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Universidad Nacional Autónoma de México Facultad de Filosofía y Letras Colegio de Letras Hispánicas La alegoría en El luto humano Tesis que para obtener el título de Licenciado en Lengua y Literaturas Hispánicas p r e s e n T a Luis Fernando Figueroa Olivo asesor: Dr. José Manuel Mateo Calderón Ciudad Universitaria, Cd. de México Noviembre 2018 UNAM – Dirección General de Bibliotecas Tesis Digitales Restricciones de uso DERECHOS RESERVADOS © PROHIBIDA SU REPRODUCCIÓN TOTAL O PARCIAL Todo el material contenido en esta tesis esta protegido por la Ley Federal del Derecho de Autor (LFDA) de los Estados Unidos Mexicanos (México). El uso de imágenes, fragmentos de videos, y demás material que sea objeto de protección de los derechos de autor, será exclusivamente para fines educativos e informativos y deberá citar la fuente donde la obtuvo mencionando el autor o autores. Cualquier uso distinto como el lucro, reproducción, edición o modificación, será perseguido y sancionado por el respectivo titular de los Derechos de Autor. Diseño de portada: Sahid Alejandro Miramontes Torres Luis Fernando Figueroa Olivo Diseño y formación: Dafne Iliana Guerra Alvarado Luis Fernando Figueroa Olivo Asesor de tesis: Dr. José Manuel Mateo Calderón Sínodo: Dra. Edith del Rosario Negrín Muñoz Dr. Enrique Alberto Flores Esquivel Dr. José Manuel Mateo Calderón Dra. Mónica Quijano Velasco Dr. Armando Octavio Velázquez Soto Dibujo de José Revueltas, tomado de La brújula en el bolsillo. Re- vista de Literatura, núm. 8, abril 1983, p. 11. A mayor significado, mayor sujeción a la muerte, pues sin duda es la muerte la que excava más profundamente la dentada línea de demar- cación entre la naturaleza y el significado Walter Benjamin Doña Blanca está cubierta de pilares de oro y plata, romperemos un pilar para ver a doña Blanca. Quién es ese Quijotillo que anda en pos de doña Blanca "Canción popular" agradecimienTos Es posible decir que un trabajo como el presente se forma a partir de un esfuerzo individual, de una concentración personal, pero nada, al final de cuentas, surge de un solo individuo, todo lo que hacemos se encuentra enlazado con el que- hacer de otras personas. Pensar en este hecho culmina en un sentimiento: agradecer. De ahí que el propósito de estas palabras sea estimar el beneficio que otros me han otorgado y sin el cual no hubiera sido posible ni pensar ni escribir esta tesis. La primera persona a la quiero agradecer es a María Teresa Olivo González, quien me ha cedi- do un espacio en este mundo desde los momen- tos más primigenios de mi existencia, sin su gene- rosidad no sería posible ninguno de mis intentos ni ninguno de mis esfuerzos. El camino de las le- tras lo observé por primera vez gracias al hombre que me mostró el significado de la paternidad, agradezco mucho a Fernando Figueroa Soto, so- bre todo por ser un guía amable y firme. Aquí es justo reconocer a los que están detrás de ambos, y así agradecer a sus ancestros, abuelos paternos y maternos de quienes recojo una valiosa herencia cultural. En general gracias a toda mi familia; a mi pequeña hermana, Aurora Figueroa Olivo, sin saberlo me has ayudado a crecer, porque tu creci- miento pone a prueba el mío. Gracias a mis maestros universitarios, con ellos afiancé mi pasión por las lenguas y las litera- turas, al tiempo que aprendía las nociones para estudiarlas; a Hugo Espinoza, quien me enseñó las artes de la edición; a José Manuel Mateo, quien me guió por los senderos revueltianos; así como a mis sinodales, por sus lecturas puntuales. También agradezco a todas mis amistades, con quienes compartí la experiencia de crecer, de adquirir y comprobar los conocimientos; en espe- cial, a Dafne Iliana Guerra Alvarado, cuyas virtu- des me mostraron el valor de una disciplina para el estudio, tu compañía acendró mis prácticas y mi pasión por las letras. En fin, gracias a todos ustedes, como a aque- llas personas que no llego a mencionar, pero que están en el corazón de mi mente, a todas aquellas que, como dice el otomí, han dejado algo pintado en mi ayate. Índice Presentación ........................................................ 11 Capítulo 1. Sobre ese recurso retórico, modo o figura, llamado alegoría ............................. 17 1. 1. Obstáculos ante el discernimiento ............... 17 1. 2. Definición de la alegoría o los límites para un extenso tema ................................... 23 1. 3. Acotaciones sobre el funcionamiento de la alegoría .................................................... 37 Capítulo 2. Sobre esa novela de José Revueltas llamada El luto humano ............................... 51 2. 1. El entorno crítico de El luto humano ........... 51 2. 2. El contenido de la novela de 1943 ............... 61 Capítulo 3. La entrada de la teoría alegórica en la escritura de José Revueltas ................... 71 3. 1. Las primeras observaciones de la alegoría en El luto humano ........................................ 71 3. 2. La estructura alegórica de la novela de 1943 ....................................................... 82 3. 3. La alegoría profética .................................... 94 3. 4. Otros vínculos: estética revueltiana y alegoría ................................................... 100 3. 4. 1. Sobre la paradoja ................................... 100 3. 4. 2. Sobre el símbolo .................................... 102 3. 4. 3. La alhaja: el aspecto colaborativo, la alegoría y otras figuras ............................ 110 3. 4. 4. El concepto de la verdad para José Revueltas ............................................ 112 3. 4. 5. El realismo revueltiano .......................... 115 Capítulo 4. El análisis de la novela: el mensaje del luto-humano ...................... 125 4. 1. Revisión formal de la estructura alegórica de El luto humano ...................................... 125 Conclusiones ..................................................... 179 Apéndice ........................................................... 187 Bibliografía ........................................................ 193 11 presenTación La siguiente investigación tiene como objetivo profundizar en el funcionamiento de un recurso literario: la alegoría, dentro de una de las novelas de José Revueltas: El luto humano (1943). Para ello, el primer paso fue adentrarme en el terreno de esta figura con el fin encontrar un aspecto fir- me que pudiera ser localizable en la novela. No obstante, la alegoría ha padecido una inestabili- dad conceptual durante un largo periodo, lo cual repercute a la hora de querer manipular su signi- ficado. Una de las problemáticas más recurrente es que su definición se entremezcla con la de otras figuras. El estado de esta cuestión determinó los pasos a seguir. En ese sentido, el primer capítulo está abocado a los asuntos de este recurso, el cual ya no es considerado como una figura en ciertos ámbitos, sino como un modo, “un proceso funda- mental para codificar nuestra habla”;1 pero den- tro de todo el material existente sobre el tema, me concentro en el que favorece el asentamiento de una definición por un lado y, por el otro, en una parte específica dedicada a la etapa moderna de este recurso. De tal suerte, el primer capítulo está dividido en tres apartados: “Obstáculos ante el discernimiento”, “Definición de la alegoría o 1 Angus Fletcher, Alegoría. Teoría de un modo simbólico, p. 12. 12 los límites para un extenso tema” y “Acotaciones sobre el funcionamiento alegórico”. En el segundo capítulo, por fin entro en la materia de El luto humano, cuya mención es mí- nima en el anterior, y lo mismo ocurre aquí: dejo fuera el tema de la alegoría y sólo me dedico a la novela de José Revueltas. Parto del momento en el que ésta irrumpe en el plano de la literatura nacional. Desde aquel año, 1943, comienza el de- sarrollo deun entorno crítico, que reviso a partir de un recorrido cuyo punto final se encuentra en los albores del siglo xxi; es un itinerario que tiene la característica de ser un compendio, enfocado en los trabajos que se interesaron en El luto hu- mano, con una especial atención en los de corte monográfico. Este acercamiento constituye uno de los dos apartados que posee este capítulo: “El entorno crítico de El luto humano”. A continua- ción comienza “El interior de El luto humano”, en el que se enlistan las temáticas más relevantes de esta obra, consideración fundada en los intere- ses que han expresado distintos críticos. El tercer capítulo se caracteriza por ser el más subdividido: “El luto humano y la alegoría”, “La alegoría en el interior de El luto humano”, “La ale- goría profética” y “Otros vínculos: estética revuel- tiana y alegoría”, este último a su vez repartido en cinco (Sobre la paradoja, Sobre el símbolo, La alhaja: el aspecto colaborativo, La verdad para Revueltas y El realismo revueltiano). Todas es- 13 tas partes son el resultado del trabajo analítico empleado para conjugar el marco teórico de la alegoría con el marco revueltiano; proceder en el que resulta fundamental un método comparati- vo para revisar tanto las proximidades como las diferencias entre la prosa de El luto humano y los rasgos característicos de la alegoría. Los puntos en donde los marcos se llegan a fundir, es decir, los que revelan lo alegórico en la estrategia discursiva de la novela, son los argumentos para desarrollar la fase concluyente de esta investigación. Pese a que la alegoría ya ha sido reconocida en El luto humano,2 las particularidades de su funcio- namiento han quedado de lado, carencia que no obstaculiza acceder a los mensajes que transporta, como nos lo indica Evodio Escalante: “No es ne- cesario hacer una lectura alegórica para saber que no es sólo Adán, sino el régimen al cual represen- ta el que se […] dirige, ‘no a su salvación, sino a las tinieblas; no al día sonoro y creador, sino a la noche del miedo y la ceguera’”.3 Sin embargo, co- mo explica el investigador norteamericano Angus Fletcher, aunque la alegoría “no precisa ser leída exegéticamente”, ya que su expresión “comporta un nivel literal que tiene suficiente sentido”, da “ma- 2 Véase, por ejemplo, lo que dice Edith Negrín: “la historia del Sistema de Riego puede leerse como una alegoría del apo- geo y el fracaso de la reforma agraria de la Revolución mexi- cana” (en E. Negrín, Entre la paradoja y la dialéctica, p. 129). 