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Universidad Nacional Autónoma de México
Facultad de Psicología
Maestría en Psicología
Residencia en Psicoterapia para Adolescentes
“El espacio terapéutico como posibilidad de reparar las fallas en las
relaciones objetales primarias”
Reporte de experiencia profesional para obtener el grado de Maestría en
Psicología
Presenta: Carla Hadad Bellamy
Tutor: Dra. Ana María Fabre y Del Rivero
México, D.F. de 2013
 
UNAM – Dirección General de Bibliotecas 
Tesis Digitales 
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A mis padres, Cecilia & Jorge, que me dieron la vida y me han permitido vivirla con
libertad, siempre protegida por su apoyo, su confianza y su inmenso amor.
Agradecimientos
A Manuel por ser el mejor compañero para disfrutar la vida, por hacerme inmensamente
feliz y compartir conmigo los éxitos, los fracasos, los sueño y el futuro.
A mi hermano Jorge por crecer a mi lado, compartir la infancia y el porvenir y por ser un
hermano y un amigo incondicional.
A Pebes, por ser la mejor amiga y hermana que la vida me pudo dar, gracias por
conocerme y dejarme conocerte más allá de las palabras.
A toda mi familia y amigos, por ser una enorme y resistente red que amortigua cualquier
caída y enriquece los buenos momentos.
A mis abuelos, que ya no están con nosotros, pero me acompañan en cada momento,
siempre presentes y siempre amorosos con su ejemplo inquebrantable.
A la Dra. Ana María Fabre por construir conmigo el presente trabajo, por compartir
conmigo su inmenso conocimiento y experiencia, siempre con una taza de café y su
inmensa sensibilidad.
A la Dra. Bertha Blum, Bony, por luchar por un espacio para pensar el psicoanálisis y
hacerlo con tanto amor y calidez.
A la Mtra. Ana Lourdes Trejo por su lectura y valiosas aportaciones a este trabajo, así
como por todo el conocimiento teórico, clínico y ético que compartió con nosotros en el
aula.
A todos los profesores de la Residencia en Psicoterapia para adolescentes por llevar a
cabo la ardua y valiosa tarea de formar terapeutas con sólidos conocimientos teóricos y un
claro sentido de la ética y la importancia de nuestro trabajo.
A Rodrigo, Christian y Héctor, por su amistad, por recorrer juntos este camino de
aprendizaje e introspección, gracias por las pláticas, las discusiones y las sesiones de
análisis gratis.
A mis pacientes, por permitirme aprender tanto de ellos y de la vida.
Índice
I. Introducción…………………………………………………………………………..…1
II. Marco Teórico…………………………………………………………………………...3
2.1 El proceso adolescente…………………………………………………………….3
2.2 La reactivación de la infancia en la adolescencia…………………………………7
2.3 La teoría del apego………………………………………………………………..14
2.4 Las relaciones objetales primarias………………………………………………...18
2.4.1 Definición…………………………………………………………..18
2.4.2 La relación con la madre…………………………………………...22
2.4.3 La posición depresiva y la posición esquizo-paranoide……………26
2.4.4 El proceso de reparación……………………………………………29
2.4.5 Los objetos transicionales…………………………………………..31
2.4.6 Las fallas en las relaciones objetales……………………………….34
2.5 El proceso terapéutico…………………………………………………………….37
2.5.1 La psicoterapia psicoanalítica……………………………………….37
2.5.2 La psicoterapia psicoanalítica con adolescentes…………………….43
2.5.3 La transferencia……………………………………………………...44
2.5.4 El espacio terapéutico como continente……………………………...48
III. Metodología de Trabajo……………………………………………………………….52
3.1 Objetivos del trabajo………………………………………………………………..52
3.1.1 Objetivo general……………………………………………………...52
3.1.2 Objetivo específico…………………………………………………..52
3.2 Participante………………………………………………………………………….52
3.2.1 Historia Clínica………………………………………………………53
3.3 Escenario………………………………………………………………………………60
3.4 Procedimiento…………………………………………………………………………61
IV. Resultados……………………………………………………………………………...63
V. Discusión………………………………………………………………………………..63
VI. Bibliografía…………………………………………………………………………….81
I. Introducción
El Reporte de Experiencia Profesional es uno de los requisitos que establece el
Programa de Maestría en Psicología para obtener el título de Maestro en Psicología y tiene
como propósito la presentación de un informe que integra la información teórica revisada
durante la Residencia, así como los conocimientos prácticos obtenidos y supervisados en
escenarios.
La práctica clínica realizada en una Preparatoria perteneciente a la Universidad
Nacional Autónoma de México pone en práctica habilidades profesionales fundamentales
en el ejercicio de la psicología clínica, como son: la entrevista, el diagnóstico, la
intervención y evaluación. Siempre apuntaladas en sólidos conocimientos teóricos y la
supervisión de los casos.
El presente trabajo representa el caso clínico de un adolescente de 17 años con quien
se trabajó bajo la modalidad de intervención terapéutica, desde el marco del psicoanálisis.
El objetivo de este reporte se fundamenta en la hipótesis del espacio terapéutico como la
posibilidad de reparar las fallas en las relaciones objetales primarias. Por ello, se
presentarán los fundamentos teóricos, la historia clínica del paciente y la metodología
empleada para concluir que el vínculo terapéutico sustituyó algunas carencias yóicas y
emocionales, producto de relaciones familiares rotas e inconstantes.
El marco teórico es un recorrido que inicia con el proceso adolescente y su relación
con aspectos de la historia infantil, para llevarnos a la relación fundamental del ser humano,
la relación con la madre, revisada desde la Teoría del Apego y la Teoría de las Relaciones
Objetales. En un segundo momento se presentarán los elementos vitales del proceso
2
terapéutico, desde la psicoterapia psicoanalítica con adolescentes, incluyendo la
transferencia y el vínculo terapéutico como los pilares fundamentales en el tratamiento de
un paciente con depresión a partir de carencias en las relaciones objetales primarias.
En la Metodología de Trabajo se especifican los objetivos, se presenta la historia
clínica del paciente, se describe el escenario y procedimiento de la intervención terapéutica
y finalmente se presentan los resultados y discusión del caso.
3
II. Marco teórico
2.1 El proceso adolescente
Al igual que el vientre materno, el refugio de la infancia ha quedado atrás. Es hora
de ser hombre e ingresar al mundo de los adultos. Se debe renunciar a la seguridad del
mundo infantil y afrontar un mundo extraño y hostil. Pero el mundo de los adultos es
desconocido, el adolescente no sabe cómo llegar y el adulto no sabe recibirlo.
En palabras de Milan Kundera, en su obra “La vida está en otra parte” (1982):
“Dentro del mundo inmaduro queda durante mucho tiempo la añoranza de la
seguridad y la unidad de aquel mundo que él solo llenaba por completo dentro de la
madre y permanece dentro de él la angustia (o el enfado) contra el mundo adulto de
la relatividad, en el que se pierde como una gota en el mar de lo ajeno.” (p.276)
Es difícil determinar en donde empieza y en donde termina la adolescencia, ya que
esto varía de acuerdo con factores culturales y sociales. De acuerdo con la Organización
Mundial de la Salud, la adolescencia es el periodo de la vida humana que comprende de los
10 a los 19 años, y la juventud abarca de los 15 a los 24 años. Los límites de las etapas de la
vida son una referencia, pero en mi opinión deben tomarse sólo como una guía que resulta
útil para cuestiones demográficas,programas sociales y políticas de salud pública, entre
otros.
Entonces, ¿dónde se pueden marcar los límites de la adolescencia? Me parece que
más allá de plantearnos dichos límites en términos cronológicos, debemos de considerar los
cambios que ocurren en el cuerpo y mente adolescente y la dinámica caótica que esto
4
genera, con el fin de lograr determinar dicha etapa del desarrollo humano en términos
físicos, conductuales, cognitivos y emocionales.
El inicio de la adolescencia está impulsado por cuestiones biológicas. La producción
hormonal da pie a una serie de cambios en el cuerpo del ser humano, aparecen los
caracteres sexuales secundarios, dando así inicio a la época reproductiva.
Dichos cambios fisiológicos causan en el ser humano una absoluta revolución, hay
un cambio en su percepción corporal, están en un cuerpo que no reconocen y por tanto no
saben cómo reaccionar ante él. Lo mismo les ocurre con el resto del mundo, todo lo que
conocían ahora parece distinto, el mundo externo, incluido los padres, la escuela, las reglas,
las conveniencias sociales, son vividas por el adolescente como imposiciones que lo
invaden.
Los cambios biológicos son sólo el detonador, pero son acompañados por
alteraciones emocionales y de personalidad que llegan a tal nivel de complejidad que se le
ha llegado a considerar o confundir con estados patológicos, tales como: depresión severa,
psicosis y trastornos de la personalidad.
En ocasiones, surge indiferencia en la terminología empleada para referirse a esta
etapa del desarrollo. De acuerdo con Peter Blos (2003) el término pubertad hace referencia
a los cambios fisiológicos y morfológicos provenientes del desarrollo sexual, mientras que
el término adolescencia abarca los cambios psicológicos producto de la pubertad.
De acuerdo con Arminda Aberastury (1988) la adolescencia es una entidad
semipatológica que denomina como “síndrome normal de la adolescencia” y que define
5
como: “Es un periodo de contradicciones, confuso, ambivalente, doloroso, caracterizado
por fricciones con el medio familiar y social.” (Aberastury, 1988, p.16)
Peter Blos consideraba que a lo largo de todo el desarrollo de la personalidad,
surgen angustias, conductas y alteraciones propias de la fase que se experimenta y que
resulta común confundirlas con manifestaciones patológicas. “La adolescencia demuestra
este hecho del modo más terminante, pues en su transcurso ciertas condiciones, al parecer
patognomónicas, no constituyen más que estados transitorios que acompañan a la
reestructuración psíquica.” (Blos, 2003, p.77).
