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UNIVERSIDAD NACIONAL , , AUTONOMA DE MEXICO FACULTAD DE FILOSOÁA y LETRAS COLEGIO DE HISTORIA LOS ORíGENES DEL MITO DE LA CONSPIRACiÓN JUDíA Y SU REELABORACIÓN EN MÉXICO. TESIS QUE PARA OBTENER El TíTULO DE : LICENCIADO EN HISTORIA PRESENTA: JOSÉ DE JESÚS GARcíA COLíN ASESOR: DR. JAVIER RICO MORENO MÉXICO D.F. 2011 UNAM – Dirección General de Bibliotecas Tesis Digitales Restricciones de uso DERECHOS RESERVADOS © PROHIBIDA SU REPRODUCCIÓN TOTAL O PARCIAL Todo el material contenido en esta tesis esta protegido por la Ley Federal del Derecho de Autor (LFDA) de los Estados Unidos Mexicanos (México). El uso de imágenes, fragmentos de videos, y demás material que sea objeto de protección de los derechos de autor, será exclusivamente para fines educativos e informativos y deberá citar la fuente donde la obtuvo mencionando el autor o autores. Cualquier uso distinto como el lucro, reproducción, edición o modificación, será perseguido y sancionado por el respectivo titular de los Derechos de Autor. Dedico este trabajo a Catalina Colín y a Jesús García, mi madre y mi padre, a quienes debo tanto. Gracias a Mayra, Adriana, Claudia y Alberto, porque sin ellos nada habría sido posible. Agradezco también a los jurados y a mi asesor, porque sin sus valiosos comentarios, su guía, su tiempo y su paciencia no habría llevado nada a buen término. Me he dado cuenta de que ésos comen de todo, con tal de que sea hermético, con tal de que diga lo contrario de lo que han aprendido en los textos escolares. UMBERTO ECO, El péndulo de Foucault. La idea de que una “mafia” controla “todos” los espacios en el país, incluida la cultura, es característica de la sociedad mexicana, siempre dispuesta a creer en conspiraciones y en que unos cuantos individuos detentan el inmenso poder de planear por anticipado las acciones y reacciones de los demás. JORGE VOLPI, La imaginación y el poder. E iban matando a todos los judíos que encontraban a su paso, y se apoderaban de sus bienes. – ¿Por qué a los judíos? – pregunté. Y Salvatore me respondió: – ¿Por qué no? UMBERTO ECO, El nombre de la rosa. Por mí los reyes reinan… Proverbios, 8:15. Índice Introducción 1 I. Los orígenes del mito: el antijudaísmo religioso 10 1.1 La ruptura entre judaísmo y cristianismo 11 1.2 El deicidio 13 1.3 Persecuciones anticristianas 14 1.4 La cristianización del Imperio romano y su legislación antijudía 16 1.5 Situación de los judíos en la baja Edad Media: los judíos ibéricos 18 1.6 Las matanzas de 1096 19 1.7 Calumnias antijudías en el periodo 1150 – 1350 21 1.8 Los judíos españoles del siglo XV y el problema de los conversos 24 II. La conformación moderna del mito: el antisemitismo racial 26 2.1 El gueto y la era de la Reforma 27 2.2 La Emancipación de los judíos y la reacción racista 29 2.3 La situación de los judíos en el Imperio ruso y el origen de los Protocolos de los Sabios de Sión 32 2.4 El papel de la masonería en el mito de la conspiración judía 37 2.5 La influencia del nazismo y la negación del holocausto 40 III. El antijudaísmo en México en los siglos XVI al XIX 45 3.1 Influencia del conflicto imperial entre Inglaterra y España sobre la mentalidad antijudía 45 3.2 Número y supuestas actividades anticristianas de los judíos novohispanos 48 3.3 Reacciones antijudías en el México independiente 52 IV. El mito de la conspiración judía en México durante el siglo XX 57 4.1 Anticlericalismo revolucionario 59 4.2 El discurso antijudío en el conflicto Iglesia - Estado y sus inconsistencias: 1926 – 1929 63 4.3 Reacciones antijudías a la crisis de 1929: el antisemitismo económico en México 66 4.4 Elaboración del mito antijudío mexicano en los años veinte 68 4.5 El antisemitismo de José Vasconcelos 69 4.6 La “derrota mundial” de Salvador Borrego 75 4.7 “Traian Romanescu”: Anticomunismo, antimasonería y antisemitismo en la posguerra 79 4.8 El papa de Hitler. Pío XII y la infiltración judía del Vaticano 85 4.8.1 Antecedentes del Concilio Vaticano II 87 4.8.2 Reacción contra la Nostra Aetate: el padre Joaquín Sáenz Arriaga 88 4.8.3 Paralelismos entre la obra del padre Sáenz y los Protocolos de los Sabios de Sión 90 4.8.4 El antisemitismo de Joaquín Sáenz Arriaga 95 4.9 El antisemitismo de Salvador Abascal Infante 96 Conclusiones 103 Obras consultadas 109 1 Introducción El presente trabajo busca explicar los orígenes y comentar las características más importantes de un discurso nacionalista específico, según el cual los judíos como conjunto son responsables de ―todas‖ las calamidades políticas y económicas. El proyecto original consistía únicamente en la revisión de los trabajos de José Vasconcelos que hacen referencia a estas ideas, pero las similitudes entre aquellos y la obra de otros escritores mexicanos como Salvador Borrego y Salvador Abascal guió la investigación hacia la delimitación y descripción del andamiaje teórico y bibliográfico en el que se apoyaron estos autores. Cabe señalar que no se pretende atribuir un carácter homogéneo al grupo de teorías y a la argumentación compartida por el conjunto de escritores comentados más allá del que ellos mismos aportaron al discurso antisemita de la conjura judía al citarse entre sí y referirse de forma independiente a las mismas fuentes. El objetivo es señalar las convergencias y, en sus casos, las diferencias, entre diversos autores que compartían una ideología similar y dieron coherencia y una pátina de legitimidad a un conjunto de afirmaciones de corte nacionalista, xenófobo y antisemita sobre la historia de México. Para ello, en la medida de lo posible, se ha incorporado al análisis de sus textos el referente literario más importante que, implícita o explícitamente, ha servido de soporte a todas las teorías antisemitas contemporáneas. Los Protocolos de los Sabios de Sión constituyen un elemento fundamental en la conformación de la teoría de la conspiración judía no sólo porque en ellos mismos así se afirma —aseveración que por lo común se toma de forma literal—, sino también porque lo oscuro de sus orígenes y la confusión general que provocan las afirmaciones populares de su supuesta relación filial con la masonería y de ésta con el comunismo sostienen al texto como auténtico, y lo que es más, como prueba de la veracidad de la malevolencia judía. Por lo tanto, el proceso que llevó a la confección de dicho documento es parte fundamental de este trabajo, así como los antecedentes que facilitaron el compendioy la difusión masiva de una teoría antisemita que, por sencilla, se presenta como legítima y fácilmente digerible. El mito de la conjura judía se erige a sí mismo como advertencia y amenaza —una declaración de guerra, si se quiere— al cristianismo, a su sistema de valores y a sus pretensiones teológicas de unicidad y hegemonía en los planos terrenal y espiritual. 2 El que libros como los Protocolos y autores influenciados por ellos afirmen específicamente que ―el judaísmo‖ busca destruir a los cristianos y a su Dios es el punto de partida en el que se ubican los orígenes de la demonización antisemita, que se sigue de forma cronológica desde la separación de ambas religiones a través de su pugna por la posesión legítima del legado literario, histórico y escatológico del judaísmo. La revisión parcial de las vicisitudes más importantes en la historia de las relaciones entre el judaísmo y el cristianismo que se hace en la primera parte de este trabajo tiene la finalidad de señalar los puntos de fricción entre ambas religiones, poniendo énfasis en los malentendidos que a pesar de su heterogeneidad y diversidad temporal y espacial se aglutinaron en una interpretación particular de la historia. Así, la forma en que esta elucidación tendenciosa de los acontecimientos mundiales proveyó de argumentos a los escritores antisemitas contemporáneos para afirmar la existencia de ―una‖ conspiración judía, milenaria e ininterrumpida, consistente con supuestos patrones de la historia universal como prueba de que los judíos han estado detrás de ―todas‖ las guerras, pestes, revoluciones y crisis económicas de las que se tenga noticia, es la médula de los dos primeros capítulos de este trabajo. La crónica de la tergiversación de los intercambios culturales entre el judaísmo y el cristianismo europeos se deja de lado en el tercer capítulo para abordar la prehistoria de la situación correspondiente y específica en el ámbito nacional, concretamente en el escenario novohispano. Aquí, la finalidad es poner de manifiesto el peso del bagaje ideológico antijudío que aportó el cristianismo a la formación de la nueva sociedad, en la que había poquísimos judíos —si los hubo en absoluto— para comentar la forma en que se dieron en un caso de ―antisemitismo sin judíos‖ las dos variedades de antijudaísmo tradicional y antisemitismo moderno en el ámbito nacional. El segundo objetivo del tercer capítulo es empezar a desarrollar el cuerpo de afirmaciones específicamente mexicanas sobre el que posteriormente descansaría la versión nacional del mito de la conjura judía. A ésta se incorporan también los elementos antimasónicos europeos contemporáneos que revistieron con un carácter negativo a figuras políticas y literarias que no necesariamente tenían una filiación masónica activa y determinante, como Valentín Gómez Farías, Francisco Zarco, Ignacio Ramírez, Benito Juárez y Porfirio Díaz, aunque varios de ellos sí tenían relaciones con logias masónicas o pertenecían a alguna. 