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Universidad Nacional Autónoma de México Facultad de Psicología División de Estudios Profesionales El culto al cuerpo, la presión actual de lo femenino. TESIS PARA OBTENER EL TÍTULO DE LICENCIADA EN PSICOLOGÍA PRESENTA Ma. del Rocío Figueroa Varela Número de cuenta: 8062356-2 DIRECTORA DE TESIS: Mtra. Gloria Careaga Pérez REVISORA: Dra. Martha Lilia Mancilla Villa Mexico, D.F. Abril 2011 UNAM – Dirección General de Bibliotecas Tesis Digitales Restricciones de uso DERECHOS RESERVADOS © PROHIBIDA SU REPRODUCCIÓN TOTAL O PARCIAL Todo el material contenido en esta tesis esta protegido por la Ley Federal del Derecho de Autor (LFDA) de los Estados Unidos Mexicanos (México). El uso de imágenes, fragmentos de videos, y demás material que sea objeto de protección de los derechos de autor, será exclusivamente para fines educativos e informativos y deberá citar la fuente donde la obtuvo mencionando el autor o autores. Cualquier uso distinto como el lucro, reproducción, edición o modificación, será perseguido y sancionado por el respectivo titular de los Derechos de Autor. AGRADECIMIENTOS Había que acabar un ciclo, este capítulo que estuvo mucho tiempo abierto. Los cambios y aprendizajes fueron muchos y significativos, y así el proceso de mi vida continúa. Hoy te agradezco todo lo que me diste. Algunas de las personas me apoyaron con su amor y paciencia: Gracias mamá, hermanas y hermanos y por supuesto a toda la familia. Las ausencias de otras me dieron fortaleza: papá, abuelas, abuelo. Ustedes dos hijas, me dieron un camino y ahora transito éste con otro paso, más ligero por su alegría. Tu mi guía, mi revisor, mi amor, quién me empuja y sostiene, me tolera, me da concierto y certeza, Gracias. Gracias Gloria, no hubiera terminado este trabajo si no me das una dirección. Martha Lilia, Samuel, Jorge, Nelly, revisores de este trabajo, su confianza me dio certidumbre para terminar. El apoyo técnico fue importante, gracias Yessy. Ahora aplico este pasaje del Quijote de la Mancha “Los obstáculos más grandes, nuestras propias indecisiones; nuestro enemigo más fuerte, el miedo al poderoso y a nosotros mismos; la cosa más fácil, equivocarnos” Sigo caminando entonces…… INDICE Página Resumen………………………………………………………………………...…. 2 Introducción………………………………………………………………............ 3 Capítulo 1. Situándonos en la problemática de la Belleza y el Género………………………………………..…………………..... 8 Capítulo 2. Encuadre Teórico……….………….…………..…………….…… 15 2.1 La Conceptualización del cuerpo………………….…………….….. 15 2.2 La Identidad y Subjetividad Femenina…………………..…............ 17 2.3 Los Estereotipos del Género Femenino……………….…………... 22 2.4 El Culto al Cuerpo en México: El Ideal de Belleza…….…............. 26 2.5 La Deformación de la Imagen Corporal…..……………….………. 31 2.6 Insatisfacción de la Imagen Corporal y el Trastorno Dismórfico Corporal…………...……………………………..….….. 37 2.7 Cirugía Estética y la Distorsión de la Imagen Corporal….............. 40 Capítulo 3. Metodología de la investigación……..……………….……...…. 44 3.1 Caracterización de la Muestra…...……………………………….… 45 3.2 Los Instrumentos Aplicados………………………………..….……. 47 3.3 Procedimiento……………………………….……………….…….…. 53 3.3.1 Prevalencia de Trastornos diferentes al Dismórfico Corporal..…………………………..………..... 54 3.3.2 Clasificación de respuestas del Cuestionario de Respuesta Abierta………………………………..………. 55 Capítulo 4. Principales hallazgos y resultados….…………………………. 57 4.1 Resultados del Cuestionario de Evaluación de Dismorfia Corporal…………………………………………………..……........... 57 4.2 Análisis de preguntas de Respuesta Abierta...….………………… 65 4.3 Análisis de casos con síntomas asociados al Trastorno Dismórfico Corporal………..…………………………..…………… 75 4.3.1 Casos con Síntomas leves………………..……………… 75 4.3.2 Casos con Síntomas Moderados…………..…………….. 76 4.3.3 Casos con Síntomas Graves..………..………………….. 77 Capítulo 5. Discusión de los resultados……………………..…………….... 80 Capítulo 6. Conclusiones……………………………………….……………… 87 Capítulo 7. Alcances y limitaciones de la Investigación…………............. 92 Referencias Bibliográficas.…………………………………….………………. 95 Anexo 1. Cuestionario para detectar Trastorno de Dismorfia Corporal……………………………………………………………………………. I Anexo 2. Matriz de correlación de reactivos………………………………… V 2 Resumen La cultura de género, el deber ser de lo femenino y lo masculino, se reproduce construyendo imágenes corporales, donde el autoconcepto se compara, con la categoría grupal asociada a mayor valor. La comparación con la categoría de “mujeres bellas” produce una insatisfacción corporal impactando en la autoestima y el funcionamiento relacional de una mujer, misma que puede irse acentuando, pasando por una distorsión, deformación o hasta un Trastorno Dismórfico Corporal (TDC). La insatisfacción corporal puede llevar a procedimientos con potenciales riesgos, como es la cirugía estética. Este estudio revisó si las estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit tienen subjetividad propensa a someterse a intervenciones quirúrgicas estéticas, la relación con la distorsión de la imagen corporal; describir su ideal de belleza construido; prevalencia de la sintomatología asociada al TDC y la aceptación a someterse a cirugía plástica. Se aplicó a 218 mujeres un instrumento para detectar el TDC, obteniendo una confiabilidad Alpha de Cronbach de 0.91, y preguntas de respuestas abiertas. El 72.3% de casos registran puntajes con rango normal. El 9.7% síntomas leves de Distorsión de la imagen corporal; 3.22% se les encasilla en Deformación de imagen y el 1.38% síntomas de TDC. Secunda 66% la idea de someterse a cirugía plástica para mejorar su imagen corporal. Hay una correlación de Pearson de 0.7654, entre disgusto con partes del cuerpo y considerar la cirugía plástica. El ideal de belleza compartido se relacionó con salud y bienestar, aceptación a sí mismas y aspecto físico delgado. A mayores síntomas relacionados al TDC, las intervenciones estéticas son imaginadas solución para el sufrimiento y la posibilidad de alcanzar el éxito, configurando una silueta estilo “Barbie”, o Shakira, como ideal de mujer atractiva y sensual, que prevalecen por los mecanismos de aculturación, cumpliendo así el mandato de género establecido. Palabras clave: belleza, género, dismorfia corpora 3 Introducción El cuerpo y sus atributos, como la belleza, tienen una simbolización de acuerdo a los órdenes históricos y socio-culturales. Ha transitado por diferentes acepciones: desde considerarse como algo impuro, pecaminoso, objeto de represión y control, hasta valorarse en relación a la eficiencia de producción y reproducción. La belleza y estética que debe tener este cuerpo, como un valor de éste, actualmente establece una asociación de juventud y morfología delgada. Este modelo es difundido por los diferentes medios masivos de comunicación. La cultura de género que actualmente prevalece en la cultura mexicana está influenciada por las políticas de desarrollo hacia la “modernidad” y la globalización. Está construida bajo un sistema en donde al género femenino se le atribuye subordinación ante los patrones androcéntricos y patriarcales. Así, el cuerpo que se vive, experimenta y simboliza, está mediado por constructos, asociaciones e imágenes de carácter cultural, proponiendo una imagen corporal compartida que sustenta a una identidad. Dada la influencia de los medios masivos de comunicación que imprimen a la cultura de género el deber ser de lo femenino y lo masculino, se construyen imágenes corporalesque estereotipan la identidad femenina. Influyendo para la construcción en las mujeres, de una subjetividad donde el autoconcepto se revisa y compara, con la categoría grupal a la que se otorga mayor valor, a fin de atribuirse un valor social. Si hay semejanza a la categoría de “mujeres bellas”, habrá mayor posibilidad de autorrepresentarse con un valor superior. Entonces se logrará éxito y conquista del mundo moderno, en donde se considera que la sujeto femenino esté subsumida a la cultura del consumismo y roles estereotipados del deber ser femenino; constituyendo un mandato social a cumplir, el obtener un cuerpo revisado y valorado por el otro. La representación subjetiva del cuerpo o imagen corporal, es la que se compara a los ideales de belleza, si está acorde a los estándares establecidos mejorará la percepción de eficacia para la inserción y desenvolvimiento de las interacciones 4 sociales y por ende, para encontrar el éxito personal. Esto conforma una presión social de culto al cuerpo a fin de efectuar los procedimientos necesarios para alcanzar estos estándares, a través de ejercicios, dietas, compras de productos e incluso transformaciones corporales, como es la cirugía estética, justificados en aras de la salud y el bienestar. Los ideales de belleza introyectados, son modelos con una estética corpórea emaciada, distante a la morfología típicamente mexicana. La comparación que se hace de la imagen corporal puede derivar en distorsiones de los tres cuerpos que experienciamos: ideal, percibido y real. Las distorsiones pueden ser sobre o sub estimación del tamaño corporal. En primera instancia, se puede elaborar una insatisfacción corporal que impactan en la autoestima y en el funcionamiento relacional de una mujer. En diferentes estudios en México, se encuentra que hay una alta insatisfacción corporal, manifestando las mujeres de diferentes estratos y edades, deseo por tener un cuerpo más delgado y una sobrestimación de su tamaño corporal. La insatisfacción de la imagen corporal paulatinamente se puede ir acentuando, pasando a ser una distorsión, una deformación o llegar hasta un Trastorno Dismórfico Corporal (TDC). A