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Universidad Nacional Autónoma de México 
 
Facultad de Psicología 
División de Estudios Profesionales 
 
 
 
El culto al cuerpo, la presión actual de lo 
femenino. 
 
TESIS 
PARA OBTENER EL TÍTULO DE LICENCIADA EN PSICOLOGÍA 
 
PRESENTA 
Ma. del Rocío Figueroa Varela 
Número de cuenta: 8062356-2 
 
DIRECTORA DE TESIS: Mtra. Gloria Careaga Pérez 
 REVISORA: Dra. Martha Lilia Mancilla Villa 
 
 
Mexico, D.F. Abril 2011 
 
 
 
 
 
 
UNAM – Dirección General de Bibliotecas 
Tesis Digitales 
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respectivo titular de los Derechos de Autor. 
 
 
 
 
 
 
 
AGRADECIMIENTOS 
 
 
Había que acabar un ciclo, este capítulo que estuvo mucho tiempo abierto. Los 
cambios y aprendizajes fueron muchos y significativos, y así el proceso de mi vida 
continúa. Hoy te agradezco todo lo que me diste. 
Algunas de las personas me apoyaron con su amor y paciencia: Gracias mamá, 
hermanas y hermanos y por supuesto a toda la familia. 
Las ausencias de otras me dieron fortaleza: papá, abuelas, abuelo. 
Ustedes dos hijas, me dieron un camino y ahora transito éste con otro paso, más 
ligero por su alegría. 
Tu mi guía, mi revisor, mi amor, quién me empuja y sostiene, me tolera, me da 
concierto y certeza, Gracias. 
Gracias Gloria, no hubiera terminado este trabajo si no me das una dirección. 
Martha Lilia, Samuel, Jorge, Nelly, revisores de este trabajo, su confianza me dio 
certidumbre para terminar. 
El apoyo técnico fue importante, gracias Yessy. 
Ahora aplico este pasaje del Quijote de la Mancha 
“Los obstáculos más grandes, nuestras propias indecisiones; 
nuestro enemigo más fuerte, el miedo al poderoso y a nosotros mismos; 
la cosa más fácil, equivocarnos” 
Sigo caminando entonces…… 
 
 
 
 
 
 
 
INDICE 
 
Página 
 
Resumen………………………………………………………………………...…. 2 
Introducción………………………………………………………………............ 3 
Capítulo 1. Situándonos en la problemática de la Belleza y el 
 Género………………………………………..…………………..... 
8 
Capítulo 2. Encuadre Teórico……….………….…………..…………….…… 15 
2.1 La Conceptualización del cuerpo………………….…………….….. 15 
2.2 La Identidad y Subjetividad Femenina…………………..…............ 17 
2.3 Los Estereotipos del Género Femenino……………….…………... 22 
2.4 El Culto al Cuerpo en México: El Ideal de Belleza…….…............. 26 
2.5 La Deformación de la Imagen Corporal…..……………….………. 31 
2.6 Insatisfacción de la Imagen Corporal y el Trastorno 
 Dismórfico Corporal…………...……………………………..….….. 37 
2.7 Cirugía Estética y la Distorsión de la Imagen Corporal….............. 40 
Capítulo 3. Metodología de la investigación……..……………….……...…. 44 
3.1 Caracterización de la Muestra…...……………………………….… 45 
3.2 Los Instrumentos Aplicados………………………………..….……. 47 
3.3 Procedimiento……………………………….……………….…….…. 53 
3.3.1 Prevalencia de Trastornos diferentes al 
 Dismórfico Corporal..…………………………..………..... 
54 
3.3.2 Clasificación de respuestas del Cuestionario de 
 Respuesta Abierta………………………………..………. 
55 
Capítulo 4. Principales hallazgos y resultados….…………………………. 57 
4.1 Resultados del Cuestionario de Evaluación de Dismorfia 
 Corporal…………………………………………………..……........... 
57 
 
 
4.2 Análisis de preguntas de Respuesta Abierta...….………………… 65 
4.3 Análisis de casos con síntomas asociados al Trastorno 
 Dismórfico Corporal………..…………………………..…………… 
75 
4.3.1 Casos con Síntomas leves………………..……………… 75 
4.3.2 Casos con Síntomas Moderados…………..…………….. 76 
4.3.3 Casos con Síntomas Graves..………..………………….. 77 
Capítulo 5. Discusión de los resultados……………………..…………….... 80 
Capítulo 6. Conclusiones……………………………………….……………… 87 
Capítulo 7. Alcances y limitaciones de la Investigación…………............. 92 
Referencias Bibliográficas.…………………………………….………………. 95 
Anexo 1. Cuestionario para detectar Trastorno de Dismorfia 
Corporal……………………………………………………………………………. 
I 
Anexo 2. Matriz de correlación de reactivos………………………………… V 
 
 
 
 
 
 
2 
 
 
Resumen 
 
La cultura de género, el deber ser de lo femenino y lo masculino, se reproduce 
construyendo imágenes corporales, donde el autoconcepto se compara, con la 
categoría grupal asociada a mayor valor. La comparación con la categoría de 
“mujeres bellas” produce una insatisfacción corporal impactando en la autoestima 
y el funcionamiento relacional de una mujer, misma que puede irse acentuando, 
pasando por una distorsión, deformación o hasta un Trastorno Dismórfico Corporal 
(TDC). La insatisfacción corporal puede llevar a procedimientos con potenciales 
riesgos, como es la cirugía estética. Este estudio revisó si las estudiantes de la 
Universidad Autónoma de Nayarit tienen subjetividad propensa a someterse a 
intervenciones quirúrgicas estéticas, la relación con la distorsión de la imagen 
corporal; describir su ideal de belleza construido; prevalencia de la sintomatología 
asociada al TDC y la aceptación a someterse a cirugía plástica. Se aplicó a 218 
mujeres un instrumento para detectar el TDC, obteniendo una confiabilidad Alpha 
de Cronbach de 0.91, y preguntas de respuestas abiertas. El 72.3% de casos 
registran puntajes con rango normal. El 9.7% síntomas leves de Distorsión de la 
imagen corporal; 3.22% se les encasilla en Deformación de imagen y el 1.38% 
síntomas de TDC. Secunda 66% la idea de someterse a cirugía plástica para 
mejorar su imagen corporal. Hay una correlación de Pearson de 0.7654, entre 
disgusto con partes del cuerpo y considerar la cirugía plástica. El ideal de belleza 
compartido se relacionó con salud y bienestar, aceptación a sí mismas y aspecto 
físico delgado. A mayores síntomas relacionados al TDC, las intervenciones 
estéticas son imaginadas solución para el sufrimiento y la posibilidad de alcanzar 
el éxito, configurando una silueta estilo “Barbie”, o Shakira, como ideal de mujer 
atractiva y sensual, que prevalecen por los mecanismos de aculturación, 
cumpliendo así el mandato de género establecido. 
 
Palabras clave: belleza, género, dismorfia corpora 
 
3 
 
Introducción 
 
El cuerpo y sus atributos, como la belleza, tienen una simbolización de acuerdo a 
los órdenes históricos y socio-culturales. Ha transitado por diferentes acepciones: 
desde considerarse como algo impuro, pecaminoso, objeto de represión y control, 
hasta valorarse en relación a la eficiencia de producción y reproducción. La 
belleza y estética que debe tener este cuerpo, como un valor de éste, actualmente 
establece una asociación de juventud y morfología delgada. Este modelo es 
difundido por los diferentes medios masivos de comunicación. 
 
La cultura de género que actualmente prevalece en la cultura mexicana está 
influenciada por las políticas de desarrollo hacia la “modernidad” y la globalización. 
Está construida bajo un sistema en donde al género femenino se le atribuye 
subordinación ante los patrones androcéntricos y patriarcales. Así, el cuerpo que 
se vive, experimenta y simboliza, está mediado por constructos, asociaciones e 
imágenes de carácter cultural, proponiendo una imagen corporal compartida que 
sustenta a una identidad. Dada la influencia de los medios masivos de 
comunicación que imprimen a la cultura de género el deber ser de lo femenino y lo 
masculino, se construyen imágenes corporalesque estereotipan la identidad 
femenina. Influyendo para la construcción en las mujeres, de una subjetividad 
donde el autoconcepto se revisa y compara, con la categoría grupal a la que se 
otorga mayor valor, a fin de atribuirse un valor social. Si hay semejanza a la 
categoría de “mujeres bellas”, habrá mayor posibilidad de autorrepresentarse con 
un valor superior. Entonces se logrará éxito y conquista del mundo moderno, en 
donde se considera que la sujeto femenino esté subsumida a la cultura del 
consumismo y roles estereotipados del deber ser femenino; constituyendo un 
mandato social a cumplir, el obtener un cuerpo revisado y valorado por el otro. 
 
La representación subjetiva del cuerpo o imagen corporal, es la que se compara a 
los ideales de belleza, si está acorde a los estándares establecidos mejorará la 
percepción de eficacia para la inserción y desenvolvimiento de las interacciones 
4 
 
sociales y por ende, para encontrar el éxito personal. Esto conforma una presión 
social de culto al cuerpo a fin de efectuar los procedimientos necesarios para 
alcanzar estos estándares, a través de ejercicios, dietas, compras de productos e 
incluso transformaciones corporales, como es la cirugía estética, justificados en 
aras de la salud y el bienestar. 
 
Los ideales de belleza introyectados, son modelos con una estética corpórea 
emaciada, distante a la morfología típicamente mexicana. La comparación que se 
hace de la imagen corporal puede derivar en distorsiones de los tres cuerpos que 
experienciamos: ideal, percibido y real. Las distorsiones pueden ser sobre o sub 
estimación del tamaño corporal. 
 
