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Universidad Nacional Autónoma de México Facultad de Filosofía y Letras Miguel Sánchez: una interpretación de su pensamiento teológico guadalupano T e s i s que para obtener el título de Licenciado en Filosofía p r e s e n t a Omar Mejía Vergara Director de tesis Dr. Ernesto Priani Saisó México, D. F. 2012 UNAM – Dirección General de Bibliotecas Tesis Digitales Restricciones de uso DERECHOS RESERVADOS © PROHIBIDA SU REPRODUCCIÓN TOTAL O PARCIAL Todo el material contenido en esta tesis esta protegido por la Ley Federal del Derecho de Autor (LFDA) de los Estados Unidos Mexicanos (México). El uso de imágenes, fragmentos de videos, y demás material que sea objeto de protección de los derechos de autor, será exclusivamente para fines educativos e informativos y deberá citar la fuente donde la obtuvo mencionando el autor o autores. Cualquier uso distinto como el lucro, reproducción, edición o modificación, será perseguido y sancionado por el respectivo titular de los Derechos de Autor. 3 MIGUEL SÁNCHEZ: UNA INTERPRETACIÓN DE SU PENSAMIENTO TEOLÓGICO GUADALUPANO 4 ÍNDICE Introducción (6) Capítulo 1 (11) Del contexto, ese fiel acompañante del texto (13) El hito del descubrimiento de América y algunas de sus consecuencias (15) El europeo frente a las prácticas indígenas (17) Orígenes hispanos del discurso criollo (21) Ser criollo en la Nueva España del siglo XVII (23) El discurso criollo (27) Capítulo 2 (33) “Y llegamos a Miguel Sánchez” (35) Orígenes del clérigo olvidado (36) “Aquel nuestro Cicerón cristiano…” (39) Un nuevo Acteón (41) “Desde entonces para el mexicano…” (47) El libro que cambió la historia (51) El libro “Imagen de la virgen María” (54) La apocalíptica Guadalupe: tesis central de Miguel Sánchez (58) Capítulo 3 (71) La virgen de Guadalupe: ¿sincretismo o eclecticismo? (73) Los orígenes de la apocalíptica Guadalupe (77) La Guadalupe americana: envuelta de tecpilahtolli (85) Miguel Sánchez y la necesidad de una virgen criolla (92) Conclusiones (99) Fuentes y referencia bibliográficas (105) 5 A mis padres (Esther y Saúl) y hermanos (Perla, Saúl y Javier), por el cariño y la confianza. A mis amigos y maestros, por la compañía y la sabiduría. A Yeni, por el amor. 6 INTRODUCCIÓN 7 Este trabajo surgió, como creo que muchos otros lo han hecho, de ideas y propósitos en principio ajenos a él. Por el año de 2007, en compañía de dos amigos músicos dimos inicio a una orquestación de una obra en parte teatral y en parte musical que nuestro maestro –el profesor Carlos López Rosas- había compuesto unos años atrás. La obra daba cuenta de manera artística de cómo habían sucedido, de acuerdo a la tradición, las célebres apariciones de la virgen de Guadalupe supuestamente ocurridas en el año de 1531 en el cerro del Tepeyac, cuando México aún era un albor que se gestaba de lo español y lo indígena, basándose para ello primordialmente en el texto en náhuatl tradicionalmente conocido bajo el nombre de Nican mopohua. Sería de mi parte falso si no admitiera que también las diversas manifestaciones que sobre esta figura religiosa había contemplado en mi niñez ya me habían causado una gran curiosidad por descubrir más de ella y su simbolismo; sin embargo, fue la inmersión en esta empresa de buscar un discurso musical y un entendimiento del “hecho guadalupano” lo que definitivamente me llevó a indagar sobre esta advocación de una manera más formal y sistemática; mezclándola y tratando de verla a los ojos de lo que ahora también formaba parte fundamental de mi vida: la filosofía. Poco a poco y topándome con diversos textos, interpretaciones y maneras de presentar a la virgen de Guadalupe y lo que para cada autor evoca, fui acercándome con más ahínco a una investigación histórica del fenómeno no ya detenida en la afirmación o negación de los hechos que le rodean, de la existencia o no de los personajes, o de la veracidad científica que envuelve los rastros físicos del presunto milagro; más bien, me interesé por el hecho de que ciertas personas en un momento de su vida crean que esta figura puede hacer por ellos cosas fantásticas a niveles insospechados y a que tal creencia, debía tener un origen que, aunque religioso y quizá por ello admitido por la fe, es también razonable o quizá rastreable en cuanto a su valoración primitiva. En otras palabras, que la creencia en Guadalupe, tan firme y tan amplia en cuanto a su vigencia no podía tratarse de un fenómeno religioso que por casualidad llegó a tal grado, sino que en sí mismo encerraba una prefiguración notable para ser asimilada por el mexicano. Guadalupe es eso, un símbolo eminentemente mexicano, pero no porque en verdad se asimilara como un “regalo divino”, o al menos no únicamente; parecía hallarse en su constitución, en su estructura como figura con cualidades y “habilidades específicas” una fijación 8 bicondicional (si no ya acaso incondicional) con la cultura de este país; pues para más de uno Guadalupe es sinónimo de México, sin lugar a dudas. De tal modo me aventuré a una exploración en los orígenes de lo que se ha llamado de manera recurrente como “el mito guadalupano”, título ambiguo que sospechosamente juega con las valoraciones interpretativas de cada oyente y enunciante, pues a veces persigue lasintenciones de negarlo y criticarlo (ya que un mito es finalmente una mentira) y otras la de reconocerlo como absolutamente presente en la vida de este país con connotaciones no necesariamente negativas (no olvidemos que un mito también es algo fundamental en las vidas de quienes lo crearon)1. Fue así que llegué al conocimiento de los que Francisco de la Maza nombró como “los evangelistas de Guadalupe”, un grupo de cuatro autores criollos del siglo XVII que fundamentaron y promovieron de muchas maneras la creencia en la virgen mexicana; de entre ellos, llamó poderosamente mi atención Miguel Sánchez, autor de un libro publicado en 1648 que lleva el título de Imagen de la Virgen María. Quizá, para la gran mayoría de los mexicanos el nombre de Miguel Sánchez no diga básicamente nada (también en parte por lo impresionantemente común de tanto nombre como apellido); sin embargo, fue gracias a la obra de este clérigo novohispano que se conoció impresa por primera vez la historia que nos habla sobre la milagrosa aparición de una virgen morena que se convirtió en protectora de estas tierras; este solo dato ya debía bastar para considerarlo como un autor de cierta importancia, pues quiérase o no esta figura mariana marca de manera considerable nuestro modo de ser religioso en general, aún si se es o no creyente o afecto al catolicismo. Pese a ello, este autor en varios ámbitos es sólo un desconocido más de los que se cuentan por cientos en la historia intelectual de nuestro país. Ahora bien, la propuesta de este trabajo no pretende exaltar a Sánchez por razones de carácter religioso, de hecho, no hace un hincapié preciso en la valoración religiosa del pensamiento de este personaje del siglo XVII, sino que más bien pretende ahondar en las motivaciones filosóficas o intelectuales que condujeron a este autor a proponer a la virgen criolla (así considerada por él) como el nuevo emblema del criollismo y el símbolo de la religiosidad de la Nueva España. Así, trataré de visualizar el pensamiento del bachiller 1 Cf. Mircea Eliade, Mito y Realidad, p. 4. 9 Sánchez ciertamente como un pensador que reflexiona desde la religión, pero que echa mano de un proceso discursivo específico que en muchos sentidos entra también en los ámbitos políticos, filosóficos e incluso literarios. En realidad, la tesis apunta en su objetivo final a ubicar a este personaje ignoto del pensamiento mexicano en uno de los terrenos del proceder filosófico que ha recorrido casi desde los albores las grandes mentes de esta disciplina y se ha ocultado con muchas caras a través de la historia: el eclecticismo; aunque con la aclaración de que se le asigna la categoría de ecléctico peculiar o sui generis, por razones que el lector encontrará en las entrañas de este trabajo. La investigación quedó dividida finalmente en tres partes que me parecieron las adecuadas para abordar el tema. Primeramente, surgió la necesidad de ubicar a este autor en un periodo específico de nuestra historia, con el fin de explorar sus ideas en contraste con los que se estaba reflexionando en su tiempo. Esta resolución me condujo a analizar de forma breve el pensamiento criollo a mediados del siglo XVII, del que Sánchez era parte, y por supuesto tal suceso me arrastró también a observar algunos de sus precedentes históricos desde la Conquista de México, punto que por otro lado fue determinante en la valoración final del pensamiento filosófico del autor que ahora nos ocupa, pues gracias a ese repaso histórico pude entender (o al menos así lo creo) con más claridad sus pretensiones y procederes. En el segundo momento de este ensayo me propuse abordar la biografía de este criollo del XVII con las limitantes que quizá muchos otros se han encontrado al intentar tal empresa: la poca existencia de datos que dan cuenta de su vida y obra. A pesar de ello, indagué tanto como me fue posible y creo que finalmente lo obtenido da cuenta de forma suficiente para los motivos del trabajo. Tras