3 Evodio Escalante, “El luto humano de José Revueltas”, en La palabra y el hombre, núm. 134, abril-junio de 2005, p. 142. 14 yor riqueza e interés” cuando se interpreta su “do- ble intención”, la cual, de algún modo, se sugiere desde la “superficie literal”.4 Con la alegoría de El luto humano ocurre algo atípico, porque se han señalado los niveles de sentido que participan en su composición sin que haya sido necesario reali- zar un análisis de ella, empero, advertir estos do- bleces sin incluir a la alegoría como un principio analítico, ha dejado pendientes, como dice Flet- cher, el “interés” y la “riqueza” de sus efectos, ema- nados de una particular estructura que tiene, pre- cisamente, distintos niveles de significado.5 Los argumentos sobre la presencia de lo ale- górico en El luto humano se comprueban en el cuarto capítulo, sin apartados, todo dedicado a la observación del funcionamiento de la alegoría directamente en fragmentos de la novela, con los que se corrobora la presencia del armazón que posee este recurso para codificar mensajes. Deter- minar esto nos deja resuelta una parte primordial de esta investigación, que no está completa si no Consultado en: cdigital.uv.mx/bitstream/123456789/319/1/2 005134P139.pdf [05/11/17]. 4 Angus Fletcher, Alegoría. Teoría de un modo simbólico, p. 17. 5 Esto se puede entrever en una explicación de los investiga- dores Rita Copeland y Peter T. Struck: “To compose allegori- cally is usually understood as writing with a double meaning: what appears on the surface and another meaning to which the apparent sense points” [“La composición alegórica es usual- mente entendida como una escritura con un doble sentido: el que aparece en la superficie y otro significado, señalado por el aparente”], en R. Copeland y P. Struck (eds.), The Cambrid- ge Companion to Allegory, p. 2. 15 se ventila otro asunto: qué participación tiene la alegoría dentro de la estética revueltiana. De entre los elementos hallados al desarrollar este análisis, se localizó un interesante vínculo en- tre un componente de la alegoría y un asunto que forma parte del realismo teorizado por José Re- vueltas. Esta porción del discurso —nombrada aquí por sus características: el mensaje del luto- humano y que en términos alegóricos equivale a una pieza oculta— tiene una relación con el rea- lismo revueltiano que no se encuentra de manera evidente, en parte porque, por un lado, su plan- teamiento queda desdibujado entre la urdimbre temática de la novela en cuestión y, por el otro, porque el mismo Revueltas abandona los atribu- tos expresivos del mensaje del luto-humano en escritos futuros. Se puede adelantar que no queda abandonado por completo el sentido que busca- ba transmitir Revueltas con esta parte oculta de El luto humano, ya que vuelve a aparecer décadas después en el método del lado moridor, aunque bajo una nueva categoría: la lepra. No obstante, el hecho de que la contextura de este “mensaje” quedara tan deslucida en la novela constituye un acierto dentro de los parámetros de lo alegórico. Para aclarar estos puntos es necesario el conjunto de explicaciones aquí contenidas, por lo que sería mejor pasar a ellas. 17 capÍTulo 1. sobre ese recurso reTórico, modo o figura, llamado alegorÍa 1. 1. Obstáculos ante el discernimiento Al comenzar el estudio de la alegoría se presen- taron dos problemáticas que dificultaron el claro reconocimiento de esta figura; juntas equivalen a una especie de barrera que confunde y bloquea la reflexión. Desde mi punto de vista, el análisis debe empezar por abordar esta situación. En el 2003 se llevó acabo el congreso “Me- tamorphoses of Allegory: Discourse and Power in Spain from Medieval to Modern Times”, con sede en la Universidad de Manchester. Dos años después, se concretó la publicación de un libro, editado por Rebeca Sanmartín Bastida y Rosa Vi- dal Doval. La versión española lleva por título: Las metamorfosis de la alegoría. Discurso y sociedad en la Península Ibérica desde la Edad Media hasta la edad Contemporánea. En el “Prefacio” se perfi- lan las dos problemáticas que quiero abordar: Utilizar el término alegoría en castellano a menudo remite a la simple personificación, casi siempre en forma de mujer, de realidades abstractas como la jus- ticia o de instituciones como la república, que pasan así a ser la Justicia o la República. Hemos especulado entre nosotros si ésta no sería una de las razones por 18 las que el estudio teórico de la alegoría en el ámbito de la cultura hispánica ha recibido tan poca atención hasta la fecha [2005].1 Aunque aquí ya aparecen los dos componentes de la barrera que visualizo, hace falta desplegarlos. Para empezar, se encuentra la personificación, la cual se coloca como la definición total de la figu- ra. No obstante, cada vez hay más elementos para evitar este encasillamiento. El cambio de perspec- tiva en torno a la alegoría se puede percibir in- cluso en obras como Walter Benjamin. Dirección múltiple, editado por Esther Cohen Dabah: Benjamin nos ha enseñado a pensar y a cuestionar cualquier verdad que se quiera totalizadora y cerrada en sí misma. Si hay algo que aprendimos del filósofo fue a mirar desde la alegoría, es decir, a comprender al mundo como algo inacabado, en constante deve- nir; aprendimos que la alegoría no es una figura retó- rica sino la experiencia misma que nos enseña, como diría EmillyDickinson, que “este mundo no es una conclusión”.2 Sin ser su objetivo, se aborda la alegoría en esta obra porque, como bien se sabe, fue uno de los intereses teóricos de Walter Benjamin. Un buen ejemplo es su obra: El origen del drama barroco alemán, dividido a grandes rasgos en dos partes: 1 Rebeca Sanmartín y Rosa Vidal (eds.), Las metamorfosis de la alegoría, p. 14. 2 Esther Cohen (ed.), Walter Benjamin. Dirección múltiple, p. 6. 19 “Trauerspiel y Tragedia” y “Alegoría y Trauerspiel”. Las aportaciones de este filósofo fueron trascen- dentales, pues “lleva a cabo una defensa radical de la alegoría, convirtiendo, a lo largo de toda su obra […], el desechado tropos retórico en para- digma de la Modernidad”.3 En la cita de Dirección múltiple, la alegoría que se nos presenta no incluye el efecto de la per- sonificación como distintivo, incluso se descarta su continente clásico cuando se indica: “no es una figura retórica”. En cambio, se dice de ella que re- presenta “la experiencia misma que nos enseña”, una mirada (un modo quizá) para “comprender al mundo”. Lo que me interesa destacar, ante todo, es la presencia de una consideración que dista de la idea acostumbrada: una “simple personifica- ción, casi siempre en forma de mujer, de realida- des abstractas”, como advierten Rebeca Sanmartín y Rosa Vidal. 3 Óscar Cornago Bernal, “Alegorías de la Modernidad”, en Sanmartín y Vidal (eds.), op. cit., p. 315. Durante un tiempo, que se podría enmarcar en el Romanticismo, imperó una con- cepción negativa sobre la alegoría; surgió entre ésta y el símbolo una especie de pugna. “En concreto la palabra ‘símbolo’ […] se ha prestado a una falsa función evaluativa siempre que se utiliza para hablar de ‘buena’ (‘simbólica’) frente a ‘mala’ (‘ale- górica’) poesía” (véase Angus Fletcher, Alegoría. Teoría de un modo simbólico, pp. 22-25). Jeremy Lawrence es uno de los investigadores que coloca a Goethe como el introductor de esta preferencia estética, el poeta “opinaba que la verdadera poesía se expresa a través del simbolismo” (“Introducción: Las siete edades de la alegoría”, en Sanmartín y Vidal (eds.), op, cit., pp. 30-32). 20 Con cierto tono coincidente, pero ahora sí dentro de un libro dedicado al tema, Las meta- morfosis de la alegoría, se encuentran las siguientes opiniones. Por un lado, se lee en el “Prefacio”: “la alegoría muestra diversas significaciones; puede entenderse como artificio retórico, pero también como género literario e incluso como actitud filo- sófica”. Por el otro, en la “Introducción”, Jeremy Lawrence escribe: “¿Qué es la alegoría? Durante siglos se confundió con la personificación, la me- tonimia y la ironía, siendo tratada como figura retórica en vez de modo discursivo”.4 En estos juicios, se observa que la conformación de este recurso no se resume en un elemento, sino que posee cierta polivalencia o indefinición. En una cita, se dice que puede tener “diversas significa- ciones” y, en la otra, que se ha confundido cons- tantemente sin ver que es un “modo”. 4 Véase Sanmartín y Vidal (eds.), op. cit., pp. 13 y 17, res- pectivamente. Otros autores piensan algo similar, por ejemplo, Copeland y Struck plantean: “La alegoría literaria ha sido tra- tada, por momentos, como un género, un modo, una técnica o un recurso retórico o tropo, relacionada con la metáfora y algunas veces definida como una ‘metáfora extendida (o con- tinuada)’” [“Literary allegory has been treated by turns as a genre, a mode, a technique, or a rhetorical device or trope, related to metaphor and sometimes defined as ‘extended (or continued) metaphor’”] (The Cambridge Companion to Alle- gory, p. 2). // Jeremy Tambling advierte: “La alegoría tiene un amplio conjunto de significados” [“‘Allegory’ has a broad set of meanings”] (Allegory, p. 2). En adelante, las traducciones del inglés son mías, salvo que se indique lo contrario. 