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Laura Fernández Cordero Amor y anarquismo Experiencias pioneras que pensaron y ejercieron la libertad sexual "-X,"1 siglo veintiuno .IX.'J editores La escritura es esto: la ciencia de los goces del lenguaje, su kamasutra (de esta ciencia no hay más que un tratado: la escritura misma). ROLA N D BARTHES, El placer del texto Índice Introducción. Una stmsibilidad libertaria para el activismo contemporáneo 1. Anarquistas en la Argentina (1880-1930) 31 Inmigrantes, políglotas y con ideas avanzadas 31 "Borrachos de tin ta" El condeno de la prensa anarquisla 36 "Queremos emanciparos". El llamado a las mujeres 54 Operaciones para pensar la opresión de las mujeres: suma, multipli cación y diferencia 67 Un juego de palabras: el fem inismo del contrafeminismo anarquista 70 2. Otra voz en el concierto social 79 La Voz de la Mujer (Buenos Aires, 1896-1897) 81 El ejercicio de la recita.ción: ~Feroces de lengua y pluma" 85 Cuando recitar es decir lo nuevo 92 3. Utopías amorosas 101 Anarquismos y utopías 101 Un episodio de amor a la italiana en Brasil 104 ¿ Unión libre o amor libérrimo? 1 16 "¡Progresa la sodomía!" 127 l O AMOR Y ANAltQUISMO 4. Donde se lee La Protesta, arde todo 141 "JnteruiewsH voluptuosos, un manual de pornografía 143 ~caraplum\ una ~nota discordante~ en e l concierto 1 50 Consideraciones sobre el amor {futuro) 157 La naturaleza, "tutora de las pasiones" 163 5. Amor y revolución en primera persona 169 Ariita Lagouardette y Francisco Denambride. Lo personal es político 170 Delia Segovia: "¿A dónde irás que la rechifla no te siga?" 174 Juana Rouco. Hijos e hijas del amor 178 América Scarfó y Severino Di Giovanni. La consulta sentimental 186 6. Una tribuna propia 195 Mujeres en la brecha de los años veinte 1 95 Nuestra Tribuna {Necochea - Tandil - Buenos Aires, 1922-1925) 200 La libertad sexual de las mujeres. Deseo y temor 208 Camaradas con distinción de sexos. Ecos de viejas polémicas 213 Notas 223 Fuentes primarias 237 Introducción Una sensibilidad libertaria para el activismo contemporáneo Sobre los espacios en blanco de un libro guardado en una vieja bibliüleca anarquista, alguien dibujó en lápiz un carro que estalla en pedazos, una much edumbre e n m o- vimiento y un hombre ves üdo con harapos, armado con u na bomba e ncendida. El an arquísmo suele con vocar ese tipo de imágenes, d e estallido o de explosión. Sin embargo, con apenas una primera exploración del mundo libertario su rgen otras imágenes acaso tan potentes e incendiarias: su pre ten- sión de revolucionar las formas de amar y las relaciones en tre los sexos. Fiel a su vocación de discutir todas las formas d e autoridad, el anarquismo debaúa al mismo tiempo sob re e l amor libre y la huelga ge neral , sobre la emancipación de la m~jer y la lucha de clases, sobre las vicisi tudes de un atenta- do y la destrucción del matrimonio burgués. Esos debates, que se dieron en la prensa anarquista argentina entre 1880 y 1930, fueron durante allos el material a partir del cual escri- bí mi tesis de doctorado. 1 Ahora forman parte de este libro, que busca ir más a llá de las lecturas académicas y acompañar los candentes debates actuales en torno a los derechos de las mujeres, la identidad de género, las sexualidades y las diver- sas formas de fami li a. ¿Por qué leer hoy aquellos viejos deba- tes anarquistas? ¿Qué pueden deci rnos después de un siglo de crítica y deconstrucción de los supuestos centrales de la modernidad? Con sus ideas heredadas del Iluminismo e hij as díscolas de la Revolución Francesa, ¿no habría que dejar a trás su prédica ingenua e intransigente? ¿O apenas recordarlos como un capítulo chispeante en la historia política local? 14 AMOR Y ANARQUI SMO desoír el imperativo heterosexual e imposible pensar identi- dades por fuera de la dicotomía hombre-nnüer. Plantearon un combate personal y colectivo que obligaba a reinve ntar los lazos con amantes, amigos, compañeras, padres. Anunciaron que aun lo íntimo merecía su rebelión y descubrieron lo que significaba llevar la revolución sexual a la casa fam iliar. No sin temor, vislumbraron que podía gestarse una sociedad futur.t , y que, a veces por un insi:ante, ya se hacía presen te trastocán- dolo todo. Quienes participan en una aventura como esta asumen el desafio de repensarse, de aprender que los poderes no son entidades exteriores y sí demonios con los que se lidia día a día, en primera pe rsona. Esos poderes se extienden al elegir un nombre, por esa razón quienes formaban parte del anar- quismo inventaron otros modos de llamarse y de llamar a sus h ijos: Un iversindo, Acracia o Fructuoso. Y esos poderes se cn- sc1i.orcan no sólo en los tronos, sino en la familia {esa tram- pa amorosa) y en su rincón funesto: e l hogar. Habitan en la tibieza de la intimidad, volviéndola un espado de mentirosa reserva. Por tamo, el llamado a emancipar a la Humanidad (siempre con mayúscula inicial) no puede agotarse en e l odio al Estado y a e.odas sus aparatologías civiles o militares, ni si- quie ra en la denuncia de la esclavitud a la que nos somete el capitalismo en su conjunto. En cambio -y esto es lo que toda- vía nos interpela-, sellala que es necesaria una revolución en la vida cotidiana, en las relaciones afectivas y sexuales. Dichos términos, como se sabe, fueron trastocados por las filosofias , las teorías políticas, los marxismos, los psicoanálisis y los femi nismos del siglo XX. Sin adentrarnos en esas disqui- siciones, consideremos una premisa anarquista por excelen- cia: esa revolución excede la lógica del derecho y el Estado. Debe buscar la destrucción de esas instancias y no creer en la integración, la protección, el buen nombre que prometen darnos. El anarquismo lo repilió una y otra vez, de muchos modos. Se nota en quienes recriminaron a las l'eministas su creencia en esa igualdad ilusoria y sus ansias por sumarse a la INTRODUCCIÓN 1 5 mentira de los códigos civiles y la farsa eleclOral. O dispara- ron contra algun os de sus represenlantes bombas mortíferas y palabras lelales. O grilaron que hay que resistir las supues- tas bondades de algunos gobiernos porque está all í siempre la calamidad esla tal. Fueron perseguidos, deportados, asesi- nados, fusi lados; algunos con estruendo, otros en el silencio atronador que surca la historia del Estado arge ntino cuan- do mata y desaparece. (Reparemos en el género gramatical de la frase anterior. La escri tura androcéntrica de la historia insiste en borrarlas a "ellas", también anarquistas. ¿Deber ía, entonces, escribir "perseguidos y perseguidas", ~deportados y deportadas", "desaparecidas y desaparecidos"? ¿Debería re- currir a otros signos o marcas? Hay en la escritu ra del libro un esfuerzo, contra los remilgos d e las regias academias, por uti liza r creativamente los recursos de que ya d ispone n ues- tro idioma: adjetivos sin género evidente, artículos repetidos, pronom bres intercambiados, voces que escapan a los binaris- mos y sintaxis algo heterodoxas. Esto no siemp re se cumple, y no será una solución del todo satisfaclOria; sin embargo, sei'iala con su ineficacia que la fa lla persiste.) Duran te los ai'ios en que eslOs debates p roli feraron , el anarquismo fue una presencia que agitó e l mundo. Sus re- presentantes viajaron , migraron , giraron con su verdad a cuestas en un intento por unir lo que los lím ites políticos separan: la gran masa oprimida. De biografías errantes por persecución o por vocación, ejercieron un internacionalis- mo a ultranza. En un mundo que se globalizaba bajos sus pies, aprovecharon las conex iones maríti mas, telegráficas, episLOlares. Cargaron periódi cos, folletos y hasta máquinas para imprimir sus ideas. Creyeron que leer y escribi r era una tarea urgente y liberadora y que anarquistas se h acían al contacto fugaz de las letras de un periódico. O desde el oído , apenas a l exponerse a l voceo d e un orador ardiente. La palabra crea anarquistas . La lectura ilumina y, d e imne- dialo, provoca la necesidad d e decir la idea, de hacer que circule, de ponerla en acto. Algo de todo esto supieron res- 16 AMOR Y ANARQUISMO guardar, a lo largo del siglo XX, quienes continuaron la sen- da libertaria. Es lo que , todavía hoy, escuchan quienes se reúnen bajo sus banderas y con sus uombres, no tanto para encolum narse como para encontrar una práctica comparti- da de transformación de sí y del mundo. Este libro querría participar en la recreación colectiva de esa sensibilidad anarquista para el activismo contemporáneo, para esa~ luchas que cambian de nombre al son de fragorosas discusiones: sociosexuales, disidentes, sexopolítica~. diversas, sexogenéricas, antipatriarcales, posfeministas. Sería impro- pio, por definición , di ctar esa sensibilidad, pero podemos delinearla en algunos de sus principales sentidos; sentidos que se cultivan a diario en mútliples agrupaciones, afinida- des, encuentros espontáneos y movimientos sociales. Se tra- ta, en principio, de rescatar la historia del anarquismo y de las izquierdas en general como u n recurso vivo porque existe -sobre todo en los márgenes de una tradición que sin pau- sa se imenta dar por acabada- una gran cantera de textos, biografías, experiencias y debates para recuperar desde una urgente pregunta presen te. El contacto con esa historia, siem- pre en clave crítica, fortalece la más innovadora de las imagi- naciones políticas actuales y contrarresta el efecto de soledad autocomplaciente de quien se siente pura vanguardia.2 Por supuesto, esta sensibilidad supone una certeza inapela- ble: el Estado no es un pun to de llegada, no es siquiera cuna de una hegemonía aceptable y hasta habría que escribirlo con minúscula inicial. Así, el estado es siempre represivo, fuenle de confusión para quienes tienen otro horizonte, el de una emancipación social completa que revolucione los medios de producción de la economía y de los