3 El cuarto capítulo es una revisión de los sucesos nacionales entre 1920 y 1980 que se leyeron en la clave de la conspiración judía, más tarde incorporados selectiva y tendenciosamente en la obra de cinco escritores cuyos trabajos específicamente antisemitas se someten a un somero análisis historiográfico con la finalidad de estudiar la influencia que panfletos como los Protocolos y la carga del discurso público antijudío tuvieron para su formación intelectual, política y religiosa. Los trabajos y los autores escogidos se seleccionaron tomando en cuenta el perfil intelectual y el peso político, en los casos de José Vasconcelos y Salvador Abascal; la escasa información sobre la probable verdadera identidad de Traian Romanescu –tal vez el jalisciense Carlos Cuesta Gallardo–, autor de tres obras antisemitas publicadas en México; y finalmente, las filiaciones antimasónicas, anticomunistas y sobre todo, pro-nazis de Joaquín Sáenz Arriaga y Salvador Borrego, siendo los comunes denominadores a todos, en mayor o menor medida, un cristianismo ferviente y la devoción nacionalista, aunados a formas de antisemitismo que se corresponden con las vertientes religiosas o raciales examinadas en los capítulos I y II. Dos de los objetivos provisionales manejados durante la elaboración de este trabajo fueron, por un lado, la incorporación de las teorías antisemitas producto del nacionalismo árabe al discurso de la conjura judía en su vertiente mexicana, y por el otro, el estudio de la posibles similitudes entre ésta última y la retórica anticomunista de las cúpulas militares sudamericanas, como la empleada por el ex dictador Jorge Rafael Videla, por ejemplo, al referirse a "una guerra interna con profundas raíces ideológicas y alentada desde el exterior", y afirmar que "los enemigos de ayer están en el poder y desde él intentan establecer un régimen marxista, a la manera de Gramsci […]‖.* Ambos objetivos, sobre la inclusión en el trabajo de comentarios y análisis acerca de los posibles paralelismos entre el discurso antisemita de corte nacionalista árabe, la retórica anticomunista de las dictaduras sudamericanas y la versión nacional, producida en México, del mito de la conspiración judía, se dejaron de lado por motivos de concisión y disponibilidad de fuentes al respecto. Establecer los orígenes históricos del discurso antisemita, así como la descripción y comentario de su variante nacional, mexicana, se convirtieron en último término en los dos objetivos principales. * ―Se asume Rafael Videla responsable de crímenes políticos en dictadura‖, La Jornada, 22 de diciembre de 2010. 4 Los autores comentados en este trabajo (Salvador Borrego, Salvador Abascal, José Vasconcelos, Carlos Cuesta Gallardo y Joaquín Sáenz Arriaga) se han ubicado a la extrema derecha del espectro político debido a su especial interés por mantener el statu quo en los órdenes religiosos y sociales e incluso revertir éstos a lo que se supone una época no mancillada de la historia nacional, en la que las influencias judías no habían comenzado a desmembrar el país. Su indignación, de la que nacen sus obras, se debe a lo que perciben como asaltos de la modernidad que ponen en riesgo, de acuerdo con ellos, un orden de cosas que debiera ser inmutable debido a que ha sido dictado por la divina Providencia. Sin embargo, durante la revisión de esta tesis, el profesor Pablo Yankelevich señaló la existencia de otra corriente de antisemitismo en México no menos importante que la abordada aquí, pero enarbolada desde el extremo opuesto del espectro político, es decir, desde la izquierda. El caso concreto se trata de las opiniones y ataques antijudíos expuestos en las columnas del diario capitalino mexicano La Jornada por el especialista en relaciones internacionales Alfredo Jalife-Rahme, responsable por lo que bien podría considerarse como una visión enajenada de la geopolítica contemporánea, dominada por empresas, inversionistas, medios de comunicación e intereses netamente judíos. Siguiendo parte de los patrones compartidos por el resto de los autores aquí analizados, Jalife-Rahme hace hincapié en los orígenes étnicos de las personas a quienes critica, señalando en cada caso y sin falta los dos apellidos para enfatizar su ascendencia judía. Blanco de esta práctica han sido, entre otros, los académicos mexicanos ―Enrique Krauze Kleinbort‖, ―Jorge Castañeda Gutman‖, ―Alejandro Frank Hoeflich‖ y ―Arnoldo Kraus Weisman‖, que intentaron sin éxito debatir con él la a todas luces antisemita, por no decir prejuiciada y racista tónica de sus escritos en La Jornada. Entre las acusaciones más graves lanzadas por Jalife-Rahme a los judíos como conjunto se cuenta la ―probable‖ responsabilidad por los atentados terroristas de noviembre de 2008 acaecidos en Bombay, India, en los que fallecieron 173 personas. Al respecto, se plantearetóricamente en una de sus columnas: ―¿Propició la banca israelí-anglosajona la carnicería de Bombay con el fin de repatriar los capitales a Estados Unidos y revaluar artificialmente el dólar?‖. 1 1 Alfredo Jalife-Rahme, ―Las guerras de Obama, Ambrose Evans-Pritchard y Robert Gates‖, La Jornada, 7 de diciembre de 2008. 5 A pesar de señalar de forma muy clara a ―la banca israelí-anglosajona‖ (cualquier cosa que eso sea) como probable responsable de la matanza de Bombay, Jalife-Rahme acusa a los judíos en su conjunto porque en otro de sus textos hace referencia a ―las comunidades judías‖ y a su ―gran responsabilidad en depurarse y de no dejar a sus peores genocidas globales sueltos (financieros y militares). De lo contrario pecarán de complicidad.‖ 2 Asimismo, aprovecha para afirmar que tanto la crisis económica de 2008 como la estafa financiera de Bernard Madoff se vieron precedidas por sendos traspasos (o repatriaciones, de acuerdo él) de 400 mil millones y 100 mil millones de dólares a Israel; 3 por último, achaca también a los israelíes la autoría y financiamiento de las revueltas en el mundo árabe de principios de 2011. La irresponsabilidad por aseveraciones de este tipo no puede sino agravarse frente a la contundente demostración que hizo el historiador y profesor de ciencias políticas Adolfo Gilly de los dudosos métodos y fuentes con los que procede Alfredo Jalife-Rahme. En primer lugar, probó que este último recurre al impresentable expediente de citarse a sí mismo (sus propias columnas en La Jornada) creando innumerables referencias circulares en sus textos. Por si esto fuera poco, demostró que varias de las fuentes de información a las que recurre para sustentar sus inverosímiles afirmaciones proceden de sitios como el periódico satírico británico The Spoof, que apostilla sus notas paródicas con la nota: ―La historia precedente es una sátira o una parodia. Es totalmente inventada.‖ (traducción de Adolfo Gilly). 4 El aura de rigor y erudición académica que rodea los textos de Alfredo Jalife-Rahme se basa tanto en su incuestionable capacidad para estructurar argumentos aparentemente sólidos –basados, como ya se vio, en un pésimo trabajo de investigación– como en su obsesión por los calificativos del tipo ―megaespeculador cosmopolita‖, ―megaespeculador húngaro-angloestadounidense‖, ―superestratega‖, ―sefardita franco-andaluz‖, ―unilateralista recividista‖, ―neoconservador straussiano‖, ―israelí-estadounidense‖, ―neofascistas neoliberales iberoamericanos‖, ―internacional neofascista neoliberal‖ y ―neoliberales monetaristas centralbanquistas‖. Como se ve, este periodista recurre a tildar de judíos a todos a quienes critica y a culpar a Israel, en contubernio con los Estados Unidos, de todas las crisis políticas y financieras, que es lo que le da popularidad a sus escritos. 2 Alfredo Jaliffe RAhme, ―Respuesta de Jaliffe Rahme‖, en La Jornada, 26 de junio de 2002. 3 Alfredo Jaliffe RAhme, ―¿Seré antisemita, en verdad?, en La Jornada, 21 de diciembre de 2008. 4 Adolfo Gilly, ―Sobre un desplegado y su respuesta‖, en La Jornada, 21 de diciembre de 2008. 6 Una muestra más de la falta de seriedad con la que se conduce este autor puede hallarse en su acusación al ―dúo Frank-Kraus‖ –los investigadores Alejandro Frank y Arnoldo Kraus– por ―definir de forma unilateral su interpretación sectaria‖ del término ―cosmopolita‖, que como bien le señalaron aquellos en respuesta a una de sus columnas, fue ―históricamente utilizado en forma peyorativa contra el pueblo judío‖. 5 Haciendo gala de purismo respecto al significado de las palabras, Jalife-Rahme objeta que para él dicho término quiere decir ―desintegrador de Estados-nación‖, que es precisamente de lo que se ha acusado a los judíos desde que aquellos existen; en el mismo tenor, define al antisemitismo como una reacción ―contra los excesos individuales o grupales de radicales judíos‖ y una denuncia de ―la arrogancia del poder financiero y militar, provenga de donde provenga, que está tratando de llevar a la humanidad a varios holocaustos‖. Al mismo tiempo que pregona estas definiciones prejuiciadas de antisemitismo como una reacción, denuncia o ―legítima defensa‖ –que por lo demás, no difieren en gran medida de lo que al respecto opinaba el nacionalsocialismo en los años treinta, o para referir un caso más inmediato, de lo expuesto por el padre Joaquín Sáenz Arriaga, que se analiza en el cuarto capítulo de este trabajo–, al mismo tiempo, decíamos, se indigna ante quienes lo califican de antisemita, argumentando que no puede serlo ―por ser triplemente semita‖ debido a su ascendencia libanesa. Con ello, en primer lugar da a entender que antisemitismo sí se refiere, de acuerdo con él, a una acción (defensa, denuncia) contra los judíos en particular, para luego desdecirse y afirmar que antisemitismo viene a significar el lanzamiento de invectivas prejuiciosas contra ―todos‖ los pueblos de origen semítico, incluidos los árabes, algo de lo que no puede acusársele justamente. Los revoltijos conceptuales, la insistencia en calificar al antisemitismo de actitud defensiva, el señalamiento de la ascendencia judía de sus interlocutores y de las principales figuras en las escenas políticas y financieras internacionales, así como el descuidado y tendencioso ejercicio de investigación de Alfredo Jalife-Rahme lo ubican como uno de los escritores contemporáneos mexicanos que suscriben el mito de la conspiración judía. Por lo demás, el carácter inmediato y laico de su trabajo periodístico lo excluyen como objeto de estudio de esta tesis, sin que se elimine la posibilidad de comentarlo y analizarlo a profundidad en otro momento y lugar. 