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Universidad Nacional Autónoma de México Facultad de Psicología Maestría en Psicología Residencia en Psicoterapia para Adolescentes “El espacio terapéutico como posibilidad de reparar las fallas en las relaciones objetales primarias” Reporte de experiencia profesional para obtener el grado de Maestría en Psicología Presenta: Carla Hadad Bellamy Tutor: Dra. Ana María Fabre y Del Rivero México, D.F. de 2013 UNAM – Dirección General de Bibliotecas Tesis Digitales Restricciones de uso DERECHOS RESERVADOS © PROHIBIDA SU REPRODUCCIÓN TOTAL O PARCIAL Todo el material contenido en esta tesis esta protegido por la Ley Federal del Derecho de Autor (LFDA) de los Estados Unidos Mexicanos (México). El uso de imágenes, fragmentos de videos, y demás material que sea objeto de protección de los derechos de autor, será exclusivamente para fines educativos e informativos y deberá citar la fuente donde la obtuvo mencionando el autor o autores. Cualquier uso distinto como el lucro, reproducción, edición o modificación, será perseguido y sancionado por el respectivo titular de los Derechos de Autor. A mis padres, Cecilia & Jorge, que me dieron la vida y me han permitido vivirla con libertad, siempre protegida por su apoyo, su confianza y su inmenso amor. Agradecimientos A Manuel por ser el mejor compañero para disfrutar la vida, por hacerme inmensamente feliz y compartir conmigo los éxitos, los fracasos, los sueño y el futuro. A mi hermano Jorge por crecer a mi lado, compartir la infancia y el porvenir y por ser un hermano y un amigo incondicional. A Pebes, por ser la mejor amiga y hermana que la vida me pudo dar, gracias por conocerme y dejarme conocerte más allá de las palabras. A toda mi familia y amigos, por ser una enorme y resistente red que amortigua cualquier caída y enriquece los buenos momentos. A mis abuelos, que ya no están con nosotros, pero me acompañan en cada momento, siempre presentes y siempre amorosos con su ejemplo inquebrantable. A la Dra. Ana María Fabre por construir conmigo el presente trabajo, por compartir conmigo su inmenso conocimiento y experiencia, siempre con una taza de café y su inmensa sensibilidad. A la Dra. Bertha Blum, Bony, por luchar por un espacio para pensar el psicoanálisis y hacerlo con tanto amor y calidez. A la Mtra. Ana Lourdes Trejo por su lectura y valiosas aportaciones a este trabajo, así como por todo el conocimiento teórico, clínico y ético que compartió con nosotros en el aula. A todos los profesores de la Residencia en Psicoterapia para adolescentes por llevar a cabo la ardua y valiosa tarea de formar terapeutas con sólidos conocimientos teóricos y un claro sentido de la ética y la importancia de nuestro trabajo. A Rodrigo, Christian y Héctor, por su amistad, por recorrer juntos este camino de aprendizaje e introspección, gracias por las pláticas, las discusiones y las sesiones de análisis gratis. A mis pacientes, por permitirme aprender tanto de ellos y de la vida. Índice I. Introducción…………………………………………………………………………..…1 II. Marco Teórico…………………………………………………………………………...3 2.1 El proceso adolescente…………………………………………………………….3 2.2 La reactivación de la infancia en la adolescencia…………………………………7 2.3 La teoría del apego………………………………………………………………..14 2.4 Las relaciones objetales primarias………………………………………………...18 2.4.1 Definición…………………………………………………………..18 2.4.2 La relación con la madre…………………………………………...22 2.4.3 La posición depresiva y la posición esquizo-paranoide……………26 2.4.4 El proceso de reparación……………………………………………29 2.4.5 Los objetos transicionales…………………………………………..31 2.4.6 Las fallas en las relaciones objetales……………………………….34 2.5 El proceso terapéutico…………………………………………………………….37 2.5.1 La psicoterapia psicoanalítica……………………………………….37 2.5.2 La psicoterapia psicoanalítica con adolescentes…………………….43 2.5.3 La transferencia……………………………………………………...44 2.5.4 El espacio terapéutico como continente……………………………...48 III. Metodología de Trabajo……………………………………………………………….52 3.1 Objetivos del trabajo………………………………………………………………..52 3.1.1 Objetivo general……………………………………………………...52 3.1.2 Objetivo específico…………………………………………………..52 3.2 Participante………………………………………………………………………….52 3.2.1 Historia Clínica………………………………………………………53 3.3 Escenario………………………………………………………………………………60 3.4 Procedimiento…………………………………………………………………………61 IV. Resultados……………………………………………………………………………...63 V. Discusión………………………………………………………………………………..63 VI. Bibliografía…………………………………………………………………………….81 I. Introducción El Reporte de Experiencia Profesional es uno de los requisitos que establece el Programa de Maestría en Psicología para obtener el título de Maestro en Psicología y tiene como propósito la presentación de un informe que integra la información teórica revisada durante la Residencia, así como los conocimientos prácticos obtenidos y supervisados en escenarios. La práctica clínica realizada en una Preparatoria perteneciente a la Universidad Nacional Autónoma de México pone en práctica habilidades profesionales fundamentales en el ejercicio de la psicología clínica, como son: la entrevista, el diagnóstico, la intervención y evaluación. Siempre apuntaladas en sólidos conocimientos teóricos y la supervisión de los casos. El presente trabajo representa el caso clínico de un adolescente de 17 años con quien se trabajó bajo la modalidad de intervención terapéutica, desde el marco del psicoanálisis. El objetivo de este reporte se fundamenta en la hipótesis del espacio terapéutico como la posibilidad de reparar las fallas en las relaciones objetales primarias. Por ello, se presentarán los fundamentos teóricos, la historia clínica del paciente y la metodología empleada para concluir que el vínculo terapéutico sustituyó algunas carencias yóicas y emocionales, producto de relaciones familiares rotas e inconstantes. El marco teórico es un recorrido que inicia con el proceso adolescente y su relación con aspectos de la historia infantil, para llevarnos a la relación fundamental del ser humano, la relación con la madre, revisada desde la Teoría del Apego y la Teoría de las Relaciones Objetales. En un segundo momento se presentarán los elementos vitales del proceso 2 terapéutico, desde la psicoterapia psicoanalítica con adolescentes, incluyendo la transferencia y el vínculo terapéutico como los pilares fundamentales en el tratamiento de un paciente con depresión a partir de carencias en las relaciones objetales primarias. En la Metodología de Trabajo se especifican los objetivos, se presenta la historia clínica del paciente, se describe el escenario y procedimiento de la intervención terapéutica y finalmente se presentan los resultados y discusión del caso. 3 II. Marco teórico 2.1 El proceso adolescente Al igual que el vientre materno, el refugio de la infancia ha quedado atrás. Es hora de ser hombre e ingresar al mundo de los adultos. Se debe renunciar a la seguridad del mundo infantil y afrontar un mundo extraño y hostil. Pero el mundo de los adultos es desconocido, el adolescente no sabe cómo llegar y el adulto no sabe recibirlo. En palabras de Milan Kundera, en su obra “La vida está en otra parte” (1982): “Dentro del mundo inmaduro queda durante mucho tiempo la añoranza de la seguridad y la unidad de aquel mundo que él solo llenaba por completo dentro de la madre y permanece dentro de él la angustia (o el enfado) contra el mundo adulto de la relatividad, en el que se pierde como una gota en el mar de lo ajeno.” (p.276) Es difícil determinar en donde empieza y en donde termina la adolescencia, ya que esto varía de acuerdo con factores culturales y sociales. De acuerdo con la Organización Mundial de la Salud, la adolescencia es el periodo de la vida humana que comprende de los 10 a los 19 años, y la juventud abarca de los 15 a los 24 años. Los límites de las etapas de la vida son una referencia, pero en mi opinión deben tomarse sólo como una guía que resulta útil para cuestiones demográficas,programas sociales y políticas de salud pública, entre otros. Entonces, ¿dónde se pueden marcar los límites de la adolescencia? Me parece que más allá de plantearnos dichos límites en términos cronológicos, debemos de considerar los cambios que ocurren en el cuerpo y mente adolescente y la dinámica caótica que esto 4 genera, con el fin de lograr determinar dicha etapa del desarrollo humano en términos físicos, conductuales, cognitivos y emocionales. El inicio de la adolescencia está impulsado por cuestiones biológicas. La producción hormonal da pie a una serie de cambios en el cuerpo del ser humano, aparecen los caracteres sexuales secundarios, dando así inicio a la época reproductiva. Dichos cambios fisiológicos causan en el ser humano una absoluta revolución, hay un cambio en su percepción corporal, están en un cuerpo que no reconocen y por tanto no saben cómo reaccionar ante él. Lo mismo les ocurre con el resto del mundo, todo lo que conocían ahora parece distinto, el mundo externo, incluido los padres, la escuela, las reglas, las conveniencias sociales, son vividas por el adolescente como imposiciones que lo invaden. Los cambios biológicos son sólo el detonador, pero son acompañados por alteraciones emocionales y de personalidad que llegan a tal nivel de complejidad que se le ha llegado a considerar o confundir con estados patológicos, tales como: depresión severa, psicosis y trastornos de la personalidad. En ocasiones, surge indiferencia en la terminología empleada para referirse a esta etapa del desarrollo. De acuerdo con Peter Blos (2003) el término pubertad hace referencia a los cambios fisiológicos y morfológicos provenientes del desarrollo sexual, mientras que el término adolescencia abarca los cambios psicológicos producto de la pubertad. De acuerdo con Arminda Aberastury (1988) la adolescencia es una entidad semipatológica que denomina como “síndrome normal de la adolescencia” y que define 5 como: “Es un periodo de