cuerpos. Todas las ba- tallas que se resuelven en una instancia estatal son un alerta para la sensibilidad libertaria, que siempre notará e l precario amparo de un derecho otorgado por las leyes del capitalismo. Llamará a rechazar también lajerarquiza.ción de luchas y la clásica postergación de la revolución de las estéticas, los cuer- pos, los sexos y los placeres.3 INTRODUCCIÓN 17 A la estrategia del lobby parlamentario y el oportunismo oficialista se oponen las fuerzas de la autogestión y las for• mas de u-abajo que buscan la regulación propia y la creación de nuevas reglas, aun a riesgo de que la autonomía reve le la imposibilidad de su promesa: ser por completo libre de los poderes de turno y, también , de la cercanía vital de los demás. Al conu-ario, la palabra ajena (esto es, de los otros) y la polifO- nía que habita en la palabra misma conspiran contra nuestra fantas ía individual y soberana. Son fundamentales para una sensibilidad compartida, advertencia ante la tentación d e la voz única y de los catecismos, llamado a dudar de las citas autoritarias y de los grandes nombres autorizados, invitación a tomar la palabra desmallada (de ortografía reprobable, con neologismos todavía fuera de los diccionarios, creativa ante el corsé de género de la lengua) y, ante todo, un convite para celebrar toda la potencia de la imaginación afectiva y sexual. EL GÉNERO (GRAMATICAL) DE LA HUMANIDAD Por supuesto, la emancipación de la mujer no es una idea exclusiva del anarquismo, pero siempre fue centrnl en su ideario. Los anarquistas procuraban llevar a la práctica esa premisa y compartir la brecha con compari eras li bres de las ataduras tradicionales. Al mismo tiempo, consideraban un error buscar cualquier inclusión en el régimen del derecho y la lógica e lectoral, y propugnaban la lucha conjunta contra esas instituciones que no hacían más que enmascarar la abe- rración del capitalismo. Si bien existen historias del anarquismo local desde que las comenzaron a escribir los propios militantes, debemos la visibilización de este aspeClo del movimiento libertario a a l- gunas autoras compromeLidas con el feminismo en los allos ochenta, cuyos t.rabajos re toma este libro, ent.re o tras: Maxinc Molyneux, María del Carmen Fe~joó, Mabel Bellucd y Dora 18 AMOR Y ANARQUISMO Barrancos. Hasla entonces, los historiadores no dejaban de señalar la presencia femenina y algunos hitos de su panicipa- ción, pero el aporte determinante de esas autoras fue propi- ciar la reedición de dos publicaciones excepcionales escritas y dirigidas por las anarquistas: La Voz de la Mujer (1896-1897) y Nuestra Tribuna (1922-1925).~ A riesgo de que futuros descubri- mien tos desmientan esta apreciación, es posible afirmar qu e en el contexto local se produjeron los dos periódicos de ma- yor alcance y duración escritos por mujeres anarquistas entre fines del siglo XIX y las primeras décadas del siglo XX. Si bien, como en el resto de los países, ellas tenían cierta prese ncia en la prensa "general", sus propias publicaciones demuestran cuáles eran sus prioridades, a qué lecturas remi- tían para sostener sus argumentaciones y cómo im pactaba el ideario en su vida cotidiana; además, y sobre todo, son una fuente indispensable para reconstruir parte de l diálogo que sostuvieron con sus compañeros. En la prensa anarquista, la estrJ.tegia más recurrente para dirimir la "cuestión de la mu- jer" -un tema canden te en la época- era convocarl as como compañeras de lucha. Esa operación de suma parlió de los va- rones anarquistas, quienes dinamizaron propuestas concre tas de llamado a las mujeres. Al mismo tiempo, se afinnaba que sobre e llas pesaba una suerte de multiplicación de opresio- nes, ya que las ~esclavas del esclavo", en tanto "objetos de pla- cer", sufrían el asedio d el patrón, de los curas y hasta de ma- ridos infames. Oprimidas económica, política y sexualmente, su presencia era requerida con urgencia para batallar con tra los enemigos comunes. En la actualidad, gracias a una relativa notoriedad alitnen- tada por notas y películas, suele esperarse de las mujeres anar- quistas alocuciones de heroínas, un apo rte sustancial al relato de la historia, una diferencia inspiradora. Esas son algunas de las tantas expectativas que tal vez este libro traicione por- que, si bien e llas fueron excepcionaJes y valerosas, creo que el aporte anarquista cuya acwalización promete reve larnos algo no resi de tan to en el monólogo femen ino como en el diálogo INTRODUCCIÓN 19 y la polémica. Es más, está en el d ebate en tre discursos mascu- linos y femeninos, con géneros a veces simulados, en el cual no siemp re las mujeres llevan la voz disruptiva y los varones viClimizan, sino que, en ocasiones, ellas llaman a conservar lo conocido y ellos adoptan la posición más liben aria. A la vez, suele suced er que quienes escriben "como mujer" son hombres que el igen esa voz para incluir u n punto de vista que consideran im portante o para acotarlo, mientras que firmas masculinas pueden esconder a escritoras que acaso nunca lle- guemos a conocer. El anarquismo, como dijimos, pensaba una Humanidad con mayúsculas, un cortjunto universal llamado a la emanci- pación. En el camino compartido descubrieron que convocar a las mujeres, como de un par de siglos a esta parte hicieron otras expresiones políticas, no era una acción sin consecuen- cias en el conjunto. El diálogo entre "los sexos" se daba en "el campo de la propaganda", esto es, en un espacio de debate público donde se practicaba un ejercicio fundame ntal para la iden tidad anarquista, la difusión de ;'la idea". Una vez en contacto con el ideario , cualqui era podía intentar despertar a otras personas de su sueiio esclavizante y, por eso, quienes tomaban la palabra procuraban perorar sobre la realidad en sen tido libertario , hablar en una asamblea, debatir los más diversos temas y, si tenían herramientas, escribir en la prensa. Esas prácticasque sinte tizo como recitación de la doctrina formaban parte del ser anarquista y creaban, con su repeti- ción, nuevas adhesiones. De esta manera, la doctrina no era una letra lejana o muerta sino una palabra viva, re-citada, vuelta a citar y, así, revitalizada y abierta a la posibilidad de que en cada repetición surgiera un nuevo sentido, una in- flexión inusual, un desplazamiento sign ificativo de las nocio- nes hegemónicas.~ Este eje rcicio de recitación tuvo consecuencias novedosas sobre el papel que la doctrina reservaba a la mujer y sobre la estrategia de la suma para incorporarlas a la luch a. Cuando ell as respondieron al llamado, más que aportar una idea ",ori- 20 AMOR Y ANARQUISMO ginal", rndicalizaron una posibilidad: la idea también se decli- na en femenino . Ahora hablamos de género, pero gramatical. Ellas vinieron a decir, en primera persona, "soy la oprimida", y con esa sola frase anunciaron algo inesperado: la oprimida habla. Sentencia nada menor, que pone en evidencia que los anarquistas son varones y que, por primera vez, su ser anar- quista no los libera de ese papel infa.mame, e l de opresores. Así, cuando e llas pusieron en palabras la emancipación, la Human idad dejó de ser una deseada comunidad de iguales para evidenciar su quiebre constitutivo: la diferencia sexual. Los dos sexos, decían entonces: el de siempre y el bello, el sexo ya no débil. Ese cambio de registro acentuó la inestabi li- dad que habitaba la doctrina, es deci r, la incomodidad de esa voz para incluirse en la humanidad tal como estaba formula- da. Todo esto por una enunciación femenina. Sin embargo, la incomodidad no füe exclusiva del anarqu ismo: los feminis- mos posteriores tradujeron esa problemática en banderas y nuevas conceptualizaciones; al hacerlo, demostraron que ese síntoma fundaba el pensamiento occiden tal. Es méri to del anarquismo cl{isico, entonces, haber empu- j ado las concepciones de libertad y emancipación hasta un extremo que aquejaba e l núcleo mismo de la política. De la política en un sentido tan amplio que podría ser aceptado en esa clave de \eclllra: no ya en el del derecho y la representa- ción, sino en el de la producción colectiva de un nuevo orden social. En sus disputas por construi r el "nosotros, los anarquis- tas" que sería capaz de comenzar la transformación revolucio- naria, descubrieron -ca.si sin palabras para explicarlo-- que la diferencia sexual surcaba ese colectivo y la humanidad toda. Que los feminismos le hayan puesto nombre no significa que el efecto esté conjurado; la cuestión insiste en las más diversas expresiones políticas y sociales. INTRODUCCIÓN 2 1 ANARQ.UISMO Y SEXUALIDAD En comparación con otros discursos de la época (católicos, liberales, librepensadores, socialistas, fem inistas, criminoló- gicos) que pululaban en e l Río de la Plata y sus alrededores sobre la emancipación de la muj er, las relaciones afectivas y la sexualidad, la prensa libertaria se distingu ió por su radical i- dad. Corno ya sellalé, la fórmula que sin tetizaba su propuesta era el amor libre, una relación que, en sentido amplio, supo- nía un encuentro co nsensuado sin sanción civil n i religiosa, cuyos límites siempre estuvieron en discusión . Quie nes op- taban por la moderación abogaban por la unión libre, una suerte de monogamia heterosexual sucesiva: la pareja decidía su comie nzo y su fina l sin mayores convencionalismos . En el otro extremo hubo quienes bregaron por el amor múltiple o contemporáneo, relaciones en las cuales participaban m ás de dos amantes. Sin e mbargo, a un en las versiones más li bres, la homosexual idad se presentaba como un límite temido y conjurado. El tópicomenosd iscutidolüeel de lamaternidad . 