5 ―Respuesta de Frank y de Kraus‖, El Correo Ilustrado, La Jornada, 19 de abril de 2007. 7 Finalmente, debe comentarse que la estructura de este trabajo, compuesta de dos partes que representan, respectivamente, la reconstrucción histórica de un discurso específico y el análisis de las consecuencias que dicho discurso tuvo en la práctica –en este caso concreto como catalizador del antisemitismo en cinco escritores mexicanos–, debe mucho a los dos primeros libros del politólogo estadounidense Daniel Jonah Goldhagen, Los verdugos voluntarios de Hitler y La Iglesia católica y el holocausto. Desde la publicación del primero, en 1996, su autor ha sido objeto de críticas por haber adelantado lo que se considera una explicación ―monolítica‖ del holocausto, basada en la suposición de que una variante ―específicamente‖ alemana de antisemitismo (que puede rastrearse, de acuerdo con Goldhagen, por lo menos hasta mediados del siglo XVI) habría sido la culpable de un movimiento irrefrenable que englobó, a-históricamente, de acuerdo con sus críticos, al racismo völkish de finales del siglo XIX y principios del XX, al nacionalismo alemán de la misma época y al antisemitismo producto del movimiento emancipatorio europeo posterior a la Revolución francesa. Siguiendo a Goldhagen, esta especie de proceso ―inevitable‖, habría desembocado en las políticas del régimen nazi que hicieron posible el holocausto judío de 1942 - 1945. El artículo crítico de corte revisionista ―The Controversy That Isn’t. The Debate over Daniel J. Goldhagen’s Hitler’s Willing Excutioners in comparative perspective‖, de Gavriel D. Rosenfeld, señala varios de los problemas que presenta la tesis central de que exista una variable especialmente virulenta de antisemitismo alemán, postulado en el que asimismo se basa la teoría –en alemán Sonderweg– que aboga por el particularismo determinista que condena a la historia alemana a estar ―predestinada‖ a ofrecer una resistencia especial al desarrollo de sistemas de gobierno democráticos,lo que en último término habría hecho posible el ascenso de los nazis al poder y la puesta en práctica de su programa antijudío. A este respecto, como prueba de que el antisemitismo alemán no era el único con tendencias ―eliminacionistas‖, Rosenfeld cita los ejemplos de ciudadanos provenientes de Luxemburgo, Lituania, Ucrania y Rumania que con igual o mayor fruición que sus contrapartes alemanes de los Einzatsgruppen se entregaron a masacres de judíos durante la segunda guerra mundial.* *Gavriel D. Rosenfeld, ―The Controversy That Isn’t. The Debate over Daniel J. Goldhagen’s Hitler’s Willing Executioners in comparative perspective‖, Holocaust. Critical Concepts in Historical Studies, vol. VI, The End of the Final Solution and Its Aftermaths, 2004, New York, Routledge, p. 351. 8 Reconociendo la multiplicidad de causas que llevaron a los nazis al poder, entre las que destacan el descontento general con la política partidista de la República de Weimar, las crisis económicas de la primera posguerra (agravadas por la inflación de 1923 - 1924 y la Gran Depresión de 1929 - 1933), los justificados sentimientos de ultraje al honor nacional ante las cláusulas de culpabilidad exclusiva por la guerra y las sanciones económicas impuestas por el Tratado de Versalles, la ocupación de territorios alemanes por los franceses y la cesión de otros a Polonia, el debilitamiento del ejército mediante la reducción de sus efectivos y las prohibiciones para desarrollar sus fuerzas aéreas y navales, deben admitirse algunas de las críticas que señalan a los argumentos de Goldhagen como a- históricos, simplistas, reduccionistas y mecanicistas. Sin embargo, este trabajo suscribe su razonamiento principal de que sólo una deshumanización progresiva y radical de los judíos pudo haber llevado a su eliminación sistemática. La falta de coherencia propia de la teoría que aboga por el Sonderweg no invalida, desde el punto de vista de este trabajo, la tesis de que la satanización de los judíos –en este caso, no debida a las características particulares de lo que se supone es ―la historia alemana‖, sino a la idealización negativa que de ellos hizo el cristianismo y a la sanción divina que se pretende legitima ese proceso– es responsable no solo del intento de exterminio a manos de los nazis, sino del señalamiento genérico de los judíos como enemigos de la humanidad y autores de lo que se supone un plan para ―dominar al mundo‖. Otra de las controversias suscitadas por la publicación de los libros de Goldhagen se centró alrededor de su supuesta agenda antialemana y anticatólica. La primera de estas críticas se basa el retrato poco amable que hace de los autores de matanzas judías en el Este de Europa, a los que de acuerdo con su investigación, animaba un tipo especialmente virulento de antisemitismo que él llama ―eliminacionista‖ y que de acuerdo con él explica satisfactoriamente la facilidad con que podían fusilar a quemarropa a hombres, mujeres y niños. Al mismo tiempo, el estudio que realiza de los casos excepcionales de soldados que se negaron a matar y no sufrieron represalias de sus superiores, en claro contraste con los que se entregaban de forma voluntaria a la ejecución de matanzas, concede una dimensión moral y volitiva a las acciones de los perpetradores (que es, a fin de cuentas, el objeto de sus trabajos) y ataja los señalamientos de sus críticos de elaborar una nueva teoría de la ―culpabilidad colectiva‖ del pueblo alemán, al que en definitiva no condena en su conjunto. 9 La segunda de las críticas a Goldhagen arriba mencionadas, la de seguir una supuesta agenda anticatólica, tiene que ver con su señalamiento del material netamente antijudío en los evangelios de Mateo, Marcos, Lucas y Juan, lo que le ha valido un comentario por parte del historiador mexicano Jean Meyer, de acuerdo con el cual el politólogo estadounidense pretende la supresión canónica de 450 versículos antisemitas. 6 Asimismo, el retrato poco amable que hace de Pio XII en La Iglesia católica y el holocausto (2002) como una figura débil y a veces siniestra, que no hizo todo lo habría cabido esperar de él dada su encumbrada posición de líder espiritual en una institución que, de acuerdo con su propia doctrina, se arroga el monopolio del ejercicio de la moral, contribuyó a que se calificara su libro de franco ataque contra la Iglesia. Al respecto, el hecho de que el propio Goldhagen sea de ascendencia judía ha producido la impresión de una parcialidad antirreligiosa que no es tal. Las investigaciones sobre el papel del Vaticano y sus relaciones con el nazismo durante la segunda guerra mundial vieron un momento álgido con la publicación en 1999 de El papa de Hitler, del investigador católico John Cornwell. Desde entonces, se ha abordado el tema siguiendo dos líneas principales, contrapuestas: por un lado, títulos como El mito del papa de Hitler, escrito por un rabino, abogan no sólo por la inocencia de Pío XII como colaborador de los nazis, sino también por la difusión de sus muchas acciones y protestas que llevaron a la efectiva salvación de varios cientos de judíos. Por el otro, obras como La Iglesia católica y el holocausto se muestran sumamente críticas, adelantando suposiciones que van desde la anuencia a la colaboración activa con el nacionalsocialismo. Con la somera revisión de este debate historiográfico, aquí nos limitamos a señalar que los reclamos por lo que se considera una actitud pusilánime –y a veces francamente antisemita– del papado durante la segunda guerra mundial hicieron que éste fuera visto como ―de mano dura‖ en la cuestión judía, lo que le valió el aplauso de quienes veían con buenos ojos que ―no se hiciera nada‖ en auxilio de los judíos europeos, que de acuerdo con la misma y torcida lógica bien merecido se tenían lo que les acontecía. En ningún momento hacemos nuestras las acusaciones enderezadas contra la figura de Pío XII o contra el Vaticano ―por no actuar‖ y puntualizamos que dicha postura pertenece solamente a una facción de los participantes en el debate historiográfico que nos ocupamos de reseñar. 6 Jean Meyer, ―La Shoa y el campo de batalla historiográfico‖, Istor, año IV, núm. 13, 2003. 