El adolescente debe enfrentarse al mundo de los adultos y desprenderse del mundo
infantil, para ello debe atravesar tres duelos, por un lado, el duelo por el cuerpo infantil, el
duelo por el rol y la identidad infantil y el duelo por los padres de la infancia, esto genera
extrema inestabilidad y desequilibrio. La renuncia al cuerpo infantil, a la infancia y a esos
padres que parecían superhéroes es sin duda dolorosa y el adolescente se queda vacío, sin
saber quién es. Lo único que el adolescente puede hacer es construir su propia identidad, su
propio yo en ese espacio vacío.
La búsqueda de la identidad, que sin duda alguna, constituye la tarea primordial de
esta etapa del ciclo vital, pero dicha labor no es sencilla, el adolescente deberá probar una
serie de identidades, gustos e ideologías hasta encontrar la propia. La búsqueda puede ser
larga y tormentosa antes de que el joven llegue a responder preguntas como: ¿Quién soy?,
¿A dónde voy?, ¿Qué debo hacer? El carácter existencial de estos cuestionamientos, aunado
a la falta de herramientas para resolverlas, hacen de la adolescencia una de las etapas del
6
desarrollo más complejas. Cuando la búsqueda de la identidad culmina, y queda constituida
entonces podemos hablar del fin de la adolescencia.
¿Cómo reacciona el adolescente a la pérdida del mundo infantil? Entran en acción
mecanismos de defensa, el adolescente debe hacer algo ante la impotencia de los cambios
que experimenta y ante el desamparo que le significa renunciar a su rol de niño y a unos
padres idealizados. Es entonces que el adolescente comienza a despreciar a los padres, debe
hacerlo a fin de desprenderse de ellos y encontrar su propio camino. Otra defensa será la
intelectualización, disfruta preguntarse sobre cuestiones filosóficas, tales como el amor, la
libertad y la religión, la intelectualización es solo una defensa ante la imposibilidad de
actuar en el mundo de los adultos, es por lo mismo que se resguardan en un mundo de
fantasía que los protege del mundo adulto que perciben como confuso y agresivo.
Retomando el concepto de “Síndrome de la adolescencia normal” acuñado por
Aberastury y Knobel (1988), encontramos las siguientes conductas como características de
la adolescencia: búsqueda de la identidad, necesidad de agruparse, tendencia a
intelectualizar y fantasear, crisis religiosas, desubicación temporal que lleva al uso de
pensamiento primario, desarrollo sexual, actitud antisocial, contradicciones sucesivas,
separación paulatina de los padres y fluctuaciones del humor y el estado de ánimo.
En el momento en que los adultos podamos entender que todas estas conductas son
manifestaciones normales del proceso adolescente, y sobre todo, que tienen un origen y una
función, podremos entender a los adolescentes desde otro lugar y podremos acompañarlos
en la búsqueda de su identidad y en la construcción de una vida adulta satisfactoria.
7
2.2 La reactivación de la infancia en la adolescencia
“La edad adulta es la última oportunidad para cumplir los planes que uno fraguó de
niño. Hazañitas que tiene toda la vida para intentar, y al cabo es menos tiempo del
que cree. Para algunos, acaso los que piensan que no hay año que pase sin
corromper a quien lo sobrevive, conservar pensamientos o anhelos o actitudes de la
infancia equivale a una forma de retardo mental. Hay que ir hacia adelante y con
premura, nos alertan sus ojos de impaciencia desorbitada y cosquilluda. Una
persona adulta espera que a otra persona adulta no se le ocurrirá cometer una
niñería, cual si el origen de los miedos más hondos e irracionales no se escondiera
en los primeros años. Para un adulto no suele ser difícil robarse un animal pequeño
y encontrar una forma de esconderlo. Para un niño es un acto temerario, y luego
insostenible. No sobran los recursos a esas edades. Tal vez la gran coartada de las
niñerías sea el escaso alcance que se les concede. Se supone que deben ser cortas y
fugaces; como si no pudieran, igual que cualquier monstruo, fantasma o demonio,
crecer y madurar, y el día menos pensado regresar al ataque, como un ajedrecista
rencoroso que sabe que hay partidas que jamás se terminan de perder. Aquí estoy,
¿me recuerdas? Soy la osadía postergada de siempre. ¿Puedo pasar o quieres que te
siga esperando allá afuera?
(Velasco, Puedo explicarlo todo, p.118)
En un intento por entender nuestra propia existencia, el ser humano busca explicarse
su vida en términos de tiempo, es decir, ordenar los sucesos significativos de su vida de
manera cronológica, con el fin de encontrar una secuencia que determina ciertos eventos
8
como causas y otros como efectos. Bianchi (1991) consideraba que: “Una experiencia, un
suceso, un acontecimiento dejan su marca en tanto son significativos, y algo se vuelve
significativo en relación con lo ocurrido antes del suceso, o a lo que ocurrirá más tarde.”
(p.266)
El anterior planteamiento nos lleva a pensar que se da una significación causal, en
donde el evento ocurrido constituye la causa de aquel evento que ocurrirá posteriormente.
De acuerdo con Bianchi, esta forma secuencial de entender la realidad, “serie histórica”,
tiene una excepción, la repetición. Esta se presenta cuando existen espacios vacios en la
historia del sujeto. De una u otra manera, el sujeto debe ser capaz de “enlazar en su
memoria las significaciones que atañen al origen de suexistencia y al deseo de aquellos que
la determinaron…” (Bianchi, 1991, p.268).
En su texto “Recordar, repetir y reelaborar”, Freud (1914) afirma que aquello que el
paciente no puede recordar, lo reproduce a manera de acción, es decir, lo repite, de manera
inconsciente, “…equivale a convocar un fragmento de vida real…” (Freud, 2005, p.153).
Esta repetición de lo olvidado, de lo reprimido, de lo insoportable, se repetirá
irremediablemente hasta que el paciente pueda recordar aquel suceso y reelaborarlo, es
decir, pudiéndolo engarzar e su serie histórica.
Es por lo anterior, que el psicoanálisis, necesariamente, regresa sobre sus pasos la
vida del sujeto. En el caso de la adolescencia, el camino por retroceder es corto pero
fundamental y nos permite entender el objetivo primordial del adolescente, la búsqueda de
la identidad, que de acuerdo con Knobel (1988) se apoya en las relaciones parentales que se
establecieron en la infancia, en ese sentido, el psicoanálisis considera que la adolescencia es
9
sin duda una reactivación de los conflictos infantiles. Aquello que no haya sido resuelto o
elaborado en los primeros años de vida, retornará con fuerza durante la adolescencia,
periodo en el que dichos conflictos tendrán una “segunda oportunidad” de elaborarse. De
no ser así, continuaran repitiéndose por el resto del desarrollo del sujeto.
Con el fin de profundizar y ejemplificar la recurrencia de los conflictos a lo largo de
las distintas etapas de la vida, recurriremos a “La teoría del desarrollo psicosexual” de
Freud y “Las ocho edades del hombre” de Erikson.
En cuanto al desarrollo psicosexual, Freud consideraba que había cinco etapas que
el infans debía atravesar a fin de alcanzar el desarrollo genital. Dichas etapas son: la etapa
oral que corresponde al primer y segundo año de vida y constituyen el primer paso en la
evolución de la personalidad y se caracteriza por la satisfacción libidinal a través de la
boca. En esta etapa es trascendental la presencia, ausencia y cualidades del
amamantamiento y la alimentación.
Entre los dos y tres años la libido se dirige hacia el ano y la satisfacción sobreviene
por la expulsión o retención de la materia fecal, siendo de suma importancia el
entrenamiento para el control de esfínteres.
La tercera fase se denomina etapa fálica, se da entre los cuatro y seis años. En ésta,
la libido está dirigida a los genitales. La importancia de esta etapa radica en que se produce
el Complejo de Edipo (en su versión masculina y femenina).
Posteriormente surge la etapa de latencia, en donde el apetito sexual y los
sentimientos edípicos deben inhibirse como consecuencia de la aparición del superyó. Se da
entre los cinco y seis años y se extiende hasta la pubertad. En la etapa de latencia, los
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instintos sexuales quedan adormecidos y por ello el niño alcanza su mayor desarrollo
intelectual.
A partir de la pubertad se produce la etapa genital, en donde el ser humano debe
superar sus deseos edípicos y reorientarlos a personas fuera del núcleo familiar,
convirtiendo la relación genital reproductora en el objetivo del instinto sexual.
Cada una de las etapas antes mencionadas implica ajustes fisiológicos y psíquicos.
La manera en que cada uno de nosotros atraviesa y elabora estas etapas determina la
personalidad y puede generar fijaciones y regresiones que están presentes por el resto de la
vida. Es decir, que a pesar de estar elaborando una etapa, la fase anterior sigue estando
presente de alguna manera.
Por su parte Erikson (1987), conceptualizaba las etapas del desarrollo humano en
términos de objetivos al que el sujeto se enfrenta y el resultado implica una conducta
adaptativa o desadaptativa, dependiendo de la capacidad del sujeto de enfrentar los retos de
la etapa en curso. Erikson llamaba a esta concepción teórica “Las ocho edades del hombre”
y son las siguientes:
1. Confianza vs Desconfianza: se da en el primer año de vida y consiste en la
capacidad del bebé a confiar en su propio organismo para enfrentar las necesidades
básicas, así como para confiar en sus proveedores. El pequeño debe sentir que hay
una consistencia y continuidad en la relación con la madre o su sustituto.
