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Job-y-Teofilo-analoga-entre-la-fe-bblica-y-la-de-Fernandez-de-Lizardi

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UNIVERSIDAD NACIONAL AUTÓNOMA DE 
MÉXICO
PROGRAMA DE POSGRADO EN LETRAS
FACULTAD DE FILOSOFÍA Y LETRAS
INSTITUTO DE INVESTIGACIONES FILOLÓGICAS
JOB Y TEÓFILO. ANALOGÍA ENTRE LA FE BÍBLICA
Y LA DE FERNÁNDEZ DE LIZARDI
TESIS
QUE PARA OPTAR POR EL GRADO DE
MAESTRA EN LETRAS
 (LETRAS MEXICANAS)
PRESENTA
MARTHA NALLELLI ROSAS JUÁREZ
Asesora: Dra. María Rosa Palazón Mayoral
Ciudad Universitaria, 2012
Becaria CEP, UNAM
 
UNAM – Dirección General de Bibliotecas 
Tesis Digitales 
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mencionando el autor o autores. Cualquier uso distinto como el lucro, 
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respectivo titular de los Derechos de Autor. 
 
 
 
AGRADECIMIENTOS
Al Programa de Posgrado en Letras de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, por 
todo el apoyo otorgado durante mis estudios de maestría.
A PAPIIT, porque este trabajo pudo ser concluido satisfactoriamente gracias a su 
apoyo.
Mi admiración, cariño y respeto a la Dra. María Rosa Palazón Mayoral, motivadora 
de esta tesis, asesora y tutora de tiempo completo, mujer brillante y ser humano maravilloso 
quien, con su ejemplo, acrecienta día con día mi amor por el estudio.
A la Dra. Norma Lojero Vega, querida compañera y gran amiga, por compartir no 
sólo su ingente conocimiento conmigo, sino también por la amistad que me ha brindado, 
por su apoyo siempre dispuesto y por su invaluable ayuda en la elaboración de esta tesis. 
Mi cariño y agradecimiento por siempre. 
Agradezco la gran disposición y generosidad de la Dra. Marcela Palma Basualdo, 
así como las valiosas observaciones, la crítica puntual y la revisión minuciosa de la Mtra. 
Yolanda Bache Cortés y de la Dra. Esther Martínez Luna.
Mi eterno agradecimiento a la Doctoranda Columba Camelia Galván Gaytán 
(q.e.p.d), por haberme concedido formar parte del Proyecto José Joaquín Fernández de 
Lizardi, por haberme permitido conocerla y disfrutar de su siempre agradable compañía. 
Porque debido a su calidad humana ocupará siempre un lugar en mis afectos. 
Gracias a la Universidad Nacional Autónoma de México por haberme regalado no 
sólo un “hermano”, sino también el privilegio de crecer, como profesionista y como ser 
humano, entre sus muros. Porque después de tantos años a su abrigo, entiendo el valor y el 
orgullo de ser orgullosamente universitaria… orgullosamente azul y oro. 
Gracias a mi familia, por cuidarme, amarme y apoyarme siempre. A mis abuelos, 
porque han llenado cada segundo de mi vida con su gran amor. Soy bendecida al tenerlos 
conmigo.
A Dios, por regalarme cada día el privilegio de sentir Su amor y Su inmensa 
presencia en mi vida.
M. N. R. J.
ÍNDICE 
Introducción 1
Capítulo 1.- Contexto sociocultural en el que se ubica Noches tristes y día alegre 11
Capítulo 2.- Situación de la Iglesia católica en México a principios del siglo XIX 22
 
Capítulo 3.- La Fe 31
Capítulo 4.- El Libro de Job en contexto 37
Capítulo 5.- Interpretación analógica: semejanzas y diferencias entre Noches tristes
y día alegre y el Libro de Job 45
Conclusiones 83
Bibliografía 94
1
INTRODUCCIÓN
Hace más de cuatro décadas, un grupo de investigadores del Centro de Estudios Literarios 
del Instituto de Investigaciones Filológicas de la UNAM comenzó la labor de rescate de la 
obra de José Joaquín Fernández de Lizardi. A partir de un trabajo de búsqueda, recopilación 
y organización de los textos lizardianos, se logró la publicación de 14 volúmenes con las 
obras de El Pensador Mexicano. No obstante, durante los últimos años, las labores que 
lleva a cabo el equipo de investigación han tenido que ajustarse a las necesidades 
tecnológicas requeridas en la actualidad. Es así como en 2010 se concluyó un CD que 
contiene íntegramente los 14 volúmenes que conforman la obra conocida de este autor, lo 
cual significa un apoyo importante para los estudiosos de las letras, sobre todo de Lizardi, 
puesto que el formato digital de los textos permite al lector un acercamiento más sencillo y 
accesible a su obra. No obstante, aunque dichos logros resultan invaluables para la historia 
de nuestras letras, considero que éstos deben ser complementados con el estudio de los 
textos, puesto que no basta con rescatar del olvido la obra de uno de los autores mexicanos 
más importantes del siglo XIX, sino que es necesario promover y llevar a cabo un análisis 
minucioso en torno de la vasta obra de este autor que, hasta la fecha, ha sido poco 
estudiada.
En suma, ha de fortalecerse la recepción contemporánea de Lizardi por medio de 
libros especializados.
Mi participación en el Proyecto “José Joaquín Fernández de Lizardi” —febrero de 
2007 al presente—, me ha permitido un estrecho contacto con la obra de este escritor, 
gracias a lo cual he podido darme cuenta de que, aunque varios de sus textos 
(principalmente las novelas) han sido ampliamente estudiados, la mayor parte de su obra no 
2
ha corrido con igual suerte.
En el caso específico del género narrativo tenemos que, aunque las tres novelas 
mayores (El Periquillo Sarniento, La Quijotita y su prima y Don Catrín de la Fachenda) 
han sido objeto de numerosos estudios por parte de la crítica especializada, no sucede así 
con Noches tristes y día alegre, la cual ha sido relegada o minimizada en importancia, 
posiblemente por ser el texto novelístico de extensión más breve dentro de la producción 
lizardiana y que, al parecer, no ha constituido un objeto atractivo de estudio, pese a los 
aspectos importantes que Lizardi ahí aborda, por ejemplo el del Amor en sus diferentes 
vertientes (Filía, Amor al prójimo, Amor a Dios y Amor caritativo), tema que estudié en mi 
tesis de licenciatura.
El motivo principal de esta investigación radica en el hecho de que el tema central 
que Lizardi aborda en esta novela —el de la fe—, aún no ha sido analizado, así como 
tampoco se ha hecho ningún estudio referente al notorio paralelismo existente entre Job y 
Teófilo en cuanto a sus testimonios de fe.
 De ahí que me parezca necesario estudiar, por una parte, la forma en que el texto 
nos permite entrever no sólo la postura religiosa de Lizardi, sino también el cristianismo en 
el México de los años 20 del siglo antepasado y, por otra, destacar el vínculo existente entre 
Job y Teófilo, personajes paralelos en cuanto a su condición de seres humanos que, a pesar 
de regir su vida bajo estrictas reglas morales, su fe es sometida a duras pruebas.
Por otra parte, como estudiante de letras, me parece fundamental ahondar y 
comprender de una mejor manera la literatura, puesto que ésta no solo guarda una estrecha 
relación con la vida misma, sino que nos permite —o al menos, de manera ideal, debería 
permitirnos— la posibilidad de adoptar una postura ética y moral que tenga impacto en 
nuestra vida cotidiana. He ahí la trascendencia de un trabajo como éste.
3
José Joaquín Fernández de Lizardi (México 1776-1827), mejor conocido como El 
Pensador Mexicano, es considerado como el creador de la primera novela 
hispanoamericana en sus términos más actuales. Periodista, folletinista, poeta, fabulista, 
dramaturgo y novelista fue un promotor incansable de la Independencia de México. Su 
ingente obra es una muestra de su preocupación por los problemas culturales, religiosos, 
económicos, políticos y sociales de su país.
La literatura, en sus diversos géneros, representa para él un medio eficazque le 
permite difundir sus ideales liberales, su postura religiosa y su afán didáctico. En el género 
novelístico encuentra la posibilidad de expresar sus ideas con mayor libertad, pues el 
carácter ficticio de la novela le da cierta protección contra la censura de su tiempo. Su 
producción novelística se compone de cuatro obras escritas entre los años de 1815 y 1820: 
El Periquillo Sarniento (1815-1816), La educación de las mujeres o La Quijotita y su 
prima. Historia muy cierta con apariencias de novela (1818-1819), Noches tristes y día 
alegre (1818-1819) y Vida y hechas del famosos caballero Don Catrín de la Fachenda 
(1820).
A lo largo de los años se han realizado numerosos estudios acerca de dichas 
novelas, principalmente de El Periquillo Sarniento y de Don Catrín de la Fachenda. 
Aunque ambas novelas han sido encasilladas en el género de la novela picaresca, en mi 
opinión, sólo podemos ubicar a esta última en dicho género, ya que, contrario a lo que se ha 
dicho en múltiples ocasiones, considero que El Periquillo Sarniento es más bien una 
especie de libro de consejos que hace un padre a su hijo y no una novela picaresca como 
tal.
En cuanto a La Quijotita y su prima tenemos que, al igual que las novelas 
anteriormente mencionadas, presenta elementos satíricos e irónicos de manera constante, 
4
además de que coincide en el tono espontáneo y natural, así como en el didactismo con que 
el autor busca moralizar y enseñar a la sociedad de su tiempo.
No obstante, la novela en la cual Lizardi se aparta por completo del tono que emplea 
en sus otras novelas y en la que recurre a la imitación de los caracteres románticos europeos 
es Noches tristes,1 la cual está escrita a imitación de las Noches lúgubres de José Cadalso, y 
que ha sido considerada como una muestra temprana del romanticismo en Hispanoamérica.
