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UNIVERSIDAD NACIONAL AUTÓNOMA DE MÉXICO FACULTAD DE FILOSOFÍA Y LETRAS COLEGIO DE LETRAS HISPÁNICAS NAVELA DURA Y POSDICTADURA MILITAR ARGENTINA TESIS QUE PARA OBTENER EL TÍTULO DE PRESENTA: ASESORA: DRA. MÓNICA QUIJANO MÉXICO, D.F. 2013 LICENCIADO EN LENGUA Y LITERATURAS HISPÁNICAS ALFONSO FIERRO OBREGÓN UNAM – Dirección General de Bibliotecas Tesis Digitales Restricciones de uso DERECHOS RESERVADOS © PROHIBIDA SU REPRODUCCIÓN TOTAL O PARCIAL Todo el material contenido en esta tesis esta protegido por la Ley Federal del Derecho de Autor (LFDA) de los Estados Unidos Mexicanos (México). El uso de imágenes, fragmentos de videos, y demás material que sea objeto de protección de los derechos de autor, será exclusivamente para fines educativos e informativos y deberá citar la fuente donde la obtuvo mencionando el autor o autores. Cualquier uso distinto como el lucro, reproducción, edición o modificación, será perseguido y sancionado por el respectivo titular de los Derechos de Autor. Agradecimientos Quisiera aprovechar este espacio para agradecer a aquellos que han hecho que este trabajo sea posible. En primer lugar, a mis padres, Mercedes y Alfonso, cuyo apoyo y cariño a lo largo de estos años ha sido muy importante para mí, y a María, quien me ha acompañado cariñosamente todos estos años. Quisiera agradecer también a mi asesora, Mónica Quijano, cuyas lecturas, comentarios y conversaciones a lo largo de la escritura de la tesis fueron fundamentales para su elaboración y a quien debo mucho. También a Raquel Mosqueda, Nely Maldonado, Armando Velázquez y Rafael Mondragón, los cuales no sólo fueron excelentes profesores durante mis estudios, sino que también hicieron lecturas muy atentas y comentarios de este trabajo que me han resultado de mucha importancia. A Rafael Mondragón, además, debo agradecer en particular ya que fue durante su seminario de investigación donde la tesis que se presenta comenzó a gestarse y, por otra parte, ya que su apoyo durante prácticamente toda mi carrera me es muy importante. Con todas estas personas estoy en deuda y por eso quería aprovechar este momento para darles las gracias con todo mi afecto. Este proyecto, por otro lado, se escribió en el marco del proyecto PAPIME PE401512 “La representación del crimen en la ficción literaria y audiovisual de los siglos XIX y XX” del cual fui becario, por lo que agradezco a la UNAM y a las instancias correspondientes. 2 Índice Introducción...................................................................................................................4. Capítulo I: Contextos I.1 Dictadura y transición democrática: el contexto histórico…………..…....22. I.2 Posdictadura y discurso literario………………………………………......31. I.3 Ricardo Piglia: entre crítica y ficción..........................................................44. Capítulo II: La tradición policíaca en Argentina…………………………………........50. Capítulo III: Novela dura y estructura posdictatorial III.1 Raymond Williams y la estructura de sentimiento……………………......68. III.2 Novela dura y estructura posdictatorial……………………………..…...76. Capítulo IV: Lecturas IV.1 Cuarteles de invierno de Osvaldo Soriano…………………………..........97. IV.2 Que solos se quedan los muertos de Mempo Giardinelli……....….….....111. Conclusiones……………………………………………………….…………….…...127. Bibliografía……………………………………………………………….…..............131. 3 “Narrar […] es como jugar al póquer, todo el secreto consiste en parecer mentiroso cuando en realidad se está diciendo la verdad”. Ricardo Piglia, Prisión perpetua. “En mi historia, señor Editor, los personajes que van a matar no vacilan. Si vacilaran, vacilaría la historia, porque el crimen es su dinámica”. José Pablo Feinmann, El cadáver imposible. 4 Introducción Tal como su nombre lo indica, este trabajo se incluye dentro de las reflexiones académicas recientes en torno a las características y funciones del discurso de la literatura durante las posdictaduras militares en Latinoamérica. Específicamente, nos adentraremos en el estudio de un caso en especial, el de la posdictadura argentina, así como en un género literario, la novela dura, con el objetivo de investigar cómo se practicó este género en ese periodo histórico de Argentina. Esto surge de un problema interesante que tanto Roman Setton como Jorge Lafforgue y Jorge Rivera, tres historiadores de la narrativa policíaca en Argentina, han notado brevemente, pero que se ha dejado sin analizar. Hacia 1976 la novela dura gozaba de buena salud en el Río de la Plata, practicada por autores de la talla de Manuel Puig y Rodolfo Walsh. Sin embargo, tras el golpe militar de aquel año la censura y el terror del régimen cortó de golpe casi toda la producción de este género. Pero hacia 1982, en coincidencia con la caída de los militares, comienza a haber un auge notable de novela dura, género al que muchos autores de pronto comienzan a aproximarse. En palabras de Setton: “La instalación de la dictadura militar […] previsiblemente trajo aparejada una merma significativa a la producción de obras del género […]. Con la llegada de la democracia, el género prosperó nuevamente con una multiplicidad de textos innovadores” (29). Algo similar argumentan Lafforgue y Rivera en su libro Asesinos de papel: “Con el terrorismo de estado […] esa producción […] se desarticula, y en consecuencia merma. Pero hacia 1982-83 se reinicia con vigor, a través de nuevas obras de estos mismos escritores, a la que se suman las de otros compañeros generacionales” (111) 1 . 1 Cuando dicen “mismos escritores” estos autores se refieren a escritores que antes de la dictadura ya habían publicado obra relacionada o perteneciente a la novela dura y que, con la caída del régimen, volvieron a publicar. Entre ellos mencionan a Osvaldo Soriano y Juan Martini (que trabajaremos en este trabajo), así como a Serio Sinay y Rubén Tizziani. Entre los nuevos escritores que comienzan a escribir 5 Además del auge, esta nueva producción de novela dura se caracteriza también, en palabras de Gail González, por contener “una línea de comentario social y político estrechamente ligada a los acontecimientos políticos del momento” (253), es decir, a la dictadura militar y la incipiente transición democrática. De esta manera, nos encontramos con un problema sumamente interesante cuya investigación está todavía por realizarse: ¿Por qué la novela dura vive un auge tan notorio en los años inmediatamente posteriores a la dictadura militar y qué relación tiene esto con el hecho de que en estas novelas exista una latente preocupación por reflexionar sobre los eventos históricos del pasado reciente de Argentina? Antes de ofrecer nuestra propuesta, tenemos que delimitar los términos de este trabajo: posdictadura y novela dura. Posdictadura es, por supuesto, un término que se refiere a un periodo histórico: los años inmediatamente posteriores a la dictadura militar, uno de los periodos más violentos de la historia reciente de Latinoamérica. En Argentina, la dictadura se instauró en 1976 y terminó propiamente en 1983, aunque desde 1982 comenzó la transición democrática. Pero este es un término que también se utiliza para hablar de ciertos textos literarios. En este sentido, seguimos a Idelber Avelar para quien “posdictatorial se toma no sólo par aludir a la posterioridad de estos textos respecto a los regímenes militares […] sino también y de manera más importante a la incorporación reflexiva de la derrota aceptada en su sistema de determinantes” (15) 2 . Es decir que para definir un texto como posdictarorial, si bien es importantetomar en cuenta la fecha de cada texto, más importante aún es el hecho de que estén construidos y estructurados desde la perspectiva de la derrota, esto es, desde la perspectiva de aquellos que perdieron algo en este periodo histórico. Así, dos de las novelas duras que trabajaremos, Ni el tiro del final de José Pablo Feinmann y Cuarteles de invierno de novela dura durante la posdictadura se menciona José Pablo Feinmann y Mempo Giardinelli (que trabajaremos aquí), así como a Jorge Mazúr y Jorge Landaburu, entre otros muchos. 2 Todas las traducciones a textos en inglés, como en este caso, son mías. 6 Osvaldo Soriano, fueron publicadas durante el año de transición, 1982, pero las leeremos aquí como textos posdictatoriales justamente porque, como veremos, la derrota es el punto de partida mismo de estas novelas. Novela dura, por su parte, se refiere a un género literario que es una variante de uno más amplio: la narrativa policíaca. Ésta última podría entenderse, ampliamente, “como una narrativa ficcional cuyo hilo estructural lo forma la investigación de un hecho criminal” y que está compuesta por “distintos subgéneros […] definidos por la combinación de diversos elementos distintivos o fórmulas narrativas específicas” (Colmeiro 53). La novela dura, así, constituye uno de estos subgéneros de la narrativa policíaca con características propias y específicas. La crítica ha nombrado a este género alternativamente novela dura o novela negra. El primero de estos términos es una traducción del inglés, donde al género se le conoce como hard-boiled. El segundo proviene de la crítica francesa, en donde se ha denominado al género roman noir. Nos hemos inclinado por el primero por dos razones: en primera, ya que nos parece que “novela dura” indica mejor el traslado histórico y geográfico del género de los autores norteamericanos (Chandler, Hammett, etc…) a los autores argentinos directamente y sin pasar por la tradición francesa; en segunda y sobre todo, ya que críticos académicos