2. Autonomía vs vergüenza o duda: abarca del año a los tres años. El desarrollo
muscular alcanzado permite al bebé comenzar a desplazarse, esto lo enfrenta con la
posibilidad de poderse alejar de los padres, sabiendo que ellos están ahí,
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protegiéndolo de los peligros y alentándolo a conocer su entorno. En esta etapa
desea hacer las cosas por si mismo pero con ello puede venir el fracaso y la
vergüenza.
3. Iniciativa vs Culpa: se presenta de los 3 a los 5-6 años. Dado el acelerado
desarrollo motriz e intelectual, el bebé comienza a plantearse actividades y metas
que los padres deben estimular. La culpa puede sobrevenir cuando llevan a cabo una
acción que pueden hacer pero no deberían, o por la supresión de los padres ante sus
deseos.
4. Industria vs inferioridad: presente de los 7 a los 12 años, el niño se enfrenta a que
sus deseos deben domesticarse o sublimarse por la vida escolar, aquí se pone en
juego el principio del trabajo y la capacidad de seguir instrucciones sistemáticas y
completar tareas. Puede surgir el sentimiento de incapacidad para enfrentar la tarea,
dejando un sentimiento de inferioridad o inadecuación.
5. Identidad vs confusión de papeles: se desarrolla en la adolescencia e implica la
tarea principal de esta etapa del desarrollo, determinar la identidad propia o quedar
obstaculizado por un sentimiento intenso de confusión.
6. Intimidad vs aislamiento: En la adultez temprana, (20 a los 25 años), las personas
comenzamos a relacionarnos más íntimamente con los demás. Exploramos las
relaciones que conducen hacia compromisos filiales o de pareja a largo plazo. Evitar
la intimidad, temiendo el compromiso y las relaciones, puede conducir al
aislamiento, a la soledad, y a veces a la depresión.
7. Generatividad vs estancamiento: Durante la edad adulta media (25 hasta los 60 años
aproximadamente), se estabilizan diferentes esferas de la vida, la profesional, la
familiar y se comienza a sentir que se está aportando algo a la sociedad, cuando no
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se alcanzan estos objetivos, el sujeto se enfrenta a un intenso empobrecimiento
personal que deviene en apatía, cansancio y depresión.
8. Integridad del yo vs desesperación: Después de los 60 años, el sentimiento de
productividad comienza a disminuir y el ser humano se enfrenta a una valoración de
sus logros que pueden conllevar a una sensación de satisfacción cuando se cree que
se ha tenido una vida plena o a un sentimiento de desesperanza cuando la persona
está insatisfecha con sus logros.
Existen momentos óptimos para alcanzar la meta de cada una de las etapas, pero
Erikson consideraba que las tareas que no se alcanzaron en etapas anteriores pueden
alcanzarse posteriormente.
En la literatura encontramos muchas otras clasificaciones sobre el desarrollo de la vida
humana, la intención de presentar la de Freud y la de Erikson tiene que ver con el interés
por acentuar que cada etapa del desarrollo humano implica la consolidación de ciertas
tareas u objetivos que deben alcanzarse para permitir el acceso a la siguiente etapa. Pero no
olvidemos que también implica que cada etapa cursada deja marcas que determinan el
desarrollo de las siguientes. En palabras de Peter Blos (2003):
“…cada etapa del desarrollo exhuma los residuos de experiencias no asimiladas ni
integradas que no se transformaron en estructuras psíquicas estables (rasgos de
carácter, ajustes adaptativos, organización de defensas) ni suscitaron modificaciones
pulsionales relacionadas con el status físico y social cambiante del niño en
crecimiento. Estos residuos suelen ser el producto de “demasiado” o “demasiado
13
poco” con respecto a la experiencia o a los ajustes pasados y presentes específicos
de la fase.” (p.42)
El paso de la niñez a la adolescencia implica el despertarde los instintos sexuales,
recordemos que el niño se encontraba en una etapa de latencia y la revolución hormonal ha
despertado dichos instintos. Podríamos decir que los herederos del periodo de latencia, son
la represión, la sublimación y la expansión yoica. Lo anterior, se debe en gran medida al
sepultamiento de los deseos incestuosos que residían en el ello.
A partir de la maduración puberal, las pulsiones acalladas durante la latencia, se
reactivan con gran intensidad y provocan que aquellos deseos, fantasías y afectos resurjan.
De ahí, que se conceptualice este proceso como “reactivación de la infancia”. Peter Blos
(2003) consideraba que:
“Es un hecho bien establecido que ciertas configuraciones conflictuales de la niñez
temprana vuelven a experimentarse y organizarse durante la adolescencia. En este
periodo aparecen como desviaciones transitorias o como síntomas organizados. Ciertos
signos patognomónicos persistentes pueden reconocerse a menudo en esta etapa con
mayor claridad que en años anteriores, pues ahora se han condensado en síntoma o
rasgos de carácter…” (p.29)
Blos consideraba que los traumas infantiles no son por si solos el detonante de las
patologías en la adolescencia, pero dado el estrés que experimenta el adolescente y la
fragilidad yoica, pueden presentarse con fuerza fallas de la estructura psíquica que antes no
se habían manifestado y que en definitiva, complican el procesos adolescentes.
14
2.3 La teoría del apego
Bowlby desarrolló la Teoría del Apego, con el fin de explicar los lazos afectivos que
establecen los seres humanos. Su teoría es el resultado de dos fuentes del conocimiento, por
un lado, su formación como psicoanalista y por el otro, sus conocimientos sobre etiología.
Bowlby fue influenciado por Freud, y se interesó en el estudio del cuidado del niño. En
palabras de Bowlby (2006):
“Freud no sólo insistió acerca del evidente hecho de que las raíces de nuestra vida
emocional se hallan situadas en la lactancia y la primera infancia, sino que intentó
asimismo explorar de un modo sistemático, la conexión existente entre los
acontecimientos de los primeros años de la vida y la estructura y la función de la
posterior personalidad.” (p.15).
Por otro lado, Bowlby fue influenciado por la etiología, el estudio del
comportamiento animal. De manera específica por los descubrimientos de Lorenz y de
Harlow. Bowlby (2006) asegura que el patrón en base al cual los seres humanos establecen
lazos afectivos es innato y es compartido con otras especies.
Konrad Lorenz observó que las crías de diferentes tipos de aves comenzaban a
seguir a su madre poco después de romper el cascarón, creando así, un vínculo importante
que ayudaba a la madre a protegerlos y a entrenarlos. Las aves recién nacidas detectaban un
ser grande en el momento de romper sus cáscaras y ocurría ese apego al que Lorenz
denominó impronta.
El período crítico de la impronta tiene que ver con un periodo sensible en el que
ocurre el aprendizaje. El vínculo debe establecerse en el primer día de vida del ave, ocurre
15
poco después de romper el cascarón, cuando las crías son lo suficientemente fuertes como
para desplazarse, pero antes de adquirir un miedo intenso hacia los objetos grandes en
movimiento. Si se retrasa la impronta, las crías sentirán temor hacia la madre.
Para Lorenz se trata de un proceso permanente e irreversible, no se extingue una vez
establecido. El apego inicial formado por la impronta favorece la identificación dentro de la
especie y determina las preferencias sexuales de la cría en el futuro. Lorenz improntó
gansos silvestres a su persona en el momento de romper el cascarón, y cuando alcanzaron la
edad adulta, ignoraban a los miembros sexualmente receptivos de su especie, pero hacían
avances sexuales a Lorenz.
En el ser humano, los progenitores y el bebé son muy responsivos a la vinculación
de los primeros días que siguen al nacimiento, pero difícilmente se trata de un período
crítico. Por lo demás, el niño debe establecer una cierta clase de relación con uno o varios
cuidadores importantes durante los primeros ocho meses de vida para que el desarrollo se
realice en forma normal.
Por otro lado, están los descubrimientos de Harlow (1971) sobre las condiciones que
permiten el apego en los primates. El famoso etólogo realizó un experimento en el que
construyó dos madres sustitutas de alambre, sólo a una de ellas la cubrió de felpa. Colocó el
biberón con leche con la madre de alambre y el monito se quedaba con la madre afelpada,
quién lo nutría con calidez. Transcurrido cierto tiempo, la sensación de hambre invadía al
monito, éste iba corriendo a la madre de hierro, tomaban la leche y volvía corriendo a
agarrarse a la madre de felpa. Posteriormente, se introducía al experimento un elemento que
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disparaba miedo en el mono bebé y se comprobó que buscaba refugio y protección en la
madre afelpada.
Posteriormente, se trasladó a los monitos a ambientes distintos, los monos que
estaban junto a su madre de felpa, se agarraban fuertemente a ella, hasta que tenían la
seguridad de explorar el nuevo espacio y después regresaban al refugio que su madre
artificial y afelpada les ofrecía. Sin embargo, aquellos que tenían que enfrentarse a un
ambiente diferente sin su madre artificial se quedaban paralizados, incluso algunos de los
monos buscaban entre los objetos esperando encontrar a su madre mientras gritaban y
lloraban.
La trascendencia de estos descubrimientos etológicos radica en que la relación de
apego con la madre o figura protectora no está relacionado únicamente con el alimento, es
decir que la cría busca sentirse segura, independientemente de la satisfacción de
necesidades primarias.
