución de las com unida des en nuestro tiempo e intentan, precisamente, interro garse sobre la posibilidad - o sobre la im posibilidad- de un pensamiento y una experiencia comunitaria. Es en esta perspectiva que ambos buscan en el pensamiento de Bataille. Ellos coinciden en reconocer en Bataille el recha zo de toda comunidad positiva fundada sobre la realiza ción o sobre la participación de un presupuesto común. La experiencia com unitaria implica en realidad, para Bataille, la imposibilidad del comunismo como una inma nencia absoluta de hom bre a hom bre y como la ineficacia de toda com unión fusional en una hipóstasis colectiva. A esta idea se opone, en Bataille, una comunidad negativa, cuyas posibilidades se abren en la experiencia de la muer te. La com unidad revelada por la muerte no instituye ninguna ligazón positiva entre los sujetos, sino que está frecuentem ente ordenada por su desaparición, la muerte como aquello que no puede de forma alguna ser transfor mado en una substancia o una obra común. La com unidad que esta aquí en cuestión tiene, por eso, una estructura absolutamente singular: ésta asume en sí la imposibilidad de inm anencia propia, la imposibilidad misma de ser com unitaria en tanto sujeto de comunidad. La com unidad reposa, en este sentido, de algún modo, en la imposibilidad de comunidad y la experiencia de esta im posibilidad funda, por el contrario, la única com unidad posible. Es evidente que, en esta perspectiva, la com uni dad puede ser sencillamente “com unidad de los que no tienen com unidad”. Y tal será en verdad el modelo de com unidad batailleana: se trata de la com unidad de los amantes, que Bataille frecuentem ente evoca, o la com uni dad de los artistas o, más insistentemente, la com unidad de los amigos, a la cual procuró darle vida con el grupo Acéphale, del cual el Collége de Sociologie era una manifes tación esotérica -e n todo caso en el centro de esta com u nidad está inscripta la estructura negativa. Pero ¿cómo se puede atestiguar una com unidad simi lar? ¿En qué experiencia podrá manifestarse? La privación de cabeza, la acefalidad que sanciona la participación en el grupo batailleano establece ya una prim era respuesta: la exclusión de la cabeza no significa solamente elisión de racionalidad y exclusión de un jefe sino, ante todo, la mis ma autoexclusión de los miembros de la com unidad, que están presentes sólo a través de la propia decapitación, de la propia “pasión” en el sentido estricto de la palabra. Es esa experiencia que Bataille define con el térm ino extase, éxtasis. De este m odo lo vio Blanchot, pero, por otro lado, estaba implícita la tradición mística de la cual Bataille, tom ando distancia, recibía el térm ino, la para doja decisiva del ektasis, de este absoluto estar-fuera-de-sí del >.iijcfo. Esta paradoja consiste en que aquel que hace la ■ k | > 1 1 icm i.i no está en el instante en el que la experimenta, ili In perderse en el m om ento mismo en que el que debe- fífi t ' i present í para hacer la experiencia. La paradoja del éxtasis batailleano es, en realidad, que el sujeto debería estar presente donde no puede estarlo, o en viceversa, que el sujeto debe perderse en donde debería estar presente. Es esa estructura antinóm ica de esta experiencia interior la que Bataille procurará por toda la vida aferrar y cuya realización constituía aquello que él definía como “opération souveraine [operación soberana]” o “la souve- raineté de l'étre [la soberanía del o tro ]”, la soberanía del ser. N o es ciertam ente por azar que Bataille term inó por preferir la expresión “operación soberana” a otra defi nición. C on un sentido agudo en relación al significado filosófico de las cuestiones terminológicas, Kojéve, en una carta a Bataille que se conserva en la Bibliothéque Nationale de Paris, subraya explícitamente que el térm i no más apropiado para el problema de su amigo no puede ser “soberanía”. Y al final de la sección titulada Position décisive de la Expérience intéríeure [La experiencia inte rior], Bataille define de este m odo la operación soberana: “L’operation souveraine, qui ne tient que d ’elle-méme son autorité, expie en méme temps cette autorité. [La operación soberana, que obtiene su autoridad sólo de sí misma, expía al mismo tiempo esta autoridad.]”. ¿Cuál es, en realidad, la paradoja de la soberanía? Si el soberano es, según la definición de Cari Schmitt, aquel que tiene el poder legítimo de proclam ar el estado excep ción y de suspender, de tal modo, la validez del ordena m iento jurídico, la paradoja del soberano se puede enton ces enunciar de esta forma: “el soberano está, al mismo tiempo, fuera y dentro del ordenam iento”. La precisión “al mismo tiem po” no es superflua: “el soberano, en ver dad, teniendo el poder legítimo de suspender la validez de la ley, se coloca legítimamente por fuera de ella." Por eso, la paradoja de la soberanía se puede tam bién form ular de este modo: "la ley está fuera de sí misma, está fuera de ley; o: yo, el soberano, que estoy fuera-de-ley, declaro que no hay fuera-de-ley.” Esta paradoja es muy antigua y, si se observa atenta mente, está explícito en el mismo oxím oron que se en cuentra en la expresión: el sujeto soberano. El sujeto (esto es, aquello que etimológicamente está sub) es soberano (es, por eso, aquello que está sobre). Y tal vez el térm ino sujeto (en conform idad con la ambigüedad de la raíz indo-euro pea de la que derivan las preposiciones latinas de sentido opuesto supery sub) no tiene otro significado que esta pa radoja, este demorarse donde no está. Si esa es la paradoja de la soberanía, ¿podemos decir, en tonces, que Bataille, en su apasionada tentativa de pensar la com unidad, consiguió rom per el círculo? In tentando pensar más allá del sujeto, intentando pensar el éxtasis del sujeto, pensó, en verdad, solamente su límite interno, su antinom ia constitutiva: la soberanía del sujeto, el estar sobre lo que está sub. Es cierto que el propio Bataille se da cuenta de esta dificultad. Puede decirse, por el contra rio, que toda la Expérience intérieure, tal vez su libro más ambicioso, es el intento de pensar esta dificultad, que en cierto pun to lo formula como un sostenerse de pie “sobre la punta de un alfiler”. Pero - y la imposibilidad de llevar a cabo su proyectado trabajo sobre la soberanía es prueba de eso - Bataille no logró llegar al final. Y es tom ando con ciencia de este límite esencial que podemos esperar obte ner la exigencia más propia de su pensamiento. C on una dificultad similar se había debatido m u chos años antes o tro pensador del éxtasis, el Schelling de Filosofía della revelazione, que confió en el éxtasis y el anonadam iento de la razón en la tarea decisiva de pen sar lo que anticipa al pensamiento. La dificultad, que está aquí en cuestión, es, en realidad, incluso más antigua que su formulación como paradoja de soberanía. Esta se re m onta a la dualidad que está implícita en el mismo modo en el que la filosofía occidental in ten tó pensar al ser (en este sentido, Bataille tenía razón en hablar de “soberanía del ser”): el ser como sujeto, materia, upokeityuimenon, y el ser como forma, eidoV\ el ser que está desde siempre presupuesto y el ser que está com pletam ente en presen cia. Aristóteles piensa esta dicotom ía como dualidad de potencia, dunam iV, y de acto, energeia. N osotros estamos habituados a pensar el térm ino potencia sobre todo en el sentidode fuerza, de poder. Pero la potencia es ante todo potentia passiva, pasión en el sentido etimológico de pa decimiento, pasividad, y sólo en un segundo m om ento potentia activa y fuerza. Desde esos dos polos a través de los cuales la filosofía pensó al ser, el pensamiento m oderno, de Nietzsche en adelante, pensó constantem ente el de la potencia. Por eso en Bataille -y en pensadores, como Blanchot, que le son más próxim os- es decisiva la experiencia de la pasión, del déchainement des passions [desencadenamiento de las pa siones] del que se desprende el sentido últim o de lo sa grado. Y que esta pasión fuera entendida en el sentido de la potentia passiva, en más de una oportunidad Kojéve lo subraya, indicando como clave de la Expérience intérieure el pasaje en el cual se dice que l ’expérience intérieure est le contraire de l ’action [la experiencia interior es lo contrario de la acción]”. Pero como el pensam iento de la soberanía no puede salir de los límites de la antinom ia de la subjetividad, así el pensam iento de la pasión es todavía pensamiento del ser. El pensam iento contem poráneo, intentando superar el ser y el sujeto, abandonó la experiencia del acto, que in dicó por siglos el vértice de la metafísica, pero sólo para exasperar e impulsar al extremo la polaridad opuesta de la potencia. De este modo, sin embargo, este no va más allá del sujeto, sino que lo piensa