como Lee Horsley distinguen el hard-boiled y el noir como dos variantes distintas: mientras que en el hard-boiled, como veremos, la trama es conducida desde la perspectiva del detective que investiga, el noir prefiere la perspectiva del transgresor (asesino, etc.) de tal forma que sus protagonistas son “personajes que son la antítesis del detective duro, moralmente deficientes, incapaces de cualquier agencia y que representan una traumática masculinidad en su forma más vulnerable” (Horsley 39) 3 . En 3 Entre las novelas que se señalan como pertenecientes al noir están They Shoot Horses Don’t They? (1935) de Horace McCoy y The Postman Always Rings Twice (1934) de James M. Cain. 7 este sentido, es más adecuado utilizar el término novela dura para mantener el rigor académico y crítico. La novela dura surge en los Estados Unidos, en parte como una respuesta y una transformación del modelo de la novela-enigma inglesa o novela de detectives al estilo de Conan Doyle o Agatha Christie, entre otros. Surge, específicamente, en California en la costa oeste durante los años veinte y treinta del siglo XX a través de la publicación de una revista llamada Black Mask, fundada en 1919. Este contexto resulta sumamente importante para comprender cómo estos autores modificaron la novela-enigma hasta formar esta nueva variante. En efecto, aquellos años representan un tiempo de profundos cambios y crisis sociales en Estados Unidos. El auge del capitalismo trajo consigo una creciente industrialización del país, lo que produjo entre otras cosas, el surgimiento y uso masivo de nuevas tecnologías como el automóvil y la electricidad, pero también una creciente urbanización del espacio. Esto, a su vez, provocó elevados índices de criminalidad y pobreza, de marginalidad urbana y violencia. Se trata también de una década que vivió una de las peores crisis económicas de la historia, la de 1929, así como la llamada Prohibición de 1920 a 1933, que tuvo como consecuencia el surgimiento de grupos de poder de facto, es decir, de mafias y gangsters que dominaban violentamente el espacio urbano. Todos estos elementos configuraron un espacio político y social que, en la novela dura, rebasa el nivel de contexto y entra a formar parte de las convenciones mismas del género. Para autores como Dashiell Hammett, Raymond Chandler, Ross MacDonald y otros era importante crear novelas policíacas verosímiles y, en este sentido, la novela dura se convirtió en un género altamente crítico respecto a la sociedad en la que habitaban. Así, como discutiremos más adelante a detalle, la novela dura toma las principales convenciones de la novela-enigma inglesa y las transforma hasta formar 8 una nueva variante 4 . En estas novelas, el detective es un “solitario cuya audacia e individualismo son producto de una creciente desconfianza en el orden social convencional” (Horsley 32) y no un genio de la deducción lógica como es el caso de los detectives del modelo inglés; el crimen suele tener que ver con problemas relacionados al dinero o al poder, o a fórmulas combinadas (mafias, apuestas, narcotráfico, etc…) y su investigación más que lógica o racional –caso del modelo inglés– está basada en entrevistas, interrogatorios y persecuciones, es decir, que es una investigación activa por la ciudad; la sociedad en la que el detective investiga, por su parte, es un mundo urbano, violento y peligroso, y en el cual las instituciones políticas y policiales –las instancias de la ley– están al servicio y a merced de distintos tipos de corrupción y poderes de facto (mafias, bandas, etc…), de ahí que “pequeñas, locales y temporales victorias son lo único que el detective privado de la novela dura puede aspirar a lograr en un mundo corrompido” (Scaggs 63-64). Si en el modelo inglés el criminal era un individuo único, desviado del orden y cuya presencia debe ser y es exterminada, en la novela dura el mal es más bien de carácter sistémico y un caso resuelto no es más que una pequeña e insignificante victoria. De ahí el potencial crítico del género, así como la notable 4 En efecto, estamos de acuerdo con Isabel Santaularia cuando dice que la novela dura “sigue la misma estructura narrativa que la fórmula clásica [novela-enigma inglesa], con una presentación del detective, la introducción de un caso criminal, el proceso de investigación y un desenlace en el que la trama criminal nos es desvelada y se identifica al culpable” (83) pero también, por supuesto, con el hecho de que “presenta cambios sustanciales en el contexto, el detective y el crimen” (83) y, agregaríamos, la investigación de éste. En este sentido, ya hemos resaltado la importancia que el contexto histórico tuvo para esta transformación y que es central en críticos como Andrew Pepper y Dennis Porter: “el hard- boiled [...] se entiende mejor como una respuesta a las condiciones sociales, económicas y políticas de Estados Unidos de los veinte en adelante” (Pepper 140); “El surgimiento [...] dependió de una coyuntura histórica, socioeconómica y cultural específica” (Porter 95). Habría que agregar, sin embargo, que otro influjo importante para la consolidación de esta variante proviene del hecho de que la novela dura surge en revistas populares conocidas como pulp fictions (por la baja calidad del papel) –Black Mask era una de ellas– donde desde el siglo XIX se acostumbraba a publicar “historias de aventuras en las que un héroe solitario y duro lidiaba sus batallas en un ambiente hostil” (Santaularia 81), las más famosas de las cuales son los Westerns y sus héroes vaqueros. Así, ciertascaracterísticas propias del detective de la novela dura (su dureza) o del mundo narrativo donde investiga (ambiente hostil) forman parte de esta tradición. En este sentido, estos parecen ser los tres influjos de los que se consolidó la variante de la novela dura: la estructura y las convenciones básicas de la novela-enigma, la tradición popular de los pulp fictions y un cierto contexto histórico que permitió unificar estos dos al plantear a un héroe-detective duro que lidia sus aventuras (casos) en el ambiente hostil de la urbe moderna. 9 presencia de supuestos políticos de distintos tipos señalada por Andrew Pepper, como veremos más adelante. Al proponernos estudiar la práctica de la novela dura durante la posdictadura argentina intentamos trabajar a partir de dos nociones: género y ciclo. Entendemos género, siguiendo a Franco Moretti, como “órdenes morfológicos que duran en el tiempo” (14), es decir, como pautas formales repetidas en distintos textos, que aquí llamaremos, con Raymond Williams, convenciones 5 . En este sentido, lo que nos permite ubicar a la novela dura como parte del género más amplio de la narrativa policíaca al mismo tiempo que como una variante independiente de ésta es justamente el uso específico de las convenciones formales que, sin embargo, comparte con otra variante de la narrativa policíaca, la novela-enigma inglesa. Así, es la forma como cada variante trabaja las mismas convenciones lo que al mismo tiempo las identifica como parte del género más amplio de la narrativa policíaca y las distingue entre ellas. Estas convenciones compartidas pero diferenciadas son: el detective como personaje protagonista, el crimen y su investigación como los órdenes estructurales de la trama y la sociedad en donde se investiga como el espacio y tiempo del relato. Así, tanto nuestra discusión teórica sobre cada variante, novela-enigma y novela dura, como el análisis de las novelas que haremos en este trabajo estarán guiados a partir del estudio de estas convenciones. Por otra parte, nos interesa estudiar el género (la novela dura) tal como se practicó en un espacio y tiempo en específico: Argentina en la posdictadura. De esta forma, hablamos de un género pero también de un ciclo, que Moretti define como “estructuras temporales dentro del fluir histórico” (14). Es decir, de grupos de textos que pueden ser leídos y estudiados de manera conjunta ya que pertenecen tanto a un 5 Dice Williams: “Una convención es una relación establecida o el fundamento de una relación a través de la cual una práctica específica compartida […] puede ser entendida” (Williams Marxismo 230). 