contradicciones, confuso, ambivalente, doloroso, caracterizado por fricciones con el medio familiar y social.” (Aberastury, 1988, p.16) Peter Blos consideraba que a lo largo de todo el desarrollo de la personalidad, surgen angustias, conductas y alteraciones propias de la fase que se experimenta y que resulta común confundirlas con manifestaciones patológicas. “La adolescencia demuestra este hecho del modo más terminante, pues en su transcurso ciertas condiciones, al parecer patognomónicas, no constituyen más que estados transitorios que acompañan a la reestructuración psíquica.” (Blos, 2003, p.77). El adolescente debe enfrentarse al mundo de los adultos y desprenderse del mundo infantil, para ello debe atravesar tres duelos, por un lado, el duelo por el cuerpo infantil, el duelo por el rol y la identidad infantil y el duelo por los padres de la infancia, esto genera extrema inestabilidad y desequilibrio. La renuncia al cuerpo infantil, a la infancia y a esos padres que parecían superhéroes es sin duda dolorosa y el adolescente se queda vacío, sin saber quién es. Lo único que el adolescente puede hacer es construir su propia identidad, su propio yo en ese espacio vacío. La búsqueda de la identidad, que sin duda alguna, constituye la tarea primordial de esta etapa del ciclo vital, pero dicha labor no es sencilla, el adolescente deberá probar una serie de identidades, gustos e ideologías hasta encontrar la propia. La búsqueda puede ser larga y tormentosa antes de que el joven llegue a responder preguntas como: ¿Quién soy?, ¿A dónde voy?, ¿Qué debo hacer? El carácter existencial de estos cuestionamientos, aunado a la falta de herramientas para resolverlas, hacen de la adolescencia una de las etapas del 6 desarrollo más complejas. Cuando la búsqueda de la identidad culmina, y queda constituida entonces podemos hablar del fin de la adolescencia. ¿Cómo reacciona el adolescente a la pérdida del mundo infantil? Entran en acción mecanismos de defensa, el adolescente debe hacer algo ante la impotencia de los cambios que experimenta y ante el desamparo que le significa renunciar a su rol de niño y a unos padres idealizados. Es entonces que el adolescente comienza a despreciar a los padres, debe hacerlo a fin de desprenderse de ellos y encontrar su propio camino. Otra defensa será la intelectualización, disfruta preguntarse sobre cuestiones filosóficas, tales como el amor, la libertad y la religión, la intelectualización es solo una defensa ante la imposibilidad de actuar en el mundo de los adultos, es por lo mismo que se resguardan en un mundo de fantasía que los protege del mundo adulto que perciben como confuso y agresivo. Retomando el concepto de “Síndrome de la adolescencia normal” acuñado por Aberastury y Knobel (1988), encontramos las siguientes conductas como características de la adolescencia: búsqueda de la identidad, necesidad de agruparse, tendencia a intelectualizar y fantasear, crisis religiosas, desubicación temporal que lleva al uso de pensamiento primario, desarrollo sexual, actitud antisocial, contradicciones sucesivas, separación paulatina de los padres y fluctuaciones del humor y el estado de ánimo. En el momento en que los adultos podamos entender que todas estas conductas son manifestaciones normales del proceso adolescente, y sobre todo, que tienen un origen y una función, podremos entender a los adolescentes desde otro lugar y podremos acompañarlos en la búsqueda de su identidad y en la construcción de una vida adulta satisfactoria. 7 2.2 La reactivación de la infancia en la adolescencia “La edad adulta es la última oportunidad para cumplir los planes que uno fraguó de niño. Hazañitas que tiene toda la vida para intentar, y al cabo es menos tiempo del que cree. Para algunos, acaso los que piensan que no hay año que pase sin corromper a quien lo sobrevive, conservar pensamientos o anhelos o actitudes de la infancia equivale a una forma de retardo mental. Hay que ir hacia adelante y con premura, nos alertan sus ojos de impaciencia desorbitada y cosquilluda. Una persona adulta espera que a otra persona adulta no se le ocurrirá cometer una niñería, cual si el origen de los miedos más hondos e irracionales no se escondiera en los primeros años. Para un adulto no suele ser difícil robarse un animal pequeño y encontrar una forma de esconderlo. Para un niño es un acto temerario, y luego insostenible. No sobran los recursos a esas edades. Tal vez la gran coartada de las niñerías sea el escaso alcance que se les concede. Se supone que deben ser cortas y fugaces; como si no pudieran, igual que cualquier monstruo, fantasma o demonio, crecer y madurar, y el día menos pensado regresar al ataque, como un ajedrecista rencoroso que sabe que hay partidas que jamás se terminan de perder. Aquí estoy, ¿me recuerdas? Soy la osadía postergada de siempre. ¿Puedo pasar o quieres que te siga esperando allá afuera? (Velasco, Puedo explicarlo todo, p.118) En un intento por entender nuestra propia existencia, el ser humano busca explicarse su vida en términos de tiempo, es decir, ordenar los sucesos significativos de su vida de manera cronológica, con el fin de encontrar una secuencia que determina ciertos eventos 8 como causas y otros como efectos. Bianchi (1991) consideraba que: “Una experiencia, un suceso, un acontecimiento dejan su marca en tanto son significativos, y algo se vuelve significativo en relación con lo ocurrido antes del suceso, o a lo que ocurrirá más tarde.” (p.266) El anterior planteamiento nos lleva a pensar que se da una significación causal, en donde el evento ocurrido constituye la causa de aquel evento que ocurrirá posteriormente. De acuerdo con Bianchi, esta forma secuencial de entender la realidad, “serie histórica”, tiene una excepción, la repetición. Esta se presenta cuando existen espacios vacios en la historia del sujeto. De una u otra manera, el sujeto debe ser capaz de “enlazar en su memoria las significaciones que atañen al origen de suexistencia y al deseo de aquellos que la determinaron…” (Bianchi, 1991, p.268). En su texto “Recordar, repetir y reelaborar”, Freud (1914) afirma que aquello que el paciente no puede recordar, lo reproduce a manera de acción, es decir, lo repite, de manera inconsciente, “…equivale a convocar un fragmento de vida real…” (Freud, 2005, p.153). Esta repetición de lo olvidado, de lo reprimido, de lo insoportable, se repetirá irremediablemente hasta que el paciente pueda recordar aquel suceso y reelaborarlo, es decir, pudiéndolo engarzar e su serie histórica. Es por lo anterior, que el psicoanálisis, necesariamente, regresa sobre sus pasos la vida del sujeto. En el caso de la adolescencia, el camino por retroceder es corto pero fundamental y nos permite entender el objetivo primordial del adolescente, la búsqueda de la identidad, que de acuerdo con Knobel (1988) se apoya en las relaciones parentales que se establecieron en la infancia, en ese sentido, el psicoanálisis considera que la adolescencia es 9 sin duda una reactivación de los conflictos infantiles. Aquello que no haya sido resuelto o elaborado en los primeros años de vida, retornará con fuerza durante la adolescencia, periodo en el que dichos conflictos tendrán una “segunda oportunidad” de elaborarse. De no ser así, continuaran repitiéndose por el resto del desarrollo del sujeto. Con el fin de profundizar y ejemplificar la recurrencia de los conflictos a lo largo de las distintas etapas de la vida, recurriremos a “La teoría del desarrollo psicosexual” de Freud y “Las ocho edades del hombre” de Erikson. En cuanto al desarrollo psicosexual, Freud consideraba que había cinco etapas que el infans debía atravesar a fin de alcanzar el desarrollo genital. Dichas etapas son: la etapa oral que corresponde al primer y segundo año de vida y constituyen el primer paso en la evolución de la personalidad y se caracteriza por la satisfacción libidinal a través de la boca. En esta etapa es trascendental la presencia, ausencia y cualidades del amamantamiento y la alimentación. Entre los dos y tres años la libido se dirige hacia el ano y la satisfacción sobreviene por la expulsión o retención de la materia fecal, siendo de suma importancia el entrenamiento para el control de esfínteres. La tercera fase se denomina etapa fálica, se da entre los cuatro y seis años. En ésta, la libido está dirigida a los genitales. La importancia de esta etapa radica en que se produce el Complejo de Edipo (en su versión masculina y femenina). Posteriormente surge la etapa de latencia, en donde el apetito sexual y los sentimientos edípicos deben inhibirse como consecuencia de la aparición del superyó. Se da entre los cinco y seis años y se extiende hasta la pubertad. En la etapa de latencia, los 10 instintos sexuales quedan adormecidos y por ello el niño alcanza su mayor desarrollo intelectual. A partir de la pubertad se produce la etapa genital, en donde el ser humano debe superar sus deseos edípicos y reorientarlos a personas fuera del núcleo familiar, convirtiendo la relación genital reproductora en el objetivo del instinto sexual. Cada una de las etapas antes mencionadas implica ajustes fisiológicos y psíquicos. La manera en que cada uno de nosotros atraviesa y elabora estas etapas determina la personalidad y puede generar fijaciones y regresiones que están presentes por el resto de la vida. Es decir, que a pesar de estar elaborando una etapa, la fase anterior sigue estando presente de alguna manera. Por su parte Erikson (1987), conceptualizaba las etapas del desarrollo humano en términos de objetivos al que el sujeto se enfrenta y el resultado implica una conducta adaptativa o desadaptativa, dependiendo de la capacidad del sujeto de enfrentar los retos de la etapa en curso. Erikson llamaba a esta concepción teórica “Las ocho edades del hombre” y son las siguientes: 1. Confianza vs Desconfianza: se da en el primer año de vida y consiste en la capacidad del bebé a confiar en su propio organismo para enfrentar las necesidades básicas, así como para confiar en sus proveedores. El pequeño debe sentir que hay una consistencia y continuidad en la relación con la madre o su sustituto. 