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Universidad Nacional Autónoma de México Facultad de Filosofía y Letras Los límites del lenguaje. Lo ético en el Tractatus logico-philosophicus de Wittgenstein Tesis que para obtener el título de Licenciada en Filosofía presenta María Genoveva Castillo Morales Asesor Dr. Pedro Enrique García Ruiz Ciudad Universitaria, Cd. Mx., 2018 UNAM – Dirección General de Bibliotecas Tesis Digitales Restricciones de uso DERECHOS RESERVADOS © PROHIBIDA SU REPRODUCCIÓN TOTAL O PARCIAL Todo el material contenido en esta tesis esta protegido por la Ley Federal del Derecho de Autor (LFDA) de los Estados Unidos Mexicanos (México). El uso de imágenes, fragmentos de videos, y demás material que sea objeto de protección de los derechos de autor, será exclusivamente para fines educativos e informativos y deberá citar la fuente donde la obtuvo mencionando el autor o autores. Cualquier uso distinto como el lucro, reproducción, edición o modificación, será perseguido y sancionado por el respectivo titular de los Derechos de Autor. A mi madre y hermano con mucho cariño. Gracias por su amor y paciencia. 3 Índice Introducción……………………………………………………………………. 4 Capítulo 1: Las dos lecturas del Tractatus…………………………………. 8 1.1. La lectura positivista……………………………………….. 9 1.2. La lectura ética…………………………………………....... 19 1.3. Más allá del positivismo y de la lectura ética……………… 25 Capítulo 2: La lógica como estructura del mundo………………………… 31 2.1. La teoría figurativa de la proposición……………………… 32 2.2. El mundo como lo decible……………………………………. 40 2.3. Los límites de lo decible: la metafísica………………………. 51 Capítulo 3: Lo ético: entre lo indecible y lo místico……………………….. 62 3.1. Lo ético no es un hecho del mundo………………………… 63 3.2. Ética y estética ¿son lo mismo? …………………………… 71 3.3. Lógica y ética: su relación como trascendentales……………. 81 Conclusiones……………………………………………………………………. 91 Bibliografía……………………………………………………………………... 93 Introducción Es probable que la obra más citada del positivismo lógico sea el Tractatus lógico- philosophicus, pero —al mismo tiempo—, sea una de las que más se han malinterpretado al ser sometida a lecturas parciales que nos han alejado del propósito de su autor, Ludwig Wittgenstein, cuya intención estaba lejos de ser positivista. Considerado ampliamente como uno de los libros de filosofía más importantes del siglo XX, este texto ejerció una influencia crucial en el positivismo lógico y en general sobre el desarrollo de la filosofía analítica, pues la define dentro de sus parámetros, sólo que esta obra —aparte de ser un referente lógico—, es un tratado de vida. Es, por ello, que regresar a su lectura, no es un trabajo banal. Intentar comprender la obra más allá de la lectura positivista, e incluso eticista, es pretender mirar afuera del texto lo que está descrito en él, ir hacia arriba, sabiendo que las claves están en las proposiciones. Ludwig Wittgenstein nace en Viena, año de 1889, en el seno de una familia adinerada de ascendencia judía, que le ofrece educación académica en casa hasta los 14 años, en un ambiente permeado por el arte. Estudia tres años en la escuela de Linz y luego ingeniería en Berlín. Interesado en la aeronáutica, en 1908 se va a la Universidad de Manchester, Gran Bretaña, donde con motivo de uno de sus proyectos extiende su curiosidad, primero a las matemáticas y, posteriormente, a sus fundamentos, inquietud que le lleva a conocer la obra de Gottlob Frege y Bertrand Russell, asimismo, es el momento crucial en que se inclina decididamente por la filosofía y comienza a estudiar lógica, en Cambridge, con Russell. Después de cinco estancias en el Trinity College, se muda a Noruega para vivir en aislamiento en una cabaña que construye por sí mismo, hasta que en 1914, el estallido de la Primera Guerra Mundial interrumpe su retiro y, en agosto, se enlista de forma voluntaria en el ejército austríaco por lo que va a la guerra; sin embargo, su trabajo filosófico no se vio mermado por su desempeño como soldado en trincheras, para él no hubo pausa, por el contrario, ahí concibe su primera obra, la única publicada en vida, el Tractatus logico- philosophicus. 5 Las diferentes experiencias que atraviesan la vida de Wittgenstein influirán en su libro. El filósofo no rehúye de la realidad para perderse en los laberintos de los conceptos ni en las reglas de la lógica sino profundiza en el mundo para encontrar lo que por su naturaleza resulta inexpresable, que, no obstante, es lo que da sentido a la vida; se sumerge en ella, se asume como parte del mundo, ¿cómo podría ser distinto, si mientras escribe el Tractatus, el fuego de las trincheras, los heridos del combate, la soledad de la guerra y la fuerza de la vida se manifiestan por delante de él? Si la condición humana y del mundo se expresan contradictorias, ello se percibe como tal por los límites de nuestro lenguaje y pensamiento. La guerra, no es el único escenario presentado en la obra del filósofo, muchas experiencias más la atraviesan; el arte, lo ético y lo místico, están como experiencias inalcanzables e inabarcables para el lenguaje, lo dice el filósofo que se muestra en la arquitectura, el que evita prescribir guías morales para las acciones humanas o el que habla de lo inefable, a sabiendas que lo indecible se pierde en el silencio. A Wittgenstein se le considera uno de los filósofos más importantes del siglo XX, el más grande según Anthony Kenny, pues su pensamiento significó avances irreversibles en cuanto a la filosofía del lenguaje y la filosofía de la mente, pero no sólo por ello sino que trastoca diversas áreas del conocimiento humano. El Tractatus es emblema de la filosofía occidental, atendiendo a su intuición fundamental propone primero analizar si cuando se habla al menos se está diciendo algo, estudio cuyos resultados obligan a la reformulación de los conceptos de filosofía y del quehacer filosófico. Debido al contexto en el que fue escrito el Tractatus, el campo de guerra, no sólo la filosofía analítica se hace presente sino también la ética, tanto en su pensamiento como en la estructura de la obra. En el primer caso, la interpretación que ha privilegiado el enfoque lógico, es lo que se ha llamado “lectura positivista”, en la cual sus expositores, en su mayoría, están dedicados al análisis del lenguaje. La “lectura ética”, por su lado, intentó recuperar el tema relegado por los logicistas, sin embargo, no consiguieron explicar con precisión el lenguaje ético. A partir de la anterior exposición nace la inquietud teórica y personal que este trabajo tiene, comprender —allende de las lecturas parciales— la primera obra de Wittgenstein. Pero más allá de los lugares comunes, la investigación busca aclarar que el problema de lo ético en el Tractatus no se limita a reconocer que la lógica no puede expresar los límites del 6 mundo; esa es la parte negativa de su planteamiento, sino de indagar justamente lo indecible, mostrar —con las limitaciones del lenguaje— lo inefable de la vida. El problema central de la presente investigación es: ¿Qué es lo ético en el Tractatus? La respuesta tentativa que se intentará argumentar a lo largo de la exposición es que, solamente, aclarando el papel de lo que Wittgenstein llama el “valor” y la “voluntad”, se podrá comprender en qué sentido lo ético —para nuestro autor— es algo que si bien no se puede decir lógicamente se puede expresar de otras maneras, de ahí la importancia de lo místico y el arte en su pensamiento. En este trabajo, el libro central para analizar será el Tractatus, sin embargo, se harán algunas referencias a otras de las obras póstumas del autor o transcripciones que hicieron, quienes se consideraron sus discípulos, como son:Conferencia sobre ética, Diario filosófico 1914-1916, Lecciones y conversaciones sobre estética, psicología y creencia religiosa y Diarios secretos. Estas consultas serán con el fin de comprender y dejar en claro algunos puntos postulados por Wittgenstein en el Tractatus. Si bien, se podría hacer todo un trabajo de si hay una consecuencia lineal entre la primera y la segunda etapa, o si la segunda contradice a la primera y cuántas combinaciones más puedan nacer del estudio de sus obras, aquí —sin pretender caer en controversia— se examinará su segundo trabajo como una ayuda para esclarecer su primera obra. Por su puesto, también se recurre a una bibliografía secundaria que auxilia en la defensa de la hipótesis de trabajo y que tienen como tema central el Tractatus. Es pertinente indicar que en cierta medida sigo el planteamiento de “retrato” de Alejandro Tomasini, por lo tanto, la traducción de éste al Tractatus, empero, no sustituyo totalmente “retrato” por “figura” para la palabra “Bild”, sino que me permito explicar a partir de ambos vocablos en el español, lo que pretende establecer Wittgenstein. Del mismo modo, en los apartados de la tesis, hago las precisiones necesarias cuando estoy empleando la traducción de Tomasini, siendo que la traducción principal que elegí para la investigación es la versión de Jacobo Muñoz e Isidoro Reguera. Este trabajo es de carácter expositivo, sigue el método analítico- sintético con la pretensión de profundizar en la reflexión. Para llegar al final de la tesis hay que seguir las huellas que el filósofo nos ha dejado escritas y las que, con su vida, nos ha mostrado. Por ello, para sustentar la hipótesis de 7 trabajo: comprender lo ético es aclarar el “valor” y la “voluntad” en Wittgenstein; la estructura del documento se divide en tres capítulos que se engarzan para demostrar que sólo conjuntando lecturas e interpretaciones se puede entender el propósito del