10 orden formal (un género) como a uno temporal (un periodo histórico). Así, nos interesa estudiar tanto lo que une e identifica a las novelas que analizaremos a nivel de género, novela dura, pero también a nivel de las preocupaciones históricas compartidas por estos textos al pertenecer al mismo ciclo, el de la posdictadura. Dado que el interés es a la vez formal e histórico, entonces, necesitamos un concepto que una estos dos aspectos. Así, tomaremos el concepto de “estructura de sentimiento” propuesto por el teórico inglés Raymond Williams. Estructura de sentimiento es, por principio de cuentas, un concepto intencionalmente amplio ya que con éste Raymond Williams pretende aislar e incluir las distintas y emergentes formas de pensar, sentir y experimentar un periodo histórico tal como son expresadas a través de prácticas culturales diversas (arte, literatura, etc…). Se trata, entonces, de formas de pensamiento y experiencia diferentes, pero que están unificadas en el sentido en el que son emergentes (nuevas) y opuestas al pensamiento transmitido por los discursos hegemónicos (político, historiográfico, científico, etc…). La importancia de esto, para Williams, es que las nuevas formas de pensar, sentir y valorar un periodo histórico son las que a la postre terminarán por definir el sentido y el pensamiento de una generación o un periodo. No obstante, dado que se trata de formas de pensamiento todavía no consolidadas formalmente, son el arte y la literatura, entre otras prácticas culturales, los medios privilegiados en donde esto comienza a ser articulado y expresado. En palabras de Beatriz Sarlo, “el discurso artístico tendría la posibilidad de captarlas [las estructuras] en su momento de formación y trabajar sobre ellas cuando aún no han adquirido la fijeza de nociones compartidas conscientemente o de valores reconocidos e incorporados” (“Política, ideología, …” 33). Así, es en el estudio de prácticas como la literatura donde podemos rastrear el surgimiento de estructuras de sentimiento emergentes que nos indican nuevas formas de pensar y 11 valorar un periodo histórico. Más específicamente, es a través de las transformaciones y los usos distintivos de las convenciones formales de un texto o un género literario donde se puede comenzar a notar el influjo de nuevas reflexiones y pensamientos pues éstos “se hallan incluidos o excluidos, asumidos o descritos, analizados o enfatizados mediante convenciones variables que pueden ser identificables por medio del análisis formal pero que sólo pueden ser comprendidos por medio del análisis social” (Williams, Marxismo 235). Más adelante explicaremos el concepto de una forma más completa, pero por ahora valdría la pena resaltar tres características importantes. En primera, una estructura de sentimiento de un periodo histórico en específico incluye las distintas formas, complejas y variables, de pensar, sentir y valorar este periodo desde una posición emergente, es decir, en plena formación y contrahegemónica a los discursos dominantes del periodo. En segunda y dado su carácter emergente, su articulación puede rastrearse en prácticas discursivas como la literatura y, específicamente, en la manera como se transforman ciertas formas, géneros o convenciones dentro de éstos. Finalmente, dado que Williams considera que el rastreo de una estructura de sentimiento emergente implica encontrar una forma generacional de comprender el periodo histórico en cuestión, ésta debe poder encontrarse más allá de lo individual. No implica, sin embargo, hablar de programas colectivos de trabajo (movimientos artísticos, etc.) sino más bien de etapas intermedias entre lo individual y lo colectivo, como pueden ser tanto un género literario como un ciclo de éste, y que Williams denomina transindividuales. Estamos de acuerdo con Raymond Williams cuando dice que “existen relaciones sociales e históricas evidentes entre las formas literarias particulares y las sociedades o periodos en las que se originaron o practicaron” (Marxismo 244). Es justamente eso lo 12 que en este trabajo nos proponemos explicar, es decir, por qué la novela dura presentó un auge tan notorio en los años después de la caída de la dictadura militar y en qué sentido se relaciona esto con el hecho de que estas novelas reflexionen una y otra vez sobre el periodo histórico de la dictadura y los primeros años de la transición. En este sentido, y esta es nuestra propuesta, queremos demostrar que en la novela dura de este periodo se puede rastrear una emergente estructura de sentimiento posdictatorial. Dicho de otro modo, el argumento es que, a través de la práctica de este género en especial, diversos autores reflexionaron y expresaron sus propias experiencias, su forma de pensar y sentir el pasado de la dictadura de tal forma que en los textos se pueden ver distintas reflexiones y perspectivas excluidas hasta entonces de los discursos hegemónicos y de las versiones oficiales de la historia. El argumento surge, por un lado, del hecho, como veremos, de que la literatura en general se concibió en esos años como una alternativa discursiva frente a los discursos historiográficosy políticos para hablar de aquello que quedaba fuera de éstos. Por el otro, pensamos que el género mismo, por sus características y convenciones principales, se presentó como una opción privilegiada dentro de la práctica de la literatura: la novela dura, como veremos a detalle, es una variante de la narrativa policíaca particularmente acostumbrada a plantear historias y tramas llenas de violencia y criminalidad y en donde éstas suelen presentarse como realidades sistémicas de la sociedad. Así, las características del género fueron particularmente aptas para hablar del terror y la violencia cotidiana de un estado totalitario, de los crímenes cometidos continuamente, del miedo y la persecución, entre otras muchas cosas producto de la dictadura militar en Argentina de las que diversos autores querían hablar tras la caída del régimen. Así, un estudio del desarrollo del género durante la posdictadura puede demostrar la emergencia de una estructura de sentimiento posdictatorial. En efecto, la 13 novela dura del periodo cumple con aquellos señalamientos hechos por Raymond Williams: las formas de pensar, sentir y valorar el periodo de la dictadura ciertamente se plantean como ajenas y contrapuestas a aquello dictado por los discursos hegemónicas ya que son novelas articuladas desde la perspectiva de la derrota, además de que dan cabida a una serie de experiencias y reflexiones que quedaban fuera de las versiones oficiales y que no se pretenden sustitutos de éstas sino, al contrario, pequeñas adiciones, respuestas o retos a lo dictado oficialmente; por otra parte, estas nuevas formas de pensamiento, como dijimos, no están organizadas discursivamente como un todo coherente sino que son muy variadas y deben ser rastreadas en la literatura y, como veremos, en las transformaciones y los usos específicos que se hacen de las convenciones del género de la novela dura; finalmente, se trata de un proceso transindividual pues no hablamos ni de un programa colectivo de trabajo ni tampoco de una manifestación individual, sino de diversos autores que por su cuenta se aproximaron a la novela dura para, a partir del género, ofrecer sus propias perspectivas respecto a la dictadura militar y la transición democrática. Siguiendo los planteamientos teóricos de Williams, se analizará la estructura de sentimiento posdictatorial a través de la forma específica como los autores de novela dura del periodo trabajan las convenciones y características principales del género: detective, crimen e investigación y sociedad en la que la investigación se lleva a cabo. Notaremos, por ejemplo, que los detectives no sólo cumplen con las principales características del detective de novela dura, sino que su función como investigadores y su posición en la sociedad dependen directamente del hecho de que son figuras “derrotadas” por la dictadura: perseguidos, perdonados, exiliados, entre otros. Los casos criminales y el proceso de investigación, de forma similar, cumplen con las características prototípicas de la novela dura tradicional al mismo tiempo que éstas se 14 aprovechan para convertirse a su vez en exploraciones en torno a la reorganización social y personal tras al dictadura. La sociedad, finalmente, suele presentarse como una donde la violencia y al corrupción sistémica provienen desde Estado militar y su criminalidad y vigilancia continua. De esta manera, al pensar que en la novela dura se comienza a delinear una estructura de sentimiento posdictatorial se puede explicar el problema con el que abrimos este trabajo: la razón del auge de la novela dura durante estos años es resultado, justamente, de que este fue un género literario particularmente apto para hablar de la dictadura militar desde perspectivas excluidas de los discursos hegemónicos. De ahí la gran cantidad de textos y de ahí también el hecho de que éstos continuamente vuelvan, como argumentaba Gail González, sobre los eventos políticos y sociales del periodo histórico. Por cuestiones de espacio, en este caso nos limitaremos a trabajar con un número determinado de novelas, a pesar de que nos habría gustado discutir también a autores como Sergio Sinay, Jorge Manzúr o Rubén Tizziani. Tres de éstas las analizaremos muy brevemente y a modo de ejemplos: El fantasma imperfecto (1986) de Juan Martini, Ni el tiro del final (1982) de José Pablo Feinmann y La ciudad ausente (1992) de Ricardo Piglia. De las otras dos ofreceremos análisis más extensos: Cuarteles de invierno (1982) de Osvaldo Soriano y Que solos se quedan los muertos (1991) de Mempo Giardinelli. El primer capítulo de este trabajo está dedicado a plantear los contextos de la investigación. En un primer apartado, entonces, se esbozará el contexto histórico de Argentina antes, durante y después de la dictadura a partir del trabajo historiográfico de Marcos Novaro en su libro Historia de la Argentina: 1955-2010, así como de los documentos y testimonios recopilados por Liliana Caraballo, Noemí Charlier y Liliana 15 Garulli en La Dictadura. Testimonios y documentos 1976-1983. El segundo apartado de este primer capítulo estará dedicado a introducir la discusión en torno a las distintas funciones que adoptó el discurso literario durante la posdictadura y las distintas tendencias estéticas a partir de las cuales se llevó a cabo. En este sentido, el recuento de las distintas propuestas estéticas que hace Andrés Avellaneda en su artículo “Lecturas de la historia y lecturas de la literatura en la narrativa argentina de la década del ochenta” 6 será nuestro punto de partida para introducir la discusión académica respecto a algunas de estas propuestas literarias. Idelber Avelar, por ejemplo, se basa en la narrativa de carácter alegórico o simbólica para sugerir su noción de “alegoría de la derrota” en su libro The Untimely Present: Postdictatorial Latin American Fiction and the Task of Mourning: para él y desde una perspectiva psicoanalítica, la literatura de la posdictadura podría entenderse como un proceso de duelo según el cual la creación de un texto literario sería la forma como muchos autores intentaron expresar experiencias traumáticas. Algo similar argumenta Fernando Reati en su libro Nombrar lo innombrable: Violencia política y novela argentina 1975-1985 respecto a las propuestas antimiméticas y simbólicas ya que, según este autor, diversos escritores buscaron formas indirectas, alusivas y simbólicas de hablar de los eventos de la dictadura. Por otra parte, en este mismo libro se aproxima a textos que se plantean como alternativas a las versiones oficiales de la historia, dentro de los cuales se puede incluir tanto a la nueva novela histórica como a la recuperación e hibridación de géneros populares (por ejemplo, novela policíaca y ciencia ficción). Estos textos, para él, se caracterizan por cuestionar abiertamente al discurso oficial y por proponer posibles historias alternas que no sustituyen a la historia oficial sino que la retan, desmantelan, desmienten o contradicen a partir de relatos propios. Algo similar encontramos en The Art of 6 Compilado en: Fernando Reati y A. Berguero (eds.), Memoria colectiva y política del olvido. Argentina y Uruguay 1970-1990, Rosario: Beatriz Viterbo, 1997, pp. 141-186. 