A partir de lo anterior, Bowlby consideró que los comportamientos de apego existen
en el ser humano de manera innata y se disparan en condiciones de miedo, inseguridad y
separación de la figura materna. Cuando se presenta alguna de las situaciones antes
mencionadas, el bebé pone en marcha conductas como llorar, gatear y sonreír, con el fin de
mantener la proximidad con la madre y asegurar así su supervivencia. En un primer
momento, el bebé establece estos patrones con una sola figura, construyendo lo que el autor
denomina base segura. Esta base segura toma el valor de un prototipo de relación que le
permite al ser humano explorar su medio ambiente y establecer otros vínculos afectivos. La
necesidad de esta figura es evidente en los primeros años de vida debido a la dependencia
17
del ser humano en esta etapa, pero el autor asegura que esta necesidad se repite en
adolescentes y en adultos.
El funcionamiento de la base segura funciona a partir de dos influencias, primero
por aquellos factores ambientales tales como: la presencia o ausencia (parcial o absoluta) de
una figura de confianza dispuesta a dar seguridad en cada etapa del desarrollo. Y en
segundo, las influencias internas u organísmicas, que implican la capacidad del sujeto de
reconocer a la persona digna de confianza y estar dispuesto a establecer entre los ambos
una relación gratificante.
Las experiencias que un ser humano tiene, en especial, aquellas que ocurrieron en la
infancia, tienen un papel preponderante en las expectativas de tener una base segura y
mantener una relación con ella. La historia personal será determinante para seleccionar a las
personas que constituyen la base segura del sujeto. Bowlby (2006):
“Debido a estas interacciones, cualquier patrón que se establezca tiende a persistir,
Este es un principal motivo de que el patrón de relaciones familiares que una
persona experimente durante su infancia sea de tan crucial importancia para el
desarrollo de la personalidad.” (p.130).
Sin duda alguna, el elemento más importante de una base segura es la continuidad,
es decir, la persistencia del vínculo a través del tiempo. El mantenimiento imperturbable de
dicho vínculo afectivo proporciona seguridad, por la que la amenaza de ruptura o pérdidaocasiona ira y ansiedad.
Bowlby (1951, citado en 2006) logró probar la existencia de una relación causal
entre la pérdida del cuidador materno en la primera infancia y el desarrollo de la
18
personalidad, la pérdida de la figura materna entre los seis meses y los seis años marcará la
forma en que el pequeño establezca sus vínculos afectivos. En el ámbito clínico la
importancia de la Teoría del apego radica en su posibilidad explicativa de las alteraciones
emocionales a partir de la comprensión de los lazos afectivos en la infancia. Citando al
autor: “…explicar las múltiples formas de trastorno emocional y de alteraciones de la
personalidad, incluyendo aquí la ansiedad, la ira, la depresión y el apartamiento emocional,
que ocasionan la separación involuntaria y la pérdida de seres queridos.” (Bowlby, 2006,
p.154).
Terapéuticamente, Bowlby (2006) consideraba que el paciente deberá de revisar la
naturaleza de los lazos afectivos de su infancia y adolescencia, a fin de entender su actual
percepción de las personas y su relación con ellas, incluyendo al terapeuta.
2.4 Las relaciones objetales primarias
2.4.1 Definición
El ser humano llega al mundo en una condición sumamente vulnerable, a diferencia
de otros mamíferos que son capaces de subsistir desde su nacimiento prácticamente sin
ayuda de sus progenitores u otros miembros de su manada, el ser humano dependerá
absolutamente de sus cuidadores durante un largo periodo. Es justamente la condición de
desamparo del cachorro humano lo que lo hace un ser social, un ser que necesitará del otro
por el resto de su vida, pero especialmente en los primeros años de su desarrollo
De manera general, dichos cuidadores son los padres, principalmente la madre,
aunque dicha función (función materna) puede ser cubierta por alguien más, como es el
caso del padre o de un pariente cercano. Cualquiera que sea el caso, los cuidadores toman el
19
lugar de objetos en la mente del bebé y entre ambos se comienza a establecer una relación
que permeará la vida psíquica del infans, moldeando su personalidad y su desarrollo
emocional.
Antes de abordar el concepto de relación objetal, considero importante revisar de
manera breve, el término objeto. De acuerdo con el diccionario de Laplanche y Pontalis
(2008), el concepto de objeto puede abordarse desde tres aspectos distintos: en relación a la
pulsión, como entidad de amor u odio y desde la filosofía y la psicología del conocimiento
como sujeto. Para términos del presente trabajo, retomare el segundo abordaje, el objeto
como “correlato del amor (u odio): se trata entonces de la relación de la persona total, o de
la instancia del yo, con un objeto al que se apunta como totalidad (persona, entidad, ideal,
etc.).” (Laplanche y Pontalis, 2008, p.258).
Los objetos son por tanto, personas o experiencias del exterior, son partes del yo,
objetos emocionales que nacen del placer o dolor que causan en el bebé, es decir, surgen de
sensaciones corporales. Posteriormente el sujeto incorpora al objeto (objeto introyectado),
convirtiéndolos en objetos internos y otorgándoles un valor cualitativo (objetos buenos,
objetos malos) de acuerdo con la satisfacción o frustración que producen en el sujeto. De
esta manera, el bebé comienza a construir un mundo interno. “La experiencia que el sujeto
tiene de un objeto situado en su interior le proporciona un sentido de existencia e identidad.
Nuestras relaciones con objetos comprenden aquello que somos.” (Hinshelwood, 1989,
p.98).
Dado que los objetos internos son un espejo de la realidad, cuentan con las
características que el sujeto percibe del objeto en el mundo exterior. Desde el pensamiento
20
kleiniano, encontramos entre los objetos internos, al superyó y objetos internos ayudantes.
El superyó, como instancia psíquica reguladora de los instintos pulsionales, en ocasiones
“terrorífico y severo” y los objetos internos ayudantes, como figuras, casi siempre
fantásticas, que funcionan como defensa ante los objetos perseguidores que habitan el
mundo interno del sujeto.
Laplanche y Pontalis (2008) definen las relaciones de objeto o relaciones objetales
como: “modo de relación del sujeto con su mundo, relación que es el resultado complejo y
total de una forma determinada organización de la personalidad, de una aprehensión más o
menos fantaseada de los objetos y de unos tipos de defensa fantaseados.” (p.359). A lo
largo de la obra de Freud, el término no se encuentra como tal, pero el padre del
psicoanálisis pensaba los objetos como medios que permiten la satisfacción de las
pulsiones. Siguiendo esta línea de pensamiento, podríamos decir que los cuidadores se
vuelven objetos en el pensamiento del bebé ya que le satisfacen una serie de necesidades
físicas, tales como la alimentación, el control de la temperatura, condiciones de limpieza,
entre otras. La satisfacción de estas necesidades no será suficiente si no es acompañada de
la calidez de una mirada, de una caricia o una palabra de amor.
Melanie Klein es una de las principales precursoras de la Teoría Objetal, respecto al
concepto de relación objetal, Klein (2008) afirmó:
“El análisis de niños muy pequeños me ha enseñado que no hay necesidad
instintiva, ni situación de angustia, ni proceso mental, que no implique objetos,
internos o externos; en otras palabras, las relaciones de objeto son el centro de la
vida emocional.” (p. 67).
21
Conforme las relaciones de objeto se van desarrollando el bebé comienza a percibir
aspectos malos y buenos de sus cuidadores primarios y otros miembros cercanos de la
familia. En un inicio las partes buenas o malas de los objetos, se perciben como totalidades,
de esta manera se construye el mundo objetal del infans, poblado de objetos buenos que lo
aman y satisfacen y de objetos malos que lo frustran y atacan. Es por ello, que los objetos
del bebé son por un lado la fuente de sus angustias pero también la fuente de estabilidad y
riqueza interna.
En las relaciones objetales se ponen en juego una serie de mecanismos de defensa
que permiten al sujeto lidiar con los objetos. Entre ellos están la introyección, la proyección
y la escisión. La introyección es el proceso mediante el cual el sujeto incorpora en su
interior características u objetos que considera valiosos del mundo exterior. La proyección
se refiere a colocar en el afuera deseos, sentimientos o características que el sujeto rechaza
en sí mismo. Y la escisión hace referencia al mecanismo que subyace a la posibilidad de
diferenciar las partes buenas de las malas de un mismo objeto, partiéndolo en un objeto
bueno y uno malo.
El estudio de estos mecanismos de defensa es fundamental para la comprensión de
cómo se construye el aparto psíquico. Ampliamente estudiados y presentes a lo largo de
toda su obra, Klein (2008) expresa:
“…me he referido hasta ahora particularmente al mecanismo de la escisión como a
uno de los mecanismos y defensas más tempranos del yo contra la ansiedad…La
proyección como la describió Freud, se origina por la desviación hacia el exterior
del instinto de muerte y, desde mi punto de vista, ayuda al yo a superar la ansiedad
22
liberándolo de lo peligroso y de lo malo. La introyección del objeto bueno es
también utilizada por el yo como una defensa contra la ansiedad.” (p.12).
Con el fin de explorar la forma en que interactúan estos mecanismos de defensa y su
papel en el establecimiento de las relaciones objetales, considero apropiado observarlos a
través de la relación más fundamental en la vida psíquica de un ser humano, la del bebé con
su madre.
2.4.2 La relación con la madre
El ser humano llega al mundo en un absoluto estado de indefensión, dada la
inmadurez con que nace, se encuentra siempre a merced del otro. Melanie Klein (2008)
considera que las gratificaciones que el bebé recibe de bienestar, alimento y calor, por parte
de la madre o cuidador primario deben intentar compensar la pérdida de la situación
intrauterina. El bebédebe enfrentarse a un medio ambiente adverso y será sólo a partir de la
función materna que este bebé pueda sobrevivir y devenir sujeto.