autor del Tractatus. En el primer capítulo, “Las dos lecturas del Tractatus”, se analizan las interpretaciones parciales más importantes, la positivista y la perspectiva ética, con la intención de mostrar los aciertos y las inconsistencias, al mismo tiempo que se expone la importancia de conjuntar las lecturas y describir hacia dónde nos encaminan en el pensamiento wittgensteiniano. Por lo tanto, también se irá descubriendo la postura del filósofo, en una tentativa de acercamiento a su propósito genuino. En el segundo capítulo, “La lógica como estructura del mundo”, se explica la teoría figurativa de la proposición, para después indagar qué es el mundo como decible y, finalmente, concentrarse en sus límites y la metafísica. Con lo anterior, indicar que el lugar de la ética es lo indecible, cuyo sentido no se expresa en las proposiciones. En el último capítulo, lo ético será el tema central para profundizar en la pregunta central del trabajo: ¿qué es lo ético? Así, en “Lo ético: entre lo indecible y lo místico” se expone que no es un hecho del mundo y lo qué significa esta proposición, luego se pasa a mostrar que la ética y la estética tienen un vínculo indisoluble, para concluir el planteamiento de que “valor” y “voluntad” son parte de la ética trascendental, asunto que describe lo ético en Wittgenstein. De paso, con esto, se muestra la coherencia interna del Tractatus en torno a lo ético como referido a lo místico, según la concepción del lenguaje que se defiende en esta obra. La presente tesis, “Los límites del lenguaje. Lo ético en el Tractatus logico- philosophicus de Wittgenstein”, es una investigación para obtener el título de Licenciada en Filosofía, mas el fondo de la indagación es totalmente personal, pues comprender el mundo sigue siendo una inquietud tan fundamental como lo fue en los orígenes del pensamiento. Lo que me lleva a defender una relectura de Wittgenstein es que ha podido conjuntar una estructura lógica con rigor, sin olvidar o desdeñar que el sentido o valor del mundo es lo más difícil de comprender, de ahí que el lenguaje resulte limitado. Capítulo 1: Las dos lecturas del Tractatus En la lectura del Tractatus, existen varias interpretaciones, las cuales desde sus inicios han ido profundizándose sin excluir nuevas miradas que intentan escudriñar aquello que se le haya podido escapar a las mentes más brillantes. Del enorme laberinto que abre caminos sinuosos, existen dos planteamientos que han forzado a seguir estudiándolos. Según el enfoque privilegiado, la lectura puede clasificarse, de manera muy general y a pesar de las diferencias formales entre ellas, como positivista o ética.1 Por su propia naturaleza, la una excluye a la otra, de ahí que ambas interpretaciones sean lecturas parciales, impidiendo la comprensión del pensamiento wittgensteiniano. Así, por un lado, la recepción temprana y equívoca —según el propio Wittgenstein—, de su obra, por parte de Bertrand Russell, G. E. Moore y los miembros del llamado “Círculo de Viena”, es lo que se ha conocido como la lectura positivista. Según esta postura, habría que entender la intención del Tractatus como una crítica del lenguaje tradicional de la metafísica y una defensa de un logicismo extremo que, junto con el principio de verificación, permitiría —por fin—, hacer de la filosofía un conocimiento científico. Por ello, A. J. Ayer consideró a Wittgenstein como un “positivista lógico” y Russell, uno de los exponentes del “atomismo lógico”. No hay duda sobre que el texto de Wittgenstein es uno de los libros de filosofía más importantes del siglo XX, que ejerció una influencia crucial en el positivismo lógico y, en general, sobre el desarrollo de la filosofía analítica, pero esto no significa que el Tractatus sea positivista, o participe del positivismo, pues la lectura no condiciona la intencionalidad del autor y de su obra. Por otro lado, se encuentran las lecturas “éticas”. Según este enfoque, el interés temprano por parte de Wittgenstein por las cuestiones artísticas, éticas y religiosas serían el 1 Cf. Allan Janik y Stephen Toulmin, La Viena de Wittgenstein, p. 28. 9 trasfondo de toda su primera obra, e incluso seguirían manifestándose más allá de ella. Pese a lo atractivo de este planteamiento, no se logra explicar con precisión el tema del lenguaje ético. Por ello, es necesario analizar, más que una ética, lo ético en Wittgenstein, partiendo del supuesto de que éste se expresa en un lenguaje distinto del logicista. El contexto en el que fue escrito el Tractatus, las trincheras del campo de guerra, se refleja en él, tanto en su pensamiento como en la estructura de la obra. La parte estructural consta de proposiciones concisas que no dan cabida a mayores explicaciones, quizá porque no había tiempo para hacerlas, proposiciones que parecen tener un carácter aforístico y que en su mayoría están destinadas al análisis del lenguaje, con un ordenamiento tal, que fue lo que propició que sus primeros lectores interpretaran parcialmente la obra, enfocándose en lo concerniente a la lógica y al lenguaje. La omisión de —más que— un par de pronunciamientos que no parecían encajar en el sistema tractariano, fue el punto clave para que nuevos lectores reclamaran una reinterpretación, pues aquellas proposiciones permiten vislumbrar algo más que teorías formales. La nueva interpretación tendría que restablecer lo que con desdén se había eliminado, su intención más profunda: lo ético. 1.1. La lectura positivista La primera interpretación del Tractatus es consecuencia de su positivización, entre quienes la sustentan se encuentran los principales representantes del Círculo de Viena como Otto Neurath, Friedrich Waismann, Moritz Schlick y Rudolf Carnap, que encontraron en él elementos en los que resonaba su empeño de llevar la filosofía hacia la senda segura de la ciencia por medio de laaplicación de la lógica y de sus procedimientos técnicos-simbólicos como herramienta en la aclaración de los problemas filosóficos. La filosofía pretendía ir más allá de la contemplación del mundo, estaba en la búsqueda de la sistematización del conocimiento, intentaba superar a Kant y Hegel a través de la especialización: “una filosofía especializada no sólo marcharía por la senda segura de la ciencia, sino que además permitiría filosofar con conocimiento de los hechos y tendría la ventaja de afrontar problemas acuciantes para el ser humano desde una parcela restringida. 10 De este modo, se podría obtener un corolario variado de respuestas efectivas o, al menos, se lograría despejar algunas de las muchas incógnitas que, como una espesa niebla, envuelven al conocimiento”,2 una manera crítica de estar en y frente al mundo. Mas esta forma crítica del conocimiento, con el tiempo, también encontraría sus propios límites para pensar el mundo. De hecho, aunque el movimiento del Círculo de Viena no se inspiró en el Tractatus, éste influyó decisivamente en su línea de pensamiento y a pesar de que los positivistas manifestaron cierta reserva por su latente misticismo, que les parecía insensato, no dudaron en destacarlo como la exposición más poderosa y estimulante de su doctrina; incluso este lenguaje indescifrable, se volvería el aspecto más crítico a su postura. El primer diagnóstico lo hace B. Russell en su “Introducción” al Tractatus, según él, Wittgenstein, “partiendo de los principios del simbolismo y de las relaciones necesarias entre las palabras y las cosas en cualquier lenguaje, aplica el resultado de esta investigación a las varias ramas de la filosofía tradicional, mostrando en cada caso cómo la filosofía tradicional y las soluciones tradicionales proceden de la ignorancia de los principios del simbolismo y del mal uso del lenguaje”3, y es que la vertiente positivista interpreta toda la obra a la luz de las primeras líneas tractarianas, donde se afirma que la pretensión del libro es mostrar cómo los problemas de la filosofía tradicional, tanto en su planteamiento como en su solución, provienen de la incomprensión de la lógica del lenguaje4, pronunciamiento que visto como una singularidad termina convirtiendo el todo del Tractatus en nada más que la demostración lógica de que los problemas filosóficos tradicionales no son sino quebraderos de cabeza, pseudo-problemas; perspectiva que tras un par de argumentos desemboca en lo que Ayer llamaría más tarde la eliminación de la metafísica,5 y cuyo programa gira en torno al análisis lógico del lenguaje, es decir, la aceptación del principio de verificación como criterio de significado, la identificación del sinsentido con todo aquello que no se adapte al criterio de verificabilidad y, por último, la imposibilidad del sentido cognitivo del lenguaje metafísico. 2 Vicente Ordóñez Roig, “La crítica a la especialización científica y filosófica: reflexiones en torno a la obra de Karl R. Popper”, p. 27. 3 Bertrand Russell, “Introducción al Tractatus” en L. Wittgenstein, Tractatus lógico-philosophicus, p. 185. 4 Cf. Ludwig Wittgenstein, Tractatus lógico-philosophicus, p. 11 5 Cf. Alfred Ayer, Positivismo lógico, p. 14. 