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UNIVERSIDAD NACIONAL , , 
AUTONOMA DE MEXICO 
FACULTAD DE FILOSOÁA y LETRAS 
COLEGIO DE HISTORIA 
LOS ORíGENES DEL MITO DE LA CONSPIRACiÓN 
JUDíA Y SU REELABORACIÓN EN MÉXICO. 
TESIS 
QUE PARA OBTENER El TíTULO DE : 
LICENCIADO EN HISTORIA 
PRESENTA: 
JOSÉ DE JESÚS GARcíA COLíN 
ASESOR: 
DR. JAVIER RICO MORENO 
MÉXICO D.F. 2011 
 
UNAM – Dirección General de Bibliotecas 
Tesis Digitales 
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respectivo titular de los Derechos de Autor. 
 
 
 
 
 
 
Dedico este trabajo a Catalina Colín y a Jesús García, 
mi madre y mi padre, a quienes debo tanto. 
 
 
 
 
Gracias a Mayra, Adriana, Claudia y Alberto, 
porque sin ellos nada habría sido posible. 
 
 
 
 
Agradezco también a los jurados y a mi asesor, 
porque sin sus valiosos comentarios, su guía, su tiempo 
y su paciencia no habría llevado nada a buen término. 
 
 
 
 
 
 
 
 
Me he dado cuenta de que ésos comen de todo, con tal 
de que sea hermético, con tal de que diga lo contrario 
de lo que han aprendido en los textos escolares. 
UMBERTO ECO, El péndulo de Foucault. 
 
 
La idea de que una “mafia” controla “todos” los espacios 
en el país, incluida la cultura, es característica de la 
sociedad mexicana, siempre dispuesta a creer en 
conspiraciones y en que unos cuantos individuos 
detentan el inmenso poder de planear por anticipado 
las acciones y reacciones de los demás. 
JORGE VOLPI, La imaginación y el poder. 
 
 
E iban matando a todos los judíos que encontraban 
a su paso, y se apoderaban de sus bienes. 
– ¿Por qué a los judíos? – pregunté. 
Y Salvatore me respondió: 
– ¿Por qué no? 
UMBERTO ECO, El nombre de la rosa. 
 
 
Por mí los reyes reinan… 
Proverbios, 8:15. 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 Índice 
 Introducción 1 
I. Los orígenes del mito: el antijudaísmo religioso 10 
1.1 La ruptura entre judaísmo y cristianismo 11 
1.2 El deicidio 13 
1.3 Persecuciones anticristianas 14 
1.4 La cristianización del Imperio romano y su legislación antijudía 16 
1.5 Situación de los judíos en la baja Edad Media: los judíos ibéricos 18 
1.6 Las matanzas de 1096 19 
1.7 Calumnias antijudías en el periodo 1150 – 1350 21 
1.8 Los judíos españoles del siglo XV y el problema de los conversos 24 
II. La conformación moderna del mito: el antisemitismo racial 26 
2.1 El gueto y la era de la Reforma 27 
2.2 La Emancipación de los judíos y la reacción racista 29 
2.3 La situación de los judíos en el Imperio ruso y el origen de los 
Protocolos de los Sabios de Sión 
 
32 
2.4 El papel de la masonería en el mito de la conspiración judía 37 
2.5 La influencia del nazismo y la negación del holocausto 40 
III. El antijudaísmo en México en los siglos XVI al XIX 45 
3.1 Influencia del conflicto imperial entre Inglaterra y España sobre la 
mentalidad antijudía 
 
45 
3.2 Número y supuestas actividades anticristianas de los judíos 
novohispanos 
 
48 
3.3 Reacciones antijudías en el México independiente 52 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
IV. El mito de la conspiración judía en México durante el siglo XX 57 
4.1 Anticlericalismo revolucionario 59 
4.2 El discurso antijudío en el conflicto Iglesia - Estado 
y sus inconsistencias: 1926 – 1929 
 
63 
4.3 Reacciones antijudías a la crisis de 1929: el antisemitismo 
 económico en México 
 
66 
4.4 Elaboración del mito antijudío mexicano en los años veinte 68 
4.5 El antisemitismo de José Vasconcelos 69 
4.6 La “derrota mundial” de Salvador Borrego 75 
4.7 “Traian Romanescu”: Anticomunismo, antimasonería y 
antisemitismo en la posguerra 
 
79 
4.8 El papa de Hitler. Pío XII y la infiltración judía del Vaticano 85 
4.8.1 Antecedentes del Concilio Vaticano II 87 
4.8.2 Reacción contra la Nostra Aetate: el padre 
Joaquín Sáenz Arriaga 
 
88 
4.8.3 Paralelismos entre la obra del padre Sáenz y 
los Protocolos de los Sabios de Sión 
 
90 
4.8.4 El antisemitismo de Joaquín Sáenz Arriaga 95 
4.9 El antisemitismo de Salvador Abascal Infante 96 
 Conclusiones 103 
 Obras consultadas 109 
1 
 
Introducción 
 
El presente trabajo busca explicar los orígenes y comentar las características más 
importantes de un discurso nacionalista específico, según el cual los judíos como conjunto 
son responsables de ―todas‖ las calamidades políticas y económicas. El proyecto original 
consistía únicamente en la revisión de los trabajos de José Vasconcelos que hacen 
referencia a estas ideas, pero las similitudes entre aquellos y la obra de otros escritores 
mexicanos como Salvador Borrego y Salvador Abascal guió la investigación hacia la 
delimitación y descripción del andamiaje teórico y bibliográfico en el que se apoyaron estos 
autores. Cabe señalar que no se pretende atribuir un carácter homogéneo al grupo de teorías 
y a la argumentación compartida por el conjunto de escritores comentados más allá del que 
ellos mismos aportaron al discurso antisemita de la conjura judía al citarse entre sí y 
referirse de forma independiente a las mismas fuentes. 
El objetivo es señalar las convergencias y, en sus casos, las diferencias, entre 
diversos autores que compartían una ideología similar y dieron coherencia y una pátina de 
legitimidad a un conjunto de afirmaciones de corte nacionalista, xenófobo y antisemita 
sobre la historia de México. Para ello, en la medida de lo posible, se ha incorporado al 
análisis de sus textos el referente literario más importante que, implícita o explícitamente, 
ha servido de soporte a todas las teorías antisemitas contemporáneas. Los Protocolos de los 
Sabios de Sión constituyen un elemento fundamental en la conformación de la teoría de la 
conspiración judía no sólo porque en ellos mismos así se afirma —aseveración que por lo 
común se toma de forma literal—, sino también porque lo oscuro de sus orígenes y la 
confusión general que provocan las afirmaciones populares de su supuesta relación filial 
con la masonería y de ésta con el comunismo sostienen al texto como auténtico, y lo que es 
más, como prueba de la veracidad de la malevolencia judía. Por lo tanto, el proceso que 
llevó a la confección de dicho documento es parte fundamental de este trabajo, así como los 
antecedentes que facilitaron el compendioy la difusión masiva de una teoría antisemita 
que, por sencilla, se presenta como legítima y fácilmente digerible. El mito de la conjura 
judía se erige a sí mismo como advertencia y amenaza —una declaración de guerra, si se 
quiere— al cristianismo, a su sistema de valores y a sus pretensiones teológicas de unicidad 
y hegemonía en los planos terrenal y espiritual. 
2 
 
El que libros como los Protocolos y autores influenciados por ellos afirmen 
específicamente que ―el judaísmo‖ busca destruir a los cristianos y a su Dios es el punto de 
partida en el que se ubican los orígenes de la demonización antisemita, que se sigue de 
forma cronológica desde la separación de ambas religiones a través de su pugna por la 
posesión legítima del legado literario, histórico y escatológico del judaísmo. 
La revisión parcial de las vicisitudes más importantes en la historia de las relaciones 
entre el judaísmo y el cristianismo que se hace en la primera parte de este trabajo tiene la 
finalidad de señalar los puntos de fricción entre ambas religiones, poniendo énfasis en los 
malentendidos que a pesar de su heterogeneidad y diversidad temporal y espacial se 
aglutinaron en una interpretación particular de la historia. Así, la forma en que esta 
elucidación tendenciosa de los acontecimientos mundiales proveyó de argumentos a los 
escritores antisemitas contemporáneos para afirmar la existencia de ―una‖ conspiración 
judía, milenaria e ininterrumpida, consistente con supuestos patrones de la historia 
universal como prueba de que los judíos han estado detrás de ―todas‖ las guerras, pestes, 
revoluciones y crisis económicas de las que se tenga noticia, es la médula de los dos 
primeros capítulos de este trabajo. La crónica de la tergiversación de los intercambios 
culturales entre el judaísmo y el cristianismo europeos se deja de lado en el tercer capítulo 
para abordar la prehistoria de la situación correspondiente y específica en el ámbito 
nacional, concretamente en el escenario novohispano. Aquí, la finalidad es poner de 
manifiesto el peso del bagaje ideológico antijudío que aportó el cristianismo a la formación 
de la nueva sociedad, en la que había poquísimos judíos —si los hubo en absoluto— para 
comentar la forma en que se dieron en un caso de ―antisemitismo sin judíos‖ las dos 
variedades de antijudaísmo tradicional y antisemitismo moderno en el ámbito nacional. 
El segundo objetivo del tercer capítulo es empezar a desarrollar el cuerpo de 
afirmaciones específicamente mexicanas sobre el que posteriormente descansaría la versión 
nacional del mito de la conjura judía. A ésta se incorporan también los elementos 
antimasónicos europeos contemporáneos que revistieron con un carácter negativo a figuras 
políticas y literarias que no necesariamente tenían una filiación masónica activa y 
determinante, como Valentín Gómez Farías, Francisco Zarco, Ignacio Ramírez, Benito 
Juárez y Porfirio Díaz, aunque varios de ellos sí tenían relaciones con logias masónicas o 
pertenecían a alguna. 
3 
 