21 Con estas consideraciones, queda expuesta la existencia de un cambio en la manera de pensar en la alegoría, la cual, como se ha visto, toma dis- tancia de la personificación. No cabe duda que ésta sea uno de sus efectos más evidentes y, para algunos críticos, el “esencial”,5 mas no constitu- ye su faceta total. A la hora de querer explicar la alegoría ha sido recurrente entreverarla con otras figuras, como bien lo expresan las palabras de Je- remy Lawrence atrás expuestas: “Durante siglos se confundió con la personificación, la metoni- mia y la ironía”. Al comienzo planteaba la presencia de una barrera que obstruye el acceso reflexivo a la ale- goría, asimismo que dicho obstáculo tenía dos componentes. El primero, responsable de la con- fusión, lo acabo de atender. El segundo, el encar- gado de bloquear, se desprende de esa parte de la cita inicial que afirma: “la alegoría en el ámbito de la cultura hispánica ha recibido tan poca aten- ción”. Sea por el poco interés que causa un tema desestimado o por cualquier otra razón, existen, en efecto, pocos materiales en nuestra lengua: son escasos los traducidos y menos aún los propios. Rebeca Sanmartín y Rosa Vidal exponen que, “a pesar de la brillante y reconocida aportación 5 Samuel R. Levin es de los que opinan que “El elemento esencial de la alegoría es la personificación” [“The staple of allegory is personification”] (“Allegorical language”, en Morton W. Bloomfield, Allegory, Myth, and Symbol, p. 24). 22 de la cultura hispánica a la historia de la alego- ría”, “faltan todavía estudios generales sobre los modos de proceder”. Para atender “ese notorio vacío teórico en el panorama crítico español”, publican Las metamorfosis de la alegoría, uno de los pocos trabajos monográficos dirigido a un pú- blico hispanohablante, aunque proyectado den- tro de una universidad inglesa.6 De hecho, una buena parte de los estudios que hay sobre el tema es de origen anglófono. Esta circunstancia influye directamente en el marco teórico que se puede construir para tratarlo. Las bibliotecas de nuestra Universidad poseen pocos textos, pero son títulos cruciales para adentrarse en el conocimiento de esta figura, siempre y cuando no sea una barrera el idioma. Las publicaciones en español —sólo en lo que atañe al libro que indaga crítica y monográ- ficamente los entresijos de la alegoría— luce aún menor ante lo que han editado las universidades de Inglaterra y los Estados Unidos. En un con- teo somero suman 20 obras monográficas, cuya publicación se hace más visible a partir de 1959 con el libro de Edwin Honing: Dark conceit: The making of allegory. Los registros más actuales son del 2010: Allegory, de Jeremy Tambling, y The Cambrige Companion to Allegory, coordinado por 6 R. Sanmartín y R. Vidal (eds.), op. cit., p. 13. 23 Rita Copeland y Peter Struck.7 Esto apunta a que una parte de la crítica anglófona ha conservado cierto interés por la alegoría durante un tiempo considerable, empeño que ha ido definiendo un campo de investigación. No obstante, dentro de este desarrollo, no deben quedar fuera las apor- taciones germanas, encabezadas por Walter Ben- jamin, o las de otros países europeos, entre los que sobresale el ejemplo del belga Paul de Man (después profesor en Estados Unidos). De otras regiones se debe incluir al investigador argenti- no (de origen croata) Dinko Cvitanovic, porque sus trabajos: Estudios sobre la expresión alegórica en España y América (1983) y De Berceo a Borges: la alegoría en las letras hispánicas (1995) son parte de la contribución hispánica al tema. 1. 2. Definición de la alegoría o los límites para un extenso tema La historia de este término se prolonga por siglos. En el estudio The Cambridge Companion to Alle- gory, aparece una cronología con la que se quiere trazar “un mapa general de la historia y el desarro- 7 Realizo esta aproximación a partir de un análisis de las bi- bliografías que tuve a mi alcance. De este trabajo se desprende una tabla cronológica que anexo en el Apéndice. 24 llo dela alegoría y su teoría”.8 Es un recorrido que comienza en el siglo viii antes de Cristo y que po- ne su punto final en 1959. Esta extensión se hace más compleja si se considera otro hecho: la ale- goría se emplea en distintos campos del arte. Este panorama obliga a realizar una importante acota- ción inicial, tal como hacen Rita Copeland y Pe- ter Struck, quienes hablan de “alegoría literaria”. Ésta será el objeto de mi análisis, aunque, por momentos, una que otra explicación me aleje. Como ya se pudo entrever, esta figura se ha asociado con otras a la hora de fijar su significa- do. Sin embargo, el hecho de que esas (personifi- cación, ironía, metonimia, metáfora o símbolo) hayan fungido como definición apunta hacia las fuertes conexiones que tienen con la alegoría. Entenderlas a cabalidad no corresponde a la in- dagación de este trabajo. Me quedo en el hecho de que hay un vínculo y, sin ser concluyente, se percibe una especie de trabajo en conjunto: los efectos de las otras figuras se supeditan a la inten- ción alegórica, bajo su dirección generan una so- la expresión, una hecha de múltiples voces, una “ingeniosa polifonía”.9 Jeremy Tambling apunta que “puede ser en- gañoso” ofrecer una definición de la alegoría 8 R. Copeland y P. Struck (eds.), op. cit., p. ix [“a general map of the history and development of allegory and allegorical theory”]. 9 Jeremy Lawrence, “Introducción: Las siete edades de la ale- goría”, en Sanmartín y Vidal (eds.), op. cit., 24. 25 (“Perhaps giving a definition of allegory may be misleading”), a lo que añade: “tal vez no haya cosa definida a la que podamos llamar ‘alegoría’, sólo formas de escritura más o menos ‘alegóricas’”.10 Cuando Lawrence se pregunta: “¿Qué es ale- goría?”, llega a un “modo discursivo” como res- puesta.11 Lo que empata con el planteamiento de Angus Fletcher: “podemos ver cómo la alegoría es apropiadamente considerada un modo: es un pro- ceso fundamental para codificar nuestra habla”.12 “Formas de escritura” (2010), “modo discursi- vo” (2005), proceso “para codificar nuestra habla” (1964), estas tres maneras de ver la alegoría, se- paradas por cierto lapso, coinciden en el reco- nocimiento de un aspecto lingüístico (escritura/ discurso/habla), el cual también brota cuando se indaga en su etimología. Allegoria está compuesta por dos vocablos: allos (“otro”) y agoreuein (“ha- blar ante la asamblea”).13 “Agoreuein connota el 10 Jeremy Tambling, Allegory, p. 2 [“perhaps there is no defi- nite thing called ‘allegory’, only forms of writing more or less ‘allegorical’”]. 11 J. Lawrence, op. cit., p.17. 12 Angus Fletcher, Alegoría. Teoría de un modo simbólico, p. 12. Esta es una de las pocas obras especializadas traducida al español. El trabajo lo hizo Vicente Carmona González para Ediciones Akal y vio la luz en el 2002. La primera edición de Fletcher apareció en 1964. 13 Ibid., pp. 11-12. En otros estudios aparecen variantes del verbo: agoreuein, a diferencia del sufijo allos. Jeremy Tambling propone: agoreuo (p. 6). En Dirección múltiple, Irene Artigas Albarreli consigna: agoreues (p. 129). Copeland y Struck si- guen a Fletcher: agoreuein (p. 2). En ningún caso se expone, abiertamente, la fuente de la que se toma el término. En el 26 habla pública, abierta, declarativa. Este sentido se invierte por el prefijo allos”.14 Se puede infe- rir, entonces, que había otros anuncios o mensajes en el mundo griego además de los públicos, unos sencillamente de otro orden. Lejos de esta especu- lación, lo más importante es destacar la naturaleza comunicativa del término: constituye una forma de hablar, un modo codificado.15 Con estos argumentos ya se va marcando una línea definitoria sobre el tema. En las distintas explicaciones se considera a la alegoría como un modo expresivo: hablado o escrito, cualidad re- conocible desde su raíz. De las ideas de Walter Benjamin es posible extraer una explicación más para terminar de subrayar esta faceta, para este filósofo: “la alegoría […] no es una técnica lúdica de producción de imágenes, sino que es expre- Vocabulario fundamental y constructivo del griego de Meyer y Steinthal, se registran otras variantes, pero ninguna como las anteriores; algunos ejemplos de ello son: aggello, “anunciar, informar”; ex aggello, “publicar, divulgar”; aggelos, “mensajero”; aggelia, “mensaje” (véase pp. 39 y 113). Sin duda, toda esta información despierta múltiples cuestionamientos, no obstan- te, más allá de esas honduras, es posible matizar la traducción de alegoría, de tal suerte que otro hablar podría entenderse también como otro anuncio u otro mensaje. 14 Fletcher, op. cit., p. 12. 15 La alegoría tiene una estrecha relación con el “‘lenguaje- esópico’ que podemos encontrar en tiempos de opresión polí- tica para evitar la censura del pensamiento disidente” (A. Flet- cher, op. cit., p. 30; véase también p. 17). Asimismo, Lawrence se aproxima a esta temática del poder, la censura y la alegoría: “‘¿Cuál es la razón’, pregunta Paul de Man, ‘que nos induce a expresar las verdades más profundas de modo tan sesgado (lop side), tan indirecto?’” (op. cit., p. 25). 27 sión, tal como es sin duda expresión el lenguaje, y también la escritura”.16 Las características de la “escritura alegórica” aparecen condesadas en las siguientes observacio- nes de Rita Copeland y Peter Struck: Como cada crítico que ha intentado una definición, es forzoso reconocer que la naturaleza de la escritura alegórica es elusiva, su aspecto mimético y anti-mimé- tico en alternancia, sus procedimientos intrincados y de apariencia inconsistente por instantes, además de que su significado u “otro” sentido —como está codi- ficado o ligado a un referente extrínseco— resulta a menudo indeterminado. Pero mucha de la dificultad asociada a la escritura alegórica, cómo definirla, có- mo explicarla, o incluso cómo identificarla tal cual, se deriva de la íntima relación que tiene con su comple- mento histórico: la interpretación alegórica.17 Entonces existen dos procesos asociados a la ale- goría, los cuales se fueron entremezclando hasta fundirse en el mismo término. Uno constituye un procedimiento de composición, el otro, de inter- pretación. La modalidad compositiva es “usual- mente entendida como una escritura con un doble sentido: el que aparece en la superficie y 16 Walter Benjamin, El origen del trauerspiel alemán, p. 379. 