como la forma más extrema y al extremo: el puro estar sub, o pathos, lapotentiapassiva, sin conseguir destruir el nexo que la m antiene ligada a su polo opuesto. El vínculo que m antiene juntos potencia y acto no es, en verdad, algo simple y tiene su nodo indisoluble en este “don del sí mismo a sí m ism o” (epidodiVeiVauto) que un enigmático pasaje de Aristóteles (De an., 417 b) presen ta en estos términos: “Sufrir [pascein) no es un térm ino simple sino que, por una parte, es una certera destrucción (jqora) por obra del contrario, y por la otra es más bien la conservación (svteria) de lo que está en potencia en lo que está en acto... y esto no es un volverse otro en sí, porque hay don del sí mismo al sí mismo y para el acto.” Si volvemos ahora a la anécdota benjam iniana de la que partimos, ¿podemos decir, en la medida en que todavía estamos en este pensam iento de la pasión y de la potencia, que trabajamos fuera sino, ciertamente, del fascismo, al menos de aquel destino totalitario de Occidente, el que Benjamín tenía en mente con su advertencia? ¿Podemos decir que escojemos la paradoja de la soberanía? ¿En qué BATAILLE Y LA PARA D O JA DE LA S O B E R A N ÍA medida el pensamiento de la pasión puede liberarse tanto del acto como de la potencia? ¿La pasión sin sujeto está verdaderamente más allá de la subjetividad pura como potencia de sí? ¿En qué comunidades se puede pensar a partir de eso, que no sean simplemente una com unidad negativa? Es probable que en tanto no podamos responder estas preguntas -y estamos todavía lejos de poder hacerlo- el problema de una comunidad hum ana libre de presupues tos y sin más sujetos soberanos no pueda ni siquiera ser propuesto. Por una filosofía de la infancia Por una filosofía de la infancia' En las aguas frescas de México vive una especie de sa lamandra albina que ha atraído la atención de los zoólo gos y estudiosos de la evolución animal por largo tiempo. Q uien haya tenido la oportunidad de observar un espé cimen en un acuario, habrá sido sorprendido por la apa riencia infantil, casi fetal de este anfibio: su cabeza relati vamente larga encastrada en su cuerpo, su piel opalescen te, levemente veteada de gris en el hocico y encendida en plateado y rosa en las excrecencias alrededor de sus agallas, sus delgadas patas en forma de lirio y dedos rojos como pétalos. El axolotl (éste es su nombre) fue clasificado en p rin cipio como una especie discreta, una que mostraba la pe culiaridad de m antener a lo largo de su tiem po vital, ca racterísticas que son, para un anfibio, típicas de la larva, como la respiración branquial y un hábitat exclusivamen te acuático. Que ésta era una especie autónom a, sin em bargo, fue probado más allá de toda duda por el hecho de que, a pesar de su apariencia infantil, el axolotl fue perfec- ' Este artículo, “Per una filosofía deU’infanzia”, fue publica do originalmente en la antología colectiva Perfetti e invisi- bili [La Cecia, Franco (comp.). Perfetti e invisibili. Milano. Skira, 1996, pp. 233-240.] tam ente capaz de reproducirse. Sólo después, una serie de experimentos confirmó que, seguido de la administración de horm ona tiroidea, el pequeño tritón experimentaba la metamorfosis normal de los anfibios: éste perdería sus agallas y, desarrollando la respiración pulm onar, abando naría la vida acuática para transformarse en un espécimen adulto de la salamandra manchada {ambistoma tygri- nitrn). Esta circunstancia podría conducir la clasificación del axolotl a un caso de regresión evolutiva, un desafío en la lucha por la vida que compele a un anfibio a renunciar a la parte terrestre de su existencia y a prolongar indefinida m ente su estado larval. Pero éste no es el caso; y es precisamente este infan tilismo obstinado {paedomorphosis o neotenia) el que ha ofrecido la llave a una nueva forma de entender la evolu ción animal. ¿Qué seguiría, en este sentido, si los seres hum anos no hubieran evolucionado inicialmente a partir de indivi duos adultos, sino de bebés prim ates que, como el axo lotl, habrían adquirido prem aturam ente la capacidad de reproducirse? Esto explicaría un núm ero de características m orfoló gicas humanas (desde la posición del agujero occipital a la forma de la aurícula del oído, desde la piel sin pelo a la estructura de las manos y los pies) que no se corresponden con aquellas de los antropoides adultos sino con las de sus fetos. Rasgos que son transitorios en los primates, en los hum anos se han vuelto definitivos, de alguna manera tras pasando, en carne y hueso, el tipo del eterno niño. Más allá de todo, sin embargo, la hipótesis nos perm ite explicar de un nuevo m odo el lenguaje y toda la tradición exoso- mática (cultura) que, más que cualquier marca genética, caracteriza al homo sapiens. Intentem os imaginar un infante que, al contrario del axolotl, no sólo se instala en su entorno larval, sino que tam bién se adhiere tanto a su falta de especialización y a su totipotencia que rechaza cualquier destino y cual quier entorno específico para solamente seguir su propia indeterminación e inmadurez. M ientras otros animales (¡los maduros!) simplemente obedecen las instrucciones específicas escritas en sus códigos genéticos, el neoténico infante se encuentra a sí mismo en la condición de tam bién ser capaz de prestar atención a aquello que no está escrito, de prestar atención a las posibilidades somáticas arbitrarias y no codificadas. En su infantil totipotencia, estaría arrojado fuera de sí, no como lo están otros seres vivientes, en una aventura y un entorno específicos, sino, por primera vez, en un mundo. En este sentido, el infante estaría verdaderamente a la escucha del ser y de la posibi lidad. Y, con su voz libre de toda directiva genética, con absolutamente nada que decir ni expresar, el niño podría, al contrario de cualquier otro animal, nom brar las cosas en su lenguaje y, de este modo, abrirse ante sí mismo una infinidad de mundos posibles. En la vocación hum ana específica, la infancia es, en este sentido, la preem inente composición de lo posible y de lo potencial. N o es una cuestión, sin embargo, de simple posibilidad lógica, de algo no real. Lo que caracteriza al infante es que él es su propia potencia, él vive su propia posibilidad. N o es algo parecido a un experimento espe cífico con la infancia, uno que ya no distingue posibili dad y realidad, sino que vuelve a lo posible en la vida en sí misma. Es en vano que los mayores intenten chequear esta inm ediatacoincidencia entre la vida del niño y la po sibilidad, confinándola a tiempos y lugares limitados: la guardería, los juegos codificados, el tiem po de jugar, y los cuentos de hadas. Ellos saben muy bien que la cuestión no es de fantasear, sino que en este experimento el niño arriesga toda su vida, poniéndola en juego literalm ente en cada instante. El experimentum potentiae del niño, de he cho, ni siquiera separa su vida biológica: el niño juega con su función fisiológica, o, mejor, la juega, y de este modo, se complace en ella. Los buenos maestros saben esto, son aquellos que en tienden que los juegos son la autopista a la experiencia infantil. Es por eso que ellos triunfan al lograr que el niño adquiera ciertas costumbres y hábitos. Para que un niño aprenda a bañarse, por ejemplo, es esencial transform ar el baño en un juego; y es jugando que el futuro adulto ad quiere su forma de vida. Heidegger describió la inquietud y el m ovimiento es pecífico de ser-en-el-mundo por la vía del térm ino Dasein, estar-ahí, estar en el propio-lugar. Es una pregunta, diría mos, acerca de una trascendencia sin un en otra parte, de un ser fuera de sí mismo y en su propio camino hacia su verdadero tener-lugar (Heidegger una vez expresó esta condición como ‘ser por dentro un afuera’). ¿Cuál es el Dasein de un niño? U no podría decir que es una inm a nencia sin lugar ni sujeto, un aferrarse que no se aferra ni a iiu.i identidad ni a una cosa, sino simplemente a su propia |n >\ilnlid.id y potencialidad. Es una absoluta inmanencia i|tii mm.mente a nada. En este sentido el niño es el paradigma de una vida que es absolutamente inseparable de su propia forma, una ab soluta forma-de-vida sin resto. ¿Qué significa ‘forma de vida’ en este caso? Significa que el niño nunca es nuda vida, que nunca es posible de aislar en un niño algo como la nuda vida o la vida biológica. Las políticas con las que estamos familiarizados están caracterizadas desde su origen por la diferenciación de la esfera de la nuda vida (zoé, la simple vida natural, como opuesta al bios, la vida que está políticam ente cualificada por los hombres libres), la que, en la polis clásica, fue con finada a los recintos de la casa (el lugar de las mujeres, de los niños, de los esclavos) y que, en la ciudad moderna, ha increm entadam ente y todavía más profundam ente