El cuarto capítulo es una revisión de los sucesos nacionales entre 1920 y 1980 que 
se leyeron en la clave de la conspiración judía, más tarde incorporados selectiva y 
tendenciosamente en la obra de cinco escritores cuyos trabajos específicamente antisemitas 
se someten a un somero análisis historiográfico con la finalidad de estudiar la influencia 
que panfletos como los Protocolos y la carga del discurso público antijudío tuvieron para su 
formación intelectual, política y religiosa. Los trabajos y los autores escogidos se 
seleccionaron tomando en cuenta el perfil intelectual y el peso político, en los casos de José 
Vasconcelos y Salvador Abascal; la escasa información sobre la probable verdadera 
identidad de Traian Romanescu –tal vez el jalisciense Carlos Cuesta Gallardo–, autor de 
tres obras antisemitas publicadas en México; y finalmente, las filiaciones antimasónicas, 
anticomunistas y sobre todo, pro-nazis de Joaquín Sáenz Arriaga y Salvador Borrego, 
siendo los comunes denominadores a todos, en mayor o menor medida, un cristianismo 
ferviente y la devoción nacionalista, aunados a formas de antisemitismo que se 
corresponden con las vertientes religiosas o raciales examinadas en los capítulos I y II. 
Dos de los objetivos provisionales manejados durante la elaboración de este trabajo 
fueron, por un lado, la incorporación de las teorías antisemitas producto del nacionalismo 
árabe al discurso de la conjura judía en su vertiente mexicana, y por el otro, el estudio de la 
posibles similitudes entre ésta última y la retórica anticomunista de las cúpulas militares 
sudamericanas, como la empleada por el ex dictador Jorge Rafael Videla, por ejemplo, al 
referirse a "una guerra interna con profundas raíces ideológicas y alentada desde el 
exterior", y afirmar que "los enemigos de ayer están en el poder y desde él intentan 
establecer un régimen marxista, a la manera de Gramsci […]‖.* Ambos objetivos, sobre la 
inclusión en el trabajo de comentarios y análisis acerca de los posibles paralelismos entre el 
discurso antisemita de corte nacionalista árabe, la retórica anticomunista de las dictaduras 
sudamericanas y la versión nacional, producida en México, del mito de la conspiración 
judía, se dejaron de lado por motivos de concisión y disponibilidad de fuentes al respecto. 
Establecer los orígenes históricos del discurso antisemita, así como la descripción y 
comentario de su variante nacional, mexicana, se convirtieron en último término en los dos 
objetivos principales. 
 
* ―Se asume Rafael Videla responsable de crímenes políticos en dictadura‖, La Jornada, 22 de diciembre de 
2010. 
4 
 
Los autores comentados en este trabajo (Salvador Borrego, Salvador Abascal, José 
Vasconcelos, Carlos Cuesta Gallardo y Joaquín Sáenz Arriaga) se han ubicado a la extrema 
derecha del espectro político debido a su especial interés por mantener el statu quo en los 
órdenes religiosos y sociales e incluso revertir éstos a lo que se supone una época no 
mancillada de la historia nacional, en la que las influencias judías no habían comenzado a 
desmembrar el país. Su indignación, de la que nacen sus obras, se debe a lo que perciben 
como asaltos de la modernidad que ponen en riesgo, de acuerdo con ellos, un orden de 
cosas que debiera ser inmutable debido a que ha sido dictado por la divina Providencia. 
Sin embargo, durante la revisión de esta tesis, el profesor Pablo Yankelevich señaló 
la existencia de otra corriente de antisemitismo en México no menos importante que la 
abordada aquí, pero enarbolada desde el extremo opuesto del espectro político, es decir, 
desde la izquierda. El caso concreto se trata de las opiniones y ataques antijudíos expuestos 
en las columnas del diario capitalino mexicano La Jornada por el especialista en relaciones 
internacionales Alfredo Jalife-Rahme, responsable por lo que bien podría considerarse 
como una visión enajenada de la geopolítica contemporánea, dominada por empresas, 
inversionistas, medios de comunicación e intereses netamente judíos. 
Siguiendo parte de los patrones compartidos por el resto de los autores aquí 
analizados, Jalife-Rahme hace hincapié en los orígenes étnicos de las personas a quienes 
critica, señalando en cada caso y sin falta los dos apellidos para enfatizar su ascendencia 
judía. Blanco de esta práctica han sido, entre otros, los académicos mexicanos ―Enrique 
Krauze Kleinbort‖, ―Jorge Castañeda Gutman‖, ―Alejandro Frank Hoeflich‖ y ―Arnoldo 
Kraus Weisman‖, que intentaron sin éxito debatir con él la a todas luces antisemita, por no 
decir prejuiciada y racista tónica de sus escritos en La Jornada. 
Entre las acusaciones más graves lanzadas por Jalife-Rahme a los judíos como 
conjunto se cuenta la ―probable‖ responsabilidad por los atentados terroristas de noviembre 
de 2008 acaecidos en Bombay, India, en los que fallecieron 173 personas. Al respecto, se 
plantearetóricamente en una de sus columnas: ―¿Propició la banca israelí-anglosajona la 
carnicería de Bombay con el fin de repatriar los capitales a Estados Unidos y revaluar 
artificialmente el dólar?‖.
1
 
 
1
 Alfredo Jalife-Rahme, ―Las guerras de Obama, Ambrose Evans-Pritchard y Robert Gates‖, La Jornada, 7 de 
diciembre de 2008. 
5 
 
A pesar de señalar de forma muy clara a ―la banca israelí-anglosajona‖ (cualquier 
cosa que eso sea) como probable responsable de la matanza de Bombay, Jalife-Rahme 
acusa a los judíos en su conjunto porque en otro de sus textos hace referencia a ―las 
comunidades judías‖ y a su ―gran responsabilidad en depurarse y de no dejar a sus peores 
genocidas globales sueltos (financieros y militares). De lo contrario pecarán de 
complicidad.‖
2
 Asimismo, aprovecha para afirmar que tanto la crisis económica de 2008 
como la estafa financiera de Bernard Madoff se vieron precedidas por sendos traspasos (o 
repatriaciones, de acuerdo él) de 400 mil millones y 100 mil millones de dólares a Israel;
3
 
por último, achaca también a los israelíes la autoría y financiamiento de las revueltas en el 
mundo árabe de principios de 2011. La irresponsabilidad por aseveraciones de este tipo no 
puede sino agravarse frente a la contundente demostración que hizo el historiador y 
profesor de ciencias políticas Adolfo Gilly de los dudosos métodos y fuentes con los que 
procede Alfredo Jalife-Rahme. En primer lugar, probó que este último recurre al 
impresentable expediente de citarse a sí mismo (sus propias columnas en La Jornada) 
creando innumerables referencias circulares en sus textos. Por si esto fuera poco, demostró 
que varias de las fuentes de información a las que recurre para sustentar sus inverosímiles 
afirmaciones proceden de sitios como el periódico satírico británico The Spoof, que 
apostilla sus notas paródicas con la nota: ―La historia precedente es una sátira o una 
parodia. Es totalmente inventada.‖ (traducción de Adolfo Gilly).
4
 
El aura de rigor y erudición académica que rodea los textos de Alfredo Jalife-Rahme 
se basa tanto en su incuestionable capacidad para estructurar argumentos aparentemente 
sólidos –basados, como ya se vio, en un pésimo trabajo de investigación– como en su 
obsesión por los calificativos del tipo ―megaespeculador cosmopolita‖, ―megaespeculador 
húngaro-angloestadounidense‖, ―superestratega‖, ―sefardita franco-andaluz‖, ―unilateralista 
recividista‖, ―neoconservador straussiano‖, ―israelí-estadounidense‖, ―neofascistas 
neoliberales iberoamericanos‖, ―internacional neofascista neoliberal‖ y ―neoliberales 
monetaristas centralbanquistas‖. Como se ve, este periodista recurre a tildar de judíos a 
todos a quienes critica y a culpar a Israel, en contubernio con los Estados Unidos, de todas 
las crisis políticas y financieras, que es lo que le da popularidad a sus escritos. 
 
2
 Alfredo Jaliffe RAhme, ―Respuesta de Jaliffe Rahme‖, en La Jornada, 26 de junio de 2002. 
3
Alfredo Jaliffe RAhme, ―¿Seré antisemita, en verdad?, en La Jornada, 21 de diciembre de 2008. 
4
 Adolfo Gilly, ―Sobre un desplegado y su respuesta‖, en La Jornada, 21 de diciembre de 2008. 
6 
 
Una muestra más de la falta de seriedad con la que se conduce este autor puede 
hallarse en su acusación al ―dúo Frank-Kraus‖ –los investigadores Alejandro Frank y 
Arnoldo Kraus– por ―definir de forma unilateral su interpretación sectaria‖ del término 
―cosmopolita‖, que como bien le señalaron aquellos en respuesta a una de sus columnas, 
fue ―históricamente utilizado en forma peyorativa contra el pueblo judío‖.
5
 Haciendo gala 
de purismo respecto al significado de las palabras, Jalife-Rahme objeta que para él dicho 
término quiere decir ―desintegrador de Estados-nación‖, que es precisamente de lo que se 
ha acusado a los judíos desde que aquellos existen; en el mismo tenor, define al 
antisemitismo como una reacción ―contra los excesos individuales o grupales de radicales 
judíos‖ y una denuncia de ―la arrogancia del poder financiero y militar, provenga de donde 
provenga, que está tratando de llevar a la humanidad a varios holocaustos‖. 
Al mismo tiempo que pregona estas definiciones prejuiciadas de antisemitismo 
como una reacción, denuncia o ―legítima defensa‖ –que por lo demás, no difieren en gran 
medida de lo que al respecto opinaba el nacionalsocialismo en los años treinta, o para 
referir un caso más inmediato, de lo expuesto por el padre Joaquín Sáenz Arriaga, que se 
analiza en el cuarto capítulo de este trabajo–, al mismo tiempo, decíamos, se indigna ante 
quienes lo califican de antisemita, argumentando que no puede serlo ―por ser triplemente 
semita‖ debido a su ascendencia libanesa. Con ello, en primer lugar da a entender que 
antisemitismo sí se refiere, de acuerdo con él, a una acción (defensa, denuncia) contra los 
judíos en particular, para luego desdecirse y afirmar que antisemitismo viene a significar el 
lanzamiento de invectivas prejuiciosas contra ―todos‖ los pueblos de origen semítico, 
incluidos los árabes, algo de lo que no puede acusársele justamente. 
Los revoltijos conceptuales, la insistencia en calificar al antisemitismo de actitud 
defensiva, el señalamiento de la ascendencia judía de sus interlocutores y de las principales 
figuras en las escenas políticas y financieras internacionales, así como el descuidado y 
tendencioso ejercicio de investigación de Alfredo Jalife-Rahme lo ubican como uno de los 
escritores contemporáneos mexicanos que suscriben el mito de la conspiración judía. Por lo 
demás, el carácter inmediato y laico de su trabajo periodístico lo excluyen como objeto de 
estudio de esta tesis, sin que se elimine la posibilidad de comentarlo y analizarlo a 
profundidad en otro momento y lugar. 
 