2. Autonomía vs vergüenza o duda: abarca del año a los tres años. El desarrollo muscular alcanzado permite al bebé comenzar a desplazarse, esto lo enfrenta con la posibilidad de poderse alejar de los padres, sabiendo que ellos están ahí, 11 protegiéndolo de los peligros y alentándolo a conocer su entorno. En esta etapa desea hacer las cosas por si mismo pero con ello puede venir el fracaso y la vergüenza. 3. Iniciativa vs Culpa: se presenta de los 3 a los 5-6 años. Dado el acelerado desarrollo motriz e intelectual, el bebé comienza a plantearse actividades y metas que los padres deben estimular. La culpa puede sobrevenir cuando llevan a cabo una acción que pueden hacer pero no deberían, o por la supresión de los padres ante sus deseos. 4. Industria vs inferioridad: presente de los 7 a los 12 años, el niño se enfrenta a que sus deseos deben domesticarse o sublimarse por la vida escolar, aquí se pone en juego el principio del trabajo y la capacidad de seguir instrucciones sistemáticas y completar tareas. Puede surgir el sentimiento de incapacidad para enfrentar la tarea, dejando un sentimiento de inferioridad o inadecuación. 5. Identidad vs confusión de papeles: se desarrolla en la adolescencia e implica la tarea principal de esta etapa del desarrollo, determinar la identidad propia o quedar obstaculizado por un sentimiento intenso de confusión. 6. Intimidad vs aislamiento: En la adultez temprana, (20 a los 25 años), las personas comenzamos a relacionarnos más íntimamente con los demás. Exploramos las relaciones que conducen hacia compromisos filiales o de pareja a largo plazo. Evitar la intimidad, temiendo el compromiso y las relaciones, puede conducir al aislamiento, a la soledad, y a veces a la depresión. 7. Generatividad vs estancamiento: Durante la edad adulta media (25 hasta los 60 años aproximadamente), se estabilizan diferentes esferas de la vida, la profesional, la familiar y se comienza a sentir que se está aportando algo a la sociedad, cuando no 12 se alcanzan estos objetivos, el sujeto se enfrenta a un intenso empobrecimiento personal que deviene en apatía, cansancio y depresión. 8. Integridad del yo vs desesperación: Después de los 60 años, el sentimiento de productividad comienza a disminuir y el ser humano se enfrenta a una valoración de sus logros que pueden conllevar a una sensación de satisfacción cuando se cree que se ha tenido una vida plena o a un sentimiento de desesperanza cuando la persona está insatisfecha con sus logros. Existen momentos óptimos para alcanzar la meta de cada una de las etapas, pero Erikson consideraba que las tareas que no se alcanzaron en etapas anteriores pueden alcanzarse posteriormente. En la literatura encontramos muchas otras clasificaciones sobre el desarrollo de la vida humana, la intención de presentar la de Freud y la de Erikson tiene que ver con el interés por acentuar que cada etapa del desarrollo humano implica la consolidación de ciertas tareas u objetivos que deben alcanzarse para permitir el acceso a la siguiente etapa. Pero no olvidemos que también implica que cada etapa cursada deja marcas que determinan el desarrollo de las siguientes. En palabras de Peter Blos (2003): “…cada etapa del desarrollo exhuma los residuos de experiencias no asimiladas ni integradas que no se transformaron en estructuras psíquicas estables (rasgos de carácter, ajustes adaptativos, organización de defensas) ni suscitaron modificaciones pulsionales relacionadas con el status físico y social cambiante del niño en crecimiento. Estos residuos suelen ser el producto de “demasiado” o “demasiado 13 poco” con respecto a la experiencia o a los ajustes pasados y presentes específicos de la fase.” (p.42) El paso de la niñez a la adolescencia implica el despertarde los instintos sexuales, recordemos que el niño se encontraba en una etapa de latencia y la revolución hormonal ha despertado dichos instintos. Podríamos decir que los herederos del periodo de latencia, son la represión, la sublimación y la expansión yoica. Lo anterior, se debe en gran medida al sepultamiento de los deseos incestuosos que residían en el ello. A partir de la maduración puberal, las pulsiones acalladas durante la latencia, se reactivan con gran intensidad y provocan que aquellos deseos, fantasías y afectos resurjan. De ahí, que se conceptualice este proceso como “reactivación de la infancia”. Peter Blos (2003) consideraba que: “Es un hecho bien establecido que ciertas configuraciones conflictuales de la niñez temprana vuelven a experimentarse y organizarse durante la adolescencia. En este periodo aparecen como desviaciones transitorias o como síntomas organizados. Ciertos signos patognomónicos persistentes pueden reconocerse a menudo en esta etapa con mayor claridad que en años anteriores, pues ahora se han condensado en síntoma o rasgos de carácter…” (p.29) Blos consideraba que los traumas infantiles no son por si solos el detonante de las patologías en la adolescencia, pero dado el estrés que experimenta el adolescente y la fragilidad yoica, pueden presentarse con fuerza fallas de la estructura psíquica que antes no se habían manifestado y que en definitiva, complican el procesos adolescentes. 14 2.3 La teoría del apego Bowlby desarrolló la Teoría del Apego, con el fin de explicar los lazos afectivos que establecen los seres humanos. Su teoría es el resultado de dos fuentes del conocimiento, por un lado, su formación como psicoanalista y por el otro, sus conocimientos sobre etiología. Bowlby fue influenciado por Freud, y se interesó en el estudio del cuidado del niño. En palabras de Bowlby (2006): “Freud no sólo insistió acerca del evidente hecho de que las raíces de nuestra vida emocional se hallan situadas en la lactancia y la primera infancia, sino que intentó asimismo explorar de un modo sistemático, la conexión existente entre los acontecimientos de los primeros años de la vida y la estructura y la función de la posterior personalidad.” (p.15). Por otro lado, Bowlby fue influenciado por la etiología, el estudio del comportamiento animal. De manera específica por los descubrimientos de Lorenz y de Harlow. Bowlby (2006) asegura que el patrón en base al cual los seres humanos establecen lazos afectivos es innato y es compartido con otras especies. Konrad Lorenz observó que las crías de diferentes tipos de aves comenzaban a seguir a su madre poco después de romper el cascarón, creando así, un vínculo importante que ayudaba a la madre a protegerlos y a entrenarlos. Las aves recién nacidas detectaban un ser grande en el momento de romper sus cáscaras y ocurría ese apego al que Lorenz denominó impronta. El período crítico de la impronta tiene que ver con un periodo sensible en el que ocurre el aprendizaje. El vínculo debe establecerse en el primer día de vida del ave, ocurre 15 poco después de romper el cascarón, cuando las crías son lo suficientemente fuertes como para desplazarse, pero antes de adquirir un miedo intenso hacia los objetos grandes en movimiento. Si se retrasa la impronta, las crías sentirán temor hacia la madre. Para Lorenz se trata de un proceso permanente e irreversible, no se extingue una vez establecido. El apego inicial formado por la impronta favorece la identificación dentro de la especie y determina las preferencias sexuales de la cría en el futuro. Lorenz improntó gansos silvestres a su persona en el momento de romper el cascarón, y cuando alcanzaron la edad adulta, ignoraban a los miembros sexualmente receptivos de su especie, pero hacían avances sexuales a Lorenz. En el ser humano, los progenitores y el bebé son muy responsivos a la vinculación de los primeros días que siguen al nacimiento, pero difícilmente se trata de un período crítico. Por lo demás, el niño debe establecer una cierta clase de relación con uno o varios cuidadores importantes durante los primeros ocho meses de vida para que el desarrollo se realice en forma normal. Por otro lado, están los descubrimientos de Harlow (1971) sobre las condiciones que permiten el apego en los primates. El famoso etólogo realizó un experimento en el que construyó dos madres sustitutas de alambre, sólo a una de ellas la cubrió de felpa. Colocó el biberón con leche con la madre de alambre y el monito se quedaba con la madre afelpada, quién lo nutría con calidez. Transcurrido cierto tiempo, la sensación de hambre invadía al monito, éste iba corriendo a la madre de hierro, tomaban la leche y volvía corriendo a agarrarse a la madre de felpa. Posteriormente, se introducía al experimento un elemento que 16 disparaba miedo en el mono bebé y se comprobó que buscaba refugio y protección en la madre afelpada. Posteriormente, se trasladó a los monitos a ambientes distintos, los monos que estaban junto a su madre de felpa, se agarraban fuertemente a ella, hasta que tenían la seguridad de explorar el nuevo espacio y después regresaban al refugio que su madre artificial y afelpada les ofrecía. Sin embargo, aquellos que tenían que enfrentarse a un ambiente diferente sin su madre artificial se quedaban paralizados, incluso algunos de los monos buscaban entre los objetos esperando encontrar a su madre mientras gritaban y lloraban. La trascendencia de estos descubrimientos etológicos radica en que la relación de apego con la madre o figura protectora no está relacionado únicamente con el alimento, es decir que la cría busca sentirse segura, independientemente de la satisfacción de necesidades primarias. A partir de lo anterior, Bowlby consideró que los comportamientos de apego existen en el ser humano de manera innata y se disparan en condiciones de miedo, inseguridad y separación de la figura materna. Cuando se presenta alguna de las situaciones antes mencionadas, el bebé