llega do a entrar en la esfera política (que, al final, se convierte en esta incesante decisión de vida: el campo de concentra ción como lugar de la nuda vida). Si el niño parece escapar a esta estructura y nunca permite, en sí mismo, la diferencia de la simple vida, no es, como se suele sostener, porque el niño tiene una vida irreal y misteriosa, una hecha de fantasía y juegos. Es exactamente lo opuesto lo que caracteriza al niño: éste se aferra tan estrechamente a su propia vida fisiológi ca que se convierte en indiscernible de ella misma. (Éste es el verdadero sentido del experimento con lo posible que mencionábamos con anterioridad.) Al igual que la vida de la mujer, la vida del niño es inaferrable, no porque trascienda hacia otro mundo, sino porque se aferra a este m undo y a su propio cuerpo de un modo que los adultos encuentran intolerable. Los latinos tenían una expresión singular, vivere vitam, que pasó a los idiomas romances m odernos como vivre sa vie, vivere lapropria vita. La fuerza transitiva completa del verbo Vivere’ debe ser restaurada en este punto; una fuer za, sin embargo, que no tom a un objeto (¡esto es una pa radoja!), sino que, diríamos, no tiene un objeto otro que sí misma. Es una absoluta inmanencia que no obstante se mueve y vive. Tal es, entonces, la vida del niño. Y es por eso que el n iño es el único ser íntegram ente histórico, si la historia es, precisamente, aquello que es absolutam ente inm a nente, sin haber sido identificado de hecho (la batalla de W aterloo no es ninguno de los hechos que la componen, y ni siquiera su suma -y sin embargo no hay nada más que estas cosas). La vida del niño, como resulta, en vez de parecer com pletam ente dividida en pequeños hechos y episodios faltos de sentido e historia (como la vida de los primitivos), permanece inolvidable, la cifra de una histo ria mayor. La liturgia y el Estado moderno La liturgia y el Estado moderno European Gradúate School - 08/2009 En los últimos años he enfocado mi investigación prim ero en el derecho y luego en la teología. ¿Por qué? La primera respuesta, que es obviamente un chiste pero todo chiste tiene un centro serio, sería porque éstos son los únicos dos campos en los que Michel Foucault no trabajó. La segunda respuesta, aparentem ente más seria, pero toda seriedad tiene un centro de farsa, sería porque quise entender qué es la política. Y tuve la impresión de que en las esferas jurídica y teológica, lo que en la filosofía política se presenta en sí mismo como el arcanum imperii -e l misterio del p o d er- se vuelve claro e incluso adquiere una suerte de transparencia. En estos dos años concentré mi investigación sobre la liturgia. Esto no debería resultar sorprendente porque la liturgia es a la teología lo que la ontología o la metafísica son a la filosofía: il theologia pri ma, como los teólogos dicen, así como la ontología es la philosophia prima. Esta confcrcncia, “Liturgia and the M odern State”, fue reali zada en agosto de 2009 en el Colegio Europeo de Graduados (European Gradúate School) de Saas Fee, Suiza. La videoconfe rencia puede verse en esta dirección: http://www.youtube.com / watch?v=IIYDSkAAH10 http://www.youtube.com/ Por o tro lado, me pareció que sólo si podía entender qué es un acto litúrgico, podría responder a la pregunta de A rendt: < qué significa actuar políticam ente ? De hecho, la proxim idad entre liturgia y política está implícita en el mismo térm ino liturgia.. El térm ino griego liturgia viene de lans (pueblo) y ergon (obra) y significa, por lo tanto, literalm ente acción pública, actividad hecha por el pue blo. En Atenas, la liturgia designaba la actividad, las obras que el ciudadano que tenía cierto ingreso estaba obligado a realizar para la ciudad. Por ejemplo: organizar los juegos públicos {gymnasiarchia), o la fiesta pública (corrigia), y en caso de guerra, arm ar un barco (trierarchia). Com o saben, la historia de un térm ino coincide con su traducción. Y en esta perspectiva, me gustaría destacar la crucial im portancia de dos m om entos en la historia del térm ino liturgia. El prim ero fue cuando los rabinos ale jandrinos que tradujeron la Biblia al griego eligieron el térm ino liturgia para traducir el shir'dhebreo, que signifi caba la actividad cultual en el templo. Lamentablemente, no tengo el tiem po necesario para demorarme aquí en las razones que em pujaron a los rabinos a elegir un tér mino político para nom brar una actividad vinculada con el culto. El segundo m om ento, aún más significativo, fue cuando los padres cristianos latinos, especialmente Ambrosio (porque fue el primero), eligieron el térm ino latino ojficium para designar en el mismo sentido, como una traducción de liturgia, la práctica cultual del sacerdo te. La im portancia de este evento para la cultura occiden tal no debería ser desestimada. U na de las consecuencias catastróficas de esta traducción con el térm ino oficio fue la entrada de la obligación en la esfera de la moral (una verdadera catástrofe para la ética occidental). Officium fue a m enudo traducido como obligación. N o es realmente obligación en latín, pero fue traducido como obligación. Pero déjenme empezar mi resumida genealogía de la liturgia, eligiendo un lugar en Alemania en la década de 1920, la Abadía Benedictina de Maria Laach. Aquí, en los mismos años en que Marcel D ucham p está trabajando en su Grand Verre y M artín Heidegger está preparando su obra maestra, un monje desconocido, O do Casel, traba ja en el nacimiento de lo que sería llamado die liturgiscbeBewegung, el movimiento litúrgico. Los prim eros veinte años del siglo X X han sido llamados la edad de los movi mientos. N o sólo en la derecha, tam bién en la izquierda de la escena política, los partidos fueron reemplazados por los movimientos. Incluso en cada campo -literatura, artes- los movimientos tom aron el lugar de las escuelas y las instituciones (recordarán que cuando en 1914 Freud tuvo que encontrar un nom bre para lo que estaba hacien do, pensó primero en "Escuela psicoanalítica”. Luego, eli ge “M ovim iento psicoanalítico”). Todavía nos falta una investigación seria sobre este fenómeno, sobre por qué el térm ino movimiento adquiere repentinam ente tal poder. Volvamos a O do Casel. En 1918, realizó su diserta ción en la Universidad de Bonn, estaba escrita en latín y su título fue Philosophorum Graecorum Silencio Mystico [Sobre el silencio místico en los filósofos griegos]. Aquí encontramos más o menos claramente establecidas las dos tesis fundamentales que guiarán sus investigaciones fu tu ras. Primero: los misterios paganos no fueron una doctrina secreta, como se dice, sino que estaba prohibido divulgar los. Los misterios paganos fueron una praxis, una acción (dromena) que perm itía poner en acto la salvación de aquellos que tom aban parte en estos misterios. Segundo: hay una continuidad genérica entre los misterios paganos y la liturgia cristiana. La liturgia cristiana es un misterio, en el mismo sentido: es una praxis, es una acción. Podría sugerir que esta tesis, especialmente en el contexto de Alemania en ese m om ento, pudo tener implicaciones an tisemitas ya que suponía que la liturgia cristiana no habría tenido su origen como realmente lo tuvo en la sinagoga judía, sino en los misterios paganos. Pero destaquemos lo que fue el núcleo, la conclusión de toda la investigación escolástica y filológica de Casel. De acuerdo con Casel, la iglesia no es una com unidad de creyentes, quienes com parten una cierta serie de dogmas y creencias. El cristianismo en su centro no está defini do por una doctrina sino por una acción, una praxis, es decir, por la participación en las actividades cultuales de la liturgia, del misterio de la liturgia. Esto significa en pa labras de Casel que “el cristianismo no es una doctrina sino un m isterio”. Y si misterio es el nom bre apropiado para las acciones del sacerdote, y más generalmente para la praxis cristiana, entonces tuve que entender y definir los principales aspectos de esta praxis: qué es un misterio li túrgico, considerado como el paradigma mismo de la praxis humana. Tom em os el ensayo de Casel de 1928 sobre Mysteriengegenwart [La presencia mistérica]. D e acuerdo con Casel, el misterio litúrgico no es una representatio [re presentación] sino una presentatio [presentación]. En el misterio litúrgico, atestiguamos la presencia real, efectiva, Id que se simboliza en éste. “La expresión presencia misté- l a l i t u r g i a y el e s t a d o m o d e r n o rica (Mysteriengegenwart) es una tautología porque una presencia pertenece constitutivam ente al m isterio”. Casel era filólogo. En esta perspectiva tuvo una increí ble cantidad de investigación sobre la historia de la litur gia; y especialmente se concentró en la teoría patrística y escolástica de los sacramentos. Ciertam