Aunque ambas novelas, la española y la mexicana, guardan similitudes innegables 
en cuanto a tema, personajes y ambientes, así como en el hecho de estar escritas en forma 
dialogada, también es cierto que existe un punto fundamental de contraste: el fatalismo 
cadalsiano frente al optimismo lizardiano, pues si bien la adversidad es una constante en las 
dos novelas, la novela mexicana difiere del modelo español por su claro sentido cristiano ya 
que Lizardi antepone frente a todo la virtud de su protagonista, además de que al añadir el 
“Día alegre” le imprime al texto un tono optimista que se aleja por completo del trágico 
final de las Noches lúgubres. 
Ahora bien, la conformación del sujeto desde una perspectiva ontológica implica el 
cuestionamiento de las condiciones en que dicho ser se constituye. Un elemento de suma 
importancia que se encuentra adscrito al pensamiento y hacer humanos es la fe. Fernández 
de Lizardi aborda, precisamente, este aspecto en Noches tristes y día alegre.
La trama de esta novela gira en torno a las desventuras que sufre Teófilo, el 
protagonista, hombre virtuoso y “temeroso” de Dios, que de un momento a otro ve mudar 
su suerte de manera negativa y es llevado a prisión (acusado injustamente de un crimen que 
1 En 1818 esta novela se editó con el título de Noches tristes, la cual se asemeja en gran medida a las Noches 
lúgubres de José Cadalso por el final trágico. Es hasta 1819, que aparece publicada la versión completa, la 
cual incluye el día alegre, que cambia el final pesimista de la primera versión a uno positivo y esperanzador.
5
no cometió) y privado de relacionarse con su familia.
La acción abarca cuatro noches en las que Teófilo sufre una serie de calamidades 
que le llevan a pensar en la muerte como única solución a sus problemas. Sin embargo, su 
inquebrantable fe en la Providencia le ayuda a soportar con firmeza puesto que, aún en la 
adversidad, se refugia en el conocimiento de que Dios “nada previene ni determina sino con 
relación a nuestro bien”.2 Al final de la “Noche cuarta” y durante el posterior “Día alegre”, 
la virtud de Teófilo se ve recompensada, y éste recupera todo y más de cuanto se vio 
privado. 
Ese tipo de fe de la que Lizardi habla en su novela me sugiere un claro paralelismo 
con el Libro de Job, texto escrito hace más de 25 siglos, el cual forma parte de la literatura 
sapiencial del Antiguo Testamento y que constituye una reflexión moral y religiosa sobre la 
naturaleza de la fe. El Libro de Job narra la historia de un hombre justo y “temeroso” de 
Dios que ha vivido toda su vida colmado de dones. Sin embargo, su dicha y su buena 
ventura desaparecen el día en que Dios, incitado por Satanás, decide poner a prueba su fe, 
sometiéndolo a terribles padecimientos con el fin de saber si el dolor y el sufrimiento 
impuestos arbitrariamente pueden quebrantar la fe de un hombre justo.
El argumento fundamental tanto en el Libro de Job como en Noches tristes y día 
alegre es prácticamente el mismo: ambos protagonistas son hombres virtuosos, llenos de 
amor y fe en Dios pero que, por su condición de seres humanos falibles, también sufren
 momentos de debilidad en los que la razón les lleva a cuestionarse el porqué de tantos 
sufrimientos inmerecidos, el porqué del aparente abandono de un Dios en el que han 
depositado su fe; Teófilo sólo manifiesta su debilidad en un primer momento.
 Aunque dichos cuestionamientos serían válidos, ya que provienen de hombres 
2 José Joaquín Fernández de Lizardi, Noches tristes y día alegre, p. 424.
6
rectos que por causas ajenas a ellos mismos se han visto obligados a padecer, resulta 
notable que, al final, uno y otro optan por convertir su dolor, sus lamentos y sus dudas en 
alabanzas y agradecimiento al Ser Supremo. De modo que el punto medular de ambas 
historias se encuentra en el ejemplo que dejan estos dos hombres, quienes, frente a la 
adversidad, dan una gran muestra de fe a partir de su testimonio moral.
Las similitudes, pues, saltan a la vista y es precisamente ese paralelismo que 
encuentro entre uno y otro personajes lo que representa mi interés principal por vincularlos 
en un análisis a partir del cual se puedan determinar los puntos esenciales donde convergen 
—tanto ideológicamente como respecto a las acciones que llevan a cabo, puesto que la fe y 
las obras tienen que cooperar de manera conjunta para que el hombre pueda justificarse por 
las obras y no sólo por la fe—, así como también, señalar los aspectos divergentes.
De tal manera que ahondar en este aspecto resulta interesante y motivador para un 
estudio de la novela lizardiana y el Libro de Job, los cuales están intersecados por la fe que 
se despliega desde una postura religiosa hasta la inminencia de conformar al ser. 
Ahora bien, resulta necesario plantear la forma de abordar el análisis, y aquí quiero 
subrayar que, desde mi perspectiva, una de las formas más adecuadas para los intereses de 
esta investigación es el modelo de interpretación desarrollado por Mauricio Beuchot, a lo 
que él llama hermenéutica analógica.3
Durante mis cursos de Maestría pude tener un acercamiento a los estudios de teoría 
narrativa de Luz Aurora Pimentel,4 a partir de lo cual surgió mi interés por investigar acerca 
de la relación hermenéutica-literatura que menciona la autora respecto a Paul Ricoeur, 
principalmente. Este interés me llevó al texto de Beuchot, mismo que considero es la base 
3 Mauricio Beuchot, Tratado de Hermenéutica Analógica. Hacia un nuevo modelo de interpretación.
4 Luz Aurora Pimentel. El relato en perspectiva y El espacio en la ficción.
7
principal en el desarrollo de esta tesis. La interpretación analógica que distingo a partir de 
Beuchot me permite establecer un análisis que considera las semejanzas y las diferencias 
que se derivan de hacer una lectura compartida (a la par) de las dos historias narradas que 
nos competen: Noches tristesy día alegre y el Libro de Job. Mauricio Beuchot apunta que 
esencialmente son tres partes las que conforman un estudio interpretativo: el autor, la obra 
y el receptor, y en este sentido no me apego totalmente a su propuesta, dado que me 
encuentro completamente alejada de los autores de las obras en cuestión. Me refiero a 
distinguir la intención del autor, mediada por la interpretación del receptor. No me atrevería 
a afirmar que la intención de Lizardi, por ejemplo, es tal o cual, pero lo que sí puedo hacer 
y de hecho así lo expongo, es dilucidar a partir del contexto, las condiciones particulares 
del trabajo del escritor, y sobre todo de una aproximación directa al texto con respecto a las 
intenciones de la novela, más que del propio autor, aunque es evidente que se implican 
mutuamente como lo señala Beuchot:
Nosotros hablaríamos, más que de una intención del texto, de la 
conjunción o encuentro de la intención del autor y la intención del lector. 
En parte se puede recuperar la intención del autor y en parte ya está 
contaminada de la intención del lector. Ciertamente la intencionalidad del 
lector se mete en la interpretación, pero no a tal punto que se cambie 
totalmente y se pierda la intencionalidad del autor. Hay que buscar un 
delicado equilibrio en el que, aun cuando predomine la intencionalidad 
del lector, no se pierda la del autor, que es el lado del que está la 
objetividad de la interpretación. No podemos decir que toda 
interpretación es subjetiva, como tampoco que es completamente 
objetiva; hay una mezcla de ambas; pero tiene que predominar la 
subjetividad, sin que por ello se haga imposible determinar una verdad 
textual y grados de aproximación a la misma, en jerarquía de 
proporciones, de interpretaciones que están más proporcionadas o 
adecuadas que otras a la verdad del texto.5
5 Maurico Beuchot, op. cit. p. 50.
8
En este sentido, el análisis analógico me permite relacionar las consideraciones de 
manera “prudente” 6 y puntual para llegar a las conclusiones donde se manifieste mi punto 
de vista, que es el que origina el presente estudio. 
Ahora bien, para el desarrollo de la investigación he planteado cinco capítulos 
conformados en la siguiente estructura:
En el primer capítulo considero necesario ahondar en un contexto sociocultural para 
ubicar la novela Noches tristes y día alegre. Sabemos que la obra literaria es resultado de la 
propuesta de su autor, y aunque no podemos dejar de lado el momento histórico y las 
condiciones particulares que la vinculan con formas y estilos de la época en que se produce, 
mi planteamiento también corresponde a una historicidad determinada. De aquí que mi 
análisis no tenga que ceñirse, únicamente, a la consideración de factores que conciernen a 
Fernández de Lizardi y su entorno. El recorrido contextual abona a la apreciación de la obra 
y su autor, y sirve de parámetro para establecer nuevas líneas interpretativas.
El segundo capítulo se refiere a la postura de la Iglesia católica en México durante 
los primeros años del siglo XIX, esto nos permite comprender la influencia religiosa en las 
obras de dicha época, así como también nos habla de la visión crítica que asumen algunos 
escritores, o quizá la del propio Lizardi, que podría interpretarse, como señala Esther 
Martínez Luna, a manera de ironía respecto al papel de la Iglesia. Desde mi perspectiva, en 
este estudio, no me apego a tal consideración, pero es importante dejarla en la mesa para 
otras posibles lecturas.
El tercer capítulo se centra en el concepto de fe, cuya intención radica en 
puntualizar dicha idea que nos permita conocer el ámbito de referencia a partir del cual se 
argumenta. 