6S i bien pro- curaban separare! placer sexual del mandato de la procreación, el omnipresente discurso maternalista se veía veh iculizad o y reforzado tanto por los varones como por las m ujeres. En el ideario anarquista, las mujeres son siempre madres luch ado- ras, madres abnegadas o madres potenciales. Incluso las ma- dres asesinas, las infanticidas, son redimidas como víctimas, de tan impensable que resulta la maldad temenina hacia la prole. Seb'"lm concluían los autores, el mal no puede encarnar en una madre; sólo en casos extremos, la mujer asesina a sus descendien tes o debe abandonarlos acicateada por el hambre o la deshonra. Similar imaginario actúa sobre el aborto: la mujer que aborta es madre aunque se deshaga de su ~hijo". La más firme defensa de la maternidad coexistía con la difusión de métodos para el control de la concepción que, desde principios de siglo, el anarquismo hacía en la prensa, cuando n i en el discurso médico ni en el femin ismo 22 AMOR Y ANARQU ISMO se ocupaban de ello de manera pública. No había una buena opinión sobre e l método más popular en ese entonces (el coitus interruplus) y el intento era complementarlo con u na batería de dispositivos mecánicos y químicos que prometían el acceso a una wma ternidad consciente" Las redactoras de La Voz de la Mujer no dan mayores indicios al respecto, mientras que las de Nuestra Tribuna recomiendan la lectura de varios fo ll etos provenien tes de la corriente neomaltusiana. Así, la mayo ría de los discursos a propósito del control de la natalidad no estaba relacionada con la libre d isposición de las mujeres sobre sus prop ios cuerpos, sino con el fi n social de limitar los nacimiemos, según predicaba aquella corrien- te. La p ropuesta permitía separar la sexualidad de la procrea- ción e invitaba a disfrutar sin tan las preocupaciones de las "ale- grias del coito", pero no hay indicios firmes de que las m uj eres explotaran ese tipo de lectura. Por el contrario, e llas produ- jeron gran cantidad de discursos orientados a sacralizar la maternidad como una misión que las definía y las im pulsaba a la acción. Las redactoras de La Voz de la Mujer honraban esas vivencias al invocar el hambre de sus hijos como causa de su decisión de sumarse a la lucha contra el capitalismo; por su parte , cuando el quincenario Nuestra Tribuna llegaba a su fin, Teresa Maccheron i, una activa colaborad ora cercana a Juana Rouco, proponía publicar'"un periódico femenino de vanguardia", para e l que ya sugería un 1.ílulo en mayúsculas: "LA MADRE" (Ideas, nº 168, 1926). En el imaginario sexual libertario hay otro tipo de mujer, la prostituta. Víctima por excelencia, es recreada por innumera- bles discursos de tono moralizante que deploran el sistema que prostituye, se solidarizan con quienes "cayeron" en sus redes y exigen a los hombres abstenerse de ser cómplices o partícipes de esa práctica. En algunos pocos casos, la prostitu1:a asume una voz, aunque siempre mediada y presta a con fi rmar la trage- dia de su destino. En esa y otras zonas de la cuestión sexual, el anarquismo se encontró con la paradoja de que el cuerpo -al cual, en el colmo, caracterizaba como "carne" de lupanar, de INTRODUCCIÓN 23 explotación y de placer- era a la vez la materialización de las opresiones y de los goces. ¿Cómo soll.arlo liberado si su expre- sión específica (femenina ) era razón de su propia esclavitud? ¿Cómo sustraerse como varones de ese ~uso" que no era exclu- sividad del burgués? En fin, ¿cómo pensar ese cuerpo consu- mido -no ya el de la prosti tuta, sino el de toda mujer- desde los esquemas dicotómicos mente-cuerpo o naturnleza-cultura? En suma, quienes participaban en el debale libertario se pre- sentaban, a la vez, como exponen tes del maternalismo, aunque difundieran el uso de mecanismos anticonceptivos. Denuncia- ban el aborto, la masturbación, la "sodomía", y bregaban por el ejercicio libre de la sexualidad heterosexual para ambos gé- neros en el contexto de relaciones mutuamen te elebridas. Las notas doctrinarias sobre la emancipaciQn femenina y el amor libre eran infaltables en el prim er número de cada peri ódi co, al mismo nivel que otros tópicos centrales: rechazo del au tori- tarismo estatalen todas sus vMiantes, del militarismo, del cleri- calismo, del patriotismo, e tc. Tal corno seííaló Dora Barrancos en su libro pionero, en sus atributos centrales las represen ta- ciones anarquistas sobre la sexualidad no distaban mucho de aquellas que circulaban en los textos morales, sociológicos y médicos del período. Respondían a una ~moral de época" que les daba cierto marco de posibilidad y que podría resumirse en los siguienles e lementos: el rol determinante de la naturaleza, la sexualidad definida en relación con la genital idad y la repro- ducción , la búsqueda de equilibrio entre naluraleza y razón, el rol activo y dominante del varón en la sexualidad , la pasividad en la mujer y su papel contenedor del deseo masculino, una tendencia fuerte hacia la superior idad de lo espiritual por so- bre lo fisiológico y, por último, la búsqueda de una vinculación positiva entre los placeres fisio lógicos (bajos) y los psíquicos (altos) en el acto sexual. El recorrido por cuatro décadas de producción escrita li- bertaria que propone este libro permile confirmar que los atributos señalados por Barrancos no sólo subsistie ron, sino que, hacia los años lreinta, terminarían por enu·oncarse con 24 AMOH V ANAHQurSMO una tendencia creciente hacia la medicalización de la cuestión sexual, como analizó Nadia Ledesma Prielto en sus trabajos recientes.7 Sin em bargo, al indagar el concierto de la prensa anarquista desde sus inicios y, en la med ida de lo posible, re- poner la dimensión polémica que lo atraviesa, se repara en otras voces q ue demuesmin que aquellos atributos no eran estables o, al menos, siempre estuvieron en discusión. Así, la cuestión consiste en iden tifi car puntos nodales en los cuales el debate se tensa, las voces se ponen a tono para argumen tar, los más representativos del movimiento se sienten tentados de controlar y, de vez en cuando, algui en produce una nota <liso-- nante o un nuevo exceso. Seguir de cerca las discusiones que, fuera del campo docto, protagonizaban quienes participaban en la vida anarquista y leían su prensa permite obse rvar los desbordes tanto como los esfue rzos por devolver la recitación de la doctrina a los cauces ya probados. Sin em bargo, los intentos de clausurar los reclamos, los de- bates y las preguntas sobre la libenad sexual resultaban insu- fici entes no sólo porq ue de tanto en tanto surgían represen- taciones alternativas, sino porque la voluntad de hacer de la doctrina un discurso monológico se veía contrarrestada tam- bién por otras prácticas muy significativas, como la reed ición de materiales, la transcripción de textos, el recone y el uso libre de la voz autorizada. A la vez, un recorrido por la actividad editorial de los años veinte permite comprobar que era muy fecunda y diversa. Los catálogos de las casas editoriales podían incluir tftulos cuya yux- 1aposición era una contradicción en los términos, como suce- día con las obr.t.S de J ean Grave y Paul Robin, o bien muchas reediciones de los textos que habían comenzado a circular por aquí a fines del siglo XIX; por ejemplo, la serie de folletos "Pro-- paganda anarquista entre las mt!_jeres". Con esto se constata una gr<ll1 disponibilidad de material para sostener y ofrecer citas de autoridad a diversas versiones del amor libre y la emancipación. Prestar mayor atención a la dimens ión polémica también nos permite conocer las ansiedades y los límites que encon- !NTRODiJCCIÓN 25 traban la emancipación de las mujeres y la cuestión sexual. En primer lugar, la convocatoria y la acep tación de la pan.i- cipación femen ina solían ir acompañad<L~ por el lemor y la resiste ncia hacia su posible figu ra descante y activa . Los pe- riódicos escritos y di rigidos por mujeres recibieron críticas tan similares que hacen pensar que estaba en discusión no su participación, sino las modal idades de esa parücipación, mientras que ellas mismas parecían temer las consecuen cias de una libertad sexual a la cual se sentían llamadas, como se observa en su lectura de un libro resonante, La libertad sexual de las mujeres (I 921), del pedagogo libertario Ju lio Barcos. En segundo lugar, cierto límite se presenta an te la inquietan- te posibil idad de que los amores libres, con su corolario de pa- ternidades insegu ras, desestabilizaran el sistema de parentesco y llevaran a un inconcebi ble renoceso hacia épocas que, en e l imaginario del progreso, ernn oscuras y estaban superndas (en- tre sus imágenes, el impe rio de la bestialidad, la promiscuidad an imal, las relaciones incestuosas, etc.). Por llltimo, el mayor temor er,1 suscitado por la homosexualidad -tan to la mascu- lina como la femenina- y su prol iferación como prueba de la degeneración de la sociedad y de la especie. Con todo, se ría e rrado cree r que la actualidad del anar- quismo se encuentra sólo en sus "in tuiciones" o sus "ori gi- nalidades" . También lo mantienen vivo sus ansiedades y sus recaídas. O, mejor, sus pasos poco firmes en lerrenos que aun así transita: el cuerpo de las mujeres libres y e l deseo homo- sexual. A la vez, la presencia de pre;juicios, temores y morali- nas recuerda que es preciso mantenerse alerta aun en los más radicales e innovadores d iscursos sobre lo sexua l. Lejos d e estar a salvo de las prescripciones, el anarquismo, en su afán de transformación, produjo otras normatividades y nuevos facto res de exclusión. Si bien la mayor par te de la producción li bertaria se con- centró en Buenos Aires, no habría que repeti r el desl iz de tomar esa zona por el país entero --cenu·alismo median te- ni ali me ntar la supuesta origi nalidad d e los anarquismos '°regio- 26 AMO R Y ANARQUISMO nales" o "locales", al fin siempre "otros" respecto de la capital. Creo que esas dos posiciones, aquí descrip tas de un modo un poco forzado, corren e l riesgo de esencializar el espacio físico de producción. Ames bien, por mi parte qu erría privilegiar la heterogeneidad de caracte