11 La base del positivismo colocó al autor y su obra dentro de la línea del empirismo y de una interpretación del lenguaje sobre el concepto de “significado”, postura antimetafísica que tergiversa el sentido del Tractatus. Poner la filosofía en una senda segura era atacar la metafísica, un razonamiento que poco o casi nada puede decir del mundo, ni su lenguaje expresar nada acerca del número o las cosas existentes. Wittgenstein fue visto “como un empirista o positivista que había dotado al empirismo y al positivismo de una articulación lógica de la que hasta entonces había carecido, o, por ser más precisos, de una articulación aparentemente más sólida, si es que esto no es un veredicto demasiado severo sobre Hume y Mill. Con su teoría del lenguaje, según se pensó, había clavado de una vez por todas la tapa del ataúd de la metafísica que Kant había construido con su método crítico”.6 De este modo, los positivistas encontraron en el análisis lógico del lenguaje un camino para suprimir el sinsentido metafísico; entendiendo el “objeto” en términos de experiencia sensible del sujeto, dividieron las proposiciones significativas en formales que incluyen la lógica y la matemática, siendo tautológicas, y las fácticas, verificables empíricamente, de modo que todo lo que escapa a estas formas de hacer proposiciones no podían constituirse como tales, por ende, serían pronunciamientos carentes de sentido. Una de las proposiciones wittgensteinianas, repetida por los positivistas para acentuar su carácter antimetafísico fue 4.116: “Cuanto puede siquiera ser pensado, puede ser pensado claramente. Cuanto puede expresarse, puede expresarse claramente”7, de la cual se desprende una supuesta exclusión de los pseudoproblemas, que Russell enfatizó, para establecer una actividad clarificadora del significado, que eliminaría el sinsentido. Fue ahí donde los positivistas optaron por la verificación como criterio de significado; y es probable encontrar una intencionalidad verificacionista en Wittgenstein, sobre todo, por su cercanía con el Círculo de Viena, pero cabe cuestionar en qué sentido fue posible. Siguiendo la lectura de Alejandro Tomasini, el pensamiento es el retrato lógico de los hechos, en donde el retrato como entidad lingüística, es una concatenación de signos estructurados de conformidad con determinadas reglas, que muestra su sentido en una representación simbólica de la realidad y cumple con toda una serie de condiciones. Por lo 6 C. Barrett, op. cit., p. 14. 7 L. Wittgenstein, op. cit., p. 67. 12 que una proposición es un signo proposicional, un retrato de una oración en su relación proyectiva con el mundo. Así, las proposiciones no son entidades sin más, sino retratos o modelos de la realidad: […] el sentido de la proposición no es algo que deba sernos explicado: tan pronto sabemos cuáles son sus componentes, captamos o aprehendemos su sentido. Es aquí que se plantea el problema, porque por una parte parecería que yo debo estar en contacto con los elementos del retrato o de la proposición para comprenderla, pero ¿no es esto una forma de verificacionismo? Yo tengo que poder afirmar tales o cuales objetos están relacionados de tal o cual modo para comprender el sentido de la proposición, puesto que el Tractatus defiende una teoría denotativa de los nombres: yo conozco el significado de un nombre cuando sé qué objeto denota el nombre en cuestión. Por lo tanto, parecería que la comprensión de las proposiciones presupone el contacto cognitivo directo con los objetos y ¿no es verificacionismo? De lo que no hay duda es de que los positivistas lógicos así lo interpretaron.8 El verificacionismo es diferente en ambas posturas. Wittgenstein está estableciendo que se puede comprender una proposición independientemente de su valor de verdad o estar en capacidad para determinarlo: “pero eso precisamente era lo que los verificacionistas querían rechazar”.9 El autor del Tractatus señala en la proposición 4.024: “Comprender una proposición quiere decir saber lo que es el caso si es verdadera. (Cabe, pues, comprenderla sin saber si es verdadera.) Se la comprende si se comprenden sus partes integrantes”.10 La lectura positivista, entonces, se equivoca, su verificacionismo no es igual al de Wittgenstein La teoría denotativa se explica a través de un enfoque de la lógica y la semántica, en los enunciados declarativos o descriptivos de nuestro lenguaje, en donde el significado de un nombre concreto alude a un objeto preciso del mundo, por lo cual las proposiciones estánen su derecho de decir algo de esos objetos o del mundo. Ahora bien, conocer el significado de un nombre “consiste en saber usarlo correctamente; y es aquí, en la noción de ‘uso’, donde se separa rotundamente del ideal positivista (pues el uso implica convención y arbitrariedad, y los positivistas buscaban objetividad y universalidad)”.11 No se trata sólo del lenguaje, sino de cómo lo utilizamos, lo que hoy podemos llamar “el uso social”. El positivismo lógico supone que los nombres en el lenguaje siempre muestran verdades empíricas, universalmente verdaderas, pero ¿esto de hecho es posible? El mundo empírico también está limitado por nuestras percepciones y las proposiciones de dichas 8 Alejandro Tomasini Bassols, “El principio de verificabilidad”, p. 167. 9 Ibid., p. 168. 10 L. Wittgenstein, Tractatus, p. 55. 11 Jorge Ruiz Abánades, “La noción de “uso” en el Tractatus de Wittgenstein”, p. 85. 13 percepciones. Wittgenstein abre las posibilidades del pensar y del conocimiento, al lenguaje mismo: “cabe entender así por qué en el Tractatus sólo tienen sentido las proposiciones declarativas: porque son las únicas verificables, y es ese el rasgo distintivo de este juego. En suma, cabe entender que el Tractatus reduzca sus intereses a sólo una parte del lenguaje (la que tiene que ver con descripciones y verificaciones), sin pretender constituir una teoría que hable del lenguaje en general”,12 sino más bien que se refiera a nuestro lenguaje específico, es decir, aquel lenguaje que describe y se verifica dentro de sus propias reglas. Tal como lo indica Jorge Ruiz Abánades: “Es esto lo filosóficamente relevante, pues ahora la verdad o la falsedad son, en efecto, relativas a las convenciones que regulan nuestros diferentes lenguajes, y no hay algo así como un lenguaje empirista capaz de constituirse como base de ninguna ciencia universal. No hay ningún lenguaje predilecto. No hay ninguna descripción última, universal o absolutamente verdadera, pues toda verdad es relativa a alguna convención”.13 La convención del propio lenguaje que condiciona a sus hablantes, y por el cual debe deducirse sus propias proposiciones, las figuras lógicas de los hechos. La incomprensión lógica de nuestro lenguaje es la limitación de nuestro pensamiento, Wittgenstein lo expresa ya en su prólogo: “el límite sólo podrá ser trazado en el lenguaje, y lo que reside más allá del límite será simplemente absurdo”.14 Pero, ¿allende de establecer el no-lenguaje como el límite, es lo no expresable, lo no conocido?; según David Pears: “Wittgenstein no tratará en absoluto de precisar los límites de las posibilidades humanas o de determinar los límites impuestos por el cerebro humano, sino de trazar los límites absolutos del pensamiento”.15 Se trata de no utilizar el lenguaje más allá de sus límites de aplicación para determinar qué puede ser dicho. Pears habla de una necesidad condicional, a partir de una palabra con un significado determinado: “al análisis filosófico le incumbe decirnos qué debe suceder necesariamente para que una proposición en la que tal palabra viene contenida resulte verdadera. En este caso, la necesidad es tautológica o lo es, cuanto menos, por definición, de tal modo que el 12 Ibid., p. 75. 13 Ibid., p. 87. 14 L. Wittgenstein, Tractatus, p. 11. 15 David Pears, Wittgenstein, p. 51. 14 análisis adoptará la forma de una declaración enunciativa sin contenido fáctico y, en tal sentido, vacía”.16 Así, lo que Wittgenstein trataba de definir eran los límites de todo lenguaje posible, basado en el lenguaje existente —o desde su propio lenguaje. Verificar nuestras proposiciones es hacerlo dentro de nuestro marco de referencia, nuestro mundo: “lo más importante es tener presente que Wittgenstein propone un condicional, en efecto, las condiciones de la descripción y la verificabilidad. El verdadero error de la interpretación positivista fue no haber reparado en que se trataba de una condición, y en ningún caso de una afirmación filosófica”.17 La interpretación positivista fue erigida a espaldas de Wittgenstein, pues no fue su intención postular una antimetafísica, sino la imposibilidad de formular enunciados fuera de las figuras lógicas de los hechos, lo que no puede ser dicho se debe a las limitaciones de nuestro lenguaje: “Popper afirma que, según la doctrina de Wittgenstein, no hay problemas filosóficos (Popper, 1991, 96). Habría que puntualizar, sin embargo, que en el Tractatus Wittgenstein no sostiene que no haya problemas filosóficos, sino que la mayoría de las proposiciones y cuestiones (die meisten Sätze und Fragen) de la filosofía carecen de sentido (4.003)”.18 El positivismo, en cierta forma, excluye todo enunciado sinsentido o carente de sentido. Y esto sería otra mala interpretación por parte del Círculo de Viena, pues el sin-sentido sólo indica que ciertas referencias no pueden ser expresadas con claridad: “toda vez que la propia incapacidad metafísica del lenguaje de algún modo apunta, sugiere o indica el espacio de lo transcendental inexpresable («transcendental» no al modo kantiano, sino tal como es usado en el Tractatus, 6.421)”.19 Es más, la intencionalidad del libro de Wittgenstein es resolver todos los problemas filosóficos a partir de sus proposiciones, incluyendo los que se desprenden de la metafísica y, sobre todo, de la vida. Las interpretaciones positivistas asentaron las propuestas metafísicas, éticas y estéticas del Tractatus, señalándolas como absurdas pues no daban cuenta de los objetos, ya que para ellos, quedaba reservado al lenguaje físico-natural, pero no alcanzaron a apreciar que las 16 Ibid., p. 67. 17 J. Ruiz Abánades, op. cit., pp. 75-76. 18 Nota 7 de Vicente Ordóñez Roig, op. cit., p. 27. 