16 Transition: Latin American Culture and Neoliberal Crisis de Francine Masiello, cuyas propuestas son las más cercanas a este trabajo dada su relación con el pensamiento de Williams, además de que éstas parecen resumir y abarcar inteligentemente lo propuesto por los demás. Para ella, el discurso literario de la posdictadura es un discurso que se encuentra en plena disputa por el campo simbólico contra otros discursos (históricos y políticos) que se asumen portadores de una verdad total y única. En este sentido, son muchas las voces y los sujetos queson excluidos de estos relatos hegemónicos y es en cambio la literatura (y el arte en general) uno de los medios discursivos mediante el cual otras voces y otras historias narran su propia verdad. Si bien esta discusión nos servirá mucho ya que nos ayudará a comprender que el discurso literario, en la posdictadura, funcionó como una alternativa para hablar de aquello que era excluido, ninguno de estos autores dedica demasiado tiempo al estudio de los géneros populares, y mucho menos a la novela dura en específico. La ciudad ausente de Piglia, por ejemplo, es analizada tanto por Avelar como por Masiello pero ninguno de los dos toma en cuenta la importancia que en esta novela tienen las convenciones de la novela dura (solamente se hace notar de paso); Reati, por su parte, apenas hace notar que la novela policíaca (en general) fue una alternativa para muchos autores y ofrece lecturas de Cuarteles de invierno y de una novela de Giardinelli llamada Luna Caliente que se enfocan más bien en problemas de identidad y memoria y para cuya discusión no se da importancia al género. Hacia el final de este segundo apartado revisaremos las propuestas teóricas de Ricardo Piglia en Tres propuestas para el nuevo milenio (y cinco dificultades) por dos razones: por un lado, para entender que lo arriba discutido no se reduce a hipótesis críticas, sino que estas propuestas también representan coordenadas de pensamiento para muchos de los escritores de la posdictadura; por el otro, dado que este es un autor muy cercano a la novela dura y puesto que este género permea su discusión teórica, 17 revisar este texto nos servirá para unir lo discutido en este capítulo con el resto del trabajo. En el segundo capítulo haremos un breve panorama histórico de la narrativa policíaca en Argentina. Esto tiene el objetivo de mostrar que este tipo de narrativa cuenta con una larga tradición en el Río de la Plata, además de que nos interesa explicar cómo y por qué llegó la variante específica de la novela dura a estar dentro del panorama de posibilidades literarias en la posdictadura. Esta discusión será guiada por Los orígenes de la narrativa policial en Argentina. Recepción y transformación de modelos genéricos alemanes, franceses e ingleses de Román Setton, que cubrirá de los orígenes a finales del XIX y hasta Borges y el grupo Sur en los años cuarenta y cincuenta del siglo XX, y Asesinos de papel de Jorge Lafforgue y Jorge Rivera, que parte de estos años y abarca hasta la posdictadura, con lo cual nos aproximamos a nuestro tema. A pesar de que Asesinos de papel es un trabajo de investigación de gran calidad y con el cual estamos en muchos sentidos en deuda, se trata de un texto perteneciente a una variante específica de la sociología de la literatura y, en ese sentido, preocupado por recuperar autores, fechas, medios de publicación o ciclos pero sin aportar análisis al respecto. Aprovecharemos este recuento histórico para discutir las principales convenciones y características tanto de la novela-enigma (al hablar del proyecto de Borges y Sur), como de la novela dura (al aproximarnos a los años sesenta y setenta) ya que, como dijimos, ésta última surge en contraposición a la primera de forma que las convenciones son al mismo tiempo las mismas y muy diferentes. Para esta discusión hemos consultado los trabajos sobre cada género incluidos en las siguientes compilaciones críticas: los artículos de Lee Horsley y Andrew Pepper incluidos en A Companion to Crime Fiction editado por Charles Rzepka y Lee Horsley; los artículos 18 de Stephen Knight y Dennis Porter incluidos en Cambridge Companion to Crime Fiction editado por Martin Priestman; el libro Crime Fiction de John Scaggs, así como su artículo sobre la identidad doble del detective duro “Double Identity: Hard-boiled Detective Fiction and the Divided ‘I’” compilado en Investigating Identities. Questions of Identity in Contemporary International Crime Fiction editado por Marieke Krajenbrink y Kate M. Quinn; y finalmente, el libro La novela policíaca española de José Colmeiro. A pesar de que ninguno de estos textos incluye mención o discusión alguna respecto a la novela policíaca en Latinoamérica en cualquiera de sus variantes, nos servirán para delimitar las principales convenciones y características del género. Para ligar esto al contexto de nuestro trabajo, complementaremos esta discusión con un texto de Borges sobre la novela-enigma inglesa (“Los laberintos policiales y Chesterton” incluido en la antología Ficcionario hecha por Emir Rodríguez Monegal) y los textos de Ricardo Piglia (“Sobre el género policial” incluido en Crítica y Ficción) y Mempo Giardinelli (El género negro) respecto a la novela dura. El tercer capítulo constituye el grueso de nuestra propuesta. Así, en el primer apartado discutiremos a fondo la noción de estructura de sentimiento de Raymond Williams, para lo cual nos basaremos principalmente en su libro Marxismo y literatura, además de algunas menciones a El campo y la ciudad y Sociología de la cultura. Nos apoyaremos en Ideology de Terry Eagleton, en un artículo de Stuart Hall 7 y en el prólogo de Beatriz Sarlo a la traducción española de El campo y la ciudad de Williams. En el segundo apartado propondremos por qué nos parece que podemos encontrar en la novela dura del periodo una emergente estructura de sentimiento posdictatorial. En este sentido, el trabajo académico y crítico realizado hasta ahora es muy poco: Andrés Avellaneda, en el recuento de las tendencias estéticas y literarias del periodo 7 Stuart Hall, “Cultural Studies: Two Paradigms”, Media, Culture and Society, 2 (1980), pp. 52-72. 19 (“Lecturas…”), otorga algunas páginas al caso de la novela policíaca en general y sugiere, sin profundizar, algunas de las razones por las cuales este género fue una opción viable (crimen, violencia, investigación, entre otras); por su parte, un artículo de Gail González 8 , que es tal vez el trabajo más especializado al respecto hasta ahora, propone, a partir de lecturas de las novelas El Umbral de Graciela Montes y La Pesquisa de Juan José Saer, que es la estructura hermenéutica del género policíaco (el hecho de que las novelas estén construidas a partir de la investigación de un crimen) lo que atrajo a muchos autores a cuestionar e “investigar” la historia reciente a través de este género. Ambos autores aportan cuestiones interesantes que retomaremos en nuestro trabajo. El problema que encontramos en ambos casos es que no distinguen entre variantes de la narrativa policíaca –novela-enigma o novela dura, etc.– por lo que confunden características y convenciones y, por ende, se produce cierta ambigüedad y falta de rigor en su discusión. Tras argumentar que en la novela dura del periodo se comenzó a delinear una estructura de sentimiento posdictatorial dadas las características del género, se discutirán algunos de los usos específicos que estos autores dieron a las convenciones del género (detective, caso criminal e investigación y sociedad) y que son lo que indica la creación de una estructura de sentimiento emergente. En otras palabras, estas características y usos de las convenciones son lo que distingue a estas novelas de otras novelas duras y veremos como todas tienen que ver con la necesidad de hablar de ciertos temas y desde ciertas perspectivas de la dictadura militar. Discutiremos el argumento a partir de ejemplos tomados de las novelas ya mencionadas de Martini (detective), Feinmann (caso criminal e investigación) y Piglia (sociedad). 8 Gail González, “La evolución de la novela policial argentina en la posdictadura”, Hispania, 90:2 (2007), pp. 253-263. 