En primera instancia, se puede elaborar una insatisfacción corporal que impactan 
en la autoestima y en el funcionamiento relacional de una mujer. En diferentes 
estudios en México, se encuentra que hay una alta insatisfacción corporal, 
manifestando las mujeres de diferentes estratos y edades, deseo por tener un 
cuerpo más delgado y una sobrestimación de su tamaño corporal. La 
insatisfacción de la imagen corporal paulatinamente se puede ir acentuando, 
pasando a ser una distorsión, una deformación o llegar hasta un Trastorno 
Dismórfico Corporal (TDC). 
 
A semejanza de los países en desarrollo, la salud mental del pueblo mexicano 
está aquejada por los síntomas de depresión y ansiedad como los padecimientos 
mentales con mayor prevalencia y se espera se incremente su registro en el país, 
tanto en zonas urbanas como en zonas rurales. Estos síntomas, de acuerdo al 
Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales (DSM-IV-TR) pueden 
presentarse asociados al TDC, por lo tanto, las estadísticas sobre este trastorno 
normalmente no están registradas, pues se confunde o valora como una banalidad 
el sufrimiento que se tiene, ante la insatisfacción corporal en sus diferentes fases. 
Aunado a esto, cada vez más, se registran padecimientos derivados de trastornos 
5 
 
alimentarios, en donde se observa una relación con la identidad de género y el 
ideal de belleza que se ha construido. 
 
Por lo tanto, la necesidad de alcanzar esta aceptación en el mundo globalizado y 
con estereotipos de género femeninos específicos, promueven una distorsión de la 
autopercepción corpórea de las mujeres, haciéndolas proclives a buscar 
procedimientos con potenciales riesgos en la salud, con una motivación clara para 
el sometimiento a cirugías estéticas. 
 
Es imperativo contar con datos con los cuales identificar qué pasa con la población 
ante la presión de los constructos sociales, dado el impacto tanto a nivel 
económico como en la salud mental de quienes mismos introyectan esta 
simbolización del debe ser. 
 
A través de este estudio se buscó revisar si en las jóvenes de la Universidad 
Autónoma de Nayarit hay una construcción de subjetividad propensa a someterse 
a intervenciones quirúrgicas estéticas, y si hay una relación con la distorsión de la 
imagen corporal. Se dio respuesta a las preguntas de investigación formuladas de 
describir el ideal de belleza que se ha construido, a través de los mandatos de 
género; la prevalencia de la sintomatología asociada al TDC y su relación con la 
aceptación a someterse a cirugía plástica, así como revisar si esta creencia la 
asocian a un impacto positivo en su bienestar y desenvolvimiento vital. Con los 
resultados obtenidos, será posible incidir en la elaboración de políticas públicas de 
salud, con el fin de que estos procedimientos estéticos no sean una agresión a la 
identidad personal, sino una forma consciente de perseguir un fin. 
 
En las siguientes secciones de este documento, presento la estructura de este 
estudio. En el Capítulo 1. Situándonos en la problematización de la Belleza y el 
Género, expongo cómo la belleza se ha manejado en la cultura moderna, 
incidiendo, a través de los medios de comunicación, para la construcción de 
imágenes corporales femeninas estereotipadas, que se conforman como un 
6 
 
mandato de género a cumplir. Justificando la problemática abordada, por el 
impacto que puede llegar a tener, la presión para cumplir con los mandatos de 
género, en la salud mental de las mujeres. Este capítulo concluye con la definición 
del objetivo general que se pretende alcanzar con esta investigación. 
 
Contenido en el Capítulo 2. Encuadre teórico, expongo las aproximaciones 
conceptuales del cuerpo y cómo se subjetiviza o simboliza para dar paso a una 
identidad femenina, con una representación corporal. Los elementos teóricos 
están basados en los estudios de género y construcción de identidad social. En el 
mismo capítulo describo cómo se ha propiciado el culto al cuerpo en México y la 
construcción del ideal de belleza compartido en nuestra cultura. Circunscribo el 
marco teórico para entender qué es la deformación de la imagen corporal y su 
relación con el TDC, relacionando esta insatisfacción de la imagen corporal, con la 
cirugía estética, procedimiento considerado como un medio para alcanzar los 
estándares de belleza estereotipados. 
 
Para los fines de esta investigación apliqué un cuestionario de detección del TDC, 
según los criterios establecidos en el DSM-IV, conformándose rangos para la 
clasificación, a través de los puntajes obtenidos del mismo cuestionario, que van 
desde la insatisfacción corporal hasta el TDC. Así también, se formularon 
preguntas de respuesta abierta con el fin de revisar el ideal de belleza construido y 
la opinión sobre la cirugía plástica que tienen las jóvenes universitarias. Este 
procedimiento está explicitado en el Capítulo 3. Metodología de la investigación, al 
igual que la descripción de los instrumentos aplicados y la caracterización de la 
muestra de jóvenes estudiada. 
 
En el Capítulo 4. Principales hallazgos y resultados, describo las propiedades 
psicométricas del instrumento aplicado, quien resulta con una confiabilidad de 0.91 
por el método estadístico de Alpha de Cronbach. Esto posibilita generar mayores 
investigaciones para la aplicación subsecuente de este mismo instrumento como 
auxiliar en el diagnóstico diferencial de TDC, en personas con características 
7 
 
similares a la muestra aplicada. También se encuentran los datos obtenidos, en 
donde resalta que el 72.3% de los casos registran puntajes considerados dentro 
de un rango normal, con insatisfacción corporal. Un 9.7% de la muestra presenta 
síntomas leves, clasificándolo como Distorsión de la imagen corporal; 3.22% a 
moderados, que les encasilla en padecer una Deformación de su imagen y el 
1.38% de la muestra, presenta claros síntomas asociados a TDC. El 66% de la 
muestra secunda la idea de someterse a cirugía plástica con el fin de mejorar su 
imagen corporal. Hay una correlación alta de 0.7654, según la prueba estadística 
de Pearson entre estar a disgusto con una parte del cuerpo y considerar la 
posibilidad de someterla a cirugía plástica, por ende, si una joven sientedisgusto 
por alguna parte de su cuerpo será más proclive a considerar someterse a la 
cirugía plástica. 
 
El ideal de belleza compartido se muestra como un desafío por alcanzar la salud y 
el bienestar, la aceptación a sí mismas y el aspecto físico delgado, sin embargo 
este ideal se trastoca a medida que se presentan más síntomas relacionados al 
TDC, en donde las intervenciones estéticas son imaginadas como la solución 
necesaria para aliviar su sufrimiento y la posibilidad de alcanzar el éxito, 
configurando una silueta estilo “Barbie”, parecida al modelo norteamericano, o 
Shakira, como ideal de mujer atractiva y sensual, que prevalecen por los 
mecanismos de aculturación, cumpliendo así el mandato de género establecido. 
Estos aspectos fueron explicitados a través de los capítulos 5 y 6: Discusión de los 
resultados y Conclusiones. 
 
Al finalizar este trabajo, en el Capítulo 7, expongo los alcances y limitaciones que 
tiene la investigación aquí reportada, dado que se aplicó en una muestra de 
estudiantes de la universidad pública situada en la ciudad de Tepic Nayarit, con 
una cultura específica, pero en donde las cirugías estéticas ya aparecen en el 
imaginario colectivo y los síntomas dismórficos también se hacen presentes, 
denotando la presión que se ejerce, en las jóvenes, la cultura del género.
 
8 
 
Capítulo 1. Situándonos en la problemática de la Belleza y el Género 
 
De acuerdo con la evolución humana es posible, que la belleza o atractivo le diera 
al hombre o mujer una mayor probabilidad de reproducción, por lo que en los 
albores de la humanidad, era un valor de sobrevivencia. Al hacer una correcta 
elección de la pareja y procrear descendencia; se perfeccionaban los seres 
humanos para poder sobrevivir en un medio inicialmente adverso (Yaryura, et al., 
2003). 
 
La belleza no es un concepto estático, se transforma y mueve de acuerdo a las 
transformaciones sociales, y por lo tanto, quienes poseen ese estándar de belleza 
se han asumido como seres de mayor valor (Cruz, 2010). 
 
Los atributos del cuerpo entonces, han tenido una representación y significancia 
de acuerdo a los órdenes históricos y socio-culturales, oscilando entre 
considerarse como impuro y pecaminoso hasta tomarse como un objeto al que 
someter a diversos procedimientos para garantizar la juventud y la belleza, valores 
considerados indispensables para alcanzar la felicidad, en la actualidad. Estos 
estándares han sido dados desde patrones androcéntricos y patriarcales, 
construyendo una apropiación del cuerpo femenino estereotipada y subordinada. 
El atractivo físico, ha trascendido su función para la evolución de la especie 
humana, al considerarse como un elemento que conforme la identidad de hombres 
y mujeres, dando prioridad a sus características corporales como parte de la 
autovaloración que hagan de sí. Por lo tanto el ideal de belleza ha mutado 
constantemente, de acuerdo al momento histórico por el que atraviese y por la 
cultura que formule este ideal, por lo tanto no será el mismo ideal representado en 
la época del Renacimiento, del mundo occidental, en donde la belleza 
personificada en la pinturas de Tiziano (mujeres carnosas y corpulentas, rubias y 
blancas) al ideal que se tenga actualmente en, por ejemplo, la cultura coreana. 
 