abordar su figura humana y como parte de este mismo capítulo, decidí también exponer los puntos fundamentales del libro Imagen de la Virgen María, el texto más conocido de Miguel Sánchez y por el cual es, en todo caso, recordado en la historia de una manera más recurrente. Por último, en el capítulo final decidí dar una interpretación de las ideas manejadas por Sánchez con el fin de no sólo ubicarlo o etiquetarlo en el espacio temporal del pensamiento mexicano, sino más bien para mostrar que las determinaciones de su obra colaboraron notablemente a prefigurar al fenómeno guadalupano como lo que es hoy en día, gracias a que fue el primero en fusionar de una manera metódica y precisa lo que hasta ese momento sólo había sido mezclado de una manera física o biológica: Europa y 10 América. De tal modo, de acuerdo con lo manejado en esta tesis, se pretende señalar a la obra de Miguel Sánchez como un momento importante en el pensamiento mexicano que condujo a una valoración y aceptación sin precedentes del individuo novohispano, conduciéndolo -en la idea de Guadalupe como símbolo de la gracia divina- hacia una seguridad que paulatinamente fue creciendo y cimentándose en el movimiento criollo y más tarde en el llamado nacionalismo mexicano. La exploración que en este trabajo de investigación se pretende realizar en torno a las figuras principales que en él se hacen mención, Miguel Sánchez y la virgen de Guadalupe, importantes ambas para la historia de nuestro país, ha procurado hacerse con el mayor respeto posible, pues se entiende a la perfección que tales figuras son o pueden ser objeto de una valoración íntima por muchas personas, al ser su presencia en la historia como ya dijimos antes, observada en diversos niveles y formas de pensamiento o creencia religiosa. Si el cometido de la tesis se logra o no, dependerá finalmente de la valoración del plano argumentativo por parte del lector, de quien espero su atención tanto como su crítica a lo que considere que debe ser repensado o revalorado. 11 CAPÍTULO 1 CONTEXTO HISTÓRICO DE MIGUEL SÁNCHEZ: EL DISCURSO CRIOLLO Y SUS PRECEDENTES 12 Discordias, contradicciones, una increíble confusión fue todo lo que se vio cuando echaron en la horma el barro que me formó. Por eso, yo no podría ser mejor de lo que soy… OMAR KHAYYAM “EL RUBAIYAT” 13 Del contexto, ese fiel acompañante del texto En un escrito basado en una serie de conferencias que José Ortega y Gasset pronunció en 1930, se rememora la valoración vital que el filósofo español realiza desde los albores de su obra, aquella que versa sobre la circunstancia como parte (insoslayable y patente) del “yo”. En efecto, la sentencia orteguiana del “yo soy yo y mi circunstancia” nos remite irremediablemente al papel de la historia y su peso en el individuo; nos coloca en medio de un determinado lugar (un país, un período, una cultura, una moda, etc.), pero también nos invita a observar las “posibilidades” y la apertura, latente en la propia circunstancia, en donde cabe la opción de decidir2. Probablemente la nomenclatura de “vitalista” que suele recibir este autor sea atinada sólo de forma parcial, pues si bien su pretensión es ponderar el aspecto de la inmediatez del individuo respecto a su entorno, esto es, colocar por delante la importancia de la vida concreta, es su capacidad de insertar ese propio entorno (llamado por él “circunstancia”) en el “yo”, lo que dota a su filosofía de un aspecto que pretende superar la mera doctrina del determinismo y la ausencia de libertad: hacer la circunstancia parte de nosotros mismos y portanto indeleble en nuestros actos, pero de igual forma estos últimos “inscritos” en aquella. “El hombre es historia”3. Así, la otra ventana por donde se observa el transcurrir de la obra de un autor cualquiera, será siempre el de los hechos que le rodean (lo que se sabe o pretende saberse de ellos) además del sentido discursivo que presenta el propio texto que nos ofrece como fruto de sus observaciones. Siempre que pienso en un contexto histórico y la persistente necesidad de tener uno en el ámbito filosófico, la previa reflexión se me revela como, si no la justificación de esto, una razón de peso para la búsqueda de un plano histórico en donde colocar a los personajes de cualquier disciplina. Un trato especial, con base en lo antes enunciado, merece el autor que se abordará en el presente trabajo, por lo que a continuación veremos. En la pretensión de estudiar a un pensador como Miguel Sánchez, cuyo problema principal es la ausencia de datos en torno a su vida (dificultad que abordaremos más adelante) cobra una particular importancia conocer al menos someramente las circunstancias (en el más puro sentido orteguiano) en que se desenvuelve con el fin de, si 2 Ortega y Gasset, José, ¿Qué es filosofía?, p. 242. 3 Montes de Oca, Francisco, Historia de la filosofía, p. 407. 14 no entender en su totalidad, sí atisbar las pretensiones de lo que se conoce de su obra, en específico, del texto que analizaremos en el capítulo siguiente: Imagen de la virgen María madre de Dios de Guadalupe de 1648. Intentaré explicar con base en la historia, de dónde provienen las dos partes importantes de la vida de Sánchez, las de clérigo y patriota; y por qué ambas convergen en su obra, se confunden y lograron constituirse como un elemento que, según algunos autores arrojó la obra más importante y original del siglo XVII. Dicha tesis (la de colocarla como la suprema obra del período citado) no será discutida y aunque creo que el libro de Sánchez antes mencionado sí representa una obra fundamental en la historia de México (en varios aspectos, resaltando el religioso y el político, pero no limitándose a ellos) dejaré a la consideración del lector la valoración del texto en lo que respecta a su grado de importancia y originalidad; y pese a que se pretende colocarla como una obra en efecto interesante y forjadora de una tradición (la guadalupana), no la elevaré a grados superlativos sólo por afirmar que trato un tema de sumo interés. Si en verdad lo es, que sea el análisis el que lo arroje. Aunado a la ya mencionada condición de “esquivo” que el padre Sánchez resulta tener para los investigadores del pasado mexicano, otro aspecto que hace necesario un recuento de la historia que lo precede es la absoluta concordancia que su pensamiento encuentra en las voces del movimiento criollo del siglo XVII. Si atendemos a lo enunciado por Luís Villoro en torno a la historia y su móvil: “dar un sentido a la vida del hombre al comprenderla en función de una totalidad que la abarca y de la cual forma parte”4, Sánchez no puede ser entendido sino inmerso en la mentalidad y proceder del criollo; del mismo modo, por esa conexión bicondicional de historia y hombre, la totalidad del discurso criollo no puede estar completa sin el recuento del pensamiento de este clérigo. Abordaremos pues, previo a la biografía de Sánchez (o lo que se pueda lograr de ella), la línea histórica en la que sin duda se encuentra adherido de forma por demás contundente: el discurso generado en torno a la defensa de la naturaleza criolla que se da en el siglo XVII, de forma particular en el territorio entonces conocido como la Nueva España. 4 Villoro, Luis, “El sentido de la historia”, en Carlos Pereyra, Historia, ¿Para qué?, p. 52. 15 El hito del descubrimiento de América y algunas de sus consecuencias Una de las frases más recordadas en torno a la historia del descubrimiento del territorio que sería denominado como América es aquella que para la posteridad dejó Francisco López de Gómara: “La mayor cosa después de la creación del mundo, sacando la encarnación y muerte del que lo crió, es el descubrimiento de Indias”5. La obra del capellán de Cortés, publicada en 1552 es parte de la corriente historiográfica que se inaugura con los cronistas del Nuevo Mundo (aquella que ya comprende parte de lo que conocemos hoy como antropología) y que también es el origen de la visión que en Europa se manifiesta con respecto a la recién descubierta y conquistada porción del mundo. Las palabras de López de Gómara adquieren ante nuestros ojos de espectadores distantes, el matiz de maravilla que siempre se nos inculcó desde nuestra temprana formación al referirse al territorio novedoso y complicado que aparecía en el panorama renacentista (en muchos sentidos) del europeo6. La conformación tanto climática como social que encarnaba la “maravilla americana” cambió stricto sensu la forma de hacer historia no sólo por representar un objeto de estudio distinto, sino por, mediante su aparición, cambiar la configuración de la vida misma de occidente: “El descubrimiento de América y, posteriormente, la conquista y colonización ampliaron el horizonte europeo de manera revolucionaria y confrontaron a sus historiadores con problemas que no se habían planteado antes en la historia europea”7. Se trataba en fin, de una problemática en dos partes para el historiador: primeramente, de manera inmediata era menester relatar todo lo ocurrido para que mediante esa crónica quedara sentado por escrito lo sucedido y se conociera más allá del tiempo y el espacio; luego, venía lo más complejo, dar razón de este Nuevo Mundo en la historia católica, en las más obvias acepciones de la palabra, tanto etimológica (referida a lo universal) como religiosa (para formar parte de la cristiandad). La primera parte (la relatoría) se puede decir que la cumplieron sin mayor complicación; en la segunda no sólo los historiadores participaron y la justificación de una existencia se 5 López de Gómara, Francisco, Historia General de las Indias, p.25. 