5
 ―Respuesta de Frank y de Kraus‖, El Correo Ilustrado, La Jornada, 19 de abril de 2007. 
7 
 
Finalmente, debe comentarse que la estructura de este trabajo, compuesta de dos 
partes que representan, respectivamente, la reconstrucción histórica de un discurso 
específico y el análisis de las consecuencias que dicho discurso tuvo en la práctica –en este 
caso concreto como catalizador del antisemitismo en cinco escritores mexicanos–, debe 
mucho a los dos primeros libros del politólogo estadounidense Daniel Jonah Goldhagen, 
Los verdugos voluntarios de Hitler y La Iglesia católica y el holocausto. Desde la 
publicación del primero, en 1996, su autor ha sido objeto de críticas por haber adelantado lo 
que se considera una explicación ―monolítica‖ del holocausto, basada en la suposición de 
que una variante ―específicamente‖ alemana de antisemitismo (que puede rastrearse, de 
acuerdo con Goldhagen, por lo menos hasta mediados del siglo XVI) habría sido la 
culpable de un movimiento irrefrenable que englobó, a-históricamente, de acuerdo con sus 
críticos, al racismo völkish de finales del siglo XIX y principios del XX, al nacionalismo 
alemán de la misma época y al antisemitismo producto del movimiento emancipatorio 
europeo posterior a la Revolución francesa. Siguiendo a Goldhagen, esta especie de proceso 
―inevitable‖, habría desembocado en las políticas del régimen nazi que hicieron posible el 
holocausto judío de 1942 - 1945. 
El artículo crítico de corte revisionista ―The Controversy That Isn’t. The Debate 
over Daniel J. Goldhagen’s Hitler’s Willing Excutioners in comparative perspective‖, de 
Gavriel D. Rosenfeld, señala varios de los problemas que presenta la tesis central de que 
exista una variable especialmente virulenta de antisemitismo alemán, postulado en el que 
asimismo se basa la teoría –en alemán Sonderweg– que aboga por el particularismo 
determinista que condena a la historia alemana a estar ―predestinada‖ a ofrecer una 
resistencia especial al desarrollo de sistemas de gobierno democráticos,lo que en último 
término habría hecho posible el ascenso de los nazis al poder y la puesta en práctica de su 
programa antijudío. A este respecto, como prueba de que el antisemitismo alemán no era el 
único con tendencias ―eliminacionistas‖, Rosenfeld cita los ejemplos de ciudadanos 
provenientes de Luxemburgo, Lituania, Ucrania y Rumania que con igual o mayor fruición 
que sus contrapartes alemanes de los Einzatsgruppen se entregaron a masacres de judíos 
durante la segunda guerra mundial.* 
 
*Gavriel D. Rosenfeld, ―The Controversy That Isn’t. The Debate over Daniel J. Goldhagen’s Hitler’s Willing 
Executioners in comparative perspective‖, Holocaust. Critical Concepts in Historical Studies, vol. VI, The 
End of the Final Solution and Its Aftermaths, 2004, New York, Routledge, p. 351. 
8 
 
Reconociendo la multiplicidad de causas que llevaron a los nazis al poder, entre las 
que destacan el descontento general con la política partidista de la República de Weimar, 
las crisis económicas de la primera posguerra (agravadas por la inflación de 1923 - 1924 y 
la Gran Depresión de 1929 - 1933), los justificados sentimientos de ultraje al honor 
nacional ante las cláusulas de culpabilidad exclusiva por la guerra y las sanciones 
económicas impuestas por el Tratado de Versalles, la ocupación de territorios alemanes por 
los franceses y la cesión de otros a Polonia, el debilitamiento del ejército mediante la 
reducción de sus efectivos y las prohibiciones para desarrollar sus fuerzas aéreas y navales, 
deben admitirse algunas de las críticas que señalan a los argumentos de Goldhagen como a-
históricos, simplistas, reduccionistas y mecanicistas. Sin embargo, este trabajo suscribe su 
razonamiento principal de que sólo una deshumanización progresiva y radical de los judíos 
pudo haber llevado a su eliminación sistemática. 
La falta de coherencia propia de la teoría que aboga por el Sonderweg no invalida, 
desde el punto de vista de este trabajo, la tesis de que la satanización de los judíos –en este 
caso, no debida a las características particulares de lo que se supone es ―la historia 
alemana‖, sino a la idealización negativa que de ellos hizo el cristianismo y a la sanción 
divina que se pretende legitima ese proceso– es responsable no solo del intento de 
exterminio a manos de los nazis, sino del señalamiento genérico de los judíos como 
enemigos de la humanidad y autores de lo que se supone un plan para ―dominar al mundo‖. 
Otra de las controversias suscitadas por la publicación de los libros de Goldhagen se 
centró alrededor de su supuesta agenda antialemana y anticatólica. La primera de estas 
críticas se basa el retrato poco amable que hace de los autores de matanzas judías en el Este 
de Europa, a los que de acuerdo con su investigación, animaba un tipo especialmente 
virulento de antisemitismo que él llama ―eliminacionista‖ y que de acuerdo con él explica 
satisfactoriamente la facilidad con que podían fusilar a quemarropa a hombres, mujeres y 
niños. Al mismo tiempo, el estudio que realiza de los casos excepcionales de soldados que 
se negaron a matar y no sufrieron represalias de sus superiores, en claro contraste con los 
que se entregaban de forma voluntaria a la ejecución de matanzas, concede una dimensión 
moral y volitiva a las acciones de los perpetradores (que es, a fin de cuentas, el objeto de 
sus trabajos) y ataja los señalamientos de sus críticos de elaborar una nueva teoría de la 
―culpabilidad colectiva‖ del pueblo alemán, al que en definitiva no condena en su conjunto. 
9 
 
La segunda de las críticas a Goldhagen arriba mencionadas, la de seguir una 
supuesta agenda anticatólica, tiene que ver con su señalamiento del material netamente 
antijudío en los evangelios de Mateo, Marcos, Lucas y Juan, lo que le ha valido un 
comentario por parte del historiador mexicano Jean Meyer, de acuerdo con el cual el 
politólogo estadounidense pretende la supresión canónica de 450 versículos antisemitas.
6
 
Asimismo, el retrato poco amable que hace de Pio XII en La Iglesia católica y el 
holocausto (2002) como una figura débil y a veces siniestra, que no hizo todo lo habría 
cabido esperar de él dada su encumbrada posición de líder espiritual en una institución que, 
de acuerdo con su propia doctrina, se arroga el monopolio del ejercicio de la moral, 
contribuyó a que se calificara su libro de franco ataque contra la Iglesia. Al respecto, el 
hecho de que el propio Goldhagen sea de ascendencia judía ha producido la impresión de 
una parcialidad antirreligiosa que no es tal. 
Las investigaciones sobre el papel del Vaticano y sus relaciones con el nazismo 
durante la segunda guerra mundial vieron un momento álgido con la publicación en 1999 
de El papa de Hitler, del investigador católico John Cornwell. Desde entonces, se ha 
abordado el tema siguiendo dos líneas principales, contrapuestas: por un lado, títulos como 
El mito del papa de Hitler, escrito por un rabino, abogan no sólo por la inocencia de Pío 
XII como colaborador de los nazis, sino también por la difusión de sus muchas acciones y 
protestas que llevaron a la efectiva salvación de varios cientos de judíos. Por el otro, obras 
como La Iglesia católica y el holocausto se muestran sumamente críticas, adelantando 
suposiciones que van desde la anuencia a la colaboración activa con el nacionalsocialismo. 
Con la somera revisión de este debate historiográfico, aquí nos limitamos a señalar 
que los reclamos por lo que se considera una actitud pusilánime –y a veces francamente 
antisemita– del papado durante la segunda guerra mundial hicieron que éste fuera visto 
como ―de mano dura‖ en la cuestión judía, lo que le valió el aplauso de quienes veían con 
buenos ojos que ―no se hiciera nada‖ en auxilio de los judíos europeos, que de acuerdo con 
la misma y torcida lógica bien merecido se tenían lo que les acontecía. En ningún momento 
hacemos nuestras las acusaciones enderezadas contra la figura de Pío XII o contra el 
Vaticano ―por no actuar‖ y puntualizamos que dicha postura pertenece solamente a una 
facción de los participantes en el debate historiográfico que nos ocupamos de reseñar. 
 