19 Serafín Vegas González, “Comprender al Wittgenstein del Tractatus”, p. 52. 15 proposiciones lógico-matemáticas tampoco pueden expresar el estado de las cosas y que, en estricto sentido, no dicen nada: 4.461 La proposición muestra lo que dice; la tautología y la contradicción, que no dicen nada. La tautología carece de posibilidades veritativas, dado que es incondicionalmente verdadera; y la contradicción no es verdadera en condición alguna. Tautología y contradicción carecen de sentido. (Como el punto del que parten dos flechas en dirección opuesta.) (Nada sé, p. ej., sobre el tiempo si sé que llueve o no llueve.) 4.4611 Pero tautología y contradicción no son absurdas; pertenecen al simbolismo y ello de modo similar, ciertamente, a como el cero pertenece al simbolismo de la aritmética. 4.462 Tautología y contradicción no son figuras de la realidad. No representan ningún posible estado de cosas. Porque aquélla permite cualquier posible estado de cosas, ésta ninguno. En la tautología las condiciones de coincidencia con el mundo —las relaciones representativas— se neutralizan entre sí, de modo que no está en relación representativa con la realidad.20 Por ello, “los sinsentidos del Tractatus, en definitiva, cumplirían así una función precisa, la de dejar apuntada de algún modo la realidad indecible de lo radicalmente filosófico, de lo «místico»: aquello que, si tuviera en sí mismo sentido, constituiría el objeto del discurso filosófico. Un discurso que, por ello, ha de refugiarse en el silencio de lo inefable”.21 Poder clarificar lo pensable, es precisar el sentido y el sinsentido. No es de asombrar que A.J. Ayer encuentre en la propuesta de Wittgenstein una debilidad, o que no sea del todo esclarecedora, pues lo que para él sería una sin razón, para el otro sería el sentido de la vida. Así, tras las conferencias sobre ética en Cambridge, escribe: Su declaración de que quienes intentan hablar de ética y religión tienden a chocar con los límites dellenguaje implicaba que ninguno de estos argumentos podía ser válido. [sic] Es obvio que ningún argumento puede establecer la verdad de una conclusión carente de sentido. Lo sorprendente es que eso no llevara a Wittgenstein, como lo hizo con los positivistas lógicos como Neurath o yo mismo, a rechazar simplemente las doctrinas religiosas, junto con el resto de la metafísica, como no merecedoras de atención seria, excepto tal vez para los sociólogos. La concepción de Wittgenstein acerca del «sinsentido importante» sigue siendo misteriosa.22 20 L. Wittgenstein, Tractatus, pp. 87-89. 21 S. Vegas González, op. cit., p. 55. 22 A. J. Ayer, Wittgenstein, p. 112. 16 Los sinsentidos del Tractatus, por el contrario, sugieren “un espacio de realidad (lo metafísico, lo ético...) que, aun no pudiendo ser expresado con claridad (con sentido), no por ello hemos de suponerlo más falso e inexistente”.23 Los sinsentidos podrán no ser verificables, en el sentido positivista, ni ser verdaderos pero funcionan dentro de lo inefable (inexpresable), de lo que no puede ser dicho con claridad, por lo que, en un momento dado, podrán ser mostrados. No está de más repetir las palabras de Cyril Barrett con respecto a la mala interpretación que el sinsentido ha tenido a lo largo de los años: “Quizá Wittgenstein errara al usar el término «sin sentido». Difícilmente podría haber previsto que el Círculo de Viena y los positivistas lógicos iban a malinterpretarlo, aunque debió haberse dado cuenta de que se prestaba a malas interpretaciones […] Pero es difícil encontrar un término alternativo que no sea contundente. Acaso el mejor sea «inexpresable»”.24 La lectura positivista del Tractatus logico-philosophicus concluye en una clara y decisiva posición anti-metafísica, sin embargo, es necesario decir que si bien los primeros receptores se esforzaron en comprender una obra de tal complejidad: (a) sólo se concentraron en desentrañar su sistema lógico, al cual están dedicadas la mayoría de sus proposiciones y que dieron la pauta para ver en Wittgenstein al positivista lógico que proporcionó la solidez que tanto necesitaba el empirismo y el positivismo, y (b) en congruencia con sus propios intereses filosóficos decidieron no concederle gran importancia a las observaciones finales en general, específicamente a 6.54 donde parece recusar todo lo que hasta entonces había dicho: “Mis proposiciones esclarecen porque quien me entiende las reconoce al final como absurdas, cuando a través de ellas sobre ellas ha salido fuera de ellas. (Tiene, por así decirlo, que arrojar la escalera después de haber subido por ella). Tiene que superar estas proposiciones; entonces ve correctamente el mundo”.25 En esta proposición (6.54) “Wittgenstein avisa de que las proposiciones que conforman esta obra son sinsentidos (unsinnig) y que justamente reconociéndolas como tales sinsentidos y, por ello, como algo que hay que superar (überwinden) —tirando la escalera 23 S. Vegas González, op. cit., p. 52. 24 C. Barrett, op. cit., p. 53. 25 L. Wittgenstein, Tractatus, p. 183. 17 en y por la que hemos subido—, las proposiciones del Tractatus resultan ser elucidaciones (Erlauterungen) o proposiciones que elucidan (erlautern)”.26 De tal modo que Wittgenstein reconoce el sinsentido en sus propias proposiciones, por ello, recomienda tirar la escalera después de haberla usado, para ver correctamente el mundo y, finalmente en 7: “de lo que no se puede hablar hay que callar”.27 A pesar de lo contundente de la postura expresada en 6.54, por más de medio siglo, los intérpretes resolvieron tratar todas las afirmaciones “incómodas” como incoherencias, proposiciones perturbadoras que afectaban el inminente destierro de la metafísica y que, por ende, no debían tener un lugar en la parte integral del sistema. No obstante, algunos comentaristas sí hicieron observaciones apuntando a una latente tensión en la obra, entre la aceptación y eliminación de la metafísica en el Tractatus. Fue su maestro, amigo y principal interlocutor, Bertrand Russell, el primero que hizo referencia a 6.54 en la introducción que escribió como garantía de que publicar el Tractatus de Wittgenstein no representaría una pérdida económica a la casa editorial; quien señaló que era sospechoso que el autor hubiera encontrado la manera de decir una buena cantidad de cosas sobre aquello de lo que no se puede hablar, insinuando que quizá, al final, sí hay forma de hablar de lo indecible. Russell, sin ser exhaustivo, trata de mostrar que tal vez se puede encontrar una salida, sugiere que posiblemente una jerarquía de lenguajes haría que lo que es indecible en un lenguaje puede ser decible en otro de mayor nivel.28 Frank P. Ramsey, por su parte, hizo una crítica no sólo de 6.54 sino de las implicaciones generales de la obra, pues si la filosofía es tan sólo un cúmulo de absurdos, hay que tomar en serio el diagnóstico y callar sin pretender expresar el último sinsentido bajo la ilusa justificación de que se trata de un sinsentido importante, de ese modo Wittgenstein hubiera evitado la penosa faena que sufrió al escribir el Tractatus. La crítica de Ramsey se expresa claramente en la célebre y recurrente cita: “Lo que no podemos decir, no lo podemos decir, y tampoco lo podemos silbar”.29 26 S. Vegas González, op. cit., p. 51. 27 L. Wittgenstein, Tractatus, p. 183. 28 Cf. B. Russell, “Introducción al Tractatus”, en L. Wittgenstein, Tractatus, p. 196. 29 Alejandro Tomasini Bassols, “El Tractatus y el Sinsentido”, p. 2. Artículo en línea en la página del autor: http://tomasini-bassols.com/wp-content/uploads/2017/05/Sinsentido.pdf 18 A. J. Ayer, quien inspirado en la primera obra del vienés, sostuvo que la filosofía no es capaz de suministrar verdades especulativas, reconoce en uno de sus libros escritos en la madurez, “Wittgenstein”, que quizá la filosofía de este hombre no había sido bien comprendida30 y que seguramente la postura que, entre otros, adoptaron él y los miembros del Círculo de Viena, no era la que Wittgenstein hubiera aceptado como suya. El origen del error —afirma Ayer—, se encuentra en la identificación de los términos sinsentido y metafísica, este último empleado con una connotación peyorativa que caracteriza las expresiones viciosas que genera la filosofía en su intento por suplantar a las ciencias naturales. Sin embargo, no es evidente que el uso del término metafísica se haya restringido al absurdo, pues en otras afirmaciones parece sugerir que la metafísica, que circunscribe tanto a la ética y a la estética como a la religión, es el ámbito donde reside lo realmente importante y que justamente por su valor y naturaleza no debe trivializarse y hablar de ello basándose en principios científicos. Ayer reconoce, pero sin ser partidario de esta postura, que tal vez Wittgenstein sólo buscaba mostrar que, aunque las expresiones metafísicas no cumplen con las condiciones necesarias para ser proposiciones genuinas su importancia es fundamental. La dificultad de retomar las proposiciones finales, en especial 6.54, empieza cuando se les intenta conciliar con el propósito privilegiado de la lectura positivista, a saber, el de la eliminación de la metafísica; por eso, si habían sido consideradas como meros absurdos que debían hacerse a un lado por su falta de claridad, al ponerlas nuevamente sobre la mesa, la obra quedaba expuesta como abiertamente contradictoria: antes de callar, Wittgenstein hace metafísica que censura metafísica, hace lo que su doctrina prohíbe. Desde el momento en que los intérpretes positivistas decidieron no incluir a 6.54 en su explicación y creyeron acabado el proyecto de Wittgenstein con la metafísica cancelada, su interpretación estaba destinadaa no superar la —supuesta— contradicción que tal proposición representaba. 