17 R. Copeland y P. Struck (eds.), op. cit., p. 2 [“As every critic who has attempted a definition is forced to acknowledge, the nature of allegorical writing is elusive, its surface by turns mimetic and anti-mimetic, its procedures intricate and at times seemingly inconsistent, and its meaning or ‘other’ sense — how it is encoded, or what it refers to extrinsically — often indeterminate”]. 28 otro significado, señalado por el aparente”.18 Esta duplicidad se debe destacar como un elemento clave para las investigaciones. William Empson planteaba, en 1951 (Structure of Complex Words), que “parte de la función de una alegoría es hacer- nos sentir que dos niveles del ser se corresponden mutuamente al detalle […] Pero el efecto de la ale- goría es mantener los dos niveles del ser bien di- ferenciados en nuestra mente aunque se penetren el uno al otro en numerosos detalles”.19 En su momento, Fletcher también apuntaría hacia esta bifurcación de sentidos: “La retórica tradicional […] planteaba la alegoría como una secuencia de metáforas secundarias que unidas daban lugar a una sola metáfora «extendida». Esto es formal- mente correcto, hasta el punto que el poeta nos ofrece dos grandes significados en uno”.20 El otro procedimiento, la interpretación ale- górica, a veces diferenciado mediante el término allegoresis, se entiende “como la explicación de un trabajo, o de una figura en un mito, o de una entidad creadora, en la cual existe otro sentido además del referido, es decir, se presume que el 18 Idem [“To composeallegorically is usually understood as writing with a double meaning: what appears on the surface and another meaning to which the apparent sense points”]. 19 William Empson citado por Angus Fletcher, op. cit., p. 75. 20 Idem. Northrop Frye también destaca esta característica: “En la alegoría lograda, los sentidos interior y exterior crean un hermoso ‘contrapunto’”, “la duplicidad alegórica no implica superficialidad de sentidos, sino su simultaneidad” (véase San- martín y Vidal (eds.), op. cit., p. 22). 29 trabajo o la figura tiene un sentido codificado, planeado por el autor o la autoridad espiritual”.21 Dicho sea de paso, este procedimiento se asemeja a ese “mirar desde la alegoría” que, como mencio- na Esther Cohen, nos enseña Walter Benjamin, quien señala que a través de “la alegoría, aparece a los ojos del observador, como paisaje primor- dial petrificado, la máscara moribunda de la his- toria”.22 La alegoresis tiene relación con esa mirada que interpreta al “mundo como algo inacabado, en constante devenir”,23 y se puede explorar en un planteamiento del filósofo alemán que a menudo se usa para revisar sus ideas sobre la alegoría: Mientras que en el símbolo, con la transfiguración de la caducidad, el rostro transfigurado de la naturaleza se revela fugazmente a la luz de la redención, en la alegoría la facies hippocratica de la historia se ofrece a los ojos del espectador como paisaje primordial pe- trificado. En todo lo que desde el principio tiene de intempestivo, doloroso y fallido, la historia se plasma sobre un rostro; o mejor, en una calavera. Y, si es cier- to que ésta carece de toda libertad ‘simbólica’ de ex- presión, de toda armonía clásica de la forma, de todo lo humano, en esta figura suya, la más sujeta a la naturaleza, se expresa significativamente como enig- ma no sólo la naturaleza de la existencia humana co- 21 R. Copeland y P. Struck (eds.), op. cit., p. 2 [“Allegorical interpretation (allegoresis) is understood as explaining a work, or a figure in myth, or any created entity, as if there were another sense to which it referred, that is, presuming the work or figure to be encoded with meaning intented by the author or higher spiritual authority”]. 22 W. Benjamin citado en J. Lawrence, op. cit., p. 18. 23 Esther Cohen (ed.), op. cit., p. 6. 30 mo tal, sino la historicidad biográfica propia de un individuo. Éste es sin duda el núcleo de la visión alegórica, de la exposición barroca y mundana de la historia en cuanto que es historia del sufrimiento del mundo; y ésta sólo tiene significado en las estaciones de su decaer. A mayor significado, mayor sujeción a la muerte, pues sin duda es la muerte la que excava más profundamente la dentada línea de demarcación entre la phýsis [la naturaleza] y el significado.24 De manera que el uso de la alegoresis expone un paisaje petrificado tras la facies hippocratica de la historia,25 descubre que la faz de una moribunda, más bien, son puros huesos: “la historia se plasma sobre un rostro; o mejor, en una calavera”. Pero el alcance de la interpretación alegórica no se de- tiene aquí, continúa sobre el cráneo, en el cual encuentra un vacío cargado de sentido. Así, esta figura nuestra, “la más sujeta a la naturaleza”, guarda bajo su falta de “toda libertad ‘simbólica’ de expresión”, tras su carencia de “todo lo huma- no”, el “enigma no sólo [de] la naturaleza de la existencia humana como tal, sino la historicidad biográfica propia de un individuo”. La potencia de esta “visión alegórica” se abre paso hacia otro conocimiento: “A mayor significado, mayor suje- ción a la muerte”, porque “es la muerte la que 24 Walter Benjamin, El origen del trauerspiel alemán, p. 383. 25 “La facies hipocrática, con cara cetrina, lívida, y con la mi- rada apática, se considera como la expresión de una muerte próxima” (Diccionario Médico Teide, p. 244). En el drae, se lee: “facciones del enfermo próximo a la muerte” [en línea]. 31 excava más profundamente la dentada línea de demarcación entre la naturaleza y el significado”. Sin embargo, más allá de querer confirmar que la modalidad interpretativa y la forma de mirar que nos enseña Benjamin son la misma a partir de un ejemplo, quiero perfilar una parte que es fundamental para entender todo el concepto, ya que definir mejor a la alegoría implica entender los dos procesos que encierra: la escritura y la in- terpretación, cuya distinción nominal se podría apoyar, por lo que registran los estudios, en los términos de alegoría para la primera y alegoresis para la segunda. La interpretación alegórica es, de hecho, el más viejo de estos dos procedimientos, o al menos el primero en dejar rastros observables de una práctica sistemática. El nombre griego allêgoria no entra en uso hasta el periodo romano. Al final del primer siglo d. C., Plu- tarco se refiere a ella como un término nuevo. Pero el modo de pensar al que estaba ligado tiene profundas raíces clásicas. Los conceptos centrales de la antigua lectura alegórica están reunidos en un racimo de voca- blos: “símbolo” (symbolon), hyponoia (“under-meaning [significado profundo]”), y “enigma” (aenigma). En uno de los más tempranos y extensos testimonios sobre la interpretación alegórica, el trabajo del co- mentarista de Derveni (siglo iv a. C.), la palabra clave es “enigma”: este comentario presenta una explica- ción cosmológica y religiosa de un poema órfico, en la que se aplica una presión etimológica que provoca una reflexión sobre los nombres y los términos, para encontrar las verdades místicas y la significación del 32 culto incrustados en el lenguaje poético o las figuras del mito.26 Otra reciente investigación presenta datos simila- res. Jeremy Tambling también reconoce a los es- critores romanos como los que “establecieron las definiciones y los usos del término ‘alegoría’”: Ellos pensaron en ésta, al mismo tiempo, como un modo de escritura o habla retórica, y como una forma de interpretación. Los comentaristas modernos, en parte influenciados por E. R. Curtius, han deno- minado a este último allegoresis. Término al que debemos poner la nota al margen de ‘interpretar de manera alegórica un texto’. Al parecer, entonces, la interpretación alegórica, como aquella de San Pablo sobre el Viejo Testamento hecha para los cristia- nos de Galacia, resulta más antigua que la escritura consciente de una alegoría. La alegoresis precede a la 26 R. Copeland y P. Struck, op. cit., pp. 2-3 [“Allegorical in- terpretation is in fact the older of these two procedures, or at least the first to leave observable traces of itself as a systematic practice. The Greek noun allêgoria did not come into use until the Roman period. At the end of the first century CE, Plutarch is still calling it a new term. But the mode of thinking to which the term mas attached has deep classical roots. The central con- cepts of ancient allegorical reading are represented in a cluster of terms: ‘symbol’ (symbolon), hyponoia (‘under-meaning’), and ‘enigma’ (aenigma). Is one of the earliest extensive testimonies to allegorical interpretation, the work of Derveni commenta- tor (fourth century BCE), the key term is ‘enigma’: this com- mentary presents a cosmological and religious explanation of an Orphic poem, often by bringing etymological pressure to bear on individual names and terms, and finds mystical truths and cultic significance embedded in the poetic language and the figures of myth”]. 