6
 Jean Meyer, ―La Shoa y el campo de batalla historiográfico‖, Istor, año IV, núm. 13, 2003. 
10 
 
 
I. LOS ORÍGENES DEL MITO: EL ANTIJUDAÍSMO RELIGIOSO 
 
El antisemitismo u odio a los judíos tiene sus orígenes en las doctrinas y enseñanzas 
cristianas que buscaron diferenciarlos y apartarlos de un proyecto universal de salvación. El 
momento fundamental de esta ruptura se encuentra en el mito del deicidio, es decir, en las 
acusaciones por el asesinato de Jesús, acto del que se quiso hacer responsables a los judíos 
contemporáneos y a los de todas las épocas. En el estigma de esta culpabilidad colectiva se 
basó la condición socio-jurídica inferior que los judíos tuvieron en la sociedad cristiana 
medieval y la percepción que de ellos se tenía como elementos extraños, malignos y 
sobrenaturales, propiciando una serie de prácticas que delinearon de forma indeleble el 
concepto negativo de judío, incluso hasta la actualidad. En este concepto se incluyeron la 
atribución de características mágicas, poderes sobrehumanos, fisionomías animales e 
intenciones criminales, como el envenenamiento de pozos y los asesinatos rituales. 
Las prácticas implementadas para lidiar con el supuesto carácter nocivo de los 
judíos fueron la legislación prohibitiva, la señalización con marcas en la ropa, el 
aislamiento en guetos y finalmente la expulsión, que se generalizó entre los siglos XIII y 
XV. Las nociones de que los judíos no tienen patria, de que odian a los cristianos y tratan 
de dañarlos siempre que pueden, así como de su supuesto poder económico ilimitado, se 
originaron en la época comprendida entre los siglos I y XV porque el conflicto teológico, 
político y económico con el cristianismo originado en laseparación de ambas religiones 
determinó el papel de los judíos como enemigo universal. Estas sospechas sobre la 
criminalidad de los judíos como colectividad se incorporaron de forma más o menos 
coherente y sistemática, a medida que el cristianismo perdió hegemonía política luego de la 
Edad Media, en una serie de teorías sobre la historia de las vicisitudes económicas y 
políticas universales que los suponía detrás de un plan coordinado para subyugar a los 
pueblos cristianos. Los primeros elementos de esta mentalidad se delinearon con base en la 
imagen de los judíos como traidores al plan divino, imagen que más tarde se extrapolaría a 
la de enemigos de la sociedad en su conjunto. Ya en esta primera etapa, a pesar del carácter 
oprimido y minoritario de las comunidades judías, se las suponía enormemente peligrosas 
para la cristiandad como elementos corruptores con una agenda específica. 
 
11 
 
 
1.1 La ruptura entre judaísmo y cristianismo 
 
El antijudaísmo tradicional o religioso nació como resultado de las controversias teológicas 
que en los siglos I a IV d.C. formalizaron la escisión de una secta originalmente judía que 
se convirtió en lo que hoy día se conoce como cristianismo. Al principio, éste constituía 
una de las más de veinte variedades de culto judaico que por entonces se observaban en lo 
que ahora es Medio Oriente.
1
 En este escenario de controversias sobre el ritual, la teología 
y la política judías del siglo I d.C., el cristianismo se distanció cada vez más de la religión 
judía en cuyo seno se había originado. 
El “rescate de la secta de Jesús”, gracias a la obra misionera y doctrinal de Saulo de 
Tarso o San Pablo, proveyó de dinamismo y originalidad a un movimiento que, luego del 
episodio de la crucifixión, corría el riesgo incesante de volverse a fundir con sus raíces 
judías.
2
 Ambos cultos se hallaban aún tan estrechamente relacionados entre sí que habrían 
de transcurrir más de doscientos años —periodo en que se definieron los dogmas cristianos 
básicos— antes de que la Iglesia cristiana, luego de suprimir varias corrientes heréticas en 
su interior, completara la ruptura de sus vínculos con el judaísmo.
3
 En ese lapso los 
cristianos pasaron de ser un grupo que, considerándose judío aún, se tenía por testigo del 
Mesías profetizado en los libros de la Biblia hebrea a otro que se percibía a sí mismo como 
uno nuevo y esencialmente diferente de los judíos. Hacia la segunda mitad del siglo I, dicha 
conciencia de novedad y unicidad ya había empezado a gestarse y los elementos de la 
retórica empleada para señalar el contraste entre los miembros de la nueva congregación y 
aquellos que se negaban a abrazarla comenzaron a volverse hostiles. En particular, nació y 
cobró fuerza y mordacidad la idea de que el cristianismo invalidaba al judaísmo, por lo que 
la persistencia como tal de este último constituía un “desafío sacrílego”.
4
 
La virulencia de las expresiones antijudías se intensificó drásticamente en cuanto los 
cristianos se vieron a sí mismos como depositarios y herederos legítimos de un favor divino 
que los judíos, al mostrarse indignos de Dios por haberle rechazado en la forma de Jesús, 
 
1
 Paul Johnson, Historia del cristianismo, Barcelona, Ediciones B, 2006, p. 29. 
2
 Ibídem, p. 93. 
3
 Steven Katz, The Holocaust in Historical Context. The Holocaust and Mass Death Before the Modern Age, 
New York, Oxford University Press, 1994, p. 249. 
4
 Daniel J. Goldhagen, Los verdugos voluntarios de Hitler. Los alemanes corrientes y el holocausto, México, 
Taurus, 2005, p. 79. 
12 
 
 
habían perdido para siempre.
5
 El término “teología de la sustitución” se refiere a este 
convencimiento cristiano de haber reemplazado al judaísmo, nulificando la validez de su 
teología y, con ella, su razón de ser.
6
 Dicho concepto engloba los procesos de expoliación y 
expropiación de la historia, la teología y los libros sagrados de los judíos, por los cuales 
éstos pasaron a convertirse en una mera prefiguración del cristianismo. Esta apropiación del 
legado judío contenía implícitamente la noción de su inferioridad y subordinación respecto 
de la nueva religión, que transformó ese legado y le asignó un papel necesariamente 
preliminar en la escatología cristiana.
7
 
A partir de mediados del siglo I d.C., con la redacción de los evangelios que luego 
serían considerados canónicos, los judíos como colectividad fueron paulatinamente 
transformados en una abstracción teológica que simbolizaba la oposición total al Dios 
cristiano:
8
 caricaturizados más allá de toda proporción, dejó de concebírseles como meros 
seres humanos.
9
 En este sentido, expresiones como las del Evangelio de Juan, en el que se 
hace decir a Jesús: “Ustedes [los judíos] tienen por padre al diablo” (Jn. 8:44) cimentaron 
una imagen meta-humana y atemporal, pero sobre todo de índole satánica, que revistió a los 
judíos con las intenciones y las características del supremo oponente escatológico de Dios, 
es decir, del Anticristo.
10
 El concepto de alteridad judía terminó por concretarse basado en 
la obstinación con que se negaban a aceptar las revelaciones cristianas y para tal efecto 
poco importaba si eran ignorantes —“incapaces” de acercarse a Dios— o, por el contrario, 
“pérfidos” y “rebeldes”, es decir, si reconocían el aparentemente inobjetable carácter 
mesiánico de Jesús y aun así le rechazaban de forma consciente.
11
 
 En última instancia, la dicotomía que con el tiempo llegó a establecerse entre la 
divinidad cristiana y el judaísmo gira alrededor del concepto clave que marcó y definió 
irreversiblemente el carácter criminal de este último, pues los judíos, al oponerse a Dios en 
la forma de Jesús, no sólo le habían rechazado, también le habían asesinado. 
 
 
5
 Raúl González Salinero, El antijudaísmo cristiano occidental. Siglos IV - V, Madrid, Trotta, 2000, p. 15. 
6
 Daniel J. Goldhagen, La Iglesia católica y el holocausto, Madrid, Taurus, 2002, p. 85. 
7
 R. González Salinero, op. cit., p. 222. 
8
 Daniel J. Goldhagen, Los verdugos voluntarios de Hitler, op. cit., p. 79. 
9
 R. González Salinero, op. cit., p. 166. 
10
 Ibídem, p. 137. 
11
 S. Katz, op. cit., p. 242. 
13 
 
 
1.2 El deicidio 
 
Jesús fue crucificado por los romanos y en cumplimiento de la ley romana. Sin embargo, en 
el ámbito político, sus prédicas y mensaje le causaron problemas en primer lugar con los 
sacerdotes saduceos que oficiaban en el Templo de Jerusalén, para quienes todo el que se 
considerase (o fuera considerado por sus discípulos) como el Mesías era un obstáculo en 
sus relaciones con las autoridades romanas, dado que la agitación mesiánica fácilmente 
podía promover brotes de nacionalismo e insurrección armada. En lo que toca al contenido 
doctrinal, el mensaje de Jesús chocó inevitablemente con el carácter legalista del culto judío 
al sugerir una teoría de la justificación, la de la gracia, que hacía de la Ley y de Dios como 
jueces supremos conceptos automáticamente obsoletos.
12
 
Las tradiciones orales recogidas en los evangelios representaron a Poncio Pilatos, el 
procurador romano de Judea, como un verdugo pasivo que dejó la responsabilidad directa 
por la muerte de Jesús a “los judíos” de la época. De modo particular, los evangelios de 
Marcos y Juan enfatizan el papel activo de aquéllos en la crucifixión, el primero recogiendo 
el improbable y ficticio clamor popular: “Que su sangre caiga sobre nosotros y sobre 
nuestros hijos” (Mt. 27:25) y el segundo señalando la relación entre los judíos y el diablo 
(Jn. 8:44) misma que explica su pretendido carácter homicida (Jn.19:06).
13
 A los ojos 
cristianos, los judíos sellaron para siempre su esencia alterna (a-humana y anti-humana) 
con ese acto supremo de rebeldía y desobediencia, pues no sólo le dieron la espalda a Dios, 
tambiénse atrevieron a tomar a su hijo y matarle. De semejante insolencia surgió la base 
para la posterior consideración del judaísmo como irredimible, rebelde y esencialmente 
criminal.
14
 Los miembros de dicha religión se convirtieron automáticamente en enemigos 
tanto de la divinidad como de los hombres,
15
 pues al identificar al cristianismo como 
revelación suprema, definitiva e inapelable, todo lo que se hallara fuera de él —y más aún, 
lo que se le opusiera— constituía una afrenta intolerable contra Dios y sus designios, que 
debía, por todos los medios, corregirse o anularse.
16
 