Winnicott dedicó gran parte de su investigación al estudio de la relación del bebé
con la madre u otra figura que cumpliera dicha función, y consideraba que la contención
dada por dicho cuidador marcaría la vida del bebé para siempre, en especial en términos de
sus relaciones objetales y su forma de enfrentar las adversidades de la vida. Al respecto,
postula Winnicott (2008):
“Permítaseme que me refiera a la existencia del elemento materno. Sabemos que
tiene importancia la forma en que se sostiene y manipula a un bebé, que la tiene
quien lo cuida, y el conocimiento de si se trata de la madre o de otra persona. En
nuestra teoría del cuidado del niño, la continuidad de dicho cuidado ha llegado a ser
23
un rasgo central del concepto del ambiente facilitador, y entendemos que gracias a
esa continuidad y sólo con ella, puede el nuevo bebé, en situación de dependencia,
gozar de continuidad en la línea de su vida, y no pasar por una pauta de reacción
ante lo impredecible y volver a empezar una y otra vez.” (p.183).
Para Winnicott el cuidado parental satisfactorio atraviesa por tres etapas: el sostén,
la madre y el bebé viven juntos sin que el infans conozca la función del padre y finalmente,
padre, madre y bebé viven juntos. El término “sostén” (holding) hace referencia al soporte
físico y la satisfacción de las necesidades básicas que da la madre al bebé pero sobre todo
implica la posibilidad de que esos brazos maternos hagan al bebé sentirse amado y seguro.
Cuando la madre puede procurar estos cuidados de forma espontánea y adecuada, se habla
de una “madre suficientemente buena”, es decir aquel cuidador o cuidadora que puede
empatizar con las necesidades del infans y procurarle las condiciones ambientales para la
satisfacción de las mismas.
El paso por estas tres etapas permite el establecimiento de las relaciones objetales.
Esto implica que el infante es ya un sujeto, es un ser con deseos propios, capaz de percibir
su ambiente cómo un facilitador en la satisfacción de sus necesidades. Si la madre llevó a
cabo adecuadamente la función de sostén, el bebé al salir de la relación simbiótica madre-
hijo, experimentará una sensación de omnipotencia, que permite al sujeto asumirse capaz
de enfrentar las vicisitudes de la vida.
¿Qué ocurre cuando los cuidados maternos no son “suficientemente buenos”?
Winnicott (2997) lo percibe de la siguiente manera:
24
“Como resultado del éxito del cuidado materno en el infante se establece una
continuidad de ser que constituye la base de la fuerza del yo, mientras que el
resultado de cada fracaso del cuidado materno consiste en que la continuidad de ser
se ve interrumpida por reacciones a las consecuencias de ese fracaso, con un
consiguiente debilitamiento del yo.” ( p.67).
Si el cuidado materno no fue adecuado, “el infante en realidad no llega a entrar en
la existencia, puesto que no hay continuidad de ser; en lugar de ello, la personalidad se
establece sobre la base de reacciones a la intrusión ambiental.” (Winnicott, 2007, p.70).
Siguiendo la línea de la función materna, Bion (2006) hace referencia a la madre
cómo una especie de protección (pantalla alfa) que debe proteger al bebé de una serie de
estímulos adversos y confusos (partículas beta) que él no puede procesar, dada su
inmadurez psíquica y emocional. A este proceso, Bion lo llamo función alfa y consiste en
convertir elementos beta, es decir, contenido o información que no puede ligarse a la
experiencia o a una preconcepción, en elementos alfa, la materia prima del pensamiento y
los sueños.
Esta idea de cómo se genera la capacidad de pensar en el ser humano, se basa en la
idea de Bion (2011) de que el infans necesita el auxilio de una persona deseosa y capaz de
contener el impacto emocional y el sufrimiento que el bebé proyecta en su cuidador debido
a la frustración de no poder asimilar los estímulos externos. A esta función de la madre o
cuidador, Bion (2006) la llamó “rêverie”, que hace referencia al estado anímico que
permite a la madre ser capaz de metabolizarle el mundo al bebé para hacérselos llevadero y
crear su aparato de pensamiento. En palabras de Bion (2006):
25
“Un desarrollo normal tendrá lugar si la relación entre el niño y el pecho permite a
aquel proyectar un sentimiento, por ejemplo, que se está muriendo, en la madre y
reintroyectarlo después que su estadía en el pecho lo ha tornado tolerable para la
psiquis del niño. Si la proyección no es aceptada por la madre, el niño siente que a
su sentimiento de que se está muriendo le es arrancado su significado. Por lo tanto,
lo que reintroyecta no es un miedo a de morirse que se ha tornado tolerable, sino un
terror sin nombre.” (p.160).
El término “rêverie” esta teóricamente ligado al concepto de madre
“suficientemente buena”, término acuñado por Winnicott que hace referencia a la capacidad
de la madre para satisfacer a su bebé cuando éste tenga una necesidad, pero la palabra
“suficientemente” es de gran importancia en la totalidad del concepto ya que hace
referencia a que la madre no puede estar siempre satisfaciendo al infans, esto daría la al
bebé la idea de que todo es posible, que todo lo merece. El bebé debe experimentar la
frustración, el experimentarla de forma breve y controlada le enseñara a reconocerla y
enfrentarla. En palabras de Winnicott (2008):
“La madre lo bastante buena (que no tiene porque ser la del niño) es la que lleva a
cabo la adaptación activa a las necesidades de este y que la disminuye poco a poco,
según la creciente capacidad del niño para hacer frente al fracaso en materia de
adaptación y para tolerar los resultados de la frustración.” (p.27).
26
2.4.3 La posición depresiva y esquizo-paranoide
La primera relación objetal se establece con la madre, y dicha interacción se da a
partir de la alimentación. La madre es un objeto que nutre, satisface la necesidad básica de
alimento y calma el dolor del hambre, en términos kleinianos, es un pecho bueno. Pero hay
ocasiones en que por diversas razones, la madre no puede satisfacer al bebé o hay una
demora en su respuesta, esta experiencia es vivida por el bebé cómo frustrante, entra en
escena el pecho malo. En éste momento tan temprano del aparato psíquico, la madre, el
pecho, es percibido cómo dos objetos distintos, pecho bueno y pecho malo, lo que lleva a
una escisión entre amor y odio. El pecho malo tiene un efecto frustrador en el bebé lo que
genera en él impulsos agresivos y destructivos hacia el pecho, quisiera atacarlo y destruirlo
para que ya no le haga daño a él. Aunado a estos deseos destructivos, está el temor del bebé
de que el objeto malo lo ataque y destruya (temores persecutorios).
En el pensamiento kleiniano, se utiliza el término de posición y no el de fase ya que
se intenta poner énfasis en un modelo de desarrollo, en donde la ansiedad, los impulsos y
las relaciones objetales se agrupan en constelaciones que se sobreponen o empalman e
implica un constante ir y venir, mientras que el concepto de fase implicaría un cierto
ordenamiento cronológico en donde se cubre una fase y se pasa a la otra sin que se vuelva a
experimentar la anterior. Lo anterior, permite pensar el desarrollo de una manera más
flexible, como un proceso de vaivén que se presenta de manera importante a lo largo de la
infancia y en el resto de la vida del sujeto.
El yo temprano se mueve entre estados de integración y desintegración, presenta
una gran falta de cohesión, que le impide ver al objeto, la madre, como un objeto total.
27
Ante la angustia de aniquilación y la imposibilidad, perceptual y emocional, de confluir en
un solo objeto, acciones gratificantes y frustrantes, el objeto debe percibirse dividido.
Esta fase del desarrollo, caracterizada por la escisión del objeto, es teorizada por
Klein con el nombre de posición esquizo-paranoide. Elbebé introyecta aquellas cualidades
del objeto bueno y proyecta las características del objeto malo, es decir, se queda en su
interior aquello que lo calma y pone fuera de sí aquello que lo angustia. Respecto a esta
fase del desarrollo Meltzer (1996) señala lo siguiente:
“Es en esta fase cuando podemos ver de forma más gráfica la verdad del gran
descubrimiento de Melanie Klein, ampliado por los recientes trabajos de W. R.
Bion, que sostiene que la forma más primitiva de alivio del dolor psíquico se
realiza mediante la evacuación en el objeto externo de partes angustiadas del self y
de los restos persecutorios de objetos internos atacados, recibiendo luego, a través
del aspecto introyectivo, los objetos reparados y las partes liberadas del self” (p.58).
En este punto, valdría la pena preguntarnos ¿cuál es la función o el impacto de los
procesos de introyección y proyección? ¿Qué implicaciones tienen en la construcción del
aparato psíquico y en la percepción? Klein (2008) consideraba que “la proyección de
sentimientos buenos y de partes buenas del yo dentro de la madre es esencial para la
capacidad del niño de desarrollar buenas relaciones de objeto y de integrar su yo.” (p.14).
La función de la madre como pecho bueno, permite que el bebé idealice a este objeto y en
la medida en que lo internalice, sentirá que el mismo es poseedor de ese valor. Cuando en
la interacción del bebé con sus objetos primarios prevalece la angustia y la frustración
28
(pecho malo) no es posible idealizar los objetos y tomar para sí mismo el valor de estos. En
palabras de Klein (2008):
“…la proyección de un mundo interior predominantemente hostil dominado por
temores persecutorios, lleva a introyectar, a volver a tomar, un mundo externo
hostil, y viceversa, la introyección de un mundo externo distorsionado y hostil
refuerza la proyección de un mundo interno hostil.” (p.17).
Considero importante señalar que durante la etapa esquizo-paranoide, el bebé ataca
al objeto, o al menos a la parte mala de éste. Este ataque es ante todo una defensa, el bebé
prefiere dañar al objeto antes de que el objeto lo destruya a él. Esta confrontación ocurre en
la fantasía del bebe, aunque pueden ocurrir eventos en el mundo real que hacen pensar al
bebé que ha destruido al objeto, por ejemplo, perder de vista a la madre o en términos más
trágicos, la muerte o pérdida real del objeto.