6 En este mismo tenor, la obra de otro español y cronista de los acontecimientos de guerra y conquista que se nos manifiesta como portavoz del asombro es Bernal Díaz del Castillo, particularmente en ese simbolismo que siempre me ha parecido encarnar su idea de Tenochtitlan como parte de lo que “cuentan en el libro de Amadís”, transportando lo maravilloso de la Edad Media a lo concreto del Nuevo Mundo. Véase Díaz del Castillo, Bernal, Historia verdadera de la conquista de la Nueva España, p. 201. 7 Kohut, Karl, “Las crónicas de Indias y la teoría historiográfica: desde los comienzos hasta mediados del siglo XVI”, en Narración y Reflexión. Las crónicas de Indias y la teoría historiográfica, p. 16. 16 volvió en lo sucesivo una especie de estigma para América. Para el historiador Edmundo O´Gorman el verdadero problema radicaba en este segundo aspecto: la explicación satisfactoria de “la aparición de América en el seno de la Cultura Occidental”8. En la opinión de O´Gorman, como en la de muchos otros, el suceso de la inmersión de América en el plano histórico-espiritual del mundo se logra mediante la religión misma y su sentido de universalidad. La interpretación por la que la Iglesia del XVI parece apostar, respecto a por qué el surgimiento de un nuevo territorio, es la de una encomendada evangelización del mundo entero, referencia bíblica inagotable para la empresa europea (Mt 10,5; Lc 9,1; Mc 6,8). Y aunque desde 1524 se inicia una “evangelización metódica de la Nueva España”9 con el arribo de los legendarios doce franciscanos, el pasmo del Nuevo Mundo, su rareza y condición de ajeno siguió presente de alguna manera en el siglo posteriora la Conquista. Si bien para Octavio Paz el que los habitantes del territorio recién descubierto adoptaran la fe cristiana era parte de su manera de ingresar en el curso de la historia, pues “pertenecer a la fe católica significaba encontrar un sitio en el cosmos”10, ese lugar no era, por mucho, el mejor de dicho orden. Por un lado, la idea de América como una reciente aparición de la cuarta parte del mundo en el plano histórico-cristiano se manifestaba como cierta: se le hallaba como un territorio para la expansión del reino espiritual y como una tarea que se mostraba ipso facto, de pronta resolución; por otra parte, el revestimiento que la propia condición social de los pueblos americanos arrojaba (de idolatría y salvajismo) hacía que, en la clasificación europea, tales prácticas los colocaran en cercanía a las porciones asiáticas y africanas en cuanto a su valoración moral, cultural y religiosa. La visión del mundo dividido en tres partes (Europa, Asia y África) concebida desde la antigüedad clásica entre griegos y romanos, siempre concedió a las civilizaciones de Europa la primacía sobre las otras dos porciones. Desde luego, como es lógico pensarlo, con el cristianismo y su pretensión de universalidad, esta creencia se exacerbó. El aceptar los territorios descubiertos como la “cuarta parte del mundo” trajo consigo para éstos, la doble idea de ser parte del “mundo conocido” y quedar a merced de su orden y justicia: “Gracias a ese reconocimiento, las civilizaciones indígenas quedaban integradas, es cierto, 8 O´Gorman, Edmundo, La invención de América, p. 15. 9 Ricard, Robert, La conquista espiritual de México, p. 75. Véase también Sahagún, fray Bernardino de, ¿Nuestros dioses han muerto? Confrontaciones entre franciscanos y sabios indígenas. México, 1524. 10 Paz, Octavio, El laberinto de la soledad, p. 112. 17 al curso de la historia universal, pero, por la misma razón, no quedaban excluidas de las consecuencias de la concepción jerárquica de la misma”11. Es de nueva cuenta el propio López de Gómara el que nos afianza lo antes mencionado: “los hombres son como nosotros, fuera del color; que de otra manera bestias y monstruos serían, y no vendrían como vienen, de Adán”12. Ahora bien, a lo largo de este ensayo no debemos perder de vista el impacto que generó el descubrimiento de estas tierras, la rareza primitiva de su origen y su arribo, así como la obligada confrontación que reclaman del europeo consigo mismo. Puedo anticipar al lector que es este hito del descubrimiento lo que genera la posibilidad de un discurso criollo; esa desigualdad entre Europa y América, manifiesta en varias cuestiones, será la base del sentimiento de novedad que inundará la conciencia criolla, aquella sensación que lo llevó a exigir más, de una España que aun se recuperaba del profundo rompimiento que se generó en “su mundo”. Antes de entrar de lleno al discurso criollo y sus características, me parece pertinente hablar de forma breve de la visión que el europeo halló frente a los habitantes del Nuevo Mundo, ya que esa forma de ser de los oriundos de esta recién llegada porción, fue la que contribuyó (más que las condiciones climáticas) a las concepciones que los conquistadores y frailes se hicieron de estas tierra y su empresa respectiva para con ella. El europeo frente a las prácticas indígenas Dice otro filósofo español que hay cierta validez más o menos inmediata que podemos reconocer en la frase “el hombre es lo que hace”13. En efecto, las prácticas que llevamos a cabo parecen definirnos en algún sentido al menos; algo al respecto también dice Schopenhauer, cuando hablando de lo que origina la diferencia de suerte en los mortales enuncia como aspecto de ello Lo que uno representa14, es decir, cómo nos visualizan los demás. No quiero decir que sólo somos lo que hacemos, sino que de manera contundente 11 O´Gorman, E., Op. cit., p. 150. 12 López de Gómara, F., Op. cit., p. 25. 13 Nicol, Eduardo, La idea del hombre, p. 12. 14 Schopenhauer, Arthur, “Aforismos sobre el arte de saber vivir”, en El arte de tener siempre la razón y otros ensayos, p. 11. 18 nuestro hacer se manifiesta como una forma muy probable en que los demás puedan conocernos y en ello, quizá definirnos. En el caso específico de los pueblos indígenas durante el período de conquista y colonia, significó una determinación tajante. Los relatos en torno a las prácticas indígenas desde los inicios de su historiografía son, como es lógico pensar, de una absoluta condena respecto a su forma de organización religiosa. Temas como la idolatría y el deleite excesivo entre los habitantes del Nuevo Mundo llenaron las páginas de los cronistas de Indias, resaltando como es de esperarse las obras de los frailes misioneros, quizá por la cercanía que tenían de las prácticas rituales del indio o la conciencia religiosa que los movía inexorablemente a reprobarlas y sustituirlas por el cristianismo. A pesar de cierta creencia recurrente respecto a la visión europea, nunca existió entre los historiadores una verdadera opinión de in-humanidad para calificar al indio15, ya lo vimos en las palabras de López de Gómara, la creencia de que los recién descubiertos provenían también de Adán se hizo patente desde el inició: de ahí el afán y la necesidad de evangelizarlos (y conquistarlos, claro); de ahí la posibilidad de calificar sus prácticas como reprobables para los hombres de bien. Ni siquiera Juan Ginés de Sepúlveda, cronista de Carlos V y el más fiero crítico de la condición moral del indio, llegó a presentarlo como no humano16. Este célebre clérigo secular hispano (el principal representante del “proyecto colonizador ibero” en la perspectiva de Leopoldo Zea17) sostuvo una famosa controversia con fray Bartolomé de las Casas donde se discutieron la naturaleza, espiritualidad y capacidades del indio americano; suceso conocido comúnmente como la Polémica de Valladolid18. Ni aun en ésta última, símbolo de las reflexiones sobre los indios y su posición frente al europeo parece haberse cuestionado su naturaleza humana y su condición de cristiano en potencia. Lo que sí encontramos en cambio, es una condena a su actuar, a su forma de ser, considerando su gusto por el placer y entrega al demonio sus faltas primordiales. Sólo por citar a dos de los frailes (ambos franciscanos) que, pese a ser 15 Cf. O´Gorman, E., “Sobre la naturaleza bestial del indio americano”, en Filosofía y Letras. Revista de la facultad de filosofía y letras, pp. 305-315. En este texto, O´Gorman niega que en los escritos en torno a la naturaleza del indio se le haya calificado de animal. 16 Las opiniones que este autor sostuvo en torno al indio, se encuentran en Sepúlveda, Juan Ginés de, Tratado sobre las justas causas de la guerra contra los indios, p. 51 ss. 17 Cf. Zea, Leopoldo, Filosofía de la historia americana, pp.115-126. 18 Para los pormenores sobre las argumentaciones presentadas en Valladolid por cada uno de los contendientes pueden Véase Las Casas, Bartolomé de, “Tratado Tercero: Aquí se contiene una disputa o controversia”, en Tratados, pp. 217-459. 