rísticas {nacionales, étnicas, de gé- nero, idiomáticas, generacionales) de quienes redactaban los periódicos y la red extraordinaria de inte rcambios que an i- maron gracias al correo, los encargos personales y las giras de propaganda. Esla mirada no desconoce la distribución desigual de emisores ni la posibilidad de inclu ir o no pro- blemáticas locales; lampoco d eja de advertir que la preser- vación de esos materiales favoreció a las publi cacion es de mayor lirada, a menudo capitalinas, pero intenta il uminar los heterogéneos espacios de circulación, la intensa comu- nicación inte rregional, la migración permanente de los re- dactores y d e sus emprendimien tos. En fin , la actividad fer- vorosa de quienes protagonizan este libro, no subsumidos bajo un "anarquismo argentino", sino en tamo "anarquistas en la Argentina\ y en tender esa localización como un espa- cio fl ex ible que, con poco respeto por la geografía política, incluya a Ingeniero White y a Montevideo, por ejemplo. Al mismo tiempo, "anarq uis tas" engloba a los hombres y a las mttjeres, a las iniciales que algunos hacen figurar al pie de sus notas, a los seudónimos equívocos y a las firmas que si- mu lan otro género. La definición anarquista local sobre la emancipación de la mttjer y las relaciones afectivas y sexuales no ocupa los pe- sados tomos d e un autor tomado como referente; tampoco alcanza con resumir los folletos que intentaban darle forma. Su particularidad reside en el debate al que fueron sometidas esas ideas y en la valentía con que las quisieron verificar en la propia vida. Los capítu los que siguen reco rrerán los momen- tos de mayor tensión en las polémicas y los discursos sobre un a subjetividad que pre tendía anticipar todas las promesas de la sociedad futura. Además de mi voz, en cada uno de ellos se da rán cita una gran cantidad de intervenciones que, con su INTROOUCCIÓN 27 esti lo y su tono particulares, permiten percibir la riqueza del concierto libertario. El primercapítulo sintetiza la historia del anarquismo en nuestro país durante sus primeras décadas. A la vez, describe el conjunto de la prensa libertaria y los modos en que circu• !aban a llí las discusiones. Por último, se detiene en la convo- catoria de las mujeres por parte de los hombres anarquistas y relata la<; vicisitudes de la relación del anarqu ismo con el naciente fem inismo. El segundo capítulo presenta el periódico La Voz de la Mujer escrito y dirigido por mt~eres anarquistas a fines del siglo XIX en Buenos Aires. Se propone pensarlas no tam o en relación con una supuesta novedad q ue traen al campo de la propagan- da, sino como portadoras de una nueva forma de participar, pluma en mano y dispuestas a dar batalla incluso entre los com- pañeros. El tercer capítulo relata las peripecias casi novelescas de un grupo de anarquistas proveniente de Ita lia que en 1890 fundó la Colonia Cecilia con el objetivo de practicar la econo- mía y la organización social anarquistas, pero también los amo- res libertarios. A partir de las repercusiones de esa experiencia, recorre algunos hitos del debate emre los polos ·•unión libre" y "amor múltipl e y contemporáneo". Por último, describe el modo en que aparece y se omite el tema de la homosexualidad en el discurso libertario sobre, precisamente, el amor. El cuarto capítulo relata varias encendidas polémicas en el periódico de mayor circulación , La Protesta, en torno a la cues- tión sexual. El quinto capítulo narra cuatro peque11as historias en que las máximas de la doctrina son puestas a prueba como orientadoras de la vida cotidiana. El sexto y último capítulo prosigue la historia del anarquismo y refiere la concreción de un nuevo periódico escrito y düigido por las anarquistas en los años veinte, Nuestra Trilntna. Aquí se reseñan las velada~ críticas que recibió la publicación desde otros periódicos como La~ testa y La Antorcha, escritos y dirigidos por hombres. El recorrido por los seis capítulos propone recuperar la contribución anarquista a la discursividad sexual del perío- do, no tanto por sus acuerdos como por la productividad de sus discusiones , no tanto por su intento liberador o por sus recaídas en la mo ralina como por inclu ir la dimensión sexual en un d iscurso político cuyo horizonte declarado era la eman- cipación humana y, para finaJizar, no tan lo por declamar un decálogo doctrinal como por llevar a debate formas allernati- vas para el amor cotidiano y la propia vida, a veces presente, a veces futura . Una sensibilidad hacia la cond ición inelu- diblememc sexuada de los cuerpos de la política y del amor. Tal pretensión de rad icalidad es lo que distingue al apo rte anarquista. De cómo ese concierto de voces estalla trnta este libro . AGRADECIMIENTOS La escrin1ra de estas páginas comenzó hace muchos años con un trabajo compartido sobre las voces de las mujeres anar- quistas. Después tomó la fo rma de una tesis doctoral sosten i- da, en pane, por una beca del Consc::jo Nacional de Investiga- ciones Científicas y Técn icas (Conicet), al que luego me sumé como investigadora. A pesar de que los agradecimientos son numerosos, corno es usual decir, a nadie puede culparse de las fa llas del libro y, en cambio, la mayoría de estas personas tiene mucho que ver con sus aciertos. En principio, Horado Tarcus fue director formal y, mejor aún, guía infonnal durante todos estos años . También quienes compartieron dislintos espac ios de apren- dizaje e intercambio, y que son tantas personas que se me discu lpará no nombrarlas a todas: Cátedra Teorías Sociológi- cas del Estado; Grupo de Estudios Feministas y Cátedra Iden- tidades, Tecnologías de Género y Discursos Sociales (en esas tres instancias en la Facultad de Ciencias Sociales de la Un i- versidad de Buenos Aires, que fueron fundacionales en mi formación , Claud ia Bacci y AJ~jandra Oberti me impulsaron INTRODUCCIÓN 29 a escribir el primer proyecto de beca); Seminario de Historia Intelectual, ProyecLO de Investigación Cien tífica y Tecnoló- gica "Publicaciones periódicas y proyectos editoriales de las formaciones intelectuales nacional-populares y de izquierda en Argentina (1910-1980)" y colectivo editor d e Políticas de l.a Memoria, espacios compartidos en el Cen tro de Documen- tación e Investigación de la Cultura de Izquierdas (CeDJn- CI), donde trabajé en diálogo con Horacio Tarcus, Martín Bergel, Adriana Petra , Vera Carnovale, Karina Jannello, Ma• riana Canavese, Annando Minguzzi, Emiliano ÁJvarez, Lucas Domínguez Rubio, Natalia Bustelo, Alejandra Mailhe, Marga- rita Merbilhá, Adrián Celentano, Martín Ribadero, Ezequiel Saferstein y Emiliano Sánchez; Encuentros de Investigadores del Anarquismo, cuyas cinco ediciones animamos con Lucia- na Alrnpios, Fernanda de la Rosa y Martín Albornoz, hasta llegar a la celebración del primer Congreso Tntemacional de lnvestigadorxs sobre Anarquismo, con un notable grupo or+ ganizador; Cátedra Lib re Virginia Bolten d e la Un iversidad Nacional de La Plata (UNLP) y Espacio de Derechos Huma- nos de la Asociación del Personal de la Universidad de Bue- nos Aires (APUBA), donde aprendí más de lo que fui a apor- tar en múltiples actividades. Gracias a quienes integraron el jurado que evaluó la tesis -Dora Barrancos, juan Suriano y Eduardo Mattio-, ya que sus observaciones me animaron a reescribir. Un reconocimiento a quienes me escucharon pensa r en voz alta en el Seminario Izquierdas, Género y Sexualidad. De los Socialismos Utópicos a la Teoría Queer, que dicté en el CeDJnCJ y en la Facultad de Ciencias Sociales (UBA) durante los últimos arios. Este libro pudo ser escrito porque hubo quienes creyeron que los papeles de las izquierdas merecían ser rescatados y resguardados. En el CeDlnCl , Karinajanne\lo, Eugenia Sik, Tomás Verbrugghe, Virginia Castro, Gisela Logiser y Rami- ro Uviña respondieron siempre a la altura de mi ansiedad de archivo. Extiendo mi agradecimiento a otras instituciones que fueron fundamentales durante mi trab~jo: Biblioteca j u- 30 AMOR Y ANARQUISMO ventud Moderna de Mar del Plata, Biblioteca Popular José Ingenieros, Federación Libertaria Argentina, Biblioteca Na- cional, Biblioteca de la Facultad de Filosofía y Letras (U BA) , Biblioteca del Congreso de la Nación, Biblioteca Centrn.1 de la Universidad Nacional de La Plata, Biblioteca UlOpía del Cen- tro Cultural d e la Cooperación, Instituto de Historia Social de Ámsterdam e Instituto Iberoamericano de Berlín. Una beca del Se1vicio Alemán de Inte rcambio Académico (DAAD) me permitió sostener una productiva estancia de investigación en Berlín y Ámsterdam. Agradezco a mi padre, Carlos Fernández, y a mi madre , María del Carmen Cordero, a quienes dedico el libro. Gracias a Virginia Fernández porque sostuvo lo que yo, al estar lejos, no pude. A Fabiana Sola ri, la más paciente de las lectoras. A Paula Lucía Agui lar y Nayla Vacarezza por la compañía per- manente y el abrazo mutuo. A Betina Bracciale porque es ca- paz de adm irar la poética de la puntuación . A Laura Piacen- tini por su infinita capacidad de analizar t0do sobre la vida. A María Mancuso por la confianza exagerada. A María Celia Labandeira quien, con su forma de estudiar y de pensar, me provocó tantas veces la desesperación y el placer. A Cristina GaJer,1 por ayudarme a encontrar un lugar para mi biblioteca. A Fernanda Losso por cu idar detalles del texto con el cariño de quien conoce las voces libertarias. A Lorena Areco porque los tiempos de mi escri tura deben mucho a la calidad y la ca- lidez de su trabajo. En la edición final fue inestimable la ayuda a distancia de lvanna Margarucci y Lucas Domínguez Rubio y muy valiosa la labor profesional de Luciano Padilla López,junto con el gran aporte de Mónica Ocleis y de todo el equipo de la editorial. Al final , loda mi grati tud a Pablo lrrgang por la invitación a imaginar una nueva vida y por la aventura de crecer con Luisa y Francisco. 