 
 
12
 P. Johnson, op. cit., p. 50. 
13
 S. Katz, op. cit., p. 248. 
14
 R. González Salinero, op. cit., p. 163. 
15
 S. Katz, op. cit., p. 259. 
16
 R. González Salinero, op. cit., p. 144. 
14 
 
 
1.3 Persecuciones anticristianas 
 
El cristianismo no se convirtió en la religión oficial del Imperio romano hasta el siglo IV 
d.C. y durante sus primeros trescientos años de vida, antes de hacerse con el aparato 
legislativo y judicial del Imperio e identificar sus intereses con los del Estado, tuvo que 
soportar represiones y violencias similares a las que luego infligiría sobre otras religiones.
17
 
La primera ocasión en que las autoridades romanas se volvieron contra los cristianos fue 
durante el reinado de Nerón, quien en 64 d.C. los culpó del incendio en Roma, aunque debe 
aclararse que no fueron hostigados con motivo de su fe, sino simplemente inculpados y 
castigados como delincuentes comunes.
18
 La pequeña comunidad cristiana de Roma había 
levantado sospechas de traición y rebeldía al negarse a participar en los cultos cívicos que 
se consideraban obligatorios para los todos los ciudadanos, al mismo tiempo que se 
identificaba como un grupo distinto de los judíos, a quienes sí se les tenía permitido 
excusarse de participar en tales ritos.
19
 
Los eventos militares y políticos relacionados con la ocupación romana de Judea al 
tiempo de la persecución orquestada por Nerón influyeron de manera indirecta para hacer a 
los cristianos aún más visibles a los ojos de las autoridades romanas. A partir de 44 d.C. el 
gobierno romano en esa región volvió cada vez más opresiva la situación para los locales, 
disgustados con la ocupación militar y las constantes vejaciones religiosas. La situación se 
volvió insostenible con motivo de las demandas impuestas sobre el tesoro del Templo de 
Jerusalén.
20
 En 73 d.C., con el suicidio de casi mil zelotas durante el sitio de Masada, se dio 
por terminada la contienda y se obligó a los judíos de todo el Imperio a cargar con la 
responsabilidad por la guerra y a pagar en impuesto el tributo que anteriormente se 
destinaba al Templo.
21
 
 
 
17
 R. González Salinero, op. cit., p. 70. 
18
 Jonathan Kirsh, Dios contra los dioses. Historia de la guerra entre monoteísmo y politeísmo, Barcelona, 
Ediciones B, 2006, p. 114. 
19
 Ibídem, p. 116. 
20
 Werner Keller, Historia del pueblo judío. Desde la destrucción del Templo al nuevo Estado de Israel, 
Barcelona, Omega, 1994, p. 71. 
21
 Ibídem, p. 77. 
15 
 
 
La derrota en la guerra contra Roma (66 - 73 d.C.) marcó el comienzo de un 
retraimiento del mundo judío en general. Dicha contracción implicó un rechazo del 
nacionalismo y la violencia propios del extremismo zelota y la creación de instituciones 
congregacionales como el rabinato y la sinagoga, fundamento de la vida judía durante toda 
la Edad Media.
22
 Fue en ese momento, luego del avasallamiento político y militar sufrido a 
manos de los romanos, que el judaísmo se volvió sobre sí mismo y el cristianismo 
intensificó su labor proselitista.
23
 Luego de la catástrofe militar de 70 d.C., las autoridades 
judías condenaron al cristianismo como herejía.
24
 Esta declaración se convirtiría en una de 
las bases para suponer que todos los judíos odiaban fanáticamente al cristianismo.
25
 Se 
creía que tal odio los había impulsado a tomar parte e incluso a incitar las persecuciones 
emprendidas contra los cristianos que tuvieron lugar en Roma entre los siglos III y IV. Sin 
embargo, estudios recientes señalan la poco probable y tal vez nula participación judía en 
las hostilidades romanas contra los cristianos en el periodo mencionado.
26
 
A principios del siglo IV, el cristianismo sufría los rigores de una legislación que 
criminalizaba su práctica.
27
 Cuando el Imperio lo toleró como religión lícita primero y lo 
adoptó como culto oficial después, los judíos pasaron a ser el blanco de ataques 
orquestados desde un aparato legislativo y judicial cristiano que velaba por la exclusión de 
todo aquél que no practicara la “verdadera fe”. Su condición socio-jurídica se vio 
degradada como resultado del imperativo teológico que los consideraba testigos o “pruebas 
vivientes” de la veracidad de la revelación cristiana.
28
 
 
 
 
 
 
 
 
22
 W. Keller, op. cit., p. 80. 
23
 Paul Johnson, La historia de los judíos, Barcelona, Ediciones B, 2006, p. 217. 
24
 P. Johnson, Historia del cristianismo, op. cit., p. 67. 
25
 R. González Salinero, op. cit., p. 144. 
26
 Ibídem, p. 145. 
27
 J. Kirsh, op. cit., p. 284. 
28
 R. González Salinero, op. cit., p. 253. 
16 
 
 
1.4 La cristianización del Imperio y su legislación antijudía 
 
La cristianización imperial conllevó la transformación de la tolerancia religiosa propia de la 
Roma pagana en favor de una fuerza intransigente, institucional y coercitiva que identificó 
sus valores e intereses con los del Estado, definiendo el lugar de los judíos en la sociedad 
de acuerdo con aquel que ocupaban en la escatología y teología cristianas.
29
 Así, la 
influencia antijudía en la legislación imperial determinó que los enemigos de Cristo y la 
religión pasaran a ser también los enemigos de la sociedad.
30
 
Con el Edicto de Milán (313 d.C.) se revocaron los decretos anticristianos emitidos 
por el emperador Diocleciano y se restauró la libertad de cultos para todas las religiones sin 
que se favoreciera a ninguna en particular.
31
 Sin embargo, el emperador Constantino tardó 
poco en emitir restricciones legales para los judíos, quienes ya en época tan temprana como 
el 315 d.C. se vieron impedidos bajo pena de muerte para ganar prosélitos entre los 
cristianos o tratar de hacer volver al judaísmo a aquellos que lo hubieran abandonado en 
favor del cristianismo.
32
 La severidad de las penas impuestas para castigar el proselitismo 
judío pone de relieve mucho más el temor que tenían las autoridades de que los cristianos 
se acercaran al judaísmo que el vigor del celo judío por atraer adherentes, pues no se cuenta 
con evidencia de que esta religión buscara prosélitos de ningún tipo.
33
 
El volumen y severidad de la legislación antijudía romana fue aumentando 
conforme avanzaba el gobierno de Constantino. Se prohibió que los judíos circuncidaran o 
poseyesen esclavos cristianos y en último término se les obligó a liberarlos sin 
indemnización, dejando a los judíos sin posibilidad de sostenerse en negocios basados en el 
trabajo esclavo, como la agricultura. Se argumentaba que los judíos no debían tener ningún 
tipo de autoridad sobre aquellos a quienes había liberado Jesucristo, por lo que se les 
impidió poseer esclavos cristianos, prestar testimonio contra un cristiano y ejercer varios 
cargos públicos de relevancia, como la abogacía.
34
 
 
29
 Ibídem, p. 74. 
30
 P. Johnson, Historia del cristianismo, op. cit., p. 146. 
31
 J. Kirsh, op. cit., p. 155. 
32
 W. Keller, op. cit., p. 118. 
33
 R. González Salinero, op. cit., p. 83. 
34
 Ibídem, p. 115. 
17 
 
 
A lo largo del siglo IV, la fusión de la Iglesia cristiana y el Imperio romano redundó 
en la influencia cada vez mayor de aquélla y su teología enla legislación civil, a la que 
imprimió un marcado carácter antijudío al identificar como permitidas, deseables y por 
último, también legales, una serie de prácticas y creencias que dejaban fuera de la sociedad 
a los judíos por haberse mostrado rebeldes a los principios que ahora otorgaban coherencia 
y sentido al mundo y sociedad cristianos.
35
 
Algunos tratadistas y escritores contemporáneos, principalmente San Agustín, 
(quien se oponía a la acusación de deicidio), Ambrosio de Milán, Paulo Orosio y Juan 
Crisóstomo desarrollaron teorías y argumentos de acuerdo con los cuales los judíos 
persistían en el mundo como testimonio o “prueba viviente” de la veracidad de la 
revelación cristiana.
36
 Al mismo tiempo, sin embargo, no dejaban de insistir en la necesidad 
(fruto de la voluntad divina) de mantenerlos aislados y en una condición humillada y servil, 
que reflejase la espectacular derrota que habrían sufrido en su iluso lance contra Dios. La 
condición socio-jurídica degradada en que se obligaba a permanecer a los judíos que no 
aceptaban el bautismo, se interpretaba como un justo castigo divino por haber alzado la 
mano contra Jesús, y el mejor argumento que ofrecían los cristianos como prueba de que 
Dios había abandonado y castigado duramente a los judíos por su incredulidad e insolencia 
eran la derrota y consecuente dispersión luego de la guerra contra Roma.
37
 
Las teorías elaboradas por los teólogos cristianos, en combinación con las 
consecuencias de la desarticulación política del Imperio romano de Occidente, definieron 
las condiciones en que vivieron los judíos en la Edad Media, pues el lugar degradado que la 
escatología les asignaba sentó las bases para el trato que se les dio en la práctica. Debe 
señalarse que la primera mitad de este periodo supuso un momento de relativa calma para 
los judíos; en los territorios cristianos, ejercer violencias desmedidas contra ellos llegó a 
penarse por ley, aunque no era socialmente mal visto humillarlos y perseguirlos 
ocasionalmente. Disfrutaron de una libertad física e intelectual incomparable en la España 
musulmana y no sufrieron mayor incomodidad en la Europa cristiana que la legislación 
prohibitiva de Bizancio y el estigma social hasta las convulsiones de finales del siglo XI, 
durante las Cruzadas. 
 