19 recordados por su cercanía e interés en los indios también fueron férreos acusadores de las “bajas prácticas” de éstos, tenemos por un lado a Motolinía: Declaraban los frailes a los indios quién era el verdadero universal Señor, creador del cielo y de la tierra […] y con esto les decían cada uno de los frailes lo más y mejor que entendía que convenía para la salvación de los indios; pero a ellos les era gran fastidio oír la palabra de Dios, y no querían entender en otra cosa sino en darse a vicios, y pecados, dándose a sacrificios y fiestas, comiendo y bebiendo y embeodándose en ellas, y dando de comera los ídolos de su propia sangre, la cual sacaban de sus propios orejas, lengua y brazos, y de otras partes del cuerpo19. Por otro, tenemos al célebre Sahagún: ¡Oh mal aventurados de aquellos que adoraron y reverenciaron y honraron a tan malas criaturas, y tan enemigos del género humano como son los diablos y sus imágenes y por honrarlos ofrecían su propia sangre y la de sus hijos, y los corazones de los prójimos…!20 En efecto, en aparente contraposición al rechazo de la conducta india, existen crónicas que magnifican sus construcciones y organización social (basta recordar a Bernal Díaz o al mismo Cortés), pero es claro en los textos que pueden consultarse, que ninguna aprobó jamás su condición “idolátrica”. Además de la práctica como una condena general, el habitante oriundo del Nuevo Mundo se vio envuelto en la creencia (esta sí, a todas luces notoria) de una inferioridad respecto del europeo. Se trata de una inferioridad fruto de la jerarquía y el nivel cultural, de los conocimientos pertenecientes al modelo de civilización europeo. Inferioridad no distinta de la que el asiático o africano ya era objeto, pero sí alimentada por la censura en que las condenas por su idolatría y pecados colocaban a los practicantes de este nuevo y horroroso paganismo: “Esta gente es por naturaleza perezosa, y viciosa, de poca fe, melancólica, cobarde, de bajas y malas inclinaciones, mentirosa, y de poca memoria y constancia…”21. “Y como no conocen al verdadero Dios y Señor, están en grandísimos pecados de idolatría, sacrificios de hombres vivos, comida de carne humana, conversación con el diablo, sodomía, muchedumbre de mujeres, y otros así”22. 19 Motolinía, fray Toribio, Historia de los indios de la Nueva España, p. 19. 20 Sahagún, fray Bernardino de, Historia general de las cosas de la Nueva España, p. 58. 21 Fernández de Oviedo, Gonzalo, Historia general y natural de las Indias, apud Brading, David A, Mito y profecía en la historia de México, p. 26. 22 López de Gómara, F., Op cit., p. 25. 20 Es importante no perder de vista el discurso español con respecto a la condición general del indio, ya que desde el principio como puede uno percatarse, existió la equiparación entre habitante y entorno al ser ambos representantes de lo novedoso descubierto, pues muchas de las opiniones generadas sobre uno u otro se confunden y llegan a representar parte de lo mismo, una tierra en sí misma dominada por el paganismo. Se observó por momentos, una consideración de inferioridad también aplicada a las condiciones físicas y climáticas de las nuevos territorios. Antonello Gerbi nos refiere cómo los antiguos descriptores de América habían observado las diferencias entre ésta y Europa, resaltando la condición de los animales y otros aspectos físicos en una y otra tierra23. La necesidad de integrar en este ensayo los aspectos arriba vistos, obedece a la continuación que la visión europea siguió ejerciendo en torno a lo americano y sus habitantes, ya que estos elementos aplicados al indio y su entorno no se detuvieron al integrar la inmensa mayoría de los “idólatras” al recto camino de la cristiandad, sino que parecen evolucionar dirigiéndose en el siglo posterior a los nuevos moradores (y nuevos oriundos, también) de esta “cuarta parte del mundo”. La explicación no es sencilla, pero si atendemos a la importancia que la crónica de Indias significó al sacar a la luz la “maravilla americana” y las referencias de gente de naturaleza baja e inclinada al mal que la acompañaban, es al menos explicable la creencia de una tierra que a penas un siglo después de su conquista y aparición en el plano histórico, siguió representando a los ojos europeos una porción del mundo todavía digna de desconfianza y de cierta inferioridad con respecto a la bien cimentada y dominante cultura occidental. La intención de un origen histórico del discurso criollo es mucho más importante si atendemos a la idea (que pretende desarrollarse más adelante en este trabajo) de que el clérigo Miguel Sánchez en su texto sobre la virgen de Guadalupe, pretende ofrecer una respuesta más profunda y significativa para los habitantes de la Nueva España de la aparición, guerra, conquista y expansión cristiana del Nuevo Mundo; es decir, las concepciones que se generan en torno a lo americano en el XVI, en lo que concierne a su condición y posición respecto a la postura religiosa cristiana, pretenderán ser resueltas (o 23 Gerbi, Antonello, La disputa del Nuevo Mundo, p. IX. Véase también del mismo autor La naturaleza de las Indias Nuevas, p. 15. En la opinión de Gerbi, la condena explícita, simbolizada por una teoría general de la inferioridad americana se da siglos después del descubrimiento, con las teorías científicas de Buffon, aunque admite la opinión en diversos cronistas, de cierta inferioridad física y biológica. 21 reinterpretadas, si se quiere) por los criollos en el XVII, con el fin de justificarse a sí mismos como nuevos y legítimos herederos de América. Lejos de lo que pueda creerse en torno al movimiento criollo, es un fenómeno que supera las tendencias de tinte político y encuentra sus raíces en la propia ideología de la defensa del territorio en los planos ontológico, teológico y moral. El reconocimiento de un hecho como éste a nivel histórico obedece a ver a través de él, tanto en lo precedente como lo subsiguiente, y no sólo a colocarlo en una colección de sucesos que acaecieron en el territorio hoy llamado México y que se gestaron de manera lejana e inconexa con su pasado y futuro. Orígenes hispanos del discurso criollo En un apartado titulado “Los patriotas criollos” del libro Orbe indiano, David A. Brading se asombra de lo ocurrido en torno a los descendientes de los conquistadores españoles en el último decenio del siglo XVI. Éstos, “acosaban” a la Corona hispana con peticiones de una extensión de la herencia para las encomiendas existentes, en vista de que muchos de ellos “vivían ahora en la pobreza” y necesitaban un medio de subsistencia. Incluso, menciona Brading, existió la amenaza de una conspiración general con “mulatos, negros y otros perdidos” si no se atendían las demandas24. En los términos manejados por el propio autor antes citado, lo que más asombra de estos requerimientos de finales del XVI es la aparición ya de una “identidad criolla” y la manifiesta actitud de una separación tácita entre el español nacido en América y el peninsular. Como puede observarse, el español americano descendiente del conquistador se ve en la necesidad de pedir, desde un lugar que, al menos en la historia de su linaje, ayudó a conquistar. Su identidad surge pues “en la angustia, la nostalgia y el resentimiento”25 por una incomprensión de sus lejanos parientes sobre su legitimidad como fundador de algo grande y significativo para su patria europea y el mundo. La exploración que, desde la historia, la filosofía, la psicología y otras disciplinas se hace del discurso criollo lo ha localizado incluso en terrenos de la misma Conquista. Casi aparece, en la opinión de diversos autores, en conjunto con la culminación del conflicto 24 Brading, D, Orbe indiano, p. 323. 25 Idem. 22 bélico en tierras mexicanas, esto es, que lo expresado por los descendientes de los conquistadores es una manifestación de propiedad (de apropiación, si se quiere) que se gestó en sus progenitores y que vio la luz al consumarse la victoria sobre los indios. Si atendemos al criollo como algo que sobrepasa la condición del necesario “nacer en América” y que se convierte primeramente en un sentimiento de co-pertenencia al territorio, tendríamos que “El espíritu criollo precedió al nacimiento del primer criollo”26. Jacques Lafaye lovislumbra confundido en la disputa entre soldados conquistadores y los “licenciados” enviados como autoridad en representación de la Corona, siendo estos últimos ajenos a los esfuerzos de la lucha armada no son otra cosa que extranjeros, desconocedores por completo de la tierra y la dificultad de su conquista27. La realidad del “sentimiento criollo” que empieza a mostrarse en los conquistadores españoles no es menor porque éstos lo padezcan mezclado con la ambición y la búsqueda de poder político en recompensa por sus esfuerzos, antes bien, este deseo contribuye a considerar la nueva tierra como digna de su defensa y apropiación. Aun en su letargo y en su aturdimiento por los padecimientos de guerra, en su ignorancia y brutalidad, el soldado español parece entender los alcances y significados del fruto de sus esfuerzos para sus compatriotas y para el mundo entero: Pronto se revela un maravilloso mundo ante sus atónitos ojos. Y el conquistador, ante los portentos que descubre, se enamora profundamente de su descubrimiento, de “su” tierra, de “su” empresa; suya porque es él quien le da vida al revelarla, al hacerla patente a los ojos del occidental; y de oculta, conviértese la tierra en verdadera, a la luz de la civilización europea28. Si nos hacemos concientes de la magnitud del fenómeno América (ya explorado en su impacto líneas arriba) la sensación que el español descubridor goza al traerla a la luz debe consistir en al menos, el deseo de una paga digna por parte de su rey y su patria, consecuencia que para algunos de los participantes de la guerra de conquista, como es el caso del ya mencionado Bernal Díaz del Castillo, no ocurrió29. Este sinsabor de un acto heroico no valorado en su justa medida, aunado a las posibilidades de una mejor vida que prometía el Nuevo Mundo, son los pilares del sentimiento criollo. Efectivamente, la 26 Lafaye, Jacques. Quetzalcóatl y Guadalupe, p. 43. 