semejanza de los países en desarrollo, la salud mental del pueblo mexicano está aquejada por los síntomas de depresión y ansiedad como los padecimientos mentales con mayor prevalencia y se espera se incremente su registro en el país, tanto en zonas urbanas como en zonas rurales. Estos síntomas, de acuerdo al Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales (DSM-IV-TR) pueden presentarse asociados al TDC, por lo tanto, las estadísticas sobre este trastorno normalmente no están registradas, pues se confunde o valora como una banalidad el sufrimiento que se tiene, ante la insatisfacción corporal en sus diferentes fases. Aunado a esto, cada vez más, se registran padecimientos derivados de trastornos 5 alimentarios, en donde se observa una relación con la identidad de género y el ideal de belleza que se ha construido. Por lo tanto, la necesidad de alcanzar esta aceptación en el mundo globalizado y con estereotipos de género femeninos específicos, promueven una distorsión de la autopercepción corpórea de las mujeres, haciéndolas proclives a buscar procedimientos con potenciales riesgos en la salud, con una motivación clara para el sometimiento a cirugías estéticas. Es imperativo contar con datos con los cuales identificar qué pasa con la población ante la presión de los constructos sociales, dado el impacto tanto a nivel económico como en la salud mental de quienes mismos introyectan esta simbolización del debe ser. A través de este estudio se buscó revisar si en las jóvenes de la Universidad Autónoma de Nayarit hay una construcción de subjetividad propensa a someterse a intervenciones quirúrgicas estéticas, y si hay una relación con la distorsión de la imagen corporal. Se dio respuesta a las preguntas de investigación formuladas de describir el ideal de belleza que se ha construido, a través de los mandatos de género; la prevalencia de la sintomatología asociada al TDC y su relación con la aceptación a someterse a cirugía plástica, así como revisar si esta creencia la asocian a un impacto positivo en su bienestar y desenvolvimiento vital. Con los resultados obtenidos, será posible incidir en la elaboración de políticas públicas de salud, con el fin de que estos procedimientos estéticos no sean una agresión a la identidad personal, sino una forma consciente de perseguir un fin. En las siguientes secciones de este documento, presento la estructura de este estudio. En el Capítulo 1. Situándonos en la problematización de la Belleza y el Género, expongo cómo la belleza se ha manejado en la cultura moderna, incidiendo, a través de los medios de comunicación, para la construcción de imágenes corporales femeninas estereotipadas, que se conforman como un 6 mandato de género a cumplir. Justificando la problemática abordada, por el impacto que puede llegar a tener, la presión para cumplir con los mandatos de género, en la salud mental de las mujeres. Este capítulo concluye con la definición del objetivo general que se pretende alcanzar con esta investigación. Contenido en el Capítulo 2. Encuadre teórico, expongo las aproximaciones conceptuales del cuerpo y cómo se subjetiviza o simboliza para dar paso a una identidad femenina, con una representación corporal. Los elementos teóricos están basados en los estudios de género y construcción de identidad social. En el mismo capítulo describo cómo se ha propiciado el culto al cuerpo en México y la construcción del ideal de belleza compartido en nuestra cultura. Circunscribo el marco teórico para entender qué es la deformación de la imagen corporal y su relación con el TDC, relacionando esta insatisfacción de la imagen corporal, con la cirugía estética, procedimiento considerado como un medio para alcanzar los estándares de belleza estereotipados. Para los fines de esta investigación apliqué un cuestionario de detección del TDC, según los criterios establecidos en el DSM-IV, conformándose rangos para la clasificación, a través de los puntajes obtenidos del mismo cuestionario, que van desde la insatisfacción corporal hasta el TDC. Así también, se formularon preguntas de respuesta abierta con el fin de revisar el ideal de belleza construido y la opinión sobre la cirugía plástica que tienen las jóvenes universitarias. Este procedimiento está explicitado en el Capítulo 3. Metodología de la investigación, al igual que la descripción de los instrumentos aplicados y la caracterización de la muestra de jóvenes estudiada. En el Capítulo 4. Principales hallazgos y resultados, describo las propiedades psicométricas del instrumento aplicado, quien resulta con una confiabilidad de 0.91 por el método estadístico de Alpha de Cronbach. Esto posibilita generar mayores investigaciones para la aplicación subsecuente de este mismo instrumento como auxiliar en el diagnóstico diferencial de TDC, en personas con características 7 similares a la muestra aplicada. También se encuentran los datos obtenidos, en donde resalta que el 72.3% de los casos registran puntajes considerados dentro de un rango normal, con insatisfacción corporal. Un 9.7% de la muestra presenta síntomas leves, clasificándolo como Distorsión de la imagen corporal; 3.22% a moderados, que les encasilla en padecer una Deformación de su imagen y el 1.38% de la muestra, presenta claros síntomas asociados a TDC. El 66% de la muestra secunda la idea de someterse a cirugía plástica con el fin de mejorar su imagen corporal. Hay una correlación alta de 0.7654, según la prueba estadística de Pearson entre estar a disgusto con una parte del cuerpo y considerar la posibilidad de someterla a cirugía plástica, por ende, si una joven sientedisgusto por alguna parte de su cuerpo será más proclive a considerar someterse a la cirugía plástica. El ideal de belleza compartido se muestra como un desafío por alcanzar la salud y el bienestar, la aceptación a sí mismas y el aspecto físico delgado, sin embargo este ideal se trastoca a medida que se presentan más síntomas relacionados al TDC, en donde las intervenciones estéticas son imaginadas como la solución necesaria para aliviar su sufrimiento y la posibilidad de alcanzar el éxito, configurando una silueta estilo “Barbie”, parecida al modelo norteamericano, o Shakira, como ideal de mujer atractiva y sensual, que prevalecen por los mecanismos de aculturación, cumpliendo así el mandato de género establecido. Estos aspectos fueron explicitados a través de los capítulos 5 y 6: Discusión de los resultados y Conclusiones. Al finalizar este trabajo, en el Capítulo 7, expongo los alcances y limitaciones que tiene la investigación aquí reportada, dado que se aplicó en una muestra de estudiantes de la universidad pública situada en la ciudad de Tepic Nayarit, con una cultura específica, pero en donde las cirugías estéticas ya aparecen en el imaginario colectivo y los síntomas dismórficos también se hacen presentes, denotando la presión que se ejerce, en las jóvenes, la cultura del género. 8 Capítulo 1. Situándonos en la problemática de la Belleza y el Género De acuerdo con la evolución humana es posible, que la belleza o atractivo le diera al hombre o mujer una mayor probabilidad de reproducción, por lo que en los albores de la humanidad, era un valor de sobrevivencia. Al hacer una correcta elección de la pareja y procrear descendencia; se perfeccionaban los seres humanos para poder sobrevivir en un medio inicialmente adverso (Yaryura, et al., 2003). La belleza no es un concepto estático, se transforma y mueve de acuerdo a las transformaciones sociales, y por lo tanto, quienes poseen ese estándar de belleza se han asumido como seres de mayor valor (Cruz, 2010). Los atributos del cuerpo entonces, han tenido una representación y significancia de acuerdo a los órdenes históricos y socio-culturales, oscilando entre considerarse como impuro y pecaminoso hasta tomarse como un objeto al que someter a diversos procedimientos para garantizar la juventud y la belleza, valores considerados indispensables para alcanzar la felicidad, en la actualidad. Estos estándares han sido dados desde patrones androcéntricos y patriarcales, construyendo una apropiación del cuerpo femenino estereotipada y subordinada. El atractivo físico, ha trascendido su función para la evolución de la especie humana, al considerarse como un elemento que conforme la identidad de hombres y mujeres, dando prioridad a sus características corporales como parte de la autovaloración que hagan de sí. Por lo tanto el ideal de belleza ha mutado constantemente, de acuerdo al momento histórico por el que atraviese y por la cultura que formule este ideal, por lo tanto no será el mismo ideal representado en la época del Renacimiento, del mundo occidental, en donde la belleza personificada en la pinturas de Tiziano (mujeres carnosas y corpulentas, rubias y blancas) al ideal que se tenga actualmente en, por ejemplo, la cultura coreana. 