ente, el sacramen to es el centro mismo de la liturgia cristiana. De acuerdo con esta teoría, el sacramento es una actividad muy pe culiar: “Los sacramentos ‘efficient quodfigurant’-. realizan, ponen en acto lo que significan.” Inm ediatam ente pueden ver que la prim era definición de un acto performativo, de un acto de habla, fue elaborada en la teoría de los sacra mentos. Los sacramentos realizan lo que significan. El sa cram ento es un signo, pero la particularidad de ese signo es que hace realidad lo que significa. La teoría de los actos de habla fue elaborada prim ero para explicar la peculiar naturaleza de la acción sacramental. El historiador de la religión Guy Stroumsa tiene una teoría interesante en la que opone lo que sucedió en el judaismo a lo que sucedió en el cristianismo: mientras después de la destrucción del tem plo los rabinos espiri tualizaron la liturgia y substituyeron el talm ud thora, el estudio de la thora, por el logro ritual de los sacrificios en el templo, el cristianismo todavía se centró en el sacrificio. Pero éste es un sacrificio peculiar, una inmolazio incruenta (sin derramar sangre), un misterio en el que Cristo, la pa sión y muerte de Cristo, está presente -se hace presente. Pero está presente no como una presencia histórica sino en sus efectos, en su efectividad y eficacia (en la medida en que opera la redención del pecado). Continuem os nuestro análisis de la praxis peculiar que es el misterio litúrgico. U na de las principales consecuen cias de su naturaleza performativa es la elaboración de la distinción entre opus operatum y opus operantis. De acuer do con los teólogos, opus operatum nombra la acción sa cramental en su efectividad performativa, es decir, porque provocará ciertos efectos (producirá en todo caso los efec tos). Opus operantis nom bra el acto en la medida en que es realizado por un determ inado sujeto, un determ inado agente, el sacerdote que tiene una cierta cualidad moral y física. El origen de esta teoría estuvo en las controversias del siglo III en torno de la validez del bautismo. El proble ma era: si el sacerdote que adm inistra el bautismo es un asesino o un apóstata o lo que fuera, ¿el bautismo es váli do? H ubo una gran discusión pero luego la Iglesia decidió que independientem ente del carácter moral del sacerdote, el bautism o en cualquier caso es válido. Entonces imagi nen: si suponemos que el sacerdote tuvo la intención de violar a una mujer y después la bautizó con esta intención, de todos modos, el bautismo es válido. De hecho, el único caso en el que el bautismo no es válido es si el sacerdote está brom eando (es muy extraño: la Iglesia no puede so portar la broma, es la única causa que anula el bautismo). Entonces, sí, se trata de una teoría extraña pero fue pen sada para asegurar la validez, la efectividad de la liturgia sacramental sin ninguna referencia al agente. C uando estaba trabajando en esta teoría, me pregun taba cuál habría sido el origen, quién habría inventado esta teoría, algo que nunca había sido mencionado. Sí, a veces un determ inado teólogo era mencionado pero nunca una referencia al texto. De este modo, la persona que inventó esta teoría fue Petrus (Pierre) de Poitier, un teólogo del siglo XIII quien fue uno de los tres “laberin tos de Francia” (como se los llamó a Petrus Abaellardus, Petrus Lombardus y Petrus de Poitier, porque eran muy sutiles). Esta teoría, que luego se volvió el paradigma de la praxis del sacerdote, fue prim ero inventada para la acción del diablo. La idea era ésta: el diablo es tam bién un sier vo de Dios, y Dios por lo tanto aprueba sus obras, pero no aprueba sus opera operantia, las obras mediante las que el diablo ha actuado, porque éstas siempre son malas. Sólo aprueba sus opera operata, los efectos de la acción. Imaginen cuán embarazozo para los teólogos habrá sido el hecho de que el paradigma que actuaría como base para la praxis del sacerdote haya sido elaborado prim ero para la acción del diablo. Es realmente una ironía de la historia. Lo que im porta en esta apuesta, en esta tragedia, creo que ya lo han entendido, es por supuesto la separación en tre la eficacia, la realidad efectiva de una acción, y el sujeto que la lleva a cabo. Entonces, reflexionemos sobre el status peculiar de la acción sacerdotal que está separada en dos: por un lado, la opus operatum, es decir, la efectividad, la realización; por el otro lado, la opus operantis, la modali dad subjetiva mediante la cual el agente realiza la acción. El vínculo ético entre el sujeto y sus acciones está roto. N i la necesidad, ni la intención, ni el statusmoral del agente son de algún modo relevantes. C om o las acciones del dia blo son realizadas en servicio de Dios, a pesar de que son en sí mismas malas y fatales, de la misma manera la acción del sacerdote es buena y válida como opus dei aún si el sa cerdote es un pecador, un picaro o un asesino. Me gustaría destacar el status peculiar de la subjetivi dad en este contexto. El sacerdote es sólo, como dicen los teólogos, un instrum ento viviente, instrumentum anima.- tum de un misterio que lo trasciende. Y sin embargo, en tanto que es un ministro, el sacerdote es un agente, lleva a cabo la acción sacramental que sin él no podría volverse real y efectiva. Esta práctica paradójica es lo que los teó logos llamaron el officium, el oficio. Pienso que inm edia tam ente se dan cuenta de la enorm e influencia que este paradigma práctico ejerció sobre la cultura occidental. El paradigma del oficio santo es el mismo que el paradigma del oficio civil. El funcionario y el clérigo están justam ente en el mismo nivel. H ay una acción que es buena y eficaz en sí misma sin relación con el status moral del agente y sin embargo el agente es esencial no como un cuerpo o una persona, sino en tanto y en cuanto tiene el poder y la legitimación para actuar, sólo en tanto y en cuanto ejerce una cierta función. Entonces, ven esta increíble transform ación del para digma de la praxis hum ana que está implícita en este m o delo. Pero esto implica también una transform ación idén tica en la ontología. Heidegger en sus lecciones de 1941 sobre L a metafísica como historia del ser ha analizado la transform ación ontológica implícita en la traducción del térm ino griego energeia al térm ino latino actualitas que se convertiría en Wirklichkeit. Heidegger señala el origen romano de esta transform ación y además menciona la Iglesia romana, pero estas indicaciones permanecen va gas y Heidegger se lim ita a evocar “la fe bíblico-cristiana en la creación”. M i investigación m ostró que la prim era traducción latina del térm ino griego energeia. no es actúa- litas, que es parte de una terminología escolástica tardía, sino effectusy ejficenzia, eficacia. Todos estos térm inos han aparecido en la prim era mitad del siglo III, inventados por la teología cristiana. El locus de la transformación ontológica, que se volverá evidente por el anterior mo delo, no está en la fe en la creación sino en la liturgia y la teoría de los sacramentos. M ientras energeia fue para Aristóteles un m odo del ser, una m orada en la presencia basada en el modelo, el ergon, la obra; ahora el ser se vuelve una Wirkluchkeit, una praxis, una actividad, una activi dad peculiar, una efectividad, una praxis que coincide con sus efectos. Esto cambia completamente el modelo del ser. Pero pienso que éste es todavía nuestro m odo de entender lo que es el ser, no tenemos más representación del ser que esta W irklichkeit o realitas. Déjenme concluir evocando el contexto histórico cul tural en el que el m ovimiento de la liturgia se localizó. ¿Es por casualidad que la obra y el desarrollo del movimiento litúrgico en la Iglesia coincide con un desarrollo sin prece dentes de los aspectos litúrgicos y ceremoniales del poder profano? Así en los mismos años asistimos, prim ero en la Italia fascista y luego en la Alemania nazi, a la elaboración de los rituales políticos en los que la presencia del elemen to litúrgico consciente es evidente. La analogía no sólo es formal. N o sólo el elemento técnico indispensable en toda liturgia, la tan llamada “doxología” o “aclamación”, es retom ado y reactualizado por el poder estatal, sino tam bién, como Kantorowicz ha mostrado en su libro Laudes Regiae, hay un continuo intercambio de aclamaciones entre la iglesia y el poder estatal. Kantorowicz describe la historia de una aclamación específica: Christus vincit, Christus regnat, Christus imperat [Cristo vence, Cristo reina, Cristo manda]. M ientras Pió XI es elegido Papa en 1922, en el mismo año cuando Mussolini tom a el poder en Italia, intenta afrontar la nueva energía en la política, iniciando el festín que llamó Christus Rex [Cristo rey] y reactualizando la vieja doxología. Pero lo que mostró Kantorowicz es que unos años