pone en marcha conductas como llorar, gatear y sonreír, con el fin de mantener la proximidad con la madre y asegurar así su supervivencia. En un primer momento, el bebé establece estos patrones con una sola figura, construyendo lo que el autor denomina base segura. Esta base segura toma el valor de un prototipo de relación que le permite al ser humano explorar su medio ambiente y establecer otros vínculos afectivos. La necesidad de esta figura es evidente en los primeros años de vida debido a la dependencia 17 del ser humano en esta etapa, pero el autor asegura que esta necesidad se repite en adolescentes y en adultos. El funcionamiento de la base segura funciona a partir de dos influencias, primero por aquellos factores ambientales tales como: la presencia o ausencia (parcial o absoluta) de una figura de confianza dispuesta a dar seguridad en cada etapa del desarrollo. Y en segundo, las influencias internas u organísmicas, que implican la capacidad del sujeto de reconocer a la persona digna de confianza y estar dispuesto a establecer entre los ambos una relación gratificante. Las experiencias que un ser humano tiene, en especial, aquellas que ocurrieron en la infancia, tienen un papel preponderante en las expectativas de tener una base segura y mantener una relación con ella. La historia personal será determinante para seleccionar a las personas que constituyen la base segura del sujeto. Bowlby (2006): “Debido a estas interacciones, cualquier patrón que se establezca tiende a persistir, Este es un principal motivo de que el patrón de relaciones familiares que una persona experimente durante su infancia sea de tan crucial importancia para el desarrollo de la personalidad.” (p.130). Sin duda alguna, el elemento más importante de una base segura es la continuidad, es decir, la persistencia del vínculo a través del tiempo. El mantenimiento imperturbable de dicho vínculo afectivo proporciona seguridad, por la que la amenaza de ruptura o pérdidaocasiona ira y ansiedad. Bowlby (1951, citado en 2006) logró probar la existencia de una relación causal entre la pérdida del cuidador materno en la primera infancia y el desarrollo de la 18 personalidad, la pérdida de la figura materna entre los seis meses y los seis años marcará la forma en que el pequeño establezca sus vínculos afectivos. En el ámbito clínico la importancia de la Teoría del apego radica en su posibilidad explicativa de las alteraciones emocionales a partir de la comprensión de los lazos afectivos en la infancia. Citando al autor: “…explicar las múltiples formas de trastorno emocional y de alteraciones de la personalidad, incluyendo aquí la ansiedad, la ira, la depresión y el apartamiento emocional, que ocasionan la separación involuntaria y la pérdida de seres queridos.” (Bowlby, 2006, p.154). Terapéuticamente, Bowlby (2006) consideraba que el paciente deberá de revisar la naturaleza de los lazos afectivos de su infancia y adolescencia, a fin de entender su actual percepción de las personas y su relación con ellas, incluyendo al terapeuta. 2.4 Las relaciones objetales primarias 2.4.1 Definición El ser humano llega al mundo en una condición sumamente vulnerable, a diferencia de otros mamíferos que son capaces de subsistir desde su nacimiento prácticamente sin ayuda de sus progenitores u otros miembros de su manada, el ser humano dependerá absolutamente de sus cuidadores durante un largo periodo. Es justamente la condición de desamparo del cachorro humano lo que lo hace un ser social, un ser que necesitará del otro por el resto de su vida, pero especialmente en los primeros años de su desarrollo De manera general, dichos cuidadores son los padres, principalmente la madre, aunque dicha función (función materna) puede ser cubierta por alguien más, como es el caso del padre o de un pariente cercano. Cualquiera que sea el caso, los cuidadores toman el 19 lugar de objetos en la mente del bebé y entre ambos se comienza a establecer una relación que permeará la vida psíquica del infans, moldeando su personalidad y su desarrollo emocional. Antes de abordar el concepto de relación objetal, considero importante revisar de manera breve, el término objeto. De acuerdo con el diccionario de Laplanche y Pontalis (2008), el concepto de objeto puede abordarse desde tres aspectos distintos: en relación a la pulsión, como entidad de amor u odio y desde la filosofía y la psicología del conocimiento como sujeto. Para términos del presente trabajo, retomare el segundo abordaje, el objeto como “correlato del amor (u odio): se trata entonces de la relación de la persona total, o de la instancia del yo, con un objeto al que se apunta como totalidad (persona, entidad, ideal, etc.).” (Laplanche y Pontalis, 2008, p.258). Los objetos son por tanto, personas o experiencias del exterior, son partes del yo, objetos emocionales que nacen del placer o dolor que causan en el bebé, es decir, surgen de sensaciones corporales. Posteriormente el sujeto incorpora al objeto (objeto introyectado), convirtiéndolos en objetos internos y otorgándoles un valor cualitativo (objetos buenos, objetos malos) de acuerdo con la satisfacción o frustración que producen en el sujeto. De esta manera, el bebé comienza a construir un mundo interno. “La experiencia que el sujeto tiene de un objeto situado en su interior le proporciona un sentido de existencia e identidad. Nuestras relaciones con objetos comprenden aquello que somos.” (Hinshelwood, 1989, p.98). Dado que los objetos internos son un espejo de la realidad, cuentan con las características que el sujeto percibe del objeto en el mundo exterior. Desde el pensamiento 20 kleiniano, encontramos entre los objetos internos, al superyó y objetos internos ayudantes. El superyó, como instancia psíquica reguladora de los instintos pulsionales, en ocasiones “terrorífico y severo” y los objetos internos ayudantes, como figuras, casi siempre fantásticas, que funcionan como defensa ante los objetos perseguidores que habitan el mundo interno del sujeto. Laplanche y Pontalis (2008) definen las relaciones de objeto o relaciones objetales como: “modo de relación del sujeto con su mundo, relación que es el resultado complejo y total de una forma determinada organización de la personalidad, de una aprehensión más o menos fantaseada de los objetos y de unos tipos de defensa fantaseados.” (p.359). A lo largo de la obra de Freud, el término no se encuentra como tal, pero el padre del psicoanálisis pensaba los objetos como medios que permiten la satisfacción de las pulsiones. Siguiendo esta línea de pensamiento, podríamos decir que los cuidadores se vuelven objetos en el pensamiento del bebé ya que le satisfacen una serie de necesidades físicas, tales como la alimentación, el control de la temperatura, condiciones de limpieza, entre otras. La satisfacción de estas necesidades no será suficiente si no es acompañada de la calidez de una mirada, de una caricia o una palabra de amor. Melanie Klein es una de las principales precursoras de la Teoría Objetal, respecto al concepto de relación objetal, Klein (2008) afirmó: “El análisis de niños muy pequeños me ha enseñado que no hay necesidad instintiva, ni situación de angustia, ni proceso mental, que no implique objetos, internos o externos; en otras palabras, las relaciones de objeto son el centro de la vida emocional.” (p. 67). 21 Conforme las relaciones de objeto se van desarrollando el bebé comienza a percibir aspectos malos y buenos de sus cuidadores primarios y otros miembros cercanos de la familia. En un inicio las partes buenas o malas de los objetos, se perciben como totalidades, de esta manera se construye el mundo objetal del infans, poblado de objetos buenos que lo aman y satisfacen y de objetos malos que lo frustran y atacan. Es por ello, que los objetos del bebé son por un lado la fuente de sus angustias pero también la fuente de estabilidad y riqueza interna. En las relaciones objetales se ponen en juego una serie de mecanismos de defensa que permiten al sujeto lidiar con los objetos. Entre ellos están la introyección, la proyección y la escisión. La introyección es el proceso mediante el cual el sujeto incorpora en su interior características u objetos que considera valiosos del mundo exterior. La proyección se refiere a colocar en el afuera deseos, sentimientos o características que el sujeto rechaza en sí mismo. Y la escisión hace referencia al mecanismo que subyace a la posibilidad de diferenciar las partes buenas de las malas de un mismo objeto, partiéndolo en un objeto bueno y uno malo. El estudio de estos mecanismos de defensa es fundamental para la comprensión de cómo se construye el aparto psíquico. Ampliamente estudiados y presentes a lo largo de toda su obra, Klein (2008) expresa: “…me he referido hasta ahora particularmente al mecanismo de la escisión como a uno de los mecanismos y defensas más tempranos del yo contra la ansiedad…La proyección como la describió Freud, se origina por la desviación hacia el exterior del instinto de muerte y, desde mi punto de vista, ayuda al yo a superar la ansiedad 22 liberándolo de lo peligroso y de lo malo. La introyección del objeto bueno es también utilizada por el yo como una defensa contra la ansiedad.” (p.12). Con el fin de explorar la forma en que interactúan estos mecanismos de defensa y su papel en el establecimiento de las relaciones objetales, considero apropiado observarlos a través de la relación más fundamental en la vida psíquica de un ser humano, la del bebé con su madre. 