35
 Ibídem, p. 111. 
36
 W. Keller, op. cit., p. 125 - 127. 
37
 S. Katz, op. cit., p. 247. 
18 
 
 
1.5 Situación de los judíos en la baja Edad Media: los judíos ibéricos 
 
En los siglos VII a XVI, la actitud moderada hacia los judíos se basó en la teoría del 
“pueblo testigo” elaborada por San Agustín. En la práctica, el encargado de implementar 
dicha teoría fue Gregorio I, papa de 590 a 604, quien se distinguió en su labor doctrinal y 
administrativa por el énfasis que puso en no violentarlos para lograr su conversión.
38
 Como 
un ejemplo de este clima de laxitud y estabilidad puede considerarse a los judíos de la 
península ibérica, que tras el periodo de las invasiones vivieron en condiciones favorables 
bajo los reyes visigodos hasta que éstos adoptaron el catolicismo a fines del siglo VI.
39
 
Hasta ese momento, las disposiciones antijudías de los concilios eclesiásticos celebrados en 
Elvira, Zaragoza y Toledo habían tenido fuerza de ley pero su aplicación no se hizo efectiva 
mientras los gobernantes profesaron la variedad cristiana del arrianismo.
40
 Luego de la 
conversión del rey Recaredo, en el año 587, la legislación antijudía varió conforme se 
sucedían los reyes que aprobaban o desautorizaban su puesta en práctica, hasta que en el 
XII Concilio de Toledo (681), se obligó a los judíos a abandonar su religión bajo la 
amenaza de ser expulsados del reino. Los judíos que decidieron huir se refugiaron sobre 
todo en África y por ello levantaron sospechas entre los cristianos de tramar una venganza 
aliándose con los ejércitos invasores árabes que avanzaban hacia la península.
41
 
Los judíos recibieron un trato benévolo en los dominios musulmanes, debido en 
parte a que eran considerados “Gente del Libro”, es decir, un pueblo con escrituras sagradas 
que podía pagar un tributo especial o dhimma que le otorgaba libertad de culto y protección 
para sus vidas y sus bienes.
42
 La buena disposición hacia los musulmanes por parte de los 
judíos, con motivo de dicho convenio, fue la causa de que en España se reavivaran las 
sospechas de una conspiración judeo-árabe, lo que dio pie a suponer una “traición judía”, 
idea que evolucionaría con el tiempo y habría de tener funestas consecuencias para los 
judíos españoles varios siglos más tarde.
43
 
 
38
 Haim Hillel Ben-Sasson, Historia del pueblo judío. La Edad Media¸ Madrid, Alianza Editorial, 1988, p. 
483. 
39
 Ibídem, p. 484. 
40
 W. Keller, op. cit., p. 143. 
41
 Ibídem, p. 156. 
42
 H.H. Ben-Sasson, op. cit., p. 479. 
43
 Evelyne Kenig, Historia de los judíos españoles hasta 1492, Barcelona, Ediciones Paidós, 1995, p. 52. 
19 
 
 
1.6 Las matanzas de 1096 
 
En la alta Edad Media, la actitud cristiana hacia los judíos se caracterizó por la ambigüedad 
de una doctrina que combinaba la benevolencia predicada por San Agustín y Gregorio I con 
la necesidad, fruto de imperativos teológicos, de mantener a los judíos en una condición 
servil y disminuida, pero sin dañarlos físicamente. Estos supuestos básicos distinguieron 
dos vertientes principales. Por un lado, estaba la postura “oficial” de la jerarquía 
eclesiástica, representada por el papa y los obispos, con frecuencia defendida 
vehementemente por autoridades laicas, que abogaba por un trato firme, pero moderado.
44
 
De esta instancia oficial manaba la legislación que, dentro de los márgenes del status socio-
jurídico inferior previsto para los judíos, velaba por su seguridad física y libertad de culto 
(pues eran la única minoría religiosa tolerada en los dominios cristianos) y disponía de 
castigos para aquellos que los violentaran excesivamente en sus personas y sus bienes.
45
 
En contraste con la posición oficial, de carácter relativamente mesurado, los 
elementos populares (mucho más receptivos a la retórica, iconografía y folclore que 
retrataba a los judíos como seres misteriosos, malignos y peligrosos) acostumbraban a 
desbocarse y atacarlos directamente. El bajo clero incitaba, y a veces se unía, al grueso del 
pueblo en los desórdenes antijudíos, desoyendo las advertencias de las autoridades 
eclesiásticas y civiles.
46
 
En el siglo XII, con la organización de las Cruzadas, el estrato popular alcanzó 
niveles inusitados de agitación y violencia antijudía, pues al llamado del papa Urbano II 
para liberar Tierra Santa del dominio musulmán acudieron grupos irregulares de 
campesinos que tomaron por asalto las comunidades judías de Francia y el Imperio alemán. 
Las bandas de cruzados irregulares que atacaron a las comunidades judías de Europa en el 
verano de 1096 se vieron dispersas en el camino y nunca llegaron a Tierra Santa. Aunque 
los asaltos de la primera cruzada no hayan resultado en un número de muertos 
especialmente alto, su importancia reside en el desbordamiento de la violencia popular y en 
 
44
 S. Katz, op. cit., p. 319. 
45
 H.H. Ben -Sasson, op. cit., p. 486. 
46
 S. Katz, op. cit., p. 320. 
20 
 
 
la incapacidad general de los gobernantes para imponer el orden, pues los judíos podían ser 
molestados e incluso asesinados con la mayor impunidad.
47
 
A lo largo del siglo XII, la situación de los judíos en Europa continuó 
deteriorándose. En menos de cien años, nuevos brotes de violencia surgieron con motivo 
de la segunda y tercera cruzadas, en 1146 y 1187, y aunque no se llegó a los extremos de lo 
acontecido en Francia y el Imperio alemán a principios de siglo, los asesinatos, las 
conversiones en masa y los casosde suicidio colectivo (martirio en nombre de Dios), 
obligaron a los judíos a replantearse —y renegociar— los términos de su existencia en la 
sociedad cristiana.
48
 Con tal finalidad, y pretextando salvaguardarlos de la violencia 
popular, les fueron expedidas cédulas y cartas de amparo en las que, por un lado, se les 
aseguraba protección física declarándolos propiedad personal de los gobernantes, al tiempo 
que se les exigía financiar las tesorerías reales con impuestos especiales y el pago de 
rescate por miembros acaudalados de su comunidad.
49
 
Inocencio III, papa de 1198 a 1216, encabezó una ofensiva eclesiástica para 
monopolizar, entre otras cosas, la prerrogativa de legislar sobre las condiciones en que 
habrían de vivir los judíos en los dominios cristianos. Como resultado de la lucha entre 
Roma y los gobernantes laicos por las utilidades de la explotación económica que pesaba 
sobre los judíos, el IV Concilio de Letrán, en 1215, delineó los decretos papales que 
preveían represalias tanto para el judaísmo como para los gobernantes que lo expoliaran.
50
 
Una de las consecuencias inmediatas de la ofensiva papal fue apartar a los judíos 
del comercio y la agricultura con la finalidad de golpear económicamente a los monarcas 
que se beneficiaban con la explotación de “sus” judíos.
51
 Se reiteró la prohibición 
originada en la época romana y ya establecida previamente en el III Concilio de Letrán, en 
1179, de ejercer profesiones que supusieran cualquier tipo de autoridad sobre los 
cristianos. De esta manera se perdieron tierras, fortunas, títulos y casi cualquier otra forma 
de ganarse la vida, hasta que los judíos se vieron obligados a dedicarse a una actividad que 
estaba prohibida a los cristianos, la de préstamo de dinero a pequeña escala. Se sentó así el 
fundamento para la posterior consideración de los judíos como banqueros y “amos de las 
 
47
 H.H. Ben -Sasson, op. cit., p. 565. 
48
Ibídem, p. 497. 
49
 W. Keller, op. cit., p. 264. 
50
 Ibídem, p. 256. 
51
 H.H. Ben-Sasson, op. cit., p. 575. 
21 
 
 
finanzas”, a pesar de que apenas tenían antecedentes importantes o inclinaciones naturales 
para dicha actividad.
52
 La Iglesia misma se aprovechó de la actividad crediticia de los 
judíos, a quienes consideraba graves pecadores por la aparente naturalidad y entusiasmo 
con que se dedicaban a la usura, pero sin tener en consideración que estaban obligados a 
ejercer tal función debido en gran parte a las disposiciones eclesiásticas que regulaban las 
profesiones que podían desempeñar.
53
 
Los cambios en la situación socioeconómica de los judíos sentaron el precedente 
para una nueva etapa en su proceso de mistificación, en la que los poderes e intenciones 
sobrenaturales que se les atribuían se incrementaron drásticamente y se intensificaron las 
medidas para contrarrestar la supuesta influencia judía en la sociedad cristiana. Los papas y 
los gobernantes siguieron otorgándoles una precaria seguridad física que les acarreaba 
dudosos beneficios mientras el bajo clero, las órdenes mendicantes y el pueblo en general 
continuaban la escalada de violencia. En particular, una serie de calumnias en las que tuvo 
un papel central el nuevo rol económico de prestamistas que habían venido desempeñando 
en los últimos cien años —papel que remitía a la figura del avaro y traidor, representado 
por Judas Iscariote—,
54
 contribuyeron a reelaborar una imagen mítica y sobrecogedora del 
judío como un elemento corrosivo, abocado a minar los fundamentos de la sociedad 
cristiana y que era, además, físicamente diferente a los cristianos y a los demás hombres, 
dada la supuesta relación filial que mantenía con el diablo.
55
 
 
1.7 Calumnias antijudías en el periodo 1150 - 1350 
 
Las antiguas acusaciones por el asesinato de Jesús cobraron nueva forma a mediados del 
siglo XII, cuando se corrió el rumor de que los judíos de Norwich, en Inglaterra, habían 
secuestrado y matado a un niño para usar su sangre en un ritual de la Pascua.
56
 Se les creía 
ávidos, luego de haber dado muerte a Jesús, de “más” sangre cristiana inocente. Esta 
acusación se hacía a pesar de que, como afirmaba parte de un argumento antijudío muy 
 