10 I. LOS ORÍGENES DEL MITO: EL ANTIJUDAÍSMO RELIGIOSO El antisemitismo u odio a los judíos tiene sus orígenes en las doctrinas y enseñanzas cristianas que buscaron diferenciarlos y apartarlos de un proyecto universal de salvación. El momento fundamental de esta ruptura se encuentra en el mito del deicidio, es decir, en las acusaciones por el asesinato de Jesús, acto del que se quiso hacer responsables a los judíos contemporáneos y a los de todas las épocas. En el estigma de esta culpabilidad colectiva se basó la condición socio-jurídica inferior que los judíos tuvieron en la sociedad cristiana medieval y la percepción que de ellos se tenía como elementos extraños, malignos y sobrenaturales, propiciando una serie de prácticas que delinearon de forma indeleble el concepto negativo de judío, incluso hasta la actualidad. En este concepto se incluyeron la atribución de características mágicas, poderes sobrehumanos, fisionomías animales e intenciones criminales, como el envenenamiento de pozos y los asesinatos rituales. Las prácticas implementadas para lidiar con el supuesto carácter nocivo de los judíos fueron la legislación prohibitiva, la señalización con marcas en la ropa, el aislamiento en guetos y finalmente la expulsión, que se generalizó entre los siglos XIII y XV. Las nociones de que los judíos no tienen patria, de que odian a los cristianos y tratan de dañarlos siempre que pueden, así como de su supuesto poder económico ilimitado, se originaron en la época comprendida entre los siglos I y XV porque el conflicto teológico, político y económico con el cristianismo originado en laseparación de ambas religiones determinó el papel de los judíos como enemigo universal. Estas sospechas sobre la criminalidad de los judíos como colectividad se incorporaron de forma más o menos coherente y sistemática, a medida que el cristianismo perdió hegemonía política luego de la Edad Media, en una serie de teorías sobre la historia de las vicisitudes económicas y políticas universales que los suponía detrás de un plan coordinado para subyugar a los pueblos cristianos. Los primeros elementos de esta mentalidad se delinearon con base en la imagen de los judíos como traidores al plan divino, imagen que más tarde se extrapolaría a la de enemigos de la sociedad en su conjunto. Ya en esta primera etapa, a pesar del carácter oprimido y minoritario de las comunidades judías, se las suponía enormemente peligrosas para la cristiandad como elementos corruptores con una agenda específica. 11 1.1 La ruptura entre judaísmo y cristianismo El antijudaísmo tradicional o religioso nació como resultado de las controversias teológicas que en los siglos I a IV d.C. formalizaron la escisión de una secta originalmente judía que se convirtió en lo que hoy día se conoce como cristianismo. Al principio, éste constituía una de las más de veinte variedades de culto judaico que por entonces se observaban en lo que ahora es Medio Oriente. 1 En este escenario de controversias sobre el ritual, la teología y la política judías del siglo I d.C., el cristianismo se distanció cada vez más de la religión judía en cuyo seno se había originado. El “rescate de la secta de Jesús”, gracias a la obra misionera y doctrinal de Saulo de Tarso o San Pablo, proveyó de dinamismo y originalidad a un movimiento que, luego del episodio de la crucifixión, corría el riesgo incesante de volverse a fundir con sus raíces judías. 2 Ambos cultos se hallaban aún tan estrechamente relacionados entre sí que habrían de transcurrir más de doscientos años —periodo en que se definieron los dogmas cristianos básicos— antes de que la Iglesia cristiana, luego de suprimir varias corrientes heréticas en su interior, completara la ruptura de sus vínculos con el judaísmo. 3 En ese lapso los cristianos pasaron de ser un grupo que, considerándose judío aún, se tenía por testigo del Mesías profetizado en los libros de la Biblia hebrea a otro que se percibía a sí mismo como uno nuevo y esencialmente diferente de los judíos. Hacia la segunda mitad del siglo I, dicha conciencia de novedad y unicidad ya había empezado a gestarse y los elementos de la retórica empleada para señalar el contraste entre los miembros de la nueva congregación y aquellos que se negaban a abrazarla comenzaron a volverse hostiles. En particular, nació y cobró fuerza y mordacidad la idea de que el cristianismo invalidaba al judaísmo, por lo que la persistencia como tal de este último constituía un “desafío sacrílego”. 4 La virulencia de las expresiones antijudías se intensificó drásticamente en cuanto los cristianos se vieron a sí mismos como depositarios y herederos legítimos de un favor divino que los judíos, al mostrarse indignos de Dios por haberle rechazado en la forma de Jesús, 1 Paul Johnson, Historia del cristianismo, Barcelona, Ediciones B, 2006, p. 29. 2 Ibídem, p. 93. 3 Steven Katz, The Holocaust in Historical Context. The Holocaust and Mass Death Before the Modern Age, New York, Oxford University Press, 1994, p. 249. 4 Daniel J. Goldhagen, Los verdugos voluntarios de Hitler. Los alemanes corrientes y el holocausto, México, Taurus, 2005, p. 79. 12 habían perdido para siempre. 5 El término “teología de la sustitución” se refiere a este convencimiento cristiano de haber reemplazado al judaísmo, nulificando la validez de su teología y, con ella, su razón de ser. 6 Dicho concepto engloba los procesos de expoliación y expropiación de la historia, la teología y los libros sagrados de los judíos, por los cuales éstos pasaron a convertirse en una mera prefiguración del cristianismo. Esta apropiación del legado judío contenía implícitamente la noción de su inferioridad y subordinación respecto de la nueva religión, que transformó ese legado y le asignó un papel necesariamente preliminar en la escatología cristiana. 7 A partir de mediados del siglo I d.C., con la redacción de los evangelios que luego serían considerados canónicos, los judíos como colectividad fueron paulatinamente transformados en una abstracción teológica que simbolizaba la oposición total al Dios cristiano: 8 caricaturizados más allá de toda proporción, dejó de concebírseles como meros seres humanos. 9 En este sentido, expresiones como las del Evangelio de Juan, en el que se hace decir a Jesús: “Ustedes [los judíos] tienen por padre al diablo” (Jn. 8:44) cimentaron una imagen meta-humana y atemporal, pero sobre todo de índole satánica, que revistió a los judíos con las intenciones y las características del supremo oponente escatológico de Dios, es decir, del Anticristo. 10 El concepto de alteridad judía terminó por concretarse basado en la obstinación con que se negaban a aceptar las revelaciones cristianas y para tal efecto poco importaba si eran ignorantes —“incapaces” de acercarse a Dios— o, por el contrario, “pérfidos” y “rebeldes”, es decir, si reconocían el aparentemente inobjetable carácter mesiánico de Jesús y aun así le rechazaban de forma consciente. 11 En última instancia, la dicotomía que con el tiempo llegó a establecerse entre la divinidad cristiana y el judaísmo gira alrededor del concepto clave que marcó y definió irreversiblemente el carácter criminal de este último, pues los judíos, al oponerse a Dios en la forma de Jesús, no sólo le habían rechazado, también le habían asesinado. 5 Raúl González Salinero, El antijudaísmo cristiano occidental. Siglos IV - V, Madrid, Trotta, 2000, p. 15. 6 Daniel J. Goldhagen, La Iglesia católica y el holocausto, Madrid, Taurus, 2002, p. 85. 7 R. González Salinero, op. cit., p. 222. 8 Daniel J. Goldhagen, Los verdugos voluntarios de Hitler, op. cit., p. 79. 9 R. González Salinero, op. cit., p. 166. 10 Ibídem, p. 137. 11 S. Katz, op. cit., p. 242. 13 1.2 El deicidio Jesús fue crucificado por los romanos y en cumplimiento de la ley romana. Sin embargo, en el ámbito político, sus prédicas y mensaje le causaron problemas en primer lugar con los sacerdotes saduceos que oficiaban en el Templo de Jerusalén, para quienes todo el que se considerase (o fuera considerado por sus discípulos) como el Mesías era un obstáculo en sus relaciones con las autoridades romanas, dado que la agitación mesiánica fácilmente podía promover brotes de nacionalismo e insurrección armada. En lo que toca al contenido doctrinal, el mensaje de Jesús chocó inevitablemente con el carácter legalista del culto judío al sugerir una teoría de la justificación, la de la gracia, que hacía de la Ley y de Dios como jueces supremos conceptos automáticamente obsoletos. 12 Las tradiciones orales recogidas en los evangelios representaron a Poncio Pilatos, el procurador romano de Judea, como un verdugo pasivo que dejó la responsabilidad directa por la muerte de Jesús a “los judíos” de la época. De modo particular, los evangelios de Marcos y Juan enfatizan el papel activo de aquéllos en la crucifixión, el primero recogiendo el improbable y ficticio clamor popular: “Que su sangre caiga sobre nosotros y sobre nuestros hijos” (Mt. 27:25) y el segundo señalando la relación entre los judíos y el diablo (Jn. 8:44) misma que explica su pretendido carácter homicida (Jn.19:06). 13 A los ojos cristianos, los judíos sellaron para siempre su esencia alterna (a-humana y anti-humana) con ese acto supremo de rebeldía y desobediencia, pues no sólo le dieron la espalda a Dios, tambiénse atrevieron a tomar a su hijo y matarle. De semejante insolencia surgió la base para la posterior consideración del judaísmo como irredimible, rebelde y esencialmente criminal. 