2.4.2 La relación con la madre El ser humano llega al mundo en un absoluto estado de indefensión, dada la inmadurez con que nace, se encuentra siempre a merced del otro. Melanie Klein (2008) considera que las gratificaciones que el bebé recibe de bienestar, alimento y calor, por parte de la madre o cuidador primario deben intentar compensar la pérdida de la situación intrauterina. El bebédebe enfrentarse a un medio ambiente adverso y será sólo a partir de la función materna que este bebé pueda sobrevivir y devenir sujeto. Winnicott dedicó gran parte de su investigación al estudio de la relación del bebé con la madre u otra figura que cumpliera dicha función, y consideraba que la contención dada por dicho cuidador marcaría la vida del bebé para siempre, en especial en términos de sus relaciones objetales y su forma de enfrentar las adversidades de la vida. Al respecto, postula Winnicott (2008): “Permítaseme que me refiera a la existencia del elemento materno. Sabemos que tiene importancia la forma en que se sostiene y manipula a un bebé, que la tiene quien lo cuida, y el conocimiento de si se trata de la madre o de otra persona. En nuestra teoría del cuidado del niño, la continuidad de dicho cuidado ha llegado a ser 23 un rasgo central del concepto del ambiente facilitador, y entendemos que gracias a esa continuidad y sólo con ella, puede el nuevo bebé, en situación de dependencia, gozar de continuidad en la línea de su vida, y no pasar por una pauta de reacción ante lo impredecible y volver a empezar una y otra vez.” (p.183). Para Winnicott el cuidado parental satisfactorio atraviesa por tres etapas: el sostén, la madre y el bebé viven juntos sin que el infans conozca la función del padre y finalmente, padre, madre y bebé viven juntos. El término “sostén” (holding) hace referencia al soporte físico y la satisfacción de las necesidades básicas que da la madre al bebé pero sobre todo implica la posibilidad de que esos brazos maternos hagan al bebé sentirse amado y seguro. Cuando la madre puede procurar estos cuidados de forma espontánea y adecuada, se habla de una “madre suficientemente buena”, es decir aquel cuidador o cuidadora que puede empatizar con las necesidades del infans y procurarle las condiciones ambientales para la satisfacción de las mismas. El paso por estas tres etapas permite el establecimiento de las relaciones objetales. Esto implica que el infante es ya un sujeto, es un ser con deseos propios, capaz de percibir su ambiente cómo un facilitador en la satisfacción de sus necesidades. Si la madre llevó a cabo adecuadamente la función de sostén, el bebé al salir de la relación simbiótica madre- hijo, experimentará una sensación de omnipotencia, que permite al sujeto asumirse capaz de enfrentar las vicisitudes de la vida. ¿Qué ocurre cuando los cuidados maternos no son “suficientemente buenos”? Winnicott (2997) lo percibe de la siguiente manera: 24 “Como resultado del éxito del cuidado materno en el infante se establece una continuidad de ser que constituye la base de la fuerza del yo, mientras que el resultado de cada fracaso del cuidado materno consiste en que la continuidad de ser se ve interrumpida por reacciones a las consecuencias de ese fracaso, con un consiguiente debilitamiento del yo.” ( p.67). Si el cuidado materno no fue adecuado, “el infante en realidad no llega a entrar en la existencia, puesto que no hay continuidad de ser; en lugar de ello, la personalidad se establece sobre la base de reacciones a la intrusión ambiental.” (Winnicott, 2007, p.70). Siguiendo la línea de la función materna, Bion (2006) hace referencia a la madre cómo una especie de protección (pantalla alfa) que debe proteger al bebé de una serie de estímulos adversos y confusos (partículas beta) que él no puede procesar, dada su inmadurez psíquica y emocional. A este proceso, Bion lo llamo función alfa y consiste en convertir elementos beta, es decir, contenido o información que no puede ligarse a la experiencia o a una preconcepción, en elementos alfa, la materia prima del pensamiento y los sueños. Esta idea de cómo se genera la capacidad de pensar en el ser humano, se basa en la idea de Bion (2011) de que el infans necesita el auxilio de una persona deseosa y capaz de contener el impacto emocional y el sufrimiento que el bebé proyecta en su cuidador debido a la frustración de no poder asimilar los estímulos externos. A esta función de la madre o cuidador, Bion (2006) la llamó “rêverie”, que hace referencia al estado anímico que permite a la madre ser capaz de metabolizarle el mundo al bebé para hacérselos llevadero y crear su aparato de pensamiento. En palabras de Bion (2006): 25 “Un desarrollo normal tendrá lugar si la relación entre el niño y el pecho permite a aquel proyectar un sentimiento, por ejemplo, que se está muriendo, en la madre y reintroyectarlo después que su estadía en el pecho lo ha tornado tolerable para la psiquis del niño. Si la proyección no es aceptada por la madre, el niño siente que a su sentimiento de que se está muriendo le es arrancado su significado. Por lo tanto, lo que reintroyecta no es un miedo a de morirse que se ha tornado tolerable, sino un terror sin nombre.” (p.160). El término “rêverie” esta teóricamente ligado al concepto de madre “suficientemente buena”, término acuñado por Winnicott que hace referencia a la capacidad de la madre para satisfacer a su bebé cuando éste tenga una necesidad, pero la palabra “suficientemente” es de gran importancia en la totalidad del concepto ya que hace referencia a que la madre no puede estar siempre satisfaciendo al infans, esto daría la al bebé la idea de que todo es posible, que todo lo merece. El bebé debe experimentar la frustración, el experimentarla de forma breve y controlada le enseñara a reconocerla y enfrentarla. En palabras de Winnicott (2008): “La madre lo bastante buena (que no tiene porque ser la del niño) es la que lleva a cabo la adaptación activa a las necesidades de este y que la disminuye poco a poco, según la creciente capacidad del niño para hacer frente al fracaso en materia de adaptación y para tolerar los resultados de la frustración.” (p.27). 26 2.4.3 La posición depresiva y esquizo-paranoide La primera relación objetal se establece con la madre, y dicha interacción se da a partir de la alimentación. La madre es un objeto que nutre, satisface la necesidad básica de alimento y calma el dolor del hambre, en términos kleinianos, es un pecho bueno. Pero hay ocasiones en que por diversas razones, la madre no puede satisfacer al bebé o hay una demora en su respuesta, esta experiencia es vivida por el bebé cómo frustrante, entra en escena el pecho malo. En éste momento tan temprano del aparato psíquico, la madre, el pecho, es percibido cómo dos objetos distintos, pecho bueno y pecho malo, lo que lleva a una escisión entre amor y odio. El pecho malo tiene un efecto frustrador en el bebé lo que genera en él impulsos agresivos y destructivos hacia el pecho, quisiera atacarlo y destruirlo para que ya no le haga daño a él. Aunado a estos deseos destructivos, está el temor del bebé de que el objeto malo lo ataque y destruya (temores persecutorios). En el pensamiento kleiniano, se utiliza el término de posición y no el de fase ya que se intenta poner énfasis en un modelo de desarrollo, en donde la ansiedad, los impulsos y las relaciones objetales se agrupan en constelaciones que se sobreponen o empalman e implica un constante ir y venir, mientras que el concepto de fase implicaría un cierto ordenamiento cronológico en donde se cubre una fase y se pasa a la otra sin que se vuelva a experimentar la anterior. Lo anterior, permite pensar el desarrollo de una manera más flexible, como un proceso de vaivén que se presenta de manera importante a lo largo de la infancia y en el resto de la vida del sujeto. El yo temprano se mueve entre estados de integración y desintegración, presenta una gran falta de cohesión, que le impide ver al objeto, la madre, como un objeto total. 27 Ante la angustia de aniquilación y la imposibilidad, perceptual y emocional, de confluir en un solo objeto, acciones gratificantes y frustrantes, el objeto debe percibirse dividido. Esta fase del desarrollo, caracterizada por la escisión del objeto, es teorizada por Klein con el nombre de posición esquizo-paranoide. Elbebé introyecta aquellas cualidades del objeto bueno y proyecta las características del objeto malo, es decir, se queda en su interior aquello que lo calma y pone fuera de sí aquello que lo angustia. Respecto a esta fase del desarrollo Meltzer (1996) señala lo siguiente: “Es en esta fase cuando podemos ver de forma más gráfica la verdad del gran descubrimiento de Melanie Klein, ampliado por los recientes trabajos de W. R. Bion, que sostiene que la forma más primitiva de alivio del dolor psíquico se realiza mediante la evacuación en el objeto externo de partes angustiadas del self y de los restos persecutorios de objetos internos atacados, recibiendo luego, a través del aspecto introyectivo, los objetos reparados y las partes liberadas del self” (p.58). En este punto, valdría la pena preguntarnos ¿cuál es la función o el impacto de los procesos de introyección y proyección? ¿Qué implicaciones tienen en la construcción del aparato psíquico y en la percepción? Klein (2008) consideraba que “la proyección de sentimientos buenos y de partes buenas del yo dentro de la madre es esencial para la capacidad del niño de desarrollar buenas relaciones de objeto y de integrar su yo.” (p.14). La función de la madre como pecho bueno, permite que el bebé idealice a este objeto y en la medida en que lo internalice, sentirá que el mismo es poseedor de ese valor. Cuando en la interacción del bebé con sus objetos primarios prevalece la angustia y la frustración 28 (pecho malo) no es posible idealizar los objetos y tomar para sí mismo el valor de estos. En palabras de Klein (2008): “…la proyección de un mundo interior predominantemente hostil dominado por temores persecutorios, lleva a introyectar, a volver a tomar, un mundo externo hostil, y viceversa, la introyección de un mundo externo distorsionado y hostil refuerza la proyección de un mundo interno hostil.” (p.17). Considero importante señalar que durante la etapa esquizo-paranoide, el bebé ataca al objeto, o al menos a la parte mala de éste. Este ataque