9 Los hombres y mujeres al irnos construyendo desde una circunstancia histórica y cultural, creamos una realidad psíquica o representación de nosotros mismos y nuestro cuerpo. Esta estructuración se realiza fuera de la conciencia y de la racionalidad de los sujetos. El cuerpo sexuado, se inscribe en las leyes de las relaciones cotidianas; las personas introyectan de tal manera la ley social, que la hacen parte de su cuerpo, al repetir ritualizadamente las normas establecidas por las relaciones de poder. Así, una persona asume o apropia de una norma, en la que se espera que su cuerpo sea presentado, identificándose con los medios discursivos de los imperativos impuestos por la cultura, así el cuerpo se convierte no sólo en una construcción definida de lo sexual-biológico, sino de la representación del género, que socialmente se ha construido (Butler, 2002); y este cuerpo, locus de los procesos sociales y de las influencias culturales es concebido como un objeto al que se puede controlar a través de las diferentes instituciones sociales, reglamentado su sexualidad, reproducción y representación, e inclusive, hasta las formas de uso del mismo cuerpo (Lamas, 2002). Desde fines del siglo XIX el nuevo orden económico, hace que la mirada al cuerpo sea a través de los bienes de consumo producidos, por lo que la relación del cuerpo es a través de una relación de mercado, mismo que está impregnado de elementos y atributos como la esbeltez, la salud, la perfección y la actitud de vencedor y rodeado de bienes (Pérez-Ramos, 2009; Marín y Bedoya 2009, Pérez- Henao, 2004). Es una interacción entre la mass media, el colectivo social y los medios de producción. Para llegar al patrón de belleza actual, se mueve una industria multimillonaria y trasnacional, que glorifica la belleza, la juventud y la salud, bombardeando a toda la sociedad con estos parámetros a cumplir, a través de todos los medios de comunicación, en donde siempre están comentando que nos falta algo para ser perfectos, definiendo un ideal estético corporal a alcanzar. En el tipo de sociedad globalizada en la que vivimos todas las personas somos consumidores, utilizamos bienes y servicios de no producidos por nosotros, por esto el consumo influye en una elección sobre el tipo de sociedad ideal en donde 10 cada individuo quiere vivir. Es una forma de identificarnos con ciertos estándares culturales que no solo produce esta identidad grupal, y nos vende no solo un objeto, sino un estilo de vida con un significado en la sociedad en la que vivimos. Raich (2004) y Sherman (2009) comentan cómo esta presión y bombardeo está dirigido especialmente a las mujeres, explicitando Bernárdez (2000) que el consumir se convierte en un ejercicio de adhesión o bien hostilidad entre las subculturas. La publicidad influye e intenta mostrarnos en sus comerciales a gente que sabe elegir, y busca que el consumidor se vea halagado por la inteligencia o la audacia de elegir un producto y no otro, así la tarea principal de esta publicidad, es conseguir la adhesión, la fidelidad a un producto que conlleva un estilo de vida al que quiere adherirse. La sociedad contribuye a la penetrante preocupación por la esbeltez, mediante medios visuales e impresos, con mensajes de que el atractivo el éxito y la felicidad dependen de estar delgadas. Incluso hacen énfasis del atractivo físico como la meta a alcanzar. Los mensajes que encontramos en estos medios nos comunican tanto en términos de productos, como de las modelos que se emplean para venderlos, un ideal a alcanzar. Y al idealizar estos modelos, dan por consecuencia que sus hábitos de vida, sean reconocidos como “saludables” aún cuando atenten contra la salud. Así, nuestro cuerpo es un instrumento u objeto que me permite un lugar en la sociedad contemporánea, siendo revalorado mediante los procesos de consumo que ofrecen la consecución del ideal estético: salud, juventud, belleza, delgadez, fortaleza, sensualidad. Generando un culto al cuerpo, bajo un ideal incorporado en el imaginario colectivo y no bajo enfoque de realización personal. Esto se refleja en las empresas multinacionales y trasnacionales dedicas a la cosmética corporal y la industria alimentaria, el mercado de implementos de deporte, gimnasios. Marín y Bedoya (2009) acotan que incluso, este culto está avalado por la medicalización paulatina de nuestros cuerpos, la cual avala estos procedimientos tendientes a transformar a los cuerpos. 11 De esta forma, el estilo de vida del que ahora tenemos como mandato social, considerainaceptable el envejecer, el “dejarse abandonar” o engordar. Es nuestra responsabilidad que nuestro cuerpo no envejezca ni se deteriore. Actualmente, como nos dice, Bernárdez (2000), Pérez- Henao (2004), Unikel y Gómez-Péresmitré (2004) y Corti (2005) el cuerpo de la mujer se presenta “descorporeizado”, deshumanizado y des-sexualizado ya que es un cuerpo parecido más a un objeto por sus cualidades estéticas, en donde las curvas femeninas no son atractivas, sino que la delgadez está relacionada más con la figura corporal de niño, representada con la obligación de poseer cuerpos "Barbie" en las mujeres. Poseer un cuerpo delgado y sin deterioro es un rasgo de eficiencia personal, incluso desde la ciencia de la medicina se refuerzan, los estereotipos corporales que solo falsean la realidad del cuerpo, pues lo simplifican o deforman con base en condicionamientos múltiples, derivados de los juegos de intereses implícitos o explícitos de quienes producen los bienes de consumo. Los cuerpos ideales que se ven en los mass media son perfectos desde esta óptica, y son imágenes que nos establecen así, el deber ser. Este cuerpo idealizado vende la idea o estilo de que mediante el culto al cuerpo se obtiene autonomía, independencia, creatividad y liberación personales. Se confunde la perfección corporal con alcanzar la felicidad. En este sentido Hernández (2007), Piñón y Cerón 2007 y Corti (2005 ) comentan que este continuo bombardeo produce trastornos alimentarios y reproducción de roles estereotipados, como la subordinación al género masculino y la asignación del ámbito privado de la mujer. Especialmente en las jóvenes, cada día se intensifica la preocupación y exaltación del cuerpo, convirtiéndose en uno de los elementos centrales su vida puesto que en las revistas se privilegia la imagen de una mujer complaciente y centrada en la belleza, en donde los cosméticos, la moda y ciertas actitudes, como la subordinación y complacencia, son 12 considerados como indispensables para alcanzar el éxito en la vida. Se sigue considerando que la seducción del género masculino es parte indispensable también para ser felices. Guapas, sumisas, anoréxicas, frívolas y consumistas, se transforma en el ideal a seguir por mujeres jóvenes. Estas mismas revistas otorgan un doble mensaje, ya que por un lado ofrecen las alternativas para las dietas, modas y ejercicio que les hará llegar a esta categoría, y al mismo tiempo, les ofrece recetas de postres exquisito que les permitirá ser aceptadas socialmente si los elaboran, dando un contrasentido al discurso explícito, ya que también en nuestra sociedad, la comida es una parte esencial en los eventos sociales a los que acuden estos seres femeninos, buscadores de la perfección y la aceptación. Por lo tanto el cuerpo femenino, expresa construcciones que son parte de lo considerado como lo propio de las mujeres y donde también participan las mujeres, como elemento de cohesión y reproductor de estas construcciones, en un sistema social que se ha llamado Sexo/género, en donde la subjetividad que se construye se da a partir de una consideración de lo masculino como lo superior y lo femenino como inferior, en donde lo biológico da un destino a cumplir. Esta diferencia sexual, lo biológico, induce a la subordinación femenina como algo natural e inevitable, es por ello que, Martha Lamas (1999, 2000, 2002) comenta que el género, como construcción cultural, es un simbolismo de lo femenino conducente muchas veces a la proyección y a la acción predeterminada de las mujeres; de la misma manera, la simbolización influye en la forma para adquirir y reproducir las representaciones que dominan el Ser y el Deber Ser femenino. El género no sólo moldea y desarrolla la percepción de la vida en general, sino que a partir de él, se construyen valores, usos y atribuciones diferenciadas en los cuerpos de mujeres y hombres, “es un filtro cultural con el que se interpreta al mundo y también se construye como una armadura con la que se constriñe al mundo” (Lamas, 2002). 13 Este proceso de construcción de identidad social, asociado a un sistema patriarcal sexo/género, promueve distorsiones de la imagen corporal, por no alcanzar este ideal, aún cuando se sometan a procedimientos de riesgo, como son las intervenciones estéticas. La cirugía estética se ha convertido en una moda a seguir para alcanzar los estándares de belleza marcados por la sociedad. La identidad social que construye un sujeto le da la encomienda de tener una perfección corporal y de rendir culto al cuerpo, como el deber ser actual de la mujer, este ideal se bombardea a través de los medios de publicidad, proporcionando un ideal de esbeltez muy difícil de alcanzar, asociando a este cuerpo delgado como la figura exitosa, misma que, quien la posea, se hará acreedora también de la felicidad y aceptación instantánea por todo su grupo social. Esto está ocasionando que la imagen corporal subjetivizada en las mujeres, al ser comparada, tienda a ser deformada, dada la sobrevaloración de los cuerpos emaciados femeninos. El sobrepeso y la no juventud son un estigma ahora, se considera que todo hombre y mujer debe hacer todos los esfuerzos necesarios para que estos procesos no sucedan en nosotros, ofreciendo alternativas como dietas, ejercicios extenuantes, medicamentos y suplementos alimenticios, entre otros. Estos no se prescriben para preservar o mejorar la salud, sino para ser medidos como seres exitosos que alcanzan la felicidad, al ser delgados y jóvenes. En años anteriores sólo se consideraba que las mujeres de clase media alta y alta podían tener acceso a la cirugía plástica, sin embargo cada vez se encuentran estrategias para que, aún cuando no se tengan los recursos económicos en forma inmediata, quienes lo deseen, se puedan someter a ella. Estas prácticas entonces se han vuelto comunes en todos los estratos sociales, y por supuesto, también se han incrementado los riesgos asociados a ello. 14 Una de las políticas que ha