33 práctica consciente de escribir sobre una cosa y que signifique otra.27 En ambas referencias, se muestra la clara posi- bilidad de que la interpretación alegórica haya sido un ejercicio previo a la concientización de un procedimiento de escritura. Asimismo, dejan expuestas las conexiones que posee la alegoría con los ámbitos religiosos. En la “antigua lectura ale- górica” —como explican Rita Copeland y Peter Struck— se aplicaba “una presión etimológica” para reflexionar“sobre los nombres y los térmi- nos” (¿no es lo que hace Benjamin en el ejemplo de la facies hippocratica?), de este modo se reve- laba el otro mensaje: “las verdades místicas y la significación del culto”, desde entonces se pue- de advertir que el mundo religioso será un espa- cio para el desarrollo de este recurso. En la Edad Media, “constituía uno de los cuatro sentidos in- terpretativos o niveles de sentido de la escritura, mismos que proceden de la Cábala y han tenido 27 J. Tambling, op. cit., pp. 19-20 [It was classical Roman writers who established definitions and uses of the term alle- gory. They thought of it both as a mode of writing or speaking rhetoric, and as a form of interpretation. Modern commenta- tors, partly influenced by E. R. Curtius, have termed the later allegoresis. We may gloss this term as ‘interpreting a text in an allegorical manner’. It appears, then, than allegorical interpre- tation, as with St Paul´s interpretation of the Old Testament for the Christians in Galatia, seems to be older than the con- scious writing of allegory. Allegoresis predates the practice of consciously writing one thing and meaning another]. 34 otros momentos de reaparición sistemática en las letras, antes en San Agustín y, después, durante el Renacimiento y el Barroco”.28 En las obras re- nacentistas ya se percibe un cierto grado de evo- lución en la escritura alegórica, en la que aún es determinante la parte interpretativa. Por ejem- plo, en el Convivio, Dante emplea un esquema emanado de los cuatro “sentidos interpretativos”, aunque los “teólogos —dice Dante— interpretan [el] nivel [alegórico] de manera distinta a como lo hacen los poetas”.29 No obstante, las ideas sobre la composición de alegorías se pueden localizar antes del Rena- cimiento. Una muestra se refiere en el trabajo de Jeremy Lawrence, se trata de algunas ideas del “rabino cordobés Moisés ben Maimón”, extraídas de la Guía de los perplejos (1190). En ellas se reco- nocen varios de los aspectos que se han comenta- do, como las ligaduras con el contexto religioso o la participación de la parte interpretativa, además de algunas puntualizaciones sobre la composi- ción. El investigador menciona: Maimónides admitía que los misterios de Dios sólo pueden expresarse “por medio de alegorías, enigmas y cosas muy oscuras”, pero encontraba en su exége- sis una paradoja: “al exponer estas figuras mediante 28 Helena Beristáin, Diccionario de retórica y poética, p. 25. 29 Idem. Otra opinión que podríamos considerar es la de Jeremy Lawrence: “la alegoresis no se limita a los textos sa- grados. Baltasar Gracián descubría ‘jeroglíficos’ incluso en la fábula milesia del Asno de Oro de Apuleyo” (op. cit., p. 20). 35 alegoresis (tamthīl), […] no explicamos nada, sino que substituimos una cosa por otra no menos incom- prensible”. Sólo le parecía justificada una lectura que tomara en cuenta al mismo tiempo el integumento sensorial y el meollo intelectual.30 Desde mi perspectiva —entre los apuntes de Lawrence y las citas de Maimónides— se asoman algunos indicios de cómo se usaba la alegoresis en la época del “rabino cordobés”: están, en un principio, los misterios divinos, expresados me- diante “enigmas, alegorías y cosas muy oscuras”, los cuales se decodificaban con la alegoresis. Un procedimiento en el que se debía considerar, ex- plica Lawrence, tanto el “integumento sensorial” como el “meollo intelectual”, para que la expli- cación no fuera la mera sustitución de “una cosa por otra no menos incomprensible”. En cuanto a las reflexiones de Maimónides sobre el modo compositivo aún falta esa parte de la cita, ésta ya de la Guía de los perplejos: El sabio ha dicho: “Como manzanas de oro en re- decillas [maskiyot] de plata, así es una palabra según sus diferentes aspectos”(Provervios, xxi: 2). Escucha la explicación del asunto del que habla: maskiyot son unas redecillas cinceladas provistas de agujeros, que forman una malla finísima, como trabajos de orfe- brería; se llaman así porque son trasparentes, pues la 30 J. Lawrence, op. cit., pp. 21-22. El investigador da claras señas de que realiza una traducción a partir de una edición bilingüe, árabe-francés, de la “Dalālat al-hā’ irīn (‘guía de los perplejos’)”. 36 versión caldea del vocablo hebreo que significa “él miró” es visteji. Dice, pues: “Como una manzana de oro en una malla de plata de agujeros finísimos, tal es la palabra según sus dos caras.” Y mira cómo esta sentencia se aplica admirablemente a la alegoría en regla; pues dice que el discurso que tiene dos caras, es decir, un sentido exterior y otro interior, debe tener el exterior bello como la plata, pero su interior debe ser aún más bello, de manera que en comparación con el exterior sea como el oro al lado de la plata. Es menester también que haya en su exterior algo que pueda indicar a quien lo examina lo que hay en el interior, como ocurre con la manzana de oro cubierta de mallas finísimas de plata: si se mira desde lejos o sin atención, se cree que es una manzana de plata; mas si la examina atentamente el hombre de vista penetrante, distingue el contenido y comprueba que es de oro. Lo mismo sucede con las alegorías de los profetas.31 La composición alegórica se plantea aquí bajo la forma de unas “manzanas de oro en redecillas de plata”. Maimónides nos explica que esta sentencia bíblica corresponde a una “alegoría en regla”, por- que constituye un “discurso que tiene dos caras, es decir, un sentido exterior y otro interior”. Los atributos de esta alhaja sirven para que el rabino nos ilustre sobre la estructura de una alegoría bien fabricada. Una “manzana de oro en una malla de plata de agujeros finísimos” equivale a los aspec- tos formales que se pueden ubicar en el recurso: dos niveles de sentido, uno perceptible, filigrana de plata, en el que se engasta otro, manzanas de 31 Maimónides, Guía de los perplejos, pp. 50-51. 37 oro, cuya consistencia (su sentido) queda oculta bajo el reflejo plateado del soporte, mas si se mira bien, esta es la clave, se descubre su consistencia. 1. 3. Acotaciones sobre el funcionamiento de la alegoría En Alegoría. Teoría de un modo simbólico (1964), Angus Fletcher presenta una reflexión muy sintéti- ca de la manera en la que se comporta este, como él lo llama, “proceso lingüístico radical”: Expresado de la manera más sencilla, una alegoría di- ce una cosa y significa otra. Destruye la expectativa normal que tenemos sobre el lenguaje, que nuestras palabras “significan lo que dicen”. Cuando predica- mos la cualidad x de la persona Y, Y es realmente lo que nuestra predicación dice que es (o así lo asumi- mos); pero la alegoría transformará Y en algo distinto (allos) a lo que la afirmación abierta y directa le dice al lector.32 Esta transformación de “Y en algo distinto” queda más resumida en una especie de ecuación que propone Jeremy Tambling años después (2010): “poner una cosa en el lugar de otra, diciendo que A significa B”, pero la mención tiene un contexto negativo, ya que forma parte de un “viejo prejui- 32 A. Fletcher, op. cit., p. 11. 38 cio” (“old prejudice”), con el que se encasillaba a la alegoría como un recurso rígido, sin porvenir en estéticas como el Realismo.33 No obstante, cuan- do Tambling presenta una serie de piezas literarias para analizar cómo funciona la alegoría, retoma la sustitución como una característica fundamental. Justo en la primera muestra que examina comen- ta: “Esto es alegórico: poner una cosa (tiempo) en términos de otra (espacio)”.34 Se refiere al inicio de La divina comedia: “Hallábame a la mitad de la carrera de nuestra vida, cuando me vi en medio de una oscura selva, fuera de todo camino rec- to”,35 en donde “un proceso temporal” se expresa en términos espaciales: “como el movimiento de un lugar a otro”.36 En otro ejemplo, la comedia The Rivals de Richard Brinsley Sheridan, se destaca nuevamen- te el cambio de sentido (Aes B) como un rasgo del funcionamiento de la alegoría: “Este despla- zamiento del lenguaje provee una definición de lo que pasa en la alegoría, así de simple, la alegoría es una vía para decir una cosa y significar otra”.37 33 J. Tambling, op. cit., pp. 1-2 [“putting one thing in the place of another, saying that A meant B”]. En su libro, este investiga- dor dedica un apartado a la alegoría y al realismo: “Allegory in the age of realism”, pp. 85-105. 34 Ibid., p. 3 [“That is allegorical: putting one thing (time) in terms of another (space)”]. 35 Dante, La divina comedia, p. 3. 36 J. Tambling, op. cit., p. 3 [“a temporal process is being explained as a movement from place to place”]. 37 Ibid., p. 6 [These displacement of language provide a defi- nition of what happens in allegory, for at its simplest, allegory 39 El fragmento que analiza Jeremy Tambling pre- senta al personaje Mrs. Malaprop, cuyo nombre proviene del “adjetivo ‘malapropos’ (‘inoportuno, inapropiado’)”, y que derivaría en el neologismo: malapropism (“el ridículo mal uso de las palabras, en especial la confusión de una palabra con otra similar”). La señora Malaprop dice de otra mu- jer: “Ella es tan testaruda como una alegoría en los bancos del Nilo”. El personaje Malaprop con- funde —y aquí se suscita el desplazamiento del significado— la palabra alegoría con aligátor (en inglés: allegory por alligator). Pero la confusión (el desplazamiento) no para ahí, porque en el Nilo no hay alligators, sino cocodrilos. En este enredo de vocablos se concentra ese “decir una cosa y sig- nificar otra” que provoca la alegoría. En el ejemplo se conecta “la terquedad humana” con el “fiero in- terés propio que caracteriza a estos reptiles”. La Sra. Malaprop, en sí misma, “representa el proce- so de la alegoría al desvanecer el sentido de ‘alego- ría’, ‘aligátor’ y ‘cocodrilo’ en el estandarte de una característica universalmente humana”, encarnada por ella.38 is a way of saying one thing and meaning another”]. 