es ante todo una defensa, el bebé prefiere dañar al objeto antes de que el objeto lo destruya a él. Esta confrontación ocurre en la fantasía del bebe, aunque pueden ocurrir eventos en el mundo real que hacen pensar al bebé que ha destruido al objeto, por ejemplo, perder de vista a la madre o en términos más trágicos, la muerte o pérdida real del objeto. Poco a poco, el desarrollo del bebé le permite dejar de percibir a los objetos en términos de blanco y negro, bueno y malo. Dando inicio a lo que Klein denominó fase depresiva. Klein (2008): “Con la introyección del objeto total durante el segundo cuarto del primer año, se realizan marcados progresos en la integración. Esto implica importantes cambios en la relación con los objetos. Los aspectos amados y odiados de la madre, ya no son percibidos como tan separados, y en consecuencia, se produce un mayor miedo a la pérdida, un fuerte sentimiento de culpa y estados análogos al duelo, porque se siente que los impulsos 29 agresivos se dirigen contra el objeto amado. La posición depresiva entra en escena.” (p.21). Alrededor de los cuatro y seis meses, el infans alcanza cierta madurez física y emocional, lo que le permite agrupar al pecho bueno y al pecho malo en un solo objeto. “La confluencia de odio y amor hacia el objeto da origen a una tristeza muy acongojante que Klein denominó angustia depresiva (o penar).” (Hinshelwood, 1989, p.81). Cuando los objetos-partes son integrados, surge el miedo a que dicho objeto total este dañado, por lo que en la posición depresiva, el infans hará importantes esfuerzos por reparar al objeto dañado, siendo así, la angustia depresiva se convierte en “el elemento decisivo para entrar en relaciones maduras, la fuente de sentimientos generosos y altruistas dedicados al bienestar del objeto.” (Hinshelwood, 1989, p.181). 2.4.4 El proceso de reparación Dada la integración del objeto que se ha alcanzado, el bebé se da cuenta que aquel objeto malo que él tanto se ha empeñado en destruir, es parte del mismo objeto que lo satisface y dado que está convencido de su poder de destrucción sobre el objeto, aparece un intenso sentimiento de culpa, al pensar que él es el autor del daño al pecho bueno que lo ha nutrido. Ante la posibilidad de perder al objeto, el bebé entra en una etapa de duelo, que como sabemos, se acompaña de un sentimiento depresivo. La única manera que tiene el bebé de lidiar con la culpa es intentando reparar al objeto. En palabras de Klein (2008): 30 “Puesto que la tendencia a reparar deriva en última instancia del instinto de vida, origina fantasías y deseos libidinales. Esta tendencia forma parte de todas las sublimaciones y constituirá, a partir de este estadio en adelante, el medio más poderoso por el cual se mantiene a raya y se disminuye la depresión.” (p.93). La fantasía del bebé de poder revivir al objeto amado implica un sentimiento de omnipotencia que suele decrecer cuando el infans es capaz de confiar en sus objetos y en su capacidad de reparación, permitiendo así un desarrollo normal. Cuando los objetos no son constantes o el bebé no es capaz de repara al objeto amado, el estadio depresivo no puede elaborarse y queda, por así decirlo, encriptado, debilitando los objetos internos y empobreciendo al yo. En gran medida, el proceso de reparación dependerá de la capacidad del objeto de tolerar la agresión del bebé y amarlo y sostenerlo a pesar de cualquier circunstancia. Si durante esta etapa el bebé pierde a la madre o al cuidador primario, sentirá que sus deseos destructivos finalmente tuvieron éxito y no tendrá más salida que enfrentar la culpa de haber destruido al objeto amado. Winnicott (2008) consideraba al respecto del proceso de reparación lo siguiente: “…la destrucción real corresponde al fracaso del objeto en lo referente a sobrevivir. De lo contrario, la destrucción sigue siendo potencial…no hay cólera en la relación del objeto a la que me refiero, aunque se podría decir que hay alegría ante la supervivencia del objeto…el objeto siempre es destruido en la fantasía. Esta cualidad de “ser siempre destruido” hace que la realidad del objeto sobreviviente se 31 sienta como tal, fortalece el tono del sentimiento y contribuye a la constancia del objeto. Ahora se le puede usar.” (p.125). El término reparación fue postulado por Klein en 1927, a partir de sus observaciones de infantes, notó que en el juego, el niño pasaba, de un momento a otro, de un maltratar a sus juguetes o muñecos, a intentar reconstruirlos o reconfortarlos de la manera más amorosa. Para Klein (2011), la reparación es la forma más sana de enfrentar la angustia y la depresión y sin duda, la raíz más significativa de toda actividad creativa. 2.4.5 Los objetos transicionales En un inicio, el bebé no puede separarse de su madre, él y ella son un mismo ser, pero dicha relación simbiótica no puede perdurar por mucho tiempo y el bebé debe comenzar su independencia a fin de formar su propio yo y dejar de necesitar al yo auxiliar que representa la madre. Para ello, los pequeños recurren a objetos que les permiten, simbólicamente, sustituir el pecho materno, esto inicia con el chupeteo del dedo, prosigue con el osito o la mantita y finalmente surge el juego. Dichos objetos implican la posibilidad de que el bebé pueda lidiar con la angustia de la ausencia de la madre y le facilitan el desarrollo de la fantasía, la creatividad y la ilusión. Laplanche y Pontalis (2008) definen el concepto de objeto transicional como: “Término introducido por D. W. Winnicott para designar un objeto material que posee un valor electivo para el lactante y el niño pequeño, especialmente en el momento de dormirse (por ejemplo, un ángulo del cubrecama, una toalla que chupetea). El recurrir a objetos de este tipo constituye, según el autor, un fenómeno 32 normal que permite al niño efectuar la transición entre la primera relación oral con la madre y la verdaderarelación objetal.” (p.264). Winnicott desarrolla los conceptos de objeto transicional y fenómeno transicional y los plantea como una zona intermedia entre la realidad interna y la externa, es decir entre la subjetividad del bebé y la objetividad que se impone desde afuera. “Los objetos y fenómenos transicionales pertenecen al reino de la ilusión que constituye la base de iniciación de la experiencia. Esa primera parte del desarrollo es posibilitada por la capacidad especial de la madre para adaptarse a la necesidad de su hijo, con lo cual le permite forjarse la ilusión de que lo que él cree existe en realidad.” (Winnicott, 1971, p.32). Los fenómenos transicionales hacen referencia a un patrón de conducta (cierto sonido gutural, movimientos de masticación) que el bebé lleva a cabo y que se acompaña de fantasías. Los objetos transicionales son muñecos o mantitas y representan la primera posesión no-yo del bebé. Para Winnicott, algunas de las cualidades de los objetos transicionales son: el bebé tiene derecho sobre el objeto, el objeto es acunado con afecto, éste no debe cambiar al menos que el bebé así lo decida, el objeto debe soportar el odio y la agresión, es un objeto externo, no es una alucinación, y finalmente éste da al bebé un sentido de continuidad y de constancia objetal. La continuidad es sin duda una de las cualidades más importantes del objeto transicional. El bebé comienza a comprender, a partir de la imposición del la objetividad que viene del mundo externo, que la madre y él no son uno mismo y que ella no siempre estará presente. El objeto transicional le permite al infans sobrellevar la angustia de la ausencia materna. El objeto es incondicional, acompaña al bebé todo el tiempo, en especial 33 en momentos de angustia y depresión. Esto da al bebé un sentido de continuidad que es sólo una continuación del papel que jugó la madre en los primeros meses y simbólicamente representa el pecho que lo nutrió. Winnicott (2008) consideraba que “El bebé puede emplear un objeto transicional cuando el objeto interno está vivo, es real y lo bastante bueno (no demasiado persecutorio).” (p.27). Es decir, cuando la madre ha sido suficientemente buena, el bebé posee un objeto bueno interiorizado y puede buscar en la realidad externa un objeto que lo represente. El fenómeno transicional se presenta entre los cuatro y doce meses y el objeto de elección del bebé cobrará un enorme valor ya que representa la primera posesión que no es sí mismo, puede ser cualquier objeto que acompañe al infans en cualquier momento y en especial en momentos en que el bebé se sienta angustiado o deprimido. El objeto lo calmará y le dará la seguridad ya que está ahí incondicionalmente, sin tener que recurrir a la alucinación. “El objeto transicional y el fenómeno transicional proporcionan, desde un principio, a todo ser humano algo que seguirá siendo siempre importante para él, a saber, un campo neutro de experiencia que no será puesto en duda.” (Winnicott, p. 265, citado por Laplanche y Pontalis, 2008). Considero que los objetos y los fenómenos transicionales no son exclusivos de esta temprana etapa del desarrollo, sino que se presentan a lo largo de la vida, y de igual manera que durante la lactancia, es muy posible que ocurran cuando el sujeto se encuentra en un momento de cambio o difícil de la vida y está experimentando una importante carga de 34 dolor o angustia que lo llevan a recurrir a un objeto que le ofrece el sostén la constancia necesarias para restaurar el estado psíquico y emocional que ha sido alterado. 