6 Utilizo el término que el mismo Beuchot emplea en sus tratados de hermenéutica analógica.
9
En el cuarto capítulo se contextualiza al Libro de Job, y se exponen las posturas 
teóricas que dan paso a la reflexión en esta tesis. Resulta pertinente diferenciar la mirada de 
Ricoeur de la de Jung, así como de la de Harold Bloom, toda vez que estos pensadores 
conforman los lineamientos del discurso acerca del texto bíblico aquí expuesto.
El capítulo quinto aborda la interpretación analógica donde se subrayan las 
diferencias y semejanzas entre las dos obras analizadas. El punto de partida es la forma en 
que se estructuran dichas obras, misma que esclarece la secuencia narrativa de cada una de 
ellas y el contacto que surge entre ambas. Tomar como guía de análisis las analogías 
propuestas por Mauricio Beuchot resulta conveniente en este proceso de interpretación, 
puesto que dos obras tan distantes en su historicidad, se acercan y separan simultáneamente 
al considerar una idea universal e intrínsecamente vinculada con los seres humanos: la fe. 
No podemos olvidar que los símbolos nos conciernen y forman parte de nosotros en tanto 
nos hacen pensar, como diría Paul Ricoeur. 
Finalmente, como resultado de esta investigación encuentro que la atenta lectura de 
ambos textos me ha llevado a plantear los siguientes cuestionamientos: ¿De dónde surge la 
incondicional fe ante el desgarramiento humano? ¿Es posible tener fe a pesar de las 
vicisitudes, ya sea morales, físicas o materiales?, o ¿es necesario para el hombre tener fe 
durante su vida? ¿La fe debe ser probada mediante los actos? ¿Es comprensible que al verse 
acosado por el sufrimiento el hombre cuestione su fe? Y, por último, ¿es posible sentirse 
agradecido con Dios después de haber sufrido agravios injustamente? Todas estas 
cuestiones que se derivan de la reflexión, tanto del Libro de Job como de Noches tristes y 
día alegre, darán forma y contenido a mi planteamiento.
 A partir de esto se podrá establecer hasta qué punto coinciden ambos textos, así 
como también cuáles son las diferencias más importantes entre ellos. Tanto Job como 
10
Teófilo padecen la “injusticia” divina o social según la apreciación de cada uno, pero el 
conflicto se presenta como un padecimiento del ser disminuido por su condición falible. 
Independientemente de la influencia religiosa que exista en ambos personajes, la lucha 
interna se manifiesta con la posibilidad de una salida relacionada con la fe. De aquí mi 
interés por indagar conceptualmente en este aspecto, el cual se encuentra claramente 
presente en los dos personajes. 
11
CAPÍTULO 1
BREVE CONTEXTO SOCIOCULTURAL EN EL QUE SE UBICA
NOCHES TRISTES Y DÍA ALEGRE
La Ilustración es una corriente cultural e intelectual que se inicia en el Renacimiento 
europeo (aunque existen precedentes en Inglaterra y Escocia, se considera un movimiento 
esencialmente francés), el cual transformó el pensamiento occidental del siglo XVIII, mejor 
conocido como “Siglo de las Luces”. Tal movimiento se desarrolló desde finales del siglo 
XVII hasta el inicio de la Revolución Francesa —incluso, en algunos países, se prolongó 
hasta los primeros años del siglo XIX—, y constituyó un cambio radical en el pensar y 
quehacer humanos, puesto que al tener como prioridad el combatir la ignorancia, la tiranía 
y el oscurantismo mediante el uso de la razón, logró avances importantes en el campo de 
las ciencias, la filosofía, la economía, la política y la religión. Su interés por el desarrollo de 
la ciencia físico matemática, la aplicación de la razón como instrumento humano para guiar 
a la sociedad hacia el bienestar común y la justicia, las ideas de libertad e igualdad del 
hombre, así como el análisis e interpretación de las creencias religiosas, son algunas de las 
características principales de esta corriente.
En Hispanoamérica, aunque con un gran retraso respecto a lo que sucedía en 
Europa, las ideas ilustradas permearon también el pensamiento y la vida de una privilegiada 
minoría dela sociedad de aquel entonces —élites intelectuales de grupos medios y altos, 
principalmente, incluido el clero—. 
En el caso particular de la Nueva España, el movimiento ilustrado penetró 
tardíamente (finales del siglo XVIII y se extendió, aproximadamente, hasta la tercera 
década del XIX). “De hecho, Ruiz Barrionuevo la extiende en el país mexicano hasta 1830, 
12
aproximadamente, y señala que ‘el México del levantamiento de Hidalgo en 1810 hasta la 
entrada de Iturbide en la capital en 1821 es tiempo de fuerte penetración ilustrada, 
Rousseau, Diderot o Voltaire, directa o indirectamente, conforman las lecturas de los 
liberales mexicanos’.” 7
Pero, además de la influencia de la Ilustración francesa, podemos observar que 
Nueva España recibió también la influencia del movimiento ilustrado español que, si bien 
se desarrolló de una manera tardía y tuvo un impacto social más tímido que el que lograron 
sus vecinos galos, así como una duración más breve, puesto que no pudo madurar del todo 
debido a la presión ejercida por la Revolución Francesa, sí logró implantar algunas de sus 
ideas del otro lado del Atlántico, sobre todo en cuanto a su talante cristiano.
El mismo Barón de Humboldt que viajó a América y que recorrió y escribió acerca 
de la Nueva España, consideraba que, si bien era cierto que las obras de los mejores 
pensadores ilustrados del siglo XVIII, como Montesquieu, Diderot y Rousseau, pudieron 
circular en grupos intelectuales muy reducidos, también es verdad que la mayor parte de 
esa influencia europea pasó primero por España, para después llegar filtrada a América. De 
manera que, en determinados círculos americanos (y burlando la estrecha vigilancia de la 
censura) se leían en francés —incluso, a veces, traducidos de manera incompleta y 
superficial—, a los grandes pensadores franceses y se discutían y se asimilaban algunas de 
sus ideas:
Las inquietudes culturales, sociales y políticas que invaden la Península, 
por conducto de Francia, durante el siglo XVIII, se infiltran de modo 
progresivo e inevitable en la Nueva España, conformando poco a poco los 
rasgos psíquicos de la sociedad colonial hasta transformarla. De estas 
mudanzas dan evidencia los nuevos derroteros por que se enfilan las 
corrientes del pensamiento y las reformas, reales o proyectadas, a las 
7 Carmen Ruiz Barrionuevo, “La cultura ilustrada de José Joaquín Fernández de Lizardi”, citada por Jesús 
Hernández García en Fernández de Lizardi. Un educador para un pueblo. La educación en su obra 
periodística y narrativa, p. 33.
13
instituciones.8 
Es así como llega a América el influjo de la Ilustración, aunque de manera más sutil 
que como se dio en Europa, es decir, más a la manera hispana:
Con una mezcla de tradición e innovación que se resuelve muchas veces 
de forma ecléctica, en un difícil intento de conjugar y de hacer 
compatibles modernidad y pasado, razón y fe, principios experimentales 
de la ciencia y principios religiosos, corrientes ilustradas y sujeción a la 
Iglesia y al rey, espíritu crítico y afirmación de los dogmas, racionalismo 
y pensamientos dentro de la ortodoxia religiosa y política. Siempre 
procurando salvar, además, el ojo atento y vigilante de una censura que, 
como medio más pronto y eficaz para difundir nuevas ideas, acechaba 
especialmente al periodismo.9 
 Cabe señalar que, debido a las condiciones particulares que se vivían en España, el 
movimiento ilustrado dedicó, en gran medida, la aplicación de sus ideas a aspectos 
económicos y administrativos, fundamentalmente. Es decir, mientras que en otros países de 
Europa se dio paso a un pensamiento más libre y a un pleno ejercicio de la razón —sobre 
todo en materia política y de culto religioso—, el mundo hispánico se mostró más 
moderado respecto a todo aquello que pudiera poner en juego los dogmas de la Iglesia o de 
su monarquía.
Hay, por supuesto, confianza en el conocimiento racional, se exalta 
también la luz de la razón, pero ésta se detiene con frecuencia allá donde 
topa con verdades tenidas por inmutables e incuestionables, cuando seguir 
el auténtico camino de la razón puede llevar a la herejía religiosa o a la 
heterodoxia política, peligrosas ambas en los tiempos que corren. A 
menudo, pues, en el mundo hispánico, el pensamiento ilustrado y el libre 
discurrir de la racionalidad o el racionalismo crítico, sobre todo en temas 
relacionados con la religión, se limitan a arañar sólo la superficie.10 
En el caso de Lizardi, podemos entrever, en varios de sus textos, cuáles fueron las 
8 Jacobo Chencinsky, “Estudio preliminar” en José Joaquín Fernández de Lizardi, Obras I. Poesías y Fábulas, 
p. 60.
9 Jesús Hernández García, op. cit., p. 33.
10 Ibidem, p. 30.
14
lecturas ilustradas a las que tuvo acceso. Si bien en varias ocasiones va a mencionar, por 
ejemplo, el Emilio de Rousseau —cuya huella de sus ideas pedagógicas está plasmada en 
su obra—, es un hecho que sus principales influencias ilustradas son Gaspar Melchor de 
Jovellanos y Pedro Rodríguez, Conde de Campomanes (no por esto debemos olvidar a José 
Cadalso, de quien toma el argumento de sus Noches Lúgubres para, posteriormente, 
elaborar su propia versión mexicana, o bien, Iriarte de quien hereda el talante pedagógico 
presente en sus fábulas).
De Jovellanos va a tomar, por ejemplo, la manera en que éste apela al teatro como 
un medio efectivo de educar a grandes grupos. Asimismo, el hecho de escribir con fines 
utilitarios es un rasgo común de ambos personajes, puesto que los dos emplean la literatura 
como un instrumento de intercambio, como un medio de contacto efectivo con el pueblo. 