después encontram os esta doxología, esta aclamación de la Iglesia convirtiéndose en los rituales fascistas, y será utilizada mezclada con el nom bre de Mussolini: Mussolini triunfa, reina, manda. Y tam bién la encontraremos durante la guerra civil española, utilizada por los m ilitantes fascistas. Pero tam bién la teo ría del “Führertum ” de Cari Schmitt, en la que el Führer es concebido no sólo como un símbolo, sino como una puesta en acto y una realización de “la inm ediata presen cia (Gegenwart) del pueblo alemán”, corresponde exacta mente a la teoría de Casel del mysterium de la Gegenwart de Cristo en el sacramento. En la prim era m itad del siglo XX, la liturgia está en to dos lados, creo. N o sólo donde uno podría esperarlo como en Stefan George y el círculo poético o en la Kosmischer Runde de Ludwig Klages, sino tam bién donde uno no lo esperaba como en el grupo Acéphale de Georges Bataille y en el Collége de Sociologie, donde podemos ver aparente m ente intelectuales franceses serios que celebran un ritual nocturno llamado “L ’experiéncie [sic] de la joie devant la ynort" (intelectuales que se encuentran en algún punto de la ruta, durante la noche, y realizan la experiencia). Recuerden que Klossowski decía recordar a Benjamín le vantando sus brazos al cielo diciendo “ Vous travaillespour lefascisme!” [¡Ustedes trabajan para el fascismo!]. Pero lo mismo encontramos en el dom inio del arte, hay un estricto vínculo entre las prácticas avantgarde y la liturgia. La evolución de H ugo Ball de la creación del dadaísmo al cristianismo bizantino (ese es el título de su libro de 1923 [By-zantinisches Christentum\) es extraordi nariam ente significativo. Pienso que no sería incorrecto decir que el advenimiento de la creación artística lograda por el dadaísmo y el avantgarde señaló en la dirección de la gestualidad puram ente litúrgica. Su últim a consecuencia sería el rol de la performance en el arte contemporáneo. Creo que no podemos entender qué es una perform an ce si no entendem os qué es una práctica litúrgica. Una práctica puram ente litúrgica con todas las características de la performance que vimos. Entonces, creo que tal vez la prim era mitad del siglo X X es no sólo la edad de los movimientos, sino también la edad de la liturgia. Y tal vez todavía vivimos bajo esta herencia. Si volvemos ahora a la historia de la Iglesia, vemos que en 1947 -luego de la enorme crisis de la Segunda Guerra M undial- el Papa Pío X II presenta la encíclica M ediator Dei, sobre la liturgia precisamente, en la que la teoría de Casel fue confirmada y la celebración del misterio litúrgi co es definida como “la actividad suprema de la iglesia”. Pero si nos preguntamos ahora ¿cuál es la naturaleza úl tima del misterio, qué es lo que este misterio litúrgico concibe como la “suprema actividad de la iglesia” y luego como la suprema actividad de los hombres? La respuesta, creo, sólo puede ser política. En 1935 el teólogo más inteligente del siglo XX, Erik Peterson, el mismo que en los ’30 sostuvo un debate con Cari Schm itt sobre teología política, escribió un libro en el que establece que más allá de toda duda la liturgia de la Iglesia tiene una relación original {eine ursprüngliche Beziehung) con la esfera política. En todo caso, la hipóte sis con la que me gustaría concluir es que este paradigma litúrgico de la praxis ha ejercido una influencia decisiva tanto en la ética como en la política de la modernidad. En este sentido, me gustaría sugerir que la concepción occi dental de la acción ética y política ha sido formada por la idea del oficio (officium). Y tal vez no podrem os realmen te entender el caso Eichm ann sin la referenciaa esta idea de un oficio, de un officium. Esta es la razón -siguiendo un principio metodológico que sostengo firmemente, de acuerdo al cual la arqueología es la única manera de acce der al p resen te- por la que actualm ente estoy inmerso en una arqueología del oficio. es una orden? ¿Qué es una orden?' Kingston University - 28/03/2011 C uando recién comencé esta investigación inm ediata mente me di cuenta de que tendría que superar dos di ficultades preliminares. La prim era fue que la tarea, una arqueología de la orden", contenía en su misma form u lación una paradoja. “Arqueología” como ustedes saben, es la búsqueda de un áp¡pj, pero áp%y¡ tiene en griego un doble significado: significa tanto com ienzo/origen como m andato/orden. Así, en griego, el verbo &p%u significa Esta conferencia, “W hat is a comm andment?” fue realiza da el 28 de Marzo de 2011 en el C entro de Investigación en Filosofía M oderna Europea (Centre for Research in Modern European Philosophy) de la Universidad de Kingston (Kingston University), Londres. La conferencia puede escucharse en esta dirección: h ttp ://backdoorbroadcasting.net/2011/03/ giorgio-agamben-%E2%80%93-what-is-a-commandment/ "" N. del T.: La palabra commandment tiene varias acepciones y en español sería posible traducirla como “m andamiento”, “m andato”, “orden”, etc. Elegimos el término (la) orden ya que el desarrollo teórico-filosófico de la conferencia se centra en la orden como forma del lenguaje (en este sentido, la conferencia representa una obvia continuación de la obra E l sacramento del lenguaje (Adriana Hidalgo, 2010), en la que Agamben realiza una “arqueología del juram ento”). Sin embargo, en algunos pasajes del texto, puede apa recer el térm ino mandato para conservar ciertas expresiones. http://backdoorbroadcasting.net/2011/03/ empezar, ser el prim ero en hacer algo, pero también dar un orden, ser el jefe. Y ustedes saben probablem ente que el áp%ci¡v, que significa literalmente “aquel que comienza”, era en la ciudad griega el nom bre para la autoridad p rin cipal. Ahora, este tipo de hom onim ia es bastante común; es bastante com ún encontrarla en nuestros idiomas. Así, como ustedes saben, nuestros diccionarios usualmente comienzan distinguiendo cuidadosamente los muchos significados de una palabra y luego tenemos a los etimo- logistas que tratan de devolver a la unidad lo que pare ce com pletam ente divergente. Por lo demás, pienso que el doble movimiento de la diseminación semántica y la unificación semántica es sustancial a nuestros lenguajes. Probablemente, es solamente a través de este doble m o vim iento que una palabra puede funcionar. A hora bien, para el térm ino áp%ij esta hom onim ia parece de alguna manera entendible. N o es tan extraño que de la idea de un origen o un comienzo uno pueda derivar la idea de m an dato, que del hecho de ser el prim ero en hacer algo pueda llegarnos la idea de ser el jefe. D icho sea de paso, esto es exactamente lo que tenemos en L a Biblia. En el principio, sv ¿pxfj, en la traducción grie ga del Pentateuco, Dios creó el cielo y la tierra. Pero lo hizo m ediante una orden; yevr¡$qra, es decir, a través de un im perativo. Y lo mismo sucede tam bién en el Evangelio de Juan: en el principio, év &p'/j¡, fue la Palabra, ó Aóyot;. Pero una palabra, un lenguaje, que es en el principio sólo puede ser una orden, sólo puede ser en forma imperativa, esto es: una ley en el comienzo sólo puede ser una orden. Y yo sugeriría que una posible traducción, tal vez una mejor traducción de la frase év áp'/yj ijv ó Aóyoc no sería “en el principio fue la palabra”, sino "en la orden fue la palabra”. Y si esta traducción -perfectam ente posib le- prevalecie ra, muchas cuestiones serían más claras en la teología y tal vez incluso en la política. De cualquier m odo, me gustaría dirigir su atención hacia esto: en nuestra cultura, el el origen, es siempre ya la orden; el comienzo es también la fundación que m anda y dirige. Y hay tal vez una irónica conciencia de esto en el hecho de que en griego el término áp^óc significa tanto el jefe cuanto el ano. Pienso que el espíritu del lenguaje que implica esta brom a transforma en un juego de palabras la estrategia m ediante la cual el origen debe ser lo que funda y comanda. Pienso que el status especial, la autoridad del origen en nuestra cultu ra viene precisamente de este punto: que, en el principio, está lo que ordena y dirige no sólo la palabra sino también el desarrollo, el crecimiento, la circulación, la transmisión -e n una palabra, toda la historia de eso que es el origen (sea lo que sea: una idea, un ser, un saber, una ciencia, una praxis). El comienzo en nuestra cultura no es un mero inicio que luego desaparece en lo que sigue; por el contrario, el origen nunca cesa de comenzar, es decir, nunca cesa de gobernar y m andar a lo que ha iniciado. Esto es ver dad en teología, donde como vimos Dios no sólo creó el m undo sino que tam bién lo gobierna y siempre continúa gobernándolo, porque si él dejara de dirigirlo, el mundo colapsaría. La idea aquí es que la creación, creatio, es una continua creación, creatio continua, que hay una