14 Los miembros de dicha religión se convirtieron automáticamente en enemigos tanto de la divinidad como de los hombres, 15 pues al identificar al cristianismo como revelación suprema, definitiva e inapelable, todo lo que se hallara fuera de él —y más aún, lo que se le opusiera— constituía una afrenta intolerable contra Dios y sus designios, que debía, por todos los medios, corregirse o anularse. 16 12 P. Johnson, op. cit., p. 50. 13 S. Katz, op. cit., p. 248. 14 R. González Salinero, op. cit., p. 163. 15 S. Katz, op. cit., p. 259. 16 R. González Salinero, op. cit., p. 144. 14 1.3 Persecuciones anticristianas El cristianismo no se convirtió en la religión oficial del Imperio romano hasta el siglo IV d.C. y durante sus primeros trescientos años de vida, antes de hacerse con el aparato legislativo y judicial del Imperio e identificar sus intereses con los del Estado, tuvo que soportar represiones y violencias similares a las que luego infligiría sobre otras religiones. 17 La primera ocasión en que las autoridades romanas se volvieron contra los cristianos fue durante el reinado de Nerón, quien en 64 d.C. los culpó del incendio en Roma, aunque debe aclararse que no fueron hostigados con motivo de su fe, sino simplemente inculpados y castigados como delincuentes comunes. 18 La pequeña comunidad cristiana de Roma había levantado sospechas de traición y rebeldía al negarse a participar en los cultos cívicos que se consideraban obligatorios para los todos los ciudadanos, al mismo tiempo que se identificaba como un grupo distinto de los judíos, a quienes sí se les tenía permitido excusarse de participar en tales ritos. 19 Los eventos militares y políticos relacionados con la ocupación romana de Judea al tiempo de la persecución orquestada por Nerón influyeron de manera indirecta para hacer a los cristianos aún más visibles a los ojos de las autoridades romanas. A partir de 44 d.C. el gobierno romano en esa región volvió cada vez más opresiva la situación para los locales, disgustados con la ocupación militar y las constantes vejaciones religiosas. La situación se volvió insostenible con motivo de las demandas impuestas sobre el tesoro del Templo de Jerusalén. 20 En 73 d.C., con el suicidio de casi mil zelotas durante el sitio de Masada, se dio por terminada la contienda y se obligó a los judíos de todo el Imperio a cargar con la responsabilidad por la guerra y a pagar en impuesto el tributo que anteriormente se destinaba al Templo. 21 17 R. González Salinero, op. cit., p. 70. 18 Jonathan Kirsh, Dios contra los dioses. Historia de la guerra entre monoteísmo y politeísmo, Barcelona, Ediciones B, 2006, p. 114. 19 Ibídem, p. 116. 20 Werner Keller, Historia del pueblo judío. Desde la destrucción del Templo al nuevo Estado de Israel, Barcelona, Omega, 1994, p. 71. 21 Ibídem, p. 77. 15 La derrota en la guerra contra Roma (66 - 73 d.C.) marcó el comienzo de un retraimiento del mundo judío en general. Dicha contracción implicó un rechazo del nacionalismo y la violencia propios del extremismo zelota y la creación de instituciones congregacionales como el rabinato y la sinagoga, fundamento de la vida judía durante toda la Edad Media. 22 Fue en ese momento, luego del avasallamiento político y militar sufrido a manos de los romanos, que el judaísmo se volvió sobre sí mismo y el cristianismo intensificó su labor proselitista. 23 Luego de la catástrofe militar de 70 d.C., las autoridades judías condenaron al cristianismo como herejía. 24 Esta declaración se convirtiría en una de las bases para suponer que todos los judíos odiaban fanáticamente al cristianismo. 25 Se creía que tal odio los había impulsado a tomar parte e incluso a incitar las persecuciones emprendidas contra los cristianos que tuvieron lugar en Roma entre los siglos III y IV. Sin embargo, estudios recientes señalan la poco probable y tal vez nula participación judía en las hostilidades romanas contra los cristianos en el periodo mencionado. 26 A principios del siglo IV, el cristianismo sufría los rigores de una legislación que criminalizaba su práctica. 27 Cuando el Imperio lo toleró como religión lícita primero y lo adoptó como culto oficial después, los judíos pasaron a ser el blanco de ataques orquestados desde un aparato legislativo y judicial cristiano que velaba por la exclusión de todo aquél que no practicara la “verdadera fe”. Su condición socio-jurídica se vio degradada como resultado del imperativo teológico que los consideraba testigos o “pruebas vivientes” de la veracidad de la revelación cristiana. 28 22 W. Keller, op. cit., p. 80. 23 Paul Johnson, La historia de los judíos, Barcelona, Ediciones B, 2006, p. 217. 24 P. Johnson, Historia del cristianismo, op. cit., p. 67. 25 R. González Salinero, op. cit., p. 144. 26 Ibídem, p. 145. 27 J. Kirsh, op. cit., p. 284. 28 R. González Salinero, op. cit., p. 253. 16 1.4 La cristianización del Imperio y su legislación antijudía La cristianización imperial conllevó la transformación de la tolerancia religiosa propia de la Roma pagana en favor de una fuerza intransigente, institucional y coercitiva que identificó sus valores e intereses con los del Estado, definiendo el lugar de los judíos en la sociedad de acuerdo con aquel que ocupaban en la escatología y teología cristianas. 29 Así, la influencia antijudía en la legislación imperial determinó que los enemigos de Cristo y la religión pasaran a ser también los enemigos de la sociedad. 30 Con el Edicto de Milán (313 d.C.) se revocaron los decretos anticristianos emitidos por el emperador Diocleciano y se restauró la libertad de cultos para todas las religiones sin que se favoreciera a ninguna en particular. 31 Sin embargo, el emperador Constantino tardó poco en emitir restricciones legales para los judíos, quienes ya en época tan temprana como el 315 d.C. se vieron impedidos bajo pena de muerte para ganar prosélitos entre los cristianos o tratar de hacer volver al judaísmo a aquellos que lo hubieran abandonado en favor del cristianismo. 32 La severidad de las penas impuestas para castigar el proselitismo judío pone de relieve mucho más el temor que tenían las autoridades de que los cristianos se acercaran al judaísmo que el vigor del celo judío por atraer adherentes, pues no se cuenta con evidencia de que esta religión buscara prosélitos de ningún tipo. 33 El volumen y severidad de la legislación antijudía romana fue aumentando conforme avanzaba el gobierno de Constantino. Se prohibió que los judíos circuncidaran o poseyesen esclavos cristianos y en último término se les obligó a liberarlos sin indemnización, dejando a los judíos sin posibilidad de sostenerse en negocios basados en el trabajo esclavo, como la agricultura. Se argumentaba que los judíos no debían tener ningún tipo de autoridad sobre aquellos a quienes había liberado Jesucristo, por lo que se les impidió poseer esclavos cristianos, prestar testimonio contra un cristiano y ejercer varios cargos públicos de relevancia, como la abogacía. 34 29 Ibídem, p. 74. 30 P. Johnson, Historia del cristianismo, op. cit., p. 146. 31 J. Kirsh, op. cit., p. 155. 32 W. Keller, op. cit., p. 118. 33 R. González Salinero, op. cit., p. 83. 34 Ibídem, p. 115. 17 A lo largo del siglo IV, la fusión de la Iglesia cristiana y el Imperio romano redundó en la influencia cada vez mayor de aquélla y su teología enla legislación civil, a la que imprimió un marcado carácter antijudío al identificar como permitidas, deseables y por último, también legales, una serie de prácticas y creencias que dejaban fuera de la sociedad a los judíos por haberse mostrado rebeldes a los principios que ahora otorgaban coherencia y sentido al mundo y sociedad cristianos. 35 Algunos tratadistas y escritores contemporáneos, principalmente San Agustín, (quien se oponía a la acusación de deicidio), Ambrosio de Milán, Paulo Orosio y Juan Crisóstomo desarrollaron teorías y argumentos de acuerdo con los cuales los judíos persistían en el mundo como testimonio o “prueba viviente” de la veracidad de la revelación cristiana. 36 Al mismo tiempo, sin embargo, no dejaban de insistir en la necesidad (fruto de la voluntad divina) de mantenerlos aislados y en una condición humillada y servil, que reflejase la espectacular derrota que habrían sufrido en su iluso lance contra Dios. La condición socio-jurídica degradada en que se obligaba a permanecer a los judíos que no aceptaban el bautismo, se interpretaba como un justo castigo divino por haber alzado la mano contra Jesús, y el mejor argumento que ofrecían los cristianos como prueba de que Dios había abandonado y castigado duramente a los judíos por su incredulidad e insolencia eran la derrota y consecuente dispersión luego de la guerra contra Roma. 37 Las teorías elaboradas por los teólogos cristianos, en combinación con las consecuencias de la desarticulación política del Imperio romano de Occidente, definieron las condiciones en que vivieron los judíos en la Edad Media, pues el lugar degradado que la escatología les asignaba sentó las bases para el trato que se les dio en la práctica. Debe señalarse que la primera mitad de este periodo supuso un momento de relativa calma para los judíos; en los territorios cristianos, ejercer violencias desmedidas contra ellos llegó a penarse por ley, aunque no era socialmente mal visto humillarlos y perseguirlos ocasionalmente. Disfrutaron de una libertad física e intelectual incomparable en la España musulmana y no sufrieron mayor incomodidad en la Europa cristiana que la legislación prohibitiva de Bizancio y el estigma social hasta las convulsiones de finales del siglo XI, durante las Cruzadas. 35 Ibídem, p. 111. 