9 
 
Los hombres y mujeres al irnos construyendo desde una circunstancia histórica y 
cultural, creamos una realidad psíquica o representación de nosotros mismos y 
nuestro cuerpo. Esta estructuración se realiza fuera de la conciencia y de la 
racionalidad de los sujetos. El cuerpo sexuado, se inscribe en las leyes de las 
relaciones cotidianas; las personas introyectan de tal manera la ley social, que la 
hacen parte de su cuerpo, al repetir ritualizadamente las normas establecidas por 
las relaciones de poder. Así, una persona asume o apropia de una norma, en la 
que se espera que su cuerpo sea presentado, identificándose con los medios 
discursivos de los imperativos impuestos por la cultura, así el cuerpo se convierte 
no sólo en una construcción definida de lo sexual-biológico, sino de la 
representación del género, que socialmente se ha construido (Butler, 2002); y este 
cuerpo, locus de los procesos sociales y de las influencias culturales es concebido 
como un objeto al que se puede controlar a través de las diferentes instituciones 
sociales, reglamentado su sexualidad, reproducción y representación, e inclusive, 
hasta las formas de uso del mismo cuerpo (Lamas, 2002). 
 
Desde fines del siglo XIX el nuevo orden económico, hace que la mirada al cuerpo 
sea a través de los bienes de consumo producidos, por lo que la relación del 
cuerpo es a través de una relación de mercado, mismo que está impregnado de 
elementos y atributos como la esbeltez, la salud, la perfección y la actitud de 
vencedor y rodeado de bienes (Pérez-Ramos, 2009; Marín y Bedoya 2009, Pérez-
Henao, 2004). Es una interacción entre la mass media, el colectivo social y los 
medios de producción. Para llegar al patrón de belleza actual, se mueve una 
industria multimillonaria y trasnacional, que glorifica la belleza, la juventud y la 
salud, bombardeando a toda la sociedad con estos parámetros a cumplir, a través 
de todos los medios de comunicación, en donde siempre están comentando que 
nos falta algo para ser perfectos, definiendo un ideal estético corporal a alcanzar. 
 
En el tipo de sociedad globalizada en la que vivimos todas las personas somos 
consumidores, utilizamos bienes y servicios de no producidos por nosotros, por 
esto el consumo influye en una elección sobre el tipo de sociedad ideal en donde 
10 
 
cada individuo quiere vivir. Es una forma de identificarnos con ciertos estándares 
culturales que no solo produce esta identidad grupal, y nos vende no solo un 
objeto, sino un estilo de vida con un significado en la sociedad en la que vivimos. 
Raich (2004) y Sherman (2009) comentan cómo esta presión y bombardeo está 
dirigido especialmente a las mujeres, explicitando Bernárdez (2000) que el 
consumir se convierte en un ejercicio de adhesión o bien hostilidad entre las 
subculturas. La publicidad influye e intenta mostrarnos en sus comerciales a gente 
que sabe elegir, y busca que el consumidor se vea halagado por la inteligencia o 
la audacia de elegir un producto y no otro, así la tarea principal de esta publicidad, 
es conseguir la adhesión, la fidelidad a un producto que conlleva un estilo de vida 
al que quiere adherirse. 
 
La sociedad contribuye a la penetrante preocupación por la esbeltez, mediante 
medios visuales e impresos, con mensajes de que el atractivo el éxito y la felicidad 
dependen de estar delgadas. Incluso hacen énfasis del atractivo físico como la 
meta a alcanzar. Los mensajes que encontramos en estos medios nos comunican 
tanto en términos de productos, como de las modelos que se emplean para 
venderlos, un ideal a alcanzar. Y al idealizar estos modelos, dan por consecuencia 
que sus hábitos de vida, sean reconocidos como “saludables” aún cuando atenten 
contra la salud. 
 
Así, nuestro cuerpo es un instrumento u objeto que me permite un lugar en la 
sociedad contemporánea, siendo revalorado mediante los procesos de consumo 
que ofrecen la consecución del ideal estético: salud, juventud, belleza, delgadez, 
fortaleza, sensualidad. Generando un culto al cuerpo, bajo un ideal incorporado 
en el imaginario colectivo y no bajo enfoque de realización personal. Esto se 
refleja en las empresas multinacionales y trasnacionales dedicas a la cosmética 
corporal y la industria alimentaria, el mercado de implementos de deporte, 
gimnasios. Marín y Bedoya (2009) acotan que incluso, este culto está avalado por 
la medicalización paulatina de nuestros cuerpos, la cual avala estos 
procedimientos tendientes a transformar a los cuerpos. 
11 
 
De esta forma, el estilo de vida del que ahora tenemos como mandato social, 
considerainaceptable el envejecer, el “dejarse abandonar” o engordar. Es nuestra 
responsabilidad que nuestro cuerpo no envejezca ni se deteriore. 
 
Actualmente, como nos dice, Bernárdez (2000), Pérez- Henao (2004), Unikel y 
Gómez-Péresmitré (2004) y Corti (2005) el cuerpo de la mujer se presenta 
“descorporeizado”, deshumanizado y des-sexualizado ya que es un cuerpo 
parecido más a un objeto por sus cualidades estéticas, en donde las curvas 
femeninas no son atractivas, sino que la delgadez está relacionada más con la 
figura corporal de niño, representada con la obligación de poseer cuerpos "Barbie" 
en las mujeres. 
 
Poseer un cuerpo delgado y sin deterioro es un rasgo de eficiencia personal, 
incluso desde la ciencia de la medicina se refuerzan, los estereotipos corporales 
que solo falsean la realidad del cuerpo, pues lo simplifican o deforman con base 
en condicionamientos múltiples, derivados de los juegos de intereses implícitos o 
explícitos de quienes producen los bienes de consumo. Los cuerpos ideales que 
se ven en los mass media son perfectos desde esta óptica, y son imágenes que 
nos establecen así, el deber ser. Este cuerpo idealizado vende la idea o estilo de 
que mediante el culto al cuerpo se obtiene autonomía, independencia, creatividad 
y liberación personales. Se confunde la perfección corporal con alcanzar la 
felicidad. 
 
En este sentido Hernández (2007), Piñón y Cerón 2007 y Corti (2005 ) comentan 
que este continuo bombardeo produce trastornos alimentarios y reproducción de 
roles estereotipados, como la subordinación al género masculino y la asignación 
del ámbito privado de la mujer. Especialmente en las jóvenes, cada día se 
intensifica la preocupación y exaltación del cuerpo, convirtiéndose en uno de los 
elementos centrales su vida puesto que en las revistas se privilegia la imagen de 
una mujer complaciente y centrada en la belleza, en donde los cosméticos, la 
moda y ciertas actitudes, como la subordinación y complacencia, son 
12 
 
considerados como indispensables para alcanzar el éxito en la vida. Se sigue 
considerando que la seducción del género masculino es parte indispensable 
también para ser felices. Guapas, sumisas, anoréxicas, frívolas y consumistas, se 
transforma en el ideal a seguir por mujeres jóvenes. Estas mismas revistas 
otorgan un doble mensaje, ya que por un lado ofrecen las alternativas para las 
dietas, modas y ejercicio que les hará llegar a esta categoría, y al mismo tiempo, 
les ofrece recetas de postres exquisito que les permitirá ser aceptadas 
socialmente si los elaboran, dando un contrasentido al discurso explícito, ya que 
también en nuestra sociedad, la comida es una parte esencial en los eventos 
sociales a los que acuden estos seres femeninos, buscadores de la perfección y la 
aceptación. 
 
Por lo tanto el cuerpo femenino, expresa construcciones que son parte de lo 
considerado como lo propio de las mujeres y donde también participan las 
mujeres, como elemento de cohesión y reproductor de estas construcciones, en 
un sistema social que se ha llamado Sexo/género, en donde la subjetividad que se 
construye se da a partir de una consideración de lo masculino como lo superior y 
lo femenino como inferior, en donde lo biológico da un destino a cumplir. Esta 
diferencia sexual, lo biológico, induce a la subordinación femenina como algo 
natural e inevitable, es por ello que, Martha Lamas (1999, 2000, 2002) comenta 
que el género, como construcción cultural, es un simbolismo de lo femenino 
conducente muchas veces a la proyección y a la acción predeterminada de las 
mujeres; de la misma manera, la simbolización influye en la forma para adquirir y 
reproducir las representaciones que dominan el Ser y el Deber Ser femenino. El 
género no sólo moldea y desarrolla la percepción de la vida en general, sino que a 
partir de él, se construyen valores, usos y atribuciones diferenciadas en los 
cuerpos de mujeres y hombres, “es un filtro cultural con el que se interpreta al 
mundo y también se construye como una armadura con la que se constriñe al 
mundo” (Lamas, 2002). 
 
13 
 
Este proceso de construcción de identidad social, asociado a un sistema patriarcal 
sexo/género, promueve distorsiones de la imagen corporal, por no alcanzar este 
ideal, aún cuando se sometan a procedimientos de riesgo, como son las 
intervenciones estéticas. 
 
La cirugía estética se ha convertido en una moda a seguir para alcanzar los 
estándares de belleza marcados por la sociedad. La identidad social que 
construye un sujeto le da la encomienda de tener una perfección corporal y de 
rendir culto al cuerpo, como el deber ser actual de la mujer, este ideal se 
bombardea a través de los medios de publicidad, proporcionando un ideal de 
esbeltez muy difícil de alcanzar, asociando a este cuerpo delgado como la figura 
exitosa, misma que, quien la posea, se hará acreedora también de la felicidad y 
aceptación instantánea por todo su grupo social. Esto está ocasionando que la 
imagen corporal subjetivizada en las mujeres, al ser comparada, tienda a ser 
deformada, dada la sobrevaloración de los cuerpos emaciados femeninos. 
 
El sobrepeso y la no juventud son un estigma ahora, se considera que todo 
hombre y mujer debe hacer todos los esfuerzos necesarios para que estos 
procesos no sucedan en nosotros, ofreciendo alternativas como dietas, ejercicios 
extenuantes, medicamentos y suplementos alimenticios, entre otros. Estos no se 
prescriben para preservar o mejorar la salud, sino para ser medidos como seres 
exitosos que alcanzan la felicidad, al ser delgados y jóvenes. 
 