Poco a poco, el desarrollo del bebé le permite dejar de percibir a los objetos en
términos de blanco y negro, bueno y malo. Dando inicio a lo que Klein denominó fase
depresiva. Klein (2008):
“Con la introyección del objeto total durante el segundo cuarto del primer
año, se realizan marcados progresos en la integración. Esto implica
importantes cambios en la relación con los objetos. Los aspectos amados y
odiados de la madre, ya no son percibidos como tan separados, y en
consecuencia, se produce un mayor miedo a la pérdida, un fuerte sentimiento
de culpa y estados análogos al duelo, porque se siente que los impulsos
29
agresivos se dirigen contra el objeto amado. La posición depresiva entra en
escena.” (p.21).
Alrededor de los cuatro y seis meses, el infans alcanza cierta madurez física
y emocional, lo que le permite agrupar al pecho bueno y al pecho malo en un solo
objeto. “La confluencia de odio y amor hacia el objeto da origen a una tristeza muy
acongojante que Klein denominó angustia depresiva (o penar).” (Hinshelwood,
1989, p.81). Cuando los objetos-partes son integrados, surge el miedo a que dicho
objeto total este dañado, por lo que en la posición depresiva, el infans hará
importantes esfuerzos por reparar al objeto dañado, siendo así, la angustia depresiva
se convierte en “el elemento decisivo para entrar en relaciones maduras, la fuente de
sentimientos generosos y altruistas dedicados al bienestar del objeto.”
(Hinshelwood, 1989, p.181).
2.4.4 El proceso de reparación
Dada la integración del objeto que se ha alcanzado, el bebé se da cuenta que aquel
objeto malo que él tanto se ha empeñado en destruir, es parte del mismo objeto que lo
satisface y dado que está convencido de su poder de destrucción sobre el objeto, aparece un
intenso sentimiento de culpa, al pensar que él es el autor del daño al pecho bueno que lo ha
nutrido. Ante la posibilidad de perder al objeto, el bebé entra en una etapa de duelo, que
como sabemos, se acompaña de un sentimiento depresivo.
La única manera que tiene el bebé de lidiar con la culpa es intentando reparar al
objeto. En palabras de Klein (2008):
30
“Puesto que la tendencia a reparar deriva en última instancia del instinto de vida,
origina fantasías y deseos libidinales. Esta tendencia forma parte de todas las
sublimaciones y constituirá, a partir de este estadio en adelante, el medio más
poderoso por el cual se mantiene a raya y se disminuye la depresión.” (p.93).
La fantasía del bebé de poder revivir al objeto amado implica un sentimiento de
omnipotencia que suele decrecer cuando el infans es capaz de confiar en sus objetos y en su
capacidad de reparación, permitiendo así un desarrollo normal. Cuando los objetos no son
constantes o el bebé no es capaz de repara al objeto amado, el estadio depresivo no puede
elaborarse y queda, por así decirlo, encriptado, debilitando los objetos internos y
empobreciendo al yo.
En gran medida, el proceso de reparación dependerá de la capacidad del objeto de
tolerar la agresión del bebé y amarlo y sostenerlo a pesar de cualquier circunstancia. Si
durante esta etapa el bebé pierde a la madre o al cuidador primario, sentirá que sus deseos
destructivos finalmente tuvieron éxito y no tendrá más salida que enfrentar la culpa de
haber destruido al objeto amado.
Winnicott (2008) consideraba al respecto del proceso de reparación lo siguiente:
“…la destrucción real corresponde al fracaso del objeto en lo referente a sobrevivir.
De lo contrario, la destrucción sigue siendo potencial…no hay cólera en la relación
del objeto a la que me refiero, aunque se podría decir que hay alegría ante la
supervivencia del objeto…el objeto siempre es destruido en la fantasía. Esta
cualidad de “ser siempre destruido” hace que la realidad del objeto sobreviviente se
31
sienta como tal, fortalece el tono del sentimiento y contribuye a la constancia del
objeto. Ahora se le puede usar.” (p.125).
El término reparación fue postulado por Klein en 1927, a partir de sus
observaciones de infantes, notó que en el juego, el niño pasaba, de un momento a otro, de
un maltratar a sus juguetes o muñecos, a intentar reconstruirlos o reconfortarlos de la
manera más amorosa. Para Klein (2011), la reparación es la forma más sana de enfrentar la
angustia y la depresión y sin duda, la raíz más significativa de toda actividad creativa.
2.4.5 Los objetos transicionales
En un inicio, el bebé no puede separarse de su madre, él y ella son un mismo ser,
pero dicha relación simbiótica no puede perdurar por mucho tiempo y el bebé debe
comenzar su independencia a fin de formar su propio yo y dejar de necesitar al yo auxiliar
que representa la madre. Para ello, los pequeños recurren a objetos que les permiten,
simbólicamente, sustituir el pecho materno, esto inicia con el chupeteo del dedo, prosigue
con el osito o la mantita y finalmente surge el juego. Dichos objetos implican la posibilidad
de que el bebé pueda lidiar con la angustia de la ausencia de la madre y le facilitan el
desarrollo de la fantasía, la creatividad y la ilusión.
Laplanche y Pontalis (2008) definen el concepto de objeto transicional como:
“Término introducido por D. W. Winnicott para designar un objeto material que
posee un valor electivo para el lactante y el niño pequeño, especialmente en el
momento de dormirse (por ejemplo, un ángulo del cubrecama, una toalla que
chupetea). El recurrir a objetos de este tipo constituye, según el autor, un fenómeno
32
normal que permite al niño efectuar la transición entre la primera relación oral con
la madre y la verdaderarelación objetal.” (p.264).
Winnicott desarrolla los conceptos de objeto transicional y fenómeno transicional y
los plantea como una zona intermedia entre la realidad interna y la externa, es decir entre la
subjetividad del bebé y la objetividad que se impone desde afuera. “Los objetos y
fenómenos transicionales pertenecen al reino de la ilusión que constituye la base de
iniciación de la experiencia. Esa primera parte del desarrollo es posibilitada por la
capacidad especial de la madre para adaptarse a la necesidad de su hijo, con lo cual le
permite forjarse la ilusión de que lo que él cree existe en realidad.” (Winnicott, 1971, p.32).
Los fenómenos transicionales hacen referencia a un patrón de conducta (cierto
sonido gutural, movimientos de masticación) que el bebé lleva a cabo y que se acompaña
de fantasías. Los objetos transicionales son muñecos o mantitas y representan la primera
posesión no-yo del bebé. Para Winnicott, algunas de las cualidades de los objetos
transicionales son: el bebé tiene derecho sobre el objeto, el objeto es acunado con afecto,
éste no debe cambiar al menos que el bebé así lo decida, el objeto debe soportar el odio y la
agresión, es un objeto externo, no es una alucinación, y finalmente éste da al bebé un
sentido de continuidad y de constancia objetal.
La continuidad es sin duda una de las cualidades más importantes del objeto
transicional. El bebé comienza a comprender, a partir de la imposición del la objetividad
que viene del mundo externo, que la madre y él no son uno mismo y que ella no siempre
estará presente. El objeto transicional le permite al infans sobrellevar la angustia de la
ausencia materna. El objeto es incondicional, acompaña al bebé todo el tiempo, en especial
33
en momentos de angustia y depresión. Esto da al bebé un sentido de continuidad que es
sólo una continuación del papel que jugó la madre en los primeros meses y simbólicamente
representa el pecho que lo nutrió.
Winnicott (2008) consideraba que “El bebé puede emplear un objeto transicional
cuando el objeto interno está vivo, es real y lo bastante bueno (no demasiado
persecutorio).” (p.27). Es decir, cuando la madre ha sido suficientemente buena, el bebé
posee un objeto bueno interiorizado y puede buscar en la realidad externa un objeto que lo
represente.
El fenómeno transicional se presenta entre los cuatro y doce meses y el objeto de
elección del bebé cobrará un enorme valor ya que representa la primera posesión que no es
sí mismo, puede ser cualquier objeto que acompañe al infans en cualquier momento y en
especial en momentos en que el bebé se sienta angustiado o deprimido. El objeto lo calmará
y le dará la seguridad ya que está ahí incondicionalmente, sin tener que recurrir a la
alucinación. “El objeto transicional y el fenómeno transicional proporcionan, desde un
principio, a todo ser humano algo que seguirá siendo siempre importante para él, a saber,
un campo neutro de experiencia que no será puesto en duda.” (Winnicott, p. 265, citado por
Laplanche y Pontalis, 2008).
Considero que los objetos y los fenómenos transicionales no son exclusivos de esta
temprana etapa del desarrollo, sino que se presentan a lo largo de la vida, y de igual manera
que durante la lactancia, es muy posible que ocurran cuando el sujeto se encuentra en un
momento de cambio o difícil de la vida y está experimentando una importante carga de
34
dolor o angustia que lo llevan a recurrir a un objeto que le ofrece el sostén la constancia
necesarias para restaurar el estado psíquico y emocional que ha sido alterado.
2.4.6 Las fallas en las relaciones objetales
Las fallas de las relaciones objetales primarias son tan variables y diversas como la
historia de vida de cada ser humano, por lo que no es mi intención realizar una exhaustiva
correlación entre el tipo de falla y su consecuencia en el desarrollo del infans, si es que eso
es posible.