36 W. Keller, op. cit., p. 125 - 127. 37 S. Katz, op. cit., p. 247. 18 1.5 Situación de los judíos en la baja Edad Media: los judíos ibéricos En los siglos VII a XVI, la actitud moderada hacia los judíos se basó en la teoría del “pueblo testigo” elaborada por San Agustín. En la práctica, el encargado de implementar dicha teoría fue Gregorio I, papa de 590 a 604, quien se distinguió en su labor doctrinal y administrativa por el énfasis que puso en no violentarlos para lograr su conversión. 38 Como un ejemplo de este clima de laxitud y estabilidad puede considerarse a los judíos de la península ibérica, que tras el periodo de las invasiones vivieron en condiciones favorables bajo los reyes visigodos hasta que éstos adoptaron el catolicismo a fines del siglo VI. 39 Hasta ese momento, las disposiciones antijudías de los concilios eclesiásticos celebrados en Elvira, Zaragoza y Toledo habían tenido fuerza de ley pero su aplicación no se hizo efectiva mientras los gobernantes profesaron la variedad cristiana del arrianismo. 40 Luego de la conversión del rey Recaredo, en el año 587, la legislación antijudía varió conforme se sucedían los reyes que aprobaban o desautorizaban su puesta en práctica, hasta que en el XII Concilio de Toledo (681), se obligó a los judíos a abandonar su religión bajo la amenaza de ser expulsados del reino. Los judíos que decidieron huir se refugiaron sobre todo en África y por ello levantaron sospechas entre los cristianos de tramar una venganza aliándose con los ejércitos invasores árabes que avanzaban hacia la península. 41 Los judíos recibieron un trato benévolo en los dominios musulmanes, debido en parte a que eran considerados “Gente del Libro”, es decir, un pueblo con escrituras sagradas que podía pagar un tributo especial o dhimma que le otorgaba libertad de culto y protección para sus vidas y sus bienes. 42 La buena disposición hacia los musulmanes por parte de los judíos, con motivo de dicho convenio, fue la causa de que en España se reavivaran las sospechas de una conspiración judeo-árabe, lo que dio pie a suponer una “traición judía”, idea que evolucionaría con el tiempo y habría de tener funestas consecuencias para los judíos españoles varios siglos más tarde. 43 38 Haim Hillel Ben-Sasson, Historia del pueblo judío. La Edad Media¸ Madrid, Alianza Editorial, 1988, p. 483. 39 Ibídem, p. 484. 40 W. Keller, op. cit., p. 143. 41 Ibídem, p. 156. 42 H.H. Ben-Sasson, op. cit., p. 479. 43 Evelyne Kenig, Historia de los judíos españoles hasta 1492, Barcelona, Ediciones Paidós, 1995, p. 52. 19 1.6 Las matanzas de 1096 En la alta Edad Media, la actitud cristiana hacia los judíos se caracterizó por la ambigüedad de una doctrina que combinaba la benevolencia predicada por San Agustín y Gregorio I con la necesidad, fruto de imperativos teológicos, de mantener a los judíos en una condición servil y disminuida, pero sin dañarlos físicamente. Estos supuestos básicos distinguieron dos vertientes principales. Por un lado, estaba la postura “oficial” de la jerarquía eclesiástica, representada por el papa y los obispos, con frecuencia defendida vehementemente por autoridades laicas, que abogaba por un trato firme, pero moderado. 44 De esta instancia oficial manaba la legislación que, dentro de los márgenes del status socio- jurídico inferior previsto para los judíos, velaba por su seguridad física y libertad de culto (pues eran la única minoría religiosa tolerada en los dominios cristianos) y disponía de castigos para aquellos que los violentaran excesivamente en sus personas y sus bienes. 45 En contraste con la posición oficial, de carácter relativamente mesurado, los elementos populares (mucho más receptivos a la retórica, iconografía y folclore que retrataba a los judíos como seres misteriosos, malignos y peligrosos) acostumbraban a desbocarse y atacarlos directamente. El bajo clero incitaba, y a veces se unía, al grueso del pueblo en los desórdenes antijudíos, desoyendo las advertencias de las autoridades eclesiásticas y civiles. 46 En el siglo XII, con la organización de las Cruzadas, el estrato popular alcanzó niveles inusitados de agitación y violencia antijudía, pues al llamado del papa Urbano II para liberar Tierra Santa del dominio musulmán acudieron grupos irregulares de campesinos que tomaron por asalto las comunidades judías de Francia y el Imperio alemán. Las bandas de cruzados irregulares que atacaron a las comunidades judías de Europa en el verano de 1096 se vieron dispersas en el camino y nunca llegaron a Tierra Santa. Aunque los asaltos de la primera cruzada no hayan resultado en un número de muertos especialmente alto, su importancia reside en el desbordamiento de la violencia popular y en 44 S. Katz, op. cit., p. 319. 45 H.H. Ben -Sasson, op. cit., p. 486. 46 S. Katz, op. cit., p. 320. 20 la incapacidad general de los gobernantes para imponer el orden, pues los judíos podían ser molestados e incluso asesinados con la mayor impunidad. 47 A lo largo del siglo XII, la situación de los judíos en Europa continuó deteriorándose. En menos de cien años, nuevos brotes de violencia surgieron con motivo de la segunda y tercera cruzadas, en 1146 y 1187, y aunque no se llegó a los extremos de lo acontecido en Francia y el Imperio alemán a principios de siglo, los asesinatos, las conversiones en masa y los casosde suicidio colectivo (martirio en nombre de Dios), obligaron a los judíos a replantearse —y renegociar— los términos de su existencia en la sociedad cristiana. 48 Con tal finalidad, y pretextando salvaguardarlos de la violencia popular, les fueron expedidas cédulas y cartas de amparo en las que, por un lado, se les aseguraba protección física declarándolos propiedad personal de los gobernantes, al tiempo que se les exigía financiar las tesorerías reales con impuestos especiales y el pago de rescate por miembros acaudalados de su comunidad. 49 Inocencio III, papa de 1198 a 1216, encabezó una ofensiva eclesiástica para monopolizar, entre otras cosas, la prerrogativa de legislar sobre las condiciones en que habrían de vivir los judíos en los dominios cristianos. Como resultado de la lucha entre Roma y los gobernantes laicos por las utilidades de la explotación económica que pesaba sobre los judíos, el IV Concilio de Letrán, en 1215, delineó los decretos papales que preveían represalias tanto para el judaísmo como para los gobernantes que lo expoliaran. 50 Una de las consecuencias inmediatas de la ofensiva papal fue apartar a los judíos del comercio y la agricultura con la finalidad de golpear económicamente a los monarcas que se beneficiaban con la explotación de “sus” judíos. 51 Se reiteró la prohibición originada en la época romana y ya establecida previamente en el III Concilio de Letrán, en 1179, de ejercer profesiones que supusieran cualquier tipo de autoridad sobre los cristianos. De esta manera se perdieron tierras, fortunas, títulos y casi cualquier otra forma de ganarse la vida, hasta que los judíos se vieron obligados a dedicarse a una actividad que estaba prohibida a los cristianos, la de préstamo de dinero a pequeña escala. Se sentó así el fundamento para la posterior consideración de los judíos como banqueros y “amos de las 47 H.H. Ben -Sasson, op. cit., p. 565. 48 Ibídem, p. 497. 49 W. Keller, op. cit., p. 264. 50 Ibídem, p. 256. 51 H.H. Ben-Sasson, op. cit., p. 575. 21 finanzas”, a pesar de que apenas tenían antecedentes importantes o inclinaciones naturales para dicha actividad. 52 La Iglesia misma se aprovechó de la actividad crediticia de los judíos, a quienes consideraba graves pecadores por la aparente naturalidad y entusiasmo con que se dedicaban a la usura, pero sin tener en consideración que estaban obligados a ejercer tal función debido en gran parte a las disposiciones eclesiásticas que regulaban las profesiones que podían desempeñar. 53 Los cambios en la situación socioeconómica de los judíos sentaron el precedente para una nueva etapa en su proceso de mistificación, en la que los poderes e intenciones sobrenaturales que se les atribuían se incrementaron drásticamente y se intensificaron las medidas para contrarrestar la supuesta influencia judía en la sociedad cristiana. Los papas y los gobernantes siguieron otorgándoles una precaria seguridad física que les acarreaba dudosos beneficios mientras el bajo clero, las órdenes mendicantes y el pueblo en general continuaban la escalada de violencia. En particular, una serie de calumnias en las que tuvo un papel central el nuevo rol económico de prestamistas que habían venido desempeñando en los últimos cien años —papel que remitía a la figura del avaro y traidor, representado por Judas Iscariote—, 54 contribuyeron a reelaborar una imagen mítica y sobrecogedora del judío como un elemento corrosivo, abocado a minar los fundamentos de la sociedad cristiana y que era, además, físicamente diferente a los cristianos y a los demás hombres, dada la supuesta relación filial que mantenía con el diablo. 55 1.7 Calumnias antijudías en el periodo 1150 - 1350 Las antiguas acusaciones por el asesinato de Jesús cobraron nueva forma a mediados del siglo XII, cuando se corrió el rumor de que los judíos de Norwich, en Inglaterra, habían secuestrado y matado a un niño para usar su sangre en un ritual de la Pascua. 56 Se les creía ávidos, luego de haber dado muerte a Jesús, de “más” sangre cristiana inocente. Esta acusación se hacía a pesar de que, como afirmaba parte de un argumento antijudío muy 52 W. Keller, op. cit., p. 260. 