íntima conexión entre creación y gobierno. Pero esto también es verdad, como probablem ente sepan, en la filosofía. Y sólo m encionaré aquí la decisiva función del concepto áp^fj (A n fang , comienzo) en el pensamiento de Heidegger. Según Heidegger, el comienzo, Anfang, nunca puede pa sar, nunca puede volverse pasado. Siempre es presente, porque dirige y gobierna toda la historia del Ser -supongo que están familiarizados con el juego etimológico que re envía el térm ino alemán para “historia” (Geschicte) al ver bo schicken, que significa “enviar”, y al térm ino Geschick, que significa “destino”- en orden de probar que lo que llamamos una época histórica debe ser concebida como un Schickung, como algo que fue enviado por un áppj: un origen que permanece en juego en lo que dirige y ordena. Aquí tam bién se puede hacer un juego de palabras porque m andare en latín significa “m andar” y tam bién “enviar una o rd en ”. Así, á.p%r¡ en el sentido de origen y ápffl en el sentido de mandato coinciden nuevamente. Y esta ín ti ma conexión entre comienzo y orden, envío y destinación define la concepción de Heidegger de la historia del Ser. Sólo mencionaré que ese íntim o vínculo entre co mienzo y orden ha producido dos desarrollos interesan tes en la filosofía post-heideggeriana. El prim ero sería lo que podríam os llamar una interpretación anárquica de Heidegger. Me refiero al hermoso libro de Reiner Schürm an, L e principie d ’anarchie [El principio de anar quía]. Éste es un intento por escindir y separar origen y orden, para alcanzar un puro origen como un venir-a- presencia, como el autor lo indica, separado de cualquier m andato histórico. Entonces es una especie de neutrali zación del áppj. Luego, está la tal vez menos interesante pero m ás exitosa, podríamos decir, interpretación dem o crática de Jacques Derrida, la deconstrucción. En ésta, por el contrario , el origen es neutralizado y reducido a una especie de grado cero, en la forma de una traza, como ustedes saben, mientras la orden es m antenida en la for ma de un puro deber que no tiene otro contenido que el deber mismo. Pero dejemos este problema de lado. Ahora ustedes pueden entender a lo que me refería cuando hablé de las dificultades e, incluso, de las aportas con las que una arqueología de la orden debe enfrentarse. N o hay origen para una orden porque la orden es el origen o está en el lugar del origen. La segunda dificultad que mencioné es el hecho de que, cuando comencé a cuestionarme sobre la orden, descubrí que en la tradición filosófica no hay casi reflexiones sobre este problema. Me refiero a que el concepto aparece aquí y allá obviamente, pero no hay un tratam iento sistemáti co del concepto de origen. Tenem os algunos cuestiona-mientos muy interesantes sobre la obediencia como el del famoso folleto de La Boétie D e Discours de la Servitude Volontaire [Discurso de la servidumbre voluntaria], pero la obediencia es analizada como si su necesaria contrapar te, la orden, no existiera. Y, por el contrario, yo tengo la idea de que el poder no está definido sólo por su capaci dad de ser obedecido sino, antes que nada, por su capaci dad para dar órdenes y mandatos, incluso si estas órdenes no son totalm ente obedecidas. U n poder no cae cuando ya no es obedecido o com pletam ente obedecido, sino cuando cesa de dar órdenes. Si un poder continúa dando órdenes, siempre encontrará alguien que obedecerá (tal vez, incluso, algunas personas). Pero si un poder cesa, si es incapaz de dar órdenes, ése será el único m om ento en el que un poder colapsará. De este modo, confrontado con esta falta de investi gación sobre el concepto de orden, decidí empezar desde el nivel más simple. Decidí empezar con un análisis de la forma lingüística de la orden. ¿Qué es una orden desde el pun to de vista del lenguaje, cuál es su lógica e incluso su gramática? Y entonces la prim era cuestión que tuve que afrontar fue la fundam ental partición, la división que Aristóteles establece en un pasaje muy im portante de su libro FIspl £j){a¡vsia.<; [Sobre la interpretación], que por lo demás es tam bién el origen del desprecio general por la orden en la lógica occidental. Perm ítanm e citarles un fragmento: “no cualquier discurso, no cualquier lo- gos, no cualquier lenguaje es apofántico, sino sólo aquel discurso en que la verdad y la falsedad están presentes” [áftoipavTtxót; os ov nác, áXV év <b t í a lijS eve tv r¡ f rsv§so$ai vn:áp)(Si\. En griego, uno tiene dos palabras, dos verbos: aXr¡§svsiv y ■fsvho§cu - “con los que se puede decir la ver dad o decir la falsedad”. Esto últim o no es posible en todos los discursos. Así, por ejemplo, la plegaria, la svjy¡, es un lo- gos, es un discurso, pero no puede ser verdadero o falso. Es claro, una plegaria no puede ser verdadera o falsa. Por eso, abandonamos lo no apofántico: los filósofos ignoraron los discursos no apofánticos porque el análisis de éstos per tenece a la retórica y a la poética, mientras que el objeto de nuestra actual reflexión filosófica es solamente el logos apophantikos: un logos, un discurso que puede ser ver dadero o falso. Esto sería extrañam ente suficiente, él dijo que esto pertenece a la retórica y a la poética, pero sería ex trañam ente suficiente. Si uno tom a el libro de Aristóteles sobre la poética, descubrirá que la exclusión está todavía allí, una exclusión referida a un conjunto de discursos no apofánticos que incluye, entre otros, a la orden. C ito este pasaje de la Poética-, “el conocim iento de las figuras del discurso [rá r ^ fia ra rrjq ~kéh.uq {Xóyov}] pertenece al arte del actor [vTzoxpmjq] ". Curioso, quiero decir, las pregun tas “qué es una orden”, “qué es una plegaria”, “qué es una amenaza”, “qué es una pregunta”, “qué es una narración” no conciernen a la poética. Es por esto que no tenemos que preocuparnos por si H om ero está errado, cuando en el comienzo de la iliada , confunde una plegaria con una orden, diciendo, como ustedes saben, “\jif¡viv\ áítdE, dsá” (dioses, canten para mí). Así, en la Poética, la orden es mencionada entre las formas no apofánticas del logos, pero ni siquiera allí tenemos un tratam iento de la pregun ta. De este modo, el problema de la orden y otras formas no apofánticas del logos es com pletam ente despreciado. Reflexionemos un poco sobre esta gran escisión, esta gran partición que divide según Aristóteles el campo del lenguaje. Hay un logos, un discurso, que es capaz de apophansis, de manifestación, porque éste significa que cualquier cosa existe o no y que puede, por eso, ser ver dadera o falsa. Y hay otros discursos, como la plegaria, la orden, la amenaza, la pregunta y podemos agregar, las maldiciones, las exclamaciones, las imprecaciones, las ad vertencias, que son indiferentes a la verdad y a la falsedad, porque no manifiestan ni revelan nada en el sentido apo- fántico. La decisión de Aristóteles de ignorar el logos no apofántico fue efectivamente ominosa en el sentido en que decidió la historia de la lógica occidental. Por siglos, la lógica se enfocó sólo en el análisis de la proposición con forma de logos apofántico y esta otra inmensa área del lenguaje, la no apofántica, fue dejada a los retóricos o a los teólogos, cuando no fue com pletam ente ignorada. C uando ocasionalmente la orden era mencionada, sim plemente se la explicaba como un acto de voluntad y, de ese modo, se la confinaba a la esfera de la moral. Así, por ejemplo, encontram os una muy pequeña pero interesante definición de m andato en Elements o fL aw [Elementos de la ley] de Hobbes. Él define al m andato como una expre sión del apetito o de la voluntad. Es sólo en el siglo XX, como probablem ente sepan, que los lógicos comenzaron a analizar lo que llaman “lenguaje prescriptivo”, lenguaje en forma imperativo. N o nos detendrem os en este capítulo de la lógica -q u e es muy interesante, que a veces es refe rido como “lógica deóntica”; sólo diremos que lo encuen tro generalmente insatisfactorio, desde mi pun to de vista, porque el problem a parece ser sólo cómo transform ar una declaración en forma imperativa en una proposición en forma indicativo, en modo indicativo. M ientras que el problema es, por el contrario, precisamente com prender el m odo imperativo como tal. Entonces, a continuación, intentem os entender qué sucede cuando pronuncio un discurso no apofántico en la forma de un imperativo. Por ejemplo, cuando digo “¡Cam ina!”. Para entender el significado de esta declara ción, comparémosla con el mismo verbo en el modo in dicativo: “él cam ina” o “Charles cam ina”. Esta segunda oración es apofántica en el sentido aristotélico porque asevera algo (“él cam ina”) sobre alguien y puede por lo tanto: ser verdadera, si Charles está verdaderam ente ca minando; o falsa, si Charles no está caminando. Pero en todo caso, la proposición refiere a algo del m undo; refiere al ser, a lo que es. En cambio, a pesar de ser morfológi- ¿ Q U É ES U N A O R D E N ? 