En años anteriores sólo se consideraba que las mujeres de clase media alta y alta 
podían tener acceso a la cirugía plástica, sin embargo cada vez se encuentran 
estrategias para que, aún cuando no se tengan los recursos económicos en forma 
inmediata, quienes lo deseen, se puedan someter a ella. Estas prácticas entonces 
se han vuelto comunes en todos los estratos sociales, y por supuesto, también se 
han incrementado los riesgos asociados a ello. 
 
14 
 
Una de las políticas que ha delineado el gobierno federal es la equidad de género. 
En el tema de la salud, este fenómeno se puede asociar con la violencia de 
género, ya que los medios publicitarios han creado una imagen del género 
femenino estereotipado, en donde se impone el estándar corpóreo con un peso 
menor al normal como imagen de belleza femenina. Esto ocasiona que las 
mujeres perciban su cuerpo en forma insatisfactoria y que puedan tomar acciones 
que perjudiquen su salud. En el programa de Acción Específico 2007-2012 Para la 
Prevención y Atención de la Violencia Familiar y de Género, se delinean ya 
elementos que buscan incidir para disminuir identidades genéricas estereotipadas 
que puedan resultar en acciones que incrementen los riesgos en la salud de las 
mujeres mexicanas. 
 
El objetivo central de este estudio fue revisar la existencia de distorsión de la 
imagen corporal entre las jóvenes que cursan estudios universitarios en la 
Universidad Autónoma de Nayarit, y si ellas consideran que el someterse a la 
cirugía estética, incrementa su semejanza al ideal de belleza estereotipado, por el 
sistema sexo/género, de delgadez. 
 
Mediante los resultados obtenidos será posible incidir en la elaboración de 
políticas públicas de salud, con el fin de que estos procedimientos no sean una 
agresión a la identidad personal, sino una forma consciente de perseguir un fin. 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
15 
 
Capítulo 2. Encuadre teórico 
 
2.1 La conceptualización del cuerpo 
 
De acuerdo con los valores y conceptualizaciones de una cultura dada y una 
época histórica determinada, el cuerpo ha transitado por diferentes acepciones; 
Platón pensó en el cuerpo como algo fragmentario habitado por un alma inmortal 
siempre acechada por las pasiones violentas y los sentidos, era una concepción 
dicotómica alma/cuerpo. Conel surgimiento del cristianismo, el cuerpo se 
convierte en el hábitat de la divinidad, por lo que hay que controlarlo y vigilarlo. En 
esta época de inicios de la religión hoy imperante en México, a las mujeres se les 
consideraba como venenosas, con poder para envenenar el alma del hombre, 
según se refiere en los pasajes de Adán y Eva relatados en la Biblia (Álvaro y 
Fernández, 2006). En el renacimiento el cuerpo se ve como una frontera con lo 
demás y como un factor decisivo para la individuación. Descartes definía al cuerpo 
con una materia manipulable y adaptable por la socialización y por la facultad 
cognitiva inherente al ser humano, y a partir de ahí se inicia el control del cuerpo a 
través de un marco científico, como un mecanismo que había que corregir por la 
concepción dual mente/cuerpo (Raich, 2004), pensamiento con analogía en 
Heidegger y en otros filósofos del siglo XX, con respecto de la necesidad de 
control. En diferente etapas de la historia el cuerpo femenino es asociado a lo 
impuro y el alma, considerada como lo supremo, se liga a lo masculino, deviniendo 
en una dualidad de considerar al espíritu como activo y al cuerpo como pasivo. 
 
 Actualmente el cuerpo es concebido como una parte precaria que tiene que ser 
sometida a la medicina, que se convierte en el instrumento en contra del 
sufrimiento, del envejecimiento y de la muerte. Al mismo tiempo, el cuerpo es lo 
que nos hace conscientes de nuestra existencia y nos define como individuos, 
afirmando nuestra pertenencia a la especie humana, pero que al ser 
subjetivizado, no se devela en su totalidad. El cuerpo debe responder a las 
16 
 
exigencias de un sistema: debe ser una fuerza productiva (Bernárdez, 2000) 
mismo que debe responder a los imperativos eficientistas de nuestra sociedad. 
 
Los hombres y mujeres nos vamos construyendo desde una circunstancia 
histórica y cultural, misma que nos va dando una realidad psíquica o 
representación de nosotros mismos y nuestro cuerpo. Este cuerpo experienciado y 
del cual nos formamos una representación, es siempre mediado por constructos, 
asociaciones e imágenes de carácter cultural (Bordo, 2001). Es sitio práctico y 
directo de control social, que se forma a base de las normas de la vida cultural por 
medio de rutinas, reglas y prácticas aparentemente triviales, entre ellas el 
discurso. 
 
Por su parte Bordo (2001) y Muñiz (2010), nos hablan que el cuerpo de la mujer es 
interpretado como un campo político disciplinado por inscripciones de 
subalternidad, complementariedad y objetivización, esto es se concibe como un 
espacio de ejercicio de la dinámica del poder, a partir de complejos procesos 
sociales, que equiparan al mismo cuerpo como medio y texto de cultura, reflejando 
el control político en sus dimensiones, que van desde la alimentación, violencia, y 
estética, hasta la reproducción y sexualidad. El cuerpo femenino es considerado 
como una ruta central de autorrealización, transformando a este cuerpo que se 
subjetiviza en la expresión más emblemática de su subordinación y desigualdad. 
En forma dual y antagónica, se apela a la “fuerza de voluntad” de las féminas para 
constreñirlo y manipularlo y propician una relación adversaria del Self con el propio 
cuerpo. Se mantiene constreñido a la simbología atribuida por la visión dominante 
masculina, androcéntrica. Expresa construcciones que son parte de lo 
considerado lo propio de las mujeres, donde también participan las mujeres como 
elemento de cohesión y reproducción de estas construcciones sociales, de 
relaciones subalternas a lo masculino, incidiendo en cómo las mujeres se 
representan y autorrepresentan, al nombrar, en su discurso reiterativo los 
fenómenos que regula e impone. 
 
17 
 
Por medio de la rutina y la actividad habitual, nuestros cuerpos aprenden lo que es 
interno y externo a ellos, cuáles son sus límites y fronteras y que está o no 
prohibido para ellos. Las mujeres pueden estar obsesionadas con los cuerpos, 
pero difícilmente tienen una actitud de aceptación hacia ellos. Estos esquemas los 
aprendemos a través de las lecciones del comportamiento del género, en donde el 
Yo asume una identificación corporal (Bordo, 2001, Butler 2002). 
 
2.2 La identidad y subjetividad femenina 
 
La construcción de la subjetividad femenina, de acuerdo a Pech y Romeu (2006) 
se construye a través de tres conceptos básicos: identidad, autopercepción y 
autorrepresentación. La identidad, no es algo dado por la naturaleza, sino es la 
necesidad de referenciarme a alguien que tiene definido diferentes usos valores y 
atribuciones relacionados a su cuerpo, esto es, me identifico en la diferencia con el 
otro, pues al poseer un cuerpo biológicamente construido en forma diferente, me 
asemejo a aquellos que son iguales, construyendo una categoría con la cual 
referenciarme. 
 
En este sentido, Tajfel (1984) explica que la mente humana no es un producto y 
un proceso puramente individual, sino socialmente estructurada. Su contenido, 
estructura y funcionamiento estarán compartidos socialmente y de forma 
interdependiente con la sociedad, así la identidad social, es la autoimagen de un 
individuo que procede de las categorías sociales de pertenencia, bajo la premisa 
de tener una asociación intergrupal positiva de acuerdo, a las estructura de sus 
creencias sociales, proporcionando un significado valorativo y emocional a dicha 
pertenencia. Así las personas intentan mantener o aumentar su autoestima 
asociándose a un grupo con atributos o características cargadas de valor (Lorenzi-
Cioldi y Doise, 1996). 
 
La identidad social es parte de un autoconcepto. Este proceso le permite ordenar y 
categorizar el ambiente social, reduciendo la complejidad del medio social, y da un 
18 
 
sentido a la persona al funcionar como un sistema de orientación que crea y define 
el lugar del individuo en la sociedad, a través de un proceso de comparación entre 
las diferentes categorías grupales, así cuando una persona está en interacción 
con otra, frecuentemente estos intercambios de información son bajo la 
consideración, de que la otra persona es de igual o diferente categoría social. 
 
El autoconcepto es el componente cognitivo del sistema o proceso psicológico que 
denominamos YO. El autoconcepto estará formado por diferentes 
representaciones del yo que podrían funcionar con relativa independencia, pero 
todas ellas constituyentes de un sistema cognitivo con categoría diferentes (Canto 
y Moral, 2005). Tajfel (1984) y Subašic, Reynolds K. y Turner J. (2008), consideran 
que el comportamiento social se da en un continuum; en un extremo está el 
intergrupal (comportamiento derivado por la pertenencia a grupo) y en el otro el 
interpersonal (comportamiento definido por las relaciones personales) postulando 
un sistema de auto y hetero-categorización jerárquico compuesto por diferentes 
niveles de abstracción. Este comportamiento social incide directamente en la 
autovaloración y autoestima de la persona, de tal forma que esta última, la 
autoestima, es un proceso de autocategorización en los contextos de valores 
ideológicos grupales. 
 
 La identidad social hace posible tanto la vida dentro del grupo como el cambio 
social en las relaciones intergrupales. Así, si una persona no tiene satisfacción por 
el grupo al que pertenece tenderá a buscar nuevas asociaciones con el fin de 
tener una mejor valoración de sí mismos, o bien, si considera que el grupo tiene 
altos atributos, buscará identificarse con las características asociadas al grupo. 
Esto implica un proceso de despersonalización por la percepción estereotípica que 
el sujeto tiene de las características y normas de conducta que corresponden a un 
miembro prototípico de los grupos o categorías sociales. En este proceso de 
despersonalización, o de "estereotipación del yo", las personas se ven a sí 
mismas, más como ejemplares intercambiablesde una categoría social que como 
personalidades únicas definidas por sus diferencias individuales respecto a los 
19 
 
otros, transformando la conducta individual en conducta colectiva, ya que las 
personas se perciben y actúan en términos de una concepción del autoconcepto 
colectivo y compartido. 
 