Coinciden también en cuanto a su concepción de la naturaleza como manifestación de la 
Divinidad, de ahí que promuevan su observación y estudio para, a partir del entendimiento 
y la razón, poder lograr un acercamiento con el Ser Supremo. Asimismo, tanto Lizardi 
como Jovellanos, defienden la capacidad y el derecho de las mujeres a acceder a 
instituciones y cargos tradicionalmente ocupados por hombres. En cuanto al tema de la 
libertad de imprenta, tenemos que ambos personajes consideran necesario regular los 
abusos de ésta, aunque no por eso dejan de ponderar los beneficios que de ella derivan. 
Podemos notar también que uno de los móviles principales de su escritura es aquel que está 
encaminado a promover entre los ciudadanos la importancia de que cada uno tenga una 
utilidad pública, es decir, su pretensión de lograr conformar un país que no admita 
holgazanes, ni jugadores (uno de los vicios más aborrecibles, en su opinión), ni 
“Periquillos”, por lo que en varios de sus textos podemos apreciar la manera en que ambos 
tratan de inculcar entre los ciudadanos el amor al trabajo, mostrando a sus lectores las 
15
ventajas que éste procura, así como los efectos negativos que la ociosidad puede llegar a 
producir. En lo que respecta a la fe, ambos se apartan de toda pretensión de apoyar en la 
razón los dogmas revelados: como buenos ilustrados católicos, van a aceptarlos sin 
someterlos a ninguna clase de entendimiento y van a tener la moral católica, como la moral 
más perfecta. Para ellos, no puede haber virtudes si no se cuenta primero con las virtudes de 
la religión, de ahí que consideren de suma importancia el hecho de que la educación del 
hombre tenga un fundamento religioso y moral que vaya de acuerdo con las virtudes 
cristianas que destacan en los evangelios. Y en este aspecto, cabe añadir que ambos autores 
van a recurrir al teatro para hacer de éste una especie de escuela de costumbres y de moral 
que, por su carácter lúdico y accesible, va a tener un gran impacto y alcance en elpensamiento de la sociedad.
Respecto a Rodríguez Campomanes, podemos observar que tanto Lizardi como 
Jovellanos coinciden con él en cuanto a su talante ilustrado-cristiano católico. Asimismo, 
los tres autores creen en la igualdad y dignidad de los oficios (los dos españoles, incluso 
fueron criticados en su tiempo por estar a favor de la abolición de los sistemas gremiales). 
Campomanes y Lizardi proponen las maneras en las que, a su modo de ver, se deben 
enseñar y aprender los oficios. Ambos muestran su preocupación por el aprendizaje y 
mejora de éstos, si bien todavía dentro de una concepción de la enseñanza técnica 
tradicional, amparada por los gremios y en el taller o casa del maestro artesano en 
condición de aprendiz de oficio. De hecho, en su Discurso sobre la educación popular de 
los artesanos y su fomento, Campomanes invita a que:
En los talleres, en las escuelas, en el teatro, en las conversaciones 
familiares, en el foro y aun en el púlpito se debe reprehender el error 
político de excitar preferencia, que cause ociosidad entre los oficios; 
respecto que todos son igualmente apreciables en sí mismos; porque 
16
unidamente concurren a fomentar la prosperidad pública.11 
De manera que Lizardi y Campomanes, junto con otros ilustrados, pensaban que 
una mejor enseñanza de los oficios podía derivar en beneficios en la producción y 
economía de los pueblos. Para Campomanes, el abandono de los oficios era una de las 
causas de la decadencia de España. Lizardi, en sentido positivo, veía en el buen desempeño 
de éstos un impulso para la prosperidad de su país.
De tal modo podemos ver que, si bien Lizardi pudo tener acceso a las ideas de 
ciertos ilustrados franceses, es claro que dichas ideas van a llegar a él de manera 
fragmentaria y a trasmano, muchas veces a través de citas de citas, por lo que serán las 
ideas de los ilustrados españoles (Jovellanos y Campomanes, principalmente), las que van a 
estar presentes a lo largo de la obra de El Pensador.
Por otra parte, tenemos que el despotismo ilustrado, a finales del reinado de 
Fernando VI y durante el de su sucesor, Carlos III, tenía la misión de reafirmar el dominio 
español sobre la sociedad colonial, así como contener el ascenso de las élites criollas. De 
manera que las autoridades españolas no sólo buscaban fortalecer las unidades de su 
ejército en territorio americano, sino que también se encargaban de someter a las colonias a 
una gran explotación con el fin de conservar su sumisión a la Corona.
Dichos acontecimientos enmarcan el nacimiento de Lizardi. El tiempo y la sociedad 
en la que le tocó vivir determinaron sin duda, su pensamiento y su actividad literaria. De 
hecho, “el año de su nacimiento, 1776, marca el principio de medio siglo de revolución casi 
continua —política, social, económica y filosófica— tanto en Europa como en América”.12 
11 Pedro Rodríguez Campomanes, Discurso sobre la educación popular de los artesanos y su fomento, p. 
139.
12 Jefferson Rea Spell, “Prólogo” a Don Catrín de la Fachenda y fragmentos de otras obras, p. XV. 
17
Esto derivado, principalmente, de la Declaración de Independencia de los Estados Unidos 
de Norteamérica,13 la cual sirvió de inspiración a la Europa occidental y, más tarde, al 
mundo hispanoamericano. En este punto, cabe señalar que, aunque la capital de la Nueva 
España se encontraba lejana a tales sucesos, sí fue afectada por los cambios que se 
suscitaban en territorio extranjero.
Muchos esfuerzos hizo el gobierno para impedir el influjo de ideas 
liberales, pero, a pesar de todas las precauciones, las noticias de las 
revoluciones francesa y americana, y asimismo las obras de pensadores 
liberales y progresistas, llegaban a filtrarse en la época de la juventud de 
Lizardi, inspiraron una tentativa de independencia que abortó en 1808, y 
dos años más tarde el comienzo de la revolución que debía culminar con 
la independencia en 1821.14
 
La Guerra de Independencia de nuestro país (y los cambios que trajo consigo) fue 
uno de los acontecimientos más importantes que marcó tanto la vida, como el rumbo de la 
obra lizardiana. La clara influencia liberal que encontramos en sus textos, así como su afán 
de buscar la libertad y el progreso para su pueblo son una prueba de ello. Del mismo modo, 
el decreto de la libertad de imprenta, promulgada el 10 de noviembre de 1812 por las 
Cortes de Cádiz, fue otro de los sucesos que definieron, en gran medida, la producción 
literaria de nuestro autor.
 En este punto, me parece importante mencionar que en Nueva España la Guerra de 
Independencia provocó que se retrasara la publicación de la libertad de imprenta, pues el 
gobierno temía que, a causa de ésta, la lucha armada cobrara más fuerza. Fue hasta el día 5 
de octubre de 1812 que el virrey en turno, Francisco Javier Venegas, ordenó su publicación 
por Bando. Este importante acontecimiento llevó a Lizardi a publicar uno de sus periódicos 
13 Se dice que las ideas de la Ilustración tuvieron su primer triunfo político en las trece colonias británicas de 
Norteamérica, donde se produjo una revolución en favor de la Independencia, de la igualdad de los 
ciudadanos ante la ley, de la separación de poderes y del respeto a los derechos del hombre.
14 Jefferson Rea Spell, op. cit., p. XIV.
18
más famosos: El Pensador Mexicano. Empero, el recién obtenido privilegio duraría muy 
poco, puesto que el número 9 del ya mencionado periódico (número en el que Lizardi 
defendía al clero insurgente), no sólo fue el motivo por el cual nuestro autor fue 
encarcelado durante seis meses, sino que también constituyó uno de los pretextos a los que 
recurrió Venegas para suspender la libertad de imprenta por espacio de 8 años. 
La censura inquisitorial, la constante represión y los encarcelamientos que Lizardi 
debió padecer por el solo hecho de exponer abiertamente sus opiniones son la causa más 
probable de que nuestro autor se orientara en más de una ocasión hacia la novela, ya que 
ésta constituía el medio perfecto de criticar al gobierno sin incurrir en las iras de la censura. 
Considero que resulta notorio que su producción novelística, compuesta de cuatro obras 
escritas entre los años de 1815-1820, haya sido elaborada, precisamente, antes de la 
Consumación de la Independencia y de la supresión de la censura y que, después de esto, 
Lizardi no se ocupara más de este género y volviera al que fue su medio de expresión más 
prolífico: la prensa. 