30 Cf. A. J. Ayer, op. cit., p. 11. 19 1.2. La lectura ética Las interpretaciones denominadas globalmente “éticas”, surgen en los años setenta con la publicación tardía de textos que evidenciaban la verdadera importancia que tiene lo místico, la voluntad y los valores para Wittgenstein; se trata de los Notebooks 1914-1916 publicados en 1961, la Conferencia de ética presentada por la Philosophical Review en 1965, y la carta escrita a Ludwig von Ficker donde habla directamente sobre el sentido de su obra. La discusión para redimensionar las proposiciones olvidadas, que vincula lo místico con la lógica, inicia propiamente con dos artículos “Wittgenstein’s philosophy of the mystical” de Eddy Zemach y “The mysticism of the Tractatus” escrito por Brian McGuinness, aunque ninguno de ellos supone que la obra sea mística ni ética. Entre quienes sostienen la interpretación en clave ética se encuentran Allan Janik y Stephen Toulmin, Cyril Barret, Vicente Arregui y Wilhelm Baum; debido a la naturaleza de las cuestiones éticas es más difícil sintetizar una perspectiva general de sus posturas, pues desde aquí el Tractatus se aparece como un libro “al que el lector puede dar una cualquiera de doce interpretaciones diferentes”,31 sin embargo, el rasgo común a ellas es que presumen lo ético o místico, y la caracterización de los valores como su principal preocupación. En el acercamiento al Tractatus se alcanza a presentir que tiene algo importante que decir respecto a lo ético, quizá así lo percibieron algunos de sus primeros receptores, pero fue hasta la publicación de la carta que Ludwig von Ficker, editor de Der Brenner, recibiera de Wittgenstein con motivo de la negociación de una posible publicación de su obra, que se estableció expresamente su carácter ético según lo que indicaba en ella: Y quizá le sirva de ayuda que le escriba unas cuantas palabras sobre mi libro: Creo firmemente que no sacará Ud. demasiado de su lectura. Pues no lo comprenderá; la materia le resultará completamente extraña. En realidad no le es extraña, porque el sentido del libro es ético. Quise en tiempos poner en el prólogo una frase que no aparece de hecho en él, pero que se la escribo a Ud. ahora, porque quizá le sirva de clave: Quise escribir, en efecto, que mi obra se compone de dos partes: de la que aquí aparece, y de todo aquello que no he escrito. Y precisamente esta segunda parte es la importante. Mi libro, en efecto, delimita por dentro lo ético, por así decirlo. 32 31 A. Janik, y S. Toulmin, op. cit., p.14. 32 G. H. von Wright, L. W.: Briefe an Ludwig von Ficker, Salzburg, Otto Müller Verlag, 1969, pp. 96-97 apud Jacobo Muñoz e Isidoro Reguera, “Introducción” a L. Wittgenstein, Tractatus, p. IX. 20 Seguramente, la incomprensión a la que alude en el texto citado fue el motivo por el cual siempre objetó las interpretaciones que conoció de su obra, de las cuales, por mucho tiempo, sólo se hicieron versiones que diferían en detalles técnicos y corregían a Russell pero que no modificaban su enfoque general, el lógico. La lectura eticista apela a la opinión de Paul Engelmann con quien Wittgenstein habría discutido el contenido de su obra, él caracteriza el sentido del libro como algo profundamente ético cuyo principal objetivo sería apartar la ética de cualquier soporte intelectual, un asunto de “fe sin palabras”.33 Sin palabras, el silencio, es el punto decisivo que asoma lo ético, y también un lenguaje inexpresable. Lo anterior también se pone de manifiesto tanto en la familia como en los amigos de Wittgenstein, quienes comparten la misma opinión y, por si fuera poco, Engelmann argumenta que en Austria el Tractatus es considerado más como un tratado de ética que de lógica, lenguaje, matemática o de ciencia natural, en otras palabras, su obra era, más bien, un acto ético que mostraba la naturaleza ética.34 Esto, igualmente, muestra el carácter trascendental de lo ético. El acto es la naturaleza de la ética, más que el lenguaje. A. Janik y S. Toulmin colocan bajo la misma línea de Kraus y Engelmann a Wittgenstein, señalando que la “razón” es un instrumento para el bien, y donde la bondad del hombre bueno no es una función de su racionalidad: “Para el hombre bueno, la ética es un modo de vida, no un sistema de proposiciones; «No hay proposiciones éticas, sólo acciones éticas», según señaló Engelmann”.35 Con esto, demuestran, o pretenden demostrar, que Wittgenstein respondía al momento cultural —e histórico—, y que cuanto señalaba en su libro no era tan excepcional, pues no contraponía ética y razón, sino que la ética se hallaba en otra parte. De este modo los autores indican sin tapujos que Wittgenstein es krausiano: “como el hombre, así el libro; si el mensaje del Tractatus era un mensaje krausiano, así la vida de Wittgenstein fue una vida krausiana”.36 Si es o no krausiano, es algo que no compete a este trabajo, sin embargo, es de rescatar la relación que tenía el Tractatus con las propias 33 Cf. A. Janik y S. Toulmin, op. cit., p. 27. 34 Cf. Ibidem. 35 A. Janik y S. Toulmin, op. cit., p. 249. 36 Ibid. p. 255. 21 experiencias del autor, y esto es lo que nos lleva a apuntalar una ética basada en la acción, más que en el lenguaje de las proposiciones. Como complemento de lo anterior se añade la observación hecha por G. H. von Wright quien apunta que es necesario dejar de ver en Wittgenstein únicamente al filósofo lógico y del lenguaje y empezar a considerar también al hombre vienés, estudiante de ingeniería y física teórica. Janik y Toulmin toman en serio la insinuación, desarrollan la idea y denuncian un desgajamiento impuesto entre el hombre y el filósofo, pues el hecho de que Wittgenstein haya sido introducido al ámbito académico anglófono por Bertrand Russell imprimió a la interpretación de sus ideas un sello cantabrigense, pues al parecer Russell consideró sus escritos y comentarios sólo con relación a sus propios problemas e intereses sobre lógica simbólica y epistemología. La posición de los autores de La Viena de Wittgenstein, igual que la de los eticistas, es que éste se acercó a Frege y Russell con un bien conformado conjunto de problemas filosóficos que pretendía resolver con ayuda de sus métodos lógicos; el problema esencial era la necesidad de una crítica del lenguaje, herencia Kantiana, que le permitiera establecer su postura ética, a saber, separar el mundo de los hechos del mundo de los valores. Según estos autores, un análisis académico y ortodoxo del Tractatus es inadecuado en tanto que impone una barrera que no debe existir entre el Wittgenstein lógico y el ético, dualidad que resultaría reconciliable sólo con la introducción de una nueva perspectiva que haga uso del andamiaje lógico para llegar a la ética. Ambas polaridades de la interpretación, la lectura ética y la positivista se excluyen entre sí, pero ello se debe sólo a la incompatibilidad de las interpretaciones basadas en enfoques generales, lo que no implica que la lectura eticista pueda deshacerse del sistema lógico o viceversa. La particularidad de la lectura en clave ética es que se erige justo ahí dónde su predecesora había dado el tema por concluido y lo hace poniendo especial énfasis en aquello que se había proscrito. Con el tiempo, el modo de interpretar el Tractatus desde un enfoque lógico se fue convirtiendo en un lugar común para quienes pretendían que la filosofía tuviera un lenguaje, y sólo uno, por encima de otros. ¿Es lícito hablar de un lenguaje de la filosofía? Limitar qué es lo filosófico o de qué puede dar cuenta, es colocar las fronteras de lo que 22 debería ser pensado, sin embargo, la historiade la filosofía nos ha mostrado que esos límites siempre han sido quebrados. Pensar en un lenguaje único, es algo que ahora podría cuestionarse con mayor profundidad, al vivir en una época de la integración de las diferencias, pero en aquel momento histórico parecía ser la solución a la crisis que enfrentaba una filosofía que se alejaba de la ciencia. Por ello, ha sido tan importante la carta de Wittgenstein a von Ficker, expresando el cometido de su obra, y que los límites están sobre lo que puede ser dicho, no pensado. Los límites de lo que puede ser dicho con respecto de lo ético (y de la metafísica), sólo pueden encontrarse a su interior, en su silencio; no importa si es una proposición falsa o verdadera. El sinsentido queda subsumido en el silencio. El planteamiento wittgensteiniano abarca a la lógica, lo ético, la metafísica, aunque en diferentes formas, de una se puede hablar; de las otras, callar: “[…] vendría a quedar, por ello, figurada en lo que sobre-pasa (va-más allá- de) la capacidad del discurso científico: lo ético en su más hondo alcance de apuntar a lo místico, es decir, al sentimiento (Gefühl) del mundo como un todo (limitado): 6.45”.37 La proposición 6.45 indica: “La visión del mundo sub specie aeterni es su visión como todo-limitado. El sentimiento del mundo como todo limitado es lo místico”.38 Cabe destacar “el sentimiento del mundo”, porque la profundidad del mundo, y la pequeñez del hombre para dar cuenta de ella, se expresan en lo inexpresable. Bien pueden establecerse diferentes enfoques de la ética en la filosofía, en Schlick hay una ética científica, aun cuando trata la ética teológica sobre la esencia del bien;39 en Carnap, un discurso ético en el ámbito de la subjetividad, en Wittgenstein ¿qué tipo de ética postula? Una ética mística. Russell al respecto de la misma proposición encamina, en la Introducción, la totalidad de los valores hacia lo místico, pues al negarse que se puedan construir proposiciones sobre el número de cosas que hay en el mundo, las dificultades sugieren que “todo lenguaje tiene, como Wittgenstein dice, una estructura de la cual nada puede decirse en el lenguaje, pero que puede haber otro lenguaje que trate de la estructura del primer lenguaje y que tenga una nueva estructura y que esta jerarquía de lenguajes no tenga límites. Wittgenstein puede 37 S. Vegas González, op. cit., p. 53 38 L. Wittgenstein, Tractatus, p. 181. 