27 Ibid., p. 42 28 Villoro, L., Los grandes momentos del indigenismo en México, p. 25. 29 Cf. Brading, D., Orbe indiano, p. 323. 23 primera distinción (o separación) entre españoles europeos y españoles americanos, tuvo que ser la de “españoles en España” y “españoles en América”, sobre todo si estos últimos sentían cierto derecho de primacía sobre el territorio. La primera referencia histórica pues, que alcanzamos a ver, es esa apropiación de los elementos americanos en el conquistador, y de inmediato nos muestra ya esa encrucijada (de manera leve claro está, en sus primeras luces) de la sensación de formar parte de dos lugares al mismo tiempo que por momentos parecen ser irreconciliables por los orígenes de cada uno. La sensación de anhelar ser aceptado y reconocido por España y lo europeo, sin por ello perder los derechos y privilegios de ser parte de lo americano. Los puntos clave generados en todo lo anterior expuesto, seguirán mostrándose patentes al atisbarse las consecuencias de la conquista en el siglo posterior al que ésta llegó a su culminación. No debemos pues, perder de vista los precedentes de impacto y sentimiento de alienación que provoca la aparición americana, los enfrentamientos de prácticas y formas de ser entre los dos mundos y el sentimiento de rechazo e incomprensión que los primeros “criollos de espíritu” ya padecían por causa de los peninsulares. Ser criollo en la Nueva España del XVII En un libro de 1570 que fungía como informe a la Corona, un autor español llamado Juan López de Velasco afirmaba que “los hispanoamericanos tenían la piel más oscura que los europeos, y que con el tiempo iban a ser exactamente iguales a los indios aunque evitaran mezclar su sangre con la de ellos”. De igual manera en su discurso sostenía una creencia que era común en la mentalidad hispana posterior a la Conquista: que las condiciones climáticas del Nuevo Mundo degeneraban el cerebro y la capacidad intelectual de los europeos y, por tanto, los descendientes de hispanos que nacieran en el territorio de la Nueva España se volverían con el paso del tiempo, “más bárbaros y estúpidos”30. Las ideas que llevaron a los españoles a sostener tales concepciones en torno a lo americano no son claras aun en la historia, pero si pretendemos encontrarles un origen verosímil, parecen hallar su justificación pasada en las creencias que se tuvieron sobre, recién 30 López de Velasco, Juan. Geografía y descripción universal de las Indias, apud Jonathan I. Israel, Razas, clases sociales y vida política en el México colonial, p. 95. 24 descubiertos a los ojos europeos, los nuevos territorios del mundo. Si atendemos a lo expuesto con anterioridad en el presente trabajo, podemos ver que esa misma crítica de inferioridad y defectos de conducta que se atribuyó en su momento al indio americano, pasó a formar parte de la regular manera de visualizar al criollo. Por supuesto que la asociación del español americano con el pasado todavía reciente del territorio que habitaba, en el imaginar colectivo resultó mucho más que influyente en la valoración ontológica y moral que de él se realizó: Una parte del discurso español cortesano afirmó –durante los siglos XVI y XVII- que los criollos habían crecido sobre el caballo y con el arcabuz en la mano, sin una educación planificada y en demasiada liberalidad. Si los habían criado sus madres, compartían con ellas sus vicios y pasatiempos y se acostumbraban a ver satisfechos todos sus deseos sin realizar el menor esfuerzo. Si los habían criado las indias o las negras, éstas también lo habían hecho con demasiado regalo. Así resultaba ser un grupo desordenado, despilfarrador y ocioso. Muchos de ellos jamás aprendían a leer ni a escribir y eran totalmente ignorantes de los rudimentos de la doctrina cristiana31. En mi parecer, es no menos que asombrosa la semejanza de discurso que adoptó un sector de españoles en torno al criollo, si se le compara con el que se desarrolló años antes sobre lo indígena. Las opiniones generadas sobre la condición del hispanoamericano fruto de la conquista y colonia, derivaron en los defectos (de forma casi idéntica) que al indio atribuyeron los frailes y los primeros descriptores en general del Nuevo Mundo. Por ejemplo, se le consideró holgazán, perezoso y descuidado, lujurioso y desmedido, así como supersticioso y poco proclive a seguir los preceptos cristianos32, prácticas con las que se identificó y se equiparó a la idolatría mesoamericana en general. Como es de esperarse, este prejuicio sobre “la monstruosidad de América”33 ahora asociado a sus nuevos habitantes, estuvo acompañado de una importante discriminación a nivel burocrático, ya que las consideraciones sobre las capacidades intelectuales y sociales del hispanoamericano contribuyeron a la resonada y bien conocida falta de cargos importantes en la que se vio envuelto durante el siglo XVII. 31 Alba Pastor, María, Crisis y recomposición social, p. 209. 32 Cf. Alberro, Solange. Del gachupín al criollo, pp. 40-41. 33Alba Pastor, M., Op. cit., p. 208. 25 Aun ante la opinión del investigador Jonathan I. Israel sobre el cuidado que ya tenía el español europeo al referirse al criollo en el XVII34, es por demás acentuada la situación de una sistemática omisión de éste último de los cargos públicos importantes en la Nueva España. En efecto, si bien son ciertas, situaciones como el crecimiento de la población criolla, el relativo apoyo que la mayoría de los obispos novohispanos ofrecieron a su causa y el aumento de la popularidad de la Universidad (nutrida ya por estudiantes españoles nacidos en estas tierras), no dejó de manifestarse un discurso que explícita o implícitamente consideraba al español nacido en América como un sujeto inferior en comparación al europeo.Ciertamente, para el siglo XVII, la manera de tomar al criollo como inferior de una forma más práctica, no era ya sólo considerarlo inculto e incapaz sino negarle “su derecho de nacimiento: el gobierno del país”35, basado aun en los criterios de su falta de objetividad e incompetencia. Las disposiciones que la Corona española concibió para la organización del estado novohispano encontraron sus referentes inmediatos de angustia y falta de comprensión en los sentimientos que los soldados españoles afirmaron padecer al considerarse a sí mismos mal pagados y desplazados en el gobierno de la tierra descubierta: Lo que los españoles nacidos en Nueva España no solamente deseaban sino que también esperaban y exigían era una participación mucho mayor en el reparto de empleos burocráticos y eclesiásticos. Se les asignaba cierto número de ellos, pero en pequeña proporción, tan pequeña que muchos la consideraban insultante36. Ahora bien, el que los criollos fueran excluidos de manera fáctica de los puestos gubernamentales importantes de la Nueva España (ya que, desde el punto de vista legal no existía limitación para que los ocuparan37) y se les aplicaran las críticas y calificativos ya mencionados tuvo consecuencias importantes en la sociedad del siglo XVII. De manera análoga con la teoría marxista en torno al capitalismo generando las condiciones que acabarían con él, lo propia jerarquía y orden político de la sociedad novohispana creó, mediante lo antes expuesto, el ambiente político que siglos después buscaría libertad del yugo español. De acuerdo a diversos autores, es el criollismo gestado de forma marcada en 34 Israel, J., Op. cit., p. 95. 35 Brading, D., Los orígenes del nacionalismo mexicano, p. 16. 36 Israel, J., Op. cit., p. 90. 