20 Finalmente, en el cuarto capítulo haremos sendos análisis de las novelasCuarteles de invierno de Osvaldo Soriano y Que solos se quedan los muertos de Mempo Giardinelli. Elegimos estas novelas por dos razones: la primera es que a pesar de que ambos son autores importantes de la literatura argentina reciente, ambas novelas han sido muy poco estudiadas; la segunda es que ambas hacen un uso específico de las convenciones de la novela dura para hablar sobre la dictadura militar desde distintas perspectivas: la novela de Soriano se concentra en el interior de Argentina, en el miedo cotidiano, la violencia sistemática y el terror de una sociedad en constante vigilancia por parte del Estado militar; la novela de Giardinelli, en cambio, se concentra en los temas del exilio, la pérdida y la reflexión desde la memoria. Así, al mismo tiempo que ambas utilizan las convenciones del género para reflexionar sobre la dictadura, cada una se aproxima al periodo histórico en cuestión desde ángulos distintos, cosa que nos parece interesante. En cuanto a Cuarteles de invierno, existen pocos estudios críticos hasta la fecha, ninguno de los cuales la lee desde la clave de la novela dura. De hecho, solamente Corina Mathieu hace hincapié en esto, pero sin analizar en profundidad el tema. En general, los comentarios críticos sobre la novela se concentran en sus aspectos históricos, es decir, la dictadura. Tal es el caso de los artículos de Raúl Somerou, Tulio Halperin Donghi y de Claudio Román y Silvio Santamarina 9 . Fernando Reati, en el libro ya mencionado, dedica algunas páginas a analizar al protagonista de Cuarteles de invierno desde la noción de “chivo expiatorio” que toma de René Girard. A pesar de que tiene algunos puntos interesantes, nos parece que el protagonista de esta novela se 9 Véase: Corina Mathieu, “La realidad tragicómica de Osvaldo Soriano”, Chasqui: Revista de Literatura Latinoamericana, 17:1 (1988), pp. 85-91; Raúl Somerou, “Crónica de la derrota con honra. Tres novelas de Osvaldo Soriano: Triste, solitario y final, No habrá más penas ni olvido y Cuarteles de invierno”, Cahiers d’études romanes, 16 (1990), pp. 77-98; Tulio Halperin Donghi, “Argentina’s Unmastered Past”, Latin American Research Review, 23:2 (1988), pp. 3-24; Claudio Román y Silvio Santamarina, “Absurdo y derrota. Literatura y política en la narrativa de Osvaldo Soriano y Tomás Eloy Martínez” en Elsa Drucaroff (ed.), Historia crítica de la literatura argentina. XI La narración gana la partida, Buenos Aires: Emecé, 2000, pp. 49-72. 21 puede entender mejor si se analiza desde la convención del detective de novela dura, como veremos en su momento. En conclusión, todos los textos aportan aspectos pertinentes, pero nuestra lectura comprenderá de manera global la novela de Soriano y partirá de la forma literaria, las convenciones de la novela dura, para discutir el contenido histórico de la novela. Respecto a Que solos se quedan los muertos de Mempo Giardinelli, la crítica es prácticamente nula. Nos apoyaremos principalmente en los artículos de Patrick O’Connell y Juan Manuel Marcos, que discuten la obra de este autor en términos generales 10 . Nuevamente, analizaremos la novela a partir de las convenciones formales de la novela dura para, desde estas coordenadas, discutir las reflexiones en torno a la dictadura, la pérdida y la derrota presentes en el texto. Como se puede ver, se trata de un tema poco estudiado hasta la fecha, a pesar de que la importancia del género durante la posdictadura argentina sea mencionada por diversos críticos, académicos y escritores. En este sentido, nos parece que nuestro trabajo se presenta como una aportación a la discusión académica en torno a la literatura de la posdictadura militar argentina al proponer estudiar la forma cómo evolucionó y se practicó un género literario en específico. A pesar de que son muchos los autores y las novelas que nos faltaría por discutir, este trabajo es un primer avance hacia un estudio más profundo de la novela dura en la posdictadura militar argentina, tarea que, en buena medida, exige todavía mucho por hacer. 10 Véase: Patrick O’Connell, “Individual and Collective Identity through Memory in Three Novels of Argentina’s El Proceso”, Hispania, 81:1 (1998), pp. 31-41; Juan Manuel Marcos, “Mempo Giardinelli in the Wake of Utopia”, Hispania, 70:2 (1987), pp. 240-249. 22 Capítulo I: Contextos 1. Dictadura y transición democrática: el contexto histórico El 24 de marzo de 1976 el diario El Clarín publicaba una carta firmada por Jorge Rafael Videla, Comandante General del Ejército, Emilio Eduardo Massera, Comandante General de la Armada y Orlando Ramón Agosti, Comandante General de la Fuerza Aérea, en donde se declaraba el golpe de estado y se establecía que: a partir de este momento, la responsabilidad asumida impone el ejercicio severo de la autoridad para erradicar definitivamente los vicios que afectan al país. Por ello, a la par que se continuará combatiendo sin tregua a la delincuencia subversiva abierta o encubierta y se desterrará toda demagogia, no se tolerará la corrupción o la venalidad […] ni tampoco cualquier transgresión a la ley u oposición al proceso que se inicia. (Cit. en Caraballo, Charlier y Garulli 76) De esta forma comienza el periodo conocido como Proceso de Reorganización Nacional, liderado por una Junta Militar conformada por miembros de las tres fuerzas ya mencionadas y que duraría, propiamente, hasta 1983. El Proceso fue uno de los periodos más violentos de la historia de Argentina, caracterizado por la represión, la violación constante a los derechos humanos y por los casi ocho mil desaparecidos a través de las prácticas de ejércitos paramilitares y campos de concentración y de tortura clandestinos. Como lo dicen los militares mismos en la carta citada, cualquier tipo de oposición fue perseguida y castigada duramente. De esta forma, para comprender el origen de la dictadura, así como las razones por las cuales los militares tomaron el control del país en 1976, es importante revisar rápidamente los antecedentes y el panorama político y social que se vivía en los años inmediatamente anteriores. Hacia 1973, con el triunfo del peronista Héctor Cámpora y el regreso subsecuente de Juan Domingo Perón a Argentina y a la presidencia misma, todas las decisiones políticas quedaron en manos de un peronismo con diversas facciones e intereses contrastados. Por otra parte, dos movimientos de guerrilla habían comenzado a intensificar su accionar durante esos años, Montoneros y el ERP, situación que afectó en 23 buena medida la estabilidad social y el orden político. Ante esto, Perón “permitió que los recursos estatales y los hombres de las fuerzas de seguridad y del Ejército nutrieran las bandas de ultraderecha” (Novaro 127), especialmente la famosa Triple A (Alianza Anticomunista Argentina), liderada por el ministro de Bienestar Social, José López Rega, quien puso en práctica algunas de las estrategias y los métodos que después serían utilizados sistemáticamente por la dictadura militar. La muerte de Perón en 1974, la disputa política vivida tanto al interior del peronismo como contra los grupos guerrilleros, así como una fuerte crisis económica arrojaron al país a un estado de inestabilidad y caos crítico. Isabel Perón, la entonces presidenta, no pudo controlar esta situación y hacia finales de 1975 las reservas federales prácticamente se habían agotado y cada grupo económico o político velaba por sus propios intereses. También el uso de la fuerza se había salido de control o, como dice Marcos Novaro, al menos rebasaba por mucho los límites de lo legal (133). Los movimientos de guerrilla, a su vez, actuaban de forma cada vez más violenta (hacia 1976 los Montoneros habían acumulado 576 muertes), a pesarde que habían sido duramente mermados y su capacidad política se había reducido. En efecto, incluso si ellos creían ser la opción política inminente para Argentina, la realidad es que su descrédito había crecido en buena parte de la población, que los consideraba excesivamente violentos: “la gran mayoría favorecía por temor o decepción una salida conservadora que asegurara un mínimo de orden […] y, contra lo que el ERP y Montoneros creían de sí mismos, ellos no podían sustituirlo [al gobierno]” (Novaro 135). Todo esto fue construyendo un cierto consenso, en especial de parte de los grupos empresariales y de los medios de comunicación conservadores, para que los militares regresaran al poder y “pusieran orden” al país. Los militares, por supuesto, no 24 desaprovecharon la oportunidad y establecieron un proyecto centrado en su “plan antisubversivo” contra la guerrilla, pero que a su vez tenía también ciertas miras económicas y políticas. Así pues, en marzo de 1976 dieron un golpe de estado al gobierno de Isabel Perón y tomaron las riendas del país. A pesar de su carácter nacionalista, como dice Idelber Avelar, “la operación fundamental llevada a cabo por las dictaduras militares fue, sin duda, una homogeneización sin precedentes de Latinoamérica” (37) 11 , en el sentido en el que se suprimió toda oposición política y se impuso un modelo económico neoliberal. Sin embargo, la dictadura militar en Argentina tuvo ciertas particularidades que vale la pena resaltar. En efecto, Videla y su grupo cercano pretendían llevar a cabo un modelo de gobierno similar al de las dictaduras que gobernaban Brasil (desde 1964) y Chile (desde 1973), convencidos de que “el progreso económico se conquistaría, junto con el orden, cuando se eliminaran las regulaciones al comercio, a las relaciones laborales y a la circulación de capitales y la responsabilidades del estado se limitaran a administrar justicia y dar seguridad y estabilidad a la moneda” (Novaro 138), pero no todos los militares de la Junta compartían la misma idea. Existían, específicamente, otras dos posturas importantes. La primera era de carácter regionalista y pretendía unirse con las demás dictaduras para hacer un contrapeso a Estados Unidos, cuyo apoyo –a diferencia del grupo de Videla– no consideraban necesario 12 . La segunda apoyaba un nacionalismo militar que pretendía, desde un principio, disputar las fronteras contra Chile y las Malvinas con el Reino 11 Hay que mencionar que Avelar piensa, específicamente, en las dictaduras de Argentina (que comienza en 1976), Brasil (en 1964) y de Chile (en 1973), aunque también en otras como el caso de Uruguay y más tarde Perú. 12 Dice Marcos Novaro: “El Plan Cóndor, que incluyó la coordinación con los servicios de inteligencia de Chile, Perú, Bolivia, Paraguay, Uruguay y Brasil para secuestrar exiliados de esos países en Argentina o a argentinos en esos países, fue el resultado de esta particular versión del ‘latinoamericanismo’ ” (151). 