52
 W. Keller, op. cit., p. 260. 
53
 Ibídem, p. 262. 
54
 León Poliakov, Historia del antisemitismo. De Cristo a los judíos de las cortes, Barcelona, Muchnick, 
1986, p. 80. 
55
 S. Katz, op. cit., p. 311. 
56
 H.H. Ben-Sasson, op. cit., p. 571. 
22 
 
 
socorrido, no le concedían ni a Jesús ni a su sangre ningún atributo particular (al no 
reconocerlo como el Mesías) y existía una tradición hebrea opuesta enfáticamente al 
contacto y manejo de sangre. Aun así, con el tiempo se volvió común sospechar de las 
comunidades judías locales siempre que desaparecía una persona o aparecía un cadáver en 
circunstancias sospechosas. Las acusaciones por asesinatos rituales, en las que se decía que 
los judíos crucificaban a sus víctimas y usaban sus vísceras en actos de brujería, siguieron 
difundiéndose mucho después y a pesar de los esfuerzos oficiales, incluso papales, por 
desmentir y castigar a quienes difundieran tales historias.
57
 Posteriormente, estas y otras 
calumnias se racionalizaron como parte de los intentos judíos por revertir o remediar 
mágicamente su naturaleza supuestamente a-humana, pues se creía que eran corporalmente 
diferentes de los demás hombres y tenían, entre otros atributos fantásticos, colas y cuernos, 
despedían un olor fétido o sangraban profusamente, y trataban de paliar tales afecciones 
mediante el uso ritual de la sangre cristiana.
58
 La jerarquía católica, debe señalarse, ha 
desmentido los cargos por asesinato ritual desde que aparecieron hace más de 850 años, y 
lo ha hecho incluso en fecha tan reciente como el siglo XX.
59
 
El miedo provocado por los supuestos asesinatos rituales degeneró en la creencia de 
un cónclave secreto de judíos poderosos que se reunían periódicamente para decidir el lugar 
en que habría de cometerse el crimen, escoger al perpetrador y señalar a la víctima. Aquí se 
halla en forma embrionaria uno de los primeros elementos modernos del mito de la 
conspiración judía: una asamblea clandestina de judíos malvados.
60
 
La segunda calumnia en orden de importancia que se propagó contra los judíos de 
la época era que acostumbraban robar hostias para maltratarlas y denigrarlas, repitiendo 
ritualmente el crimen del deicidio. Sin embargo, se pasaba por alto nuevamente la 
contradicción encerrada en el hecho de que los judíos no reconocieran la naturaleza divina 
de Jesús y rechazaran el dogma de la transubstanciación de las hostias, decretado por el IV 
Concilio de Letrán.
61
 A las hostias martirizadas se les atribuían, lo mismo que a las 
víctimas de asesinato ritual, cualidades milagrosas y curativas. 
 
57
 W. Keller, op. cit., p. 267. 
58
 Ibídem, p. 268. 
59
 S. Katz, op. cit., p. 342. 
60
 L. Poliakov, op. cit., p. 63. 
61
 H.H. Ben-Sasson, op. cit., p. 572. 
23 
 
 
Al mismo tiempo que se aseguraba que los judíos robaban hostias para profanarlas, 
se afirmó que uno de sus libros sagrados, el Talmud, contenía supuestas expresiones 
blasfemas y enseñanzas inmorales.
62
 En 1239 se denunció dicho libro ante el papa 
Gregorio IX, quien emitió una orden para que fueran examinados por miembros de la 
orden dominica, que ofrecería un dictamen. Del proceso resultó una condena que preveía la 
confiscación y quema de todos los ejemplares en España, Inglaterra y Francia, pero sólo en 
esta última se cumplió la sentencia, en 1242.
63
 El problema del contenido del Talmud es 
particularmente importante porque sus repercusiones se extienden hasta bien entrado el 
siglo XX, con la traducción al inglés de los trabajos del padre lituano Justinas Pranaitis, 
tituladaThe Talmud Unmasked. The Secret Rabbinical Teachings Concerning Christians. 
Este libro tuvo un gran impacto en los círculos antisemitas cristianos luego de la segunda 
guerra mundial, pues revivió la polémica sobre el supuesto punto de vista que los judíos 
tienen de Jesús, a quien, de acuerdo con Pranaitis, llaman por nombres peyorativos y 
circunloquios (por ejemplo, “Aquél hombre”, “El hijo del carpintero” y “Que su nombre y 
su memoria sean borrados”).
64
 La controversia por los usos y significados de la palabra 
“goim”, el papel y último destino de Jesús, la virgen María y los cristianos en general, así 
como los verdaderos propósitos del judaísmo son algunos de los temas sobre los que The 
Talmud Unmasked elaboró diversas teorías que pasarían a formar parte del mito de la 
conspiración judía mundial. 
El último gran rumor de la época pre-moderna utilizado contra los judíos fue que 
habían desatado el brote de peste que sacudió a Europa a mediados del siglo XIV. Los 
antecedentes inmediatos de tal episodio datan de 1321, cuando una comunidad francesa de 
enfermos de lepra supuestamente envenenó varias fuentes de agua como venganza porque 
habían sido maltratados. Durante la investigación que siguió, uno de los detenidos confesó 
bajo torturas que el plan, la orden y el veneno eran judíos y habían venido de España. 
Posteriormente se arrancó, también mediante torturas, una confesión similar de los judíos 
detenidos como sospechosos.
65
 
 
62
 El escritor Paul Johnson cita un ejemplo en el que se denigra a Jesús afirmando que yace en el infierno, 
sumergido en inmundicia hirviente. Historia de los judíos, op. cit., p. 321. 
63
 W. Keller, op. cit., p. 271. 
64
 Luis Barragán del Río, et. al., “El Talmud desenmascarado”, en Cuatro apocalípticos enemigos del mundo, 
México, (edición privada del autor), 2004, p. 112. 
65
 W. Keller, op. cit., 285. 
24 
 
 
Casi treinta años después, en medio de la peor epidemia de peste de la Edad Media, 
se volvió a acusar a los judíos de haber contaminado pozos y fuentes, gracias a una 
confesión obtenida en Suiza que incluía detalles del modo en que, desde la península 
ibérica, se había planeado destruir a la cristiandad, esta vez mediante un complot urdido 
por el rey moro de Granada, confabulado desde luego, con los judíos.
66
 
Como había sucedido en ocasiones anteriores, las autoridades eclesiásticas y civiles 
trataron de frenar la violencia antijudía pero fracasaron ante el ímpetu de la multitud. En 
1348 el papa Clemente VI declaró que, en vista de que los mismos judíos perecían víctimas 
de la peste y de que se habían producido enfermos y muertes en lugares donde no había 
judíos, no podía acusárseles de haber provocado semejante mal.
67
 La peste negra y sus 
consecuencias infundieron vigor a la práctica de los reasentamientos y las expulsiones 
iniciadas en el siglo XIII en Inglaterra, que se repetirían después en Francia y el Imperio 
alemán. 
 
1.8 Los judíos españoles del siglo XV y el problema de los conversos 
 
A consecuencia de las revueltas antijudías españolas de la baja Edad Media, por primera 
vez un mayor número de judíos optó por dejarse bautizar en lugar de martirizarse o 
abandonar los reinos. Inadvertidamente, las autoridades y la población se hallaron frente a 
la cuestión de los “cristianos nuevos”, libres de los obstáculos que experimentaban los 
judíos en su vida diaria y podían incluso aspirar a cargos políticos de cierta importancia. 
Las tensiones aumentaron en 1449 con motivo de una revuelta en Toledo contra las 
exacciones fiscales, en la que el odio a los conversos —pues algunos se encargaban de la 
recaudación— se fundió con el odio a los judíos. Se trajo nuevamente a colación la 
supuesta traición judía a las tropas y autoridades cristianas en el siglo VIII, que habría 
entregado la península a los conquistadores musulmanes, y se achacaron muchos y variados 
males a los judíos y a los conversos, que supuestamente se beneficiaban con la explotación 
y la miseria del pueblo.
68
 
 
66
 Ibídem, p. 290. 
67
 H.H. Ben-Sasson, op. cit., p. 577. 
68
 Joseph F. Pérez, Historia de una tragedia. La expulsión de los judíos de España, Barcelona, Critica, 1995, 
p. 70. 
25 
 
 
Estos disturbios dieron vigencia y fuerza de ley, por lo menos brevemente, a la 
preocupación del vulgo por la sinceridad con que los conversos habían aceptado la religión 
cristiana. Asimismo, dieron expresión a una forma más extrema de esta desconfianza, a 
saber, que ni siquiera el bautismo podría despojar a los judíos de su esencia naturalmente 
perversa. El papado condenó esta discriminación y afirmó que el bautizo hermanaba a todos 
en Cristo.
69
 Este fue el origen de la obsesión racista que llevó a la implementación, durante 
casi cuatro siglos, de los estatutos de limpieza de sangre. 
Los brotes de violencia españoles fueron una manifestación de ese nuevo temor al 
fenómeno del judaísmo “infiltrándose” en el mundo cristiano. Las disposiciones tomadas en 
torno a 1480 por los Reyes Católicos tuvieron como objetivo solucionar el problema de los 
conversos judaizantes mediante la creación de un tribunal que luchara contra la herejía, 
tornando tan difíciles las condiciones de vida de los judíos que no les quedara otra opción 
más que adoptar el cristianismo. En este sentido, la solicitud que hicieron a Roma para 
instaurar una Inquisición en España y las leyes de 1480 que velaban por una estricta 
separación física de los judíos en asentamientos especiales fueron la solución a la nueva 
problemática representada por los conversos a las autoridades españolas.
70
 
Con la reconquista de Granada, a principios de 1492, los Reyes Católicos dieron un 
paso más hacia el ideal de unidad que los llevó a iniciar la ofensiva contra los conversos y 
judíos en la forma de la Inquisición y las leyes de 1480. Tanto Isabel como Fernando 
negaron actuar guiándose por intereses económicos; con el argumento de defender al 
cristianismo de la “corrupción y degradación” que suponía su constante contacto con los 
judíos, firmaron en marzo de 1492 el “Edicto general sobre la expulsión de los judíos de 
Castilla y Aragón”, que daba los judíos hasta el último día de julio para abandonar el reino 
o abrazar el cristianismo, bajo amenaza de muerte.
71
 Casi ciento cincuenta mil judíos 
salieron de España y se refugiaron en África, Asia y Europa oriental, con consecuencias 
similares a las de la expulsión del siglo VII. 
Llegados a este punto, es necesario detener la crónica del antijudaísmo medieval, en 
vísperas de la Reforma protestante y el auge del moderno antisemitismo alemán, para 
comentar los posteriores desarrollos del mito antijudío en su variante racista. 
 