1. Anarquistas en laArgentina (1880-1930) anarquista. L De [o del] anarquismo. 2. Adicto al anarqu ismo. Ácrata. Libertario. 1/ Persona que lleva a cabo atentados políticos por seguir las ideas anar- quistas. Temnista. exaltado, -a. Excesivamente apasionado o entusiasta: «un anarquista exaltado". MARÍA MOLINER, Diccionario de ·uso del español (ed. 2000) INMIGRANTES, POLÍGLOTAS Y CON IDEAS AVANZADAS En 1898, Miguel Cané, conocido sobre todo por su libro juvenilia, escribió e l borrador de un proyecto que en 1902 lomaría el nombre de Ley de Residencia. Buscaba regla- mentar la persecución y la deportación de todos aquellos que amenazaran el orden existente, que a su vez sostenía en la cima a quienes debían debatir la ley en el Congreso; por eso, su aprobación no presentó complicaciones. Un tramo de ese intercambio ofrece una escena ejemplar en la que el Poder Ejecutivo toma la palabra y pregunta: -¿Quién es usted? -Soy un estibador a quien están explotando cuatro contralistas que se comen la mitad de mi trab~jo. 32 AMO !< Y ANARQUISMO -Examinaré su caso y el de los otros, y con el poder que la sociedad me ha dado áconsejaré y trataré de que su patrón entre en arreglos. -¿Usted quién es? - No soy obrero, soy redactor de un per iódico de doctrinas avanzadas. -Usted se va hiera del país, porque yo no necesi to inútiles de profesión: no tengo necesidad de que al obrero se le indique lo que tiene que hacer (Diario de sesiones de la Cámara de Senadores, 1' sesión ex traor- dinaria, 22/ 11 / 1902, p. 665). En esos arios, tanto el anarquismo como el socialismo soste- n ían vitales emprendimientos periodísticos, pero al seguir el resto del d ebate no cabe duda de que los candidatos a la de- portación eran los "profesionales de la huelga", los "exalta- dos" y "facinerosos", es d ecir, los anarquistas. Ellos animaban la mayoría de los periódicos obreros, emre los que se destacaba La Protesta Humana, publicación que des- de j 897 intentaba salir a diario para decir que la doctrina era, más que una avanzada, una "verdad" y un "ideal". Y que, bien leído o escuchado, un periódico provocaba anarquismo, pro- ducía anarquistas, convertía al obre10 laborioso en un exalta- do. Por eso el Estado creía tener sus rnzones y, por medio de sus representantes, renegaba de estos "elemen tos" que se le colaban entre los "hombres de bien" que querían habitar la patria argentina. En el momento del debate parlamentario, la presencia anar- quista en el país ll evaba ya muchos años.8 Hacia l870, confluye- ron en Buenos Aires integrantes de la l lnternacional, personas deportadas de los procesos revolucionarios europeos, sobre- vivi entes de la Comuna de París, republicanos perseguidos y loda clase de simpatizantes de los socialismos europeos. De allí surgieron grupúsculos pioneros que en 1879 dieron vida al pri- mer periódico local de time libertario, El Descamisado. ANA RQUISTAS lsN LA A RGENTINA (1880- 1930) 33 Durante la d écada sigui ente, el movimiento compuesLO por inmigrantes de distinta~ zonas de España, Ilalia, Bélgica y Francia logró una inci piente organización con la presencia de Errico Malatesta, quien residió en Buenos Ai res de 1885 a 1889. El reconocido mili tante italiano formó parte del gru- po vinculado al comunismo anárqu ico que había organizado Euore Mattci, con quien fundó el periódico La Qw:stione Sociale ( '1885-·I 886) .9 Muy poco después, el grupo español Los Deshe- redados propulsó la edición de El Perseguido (1890-1897) que, con El Rebelde {1898-] 903), La AnMquía (1895- 1898) y Germi- nal ( 1897-1898), fue vocero de la corriente individualista. Sus redactores se agru paban por cercanía ideológica y promovían grupos de afinidad antes que asociaciones gremiales. Sus crí- ticas apumaban directamente a quienes defe ndían la organ i- zación como estrategia de lucha y que estaban nucleados en los periódicos El Obrero Panadero ( 1894-1902), El 0/.nimido (Lu- ján, 1894-1897) y la revista La Questione Socia/e (1 894-1 896), entre o tros. Los grupos se enfrentaban en polém icas intensas y apasionadas; si bien coincidían en su aversió n al Estado , su anticlericalismo extremo y su manifiesto inte rnac ionalismo, diferían en sus estrategias de intervención sobre el mundo del trabajo. La disposición internacionalista del anarquismo y e l recha- zo a la organ ización de un partido e incluso a un autor de referenci a --como fue Karl Marx para el marxismo- dieron Ju- gar a un movimiento multiforme, pol íglo ta y d iverso. Esa he- terogeneidad se vio potenc iada en Buenos Aires, desde cuyo puer to ingresaban y se dispersaban dife rentes lenguas, varia- das experiencias internaciona les y diversos posicionamientos ideo lógicos. Quienes llegaron eligieron la prensa -en tanto o tra forma de acción- como m edio privilegiado para difundir sus ideas y sus tácticas. 10 Hacia los primeros ailos de l siglo XX, los grupos pro orga- nización se habían impuesto com o voz mayoritaria y, además de concret.ar la publicación de La Protesta l-lum.ana (1897) -redenominado La Protesta en 1903-, se dedicaron de ll eno 34 AMOR Y ANARQUISMO a organizar sociedades de resistencia. También participaron en la vida gremial, en dispula con; tante con el sindicalismo y el socialismo. A esa cor riente pertenece La Voz de la Mujer, el primer periódico escrito y d irigido por las ana rquistas a fin es del siglo XIX. El protagonismo de la corriente libertari a en las huelgas y su fuerte p resenc ia en el mundo del trabaj o la hicieron blan- co predilecto de la represión y la deportación a partir de la Ley de Residencia de 1902y, más tarde, con la Ley de Defensa Social de 1910. Eso no impidió que el anarquismo lide1<l.fa la primera federación obrera (FOA) y la posterior Federación Obrera Regional Argentina (FORA). Su decisión de partici- par en los festejos del Centenario denunciando, con huelgas y manifestaciones, la imagen idílica que la é lite local quería ofrecer al mundo lo enfrentó a una dura represión y a l cierre de sus principales publicaciones. Para en tonces, los grupos más involucrados en la vida sindical fueron apartados de la dirección de La Protesta, que ya se había vuelto su principal órgano de difusión y con tinuó con su tarea doctrinaria y su intento de sumar adhesiones pese a las fuen es críticas que recibía. Las transformaciones estructu rales de los ámbitos políti- co, económico y laboral tallaron también sobre la primacía del anarquismo en el movimien to obrero orga nizado hasta que, pasada la p ri mera d écada del siglo XX, se debilitó. Si e l período más clásico del anarquismo local fue muy transi- tado por la histori ografía , las décadas siguientes, en cambio , carecen de un relato de conjunto. 11 Los periódicos de esos años demuestran una reactivación del movimiemo a partir de los hech os desencadenados por las huelgas en los talleres Vasena, hacia fines de 1918, que pasaron a la h istoria como "la Semana Trágica". En ese entonces, la prensa sufr ió una intensa represión policial, a pesar de la cual los primeros allos de la década de 1920 vuelven a presentar un an ima- do concierto de voces, en el cual participan varios grupos y periódicos como La Protesta, La Antorcha, la Paleslm (1924- ANARQUISTAS EN LA ARGENTINA (1880- 1930) 35 1929), El Libf-'Ytario (1923-1932) y Vía Libre (1919-1922) de Buenos Aires, Ideas de La Pla ta, Pampa Libre (1922-1930) de General Pico, Adelante (1922-1927) de Tucumán, Brazo y Cerebro (1922-1930) de Pergamino, Renovación de Avellane- da y Voluntad (1924) de Mar del Plata. Durante estos años, la convivencia entre grupos antagónicos fue muy difici l; la fragmentación en bandos con trarios y las disputas ideológi- cas y estratégicas ocuparon gran parte del espacio en los pe- riódicos. 12 Además, al asumir que era necesaria una publica- ción que se dirigiera de forma directa a las anarquistas y que fuera su principal portavoz, surgió Nuestra Tribuna, escrita y dirigida por m~jeres.A lo largo de las décadas estuvo presente la veta violenta, pese a que no era el medio d e inte1vención más escogido para lograr los objetivos. 13 Entre los casos más resonantes está la muerte de Ramón Falcón y su secretario en un atenta- do_que protagonizó el j oven Simón RadowiLZSky en 1909. Un allo de~pués, el ciclo festivo del Centenario se vio conmovi- do por una bomba que estalló en plena fu nción del Teatro Colón y dejó una decena de personas heridas. Más tarde, en 1923, e l atentado al comandante Héctor Varela a cargo de Kurt Wilckens, quie n fue, a la vez, muy promo asesinado . Ya hacia el fina l del período contemplado en este libro po- demos recordar e l despliegue de Severino Di Giovanni y los intensos debates que provocó su accionar violento, seguido de cerca por la prensa policia l. 14 Sin dudas, el auge del anarquismo no va m{ts allá de las pri- meras décadas del siglo XX. Sin embargo, espíritus libertarios de todas las corrien tes continuaron an imando acciones y pro- yectos diversos en décadas posteriores, así como intervinieron de manera activa en sindicatos, asociaciones profesionales y cu lturales, ámbitos educativos, ele. Su invcter<1da confianza en la ciencia y la educación racional hizo que su actividad nunca se redltjera a la acción directa o la batalla sindical; sus exponentes ofrecieron una aJternativa general que se preten- día moderna, científica y cmancipatoria. 