2.4.6 Las fallas en las relaciones objetales Las fallas de las relaciones objetales primarias son tan variables y diversas como la historia de vida de cada ser humano, por lo que no es mi intención realizar una exhaustiva correlación entre el tipo de falla y su consecuencia en el desarrollo del infans, si es que eso es posible. En este apartado quisiera exponer las posibles consecuencias de un cuidado fallido del infans, es decir, que el cachorro humano se haya desarrollado en un ambiente adverso para la consolidación de un yo maduro. Dados los objetivos de este trabajo, se delimitará la exposición a explorar las implicaciones de las carencias en la función materna en estados depresivos y en la fortaleza del yo. Como se revisó anteriormente, el sostén materno juega un rol fundamental en el desarrollo emocional del ser humano, la calidad de dicha interacción puede ser un factor precursor en el surgimiento de algunas psicopatologías, tales como: depresión, conducta antisocial y trastornos psicóticos, entre otros. Recordando la teorización de Klein (2008) sobre la posición depresiva, podemos entender la depresión cómo un estado patológico, consecuencia de la imposibilidad del infans de llevar a cabo el proceso de reparación. Desde Freud (1917), la depresión, conceptualizada como melancolía, es un estado similar al duelo, en cuanto a su origen y sintomatología. Ambos surgen a partir de la pérdida del objeto amado y tienen como consecuencia las siguientes afecciones: desazón profundamente dolida, cancelación del 35 interés por el mundo exterior, la pérdida de la capacidad de amar y la inhibición de toda productividad. Estas alteraciones de la conducta, son compartidas por el estado de duelo y por los cuadros melancólicos, pero existe un síntoma que es exclusivo de la melancolía y es la perturbación del sentimiento de sí. “En el duelo, el mundo se ha hecho pobre y vacío; en la melancolía, eso le ocurre al yo mismo.” (Freud, 2005, p.243). Al empobrecimiento del yo, Freud lo conceptualizó como “delirio de insignificancia” y clínicamente se reconoce en el discurso del paciente a través de autorreproches y se complementa con alteraciones importantes en el dormir y en la ingesta de alimentos. Como se mencionó anteriormente, tanto el duelo como la melancolía, surgen a partir de la pérdida del objeto amado, pero en el duelo, el sujeto sabe lo que perdió, mientras que en la melancolía, la pérdida se mantiene en el terreno de lo inconsciente, “…él sabe a quién perdió, pero no lo qué perdió en él.” (Freud, 2005. p.243). En el texto “Duelo y Melancolía” (1914), Freud intenta describir el proceso de la melancolía de la siguiente manera: se lleva a cabo una elección de objeto, el sujeto liga a dicho objeto una gran cantidad de libido y a partir de un “desengaño” o un suceso de pérdida el sujeto pierde al objeto. El resultado normal sería quitar esa libido del objeto y colocarlo en un nuevo objeto de amor, en vez de ello, el sujeto desplaza la libido sobre sí mismo a manera de identificación con aquel objeto perdido, “…la sombra del objeto cayó sobre el yo, quien, en lo sucesivo, pudo ser juzgada por una instancia particular, como un objeto, como el objeto abandonado”. (Freud, 2005, p.246). Es decir, el sujeto se trata a sí mismo como le gustaría tratar a aquel objeto que lo abandonó, por tanto lo insulta, lo denigra y lo hace sufrir, de manera sádica, y es este componente sádico el que implica la condición más peligrosa y última del melancólico, el suicidio. 36 Freud consideraba que ningún evento es determinante para la evolución de las psicopatologías, éstas surgen por la conjunción de una serie de eventos o circunstancias. Muchas veces el origen y naturaleza de dichas circunstancias son desconocidas para el sujeto o permanecen resguardadas en el inconsciente. Traerlas a la superficie consciente es quizás el camino para conocerlas y elaborarlas, en esto consiste el trabajo terapéutico. En otras palabras:“El consabido propósito del trabajo analítico es mover al paciente para que vuelva a cancelar las represiones, entendidas en el sentido más lato, de su desarrollo temprano y las sustituya por unas reacciones como las que corresponderían a un estado de madurez psíquica.” (Freud, 1937, p.259). El tratamiento de pacientes depresivos implica el trabajo del duelo y la elaboración de la pérdida. En palabras de Bowlby (2006):“…si un duelo ha de alcanzar una solución favorable, es necesario que la persona que ha sufrido la pérdida de un ser querido exprese, más pronto o más tarde, sus sentimientos. “Concede palabras a tu pena” escribía Shakespeare “la pesadumbre que no habla ata al agotado corazón y le muerde hasta romperle.” (p. 117). Cuando la persona en duelo decide hablar, apalabrar su dolor, Bowlby sugiere que es deber del que escucha colocarse en la perspectiva del paciente a fin de poder comprender sus sentimientos y fantasías respecto a la pérdida, “…si esta persona siente que podemos comprenderla y armonizar con ella en los esfuerzos que se impone, es probable que pueda expresar los sentimientos que están oprimiéndola…” (Bowlby, 2006, p.118). 37 2.5 El proceso terapéutico 2.5.1 La psicoterapia psicoanalítica El ser humano siempre ha intentado explicarse su comportamiento, acercarse a posibles explicaciones de sus motivaciones individuales y colectivas. Las tribus primitivas debieron desarrollar una serie de creencias sobre el mundo, a fin de ordenar el caos y sentir algún tipo de control sobre su entorno y sobre sus acciones. Surge así el pensamiento mágico, el mundo comenzó a poblarse de criaturas espirituales que determinaban los eventos naturales y dotaban de alma a las personas y a los objetos (animismo). Al respecto, en su texto “Totem y Tabú” Freud (2008) describe lo siguiente: “…sistema de pensamiento; no sólo proporciona la explicación de un fenómeno singular, sino que permite concebir la totalidad del universo como una trabazón única a partir de un solo punto…la humanidad ha producido tres de estos sistemas de pensamiento, tres grandes cosmovisiones en el curso de la épocas: la animista (mitológica), la religiosa y la científica.” (p.81). Cada sistema fue sustituido por el siguiente hasta llegar al pensamiento científico que hoy rige nuestra concepción del mundo. “En el estado animista, el hombre se atribuye la omnipotencia a sí mismo; en el religioso, la ha cedido a los dioses…en la cosmovisión científica ya no queda espacio alguno para la omnipotencia del hombre, se ha confesado su pequeñez y se resigna a la muerte , así como se somete a todas las otras necesidades naturales.” (Freud, 2008, p.91). Dentro de la cosmovisión científica han surgido una serie de ciencias que tienen como objeto de estudio distintos fenómenos naturales, el comportamiento humano ha sido 38 abordado por diferentes corrientes psicológicas entre las cuales se encuentra el psicoanálisis. A diferencia de otras aproximaciones psicológicas, el psicoanálisis tiene como objeto de estudio el inconsciente. “… el inconsciente es la raíz de todos los procesos mentales y determina toda la vida mental y que sólo explorando el inconsciente en toda su extensión podremos analizar la personalidad total.” (Klein, 2008, p.75). En su definición de psicoanálisis, Laplanche & Pontalis (2008) describen tres niveles implicados en esta disciplina: el psicoanálisis como método de investigación del inconsciente de las palabras, las acciones, las fantasías, producciones oníricas, entre otras, a partir de la asociación libre (método mediante el cual el paciente debe verbalizar los pensamientos que pasan por su mente, sin omitirlos o racionalizarlos) y la interpretación del analista. El psicoanálisis como método psicoterapéutico que se fundamenta en la forma de investigación antes mencionada y que tiene como pilar la interpretación de la transferencia, la resistencia y el deseo, con el fin último de alcanzar la cura. Finalmente, el psicoanálisis como teoría psicológica y psicopatológica. Cuando el paciente decide acudir al consultorio, algo ha ocurrido en su existencia que ha devenido consciente la necesidad de someterse a un tratamiento terapéutico, el dolor o la angustia se han vuelto insostenibles, es decir, se presenta una demanda por parte del paciente. Cuando preguntamos durante la primera entrevista ¿qué lo trae por aquí? , la respuesta que recibimos representa un motivo de consulta explícito, un velo que recubre la verdadera demanda del paciente, es decir, el motivo de consulta latente, el cual puede tomar muchas sesiones en ser develado. 39 La demanda del paciente surge del conflicto entre las instancias psíquicas (ello, yo y superyó), pero su presencia en el consultorio sólo puede ser impulsada por el deseo, el deseo de entender el origen del sufrimiento humano. El deseo es el motor de todo proceso terapéutico y por tanto debe venir del paciente y no del terapeuta. El paciente que decide someterse a un tratamiento psicoanalítico debe estar dispuesto a conocer la verdad de su ser. Esto no puede alcanzarse sin una cuota de dolor que en muchas ocasiones lleva a los pacientes a suspender el tratamiento. Meltzer (1996) consideraba que la función del analista podía separarse, de manera esquemática, en dos, por un lado el establecimiento y mantenimiento del encuadre y por el otro, la interpretación. Con el fin de esclarecer estos conceptos, fundamentales en la tarea clínica, abordaré de manera separada cada uno de ellos. El encuadre es el marco dentro del cual es posible el establecimiento de la transferencia, así como del trabajo terapéutico. Dicho marco está conformado por una serie de lineamientos que estructuran la relación del paciente con el terapeuta, estas son: número de sesiones a la semana, horario y duración de la sesión, pago de honorarios, estipulación de pago de sesión aun cuando el paciente no se presente, periodos vacacionales, explicación de la forma de trabajo y acuerdo de confidencialidad. Meltzer (1996) consideraba dentro de la función del analista del encuadre, la actitud psicoanalítica. Este concepto hace referencia al estado mental del terapeuta, apegándose al método psicoanalítico con el fin de controlar el proceso terapéutico. Al respecto Meltzer expresa: 40 “Como corolario de esta dedicación, la actitud analítica implica un compromiso con el paciente en el sentido de realizar el mejor trabajo analítico de que él, el