delineado el gobierno federal es la equidad de género. En el tema de la salud, este fenómeno se puede asociar con la violencia de género, ya que los medios publicitarios han creado una imagen del género femenino estereotipado, en donde se impone el estándar corpóreo con un peso menor al normal como imagen de belleza femenina. Esto ocasiona que las mujeres perciban su cuerpo en forma insatisfactoria y que puedan tomar acciones que perjudiquen su salud. En el programa de Acción Específico 2007-2012 Para la Prevención y Atención de la Violencia Familiar y de Género, se delinean ya elementos que buscan incidir para disminuir identidades genéricas estereotipadas que puedan resultar en acciones que incrementen los riesgos en la salud de las mujeres mexicanas. El objetivo central de este estudio fue revisar la existencia de distorsión de la imagen corporal entre las jóvenes que cursan estudios universitarios en la Universidad Autónoma de Nayarit, y si ellas consideran que el someterse a la cirugía estética, incrementa su semejanza al ideal de belleza estereotipado, por el sistema sexo/género, de delgadez. Mediante los resultados obtenidos será posible incidir en la elaboración de políticas públicas de salud, con el fin de que estos procedimientos no sean una agresión a la identidad personal, sino una forma consciente de perseguir un fin. 15 Capítulo 2. Encuadre teórico 2.1 La conceptualización del cuerpo De acuerdo con los valores y conceptualizaciones de una cultura dada y una época histórica determinada, el cuerpo ha transitado por diferentes acepciones; Platón pensó en el cuerpo como algo fragmentario habitado por un alma inmortal siempre acechada por las pasiones violentas y los sentidos, era una concepción dicotómica alma/cuerpo. Conel surgimiento del cristianismo, el cuerpo se convierte en el hábitat de la divinidad, por lo que hay que controlarlo y vigilarlo. En esta época de inicios de la religión hoy imperante en México, a las mujeres se les consideraba como venenosas, con poder para envenenar el alma del hombre, según se refiere en los pasajes de Adán y Eva relatados en la Biblia (Álvaro y Fernández, 2006). En el renacimiento el cuerpo se ve como una frontera con lo demás y como un factor decisivo para la individuación. Descartes definía al cuerpo con una materia manipulable y adaptable por la socialización y por la facultad cognitiva inherente al ser humano, y a partir de ahí se inicia el control del cuerpo a través de un marco científico, como un mecanismo que había que corregir por la concepción dual mente/cuerpo (Raich, 2004), pensamiento con analogía en Heidegger y en otros filósofos del siglo XX, con respecto de la necesidad de control. En diferente etapas de la historia el cuerpo femenino es asociado a lo impuro y el alma, considerada como lo supremo, se liga a lo masculino, deviniendo en una dualidad de considerar al espíritu como activo y al cuerpo como pasivo. Actualmente el cuerpo es concebido como una parte precaria que tiene que ser sometida a la medicina, que se convierte en el instrumento en contra del sufrimiento, del envejecimiento y de la muerte. Al mismo tiempo, el cuerpo es lo que nos hace conscientes de nuestra existencia y nos define como individuos, afirmando nuestra pertenencia a la especie humana, pero que al ser subjetivizado, no se devela en su totalidad. El cuerpo debe responder a las 16 exigencias de un sistema: debe ser una fuerza productiva (Bernárdez, 2000) mismo que debe responder a los imperativos eficientistas de nuestra sociedad. Los hombres y mujeres nos vamos construyendo desde una circunstancia histórica y cultural, misma que nos va dando una realidad psíquica o representación de nosotros mismos y nuestro cuerpo. Este cuerpo experienciado y del cual nos formamos una representación, es siempre mediado por constructos, asociaciones e imágenes de carácter cultural (Bordo, 2001). Es sitio práctico y directo de control social, que se forma a base de las normas de la vida cultural por medio de rutinas, reglas y prácticas aparentemente triviales, entre ellas el discurso. Por su parte Bordo (2001) y Muñiz (2010), nos hablan que el cuerpo de la mujer es interpretado como un campo político disciplinado por inscripciones de subalternidad, complementariedad y objetivización, esto es se concibe como un espacio de ejercicio de la dinámica del poder, a partir de complejos procesos sociales, que equiparan al mismo cuerpo como medio y texto de cultura, reflejando el control político en sus dimensiones, que van desde la alimentación, violencia, y estética, hasta la reproducción y sexualidad. El cuerpo femenino es considerado como una ruta central de autorrealización, transformando a este cuerpo que se subjetiviza en la expresión más emblemática de su subordinación y desigualdad. En forma dual y antagónica, se apela a la “fuerza de voluntad” de las féminas para constreñirlo y manipularlo y propician una relación adversaria del Self con el propio cuerpo. Se mantiene constreñido a la simbología atribuida por la visión dominante masculina, androcéntrica. Expresa construcciones que son parte de lo considerado lo propio de las mujeres, donde también participan las mujeres como elemento de cohesión y reproducción de estas construcciones sociales, de relaciones subalternas a lo masculino, incidiendo en cómo las mujeres se representan y autorrepresentan, al nombrar, en su discurso reiterativo los fenómenos que regula e impone. 17 Por medio de la rutina y la actividad habitual, nuestros cuerpos aprenden lo que es interno y externo a ellos, cuáles son sus límites y fronteras y que está o no prohibido para ellos. Las mujeres pueden estar obsesionadas con los cuerpos, pero difícilmente tienen una actitud de aceptación hacia ellos. Estos esquemas los aprendemos a través de las lecciones del comportamiento del género, en donde el Yo asume una identificación corporal (Bordo, 2001, Butler 2002). 2.2 La identidad y subjetividad femenina La construcción de la subjetividad femenina, de acuerdo a Pech y Romeu (2006) se construye a través de tres conceptos básicos: identidad, autopercepción y autorrepresentación. La identidad, no es algo dado por la naturaleza, sino es la necesidad de referenciarme a alguien que tiene definido diferentes usos valores y atribuciones relacionados a su cuerpo, esto es, me identifico en la diferencia con el otro, pues al poseer un cuerpo biológicamente construido en forma diferente, me asemejo a aquellos que son iguales, construyendo una categoría con la cual referenciarme. En este sentido, Tajfel (1984) explica que la mente humana no es un producto y un proceso puramente individual, sino socialmente estructurada. Su contenido, estructura y funcionamiento estarán compartidos socialmente y de forma interdependiente con la sociedad, así la identidad social, es la autoimagen de un individuo que procede de las categorías sociales de pertenencia, bajo la premisa de tener una asociación intergrupal positiva de acuerdo, a las estructura de sus creencias sociales, proporcionando un significado valorativo y emocional a dicha pertenencia. Así las personas intentan mantener o aumentar su autoestima asociándose a un grupo con atributos o características cargadas de valor (Lorenzi- Cioldi y Doise, 1996). La identidad social es parte de un autoconcepto. Este proceso le permite ordenar y categorizar el ambiente social, reduciendo la complejidad del medio social, y da un 18 sentido a la persona al funcionar como un sistema de orientación que crea y define el lugar del individuo en la sociedad, a través de un proceso de comparación entre las diferentes categorías grupales, así cuando una persona está en interacción con otra, frecuentemente estos intercambios de información son bajo la consideración, de que la otra persona es de igual o diferente categoría social. El autoconcepto es el componente cognitivo del sistema o proceso psicológico que denominamos YO. El autoconcepto estará formado por diferentes representaciones del yo que podrían funcionar con relativa independencia, pero todas ellas constituyentes de un sistema cognitivo con categoría diferentes (Canto y Moral, 2005). Tajfel (1984) y Subašic, Reynolds K. y Turner J. (2008), consideran que el comportamiento social se da en un continuum; en un extremo está el intergrupal (comportamiento derivado por la pertenencia a grupo) y en el otro el interpersonal (comportamiento definido por las relaciones personales) postulando un sistema de auto y hetero-categorización jerárquico compuesto por diferentes niveles de abstracción. Este comportamiento social incide directamente en la autovaloración y autoestima de la persona, de tal forma que esta última, la autoestima, es un proceso de autocategorización en los contextos de valores ideológicos grupales. La identidad social hace posible tanto la vida dentro del grupo como el cambio social en las relaciones intergrupales. Así, si una persona no tiene satisfacción por el grupo al que pertenece tenderá a buscar nuevas asociaciones con el fin de tener una mejor valoración de sí mismos, o bien, si considera que el grupo tiene altos atributos, buscará identificarse con las características asociadas al grupo. Esto implica un proceso de despersonalización por la percepción estereotípica que el sujeto tiene de las características y normas de conducta que corresponden a un miembro prototípico de los grupos o categorías sociales. En este proceso de despersonalización, o de "estereotipación del yo", las personas se ven a sí mismas, más como ejemplares intercambiablesde una categoría social que como personalidades únicas definidas por sus diferencias individuales respecto a los 19 otros, transformando