39 Cf. Friedrich Waismann, Wittgenstein y el Círculo de Viena, p. 102. 23 responder que toda su teoría puede aplicarse sin cambiarla a la totalidad de estos lenguajes. La única réplica sería negar que exista tal totalidad”.40 Russell no alcanzó a ver que el “sentimiento” se expresa en el silencio, que el sentimiento sobre el mundo es como un todo limitado (u otro limitado, diferente del lenguaje); lo místico como sentimiento, se impone más allá de la lógica y del lenguaje, por ello, el silencio impera sobre el lenguaje. Así, es mejor callar. Es preciso decir que el enfoque general de la interpretación ética es que toda preocupación que aparece en el Tractatus proviene de la inquietud fundamental de la ética. Como lo indica Luis Villoro: “la parte final que contiene los enunciados más importantes sobre temas ‘éticos’ y ‘metafísicos’, comprende apenas unos pocos aforismos enigmáticos, difíciles de comprender”,41 sin embargo, por pocos que sean, e ignorados que hayan sido, en éstos se concentra la parte sustancial de toda la propuesta wittgensteiniana, por lo tanto, tiene una razón de ser: “esas entradas pretenden mostrar el sentido total de la obra. No por casualidad están colocadas al final del libro, como su consecuencia. La penúltima entrada del Tractatus, antes del silencio, (6.54) da la clave de su lectura. La obra pretende conducir a ver el mundo ‘correctamente’ (richtig), pero para ello es menester ‘superar’ las proposiciones del Tractatus”.42 Se sabe bien, que Wittgenstein revisó varias veces las proposiciones —en compañía de Russell—, constatando que estaban entrelazadas. La estructura lógica tiene una razón que no pudo dejarse en el olvido en el último momento. Por lo menos, debe considerarse que dichas proposiciones tienen un propósito, aunque cabe también resaltar el planteamiento de Barrett que duda de la intención de la obra, e incluso indica que por ese “puñado”43 de proposiciones no puede concluirse el propósito ético del Tractatus, para ello, procede con sus observaciones y crítica de tres proposiciones clave. Primero, en 6.4: “Todas las proposiciones valen lo mismo”.44 Si no hay jerarquías en las proposiciones, es lícito, señalar que las proposiciones éticas valen lo mismo que otras, es decir, valen lo mismo que las lógicas. 40 B. Russell, op. cit., p. 197. 41 Luis Villoro, “Lo indecible en el Tractatus”, p. 5. 42 Ibid., p. 6. 43 Cf. C. Barrett, op. cit., p. 55. 44 L. Wittgenstein, Tractatus, p. 177. 24 Segundo, 6.41: El sentido del mundo tiene que residir fuera de él. En el mundo todo es como es y todo sucede como sucede; en él no hay valor alguno, y si lo hubiera carecería de valor. Si hay un valor que tenga valor ha de residir fuera de todo suceder y ser-así. Porque todo suceder y ser-así son casuales. Lo que los hace no-casuales no puede residir en el mundo; porque, de lo contrario, sería casual a su vez. Ha de residir fuera del mundo.45 Ahora bien, si todas las proposiciones tienen el mismo valor, éste debe quedar fuera del mundo, de lo casual, de todo lo que sucede y es-así. Para rematar, Barrett nos recuerda la proposición 6.42. “Por eso tampoco puede haber proposiciones éticas. Las proposiciones no pueden expresar nada más alto”.46 Con ello, remite a la ambigüedad, concluyendo: “En la concepción de Wittgenstein no hay lugar para una teoría ética”.47 Sin embargo, indicar que el propósito del Tractatus no sea ético, no significa que no hable de ética: “Cuando Wittgenstein sigue diciendo que de ética no se puede hablar (ausprechen) porque las proposiciones no pueden expresar (ausdrücken) nada más elevado que los hechos, sigue siendo coherente con su teoría del lenguaje. Pero, ¿tiene algún sentido lo que dice? Aunque no pueden ser fácticas, seguramente las expresiones éticas son expresiones y se puede hablar de ética”.48 Barrett, como se puede apreciar, al dudar del propósito wittgensteiniano, le quita el peso ético de la obra, más hay que entender que el sentido ético de Wittgenstein está en lo místico. La inconsistencia de ambas interpretaciones, la positivista y la ética, radica en que el Tractatus sigue presentándose como contradictorio, y al final, ninguna corriente filosófica puede asumir la obra por completo, es decir, el positivismo lógico toma distancia de él porque reconoce un ámbito ‘especial’ de la realidad, que está ‘más alto’ y aunque no es descriptible, se manifiesta; por otro lado, algunos sistemas de metafísica tradicional le critican que a pesar de reconocer ‘lo realmente importante’, no permite decir nada acerca de 45 Ibidem. 46 Ibidem. 47 C. Barrett, op. cit., p. 57. 48 Ibid., p. 58. 25 ella, mientras que otros, tomando como base la separación entre hechos y valores, se toman la libertad de decir mucho más de lo que Wittgenstein podría aceptar. Que las interpretaciones expuestas se opongan, se debe a que las afirmaciones sobre lo indecible han sido malinterpretadas e incomprendidas y, por ello, han decidido privilegiar diferentes matices de la misma afirmación, pero no son diametralmente opuestas porque dentro del Tractatus no hay contradicción, afirmación que se revisará en lo subsecuente. 1.3. Más allá del positivismo y de la lectura ética Ambas lecturas, el enfoque positivista y el ético, han sido parciales. Señalar su equívocosólo podría ser en la medida en que sus conclusiones excluyen la una a la otra y han relegado un aspecto de la obra. Una lectura integradora, que fusione ambos elementos, podría complementar la comprensión del Tractatus. No es que los intérpretes hayan errado del todo sino que cada uno recibió el Tractatus acentuando, o no, aspectos conforme a su propio interés, más sus lecturas contribuyen al entendimiento general de la obra. Wittgenstein estaba convencido de que el Tractatus era la clave para resolver los problemas de la filosofía, por ello, previó que su lectura no sería entendida, o sólo por unos cuantos: “era consciente de que su nueva filosofía podía muy bien aparecer como algo completamente diferente de las materias filosóficas estudiadas por sus predecesores e incluso de la temática discutida por él mismo en el Tractatus”.49 La dificultad sigue residiendo en la falta de atención para una lectura del todo. El positivismo hizo a un lado la lectura ética: “Tanto la interpretación positivista como la de Bertrand Russell hicieron a un lado, con molestia y cierto desdén, la parte que trata de lo ‘indecible’, como si fuera un añadido incongruente con el resto. Russell y Ramsey ejemplifican dos formas diferentes de esa misma actitud. El primero confiesa su intelectual discomfort ante el misticismo de Wittgenstein y adelanta una hipótesis lógica que evitara acudir a él”.50 Sin embargo, el positivismo recalcó la importancia del lenguaje en el Tractatus, lo que ha ayudado a entender las estructuras lógicas. Por su lado, las lecturas 49 D. Pears, op. cit., p. 18. 50 L. Villoro, op. cit., p. 5. 26 éticas colocaron esta última materia por encima del lenguaje lógico, señalando que “la ética” también era algo concretamente visible, por lo que faltó qué explicara cómo era dado lo ético a partir de una estructura limitada por el lenguaje. La forma del Tractatus nos puede recordar el tratado ético de Spinoza, en el cual, si bien la ética es el propósito claro, se asume a partir de un lenguaje matemático, además, en el cual, no se encuentra contradicción. Wittgenstein, habiendo encontrado que la identidad esencial entre mundo, pensamiento y lenguaje es la que preside los límites para la elaboración de proposiciones con sentido, aplica los resultados de su investigación lógica al ámbito efectivo del conocimiento, dígase, a los lenguajes propiamente científicos: el lógico, el matemático y el de la ciencia natural. Las proposiciones de la lógica no dicen nada del mundo, nada que la experiencia pudiera confirmar o rechazar, pero son el marco de posibilidad de estructurar el mundo y el lenguaje; la matemática por su parte no es más que un método lógico cuyas expresiones son tautologías. En términos del positivismo lógico, las proposiciones de la lógica y la matemática son proposiciones a priori concernientes a las relaciones entre ideas, son verdades analíticas: necesarias y ciertas. En el caso de la ciencia natural, ésta se corresponde con lo que los positivistas llaman proposiciones fácticas, que refieren a las realidades empíricas y como todo lo que está en el mundo se encuentran fuera de toda ley y necesidad porque fuera de la lógica todo es casual y el mundo está fuera de la lógica. La ciencia positiva, según el análisis wittgensteiniano, consiste en formas lógicas que no hablan del mundo, pero posibilitan su descripción planificada, reticular y sistemática, no son leyes de lo real sino de la red lenguaje sobre lo real, no son leyes inducidas de los fenómenos pero sí leyes de su posibilidad, por eso Ayer las llamaría hipótesis,51 enunciaciones siempre probables pero nunca ciertas de forma concluyente. Lo que Wittgenstein encontró derivado del ensamblaje entre sintaxis e isomorfismo lógico es un método para preservar el sentido de las proposiciones, ese es el principio de verificación según el cual si una proposición no es a priori de la lógica o de la matemática y pretende afirmar algo y pasar por conocimiento, debe poder someterse a prueba empírica, 51 Cf. A.J. Ayer, op. cit., pp. 56-57. 