53 Ibídem, p. 262. 54 León Poliakov, Historia del antisemitismo. De Cristo a los judíos de las cortes, Barcelona, Muchnick, 1986, p. 80. 55 S. Katz, op. cit., p. 311. 56 H.H. Ben-Sasson, op. cit., p. 571. 22 socorrido, no le concedían ni a Jesús ni a su sangre ningún atributo particular (al no reconocerlo como el Mesías) y existía una tradición hebrea opuesta enfáticamente al contacto y manejo de sangre. Aun así, con el tiempo se volvió común sospechar de las comunidades judías locales siempre que desaparecía una persona o aparecía un cadáver en circunstancias sospechosas. Las acusaciones por asesinatos rituales, en las que se decía que los judíos crucificaban a sus víctimas y usaban sus vísceras en actos de brujería, siguieron difundiéndose mucho después y a pesar de los esfuerzos oficiales, incluso papales, por desmentir y castigar a quienes difundieran tales historias. 57 Posteriormente, estas y otras calumnias se racionalizaron como parte de los intentos judíos por revertir o remediar mágicamente su naturaleza supuestamente a-humana, pues se creía que eran corporalmente diferentes de los demás hombres y tenían, entre otros atributos fantásticos, colas y cuernos, despedían un olor fétido o sangraban profusamente, y trataban de paliar tales afecciones mediante el uso ritual de la sangre cristiana. 58 La jerarquía católica, debe señalarse, ha desmentido los cargos por asesinato ritual desde que aparecieron hace más de 850 años, y lo ha hecho incluso en fecha tan reciente como el siglo XX. 59 El miedo provocado por los supuestos asesinatos rituales degeneró en la creencia de un cónclave secreto de judíos poderosos que se reunían periódicamente para decidir el lugar en que habría de cometerse el crimen, escoger al perpetrador y señalar a la víctima. Aquí se halla en forma embrionaria uno de los primeros elementos modernos del mito de la conspiración judía: una asamblea clandestina de judíos malvados. 60 La segunda calumnia en orden de importancia que se propagó contra los judíos de la época era que acostumbraban robar hostias para maltratarlas y denigrarlas, repitiendo ritualmente el crimen del deicidio. Sin embargo, se pasaba por alto nuevamente la contradicción encerrada en el hecho de que los judíos no reconocieran la naturaleza divina de Jesús y rechazaran el dogma de la transubstanciación de las hostias, decretado por el IV Concilio de Letrán. 61 A las hostias martirizadas se les atribuían, lo mismo que a las víctimas de asesinato ritual, cualidades milagrosas y curativas. 57 W. Keller, op. cit., p. 267. 58 Ibídem, p. 268. 59 S. Katz, op. cit., p. 342. 60 L. Poliakov, op. cit., p. 63. 61 H.H. Ben-Sasson, op. cit., p. 572. 23 Al mismo tiempo que se aseguraba que los judíos robaban hostias para profanarlas, se afirmó que uno de sus libros sagrados, el Talmud, contenía supuestas expresiones blasfemas y enseñanzas inmorales. 62 En 1239 se denunció dicho libro ante el papa Gregorio IX, quien emitió una orden para que fueran examinados por miembros de la orden dominica, que ofrecería un dictamen. Del proceso resultó una condena que preveía la confiscación y quema de todos los ejemplares en España, Inglaterra y Francia, pero sólo en esta última se cumplió la sentencia, en 1242. 63 El problema del contenido del Talmud es particularmente importante porque sus repercusiones se extienden hasta bien entrado el siglo XX, con la traducción al inglés de los trabajos del padre lituano Justinas Pranaitis, tituladaThe Talmud Unmasked. The Secret Rabbinical Teachings Concerning Christians. Este libro tuvo un gran impacto en los círculos antisemitas cristianos luego de la segunda guerra mundial, pues revivió la polémica sobre el supuesto punto de vista que los judíos tienen de Jesús, a quien, de acuerdo con Pranaitis, llaman por nombres peyorativos y circunloquios (por ejemplo, “Aquél hombre”, “El hijo del carpintero” y “Que su nombre y su memoria sean borrados”). 64 La controversia por los usos y significados de la palabra “goim”, el papel y último destino de Jesús, la virgen María y los cristianos en general, así como los verdaderos propósitos del judaísmo son algunos de los temas sobre los que The Talmud Unmasked elaboró diversas teorías que pasarían a formar parte del mito de la conspiración judía mundial. El último gran rumor de la época pre-moderna utilizado contra los judíos fue que habían desatado el brote de peste que sacudió a Europa a mediados del siglo XIV. Los antecedentes inmediatos de tal episodio datan de 1321, cuando una comunidad francesa de enfermos de lepra supuestamente envenenó varias fuentes de agua como venganza porque habían sido maltratados. Durante la investigación que siguió, uno de los detenidos confesó bajo torturas que el plan, la orden y el veneno eran judíos y habían venido de España. Posteriormente se arrancó, también mediante torturas, una confesión similar de los judíos detenidos como sospechosos. 65 62 El escritor Paul Johnson cita un ejemplo en el que se denigra a Jesús afirmando que yace en el infierno, sumergido en inmundicia hirviente. Historia de los judíos, op. cit., p. 321. 63 W. Keller, op. cit., p. 271. 64 Luis Barragán del Río, et. al., “El Talmud desenmascarado”, en Cuatro apocalípticos enemigos del mundo, México, (edición privada del autor), 2004, p. 112. 65 W. Keller, op. cit., 285. 24 Casi treinta años después, en medio de la peor epidemia de peste de la Edad Media, se volvió a acusar a los judíos de haber contaminado pozos y fuentes, gracias a una confesión obtenida en Suiza que incluía detalles del modo en que, desde la península ibérica, se había planeado destruir a la cristiandad, esta vez mediante un complot urdido por el rey moro de Granada, confabulado desde luego, con los judíos. 66 Como había sucedido en ocasiones anteriores, las autoridades eclesiásticas y civiles trataron de frenar la violencia antijudía pero fracasaron ante el ímpetu de la multitud. En 1348 el papa Clemente VI declaró que, en vista de que los mismos judíos perecían víctimas de la peste y de que se habían producido enfermos y muertes en lugares donde no había judíos, no podía acusárseles de haber provocado semejante mal. 67 La peste negra y sus consecuencias infundieron vigor a la práctica de los reasentamientos y las expulsiones iniciadas en el siglo XIII en Inglaterra, que se repetirían después en Francia y el Imperio alemán. 1.8 Los judíos españoles del siglo XV y el problema de los conversos A consecuencia de las revueltas antijudías españolas de la baja Edad Media, por primera vez un mayor número de judíos optó por dejarse bautizar en lugar de martirizarse o abandonar los reinos. Inadvertidamente, las autoridades y la población se hallaron frente a la cuestión de los “cristianos nuevos”, libres de los obstáculos que experimentaban los judíos en su vida diaria y podían incluso aspirar a cargos políticos de cierta importancia. Las tensiones aumentaron en 1449 con motivo de una revuelta en Toledo contra las exacciones fiscales, en la que el odio a los conversos —pues algunos se encargaban de la recaudación— se fundió con el odio a los judíos. Se trajo nuevamente a colación la supuesta traición judía a las tropas y autoridades cristianas en el siglo VIII, que habría entregado la península a los conquistadores musulmanes, y se achacaron muchos y variados males a los judíos y a los conversos, que supuestamente se beneficiaban con la explotación y la miseria del pueblo. 68 66 Ibídem, p. 290. 67 H.H. Ben-Sasson, op. cit., p. 577. 68 Joseph F. Pérez, Historia de una tragedia. La expulsión de los judíos de España, Barcelona, Critica, 1995, p. 70. 25 Estos disturbios dieron vigencia y fuerza de ley, por lo menos brevemente, a la preocupación del vulgo por la sinceridad con que los conversos habían aceptado la religión cristiana. Asimismo, dieron expresión a una forma más extrema de esta desconfianza, a saber, que ni siquiera el bautismo podría despojar a los judíos de su esencia naturalmente perversa. El papado condenó esta discriminación y afirmó que el bautizo hermanaba a todos en Cristo. 69 Este fue el origen de la obsesión racista que llevó a la implementación, durante casi cuatro siglos, de los estatutos de limpieza de sangre. Los brotes de violencia españoles fueron una manifestación de ese nuevo temor al fenómeno del judaísmo “infiltrándose” en el mundo cristiano. Las disposiciones tomadas en torno a 1480 por los Reyes Católicos tuvieron como objetivo solucionar el problema de los conversos judaizantes mediante la creación de un tribunal que luchara contra la herejía, tornando tan difíciles las condiciones de vida de los judíos que no les quedara otra opción más que adoptar el cristianismo. En este sentido, la solicitud que hicieron a Roma para instaurar una Inquisición en España y las leyes de 1480 que velaban por una estricta separación física de los judíos en asentamientos especiales fueron la solución a la nueva problemática representada por los conversos a las autoridades españolas. 70 Con la reconquista de Granada, a principios de 1492, los Reyes Católicos dieron un paso más hacia el ideal de unidad que los llevó a iniciar la ofensiva contra los conversos y judíos en la forma de la Inquisición y las leyes de 1480. Tanto Isabel como Fernando negaron actuar guiándose por intereses económicos; con el argumento de defender al cristianismo de la “corrupción y degradación” que suponía su constante contacto con los judíos, firmaron en marzo de 1492 el “Edicto general sobre la expulsión de los judíos de Castilla y Aragón”, que daba los judíos hasta el último día de julio para abandonar el reino o abrazar el cristianismo, bajo amenaza de muerte. 