En este apartado quisiera exponer las posibles consecuencias de un cuidado fallido
del infans, es decir, que el cachorro humano se haya desarrollado en un ambiente adverso
para la consolidación de un yo maduro. Dados los objetivos de este trabajo, se delimitará la
exposición a explorar las implicaciones de las carencias en la función materna en estados
depresivos y en la fortaleza del yo.
Como se revisó anteriormente, el sostén materno juega un rol fundamental en el
desarrollo emocional del ser humano, la calidad de dicha interacción puede ser un factor
precursor en el surgimiento de algunas psicopatologías, tales como: depresión, conducta
antisocial y trastornos psicóticos, entre otros.
Recordando la teorización de Klein (2008) sobre la posición depresiva, podemos
entender la depresión cómo un estado patológico, consecuencia de la imposibilidad del
infans de llevar a cabo el proceso de reparación. Desde Freud (1917), la depresión,
conceptualizada como melancolía, es un estado similar al duelo, en cuanto a su origen y
sintomatología. Ambos surgen a partir de la pérdida del objeto amado y tienen como
consecuencia las siguientes afecciones: desazón profundamente dolida, cancelación del
35
interés por el mundo exterior, la pérdida de la capacidad de amar y la inhibición de toda
productividad. Estas alteraciones de la conducta, son compartidas por el estado de duelo y
por los cuadros melancólicos, pero existe un síntoma que es exclusivo de la melancolía y es
la perturbación del sentimiento de sí. “En el duelo, el mundo se ha hecho pobre y vacío; en
la melancolía, eso le ocurre al yo mismo.” (Freud, 2005, p.243). Al empobrecimiento del
yo, Freud lo conceptualizó como “delirio de insignificancia” y clínicamente se reconoce en
el discurso del paciente a través de autorreproches y se complementa con alteraciones
importantes en el dormir y en la ingesta de alimentos.
Como se mencionó anteriormente, tanto el duelo como la melancolía, surgen a partir
de la pérdida del objeto amado, pero en el duelo, el sujeto sabe lo que perdió, mientras que
en la melancolía, la pérdida se mantiene en el terreno de lo inconsciente, “…él sabe a quién
perdió, pero no lo qué perdió en él.” (Freud, 2005. p.243).
En el texto “Duelo y Melancolía” (1914), Freud intenta describir el proceso de la
melancolía de la siguiente manera: se lleva a cabo una elección de objeto, el sujeto liga a
dicho objeto una gran cantidad de libido y a partir de un “desengaño” o un suceso de
pérdida el sujeto pierde al objeto. El resultado normal sería quitar esa libido del objeto y
colocarlo en un nuevo objeto de amor, en vez de ello, el sujeto desplaza la libido sobre sí
mismo a manera de identificación con aquel objeto perdido, “…la sombra del objeto cayó
sobre el yo, quien, en lo sucesivo, pudo ser juzgada por una instancia particular, como un
objeto, como el objeto abandonado”. (Freud, 2005, p.246). Es decir, el sujeto se trata a sí
mismo como le gustaría tratar a aquel objeto que lo abandonó, por tanto lo insulta, lo
denigra y lo hace sufrir, de manera sádica, y es este componente sádico el que implica la
condición más peligrosa y última del melancólico, el suicidio.
36
Freud consideraba que ningún evento es determinante para la evolución de las
psicopatologías, éstas surgen por la conjunción de una serie de eventos o circunstancias.
Muchas veces el origen y naturaleza de dichas circunstancias son desconocidas para el
sujeto o permanecen resguardadas en el inconsciente. Traerlas a la superficie consciente es
quizás el camino para conocerlas y elaborarlas, en esto consiste el trabajo terapéutico. En
otras palabras:“El consabido propósito del trabajo analítico es mover al paciente para que
vuelva a cancelar las represiones, entendidas en el sentido más lato, de su desarrollo
temprano y las sustituya por unas reacciones como las que corresponderían a un estado de
madurez psíquica.” (Freud, 1937, p.259).
El tratamiento de pacientes depresivos implica el trabajo del duelo y la elaboración
de la pérdida. En palabras de Bowlby (2006):“…si un duelo ha de alcanzar una solución favorable, es necesario que la persona
que ha sufrido la pérdida de un ser querido exprese, más pronto o más tarde, sus
sentimientos. “Concede palabras a tu pena” escribía Shakespeare “la pesadumbre
que no habla ata al agotado corazón y le muerde hasta romperle.” (p. 117).
Cuando la persona en duelo decide hablar, apalabrar su dolor, Bowlby sugiere que
es deber del que escucha colocarse en la perspectiva del paciente a fin de poder comprender
sus sentimientos y fantasías respecto a la pérdida, “…si esta persona siente que podemos
comprenderla y armonizar con ella en los esfuerzos que se impone, es probable que pueda
expresar los sentimientos que están oprimiéndola…” (Bowlby, 2006, p.118).
37
2.5 El proceso terapéutico
2.5.1 La psicoterapia psicoanalítica
El ser humano siempre ha intentado explicarse su comportamiento, acercarse a
posibles explicaciones de sus motivaciones individuales y colectivas. Las tribus primitivas
debieron desarrollar una serie de creencias sobre el mundo, a fin de ordenar el caos y sentir
algún tipo de control sobre su entorno y sobre sus acciones. Surge así el pensamiento
mágico, el mundo comenzó a poblarse de criaturas espirituales que determinaban los
eventos naturales y dotaban de alma a las personas y a los objetos (animismo). Al respecto,
en su texto “Totem y Tabú” Freud (2008) describe lo siguiente:
“…sistema de pensamiento; no sólo proporciona la explicación de un fenómeno
singular, sino que permite concebir la totalidad del universo como una trabazón
única a partir de un solo punto…la humanidad ha producido tres de estos sistemas
de pensamiento, tres grandes cosmovisiones en el curso de la épocas: la animista
(mitológica), la religiosa y la científica.” (p.81).
Cada sistema fue sustituido por el siguiente hasta llegar al pensamiento científico
que hoy rige nuestra concepción del mundo. “En el estado animista, el hombre se atribuye
la omnipotencia a sí mismo; en el religioso, la ha cedido a los dioses…en la cosmovisión
científica ya no queda espacio alguno para la omnipotencia del hombre, se ha confesado su
pequeñez y se resigna a la muerte , así como se somete a todas las otras necesidades
naturales.” (Freud, 2008, p.91).
Dentro de la cosmovisión científica han surgido una serie de ciencias que tienen
como objeto de estudio distintos fenómenos naturales, el comportamiento humano ha sido
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abordado por diferentes corrientes psicológicas entre las cuales se encuentra el
psicoanálisis. A diferencia de otras aproximaciones psicológicas, el psicoanálisis tiene
como objeto de estudio el inconsciente. “… el inconsciente es la raíz de todos los procesos
mentales y determina toda la vida mental y que sólo explorando el inconsciente en toda su
extensión podremos analizar la personalidad total.” (Klein, 2008, p.75).
En su definición de psicoanálisis, Laplanche & Pontalis (2008) describen tres
niveles implicados en esta disciplina: el psicoanálisis como método de investigación del
inconsciente de las palabras, las acciones, las fantasías, producciones oníricas, entre otras, a
partir de la asociación libre (método mediante el cual el paciente debe verbalizar los
pensamientos que pasan por su mente, sin omitirlos o racionalizarlos) y la interpretación del
analista. El psicoanálisis como método psicoterapéutico que se fundamenta en la forma de
investigación antes mencionada y que tiene como pilar la interpretación de la transferencia,
la resistencia y el deseo, con el fin último de alcanzar la cura. Finalmente, el psicoanálisis
como teoría psicológica y psicopatológica.
Cuando el paciente decide acudir al consultorio, algo ha ocurrido en su existencia
que ha devenido consciente la necesidad de someterse a un tratamiento terapéutico, el dolor
o la angustia se han vuelto insostenibles, es decir, se presenta una demanda por parte del
paciente. Cuando preguntamos durante la primera entrevista ¿qué lo trae por aquí? , la
respuesta que recibimos representa un motivo de consulta explícito, un velo que recubre la
verdadera demanda del paciente, es decir, el motivo de consulta latente, el cual puede tomar
muchas sesiones en ser develado.
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La demanda del paciente surge del conflicto entre las instancias psíquicas (ello, yo y
superyó), pero su presencia en el consultorio sólo puede ser impulsada por el deseo, el
deseo de entender el origen del sufrimiento humano. El deseo es el motor de todo proceso
terapéutico y por tanto debe venir del paciente y no del terapeuta. El paciente que decide
someterse a un tratamiento psicoanalítico debe estar dispuesto a conocer la verdad de su
ser. Esto no puede alcanzarse sin una cuota de dolor que en muchas ocasiones lleva a los
pacientes a suspender el tratamiento.
Meltzer (1996) consideraba que la función del analista podía separarse, de manera
esquemática, en dos, por un lado el establecimiento y mantenimiento del encuadre y por el
otro, la interpretación. Con el fin de esclarecer estos conceptos, fundamentales en la tarea
clínica, abordaré de manera separada cada uno de ellos.
El encuadre es el marco dentro del cual es posible el establecimiento de la
transferencia, así como del trabajo terapéutico. Dicho marco está conformado por una serie
de lineamientos que estructuran la relación del paciente con el terapeuta, estas son: número
de sesiones a la semana, horario y duración de la sesión, pago de honorarios, estipulación
de pago de sesión aun cuando el paciente no se presente, periodos vacacionales, explicación
de la forma de trabajo y acuerdo de confidencialidad.