De manera que la narrativa de ficción resulta, para nuestro autor, el vehículo idóneo 
para dar a conocer sus ideales liberales e ilustrados, sin exponerse de lleno al peligro de ser 
perseguido, pues recordemos que sus ideas muchas veces fueron consideradas como una 
amenaza para la sociedad, sobre todo para el aparato institucional. Esto debido a su carácter 
reformista, a su interés por educar a un pueblo iletrado y a sus constantes críticas hacia las 
incongruencias y fallos, tanto en las instituciones civiles como eclesiásticas. Respecto a 
esto, Jefferson Rea Spell menciona que:
No cabe duda que Lizardi había ya visto cerrarse el camino de la libre 
expresión de sus ideas, y con él el medio de ganarse la vida. El gobierno, 
cada vez más irritado por las correrías de los rebeldes en el sur, determinó 
prohibir la publicación de todo lo que tuviese algo de liberalismo. Lizardi 
era para aquel una constante pesadilla, pero sus escritos, de naturaleza tan 
19
general, escapaban a toda censura. No sabemos exactamente cuándo se le 
haya ocurrido la idea de convertir la literatura en instrumento de crítica; 
pero ya sus primeras poesías indican su facilidad para pintar la vida de la 
sociedad. No sabemos tampoco si Lizardi había intentado antesescribir 
una novela. De lo que estamos seguros es que cuando el censor condenó 
sus artículos de la Alacena, lo obligó por ese hecho a buscar un nuevo 
medio de atraer la atención de sus compatriotas. 15
El carácter liberal y contestatario de Fernández de Lizardi, así como su 
preocupación por el cambio y por el bienestar social, lo colocan siempre en el centro de la 
polémica. Aunque su obra tuvo una gran acogida (se le reedita en pleno siglo XIX), su 
recepción, así como las reacciones que suscitó entre sus contemporáneos casi nunca fueron 
positivas: en numerosas ocasiones nuestro autor fue objeto de ataques, no sólo por parte del 
gobierno, sino también por parte de los escritores de su época. La dificultad de expresar sus 
ideas libremente es, pues, una constante que le acompañará a lo largo de su vida y de su 
obra literaria. No obstante, pese la limitada libertad de expresión a la que muchas veces se 
vio sujeto, Lizardi siempre se mostró como un: 
Censor constante de costumbres profundamente arraigadas durante una 
existencia secular; partidario acérrimo de la Independencia de su patria; 
propagador incansable de la instrucción popular, por medio de escritos y 
proyectos; iniciador de la Reforma en una época en que el clero gozaba 
de todas sus riquezas, de todos sus fueros y de todo su poder, y autor de 
libros que abrieron una nueva senda para formar una literatura nacional.16 
De manera que su afán didáctico y su interés por educar a un pueblo analfabeta no 
se vieron impedidos por la censura novohispana. De hecho, es durante el período que duró 
la suspensión de la libertad de imprenta que Lizardi tiene un momento de escritura 
15 Jefferson Rea Spell, op. cit., p. XII.
16 Luis González Obregón, Novelistas mexicanos. José Joaquín Fernández de Lizardi (El Pensador 
Mexicano), p. 9.
20
sumamente fecundo, sobre todo en la narrativa de ficción, pues es, como ya se dijo, cuando 
elabora la totalidad de su obra novelística.
Después del éxito obtenido con El Periquillo Sarniento, Lizardi publica su segunda 
novela, Noches tristes y día alegre, en la cual, lejos de continuar con el tono irónico y 
satírico empleado en su predecesora, decide recurrir a la imitación de los caracteres 
románticos europeos.17
Si bien es cierto que en esta novela Lizardi no va a poner especial énfasis en la 
crítica social de las instituciones civiles, tal y como lo hace en sus demás novelas, sí 
notamos que se va a enfocar, principalmente, en hacer una crítica a lo que él consideraba 
una escasa y poco sólida formación religiosa, que era la que prevalecía entre sus 
conciudadanos. Asimismo, notamos que hace un claro cuestionamiento al fanatismo y 
supersticiones que la Iglesia inculcaba a sus fieles.
Por otra parte, cabe mencionar que el momento en que Lizardi escribió Noches 
tristes y día alegre, estuvo marcado por una estratificación económica novohispana que no 
ofrecía muchas bondades para el pueblo común, el cual se encontraba sometido a una 
constante explotación por aquellos que ostentaban el poder virreinal, generalmente nobles 
que, avecindados en estos territorios, compraban títulos nobiliarios. 
17 Tal como señalo en la Tesis de Licenciatura El amor en “Noches tristes y día alegre” de José Joaquín 
Fernández de Lizardi, Capítulo I, México, UNAM, FFyL, CLH, 2009, 104 pp: El mismo Lizardi, en el 
prólogo a su obra, menciona que sus Noches fueron escritas a imitación de las Noches lúgubres del español 
José Cadalso. No obstante, en este punto cabe señalar que el texto lizardiano en cuestión aparece publicado 
por primera vez en 1818 con el título de Noches tristes, pero un año más tarde, y a unos cuantos meses de la 
consumación de la Independencia de nuestro país, dicha obra aparece corregida y añadida por su autor, bajo el 
título de Noches tristes y día alegre. En esta 2ª edición, Lizardi agrega a su texto un capítulo más titulado 
“Día alegre”, el cual le da un giro total a su novela, ya que la intensa carga católica de este capítulo cambia el 
final de la versión original por uno más positivo y esperanzador. Por lo tanto, aunque es innegable el 
paralelismo que existe entre la novela mexicana y su modelo español en cuanto a formas narrativas, ambientes 
y personajes, justo es decir que también presentan un punto fundamental de contraste: el fatalismo cadalsiano, 
frente al optimismo lizardiano pues, si bien, la adversidad a la que se enfrentan los personajes protagónicos es 
una constante en las dos novelas, las reacciones de ambos resultan diametralmente opuestas. A saber, el 
protagonista de la novela española mantiene durante todo el texto una actitud pesimista y sacrílega, mientras 
que el personaje mexicano, aún frente a las peores circunstancias, se mantiene fiel y temeroso de Dios, 
comportándose a semejanza de un Job bíblico.
21
Asimismo, el pensamiento de la sociedad de principios del siglo XIX comenzó a 
verse influenciado por las ideas de la Ilustración y el Enciclopedismo y, si se añade a esto la 
noticia de la Revolución Industrial, se puede entender que el pueblo estaba necesitado del 
auge de la existencia de la maquinaria fabril y de la burguesía.
22
CAPÍTULO 2
SITUACIÓN DE LA IGLESIA CATÓLICA EN NUEVA ESPAÑA
A PRINCIPIOS DEL SIGLO XIX
Desde el momento de su conquista, el México hispánico rigió su vida a partir de una 
“lealtad” impuesta a la Corona española, lealtad que se vio reflejada no sólo en cuestiones 
políticas y sociales, sino también culturales y religiosas. España buscó consolidar una 
unidad, tanto política, como educativa y espiritual entre Europa y América. En este sentido, 
el papel de la Iglesia fue de fundamental importancia puesto que, desde los primeros años 
de la Colonia y con la llegada de los primeros grupos de misioneros, fue la encargada 
directa, no sólo de alfabetizar y castellanizar, sino también de cristianizar a la población 
indígena. A principios del siglo XIX, y después de casi trescientos años de intensa labor por 
parte de la Iglesia en territorios americanos, la sociedad novohispana tenía ya una vida y un 
pensamiento totalmente permeados por la religión católica. La posición de la Iglesia, por lo 
tanto, era privilegiada. El alto clero ejercía dominio, no sólo sobre las almas de sus 
feligreses, sino también sobre sus vidas, sus bienes y su actuar. Sin embargo, cuando 
estallan las luchas independentistas, toda esa complejidad que encerró el período de lucha 
para obtener la emancipación de la Corona Española resultó desfavorable en gran medida 
para la Iglesia, ya que el anticlericalismo ilustrado y liberal que influyó en la sociedad 
decimonónica provocó un importante debilitamiento de la institución, de manera que la 
Iglesia católica entró a la vida independiente muy debilitada. 
Cabe recordar que la Nueva España evolucionó de manera distinta de lo que ocurrió 
23
con Europa y con Norteamérica, quienes atravesaron por reformas religiosas que llevaron a 
la secularización de las creencias. Desde finales del siglo XVI, en la Nueva España, la 
Inquisición había erradicado todo desarrollo posible de minorías religiosas independientes 
de la Iglesia católica. De manera que el catolicismo de la época barroca regía tanto la 
cultura como la vida del pueblo en general y servía de principio identificador y unificador 
de una sociedad que se encontraba dividida desde un punto de vista racial y étnico. Esto 
explica por qué la sociedad novohispana se mostró más tradicional en cuanto a las ideas 
religiosas:
La modernidad política que se impulsó no fue acompañada por las ideas 
de la modernidad religiosa pluralista, porque romper la unidad católica 
podía desestabilizar profundamente un Estado-nación naciente para el 
cual el principal principio unificador erala común pertenencia al 
catolicismo. En continuidad con este universo cultural, la exclusividad 
acordada al catolicismo en las nuevas constituciones canceló toda posible 
apertura hacia la tolerancia religiosa y la libertad de culto […] la 
búsqueda de la regulación del catolicismo como religión del Estado 
reforzó las pretensiones antirregalistas de la Iglesia católica.18 
De manera que uno de los conflictos que aquejó a la Nueva España del siglo XIX 
fue la apuesta por la secularización de la cultura y la sociedad, pues, a diferencia de lo que 
sucedía en Europa y los Estados Unidos de Norteamérica, la modernidad política y cultural 
mexicana de principios del siglo XIX no pudo sostenerse a partir de una modernidad 
religiosa.
Queda claro, pues, que el escenario en el que se desarrolló la lucha por la 
Independencia fue profundamente religioso, además de que el movimiento insurgente 
18 Jean-Pierre Bastian, “La lucha por la modernidad religiosa y la secularización de la cultura en México 
durante el Siglo XIX” en Manuel Ramos Medina (comp.), Historia de la Iglesia en el Siglo XIX, pp. 423-424.
24
mexicano, en particular, fue marcadamente católico. Como muestra basta recordar el 
estandarte de la Virgen de Guadalupe que Hidalgo tomó como bandera de lucha, así como 
la participación de numerosos sacerdotes, párrocos y vicarios cuyos discursos legitimaban, 
muchas veces, el levantamiento armando como una necesidad de preservar intacta la fe 
católica.