 A través de esta categorización del yo, se explica que el sí mismo no se basa 
predominantemente en la identidad personal, sino que es social al incluir 
identidades colectivas, reflejando los miembros del grupo y las similitudes que 
tienen entre sí. En la autopercepción se involucran todos los mecanismos 
propioceptivos que nos permiten percibirnos a nosotros mismos y que nos 
permiten sentir a nuestro cuerpo como propio. Es un límite espacial entre el Yo y 
los Otros, pero que también es un cuerpo que está asociado con la intimidad, los 
placeres mismos de la corporeidad y sus sufrimientos. El autoconcepto que se da 
a través de la identidad social implica a un modelo de ser humano en donde la 
auto y heterocategorización aparecen como un proceso dinámico, el cual combina 
elementos motivacionales diversos, resultantes de una interacción entre las 
características del entorno así como de sus recursos, articulados en un espacio 
multidimensional que combina criterios de inclusividad y diferenciación, con 
finalidad autoafirmativa (Scandroglio, Martínez y San José, 2008) y por ende, se 
conforma una identidad basada en los valores que prevalecen en la sociedad. 
 
En casos de estrés extremo, presión social o por otros elementos de distorsión, sí 
se puede crear una distorsión, un no sentirse uno mismo, fenómeno que se define 
como despersonalización con un sentido psicopatológico. 
 
Pech y Romeu (2010), indican que esta subjetividad femenina se construye por la 
identidad, autopercepción y autorrepresentación. Esta subjetividad construida; 
tiene una manifestación concreta de una toma de posturas sobre la identidad a 
través de la autorrepresentación, es decir, la noción de identidad femenina, que es 
afectada por la percepción que las mujeres tienen de sí mismas, se conjuga para 
dar forma concreta a la manera en que salen al escenario público y se ubican 
como detonadoras de un “estoy aquí”, en una praxis de la identidad sumada a la 
20 
 
autopercepción. La identidad entonces, es al mismo tiempo sexual, esto es lo 
biológico, y genérica: la construcción de lo femenino. 
 
El “estoy aquí” no sólo explicita la subjetividad construida, sino que también con el 
proceso de identidad, marca diferencia con ese estilo o sello propio y denota la 
construcción de un Yo muy específico y concreto. Yo que puede ser comparado, 
revisado y valorado a través de las categorías sociales de referencia, como un 
proceso de toma de conciencia de sí y de su continente. Este cuerpo tiene una 
propiocepción, esto es. la percepción interna del propio cuerpo y, en la medida en 
que este mecanismo permite aprehender el cuerpo como propio, se gestará la 
aceptación del cuerpo como primer paso a la identidad. Una mujer, a pesar de 
haber nacido mujer, si no siente su propio cuerpo como parte de sí misma, no sólo 
será difícil que se autoperciba mujer, sino que se defina discursivamente como tal, 
como queda patente en el caso de los Trastornos de identidad sexual o disforias 
de género. 
 
En la autopercepción, intervienen además de la identidad, las formas sutiles en las 
que el discurso tanto hegemónico o alternativo, la produce y recrea para sí misma 
en relación con el Otro; en este proceso la persona se constituye a sí misma como 
mujer. Los factores como la familia, las experiencias vitales, las relaciones 
sociales y su inserción en la comunidad construyen un proceso de 
autoidentificación y autorreflexión en constante movimiento, con el que obtiene 
una idea de quién es y cómo actúa. Por lo que esta autopercepción, define su vida 
y su comportamiento, afectando su calidad de vida y bienestar subjetivo. 
De la misma manera, el concepto de autorrepresentación pretende dar cuenta de 
la manera en que esta autopercepción de la sujeto se manifiesta de forma pública, 
es decir, para los Otros. La autorrepresentación supera el marco estrictamente 
estético, sino que es toda aquella manifestación pública que contenga, de una 
manera u otra, una trayectoria de vida de la sujeto, en la que se autorreferencia y 
en la que demuestra su representación subjetiva de la categoría ser mujer. 
 
21 
 
La identidad así como me asemeja en lo social, a los Otros, también me 
diferencia, porque la relación de la mujer con su cuerpo se revela como 
propiedades casi ontológicas del Ser Femenino ya que este cuerpo es un área en 
donde se presentan y representa los procesos sociales y de las influencias 
culturales: desde las representaciones sociales hasta la definición de las políticas 
específicas sobre la reglamentación del uso sexual y reproductivo del cuerpo, así 
como la delimitación de nuevas formas de los usos del cuerpo (Lamas, 1999). 
 
La definición que la mujer posee de su cuerpo, da una definición de existencia, un 
área que le sirve de contenido a su subjetividad pero que también es un área de 
intimidad, de disfrute y por qué no, también lugar en donde se pueden enquistar y 
acorazar, los sufrimientos. 
 
En este sentido, Raich (2004), Yaryura, et al.,(2003) y Gómez-Peresmitre (2001) 
acotan que la representación subjetiva que cada individuo construye de su cuerpo, 
es la imagen corporal, por lo tanto es la representación mental diagramática de la 
conciencia corporal. 
 
Esta imagen incluye sentimientos y actitudes en relación al propio cuerpo, por lo 
que puede estar saturada de sentimientos positivos o negativos, aspectos 
subjetivos de satisfacción e insatisfacción, preocupación, evaluación cognitiva, 
ansiedad, aspectos conductuales y está en íntima relación con el autoconcepto. 
Cuando estamos hablando de imagen corporal, es de cómo precisamos nuestra 
auto percepción del tamaño corporal, de diferentes segmentos corporales o del 
cuerpo en su totalidad y como esta autopercepción nos conlleva a actitudes, 
sentimientos, cogniciones y valoraciones que despierta el cuerpo. Cuando esta 
imagen es comparada por las mujeres, con el ideal corporal del que nuestra 
sociedad es bombardeada a través de los medios de comunicación, debido a los 
límites aprisionantes y autoimpuestos de categorías sociales, generalmente 
conllevan a la insatisfacción de la persona. Como consecuencia del sistema de 
valoración y comparación social hay repercusión en una imagen devaluada de sí 
22 
 
misma, provocando un sentimiento de soledad y desolación; en una soledad 
acompañada, por los diferentes miembros de su grupo que viven la misma batalla, 
en este caso, por conseguir los estándares de belleza femenina impuestos, y en 
donde las mujeres al no ser reconocidas como sujetos, son nombradas y tratadas 
como objetos (Loria 2003). Lamas (1999) considera que de esta forma, el cuerpo 
femenino y su subjetivización, expresa construcciones que son parte de lo que se 
considera lo propio de las mujeres en un sistema social llamado Sexo/género; en 
donde la ideología considera, al hecho de ser mujer, como un objeto al que su 
biología le da una identidad, con una construcción de “lo femenino”. 
 
La categorización de género, le da una asignación a todo ser humano, de lo que 
debe ser: hombre o mujer; la identidad de género: masculino o femenino y el papel 
o rol de género, en donde las normas y prescripciones sobre el comportamiento 
femenino deseable, se hace desde una visión androcéntrica, esto es desde una 
visión del varón (Lamas 2000), y todo el andamiaje del sistema social en que nos 
movemos hace una referencia de lo que “debe ser” el comportamiento. El proceso 
de normalización exige por lo tanto, a las y los sujetos retomen estándares 
prefabricados de conducta, y en este caso, de lo que se debe tenerpara conseguir 
el éxito social, el cual es uno de los objetivos remarcados como principal 
satisfactor a conseguir para ser feliz; siendo la belleza, junto con la riqueza, los 
baremos para medir este éxito social. 
 
 
2.3 Los estereotipos del género femenino 
 
Los estereotipos sociales son generalizaciones de los individuos a través de un 
proceso cognoscitivo de categorización. Estas generalizaciones son compartidas 
por un gran número de personas dentro de grupos o entidades sociales y ayudan 
a las personas a preservar su sistema de valores así como a la creación y 
mantenimiento de ideologías de grupo, que explican y justifican la diversidad de 
acciones sociales; así también ayudan a conservar y crear diferenciaciones entre 
23 
 
los grupos sociales (Tajfel, 1984). En este sentido las conceptualizaciones que se 
hacen sobre lo que es el género, en nuestra cultura, están estereotipadas. 
 
Maier (2008) explicita al concepto de género, como la herramienta que 
deconstruye lo ahistórico de la visión naturalista de las identidades sexuales, 
evidenciado la inherencia cultural, la historia y contexto social en la definición, 
asimilación y reproducción de la relación entre los sexos y en los contenidos 
identitarios que la dan sustento. Lamas (1999, 2000, 2002) considera que la 
diferencia sexual se simboliza culturalmente y a partir de esto se construye el 
género, haciendo una diferencia en el conjunto de prácticas, ideas y discursos 
sociales. Por lo tanto, la diferencia biológica, que es nuestro referente corporal, la 
asumimos como definitorias en cuanto a los roles, conductas, comportamientos e 
incluso tipo de pensamientos y manejo de emociones, considerando la dicotomía 
hombre/mujer, como lo preestablecido para que se construya “lo femenino” y “lo 
masculino” como símbolos y esquemas de representación social en los que se 
construyen las relaciones sociales, tanto a nivel simbólico, imaginario y real. 
 