27 al menos en principio, es decir, una proposición con sentido debe referir a algo en el mundo aunque su comprobación no sea concluyente, tal como sucede con las hipótesis de la ciencia natural, la idea detrás es que no puede haber conocimiento a priori del mundo, por lo que si no es posible su verificación, entonces, el significado de la proposición podrá ser incluso emotivo pero ciertamente carente de sentido. El Tractatus suministra los elementos necesarios para generar una explicación sistemática de la gestación del sinsentido: una proposición es absurda si no satisface las condiciones lógicas, es decir, carece lógicamente de sentido si al menos uno de sus elementos constitutivos no posee significado o denotación (referencia), porque entonces no es retrato de nada, es, en todo caso, un pseudo-retrato. El análisis del lenguaje científico, el del conocimiento positivo, arrojó como resultado que éste siempre emite proposiciones genuinas en cada uno de sus campos, en el caso de la lógica y las matemáticas porque muestran la estructura del mundo mientras que la ciencia natural refiere directamente a él. Ahora bien, bajo el amparo de la teoría pictórica del lenguaje, también las proposiciones filosóficas en general pero las metafísicas en particular, como cualquier proposición, deben someterse al análisis lógico y pasar a través del principio de verificación que garantiza la significatividad de las proposiciones; una vez analizadas se hace patente su pertenencia al ámbito del sinsentido y se diagnóstica el absurdo filosófico en cuyo caso parece que a sus expresiones se les hicieron las determinaciones de significado necesarias, pero, en el fondo y como resultado del análisis, se evidencia que no ha sido así. Tomando como base el novedoso aparato conceptual que proyecta el Tractatus, la imposibilidad de la metafísica ya no depende de la naturaleza de lo que se puede conocer o no, sino de lo que se puede decir. La metafísica quebranta las normas de la decibilidad, de lo que puede ser dicho significativamente; sus expresiones carecen de sentido porque no se relacionan con el mundo. En otras palabras, toda expresión metafísica es un fraude proposicional y la sentencia que pesa sobre los sinsentidos proferidos por la filosofía es que son tan vacuos de significado y tan absurdos como: “Cranch, crinch, cronch”.52 52 Cf. A. Tomasini Bassols. “El Tractatus y el Sinsentido”, pp. 14-20. 28 Ahora bien, en cuanto a la lectura eticista “tienen razón Janik y Toulmin al pedir una relectura del Tractatus en consonancia con esa opinión, aunque ellos mismos no hayan acertado a dárnosla. No sólo cambia el sentido de la obra si se la ve bajo ese aspecto sino que sólo entonces puede recibirse su mensaje, lo que realmente quiso comunicar su autor”.53 Se trata de una lectura complementaria, seguir el razonamiento ético. Como Janik y Toulmin cuestionan: “¿Pero está realmente justificada esta lectura del Tractatus? ¿Eran estas últimas reflexiones sobre la ética, el valor y «los problemas de la vida» meros latiguillos, contrapesos, o personales reflexiones tardías? ¿O mantienen una conexión íntegra con el texto principal, conexión que pasa por alto la interpretación familiar?”54 La lectura ética no debería señalar su preeminencia sobre el lenguaje lógico, no obstante, puede entenderse que el silencio ético es una sombra que recorre la obra de Wittgenstein. Lo fundamental es reflexionar al Tractatus como un todo. Pero, regresemos un poco, a la consideración de cómo se entiende lo ético en el Tractatus. En párrafos anteriores se ha establecido que es una ética de tipo místico, en la que el lenguajelógico apoya la estructura general del tratado, asimismo, en Wittgenstein el acto (es decir, la vida) está más allá de las proposiciones, empero queda ver cómo la unión entre la lógica y la ética se van engarzando. En este punto, hay que retomar las inquietudes de Janik y Toulmin: Esa cuestión es: ¿en qué problemas filosóficos estaba Wittgenstein ya pensando antes de entrar en contacto con Frege y Russell? Incluso actualmente, en los años 70, libros eruditos y autorizados sobre Wittgenstein y el Tractatus nos invitan todavía a asumir que sus preocupaciones e intereses filosóficos datan de después, de esos encuentros; y que su interés por la filosofía fue despertado por este contacto con la lógica matemática de Frege y Russell, y posteriormente con la epistemología y análisis lingüístico de Russell y Moore.55 Wittgenstein une el lenguaje lógico formal, lo decible, con lo inexpresable, lo místico- ético. Pero, entender la ética mística es pasar los límites del lenguaje de lo decible, acudir al sinsentido de lo inexpresable. Así, en 6.421 se esclarece: “Está claro que la ética no resulta expresable. La ética es trascendental. La ética es vista como algo trascendental”.56 53 L. Villoro, op. cit., p. 6. 54 A. Janik y S. Toulmin, op. cit., p. 26. 55 Ibid., p. 32. 56 L. Wittgenstein, Tractatus, p. 177. 29 Según Barrett “en el contexto de TLP 6.41, está claro que al calificar a la ética de «trascendental» Wittgenstein no está sino reiterando los contenidos de esa entrada. Lo que queda fuera del mundo, como el valor, y, por tanto, la ética, trasciende al mundo y por ello es trascendental”.57 Clarificar la concepción ética, a la luz de las proposiciones lógicas es integrar justamente, la trascendencia, tanto de la lógica como de la ética. Para construir su tratado, Wittgenstein tomó los caminos necesarios, incluso el de desarrollar un sistema lógico para después trascenderlo; gracias a ello, cuando se enfrenta al diagnóstico de 6.54, que reconoce las proposiciones del Tractatus como absurdas, ésta no representa un obstáculo, por el contrario, se ajusta al sistema por completo en tanto que considera, en concordancia con las conclusiones lógicas, que como sus proposiciones no pueden decir nada sobre el mundo porque no representan figurativamente; son carentes de sentido, y siguiendo el mismo dictamen, encuentra que pese a su incapacidad para decir lógicamente, estos sinsentidos nos ayudan a ver correctamente el mundo. La ética que, al quedar completamente fuera del discurso racional, no puede elaborar proposiciones porque no son fácticas y carecen de sentido lógico, manifiestan que resolver cómo es el mundo para conocerlo científicamente no es lo más importante, que hablar de lógica o lenguaje es como hablar de nada ya que la ética refiere al sentido del mundo que no es un hecho entre hechos. De esta manera, la ética tendría que dejar de ser racionalista, ese monstruo conceptual en que se le ha convertido, pero sin la necesidad de renunciar a la tentativa de expresarlo por indecible, sólo habría que evitar la sobreintelectualización de lo verdaderamente importante para el ser humano. Según esta interpretación, el empeño del Tractatus se resumiría en el siguiente párrafo: El problema en el que Wittgenstein se embarcó –según nuestras hipótesis- fue el de construir una crítica general del lenguaje capaz de mostrar, simultáneamente, tanto que la lógica y la ciencia tienen un papel apropiado que desempeñar dentro del lenguaje descriptivo ordinario mediante el cual producimos una representación del mundo análoga a los modelos matemáticos de los fenómenos físicos, como que las cuestiones relativas a la «ética, los valores y la significación de la vida», por hallarse fuera de los límites del lenguaje descriptivo aludido, se vuelven —en el mejor de los casos— objetos de una suerte de visión mística, que puede ser transmitida a través de una comunicación «indirecta» o poética.58 57 C. Barrett, op. cit., p. 59. 58 A. Janik y S. Toulmin, op. cit., pp. 240-241. 30 Es evidente que para aquellos que interpretaron el Tractatus con el enfoque ético, la contradicción que representa 6.54, no es un problema porque la obra es concebida como un conjunto de sinsentidos que proveen algún tipo de comprensión, sinsentidos peculiares que sirven para algo y no sólo para confundir o engañar. En realidad, es tentativo tomar esta solución ante el auto-repudio del Tractatus; subsume la contradicción y la hace parte de todo el sistema alegando que el sistema lógico que se erigió es tan sólo una escalera que debe arrojarse después de hacernos ver que la ciencia del mundo no es lo primordial y que hay algo más allá por lo que no debemos aferrarnos a sus peldaños, no obstante, este artificio es el verdadero problema de su interpretación. Para cerrar esta primera disertación hay que tener en cuenta que en Wittgenstein su filosofía no está separada de la vida, pues la primera nos lleva al conocimiento de la segunda, sólo que ésta es inexpresable. Capítulo 2: La lógica como estructura del mundo El Tractatus logico-philosophicus, como su nombre lo sugiere, es un tratado de filosofía cuyo fundamento es la lógica,59 no obstante, con “lógica” no se hace referencia a la acepción usual del término, es decir, a un montón de sistemas formales y cálculos para llevar a cabo deducciones y demostraciones con el único objetivo de encontrar la verdad, en este caso se trata más bien de una perspectiva lógica, puramente formal y abstracta, con la que Wittgenstein enfoca todo aquello que le interesa: la realidad, el lenguaje, la ciencia, las matemáticas e incluso los valores. Ciertamente, Wittgenstein habla siempre desde la lógica, es decir, en términos enteramente generales, de modo que puede parecer que está hablando de un único lenguaje perfecto y universal. […] Wittgenstein no está