38 Ibid., pp. 5-6 [“the adjetive ‘malapropos’ (‘inopportune’, ‘inappropriate’)”; “the ludicrous misuse of words, especially in mistaking a word of one like it”; “She´s as headstrong as an allegory on the banks of the Nile”; “a connection between human stubbornness (‘headstrong’) and a reptile noted for its fierce self-interest”; “She performs the process of allegory by eliding ‘allegory’ and ‘alligator’ and ‘crocodile’ as the bearers of a universal characteristic”]. 40 Este decir “una cosa bajo la imagen de otra, o hablar de algo mientras se implican otras cosas”,39 síntoma de la alegoría, también se puede adjudicar a otro recurso: la metáfora. Entre ambas existe una estrecha conexión, a tal grado, que la alegoría ha recibido el nombre de “metáfora sostenida”.40 Como apunta Angus Fletcher: “La retórica tradi- cional, establecida por Cicerón, Quintiliano y los retóricos renacentistas, planteaba la alegoría co- mo una secuencia de metáforas secundarias que unidas daban lugar a una sola metáfora «extendi- da»”.41 En otra cita de Cicerón, pero tomada del trabajo de Jeremy Lawrence, se registra: “cuando confluyen varias metáforas en continuidad […] el discurso se convierte en otra especie, llama- da en griego allegoria”.42 En sus investigaciones, Rosemond Tuve también vio a la alegoría como un tipo de metáfora.43 No obstante, para los fines de este trabajo, no es necesario indagar cómo y hasta dónde se conectan estos dos recursos. Lo que sí resulta fundamental es lograr un cierto gra- 39 Ibid., p. 6 [“describes one thing under the image of anoth- er, or speaks one thing while implying something else”]. 40 Como lo expresa Tambling:“Una metáfora sostenida, y desarrollada, es un alegoría” [“A metaphor sustained, and developed, is allegory”] (op. cit., p. 6). // Helena Beristáin regis- tra: “La alegoría o metáfora continuada (llamada así porque a me- nudo está hecha de metáforas y comparaciones)” (op. cit., p. 25). 41 A. Fletcher, op. cit., p. 75. 42 J. Lawrence, op. cit., p. 17. 43 “La allegoria no utiliza la metáfora, sino que lo es. Siendo por definición una metáfora continua” [R. Tuve citada en A. Fletcher, op. cit., p. 76]. 41 do de deslinde entre ellos, para evitar una mixtu- ra que impida, sobre todo, reconocer el funciona- miento de la alegoría. Como se ha expuesto hasta aquí, la alegoría genera dos niveles de sentido, una forma que está presente tanto en la conceptualización que tuvo Maimónides —una alhaja de plata que oculta oro—, como en los planteamientos de los estu- dios más contemporáneos, por ejemplo en el de Rita Copeland y Peter Struck: “La composición alegórica es usualmente entendida como una es- critura con un doble sentido: el que aparece en la superficie [filigrana de plata] y otro [manzana de oro], señalado por el aparente [lo dorado entre lo plateado]”.44 La movilidad del significado en la alegoría (A es B) responde a esta estructura con dos grados de sentido, lo que no impide la presencia de “más niveles significativos”.45 Este tipo de traslación se puede apreciar en un ejemplo que rebasa los con- fines de la literatura, con el cual se expone una 44 R. Copeland y P. Struck, op. cit., p. 2 (véase nota 18). 45 Angus Fletcher, op. cit., p. 26. También menciona: “La per- cepción de los diversos niveles implicados en una alegoría por parte del lector puede tener como consecuencia la compren- sión total. Aunque existan diez niveles distintos y opuestos en- tre sí, teóricamente todavía se puede realizar ese cálculo y la alegoría funcionar. El proceso de explicación, un despliegue gradual, es formalmente secuencial. Normalmente se da un incremento en la comprensión mientras el lector sigue la fá- bula y, sin embargo, la mayoría de las alegorías importantes mantienen sus imágenes oscuras, una de las fuentes de su gran- deza” (ibid., p. 77). 42 parte esencial del procedimiento alegórico, si se considera su posible manifestación en distintas disciplinas artísticas. El ejemplo trata de una es- cultura, una figura de mujer (A), que por sí misma ya representa un nivel (plateado) de significado. Si se incrustan tres elementos: una espada, una ba- lanza y una venda (otro nivel dorado de sentido), se altera la percepción de A. Pese a que el ejemplo es burdo, se alcanza a observar cómo el desplaza- miento alegórico: “poner una cosa en el lugar de otra”,46 se logra cuando la influencia simbólica de la segunda capa combina su sentido con el de A, una mujer, y la transforma en B, la Justicia. Los rasgos de la figura A no se pierden en el pro- ceso, la mujer sólo transporta otro mensaje ade- más de su feminidad y lozanía. Los objetos que conforman el segundo nivel tampoco pierden sus cualidades simbólicas si cambian de continente, se conservan porque son parte de una tradición iconográfica y se pueden emplear en otras figuras, con un valor casi idéntico al que tienen en la es- cultura de la Justicia, como la venda en los ojos de Cupido o la espada en manos de la bíblica Judith. Estos casos —que tienen expresiones escultóri- cas, pictóricas o literarias— dejan otear una idea general del funcionamiento alegórico, de cómo las capas de sentido fomentan el desplazamiento 46 Jeremy Tambling, op. cit., pp. 1-2 [“putting one thing in the place of another, saying that A meant B”]. 43 del significado y, entonces, una cierta expresión se convierte en el vehículo de otro mensaje. De vuelta al terreno literario, la operación pa- ra componer una obra alegórica, es decir, “una escritura con un doble sentido”,47 tiene ciertas características que se deben considerar. Angus Fletcher subraya que Northrop Frye empleaba la idea de “contrapunto” en su reflexión sobre el asunto.48 El concepto está relacionado, paradóji- camente, con el acoplamiento y el contraste, su significado es tanto la “concordancia armoniosa de voces contrapuestas”, como el “arte de com- binar […] diferentes melodías” (drae). Northrop Fryeno fue el único que empleó las posibilidades explicativas de un término musical para dilucidar el funcionamiento de la alegoría. Por lo que refiere Jeremy Lawrence, C. S. Lewis reparó en algo similar, sólo que no usó la voz latina, sino la griega: la polifonía, un “conjunto de sonidos simultáneos” que forman “un todo armónico” sin perder “su idea musical” (drae). Para Lewis, la “polifonía narrativa” resulta determinante en la elaboración de una alegoría, así como la interven- ción de “diferentes capas de significado”.49 Esta 47 R. Copeland y P. Struck, op. cit., p. 2. 48 “Frye indicaba que la alegoría es un tipo de ‘contrapunto’ temático” (A. Fletcher, op. cit., p. 21). // “En una alegoría lo- grada, los sentidos interior y exterior crean un hermoso ‘con- trapunto’” (Frye en J. Lawrence, op. cit., p. 22). 49 “La ‘fragilidad’ o ‘densidad’ [de la alegoría] no viene de su lenguaje. Esto viene de su polifonía narrativa, de sus diferentes capas de sentido […] El agua está muy clara, sin embargo, no 44 noción del orbe musical permite pensar en la va- riedad de voces, de recursos retóricos, que se reú- nen en un discurso afectado por la alegoría. Algo de esto se asoma en una cita de Baltasar Gracián, en la que habla —apunta Lawrence— de la agu- deza “compuesta o compleja, que ‘consta de mu- chos actos y partes principales’”. Por lo que se expone ahí, la alegoría pertenece a ésta, y se com- pleta la idea con las siguientes palabras de Gra- cián: “Cada piedra de las preciosas, tomada de por sí, pudiera oponerse a estrella, pero muchas juntas en un joyel, parece que pueden emular el firmamento: composición artificiosa del ingenio en que se erige máquina sublime no de columnas ni arquitrabes, sino de asuntos y de conceptos”.50 Una alhaja con varias pomas de oro engasta- das en finísimas mallas de plata, o un concierto de podemos ver el fondo” (C. S. Lewis citado en J. Lawrence, op. cit., pp. 24-25) [“The ‘thickness’ or ‘density’ [of allegory] does not come from its language. It comes from its polyphonic narrative, from its different layers of meaning […] The water is very clear, but we cannot see to the bottom]. 50 B. Gracián citado en J. Lawrence, op. cit., p. 18. También A. Fletcher observa la participación de múltiples elementos en el funcionamiento de la alegoría: “podemos definir la escritura alegórica como el empleo de un conjunto de agentes e imágenes con acciones y acompañamientos correspondientes, para trans- mitir de ese modo, aunque bajo un disfraz, ya sean cualidades morales, conceptualizaciones que no sean en sí mismas objeto de los sentidos, u otras imágenes, agentes, acciones, fortunas y circunstancias, de manera que la diferencia se presente por todas partes ante los ojos o la imaginación, al tiempo que se sugiere el parecido en la mente, y todo ello conectado, de mo- do que las partes se combinen para formar un todo consis- tente” (op. cit., p. 72). 45 varias voces y melodías contrapuestas, pero armo- nizadas, ambas formas de concebir a la alegoría literaria dan ciertas señas sobre su armazón, sobre cómo su contextura —a diferencia de la simpleza que se veía en el ejemplo de la Justicia— puede incluir la participación de múltiples recursos: me- táforas, tanto de las que aparecen esporádica- mente como de las que “confluyen […] en con- tinuidad”;51 símbolos; íconos de alguna tradición específica o establecidos por el “propio sistema de correspondencias y significados” del poeta;52 per- sonificaciones, antropomorfismos, prosopopeyas; metonimias, sinécdoques; por lo que aparece en los estudios, se pueden considerar, en general, aquellos tropos y figuras que provocan la movili- dad de los significados.53 51 Sobre la metáfora continuada o extendida no se explica mucho. Reúno dos comentarios en los que se habla de ella. Ci- cerón la encuentra “cuando confluyen varias metáforas en con- tinuidad”, sin embargo, es una cita que pone Jeremy Lawrence en su estudio y a la que añade: “Esta continuidad, este bulto en el tiempo y espacio, separa a la alegoría de los demás modos metafóricos” (op. cit., pp. 17-18). Por su parte, Angus Fletcher también explica, en referencia a la retórica tradicional, a Cice- rón y Quintiliano, que constituye “una secuencia de metáforas secundarias que unidas daban lugar a una sola metáfora ‘exten- dida’” (op. cit., p. 75). 