Cuando en 1808 sobrevino la más grave crisis de la monarquía se 
pronunciaron no pocos sermones cuyo denominador común fue la 
adhesión a Fernando VII y el rechazo a Napoleón. Lo interesante es la 
diversidad de formas como los oradores trataron de integrar estas 
actitudes dentro de la fe cristiana, insistiendo en que la religiosidad 
comporta necesariamente el patriotismo y dando por supuesto la 
existencia de esa patria común a todos los integrantes de la monarquía 
española. Sin embargo, la comunión de intereses entre criollos y 
peninsulares se había deteriorado a tal grado a principios del siglo que el 
entusiasmo por la jura de Fernando VII resultó inquietante: más que 
fomentar la concordia muchos sermones difundieron el odio, bien que 
haya sido contra Napoleón y los franceses.19 
Este tipo de prédicas pronto dieron paso a la diatriba y, a partir de 1810 con la 
guerra de Independencia, dieron como resultado toda una serie de sermones tanto 
antinsugentes como antirrealistas. 
De manera que a partir de 1808 el púlpito es prácticamente asaltado por 
las preocupaciones “patrióticas”, esto es, la defensa de la monarquía. La 
religión se mostraba interesada en esa defensa y, así, los ánimos se iban 
preparando para emprender una guerra santa. De la preocupación 
patriótica se fue pasando a la social y política: la defensa de la monarquía 
implicaba la unidad de todos los novohispanos. Así, además del odio a 
Napoleón y a los franceses convenía predicar la concordia entre los 
habitantes de la América hispana.20
Ante la debilidad de la monarquía española que cedió a la ocupación napoleónica, el 
movimiento insurgente manifestaba su interés por conservar los “verdaderos” valores, a 
diferencia de Europa que, afirmaban, se inclinaba al ateísmo. Tales acusaciones se 
19 Carlos Herrejón Peredo, “Catolicismo y violencia en el discurso retórico, 1794-1814” en Manuel Ramos 
Medina (comp.), op. cit., p. 397.
20 Ibidem, p. 398.
25
manifestaban de la siguiente manera:
Somos más religiosos que los europeos, afirmación reiterada desde los 
primeros años de la lucha, afianza y reivindica al movimiento que, aún 
con el paso del tiempo, no abandonó ese esfuerzo legitimador. La 
denuncia de los afrancesados y de la traición de la monarquía subordinada 
a Napoleón, así como el deslinde respecto a las posturas anglicanas, 
galicanas y aun del regalismo español, fueron apelaciones constantes del 
movimiento a favor de una mayor adhesión a la Iglesia encabezada por el 
Papa.21
La historia política de México es un claro ejemplo, pues, del conflicto entre el 
Estado y la Iglesia por la lucha de la soberanía. La Iglesia católica cuestionó la autoridad 
del Estado que le negaba la facultad de legislar sobre toda clase de instituciones y pugnó 
por su soberanía en materia de culto religioso.
Al mismo tiempo, “el Pontificado, aliado del imperio español, excomulgó a los 
insurgentes y condenó la Independencia. Tuvieron que pasar tres Papas hasta que Gregorio 
XVI reconoció a México como país independiente en 1836”.22 De manera que, en la 
ausencia del rey legítimo no hay en la América española una autoridad única y reconocida 
por todos, ninguna guía para indicar el camino.
Cuando estalla el primer movimiento revolucionario el 16 de septiembre de 1810 en 
Dolores, Hidalgo, el virrey Venegas no vacila en invocar el nombre de la religión para 
combatir a los insurrectos. Los prelados de la Iglesia mexicana apoyan al virrey utilizando 
contra los revolucionarios las armas espirituales de que disponen, tales como son las 
censuras y las excomuniones.
De manera que, respaldado por el alto clero, el virrey decide dictar en junio de 1812 
un Bando por el que se declaran reos de la jurisdicción militar y de los consejos ordinarios 
21 Ana Carolina Ibarra, “Iglesia y religiosidad: grandes preocupaciones del movimiento insurgente” en 
Patricia Galeana (comp.), Relaciones Estado-Iglesia: Encuentros y Desencuentros, p. 29. 
22 Ibidem, p. 94.
26
de guerra a todos aquellos que opongan resistencia a las tropas del rey, sin importar cuál 
sea su estado y condición. La abolición de los fueros y de los privilegios del clero no 
modifica la actitud de la jerarquía eclesiástica, la cual sigue dando protección y fomento al 
sistema de predicaciones religioso-políticas que las autoridades civiles solicitan a favor del 
régimen español.
Este sistema de lucha practicado por el clero mexicano para combatir la causa de la 
independencia, aunque a la larga produjo el descrédito de censuras y excomuniones, 
provocó a corto plazo la división de las familias y, por lo tanto, del pueblo. La 
independencia nacional de México forma parte, pues, de la historia eclesiástica, no sólo 
porque sus principales promotores salieron del clero, sino, principalmente, porque a lo 
largo del proceso independentista intervino la idea y el sentimiento religioso. De hecho, los 
aspectos religiosos del movimiento de 1810 y su manifestación en el cura párroco de 
Dolores estuvieron regidos por la siguiente consigna: “Viva la religión, muera el mal 
gobierno”.
De modo que, en un país tan católico como México, era natural que el tema 
religioso fuera empleado con frecuencia en toda clase de manifiestos, sermones, prédicas, 
etcétera, pues mediante el uso conveniente de citas bíblicas se podía manipular al pueblo o 
bien legitimar cualquier tipo de violencia a la que se le exhortara en aras del bien común. 
Tal preocupación patriótica está presente a lo largo de toda la obra lizardiana y Noches 
tristes y día alegre no es la excepción. Sin embargo, Lizardi, lejos de utilizar la pluma para 
promover la división y la violencia entre su pueblo, lo hace para buscar la unidad de éste. 
Es decir, nuestro escritor estaba consciente de la situación ríspida que se vivía en el país por 
aquellos años de lucha insurgente, de ahí que en esta novela, en particular, busque 
promover entre su pueblo una práctica de amor y respeto al prójimo, así como mostrar la 
27
importancia de estrechar lazos entre sí y trabajar en conjunto para consolidar una nación 
independiente, para lo cual toma como estandarte la religión católica.Queda claro, entonces, que en un país mayoritariamente católico (católico por 
imposición, claro está), la religión resulta ser uno de los medios más efectivos para 
manipular a las masas. 
Por otra parte, cabe recordar que Fernández de Lizardi habla constantemente en sus 
textos acerca de la necesidad de que el hombre reciba una educación digna y de calidad, 
pero hace especial hincapié en el aspecto moral y religioso pues considera que para que el 
hombre sea capaz de horrorizarse ante el vicio e inclinarse por la virtud es necesario que 
tenga como base la certeza de la existencia de Dios, así como de su bondad y de su 
grandeza. 
Me parece importante resaltar que Noches tristes y día alegre es publicada a unos 
cuantos meses de la consumación de la Independencia de nuestro país. Considero que, 
debido a esto, puede percibirse en la novela, aunque de manera velada, toda la complejidad 
que encerró el período de lucha para obtener la emancipación de la Corona española. De ahí 
que me permita proponer el hecho de que en esta novela Lizardi está apostando por dar a 
conocer al pueblo los beneficios de practicar una religión de unidad y amor, y para eso 
toma como fundamento los principios del catolicismo, religión de la cual siempre fue 
ferviente creyente y practicante, tal como lo confiesa en su Testamento y despedida:
Declaro ser cristiano, católico, apostólico y romano, y como tal creo y 
confieso todo cuanto cree y confiesa nuestra santa madre Iglesia, en cuya 
fe y creencia protesto que quiero vivir y morir; pero esta protesta de fe, se 
debe entender acerca de los dogmas católicos de fe, que la Iglesia nos 
manda creer con necesidad de medio, esto sí creo y confieso de buena 
gana, y jamás ni por palabra, ni por escrito he negado una tilde de ello. 23
23 José Joaquín Fernández de Lizardi, Obras XIII-Folletos, p. 1038.
28
Es común notar, pues, que a lo largo de Noches tristes y día alegre Lizardi va a 
recurrir constantemente a citas del Antiguo Testamento, principalmente, para tratar de 
religar a un pueblo que vivía en medio de constantes olas de violencia, matanzas y saqueos. 
La discriminación y la pobreza a la que estaban sometidos los indios y las castas, frente a 
las descomunales riquezas que ostentaba el alto clero seguía siendo una realidad, así como 
la relegación que padecían los demás nacidos en la Nueva España, frente a todos los 
privilegios de que aún gozaban los peninsulares, daban como resultado una hostilidad 
permanente entre la gente del pueblo. En suma, el país atravesaba por tiempos difíciles y, 
pese a que por aquellos años ya estaba en vigor la Constitución de Cádiz (la cual establecía 
los puntos bajo los cuales tendría que regirse una nación independiente) y pese a que cada 
vez estaba más cerca la consumación de la Independencia, la realidad es que la población 
seguía marcadamente dividida y en descontento por la atribulada situación del país.
Ahora bien, en el caso particular de la novela en cuestión, cabe preguntarse ¿por qué 
Lizardi traería a cuento en dicho texto (y de modo particular) una tradición tan antigua e 
importante como lo es el Libro de Job? Considero que, siendo México un país tan católico 
y, sobre todo, en medio de la encarnizada lucha que libraba por aquellos años en contra del 
dominio español, era natural que el tema religioso fuera empleado con frecuencia en toda 
clase de escritos. Además, considero que el hecho de tomar como ejemplo la historia de Job 
sirve para enseñar que el azote de Dios debe ser considerado como un medio que emplea 
Éste para instruir a los buenos en la paciencia y la resignación.
En el caso de la novela lizardiana podemos observar cómo su forma alternadamente 
monológica y dialogada nos recuerda los sermones antinsurgentes en los cuales se trataban 
de evitar al máximo las largas citas latinas, puesto que era importante que todo público 
pudiera entender lo que se predicaba (y es una realidad que el conocimiento de las lenguas 
29
clásicas estaba reservado sólo para las clases privilegiadas), pero que, sin embargo, en lo 
que respecta a las referencias bíblicas, tenemos que no sólo no desaparecen, sino que 
frecuentemente constituyen el hilo conductor de los textos. De manera que la Biblia, en 
especial personajes y episodios del Antiguo Testamento, resulta el modelo idóneo mediante 
el cual se intentaban establecer las normas de conducta que debía seguir el pueblo. De 
modo que esa clase de referencias a la historia sagrada resultaba ser uno de los medios más 
efectivos para llegar a grandes grupos.