36 A/1-lOR \' ANARQUISMO Si bien hay algunos acuerdos que vuelven al anarquismo un movimienlo reconocible, resulta ~difícil identificar una pos i- ción común ante cada lema sobre e l que se expresaron. Parte de su singular riqueza proviene del modo en que se debatían los consensos y su constante disposición a rediscutir los térm i- nos acordados. En todos los rincones de l país, la prensa fue vehículo de ese diálogo entusiasta. En ese sentido, siempre encon traremos una voz disidente, una rcílexión marginal, una mirada libertaria que llama a desconfiar de la sentencia autorizada y recitar la doctrina en primera persona. Así, anarquistas serán qui enes, ante la pregunta del Estado, se identifiquen como personas que redact.1.n "ideas avanzadas", quienes entiendan que "la idea" no se agota en el pensamien- to ~instancia que respe tan y saludan-, sino en su capacidad de hacer anarquistas. El mandato al respecto será escribirla, tra- ducirla, hacerla circular, lee rla en voz alta, disertar sobre e lla en una conferencia, ponerla a prueba en una controversia, es decir, sostener una sc1ie de prácticas colec1jva,; desde las cua- les sure,>irá la voz de la emancipación an arquista. Eso, según su convicción, representa un polvorín más inquietante que el cslallido de una huel1:,ra o la dinam ita magnidda. "BORRACHOS DE TINTA", EL CONCIERTO DEI.A PRENSA ANARQ.UISTA Un pequello gnipo de anarquistas se encuentra en un lo- cal del barrio de Barracas a l norle hacia fines del siglo XIX. Acuerdan en la necesidad de convocar a la lucha por la eman- cipación humana y, por eso, comienzan a dar fórma a un pe- riódico que llevará un nombre fuerte , como El Perseguido, El Rebelde o La Protesta Humana. O bien pueden preferir editar un folleto de pocas páginas sobre un tema específico o con una opinión que creen indispensable difundir. En las prime- ras tres décadas de presencia anarquista en la Argentina es ANARQUISTAS EN LA ARCENTI NA ( 1880-1930) 37 posible rastrear un cemenar de publicaciones diversas que comparten ese em usiasmo libertario. Según e l historiador Gonzalo Zaragoza, en J 896 se editaban en el país doce de las cuarenta publi caciones anarquistas conocidas en el mun- do .15 El conjumo de producciones simult.-'ín eas o sucesivas, en acue,-do y en debate -que vi.U aban por medio del correo est.,- tal o eran repartidas de mano en mano y compartidas en voz alta para quienes no supiernn leer- fue caracterizado por sus protagonistas com o un concierto, el concierto de la prensa liber- taria. Y a pesar de las disputas que podían surgir entre los dis- tintos gru pos, cada emprendimiento cm sa.ludado com o un "nuevo campeón d e la propaganda" que se sumaba a la luch a. Por las procedencias de sus participantes, el concierto d e l Río de la Plata resultó heterogén eo y políglo ta. Sobre todo e n los primeros años, cuando los textos se edi taban en castella- no, en ital iano y e n francés. An arquistas d e distintas zonas de Europa (conformada por países en sí mismos he terogéneos) aportaron ideas de diversas COffien tes libertarias y dieron al concierto local un carácter polifónico y polémico. Los jóve- nes J osé Ingenieros y Leopoldo Lugones, todavía desde un cercano socialismo libe rtario, veían esa multipl icidad de vo- ces como un problema: Una catego ría más, pa ra agregar a los individualistas, los comunistas, los ravacholistas, los libertarios, los o rganizadores, los libre-iniciativistas, los morali stas, los ma latestitas, los gr-avistas, los bakouninistas [sic] , los antimoralistas, los cristian os, los d inamilCros, los evolucion istas, los Lolstoítas, los ... ¡bas1.a! ¡se va a lle- nar la columna! Es de exlrailar que habiendo tan tos hípc r-rcvolucionarios no estemos en plen o concierto a.morjista ... (La Montaña, n º 5, 1897). No sólo la heterogeneidad de corrientes y sus respectivas pro- venienci as confirieron una panicular polifonía al campo de la propaganda, sino, sobre lodo, el modo en que se conc,ebía la 38 AMO R Y ANARQUISMO distribución de las voces. Aun con tensiones, el Upo de enun- ciación que desplegaba el anarq~ismo de entonces buscaba liberar de cualquier autoritarismo la palabrn. Es cierto que e l discurso de algunos autores como Proudhon o Bakunin era respetado y difundido, aunque no como le tra sagrada, sino como punto d e partida para decir lo propio, pa ra tomar la palabra y difundir "la idea" Incluso en los periódicos más homogéneos se daban cita innumerables emiso res. En principio, tenían un lugar asegu- rado varios grandes nombres de la modernidad occidental, como Diderot, Rousseau y Danvin, entre otros. Por sup uesto, también los referentes propios del movimiento, como Pierre- Joseph Proudhon, Mijaíl Bakunin y Piotr Kropot.kin . A ellos se sumaban escritores que en ese entonces tenían proyección inte rnacional, como Errico Malatesta, Luigi Fabbri, Federico Urales, J osé Prat, Soledad Gustavo -el seudónimo de Teresa Mallé (1865-1939), reconocida anarquista española- y Juan Montseny, su compañero, con quien tuvieron a Fedehca; y los redactores de las principales publicaciones locales, como Teodoro Antillí, Rodolfo González Pacheco, Pepita Gherra o Fél ix Basterra, a quienes podía caberles el útulo de propagan- distas en general o el de "redactores de ideas avanzadas" que tanto preocupaba a los legisladores nacionales. Entre ellos figuraban intelectuales cercanos al anarquismo cuyas posicio- nes eran más heterodoxas respecto de la doctrina. Además de esas figuras reconocibles, los periódicos ofrecían la oportuni- dad de encontrar militantes de grupos minúsculos, obreras de una pequeña localidad o simpatizantes de la causa que enviaban su propia opinión. El periódico era parte fundamen tal de la vida libertaria y constituía a la vez un lugar de encuenlro, de reconocimiento y de identificación. 16 Viajaba de mano en mano hacia lodos los rincones del país y a menudo era le ído en grupos. En su mayoría, surgían de emprendimiemos colecúvos y eran soste- nidos por la colecta de dinero en suscripciones volun tarias . "Aparece cuando puede" era el aviso que acompañaba los pri- ANARQUISTAS EN LA ARGENTINA (1880-1930) 39 meros periódicos, por lo menos hasta que lograron soste n er proyectos más estables (e n algunos casos, con un precio de tapa o publicidad). Su extensión variaba entre las cuatro y las ocho páginas y, como se señaló, la periodicidad e ra variable , ya que hubo publicaciones diarias, semanales, mensuales y hasta por completo erráticas o únicas. Su lenguaje caracte-rís!ico era in tenso y se expresaba en grandes exclamaciones, títulos dramáticos y argumentac iones ca rgadas de emoción. Los eq uipos de redacción que daban vida a estos periódicos se veían sometidos a cambios constantes a causa de los viajes, las deportaciones, los e ncarcelamien tos y !as disputas internas. "l!J alevO'>0 asesinato de Humbcrto I. nueva víctima del anarqui~mo, convierte en asunto de palpitante actualidad todo lo que a aquella secta se refiere" se1ialaba Caras y Carttas (nº 97, 11 de abril de 1900) y prc.'1ent.aba una muestrn de los pi;,riódicoo libertarios locales. Hemero- teca Digital, Biblioteca Nacional de K!paiia. 40 A~fOR Y ANARQUISMO La imagen de l condeno no es excl usiva de l anarquismo, pero en su prensa la uliliza con muchá frecuencia. Remite a la idea de una presentación pública y, a la vez, una in tervención in- dividual orien tada a una creación colectiva; un conjunlO de voces que busca componer u na obra a partir de distin tas me- lodías, ritm os, armonías, y en el cual pueden surgir algunas d isonancias. Los pe1·iódicos eran su principal soporte, y por eso me ocupé de e llos con es pecial deten imiemo; sin embar- go, dialogaban con otra<; pu blicaciones, co mo fo lletos, libros, suplementos y revistas culturales. En ese dinámico concie rto vital participaban qu ienes protagonizan este libro: redacto- ras, redac tores, escri tores, escritoras, colaboradores, publicis- tas, tipógrafos, corresponsales de ocasión, suscriptores , de- nunciantes y opinadores. Las lectoras y los lcclOres de la prensa anarquista er,111 tes- tigos de un diálogo intenso entre las publicaciones. 17 Para recuperar a lgunos de esos in tercambios es necesario leer los periódi cos en conjunto y rastrear con paciencia las re fe- rencias textuales, los comen tarios parafraseados, las iron ías y parodias. Llevar adclame este ej e rcicio permi te recu perar, en pane, el modo en que leían quienes e ran testigos y prota- gonistas de los vaivenes de las polémicas en lOdo el campo de la propaganda. Y, al mismo tiempo, reconstruir un mapa de lecturas qu e los propios redaClorcs scii.aJaban co n sus listas d e pu blicaciones recibidas, en las cuales incluían los emprendi- mientos cercanos y también los antagonistas. La vocación polémica es una decidida constante en el con- cierto . Uno de sus principales blancos es la "prensa burgue- sa", leída co n mucha atención y caractefizada con humor ácido: "El d iario de las amas de leche y de las mucamas para toda clase de servicioi' o "el diario del pilo" (El Perseguido, nº 4, 1890; La Protesta, nº 45 14, 1924). Los periódicos discutían la manera en que se trataba en ellos la cuestión obrera, pero también aportaban un punto de vista "social" ante hechos caracterizados como pol iciales. Ya entonces, por t:iemplo, dep lornban que los casos de violencia padecida por mujeres ANARQUISTAS 1:cN LA ARGEN TINA ( 1880-1930) 4 1 fueran denominados "crímenes pasionales" o se1lalaban, con razón, que algunas "tragedias" como el incendio de un co n- venti llo no eran otra cosa que e l resulcado de la pobreza y el hacinamiento. Leían entrelíneas y llevaban a primera plana los casos que, en la "prensa burguesa", habían merecido ape- nas una mínima nota, sobre todo los que se ocupaban al pasar de los delitos cometidos por policías o de la violencia contra la.s mttjeres. T an decidida era su misión de aponar una mirada anar- qu ista que, en ocasión de la inesperada nevada de 1918 so- bre la ciudad de Buenos Aires, incl uyero n una crílica por el modo e n que la "gran pre nsa" se mostraba e ncantada d e que la capital pon c 1la pareciera París sin re parar e n el frío de los pobres y las muenes de dos indigcmes . O pinaban sobre e l lema con su tremendis1.a Lon o habitual: "El armiil o inmacu- lado que cubrió las calles, lo mismo que Lodas las cosas, al ser pisado se hizo lod o; un lodo infame, pegajoso, inmundo" (La Protesta, nº 3409, 191 8). Por supuesto, también era blanco