la conducta individual en conducta colectiva, ya que las personas se perciben y actúan en términos de una concepción del autoconcepto colectivo y compartido. A través de esta categorización del yo, se explica que el sí mismo no se basa predominantemente en la identidad personal, sino que es social al incluir identidades colectivas, reflejando los miembros del grupo y las similitudes que tienen entre sí. En la autopercepción se involucran todos los mecanismos propioceptivos que nos permiten percibirnos a nosotros mismos y que nos permiten sentir a nuestro cuerpo como propio. Es un límite espacial entre el Yo y los Otros, pero que también es un cuerpo que está asociado con la intimidad, los placeres mismos de la corporeidad y sus sufrimientos. El autoconcepto que se da a través de la identidad social implica a un modelo de ser humano en donde la auto y heterocategorización aparecen como un proceso dinámico, el cual combina elementos motivacionales diversos, resultantes de una interacción entre las características del entorno así como de sus recursos, articulados en un espacio multidimensional que combina criterios de inclusividad y diferenciación, con finalidad autoafirmativa (Scandroglio, Martínez y San José, 2008) y por ende, se conforma una identidad basada en los valores que prevalecen en la sociedad. En casos de estrés extremo, presión social o por otros elementos de distorsión, sí se puede crear una distorsión, un no sentirse uno mismo, fenómeno que se define como despersonalización con un sentido psicopatológico. Pech y Romeu (2010), indican que esta subjetividad femenina se construye por la identidad, autopercepción y autorrepresentación. Esta subjetividad construida; tiene una manifestación concreta de una toma de posturas sobre la identidad a través de la autorrepresentación, es decir, la noción de identidad femenina, que es afectada por la percepción que las mujeres tienen de sí mismas, se conjuga para dar forma concreta a la manera en que salen al escenario público y se ubican como detonadoras de un “estoy aquí”, en una praxis de la identidad sumada a la 20 autopercepción. La identidad entonces, es al mismo tiempo sexual, esto es lo biológico, y genérica: la construcción de lo femenino. El “estoy aquí” no sólo explicita la subjetividad construida, sino que también con el proceso de identidad, marca diferencia con ese estilo o sello propio y denota la construcción de un Yo muy específico y concreto. Yo que puede ser comparado, revisado y valorado a través de las categorías sociales de referencia, como un proceso de toma de conciencia de sí y de su continente. Este cuerpo tiene una propiocepción, esto es. la percepción interna del propio cuerpo y, en la medida en que este mecanismo permite aprehender el cuerpo como propio, se gestará la aceptación del cuerpo como primer paso a la identidad. Una mujer, a pesar de haber nacido mujer, si no siente su propio cuerpo como parte de sí misma, no sólo será difícil que se autoperciba mujer, sino que se defina discursivamente como tal, como queda patente en el caso de los Trastornos de identidad sexual o disforias de género. En la autopercepción, intervienen además de la identidad, las formas sutiles en las que el discurso tanto hegemónico o alternativo, la produce y recrea para sí misma en relación con el Otro; en este proceso la persona se constituye a sí misma como mujer. Los factores como la familia, las experiencias vitales, las relaciones sociales y su inserción en la comunidad construyen un proceso de autoidentificación y autorreflexión en constante movimiento, con el que obtiene una idea de quién es y cómo actúa. Por lo que esta autopercepción, define su vida y su comportamiento, afectando su calidad de vida y bienestar subjetivo. De la misma manera, el concepto de autorrepresentación pretende dar cuenta de la manera en que esta autopercepción de la sujeto se manifiesta de forma pública, es decir, para los Otros. La autorrepresentación supera el marco estrictamente estético, sino que es toda aquella manifestación pública que contenga, de una manera u otra, una trayectoria de vida de la sujeto, en la que se autorreferencia y en la que demuestra su representación subjetiva de la categoría ser mujer. 21 La identidad así como me asemeja en lo social, a los Otros, también me diferencia, porque la relación de la mujer con su cuerpo se revela como propiedades casi ontológicas del Ser Femenino ya que este cuerpo es un área en donde se presentan y representa los procesos sociales y de las influencias culturales: desde las representaciones sociales hasta la definición de las políticas específicas sobre la reglamentación del uso sexual y reproductivo del cuerpo, así como la delimitación de nuevas formas de los usos del cuerpo (Lamas, 1999). La definición que la mujer posee de su cuerpo, da una definición de existencia, un área que le sirve de contenido a su subjetividad pero que también es un área de intimidad, de disfrute y por qué no, también lugar en donde se pueden enquistar y acorazar, los sufrimientos. En este sentido, Raich (2004), Yaryura, et al.,(2003) y Gómez-Peresmitre (2001) acotan que la representación subjetiva que cada individuo construye de su cuerpo, es la imagen corporal, por lo tanto es la representación mental diagramática de la conciencia corporal. Esta imagen incluye sentimientos y actitudes en relación al propio cuerpo, por lo que puede estar saturada de sentimientos positivos o negativos, aspectos subjetivos de satisfacción e insatisfacción, preocupación, evaluación cognitiva, ansiedad, aspectos conductuales y está en íntima relación con el autoconcepto. Cuando estamos hablando de imagen corporal, es de cómo precisamos nuestra auto percepción del tamaño corporal, de diferentes segmentos corporales o del cuerpo en su totalidad y como esta autopercepción nos conlleva a actitudes, sentimientos, cogniciones y valoraciones que despierta el cuerpo. Cuando esta imagen es comparada por las mujeres, con el ideal corporal del que nuestra sociedad es bombardeada a través de los medios de comunicación, debido a los límites aprisionantes y autoimpuestos de categorías sociales, generalmente conllevan a la insatisfacción de la persona. Como consecuencia del sistema de valoración y comparación social hay repercusión en una imagen devaluada de sí 22 misma, provocando un sentimiento de soledad y desolación; en una soledad acompañada, por los diferentes miembros de su grupo que viven la misma batalla, en este caso, por conseguir los estándares de belleza femenina impuestos, y en donde las mujeres al no ser reconocidas como sujetos, son nombradas y tratadas como objetos (Loria 2003). Lamas (1999) considera que de esta forma, el cuerpo femenino y su subjetivización, expresa construcciones que son parte de lo que se considera lo propio de las mujeres en un sistema social llamado Sexo/género; en donde la ideología considera, al hecho de ser mujer, como un objeto al que su biología le da una identidad, con una construcción de “lo femenino”. La categorización de género, le da una asignación a todo ser humano, de lo que debe ser: hombre o mujer; la identidad de género: masculino o femenino y el papel o rol de género, en donde las normas y prescripciones sobre el comportamiento femenino deseable, se hace desde una visión androcéntrica, esto es desde una visión del varón (Lamas 2000), y todo el andamiaje del sistema social en que nos movemos hace una referencia de lo que “debe ser” el comportamiento. El proceso de normalización exige por lo tanto, a las y los sujetos retomen estándares prefabricados de conducta, y en este caso, de lo que se debe tenerpara conseguir el éxito social, el cual es uno de los objetivos remarcados como principal satisfactor a conseguir para ser feliz; siendo la belleza, junto con la riqueza, los baremos para medir este éxito social. 2.3 Los estereotipos del género femenino Los estereotipos sociales son generalizaciones de los individuos a través de un proceso cognoscitivo de categorización. Estas generalizaciones son compartidas por un gran número de personas dentro de grupos o entidades sociales y ayudan a las personas a preservar su sistema de valores así como a la creación y mantenimiento de ideologías de grupo, que explican y justifican la diversidad de acciones sociales; así también ayudan a conservar y crear diferenciaciones entre 23 los grupos sociales (Tajfel, 1984). En este sentido las conceptualizaciones que se hacen sobre lo que es el género, en nuestra cultura, están estereotipadas. Maier (2008) explicita al concepto de género, como la herramienta que deconstruye lo ahistórico de la visión naturalista de las identidades sexuales, evidenciado la inherencia cultural, la historia y contexto social en la definición, asimilación y reproducción de la relación entre los sexos y en los contenidos identitarios que la dan sustento. Lamas (1999, 2000, 2002) considera que la diferencia sexual se simboliza culturalmente y a partir de esto se construye el género, haciendo una diferencia en el conjunto de prácticas, ideas y discursos sociales. Por lo tanto, la diferencia biológica, que es nuestro referente corporal, la asumimos como definitorias en cuanto a los roles, conductas, comportamientos e incluso tipo de pensamientos y manejo de emociones, considerando la dicotomía hombre/mujer, como lo preestablecido para que se construya “lo femenino” y “lo masculino” como símbolos y esquemas de representación social en los que se construyen las relaciones sociales, tanto a nivel simbólico, imaginario y real. Al tomar como punto de referencia la anatomía de mujeres y de hombres, con sus funciones reproductivas evidentemente distintas, cada