Al tomar como punto de referencia la anatomía de mujeres y de hombres, con sus 
funciones reproductivas evidentemente distintas, cada cultura establece un 
conjunto de prácticas, ideas, discursos y representaciones sociales que atribuyen 
características específicas a mujeres y hombres. Esta construcción simbólica 
denominada género, reglamenta y condiciona la conducta objetiva y subjetiva de 
las personas. O sea, mediante el proceso de constitución del género, la sociedad 
fabrica las ideas del deber ser de hombres y mujeres, así como lo que se supone 
es "propio" de cada sexo, en función de una simbolización de la diferencia 
anatómica entre hombres y mujeres. El género marca la percepción de todo lo 
demás, ya sea la construcción de lo político, lo social, lo religioso o lo cotidiano. 
 
 En esta construcción social y cultural de lo que es concebido como femenino o 
masculino, el género femenino, ha sido infravalorado. Las relaciones entre 
hombres y mujeres se construido con una posición androcéntrica y patriarcal o 
24 
 
centrada en el valor del hombre. Esta construcción efectuada a través de la cultura 
de género implica relaciones de poder asimétricas, en donde las mujeres son 
consideradas como sujetos/objetos que deben ser subsumidos al poder 
masculino, ejerciendo así una violencia simbólica hacia las mujeres. De esta 
forma, el orden social masculino no requiere justificación, es “natural” y es 
autojustificado por las mismas estructuras sociales que el sistema patriarcal, ha 
perpetuado: la Religión, la Educación y el Estado (Muñiz, 2010; Butler, 2001 y 
Lamas, 1999). Este proceso se denota en el intercambio económico y las 
posiciones sociales inferiores que por lo general en nuestra cultura tienen las 
mujeres, exceptuando por supuesto aquellos casos, en los que han asumido el 
papel o rol masculino, ya sea por búsqueda de transcendencia o por elementos 
circunstanciales históricos. 
 
En este mundo de economía globalizada, la función simbólica atribuida al varón es 
la producción. El aumentar su capital y poderío, ahí estará la clave de su éxito. En 
cambio para las mujeres, el estereotipo construido de lo femenino es la vida 
reproductiva; el hogar y los hijos le son asignados a su responsabilidad, debiendo 
ajustarse al ideal masculino de virtud femenina, la castidad, debiendo dotarse de 
todos los atributos corporales y cosméticos capaces de aumentar su valor físico y 
atractivo. 
 
Desde esta perspectiva, Lamas (2000) considera que el género es una categoría 
en la que se articulan tres instancias: a) la asignación de género, que se hace al 
momento del nacimiento y con grandes implicaciones en el futuro de esta persona, 
al asignársele desde el nacimiento, atributos de género. b) la identidad de género, 
que se establece en la primera infancia (4 a 5 años de edad), en donde se asume 
como perteneciente a un grupo masculino o femenino y c) el rol de género, que es 
el conjunto de normas y prescripciones que dictan la sociedad y la cultura sobre el 
comportamiento de lo masculino y lo femenino. Todo esto se conforma en 
mandatos o preceptos de género a cumplir, aceptando que una persona es 
25 
 
construida a través de un sistema de significados y representaciones depositados 
en un cuerpo sexuado. 
 
Esta dicotomía masculino/femenino, establece estereotipos, por lo general rígidos 
que condicionan los papeles y las potencialidades humanas de las personas al 
estimular o reprimir los comportamientos en función de su adaptación al género. 
Estos estereotipos al ser considerados por la sociedad el deber ser, son 
transmitidos una y otra vez por la misma sociedad a fin de seguir legitimando 
estas estructuras sociales. Y la publicidad es una forma de irrumpir en la 
subjetividad de la persona, construyendo y asignados roles estereotipados como 
el deber ser y estar en este mundo occidental. 
 
Alemany y Velasco (2008) concuerdan con Lamas, comentando que en la 
construcción de la subjetividad, se interiorizan los mandatos sociales sobre los 
estereotipos de género que, en el caso de las mujeres, las convierte en sujetos 
vulnerables en aspectos tales como el laboral, el manejo de los tiempos de 
actividad y ocio o el de la salud. Este cuerpo-objeto sexuado adquiere un valor en 
tanto se asemeje a lo establecido a través de imágenes que, por lo general son 
transmitidas por los medios masivos de comunicación y este cuerpo de mujer 
adquiere importancia sólo cuando es reconocido, no por ella misma, sino por los 
demás, al haberse sometido a restricciones, como la dieta, o a manipulaciones o 
técnicas quirúrgicas-como la cirugía plástica- para conseguir la aceptación del 
otro. La presión social entonces es para efectuar las necesarias transformaciones 
para alcanzar el cuerpo perfecto. Esta construcción social del cuerpo femenino es 
concebida como un cuerpo para el otro, tendiente a minusvalorar a la mujer en sí 
misma, por lo que será proclive a mostrar comportamientos, tendientes a modular 
cuerpos estereotipados. 
 
 
 
 
26 
 
2.4 El culto al cuerpo en México: El ideal de belleza 
 
Los movimientos sociales que construyen nuestra identidad nacional también 
promovieron estereotipos y arquetipos de lo masculino y lo femenino. Esta 
identidad trasciende el nivel de clases y castas y produce un sistema cultural de 
información que incorpora significado histórico y cohesión social, logrando que la 
ciudadanía mexicana asimile, socialice y se identifique entre sí, creando un Yo o 
Self colectivo que puede ser llamado incluso a ser defendido con nuestra propia 
vida. En esta representación colectiva de Identidad Nacional, se asientan las 
posesiones y patrimonio históricos como son el territorio y la cultura. A través de la 
construcción de esta identidad se revisan tres propósitos básicos de control del 
Estado: la estandarización de prácticas y comunicación de normas, la construcción 
de la homogeneidad y la delimitación de la originalidadcultural. En la construcción 
de este nacionalismo se recurre al cuerpo de la mujer para construir imágenes 
arquetípicas de identidad como un marcador múltiple y adaptable (Gutiérrez, 
2004). 
 
Ya en la época del porfiriato se exalta a la mujer como simbología nacionalista, en 
donde hay el estereotipo de que la mujer era igual a sumisión, dependencia y 
doméstico, por lo tanto las ideas de feminismo que llegaban de otros países, 
contradecía el ideal de mujer mexicana, y destruía por lo tanto el “regalo nacional”, 
viéndose como un peligro que se divulgaran las ideas de liberación femenina. 
Es a partir de 1925 cuando los cánones de belleza femenina dan un giro 
importante, con la desaparición total del corsé que se usó casi 4 siglos y usado 
principalmente por las mujeres de la burguesía, la mujer comienza a mostrar su 
cuerpo de otra manera. En este año aparecen por primera vez la moda en la que 
se apunta una estilización progresiva, se acortan los vestidos, se enseñan las 
piernas y hay una supresión de curvas. Coincide con la incorporación de la mujer 
al deporte en la alta burguesía y comienza la moda de mujeres delgadas que 
incluso se vendaban el pecho para iniciar el sutil camino a la androginia. 
 
27 
 
Estos estilos no eran una liberación femenina en sí misma, sino había que 
construirse nuevos patrones de belleza en los que la imagen de lo femenino, no 
había cambiado. Esto se revisa en las revistas dedicadas a las mujeres de clase 
media y alta y circulantes en nuestro país, en donde se transmitía lo esperado 
sobre el deber ser de lo femenino, puesto que en los años 30 y 40 el ideal 
transmitido era de una mujer volcada al cuidado de su esposo, hogar e hijos, 
cuidando la moda y la apariencia, y que poseía atributos como la sumisión, 
abnegación, sufrimiento. Se combatía la existencia de un mundo posible fuera de 
casa para la mujer, en el hogar era “la reina” y, aunque había novelas cortas que 
se incluían y que daban un panorama de diversos aconteceres nacionales y 
mundiales, como la misma Segunda Guerra Mundial, estas novelas siempre 
tenían un sesgo romántico. Desde los años 30 a los 50 en estas revistas se 
menciona que el marido debería ser el eje de la existencia del hogar y la mujer 
solo tendría valor en su rol de madre y esposa, quien tenía la responsabilidad de 
la educación moral de los hijos. 
 
El que la mujer se insertara en el trabajo fuera de casa no era recomendable, pues 
se desatendería la esencia femenina, y si bien ya con los movimientos feministas 
se hablaba en otros escenarios sobre liberación de estos estereotipos, se 
mencionaban en estas revistas los efectos desastrosos que podía acarrear a la 
sociedad y a la pérdida de la feminidad. La mujer era concebida como inferior al 
hombre, por eso ocupaba su protección y cuidado, su mérito o valor estaba en 
función a ser un vientre fértil. El valor de la belleza también era importante, por lo 
que tenían que buscar a través del maquillaje y moda, la apariencia que les 
dictaban a través de estos cánones (Montes de Oca, 2003). Debemos recordar 
que la imagen de belleza femenina correspondía a un modelo “americano”: rubias, 
voluptuosas y sensuales, como Ava Gardner, Marilyn Monroe y Jane Mansfield, 
cuyo cuerpo era con busto generoso, cintura estrecha y caderas amplias, cuerpo 
que debería ondular al caminar en altos tacones, modelos que transmitían 
imágenes del ejercicio de la sexualidad. Pero había otro modelo en contraposición, 
más rectilíneo, que era el de Grace Kelly y Audrey Hepburn, más delgadas y 
28 
 
asociadas a actitudes “aristocráticas”, por lo que éstas últimas estaban asociadas 
a mayor éxito en el escalamiento social (Toro, 2008). 
 