25 Unido. En realidad, los desacuerdos entre los militares fueron una constante durante el Proceso y eso entorpeció en gran medida su accionar político y económico. La forma como se organizaron complicaba aún más las cosas ya que se dividieron los puestos administrativos entre las tres fuerzas, donde cada quien respondía únicamente a su propia autoridad (Ejército, Armada o Fuerza Aérea) y en donde todas las decisiones importantes eran revisadas y tomadas en consenso, lo cual entorpeció el accionar del gobierno y terminó por distanciar cada vez más a los militares de las distintas facciones. En lo único en lo que todos estuvieron de acuerdo desde un principio fue en la dureza y en la magnitud del “plan antisubversivo”. En términos muy básicos, el objetivo abierto fue controlar y desmantelar a los dos grupos guerrilleros, aunque en realidad tuvo como fin aniquilar cualquier tipo de oposición política o intelectual a la Junta Militar. Organizativamente, se trataba de un ejército clandestino constituido por las fuerzas armadas y los grupos de paramilitares que existían desde López Rega, y que sistematizaron prácticas como el secuestro de sospechosos, los asesinatos en supuestos enfrentamientos, la tortura y la desaparición de personas (Novaro 144). En su libro testimonial Poder y desaparición, Pilar Calveiro lleva a cabo un recuento escalofriante de la experiencia en los campos de concentración clandestinos, de la división de labores entre el ejército (los encargados de secuestrar, o “palotas”, los torturadores, los guardias, etc…), del día a día de los prisioneros e incluso de la estructura arquitectónica y funcional de estos campos. Si por un lado este ensayo muestra el horror vivido por las víctimas del Proceso, por el otro da cuenta de la brutal sistematicidad y el nivel de organización con el que se llevaron a cabo estas prácticas en la dictadura. Según la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas (CONADEP) fundada en 1983, la dictadura “en el primer año produjo […] más de 3500 desapariciones. Al año siguiente cerca de 3000 y todavía alrededor de un millar en 26 1978” (Novaro 146). De éstas, también con cifras de CONADEP, 30% fueron obreros y 21% estudiantes, mientras que en menores porcentajes aparecen empleados (17.8%), profesionales (10.7%) y maestros (5.7%), entre otros (Caraballo, Charlier y Garulli 88). La fuerte represión y censura también mermó cualquier intento de disidencia. Para empezar, miles de argentinos salieron exiliados durante esos años, en especial hacia México y España. La televisión y el cine fueron estrictamente controlados y, la primera sobre todo, funcionó casi exclusivamente de forma propagandística a favor de la dictadura (Novaro 164). De las artes, “el Teatro Abierto fue el evento masivo más importante de los años de la dictadura (Avelar 52) 13 y los conciertos de rock, en apariencia insignificantes, se volvieron uno de los pocos espacios políticos de esos años (Masiello, “La Argentina durante…”). En el ámbito intelectual, la revista Punto de Vista, que comienza a publicarse en el 1978 bajo la dirección de Beatriz Sarlo, Carlos Altamirano y Ricardo Piglia, “contribuyó a un lento e intricado proceso de recomposición intelectual en Argentina” (Avelar 53). En cuanto a la lucha por los derechos humanos, el más temprano fue el de las Madres de Plaza de Mayo, surgido en el 77. Además de éste, el Centro de Estudios Legales y Sociales y la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos trabajaron por esclarecer los que sucedía con los desparecidos y las víctimas. Internacionalmente, Amnesty International y algunos consulados (el de Suecia en específico) intentaron hacer lo propio (Novaro 165). Fuera de esto, la dictadura realmente logró la “tranquilidad cotidiana” tan ansiada por muchos, cosa que acercó a buena parte de la sociedad civil a una tácita aceptación de las formas, de las cuales preferían no indagar a fondo. Como dice Marcos Novaro, el método de los militares, por otra parte, ayudaba, 13 El primer ciclo del Teatro Abierto tuvo lugar en el 1981, para luego repetirse en 1982 y en 1983. Como dice Andrés Avellaneda, a parte de ser la primera rebelión explícita ante la dictadura, el Teatro Abierto cuestionaba tanto los paradigmas estéticos de la época (dominada por un teatro de carácter realista- naturalista) como “la distribución […] del poder cultural” (Avellaneda, “Realismo, antirrealismo…” 583). 27 pues nadie sabía exactamente lo que sucedía –aunque se sabía lo suficiente como para no tocar el tema–, y “se estableció así un pacto de silencio entre el régimen de facto y la sociedad” (153). A partir de 1979, sin embargo, se comienzan a agravar los problemas organizativos de la Junta Militar y sus disputasinternas, y el Proceso inicia su declive. Durante este año, con la esperanza de conseguir el apoyo total de Estados Unidos, Videla permitió la entrada de la Comisión Internacional de Derechos Humanos a Argentina. Buena parte de los militares estuvieron en desacuerdo, sobre todo porque no encontraban razones sólidas para justificar el interés de conseguir el apoyo de Estados Unidos. A pesar de que se liberó a muchos presos políticos y se desmantelaron algunos de los campos de concentración, el informe de la CIDH fue enormemente desfavorable y severo contra la dictadura militar, cosa que terminó por consolidar el repudio internacional contra el régimen. En 1980 y 1981, sobrevino una de las peores crisis económicas de la historia moderna de Argentina. La compra masiva de dólares y la fuga de capitales (dado el miedo generalizado a la hiperinflación) ocasionó que el Banco Central se quedara prácticamente sin reservas. El empleo cayó un 26% de 1979 a 1980 y otro 10% de 1980 a 1981: la economía informal, el subempleo y el uso de trabajadores sobrecalificados para tareas menores, entre otros, fueron algunos de los efectos. La inflación pasó del 104.5% en 1981 a 164.8% en 1982, y los índices de pobreza e indigencia alcanzaron 26.3% y 7% de la población respectivamente (Novaro 176-182). Es en este contexto que el entonces líder de la Junta, Leopoldo Galtieri, decidió llevar a cabo el plan de invadir las Islas Malvinas. Los militares pensaron que esta medida uniría a la sociedad bajo la idea de la defensa de la patria y lograría apaciguar el creciente descontento de la población. De este modo, en abril de 1982 Argentina invade 28 las Malvinas, territorio del Reino Unido. En un principio, la estrategia funcionó pues la gente realmente celebró la “recuperación” de un territorio patrio 14 , pero muy pronto se convirtió en una debacle militar y diplomática. Diplomática puesto que tanto la ONU como Estados Unidos y otros países repudiaron el hecho y dieron su voto de confianza al Reino Unido; militar ya que el Reino Unido envió un ataque que muy pronto derrotó a las fuerzas argentinas. Con este suceso se termina por colapsar la Junta Militar, cuyas divisiones para entonces eran ya infranqueables, e inmediatamente después de la derrota, en junio de 1982, se anuncia la transición a la democracia. Simplemente se fijó un plazo de aproximadamente un año para que los distintos partidos políticos se pudieran organizar propiamente. De esta forma, en octubre de 1983 triunfa Raúl Alfonsín y comienza el difícil periodo de transición democrática, ya que desde el principio batalló con una realidad económica adversa, una fuerte descomposición social y “nuevas formas de conflicto, desarticulación y negación de derechos” (Novaro 193). En sus inicios, por supuesto, existió una fuerte euforia por lo que significaba la idea misma de la democracia, tanto así que “el común denominador fue la sobrestimación de las posibilidades de cambio, motivada no sólo por las necesidades políticas del nuevo gobierno sino por el optimismo generalizado de la sociedad” (Novaro 196). Este optimismo, no obstante, iría palideciendo en varios sentidos a lo largo de la presidencia de Alfonsín. Si bien en los primeros años se logró poner freno a la inflación, posteriormente se volvió a deteriorar la economía y una nueva crisis económica afectó al país. Las causas de esta crisis fueron tanto económicas (altas tasas de intereses internacionales y 14 Para una muy divertida novela satírica sobre Malvinas y la disputa entre Argentina y el Reino Unido véase A sus plantas rendido un león (Sudamericana, 1986) de uno de los autores que trabajaremos posteriormente, Osvaldo Soriano. 