37 Idem. 26 este siglo el que será el motor y la base de los movimientos políticos que se desarrollarían posteriormente en la búsqueda de una independencia, incluidas las luchas iniciadas en 1810. Es necesario indicar, antes de concluir este apartado, el terreno de la sociedad novohispana donde el criollo sí obtuvo importantes avances en materia de asignación de cargos: el clero secular. En el estado de organización eclesiástico, desde la Edad Media hasta nuestros días, podemos visualizar una separación importante (aunque no es la única) y marcada entre el llamado clero secular y el clero regular. El primero, recibe su nombre del término latino saeculum, que significa “siglo”, asumiendo este nombre porque sus integrantes son sacerdotes que viven “en el siglo”, esto es, inmersos y activos en la sociedad. Este sector, también llamado clero diocesano, es el encargado de aplicar los sacramentos y su jerarquía está presidida directamente por el papa, continuando en orden de autoridad los arzobispos, obispos y clérigos encargados de parroquias. El segundo es llamado regular, porque su vida se guía por ciertas reglas impuestas por cada una de las órdenes que lo componen, generalmente mucho más rígidas y solemnes que las del clero secular. A diferencia de éste último, el clero regular opta por una vida contemplativa y de reclusión. Las órdenes mendicantes que llegaron primeramente al territorio de la Nueva España están incluidas en esta última clasificación. Ahora bien, los criollos eran rechazados para ocupar los puestos de gobierno acusados por falta de parcialidad, pero al ingresar al clero secular, dicha afirmación quedaba anulada al saberse que, para los aspectos religiosos, la imparcialidad está dada por el mismo carácter universal de la esfera eclesiástica. Razón de peso en el ámbito práctico, resultó ser también el ya mencionado apoyo de los obispos novohispanos ante la causa criolla38. Por ejemplo, el arzobispo Juan Pérez de la Serna reprendió a un predicador jesuita de apellido Gómez, que se atrevió a hablar mal de los criollos en términos inequívocos “declarándolos incompetentes para manejar nada, ni siquiera una pluma de gallina, ya no digamos el gobierno de una comarca o de un municipio” en un sermón del 13 de agosto de 1618. El castigo consistió en la prohibición de predicar y más tarde, la necesidad de (en acuerdo con la propia Compañía de Jesús) sacarlo un tiempo de la Nueva 38 Ibid., p. 93. 27 España para calmar el orgullo criollo39. Desde la designación del primer arzobispo secular en 1573, Pedro Moya de Contreras, y la ocupación del clero diocesano en las capillas y la administración de los sacramentos (función que hasta entonces cumplían los frailes misioneros) se afectó la estructura eclesiástica novohispana y esto rememoró una vieja disputa entre ambos cleros, aquella que precisamente hizo surgir órdenes mendicantes que, ante la corrupción de la Iglesia, intentaron una reinterpretación de las enseñanzas del cristianismo40. Ahora, irónicamente, la imposición del clero secular como el encargado de la vida espiritual de la Nueva España, se basaba en acusaciones de incumplimiento de obligaciones por parte del clero regular41. El aumento de las capacidades y la autoridad de la Iglesia mexicana en el ámbito secular, aunada a la facilidad de engrosar sus filas por hispanoamericanos condujo a que el propio discurso criollo se gestara también en lo religioso, por lo que, la defensa que éste generó en torno a su naturaleza, se vio nutrida por el ideal de afianzarse como un legítimo cristiano, que incluso puede ser mejor y más devoto que el europeo. De acuerdo con David Brading, esta nueva Iglesia se convirtió en el símbolo de la naturaleza americana mirándose a sí misma como maravillosa y digna: “el líder natural de esta sociedad colonial era el clero criollo”42. Hemos analizado de manera breve la consideración general del gobierno español sobre el territorio americano en torno al criollo y lo que se nos ha mostrado como su precedente histórico, el indio. Toca el momento de revisar, lo que los propios criollos respondieron sobre dichas consideraciones, para luego (en el capítulo siguiente) observar la propuesta de Sánchez articulada al respecto. El discurso criollo No olvidemos que desde su encuentro con el indio (encarnando en este encuentro, una lucha de arquetipos que hasta la fecha concedemos y reconstruimos) el europeo ponderó como base para su conquista la supremacía de su cultura, con todo lo que ello conlleva; me refiero, a su forma de escribir, hablar, actuar, etc. No es de extrañar entonces que el criollo, 39 Ibid., pp. 91-93. 40 Martín Prieto, Pablo, “Órdenes mendicantes” en Arqueología, historia y viajes sobre el mundo medieval, p. 23-32. 41 Alba Pastor, M., Op. cit., p. 173. 42 Brading, D., Los orígenes del nacionalismo mexicano, p. 16. 28 heredero como ya vimos de esta confrontación continental, se esmerara en probar ante los ojos de todo el mundo, su capacidad de ser tan culto y sabio como presumía ser el europeo, desde ésta su ya manifiesta patria americana. El discurso barroco que se generó en el llamado “Siglo de Oro” español, seguía siendo para el XVII, la manera obvia y correcta de proceder en el terreno intelectual. Es decir, tanto fue lo que marcó a México la influencia de este período de la historia y literatura que aun Alfonso Reyes se sentía directo “discípulo de las disciplinas lingüísticas del Siglo de Oro”43, históricamente hablando. Se sobrentendía que su ornamentación y complejidad constituían el código que marcaba las pautas de lo culto y por tanto, se habla de un “Barroco de Estado”. Un símbolo de ser español auténtico consistía en manejar con certeza los campos literarios y discursivos, tanto religiosos como laicos. No hablamos de que todo español fuera culto o algo por el estilo, sino que, en su más alta expresión, España asumió que contaba con hombres de granmanejo del lenguaje que simbolizaban el avanzado nivel intelectual del reino. De tal forma, “no es de extrañar que la ya para entonces sofisticada intelectualidad criolla intentara consolidar sus posiciones a través de la apropiación de esos códigos”, buscando con ello, como ya decíamos, mostrar su capacidad idéntica o mejor, que la de los españoles europeos44. No debemos perder de vista el espíritu del criollo y su deseo, no de desdeñar lo español o dejar de ser europeo (al menos no en el XVII), sino de buscar ser aceptado por sus parientes peninsulares y aún más, reconocido y capaz. De tal forma, proceder imitando los modelos del barroco español concedía a los criollos una doble manera de visualizarse a sí mismos: 1) superando la prueba de dominar el lenguaje y mostrando que su sobajada capacidad no era tal y 2) protegiéndose de caer en heterodoxia cultural, apelando así al principio de autoridad y afianzándose como legítimo español45. El discurso criollo respecto a su apología, actuó en los campos que consideró necesarios defender del ataque hispano, y con ello se hizo de una voz propia que caracterizó de manera concreta la forma de escribir en la Nueva España del XVII. Si bien, desde nuestra temprana formación se coloca a Carlos de Sigüenza y Góngora y a sor Juana Inés de la Cruz (ambos, criollos que vivieron en el siglo arriba mencionado) como los paradigmas culturales de la sociedad novohispana, símbolos de una originalidad y 43 Reyes, Alfonso, “Psicología dialectal”, en La x en la frente, p. 15. 44 Moraña, Mabel, Viajes al silencio, p. 30. 45 Idem. 29 capacidad relativamente conocidas, existieron un sin número de autores (entre ellos el mismo Miguel Sánchez) que con sus obras, implícita o explícitamente defendieron su condición criolla y pretendieron, mediante la apropiación del modelo barroco, exaltar a la Nueva España, sus condiciones, habitantes y ambiente como absolutamente dignos de cualquiera que en el mundo se considerara idóneo. En torno a la defensa, tanto del territorio como de sus habitantes resultan testimonios de suma importancia las diversas manifestaciones poéticas que se mostraron a lo largo del siglo XVII y de manera muy particular en la primera mitad, donde es muy marcado el discurso que aboga por una elevación de la Nueva España y en general del nuevo continente como una tierra maravillosa. Bien nos dice Lafaye que el año de 1604 es “un faro para el historiador” que trata de orientarse en este siglo46, pues por estas fechas salió a la luz el célebre poema Grandeza Mexicana de Bernardo de Balbuena47, texto que se ha visualizado una y otra vez como el emblema del discurso criollo. En sus versos se atisba de distintas maneras la defensa por el territorio novohispano, en materia de su clima y los efectos sobre el cuerpo y el espíritu, por ejemplo: que yo en México estoy a mi contento, adonde si hay salud en cuerpo y alma, ninguna cosa falta al pensamiento 48 Asimismo, es notoria en su exaltación la constante referencia a la ya patente intelectualidad criolla, así como la capacidad de estar atenta a los diversos campos de la cultura: aquí hallará más hombres eminentes en toda ciencia y todas facultades, que arenas lleva el Gange en sus corrientes49 46 Lafaye, J., Op. cit., p. 96. 47 Este autor es un claro ejemplo de “criollo de espíritu”, designación que Lafaye otorgó a los que aun nacidos en la Península, son como Balbuena, defensores sin sombra de dudas del territorio novohispano y sus habitantes. 48 Balbuena, Bernardo de, Grandeza Mexicana, p. 35. 49 Ibid., p. 36. 