cultura establece un conjunto de prácticas, ideas, discursos y representaciones sociales que atribuyen características específicas a mujeres y hombres. Esta construcción simbólica denominada género, reglamenta y condiciona la conducta objetiva y subjetiva de las personas. O sea, mediante el proceso de constitución del género, la sociedad fabrica las ideas del deber ser de hombres y mujeres, así como lo que se supone es "propio" de cada sexo, en función de una simbolización de la diferencia anatómica entre hombres y mujeres. El género marca la percepción de todo lo demás, ya sea la construcción de lo político, lo social, lo religioso o lo cotidiano. En esta construcción social y cultural de lo que es concebido como femenino o masculino, el género femenino, ha sido infravalorado. Las relaciones entre hombres y mujeres se construido con una posición androcéntrica y patriarcal o 24 centrada en el valor del hombre. Esta construcción efectuada a través de la cultura de género implica relaciones de poder asimétricas, en donde las mujeres son consideradas como sujetos/objetos que deben ser subsumidos al poder masculino, ejerciendo así una violencia simbólica hacia las mujeres. De esta forma, el orden social masculino no requiere justificación, es “natural” y es autojustificado por las mismas estructuras sociales que el sistema patriarcal, ha perpetuado: la Religión, la Educación y el Estado (Muñiz, 2010; Butler, 2001 y Lamas, 1999). Este proceso se denota en el intercambio económico y las posiciones sociales inferiores que por lo general en nuestra cultura tienen las mujeres, exceptuando por supuesto aquellos casos, en los que han asumido el papel o rol masculino, ya sea por búsqueda de transcendencia o por elementos circunstanciales históricos. En este mundo de economía globalizada, la función simbólica atribuida al varón es la producción. El aumentar su capital y poderío, ahí estará la clave de su éxito. En cambio para las mujeres, el estereotipo construido de lo femenino es la vida reproductiva; el hogar y los hijos le son asignados a su responsabilidad, debiendo ajustarse al ideal masculino de virtud femenina, la castidad, debiendo dotarse de todos los atributos corporales y cosméticos capaces de aumentar su valor físico y atractivo. Desde esta perspectiva, Lamas (2000) considera que el género es una categoría en la que se articulan tres instancias: a) la asignación de género, que se hace al momento del nacimiento y con grandes implicaciones en el futuro de esta persona, al asignársele desde el nacimiento, atributos de género. b) la identidad de género, que se establece en la primera infancia (4 a 5 años de edad), en donde se asume como perteneciente a un grupo masculino o femenino y c) el rol de género, que es el conjunto de normas y prescripciones que dictan la sociedad y la cultura sobre el comportamiento de lo masculino y lo femenino. Todo esto se conforma en mandatos o preceptos de género a cumplir, aceptando que una persona es 25 construida a través de un sistema de significados y representaciones depositados en un cuerpo sexuado. Esta dicotomía masculino/femenino, establece estereotipos, por lo general rígidos que condicionan los papeles y las potencialidades humanas de las personas al estimular o reprimir los comportamientos en función de su adaptación al género. Estos estereotipos al ser considerados por la sociedad el deber ser, son transmitidos una y otra vez por la misma sociedad a fin de seguir legitimando estas estructuras sociales. Y la publicidad es una forma de irrumpir en la subjetividad de la persona, construyendo y asignados roles estereotipados como el deber ser y estar en este mundo occidental. Alemany y Velasco (2008) concuerdan con Lamas, comentando que en la construcción de la subjetividad, se interiorizan los mandatos sociales sobre los estereotipos de género que, en el caso de las mujeres, las convierte en sujetos vulnerables en aspectos tales como el laboral, el manejo de los tiempos de actividad y ocio o el de la salud. Este cuerpo-objeto sexuado adquiere un valor en tanto se asemeje a lo establecido a través de imágenes que, por lo general son transmitidas por los medios masivos de comunicación y este cuerpo de mujer adquiere importancia sólo cuando es reconocido, no por ella misma, sino por los demás, al haberse sometido a restricciones, como la dieta, o a manipulaciones o técnicas quirúrgicas-como la cirugía plástica- para conseguir la aceptación del otro. La presión social entonces es para efectuar las necesarias transformaciones para alcanzar el cuerpo perfecto. Esta construcción social del cuerpo femenino es concebida como un cuerpo para el otro, tendiente a minusvalorar a la mujer en sí misma, por lo que será proclive a mostrar comportamientos, tendientes a modular cuerpos estereotipados. 26 2.4 El culto al cuerpo en México: El ideal de belleza Los movimientos sociales que construyen nuestra identidad nacional también promovieron estereotipos y arquetipos de lo masculino y lo femenino. Esta identidad trasciende el nivel de clases y castas y produce un sistema cultural de información que incorpora significado histórico y cohesión social, logrando que la ciudadanía mexicana asimile, socialice y se identifique entre sí, creando un Yo o Self colectivo que puede ser llamado incluso a ser defendido con nuestra propia vida. En esta representación colectiva de Identidad Nacional, se asientan las posesiones y patrimonio históricos como son el territorio y la cultura. A través de la construcción de esta identidad se revisan tres propósitos básicos de control del Estado: la estandarización de prácticas y comunicación de normas, la construcción de la homogeneidad y la delimitación de la originalidadcultural. En la construcción de este nacionalismo se recurre al cuerpo de la mujer para construir imágenes arquetípicas de identidad como un marcador múltiple y adaptable (Gutiérrez, 2004). Ya en la época del porfiriato se exalta a la mujer como simbología nacionalista, en donde hay el estereotipo de que la mujer era igual a sumisión, dependencia y doméstico, por lo tanto las ideas de feminismo que llegaban de otros países, contradecía el ideal de mujer mexicana, y destruía por lo tanto el “regalo nacional”, viéndose como un peligro que se divulgaran las ideas de liberación femenina. Es a partir de 1925 cuando los cánones de belleza femenina dan un giro importante, con la desaparición total del corsé que se usó casi 4 siglos y usado principalmente por las mujeres de la burguesía, la mujer comienza a mostrar su cuerpo de otra manera. En este año aparecen por primera vez la moda en la que se apunta una estilización progresiva, se acortan los vestidos, se enseñan las piernas y hay una supresión de curvas. Coincide con la incorporación de la mujer al deporte en la alta burguesía y comienza la moda de mujeres delgadas que incluso se vendaban el pecho para iniciar el sutil camino a la androginia. 27 Estos estilos no eran una liberación femenina en sí misma, sino había que construirse nuevos patrones de belleza en los que la imagen de lo femenino, no había cambiado. Esto se revisa en las revistas dedicadas a las mujeres de clase media y alta y circulantes en nuestro país, en donde se transmitía lo esperado sobre el deber ser de lo femenino, puesto que en los años 30 y 40 el ideal transmitido era de una mujer volcada al cuidado de su esposo, hogar e hijos, cuidando la moda y la apariencia, y que poseía atributos como la sumisión, abnegación, sufrimiento. Se combatía la existencia de un mundo posible fuera de casa para la mujer, en el hogar era “la reina” y, aunque había novelas cortas que se incluían y que daban un panorama de diversos aconteceres nacionales y mundiales, como la misma Segunda Guerra Mundial, estas novelas siempre tenían un sesgo romántico. Desde los años 30 a los 50 en estas revistas se menciona que el marido debería ser el eje de la existencia del hogar y la mujer solo tendría valor en su rol de madre y esposa, quien tenía la responsabilidad de la educación moral de los hijos. El que la mujer se insertara en el trabajo fuera de casa no era recomendable, pues se desatendería la esencia femenina, y si bien ya con los movimientos feministas se hablaba en otros escenarios sobre liberación de estos estereotipos, se mencionaban en estas revistas los efectos desastrosos que podía acarrear a la sociedad y a la pérdida de la feminidad. La mujer era concebida como inferior al hombre, por eso ocupaba su protección y cuidado, su mérito o valor estaba en función a ser un vientre fértil. El valor de la belleza también era importante, por lo que tenían que buscar a través del maquillaje y moda, la apariencia que les dictaban a través de estos cánones (Montes de Oca, 2003). Debemos recordar que la imagen de belleza femenina correspondía a un modelo “americano”: rubias, voluptuosas y sensuales, como Ava Gardner, Marilyn Monroe y Jane Mansfield, cuyo cuerpo era con busto generoso, cintura estrecha y caderas amplias, cuerpo que debería ondular al caminar en altos tacones, modelos que transmitían imágenes del ejercicio de la sexualidad. Pero había otro modelo en contraposición, más rectilíneo, que era el de Grace Kelly y Audrey Hepburn, más delgadas y 28 asociadas a actitudes “aristocráticas”, por lo que éstas últimas estaban asociadas a mayor éxito en el escalamiento social (Toro, 2008). En los años 40’s al hacerse un referente de la identidad nacional mexicana, aún podemos encontrar imágenes de la Patria -en los lienzos de los pintores y los cromos que había en las revistas y libros de circulación nacional- en donde se recrea la imagen de cuerpos voluptuosos estilo hollywood adaptado