En los años 40’s al hacerse un referente de la identidad nacional mexicana, aún 
podemos encontrar imágenes de la Patria -en los lienzos de los pintores y los 
cromos que había en las revistas y libros de circulación nacional- en donde se 
recrea la imagen de cuerpos voluptuosos estilo hollywood adaptado a mestizas 
morenas, en donde se reflejaba misterio y sensualidad, provocando ideas de que 
la mujer pudiera ser ahora un símbolo sexual como Marilyn Monroe o Ava Gadner, 
este símbolo sexual era asociado a un papel específico de Patria, transmitiendo 
así de que no se podía disponer individualmente de este cuerpo, dadas las 
restricciones culturales al ejercicio de la sexualidad en las mujeres, sin traicionar al 
mismo pueblo de México. Por lo tanto al ser influenciados por la industria 
cinematográfica americana, en nuestro país, se empiezan también a producir los 
modelos de “buenas y malas” como María Félix, en contraposición a la imagen de 
Libertad Lamarque, que ejercieron su propia impronta en la imaginación del “deber 
ser” femenino mexicano. Como poco a poco las mujeres se asocian a través del 
convencionalismo de su mismo ámbito doméstico, por su acceso a la educación y 
a los medios de comunicación, inician redes sociales que se cuestionan visiones e 
interpretaciones. Ser mujer es el significante de una colectividad: las mujeres 
simbolizan el honor nacional y colectivo, por lo que si hacen uso de su cuerpo y su 
sexualidad, será un mal al Estado, es cierto, pero también se cuestionan el rol de 
“reinas del hogar” en donde no había un más allá que alcanzar, sólo el sufrimiento 
sería el destino. 
 
En los años sesentas la creciente ola contracultural jipi ejemplificó el rechazo de 
los valores consumistas del industrialismo avanzado: la distribución masiva de los 
anticonceptivos resignificó la potencialidad de sexualidad de las y los jóvenes y 
por ende, de la apropiación del propio cuerpo. Las feministas impugan los 
contenidos androcéntricos estructurales, institucionales e ideológicos de la 
sociedad tradicionalista y delinean estrategias para la consolidación de un nuevo 
29 
 
discurso que articula la libertad, autonomía, la subjetivación, la equidad y la 
justicia, como una nueva manera de concebir el ser humano y organizar su 
cotidianeidad. La actividad social cotidiana transforma la manera que concebimos 
al individuo y su relación con la pareja, la familia, la comunidad y el entorno, de 
esta forma se estructura en el inconsciente colectivo, dando forma a las reglas y 
recursos para la reproducción social, facilitando la continuidad de la personalidad 
del sujeto que reproduce (Giddens 2003). 
 
El movimiento estudiantil del 68 fue uno de los factores más influyentes en la 
constitución y consolidación estos movimientos para replantearse la construcción 
de identidades libres de estereotipos, ya que se nutrieron de ejercicio democrático 
y de organización de un movimiento contestatario. Pero aún así, con las nuevas 
ideas, las mujeres al mismo tiempo, dentro de este movimiento, vieron su propia 
subordinación a los líderes varones, haciendo evidentes las contradicciones ante 
los supuestos marianistas -representados en el culto a la Virgen de Guadalupe- 
de la feminidad de la abnegación, sumisión, sufrimiento solitario y dependencia. Lo 
que propició que se trasladaran a movimientos de pequeños grupos de 
conciencia, legitimando nuevas representaciones de la feminidad a partir de 
premisas de horizontalidad y equidad. De esta forma, el movimiento feminista 
mexicano tiene puntos de coincidencia con el surgimiento mundial: un origen 
urbano, una cultura universitaria y un desencanto por el escaso margen de 
participación femenina en el ámbito público (Maier, 2008). 
 
Estos movimientos feministas por lo tanto eran vistos como una traición a la patria, 
y no solamente como un pecado familiar o individual, aún en los años 70´s el 
símbolo de Mujer Patria que se revisa en los discursos del estado y los libros de 
texto, es una leyenda de mujer devota y paciente que orienta y protege, pero 
también evoca el miedo ancestral a la naturaleza, como la leyenda de los volcanes 
Popocatépetl e Iztaccíhuatl, que puedendespertar y hacer daño; daño que podría 
hacerse si la mujeres asumieran una identidad propia. Por tanto se insiste en que 
el cuerpo femenino se idealice, despojándolo de ideas propias, a través de buscar 
30 
 
introyectar en la subjetividad femenina, exageraciones y bellezas imposibles de 
alcanzar (Gutiérrez, 2004). Esto se observa en los modelos ideales de belleza tipo 
Twiggy, en donde la delgadez era lo imperativo social (Toro, 2008), coexistente 
con la idea de las “chicas malas” como se observa en la revista de Playboy, 
puesto que son mostradas como mujeres con busto voluminoso y caderas 
estrechas. Iniciando la generación de mitos para alcanzar la belleza ideal, 
transmitidos en todos los medios de comunicación posibles (Márquez y Jaúregui, 
2006). Algunos de los mitos que se tienen, enuncia Toro (2008), son los 
siguientes: 
 Cualquier grasa en la comida es mala 
 La redondez no es saludable 
 La delgadez es saludable 
 La gordura o la grasa puede perderse rápidamente y sin peligro 
 Existe grasa especial, femenina, llamada “celulitis” 
 La grasa de la celulitis está causada por toxinas 
 Se puede reducir la gordura de una parte concreta del cuerpo, 
particularmente de caderas y muslos 
 Ciertos alimentos o ciertas combinaciones de alimentos pueden activar el 
metabolismo y acelerar la pérdida de peso 
 Hacer dieta es una actividad saludable 
 
Estos mitos, auspiciados por las industrias multimillonarias de la belleza, van 
cambiando la imagen de que la mujer; no debe ser solo bella, sino tiene que hacer 
todo lo posible por mantenerse en este modelo de delgadez, propiciando que se 
sometan las mujeres a todo tipo de tratamientos e intervenciones para alcanzar 
este ideal. Como nos comentan, Márquez y Jaúregui (2006) y Urbón (2005) se 
propone no el estar acordes a una vida saludable, sino a un estilo de vida de 
consumo de productos milagrosos y “naturales para adelgazar”, el de cremas para 
rejuvenecerse y no el sólo hacer ejercicio, sino buscar la cirugía estética. 
 
31 
 
Esta moda se asocia a partir de los años ochentas, y las mujeres consideran que 
el éxito social y autoestima, está en relación a que se asemejen a este ideal de 
belleza. La publicidad está dirigida a que se privilegie a la fuerza de voluntad como 
el elemento que permitirá alcanzar estos ideales que perduran hoy en día. El 
ingreso de la mujer a los espacios públicos como el mercado de trabajo y las 
universidades, significó formas más prácticas del arreglo femenino, lo belleza es 
salud y la salud es belleza, como se dice en los programas radiofónicos actuales, 
en donde se hace constantes alusiones de lo que la mujer debe o no ser, 
ofreciendo “consejos” de lo que debe ser importante para una fémina, aunque 
tengan mensajes contradictorios a su realización como persona (Córdova, 2007). 
Jáuregui (2003), considera que esta publicidad puede llegar incluso a crearnos 
trastornos de imagen corporal o trastornos alimentarios. Así también refiere que 
tenemos diferentes mecanismos subjetivos para analizar la información incesante 
publicitaria: la capacidad de simbolización, que es la que nos permite crear una 
representación del ideal de belleza que la cultura nos introyecte, la capacidad 
autorreguladora y la capacidad de autorreflexión, estos mecanismos nos permiten 
que, dependiendo de nuestra construcción de procesos de identidad, asociemos a 
la capacidad que tengamos de supervisar, actuar y adecuar nuestras ideas y 
comportamientos con el logro del éxito social, que es otro mito incrustado en el 
estilo de vida que la posmoderna sociedad globalizada, exige. 
 
2.5 La deformación de la imagen corporal 
 
El concepto de imagen corporal tiene como antecedentes el género, la edad y la 
clase social, hay una relación para esta construcción subjetiva del cuerpo, sus 
medidas antropométricas o cuerpo real, que es el sustrato primario de la imagen 
corporal, pero este cuerpo real es percibido como satisfactorio o no y con 
autoevaluación de sus atributos; es comparado a un cuerpo ideal en donde se dan 
estándares y estereotipos de belleza que le darán la apreciación de atractividad, 
amor y éxito. La definen Gómez-Peresmitré, Saucedo y Unikel (2001, p.274). 
como: 
32 
 
Una configuración global, un conjunto de representaciones, percepciones, 
sentimientos y actitudes que el individuo elabora sobre su cuerpo durante 
su existencia a través de ciertas experiencias”, entre ellas, la sensación 
del cuerpo que se tiene desde la niñez más temprana y que se modifica 
continuamente a lo largo de la vida como consecuencia de cambios físicos 
y biológicos, por la enfermedad, el dolor, el placer y la atención. Asimismo 
el cuerpo percibido tiene como referente normas de belleza y de rol, por lo 
que la imagen corporal es casi siempre una representación evaluativa. 
 
Raich (2004) comenta que la imagen corporal es un concepto que se refiere a la 
manera en que uno percibe, imagina, siente y actúa respecto a su propio cuerpo, 
y se consideran aspectos perceptivos, aspectos subjetivos de satisfacción e 
insatisfacción, preocupación, evaluación cognitiva, ansiedad y aspectos 
conductuales. El componente perceptual está en relación a la precisión con que 
aprehende el tamaño corporal, y puede haber una sobre o subestimación de este 
tamaño. El componente subjetivo incluye actitudes, sentimientos, cogniciones y 
valoraciones que despierta el cuerpo, y por último, en el componente conductual, 
se pueden dar comportamientos como la exhibición o evitación de situaciones de 
exposición del cuerpo. 
 
Estas ideas tienen como base la socialización de los padres, pares, y medios de 
comunicación. Los tres cuerpos: ideal, percibido y real, nos van a dar esta imagen 
corporal que incluye los sentimientos, actitudes, percepciones, evaluaciones y 
experiencias que conforman la representación del propio cuerpo, así, el cuerpo 
imaginario puede tener una ruptura patológica con el cuerpo real, ya que hay una 
distorsión corporal con relación a sus medidas antropométricas. Sus alteraciones 
son la sobreestimación, subestimación y distorsión corporal. 
 