Meltzer (1996) consideraba dentro de la función del analista del encuadre, la actitud
psicoanalítica. Este concepto hace referencia al estado mental del terapeuta, apegándose al
método psicoanalítico con el fin de controlar el proceso terapéutico. Al respecto Meltzer
expresa:
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“Como corolario de esta dedicación, la actitud analítica implica un compromiso con
el paciente en el sentido de realizar el mejor trabajo analítico de que él, el analista,
es capaz y continuarlo mientras tenga la esperanza, apoyado en la evidencia, de que
el paciente está progresando en su estructura de personalidad o ha alcanzado un
grado de capacidad de autoanálisis que hace pensar en que será capaz de preservar y
ampliar sus logros sin la ayuda de sesiones regulares con su analista.” (p.140).
Me parece que las implicaciones de esta función del analista tienen que ver con un
compromiso ético y profesional de estar preparado teórica, técnica y emocionalmente para
trabajar con el paciente. Es claro, que el analista debe de responsabilizarse por su continua
formación y estudio así como comprometerse con el propio análisis y la supervisión de
casos clínicos. Al respecto, Díaz (1998) expresa:
“…quien se dedica a la clínica, se sujeta a su vez, a una psicoterapia o
psicoanálisis, con la mira de acrecentar su capacidad de identificación con los
pacientes, permitirse el libre acceso a sus sentimientos y fantasías, y por tanto, al
contacto interpersonal idealmente poco distorsionado por sus defensas neuróticas.
Es imposible subestimar tanto la utilidad de este recurso como el de la supervisión
de la práctica clínica.” (p.39).
La segunda función del analista, que plantea Meltzer (1996), es el proceso
interpretativo, es decir, la capacidad del terapeuta de escuchar al paciente y poder percibir
aquello que se encuentra “entre líneas”, aquello que aun está adormilado en el inconsciente
del paciente. Es trabajo del terapeuta escucharlo, procesarlo y devolvérselo al paciente de
forma tal que lo pueda escuchar y llevarlo a la construcción del insight. Entendiendo por
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insight la capacidad del paciente de “darse cuenta”, de traer a la conciencia aquello que
estaba reprimido.
La función interpretativa está en estrecha relación con la actitud analítica, Meltzer lo
establece claramente en el siguiente fragmento: “…la actitud analítica incluye varios
elementos: recibir elmaterial, el contenido y la conducta; contener la proyección del dolor
mental; pensar acerca de la situación transferencial; y finalmente comunicar lo que el
analista comprende, aun cuando sea provisorio de momento en momento.” (Meltzer, 1996,
p. 144).
El proceso analítico implica una constante regresión a estados infantiles, ya que es
en dicha etapa en donde se establecieron las bases de la personalidad. Aquello que el
paciente experimenta en su vivenciar cotidiano es el resultado del desarrollo psíquico que
ha tenido desde el comienzo de su existencia. Al respecto, Klein (2008) afirma lo siguiente:
“Es sólo relacionando una y otra vez (y esto significa un trabajo arduo y paciente) las
experiencias ulteriores con las anteriores y viceversa, es sólo explorando convenientemente
su interjuego, que el presente y el pasado pueden juntarse en la vida del paciente.” (p.71).
Este constante regreso a analizar las primeras etapas de la vida e inclusive eventos
ocurridos en generaciones anteriores, es muchas veces una crítica al psicoanálisis pero
estoy convencida, así lo he podido ver en la clínica, que es un camino irrefutable para que
el paciente pueda comprender las circunstancias y actores que lo llevaron al lugar en el que
se encuentra actualmente.
El proceso psicoanalítico tiene como fin último e ideal, la cura, entendida como:
“…cierto tipo de logros terapéuticos que, en términos generales, tienen que ver con la
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disminución del dolor psíquico y con la capacidad para enfrentar los conflictos inherentes a
la vida y dar la cara a las frustraciones con mejores recursos y menor sufrimiento” (Vives,
1997, p.383).
Vives (1997) consideraba que la cura psicoanalítica se podía pensar a partir de tres
ejes: la interpretación, la construcción y el vínculo terapéutico. La interpretación tendría
que ver con hacer consciente lo inconsciente a través del insight del paciente, seguido de un
proceso de elaboración. La construcción, entendida como una reconstrucción del pasado
infantil, ejemplificado con el quehacer arqueológico, permitiendo que el paciente dé un
nuevo sentido a su novela histórica. Finalmente, el vínculo terapéutico, que abarca la
repetición de relaciones primarias (transferencias plenas) así como de carencias que el
paciente experimento en las relaciones objetales primarias (transferencias huecas).
El proceso terapéutico es una experiencia compleja que contiene un sinfín de
conceptos teóricos y técnicos, pero me parece que la siguiente cita de Camacho (1997), lo
describe de manera concreta:
“En el proceso terapéutico paciente y analista atenúan la luz de la realidad externa e
iluminan la interna, bajo la guía del encuadre, con interpretaciones genéticas giran
hacia la realidad psíquica y recorren en un sentido de retroceso los diferentes
estratos en que se fue dando la historia de la formación normal y patológica, el
relato de lo cotidiano va perdiendo importancia.”
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2.5.2 La psicoterapia psicoanalítica con adolescentes
El adolescente se encuentra en un proceso de transición por lo que el proceso
psicoterapéutico con esta población tiene particularidades que se anudan con los conflictos
y retos propios de esta etapa del desarrollo.
Al respecto Meltzer (1996) sostiene:
“Todo aquel que ha comenzado un análisis con un niño púber o un adolescente sabe
que debería transcurrir un largo tiempo antes que el proceso psicoterapéutico dé
lugar al verdaderamente analítico. El análisis (con adolescentes) se ve enfrentado
con todas las limitaciones del análisis de niños en cuanto a motivaciones y
responsabilidad, sin contar con las ventajas de la técnica de juego con su forma
ingenua de comunicación.” ( p.105).
Ante la tendencia a regresar a estados y deseos infantiles, el adolescente tiene como
recurso el fortalecimiento del yo, a fin de que el control yoico pueda enfrentar dichos
deseos o impulsos regresivos, por ello, el terapeuta debe saber reconocer las resistencias
propias de esta etapa del desarrollo y distinguirlas de aquellas que implican procesos
patológicos. Al respecto Blos (2003) plantea:
“….la resistencia constituye, en parte un recurso distanciador que disminuye la
intensidad del compromiso objetal infantil. La demanda implícita hecha por el
terapeuta a través de la confrontación, la explicación y la interpretación, es decir, el
pedido de que el adolescente joven abandone la necesidad de desapego emocional o
el temor a este, solo intensifica la maniobra defensiva. Cuando se le permite rehacer
sus fuerzas primero, o sea mantener intacta la denominada resistencia a la
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transferencia, el adolescente revelará cuando llegue el momento de elegir, el miedo
al desamparo y a la necesidad de dependencia.” (p.88).
Como se revisó anteriormente, el adolescente se debate entre continuar la
dependencia infantil o encaminarse a estados de madurez y autonomía. Es parte de trabajo
terapéutico que el paciente coloque sus deseos regresivos de dependencia en el terapeuta,
para poder elaborarlos desde la relación transferencial.
2.5.3 La Transferencia
Al momento mismo que paciente y terapeuta establecen contacto surge el fenómeno
transferencial. La transferencia es sin duda uno de los términos más estudiados en los
escritos psicoanalíticos y en la práctica clínica es la principal herramienta para la cura.
La transferencia actúa en la totalidad de las relaciones humanas, pero es durante el
proceso analítico cuando puede tomar más fuerza, ya que se exploran los caminos de lo
inconsciente, es decir, el paciente tiene la necesidad de volcar en el terapeuta sus
experiencias más arcaicas. Es por ello que durante el proceso terapéutico se retorna,
constantemente, a los objetos que dominaron la infancia.
A continuación me permito citar un fragmento del texto “Sobre la dinámica de
transferencia” en el que Freud (2008) sintetiza el origen y desarrollo de la transferencia:
“…todo ser humano , por efecto conjugado de sus disposiciones innatas y de los influjos
que recibe en su infancia, adquiere una especificidad determinada para el ejercicio de su
vida amorosa, o sea, para las condiciones de amor que establecerá y las pulsiones que
satisfará, así como para las metas que habrá de fijarse. Esto da por resultado, digamos así,
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un cliché (o también varios) que se repite, es reimpreso, de manera regular en la trayectoria
de la vida, en la medida en que lo consientan las circunstancias exteriores y de la naturaleza
de los objetos de amor asequibles, aunque no se mantiene del todo inmutables frente a
impresiones recientes…sólo un sector de esas mociones determinantes de la vida amorosa
ha recorrido el pleno desarrollo psíquico; ese sector está vuelto hacia la realidad objetiva,
disponible para la personalidad consciente…otra parte de estas mociones libidinosas ha
sido demorado en el desarrollo, está apartado de la personalidad consciente así como de la
realidad objetiva, y sólo tiene permitido desplegarse en la fantasía o bien ha permanecido
por entero en lo inconsciente…” (p.98).
La complejidad del concepto de transferencia radica, desde mi punto de vista, en su
dualidad, por un lado, como herramienta para la cura y al mismo tiempo como fuente de
resistencia. Estas dos implicaciones parecen oponerse pero en realidad se vinculan con
diferentes caras de la relación transferencial.
Para entender lo anterior debemos repasar la manera en que Freud conceptualizó la
transferencia en dos variantes, por un lado la transferencia negativa y por el otro la
transferencia positiva. La primera hace referencia a los sentimientos hostiles y destructivos
que se depositan en el analista a partir de imagos infantiles. La transferencia positiva se
refiere a los sentimientos de amor, amistad y ternura que se vuelcan sobre la figura del
terapeuta. Dichos sentimientos de amor se relacionan con mociones eróticas reprimidas que
pueden expresarse en el consultorio como deseo sexual del paciente por su terapeuta. Si las
mociones eróticas se

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