71 Casi ciento cincuenta mil judíos salieron de España y se refugiaron en África, Asia y Europa oriental, con consecuencias similares a las de la expulsión del siglo VII. Llegados a este punto, es necesario detener la crónica del antijudaísmo medieval, en vísperas de la Reforma protestante y el auge del moderno antisemitismo alemán, para comentar los posteriores desarrollos del mito antijudío en su variante racista. 69 Ibídem, p. 71. 70 Ibídem, p. 98. 71 W. Keller, op. cit., p. 318. 26 II. LA CONFORMACIÓN MODERNA DEL MITO: EL ANTISEMITISMO RACIAL La elaboración de la imagen de los judíos como seres pérfidos ya se había consolidado hacia fines de la Edad Media. Para entonces, ocupaban un lugar marginal en las sociedades cristianas, por su número y porque no se les tenía permitido establecerse en cualquier lugar. Sin embargo, la preocupación de que desataran una venganza contra los cristianos debido a la condición social de parias en que se les obligaba a vivir condujo a reelaborar y ahondar en las características negativas de su imagen. Particularmente, se les asoció con movimientos como la Reforma protestante y la causa de los musulmanes en el imperio otomano que invadieron Europa en los siglos XVI y XVII. Ante el auge de los nacionalismos modernos, a los judíos se les caracterizó como elementos extraños que nunca se reconocían como miembros de las comunidades nacionales dentro de las cuales residían. Con la disminución del poderíoeclesiástico para definir las condiciones en las que debían vivir, se les asoció directamente con las fuerzas que pugnaban por estrechar la esfera de influencia cristiana en la vida pública y privada. Conmociones políticas como la independencia de las colonias norte y sudamericanas, la Revolución francesa y el movimiento secular que buscaba la separación entre la Iglesia y el Estado se atribuyeron a maquinaciones judías. El desmoronamiento del antiguo régimen, y con él de la sociedad estamental, proveyó de oportunidades a los judíos para pasar a ser considerados como ciudadanos plenos en sus respectivos países e imperios de residencia, no sin que se temiera que su integración redundara en perjuicio de la sociedad al volverse menos identificables y conservando al mismo tiempo su ―esencia judía‖ nociva. Ante la impresión de que los judíos se habían ―infiltrado‖, se desarrollaron teorías pseudo-científicas para demostrar su pertenencia a una raza diferente e inferior de seres humanos. Con esta nueva interpretación de su esencia alterna se invalidó el bautismo cristiano como medio para eliminar sus características judías indeseables. A la vez, se sumaron a las teorías antijudías la historia y los propósitos mitológicos de las sociedades secretas, sobre todo de los francmasones. La incomprensión y reinterpretación tendenciosa de los orígenes e intenciones de estos últimos se fundieron con la supuesta agenda anticristiana de los judíos, dándole a la masonería el papel de ―brazo armado‖ del judaísmo. 27 En esta etapa final de conformación del antisemitismo moderno o racial, cuyo énfasis está en un nacionalismo racista, con políticas y lenguaje basados en la obsesión por la contaminación y la pureza biológicas, se compendiaron los Protocolos de los Sabios de Sión, libelo antijudío que guió a todos los movimientos que abrazaron el antisemitismo en el siglo XX como política informal y de Estado. En dicho panfleto se pretende exponer un plan fraguado por los judíos para destruir al cristianismo y esclavizar al género humano, por lo que explicar su génesis como una falsificación y una antología de plagios literarios es importante para desmontar su argumento central, el de la conspiración judía. 2.1 El gueto y la era de la Reforma El siglo XVI europeo se correspondió ideológica y socialmente con la última etapa del periodo medieval. Era una ―sociedad pre-moderna‖, de estructura corporativista, basada en el supuesto de la desigualdad natural de los hombres, en la que los judíos gozaban de un estatus legal inferior allí donde se toleraba su presencia. 1 El proceso descrito en este capítulo, el de su gradual integración y asimilación en la sociedad gentil y las reacciones que esto provocó, se entrelaza con el gradual derrumbamiento del régimen feudal y la abolición de privilegios para ciertos estamentos sociales, por ejemplo, el clero. 2 La reclusión obligatoria de los judíos en guetos, primero en la forma de calles y distritos especiales y después como barrios exclusivos y fortificados, durante y después del periodo de las expulsiones (1300 – 1600), tuvo su antecedente inmediato en la práctica judía de solicitar a las autoridades un espacio delimitado y seguro como término para establecerse en ciertas ciudades durante la alta Edad Media. Dicha práctica proporcionaba a los judíos las condiciones óptimas para protegerse de eventuales agresiones físicas, cumplir escrupulosamente sus observancias religiosas y mejorar la eficiencia en la recolección de impuestos a que se veían sometidas sus comunidades. 3 El gueto como imposición surgió de la necesidad de mantener a los judíos separados del resto de la población, pues se temía que el contacto con ellos en la vida cotidiana pusiera en peligro las conciencias y la vida de los cristianos, a pesar del poco interés judío en ganar prosélitos de cualquier tipo. 1 Haim Avni, Judíos en América. Cinco siglos de historia, Editorial Mapfre, Madrid, 1992, p. 17. 2 Víctor Karady, Los judíos en la modernidad europea, Madrid, Siglo XXI de España Editores, 2000, p. 48. 3 Paul Johnson, La historia de los judíos, op. cit., p. 348. 28 Las leyes españolas promulgadas en 1412 y 1480 disponían la exclusión física de los judíos pero no se aplicaron siempre con puntualidad, y la situación de los judíos empeoró notablemente cuando el papa Pablo IV obligó a los judíos de Roma a vivir en un distrito especial (concretamente una calle) y renovó la prohibición de tener esclavos cristianos o dedicarse a otra profesión que no fuera la de comerciantes de ropas viejas. 4 La medida dictada por el Papa que obligaba a los judíos a residir aislados fue una más de las prácticas reaccionarias implementadas por la Iglesia en su intento por contrarrestar la Reforma protestante, que había quebrado la unidad eclesiástica de forma irreversible. Dicho movimiento despertó el interés por la cultura, la historia y el idioma hebreos como herramientas para la revisión de textos antiguos por parte de algunos pensadores reformistas. Estos estudiosos creían en la necesidad de remover a los intermediarios entre el alma cristiana y las Sagradas Escrituras para hacer de éstas un artículo asequible en lenguas vernáculas y eliminar prácticas y dogmas que careciesen de sanción bíblica. 5 A pesar del súbito interés protestante por la historia y la cultura hebreas, este movimiento tenía una notable vena antijudía. El caso de Martín Lutero es particularmente importante porque dos de sus obras más encendidas, De los judíos y sus mentiras y Del inefable nombre de Dios, se fundamentaban en la supuesta corrupción irremediable de los judíos y en la necesidad de lidiar drásticamente con ellos. 6 Las diatribas antijudías de Lutero, extremadamente violentas, se originaron en el rechazo de los judíos a sus intentos por convertirlos masiva y espontáneamente en la década de 1520, e incorporaban todas las difamaciones inventadas en la alta y baja Edad Media, incluso algunas contra las cuales el propio Lutero había prevenido a sus contemporáneos en su época de afición por la cultura hebrea. El interés por el idioma y la cultura hebreos que mostraban los protestantes fue la causa de que se sospechara de los judíos como instigadores del movimiento reformista, a pesar del enorme odio que el mismo Lutero sentía por ellos. 7 Esta acusación, que data de hace por lo menos quinientos años, se repetiría en el futuro y serviría como base para considerar a los judíos como promotores de varias revoluciones y procesos reformistas. 4 León Poliakov, Historia del antisemitismo. De Mahoma a los marranos, Buenos Aires, Proyectos Editoriales, 1988, p. 322. 5 Paul Johnson, Historia del cristianismo, Barcelona, Ediciones B, 2004, p. 362. 6 P. Johnson, La historia de los judíos, op. cit., p. 356. 7 D. J. Goldhagen, Los verdugos voluntarios de Hitler, op. cit., p. 82. 29 La tendencia secular a ver en los judíos elementos corruptores, con una agenda específicamente anticristiana se reforzó, entre otras cosas, gracias a la buena acogida que el Imperio otomano dio a figuras como José Nasi, converso portugués y favorito del sultán Selim II 8 (relaciones de este tipo justificarían la suposición de una alianza judeo-turca en la guerra del siglo XVII contra el Imperio otomano 9 ). Asimismo, la obra de intelectuales como Baruch Spinoza, quien contribuyó a adelantar la ciencia moderna de la crítica bíblica ocasionando en el proceso daños considerables e irreparables a las pretensiones cristianas de unidad y legitimidad histórica, constituye un claro ejemplo del ―poder destructivo del racionalismo judío‖. 10 La desconfianza que con el tiempo llegarían a producir los trabajos críticos de escritores y pensadores judíos se convirtió gradualmente en uno de
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