Definen Llorca, et al. (2010) esta disconformidad con el propio cuerpo, como el 
malestar producido por la percepción de la imagen corporal y por su evaluación 
estética subjetiva, que tiene una discrepancia entre el cuerpo percibido y el cuerpo 
33 
 
ideal. Esta insatisfacción corporal puede ser fuente de preocupaciones y angustias 
que llegan a desembocar en una disminución de la autoestima o la aceptación 
personal, generando dificultades que pueden llegar a distorsionar la percepción 
del propio cuerpo e iniciar una serie de estrategias, como dejar de comer, realizar 
ejercicio excesivo o someterse a tratamientos estéticos, para alcanzar la imagen 
corporal soñada, poniendo en grave peligro la salud física y psicológica. 
En diferentes estudios en México, en sujetos desde edad escolar primaria hasta 
licenciatura, Gómez-Péresmitré, Saucedo y Unikel (2001), refieren que a medida 
que avanza la edad hay mayor insatisfacción sobre el cuerpo, una preferencia 
marcada por una figura más delgada que la actual, y que no hay diferencia de esta 
tendencia entre estratos socioeconómicos. El prototipo de la mujer bella en México 
es una mujer joven con edad promedio de 25 años, entre 21 a 28 años, con peso 
inferior al normal. Para los hombres el ideal de belleza es de 23 a 30 años 
poseedor de un peso normal. De acuerdo con la tendencia teórica-práctica, en 
adolescentes se espera que tengan un ideal todavía de peso más bajo tendiente a 
emaciación (peso muy por abajo del normal). Vázquez, Álvarez y Mancillas (2000) 
también encontraron que había una preferencia a rechazar en ser obesos y que 
las jóvenes mexicanas son más susceptibles a guiarse por modelos estéticos que 
le son presentados por los medios masivos de comunicación. Un hallazgo 
relevante es que,en relación a la satisfacción corporal, se encuentra como lo 
culturalmente aceptado o esperado en nuestras mujeres mexicanas. El no 
quejarse de algo tan privado como es la forma del propio cuerpo, pero cuando se 
les confronta con imágenes ideales, se encuentra el deseo de pesar menos. Por lo 
tanto en nuestro contexto cultural lo “normativo” para la mujer es estar “satisfecha” 
con el cuerpo, sin embargo según los estudios, hay una insatisfacción cualitativa 
acerca del mismo cuerpo y las mujeres expresan no estar satisfechas con el 
cuerpo que tienen. 
 
Goméz-Peresmitré y Acosta (2002) encontraron que las adolescentes mexicanas 
comparativamente con las españolas, tienen un ideal compartido de belleza 
relacionado a la esbeltez, por lo que se asocia la presencia de este modelo ideal 
34 
 
compartido, con la transculturización que se tiene con el vecino país de Estados 
Unidos. 
 
Corti (2005) comenta los resultados de una encuesta en EEUU, publicada en el 
Psichology Today, a 30.000 personas en donde un 93 % de mujeres y un 82 % de 
los varones están preocupados por su apariencia y trabajan para mejorarla en 
seguimiento a las tendencias publicitarias y las modas, provocando en todos los 
estratos sociales la inclinación por recurrir a dietas, cirugías y a enfermarse por el 
deseo de tener el cuerpo perfecto que está definido por estas tendencias 
publicitarias. 
 
En un estudio elaborado en las zonas rurales de México, Pérez-Gil y Romero 
(2010) encontraron que las mujeres también tienen una distorsión de la imagen 
corporal. Se evidencia por la sobreestimación de su tamaño y se vincula a una 
insatisfacción corporal, que es la base de las prácticas alimentarias de riesgo, con 
tendencia a tener un anhelo por un cuerpo delgado. El ser obesas la perciben 
como un estigma social. En los estudios efectuados en población mexicana por 
Unikel, Bojórquez y Chapela (2004), Unikel y Gómez-Peresmitré (2004) y Saucedo 
y Unikel (2010) informan que se puede derivar en patología de las conductas 
alimentarias, la insatisfacción que se tiene por el cuerpo percibido. Los factores 
que propician estos trastornos son de carácter individual, psicosocial y cultural; 
encontrando en estos últimos factores los ideales culturales de belleza y la actitud 
de la familia hacia el peso corporal. Concluyendo que la insatisfacción con la figura 
y el peso corporal así como práctica continuas de dietas, son precursoras de una 
morbilidad en trastornos alimentarios como la anorexia y bulimia, y que la 
influencia del modelo estético corporal que se define a través de la delgadez y las 
creencias sobre la obesidad, pueden propiciar un trastorno alimentario en 
personas que definen su autoconcepto en la forma y peso corporal. Así también 
hacen alusión a definir que los trastornos no son categóricos, sino se dan en un 
continuo, en donde hay un proceso que inicia con la insatisfacción por su cuerpo 
vivido y percibido diferente al ideal construido, pasando a hacer una distorsión de 
35 
 
imagen corporal y resultando, si se continua con esta línea de comparación e 
identificación, hasta un trastorno ya sea de conducta alimentaria o bien de tipo 
somatomorfo, como el Trastorno Dismórfico Corporal. 
 
Estos aspectos de autocategorización del yo y el autoconcepto, la conformación 
de identidades sociales a través de grupos de referencia, así como el sufrimiento 
por no alcanzar el “deber ser” de los ideales formados, es revisado con frecuencia 
en los y las pacientes que acuden a consulta clínica psicológica1; no por identificar 
que tienen un problema sobre insatisfacción por su cuerpo, sino que en las 
entrevistas se identifican procesos de crisis, en relación a no cumplir con las 
expectativas que la sociedad le conforma, provocando sentimientos de 
inadecuación, culpa y vergüenza, que les lleva a relaciones interpersonales 
conflictivas y estados depresivos. 
 
En general en México se establece que los trastornos mentales con mayor 
prevalencia son el abuso y dependencia al alcohol, entre los hombres, y la 
depresión, entre las mujeres. Sin embargo, por los cambios en el perfil 
epidemiológico y por la transición demográfica se espera que en el futuro próximo 
la carga de los trastornos mentales aumente debido al incremento del abuso de 
drogas (Cámara de Diputados LIX Legislatura). 
 
De acuerdo a las estadísticas nacionales en México, los trastornos mentales y de 
la conducta constituyen el 13% de la carga global de la enfermedad que presentan 
los habitantes de nuestro país. (Gobierno Federal, 2008).Sin embargo por los 
prejuicios sobre la salud mental y la saturación de los sistemas de salud, solo el 
13.9% de los hombres y mujeres con depresión -trastorno que es considerado 
como el de mayor incidencia a nivel mundial- y que cubrían los criterios 
establecidos para este trastorno por el Manual Diagnóstico y Estadístico de los 
Trastornos Mentales (DSM-IV-TR) buscaron ayuda. Ahora bien, recordando que 
 
1
 Observaciones derivadas de la experiencia profesional personal. 
36 
 
en nuestras comunidades de niveles socioeconómicos medio y bajo, 
específicamente las zonas rurales, los médicos de primer nivel de atención son la 
fuente de ayuda para esta población, se puede considerar la posibilidad de que los 
trastornos de la salud mental pueden ser subregistrados ya que se confunden, por 
ejemplo los trastornos de dismorfia corporal, con anorexia o trastorno obsesivo 
compulsivo. Aún así, ya se tienen cifras de que el 42% de las personas aquejadas 
por trastornos de ansiedad o afectivos reportaron haber hablado de sus problemas 
con un médico general. El 42% de mujeres y 36% de hombres han consultado a 
un psicólogo por los trastornos antes descritos, constituyendo la segunda fuente 
de consulta (Gobierno Federal, 2008). 
 
En relación a los egresos hospitalarios por causas de trastornos mentales, se tiene 
que en 2001 se tenía en promedio de estancia de 5 días y que el .078% de estos 
egresos eran diagnósticos relacionados con el estrés, trastornos neuróticos y 
trastornos somatomorfos (Gobierno Federal, 2008). 
 
En investigaciones realizadas en zonas rurales en México, constatan Snyder, 
Diaz-Perez y Ojeda (2000) que el 15.5% de la población presentaba trastornos 
nerviosos, y por género el 20.8% de la población femenina así como el 9.5% de la 
masculina referían síntomas psicológicos y somáticos significativos. Esto nos 
habla de que la salud mental es un indicador en general del desarrollo de nuestro 
país, pero también de sus carencias y necesidades de análisis y respuesta a la 
problemática (Nunes, García y Alba, 2006). 
 
En Nayarit, como en el resto del país, no se tiene definida la prevalencia de 
algunos trastornos como el Dismórfico Corporal, encontrando datos sólo 
relacionados con Trastornos de la Conducta Alimentaria, en donde reseña los 
Servicios de Salud en Nayarit (2010) en 2008, 61 casos y en 2009, 73 registros de 
estos padecimientos. 
 
 
37 
 
2.6 Insatisfacción de la imagen corporal y el Trastorno Dismórfico Corporal 
 
El trastorno Dismórfico Corporal (TDC) fue revisado en 1886 por Morselli como 
dismorfofobia (Yaryura, et al., 2003) y describe la convicción irracional de ser 
anormal y miedo a las reacciones de los demás. Es una preocupación exagerada 
que produce malestar por algún defecto físico imaginario o extremo de la 
apariencia física (Philipps, 2004; Grant y Phillips 2005). Este trastorno se 
diferencia de la insatisfacción corporal por tener la característica de ser 
incapacitante. El trastorno comprende aspectos perceptivos, cognitivos y 
conductuales. Mora y Raich (2004) concluyen que no toda insatisfacción corporal 
y preocupación por el cuerpo constituyen alteraciones de la imagen corporal 
clínicamente significativas puesto que sólo el 4% de las mujeres y el 1 % de los 
hombres que

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