a mestizas morenas, en donde se reflejaba misterio y sensualidad, provocando ideas de que la mujer pudiera ser ahora un símbolo sexual como Marilyn Monroe o Ava Gadner, este símbolo sexual era asociado a un papel específico de Patria, transmitiendo así de que no se podía disponer individualmente de este cuerpo, dadas las restricciones culturales al ejercicio de la sexualidad en las mujeres, sin traicionar al mismo pueblo de México. Por lo tanto al ser influenciados por la industria cinematográfica americana, en nuestro país, se empiezan también a producir los modelos de “buenas y malas” como María Félix, en contraposición a la imagen de Libertad Lamarque, que ejercieron su propia impronta en la imaginación del “deber ser” femenino mexicano. Como poco a poco las mujeres se asocian a través del convencionalismo de su mismo ámbito doméstico, por su acceso a la educación y a los medios de comunicación, inician redes sociales que se cuestionan visiones e interpretaciones. Ser mujer es el significante de una colectividad: las mujeres simbolizan el honor nacional y colectivo, por lo que si hacen uso de su cuerpo y su sexualidad, será un mal al Estado, es cierto, pero también se cuestionan el rol de “reinas del hogar” en donde no había un más allá que alcanzar, sólo el sufrimiento sería el destino. En los años sesentas la creciente ola contracultural jipi ejemplificó el rechazo de los valores consumistas del industrialismo avanzado: la distribución masiva de los anticonceptivos resignificó la potencialidad de sexualidad de las y los jóvenes y por ende, de la apropiación del propio cuerpo. Las feministas impugan los contenidos androcéntricos estructurales, institucionales e ideológicos de la sociedad tradicionalista y delinean estrategias para la consolidación de un nuevo 29 discurso que articula la libertad, autonomía, la subjetivación, la equidad y la justicia, como una nueva manera de concebir el ser humano y organizar su cotidianeidad. La actividad social cotidiana transforma la manera que concebimos al individuo y su relación con la pareja, la familia, la comunidad y el entorno, de esta forma se estructura en el inconsciente colectivo, dando forma a las reglas y recursos para la reproducción social, facilitando la continuidad de la personalidad del sujeto que reproduce (Giddens 2003). El movimiento estudiantil del 68 fue uno de los factores más influyentes en la constitución y consolidación estos movimientos para replantearse la construcción de identidades libres de estereotipos, ya que se nutrieron de ejercicio democrático y de organización de un movimiento contestatario. Pero aún así, con las nuevas ideas, las mujeres al mismo tiempo, dentro de este movimiento, vieron su propia subordinación a los líderes varones, haciendo evidentes las contradicciones ante los supuestos marianistas -representados en el culto a la Virgen de Guadalupe- de la feminidad de la abnegación, sumisión, sufrimiento solitario y dependencia. Lo que propició que se trasladaran a movimientos de pequeños grupos de conciencia, legitimando nuevas representaciones de la feminidad a partir de premisas de horizontalidad y equidad. De esta forma, el movimiento feminista mexicano tiene puntos de coincidencia con el surgimiento mundial: un origen urbano, una cultura universitaria y un desencanto por el escaso margen de participación femenina en el ámbito público (Maier, 2008). Estos movimientos feministas por lo tanto eran vistos como una traición a la patria, y no solamente como un pecado familiar o individual, aún en los años 70´s el símbolo de Mujer Patria que se revisa en los discursos del estado y los libros de texto, es una leyenda de mujer devota y paciente que orienta y protege, pero también evoca el miedo ancestral a la naturaleza, como la leyenda de los volcanes Popocatépetl e Iztaccíhuatl, que puedendespertar y hacer daño; daño que podría hacerse si la mujeres asumieran una identidad propia. Por tanto se insiste en que el cuerpo femenino se idealice, despojándolo de ideas propias, a través de buscar 30 introyectar en la subjetividad femenina, exageraciones y bellezas imposibles de alcanzar (Gutiérrez, 2004). Esto se observa en los modelos ideales de belleza tipo Twiggy, en donde la delgadez era lo imperativo social (Toro, 2008), coexistente con la idea de las “chicas malas” como se observa en la revista de Playboy, puesto que son mostradas como mujeres con busto voluminoso y caderas estrechas. Iniciando la generación de mitos para alcanzar la belleza ideal, transmitidos en todos los medios de comunicación posibles (Márquez y Jaúregui, 2006). Algunos de los mitos que se tienen, enuncia Toro (2008), son los siguientes: Cualquier grasa en la comida es mala La redondez no es saludable La delgadez es saludable La gordura o la grasa puede perderse rápidamente y sin peligro Existe grasa especial, femenina, llamada “celulitis” La grasa de la celulitis está causada por toxinas Se puede reducir la gordura de una parte concreta del cuerpo, particularmente de caderas y muslos Ciertos alimentos o ciertas combinaciones de alimentos pueden activar el metabolismo y acelerar la pérdida de peso Hacer dieta es una actividad saludable Estos mitos, auspiciados por las industrias multimillonarias de la belleza, van cambiando la imagen de que la mujer; no debe ser solo bella, sino tiene que hacer todo lo posible por mantenerse en este modelo de delgadez, propiciando que se sometan las mujeres a todo tipo de tratamientos e intervenciones para alcanzar este ideal. Como nos comentan, Márquez y Jaúregui (2006) y Urbón (2005) se propone no el estar acordes a una vida saludable, sino a un estilo de vida de consumo de productos milagrosos y “naturales para adelgazar”, el de cremas para rejuvenecerse y no el sólo hacer ejercicio, sino buscar la cirugía estética. 31 Esta moda se asocia a partir de los años ochentas, y las mujeres consideran que el éxito social y autoestima, está en relación a que se asemejen a este ideal de belleza. La publicidad está dirigida a que se privilegie a la fuerza de voluntad como el elemento que permitirá alcanzar estos ideales que perduran hoy en día. El ingreso de la mujer a los espacios públicos como el mercado de trabajo y las universidades, significó formas más prácticas del arreglo femenino, lo belleza es salud y la salud es belleza, como se dice en los programas radiofónicos actuales, en donde se hace constantes alusiones de lo que la mujer debe o no ser, ofreciendo “consejos” de lo que debe ser importante para una fémina, aunque tengan mensajes contradictorios a su realización como persona (Córdova, 2007). Jáuregui (2003), considera que esta publicidad puede llegar incluso a crearnos trastornos de imagen corporal o trastornos alimentarios. Así también refiere que tenemos diferentes mecanismos subjetivos para analizar la información incesante publicitaria: la capacidad de simbolización, que es la que nos permite crear una representación del ideal de belleza que la cultura nos introyecte, la capacidad autorreguladora y la capacidad de autorreflexión, estos mecanismos nos permiten que, dependiendo de nuestra construcción de procesos de identidad, asociemos a la capacidad que tengamos de supervisar, actuar y adecuar nuestras ideas y comportamientos con el logro del éxito social, que es otro mito incrustado en el estilo de vida que la posmoderna sociedad globalizada, exige. 2.5 La deformación de la imagen corporal El concepto de imagen corporal tiene como antecedentes el género, la edad y la clase social, hay una relación para esta construcción subjetiva del cuerpo, sus medidas antropométricas o cuerpo real, que es el sustrato primario de la imagen corporal, pero este cuerpo real es percibido como satisfactorio o no y con autoevaluación de sus atributos; es comparado a un cuerpo ideal en donde se dan estándares y estereotipos de belleza que le darán la apreciación de atractividad, amor y éxito. La definen Gómez-Peresmitré, Saucedo y Unikel (2001, p.274). como: 32 Una configuración global, un conjunto de representaciones, percepciones, sentimientos y actitudes que el individuo elabora sobre su cuerpo durante su existencia a través de ciertas experiencias”, entre ellas, la sensación del cuerpo que se tiene desde la niñez más temprana y que se modifica continuamente a lo largo de la vida como consecuencia de cambios físicos y biológicos, por la enfermedad, el dolor, el placer y la atención. Asimismo el cuerpo percibido tiene como referente normas de belleza y de rol, por lo que la imagen corporal es casi siempre una representación evaluativa. Raich (2004) comenta que la imagen corporal es un concepto que se refiere a la manera en que uno percibe, imagina, siente y actúa respecto a su propio cuerpo, y se consideran aspectos perceptivos, aspectos subjetivos de satisfacción e insatisfacción, preocupación, evaluación cognitiva, ansiedad y aspectos conductuales. El componente perceptual está en relación a la precisión con que aprehende el tamaño corporal, y puede haber una sobre o subestimación de este tamaño. El componente subjetivo incluye actitudes, sentimientos, cogniciones y valoraciones que despierta el cuerpo, y por último, en el componente conductual, se pueden dar comportamientos como la exhibición o evitación de situaciones de exposición del cuerpo. Estas ideas tienen como base la socialización de los padres, pares, y medios de comunicación. Los tres cuerpos: ideal, percibido y real, nos van a dar esta imagen corporal que incluye los sentimientos, actitudes, percepciones, evaluaciones y experiencias que conforman la representación del propio cuerpo, así, el cuerpo imaginario puede tener una ruptura patológica con el cuerpo