52 “La alegoría moderna rechaza cualquier tipología icónica convencional, obligando al poeta a establecer su propio sistema de correspondencias y significados” (J. Lawrence, op. cit., p. 34). 53 “Podría ser de utilidad recordar la distinción clásica entre tropo y figura, siendo el primero un juego con una sola palabra y la segunda con todo un grupo de palabras, frases o, incluso, párrafos” (A. Fletcher, op. cit., p. 88). Estos son otros recursos que han aparecido en los estudios como posibles participantes 46 Para finalizar este capítulo, integraré una sín- tesis conceptual planteada por Jeremy Lawrence, en la cual indaga las “estructuras epistemológicas y discursivas” que nutren a la alegoría y encuen- tra la manera de definir “siete edades”, “cada una con la fisionomía propia de su época cultural”.54 Pese a lo ilustrativo que sería abordar todas, sólo profundizaré en la séptima, porque es la que mejor se ajusta al caso que me interesa analizar: El luto humano de José Revueltas (1943). Y me enfoco en esta edad, más que por la conexión temporal, por la correspondencia que existe entre Revueltas y el material que analiza Lawrence. En el estudio, no se propone una fecha para determinar el ini- cio de la séptima etapa. El investigador ubica los albores de la “alegoría moderna” en la segunda mitad del siglo xix,55 y lo va asentando con los casos que presenta, como Moby-Dick (1851), de Herman Melville, o los trabajos de Baudelaire, José de Larra o Francisco de Goya; pintor que Lawrence coloca como el “primer gran maestro español de esta edad de la alegoría”, el foco de es- ta mudanza, con obras que “dejaron atrás la per- sonificación neoclásica en favor de un imaginario fantástico y grotesco que a veces parece anticipar el modo indirecto de la alegoría kafkiana”, y cu- en la formación de una alegoría: símiles, analogías, elipsis, aná- foras, comparaciones, ironías, enigmas, acertijos, adivinanza, juegos de palabras, emblemas, jeroglíficos. 54 J. Lawrence, op. cit., p. 26. 55 J. Lawrence, op. cit., pp. 34-41. 47 ya irradiación rebasó el ámbito español e incluso el pictórico.56 En Francia, alcanzó al poeta de las Flores del mal, quien —nos explica Lawrence— “alababa el ‘espirit […] moderne’ del fantastique goyesco, y destacaba su gusto alegórico por ‘des physionomies humaines étrangement animalisées par les circonstances’, su mezcla grotesca de lo hu- mano y lo bestial”, y completa la idea con una cita más nutrida del poeta francés: El gran mérito de Goya consiste en que crea mons- truos verosímiles […] hace lo absurdo posible. Todas esas contorsiones, esas caras bestiales, esas muecas diabólicas están penetradas de humanidad […] La línea de sutura, el punto de unión entre lo real y lo fantástico es imposible de asir […] todo este arte es a la vez trascendental y natural.57 En el ámbito de las letras españolas, “el horror surrealista de Goya” entraría a partir del “perio- dismo de José de Larra”.58 Aunque su interés por la alegoría no fue tan firme como el del dandi parisino, quien cantaba: “¡Cambia París! […] to- 56 Ibid., p. 35. 57 Charles Baudelaire citado por J. Lawrence, op. cit., p. 35. [Le grand mérite de Goya consiste à créer le monstrueux vrai- semblable […] l´absurde possible. Toutes ces contorsions, ces faces bestiales, ces grimaces diaboliques sont pénétrées d´hu- manité […] La ligne de suture, le poin de jonction entre le réel et le fantastique est imposible à saisir […] tant l´art est à la fois transcendant et naturel]. 58 J. Lawrence, op. cit., p. 36. 48 do se vuelve ahora para mí alegoría”.59 Larrallegó a configurar una técnica de “tétrico esplendor” precisamente “para captar, desde su postura de dandy o flâneur, sus sentimientos de hastío frente al hervidero multitudinario de la metrópolis mo- derna”.60 Desde su tierra, José de Larra pronun- ció: “¿Dónde está el cementerio? ¿Fuera o dentro? El cementerio está dentro de Madrid. Madrid es el cementerio”.61 Aquí, Lawrence ubica un aspec- to representativo de la séptima edad: la “grotesca pesadilla final es uno de los mayores aciertos del modo moderno de la alegoría”,62 para después ahondar en el texto de Larra sobre “El día de difun- tos de 1836”: Pero ya anochecía […] Tendí una última ojeada sobre el vasto cementerio. Olía a muerte próxima. Los perros ladraban con aquel aullido prolongado, intérprete de su instinto agorero; el gran coloso, la inmensa capital, toda ella se removía como un mo- ribundo que tantea la ropa; entonces no vi más que un gran sepulcro: una inmensa lápida se disponía a cubrirle como una ancha tumba […] Una nube sombría lo envolvió todo. Era la no- che. El frío de la noche helaba mis venas. Quise salir violentamente del horrible cementerio. Quise refu- giarme en mi propio corazón, lleno no ha mucho de vida, de ilusiones, de deseos. 59 Charles Baudelaire, “El cisne”, en Las flores del mal, p. 389. 60 J. Lawrence, op. cit., p. 36 61 Larra citado por J. Lawrence, idem. 62 J. Lawrence, idem. 49 ¡Santo cielo! También otro cementerio. Mi cora- zón no es más que otro sepulcro.63 Después de Larra, el siguiente ejemplo hispano —en el que Lawrence encuentra el resurgimiento de “estas formas tóxicas de la alegoría”— es el de Miguel de Unamuno. Entre la obra literaria de és- te y el arte de Goya, hay cerca de dos siglos, en los que hubo, entre tanto, vueltas hacia “formas más convencionales del modo alegórico, que aflora- ron con fuerza en la novela de tesis […] Sólo has- ta finales del siglo [xx] se retomaron los hilos de una alegoría distintamente moderna”.64 Al igual que José de Larra, el autor de Niebla tuvo una re- lación ambivalente, de rechazo y uso, con la ale- goría.65 No obstante, a la “zaga de Unamuno la alegoría simbolista se insinuó un poco por todas partes en la literatura modernista”.66 Sin ahondar más en el material que presenta Jeremy Lawrence 63 Larra citado por J. Lawrence, op. cit., pp. 36-37. 64 “Con ‘novela de tesis’ designo la categoría de las ‘alegorías nacionales’ analizadas por Jameson […] En Latinoamérica la alegoría nacional dio frutos notables, p.e. El matadero de Eche- verría […] y, más adelante, La vorágine del poeta colombiano Rivera” (J. Lawrence, op. cit., pp. 37-38). 65 El rechazo de estos escritores se podría ejemplificar con las siguientes frases, de Larra: “la alegoría entera viénese al suelo como un resorte usado, perteneciente a una mecánica antigua […] expira ya en el día a manos de la libertad de imprenta”; por su parte, Unamuno “se empeñó en denigrar el arte alegóri- co en la figura de Calderón” (J. Lawrence, op. cit., pp. 36 y 38, respectivamente). 66 Ibid., p. 39. 50 para explicar esta edad de la alegoría, quiero ade- lantar la existencia de una fuerte conexión entre el contenido alegórico de El luto humano de José Revueltas y el que se presenta en la narrativa de Larra o en la de Unamuno, sea por las visiones apocalípticas del primero, como por el talante fi- losófico del segundo; ligazón que será estudiada en el tercer capítulo. 51 capÍTulo 2. sobre esa novela de José revuelTas llamada El luto humano 2. 1. El entorno crítico de El luto humano “A juzgar por el insistente trabajo de los críticos, la obra literaria de José Revueltas sigue siendo un enigma que no hemos acabado de descifrar”, ob- serva Evodio Escalante.1 El luto humano no esca- pa de esta condición, es “una novela que permite cientos de relecturas”.2 A lo que se puede añadir: “se cuenta entre las obras del autor más atendidas por críticos y estudiosos; es tal vez la más comen- tada”.3 Por lo que podemos suponer que la canti- dad de comentarios suscitados por esta particular prosa no ha dejado de crecer desde su irrupción en el plano de la literatura mexicana. Desde 1943, cuando sale de la imprenta de los Talleres Linotipográficos de la Editorial Stylo, por encargo de la Editorial México, la obra entra en boca de todos. Lo cual, entre otros factores, se 1 Evodio Escalante, Metáforas de la crítica, p. 199. 2 Georgina García, en la serie documental de Odín Salazar Flores (dir.), Historias de vida: José Revueltas, min. 15:13. Con- sultado en: https://itunes.apple.com/mx/podcast/historias-de- vida/id720237359?mt=2 [20/05/18]. 3 Edith Negrín, “El luto humano cumple 60 años”, Al pie de la letra, suplemento de libros de la revista Universidad de Méxi- co, núm. 14, noviembre 2003, p. 12. 52 debe a un hecho afortunado: gana un premio. En el estudio preliminar de la primera edición crítica de El luto humano (2014), se revela que la histo- ria de este galardón no es como se cuenta, que se trata de un “premio escurridizo”.4 En pocas pa- labras, la novela gana una presea, pero no es la nacional de literatura. La fortuna llegó cuando el texto resultó seleccionado para representar a Mé- xico en un concurso panamericano.5 El nombre del certamen se conserva con variantes: “Segundo Concurso de Novela Hispanoamericana” o “se- gundo Concurso Literario Latinoamericano (sec- ción México)”.6 La premiación corrió por cuen- ta de la casa editorial Farrar & Rinehart, la cual otorgó el “primer lugar de México [a] la novela El luto humano”.7 Sin entrar en más detalles, la distinción proyectó la obra y, claro, al autor. No tardaron en aparecer las ofertas de trabajo y las celebraciones. Sin embargo, junto a la naciente fama venían los conflictos que, como bien se sa- be, afectarían sus aspiraciones políticas. Lejos de esto, el orbe crítico que genera la novela comienza 4 Véase Antonio Cajero (ed.), “Crónica de un premio ‘escu- rridizo’”, en José Revueltas, El luto humano, pp. xii-xxii. 5 En la portadilla de la primera edición de El luto huma- no, se aduce la siguiente frase: “Primer lugar en la selección de novelas mexicanas, para el concurso convocado por la Unión Panamericana de Whashington” (véase la foto de esa portadilla en José Manuel Mateo, José Revueltas. Iconografía, p. 142). 