30 Ciertamente el poema de Balbuena es el símbolo del discurso criollo y en él se traducen todos los sentimientos que los españoles americanos padecían respecto a su situación concreta. Pero, por la misma representatividad que encierra en sí mismo, suelen dejarse de lado muchos textos que, aunque con un contenido similar, por razones y azares históricos no llegaron a ser considerados como ejemplos paradigmáticos, pese a ser parte de la constante apología criolla. Tal es el caso de otro poema que también exaltaba las condiciones tanto climáticas como sociales de la Nueva España, titulado México en 1623 y escrito por el bachiller Arias de Villalobos: Sola tú, que en las paredes de Occidente, La sola reina, triunfas de ciudades, Guardada plaza de tan gran padrino; Tú sola en tan excelsas calidades, Ciñes corona y sales eminente A la luz de tu patrón, santo y divino; […] No hay persa ni germán con cuello enhiesto Ni Arabia, Goa, Pindo, Menfi o Pesto. El Indo, Gange y Pou; Paro y el Polo; Chipre, el Brasil y el resto Su nombre humillan a tu nombre solo50 En el texto anterior puede notarse la creencia, presente en varios criollos, de una supremacía de la Nueva España, que estaba asignada por Dios mismo y que le colocaba por encima de otras ciudades tanto antiguas como nuevas. Ya se ha mencionado con anterioridad la importancia que la Iglesia mexicana tuvo en la defensa del criollo, pues bien, esta creencia de una superioridad otorgada por la misma divinidad será uno de los puntos en que se basará el ya mencionado clero secular para abogar por la naturaleza criolla y la asignación de la Iglesia mexicana como la “Nueva Iglesia”, con una tarea teológica específica, de la cual hablaremos en el próximo capítulo. 50 Arias de Villalobos, “México en 1623” en Genaro García, Documentos inéditos o muy raros para la Historia de México, p. 154. 31 En fin, en defensa de la naturaleza del español nacido en América a lo largo del siglo XVII se observaron diversas manifestaciones desde varios campos de la cultura. Utilizando estilos y formas de argumentación europeos, el hispanoamericano pretendía sacudirse el yugo ideológico que por asociación con el indio y el territorio por él habitado le otorgaron sus parientes peninsulares. Destacan, además de los poetas (que desde luego no se limitan a los arriba vistos) algunos como fray Juan de Zapata y Sandoval, agustino, quien escribiera un tratado sobre justicia distributiva como respuesta a la referida situación de la negación de los puestos públicos a criollos e indios51. En el ámbito de la medicina, Diego Cisneros, eminente médico criollo, publicó en 1618 un tratado sobre las implicaciones del ambiente y el clima de la capital. Basándose en los criterios de Hipócrates y Galeno, examina las propiedades del agua, el viento, el suelo y la temperatura, con el fin de desmentir las creencias en torno a una naturaleza inferior del territorio novohispano52. En este mismo campo, otra obra digna de mención es Problemas y secretos maravillosos de las Indias, del médico Juan de Cárdenas e impresa en 1591, que, aunque intentaba conciliar los dos discursos (el español y el criollo), no por eso dejó de afirmar que “las Indias eran la habitación más apacible, abundante y deleitosa de la tierra” y siguiendo a Avicena, intenta dar explicaciones “científicas” sobre la naturaleza del hispanoamericano53. En la primera mitad del siglo XVII, la idea del criollo sobre sí mismo arrojó un discurso que definió en diversas maneras lo que muchos autores han denominado el fenómeno del “nacionalismo mexicano”. La tendencia a revalorar el territorio y sus habitantes es el inicio de un largo tramo que se ha querido visualizar como el original discurso de la mexicanidad. Esta última idea, la del patriotismo que incluso hoy permea el sentido de ser mexicano (tanto en el discurso de Estado como el de muchos creyentes en el concepto de nación) dando inicio en este siglo y con estos pensadores y otros más, es un análisis que rebasa las pretensiones de este trabajo y que por el momento, no es menester llevarlo a cabo. Finalmente,algo que también es digno de mención, es una parte del discurso que debe considerarse como una estrategia que dio frutos importantes en el proceso que el criollo llevó a cabo en la defensa de su condición de habitante americano: la 51 Cf. Beuchot, Mauricio. Historia de la filosofía en el México colonial, p. 158. 52 Cisneros, Diego, Sitio, naturaleza y propiedades de la ciudad de México, apud Jonathan I. Israel, Op. cit., p. 97. 53 Alba Pastor, M., Op. cit., p. 212. 32 apropiación y reinvención del pasado indígena como un pasado común a todo mexicano54. Un pasado que quiso verse como glorioso y revalorado a pesar de la crónica demeritoria que muchas veces de él se hizo (sobre todo en el siglo XVI) y que, de manera irónica y hábil a la vez, es respuesta a la idea peninsular de asociar al criollo con las prácticas y formas de ser del aborigen americano. En el siguiente capítulo, abordaremos la biografía de este clérigo criollo y revisaremos los puntos que consideramos importantes de su texto más celebre (Imagen de la virgen María madre de Dios de Guadalupe), que como podrá notarse, está inserto de manera por demás interesante en el discurso criollo y además, intenta responder a la disputa que en este capítulo he intentado exponer. 54 Ibid., p. 204. Véase también Brading, D., Los orígenes del nacionalismo mexicano, p. 15. y “La utopía criolla de la «primavera indiana» (1604-1700)”, en Lafaye, J., Op. cit., pp. 96-124. 33 CAPÍTULO 2 EL HOMBRE Y SU OBRA: MIGUEL SÁNCHEZ Y SU LIBRO IMAGEN DE LA VIRGEN MARÍA 34 En el apogeo de tu felicidad ¡oh Cadmo!, tus nietos precisamente inician tus desventuras. Uno de ellos fue devorado por sus propios perros. Relataremos su tragedia. Llamábase Acteón. OVIDIO “LA METAMORFOSIS” Virgen guadalupana deja llorar de emoción, pues ya mi madre está sana gracias a tu bendición. Patroncita mexicana, hoy traigo otra petición: has que mi patria esté salva de la maligna ambición. LOS CUATES CASTILLA “PLEGARIA GUADALUPANA” 35 “Y llegamos a Miguel Sánchez” Si tuviésemos que señalar un libro del siglo XX que cumpla de forma completa con un sentido a la vez recopilatorio, innovador y precursor en esta centuria, del tema de la virgen de Guadalupe y su influencia (así como su reinvención y perenne actualización) en la historia de nuestro país, ese es sin duda alguna El guadalupanismo mexicano de Francisco de la Maza, que se publicó por vez primera en 1953. Amén de ser un texto clásico e imprescindible para el tema antes mencionado, también es el primero del siglo pasado que revive la reflexión sobre los pioneros del culto a Guadalupe y además, arroja una nueva interpretación del pensamiento que los motivó. De forma por demás sobresaliente es el trato que se hace en él sobre el autor que ahora nos ocupa. Lo que deseamos rememorar del texto antes enunciado es la sección que probablemente ha pasado con mayor ventaja y brío a la historia del guadalupanismo en sus términos generales; aquella que de la Maza atrevida y hábilmente colocó bajo el nombre de “Los evangelistas guadalupanos”55, donde se arroja una de las tesis más originales del libro: concebir a cuatro intelectuales criollos (recordemos que en la tradición católica, son cuatro también los autores de los evangelios: Mateo, Marcos, Lucas y Juan) como los portavoces de la “buena nueva” americana que se ha querido admitir en el mensaje de Guadalupe en el Tepeyac. Pensar en que la analogía de Francisco de la Maza no es tan original o que quizá, es más bien un eslabón de esa conducta de adaptación occidental europea para América que muchas veces se critica56, es ignorar la labor histórica que plantea su texto. Es quizá suponer que era claro para los tiempos de este autor que los criollos que seleccionó, eran los indiscutibles generadores del culto guadalupano, hipótesis que está lejos de ser cierta. Aunque es imposible tratar aquí las razones que llevaron a de la Maza a enumerar a estos autores y no otros como los evangelistas guadalupanos, sí podemos apuntar que se debe al carácter fundante que los cuatro textos respectivos representaron en su labor (tanto espiritual como social) para el inicio, desarrollo y posterior aceptación canónica del culto a Guadalupe; además de la condición 55 Maza, Francisco de la, El guadalupanismo mexicano, pp. 54-73. 56 Cf. Ramos, Samuel, El perfil del hombre y la cultura en México, pp. 66-81. Samuel Ramos critica y da trato breve de la idea de un “europeismo de invernadero” que intenta cimentarse en México, bajo un apartado que precisamente se titula “La cultura criolla”. Entendiendo aquí el concepto “criollo”, también como una suerte de “crianza” de ideas europeas en estas tierras. 