29 precios sumamente bajos en la exportación de alimentos: en el 86 eran 40% más bajos que en el 80), como estructurales y políticas, con grupos empresariales y sindicatos divididos y preocupados por velar por sus propios intereses. En efecto, buena parte de la razón por la que se frustró la modernización económica que pretendía Alfonsín tiene que ver con “errores de gestión y el bloqueo impuesto por una coalición de intereses que prefería mantener las cosas como estaban antes que emprender cambios que, a sus ojos, podían conllevar males todavía peores” (Novaro 211). A pesar de que Estados Unidos logró que instituciones internacionales como el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial y el BID perdonaran o aplazaran los retrasos de Argentina en el pago de intereses y en la deuda contraída varias veces durante este periodo, para 1988 eso dejó de ser posible, lo cual puso al nuevo gobierno democrático en una situación delicada 15 . De hecho, el periodo de Alfonsín concluyó con un verdadero caos económico que provocó distintos estallidos sociales y motines en provincia, dadas las demoras en los pagos salariales y otras situaciones similares. El juicio contra los militares constituyó una parte fundamental de la campaña de Alfonsín (él había pertenecido a la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos), así como una de las primeras medidas tomadas por Alfonsín en cuanto llegó a la presidencia. En este sentido, se formó la CONADEP en 1983 y, para 1985, Videla, Massera y Agosti ya habían sido condenados a cadena perpetua, mientras que otros militares de menor jerarquía fueron sentenciados a distintos años de prisión. Sin embargo, desde un principio el gobierno intentó consolidar un discurso sobre la dictadura que delineaba las acciones que tomarían y las presentaba como justas, cosa que muy pronto trajo insatisfacción para muchos grupos. En primer lugar, se insistió permanentemente en lo que se conoce como “teoría de los dos demonios”, en donde se 15 Ante el estallido de la guerrilla en Chile, Estados Unidos tenía el interés de presentar a Argentina como el modelo de transición hacia la democracia a seguir en Latinoamérica, de ahí su apoyo insistente. 30 asignaba la culpa en partes iguales para los militares del Proceso y los guerrilleros montoneros y del ERP. Evidentemente, esta idea fue duramente rebatida por diversos grupos, que encontraban en el hecho de que los militares hayan utilizado la fuerza y el poder del estado para violar constantemente los derechos humanos, así como en la diferencia en cuanto al número de víctimas, una mucho mayor culpabilidad para éstos que para los grupos guerrilleros. Por otra parte, el gobierno insistió también en juzgar únicamente a aquellos militares “responsables” y no a los que habían recibido órdenes. En 1985 se promulgó la Ley de Punto Final, que establecía un “límite temporal de dos meses a las citaciones judiciales, pasado el cual ya no habr[ía] otras nuevas” (Caraballo, Charlier y Garulli 121) con el objetivo de reducir la cantidad de juicios a los que habían sido citados los militares. No obstante, esto también fue visto negativamente, sobre todo después de que la CONADEP diera a conocer su informe final, titulado Nunca Más, que incluía los testimonios de las víctimas mismas y que “trajo problemas a la política oficial pues una ‘verdad ilimitada’ no era fácil compatibilizar con una justicia en cierta medida acotada: lo que se había considerado difícil de juzgar y castigar hasta ese momento se volvió, una vez conocido el informe, imposible de perdonar u olvidar” (Novaro 198). Si las presiones crecían de aquel lado –el que consideraba que la versión oficial de las cosas era, cuando menos, incompleta–, también los militares se mostraron cada vez más inconformes con la cantidad de juicios contra ellos, por no mencionar que varios, Massera incluido, seguían argumentando que habían ganado legítimamente la guerra contra la subversión 16 . Así, en 1987 estalla una nueva rebelión militar, llamada los Carapintadas(y liderados por Aldo Rico). Esta rebelión obligó al gobierno –en su 16 Durante su juicio, Massera dijo: “No he venido a defenderme. Nadie tiene que defenderse por haber ganado una guerra justa, y la guerra contra el terrorismo subversivo fue una guerra justa” (Cit. en Caraballo, Charlier y Garulli 117). 31 afán por calmar los ánimos– a promulgar la Ley de Obediencia Debida, según la cual se exculpaba a aquellos que sólo seguían órdenes,. Este proceso culminaría en 1990, ya durante el gobierno de Carlos Menem, con el indulto “a quienes habían sido condenados, incluyendo a los miembros de las Juntas Militares, a los jefes montoneros y a los militares carapintadas” (Caraballo, Charlier y Garulli 121), situación que terminaría por obviar la existencia y forzar el perdón (al menos oficial y legal) de uno de los periodos más violentos no sólo de Argentina sino del siglo XX latinoamericano. Es dentro de este marco de discursos en disputa (el oficial en voz de Alfonsín, el de CONADEP, etc…), de promesas incumplidas y de formas completamente contrastadas de entender la historia reciente del país, que la literatura de la posdictadura adquiere algunas características específicas, de las cuales hablaremos a continuación. 2. Posdictadura y discurso literario A pesar de su cercanía en el tiempo, me parece que se puede decir que ya existe un cuerpo sólido de discusión académica en torno al problema del discurso literario en las posdictaduras latinoamericanas 17 : sus funciones, características y problemáticas. Esto se debe a dos factores evidentes: por un lado, a la gran diversidad de propuestas estéticas y literarias que surgen inmediatamente después de la dictadura; por el otro, a la forma como estas propuestas, por sus alusiones, temas y estilos, parecen volver una y otra vez a la experiencia de la literatura desde caminos diferentes. “La dolorosa preocupación de los intelectuales […] para buscar un sentido de dirección restaurado en los años de la 17 La discusión en algunos de estos textos, los de Idelber Avelar y Francine Masiello, abarca más que el caso argentino en específico pues incluye a Brasil y Chile también. En este sentido, valdría la pena apuntar que Avelar trabaja, entre otros, a autores argentinos como Ricardo Piglia y Tununa Mercado, además de los brasileños Silviano Santiago y Joao Gilberto Noll y la chilena Diamela Eltit. Masiello, por su parte, discute el trabajo de los argentinos Manuel Puig, Ricardo Piglia y César Aira, así como el de los chilenos Diamela Eltit y Pedro Lemebel, entre otros. Para fines de esta discusión sin embargo, hemos tomado de estos textos lo que específicamente se refiere a la posdictadura en Argentina. 32 posdictadura” (Masiello, The Art 33) se une a la convicción alguna vez expuesta por Ricardo Piglia de que “hay cosas que sólo la literatura con sus medios específicos puede brindar” (Piglia, Tres 11). En este sentido, la literatura de la posdictadura se convirtió en un espacio discursivo alterno a los discursos históricos y políticos oficiales. En efecto, la transición democrática en Argentina fue caracterizada por una latente ansiedad de parte del Estado y de los grupos económicos y políticos hegemónicos por construir una narrativa única sobre los hechos del pasado reciente. Así, se construyó un discurso en donde las culpas y responsabilidades eran asignadas a partir de la historia “verdadera”, que no era más que la lectura oficial de la dictadura militar entre muchas lecturas posibles. “La teoría de los dos demonios” y la “Ley de Obediencia Debida”, que mencionamos más arriba, son buenos ejemplos de esta versión oficial de la historia definida por el nuevo Estado democrático. Esta narrativa respondía claramente tanto a la presión de los militares como a la urgencia de lograr una unificación nacional a partir del perdón de ciertos grupos, el olvido de ciertos hechos y la repartición “igualitaria” de culpas 18 , por lo cual su parcialidad fue puesta en evidencia constantemente. Así, ante este intento proveniente de los discursos historiográficos y políticos oficiales por imponer una versión única, que Francine Masiello ha definido como “teatralidad de estado en un tiempo donde el gobierno tiene mucho que esconder” (The Art 4), “la literatura y el arte, en cambio, cultiva[ron] tensión, revelando los conflictos entre el pasado irresuelto y el presente, entre la invisibilidad y la exposición” (Masiello, The Art 3). “Pensar y decir el horror, recordar y negarse al olvido, construir una memoria, son tareas sociales cuya primera expresión ha sido simbólica” (Avellaneda 141) 19 . Más 18 Véase específicamente: I.1, pp. 30-31 de este mismo trabajo. 