analista, es capaz y continuarlo mientras tenga la esperanza, apoyado en la evidencia, de que el paciente está progresando en su estructura de personalidad o ha alcanzado un grado de capacidad de autoanálisis que hace pensar en que será capaz de preservar y ampliar sus logros sin la ayuda de sesiones regulares con su analista.” (p.140). Me parece que las implicaciones de esta función del analista tienen que ver con un compromiso ético y profesional de estar preparado teórica, técnica y emocionalmente para trabajar con el paciente. Es claro, que el analista debe de responsabilizarse por su continua formación y estudio así como comprometerse con el propio análisis y la supervisión de casos clínicos. Al respecto, Díaz (1998) expresa: “…quien se dedica a la clínica, se sujeta a su vez, a una psicoterapia o psicoanálisis, con la mira de acrecentar su capacidad de identificación con los pacientes, permitirse el libre acceso a sus sentimientos y fantasías, y por tanto, al contacto interpersonal idealmente poco distorsionado por sus defensas neuróticas. Es imposible subestimar tanto la utilidad de este recurso como el de la supervisión de la práctica clínica.” (p.39). La segunda función del analista, que plantea Meltzer (1996), es el proceso interpretativo, es decir, la capacidad del terapeuta de escuchar al paciente y poder percibir aquello que se encuentra “entre líneas”, aquello que aun está adormilado en el inconsciente del paciente. Es trabajo del terapeuta escucharlo, procesarlo y devolvérselo al paciente de forma tal que lo pueda escuchar y llevarlo a la construcción del insight. Entendiendo por 41 insight la capacidad del paciente de “darse cuenta”, de traer a la conciencia aquello que estaba reprimido. La función interpretativa está en estrecha relación con la actitud analítica, Meltzer lo establece claramente en el siguiente fragmento: “…la actitud analítica incluye varios elementos: recibir elmaterial, el contenido y la conducta; contener la proyección del dolor mental; pensar acerca de la situación transferencial; y finalmente comunicar lo que el analista comprende, aun cuando sea provisorio de momento en momento.” (Meltzer, 1996, p. 144). El proceso analítico implica una constante regresión a estados infantiles, ya que es en dicha etapa en donde se establecieron las bases de la personalidad. Aquello que el paciente experimenta en su vivenciar cotidiano es el resultado del desarrollo psíquico que ha tenido desde el comienzo de su existencia. Al respecto, Klein (2008) afirma lo siguiente: “Es sólo relacionando una y otra vez (y esto significa un trabajo arduo y paciente) las experiencias ulteriores con las anteriores y viceversa, es sólo explorando convenientemente su interjuego, que el presente y el pasado pueden juntarse en la vida del paciente.” (p.71). Este constante regreso a analizar las primeras etapas de la vida e inclusive eventos ocurridos en generaciones anteriores, es muchas veces una crítica al psicoanálisis pero estoy convencida, así lo he podido ver en la clínica, que es un camino irrefutable para que el paciente pueda comprender las circunstancias y actores que lo llevaron al lugar en el que se encuentra actualmente. El proceso psicoanalítico tiene como fin último e ideal, la cura, entendida como: “…cierto tipo de logros terapéuticos que, en términos generales, tienen que ver con la 42 disminución del dolor psíquico y con la capacidad para enfrentar los conflictos inherentes a la vida y dar la cara a las frustraciones con mejores recursos y menor sufrimiento” (Vives, 1997, p.383). Vives (1997) consideraba que la cura psicoanalítica se podía pensar a partir de tres ejes: la interpretación, la construcción y el vínculo terapéutico. La interpretación tendría que ver con hacer consciente lo inconsciente a través del insight del paciente, seguido de un proceso de elaboración. La construcción, entendida como una reconstrucción del pasado infantil, ejemplificado con el quehacer arqueológico, permitiendo que el paciente dé un nuevo sentido a su novela histórica. Finalmente, el vínculo terapéutico, que abarca la repetición de relaciones primarias (transferencias plenas) así como de carencias que el paciente experimento en las relaciones objetales primarias (transferencias huecas). El proceso terapéutico es una experiencia compleja que contiene un sinfín de conceptos teóricos y técnicos, pero me parece que la siguiente cita de Camacho (1997), lo describe de manera concreta: “En el proceso terapéutico paciente y analista atenúan la luz de la realidad externa e iluminan la interna, bajo la guía del encuadre, con interpretaciones genéticas giran hacia la realidad psíquica y recorren en un sentido de retroceso los diferentes estratos en que se fue dando la historia de la formación normal y patológica, el relato de lo cotidiano va perdiendo importancia.” 43 2.5.2 La psicoterapia psicoanalítica con adolescentes El adolescente se encuentra en un proceso de transición por lo que el proceso psicoterapéutico con esta población tiene particularidades que se anudan con los conflictos y retos propios de esta etapa del desarrollo. Al respecto Meltzer (1996) sostiene: “Todo aquel que ha comenzado un análisis con un niño púber o un adolescente sabe que debería transcurrir un largo tiempo antes que el proceso psicoterapéutico dé lugar al verdaderamente analítico. El análisis (con adolescentes) se ve enfrentado con todas las limitaciones del análisis de niños en cuanto a motivaciones y responsabilidad, sin contar con las ventajas de la técnica de juego con su forma ingenua de comunicación.” ( p.105). Ante la tendencia a regresar a estados y deseos infantiles, el adolescente tiene como recurso el fortalecimiento del yo, a fin de que el control yoico pueda enfrentar dichos deseos o impulsos regresivos, por ello, el terapeuta debe saber reconocer las resistencias propias de esta etapa del desarrollo y distinguirlas de aquellas que implican procesos patológicos. Al respecto Blos (2003) plantea: “….la resistencia constituye, en parte un recurso distanciador que disminuye la intensidad del compromiso objetal infantil. La demanda implícita hecha por el terapeuta a través de la confrontación, la explicación y la interpretación, es decir, el pedido de que el adolescente joven abandone la necesidad de desapego emocional o el temor a este, solo intensifica la maniobra defensiva. Cuando se le permite rehacer sus fuerzas primero, o sea mantener intacta la denominada resistencia a la 44 transferencia, el adolescente revelará cuando llegue el momento de elegir, el miedo al desamparo y a la necesidad de dependencia.” (p.88). Como se revisó anteriormente, el adolescente se debate entre continuar la dependencia infantil o encaminarse a estados de madurez y autonomía. Es parte de trabajo terapéutico que el paciente coloque sus deseos regresivos de dependencia en el terapeuta, para poder elaborarlos desde la relación transferencial. 2.5.3 La Transferencia Al momento mismo que paciente y terapeuta establecen contacto surge el fenómeno transferencial. La transferencia es sin duda uno de los términos más estudiados en los escritos psicoanalíticos y en la práctica clínica es la principal herramienta para la cura. La transferencia actúa en la totalidad de las relaciones humanas, pero es durante el proceso analítico cuando puede tomar más fuerza, ya que se exploran los caminos de lo inconsciente, es decir, el paciente tiene la necesidad de volcar en el terapeuta sus experiencias más arcaicas. Es por ello que durante el proceso terapéutico se retorna, constantemente, a los objetos que dominaron la infancia. A continuación me permito citar un fragmento del texto “Sobre la dinámica de transferencia” en el que Freud (2008) sintetiza el origen y desarrollo de la transferencia: “…todo ser humano , por efecto conjugado de sus disposiciones innatas y de los influjos que recibe en su infancia, adquiere una especificidad determinada para el ejercicio de su vida amorosa, o sea, para las condiciones de amor que establecerá y las pulsiones que satisfará, así como para las metas que habrá de fijarse. Esto da por resultado, digamos así, 45 un cliché (o también varios) que se repite, es reimpreso, de manera regular en la trayectoria de la vida, en la medida en que lo consientan las circunstancias exteriores y de la naturaleza de los objetos de amor asequibles, aunque no se mantiene del todo inmutables frente a impresiones recientes…sólo un sector de esas mociones determinantes de la vida amorosa ha recorrido el pleno desarrollo psíquico; ese sector está vuelto hacia la realidad objetiva, disponible para la personalidad consciente…otra parte de estas mociones libidinosas ha sido demorado en el desarrollo, está apartado de la personalidad consciente así como de la realidad objetiva, y sólo tiene permitido desplegarse en la fantasía o bien ha permanecido por entero en lo inconsciente…” (p.98). La complejidad del concepto de transferencia radica, desde mi punto de vista, en su dualidad, por un lado, como herramienta para la cura y al mismo tiempo como fuente de resistencia. Estas dos implicaciones parecen oponerse pero en realidad se vinculan con diferentes caras de la relación transferencial. Para entender lo anterior debemos repasar la manera en que Freud conceptualizó la transferencia en dos variantes, por un lado la transferencia negativa y por el otro la transferencia positiva. La primera hace referencia a los sentimientos hostiles y destructivos que se depositan en el analista a partir de imagos infantiles. La transferencia positiva se refiere a los sentimientos de amor, amistad y ternura que se vuelcan sobre la figura del terapeuta. Dichos sentimientos de amor se relacionan con mociones eróticas reprimidas que pueden expresarse en el consultorio como deseo sexual del paciente por su terapeuta. Si las mociones eróticas se
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