36 primeramente, de criollos, y luego de clérigos seculares que caracterizó a los cuatro autores (Sánchez entre ellos) y que no debemos perder de vista en concordancia con el capítulo anterior. El escrito del que haremos análisis en este trabajo, es el ya mencionado Imagen de la virgen María madre de Dios de Guadalupe (1648), correspondiente al clérigo Miguel Sánchez (el primero cronológica y quizá jerárquicamente de los evangelistas de Guadalupe). Los otros tres son: el Huei tlamahuizoltica o El gran acontecimiento (1649), texto en náhuatl del Br. Luis Lasso de la Vega; Origen milagroso del santuario de Nuestra Señora de Guadalupe (1666) del Br. Luis Becerra Tanco; y por último, La estrella del norte de México (1688) que publicó el P. Francisco Florencia, S.J.57 Al único del que volveremos a hacer mención más adelante, es el de Lasso de la Vega, pues su contenido y fecha de publicación lo ligan directamente con algunos aspectos mencionados en el de Imagen de la virgen María. La razón de incluir, previo a la biografía de Sánchez, un asomo de la obra del historiador Francisco de la Maza, responde a la importancia que ésta tiene en la revaloración y conocimiento que de este casi olvidado e ignoto presbítero tenemos. Sin el menor temor a equivocarnos, es la nueva lectura que de Sánchez se hace en este libro la que promueve la existencia de obras posteriores (algunas como las de Lafaye y Brading) sobre su pensamiento y las ideas de enmarcarlo como parte importante del movimiento criollo, cuyos planteamientos son piedra angular del mismo y de la religiosidad mexicana. Una vez más nos valemos de sus palabras, como si de un redoble de tambor se trataran, para iniciarnos en la vida de Miguel Sánchez; éstas que, pese a su aparente sencillez, ya nos colocan en disposición de dar atención a lo siguiente por su carácter de atisbo a un hito, un antes y después del culto a Guadalupe: “y llegamos a Miguel Sánchez”58. Orígenes del clérigo olvidado Difícilmente encontraremos en la historia de México un autor, cuya obra sea tan (directa e indirectamente) influyente en diversos episodios de la vida nacional, de sobra latente en la conciencia religiosa de este pueblo y sin embargo, representar un personaje tan sumido 57 Los textos de los evangelistas guadalupanos Sánchez, Lasso y Becerra Tanco pueden consultarse íntegros en Torre Villar, Ernesto de la y Ramiro Navarro de Anda, Testimonios históricos guadalupanos, pp. 152-333. En esta recopilación de escritos, del texto del P. Florencia sólo puede consultarse un extracto en las. pp. 359-399. 58 Maza, F., Op. cit., p. 48. 37 (sepultado, es quizá más atinado) no sólo en su conocimiento a nivel popular (cosa que no sorprendería en demasía), sino en el plano histórico,sociológico, filosófico, y académico en general. Tal es el caso del clérigo criollo que inició intelectualmente el mito guadalupano. El problema de intentar llevar a cabo una biografía del Br. Miguel Sánchez comienza inmediatamente iniciado el trabajo, pues no hay certeza ni de la ciudad, ni de la fecha en que vio la luz por vez primera. Respecto al posible lugar que lo viera nacer, suelen proponerse dos opciones: la ciudad de México y la de Puebla. No obstante, basados en los dos textos más antiguos que tocan el tema, a saber, las célebres Informaciones guadalupanas de 1666 y el Diario de sucesos notables (1665-1703) de Antonio de Robles, debemos atender que es la primera opción la más probable. Las Informaciones de 1666, son una recopilación de testimonios que, bajo el auspicio de la autoridad eclesiástica novohispana, se llevó a cabo con el fin de probar el milagro del Tepeyac ante la sede pontificia en Roma, en aquellas fechas representada por Alejandro VII. Fueron promovidas por el canónigo lectoral de México, Francisco de Siles y en ellas participaron diversas personas que sabían o tenían datos sobre el milagro del Tepeyac; entre éstas, el mismo Sánchez. Las declaraciones se inician precisamente con este último, y de la siguiente manera: “Encabezó la serie el Lic. Don Miguel Sánchez, nacido en México…“59 Es importante apuntar, para hacer notoria la veracidad de este testimonio, que de acuerdo a lo expresado en el propio escrito, se contó con la presencia de Sánchez en esta recopilación, y que los datos que se ofrecen es muy probable que él mismo los proporcionara al ser entrevistado. El segundo texto que mencionábamos, el Diario de sucesos notables, una relatoría de los hechos sobresalientes entre 1665 y 1703, suele ser una de las referencias recurrentes para el estudio de la vida y la obra del clérigo que ahora nos ocupa. En él se habla de Sánchez como un “presbítero, natural de México”60. Ambas obras, contemporáneas del propio bachiller, son las fuentes que han conducido a historiadores como José Mariano Beristáin de Souza61 o al ya mencionado Francisco de la Maza62 a designar la ciudad de México como la que vio nacer a Miguel Sánchez. Aunque no descartando del todo la posibilidad de errar respecto a este tema, a la luz de la evidencia 59 “Las informaciones guadalupanas de 1666 y 1723”, en Torre Villar, E., Op. cit., p. 1362. 60 Robles, Antonio de, Diario de sucesos notables, t. I, p. 144. 61 Beristáin de Souza, José Mariano, Biblioteca Hispano Americana Septentrional, apud Miranda Godínez, Francisco, Dos cultos fundantes: Los Remedios y Guadalupe, p. 409. 62 Maza, F., Op. cit., p.55. 38 histórica con la que contamos, me inclino por esta propuesta, ya que existe coincidencia en ambas fuentes (muy cercanas al autor) sobre el nacimiento de éste en lo que respecta a la ciudad. Pese a que las referencias arriba señaladas ubican a Sánchez como originario de México, la mayoría de los autores que lo llegan a tratar optan por la segunda opción, es decir, la ciudad de Puebla. Hasta donde hemos podido averiguar, la referencia más añeja sobre este dato procede del jesuita Francisco Javier Clavijero, y se encuentra en un texto, originalmente en italiano, titulado Breve Ragguaglio della Prodigiosa e Rinomata Immagine della Madonna di Guadalupe del Messico (Breve noticia sobre la prodigiosa y renombrada imagen de Nuestra Señora de Guadalupe) de 1782. En él, se dice que Sánchez es “angelopolitano”63, sin ofrecer más datos al respecto. Las razones que condujeron al legendario jesuita a designar el origen poblano del clérigo son completamente desconocidas y aunque Clavijero desarrolló gran parte de su vida (tanto familiar como académica) en esta ciudad64 y pudo conocer algún texto o testimonio que avalara esto, en todo caso, no lo presentó en su obra; amén de la no concordancia con los otros escritos, más cercanos al tiempo del bachiller. De tal forma, entre los historiadores y autores que siguen esta propuesta, se encuentran Ernesto de la Torre Villar65, compilador junto a Navarro de Anda de un monumental trabajo de acopio de textos guadalupanos; y Xavier Escalada S.J.66, autor de la Enciclopedia guadalupana, libro que conjunta todas las referencias concernientes a la virgen de Guadalupe hasta mediados de los 90´s del siglo pasado. Si en el caso de la ciudad que vio nacer a Sánchez, no existe un consenso (aunque también puede demostrarse con ello, una falta de interés por un consenso), en el del año de su nacimiento existe un problema aun mayor. La razón de esto radica en la contradicción que, sobre este dato, ofrecen las dos fuentes contemporáneas al clérigo ya mencionadas. Mientras en las Informaciones de 1666 se afirma que Sánchez nació hacia 160667, asumiendo que para las fechas de esa entrevista, tendría unos sesenta años; en el Diario de sucesos notables al proporcionarse la fecha de su muerte (de hecho, es la muerte de 63 Clavijero, Francisco Javier, “Breve noticia sobre la prodigiosa y renombrada imagen de Nuestra Señora de Guadalupe”, en Torre Villar, E., Op. cit., p. 579. Es obvio que, al llamar “angelopolitano” a Sánchez, se refiere a un origen poblano del mismo, ya que esta ciudad, desde la época del virreinato, era conocida como Puebla de los Ángeles. 64 Cf. Beuchot, M., Filósofos mexicanos del siglo XVIII, p. XXII. 65 Torre Villar, E. Op. cit., p. 152. 66 Cf. Enciclopedia guadalupana, p. 670. 67 “Las informaciones guadalupanas de 1666 y 1723”, en Torre Villar, E., Op. cit., p. 1362. 39 Miguel Sánchez el acontecimiento por el que su persona figura en aquel texto) acaecida el jueves 22 de marzo de 1674, también se dice que “llegó casi a los ochenta años de edad”68, lo cual arrojaría (por matemática simple) una fecha tentativa de nacimiento hacia 1594. Mientras sobre la fecha de su muerte parece aceptarse sin el menor asomo de duda, la otorgada por Antonio de Robles, la de su nacimiento se debate entre estas dos: 1594 y 1606. Ante la dicotomía que se ofrece en este dato, no podemos inclinar la balanza fácilmente hacia una propuesta u otra, haciendo esta contradicción insalvable. Aunque de nuevo podríamos sentir alguna certeza en las Informaciones por supuestamente estar Sánchez presente, al ser el bachiller un personaje relativamente conocido en su época (como veremos a continuación), es también lógico que se supieran ciertas cosas de él y que éstas salieran a la luz públicamente en su necrología. De tal manera, no hay seguridad sobre cuál es el año correcto, y (en mi conocimiento) no ha salido a la luz algún otro documento que ayude a resolver este enigma. “Aquel nuestro Cicerón cristiano…” Sobre la ascendencia de Miguel Sánchez, su infancia, o su vida antes de los estudios universitarios, la historia parece haber puesto un velo hasta hoy insuperable; incluso, nos es desconocido su segundo apellido. Los siguientes datos fidedignos que hallamos sobre él, nos remiten a su status de bachiller, grado de estudios posterior a los cursos de humanidades y el primero del nivel universitario en la Nueva España del XVII, consistente en la carrera de artes o filosofía, con una duración de dos años y medio69. Sánchez (quien seguramente ingresó al estado eclesiástico previamente) realizó dichos estudios en la Real y Pontificia Universidad de México, principal lugar de aquella época donde podía accederse al saber de este tipo. Existe la referencia sobre su eximio dominio del pensamiento agustiniano, llegando a afirmarse incluso (con las exageraciones propias de la época) que “sabía a todo San Agustín de memoria”70, así como de sus conocimientos teológicos en general. De igual manera y en consecuencia de ese interés del clérigo por la 68 Robles, Antonio de,
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