19 A partir de este momento, todas las referencias a este autor son tomadas del siguiente artículo: Andrés Avellaneda, “Lecturas de la historia y lecturas de la literatura en la narrativa argentina de la década del 33 allá del hecho de que esta afirmación se antoja un tanto excluyente –ya que se olvida de movimientos civiles como las Madres de Plaza de Mayo, entre otras cosas– es cierto que estas preocupaciones parecen estar en el centro de muchos de los proyectos literarios de la posdictadura argentina. El discurso literario de este periodo se puede entender entonces, en general, como un espacio alternativo, dentro del cual se problematiza todo aquello que tan sólo superficialmente parece haberse resuelto. Así, es un espacio discursivo en donde se puede hablar de aquellas experiencias que en otras versiones se omiten (Reati), en donde se puede intentar la construcción de una memoria que ayude a resolver un trauma (Avelar), lo mismo que darle voz a aquellos que por distintas razones fueron excluidos de la posibilidad de narrar su propia historia (Masiello) o, simplemente, donde se construye un discurso menos reduccionista y maniqueo respecto a quienes son buenos y malos, asesinos e inocentes, culpables y víctimas (Reati) 20 . A pesar de que los acercamientos críticos y teóricos que comentaremos varían dado que sus enfoques específicos y zonas de interés pueden ser diferentes, todos coinciden en entender el discurso literario de la manera que hemos mencionado, es decir, como un espacio en donde se puede hablar de todo aquello que, en otros discursos y por diversas razones, es callado. En su recuento sobre los distintos proyectos literarios de estos años, Andrés Avellaneda distingue dos grandes tendencias en la literatura argentina de la posdictadura. Por un lado, existe un grupo de poéticas que él define como antimiméticas, las cuales intentaron “resemantizar las marcas del castigo y de la brutal ruptura del mundo social a partir de estrategias textuales caracterizadas por el quiebre de la subjetividad, por la fragmentación de los hechos y por la desconfianza en el ochenta” en F. Reati y A. Berguero (eds.), Memoria colectiva y política del olvido. Argentina y Uruguay 1970-1990, Rosario: Beatriz Viterbo, 1997, pp. 141-186. Se indicará solamente la página en el texto. 20 Resumimos aquí las tesis más importantes de estos autores, cuyo trabajo desarrollaremos a lo largo de este apartado. 34 contrato mimético como forma del relato (151). Por el otro, hubo en estos años un notable “cultivo de formas alusivas y elípticas […] [cuyas] historias comentan de modo cifrado, por desplazamiento, la violencia de esos años” (151-152) y dentro de las cuales se puede incluir “la estructura de investigación donde tanto la búsqueda de conocimientos como la persecución de significados son planteadosa la manera de misterios para resolver (específicamente en el subgénero del relato policial)” (151- 152) 21 . Respecto a la poética antimimética tal como fue desarrollada por autores como Daniel Guebel o Martín Caparrós, entre otros, y que realmente se ubica lejos de nuestra problemática, bastaría con resumir brevemente la explicación que ofrece Fernando Reati en un libro temprano sobre el tema 22 . Este autor se preguntaba cómo la literatura había llevado a cabo la tarea de hablar de lo “innombrable”, es decir, de la violencia, la represión, la pérdida, el exilio y otras experiencias a las que muchos argentinos se vieron expuestos durante los años de la dictadura. Para los escritores, sugiere Reati, se trató de una fuerte paradoja: si, por un lado, sentían una necesidad irrenunciable de hablar de todo aquello que marcó y dividió sus vidas, por el otro, sin embargo, se enfrentaron con la dificultad de encontrar la forma cómo hacerlo. Distintos autores argentinos (Guebel, Caparrós, Pauls) se rehusaron a llevar a cabo este proceso a través 21 Habría que hacer dos apuntes al respecto de este texto. El primero es, por supuesto, que ninguna de las dos poéticas es exclusiva de la posdictadura argentina, ni siquiera en Latinoamérica: las estrategias antimiméticas, por ejemplo, tienen una larga tradición en la literatura experimental y de las vanguardias. Además, como dice Avellaneda, “ambas respuestas se inscribieron en un discurso metropolitano más amplio que expresaba en esos momentos la crisis de la modernidad por medio de nuevas categorías epistemológicas” (151). Lo que las define, para este autor, como típicamente posdictatoriales es su continua relación y diálogo con los hechos del pasado y con las consecuencias de la dictadura militar. El segundo apunte es que, similarmente, no podemos pensar que existe un antes y un después tajante: algunas de estas estrategias, incluyendo el uso alusivo de géneros como el policíaco, fueron puestas en práctica durante la dictadura misma por autores como Ricardo Piglia con Respiración Artificial (1980) o Juan José Saer con Nadie, nada, nunca (1980). 22 Si bien la edición que nosotros utilizaremos es de 1992 (Legasa), una primera versión del libro de Fernando Reati, Nombrar lo innombrable fue escrita como tesis doctoral en 1985. 35 de estéticas realistas ya que, para ellos, ésta no alcanza a transmitir verdaderamente el significado completo y complejo que buscaban: El alejamiento de la práctica de la intención mimética tiene que ver también con la consciencia de que ciertos elementos de la realidad son irrepresentables, planteándose un problema semejante al de los escritores del Holocausto: ¿Cómo nombrar lo innombrable? Por otra parte tiene que ver con un fuerte rechazo a lo que se percibe como el discurso unívoco y autoritario de un realismo que pretende erigirse en representación “real”, única e indiscutible, del referente. (57-58) El rechazo a una estética realista se debe, pues, a que para estos autores esta estética mostraba una incapacidad para cuestionar sus propios límites y convenciones, así como una confianza persistente en poder transmitir una imagen fidedigna y casi inmediata de la realidad. Y, a su vez, esto les resultaba insuficiente al proponerse hablar de una experiencia traumática, innombrable, además de que –para ellos– recordaba a las prácticas de los discursos “unívocos” y “autoritarios”, las cuales tratan de imponer una sola versión incuestionable de las cosas 23 . Reati argumenta que es esta la razón por la que buena parte de los proyectos literarios de la posdictadura se inclinaron hacia estéticas simbólicas o experimentales, con el fin de encontrar caminos a la vez más profundos para transmitir la experiencia y menos ingenuos respecto al lenguaje, la representación y la literatura. La segunda poética señalada por Avellaneda, y que éste resume bajo la noción de la “alusión”, es decir, de estructuras narrativas que hablan indirectamente de la violencia y otras experiencias de la dictadura militar tiene dos grandes tendencias. Por un lado, relatos de tipo alegórico que: buscaron reinterpretar el presente y la historia inmediata con un discurso complejo que hablaba sobre su objeto oblicuamente, saturándolo de sentido por medio de operaciones alusivas según las cuales una noción implícita (como la violencia de la dictadura militar, el asesinato y la tortura, o el terror ubicuo) era conectada con un sistema fijo de referencias explícitas. (157) 23 Es cierto que, como dice José María Pozuelo Yvancons, “la crítica literaria maneja de modo excesivamente laxo categorías como ‘realismo’ y a menudo cae en flagrantes inexactitudes [...] al oponer ficción/realismo categorías no contrapuestas en modo alguno” (68). En este caso, sin embargo, se trata de una perspectiva de los autores mismos respecto a su decisión de probar propuestas estéticas distanciadas del realismo. 36 Y, por el otro, la constante recuperación e hibridación de géneros provenientes de la cultura popular, como lo son el policíaco, la ciencia ficción y la novela de aventuras, entre otros. La primera de estas tendencias, nuevamente un poco distante de nuestra problemática, ha sido trabajada desde una perspectiva cercana al psicoanálisis por Idelber Avelar. Este académico brasileño profundiza en una de las ideas esbozadas por Reati, la de la literatura de la posdictadura como una forma de expresar una experiencia traumática reprimida o difícil de transmitir en un lenguaje directo, y lo hace a partir de sus nociones de “imperativo del duelo” y “alegoría de la derrota”, las cuales rastrea en obras literarias de Argentina, Chile y Brasil. Para él, “el imperativo del duelo es el imperativo posdictatorial por excelencia” (3) ya que, ante un periodo traumático en tantos niveles (personal, político, social) e inmersos en una sociedad democrática y neoliberal que exige un olvido superficial del pasado a través tanto de una retórica insistente en el hecho de que el pasado ya había sido “superado” o “dejado atrás” como de un mercado económico cuya renovación constante y veloz de mercancías para consumir producen un efecto de “eterno presente”, volver al pasado a través de la memoria, a pesar de la dificultad que implica hacerlo, es la única forma posible de lograr un “olvido activo” de éste, es decir, de poder asimilarlo. De esta manera, “la labor del duelo tiene mucho que ver con el levantar una tumba exterior donde la literalidad brutal de la tumba interior pueda ser metaforizada” (9). Lo que esto quiere decir es que, según Avelar, parte de la razón por la que un recuerdo traumático es reprimido o inexpresable es por su crudeza a flor de piel, por su irreducible realidad, de tal forma que su expresión solamente es posible cuando es enmarcada dentro de una construcción simbólica, metafórica, indirecta. Evidentemente, es ahí donde la literatura cobra especial importancia para este autor, muy en específico 37 aquellos “textos que recuerdan al presente que es el producto de una catástrofe pasada” (3). Siguiendo a Walter Benjamin, Avelar llama a estos textos “alegorías de la derrota”, ya que suelen tratarse de estructuras simbólicas que muestran un momento histórico petrificado, completo e irrecuperable, algo similar al efecto que provoca observar una ruina. Hablamos, entonces, de textos literarios cuya construcción simbólica o ficcional, por ejemplo, encierra una serie de experiencias y recuerdos tanto individuales como colectivos irrecuperables e impronunciables de otra manera. Para Avelar, el proceso de escritura y de lectura de textos literarios equivale al trabajo del duelo, ese espacio donde poco a poco se va recuperando y asimilando el pasado que se quiere superar.
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