57 camente idéntica con el indicativo y a pesar de tener el mismo kernel semántico (la idea de caminar), “¡Camina!” como una orden en el modo imperativo no dice nada de nadie, no describe un estado de cosas y, sin ser por ello falsa, no refiere a algo que es, a algo que existe. Ahora bien, uno tiene que tener cuidado en este pun to de esquivar el m alentendido relativo al significado del imperativo y el acto de su ejecución. La orden, por ejem plo, dada por un oficial a sus soldados, es cumplida, es per fecta, por el mero acto de su pronunciación. El hecho de que los soldados obedezcan o desobedezcan no pone en cuestión la validez de la orden. La orden es perfecta en su mera pronunciación. Debemos, entonces, adm itir que la orden no refiere a algo que existe. N ada que exista en el m undo puede responder al imperativo. Y es por eso que se dice que el imperativo no implica, no refiere a un “es”, sino más bien a un “debería”. Y en alemán uno tiene esta distinción entre sein y sallen, que es muy difícil de traducir al inglés: “es” y “debería”. N o tenemos un verbo parecido que exprese la obligación, en el que como saben Kant basó su moral y en el que Kelsen ha expresado en el modo más claro cuando escribió (Kelsen, como probablem ente se pan, es un gran teórico de la ley): “cuando un hom bre pro nuncia la voluntad para que o tro hom bre se comporte de una manera determinada, el sentido de este acto no puede ser descripto diciendo que el otro hom bre se com portará de tal manera, sino sólo decir que él debería comportarse de ese m odo.” [soll\. Entonces, vemos que el significado del imperativo no es su ejecución, es solamente el hecho de que uno “debería” [sollen\. Pero,<esta dimensión del “sollen” o del “debería” (distinguida del ser, del ist) nos perm ite entender cuál es el significado de la orden? De hecho, otro aspecto que descubrí es que los lingüistas no se sienten a gusto cuando tienen que definir la semántica del imperativo. En este sentido, mencionemos aquí dos observaciones útiles que debemos a dos grandes lingüistas franceses, tal vez los lingüistas franceses más im portantes del siglo XX: A ntoine M eillet y Émile Benveniste. Meillet subraya la identidad morfológica entre la forma del verbo en modo indicativo, que es utilizada para aseverar algo, y la forma del verbo que es utilizada en la orden imperativa: “Él ca m ina”, “¡Cam ina!”. Luego tam bién observa, este punto muy interesante, que el imperativo usualmente, en las lenguas europeas, coincide con la raíz, con el tema del ver bo: el verbo “am ar”, “¡Ama!” -e l imperativo es idéntico al tem a del verbo. Finalmente, sugiere que el imperativo podría ser la forma prim itiva del verbo. Entonces, el ver bo existió prim ero, según Meillet, en la forma im perati va. Esto es sólo en cuanto al fondo morfológico. Y luego Éinile Benveniste, quien fue alum no de Meillet, escribió un artículo en el que criticaba la interpretación de la or den y del imperativo como “acto de habla” realizada por Austin. C om o ustedes saben, A ustin menciona a la orden y al imperativo como un ejemplo de performativo, de acto de habla, o üocución. Entonces, Benveniste en este artícu lo, a la vez que critica esta opinión, afirma que el im perati vo no tiene denotación, no tiene referencia en el m undo y no ayuda a com unicar algo. Éste es, cito, le sémantéme nu -e s muy difícil traducir esto al inglés- el núcleo sem ánti co desnudo. De este m odo el imperativo corresponde al núcleo semántico desnudo de la palabra empleada como una orden. ¿Qué quiero decir con esto? El imperativo es el kernel semántico desnudo, el témanteme nu del verbo, pero sin referencia o denotación. Entonces, intentem os desarrollar esta curiosa definición. El sémantéme, el con tenido semántico del térm ino (del verbo, en este caso) que expresa usualmente la relación ontológica del lengua je con la realidad, aquí es empleado con un objetivo dife rente que podría parecer no-ontológico o pre-ontológico, porque aparentemente no hay referencia a algo que es. Sin embargo, pienso que implica un tipo peculiar de ontología que no tiene la forma apofántica de la aserción sino la de la orden -n o “es” sino “¡sé!”, no “hay” sino “¡que haya!”. La relación del lenguaje con la realidad no es aseverada sino ordenada. Sémantéme nu significa esto: la relación ontológica del lenguaje con el mundo, con lo que es, no está ahí, es ordenada. N o “es”: “debería ser” o “debe ser”. Por lo dicho, pienso que podríamos sugerir la siguiente hipótesis: en la cultura occidental hay dos ontologías, dis tintas y sin embargo relacionadas. La primera es la obvia: la ontología de una aserción expresada en el m odo indica tivo como ustedes saben -algo es. La segunda, la ontología de la orden se expresa en el m odo imperativo. Podemos, luego, llamar a la prim era la ontología del ¿<ra, que es el térm ino griego para “es”, y a la segunda la ontología del ierra, que es el térm ino griego para “¡sé!”, para el impera tivo. La primera, la ontología del “es” dirige y gobierna el dom inio de la filosofía y de la ciencia. La segunda gobier na el no menos im portante dom inio de la ley y la religión -y podemos agregar la magia también. Es posible que recuerden la frase del poema de Parménides que como saben inaugura la metafísica m o derna. Parménides escribe ¿orí jctp slvat, “hay, pues, ser”. Tenem os que colocar jun to a esta formulación, otra for mulación que inaugura una ontología diferente, Barco ydp slvai, "que haya, pues, ser”. N o sé si se puede traducir de ese modo. Si la ontología es la relación enere el lenguaje y el ser, en la ontología de la orden el acento está puesto en el lenguaje, que hace que algo sea; m ientras en la on to logía clásica el acento está puesto en el ser o en la corres pondencia entre lenguaje y realidad (en la otra ontología, tenemos sólo una orden de ser). Estas dos ontologías cla ram ente distinguidas y a veces opuestas, continuam ente se cruzan y se entrelazan e incluso luchan en la historia de la cultura occidental. La ontología occidental es en este sentido una m áquina doble o bipolar. Nos debemos acostum brar a la idea de que la ontología no tiene sólo la forma del “es”. Esto es como esto. H ay o tra ontología que tiene la forma del imperativo. Y el polo del éorw, del imperativo, que fue despreciado, como vimos, y que per maneció en el fondo en los tiempos clásicos comenzando con el cristianismo empieza a volverse progresivamente más y más im portante. Pienso que podríam os decir que la ley, la magia y la religión (que como saben al principio son difíciles de distinguir y que, cuando uno realmente se rem onta en el tiempo, no se pueden separar entre sí) definen una esfera donde el lenguaje es constitutivam ente en m odo imperativo. Creo que una buena definición de la ley, la religión y la magia podría ser que son un intento de construir todo un m undo sobre el terreno de la orden. Esto es verdad, por cierto, en el sentido en que, como sa ben, Dios habla en la forma de la orden. Pero no es sólo esto. Los hombres en la religión hablan en la forma de la orden. La plegaria tiene la forma de orden. Ahora debe ríamos reflexionar sobre esta extraña característica: uno reza en la forma de la orden. “¡Dános hoy nuestro pan de cada día!”. Entonces, uno interpela a Dios en la forma del imperativo. Y esto es verdad en todos lados. Recuerden que Aristóteles nota que en el principio de la Ilíada H om ero interpela a los dioses en la forma del im perati vo. Entonces, ¿esto es una plegaria? Esta esfera, pues, está basada en la orden y tiene, por ende, su propia ontología. Y tal vez nadie expresó esta ontología más claramente que Pablo en su Carta a los Hebreos cuando dice que la fe es la hipóstasis [intóoTcurH;), la sustancia de las cosas esperadas ["Eari Sé Ttíariq élTutyfzévuv vitóaTcurit;], donde morccuris es el térm ino técnico griego, esta vez, para ser. Entonces la fe, la principal categoría de la religión según Pablo, es la sustancia, la forma en la que las cosas esperadas existen. Es una formulación ontológica. Pienso que Pablo debió saber m ucho de filosofía griega. Y esto es claramente una proposición ontológica. Intentem os entender la peculiar eficacia que define a esta ontología que da una hipóstasis, una sustancia, un ser a las cosas que parecen carecer de todo ser. Deberíamos, por lo tanto, considerar el hecho de que en el famoso libro de 1962 escrito por Austin que ya mencioné, How to do things witlo words [Cóm o hacer cosas con palabras], la or den fue clasificada como un acto de habla, un acto ilocuti- vo, es decir, como un discurso que no significa o describe un estado de cosas simplemente sino que, mediante su mera pronunciación, produce la verdad