pensando en ninguna totalidad concreta –no está pensando en ningún conjunto concreto de proposiciones elementales–, sino que está pensando en todos los posibles –todas las proposiciones elementales posibles de todos los lenguajes posibles–. Porque la lógica no lo es de un solo lenguaje y, así, tampoco lo es de un solo mundo: la lógica opera como límite de cualquier mundo posible (pues ser posible consiste en ser lógico). Todo ello nos lo dice el Tractatus lo más claramente que puede.60 El camino por el cual Wittgenstein desarrolla su planteamiento es, evidentemente, lógico. Toda proposición es la forma sensoperceptiva en que se expresa el pensamiento, y ese vehículo por el cual se hace perceptible para los sentidos es el signo que bien puede ser auditivo o visual. Dicho de otro modo, por medio del uso de signos es posible proyectar el pensamiento y como éste abarca el estadio anterior en la representación, su alcance se extiende de tal manera que los signos proyectan también situaciones del mundo, así como posibles estados de cosas. Esto sólo es posible gracias a que entre lenguaje y mundo se establece una relación pictórica interna que permite que la realidad sea proyectada o representada mediante signos determinados. La base de la pictoreidad es la estructura lógica que comparten los hechos simples y las proposiciones. Es menester rememorar que detrás de todo problema filosófico subyace la incomprensión o ignorancia de la lógica con que funciona el lenguaje, por ello, 59 Así lo refiere Black, Max, A companion to Witgenstein’s Tractatus, Cambridge, University Press, 1964, p. 23, apud Alejandro Tomasini, Explicando el Tractatus, p. 10. 60 J. Ruiz Abánades, op. cit., p. 78. 32 Wittgenstein señala que lo que siquiera puede ser dicho, puede ser dicho claramente; y de lo que no se puede hablar hay que callar. En este sentido,es prioritario delimitar con precisión lo que puede ser dicho y aquello de lo que no se puede hablar. La clave en el Tractatus es la concepción de sentido y sinsentido que entraña su sistema, los cuales estriban en la consideración de la lógica y su sintaxis, es decir, de la teoría pictórica del lenguaje. Wittgenstein estaba convencido de que no todo lo que puede proferirse es verdadero, intuición que quizá se le hizo presente en su contacto con la vida académica de la universidad de Cambridge donde se sintió perturbado por la superficialidad, vacuidad y puerilidad con que se trataban los temas filosóficos pues había casos en los que parecía que ni siquiera se hablaba con seriedad. A su consideración, las discusiones filosóficas presuponían la aceptación tácita de conexiones conceptuales absurdas que violan las reglas de uso de los términos empleados en ellas. El problema surge por la naturaleza lógicamente imperfecta del lenguaje ordinario que permite la ambigüedad en el uso de los términos y consiente la enunciación de expresiones sin sentido; por tal motivo Wittgenstein insiste en atender a la lógica del lenguaje pues solo así es epistémicamente viable, si consta de proposiciones que obedecen el orden lógico, proporciona conocimiento evitando la vaguedad y garantizando al mismo tiempo su sentido y nuestro conocimiento del mundo. Wittgenstein parte de los principios del simbolismo y las relaciones que hay entre las palabras y las cosas, llegando a la que es, probablemente, su tesis fundamental: para que el lenguaje pueda comunicar algo sobre el mundo, debe existir algo en común entre la estructura de la proposición y la del hecho; aquello que comparten es la forma lógica. Así, en este capítulo, se tratará sobre la teoría figurativa, el mundo como lo decible y los límites de lo decible. 2.1. La teoría figurativa de la proposición Formamos figuras de los hechos; la figura lógica de los hechos es el pensamiento. La llamada teoría pictórica del lenguaje es la vinculación del reino de la lógica con el reino de lo factual, relación que trae consigo la posibilidad de deslindar lo decible de lo indecible 33 gracias a la acepción de “sentido”, que permite la diferenciación entre proposiciones genuinas y pseudo-proposiciones, distinción que representa el límite ineludible para la clara expresión de los pensamientos y hace que no sea lógicamente aceptable proferir cualquier tipo de afirmaciones. Así, Wittgenstein no está por dar solución a los eternos problemas filosóficos, sino que los disuelve. Wittgenstein distingue entre proposiciones genuinas y pseudo-proposiciones, si bien se indica que las proposiciones de la lógica son las únicas proposiciones necesarias, “no son otra cosa que pseudo-proposiciones. Ahora bien ¿cuál es la marca de la necesidad? Wittgenstein responde: la tautologicidad. Lo que él sostiene es que toda verdad necesaria en el fondo expresa una tautología y, por lo tanto, no dice nada. Las verdades de la lógica muestran algo, a saber, la estructura común del lenguaje y la realidad”.61 Este valor tautológico se separa de la noción empirista, pues dichas verdades no están basadas en la razón, sino que las proposiciones devienen conocimiento, por lo tanto, siguen estando en el ámbito del lenguaje; la lógica es la presunción de significación. Por ello, en 4.11, Wittgenstein dice: “La totalidad de proposiciones verdaderas es la ciencia natural entera (o la totalidad de las ciencias naturales)”.62 La totalidad de las proposiciones es la totalidad de la ciencia o de los conocimientos y, por ello, el lenguaje es la totalidad de las proposiciones, si se quisiera ir más allá del límite del lenguaje o de las proposiciones, estaremos en el terreno de las seudo-proposiciones, las condiciones lógicas son necesarias para figurar el mundo, de ahí que las proposiciones sean retratos del mundo. La teoría del lenguaje de Wittgenstein asume la intuición de la forma lógica y la pone en la base de toda representación. El primer elemento en la cadena de la simbolización es el mundo que es lo que se va a representar y está ahí sin más, constituido por objetos que se relacionan entre sí de formas muy diversas pero determinadas. Luego está el pensamiento, figura lógica de los hechos, y como esto lo sugiere, se constituye a base de las figuras o representaciones que nos hacemos del mundo, verdaderas si corresponden con la realidad o falsas en caso contrario; la forma lógica hace su aparición en este estadio puesto que es la 61 Alejandro Tomasini Bassols, “Verdad necesaria y conocimiento a priori”, p. 211. 62 L. Wittgenstein, Tractatus, p. 65. 34 condición de posibilidad para la representación de la realidad por medio de figuras, es decir, es porque el hecho comparte su forma lógica con la figura que ésta puede representarlo. El último elemento en el proceso de simbolización es el lenguaje, asignación de una expresión lingüística al pensamiento o retrato lógico de la realidad; se les asignan nombres a los componentes de la figura y, por correspondencia con estos, a los elementos del mundo, a saber, a sus objetos y a las relaciones en que se encuentran. El resultado de la simbolización es que las proposiciones son retratos de la realidad y como retratos representan, presentan, enuncian y describen lo que retratan. Esa es precisamente la función del lenguaje, describir el mundo, afirmar o negar sus hechos, y para ceñirse a ella debe haber reglas estrictas, mismas que debe cumplir todo lenguaje cuya pretensión sea representar lo real. La condición lógica necesaria para una representación mental o lingüística de la realidad es la relación biunívoca entre los elementos de un hecho en el mundo y su retrato, esto es, para que un conjunto de signos sea figura de un hecho debe existir una relación uno a uno entre los componentes del retrato y lo retratado y que la relación que se da entre ellos sea la misma en ambos grupos.63 Además, el simbolismo correcto, el del lenguaje lógicamente perfecto, procura la asignación de un nombre único para cada elemento y restringe su uso para elementos distintos, garantizando unicidad de significado para cada símbolo, así como la referencialidad de las proposiciones; sólo con la aplicación de símbolos particulares con significados únicos y determinados, una proposición puede significar algo completamente definido. Si hubiera que resumir la teoría pictórica o figurativa del lenguaje se diría con toda confianza que se trata de isomorfismo estructural64 entre mundo, pensamiento y lenguaje, que ellos son tres instancias distintas de la misma forma lógica; y de ahí se sigue que el lenguaje es pensamiento y el pensamiento, mundo. Dicho de otro modo, el núcleo del lenguaje y del pensamiento es el mundo. 63 Cf. Alejandro Tomasini Bassols, “Filosofía de la Ciencia en el Tractatus”, p. 2. Artículo en línea en la página del autor: http://tomasini-bassols.com/wp-content/uploads/2017/05/Ciencia.pdf 64 Cf. Ibidem. 35 El lenguaje se retrotrae en última instancia a los objetos, elementos últimos a los que apunta cada proposición, proporcionando la referencialidad que el lenguaje objetivo necesita. La materialidad es el límite del lenguaje con sentido, por lo tanto, cualquier pronunciamiento que pretenda ser significativo depende de si a lo que hace referencia está en el mundo y de si al menos es posible su acontecer en él. Por eso la significatividad de un retrato o proposición es independiente de si éste es correcto o no, verdadero o falso, en tanto que corresponde o no con la realidad, pues a pesar de su valor de verdad se comprende su sentido, se entiende el estado de cosas al que señala y su posibilidad de suceder o no. Las condiciones de posibilidad de la captación mental y de la ulterior
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