En el caso de Noches tristes y día alegre vemos cómo el autor va a aplicar el mismo 
principio que el empleado en los ya mencionados sermones, pero mientras que en estos 
últimos sus autores recurren a las referencias o a personajes bíblicos para legitimar la 
violencia y la discordia, Lizardi posiblemente persiga una finalidad opuesta: tratar de unir a 
una población que, después de trescientos años de sometimiento a España, seguía 
marcadamente dividida y en descontento por la atribulada situación en que vivía.
Una posible lectura no deja fuera que con esta novela Lizardi pretendiese que 
entendiera la gente del pueblo que, sin importar las dificultades a las que tuvieran que 
enfrentarse, debían también mantener siempre la total certeza de que Dios nada dispone que 
no esté orientado al bienestar de sus hijos, puesto que les ama y desea su felicidad, tal como 
lo señala la religión católica.
De manera que las virtudes de las que hace gala el personaje protagónico de Noches 
tristes y día alegre, vinculan de manera directa con el Libro de Job, uno de los máximos 
ejemplos que se pueden encontrar en la literatura acerca de la importancia que tienen la 
paciencia y la fe en la vida del hombre. De modo que el hecho de que Lizardi promueva 
tales virtudes en su novela, destaca “en un tiempo en que la insurgencia, las calamidades, la 
pobreza del pueblo, atribulan a México, y el escritor proclama el ejercicio de los dos 
30
principales preceptos divinos, la práctica real de la verdadera religión, como el único modo 
para construir una nueva hermandad entre todos, para hallar la paz y la dicha en una 
sociedad verdaderamente cristiana”.24 
Es así como la tolerancia, la paciencia y la fortaleza serán algunas de las principales 
virtudes que Lizardi resalte en esta novela, posiblemente con la finalidad de hacer entender 
a los lectores de su tiempo que éstas resultan sumamente necesarias para sobrellevar y 
superar las adversidades ocasionadas, en gran medida, por tantos años en un ambiente 
donde la lucha independentista buscaba librar al país de la tiranía colonial, lucha que al 
mismo tiempo era la causante de la constante pobreza, descontento y hostilidad 
permanentes en que el pueblo vivía.
24 Jesús Hernández García, op. cit. p. 651.
31
CAPÍTULO 3
LA FE
¿QUÉ ES LA FE? 
Dado que la fe es el tema principal en el desarrollo de esta tesis, resulta imprescindible 
puntualizar acerca de la idea o concepto de fe que servirá como punto de partida en el 
análisis que relaciona tanto al Libro de Job como a la novela Noches tristes y día alegre. 
En los capítulos anteriores he planteado el ámbito donde se desarrolla la actividad 
literaria de Fernández de Lizardi, que esencialmente es una época impregnada del 
catolicismo impuesto a nuestro continente desde el siglo XVI. Por lo anterior, la relación 
que se establece de manera estrecha respecto a la religión católica nos obliga, en primera 
instancia, a considerar la fe desde esta perspectiva.
Considero que es importante tomar en cuenta el tiempo y lugar en que se 
circunscribe la obra de Fernández de Lizardi, por lo tanto me parece que la definición de fe 
quecorrespondería dar, de primera instancia, es la que nos proporciona el Diccionario de 
Autoridades, ya que tal definición es la que se encuentra más cercana al contexto 
lizardiano:
FE. La primera de las tres virtudes Theologales. Es una especial y 
sobrenatural lumbre del Espíritu Santo, infundida en el entendimiento del 
Christiano, que le inclina a creer lo que la Iglesia le propone, sin vér la 
razón en que se funda: esta se recibe en el Bautismo juntamente con la 
gracia, y se llama Fé infusa […] Es también la firmeza que se adquiere 
por muchos actos de creer. Esta se llama Fé adquirida […] Se toma 
también por la creencia que se da à las cosas, por la autoridad del que lo 
32
dice, ò por la fama pública, y esta se llama Fe humana.25 (Diccionario de 
Autoridades, p. 729)
Sin embargo, me inclino también a tomar en cuenta el concepto de fe que señala el 
Diccionario de la Lengua Española, concepto que me permitirá puntualizar el concepto de 
fe desde una perspectiva más neutral (es decir, sin apegarme únicamente a la concepción 
decimonónica). Ahora bien, una de las definiciones más generales de fe dice: “conjunto de 
creencias de alguien, de un grupo o de una multitud de personas”,26 y de esta definición 
debemos subrayar “creencias”. La fe también se ha entendido como una “creencia que se da 
a las cosas por la autoridad del que las dice o por la fama pública”.27
Por otro lado Ferrater Mora28 también subraya el hecho de que tanto el término fe 
como el de creencia se usan indistintamente, aunque hay una tendencia a usar el de fe en el 
ámbito religioso.
Durante la Edad Media, cuando por “creer” se entendía “tener fe”(y a 
veces ‘tener la fe’), se debatió a menudo el problema de la relación entre 
creencia y ciencia, creencia y saber, creencia y razón. Puede hablarse 
asimismo, y se hace con gran frecuencia, de “fe y razón”. 
Algunos estimaron que la razón es una preparación para la creencia (o la 
fe). Esto equivale a suponer que no hay conflicto entre ambas. Otros 
estimaron que solamente si se cree se puede comprender, esto es, 
comprender las llamadas “verdades de fe”. La creencia, además, requiere 
la comprensión [...] San Anselmo desarrolló el tema del “Creo para 
comprender” [...] Ciertos autores juzgaron que puede haber conflictos 
entre creencia y razón, pero que estos conflictos pueden solucionarse si se 
usa la razón rectamente; lo cual equivale casi siempre a suponer que hay 
que partir de la creencia, como fundamento desde el cual se consigue la 
racionalidad (de lo creído).29
A partir de estas definiciones podemos considerar que fe y creencia comparten 
25 Diccionario de Autoridades. Real Academia Española, p. 729.
26 Diccionario de la Lengua Española. Real Academia Española, p. 956.
27 Idem.
28 José Ferrater Mora, Diccionario de Filosofía, pp. 722-726.
29 Ibidem, p. 722.
33
cierta igualdad de significados. Desde el sentido más general (RAE) se esclarece que la fe 
es creer, de tal modo que “tener fe en” en esencia es “creer en”. Esta idea se complica 
gradualmente cuando intervienen distintos factores, como la razón o la voluntad, puesto que 
suman otras vías de interpretación. De igual forma también se menciona el hecho de creer 
para comprender. En cierto sentido resulta factible considerar la idea de que la fe rebasa el 
ámbito de la razón, o se dirige a otras áreas donde más que la razón, sería la confianza, 
certeza o convicción en tal o cual cosa, lo que completaría la idea de fe.
Si para creer fuese necesaria la participación de la razón, dejaría de suscribirse la 
creencia a la idea de fe. La fe es certeza legítima en lo que uno la deposita, si se tiene fe no 
cabe la duda, la incertidumbre, o la vacilación.
Además de estas consideraciones que permiten un acercamiento a la idea de fe, es 
necesario incluir el aspecto religioso a dicha idea. Regresemos al Diccionario de la Lengua 
Española donde se apunta que fe es “la primera de las tres virtudes teologales: luz y 
conocimiento sobrenatural con que sin ver se cree lo que Dios dice y la Iglesia propone”.30
En esta definición también se incluye el término creencia, y concretamente creencia 
en Dios y en la Iglesia. Es importante señalar que desde la perspectiva religiosa (hebrea y 
católico romana) la fe está considerada como una de las tres virtudes teologales: fe, 
esperanza y caridad, donde la fe ocupa el primer lugar dada la implicación de su 
significado. Por consiguiente creer en Dios, sin cuestionar su existencia, es creer en lo que 
Dios dice en el espectro de la religión.
Si la fe es una virtud en el ámbito que vamos a considerar para el análisis de las dos 
obras, conviene recordar que el término virtud se refiere a: “la actividad o fuerza de las 
30 Diccionario de la Lengua Española, op. cit. p. 956.
34
cosas para producir o causar sus efectos. Eficacia de una cosa para conservar o restablecer 
la salud corporal. Fuerza, vigor o valor. Poder o potestad de obrar. Integridad de ánimo y 
bondad de vida. Disposición constante del alma para las acciones conformes a la ley moral. 
Recto modo de proceder”,31 además de señalar a qué se refieren las virtudes teologales. 
Según Ferrater Mora virtud significa “fuerza”, “poder”, “eficacia” y:
Una clase importante de virtudes son las “virtudes teologales” (fe, 
esperanza y caridad). Según Santo Tomás estas virtudes son las que 
encaminan hacia una felicidad sobrenatural. Puesto que esta felicidad 
‘sobrepasa los poderes de la naturaleza humana’, es necesario para el 
hombre recibir de Dios ‘algunos principios adicionales’, esto es las 
virtudes teologales. Estas virtudes nos encaminan hacia Dios, se hallan 
infusas en nosotros por Dios y son dadas a conocer sólo por medio de la 
revelación divina. Una virtud es definida como un buen hábito infuso 
cuyo objeto inmediato es Dios.32 
De acuerdo a lo anterior resulta factible establecer que si bien la fe es “creer en”, 
esta creencia se sustenta en la fuerza o vigor que se desprende del acto en sí, es decir el 
poder que caracteriza a la propia fe. Y en el ámbito teológico la referencia se centra en que 
la fuerza o poder es algo otorgado por Dios. De modo que tener fe es resultado de una 
fuerza otorgada, misma que permite consolidar dicha creencia por el poder que le 
caracteriza.