como un hecho -perdón , el juram ento como un hecho. ¿Cómo funciona un acto de habla? ¿Qué es lo que le da a su mera p ronun ciación la fuerza y la realidad de un hecho? Los lingüiscas no lo explican con peculiar eficacia. C om o si hubieran alcanzado aquí una especie de estrato mágico en el len guaje. Ellos dicen que es de ese modo, como si en estos ejemplos el lenguaje tuviera una especie de poder mágico para producir lo que significa como un hecho. Creo que el problem a se vuelve más claro, si volvemos hacia nuestra hipótesis de la doble ontología que gobierna nuestra cul tura. La distinción entre los actos locutivos e ilocutivos corresponde a la doble estructura de la máquina on to ló gica occidental. El acto de habla representa en el lenguaje la presencia de una estructura donde la relación entre las palabras y las cosas no era o es apofántica sino másbien una especie de orden mediante la cual el lenguaje pone en acto y produce esta relación como un hecho. Y creo que si consideramos el éxito en constante crecimiento de la noción de acto de habla, no sólo entre los lingüistas, sino tam bién entre los filósofos y los juristas, podríam os tal vez sugerir la hipótesis de que la centralidad de este concepto corresponde a que en nuestras sociedades contem porá neas la ontología del mandato está no sólo erosionando la primacía de la ontología del itru i sino tam bién lentam ente sobreponiéndose y reemplazándola. Esto significa que, en una suerte de retorno de la reprimido, la religión, la magia y la ley (y todo el dominio del logos no apofántico que había sido despreciado y puesto en segundo plano) están secretamente empezando a gobernar la función de nues tra sociedad secularizada. En nuestras tan llamadas socie dades democráticas, las órdenes son dadas usualmente en la forma del consejo, de la sugerencia, de la invitación, de la publicidad, o uno es interrogado por razones de seguri dad para cooperar, y la gence no se da cuenta de que esas son órdenes disfrazadas en las formas de la sugerencia, del consejo, etc. La estupidez del ciudadano moderno no tie ne límites. Entonces, lo que intento decir es que tal vez nosotros no somos conscientes de esto pero el logos no apofántico está realmente gobernando, en esta forma so lapada, a las sociedades. M ientras nosotros continuam os pensando en la forma de la aserción, de la ontología cien tífica y filosófica del “es”, en todos lados esta otra forma, la forma de la orden, está triunfando. Les dije que intentaba darles una pequeña muestra de mi investigación arqueológica sobre la orden y tengo algo más para contarles. Cuando uno empieza a investigar so bre la orden, hay otro concepto que no cesa de aparecer al lado de aquel y que parece acompañarlo como un se creto compañero, me refiero al concepto de “voluntad”. La orden es constantem ente explicada como un acto de voluntad o volición. Com o ya dije hay pocas reflexiones sobre el mandato, pero siempre estas reflexiones tienen la siguiente forma: la orden es obviamente un acto de volun tad. Desafortunadam ente, esto viene a ser lo mismo que explicar lo obscurum de obscuros (algo oscuro mediante algo todavía más oscuro) porque, como probablem ente sepan, nadie nunca pudo explicar qué significa “la volun tad”. ¡Es absolutamente imposible! N o es fácil definir una orden pero dar una definición de la voluntad es algo que sólo la gente desquiciada puede intentar. Es por eso que al comienzo de mi investigación decidí tom ar en cuenta la sugerencia de Nietzsche que invierte los procedimientos y explica la voluntad m ediante la orden. “Q uerer....signifi- N. del T.: En la conferencia original, el término es “co will” (como verbo de “will”). En español, elegimos el término querer porque es ca para Nietzsche simplemente “dar una o rden/m andar”. Hay un acuerdo general entre los académicos en que el concepto de voluntad estuvo ausente en el pensamiento clásico y que comienza a aparecer primero en el estoicis mo rom ano y, finalmente, en la teología cristiana, donde alcanza su desarrollo total. C uando uno se detiene sobre este punto , que es parcialmente verdad, y se sigue con cui dado la formación del verbo “querer” (cómo entra en la filosofía, cómo no estuvo com pletam ente ausente como los académicos dicen), se ve que en el cristianismo, en la teología cristiana, la voluntad es realmente introducida en la filosofía y que, luego, como ustedes saben saltó desde aquel m om ento a la parte mental de la filosofía. De este m odo, cuando uno sigue con cuidado esta formación, nota que el verbo “querer” o el concepto de “voluntad” crece desarrollándose a partir de otro concepto con el que se m antiene estrictam ente ligado: ese otro verbo es el verbo “poder”. Así, el verbo “querer”, cuando aparece, está vinculado con el verbo “poder”. M ientras la filosofía griega puso el foco en la potencia, la dynamis y la posibi lidad; la teología cristiana y, siguiéndola, el pensam iento m oderno se enfocaron en la voluntad. Es por eso que en los tiempos modernos, el verbo querer reemplaza al ver bo poder. El hom bre ya no es un ser de posibilidad, un ser que puede, es un ser que quiere. Actualm ente, poder y querer como saben también son llamados “verbos m o dales” (como los antiguos gramáticos solían decir) por que les falta la cosa, están vacíos, xevá. ¿Por qué? Porque el que más se aproxima en el vínculo con el otro térm ino, voluntad. Otros verbos posibles como “desear” o “apetecer”, podrían prestarse a confusión teórica y textual. ¿ Q U É ES U N A O R D E N ? 65 para significar algo necesitan otro verbo no modal que los siga. Entonces, yo camino, yo escribo, yo como no están vacíos. Pero yo puedo o yo deseo necesitan ser llenados por otro, suplementados por o tro verbo. Me gustaría di rigir su atención sobre el pun to en que la filosofía trabaja precisamente con esos verbos modales vacíos. La filosofía, creo, podría ser definida como un intento de aferrar el significado o de dar un significado a los verbos modales, vacíos. C onocer qué significa poder, qué significa querer; y atarlos, unirlos, entrelazar uno con otro. Este entrelazamiento alcanzó tal vez su punto extremo en la drástica, la casi insana formulación mediante la que K ant expresa el núcleo mismo de su moral: M ann rnuss wollen kónnen. N o sé si puede traducirse al inglés como “uno debe poder querer”. Así, K ant expresa el centro de su moral de esta forma: M ann muss wollen kónnen. Esta absurda, insana intersección o entrelazam iento de los tres verbos modales define la m odernidad. Y también, creo, el colapso o la imposibilidad de la ética en nuestro tiempo. K ant es usualmente señalado como el fundador de la ética moderna, esto es falso. Es exactamente lo contrario. Kant marca la imposibilidad de una ética, porque la ética sólo puede tener la forma de una orden, según él, o de un muy extraño m andato M ann muss... Y así cuando oigo hoy en día a la gente ilusa que repite el slogan pasajero “Yo puedo”, no puedo dejar de pensar que lo que realmente quieren decir es “Yo quiero”, es decir, yo ordeno, o mejor, yo me ordeno a mí mismo obedecer. Entonces, para dar les una idea, una idea más precisa sobre esta relación que vincula querer y poder, voluntad y potencia, he elegido un ejemplo para mostrarles cómo la voluntad se basa en la noción de potencia (y posibilidad) para contenerla y limi tarla. Entonces, ¿por qué la voluntad fue introducida en la filosofía? Para contener, controlar y lim itar a la potencia. Bien, el ejemplo que elegí es un gran capítulo en la historia de la teología, de la teología escolástica, y fue el problema, el problema fundam ental como veremos, de la om nipotencia divina. Ustedes saben que la idea de la om nipotencia de Dios adquirió el status de un dogma en el credo Niceno, credimus in unurn deum pa.tr em omnipo- tente-, nosotros creemos en un Dios Padre om nipotente. Sin embargo, este dogma fue una cuestión muy delicada porque si Dios es om nipotente, si nada es imposible para Él, esto significa que Él podría hacer o podría haber hecho cualquier cosa que no implique una contradicción. Así, ésta es la hipótesis que los teólogos realizaron, estoy sólo refiriendo el discurso de los teólogos. En este sentido, por ejemplo, Dios podría haber elegido encarnarse no en Jesús sino en una m ujer o en una prostitu ta o podría haber ele gido condenar a Pedro y salvar a Judas, o inm ediatam en te destruir su creación, o m entir o com eter un crimen. Si Dios es om nipotente, Él podría haber hecho todas esas cosas sin ninguna contradicción. O, también, está otro gran problem a que discuten los teólogos: Dios podría deshacer el pasado. Y todavía hay otra cuestión problemá tica (que yo no sé por qué a los teólogos les gusta tanto) y por eso tenemos cientos de páginas
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