69
 Ibídem, p. 71. 
70
 Ibídem, p. 98. 
71
 W. Keller, op. cit., p. 318. 
26 
 
II. LA CONFORMACIÓN MODERNA DEL MITO: EL ANTISEMITISMO RACIAL 
 
La elaboración de la imagen de los judíos como seres pérfidos ya se había consolidado 
hacia fines de la Edad Media. Para entonces, ocupaban un lugar marginal en las sociedades 
cristianas, por su número y porque no se les tenía permitido establecerse en cualquier lugar. 
Sin embargo, la preocupación de que desataran una venganza contra los cristianos debido a 
la condición social de parias en que se les obligaba a vivir condujo a reelaborar y ahondar 
en las características negativas de su imagen. Particularmente, se les asoció con 
movimientos como la Reforma protestante y la causa de los musulmanes en el imperio 
otomano que invadieron Europa en los siglos XVI y XVII. 
Ante el auge de los nacionalismos modernos, a los judíos se les caracterizó como 
elementos extraños que nunca se reconocían como miembros de las comunidades 
nacionales dentro de las cuales residían. Con la disminución del poderíoeclesiástico para 
definir las condiciones en las que debían vivir, se les asoció directamente con las fuerzas 
que pugnaban por estrechar la esfera de influencia cristiana en la vida pública y privada. 
Conmociones políticas como la independencia de las colonias norte y sudamericanas, la 
Revolución francesa y el movimiento secular que buscaba la separación entre la Iglesia y el 
Estado se atribuyeron a maquinaciones judías. El desmoronamiento del antiguo régimen, y 
con él de la sociedad estamental, proveyó de oportunidades a los judíos para pasar a ser 
considerados como ciudadanos plenos en sus respectivos países e imperios de residencia, 
no sin que se temiera que su integración redundara en perjuicio de la sociedad al volverse 
menos identificables y conservando al mismo tiempo su ―esencia judía‖ nociva. 
Ante la impresión de que los judíos se habían ―infiltrado‖, se desarrollaron teorías 
pseudo-científicas para demostrar su pertenencia a una raza diferente e inferior de seres 
humanos. Con esta nueva interpretación de su esencia alterna se invalidó el bautismo 
cristiano como medio para eliminar sus características judías indeseables. A la vez, se 
sumaron a las teorías antijudías la historia y los propósitos mitológicos de las sociedades 
secretas, sobre todo de los francmasones. La incomprensión y reinterpretación tendenciosa 
de los orígenes e intenciones de estos últimos se fundieron con la supuesta agenda 
anticristiana de los judíos, dándole a la masonería el papel de ―brazo armado‖ del judaísmo. 
27 
 
En esta etapa final de conformación del antisemitismo moderno o racial, cuyo 
énfasis está en un nacionalismo racista, con políticas y lenguaje basados en la obsesión por 
la contaminación y la pureza biológicas, se compendiaron los Protocolos de los Sabios de 
Sión, libelo antijudío que guió a todos los movimientos que abrazaron el antisemitismo en 
el siglo XX como política informal y de Estado. En dicho panfleto se pretende exponer un 
plan fraguado por los judíos para destruir al cristianismo y esclavizar al género humano, 
por lo que explicar su génesis como una falsificación y una antología de plagios literarios 
es importante para desmontar su argumento central, el de la conspiración judía. 
 
2.1 El gueto y la era de la Reforma 
 
El siglo XVI europeo se correspondió ideológica y socialmente con la última etapa del 
periodo medieval. Era una ―sociedad pre-moderna‖, de estructura corporativista, basada en 
el supuesto de la desigualdad natural de los hombres, en la que los judíos gozaban de un 
estatus legal inferior allí donde se toleraba su presencia.
1
 El proceso descrito en este 
capítulo, el de su gradual integración y asimilación en la sociedad gentil y las reacciones 
que esto provocó, se entrelaza con el gradual derrumbamiento del régimen feudal y la 
abolición de privilegios para ciertos estamentos sociales, por ejemplo, el clero.
2
 
La reclusión obligatoria de los judíos en guetos, primero en la forma de calles y 
distritos especiales y después como barrios exclusivos y fortificados, durante y después del 
periodo de las expulsiones (1300 – 1600), tuvo su antecedente inmediato en la práctica 
judía de solicitar a las autoridades un espacio delimitado y seguro como término para 
establecerse en ciertas ciudades durante la alta Edad Media. Dicha práctica proporcionaba a 
los judíos las condiciones óptimas para protegerse de eventuales agresiones físicas, cumplir 
escrupulosamente sus observancias religiosas y mejorar la eficiencia en la recolección de 
impuestos a que se veían sometidas sus comunidades.
3
 El gueto como imposición surgió de 
la necesidad de mantener a los judíos separados del resto de la población, pues se temía que 
el contacto con ellos en la vida cotidiana pusiera en peligro las conciencias y la vida de los 
cristianos, a pesar del poco interés judío en ganar prosélitos de cualquier tipo. 
 
1
 Haim Avni, Judíos en América. Cinco siglos de historia, Editorial Mapfre, Madrid, 1992, p. 17. 
2
 Víctor Karady, Los judíos en la modernidad europea, Madrid, Siglo XXI de España Editores, 2000, p. 48. 
3
 Paul Johnson, La historia de los judíos, op. cit., p. 348. 
28 
 
Las leyes españolas promulgadas en 1412 y 1480 disponían la exclusión física de 
los judíos pero no se aplicaron siempre con puntualidad, y la situación de los judíos 
empeoró notablemente cuando el papa Pablo IV obligó a los judíos de Roma a vivir en un 
distrito especial (concretamente una calle) y renovó la prohibición de tener esclavos 
cristianos o dedicarse a otra profesión que no fuera la de comerciantes de ropas viejas.
4
 
 La medida dictada por el Papa que obligaba a los judíos a residir aislados fue una 
más de las prácticas reaccionarias implementadas por la Iglesia en su intento por 
contrarrestar la Reforma protestante, que había quebrado la unidad eclesiástica de forma 
irreversible. Dicho movimiento despertó el interés por la cultura, la historia y el idioma 
hebreos como herramientas para la revisión de textos antiguos por parte de algunos 
pensadores reformistas. Estos estudiosos creían en la necesidad de remover a los 
intermediarios entre el alma cristiana y las Sagradas Escrituras para hacer de éstas un 
artículo asequible en lenguas vernáculas y eliminar prácticas y dogmas que careciesen de 
sanción bíblica.
5
 A pesar del súbito interés protestante por la historia y la cultura hebreas, 
este movimiento tenía una notable vena antijudía. El caso de Martín Lutero es 
particularmente importante porque dos de sus obras más encendidas, De los judíos y sus 
mentiras y Del inefable nombre de Dios, se fundamentaban en la supuesta corrupción 
irremediable de los judíos y en la necesidad de lidiar drásticamente con ellos.
6
 Las diatribas 
antijudías de Lutero, extremadamente violentas, se originaron en el rechazo de los judíos a 
sus intentos por convertirlos masiva y espontáneamente en la década de 1520, e 
incorporaban todas las difamaciones inventadas en la alta y baja Edad Media, incluso 
algunas contra las cuales el propio Lutero había prevenido a sus contemporáneos en su 
época de afición por la cultura hebrea. 
El interés por el idioma y la cultura hebreos que mostraban los protestantes fue la 
causa de que se sospechara de los judíos como instigadores del movimiento reformista, a 
pesar del enorme odio que el mismo Lutero sentía por ellos.
7
 Esta acusación, que data de 
hace por lo menos quinientos años, se repetiría en el futuro y serviría como base para 
considerar a los judíos como promotores de varias revoluciones y procesos reformistas. 
 
4
 León Poliakov, Historia del antisemitismo. De Mahoma a los marranos, Buenos Aires, Proyectos 
Editoriales, 1988, p. 322. 
5
 Paul Johnson, Historia del cristianismo, Barcelona, Ediciones B, 2004, p. 362. 
6
 P. Johnson, La historia de los judíos, op. cit., p. 356. 
7
 D. J. Goldhagen, Los verdugos voluntarios de Hitler, op. cit., p. 82. 
29 
 
La tendencia secular a ver en los judíos elementos corruptores, con una agenda 
específicamente anticristiana se reforzó, entre otras cosas, gracias a la buena acogida que el 
Imperio otomano dio a figuras como José Nasi, converso portugués y favorito del sultán 
Selim II
8
 (relaciones de este tipo justificarían la suposición de una alianza judeo-turca en la 
guerra del siglo XVII contra el Imperio otomano
9
). Asimismo, la obra de intelectuales 
como Baruch Spinoza, quien contribuyó a adelantar la ciencia moderna de la crítica bíblica 
ocasionando en el proceso daños considerables e irreparables a las pretensiones cristianas 
de unidad y legitimidad histórica, constituye un claro ejemplo del ―poder destructivo del 
racionalismo judío‖.
10
 La desconfianza que con el tiempo llegarían a producir los trabajos 
críticos de escritores y pensadores judíos se convirtió gradualmente en uno de

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