A partir de este planteamiento se puede observar que en Noches tristes y día alegre, 
Teófilo, el personaje central de la historia, es un hombre de fe que se manifiesta en la 
fuerza que le confiere la virtud que ha recibido de Dios. Teófilo, como ya analizaremos más 
adelante, no pone en duda su creencia, su confianza, él vive y actúa plenamente convencido 
que Dios le acompaña y sabrá mostrarle el camino en cada momento de incertidumbre, 
31 Ibidem, p. 2095.
32 José Ferrater Mora, op. cit., p. 3707.
35
tristeza y desasosiego. Situación que podrá contrastarse detalladamente con el caso de Job, 
quien sí cuestionará y pondrá en duda la bondad del Dios supremo, pero no así su 
existencia.
Anteriormente mencioné que me interesaba considerar una idea o concepto de fe un 
tanto “neutra” o imparcial, para poder subrayar las diferencias respecto al ámbito teológico 
en el que están insertos ambos textos en cuestión. En este sentido la gran diferencia entre 
ambas posturas sería la intervención de Dios, tanto en el otorgamiento de la fuerza que 
permite sostener la creencia, como en la certeza y confianza de mantenerse en el 
convencimiento de lo inamovible de la fe misma. Si deslindamos la fe de la teología nos 
quedamos con la “creencia en” sustentada o no en una fuerza que ya no tendría que ser 
otorgada, sino que sería parte de quien confía, cree, o tiene fe. Nos encontraríamos ante el 
hombre de fe, y dicha fe no necesariamente sustentada en la existenciade Dios, ya que el 
hombre “creyente” podría confiar en sí mismo, en sus conocimientos, en su experiencia, en 
la ciencia, en la tecnología, o en un sin fin de elementos que ocuparían el lugar de la figura 
“divina”.
Teófilo y Job pueden ser considerados como dos hombres de fe, sin embargo en el 
primer caso la creencia se manifiesta como algo inquebrantable, completamente firme y 
poderoso; en el segundo, el quebranto y padecimiento de las adversidades nos muestran al 
hombre susceptible al sufrimiento y al dolor, débil en sus convicciones y, sobre todo, 
demandante de respuestas que le permitan comprender la situación que lo oprime a tal 
grado. Es importante considerar que ambos textos literarios se encuentran enmarcados en 
una temporalidad muy contrastante: mientras Teófilo padece durante cuatro noches 
continuas, Job padece durante un periodo más prolongado, en el que su agobio se acrecienta 
y su fe se quebranta conforme avanza el tiempo.
36
Si bien se tiene una idea generalizada acerca del Libro de Job como el gran ejemplo 
del hombre de fe, en este análisis donde estableceré analogías (semejanzas y diferencias) 
entre ambos textos, esbozaré una interpretación que rebase la frontera entre la fe como 
estructura inquebrantable y la fe como parte de la condición humana, a pesar de que ambos 
textos se mantienen en el ámbito de una perspectiva teológica.
37
CAPÍTULO 4
EL LIBRO DE JOB EN CONTEXTO
En este apartado pondré en contexto el Libro de Job a partir de algunas interpretaciones que 
considero importantes para el análisis que nos ocupará más adelante.
En primera instancia, debo aclarar que la intención de este estudio no contempla la 
disputa del origen acerca del texto bíblico en cuestión, por lo que me referiré directamente 
al texto, como narración literaria. Dejaré de lado las polémicas versiones acerca de su 
autoría, así como las intenciones de haber insertado los diálogos entre Job y sus amigos 
posteriormente a la escritura original del mismo, y sólo tomaré algunos datos precisos para 
contextualizar dicha obra.
Ahora bien, si hablamos de un texto bíblico es posible que el referente más 
inmediato se encuentre en el contexto de la religión, ya sea la hebrea, la judeo-cristiana, o 
bien, la religión católica. Además, que a partir de esta última, se cuenta con una idea, de 
dicho texto, supeditada a la interpretación, que en el ejercicio de la doctrina cristiana, han 
hecho los sacerdotes en las ceremonias tradicionales; más adelante ahondaré sobre este 
aspecto. Si bien han existido dudas respecto al origen del texto en cuestión, se presume que 
su aparición data del siglo VII a. de C.33
Existen otras versiones del origen de este texto, como la que nos presenta Francisco 
Serrano en su introducción:
Se sabe muy poco acerca del autor. Algunos creen que vivió en la época 
33 “Es posible que el libro de Job fuera escrito en fecha temprana, quizá en el siglo VII a. de C. El Eclesiastés 
es posterior al Destierro, y es posible que fuera redactado, con toda probabilidad por un solo sabio, antes del 
año 200 a. de C.” Harold Bloom, ¿Dónde se encuentra la sabiduría?, p. 30.
38
de los patriarcas; otros, los menos, que era anterior a Moisés y que éste 
tradujo el poema de algún dialecto semítico al hebreo. Varios orientalistas 
piensan que el hecho de que un jefe tribal edomita sea interpelado por el 
dios de los hebreos sugiere que el poema fue escrito en una fecha anterior 
al siglo VI a. de C. y basan su suposición en que la desconfianza que los 
israelitas sentían hacia los edomitas se acentuó durante el exilio que 
siguió a la toma de Jerusalén por Nabucodonosor, en 587 a. C.34
Pese a que no se puede precisar con exactitud la fecha en que surge el Libro de Job, 
bastará con tomar en cuenta que es un texto bíblico y que surge alrededor del siglo VI a. de 
C.35
En general la idea del Libro de Job se apega con frecuencia a la del ejemplar 
hombre de fe.36 Sin embargo, mi interpretación quedará deslindada de esta idea, ya que 
comparto la observación de Francisco Serrano en su versión del Libro de Job:
El personaje que describe el poema es todo lo contrario de la imagen que 
la Iglesia ha querido popularizar. No es el resignado y paciente siervo de 
Dios, sino un ser humano angustiado e indignado que padece lo que a su 
juicio es un castigo injusto y que protesta con violencia por el modo como 
Dios lo trata. Job está convencido de su inocencia y no acepta, no puede 
aceptar, pese a la insistencia de sus amigos, que los males que padece 
sean consecuencia de su maldad.37
Coincido con esta postura ya que no encuentro en el texto los enunciados que 
34 Francisco Serrano, “Introducción” a Libro de Job, p. 9-10.
35 Jung también plantea sus aproximaciones respecto al origen del Libro de Job: “Desgraciadamente no 
conocemos la fecha con seguridad. Se supone que fue escrito entre los años 600 a 300 a. C., es decir, en una 
época no muy distante cronológicamente de aquella en que fueron escritos los llamados Proverbios de 
Salomón (escritos del siglo IV al III a. C.) En estos proverbios encontramos síntomas de influencias griegas 
que, de ser anteriores habrían llegado al reino judío a través de Asia Menor, y de ser posteriores, lo habrían 
hecho a través de Alejandría.” Carl Gustav Jung, Respuesta a Job, p. 36.
36“Existen muchas lecturas del Libro de Job. Una, que prevaleció durante siglos, nos hace saber Borges, 
sostiene que es una especie de fábula sobre el estoicismo: el hombre que sufre, que debe sufrir y que pese a 
todo no pierde su fe. Otra se plantea como una indagación del problema del mal: ¿a qué se debe el sufrimiento 
injustificado del inocente?, ¿por qué existe el mal en el mundo? Una tercera señala que Dios es inexplicable e 
inescrutable y que su naturaleza no puede ser comprendida por el hombre. Los hombres somos incapaces de 
pensar a Dios en términos humanos, es imposible e inútil aplicar una medida humana a la divinidad. El 
universo existe y en él existen nuestra desdicha y nuestra felicidad, no sabemos por qué.” Ibidem, p. 11.
37 Francisco Serrano, op. cit., p. 12.
39
sostengan la interpretación de ver a Job como el hombre de fe inquebrantable, ya que 
atraviesa por momentos en que duda y sobre todo cuestiona la conducta de Dios; desde mi 
perspectiva, es Teófilo en la novela de Lizardi, quien podría encajar perfectamente en tal 
descripción. 
La obra que nos ocupa también ha sido considerada como uno de los poemas más 
importantes de la literatura universal, y hay quienes lo ubican por encima de autores como 
Homero, Dante o el propio Shakespeare. Al mismo tiempo ha habido comparaciones con la 
tragedia griega.38 Aquí cabe mencionar que la gama de interpretaciones y críticas en torno 
al Libro de Job tiende a diversas líneas de análisis, que en algunos casos provocan distancia 
y posturas antagónicas, pero que todas ellas se suman al mundo hermenéutico que emana 
del propio texto.
Por ejemplo, puedo mencionar que Harold Bloom39 disiente de Paul Ricoeur 
cuando éste interpreta el Libro de Job “como una reafirmación trágica”, ya que el propio 
Ricoeur plantea toda una reflexión pertinente y muy precisa respecto al vínculo trágico que 
encuentra en Job:
En el libro de Job tenemos el más extraordinario documento de la 
‘antigua sabiduría’ del Próximo Oriente por lo que respecta a ese viraje de 
la comprensión ética del mismo Dios hacia su comprensión trágica […] 
¿No puede decirse que Job descubrió al Dios trágico, al Dios inescrutable 
del terror? También el desenlace lleva el sello de lo trágico. ‘Sufrir para 
comprender’ decía el coro griego. Por su parte, Job adquiere una nueva 
dimensión de la fe por encima de toda visión ética: la dimensión de la fe 
incomprobable.40
Además de sostener el vínculo con la visión trágica del Dios que castiga, Ricoeur

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