de críticas la prensa so- ciali sta, a veces se ñalada como "la cloaca de la calle Europa (alias Vanguardia)" (El Perseguido, nº 76, 1895). Sin embargo, la polémica no se daba sólo con los adve rsarios, sino también dentro de los grupos mismos: A El oprimido[:] Solamente creemos que para la com- p leta aclaración d e todos los puntos que ten emos e n controversia, es preciso, a causa de la multi p licidad de el los, trata rlos separadamente con ca lma y clari- dad; a fin de que los com pallc ros tengan campo para analizarlos (El Perseguido, nº 91 , 1895). Era común que, ad emás de los pe riódicos más estables, sur- gieran otros que se proponían rebatir una posturn o una línea editorial; incluso podían aparecer hojas sueltas publi cadas para sostener algún argumento, dar una versión sobre deter~ minados hechos o discuti r con otros: "También hemos reci- 4\;I AMOR Y ANA RQ UI SMO bido dos hojas sueltas, una firmada por Mengano de Tal y otra por Un compañero" (La Voz de la Á1ujer, nº 9, 1897). Tanta heterogeneidad no impide reconocer un núcleo doctrinal central. Cada periódico editaba, una y o tra vez, a r- tículos de estructu ra similar y frases casi calcadas acerca del sistema en general, el militarismo, la religión o el amor libre . Esas ideas eran citadas innumerables veces como un conjunto de verdades que se consideraba necesario para cumplir con la misión de su discurso apasionado: iluminar a los oprimidos y despertar sus conciencias. Quienes ya eran anarqui stas o se sentían afi nes a esas ver- dades se convertían en difusores apasionados . Con ese espíri- tu, en el a\~So de una conferencia se aclara: "La palabra será libre", o en las "reuniones de con troversia", actividades orga- nizadas para debati r sobre un tópico particu lar - la "cuestión social", por ejemplo-, se anunciaba a los "compañeros y com- pañeras" que "todos !os asistemes pueden tomar la palabra ya en pro o en con tra" (El Perseguido, nº 34 y 43, 1892). Si bien solía haber conferencistas establecidos, existen mu- chos relatos sobre oradores espontáneos que nacían al anar- quismo al tomar la palabra en un mitin o una huelg-J.. En una interesante nota sobre la prensa titulada "De El Perseguido a La Protesta", José Reguera, conocido anarquista de orientación individualista, sin tetizó muy bien esas escenas en que, ante la falta de oradores o a lgún retraso, "¡ el compañero que se cre- yese más capaz -sin pretensiones- subiese a la tribumi y, para entretener a! audi torio, empe1.,ase a perorar, sin ínfulas pero con convicción, explicando a su manera lo que era el estado, la religión, la patria, el dinero, etc." (La Protesta, nº 1549, 1909). Además de las reun iones, las asambleas, los debates y las conlroversias, la prensa consti tuyó un escenario fundamen- tal de esta construcción colectiva de la iden tidad anarquis- ta: "Con motivo de un a discusión sostenida en e! grupo 'La Anarquía' , se ha resuelto poner a discusión el sigui ente tema: ¿somos o no somos anarquistas?" (La Anarquía, nº 20, 1897). En esa escena de intercambio de voces diversas se produj o ANARQUISTAS EN U. ARGENTINA ( 1880-1930) 43 el suj eto de la eman cipación libertaria; no tanto en un trata- do doctrinal o en la voz sagrada de quien dirigía, sino e n e l concierto que animaban con su prensa urgente (a veces, tan urgente como efímera). Simultá neam en te, quienes oficiaban de propagandistas tenían la convicción de q ue la enunciación m isma producía ana rquistas (de hecho , son innumerables las anécdotas de conversión luego de leer la prensa libertaria). Una vez su- perado ese momen to de ilumi n ación, e l paso siguiente era comenzar a tomar la palabra para propagar "la idea", u n núcleo doctrinal básico. Este tipo de prác ticas produ ce u n discurso que, por momentos, parece repetitivo y, monóto- no; sin embargo, se trata de un eje rcicio reite rativo que es parte fundamental de l concicrto. 18 Así, el conjunto no sólo es polifónico, si n o q ueen tanto prác tica consti tutiva de la identidad anarquista supone la recitación de la doctrina. Quie n asume como p ropia "la idea" cita y re-cita una serie de conceptos, argumentaciones, géneros, metáforas , perso- najes y hasta ejemplos. El recitado sue le hacerse en voz alta, y esa tonalidad que busca conmover y sumar adhes iones se traslada a la escritura . A d ife rencia de la repe tición de un catecismo, que en su tono machacón busca sim pli ficar una se ri e de ideas para sumar voluntades, la recitació n anarquista no evade la po- lémica. T al era la estima por las prácticas de la discusión y el debate que se multiplicaban las notas acerca de la forma que debían tomar los combates de ideas: "La discusión . Para Candelario Olivera" (La Protesta, nº 1453, 1908), ~El pe rso- nalismo en las d iscusiones" (La Protesta, nº 1543, 1909), "Po- lémica de ideas" (Ideas, n º 115, 1924). Hay en el elob,--¡º de esa práctica una valoración de la crea- ción colectiva de ideas y un modo de contrarrestar la autori- dad de algunas voces sobre otras: Es claro que la discusión -base de toda verdad- es, no sólo útil, sino impresci ndible entre anarquistas. 44 AMOK Y ANARQUI SMO Nadie puede vanagloriarse de haber alcanzado una verdad tan alta que no pueda ~ser sobrepasada; tan luminosa que no pueda ser eclipsada (La Protesta, n" 1451, 1908). Por eso también son muy apreciadas la voz colectiva o las ex- presiones de "varios compalleros" que deciden incluir en el condeno su opin ión compartida: Amigos de la discusión somos por insignificante [que] sea la cueslión que se trale, siempre lrae más provecho lo que se pone a la púb lica opinión que lo que se encierra en el cerebro de una sola persona (La Revolución Social, nº 2, 1896). Un periódico opositor a La Protesta Humana -por ej emplo, Germinal:- podía cuestiona r no sólo la orienlación ideológica, sino lambién el modo en que daba o negaba lugar a la diver- sidad de opiniones: Todos han caído en la monotonía de repetir siempre la misma cosa, cayendo en consecuente sectarismo ¡y que nadie le ponga un pero al comunismo porque será una profanación al sagrado ideal [de] que ya ha dicho la última palabra! [ .. . ] Y esto ¿no es el decai- miento del comunismo, ideal con que se creía salvar a la humanidad? ( Germinal, nº 25, 1898). La participación era fomentada en los periódicos, ya que sus responsables incluían colaboraciones espontáneas, abrían cena.menes sobre temas específicos y mantenían secciones ftias como "tribunas libres". También inten taban preservar la heterogeneidad de.: orígenes: ~Dado nuestro carácter interna- cional, los colaboradores poddn manifestar en el lenguaje preferido" (El Trabajo, nº 1, 1902). Además, procuraban pu- blicar las respuestas que indefectiblemente ge neraban opi- ANARQUISTAS EN LA ARC •:tfflNA ( 1880- 1930) 45 niones L'lntO como las consiguientes réplicas. Aun en la disi- dencia, siempre se impuso la tendencia a incorporar nuevas voces, aunque ese febril intercambio podía superar a quienes editaban el periódico: Adverümos a los compaii.eros q ue nos han mandado escrilos para insertar en el periódico que la abun- dancia de material y el poco espacio de que dispone- mos nos impide n su publ icación en este número, sin embargo, procuraremos hacerlo en el próximo (El Peneguido, nº 63, 1893). En un momento e n que La Protesta tenía una tirada diaria, sus redactores afirmaron que cada lunes recibían u na docena de artículos y, para evitar suspicacias, enumeraron los treinta tí tulos que tenían en espera. En ocasiones, si alguien no se atrevía a escribir, enviaba a l pe riódico los temas que consi- deraba de urgente tratamiento pa ra que los desarrollaran los redactores. También se incluían presu ntas preguntas de los lectores y las lectoras para exponer el punto de vista del pe- riódico acerca de los temas en debate. Si bien la invitación a recitar las ideas en u n espacio de ~l ibre confrontación" era abierta, la coherencia interna de- pendía d e la posibilidad de ejercer algú n tipo de control sobre las emisiones. Por ese motivo pueden obse rvarse movi- mientos, que se expresaban en p rácticas concretas, tendien- tes a m oderar los ecos y los matices propios del concierto. Para empezar, la disputa por e l control de la imprenta o d e la dirección general de la publicación, corno dem uestra la historia d e La Protesta con sus disidencias, rupturas y cam- bios cons tantes en las sucesivas redacciones. Había quienes pretendían concentra r la emisión anarquista en una sola pu- blicación o , al menos, en un a que sostuviese la línea central de! movimiento, tal como si nte t.i za una opinión del reputado Abad de Santillán: 46 AMOR Y ANARQUISMO La misión de La Protesta era sumamente delicada; la aureola que rodeaba a l aná rquismo había atraído a numerosos e lementos que habían comprendido insuficientemellle las ideas y que eran candidatos propicios a todas las desviaciones; además, sin el contralor de un movimiento alerta siempre, las tru- culencias más estrambóticas aparecían en las filas del anarquismo y era preciso fijar una orientación sólida , La Protesta e ra la que dispon ía del suficiente prestigio para afron tar esa situación. 19 A diferencia de otros periódicos, la prensa libertaria debía lidiar con la diversidad de opiniones y el entusiasmo de quie- nes la vivían como un espacio propio y de posible interve n- ción. Eduardo Gi limón, militante de mucha influencia y co- laborador constante en La Protesta durante la primera década del siglo XX, describe esa particu laridad en su libro sobre el movimiento: Los redacLOres de una publicación anarquista están [ ... ] en una situación poco grata, por cuanto que los lectores so n apasionados, toman una iI~erencia en el diario que resulta molesta, y dados los matices tan varios que entre los anarquistas existen, siempre hay un número considerable de descontentos con la redacción. Otras publicaciones no tienen nada que temer del público lector. El que lee un diario, si en él encuentra algo que no le gusta, lo pasa por alto y sigue leyendo lo demás. En el campo anarquista las cosas pasan de otro modo."'