real, ya que hay una distorsión corporal con relación a sus medidas antropométricas. Sus alteraciones son la sobreestimación, subestimación y distorsión corporal. Definen Llorca, et al. (2010) esta disconformidad con el propio cuerpo, como el malestar producido por la percepción de la imagen corporal y por su evaluación estética subjetiva, que tiene una discrepancia entre el cuerpo percibido y el cuerpo 33 ideal. Esta insatisfacción corporal puede ser fuente de preocupaciones y angustias que llegan a desembocar en una disminución de la autoestima o la aceptación personal, generando dificultades que pueden llegar a distorsionar la percepción del propio cuerpo e iniciar una serie de estrategias, como dejar de comer, realizar ejercicio excesivo o someterse a tratamientos estéticos, para alcanzar la imagen corporal soñada, poniendo en grave peligro la salud física y psicológica. En diferentes estudios en México, en sujetos desde edad escolar primaria hasta licenciatura, Gómez-Péresmitré, Saucedo y Unikel (2001), refieren que a medida que avanza la edad hay mayor insatisfacción sobre el cuerpo, una preferencia marcada por una figura más delgada que la actual, y que no hay diferencia de esta tendencia entre estratos socioeconómicos. El prototipo de la mujer bella en México es una mujer joven con edad promedio de 25 años, entre 21 a 28 años, con peso inferior al normal. Para los hombres el ideal de belleza es de 23 a 30 años poseedor de un peso normal. De acuerdo con la tendencia teórica-práctica, en adolescentes se espera que tengan un ideal todavía de peso más bajo tendiente a emaciación (peso muy por abajo del normal). Vázquez, Álvarez y Mancillas (2000) también encontraron que había una preferencia a rechazar en ser obesos y que las jóvenes mexicanas son más susceptibles a guiarse por modelos estéticos que le son presentados por los medios masivos de comunicación. Un hallazgo relevante es que,en relación a la satisfacción corporal, se encuentra como lo culturalmente aceptado o esperado en nuestras mujeres mexicanas. El no quejarse de algo tan privado como es la forma del propio cuerpo, pero cuando se les confronta con imágenes ideales, se encuentra el deseo de pesar menos. Por lo tanto en nuestro contexto cultural lo “normativo” para la mujer es estar “satisfecha” con el cuerpo, sin embargo según los estudios, hay una insatisfacción cualitativa acerca del mismo cuerpo y las mujeres expresan no estar satisfechas con el cuerpo que tienen. Goméz-Peresmitré y Acosta (2002) encontraron que las adolescentes mexicanas comparativamente con las españolas, tienen un ideal compartido de belleza relacionado a la esbeltez, por lo que se asocia la presencia de este modelo ideal 34 compartido, con la transculturización que se tiene con el vecino país de Estados Unidos. Corti (2005) comenta los resultados de una encuesta en EEUU, publicada en el Psichology Today, a 30.000 personas en donde un 93 % de mujeres y un 82 % de los varones están preocupados por su apariencia y trabajan para mejorarla en seguimiento a las tendencias publicitarias y las modas, provocando en todos los estratos sociales la inclinación por recurrir a dietas, cirugías y a enfermarse por el deseo de tener el cuerpo perfecto que está definido por estas tendencias publicitarias. En un estudio elaborado en las zonas rurales de México, Pérez-Gil y Romero (2010) encontraron que las mujeres también tienen una distorsión de la imagen corporal. Se evidencia por la sobreestimación de su tamaño y se vincula a una insatisfacción corporal, que es la base de las prácticas alimentarias de riesgo, con tendencia a tener un anhelo por un cuerpo delgado. El ser obesas la perciben como un estigma social. En los estudios efectuados en población mexicana por Unikel, Bojórquez y Chapela (2004), Unikel y Gómez-Peresmitré (2004) y Saucedo y Unikel (2010) informan que se puede derivar en patología de las conductas alimentarias, la insatisfacción que se tiene por el cuerpo percibido. Los factores que propician estos trastornos son de carácter individual, psicosocial y cultural; encontrando en estos últimos factores los ideales culturales de belleza y la actitud de la familia hacia el peso corporal. Concluyendo que la insatisfacción con la figura y el peso corporal así como práctica continuas de dietas, son precursoras de una morbilidad en trastornos alimentarios como la anorexia y bulimia, y que la influencia del modelo estético corporal que se define a través de la delgadez y las creencias sobre la obesidad, pueden propiciar un trastorno alimentario en personas que definen su autoconcepto en la forma y peso corporal. Así también hacen alusión a definir que los trastornos no son categóricos, sino se dan en un continuo, en donde hay un proceso que inicia con la insatisfacción por su cuerpo vivido y percibido diferente al ideal construido, pasando a hacer una distorsión de 35 imagen corporal y resultando, si se continua con esta línea de comparación e identificación, hasta un trastorno ya sea de conducta alimentaria o bien de tipo somatomorfo, como el Trastorno Dismórfico Corporal. Estos aspectos de autocategorización del yo y el autoconcepto, la conformación de identidades sociales a través de grupos de referencia, así como el sufrimiento por no alcanzar el “deber ser” de los ideales formados, es revisado con frecuencia en los y las pacientes que acuden a consulta clínica psicológica1; no por identificar que tienen un problema sobre insatisfacción por su cuerpo, sino que en las entrevistas se identifican procesos de crisis, en relación a no cumplir con las expectativas que la sociedad le conforma, provocando sentimientos de inadecuación, culpa y vergüenza, que les lleva a relaciones interpersonales conflictivas y estados depresivos. En general en México se establece que los trastornos mentales con mayor prevalencia son el abuso y dependencia al alcohol, entre los hombres, y la depresión, entre las mujeres. Sin embargo, por los cambios en el perfil epidemiológico y por la transición demográfica se espera que en el futuro próximo la carga de los trastornos mentales aumente debido al incremento del abuso de drogas (Cámara de Diputados LIX Legislatura). De acuerdo a las estadísticas nacionales en México, los trastornos mentales y de la conducta constituyen el 13% de la carga global de la enfermedad que presentan los habitantes de nuestro país. (Gobierno Federal, 2008).Sin embargo por los prejuicios sobre la salud mental y la saturación de los sistemas de salud, solo el 13.9% de los hombres y mujeres con depresión -trastorno que es considerado como el de mayor incidencia a nivel mundial- y que cubrían los criterios establecidos para este trastorno por el Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales (DSM-IV-TR) buscaron ayuda. Ahora bien, recordando que 1 Observaciones derivadas de la experiencia profesional personal. 36 en nuestras comunidades de niveles socioeconómicos medio y bajo, específicamente las zonas rurales, los médicos de primer nivel de atención son la fuente de ayuda para esta población, se puede considerar la posibilidad de que los trastornos de la salud mental pueden ser subregistrados ya que se confunden, por ejemplo los trastornos de dismorfia corporal, con anorexia o trastorno obsesivo compulsivo. Aún así, ya se tienen cifras de que el 42% de las personas aquejadas por trastornos de ansiedad o afectivos reportaron haber hablado de sus problemas con un médico general. El 42% de mujeres y 36% de hombres han consultado a un psicólogo por los trastornos antes descritos, constituyendo la segunda fuente de consulta (Gobierno Federal, 2008). En relación a los egresos hospitalarios por causas de trastornos mentales, se tiene que en 2001 se tenía en promedio de estancia de 5 días y que el .078% de estos egresos eran diagnósticos relacionados con el estrés, trastornos neuróticos y trastornos somatomorfos (Gobierno Federal, 2008). En investigaciones realizadas en zonas rurales en México, constatan Snyder, Diaz-Perez y Ojeda (2000) que el 15.5% de la población presentaba trastornos nerviosos, y por género el 20.8% de la población femenina así como el 9.5% de la masculina referían síntomas psicológicos y somáticos significativos. Esto nos habla de que la salud mental es un indicador en general del desarrollo de nuestro país, pero también de sus carencias y necesidades de análisis y respuesta a la problemática (Nunes, García y Alba, 2006). En Nayarit, como en el resto del país, no se tiene definida la prevalencia de algunos trastornos como el Dismórfico Corporal, encontrando datos sólo relacionados con Trastornos de la Conducta Alimentaria, en donde reseña los Servicios de Salud en Nayarit (2010) en 2008, 61 casos y en 2009, 73 registros de estos padecimientos. 37 2.6 Insatisfacción de la imagen corporal y el Trastorno Dismórfico Corporal El trastorno Dismórfico Corporal (TDC) fue revisado en 1886 por Morselli como dismorfofobia (Yaryura, et al., 2003) y describe la convicción irracional de ser anormal y miedo a las reacciones de los demás. Es una preocupación exagerada que produce malestar por algún defecto físico imaginario o extremo de la apariencia física (Philipps, 2004; Grant y Phillips 2005). Este trastorno se diferencia de la insatisfacción corporal por tener la característica de ser incapacitante. El trastorno comprende aspectos perceptivos, cognitivos y conductuales. Mora y Raich (2004) concluyen que no toda insatisfacción corporal y preocupación por el cuerpo constituyen alteraciones de la imagen corporal clínicamente significativas puesto que sólo el 4% de las mujeres y el 1 % de los hombres que
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