6 A. Cajero, op. cit., p. xx; J. M. Mateo, op. cit., p. 159, res- pectivamente. 7 A. Cajero, op. cit., p. xv. 53 su desarrollo en esa época. A su alcance hay que sumar las fronteras lingüísticas que ha rebasado, El luto humano ha sido traducido al inglés: The Stone Knife (1947) y Human Mourning (1990); al italiano: Il coltello di pietra (1948); al húngaro: Köröznek a keselyük (1948); y al francés: Le Deuil Humain (1987).8 Las primeras opiniones críticas tienen la ca- racterística de aparecer en las páginas de publi- caciones periódicas; son, en palabras de Edith Negín, “reseñas y comentarios […] de calidad dis- pareja”.9 En la década de los cuarenta, nació una suerte de polémica, de la cual se volvió más memo- rable una parte: la postura que tomaron Octavio Paz y José Luis Martínez. En pocas palabras, pa- ra estos escritores, la novela albergaba fallas: “Revueltas ha acumulado toda su gran potencia plástica y adivinatoria, pero sin que haya logra- do aplicarla a su objeto: la novela”, dice Paz,10 y Martínez: “no creo que haya hecho una obra genial […] es un apasionado esbozo de la gran novela que un día escribirá”.11 Cabe añadir que 8 Evodio Escalante (ed.), “Bibliografía”, en José Revueltas, Los días terrenales, p. 478. 9 E. Negrín, Nocturno en que todo se oye, p. 11. 10 Octavio Paz, “Cristianismo y Revolución: José Revueltas”, en Hombres en su siglo, p. 144. Cuando apareció en las pági- nas de Novedades, el 17 de mayo de 1943, el artículo llevaba el título de “Una nueva novela mexicana” (A. Cajero, op. cit., p. xxiii). 11 José Luis Martínez, “Premio Nacional de Literatura. El luto humano de José Revueltas”,en Literatura mexicana siglo 54 estas críticas también incluyen líneas que dejan la desaprobación atrás y señalan cualidades; Octa- vio Paz observa por ejemplo: “Revueltas es el pri- mero que intenta entre nosotros crear una obra profunda, lejos del costumbrismo”; en tanto, José Luis Martínez menciona: “Su materia original es, como puede verse, de una dramática y dolorosa verdad humana”.12 Así, la variación de los juicios no impidió que se generara un consenso con res- pecto a la novela: surgió una especie de aura de genialidad, casi desmesurada, como explica Mar- tínez: “muchos de sus allegados y admiradores se apresuraron, aun antes de su lectura, a declarar una obra genial a aquella novela”;13 lo que pro- vocó una reacción. La fórmula crítica que usaron Octavio Paz y José Luis Martínez para morigerar ese revestimiento de genialidad fue tan corrosiva que puso en duda la reciedumbre novelística de la obra y las habilidades del ejecutante por ende. Aunque con la inclusión de algunos atenuantes que frenan la desvalorización: los “defectos con- denan a la obra, pero no a su autor”, o “El luto hu- mano es un valioso esbozo […] de la gran novela que va a llegar a hacer”.14 En la opinión de Juan xx, pp. 228-231; al final del artículo se suscribe la fecha: mayo de 1943. 12 O. Paz, op. cit., p. 145; J. L. Martínez, op. cit., p. 231, respectivamente. 13 J. L. Martínez, op. cit., p. 228. 14 O. Paz, op. cit., p. 144; J. L. Martínez, op. cit., p. 228, respectivamente. 55 José Arreola hay una prescripción similar, critica un libro que ha sido “designado como la mejor novela”: los “lectores atentos”, dice, han encon- trado en El luto humano “los innegables valores de su arte, ya que no la estructura y el plan de una novela”.15 Llaman la atención las coincidencias en la fórmula que usaron estos escritores (Arreola, Martínez y Paz). La similitud llega a tal grado que las palabras finales de Arreola podrían conside- rarse como la opinión de los tres: “Vemos en él un gran artista mexicano en vísperas de amplia y fecunda madurez”.16 Con el paso del tiempo, sólo los comentarios de Octavio Paz y José Luis Martínez se quedaron en la memoria, algunas ve- ces empleados para sustentar, otras para debatir, el caso es que su uso los ha mantenido presentes, a diferencia de los demás integrantes de aquella polémica, pocas veces mencionados. Entre los in- telectuales que aplaudieron el trabajo novelísti- co, se encuentran Efraín Huerta: “José Revueltas, promesa ya lograda de la literatura nacional”, o José Herrera Petere, quien afirmó: “la novela de Jo- sé Revueltas nos parece un importantísimo paso para la creación de la novela mexicana”.17 15 J. J. Arreola, Prosa dispersa, pp. 15-16. El artículo apareció en agosto de 1943 dentro de Eos. Revista Jalisciense de Litera- tura con el título de “El luto humano. José Revueltas. Editorial México”. 16 Idem. 17 Efraín Huerta: “El triunfo legítimo de José Revueltas, militante comunista” (fechado el 24 de enero de 1943); José Herrera Petere: “José Revueltas, El luto humano” (fechado el 56 Los comentarios en las publicaciones periódi- cas constituyen el entorno crítico de José Revuel- tas hasta la “década de los setenta”, cuando “se inicia una valoración de su obra literaria en diver- sas esferas de la producción cultural”.18 Entonces surgieron textos que para analizar el fenómeno revueltiano ocuparon formatos más extensos. Con el tiempo, el trabajo crítico —que no dejará de nutrirse de las aportaciones de los periódicos y revistas— sumará discursos más extensos a su colección, como son las tesis universitarias, des- pués publicadas como libros de crítica literaria. El interés por José Revueltas empieza a crecer a raíz de su participación en la lucha estudiantil del 68, entonces surge un público: “mayoritariamen- te jóvenes”, que lo “leían con el apasionamiento y la inteligencia que su obra exige”.19 El interés devendrá en un “proceso mitificador” unos años después, cuando la del rostro blanco decide ocu- par la silla más próxima a José: ese día de 1976 “todas las publicaciones del país […] expresaron sus condolencias”.20 Lo más relevante para este trabajo es la llegada de las nuevas miradas, los ojos de unos “mejores y más atentos lectores”,21 15 de mayo de 1943), en A. Cajero, op. cit., pp. xix y xxvii, respectivamente. 18 Edith Negrín, , p. 15. 19 Héctor Manjarrez, “Inadaptable Revueltas”, en Nocturno en que todo se oye, p. 28. 20 E. Negrín, Entre la paradoja y la dialéctica, p. 15. 21 H. Manjarrez, op cit., p. 36. 57 con los que empieza una etapa distinta en el estu- dio de J.R. En lo que respecta al ámbito académi- co de la unam, uno de los primeros trabajos que se puede localizar es la tesis de James East Irby,22 presentada en 1956 para obtener la Maestría en Letras Españolas de la unam.23 Aunque su tema: “La influencia de Faulkner en cuatro narradores hispanoamericanos”, no propone un enfoque mo- nográfico sobre Revueltas, mucho menos sobre la novela en cuestión. La lupa de esta nueva etapa de valorización académica se aproxima a El luto humano en 1973 con una tesis de maestría: “El luto Humano de José Revueltas: un examen de la conciencia mexi- cana”, sustentada por William Mario Mastricola Monacelli. Paulatinamente fueron surgiendo más investigaciones, sin embargo, los estudios de tipo monográfico no fluyeron como aquellos que tení- an orientaciones más amplias, como la búsqueda de una estética revueltiana o las conexiones de es- ta escritura con las inquietudes político-filosóficas del autor, o las dos juntas, como lo testimonian: José Revueltas, ficción, política y verdad de Jorge Ruffinelli (1977), o José Revueltas: una literatura del “lado moridor” de Evodio Escalante (1979). Si El luto humano aparece en esta clase de estudios, 22 E. Negrín, Entre la paradoja y la dialéctica, p. 15. 23 Véase catálogo electrónico tesiunam: http://oreon. dgbiblio.unam.mx [14/01/2017]. Si se realiza una pesquisa en la base de datos tesiunam, con la palabra clave: El luto huma- no, aparecen sólo siete resultados. 58 lo hace como una pieza de un sistema más am- plio. Al margen de este movimiento de la crítica, directriz en formación (la estética revueltiana y su conexión con el bagaje político-filosófico), van apareciendo los proyectos que tienen un interés más concentrado en la segunda novela. Pero antes de esas muestras, quiero colocar el libro Revueltas en la mira (1984) dentro de este somero recorrido por los estudios revueltianos, ya que con esta obra se inaugura otro espacio en el campo revueltiano: el libro que reúne los ensayos de distintos autores. En cuanto a la revisión cada vez más orientada en El luto humano, su camino se ensancha con traba- jos como Mito y desmitificación en dos novelas de José Revueltas de Helia Seldón (1985), la cual de- dica una buena parte a esta obra; asimismo con el ensayo de Antoine Rabadán: El luto humano de José Revueltas o la tragedia de un comunista (1985). El siguiente paso importante, en los estudios revueltianos, se da con la publicación de sus obras completas, de 1978 a 1987.24 Los 26 tomos expo- nen, claro, la fuerza con la que Revueltas cultivó el oficio de la escritura, pero, sobre todo, son el pa- norama que necesitaban los lectores para apreciar mejor todo el fenómeno. En cuanto al recorrido por el entorno crítico de El luto humano, hay que pasar a la siguiente década. En 1995 aparece, ya como libro, el estudio de Edith Negrín: Entre la 24 E. Negrín, op. cit., p. 15. 59 paradoja y la dialéctica. Una lectura de la narrativa de José Revueltas (literatura y sociedad), el cual tiene un perfil monográfico más definido; en él, se rea- liza un análisis exhaustivo en los componentes de El luto humano con el ímpetu científico de un ana- tomista que disecciona todas las partes de un cuerpo para entender su funcionamiento; trabajo en el que también está presente la valiosa inten- ción de
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