° Un articulista menos célebre -aunque más ofuscado-, Luis Onega, se expresaba en un sentido sim ilar porque , en su opi- nión , en e l anarquismo había muchos "borrachos de tinta". Su queja incluía un d iagnóstico dramático: "La imprenta es relativamente barata, está al alcance de cualquiera. Calamidad ANARQUIST AS EN LA ARCl'.NTI NA ( 1880- 1930) 47 de calamidades!" (La Protesta, nº l 446, 1909). En olros ,mr mentos se crilicó con mayor dureza el exceso de debate por- que el personalismo o la práctica de la injuria persona l pro- piciaban el paso del insu lto al atentado vio lento entre grupos de compañeros, como ocurrió en los ailos veinte. Quienes editaban ejercían ciertas formas de control sobre lo que finalmente induían en el periódico. In tentaban justificar del modo más claro posible ese proceso de selección a fin de no recibir acusacion-es de quienes sufrían los rechazos: "El asun- to además de ser tema gastado nos costaría demasiado trabajo expurgarlo de todas sus incorrecciones gramaticales, ortográfi- cas y poca coherencia" (La Protesta Humana, nº 11 , 1897) . Portada de La /'rotes/a Humana, aiio VII, n º 212, 1° de mayo de 1903. Su continuación, I A Proles/a, es el periódico más importante del anar• quismoargcnlino. BibliotccaDigitalTrapalanda. 48 AMOK Y ANAKQUIS.\1O En ciertas ocasiones o ri entaban el estilo d e escritura y evita- ban la publicación o reco rtaban las colabo ra ciones: Invitamos, pues[,] a los escritores dilettanli a obrar como lo explicamos, así nos evitarán las penas de ver- nos obligados a no publ ica r sus escritos, no porque estos sean mal redactados o concebidos, sino po rque son muy largos y con ninguna o riginalidad para la actualidad ( Gennina,l, nº 4, 1898). Otra estrategia frecueme era imentar cerrar las;discusiones o proponer un pun to de vista conse nsuado mediame la trans- cripción de algún autor respetado por el conjunto, incluso no ya por el anarquismo, sino ta mbién por toda la tradición mo- derna, como Diderot. Sin embargo, el ejercicio mismo de la recitación con ti ene una paradoja: cada enunciación personal em una repetición y, a la vez, una actualización o refo1mu- lación. Llamativamente, e l intento de monologar resul taba socava,do por la in vitación a rec ita r la doctrin a . Por un lado, una incitació n a exp resarse; por otro, intentos de control, y, al fin, una inevitable nueva intervención: Nada nuevo podré deci r yo sobre el amor libre. 'l'odo cua nto ex ponga no es, ni e n pr incipio, comparable wn lo que han expuesto filósofos y soció logos que sobre el mismo tópico trataron. Pero no obsLante, ahí va mi modo de in terpretar el problema en cues- tión (Ideas, nº 104, 1923) . Especialmeme en los primeros allos, los periódicos se soste- nían gracias a apones volumarios que eran registrados con cuidado por el grupo editor. La última página incluía una lis- ta de suscripciones con frases textuales de quienes enviaban el dinero y la su ma correspondiente. Algunas de el las eran una si mple desc ripción o precisión sobre la procedencia de los centavos aportados; en otros casos se convertían en p ro- ANA RQUISTAS 1,'.N LA ARGlsNTINA ( 188ct-1930) 49 puestas ocurren les o en una verdadera declaración personal: "La fel icidad de los trabajadores depende de ellos mismos", "Uno que desea el bienestar común", "Uno que ama !a huma- nidad" (La Pmlesla Humana, nº 3, '1897), "Uno que quiere la destrucción de los patrones" (ELPerseguiM, nº 61, 1893) . En cierto modo, las suscripciones son la expresión mínima de la recitación doctrinaria y abarcan casi todos los temas en discusión. Allí, el amor y la emancipación de las mujeres en- cuentran un pequeño espacio para ensayar su enunciación: "Una mujer que es desgraciada por causa de la honra" "Una jove n que ya no se pone polvos" "Una joven que pronto se va a matar con la pesada cadena del matrimon io" "Una joven q ue pensaba que los anarquistas eran otra cosa" "Uno que no q uiere cuernos" (La Voz de la Mujer, n º 7, 8 y 9, 1896-1897). También es el lugar para las declaraciones violentas y el c:jer- cicio del humor negro: "Uno que desea hacer salchichas de carne burguesa" "Otro que desea ver colgados a todos los curas y jueces" "Una que capó a un fraile" "Que capen del primer monaguillo al papa" "Un lustrador que quiere lustrar con sangre burguesa" (La Voz de la Mujer, n" 4, 5 y 7, 1896). En algún caso puede encontrar·se una interven ción más ex- tensa, dividida en varias suscripciones: "Con la huelga ge neral 10" "bien entendida 10" 50 AMOR Y ANARQUISMO SUSCllll'(;JÓN !ETAN' l. U.. .... Mo.»"" 7~~~,_,! ~:: •::•.· . e ~2: :=T.:;.e,!.~,;:~»": =-~.,'~;';".,,."'!,'!!:..".;: Seccióu "Susuipción"dc L,, Vm <k laMufer (aúo 1, nº 4, 27dc m;,rw de J896, ,1nil>a;aii o l,11° 7, 18dcoctul.>rede 1896,al>ajo). ANARQUISTAS J;.N LA ARGEN TINA ( 1880-1 930) 51 "ganaríamos más 10" "las necesidades 1 o~ "que trabajando 10" (La ProUsla Humana, n" 199, 1902) ~Nunca la humanidad gozará 0,40" ~de fraternidad ni armonía 0,40" "mien tras no lleguemos a implantar 0,40" "el libre estado de anarquía 0,40~ (La Voz de la Mujer, n" 7, 1896). O sumada en una colaboración importan te: Jamás debe e l hombre hacer burla de la ignorancia de sus semejan tes, pues, no siendo infalible n i pudien- do nadie obtener el grado máximo de la sabiduría, vive siempre expuesto a errar en sus asertos y hacerse víctima igua l a la que hizo él del que por culpa agena [sic] no alcanzó sus mismos grados de cultura 1,70 (La Anarquía, nº 25, 1898). Ese ímpetu participativo fue a veces tibiam ente desalentado por los redactores, para quienes publicar las suscripciones era nada más que el modo de mantener la transparencia en las cuentas y, a lz:_ez, dar prueba del apoyo recibido: Se niega a los compaúeros trate n de acortar los seu- dónimos de la lista de suscripción , pues nos roban mucho espacio que podría se r dedicado a cosas de más utilidad (La Voz de la Mujer, nº 5, 1896). Aun en los casos en que se pedía mayor control sobre las ex- presiones o quería imponerse a lguna argumentación se per- cibía cierta ambivalencia entre la coacción directa y el respeto por la libertad de expresión: 52 AMOR Y ANA RQUISMO De ma~1era, pues, _que nad}e que se crea ~ sien ta anarqmsta debe bailar las piezas antes mencwnadas [himnos anarquistas "tangueados"]. Esta indicación no significa de ninb11.10a manera imposición ni dicta- dura, como se me ha obj etado, sino procurar ex tir- par el libertin aje de nuestras expansiones (La Protes- ta, n º 4612, 1924). Es posible que luego de esa apreciación - un os números más adelante o en o tro periódico- algu ien sali era a con testar al pretendido anarquista que quiso "extirpar el libcnin.-1jc", o -con toda probabilidad- arrecia ra una discusión profunda sobre el significado de la mismísima li bertad. La tensión entre el con trol de las emisiones y las innovacio- nes habili tadas por la repetición constante se torna muy signi- ficativa en cuestiones como la emancipación de la muje r y las relaciones afectivas y sexuales, ampliamente discutidas en la prensa local duranLe décadas. Era habi tual que, luego de una recitación puntillosa de las cuestiones e lementales de la doc- trina, surgieran opiniones diversas tendientes a contrariar, ampli ar o combatir esos lineamientos. Del mismo modo, tras una versión radical del amor brotaban aclaraciones, ajustes y redefiniciones dirigidos a con trolar el desborde. No debe ol- vidarse que, por sobre otros temas, esos principios doctrinales se conside raban orientadores de la vida personal; por eso los discursos de la doctrina del amor, por ejemplo, confrontaron co n los de la subj etividad , la cotidianidad y la intimidad . Y lo hic ieron de un modo que les permitió problematizar la estre- cha vinculación de la emancipación con instancias que otras expresiones políticas desdeñaban, como la sexualidad, la vida cotidiana, la organ ización del hogar, etc. Aunque no exclusivam ente, las vicisitudes de la emancipa- ción femenina y el amor libre convocaron una nueva exp re- sión: la voz de la 1mtjer. De hech o, con esa frase ellas dieron nombre al primer periódico que publicaron, aunque el llama• do inicial había provenido de un grupo de varones que ---con ANARQU ISTAS EN I.A A RGENTI NA ( 1880-1930) 53 una serie de folletos de (1895 titulada "Propaganda anarquista entre las mujeres"- las in.yitaba a unirse a la lucha. A partir de entonces, si bien la participación de las mu~ jeres en la prensa fu.e esporádica, la Argen tina registrd una situación muy poco común: la edición de dos periódicos es- critos y dirigidos por ellas, como los ya mencionados La Voz de la Mujer (1896-1897) y Nuestra. Tribuna (1922-1925). Si bien a lo largo de la historia argentina hubo experiencias de pe- riodismo femen ino, ese tipo de publicaciones constituye una rareza dentro del anarquismo, en que se conocen muy pocas experiencias similares.21 Se registran indicios consisterlles de una versión rosarina de La Voz de La Mujer hacia ]900, pero sus números publicados todavía están perdidos. El caso más com- parable es uno espaiiol: el de Humanidad Libre, de Valencia, cuyos tres números conocidos fueron escritos "por y para mu- jeres" en 1902. También se registran al menos dos periódicos más con el título La Voz de la Mujer. Uno de e ll os se edi tó en El Paso (Texas, Estados Unidos) alrededor de 1906, aunque respondía a una tendencia radi cal promagonista. El otro esta- ba aún más alejado del anarquismo y se presentaba como "pe- riódico defensor del bello sexo". Su "director y propietario", Pedro Meizoso (hijo ), se despachaba en el primer núrnem, de septiembre de 1903, con un discurso morali zador , en un a campaiia
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